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1 Hacia una ética de la Inspección educativa ADELA CORTINA Catedrática de ética de la Universidad de Valencia Muchas gracias a los organizadores de este Congreso por pensar en mí para estar esta tarde con todos ustedes; en principio especialmente a Eduardo Soler que es el que se tomó la molestia de coger el teléfono y mandar los correos electrónicos que todos sabemos que es muy pesado y ahora a Agustín Chozas por la tarea de presentarme, que también siempre lleva un tiempo. Lo ha hecho demasiado bien y uno siempre queda un poco mal cuando lo han presentado tan estupendamente. Para mí es un gusto por una parte, porque creo en la educación y, por otra parte, porque paso la mitad de mi vida en América Latina, es decir, que aquí me encuentro absolutamente en casa. Creo que me voy a nacionalizar en alguno de sus países porque me paso la vida recorriendo América Latina, hasta el punto que recuerdo que en una ocasión me presentaron en el avión que iba a Estados Unidos un papelito en el que había que poner de qué raza era uno, cosa que no me ha pasado nunca más pero… qué raza era la mía: raza blanca, raza negra, raza hispana… Y no lo dudé: raza hispana. Es que me pareció elemental. Por lo cual, aquí estoy totalmente en casa y me encuentro a gustísimo y, como he dicho antes, creo en la educación. Y quería empezar con aquellas palabras de Kant en sus Tratados de pedagogía que, como saben, son dos, y en uno de ellos hace una afirmación que a mí me parece extraordinaria: "Sólo por la educación el hombre llega a serlo" Es la educación le hace ser hombre, realmente, por la educación llega a ser persona. Como diría Ortega, "El tigre no puede destigrarse pero el hombre puede deshumanizarse". Y ser persona es algo que sólo se consigue a través de la educación: sólo a través de la educación se llega a ser persona. Cada uno de nosotros es lo que la educación le hace ser. Por eso me parece que el problema más importante de cualquier país, el tema número uno, es siempre el de la educación, porque es el presente y es el futuro de cualquiera de nuestros países. Y decía Kant en aquel Tratado de pedagogía que he citado, que la educación, junto con el gobierno, es el problema más difícil que tienen los países. Y es el problema más difícil porque tenemos que pensar si educamos a los niños para el tiempo presente o para un tiempo futuro mejor; si hay que educarles para que se acomoden a lo que hay, para que se conformen con lo que tenemos, o si conviene más educarles para un futuro mejor. Y él proponía, y yo les propongo esta tarde, que eduquemos para un futuro mejor tratando de sacar lo que hay de mejor de los niños, esa especie de semilla de cosmopolitismo que está en todos nosotros, tratando de potenciar esa ciudadanía mundial, esa ciudadanía cosmopolita que está en germen y que creo que deberíamos de llevar al máximo. Ésa es la

Adela cor

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Hacia una ética de la Inspección educativa

ADELA CORTINA Catedrática de ética de la Universidad de Valencia

Muchas gracias a los organizadores de este Congreso por pensar en mí para estar esta tarde

con todos ustedes; en principio especialmente a Eduardo Soler que es el que se tomó la molestia de

coger el teléfono y mandar los correos electrónicos que todos sabemos que es muy pesado y ahora a

Agustín Chozas por la tarea de presentarme, que también siempre lleva un tiempo. Lo ha hecho

demasiado bien y uno siempre queda un poco mal cuando lo han presentado tan estupendamente.

Para mí es un gusto por una parte, porque creo en la educación y, por otra parte, porque paso la

mitad de mi vida en América Latina, es decir, que aquí me encuentro absolutamente en casa. Creo que

me voy a nacionalizar en alguno de sus países porque me paso la vida recorriendo América Latina,

hasta el punto que recuerdo que en una ocasión me presentaron en el avión que iba a Estados Unidos

un papelito en el que había que poner de qué raza era uno, cosa que no me ha pasado nunca más

pero… qué raza era la mía: raza blanca, raza negra, raza hispana… Y no lo dudé: raza hispana. Es que

me pareció elemental. Por lo cual, aquí estoy totalmente en casa y me encuentro a gustísimo y, como

he dicho antes, creo en la educación.

Y quería empezar con aquellas palabras de Kant en sus Tratados de pedagogía que, como

saben, son dos, y en uno de ellos hace una afirmación que a mí me parece extraordinaria: "Sólo por la

educación el hombre llega a serlo" Es la educación le hace ser hombre, realmente, por la educación

llega a ser persona. Como diría Ortega, "El tigre no puede destigrarse pero el hombre puede

deshumanizarse". Y ser persona es algo que sólo se consigue a través de la educación: sólo a través

de la educación se llega a ser persona. Cada uno de nosotros es lo que la educación le hace ser.

Por eso me parece que el problema más importante de cualquier país, el tema número uno, es

siempre el de la educación, porque es el presente y es el futuro de cualquiera de nuestros países. Y

decía Kant en aquel Tratado de pedagogía que he citado, que la educación, junto con el gobierno, es el

problema más difícil que tienen los países. Y es el problema más difícil porque tenemos que pensar si

educamos a los niños para el tiempo presente o para un tiempo futuro mejor; si hay que educarles para

que se acomoden a lo que hay, para que se conformen con lo que tenemos, o si conviene más

educarles para un futuro mejor. Y él proponía, y yo les propongo esta tarde, que eduquemos para un

futuro mejor tratando de sacar lo que hay de mejor de los niños, esa especie de semilla de

cosmopolitismo que está en todos nosotros, tratando de potenciar esa ciudadanía mundial, esa

ciudadanía cosmopolita que está en germen y que creo que deberíamos de llevar al máximo. Ésa es la

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tarea de la educación y en esa tarea concurren muy distintos agentes, entre ellos los inspectores o

supervisores. Yo no voy a distinguir entre Inspección y Supervisión porque si no nos tiraríamos aquí no

sé cuánto rato hablando y aclarando y ustedes me entienden porque son ustedes suficientemente

inteligentes como para darse cuenta de que estoy hablando de las dos cosas a la vez

La tarea de la Inspección es fundamental en el campo educativo y el campo educativo es

fundamental para un país y para la formación de las personas. Y para ello la Inspección, como cualquier

otro tipo de saber o como cualquier otro tipo de actividad, tiene que intentar ser ética, tiene que intentar

llevar adelante su tarea con ética. Voy a hacer una exposición muy sencilla en la que trataré de explicar

qué creo que es eso de la ética y qué es eso de la ética aplicada a la Inspección educativa o a la

Supervisión educativa.

¿Qué es eso de la ética? De vez en cuando los periodistas preguntan o dicen "los valores

morales y éticos" y lo dicen con énfasis porque así parece que han dejado la cosa muy clavada y clara.

Ustedes saben que ética y moral es lo mismo desde un punto de vista etimológico. ¿Qué quiere decir la

ética? La palabra ética viene de la palabra griega ethos que quiere decir carácter y como saben y como

decían los filósofos griegos, y tenían razón, todas las personas nacemos con un pathos, con un

temperamento, que no hemos elegido pero que por repetición de actos lo acabamos adquiriendo. Todos

nosotros adquirimos un carácter por repetición de actos, por repetición de decisiones. No tenemos más

remedio que forjarnos un carácter pues somos inevitablemente morales. Nos tenemos que forjar un

carácter y decían los clásicos, y creo que tenían razón, que lo más inteligente es forjarse un buen

carácter. Y un buen carácter quiere decir el que nos conduzca a la justicia y que nos conduzca a la

felicidad. Si la ética tiene que tener dos caras son justamente la justicia y la felicidad. Y lo más

inteligente que puede hacerse una persona es forjarse un buen carácter que le lleve a una existencia

feliz y, además, a una existencia justa.

Creo que la ética trata de esa forja del carácter y que es la asignatura más importante para

cualquier ser humano, la de forjarse un buen carácter. Y no sólo las personas, sino también las

profesiones y también las instituciones; porque de la misma manera que las personas nos vamos

forjando día a día un buen o un mal carácter, de tal manera que si tomamos decisiones justas

acabamos creando una predisposición a la justicia y si tomamos decisiones imprudentes acabamos

generando una predisposición a la imprudencia. Lo mismo que ocurre con las personas ocurre también

con las organizaciones y ocurre también con las profesiones. El mundo de las profesiones es un mundo

fundamental desde hace mucho tiempo pero especialmente hoy en día. Si las profesiones se

remoralizaran por dentro, la de maestro, la de inspector, la de profesor, la de médico, la de abogado, si

las profesiones se remoralizaran por dentro, si asumieran un buen carácter, la verdad es que la

Humanidad cambiaría radicalmente. Por eso, cuando estamos hablando de ética de la Inspección,

tendríamos que hablar de alguna manera del carácter de la Inspección, del carácter de esa profesión a

la que llamamos inspección o supervisión y de eso es de lo que voy a hablar.

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Cuando se habla de la ética de una profesión o de una persona, se suele pensar en ambos

términos, en el término ética en el sentido que he dicho y en el término moral, en esa pareja que a todo

el mundo le gusta tanto en el sentido que decía Ortega. A todo el mundo le gusta pensar en la palabra

moral, en ese par de palabras moral - inmoral, porque a todo el mundo le encanta decir que los demás

son inmorales y que uno siempre es radicalmente moral; los demás cometen inmoralidades

verdaderamente espantosas y uno siempre está en el terreno de lo moralmente correcto. Sin embargo,

decía Ortega que más interesante que hablar de moral o inmoral es hablar del par "estar alto de moral”

o “estar desmoralizado", porque a nadie le gusta estar bajo de moral, a nadie le gusta estar

desmoralizado.

Cuando se está desmoralizado se está al borde de la depresión, no se tienen ganas de salir a la

calle, de levantarse por la mañana, de enfrentar los retos vitales porque todo se hace extremadamente

difícil. Sin embargo a todo el mundo le gusta estar alto de moral, a todo el mundo le gusta enfrentar los

retos vitales con altura humana y enfrentarlos bien. Yo me dedico a la Ética desde un punto de vista

filosófico, claro está, sobre todo porque pienso que es importante que las sociedades estén altas de

moral y, sobre todo, porque creo que es importante que las personas, las profesiones y las instituciones

tengan un buen carácter que conduzca a la justicia y a la felicidad porque si no es así, me parece que

no estamos progresando por mucho que avancemos técnicamente.

El progreso más importante para las personas y para los pueblos es el progreso moral, es

decir, el progreso en justicia y el progreso en felicidad y para eso es necesario que los pueblos estén

altos de moral. Cuando una profesión está alta de moral puede emprender todos los retos que se le

presentan y a la Inspección son muchos, ustedes lo saben bien. Están dispuestos a pensar qué es lo

que se hace con los alumnos, cómo se les organiza, cómo se les sitúa en los colegios, cómo hablo de

nuevo con el director que no está funcionando como se esperaba, que hacemos con el padre que…,

qué hacemos con el niño que era problemático, qué hacemos con… Cuando se está alto de moral, uno

se enfrenta a todos esos problemas y tiene ganas de resolverlos y de resolverlos bien. Como saben, se

pueden resolver de muchas maneras. Como decía aquel premio Nobel de economía, de una manera

bastante asombrosa: "La manera de acabar con la pobreza es acabar con los pobres" y es verdad, es

una manera de acabar con la pobreza, pero no parece que sea la mejor manera de acabar con la

pobreza. Entonces para resolver los problemas con altura humana hay que estar altos de moral y las

profesiones tienen que estar altas de moral y no estar desmoralizadas.

En una profesión como es el caso de la Inspección ocurre que, como en casi todas hoy en día, el

profesional siempre trabaja en una organización, el profesional siempre trabaja en una institución, lo

cual quiere decir que la ética de la profesión está muy ligada a la ética de la Administración en este

caso, a la ética de la función pública, porque nadie trabaja por su cuenta y riesgo, sino que estamos

todos insertos en una organización o en una institución. Ésa es una de las razones por las que, como ha

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dicho Agustín Chozas, yo soy directora de una fundación de Ética de los negocios porque creemos, los

de este grupo, que es importante que las empresas están altas de moral y creemos que para que los

empresarios sean gentes medianamente decentes, hace falta que la empresa en su conjunto funcione

moralmente. Como ha dicho antes el representante de la Fundación Comillas, cuando se habla de

responsabilidad moral corporativa, o la empresa en su conjunto tiene un clima ético o las personas que

trabajan en la empresa se van a encontrar con muchas dificultades si quieren ser moralmente correctos,

moralmente normales. Y me refiero a eso porque, en el tema de la Inspección como en tantas otras

profesiones, nadie trabaja por su cuenta sino que trabajamos, como he dicho, en organizaciones o en

instituciones que también tienen que estar altas de moral para que el inspector no tenga que ser un

héroe para ser normalmente moral. Por eso se dice desde los años noventa y yo creo que tiene razón

Peter Drucker, que el siglo XX y el siglo XXI es el siglo de las organizaciones y de las instituciones

porque si las organizaciones y las instituciones no tienen un clima ético, por mucho que el inspector

quiera ser un Superman de la moralidad, va a tener que ser un auténtico héroe para conseguirlo. Esto

se puede afirmar también cuando uno trabaja en la universidad, en el instituto, que ha de conseguir que

tanto la ética de la profesión como la ética de la organización confluyan para que se genere un auténtico

clima ético. Y eso a veces va a pedir que se hagan tareas de crítica, de sugerencia, de propuesta dentro

de la organización para que dentro de ella exista también un clima ético.

Dicho esto, que no es sino una introducción, pasaríamos ahora a comentar ¿qué es la

Inspección?, ¿en qué consiste la función de supervisión? Yo hablaré muy brevemente, porque en el

programa hay una conferencia última en la que se va a comentar la historia y se va a hablar de los retos

del futuro.

Muy brevemente; como saben ustedes, se institucionaliza la Inspección educativa con el

afianzamiento del estado liberal en los siglos XVIII y XIX. Durante toda la historia de la Humanidad ha

habido Inspecciones educativas, pero como institución o institucionalizadas dentro del Estado aparece

en los siglos XVIII y XIX cuando se afianza el Estado liberal y entonces la institución de la inspección

educativa forma parte del Estado, forma parte de las instituciones del Estado, como una institución más,

como una función más, como una función pública que dependerá de la Administración pública o de la

Educación, según sean los casos o según sean los distintos lugares. Con lo cual queda ya

institucionalizada y se puede ya caracterizar de alguna manera, como ya ha escrito algún inspector,

como una instancia de la Administración formada por agentes especializados y encargados del control,

la evaluación y el asesoramiento de todo el entramado del sistema educativo.

¿En qué consistiría la ética de la Inspección? Para responder a esta pregunta les ofrezco que

ustedes después piensen sobre ello cuanto quieran, pero yo querría darles la plantilla de lo que es una

ética de una actividad profesional y cómo, a mi juicio, podría esa plantilla ser rellenada en el caso de la

Inspección educativa. Para eso echo mano del trabajo de un autor norteamericano cuyas propuestas yo

no comparto, pero sí la caracterización que hace de lo que es una actividad, que yo he tomado para

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caracterizar las actividades profesionales. El autor el McIntayer, toma el concepto de "práctica" de

Aristóteles, de la idea de Aristóteles de praxis, y lo aplica a la Sociología en el siguiente sentido y yo

hago mi traslación: una actividad profesional, en este caso la de la inspección, sería un actividad social,

cooperativa, en la que trabajan y colaboran distintos agentes, todos ellos tienen que cooperar para que

las cuestiones salgan bien, es una actividad social cooperativa en la que trabajan conjuntamente

distintos agentes que pretenden con ello alcanzar el bien interno de la actividad. Esto del bien interno de

la actividad es que, como ustedes recordarán, Aristóteles distinguía entre praxis y poiesis. Y entendía

que praxis es aquella actividad que se caracteriza por tener un bien interno, un fin interno a la misma

que es el que le da el sentido. Decía Aristóteles desde el libro primero de la Ética a Nicómaco: "todas

las actividades tienden siempre a un fin, todas las actividades tienden siempre a un bien". Y la actividad

se caracteriza por el bien al que tiende, que es el que le da un sentido, que es el que le da una

dirección. McIntayer toma la idea de Aristóteles y dice: cualquier actividad social tiene que tener un bien

interno, tiene que tener un fin, una meta, que es el que le da sentido, el que le da la dirección, y yo

añadiría, es el que le da legitimidad social. A fin de cuentas las actividades profesionales tienen que

estar legitimadas por la sociedad, y el bien interno es el que le da legitimidad social.

Para alcanzar ese bien interno es necesario encarnar ese conjunto de valores, todas las

actividades van acompañadas de valores: no hay nada en el mundo, ninguna actividad en el mundo que

no encarne valores, positivos o negativos. Se pueden encarnar valores de justicia o de injusticia, de

magnanimidad o de cicatería, de prudencia o de imprudencia, pero no hay ninguna actividad humana

que no encarne valores, ninguna está más allá del bien y del mal morales. Todas ellas encarnan unos

valores. Para alcanzar el bien interno hay que encarnar unos valores y, además, hay que desarrollar

unas virtudes. La palabra virtud, la pobre, está muy poquito de moda, eso de la virtud en principio suena

mal, a la gente le gusta bastante más ser viciosa que ser virtuosa, y de hecho mi comprobación es que

muy poquita gente pone a su hija el nombre Virtudes, en algún tiempo se llevaba mucho pero ahora a

casi nadie le llaman Virtudes. Una vez encontré a una señora que me dijo le he puesto ese nombre a mi

hija, bueno pues ya tenemos la excepción, se pone muy poco el nombre de Virtudes. Como saben

ustedes, la palabra virtud en griego se decía arete, que quiere decir excelencia. El virtuoso es el

excelente, el que quiere ser excelente en algo; el excelente que es el contrario del negligente. El

negligente es aquel que cubre el mínimo indispensable para no incurrir en la ilegalidad. El excelente es

el que quiere hacerlo lo mejor posible, precisamente, en nuestro caso, porque quiere alcanzar el bien

interno, porque le interesa el fin, porque le interesa la meta y por eso le interesa desarrollar sus

competencias y por eso le interesa ser excelente.

Decía McIntayer que para alcanzar ese bien hace falta desarrollar unas virtudes que son

distintas en cada actividad, y a mí me parece que tiene razón y creo que la ética de una profesión

consiste, en primer lugar, averiguar cuál es el bien interno de esa profesión y en tratar de determinar

qué valores hay que encarnar para alcanzar ese bien y qué virtudes es necesario desarrollar por parte

de los agentes que trabajan en el seno de esa profesión.

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Evidentemente tienen que hacerlo dentro del marco de unos principios éticos porque a lo largo

de la Historia, la educación ha ido cambiando, ha ido evolucionando, y no son los mismos los principios

educativos de la Edad Media que los del siglo XXI. Puede que de alguna manera difusa el bien interno

sea el mismo, pero el marco ha cambiado enormemente y es necesario en cada época conocer el

marco de principios con los que se quiere alcanzar el bien interno y cuáles deben de ser y es necesario

conocer quiénes son los agentes que han a trabajar, quiénes son las instituciones implicadas y qué

modelos quieren conseguirse. Creo que estos son los rasgos de una actividad profesional y vamos a ver

ahora cómo se aplicaría esto en el caso de la inspección educativa.

En primer lugar, ¿cuál sería el bien interno? Nos hemos preguntado durante mucho tiempo cuál

es la identidad de la Inspección. Llevo tres décadas preguntándome cuál es la identidad de la

Inspección, la identidad de la Supervisión, creo que todos estamos preguntándonos cuál es la identidad

de la enseñanza universitaria, la identidad de… todos nos preguntamos por nuestra identidad, pero es

que hay que hacerlo porque si no, no sabemos cuál es la meta de la profesión que estamos

desarrollando y si uno no sabe cuál es la meta, tampoco se puede entusiasmar demasiado por algo que

acabamos no sabiendo demasiado qué es, y que cuando te preguntan, "bueno y ¿a qué te dedicas?",

no sabemos tampoco explicar muy bien a qué se está dedicando.

El saber cuál es el bien interno de la profesión es fundamental porque es lo que distingue a unas

profesiones de otras. Y decía McIntayer en su trabajo Tras la virtud, que con todas las profesiones se

consiguen unos bienes externos que son iguales y que ellas, por lo que distinguen, es por los bienes

internos. Y lo que voy a decir ahora: es verdaderamente desmovilizador; los bienes externos que dice

McIntayer que se consiguen con todas las actividades profesionales serían tales como el prestigio, el

dinero y el poder. Naturalmente si les digo ahora que no hay que buscar para nada los bienes externos,

se me borran todos los presentes porque evidentemente todo el mundo necesita un cierto dinero, todo

el mundo necesita un cierto reconocimiento y todo el mundo necesita un cierto poder.

Aunque decían los viejos anarquistas que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe

absolutamente, como saben todos ustedes, hay que reconocer que tener un cierto poder es importante,

siempre que ese poder en nuestros casos se ponga al servicio de otros y que sirva para empoderarles.

Esa palabra que se ha puesto otra vez sobre el tapete desde que la ha vuelto a utilizar el premio Nobel

de economía Amartya Sen con su teoría de las capacidades cuando habla del "empowerment", el

empoderamiento de las personas. Nos pasamos no sé cuánto rato diciendo "empowerment" hasta que

se nos ocurrió ir al diccionario de la Real Academia donde viene "empoderamiento", con lo cual, usemos

"empoderamiento" porque es una palabra normal y corriente. "Empoderamiento" no es lo mismo que

apoderar a otro, simplemente "empoderamiento" es tratar de dar poder a otro para tratar de que él haga

su vida. No ponerse en su lugar, no tomar por él las decisiones, no sustituirle, sino darle poder a otro

para que pueda él hacer y organizar su propia vida.

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Creo que la tarea educativa tiene que ver con el "empoderamiento", con tratar de dar poder a las

personas para que puedan hacer su propia vida y, en este sentido, creo que es preciso tener un cierto

poder para servir a otros y para dárselo a otros.

Es necesario tener un cierto prestigio porque todos necesitamos reconocimiento, qué duda cabe.

Y una persona necesita autoestima y el inspector necesita reconocimiento y necesita reconocimiento

social y no sólo el que le viene por ser el inspector, que lleva a que todo el mundo se ponga en orden

porque tiene que estar todo el centro aterrado porque llega el inspector, sino que tiene que tener el

reconocimiento de que viene el inspector que es alguien que viene a controlar, pero viene a ayudar,

viene a facilitar y viene a orientar.

Cuando un inspector no solamente hace su tarea de control, que tiene que hacerla y ahora

vamos a comentarlo, por supuesto, sino también la tarea de tratar de orientar a las gentes en su trabajo,

tratar de ayudarles con técnicas y con una tarea de liderazgo. Al fin y al cabo, el inspector de alguna

manera tendría que ser un líder que ayudara y asesorara para que las gentes pudieran llevar a cabo

mejor su tarea educativa, con lo cual la comunidad escolar lo vería como un facilitador, como alguien

que viene a colaborar, no como alguien que viene burocráticamente a decir que si el aula tiene

veinticinco metros y no tiene treinta metros os vamos a cerrar el centro y entonces todo el mundo mira

al inspector con verdadero horror. Efectivamente es necesario un cierto reconocimiento y el

reconocimiento viene de que los demás se den cuenta de la tarea que se está haciendo. Alguno de mis

amigos inspectores, como es el caso de Eduardo Soler Fiérrez, que ha escrito muchos libros sobre el

tema y muy valiosos, dicen que hay que conocer la historia de la Inspección y creo que hay que hacerlo.

Hay que contar a veces las historias de lo que se ha conseguido, lo que se ha hecho y lo que se ha

logrado porque si no, la gente no lo sabe y no lo saben los mismos de la profesión. Hay que comunicar

por qué una profesión ha sido verdaderamente de ayuda para la educación, que es una tarea tan

importante. Si no se cuenta, si la gente no tiene noticia de ello, a fin de cuentas se acaba pensando que

el inspector es alguien que a lo que viene es a controlarnos, a prohibirnos y a cerrarnos el colegio si hay

problemas.

Es necesario un cierto poder, es necesario un cierto reconocimiento. Desgraciadamente en

nuestros países el reconocimiento tiene bastante que ver con el dinero. Una profesión que está mal

pagada suele estar poco reconocida socialmente, esto es así y eso quiere decir que las profesiones

deberían de tener un buen reconocimiento, también un buen reconocimiento económico, porque la

gente tiene que vivir. Pero siendo así, y siendo todo esto obvio, lo que no se puede es estar en una

profesión sólo por los bienes externos y no por el bien interno. Cuando alguien cambia el bien interno de

la profesión por los bienes externos, entonces es cuando, en mi opinión, una profesión se ha

corrompido. Al fin y al cabo lo que le da sentido y legitimidad social es el bien interno que se quiere

proporcionar y para ello es necesario el recurso económico, es necesario la carrera profesional, es

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necesario el poder y es necesario el prestigio, pero si olvidamos el bien interno y lo cambiamos

totalmente por el bien externo entonces la profesión se corrompe.

McIntayer ponía un ejemplo que a mí me parece muy bonito que es el de un niño que no quiere

aprender a jugar al ajedrez, sus padres quieren que aprenda a jugar y entonces le dicen que cada vez

que juegue le darán caramelos. Y el niño empieza a jugar por los caramelos y McIntayer dice: si no hay

un momento en que no le coge gusto al juego entonces siempre jugará por los caramelos y en cuanto

pueda hará trampa. A mí aquella imagen me pareció muy buena para cualquiera de las profesiones

porque aunque, evidentemente todo el mundo busca los bienes externos, los bienes internos son los

que dan legitimidad y cuando a alguien no le gusta el propio bien interno acaba haciendo trampa.

¿Cuál es el bien interno de la profesión inspectora? Creo que la estamos diciendo, es la de

controlar, por supuesto. Hay que controlar porque si tiene sentido que haya inspección y supervisión, es

para conseguir que sean protegidos los derechos educativos de toda la comunidad que pueda estar en

edad escolar y eso es clave y hay que asumirlo como es.

Una sociedad necesita que los derechos educativos estén cubiertos y bien cubiertos. Y esto

desde la Declaración de 1948 de los Derechos Humanos es algo que deberíamos tener como una

exigencia de justicia a nivel mundial. En ese libro que decía antes, Ética mínima, yo me refería a esos

mínimos de justicia por debajo de los cuales no se puede caer sin caer en inhumanidad. Y es una

exigencia mínima de justicia que todos los niños tengan una educación y que la tengan de calidad. Y

que la tengan los adultos que están en situaciones especiales y que la tengan de verdad. Esos

derechos educativos tienen que estar cubiertos y el Estado tiene la obligación de conseguir que estén

protegidos y estén bien cubiertos, y ahí la tarea de la Inspección es clave. El sentido de la justicia, lo

diré luego, me parece que es un sentido que tiene que tener todo inspector. Creo que es una de las

excelencias del carácter, creo que es una de las virtudes que tiene que tener el inspector, que tiene que

poseer un enorme sentido de la justicia. Y tratar de ver en los casos concretos que todos los casos

iguales sean tratados de modo igual, de tal manera que no se introduzcan los privilegios, las

excepciones y todas estas prebendas que en ocasiones acechan.

En primer lugar, control; un control que es necesario para que se cubran los derechos

educativos. Y por esa razón, lo importante no es las tareas de control, de no sé qué, lo importante es

para qué se tiene esa tarea y para qué se ejerce esa tarea. Pues porque el derecho educativo tiene que

ser protegido y bien protegido como un derecho básico de los de segunda generación de cualquier país

que pertenece a los mínimos de justicia de cualquier Estado social de derecho.

La tarea también es la de supervisar, evaluar… Evaluar en el sistema educativo a distintos

niveles, evaluar el funcionamiento de ese sistema educativo, evaluar el funcionamiento de las leyes y

sus efectos: su rendimiento y su rentabilidad. La tarea de asesorar, que en los centros educativos

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cuando se hace bien se agradece tanto. Cuando el director, los maestros, los profesores reciben un

buen asesoramiento de un inspector que viene a ayudarles de una manera pionera para impulsarlos a

trabajar hacia adelante, la tarea del buen consejo y la tarea de orientación, de abrir nuevos caminos.

Creo que todos esos bienes los tiene que ofrecer la inspección educativa, relacionándose con

los distintos grupos que serán los directores, los profesores de los centros, los alumnos, los padres…

Allí es donde viene el problema: que el grupo con el que hay que trabajar es un grupo muy

amplio y aquí la actividad será la de los inspectores, hemos dicho que será una actividad social

cooperativa en la que trabajan distintos agentes y los primeros agentes tienen que ser los inspectores;

pero los inspectores tienen que trabajar con los maestros, con los alumnos, con los padres y con las

comunidades locales e, incluso, con la Administración de la que dependan. El trabajo no se hace en

solitario, sino que el trabajo tiene que ser un trabajo cooperativo.

Los bienes internos que ofrece la inspección educativa creo que son los que hemos comentado,

aunque ustedes podrían ampliarlos mucho más.

¿Cuáles son las virtudes que es necesario desarrollar?, ¿cuáles son las virtudes que tiene que

tener un inspector o una inspectora que quiera serlo en el pleno sentido de la palabra?

La primera tiene que ser la competencia. Es necesario ser competente, es necesario,

evidentemente, conocer la legislación, es necesario conocer técnicas educativas y técnicas de

inspección. La competencia es fundamental en todas nuestras profesiones. Y un inspector, o un

supervisor, tiene que ser fundamentalmente alguien muy competente. Pero decía Aristóteles que lo

mismo de bien domina el arte de hacer los venenos el que los utiliza para matar como el que los utiliza

para sanar: el primero es un asesino, el segundo es un médico.

El buen profesional es no sólo aquél que tiene muchas competencias y domina muchas técnicas,

que por supuesto las tiene que dominar, sino que es el que las utiliza para conseguir el bien de esa

actividad cooperativa que es la actividad de la inspección, que es la de proteger los derechos, orientar,

etcétera. La competencia por la competencia, la técnica por la técnica son auténtico papel mojado y

palabras vacías, si no van dirigidas a una buena meta. Es necesario conocer la meta, saber para qué se

quieren aplicar las técnicas, dónde se quiere llegar con ellas. A mí me parece muy bien que todos los

niños del mundo tengan ordenadores siempre que sepan qué hacer con ellos.

Alcanzar las metas es fundamental, saber para qué quiere uno aplicar una técnica es

indispensable y por eso la competencia es una de las virtudes, pero otra de las virtudes es, por

supuesto, la voluntad de alcanzar la meta. El ejemplo que a mí me gusta mucho en estos casos, es el

ejemplo que ponía Aristóteles del arquero: no sé si saben que Aristóteles cuando hablaba de la moral

decía que en la moral hay que entrenarse, hay que entrenarse en el carácter, igual que un arquero se

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entrena todos los días porque es necesario practicar para alcanzar la meta. Y es necesario entrenarse

porque no todas las situaciones son iguales, porque desde aquí no podemos dar una normativa que

fijamos para todos los centros, para todos los niños y lo aplicamos de una manera indiscriminada. Es

que no hay dos centros iguales, es que no hay dos niños iguales, es que no hay dos profesores iguales.

Y es necesario en el contexto concreto aplicar las técnicas y aplicar la legislación. Y ahí es donde hay

que tener una sensibilidad para lo contextual que es muy difícil poseer, lo que llamaríamos una

sensibilidad hermenéutica, es decir, interpretativa. Hay que saber interpretar la ley al aplicarla a cada

caso porque la única manera de no ser injusto es entender en el caso concreto qué le ocurre a este

niño y a esta familia y a este maestro y a este centro porque no son todos iguales, si no sería todo

maravilloso y se haría una reglamentación en una pizarra y todo el mundo ya no tiene más que

aplicarla. Pero el burocratismo es mentira como todo el mundo sabemos, el burocratismo es falso. Y hay

que entrenarse para saber de qué está hecho el arco, de qué está hecha la cuerda, cómo es la flecha, y

en el caso concreto, por dónde sopla el viento y por dónde nos sopla.

Hay que entrenarse para querer alcanzar la meta, tratar de alcanzar la meta y ser competente

porque conozco cuál es el material del arco y conozco cómo sopla el viento, claro que lo conozco, pero

luego, en el caso concreto, es necesario tener voluntad de acertar, es decir, voluntad de alcanzar la

meta. Y haberse entrenado cada día a tomar buenas decisiones, decisiones justas, decisiones

prudentes, decisiones oportunas. La siguiente virtud del inspector creo que es, por favor, entiendan

siempre inspector - inspectora, obviamente, me refiero a personas, el sentido de la justicia.

Creo que es fundamental tener un sentido de la justicia afinadísimo para tratar de ver en los

casos concretos cómo se sirve mejor, cómo se protege mejor al derecho en este caso, cómo se evita la

excepción en el sentido de la prebenda o del privilegio, cómo está tratando igual el caso igual. En ese

sentido, en el libro Ética de la razón cordial, yo desarrollaba también la idea de que es fundamental no

solamente la racionalidad y la inteligencia, sino el sentimiento de injusticia porque como decía una

autora que a mí me gusta mucho: "Quien no tiene el sentimiento de la indignación tampoco puede tener

sentido de la justicia." Y cuando uno tiene sentimiento de la indignación y sentido de la justicia,

descubre un universo entero de injusticias que no se descubrirían si no se tuviera ese sentimiento. Los

sentimientos abren un mundo y el que tiene el sentido de la justicia se da cuenta en el caso concreto de

quiénes están siendo injustamente tratados, qué derecho no está siendo protegido, qué derecho no está

siendo verdaderamente refrendado.

Junto al sentido de la justicia, el de la prudencia. La prudencia es la virtud por antonomasia de

los clásicos, es la virtud de la que habla Platón, de la que habla Aristóteles, porque como ustedes

saben, la prudencia es la virtud del justo medio, la que sabe situarse entre el exceso y el defecto. La

prudencia es fundamental en las situaciones concretas para saber, en un caso verdaderamente difícil,

cómo se ajusta entre el exceso y el defecto para que salga el bien mejor posible.

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La sensibilidad en los contextos creo que ya la he mencionado y una virtud que me parece

fundamental. Desde luego, la equidad estaría absolutamente ligada a la justicia, la equidad creo que es

una virtud fundamental del inspector: si no hay sentido de la equidad tampoco hay posibilidad de tratar

igual casos iguales.

El sentido de la creatividad. Como aquí nadie somos norteamericanos… a los norteamericanos,

a los que admiro profundamente, porque después de tanto Ku Klux Klan, por fin el primer presidente

negro de los Estados Unidos que ha sido un motivo de alegría inmenso; que por fin las cosas se

normalicen en el sentido de las razas y que no haya estas divisiones de razas, en ese sentido es

maravilloso, pues creo que este año nos hemos alegrado todos muchísimo, pero los norteamericanos

cuando entran en el tema de la ética les encantan los dilemas éticos. Les interesa la Ética cuando hay

dilemas éticos. En la Inspección nos encontramos con dilemas de esos angustiosos de resolver, y

entonces la Inspección tiene que hacerles frente, ¿qué hacer? Esa situación en la que se le dice al

niño ¿a quién quieres más a papá o a mamá? Y el niño se queda absolutamente angustiado, no sabe

qué decir, y la verdad es que no es que el niño es tonto, es que el tonto es el adulto que le ha hecho la

pregunta, porque a nadie se le ocurre preguntarle a un niño semejante tontería. La verdad es que en la

vida, afortunadamente, muy pocas veces hay dilemas, lo que hay es problemas. Y los problemas hay

que resolverlos con creatividad para intentar que quede dañada la menor gente posible. Hay un dilema

muy bonito que no sé si lo conocen ustedes… Está usted en el Rijksmuseum de Ámsterdam, está

ardiendo el museo y sólo tiene oportunidad de salvar un ser: puede salvar a un cuadro de Rembrandt o

a un gato. ¿Qué haría usted? La persona interpelada se queda verdaderamente angustiada: un cuadro

de Rembrandt, eso es una belleza; un gato, es un ser vivo ¿Qué salvamos, al cuadro o al gato? Si

quieren luego hacemos una prueba. Yo se lo pregunté a mis alumnos, empecé a oír que decían por allí

el gato, el gato. Y digo, ¿salvaríais al gato? Y dijo uno, ¿tú sabes lo que debe de pesar un Rembrandt?

Me dejó ya absolutamente sin respuesta; aquél había hecho rápidamente su cálculo y había dicho el

gato porque un Rembrandt debe de pesar una barbaridad.

Afortunadamente los dilemas son pocos, lo que suele abundar son problemas. Y en los

problemas, lo seres humanos lo que hemos de hacer es agudizar mucho la creatividad para encontrar

una solución en la que queden dañados los menos posibles. Y eso me parece que es difícil, pero que

es una virtud necesaria: la de encontrar caminos nuevos, soluciones nuevas.

La siguiente característica y ya estoy acabando, sería la capacidad de diálogo.

En los casos concretos, y ustedes lo saben, tener que dialogar para comprender bien el

contexto, para comprender bien lo que ocurre, de tal manera que no sea que "hemos mandado una

carta a la Inspección y el Inspector no nos contesta y, al final, un día el Inspector nos contesta y nadie

sabe muy bien ni quién es el inspector, ni… La capacidad de diálogo en lo casos concretos es

fundamental.

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La lealtad a la institución es una tarea, es una virtud fundamental de cualquier funcionario

público, entre los que me cuento. La lealtad a la institución es fundamental. Pero, claro, la lealtad a la

institución está ligada a la lealtad a las personas. Al fin y al cabo, para lo que sirven nuestras

actividades profesionales es, no sólo para cumplir un contrato, sino sobre todo para servir a las

personas, es decir, a los niños, a los padres, etcétera.

¿Quiénes son los agentes sociales en el caso de esta actividad profesional? Hemos dicho que

se trata de una actividad social cooperativa en la que cooperan distintas gentes para desarrollar una

tarea. ¿Quiénes son los que tienen que cooperar? Creo que en el terreno de la Inspección es necesario

buscar la colaboración y la cooperación con los profesores y maestros, obviamente, con los padres, con

los alumnos y con las autoridades locales. El inspector solo creo que no puede echar demasiadas cosas

adelante si no cuenta hoy en día con una fuerza fundamental, y toda la vida lo ha sido, que es el peso

de los padres. Al fin y al cabo, los padres tienen una parte de la responsabilidad educativa y en los

centros de enseñanza, la fuerza de los padres es grande, pero también la de los profesores. Desde

hace tiempo los inspectores son cada vez más profesores y maestros, se está exigiendo estar dentro

también un poco de la profesión para saber de qué es de lo que estamos hablando. Y yo no sé qué

ocurre en los demás países de Iberoamérica pero, por lo menos en España, cada vez más, los

profesores y lo maestros están muy desmotivados. Y a mí lo que personalmente más me preocupa es

que los más desmotivados son los más vocacionados.

Los profesores y los maestros que tienen una verdadera vocación docente se encuentran muy

desmotivados y no estoy diciendo que sea culpa de la Inspección, cuidado, no estoy diciendo semejante

cosa, pero creo que todos estamos apreciando que hay una baja motivación muy grande entre todos los

docentes y que las causas son muchas. Hay que preguntarse cuáles son las causas pero para hacer un

análisis de ellas. Y las causas son sociales. Habría que hacer un pacto social para la educación. Porque

no se puede llevar adelante el problema educativo sólo desde los inspectores, sólo desde los maestros,

sólo desde los padres, sólo desde… Habría que hacer un pacto social para la educación y creo que

ustedes son voces autorizadas que podrían decir esto también en los medios en que puedan hacerlo

porque, o hay una unión de todos los posibles agentes sociales, o no es posible llevar las cosas

adelante.

En muchas ocasiones los problemas que se encuentran los centros son problemas de estructura

social, no son problemas del centro sino que son problemas que vienen de la calle y que hay que

resolverlos de acuerdo con las autoridades locales, de acuerdo con los padres y de acuerdo con el

contexto. No es sólo un problema del centro, sino que es un problema de todo el contexto. Y ahí es

donde creo que la tarea de todos los agentes sociales tiene que ir unida porque que en alguna ocasión

escribí que este problema no es sólo un problema del aula, tampoco es sólo un problema de la

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Inspección, sino que es un problema compartido con el hogar y es un problema del medio en el que

todos están insertos.

¿Cuáles son los principios que sirven de marco a la actividad de la Inspección educativa? Los

principios que le sirven de marco son los principios éticos de cualquier sociedad con democracia liberal

que es lo que ocurre, o es el tipo de sociedad que concurre en todos nuestros países.

Como he dicho antes, la educación ha ido evolucionando a lo largo de los siglos, y ha ido

evolucionando la conciencia ética de las sociedades. Eso de la conciencia ética de las sociedades es

algo muy delicado; es muy delicado porque es muy difícil tomarle el pulso. Existe efectivamente un

Parlamento que puede legislar leyes legales, pero no existe ningún Parlamento que pueda legislar leyes

morales. Yo no sé si se lo han preguntado. Es un problema que tenemos y a nadie le importa. La verdad

es que a casi nadie le importan los problemas… Bueno es un verdadero problema porque no hay

Parlamentos morales, no hay nadie que pueda dar leyes éticas. Es difícil tomar la conciencia moral a las

sociedades, pero por lo menos creo que hay tres principios éticos que todo el mundo está dispuesto a

aceptar que serían los siguientes:

El primero, el principio kantiano que dice: obra de tal manera que trates a la Humanidad, tanto en

tu persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca solamente como

un medio. Es lo que se llama la formulación del imperativo categórico del fin en sí mismo. Y creo que es

una de las formulaciones éticas mejores que se han dado en el mundo moderno, por no decir la mejor.

Esta formulación lo que dice es que en cualquier sociedad tenemos que tratar a la Humanidad, tanto en

nuestra propia persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca

solamente como un medio. La persona es fin en sí mismo, la persona tiene un valor absoluto, la

persona tiene dignidad y no tiene precio. No se puede intercambiar a una persona por un precio ni se

puede intercambiar a una persona por otra persona porque no son elementos intercambiables: la

persona tiene dignidad y no un simple precio. Por eso la escuela y la educación están al servicio de las

personas, están al servicio de los niños que reciben la educación, están al servicio de los profesores

que están desarrollando su tarea, están al servicio de los padres y ninguno puede ser tratado

solamente como un medio, sino que tiene que ser tratado siempre a la vez como un fin en sí mismo.

Y de ahí se derivan dos principios fundamentales: no dañar y sí empoderar.

El principio de no dañar, el principio de no instrumentalizar, es clave porque la función de

supervisión es una función interventora, como todas las nuestras. La educación también es interventora:

estamos interviniendo en la vida de los niños, estamos interviniendo en la vida de los padres. El médico

interviene en el cuerpo de las personas. Todas nuestras funciones son interventoras. Cuando se

interviene, lo primero que hay que hacer, como mínimo, es no dañar. Como saben, el primer principio de

la bioética es el de no maleficencia y el primer principio del Código civil es no dañar. Como mínimo, no

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haga daño. Y eso, en ocasiones, es muy importante. Porque si tratamos de aplicar las cosas sin

apreciar los contextos, sin la prudencia hacia el contexto, sin sentido de la justicia, es posible que uno

acabe haciendo daño intentando aplicar su profesión. Y tratar al otro como un fin en sí mismo quiere

decir no instrumentalizarle, y no instrumentalizarle quiere decir como mínimo no dañar.

Y para eso hay que ser muy prudente y para eso hay que ser muy cuidadoso y ser muy

respetuoso con las personas y muy respetuoso con el contexto.

El segundo principio, dentro de éste, sería el de sí empoderar. Hay que dar poder a las

personas. Y la manera de darles poder, como saben ustedes, es a través de ese procedimiento

socrático que consiste en intentar sacar lo mejor de las personas, más que tratar de ir indoctrinando.

Allí, en ocasiones, habrá que ejercer algo que yo no he mencionado en todo el rato, pero que lo

voy a mencionar, aunque sea una expresión que se lleva poco: hay que ejercer en ocasiones la

autoridad, obviamente. Y al inspector le toca ejercer la autoridad porque tiene que proteger los

derechos. Una cosa es el autoritarismo que es imponerse sin razones y otra cosa, es la autoridad, que

hay que ejercerla cuando hay argumentos y es necesario.

Y cuando hay que defender el derecho, no hay más remedio que hacer uso de la autoridad

porque si no los más débiles salen peor parados. Hay que utilizar la autoridad y ejercer la autoridad,

siempre en beneficio de los derechos y en beneficio de los más débiles.

El segundo gran principio, el primero sería el principio kantiano, el segundo es un principio del

que habla John Rawls en su Teoría de la justicia y en el Liberalismo político. Lo que se llama el principio

de la diferencia, que consiste en decir que una sociedad es más justa que otras, cuando los cambios

que se producen, se producen en beneficio del peor situado.

En todas nuestras profesiones, y en la Inspección también, hay un margen de discrecionalidad.

No será mucho, pero siempre hay un margen de discrecionalidad: uno no aplica las normas de una

manera absolutamente encorsetada, sino que hay un margen de discrecionalidad en el que tiene que

poner en marcha la equidad y tiene que poner en marcha el sentido de la justicia. Pero yo aprendí de un

alumno mío peruano, que ha venido a hacer la tesis con nosotros en mi Doctorado de Ética y

Democracia, se llama Francisco Merino, y ha hecho un trabajo de investigación precioso sobre la ética

de la función pública. Él ha estudiado los distintos modelos de función pública, ha elaborado un modelo

de ética, y en uno de sus apartados dice algo que a mí me pareció maravilloso y por eso lo cito: "A la

hora de ejercer la discrecionalidad hay que proteger los derechos de todos, pero si hay que favorecer a

alguien que sea al peor situado".

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Afortunadamente la idea que lleva Francisco Merino es muy valiosa. Está otra vez en Perú, y

está intentando desarrollar un trabajo de formación de funcionarios públicos desde la ética que él está

trabajando. Y me pareció que su idea era muy buena: la discrecionalidad tiene que emplearse al

servicio de los derechos de todos, pero si hay que decidir en un caso, hay que hacerlo a favor de los

peor situados.

Y el último principio que quiero citar y ya no les digo más, como ven son todos principios de la

línea kantiana, sería el de la ética del discurso en el que yo vengo trabajando desde hace mucho

tiempo, la ética del diálogo, que dice que una norma es justa cuando todos los afectados por ella están

dispuestos a darle su consentimiento después de un diálogo celebrado en las condiciones más

próximas posibles a la simetría.

Y lo que saco de ese principio de la ética del discurso, porque ustedes no elaboran normas y

entonces no les valdrían el asunto, es que a la hora de aplicarlas, a la hora de aplicarlas es necesario

tener en cuenta a los afectados y entablar con ellos un proceso de diálogo porque no se puede tomar

decisiones sin escuchar también a los afectados. La ética del discurso entiende que el diálogo con los

afectados no lo sustituye nadie; nadie puede ponerse en el lugar del otro y es preciso, entonces,

entablar esos diálogos.

Ya por ir acabando, creo que esos podrían ser trazos de una ética de la Inspección pública que

llevaría adelante el profesional que es un profesional vocacionado. Como saben, en los últimos tiempos

se trabaja mucho en la ética de las profesiones.

Las primeras profesiones que hubo fueron la profesión de sacerdote, la de médico y la de

abogado. Desde los orígenes, las profesiones tienen un origen religioso y el origen religioso de las

profesiones es el de esas tres: el de sacerdote, el de médico y el de abogado.

¿Por qué eran esas tres profesiones? Es muy bonito el origen de las profesiones. Porque se

pensaba que el profesional era alguien que proporcionaba a una sociedad un bien muy precioso. Los

sacerdotes proporcionaban el bien del alma, los médicos el bien del cuerpo y los abogados el bien de la

comunidad política. Con el tiempo, como saben, las profesiones se fueron secularizando y Max Weber

y Durkheim diseñan toda esa Ética de las profesiones en la que se entiende que el profesional es

alguien que en la vida cotidiana asume un tipo de vocación que le lleva más allá de la exigencia de un

determinado trabajo, porque la vocación le implica en algo parecido a una "misión". Al fin y al cabo,

alguien vocacionado, claro, alguien vocacionado uno puede pensar en alguien como Mozart que creo

que ya a los cuatro años componía sinfonías. Es indudable que Mozart tenía una vocación para la

música impresionante, pero si nos ponemos así, nadie habríamos tenido vocación para prácticamente

nada, porque a los cuatro años yo, desde luego, no había hecho absolutamente nada. Sí que tengo una

hermana que a esa edad cogía a las gallinas, las sentaba en un palito y les daba clases. Y todo el

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mundo decía: "Esta chiquita será algún día una excelente profesora". Y es verdad, ha sido una

excelente profesora de Historia del arte, eso tengo que decirlo con todo el orgullo de hermana, ¡pero no

porque les daba clases a las gallinas cuando tenía cuatro años como se comprenderá! Al fin y al cabo,

alguien que tiene vocación es alguien que tiene aptitudes para una determinada misión, tiene unas

habilidades normales para esa misión y, además, está convencido de que el bien que esa profesión

proporciona es un bien muy valioso para la sociedad, de tal manera que si ese bien no se

proporcionara, la sociedad sería mucho menos humana de lo que es.

A mí me parece que es importante que quienes somos profesionales tratemos de recordar cuál

es el bien de nuestra profesión y saberlo, y de darnos cuenta de que nuestras sociedades, si ese bien

no se oferta, serán mucho menos humanas. Por lo tanto, es importante que haya un cuerpo de

profesionales vocacionados que, por supuesto, se interesan por los bienes externos de la profesión,

pero se interesan enormemente por esos bienes internos. Porque son importantes para la personas que

tienen integridad y no tienen un simple precio. Creo que si los profesionales hiciéramos así las cosas, la

sociedad sería mucho más humana y entonces habríamos puesto en los distintos lugares de la

sociedad no moralina sino moralita.

La moralina, ¿saben ustedes lo que es? Yo lo busqué en el diccionario, hay que buscar en el

diccionario. La moralina es una "prédica empalagosa y ñoña que se extiende sobre algo que se está

pudriendo para que no huela mal". Eso es la moralina, una "prédica empalagosa y ñoña que se extiende

sobre algo cuando se está corrompiendo para que no huela mal". Sin embargo, si nos tomamos en serio

la profesión, por ejemplo la de Inspección, le habremos puesto, como decía Ortega, moralita. Y la

moralita, como decía Ortega, es un explosivo tan potente como la dinamita. Me parece que es

importante poner en los lugares cruciales de la sociedad moralita para hacer una sociedad mucho más

humana que es lo que creo que se merecen esas personas, esos seres humanos que no tienen precio

sino que tienen dignidad. Muchas gracias.