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(Producto de aprendizaje 1) EJERCICIO DE CREACIÓN LITERARIA Con los elementos estudiados en éste y en los bloques anteriores (tema e historia, secuencias básicas, narrador y personajes, etc.), escribe un cuento corto. En la construcción de tus personajes y el desenlace de la historia debes considerar las siguientes preguntas: ¿cuáles son sus cualidades físicas (prosopografía, retrato) y emocionales (etopeya)?, ¿en qué época y lugar viven?, ¿qué se proponen, es decir, cuál es su objeto?, ¿qué obstáculos deben vencer para conseguir lo que desean?, ¿quién cuenta la historia y dónde se ubica? ¿qué desea el narrador expresarle al lector?, ¿cuál es su intención? ESCRIBE TU CUENTO CORTO PLANTEAMIENTO RUPTURA DEL EQUILIBRIO DESARROLLO

Activiades 4 parcial literatura

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(Producto de aprendizaje 1)EJERCICIO DE CREACIÓN LITERARIA

Con los elementos estudiados en éste y en los bloques anteriores (tema e historia, secuencias básicas, narrador y personajes, etc.), escribe un cuento corto. En la construcción de tus personajes y el desenlace de la historia debes considerar las siguientes preguntas:

¿cuáles son sus cualidades físicas (prosopografía, retrato) y emocionales (etopeya)?, ¿en qué época y lugar viven?, ¿qué se proponen, es decir, cuál es su objeto?, ¿qué obstáculos deben vencer para conseguir lo que desean?, ¿quién cuenta la historia y dónde se ubica? ¿qué desea el narrador expresarle al lector?, ¿cuál es su intención?

ESCRIBE TU CUENTO CORTO

PLANTEAMIENTO

RUPTURA DEL EQUILIBRIO

DESARROLLO

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DESENLACE

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(Producto de aprendizaje 2)EJERCICIO DE LECTURA, INTERPRETACIÓN CONTEXTUAL Y REDACCIÓN

a) Lee con atención el siguiente texto.b) Con ayuda de los diferentes instrumentos de investigación documental, investiga la vida y el contexto del

autor.c) Redacta un comentario sobre cómo pudo haber influido el contexto de producción de Ricardo Güiraldes en el

contenido de su novela.d) En el mismo comentario, incluye un subcapítulo donde respondas a las siguientes preguntas: ¿cuáles son los

valores que se ponen de manifiesto en el relato de don Segundo Sombra y de qué manera podemos aplicarlos a nuestro contexto de recepción?, ¿qué enseñanza desea transmitir el autor?, ¿por qué crees que sea necesario conocer una novela como ésta?, ¿cómo relacionarías el contenido del texto con la realidad actual?

DON SEGUNDO SOMBRA(Ricardo Güiraldes, fragmento)

CAPÍTULO XXI

Del día ya no quedaba más que una barra de nubes iluminadas en el horizonte, cuando, por una lomada, enfrentamos los paraísos viejos de una tapera.

Don Segundo, revisando el alambrado, vio que podía dar paso en un lugar en que dos hilos habían sido cortados. Tal vez una tropa de carros eligió el sitio, con el fin de hacer noche, aprovechando un robito de pastoreo para sus animales. No se veía a la redonda ninguna población, de suerte que el campo era como de quien lo tomara, y los arbolitos, aunque en número de cuatro solamente, debían haber volteado una rama o gajo que nos sirviera para hacer fuego.

Hicimos pasar nuestras tropillas al campo y, luego de haber desensillado, juntamos unas biznagas secas, unos manojos de hojarasca, unos palitos y un tronco de buen grueso. Prendimos fuego, arrimamos la pavita, en que volcamos el agua de un chifle para yerbear, y, tranquilos, armamos un par de cigarrillos de la guayaca, que prendimos en las primeras llamaradas.

Como habíamos hecho el fogón cerca de un tronco de tala caído, tuvimos donde sentarnos, y ya nos decíamos que la vida de resero, con todo, tiene sus partes buenas como cualquiera. Creo que la afición de mi padrino a la soledad debía influir en mí; la cosa es que, rememorando episodios de mi andar, esas perdidas libertades en la pampa me parecían lo mejor. No importaba que el pensamiento lo tuviera medio dolorido, empapado en pesimismo, como queda empapada de sangre la matra que ha chupado el dolor de una matadura.

De grande y tranquilo que era el campo, algo nos regalaba de su grandeza y su indiferencia. Asamos carne y la comimos sin hablar. Pusimos sobre las brasas la pavita y cebé unos amargos. Don Segundo me dijo, con su voz pausada y como distraída:

—Te vi’a contar un cuento, para que se lo repitás a algún amigo cuando éste ande en la mala.Cebé con más lentitud. Mi padrino comenzó el relato:“Esto era en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles.”Quedé un rato a la espera. Don Segundo nos dejaba caer, así, en un reino de ficción. Íbamos a vivir en el hilo de un

relato. Saldríamos de una parte a otra. ¿De dónde y para dónde?“Nuestro Señor, que según dicen jue el creador de la bondá, sabía andar de pueblo en pueblo y de rancho en

rancho, por Tierra Santa, enseñando el Evangelio y curando con palabras. En estos viajes, lo llevaba de asistente a San Pedro, al que lo quería mucho, por creyente y servicial.

“Cuentan que en uno de esos viajes, que por demás veces eran duros como los del resero, como jueran por llegar a un pueblo, a la mula en que iba Nuestro Señor se le perdió una herradura y dentró a manquiar.

“—Fijate —le dijo Nuestro Señor a San Pedro— si no ves una herrería, que ya estamos dentrando al poblao.“San Pedro, que iba mirando con atención, divisó un rancho viejo de paredes rajadas, que tenía encima de una

puerta un letrero que decía: «ERRERÍA». Sobre el pucho, se lo contó al Maistro y pararon delante del corralón.“—¡Ave María! —gritaron. Y junto con un cuzquito ladrador, salió un anciano harapiento que los convidó a pasar.“—Güenas tardes —dijo Nuestro Señor—. ¿Podría herrar mi mula que ha perdido la herradura de una mano?“—Apiensén y pasen adelante —contestó el viejo—. Voy a ver si puedo servirlos.“Cuando, ya en la pieza, se acomodaron sobre unas sillas de patas quebradas y torcidas, Nuestro Señor le preguntó

al herrero:“—¿Y cuál es tu nombre?“—Me llaman Miseria —respondió el viejo, y se jue a buscar lo necesario pa servir a los forasteros.“Con mucha pacencia anduvo este servidor de Dios, olfateando en sus cajones y sus bolsas, sin hallar nada.

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Acobardao iba a golverse pa pedir disculpa a los que estaban esperando, cuando regolviendo con la bota un montón de basura y desperdicios, vido una argolla de plata gradota.

“—¿Qué haceh’aquí vos? —le dijo, y recogiéndola se jue pa donde estaba la fragua, prendió el juego, reditió la argolla, hizo a martillo una herradura y se la puso a la mula de Nuestro Señor. ¡Viejo sagaz y ladino!

“—¿Cuánto te debemos, güen hombre? —preguntó Nuestro Señor.“Miseria lo miró bien de arriba abajo y, cuando concluyó de filiarlo, le dijo:“—Por lo que veo, ustedes son tan pobres como yo. ¿Qué diantre les vi’a cobrar? Vayan en paz por el mundo, que

algún día tal vez Dios me lo tenga en cuenta.“—Así sea —dijo Nuestro Señor y, después de haberse despedido, montaron los forasteros en sus mulas y salieron

al sobrepaso.“Cuando iban ya retiraditos, le dice a Jesús este San Pedro, que debía ser medio lerdo:“—Verdá, Señor, que somos desagradecidos. Este pobre hombre nos ha herrao la mula con una herradura’e plata,

no noh’a cobrao nada por más que es repobre y nosotros nos vamos sin darle siquiera una prenda de amistá.“—Decís bien —contestó Nuestro Señor—. Volvamos hasta su casa pa concederle tres Gracias, que él eligirá a su

gusto.“Cuando Miseria los vido llegar de güelta, creyó que se había desprendido la herradura y los hizo pasar como

endenantes. Nuestro Señor le dijo a qué venían y el hombre lo miró de soslayo, medio con ganitas de rairse, medio con ganitas de disparar.

“—Pensá bien —dijo Nuestro Señor— antes de hacer tu pedido.“San Pedro, que se había acomodado atrás de Miseria, le sopló:“—Pedí el Paraíso.“—Cayate, viejo —le contestó por lo bajo Miseria, pa después decirle a Nuestro Señor:“—Quiero que el que se siente en mi silla, no se pueda levantar della sin mi permiso.“—Concedido —dijo Nuestro Señor—. ¿A ver la segunda Gracia? Pensala con cuidado.“—¡Pedí el Paraíso, porfiao! —le sopló de atrás San Pedro.“—Cayate, viejo metido —le contestó por lo bajo Miseria, pa después decirle a Nuestro Señor.“—Quiero que el que suba a mis nogales, no se pueda bajar dellos sin mi permiso.“—Concedido —dijo Nuestro Señor—. Y aura, la tercera y última Gracias. No te apurés.“—Pedí el Paraíso, porfiao! —le sopló de atrás San Pedro.“—¿Te querés callar, viejo idiota? —le contestó Miseria enojao, pa después decirle a Nuestro Señor:“—Quiero que el que se meta en mi tabaquera no pueda salir sin mi permiso.“—Concedido —dijo Nuestro Señor, y después de despedirse, se jue.“Ni bien Miseria quedó solo, comenzó a cavilar y, poco a poco, jue dentrándole rabia de no haber sabido sacar más

ventaja de las tres Gracias concedidas.“—También, seré zonzo —gritó, tirando contra el suelo el chambergo—. Lo que es, si aurita mesmo se presentara el

demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.“En ese mesmo momento, se presentó a la puerta’el rancho un caballero que de dijo:“—Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís—. Y ya sacó un rollo de papel con

escrituras y numeritos, lo más bien acondicionado, que traiba en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en el trato, firmaron los dos con muchos pulso, arriba de un sello que traiba el rollo.”

—¡Reventó la yegua el lazo! —comenté.—Aura verás, dejate estar callao para aprender cómo sigue el cuento.Miramos alrededor la noche como para no perder contacto con nuestra existencia actual, y mi padrino prosiguió:“Ni bien el Diablo se jue y Miseria quedó solo, tantió la bolsa de oro que le había dejao Mandinga, se miró en el

bañadero de los patos, donde vido que estaba mozo, y se jue al pueblo pa comprar ropa, pidió pieza en la onda como señor, y durmió esa noche contento.

“¡Amigo! Había de ver cómo cambió la vida d’este hombre. Terció con Príncipes y gobernadores y alcaldes, jugaba como ninguno en las carreras, viajó por todo el mundo, tuvo trato con hijas de reyes y marqueses…

“Pero, bien dicen que pronto se pasan los años cuando se emplean de esto modo, de suerte que se cumplió el año vigésimo y en un momento casual en que Miseria había venido a rairse de su rancho, se presentó el Diablo con el nombre de caballero Lilí, como vez pasada, y peló el contrato pa exigir que se le pagara con convenido.

“Miseria, que era hombre honrao, aunque medio tristón le dijo a Lilí que lo esperara, que iba a lavarse y ponerse güena ropa pa presentarse al Infierno, como era debido. Así lo hizo, pensando que al fin todo lazo se corta y que su felicidá había terminao.

“Al golver lo halló a Lilí sentao en su silla aguardando, con pacencia.“—Ya estoy acomodao —le dijo—, ¿vamos yendo?“—¡Cómo hemos de irnos —contestó Lilí— si estoy pegao con esta silla como por encanto!“Miseria se acordó de las virtudes que le había concedido el hombre’e la mula y le dentró una risa tremenda.“—Enderezate, pues, maula, si sos diablo —le dijo a Lilí.

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“Al ñudo éste hizo bellaquear la silla. No pudo alzarse ni un chiquito y sudaba, mirándolo a Miseria.“—Entonces—le dijo el que fue herrero—, si querés dirte, firmame otros veinte años de vida y plata a discreción.“El demonio hizo lo que le pedía Miseria, y éste le dio permiso pa que se juera.“Otra vez el viejo, remozado y platudo, se golvió a correr el mundo: terció con príncipes y manates, gastó plata

como naides, tuvo trato con hijos de reyes y de comerciantes juertes…“Pero los años, pa’l que se divierte, juyen pronto, de suerte que, cumplido el vigésimo, Miseria quiso dar fin cabal a

su palabra y rumbió al pago de su herrería.“A todo esto Lilí, que era medio lenguarás y alcahuete, había contao en los infiernos el encanto’e la silla.“—Hay que andar con ojo alerta —había dicho Lucifer—. Este viejo está protegido y es ladino. Dos serán los que lo

van a buscar al fin del trato.“Por eso jue que al apiarse en el rancho, Miseria vido que lo estaban esperando dos hombre, y uno de ellos era Lilí.“—Pasen adelante; sientesén —les dijo—, mientras yo me lavo y me visto pa dentrar el Infierno, como es debido.“—Yo no me siento —dijo Lilí.“—Como quieran. Pueden pasar al patio y bajar unas nueces, que seguramente serán las mejores que habrán

comido en su vida’e diablos.“Lilí no quiso saber nada; pero, cuando se hallaron solos, su compañero le dijo que iba a dar una güelta por debajo

de los nogales, a ver si podía recoger del suelo alguna nuez caida y probarla. Al rato no más golvió, diciendo que había hallao una yuntita y que, en comiéndolas, naide podía negar que jueran las más ricas del mundo.

“Juntos se jueron p’adentro y comenzaron a buscar sin hallar nada.“Pa esto, al diablo amigo de Lilí se le había calentao la boca y dijo que se iba a subir a la planta, pa seguir pegándole

al manjar. Lilí le advirtió que había que desconfiar, pero el goloso no hizo caso y subió a los árboles, donde comenzó a tragar sin descanso, diciéndole de tiempo en tiempo:

“—¡Cha que son güenas! ¡Cha que son güenas!“—Tirame unas cuantas —le gritó Lilí, de abajo.“—Allí va una —dijo el de arriba.“—Tirame otras cuantas —golvió a pedirle Lilí, no bien se comió la primera.“—Estoy muy ocupao —le contestó el tragón—. Si querés más, subite al árbol.“Lilí, después de cavilar un rato, se subió.“cuando Miseria salió de la pieza y vido a los dos diablos en el nogal, le dentró un risa tremenda.“—Aquí estoy a su mandao —les gritó—. Vamos cuando ustedes gusten.“—Es que no nos podemoh’abajar —le contestaron los diablos, que estaban como pegaos a las ramas.“—Lindo —les dijo Miseria—. Entonces firmenmén otra vez el contrato, dándome otros veinte años de vida y plata

a discreción.“Los diablos hicieron lo que Miseria les pedía y éste les dio permiso pa que bajaran.“Miseria golvió a correr mundo y terció con gente copetuda y tiró plata y tuvo amores con damas de primera.“Pero los años dentraron a disparar, como denantes, de suerte que al llegar al año vigésimo, Miseria, queriendo dar

pago a su deuda se acordó de la herrería en que había sufrido.“A todo esto, los diablos en el infierno le habían contao a Lucifer lo sucedido y éste, enojadazo, les había dicho:“—¡Conejo! ¿No les previne de que anduvieran con esmero, porque ese hombre era por demás ladino? Esta güelta

que viene, vamoh’a dir toditos a ver si se nos escapa.“Por esto jue que Miseria, al llegar a su rancho, vido más gente riunida que en una jugada’e taba. Pero esa gente,

acomodada como un ejército, parecía estar a la orden de un mandón con corona. Miseria pensó que el mesmito Infierno se había mudado a su casa, y llegó, mirando como pato el arriador, a esa pueblada de diablos. «Si escapo d’esta —se dijo— en fija que ya nunca la pierdo.» Pero haciéndose el muy templao, preguntó a aquella gente:

“—¿Quieren hablar conmigo?“—Sí —contestó juerte el de la corona.“—A usté —le retrucó Miseria— no le he firmao contrato ninguno, pa que venga tomando velas en este entierro.“—Pero me vah’a seguir —gritó el coronao—, porque yo soy el Ray de loh’Infiernos.“—¿Y quién me da el certificao? —alegó Miseria—. Si usté es lo que dice, ha de poder hacer de fijo que todos los

diablos dentren en su cuerpo y golverse una hormiga.“Otro hubiera desconfiao, pero dicen que a los malos los sabe perder la rabia y el orgullo, de modo que Lucifer,

ciego de juror, dio un grito y en el momento mesmo se pasó a la forma de una hormiga, que llevaba adentro a todos los demonios del Infierno.

“Sin dilación, Miseria agarró el bichito que caminaba sobre los ladrillos del piso, lo metió en su tabaquera, se jue a la herrería, la colocó sobre el yunque y, con un martillo, se arrastró a pegarle con todita el alma, hasta que la camiseta se le empapó de sudor.

“Entonces, se refrescó, se mudó y salió a pasiar por el pueblo.“¡Bien haiga, viejito Sagaz! Todos los días, colocaba la tabaquera sobre el yunque y le pegaba tamaña paliza, hasta

empapar la camiseta pa después salir a pasiar por el pueblo.

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“Y así se fueron los años.“Y resultó que ya en el pueblo no hubo peleas, ni plaitos, ni alegaciones. Los maridos no las castigaban a las

mujeres, ni las madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como Dios manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se veían luces malas y los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta los perros fueron virtuosos. Los vecinos se entendían bien, los baguales no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló de rico. Qué, si ni había que baldiar los pozos porque toda agua era güena.”

—¡Ahahá” —apoyé alegremente.—Sí —arguyó mi padrino—, no te me andéh’apurando.“Ansina como no hay caminos sin repechos, no hay suerte sin desgracias, y vino a suceder que abogaos,

procuradores, jueces de paz, curanderos, médicos y todos los que son autoridá y viven de la desgracia y vicios de la gente, comenzaron a ponerse chacones de hambre y jueron muriendo.

“Y un día, asustaos los que quedaban de esta morralla, se endilgaron pa lo del gobernador, a pedirle ayuda por lo que les sucedía. Y el gobernador, que también dentraba en la partida de los castigaos, les dijo que nada podía remediar y les dio ua plata del Estao, advirtiéndoles que era la única vez que lo hacía, porque no era obligación del Gobierno el andarlos ayudando.

“Pasaron unos meses, y ya los procuradores, jueces y otros bichos iban mermando por haber pasao los más a mejor vida, cuando uno de ellos, el más pícaro, vino a maliciar la verdá y los invitó a todos a que golvieran a lo del gobernador, dándoles la promesa de que ganarían el plaito.

“Así jue. Y cuando estuvieron frente al manate, el procurador le dijo a Suecelencia que todah’esas calamidades sucedían porque el herrero Miseria tenía encerraos en su tabaquera a los diablos del Infierno.

“Sobre el pucho, el mandón lo mandó trair a Miseria y, en presencia de todos, le largó un discurso:“—¿Ahá, sos vos? ¡Bonito andás poniendo al mundo con tus brujerías y encantos, viejo indino! Aurita vah’a dejar

las cosas como estaban, sin meterte a redimir culpas ni castigar diablos. ¿No ves que siendo el mundo como es, no puede pasarse del mal y que las leyes y lah’enfermedades y todos los que viven d’ellas, que son muchos, precisan de que los diablos anden por la tierra? En este momento vah’al trote y largás loh’Infiernos de tu tabaquera.

“Miseria comprendió que el gobernador tenía razón, confesó la verdá y jue pa su casa pa cumplir lo mandao.“Ya estaba por demás viejo y aburrido del mundo, de suerte que irse dél poco le importaba.“En su rancho, antes de largar los diablos, puso la tabaquera en el yunque, como era su costumbre, y por última vez

le dio una güena sobada, hasta que la camiseta quedó empapada de sudor.“—¿Si yo los largo van a andar embromando por aquí? —les preguntó a los mandingas.“—No, no —gritaban éstos de adentro—. Larganos y te juramos no golver por tu casa.“Entonces Miseria abrió la tabaquera y los licenció pa que se jueran.“Salió las hormiguita y creció hasta ser el Malo. Comenzaron a brotar del cuerpo de Lucifer todos los demonios y

derepente, en un tropel, tomó esta diablada por esas calles de Dios, levantando una polvareda como nube’e tormenta.“Y aura viene el fin.“Ya Miseria estaba en las últimas humeadas del pucho, porque a todo cristiano le llega el momento de entregar la

osamenta y él bastante la había usado.“Y Miseria, pensando hacerlo mejor, se jue a echar sobre sus jergas a esperar la muerte. Allá, en su piecita de

pobre, se halló tan aburrido y desganao, que ni se levantaba siquiera pa comer ni tomar agua. Despacito no más se jue consumiendo, hasta que quedó duro y como secao por los años.

“Y aura es que, en habiendo dejao el cuerpo pa los bichos, Miseria pensó lo que le quedaba por hacer y, sin dilación porque no era zonzo el hombre enderezó pa’l Cielo y, después de un viaje largo, golpió en la puerta d’éste.

“Cuantito se abrió la puerta, San Pedro y Miseria se reconocieron, pero al viejo pícaro no le convenían esos recuerdos y, haciéndose el chancho rengo, pidió permiso pa pasar.

“—¡Hum! —dijo San Pedro—. Cuando yo estuve en tu herrería con Nuestro Señor, pa concederte tres Gracias, te dije que pidieras el Paraiso y vos me contestastes: «Callate viejo idiota». Y no es que te la guarde, pero no puedo dejarte pasar aura, porque en habiéndote afrecido tres veces el cielo, vos te negaste a acetarlo.

“Y como ahí no más el portero del Paraiso cerró la puerta, Miseria, pensando que de dos males hay que elegir el menos pior, rumbió pa’l Purgatorio a probar cómo andaría.

“Pero amigo, allí le dijeron que sólo podían dentrar las almas destinadas al Cielo y que como él nunca podía llegar a esa gloria, por haberla denegao en la oportunidá, no podían guardarlo. Las penas eternas le tocaba cumplirlas en el Infierno.

“Y Miseria enderezó al Infierno y golpió en la puerta, como antes golpeaba en la tabaquera sobre el yunque, haciendo llorar a los diablos. Y le abrieron, ¡pero qué rabia no le daría cuando se encontró cara a cara con el mesmo Lilí!

“—¡Maldita mi suerte —gritó—, que andequiera he de tener conocidos!“Y Lilí, acordándose de las palizas, salió que quemaba, con la cola como bandera’e comisaría, y no paró hasta los

pieses mesmos de Lucifer, al que contó quién estaba de visita.“Nunca los diablos se habías pegao tan tamaño susto, y el mesmo Ray de loh’Infiernos, recordando también el rigor

del martillo, se puso a gritar como gallina culeca, ordenando que cerraran bien toditas las puertas, no juera a dentrar

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semejante cachafás.“Ahí quedó Miseria sin dentrada a ningun lao, porque ni en el Cielo, ni en el Purgatorio, ni en el Infierno lo querían

como socio; y dicen que es por eso que, desde entonces, Miseria y Pobreza son cosas de este mundo y nunca se irán a otra parte, porque en ninguna quieren almitir su existencia.”

Una hora habría durado el relato y se había acabado el agua. Nos levantamos en silencio para acomodar nuestras prendas.

—¡Pobreza! —dije estirando mi manta donde iba a echarme.—¡Miseria! —dije acomodando el cojinillo que me serviría de almohada.Y me largué sobre este mundo, pero sin sufrir, porque al ratito estaba como tronco volteado a hachazos.1

(Producto de aprendizaje 3)EJERCICIO DE LECTURA, INVESTIGACIÓN, ANÁLISIS Y REDACCIÓN

a) Lee con atención el siguiente texto.b) Dibuja un mapa conceptual o mapa cognitivo de agua mala en el que clasifiques a los personajes del relato

(principales, secundarios, incidentales), señalando el rol actancial que desempeñan y sus características de personalidad (problemática que deben enfrentar, deseos, aspiraciones, traumas, valores y antivalores).

c) Investiga el contexto en el que se escribió la novela y comprueba si los personajes revelan la ideología y las costumbres de la época (es decir, si pudieran tener una correspondencia con la realidad objetiva). Expresa tus opiniones en fichas de comentario.

d) Lista los recursos utilizados por el narrador para poner en evidencia la interioridad de los personajes.e) Redacta un comentario personal sobre la impresión que te causaron los personajes principales: Charles

Bovary y sus padres.

MADAME BOVARY(Gustave Flaubert, fragmento)

PRIMERA PARTECAPITULO PRIMERO

Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director, seguido de un «novato» con atuendo pueblerino y de un celador cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de pie como si los hubieran sorprendido en su trabajo.

El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le dijo a media voz:

—Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su conducta lo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad.

El «novato», que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era un mozo del campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el pelo cortado en flequillo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de molestarle en las sisas, y por la abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no muy limpios, guarnecidos de clavos.

Comenzaron a recitar las lecciones. El muchacho las escuchó con toda atención, como si estuviera en el sermón, sin ni siquiera atreverse a cruzar las piernas ni apoyarse en el codo, y a las dos, cuando sonó la campana, el prefecto de estudios tuvo que avisarle para que se pusiera con nosotros en la fila.

Teníamos costumbre al entrar en clase de tirar las gorras al suelo para tener después las manos libres; había que echarlas desde el umbral para que cayeran debajo del banco, de manera que pegasen contra la pared levantando mucho polvo; era nuestro estilo.

Pero, bien porque no se hubiera fijado en aquella maniobra o porque no quisiera someterse a ella, ya se había terminado el rezo y el «novato» aún seguía con la gorra sobre las rodillas. Era uno de esos tocados de orden compuesto, en el que se encuentran reunidos los elementos de la gorra de granadero, del chapska, del sombrero redondo, de la gorra de nutria y del gorro de dormir; en fin, una de esas pobres cosas cuya muda fealdad tiene profundidades de expresión como el rostro de un imbécil. Ovoide y armada de ballenas, comenzaba por tres molduras

1 GÜIRALDES, Ricardo, Don Segundo Sombra. Prólogo de María Edmée Álvarez; México, Porrúa, 1998 (“Sepan cuantos…”, 169), pp. 98-104.

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circulares; después se alternaban, separados por una banda roja, unos rombos de terciopelo con otros de pelo de conejo; venía después una especie de saco que terminaba en un polígono acartonado, guarnecido de un bordado en trencilla complicada, y de la que pendía, al cabo de un largo cordón muy fino, un pequeño colgante de hilos de oro, como una bellota. Era una gorra nueva y la visera relucía.

—Levántese —le dijo el profesor.El «novato» se levantó; la gorra cayó al suelo. Toda la clase se echó a reír.Se inclinó para recogerla. El compañero que tenía al lado se la volvió a tirar de un codazo, él volvió a recogerla.—Deje ya en paz su gorra —dijo el profesor, que era hombre de chispa.Los colegiales estallaron en una carcajada que desconcertó al pobre muchacho, de tal modo que no sabía si había

que tener la gorra en la mano, dejarla en el suelo o ponérsela en la cabeza. Volvió a sentarse y la puso sobre las rodillas.—Levántese —le ordenó el profesor—, y dígame su nombre.El «novato», tartajeando, articuló un nombre ininteligible:—¡Repita!Se oyó el mismo tartamudeo de sílabas, ahogado por los abucheos de la clase. «¡Más alto!», gritó el profesor,

«¡más alto!».El «novato», tomando entonces una resolución extrema, abrió una boca desmesurada, y a pleno pulmón, como

para llamar a alguien, soltó esta palabra: Charbovari.Súbitamente se armó un jaleo, que fue in crescendo, con gritos agudos (aullaban, ladraban, pataleaban, repetían a

coro: ¡Charbovari, Charbovari!) que luego fue rodando en notas aisladas, y calmándose a duras penas, resurgiendo a veces de pronto en algún banco donde estallaba aisladamente, como un petardo mal apagado, alguna risa ahogada.

Sin embargo, bajo la lluvia de amenazas, poco a poco se fue restableciendo el orden en la clase, y el profesor, que por fin logró captar el nombre de Charles Bovary, después de que éste se lo dictó, deletreó y releyó, ordenó inmediatamente al pobre diablo que fuera a sentarse en el banco de los desaplicados al pie de la tarima del profesor.

El muchacho se puso en movimiento, pero antes de echar a andar, vaciló.—¿Qué busca? —le preguntó el profesor.—Mi go... —repuso tímidamente el «novato», dirigiendo miradas inquietas a su alrededor.—¡Quinientos versos a toda la clase! —pronunciado con voz furiosa, abortó, como el Quos ego, una nueva borrasca

—. ¡A ver si se callan de una vez! —continuó indignado el profesor, mientras se enjugaba la frente con un pañuelo que se había sacado de su gorro—: y usted, «el nuevo», me va a copiar veinte veces el verbo ridiculus sum.

Luego, en tono más suave:—Ya encontrará su gorra: no se la han robado.Todo volvió a la calma. Las cabezas se inclinaron sobre las carpetas, y el «novato» permaneció durante dos horas en

una compostura ejemplar, aunque, de vez en cuando, alguna bolita de papel lanzada desde la punta de una pluma iba a estrellarse en su cara. Pero se limpiaba con la mano y permanecía inmóvil con la vista baja.

Por la tarde, en el estudio, sacó sus manguitos del pupitre, puso en orden sus cosas, rayó cuidadosamente el papel. Le vimos trabajar a conciencia, buscando todas las palabras en el diccionario y haciendo un gran esfuerzo. Gracias, sin duda, a la aplicación que demostró, no bajó a la clase inferior, pues, si sabía bastante bien las reglas, carecía de elegancia en los giros. Había empezado el latín con el cura de su pueblo, pues sus padres, por razones de economía, habían retrasado todo lo posible su entrada en el colegio.

Su padre, el señor Charles-Denis-Bartholomé Bovary, antiguo ayudante de capitán médico, comprometido hacia 1812 en asuntos de reclutamiento y obligado por aquella época a dejar el servicio, aprovechó sus prendas personales para cazar al vuelo una dote de setenta mil francos que se le presentaba en la hija de un comerciante de géneros de punto, enamorada de su tipo. Hombre guapo, fanfarrón, que hacía sonar fuerte sus espuelas, con unas patillas unidas al bigote, los dedos llenos de sortijas, tenía el aire de un valentón y la vivacidad desenvuelta de un viajante de comercio. Ya casado, vivió dos o tres años de la fortuna de su mujer, comiendo bien, levantándose tarde, fumando en grandes pipas de porcelana, y por la noche no regresaba a casa hasta después de haber asistido a los espectáculos y frecuentado los cafés. Murió su suegro y dejó poca cosa; el yerno se indignó y se metió a fabricante, perdió algún dinero, y luego se retiró al campo donde quiso explotar sus tierras. Pero, como entendía de agricultura tanto como de fabricante de telas de algodón, montaba sus caballos en lugar de enviarlos a labrar, bebía la sidra de su cosecha en botellas en vez de venderla por barricas, se comía las más hermosas aves de su corral y engrasaba sus botas de caza con tocino de sus cerdos, no tardó nada en darse cuenta de que era mejor abandonar toda especulación.

Por doscientos francos al año, encontró en un pueblo, en los confines del País de Caux, y de la Picardía, para alquilar una especie de vivienda, mitad granja, mitad casa señorial; y despechado, consumido de pena, envidiando a todo el mundo, se encerró a los cuarenta y cinco años, asqueado de los hombres, decía, y decidido a vivir en paz.

Su mujer, en otro tiempo, había estado loca por él; lo había amado con mil servilismos, que le apartaron todavía más de ella.

En otra época jovial, expansiva y tan enamorada, se había vuelto, al envejecer, como el vino destapado que se convierte en vinagre, de humor difícil, chillona y nerviosa. ¡Había sufrido tanto, sin quejarse, al principio, cuando le veía correr detrás de todas las mozas del pueblo y regresar de noche de veinte lugares de perdición, hastiado y apestando a

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vino! Después, su orgullo se había rebelado. Entonces se calló tragándose la rabia en un estoicismo mudo que guardó hasta su muerte.

Siempre andaba de compras y de negocios. Iba a visitar a los procuradores, al presidente de la audiencia, recordaba el vencimiento de las letras, obtenía aplazamientos, y en casa planchaba, cosía, lavaba, vigilaba los obreros, pagaba las cuentas, mientras que, sin preocuparse de nada, el señor, continuamente embotado en una somnolencia gruñona de la que no se despertaba más que para decirle cosas desagradables, permanecía fumando al lado del fuego, escupiendo en las cenizas.

Cuando tuvo un niño, hubo que buscarle una nodriza. Vuelto a casa, el crío fue mimado como un príncipe. Su madre lo alimentaba con golosinas; su padre le dejaba corretear descalzo, y para dárselas de filósofo, decía que incluso podía muy bien ir completamente desnudo, como las crías de los animales. Contrariamente a las tendencias maternas, él tenía en la cabeza un cierto ideal viril de la infancia según el cual trataba de formar a su hijo, deseando que se educase duramente, a la espartana, para que adquiriese una buena constitución. Le hacía acostarse en una cama sin calentar, le daba a beber grandes tragos de ron y le enseñaba a hacer burla de las procesiones. Pero de naturaleza apacible, el niño respondía mal a los esfuerzos paternos. Su madre le llevaba siempre pegado a sus faldas, le recortaba figuras de cartón, le contaba cuentos, conversaba con él en monólogos interminables, llenos de alegrías melancólicas y de zalamerías parlanchinas. En la soledad de su vida, trasplantó a aquella cabeza infantil todas sus frustraciones. Soñaba con posiciones elevadas, le veía ya alto, guapo, inteligente, situado, ingeniero de caminos, canales y puertos o magistrado. Le enseñó a leer e incluso, con un viejo piano que tenía, aprendió a cantar dos o tres pequeñas romanzas. Pero a todo esto el señor Bovary, poco interesado por las letras, decía que todo aquello no valía la pena.

¿Tendrían algún día con qué mantenerle en las escuelas del estado, comprarle un cargo o un traspaso de una tienda? Por otra parte, un hombre con tupé triunfa siempre en el mundo. La señora Bovary se mordía los labios mientras que el niño andaba suelto por el pueblo.

Se iba con los labradores y espantaba a terronazos los cuervos que volaban. Comía moras a lo largo de las cunetas, guardaba los pavos con una vara, segaba las mieses, corría por el bosque, jugaba a la rayuela en el pórtico de la iglesia y en las grandes fiestas pedía al sacristán que le dejase tocar las campanas, para colgarse con todo su peso de la cuerda grande y sentirse transportado por ella en su vaivén.

Así creció como un roble, adquiriendo fuertes manos y bellos colores.A los doce años, su madre consiguió que comenzara sus estudios. Encargaron de ellos al cura. Pero las lecciones

eran tan cortas y tan mal aprovechadas, que no podían servir de gran cosa. Era en los momentos perdidos cuando se las daba, en la sacristía, de pie, deprisa, entre un bautizo y un entierro; o bien el cura mandaba buscar a su alumno después del Ángelus, cuando no tenía que salir. Subían a su cuarto, se instalaban los dos juntos: los moscardones y las mariposas nocturnas revoloteaban alrededor de la luz. Hacía calor, el chico se dormía, y el bueno del preceptor, amodorrado, con las manos sobre el vientre, no tardaba en roncar con la boca abierta. Otras veces, cuando el señor cura, al regresar de llevar el viático a un enfermo de los alrededores, veía a Carlos vagando por el campo, le llamaba, le sermoneaba un cuarto de hora y aprovechaba la ocasión para hacerle conjugar un verbo al pie de un árbol. Hasta que venía a interrumpirles la lluvia o un conocido que pasaba. Por lo demás, el cura estaba contento de su discípulo e incluso decía que tenía buena memoria.

Carlos no podía quedarse así. La señora Bovary tomó una decisión. Avergonzado, o más bien cansado, su marido cedió sin resistencia y se aguardó un año más hasta que el chico hiciera la Primera Comunión.

Pasaron otros seis meses, y al año siguiente, por fin, mandaron a Carlos al Colegio de Rouen, adonde le llevó su padre en persona, a finales de octubre, por la feria de San Román.

Hoy ninguno de nosotros podría recordar nada de él. Era un chico de temperamento moderado, que jugaba en los recreos, trabajaba en las horas de estudio, estaba atento en clase, dormía bien en el dormitorio general, comía bien en el refectorio. Tenía por tutor a un ferretero mayorista de la calle Ganterie, que le sacaba una vez al mes, los domingos, después de cerrar su tienda, le hacía pasearse por el puerto para ver los barcos y después le volvía a acompañar al colegio, antes de la cena. Todos los jueves por la noche escribía una larga carta a su madre, con tinta roja y tres lacres; después repasaba sus apuntes de historia, o bien un viejo tomo de Anacharsis que andaba por la sala de estudios. En el paseo charlaba con el criado, que era del campo como él.

A fuerza de aplicación, se mantuvo siempre hacia la mitad de la clase; una vez incluso ganó un primer accéssit de historia natural. Pero, al terminar el tercer año, sus padres le retiraron del colegio para hacerle estudiar medicina, convencidos de que podía por sí solo terminar el bachillerato.

Su madre le buscó una habitación en un cuarto piso, que daba a l'Eau-de-Robec, en casa de un tintorero conocido. Ultimó los detalles de la pensión, se procuró unos muebles, una mesa y dos sillas, mandó buscar a su casa una vieja cama de cerezo silvestre y compró además una pequeña estufa de hierro junto con la leña necesaria para que su pobre hijo se calentara. Al cabo de una semana se marchó, después de hacer mil recomendaciones a su hijo para que se comportase bien, ahora que iba a «quedarse solo».

El programa de asignaturas que leyó en el tablón de anuncios le hizo el efecto de un mazazo: clases de anatomía, patología, fisiología, farmacia, química y botánica, y de clínica y terapéutica, sin contar la higiene y la materia médica, nombres todos cuyas etimologías ignoraba y que eran otras tantas puertas de santuarios llenos de augustas tinieblas.

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No se enteró de nada de todo aquello por más que escuchaba, no captaba nada. Sin embargo, trabajaba, tenía los cuadernos forrados, seguía todas las clases, no perdía una sola visita. Cumplía con su tarea cotidiana como un caballo de noria que da vueltas con los ojos vendados sin saber lo que hace.

Para evitarle gastos, su madre le mandaba cada semana, por el recadero, un trozo de ternera asada al horno, con lo que comía a mediodía cuando volvía del hospital dando patadas a la pared. Después había que salir corriendo para las lecciones, al anfiteatro, al hospicio, y volver a casa recorriendo todas las calles. Por la noche, después de la frugal cena de su patrón, volvía a su habitación y reanudaba su trabajo con las ropas mojadas que humeaban sobre su cuerpo delante de la estufa al rojo.

En las hermosas tardes de verano, a la hora en que las calles tibias están vacías, cuando las criadas juegan al volante en el umbral de las puertas, abría la ventana y se asomaba. El río que hace de este barrio de Rouen como una innoble pequeña Venecia, corría allá abajo, amarillo, violeta o azul, entre puentes, y algunos obreros agachados a la orilla se lavaban los brazos en el agua.

De lo alto de los desvanes salían unas varas de las que colgaban madejas de algodón puestas a secar al aire. Enfrente, por encima de los tejados, se extendía el cielo abierto y puro, con el sol rojizo del ocaso. ¡Qué bien se debía de estar allí! ¡Qué frescor bajo el bosque de hayas! Y el muchacho abría las ventanas de la nariz para aspirar los buenos olores del campo, que no llegaban hasta él.

Adelgazó, creció y su cara tomó una especie de expresión doliente que le hizo casi interesante.Naturalmente, por pereza, llegó a desligarse de todas las resoluciones que había tomado. Un día faltó a la visita, al

siguiente a clase, y saboreando la pereza poco a poco, no volvió más.Se aficionó a la taberna con la pasión del dominó. Encerrarse cada noche en un sucio establecimiento público, para

golpear sobre mesas de mármol con huesecitos de cordero marcados con puntos negros, le parecía un acto precioso de su libertad que le aumentaba su propia estimación. Era como la iniciación en el mundo, el acceso a los placeres prohibidos, y al entrar ponía la mano en el pomo de la puerta con un goce casi sensual.

Entonces muchas cosas reprimidas en él se liberaron; aprendió de memoria coplas que cantaba en las fiestas de bienvenida. Se entusiasmó por Béranger, aprendió también a hacer ponche y conoció el amor.

Gracias a toda esa actuación, fracasó por completo en su examen de «oficial de sanidad». Aquella misma noche le esperaban en casa para celebrar su éxito.

Marchó a pie y se detuvo a la entrada del pueblo, donde mandó a buscar a su madre, a quien contó todo. Ella le consoló, achacando el suspenso a la injusticia de los examinadores, y le tranquilizó un poco encargándose de arreglar las cosas. Sólo cinco años después el señor Bovary supo la verdad; como ya había pasado mucho tiempo, la aceptó, ya que no podía suponer que un hijo suyo fuese un tonto.

Carlos volvió al trabajo y preparó sin interrupción las materias de su examen cuyas cuestiones se aprendió previamente de memoria. Aprobó con bastante buena nota. ¡Qué día tan feliz para su madre! Hubo una gran cena.

¿Adónde iría a ejercer su profesión? A Tostes. Allí no había más que un médico ya viejo. Desde hacía mucho tiempo la señora Bovary esperaba su muerte, y aún no se había ido al otro barrio el buen señor cuando Carlos estaba establecido frente a su antecesor.

Pero la misión de la señora Bovary no terminó con haber criado a su hijo, haberle hecho estudiar medicina y haber descubierto Tostes para ejercerla: necesitaba una mujer. Y le buscó una: la viuda de un escribano de Dieppe, que tenía cuarenta y cinco años y mil doscientas libras de renta.

Aunque era fea, seca como un palo y con tantos granos en la cara como brotes en una primavera, la verdad es que a la señora Dubuc no le faltaban partidos para escoger. Para conseguir su propósito, mamá Bovary tuvo que espantarlos a todos, y desbarató muy hábilmente las intrigas de un chacinero que estaba apoyado por los curas.

Carlos había vislumbrado en el matrimonio la llegada de una situación mejor, imaginando que sería más libre y que podría disponer de su persona y de su dinero. Pero su mujer fue el ama; delante de todo el mundo él tenía que decir esto, no decir aquello, guardar abstinencia los viernes, vestirse como ella quería, apremiar, siguiendo sus órdenes, a los clientes morosos. Ella le abría las cartas, le seguía los pasos y le escuchaba a través del tabique dar sus consultas cuando tenía mujeres en su despacho.

Había que servirle su chocolate todas las mañanas, y necesitaba cuidados sin fin. Se quejaba continuamente de los nervios, del pecho, de sus humores. El ruido de pasos le molestaba; si se iban, no podía soportar la soledad; volvían a su lado y era para verla morir, sin duda. Por la noche, cuando Carlos regresaba a su casa, sacaba por debajo de sus ropas sus largos brazos flacos, se los pasaba alrededor del cuello y haciéndole que se sentara en el borde de la cama se ponía a hablarle de sus penas: ¡la estaba olvidando, amaba a otra! Ya le habían advertido que sería desgraciada; y terminaba pidiéndole algún jarabe para su salud y un poco más de amor.2

2 FLAUBERT, Gustave, Madame Bovary. Edición y traducción de Germán Palacios; México, REI, 1990 (Letras Universales, 44), pp. 79-89.

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(Producto de aprendizaje 4)EJERCICIO DE LECTURA, ANÁLISIS RETÓRICO Y COMENTARIO

a) Lee con atención el siguiente texto.b) Lista algunos de los rasgos que caracterizan el lenguaje del texto (palabras cultas, populares, frases coloquiales,

complejidad o sencillez de las oraciones, etcétera).c) En un cuadro clasificador, cita algunas de las figuras retóricas utilizadas por el narrador y especifica la finalidad

con la que las utiliza (caracterización de personajes, ambientación, etc.).d) Redacta un comentario personal sobre la impresión que te causó la lectura, considerando aspectos como el

mensaje del autor, la relación entre el contenido y la realidad histórica del país, las condiciones sociales de los personajes, entre otros.

LOS DE ABAJO(Mariano Azuela, fragmento)

ITe digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… Debe ser algún cristiano.

La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra.—¿Y que fueran siendo federales? —repuso un hombre que, en cuclillas, yantaba en un rincón una cazuela en la

diestra y tres tortillas en taco en la otra mano.La mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca.Se oyó un ruido de pezuñas en el pedregal cercano y el Palomo ladró con más rabia.—Sería bueno que, por sí o por no, te escondieras, Demetrio.El hombre, sin alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro y, levantándolo a dos manos, bebió agua a

borbotones. Luego se puso en pie.—Tu rifle está debajo del petate —pronunció ella en voz muy baja.El cuartito se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descasaban un yugo, un arado, un otate y otros

aperos de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño.

Demetrio ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba, vestía camisa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate y huaraches.

Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche.El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del corral.De pronto se oyó un disparo, el perro lanzó un gemido sordo y no ladró más.Unos hombres a caballo llegaron vociferando y maldiciendo. Dos se apearon y otro quedó cuidando las bestias.—Mujeres…, algo de cenar… Blanquillos, leche, frijoles, lo que tengan, que venimos muertos de hambre.—¡Maldita sierra! ¡Sólo el diablo no se perdería!—Se perdería, mi sargento, si viniera de borracho como tú…Uno llevaba galones en los hombros, el otro, cintas rojas en las mangas.—¿En dónde estamos, vieja?… ¡Pero con una…! ¿Esta casa está sola?—¿Y entonces, esa luz?… ¿Y ese chamaco?… ¡Vieja, queremos cenar, y que sea pronto! ¿Sales o te hacemos salir?—¡Hombres malvados, me han matado mi perro!… ¿Qué les debía ni qué les comía mi pobrecito Palomo?La mujer entró llevando a rastras al perro, muy blanco y muy gordo, con los ojos claros ya y el cuerpo suelto.—¡Mira nomás que chapetes, sargento!… Mi alma, no te enojes; yo te juro volverte tu casa un palomar, pero ¡por

Dios!…

No me mires airada…No más enojos…Mírame cariñosa,luz de mis ojos.

acabó cantando el oficial con voz aguardentosa.—Señora, ¿cómo se llama este ranchito?—Limón —contestó hosca la mujer, ya soplando las brasas del fogón y arrimando la leña.—¿Conque aquí es Limón?… ¡La tierra del famoso Demetrio Macías!… ¿Lo oye, mi teniente? Estamos en Limón.—¿En Limón?… Bueno, para mí… ¡plin!… Ya sabes, sargento, si he de irme al infierno, nunca mejor que ahora… que

voy en buen caballo. ¡Mira nomás qué cachetitos de morena!… ¡Un perón para morderlo!…—Usted ha de conocer al bandido ese, señora… Yo estuve junto con él en la Penitenciaría de Escobedo.

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—Sargento, tráeme la botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía con esta morenita… ¿El coronel?… ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?… ¡Que vaya mucho a…! Y si se enoja, pa mi… ¡plin!… Anda, sargento; dile al cabo que desensille y eche de cenar. Yo aquí me quedo… Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto. ¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco ronco… ¡Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra mitad…! ¿Y qué le hace…? Es mi gusto. Sargento, mi botella de tequila. Chata, estás muy lejos; arrímate a echar un trago… ¿Cómo que no?… ¿Le tienes miedo a tu… marido… o lo que sea?… Si está metido en algún agujero dile que salga… Pa mi ¡plin!… Te aseguro que las ratas no me estorban.

Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta.—¡Demetrio Macías! —clamó el sargento despavorido, dando unos pasos atrás.El teniente se pudo de pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua.—¡Mátalos! —exclamó la mujer con la garganta seca.—¡Ah, dispense, amigo!… Yo no sabía… Pero yo respeto a los valientes de veras.Demetrio se quedó mirándolos y una sonrisa insolente y despreciativa plegó sus líneas.—Y no sólo los respeto, sino que también los quiero… aquí tiene la mano de un amigo… Está bueno, Demetrio

Macías; usted me desaira… Es porque no me conoce, es porque me ve en este perro y maldito oficio… ¡Qué quiere, amigo!… ¡Es uno pobre, tiene familia numerosa que mantener! Sargento, vámonos; yo respeto siempre la casa de un valiente, de un hombre de veras.

Luego que desaparecieron, la mujer abrazó estrechamente a Demetrio.—¡Madre mía de Jalpa! ¡Qué susto!… ¡Creí que a ti te habían tirado el balazo!—Vete luego a la casa de mi padre —dijo Demetrio.Ella quiso detenerlo; suplicó, lloró; pero él, apartándola dulcemente, repuso sombrío:—Me late que van a venir todos juntos.—¿Por qué no los mataste?—¡Seguro que no les tocaba todavía!Salieron juntos, ella con el niño en los brazos.Ya a la puerta se apartaron en opuesta dirección.La luna poblaba de sombras vagas la montaña.En cada risco y en cada chaparro, Demetrio seguía mirando la silueta dolorida de una mujer, con su niño en los

brazos.Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban

grandes llamaradas.Su casa ardía…

IITodo era sombra todavía cuando Demetrio Macías comenzó a bajar al fondo del barranco. El angosto talud de una

escarpa era vereda entre el peñascal veteado de enormes resquebrajaduras y la vertiente de centenares de metros, cortada como de un solo tajo.

Descendiendo con agilidad y rapidez, pensaba:“Seguramente ahora sí van a dar con nuestro rastro los federales, y se nos vienen encima como perros. La fortuna

es que no saben veredas, entradas ni salidas. Solo que alguno de Moyahua anduviera con ellos de guía, porque los del Limón, Santa Rosa y demás ranchitos de la sierra son gente segura y nunca nos entregarían… En Moyahua está el cacique que me trae corriendo por los cerros, y éste tendría mucho gusto en verme colgado de un poste del telégrafo y con tamaña lengua de fuera…”

Y llegó al fondo del barranco cuando comenzaba a clarear el alba. Se tiró entre las piedras y se quedó dormido.El río se arrastraba cantando en diminutas cascadas, los pajaritos piaban escondidos en los pitayos y las chicharras

monorrítmicas llenaban de misterio la soledad de la montaña.Demetrio despertó sobresaltado, vadeó el río y tomó la vertiente opuesta del cañón. Como hormiga arriera

ascendió la crestería, crispadas las manos en las peñas y ramazones, crispadas las plantas sobre las guijas de la vereda.Cuando escaló la cumbre, el sol bañaba la altiplanicie en un lago de oro. Hacia la barranca se veían rocas enormes

rebanadas; prominencias erizadas como fantásticas cabezas africanas; los pitahayos como dedos anquilosados de coloso; árboles tendidos hacia el fondo del abismo. Y en la aridez de las peñas y de las ramas secas albeaban las frescas rosas de San Juan como una blanca ofrenda al astro que amenazaba a deslizar sus hilos de oro de roca en roca.

Demetrio se detuvo en la cumbre: echó su diestra hacia atrás, tiró del cuerno que pendía de su espalda, lo llevó a

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sus labios, gruesos, y por tres veces, inflando los carrillos, sopló en él. Tres silbidos contaron la señal, más allá de la crestería frontera.

En la lejanía, de entre un cónico hacinamiento de cañas y paja podrida, salieron, unos tras otros, muchos hombres de pechos y piernas desnudas, oscuros y repullidos como viejos bronces.

Vinieron presurosos el encuentro de Demetrio.—¡Me quemaron mi casa! —respondió a las miradas interrogadoras.Hubo imprecaciones, amenazas, insolencias.Demetrio los dejó desahogar; luego sacó de su camisa una botella, bebió un tanto, limpióla con el dorso de su mano

y la pasó a su inmediato. La botella, en una vuelta de boca en boca, se quedó vacía. Los hombres se relamieron.—Si Dios nos da licencia —dijo Demetrio—, mañana o esta misma noche les hemos de mirar la cara otra vez a los

federales. ¿Qué dicen, muchachos; los dejamos conocer estas veredas?Los hombres semidesnudos saltaron, dando grandes alaridos de alegría. Y luego redoblaron las injurias, las

maldiciones y las amenazas.—No sabemos cuántos serán ellos —observó Demetrio, escudriñando los semblantes—. Julián Medina, en

Hostotipaquillo, con media docena de pelados y con cuchillos afilados en el metate, les hizo frente a todos los cuicos y federales del pueblo, y se los echó.

—¿Qué, tendrán algo los Medina que a nosotros nos falte? —dijo uno de barba y cejas espesas y muy negras, de mirada dulzona, hombre macizo y robusto.

—Yo sólo les sé decir —agregó— que dejo de llamarse Anastasio Montañés si mañana no soy dueño de un máuser, cartuchera, pantalones y zapatos. ¡De veras!… Mira, Codorniz, ¿voy que no me lo crees? Yo traigo media docena de plomos dentro de mi cuerpo… Ai que diga mi compadre Demetrio si no es cierto… Pero a mí me dan tanto miedo las balas como una bolita de caramelo. ¿A que no me lo crees?

—¡Que viva Anastasio Montañés! —gritó el Manteca.—No —repuso aquél—; que viva Demetrio Macías, que es nuestro jefe, y que vivan Dios y el cielo y María

Santísima.—¡Viva Demetrio Macías! —gritaron todos.Encendieron lumbre con zacate y leños secos, y sobre los carbones encendidos tendieron trozos de carne fresca. Se

rodearon en torno de las llamas, sentados en cuclillas, olfateando con apetito la carne que se retorcía y crepitaba en las brasas.

Cerca de ellos estaba, en montón, la piel dorada de una res, sobre la tierra húmeda de sangre. De un cordel, entre dos huizaches, pendía la carne hecha cecina, oreándose al sol y al aire.

—Bueno —dijo Demetrio—; ya ven que, aparte de mi treinta-treinta, no contamos más que con veinte armas. Si son pocos, les damos hasta no dejar uno; si son muchos, aunque sea un buen susto les hemos de sacar.

Aflojó el ceñidor de su cintura y desató un nudo, ofreciendo del contenido a sus compañeros.—¡Sal! —exclamaron con alborozo, tomando cada uno con la punta de los dedos algunos granos.Comieron con avidez, y cuando quedaron satisfechos, se tiraron de barriga al sol y cantaron canciones monótonas y

tristes, lanzando gritos estridentes después de cada estrofa.3

3 AZUELA, Mariano, Los de abajo, en La novela de la Revolución Mexicana. Selección, introducción general, cronología histórica, prólogos, censo de personajes, índice de lugares, vocabulario y bibliografía por Antonio Castro Leal; México, Aguilar, 1981 (Colección Obras Eternas, s/n), pp. 53-56.