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Armamento que portaban los buques de la Real Armada. Armamento.19- Dibujos e información de elaboración propia, excepto las fotos y parte de sus textos, que son del Museo Naval de Madrid. Agradecimiento especial a Luis Villoslada. Y a Antonio Luis Martínez Guanter, por la información sobre las Reales Ordenanzas.
Armamento | El cañón | Proceso de carga del cañón | Organización de los artilleros | En las baterías
El Cañón
La imágen corresponde a un cañón de a 36 libras. El cañón era el arma
básica de cualquier barco de guerra de la época. Los había de diferentes
calibres que íban desde los de 8 libras de los más pequeños, hasta las
36 libras de los más grandes. Se cargaban por la boca del cañón y en un
principio se aplicaba fuego mediante una mecha para disparar, siendo
sustituído a finales del XVIII por los tirafrictor o llaves de artillería, siendo
más seguros y rápidos. Una bala de cañón de 36 libras (más de 15 kilos)
podía abrir un boquete en los macizos costados de los navíos que podían
tener 60 centímetros de grosor. En España se fabricaban excelentes
piezas en la Real Fábrica de Cañones de La Cavada, en el término
municipal de Riotuerto. Podían ser servidos desde sólo 6 hombres en los
cañones de a 8 libras, hasta 12 o 14 artilleros en las piezas de calibres
más altos.
Las Reales Ordenanzas de 1793 indicaban lo siguiente en el artículo 3,
título quinto:
"Se considerará la fuerza del Equipage, y el calibre y tamaño de la
Artillería, para determinar el número de hombres de cada cañón,
computando de diez a doce para los de 36 y 24, nueve a once para
los de 18, siete a nueve para los de 12, cinco a siete para los de 8
y 6, y tres a cinco para los demás calibres menores".
Hay que tener en cuenta que de todos los hombres que servían cada
cañón había varios que estaban destinados a otras comisiones en
combate. Había un trozo (grupo) de abordaje, contra incendios, para
ayudar a las maniobras de los marineros (halar, bracear y demás), retirar
a los heridos o a los muertos, que eran sacados en pleno combate de las
dotaciones de los cañones según las necesidades. Por lo tanto de esos
14 hombres que manejan un sólo cañón de a 36 iban disminuyendo por
diferentes causas a lo largo de un combate, con la repercusión que esto
tenía en el disparo y manejo de la pieza. De ahí que los navíos fueran
con muchísima más tripulación en tiempo de guerra que lo normal
cuando se navegaba en tiempo de paz. Las ordenanzas en su artículo 23
del título primero dicen:
"Los ranchos podrán tener mas gente de la que se aplica al servicio
de un cañón, y aun deberán tenerla siempre, porque ha de
comprenderse en ellos para el uniforme servicio y disciplina a todos
los que se han de emplear en combate, tanto en la maniobra, como
en lampacería, pañoles, enfermería y otros destinos".
Los Artilleros de las brigadas de Artillería de Marina eran muy solicitados
y normalmente no había suficientes para dotar un navío con ellos. Por
eso los que había eran preferibles en las baterías:
"Si alcanzase para ello el número de Artilleros de Brigada, no
contados los que han de emplearse en pañoles, se destinará uno a
cada cañón, para que le gobierne como Cabo, y él de Mar se
colocará a su izquierda, para remplazarle si falta o es llamado a
otra atención". (Artículo 6).
Y también:
"El Condestable y Cabos de Artillería, ó bombardero que exerzan
de Cabos, se destinarán con la preferencia del siguiente orden
hasta donde alcance su número: primera, segunda, tercera batería,
pañol, alcázar, castillo". (Artículo 8).
Cuando faltaban artilleros de marina se disponía que:
"No alcanzando el número de Artilleros de Brigada al de cañones,
se destinará solo uno para los del alcázar, y otro para los del
castillo: y bastando los restantes para los de las baterías, se
señalará una a cada uno: y no alcanzando a esto, se confiará a
cada uno el cuidado y dirección de dos cañones, no su servicio
material de Cabo: y si resultase posible aplicar un Artillero por
cañón a una de las baterías, se preferirá la segunda, como de
menos interrumpible servicio en casos de mar y viento, y más a
propósito para el acierto de las punterías importantes". (art. 7)
Imagen superior: Puentes de artillería de un navío de línea de dos cubiertas de cañones. De arriba a abajo tenemos la cubierta del alcázar o castillo que solía portar cañones de 8 libras u obuses de varios calibres (normalmente de 24 o 30 libras), después la segunda batería que solía armar cañones de 18 libras; por último la primera batería con cañones de 24 o 36 libras.
El Obús.
La imágen corresponde a un obús de a 48 libras con cureña puesta
sobre corredera.
La imágen superior corresponde a un obús de a 24 libras y la inferior una
corredera para la cureña del obús. A diferencia de los franceses los
españoles sí buscaron y plantearon una buena alternativa a las
carronadas. Los obuses marinos proyectados por el comisario General
de Artillería Francisco Javier Rovira, eran piezas ligeras pensadas para
lanzar principalmente granadas con tiro directo y aumentar los fuegos
altos de los buques. La munición que podía emplearse en estos obuses
eran bombas y metralla, aunque por la dificultad técnica y manejo para el
lanzamiento de las primeras no se utilizaron, quedando prácticamente los
obuses para el disparo de metralla a corta distancia. Si se hubiera
conseguido un buen método para poder disparar bombas, con efectividad
y sin peligro, los obuses de Rovira hubieran llegado a ser unas armas
temibles, que hubieran dado una gran ventaja artillera a los buques
españoles.
> Obús de a 24 libras con sus aparejos y con cureña puesta sobre corredera. Gracias a la corredera la pieza podía moverse de forma lateral de manera muy parecida a las carronadas, dotando al obús de más margen de maniobra que una cureña convencional. Las correderas también fueron probadas con cañones recamarados.
En un principio fueron fundidos obúses de a 24 libras en 1791, tras las
pruebas hechas con carronadas. Se instalaban en el castillo o toldilla de
los navíos en cureña puesta sobre corredera principalmente, aunque en
sus inicios fueron montados también en cureñas de cañón. Se podían
llevar en grandes cantidades en estas partes altas de los navíos porque
eran de poco peso. Un obús de a 24 libras pesaba como un cañón de a 6
libras sólamente. En 1798 se publicó un Reglamento específico de
Obuses, donde se indicaban el número de estas piezas a montar, desde
los grandes navíos de línea hasta balandras y embarcaciones menores,
con diferentes calibres y número según el tipo de buque. Esta
reglamentación fue actualizada de nuevo en 1803. En la Real Armada
existían de los calibres de a 48, 36, 30, 24, 12, 8 y 4 libras, siendo estos
últimos utilizados a bordo de las lanchas en los desembarcos o cuando
ejercían de fuerza sutil en los apostaderos. Solían ser servidas por sólo 4
o 6 artilleros.
Arriba tenemos un obús montado sobre corredera antes de ser
disparado (a) y tras el disparo vemos como el obús ha retrocedido hacia
atrás (b). Lo malo de este sistema era que el retroceso era más violento
debido a la menor distancia que en una cureña normal. Lo bueno es que
era más cómodo su servicio.
Tal y como hemos dicho anteriormente la corredera tenía la ventaja de
poder maniobrar lateralmente con facilidad gracias a dos pequeñas
ruedas que incorporaba detrás, y sin necesidad de utilizar los pies de
cabra tal y como limitadamente se hacía con las cureñas convencionales.
Tirando de uno de los palanquines y dejando el otro sin tocar, se movía
la pieza lateralmente basculando gracias a un fuerte perno que iba unido
al costado del buque.
Tal y como se muestra en la imagen superior en la actualidad se pueden
ver a bordo de la fragata estadounidense USS Constitution carronadas
con cureñas montadas sobre correderas, tal y como debían estar los
obuses españoles montados. También lo podemos ver en la imagen
siguiente en una excelente maqueta del Santísima Trinidad, con su
cuarta batería armada de obuses de a 24 libras con este tipo de cureñas.
> Modelo y fotografía de Félix Moreno Sorli. Cortesía de Juan Carlos Mejías.
Diseño a dos vistas , horizontal y vertical, de cañones bomberos del calibre 68 inglés, de los cañones del calibre 32 inglés en la primera batería y de los cañones
del calibre 32 inglés en el alcázar y castillo, de la corbeta Villa de Bilbao; de los cañones del calibre 32 inglés del bergantín Volador, de los diferentes Tipos de munición y jarra de pólvora empleados en el servicio de cañón. Ferrol 30 de mayo de 1846 José Novoa y Vázquez. Imagen: Museo Naval de Madrid.
Pesos y medidas de los diferentes calibres de los obuses.
CalibreLongitud Peso Carga
Pies Pulgadas Metros Quintales Kg. Libras Kg.
48 6 3 1,92 28 1.288 4 1,81
36 5 8 1,76 24 1/4 1.104 3 1,36
30 5 4 1,64 20 1/4 920 2,8 1,27
24 4 11 1,25 16 1/4 736 2 0,90
Disposición de obúses en un navío de 74 cañones, según la reglamentación de 1798.
A continuación dos imágenes con la disposición de los obuses a bordo
de un 74 cañones y de un navío de tres puentes. Aunque esta
disposición por reglamento solía variar normalmente, en cuanto al
número de piezas y calibres, según la disponibilidad en arsenales de
tales piezas. Las carronadas, cuando eran ocasionalmente utilizadas
alguna vez, eran montadas en lugares similares a estos.
Disposición de obúses en un navío de tres puentes, según la reglamentación de 1798.
Carronada.
La imágen corresponde a una carronada de a 32 libras instalada en la
toldilla de un navío. La carronada era un tipo de cañón ideado por el
inglés Boyne y fundido en Carron (Escocia); no tenía muñón, siendo
sustituido por un robusto perno de hierro que atravesaba por el ojo de un
resalte de metal que tenía esta pieza en la parte inferior; en comparación
con los cañones normales era de fácil manejo, mayor calibre de los
proyectiles, menor riesgo a los sirvientes en combate, se podía hacer con
el un fuego más vivo y mejor dirigido; sin embargo, tenía menor alcance y
sufría mucho las cubiertas de los navíos con los disparos.
En España la Real Armada los probó por primera vez en 1785, a bordo
del navío Santa Ana, aunque su uso en los navíos de línea fue
normalmente de forma esporádica no era raro disponer de algunas si se
terciaba, seguramente provenientes de buques ingleses capturados, y
que al encontrarse depositados en los arsenales fueran del agrado de
algún comandante que ordenara montarlas a bordo de su buque. Por
ejemplo, en Trafalgar 4 de los 15 navíos españoles llevaban carronadas
de los calibres de a 32, 28 y 10 libras. Aunque era más frecuente su uso
en unidades más pequeñas, sobre todo en buques mercantes, corsarios
o pequeños buques de la Armada. Solían ser servidas por sólo 3 ó 4
artilleros.
De todos modos el uso de las carronadas en los navíos estaba
contemplado en las ordenanzas, en el artículo 34 del título V de las de
1793 se dice:
"Cuando hubiese carronadas en la segunda batería, ó en la
segunda y quarta, sus cartuchos se depositarán con separación de
caxa pero en un propio pañol, pues no cabe equivocarse al
solicitarlos y recibirlos".
Pedrero.
La imágen representa un pedrero de a 3 libras y su vista frontal.
El pedrero era un arma de bronce o hierro de pie y medio de longitud que
se cargaba por la culata con una pequeña bala de 3 libras, en este caso.
Iba montada en una horquilla giratoria e instalada en las bordas de los
buques o, principalmente, en los faluchos y botes. Se cargaba también
con metralla para batir el combés enemigo y obenques en los abordajes.
Era manejada por un sólo hombre.
El Mortero.
Está dividido en tres partes, el primer cuerpo o vientre, el segundo
cuerpo, y el tercer cuerpo o caña, finalizado en el brocal del mortero;
lleva dos asas y placa fundida con el vientre del mortero; en la parte
exterior tiene un receptáculo para la pólvora, llamado cazoleta, que en el
caso de este modelo representa un rostro; va fijo a una madera que
simula la cubierta de una bombarda o lancha bombardera donde iba
montado. Su utilización cayó en desuso a finales del siglo XVIII, tras la
aparición de los cañones bomberos (obuses). Foto y texto del Museo
Naval de Madrid.
Mover un cañón de a 24 o a 36 libras, los más grandes que portaba un
navío, no era cosa fácil. Los más grandes pesaban casi 4 toneladas,
incluídos los 900 kilos de la cureña, lo que hacía difícil y sobre todo muy
pesado, poder maniobrar estas moles de hierro para cargarlos o
limpiarlos. No era raro que en el movimiento en alta mar se destrincaran,
provocando un desastre si no se era capaz de detener el cañón, que
libremente, iba de una banda a otra convirtiéndose en un ariete de varias
toneladas, que aplastaba lo que se pusiera por delante. Para evitar esto
los cañones se trincaban de forma férrea cuando no eran utilizados.
Normalmente se trincaba el cañón abatiportado, esto es con la boca del
cañón encajada en la parte superior de la porta y trincado con sus
aparejos de tal forma que estaba perfectamente inmovilizado y no podía
desplazarse. Los artilleros montaban entonces sus mesas y asientos con
tablas entre el espacio que dejaban entre cada cañón para el rancho.
Aparejos del cañón.
1.- Braga o braguero. Fuerte cabo que era el que evitaba que el
cañón se desplazase en el retroceso.
2.- Palanquines. Cabos que utilizaban los sirvientes del cañón y
que mediante aparejos y motones ajustaban la pieza para colocarla
en batería tras el disparo o para moverlo.
3.- Este palanquín trasero era también utilizado para mover el
cañón, en este caso hacia atrás y que servía también para dejarlo
sujeto cuando este estuviera inactivo.
En la imagen superior tenemos al detalle los motones de los
palanquines. Gracias a estas piezas se podía ajustar sin problemas
la pieza de artillería.
Cuando el cañón no estaba en son de combate, y para evitar que los
cañones pudieran moverse a consecuencia de tempestades o por el
normal cabeceo del buque, estos eran trincados de manera que fueran
inmovilizados totalmente sin peligro para ningún tripulante. Había varias
formas de hacer esto, la más común era el cañón abatiportado y la otra
era abretonado, tal y como indicamos en las imagenes siguientes:
> Más información sobre la artillería de Marina.
> Sobre los cañones recamarados.
Pesos y medidas de los diferentes calibres de los cañones.
La libra española y la francesa eran sensiblemente de más peso que la
libra inglesa. Así una bala de a 36 libras francesas equivalía a 38,8 libras
inglesas. Una de 24 libras francesas era equivalente a 25,9 libras
inglesas y una de 18 a 19,4 libras inglesas. La libra francesa no difería
mucho de la libra española, aunque está última era un poco más ligera.
Cuando se empezó a estudiar en España el cambiar el pesado calibre de
a 36 libras por el de 30, sobre todo en los cañones recamarados y los
obuses de Rovira, se estaba intentando aligerar en algo el peso del
proyectil sin perder nada de potencia o poder destructivo para hacer más
manejables los cañones más pesados. El calibre de 30 libras español
equivalía prácticamente al 32 inglés. Con lo cual se tenía ya visto a este
calibre inglés como mucho más efectivo que el pesado 36 libras. Los
obuses del calibre 30 fueron ampliamente utilizados en la Armada.
CalibreLongitud Peso Carga
Pies Pulgadas Metros Libras Kg. Libras Kg.
36 9 6 2,92 6.554 2.972 12 5,44
24 9 6 2,92 5.000 2.268 8 3,62
18 9 - 2,74 4.240 1.923 6 2,72
18 largo 11 1 3,38 4.843 2.196 6 2,72
12 8 - 2,43 3.000 1.360 4 1,81
12 largo 10 6 3,23 3.710 1.682 4 1,81
8 7 - 2,13 2.150 975 3 1,36
8 largo 9 4 2,86 2.900 1.315 3 1,36
6 6 6 1,82 1.652 749 2 0,90
6 largo 8 6 2,62 2.087 946 2 0,90
> Arriba comparativa de tamaño de los diferentes tipos calibres de los cañones.
Proyectiles del cañón
Cada tipo de proyectil, ya sea bala rasa, metralla o palanqueta tenían
diferentes calibres para cada tipo de cañón. Los diferentes tipos de
proyectiles son empleados, según la táctica escogida:
La bala normal, para traspasar los cascos; eran simples masas esféricas
de hierro colado. Una bala de 36 libras y 15º de elevación podía alcanzar
los 3.326 metros; la de 24 libras 3.113 metros; la de 18 libras 3.028
metros; la de 12 libras 3.071 metros y la de 8 libras 3.100 metros. Estos
últimos con gran alcance eran utilizados como cañones de mira o de
caza. Aunque el alcance efectivo no pasaba de más de mil metros.
La palanqueta podía ser: a la española, con dos balas unidas por una
barra, a la francesa, dos medias balas unidas de la misma forma, y a la
inglesa, que consistía en una masa de hierro batido o colado compuesto
de dos pirámides hexagonales truncadas y de un prisma también
hexagonal, que las unía por sus bases menores. A finales de siglo la
Real Armada española adoptó este tipo de palanqueta a la inglesa, por
ser más efectiva. El alcance de la palanqueta era de un tercio del de la
bala. Por ello la experiencia hacía preferir la palanqueta a la bala en
distancias menores a 400 metros, pues producía mayores estragos al
arrancar grandes astillas a las maderas y poseía más probabilidad de
conseguir un desarbolo.
» Un cañón de finales del XVIII y principios del XIX
Realizado por Javier Yuste.
Pulse para ampliar la imágen en una nueva ventana.
La metralla se componía de conjuntos de balas pequeñas como las de
fusil, o trozos de hierro apilados y sujetos a un platillo por medio de un
saquillo de loneta. El saquillo de metralla para cañones de a 36 libras se
formaba con cinco tongas de a cinco balas de una libra y media cada
una. El alcance de la metralla era de dos tercios del de la bala. Churruca
recomendaba no tirar metralla a distancias superiores a 400 metros, por
espaciarse demasiado los proyectiles, sólo balas a partir de los 600
metros y con doble munición, palanqueta y metralla dentro del mismo
tiro, a tiro de pistola o tocapenoles. Esta última modalidad de disparo
representaba un evidente riesgo de que reventase el cañón, si no era
dosificada convenientemente la carga de pólvora. Los ingleses, no
obstante, acostumbraban a emplear dos balas en este caso.
El tiro con balas calentadas al rojo sobre un brasero, pero la maniobra es
rara debido a los riesgos de incendio.
Las granadas se cargaban de pólvora negra fina y se activaban en el
momento del disparo.
Con objeto de incendiar una embarcación en caso necesario, cada navío
estaba provisto de camisas de fuego, consistentes en unos telares de
forma cuadrangular sobre los que se adosaban saquetes de lienzo y lona
con pólvora en su interior y recubiertos de betún; para su empleo había
que unirlas con cadenotes al costado que se pretendía quemar, y ,
después de acuchillar el artilugio, se encendía la mecha. Los frascos de
fuego eran de vidrio delgado con forma de calabaza, rellenos de pólvora,
el tapón recubierto de cera y dotados de mecha; se arrojaban en la
cubierta del enemigo durante los abordajes, como si fueran granadas de
mano y con el mismo designio, provocar incendios.
[>> Para saber más sobre combate naval].
En el artículo de la Revista General de Marina titulado "Presencia de la
Marina en los combates del puente Sampayo" de Carlos Martínez-
Valverde hay un pasaje en el que una batería de dos cañones marinos
de a 24 libras son utilizados para su servicio en tierra contra los
franceses en 1809. El oficial del Ejército Ruibal está al mando de dichas
piezas. Para ver el modo de sentir y de actuar de la gente de mar de la
batería de a 24, tomemos la palabra de Ruibal:
“El fuego se generalizó —dice—. Los marineros de mi batería
introducían en los cañones, sobre la bala de a 24, una palanqueta
y, sobre ella, un saco de metralla. La pólvora que tenía que vencer
aquella carga monstruosa la despedía con detonaciones
espantosas. Los artilleros del Ejército temían reventaran las piezas,
pero los marineros decían que no aumentando la pólvora no hay
peligro. El piloto me dijo —sigue Ruibal—: Esté usted sin cuidado,
los cañones no revientan. En la guerra que tuvimos con los
ingleses sostuvimos muchos combates navales, y cuando nos
acercábamos al abordaje cargábamos siempre como usted ve, y
nunca reventó un cañón. Créame, no aumentando la carga de
pólvora, no hay cuidado; entre nosotros suele decirse: «pólvora,
poca, y metralla, hasta la boca». Si podemos matar de un
cañonazo diez enemigos, ¿por qué hemos de matar sólo cuatro?”.
Sigue Ruibal: “Era tan violento el estruendo de las dos piezas que
a cada disparo sentía un dolor intenso en los oídos. A mediodía yo
y mis tiradores estábamos casi sordos”.
Complementos del cañón
De izquierda a derecha vemos un cartucho de pólvora, un estuche
portacartuchos, el cuerno de pólvora del cabo de cañón para cebar el
oído de la pieza, el punzón que utilizaba para perforar el cartucho una
vez que se había introducido en el ánima y para la limpieza del ánima del
cañón los artilleros tenían uno o varios cubos o cubetas llenas de agua.
» Herramientas para el uso del cañón.
- Atacador
Era la herramienta que empujaba los cartuchos, bala y taco de estopa al
interior del ánima del cañón. Había otra versión flexible para su utilización
cuando por causa del mar o la imposibilidad de abrir la porta por
cualquier otra razón había que dejar el cañón cargado.
- Esponja
La esponja se mojaba con agua y refrescaba el ánima tras un disparo, lo
cual servía además para apagar los posibles rescoldos de pólvora que
eran un verdero peligro si no era bien limpiado el arma, ya que de no ser
así podía explotar cuando se metiera un nuevo cartucho de pólvora en el
interior.
- Cepillo
Para mantener el ánima del cañón bien limpia, tras la esponja se pasaba
el cepillo para retirar la suciedad acumulada tras el disparo.
- Rascador
Si había que sacar del ánima del cañón el taco, proyectil y pólvora que
por cualquier motivo no habían sido disparados, se utilizaba esta
herramienta.
- Espeque y pie de cabra
El pie de cabra era una fuerte barra de hierro que se utilizaba para poder
frenar el cañón cuando este retrocedía tras un disparo, para ponerlo de
nuevo en batería y para orientar el cañón cuando se iba a disparar
siguiendo las indicaciones del cabo de cañón. Los utilizaban dos
sirvientes, uno a cada lado del arma. Los espeques eran barras de
madera que se utilizaban para auxiliar en el movimiento.
- Botafuego
Antes de la invención de la llave de artillería se aplicaba la ignición del
cañón mediante este sistema de mecha encendida sobre un chifle de
madera. Era menos seguro porque se corría el riesgo de que se apagara
por diferentes causas y hacía más lento el disparo del cañón, con la
imprecisión y problemas que podía acarrear esto en pleno combate.
- Botafuego experimental
Es de llave de chispa con forma de pequeño fusil estilizado; empleado
para dar fuego, desde cierta distancia, a las piezas de artillería.
Posiblemente fue un artilugio experimental ideado en Cartagena por
Francisco Martínez hacia 1780, para sustituir el procedimiento de chifle y
mecha en vigor en todas las marinas de aquella época. La atribución
viene dada por la leyenda Martínez que lleva el botafuego en una chapa.
Foto y texto del Museo naval Madrid.
Diseño que manifiesta la máquina de dar fuego a todo cañón. Delineado de Benito Méndez. Imagen: Museo Naval de Madrid.
- Llave de fuego o de artillería
Constituida por una llave de chispa de fusil montada sobre un soporte de
madera, que se hacía firme a la pieza por medio de dos fajas de loneta.
Inicialmente se colocaba a la izquierda del oído para no variar la posición
de los sirvientes del cañón cuando se empleaba el chifle y la mecha,
porque el que tapaba el oído estaba siempre a la derecha, y el que daba
fuego al cañón, a la izquierda. Se atribuye su invento al capitán de navío
británico sir Charles Douglas que lo aplicó en el Duke, de 98 cañones,
cuando lo mandó de 1778 a 1781. Foto Museo Naval de Madrid.
Su uso en la Real Armada se produjo tras la desgraciada batalla de San
Vicente en 1797, en la que todos los buques británicos las llevaban y se
demostraba su superioridad al botafuego. Cosme Damián Churruca, fue
el encargado, a instancias de Mazarredo, de examinar algunas llaves de
artillería para poder introducirlas en la Real Armada y modernizarse en
este apartado. Churruca ideó una llave que parecía aventajarse a la que
utilizaban otras marinas extranjeras, por lo que fueron aceptadas y
aprobadas, comunicando por R.O. del 14 de abril de 1801 para que se
generalizase su uso en los buques de S.M. Sólo hasta finales de 1804
Grandallana no ordenó su construcción con prontitud y en cantidades
masivas, pero no dio tiempo a hacer tal cantidad de llaves necesarias
para armar tantos buques en tan poco tiempo y sólo pudieron prepararse
varios navíos con este tipo de llave.
Plano de la llave de cañón aprobada por S.M. para el uso de buques de su Real Armada. Ferrol 18 de agosto de 1804, Cosme de Churruca Joséph Posu Bermudez. Imagen del Museo Naval de Madrid.
El resto de la flota tuvo que llevar llaves de pistola o fusil montadas sobre
tacos de madera, como se muestra en la fotografía. A pesar de ello
Churruca señaló que durante la batalla de Finisterre, que aún con estas
llaves sustitutivas eran preferibles a tener que disparar mediante el
botafuego.
> Llave de artillería montada sobre taco de madera. Foto del Museo Naval de
Madrid.
> Llave de artillería de finales del siglo XVIII, que iba adosado a la culata del cañón
mediante un acople de madera, o ya posteriormente, al propio cañón que tenía el resalte ya hecho de fábrica. Foto Museo Naval de Madrid.
Cómo se disparaba con llave de artillería.
A continuación explicamos gráficamente los pasos que se seguían para
disparar mediante llave de artillería.
> El cabo de cañón, con el cuerno de pólvora cebaba el oído del cañón.
> Listo para disparar se apuntaba la pieza, mientras el personal se retiraba para no estorbar en el disparo.
> Tras la orden de fuego el cabo de cañón, a distancia prudencial para evitar el violento retroceso del cañón, tiraba de la delgada driza, que accionaba el mecanismo de disparo de la llave, produciendo el sílex de la misma ignición en la pólvora del oído del cañón y
comunicando así el fuego a la pólvora del ánima del mismo, que expulsaría al exterior el proyectil. En el artículo sobre los cañones recamarados puede leer más sobre las llaves
de artillería.Cómo se disparaba un cañón
El disparo de un cañón implicaba un número fijo de pasos que los
artilleros debían ejecutar de manera casi mecánica para poder hacer una
regular cadencia de tiro. Cada uno de estos pasos era importante, por lo
que no podían saltarse sin riesgo de explosión del cañón o de cartuchos
debido a la imprudencia o mal manejo. De ahí la importancia del ejercicio
de carga y disparo del cañón de forma regular por las tripulaciones.
Un cañón de 24 libras o de 36, los más grandes y pesados que portaba
un navío, eran manejados cada uno por entre 8 y 14 hombres,
dependiendo si se disparaba por una banda o las dos a la vez. La
dotación de un cañón manejaba dos cañones. El de estribor y su espejo
de babor. Normalmente se disparaba por una sóla banda, pero en caso
de tener que disparar por las dos se dividían los hombres y se ayudaban
entre ellos para cargar los dos cañones.
"El señalamiento y destino para el servicio de la artillería será solo
respectivo a los cañones de una banda". (art. 5, título quinto de las
ordenanzas).
En las siguientes páginas profundizaremos en esto.
> Imagen de la sección de un navío de 74 cañones. Observese la limitada altura de los entrepuentes. En la batería superior tenemos un cañón dispuesto en retirada. En la batería baja un cañón abatiportado.
En el momento del combate, eran imprescindibles tinas de agua en
cubierta con algunos lampazos mojados, para apagar cualquier posible
fuego. Ademas de tener listos los pertrechos con los que se tenían que
servir cada una de las piezas, tenían que tener siempre los llamados
pertrechos de respeto o recambio, cureñas, ruedas, ligaduras, cuchillos,
martillos.., todo ello repartido en tres puestos: La Santa Bárbara, el palo
mayor y el trinquete, para poder acceder a ellos desde cualquier lugar del
buque en un momento de necesidad. Los cajones de cartuchos de fusil,
eran distribuidos también, así como los barriles de granadas y una
mechera llena de mechas.
En algunas ocasiones, ante el mal tiempo en la mar, las tripulaciones de
los buques se veían obligadas a arrojar parte de su artillería al agua. La
artillería que solía arrojarse al agua, era la que iba situada en la cámara
baja, la de encima y debajo del alcázar, la del combés y las de encima y
debajo del castillo de proa.
La utilización de las armas y artillería a bordo de los buques, tenía que
ser considerada en función de varios factores:
Si se apuntaba para dar en la proa o popa, tenían que tener en
cuenta el andar de uno y otro navío.
Si tenían que tirar a desarbolar, debían apuntar a los dos tercios de
los palos a la altura de la cofa, que era donde se producían los
mayores estragos.
Si la intención era echar a pique el buque contrario, la puntería
tenía que hacerse de forma que la bala diese en la medianía del
casco.
Si querían disparar al horizonte, los cañones de la primera batería
tendrían que apuntar a la primera del enemigo; los de la segunda a
la segunda; los del alcázar y castillo, al alcázar y castillo contrarios.
Atender además al movimiento del navío era imprescindible para disparar
con puntería en la mar. Como pauta general, para acertar en la mar hay
que dar a la pieza alguna elevación mas de la correspondiente, para que
poco mas o menos a la mitad de la caída del balanceo del buque, esté la
puntería en el objeto que se desea batir.
Los cañones situados por barlovento tenían de por si suficiente
elevación, por lo que se les daba fuego en el momento del balance o
caída. Una vez disparado un cañón, se arriaba la porta mientras se volvía
a cargar, y una vez cargado se abría de nuevo poniendo el cañón en
batería.
Otros factores importantes que había que considerar también además del
movimiento del buque, era el hecho de que los tiros efectuados de mar a
tierra, son más cortos que los que se hacen de tierra al mar. Con lluvia,
también los tiros son de menos alcance que cuando hay nieblas o el
tiempo está nublado. Del mismo modo que los que se hacen de noche,
no son tan largos como los que se hacen de día, siendo a su vez de día
de mas alcance cuando el sol esta más elevado sobre el horizonte.
» Paso a paso.
Se introducía primeramente un cartucho de pólvora hasta el fondo del
ánima, mediante un atacador.
Tras el cartucho de pólvora le seguía el proyectil, (bala rasa, palanqueta
o metralla), y se taponaba con un taco de estopa, que evitaba que se
deslizase el conjunto y así se quedara el proyectil junto con la pólvora en
el fondo de la recámara.
El cabo de cañón agujereaba el cartucho de pólvora mediante un fino
punzón que introducía por el oído del cañón.
Se cebaba entonces el oído con pólvora rápida proporcionada por el
cuerno que llevaba el cabo de cañón.
Si no se disponía de llave de artillería se aplicaba el fuego mediante
mecha, con el botafuego. Con la llave el disparo era efectuado tirando de
una pequeña driza, que hacía saltar el mecanismo y mediante un sílex de
este se producía una fuerte chispa, que encendía la pólvora rápida del
oído del cañón y producía a su vez la ignición del cartucho. Este segundo
método era el más utilizado desde finales del XVIII, quedando el
botafuego como método de reserva por si fallaba la llave.
Esto provocaba la ignición de la carga de pólvora y empujaba con gran
violencia al proyectil al exterior, arrojando a su vez el taco desintegrado y
pavesas ardiendo.
Con la esponja, previamente mojada en agua, se refrescaba el interior
del ánima y se apagaban los posibles rescoldos encendidos que hubiera
en el interior de la recámara. Este refresco había que hacerlo a fondo
cada pocos tiros, pues el cañón podía llegar a ponerse al rojo vivo y
llegar a explotar, deformarse por el calor o sufrir alguna fisura. Los
cañones españoles fundidos en la Cavada tenían la ventaja de avisar
antes de explotar porque se desquebrajaban cuando estaban a punto de
estallar, lo cual daba tiempo al menos de alejarse.
Con el cepillo se retiraban los restos y se limpiaba el ánima, quedándo el
cañón listo para repetir el proceso de carga.
Las ordenanzas de 1793 prescribían que:
"La enseñanza del manejo del cañon ha de empezarse
encomendando la de cada uno á un Artillero de Brigada para la
explîcación particular de las obligaciones de cada puesto, esto és,
del cabo, del primero, del segundo, del tercero y demas sirvientes
de derecha é izquierda, como se trinca y destrinca el cañon, se
asegura dentro y se saca á bateria, se embica, se eleva y se ronza,
como se colocan, toman y sirven los útiles y municiones, por quien
y en que forma se vá a buscar las que faltan, particularmente el
cartucho para la carga sucesiva, y las precauciones en el uso de la
mecha: todo con arreglo al Título de Exercicios del Tratado del
Real Cuerpo de Artillería."
Cada grupo de 8 a 14 hombres que formaban parte del manejo de un
cañón (y su espejo de la otra banda) se agrupaban en torno a un
rancho. Cada uno de ellos tenía un cometido específico en la carga,
manejo y disparo de un cañón. Siendo los movimientos continuamente
ensayados para conseguir realizarlos en el menor tiempo posible y de la
forma más segura en combate.
En cada cañón había un responsable absoluto al que los demás hombres
debían obedecer al punto, que era el cabo de cañón, normalmente un
artillero de marina o un artillero de preferencia, hombres con experiencia
que sabían el oficio perfectamente y que tenían por misión, además de
coordinar todos los pasos de carga y limpieza, cebar el oído del cañón,
apuntar y disparar mediante el aplique de botafuego o tirar de la driza de
la llave de artillería en su caso. Luego estaban los demás artilleros,
formados por hombres de esta clase, marineros y grumetes, que se
ocupaban de las herramientas variadas de limpieza, refresco y carga del
cañón, también se ocupaban de tirar de los palanquines para, con la
ayuda de otros hombres que portaban espeques, poner el cañón en
batería tras la carga, listo para disparar, por último un paje (que no eran
en muchas ocasiones más que niños de 11 años) o joven grumete que
se dedicaba en exclusiva a correr a la Santa Bárbara a por cartuchos de
pólvora y transportarlos al cañón o cañones asignados.
Muchos hombres que debían saber no sólo su función determinada, sino
donde situarse para no estorbar a la gente de su pieza y las aledañas.
Hay que recordar que en combate podían juntarse en una sóla batería
más de 200 hombres haciéndo todos complicados movimientos, con
muchas herramientas distintas, con poca luz, pendientes del balanceo
del barco, el retroceso de su cañón y el de los demás, el humo, el
agotamiento... No era extraño, por tanto, las fracturas de miembros por
atropello o golpe debido a descuídos.
A continuación podemos observar, de forma resumida, los diferentes
pasos que había que realizar para disparar un cañón de a 36 libras:
Tras recibir el cartucho del paje (a la izquierda de la imágen), un artillero
se encarga de introducirlo en el ánima, otro el proyectil elegido, mientras
a un lado del cañón se situa otro artillero con un atacador listo para
introducir un taco de estopa y empujar todo con su herramienta al interior
del ánima.
» Vista superior de la carga del cañón.
Dos artilleros (nº 3 y 4) se ocupan de la carga del cartucho, proyectil y
taco mientras el resto de artilleros se prepara a ambos lados de los
palanquines, dispuestos a tirar para entrar el cañón en batería.
Este supuesto sirve cuando sólo se dispara por una banda y todos los
artilleros disponibles manejan un sólo cañón. En el caso de que hubiera
que disparar a dos bandas al mismo tiempo los artilleros se reparten
equitativamente en las dos piezas. En este caso el segundo jefe de pieza
(nº2) hará las veces de cabo de cañón en la pieza espejo.
Tras la carga del cañón y aprovechando el balanceo del navío, se mete
la pieza en batería. Para ello se utilizan los pies de cabra, mientras otros
artilleros tiran de los palanquines de los costados del cañón. Es una tarea
muy pesada y la que más desgastaba a los sirvientes, ya que había que
mover una mole de casi 4 toneladas. Repetir en combate esto una y otra
vez suponía un tremendo esfuerzo. Mientras, el paje de la pólvora ha ido
velozmente a por más cartuchos.
» Vista superior del cañón en batería.
A la orden del cabo de cañón (nº 1) se tiran con fuerza de los
palanquines. Al tiempo que cuatro artilleros ayudan en la tarea
empujando con los pies de cabra y frenando el cañón para evitar que
recule durante el proceso.
Como indicábamos anteriormente el elevado peso del cañón hacía que
cualquier movimiento fuese un suplicio, aun así, el cabo de cañón
ordenaba a los hombres que se situaban a los costados del cañón
con pies de cabra y espeques, moverlo de izquierda a derecha para
dejarlo situado en la dirección indicada. Otro hombre, siempre bajo las
indicaciones del cabo de cañón, manejaba la cuña de elevación, que se
encontraba bajo la culata del cañón. Si metía más la cuña en ánima
apuntaba más alto (a la arboladura), si la sacaba apuntaba entonces al
casco o cerca de la lumbre del agua.
» Vista superior del cañón mientras es movido para dejarlo en la posición deseada.
Si el cabo de cañón (nº1) cree necesario girar la pieza a la derecha o a la
izquierda todos los artilleros se colocarán en el palanquín conveniente y
tirarán de él, permaneciendo el palanquín contrario sin tocarse. Los
sirvientes de los espeques ayudan en la maniobra.
Una vez colocado el cañón en la posición deseada, los hombres se
retiraban a un lado o hacia atrás, para evitar que tras el disparo el
retroceso los hiriese. El cabo de cañón entonces, tras hacer un agujero
en el cartucho a través del oído del ánima mediante un punzón, se hacía
a un lado y acercaba el chifle con la mecha para iniciar el disparo. Si el
cañón tenía llave de artillería el cabo de cañón no tenía que acercarse
tanto, ya que una larga driza le permitía disparar sin riesgo.
Los hombres destinados al freno de la pieza se van situando en sus
puestos listos para intervenir. Tras la orden de disparo del oficial jefe de
la batería se dispara el cañón, que de forma instantánea, tras el disparo,
recula hacia atrás violentamente, mientras la batería se llena de humo y
pavesas.
Inmediatamente varios artilleros frenan el cañón interponiendo sus pies
de cabra en las ruedas delanteras. Si hay más artilleros (que en ese
momento no están ocupados con el cañón espejo de la otra banda)
también frenan las traseras, al tiempo que otros sirvientes se ocupan de
tirar con fuerza los palanquines para asegurar el cañón.
Los artilleros encargados de las herramientas de esponja y cepillo
refrescan, apagan los rescoldos de la recámara que pudieran
permanecer encendidos y retiran los restos para iniciar de nuevo la carga
del cañón. El paje de la pólvora llega con nuevos cartuchos, que ha
transportado en sendos portacartuchos de madera. Debido al evidente
riesgo de explosión no era conveniente almacenar en las cercanías del
cañón muchos cartuchos de pólvora, por lo que el paje debía estar al
tanto de los cartuchos que se iban gastando para ir a por más.
Como se ha visto el disparo de un cañón era algo engorroso y no se
hacía en un minuto. Unos artilleros entrenados podían limpiar, cargar y
disparar en tres o cuatro minutos un cañón de a 24 y 36 libras. Menos de
ese tiempo implicaba que los artilleros debían trabajar más a destajo,
dejándolos exhaustos y empeorando mucho más los siguientes tiempos
de carga. La leyenda de que una dotación británica era capaz de tener
un cañón cargado en un minuto es difícil de creer, pero en el hipotético
caso de que así fuera es imposible de mantener ese nivel durante un
combate naval, en el que se podía llegar a estar más de 4 horas
luchando. Como es lógico al principio de un combate este tiempo de
carga y disparo era corto, pero tras varias horas el esfuerzo pasaba
factura y este se dilataría de forma proporcional al cansancio, heridas de
los hombres o la falta de alguno de ellos.