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El primer empleo Jóvenes, trabajo y escuela Judith Gociol / [email protected] 1 Una descripción de la compleja situación de aquellos que ingresan por primera vez en el mercado de trabajo, permite analizar el papel que puede desempeñar el sistema educativo con respecto a la inserción de los estudiantes en el mundo laboral. Según el prestigioso Diccionario Oxford, un "McJob" es un "trabajo desalentador, mal pago, con pocas perspectivas y resultado de la expansión del sector servicios". El término es una magnífica síntesis de la precariedad vital y laboral que, en todo el mundo, atraviesa el período de la juventud, habitualmente concebido como una bisagra entre la formación escolar básica y la inserción laboral. Durante décadas, el imaginario compartido era de cierta previsibilidad: una persona conseguía un empleo y sabía que podía ir ascendiendo en el escalafón a lo largo del tiempo y -si no sucedía algo extraordinario ni él decidía cambiar- ese sería su empleo para toda la vida. Esto valía para el obrero de una fábrica, para un empleado bancario o para un profesional que ingresaba a una empresa. Hasta que, junto con el neoliberalismo, estalló ese entramado social. Hoy, el primer empleo ya no es percibido como el peldaño inicial de una carrera de inserción. Cambios políticos, sociales, culturales y económicos hicieron que el derrotero laboral sea mucho más sinuoso y corra por cuenta y riesgo de cada uno. Si en algunos sectores sociales esta ruptura de un modelo lineal y organizado permite una mayor movilidad, creatividad y desarrollo personal; para otros, ese trabajo inicial se vuelve el eslabón de una secuencia de empleos precarios que no habilitan mejores condiciones de vida. La actual estructura económica deja al descubierto, de manera dramática, la desigualdad de oportunidades determinada por el nivel económico. Los jóvenes son la franja etaria con mayor porcentaje de desocupados en un universo laboral que se ha vuelto excluyente en todos los sectores. Según las estadísticas del Programa de Investigaciones de Juventud de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) correspondientes al segundo semestre de 2006, la desocupación alcanza en un 29.8 por ciento a la franja de personas entre los 15 y los 18 años, y en un 22 por ciento para quienes tienen entre 19 y 24. En casi todo el mundo, los jóvenes han sido especialmente afectados por la crisis del empleo. En el IV Informe de la 93ª Conferencia Internacional del Trabajo -realizada en 2005- se indica que la tasa de desocupación juvenil es, en el mundo, del 47 por ciento y alcanza a 88 millones de personas. El porcentaje crece al cuantificar a las mujeres jóvenes. A la vez, es entre los mismos jóvenes donde se percibe la mayor distancia social. 1 Trabajo presentado en “El Monitor”, revista del Ministerio de Educación de la Nación, número 15, disponible en: http://www.me.gov.ar/monitor/nro15/jovenes.htm.

El primer empleo

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Page 1: El primer empleo

El primer empleo

Jóvenes, trabajo y escuela

Judith Gociol / [email protected]

Una descripción de la compleja situación de aquellos que ingresan por primera vez en el

mercado de trabajo, permite analizar el papel que puede desempeñar el sistema educativo

con respecto a la inserción de los estudiantes en el mundo laboral.

Según el prestigioso Diccionario Oxford, un "McJob" es un "trabajo desalentador, mal pago,

con pocas perspectivas y resultado de la expansión del sector servicios". El término es una

magnífica síntesis de la precariedad vital y laboral que, en todo el mundo, atraviesa el período

de la juventud, habitualmente concebido como una bisagra entre la formación escolar básica y

la inserción laboral.

Durante décadas, el imaginario compartido era de cierta previsibilidad: una persona conseguía

un empleo y sabía que podía ir ascendiendo en el escalafón a lo largo del tiempo y -si no

sucedía algo extraordinario ni él decidía cambiar- ese sería su empleo para toda la vida. Esto

valía para el obrero de una fábrica, para un empleado bancario o para un profesional que

ingresaba a una empresa.

Hasta que, junto con el neoliberalismo, estalló ese entramado social. Hoy, el primer empleo ya

no es percibido como el peldaño inicial de una carrera de inserción. Cambios políticos, sociales,

culturales y económicos hicieron que el derrotero laboral sea mucho más sinuoso y corra por

cuenta y riesgo de cada uno.

Si en algunos sectores sociales esta ruptura de un modelo lineal y organizado permite una

mayor movilidad, creatividad y desarrollo personal; para otros, ese trabajo inicial se vuelve el

eslabón de una secuencia de empleos precarios que no habilitan mejores condiciones de vida.

La actual estructura económica deja al descubierto, de manera dramática, la desigualdad de

oportunidades determinada por el nivel económico.

Los jóvenes son la franja etaria con mayor porcentaje de desocupados en un universo laboral

que se ha vuelto excluyente en todos los sectores. Según las estadísticas del Programa de

Investigaciones de Juventud de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso)

correspondientes al segundo semestre de 2006, la desocupación alcanza en un 29.8 por ciento

a la franja de personas entre los 15 y los 18 años, y en un 22 por ciento para quienes tienen

entre 19 y 24.

En casi todo el mundo, los jóvenes han sido especialmente afectados por la crisis del empleo.

En el IV Informe de la 93ª Conferencia Internacional del Trabajo -realizada en 2005- se indica

que la tasa de desocupación juvenil es, en el mundo, del 47 por ciento y alcanza a 88 millones

de personas. El porcentaje crece al cuantificar a las mujeres jóvenes. A la vez, es entre los

mismos jóvenes donde se percibe la mayor distancia social.

1 Trabajo presentado en “El Monitor”, revista del Ministerio de Educación de la Nación, número 15, disponible en: http://www.me.gov.ar/monitor/nro15/jovenes.htm.

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En los sectores urbanos, de cierto buen pasar económico y con posibilidad de acceso a

estudios terciarios o universitarios, los jóvenes demoran cada vez más su ingreso al mundo

laboral, tal como constata la investigación a cargo de la socióloga Ana Miranda, investigadora

de Flacso y autora de La nueva condición joven: educación, desigualdad, empleo. En casa de

sus padres, sin urgencia por formar una familia propia y con posibilidades para viajar o

disfrutar de otras actividades, los jóvenes de los sectores económicos mejor posicionados

aprovechan esa dilación para acercarse a otras experiencias vitales y de formación, además de

contar con mayor tiempo para dedicarles a los estudios superiores.

El panorama se hace algo más incierto en la convencionalmente llamada clase media, o en lo

que ha sobrevivido de ella en la Argentina post 90. "Hace 30 años, en el período de posguerra,

el capitalismo era estable y con la presencia de Estados de Bienestar donde los roles adultos

estaban definidos en función de la constitución de un hogar y de la obtención de un empleo

estable: parejas heterosexuales, el hombre-proveedor y la mujer al cuidado de niños. Era un

modelo que garantizaba seguridad, pero el que se apartaba de la norma, sufría como un

condenado -explica Miranda-. Hoy, como ya no hay seguridades, lo vocacional aparece más

ponderado. Esta ruptura de la linealidad facilita también que ciertos jóvenes vayan armando

sus recorridos laborales de manera más ecléctica; itinerarios que son reversibles y que pueden

ir modificándose. Pero, al mismo tiempo, este esquema incrementó una tendencia fuerte hacia

la desigualdad social. Hay que tener en cuenta que en el mercado de trabajo es muy

importante el momento del ciclo económico en el que se ingresa. Toda la generación a la que

le tocó salir del secundario en plena crisis tuvo mayores problemas".

María Rosa Almandoz, directora ejecutiva del Instituto Nacional de Educación Tecnológica

(INET) resalta la complejidad de situaciones que plantea el universo laboral. "A veces, los

grandes números esconden la diversidad. Estoy segura de que las estadísticas no se revierten

con programas genéricos, sino que hay que estudiar cada situación en su contexto. Hay

circunstancias locales que permiten que se encuentren intersticios, espacios de libertad para el

despegue, mientras que en otros espacios las condiciones son óptimas y sin embargo no se

inventa nada".

Mapa de la desigualdad

La situación económica familiar es determinante en una espiral que se come la cola: los

sectores más desprotegidos están, en general, más lejos de las zonas urbanas donde se

concentra la diversidad de la oferta de estudios superiores.

Así lo plantean -por ejemplo- los alumnos del último año de la Escuela Comercial Julia Joaquina

López de Pérez, en la localidad correntina de Ita Ibaté. Casi todos ellos querrían seguir

estudiando pero saben que, siendo realistas, muchos no lograrán concretar esa voluntad. "A

algunos se nos va a dar y a otros no -sintetiza uno de ellos-, muchos nos tendremos que

quedar en la zona trabajando. La mayoría de las familias viven de lo que producen en la chacra,

no tienen un ingreso fijo para sostener un estudio, pagar la estadía en Corrientes Capital, los

útiles, los libros, todo lo que se necesita".

Muchos de los alumnos de la Escuela trabajan a la par que estudian, llegan a clase a caballo.

Las localidades más próximas están a -por lo menos- 20 kilómetros; y la capital provincial, a

170. Esta desigualdad geográfica queda graficada en un estudio de la Secretaría de Políticas

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Universitarias de 2006: el 47,5 por ciento de la oferta universitaria se encuentra en el Gran

Buenos Aires; y el 29,7 por ciento en capitales provinciales. En el mejor de los casos, las

opciones que priman en estos contextos son estudios terciarios ligados a la docencia o a la

policía.

"La situación de desempleo juvenil no es más que la parte visible de una problemática

compleja. Aunque no resulte sencillo identificar con claridad cuáles son los trayectos posibles

que conforman los circuitos de inclusión laboral y social, no cabe duda de que el ingreso

prematuro en el mundo del trabajo -sin una formación adecuada y con pocas posibilidades

sobre la elección de determinado rumbo laboral- implica integrarse en las peores condiciones.

Esto es lo que ocurre en los sectores más pobres de la población, cuando los adultos

responsables del hogar pierden sus empleos y sus ingresos. Esta situación individual y familiar

afecta el desempeño escolar o contribuye directamente al abandono de la escolaridad. De este

modo, se refuerza el círculo de la pobreza y de la vulnerabilidad social".

Así detalla uno de los textos de Construir futuro con trabajo decente, un manual de formación

para docentes publicado por el Ministerio de Trabajo, el de Educación, el INET y la

Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Julieta es alumna de segundo año de la escuela media en Lules, Tucumán, y la abanderada de

su colegio. Retomó sus estudios después de haber dejado un año, porque no le alcanzaba el

dinero para viajar a clase. Ella relata: "Este año volví a la escuela porque mi papá me dijo que

él no me imagina a mí levantando frutillas bajo el sol, como él; que quiere que yo siga

estudiando. A mí me gustaría tener un título universitario o, al menos, ser maestra".

"Hoy en día, la estructura social es tan desigualitaria que, incluso estudiando lo mismo, la

misma herramienta va a facilitar oportunidades diferentes, según el grupo social al que cada

uno pertenezca -puntualiza Miranda-. Porque lo que todas las investigaciones demuestran es

que casi todos conseguimos trabajo a partir de nuestros conocidos o parientes, y esos

contactos también varían sustancialmente de acuerdo con el sector de procedencia".

La precariedad de los empleos

Según el informe de la Conferencia Internacional del Trabajo, la gran mayoría de los jóvenes

del mundo trabajan en la economía informal. El 93 por ciento de los nuevos puestos de trabajo

creados en África y casi todos los puestos creados en América Latina están fuera del mercado

laboral formal. En la Argentina, el empleo no registrado trepaba al 46,8 por ciento en el primer

semestre de 2005.

Chicos que no dejan de reponer latas en las góndolas; voces juveniles que dicen su nombre y

se ofrecen a escuchar con impostado interés y amabilidad, sin posibilidad de tomarse unos

minutos para ir al baño; motos que vuelan entre los autos. En el sector de los servicios, en las

ciudades, han crecido las variantes de empleos informales: supermercados, centros de

atención telefónica y servicios de entrega a domicilio (delivery) son algunas de las formas

argentinas de los trabajos precarios.

Pablo Molina Derteano, investigador del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos

Aires, entrevistó a once jóvenes de las zonas marginales de Quilmes. La mayoría de ellos se

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dedican a hacer delivery en motos que, a veces son provistas por sus empleadores; y otras, les

exigen a los mismos jóvenes que las provean. "El panorama de los locales en que trabajan

estos jóvenes es variado. Algunos de ellos corresponden a famosas casas de comida, otros a

restaurantes de la Ciudad de Buenos Aires, pero también a pequeños locales de barrio que no

cuentan con todas las habilitaciones. Las formas son bastante homogéneas: todos están en

negro. Solo uno cobra algo parecido a un sueldo; otro cobra cada quincena y el resto cobra por

día. Las condiciones de contratación son absolutamente informales, pactadas de palabra. No

existe ningún tipo de beneficio o derecho laboral. El trabajo de delivery posee, por legislación,

un seguro obligatorio bastante oneroso y ninguno lo tiene, ni para ellos ni para sus motos".

Los operadores de call centers, por ejemplo, han pasado de ser 6.000 en 2004, a casi 50.000 en

la actualidad. "La cotidianidad se te hace cada vez más pesada. Yo recuerdo que cuando esto

empezó a molestarme demasiado, la única manera en que podía describir cómo me sentía era

decir 'tengo el cerebro quemado'-señala uno de los testimonios incluidos en ¿Quién habla?, de

Ediciones Tinta Limón-. Es sentir que te taladran la cabeza, que cuando salís de ahí no servís

para nada, que estás tan agotada que no podés pensar con claridad y no tenés ganas de hacer

nada. Luego comencé a investigar y pude ver que se produce porque en un lapso determinado

el cerebro debe procesar la información que recibe -al mismo tiempo- de lo táctil, lo visual, lo

auditivo; todo contra reloj y bajo presión".

Mediadores generacionales

"Formar para el trabajo supone formar, sin duda, trabajadores calificados; pero la función de la

escuela secundaria no es solo esa -señala la directora del INET-. Los conocimientos técnicos

son solo un aspecto de lo que nos toca transmitir en cuanto a la conciencia de sus derechos

como trabajadores, a la desnaturalización de la precarización laboral como una realidad

inevitable, y a la reducción del trabajo informal. Abordar estas cuestiones es mucho más

complejo que enseñar a manejar un torno automático".

Justamente con el objetivo de promover la dignidad en el ámbito laboral, fue pensado el

proyecto Construyendo el futuro con trabajo decente: una serie de talleres y capacitaciones -

que incluyó la publicación del Manual para docentes, entre otros materiales- implementados

en las Escuelas técnicas. Próximamente se extenderá a todas las escuelas secundarias oficiales.

Los especialistas coinciden en la dificultad del sistema educativo para revertir el mapa laboral:

"Con el estrechamiento de las oportunidades laborales a la par de un crecimiento de la

proporción de la población que culmina la escuela media, se produce una notable paradoja: al

mismo tiempo que la escuela media aumenta su importancia para el acceso al trabajo, se torna

cada vez más insuficiente para asegurar a todos sus egresados la posiblidad de empleo en los

segmentos de calidad". Así afirman Daniel Filmus, Carina Kaplan, Ana Miranda y Mariana

Moragues en la investigación Cada vez más necesaria, cada vez más insuficiente. Y, según los

autores:

"La razón de este proceso está mucho más vinculado con el tipo de estructuración del mercado

de trabajo que con un 'exceso de oferta' por un crecimiento desmesurado de las matrículas en

el nivel medio". Aunque aumentan las inscripciones, la proporción de egresados de la escuela

media continúa siendo baja. Lo concreto es que la escuela ya no cumple con su función de

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favorecer un proceso de movilidad social. Se expande la educación formal pero no mejoran las

condiciones de vida de sus egresados.

Por el contrario, para los requerimientos -mínimos- de la actual oferta laboral, a los

estudiantes egresados del secundario les sobra capacitación:

"Así como en momentos de crecimiento económico y expansión del mercado de trabajo, la

educación desempeñó un papel de 'trampolín' que permitió que muchos ciudadanos

ascendieran a niveles sociales más altos, en momentos de crisis del mercado de trabajo y de

una tendencia general a la movilidad social descendente, la escuela se convierte en un

'paracaídas' que posibilita el descenso más lento de quienes concurren más años al sistema

educativo".

Para Almandoz, la extensión de la obligatoriedad del secundario es otro de los efectos

paradójicos de la educación: esa intención de ampliar a todos la base de los conocimientos

permitió, sin querer, subir el umbral de exigencia de la selectividad social. "Los sistemas

educativos tienen una tensión intrínseca entre sus mandatos de equidad y ciertas

concepciones segmentadoras y clasificadoras. Es necesario profundizar en esa parte que

rompe con lo establecido; potenciar lo que amplía los rasgos de libertad individual y social".

Históricamente, trabajo y educación fueron los espacios donde las experiencias se convertían

en mediadoras generacionales. Eran los medios que permitían a un joven o a un adolescente

llegar a convertirse en adulto y a una generación legitimarse ante otra. Según el profesor de

filosofía y docente de la Universidad de San Martín, Jorge Eduardo Fernández, ya en las

investigaciones que inició hace unos quince años se evidenciaba una ruptura entre el ciclo

medio y el universitario y el mundo del trabajo. Es imprescindible, en su visión, abordar una

reflexión profunda acerca de estas categorías en cuestión: "Pensaría en una educación que se

hiciera cargo de los núcleos creativos de la libertad, que permitiera a las personas hacer frente

a una acción creativa, incluso independiente del mundo del trabajo, entendiendo el trabajo no

solo como un medio de producción sino como un derecho. Es una contradicción plantear la

educación como una obligación y un derecho; y el trabajo, no".