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El poder de la palabra
Por: Doria Constanza Lizcano
Docente Escuela de Gramática
Ilustración:
Cortesía: www.delta.tudelft.nl/ archief/j37/n39/20481
Las palabras se someten a cada instante al filtro de nuestros pensamientos, pensamos, identificamos e
intuimos y buscamos racionalmente darle forma a nuestras ideas a través de la palabra.
Se habla permanentemente de todo tipo de poderes: del poder de la política, de la tecnología, del
armamento militar de tal o cual país. Incluso, se habla del poder de la prensa, a la que el estadista inglés
Edmund Burke definió, justamente, como el “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo
y judicial de las democracias occidentales. Y todavía se pude hablar de más poderes: el poder de la
espiritualidad, el poder de la imaginación humana –que no tiene límites- y hasta el poder de la
naturaleza.
Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos estos: el poder de la palabra. Todas las acciones
humanas, desde la articulación del pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc, están
entrelazados y sustentados en solo 28 signos que representan un alfabeto que, a su vez, es capaz de
representar en sonidos, absolutamente, toda la realidad humana, todo lo que le rodea, todo lo que lo
hace ser un ser pensante; el único ser que se da cuenta de que se da cuenta.
Lo primero que hacemos frente a la realidad desconocida es nombrarla, bautizarla, lo que ignoramos no
lo podemos nombrar. Aún así parafraseamos y asignamos palabras a lo nuevo y desconocido. Códigos y
jergas se inmiscuyen en nuestro lenguaje.
Todo aprendizaje comienza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas-o así lo hemos
creído- y termina con la revelación de la palabra, piedra angular donde se soporta todo el saber, y
desnuda nuestra ignorancia. Aún el silencio dice algo, pues trae consigo signos que revelan y expresan .
Es de esta forma que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre comunicamos,
incluso en estados de inconciencia, estamos atrapados por el poder del lenguaje. Por el poder de las
palabras que son la cristalización de los pensamientos.
Las palabras para el hombre oral eran poderosas, estas podían herir como flecha o lanza, se pensaba en
ellas como eventos, como en algo verídico que sucedía, se creía en dicho poder, simplemente porque las
palabras venían de hombres libres e impredecibles y tenían impreso ese potencial impredecible. Para
muchos después de Gutemberg las palabras reposaban pasivamente sobre hojas y páginas, esperando a
que alguien les diera vida y realidad.
Ese código compartido por cada humanidad lingüística es la que posibilita la comunicación. Las palabras
no viven fuera de nosotros, nosotros somos su mundo y ellas el nuestro.
Palabras y cultura
La conducta del hombre al hablar responde a ciertas necesidades de las apetencias humanas, es así que
la palabra soporta al ser humano en cuatro parámetros fundamentales:
Contribuye a que se conozca a sí mismo, a que encuentre placer, a que investigue su entorno y a que
pueda comunicarse con los demás.
Otros enfatizan en el papel preponderante de la palabra como trasmisor de cultura. Asignan al curso de
las culturas y civilizaciones la influencia del habla como llave que abre la puerta a todo nuestro legado.
La misma condición humana ha condicionado a través de las palabras, la manera como los hombres se
relacionan entre sí.
Y aunque para muchos, las palabras sean solo eso: palabras, la manera como se ordenan y se dicen,
también marca y determina la diferencia. Se atañe el poder de la palabra, no al código en sí, sino al
sentido, la carga y todos los aderezos que la acompañan al ser articuladas.
Independientemente de que sea justo o no, se nos juzga por la forma en que hablamos. “Saber Hablar”
se convierte en un recurso estratégico correlacionado con la riqueza, el prestigio, el poder y el
conocimiento.
Sin la palabra no seríamos nada. Parece obvio, pero con el desarrollo del lenguaje, allá en los tiempos
que separan a la historia del más remoto pasado, los seres humanos descubrieron el verdadero poder, el
que nos ha hecho la especie más poderosa –y más peligrosa- de este frágil planeta que compartimos con
cierta irresponsabilidad.
Es tan poderosa la palabra que en algunas culturas orientales y del medio oriente, se decía que ella
había sido entregada a los hombres por los dioses, y que era potestad de ellos. Los Sumerios aseguraban
que el Dios Marduk, el más importante del panteón antiguo en la Mesopotamia, se había compadecido
con esos seres que había inventado y que no podían comunicarse. Entonces les entregó la palabra, les
enseñó a hablar…
En el génesis, por ejemplo, tras la expulsión de Adán y de Eva del paraíso, Dios le quitó a los animales la
capacidad que tenían para comunicarse con los hombres. Porque hasta antes del pecado todas las
especies podían comunicarse. Sin olvidar que en castigo por querer construir una torre que alcanzara los
cielos, Dios castigó al hombre con la confusión de las lenguas. Y desde entonces intentamos
comunicarnos a través de una maraña de signos y símbolos que nos hacen, otra vez lo obvio, seres
humanos.
¡Quién no ha quedado fascinado y sorprendido con los gracejos de los culebreros paisas, que confunden
con ese manejo tan fascinante y castizo de la palabra, que nos obliga a comprar, como si fueran las
mejores gangas, aquellas baratijas innecesarias y aquellas chucherías de bolsillo que se deshacen al
primer momento.
La palabra lo es todo: es como un túnel o una máquina del tiempo, que nos permite reconstruir, con la
minuciosidad del relojero, y con la paciencia del artista; el pasado, el presente y el futuro.
El maltrato a la palabra
Sin duda alguna a diario atropellamos y somos atropellados por las palabras, esas mismas que vienen de
hombres libres e impredecibles, y que se presentan ante nosotros como realidad y verdad. Y aunque ya
no se dé ni la mitad del crédito del que gozaba antes, éstas nunca pueden pasar inadvertidas. No
dejarán de hacerlo aunque por años nos sigamos preguntando ¿Por qué seguimos utilizando mal la
palabra?
Siendo conscientes del daño que puede causar pronunciar una sola de ellas, acudimos a éstas de
manera instintiva como seres humanos, para construir o destruir. Pero lejos de esta afirmación
maniquea, este poder ostentado por siglos encarnado en hombres y mujeres que han hecho historia por
el rumbo que causaron sus palabras y actos no resulta en vano.
Algunos han preferido trascender en el mundo por la elocuencia, otros por la integridad en su uso, o en
su exagerada pulcritud al usarla.
También por traspasar los límites que la misma permite, haciendo un uso indiscriminado de este don. Y
aunque se exhiba como un trofeo, ¿quiénes ostentan el título de tratar peor su propia lengua? Esto más
que ser un escarnio, es una realidad inevitable.
Es indiscutible que la infinidad de recursos, estrategias y posibilidades que ofrece el uso de la palabra
exceden en demasía cualquier otra forma de expresión. Y lo que para unos es una simple
“representación gráfica de los sonidos” para otros sigue siendo el más importante elemento de
comunicación. Las palabras tienen primacía sobre otras formas de comunicación, las palabras escritas
parecen marcas superficiales sobre el papel en espera del sentido y realidad que adquieren cuando se
verbalizan.
Será por ello que frente a su importancia, la palabra sigue siendo impotentemente maltratada. Sigue
siendo esta hermosa herramienta propia de los seres humanos: con la que razonamos, trascendemos,
sentimos y destruimos. Esta que nos ha sido dada como una extensión más de nosotros mismos, la cual
nos permite comunicarnos y en muchas circunstancias utilizarla. Palabra, pensamiento y acción,
aspectos íntimamente ligados a nuestro ser. Pero ante todo palabra.