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SEAN MISERICORDIOSOS (Extraído del libro “Veo que eres Profeta” de María Oliva Gutiérrez M.) CON LA MARCA DE LA MISERICORDIA Siempre que se cierra el corazón a la Palabra amorosa de Dios surge el impedimento para que ésta transforme la vida.

Con la marca de la misericordia 1a. parte

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SEAN MISERICORDIOSOS(Extraído del libro “Veo que eres Profeta” de María Oliva Gutiérrez M.)

CON LA MARCA DE LA MISERICORDIASiempre que se cierra el corazón a la Palabra amorosa de Dios surge el impedimento para que ésta transforme la vida.

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Este comportamiento con frecuencia se asemeja a los campos donde cae la semilla pero no produce fruto (cf. Mt 13, 1-7 ) o a la desilusión de los discípulos de Emaús que se cierran y no comprenden bien las Escrituras (cf. Lc 24, 13-35), o como en el caso del maestro de la ley que cree saberlo todo y hasta recita de memoria la teoría del amor, pero luego la olvida y no la lleva a la práctica (cf. Lc 10, 25-37). Jesús invita a escuchar la Palabra para reconocerlo en la Eucaristía y en los hermanos más necesitados con quienes se ha de practicar la misericordia.

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La propuesta de Jesús debe tomarse en serio: vivir la Palabra sembrada y celebrada en el corazón, sin barreras, fundada sólo en la relación del amor a Dios y al prójimo, “como yo los he amado” (cf. Jn 13,34) hasta las últimas consecuencias: la Cruz. El nuevo mandamiento propuesto por Jesús derrumba toda barrera y coloca la dignidad de la persona por encima de todo, dando como resultado nuevas relaciones de fraternidad, de misericordia, de igualdad entre personas, razas, sexos, categorías sociales.

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Este amor nace de la experiencia, de la vida concreta, de la relación profunda que existe entre Jesús y su Padre. El discípulo de Jesús, está llamado a vivir el amor, que es misericordia, como una experiencia de fe que lo compromete a darse, entregarse, servir, porque de qué sirve la fe sin obras (cf. St 2,14), o como se dice comúnmente: “Obras son amores y no buenas razones”.Vivir esta experiencia de amor misericordioso, no es nada fácil, se necesita un corazón abierto, sensible al dolor del otro, y eso sólo se logra en una profunda intimidad con el Padre en la oración, la vida sacramental y el estudio asiduo de la Palabra de Dios.

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El compromiso consecuente con Jesús, es el de manifestar la fe en las obras, superando el problema que aqueja a nuestro tiempo de separar le fe y la vida, porque el mandamiento del amor es la respuesta concreta al seguimiento de Jesús, y es Él mismo quien enseña a amar con un corazón lleno de misericordia como el de su Padre.

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“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29)Para responder a esta pregunta Jesús utiliza una parábola donde deja claro que el prójimo es aquel que se aproxima, se acerca al dolor del otro para sentir su dolor. Pero para reconocer prójimo se debe primero conocer la necesidad del otro, ver, descubrir el sufrimiento de cualquier persona maltratada por la opresión y la injusticia.

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Frente al dolor y al sufrimiento, Jesús siempre tiene una actitud de misericordia y por eso enseña a través de esta parábola que la misericordia se puede practicar dando tres pasos, y llegar así, a ser prójimo del que sufre: Ver, es decir darse cuenta, descubrir las necesidades de los otros. Sentir. Apropiarse de la situación del otro y sentir su dolor. Actuar. Hacer algo para sacar al hermano de esa situación

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Jesús es la misericordia porque encarna el amor, se preocupa por las necesidades de los pobres, se conmueve ante el dolor y se transforma en ayuda eficaz.El camino de Jerusalén a Jericó, es el trayecto de la vida, es, a veces una brecha, un atajo o una carretera marcada por la necesidad de muchos que esperan a otros tantos samaritanos, por donde hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares pasan inadvertidos de los peligros que allí existen. Es el camino en donde se encuentran los caídos a quienes se debe reconocer como hermanos, personas anónimas que necesitan pasar condiciones de vida infrahumanas a condiciones más humanas.

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Misericordia sin condicionesLa narración de la parábola del Buen Samaritano está enmarcada en el último viaje de Jesús a Jerusalén, donde aprovecha para instruir a sus discípulos y enviarlos a la misión, precedida y seguida de textos relacionados con la oración (cf. Lc 10, 2-10. 38-42; 11, 1-4). Hay aquí ya una enseñanza, el discípulo de Jesús, para descubrir el amor de Dios y la realidad del prójimo que sufre, necesita una vida de oración, de contemplación. La oración a partir de la Palabra exige también un análisis de la realidad, una lectura creyente de los hechos, para poder asumir una verdadera actitud de misericordia.

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Jesús no vino a suprimir la Ley, con lo que está escrito, Él vino a darle plena realización El cumplimiento de la Palabra, la fe en Jesucristo, Palabra hecha carne, es lo que da vida y salvación (cf. Ga 2, 16 ss). Insiste en que por encima de las obligaciones debe existir una actitud de amor, de misericordia sin condiciones (cf Mc 3, 1-6).

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La exigencia de Jesús al maestro: “Haz eso y vivirás”, deja claro que es la vivencia de la Palabra, en favor de los pobres, lo que da vida eterna. Jesús, con su vida, cumple la Palabra y enseña cómo cumplirla: “Todo lo que hagan a uno de estos más pequeños, me lo están haciendo a mí” (cf. Mt 25). Los apóstoles aprendieron bien la lección, Juan, el discípulo de Jesús, insistirá a sus comunidades: “Quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a sus hermanos (prójimo) a quien ve es un mentiroso” (1 Jn 1,19). La actitud de amor de Jesús se entrelaza con el Antiguo Testamento, pero a su vez lo supera. Él no se limita a predicar un precepto de amor sino que lo cumple, porque es la práctica del amor a Dios y al prójimo lo que hace posible la vida en plenitud.

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La parábola comienza diciendo que un hombre, sin nombre, ni nacionalidad, ni religión, simplemente un hombre, cae en manos de los bandidos y lo despojan de todo, lo golpean y lo dejan “medio muerto” (Lc 10, 30), un hombre desgraciado que necesita ayuda. Este hombre cualquiera, ha sido golpeado, maltratado, humillado en su dignidad de persona. Un ser humano herido por un corazón egoísta, por un sistema que oprime, por el pecado de vivir sin Dios.

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Este representa el sufrimiento de todos los hombres y mujeres que Jesús conocía y por quienes sentía compasión: personas golpeadas por el hambre, al miseria, la enfermedad, la discriminación (leprosos), el abandono, la injusticia. Todos ellos fueron el objeto, el fin de su misericordia hasta las últimas consecuencias (cf. Jn 6, 1-12; Mc 7, 31; Lc 17, 11 ss; Mt 14, 35-36).

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El Cristo maltratadoLa catequesis profética llama a todos los hombres y mujeres a descubrir y reconocer en el mundo los rasgos sufrientes del rostro de Cristo, en el caído y golpeado. A mirar las situaciones que hacen sufrir a la humanidad y a cuestionar las causas generadoras de ese dolor.

A oír el grito ensordecedor del hermano oprimido y afligido.

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La sociedad actual se caracteriza por apreciar a las

personas por lo que poseen y producen. Quien no

produce, por ejemplo: el enfermo, el niño, el anciano, el

recluso, el desplazado, son olvidados y marginados.

Todo se reduce a la lógica del mercado (compra-venta).

Las personas son como números, o peor aún como rayas de un código de barras, sin rostro y sin historia, maltratados en su dignidad.

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Se respira un aire envenenado producido por el egoísmo, la codicia y la ganancia que está contaminando al mundo. Se maltrata el rostro de cristo en los niños, víctimas de la violencia ya desde el seno materno, por el abuso sexual, la pedofilia, el maltrato físico, el trabajo forzado para su temprana edad, el hambre, el abandono, la falta de educación, salud y recreación, la desnutrición. Se ven privados de su dignidad e inocencia.

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Se golpea a Cristo en los jóvenes flagelados por el consumo y comercio de la droga y el alcoholismo. Jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad: rechazados y marginados por falta de educación y trabajo. Golpeados por la promiscuidad: homosexualismo, prostitución, padeciendo ya sus efectos como el sida. Jóvenes obligados por las circunstancias a militar en las guerrillas, en el paramilitarismo, en las pandillas de delincuencia. En la mujer, que con frecuencia es víctima del machismo imperante en muchas sociedades, rechazada y marginada a nivel laboral e injustamente remunerada.

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Violentada en su dignidad como mujer y madre (esterilización), acosada y amenazada sexualmente (madres solteras), vista como un objeto, un pasatiempo, un producto comercial, un instrumento para satisfacer pasiones e instintos.

Se crucifica a Cristo en la familia que ve amenazada su unidad a causa del adulterio y la infidelidad de las parejas, el aumento de separaciones, la difusión del aborto, hombres que tienen más de dos familias, falta de autoridad moral de los padres hacia los hijos, hijos que por el abandono se refugian en la drogadicción.

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La angustia del desempleo o la injusta remuneración, la falta de vivienda apropiada. Sin olvidar que muchas de ellas viven con horror el drama del secuestro de alguno de sus miembros. En los campesinos, que deben abandonar sus parcelas por la violencia ocasionada por el comercio de la droga, por las fumigaciones que no sólo acaban con los cultivos ilícitos, sino con toda clase de cultivos y hasta con la tierra, por el abandono de los gobiernos que los han asumido en el atraso cultural que los hace víctimas de la explotación.

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Campesinos desplazados por la guerrilla y paramilitares y en muchos casos por los abusos a que los someten las fuerzas militares. Campesinos marginados en las grandes ciudades sumidos en la miseria y la desesperación.Se maltrata a Cristo en los ancianos porque ya no producen, considerados como objeto pasivo, más o menos molesto”.

En los reclusos hacinados en las cárceles viviendo sin dignidad. En las viudas y los huérfanos que lo han perdido todo, en los enfermos que no son atendidos en los hospitales por mala administración de los recursos económicos y en los discapacitados.

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En los desempleados y sub empleados, en el vendedor ambulante. En el pueblo por el abuso del poder y los fraudes cometidos por las malas administraciones que se apropian de los recursos para fines personales, olvidando que éstos son destinados al desarrollo cultural, educativo y social de la comunidad. Por la contaminación del medio ambiente: talas de bosques, polución, aguas contaminadas con deshechos tóxicos y por la voladura de oleoductos. También se maltrata al pueblo, cuando las leyes son hechas acomodadas a los intereses de unos pocos, cuando el desarrollo está en función de un partido político y no en la búsqueda sincera del bien común. Todos ellos son crímenes que golpean el sentimiento de honestidad de un pueblo.

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Estos sufrimientos brotan de la falta de respeto por los derechos y la dignidad de la persona humana que hacen de hombres y mujeres, personas golpeadas, maltratadas y abandonadas, medio muertas. Explotar la pobreza es un pecado que clama al cielo.Y, al lado de estos gritos, existe otro, tan angustioso como los anteriores, es el grito del silencio doloroso que padecen hombres y mujeres, que no se atreven a exteriorizar su situación, porque hay una imagen que cuidar ante la sociedad, o porque la liberación de su dolor es tan difícil como su misma situación, porque hay una imagen que cuidar ante la sociedad, o porque la liberación de su dolor es tan difícil como su misma situación.

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Y por eso sufren en silencio las más terribles vejaciones en su cuerpo o su espíritu. Estos silencios también son gritos que claman al cielo y reclaman la misericordia de la comunidad.La dura realidad que golpea sin piedad al mundo, al país, a la parroquia, a la familia, no es una casualidad, es producto de la manera de pensar, sentir y actuar de hombres y mujeres concretos.Vivimos una realidad causada por el desenfreno del poder, del dinero y de la fama, todo esto es parte del contenido de la catequesis profética y al mismo tiempo su gran desafío.

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Los gobiernos y las instituciones que lo representan, han olvidado que su fin es la búsqueda del bien común, provocando con este olvido grandes problemas sociales. Pero no sólo las instituciones, también los ambientes y dimensiones de la vida social, especialmente la economía en la que impera un sistema neoliberal que justifica modos de obrar que causan la marginación de los más débiles y pobres; en algunos casos, también la nueva cultura implantada por la tecnología de los medios de comunicación al servicio de los poderosos y no menos el silencio de los grupos religiosos y de Iglesia que son tolerantes ante estas situaciones.

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Parecería que todo es problema de los otros, pero no se puede olvidar que las instituciones, ambientes y grupos están formados por personas. Y es precisamente en el corazón de las personas de donde brotan los más bellos o malos sentimientos. Dios hizo al hombre y la mujer llenos de bondad, pero movidos por su ambición se alejan de su voluntad y se vuelven egoístas, codiciosos y soberbios. Es en este corazón egoísta donde crece la injusticia, el desenfreno del poder y de la fama.

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Pero en el fondo de toda esta situación de crueldad social subyace la confianza en el Resucitado.“La resurrección de Jesús es esperanza en primer lugar para los crucificados. Dios resucitó a un crucificado, y desde entonces hay esperanza para los crucificados de la historia. Éstos pueden ver en Jesús resucitado realmente al primogénito de entre los muertos, porque en verdad y no sólo intencionalmente lo reconocen como el hermano mayor. Por ello podrán tener el coraje de esperar su propia resurrección y podrán tener ánimo en la historia, lo cual supone un ‘milagro’ análogo a lo acaecido en la resurrección de Jesús.”

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La auténtica conversión mueve a la misericordia, porque hace tomar conciencia de que lo que se hace a los demás, especialmente a los pobres, lo hacemos con Cristo. La conversión favorece una vida nueva, donde no hay separación entre la fe y la vida.

La conversión, es una tarea que abarca toda la vida y que no dejará de estar constantemente amenazada por las tentaciones, pero no podemos olvidar que la vida cambia, cuando todos empezamos a tener actitudes nuevas, porque no es posible un cambio social con un corazón lleno de odio y egoísmo.

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Jesús enseña que la práctica de la misericordia no es cuestión de abrazos sin compromiso, es mucho más. Es un compromiso efectivo para transformar las situaciones y las relaciones equivocadas. Es superar las barreras de categorías sociales, sexo, raza, religión y toda clase de discriminación.

Es colocar en primer lugar la vida, la dignidad de la persona, es actuar con gratitud, tomar defensa del hambriento, del humillado, del marginado, denunciar a quienes los golpean y humillan.

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Practicar la misericordia es cargar con ternura a los que sufren, es convivir con el otro, caminar con él, visitar, entrar en las casas, escuchar, sentarse, compartir, animar, socorrer, cuestionar, así como lo hacía Jesús. No practicar la misericordia es un pecado que ofende a Dios.

Pero, practicar la misericordia es más que hacer cositas por los necesitados, porque algunas personas e instituciones hacen cosas por el que sufre tal vez por figurar, por alcanzar un reconocimiento y no por amor incondicional, por una actitud sincera de un corazón lleno de misericordia.

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La fe y la vida van juntas, por eso la fe debe ayudar a vivir mejor la vida humana. Todos los hombres y mujeres están llamados a no pasar indiferentes ante la realidad que los rodea, a unos por la fe les pide ser misericordiosos, a otros ser solidarios, en últimas solidaridad y misericordia están bajo el mismo manto del amor. Por eso, los que tienen han de sentirse responsables de los más débiles y compartir con ellos lo que poseen y así dar cumplimiento al destino universal de los bienes de la creación .

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No estamos diciendo cuánto tienen para compartir, esto es problema de todos, ricos y pobres, no hay excusa para decir no pudo, ni tengo.

Se trata de asumir actitudes que superen el miedo, el egoísmo, la indiferencia, el perder tiempo, el qué dirán , y especialmente la falta de compromiso, pues el cristianismo es la religión donde la fe y la vida van juntas, son inseparables.