Transcript

Victoria

Por

JosephConrad

ParteI

Capítulo1

Existe,comonoseleescapaniaunchicodeescuelaenestaedaddoradade laciencia,unaestrecha relaciónquímicaentreelcarbóny losdiamantes.Creoqueéstaes la razónpor laquealgunos le llamanel«diamantenegro».Ambasmercancíassignificanriqueza,sibienelcarbónconstituyeunaclasedepropiedadbastantemenosportátil.Adolece,desdeestepuntodevista,deunalamentable falta de concentración física. Otra cosa sería si la gente pudierameterse las minas en el bolsillo del chaleco—pero no puede—. Existe, almismotiempo,unafascinaciónporelcarbón,productosupremodeunaépocaen la que nos hemos instalado como viajeros aturdidos en un deslumbranteaunquedesasosegadohotel.Presumoqueestasdosúltimasconsideraciones,laprácticaylamística,impidieronlamarchadeHeyst,deAxelHeyst.

LaTropicalBeltCoalCompanyliquidó.Elmundofinancieroesunmundomisterioso donde, por increíble que parezca, la evaporación precede a laliquidación.Primero,seevaporaelcapital.Luego,lacompañíaliquida.Estosacontecimientos se corresponden poco con la naturaleza, así que hay queponerlos en la cuenta de la ininterrumpida inercia de Heyst, de la que nosreíamosaescondidas,pero sinanimadversión.Loscuerpos inertesnohacendaño, ni provocan hostilidad, y reírse de ellos casi no vale la pena. Comomucho, pueden ponerse en medio algunas veces, pero tal cosa no podíaachacársele a Axel Heyst. Él quedaba por encima de todos los caminos,ostentosamente,igualquesicolgaradelacrestamásaltadelHimalaya.Todosconocían, en esta parte del globo, al morador de la pequeña isla. A fin decuentas, una isla no es más que la punta de una montaña. Axel Heyst,pendiendo en la inmovilidad, estaba rodeado —en vez del imponderable,tempestuoso y transparente océano de aire fundido en el infinito— por untibio, apagadomar; un desapasionado vástago de las aguas que abarcan loscontinentes de este globo. Las sombras eran sus visitantes más asiduos,sombrasdenube,quealiviabanlamonotoníade ladesfalleciente, inanimadaluzdelostrópicos.Elvecinomáspróximo—estoyhablandodelascosasquemanifestaban alguna clase de animación— era un perezoso volcán quehumeabadébilmenteduranteeldía,acostadosobrelalíneadelseptentrión;porla noche, una mortecina y roja incandescencia se dilataba y colapsaba deforma espasmódica como el final de un gigantesco puro aspiradointermitentemente en la oscuridad. Axel Heyst era también un fumador y,cuandosepaseabaconsucherootporlaveranda,elritofinalantesdeirsealacama,producíaenlanochelamismaincandescenciaydelmismotamañoque

ladesudistantevecino.

Enciertosentido,elvolcánleacompañabaenlatiniebladelanoche—delacualpodíadecirsequeeratanespesacomoparaimpedirsiquieraelpasodeuna brizna de aire—. El viento rara vez tenía la energía suficiente paralevantarunapluma.BuenapartedelasanochecidasdelañopodríanhabersidoempleadasporHeystparasentarseafuerayleer,alaluzdeunasimplevela,cualquiera de los libros que había heredado de su difunto padre. Nunca lohizo.Pormiedoalosmosquitos,muyprobablemente.Elsilenciotampocoletentóhastaelpuntodehacerleentrarenconversación,porcasualque fuera,conlasolidariabrasadelvolcán.Noeraunloco.Sediríaqueuntiporaroy,dehecho,sedijo.Perohayunaabismaldiferenciaentrelosdos,comoseadmitiráfácilmente.

Enlasnochesdelunallena,elsilenciodeSamburan,la«IslaCircular»delosmapas, era un silencio deslumbrante; y en el estanque de fría luzHeystpodía distinguir las cercanías con aspecto de asentamiento invadido por lajungla:inciertostejadosdeclinandoenlaespesura,sombrasrotasdecercadosdebambúentreelbrillodeloshierbajos,algoparecidoauntrozodecarreterasesgadoporaccidentadosmatorralesquemirabanalaplaya—aunascuantasyardasdedistancia—,unnegromalecónyunaespeciedediqueenlutadoenlapenumbra.Perolomássobresalienteeraungigantescoenceradosostenidopordos postes que ofrecían aHeyst, cuando la luna alcanzaba esa posición, lasblancasinicialesdela«T.B.C.Co.»,enunafranjadedospiesdealtura,porlomenos.LaTropicalBeltCoalCompany.Suempleo,oparasermásexactos,suúltimoempleo.

De acuerdo con los artificiosos misterios del mundo de las finanzas, elcapitaldelacompañíasehabíaevaporadoenelplazodedosaños,hechoqueobligóaliquidardeunamaneraforzosaycreoqueenabsolutovoluntaria.Noobstante, elproceso seconsumósinprecipitación.Resultómásbien lentoy,mientraslaliquidaciónseguíasulánguidocursoenLondresyenAmsterdam,Axel Heyst, citado en los prospectos como «gerente en los trópicos»,permanecióensupuestodeSamburan, laprimeraestacióncarboníferade lacompañía.Nosetratabadeunaestacióncualquiera.Allíhabíaunaminaconunafloramientoenlaladeraamenosdequinientasyardasdelraquíticomuelley del imponente encerado. El propósito de la compañía había sido el deapropiarsedetodoslosyacimientosenlasislasdel trópicoyexplotarlosconsistemas exclusivamente locales. Y sólo Dios sabe cuántos se encontraron.Heystfuequienlocalizólamayorpartedurantesusvagabundeosporlaregiónademás de, inclinado como estaba al género epistolar, escribir páginas ypáginasasusamigosdeEuropaacercadelosdescubrimientos.Porlomenos,eraloquesecontaba.

Nosotrosnopodíamosasegurarquehubieraalbergadoalgunavezsueños

de riqueza. Lo que más parecía importarle era, según propia expresión, el«pasoadelante»yque,dichoconsupeculiarénfasis,parecíaaludiralaenteraorganizacióndeluniverso.Másdecienpersonaspodríanatestiguaraquellodel«gran paso adelante de estas regiones». El convincente movimiento de lamano con que acompañaba la frase sugería que el trópico era empujado deformadecididahaciaelhorizonte.Enconsecuenciaconestaacabadacortesíadesugesto,semostrabapersuasivo,oentodocasoimponíasilencio—aunquefueraporuntiempo—.Anadieleapetecíadiscutirconélcuandohablabadeesamanera.Suintransigencianopodíahacerdaño,nisecorríaelpeligrodequealguientomaraseriamenteaquelsueñodecarbóntropical.Asípues,¿quésentidoteníaherirsussentimientos?

Deestemodorazonabanlossesudosnegociantesdelasreputadasoficinasdondeélhabíahechosuentradacomounapersonaque llegabadelEsteconcartasdepresentación—y,porcierto,conmodestascartasdecréditotambién—, algunos años antes de que el florecimiento del carbón comenzara aestimular su despreocupada y galante charla. Desde el primer momento sesupo que no faltarían dificultades para encajarle adecuadamente. No era unviajero.Unviajerollegayseva,continúahaciaalgúnlado.Heystnoseiba.En cierta ocasión encontré a un individuo —el director de la sucursal enMalacca de la Oriental Banking Corporationante quien Heyst habíaexclamado,enrelaciónconnadaenparticularyenlasaladebillardelclub:

—¡Estasislasmehanembrujado!

Lo soltó de repente, á propos des bottes, como dicen los franceses,mientrasdabatizaaltaco.Quizásetrataradealgunaclasedesortilegio.Yesqueexistenmáshechizosdelosquepudierasoñarunvulgarprestímano.

Enresumen,uncírculoconunradiode800millasytrazadoalrededordeun punto cualquiera al norte de Borneo significaba para Heyst un círculomágico.LalíneapasabaporManilayélhabíasidovistoallí.TambiéncruzabaSaigón e igualmente se le vio en una ocasión. Acaso fueran tentativas defugarsedeél.Enesecasoconcluyeronenfracaso.Elhechizodebíaserdeunacalidadincombustible.Elejecutivoquehabíaescuchadolaexclamaciónquedótanimpresionadoporeltono,fervor,arrobo,loquesequiera,otalvezporlaincongruencia, que no resistía la tentación de contárselo a cualquiera queestuvieradispuestoaescucharle.

«Untiporaro,esesueco»,erasuúnicocomentario;perodeahísurgióelapodode«Heystelembrujado»,quelecolgaronalgunos.

Ciertamente, le habían colgado otros. En su juventud, mucho antes deconseguirquesucoronillasequedara tan favorablementecalva,entregóunacarta de presentación a Mr. Tesman, de Tesman Brothers, una firma deSourabaya.De lasmejores, todo seadicho.Bueno,puesMr.Tesmaneraun

complaciente, benévolo y ya anciano caballero. No sabía qué hacer con elvisitante.Despuésdeexpresarlesusdeseosdequelaestanciaenlasislasfueralomásplacenteraposibleydequecontaraconsuayudaparacualquiercosaque necesitara, y todo lo que se sigue habitualmente en este tipo deconversación por todos conocido, el anciano procedió a indagar con elmássuaveypaternalacento:

—Yestáustedinteresadoen…

—Hechos—interrumpióHeyst con sumás escogida prosodia—, ningúnconocimiento merece la pena, excepto el de los hechos. ¡Hechos puros!Simplementehechos,misterTesman.

Ignoro si Mr. Tesman estaba de acuerdo con él o no, pero algo debiócomentar al respecto, porque durante una época nuestro hombre se ganó elapelativode«HechosPuros».Teníalararafortunadequesusexpresionesselequedabanadheridashastaformarpartedesunombre.Despuésdeaquello,ély sus ensoñaciones derivaron por el mar de Java en una de las goletasmercantesdeTesman,paradesaparecermástardeabordodeunbarcoárabequesedirigíaaNuevaGuinea.Permaneciótantotiempoenestaremotapartedesucírculoencantado,quecasilehabíanyaolvidadocuandocruzódenuevoantelavistaenunvelerollenodevagabundosdeGoram,quemadoporelsol,escuálido, lapelambrera ralayunacartera condibujosbajo elbrazo.Él losmostraba con verdadero placer, pero también como quien se reserva algo.«Unatemporadadediversión»,fuesuúnicocomentario.¡UnindividuoquesehabíamarchadoaNuevaGuineaporsimplediversión!Enfin.

Pasadoeltiempoycuandolosúltimosvestigiosdejuventudhabíanhuidode su cara, la totalidad de su cabellera desaparecida del cráneo y susbroncíneosbigotesalcanzadohidalgasproporciones,unrepulsivoelementoderazablancaleadjudicóunepíteto.

Golpeando violentamente con el vaso todavía rebosante —y que habíapagadoHeyst—sentenció,conesasagacidadimpremeditadaqueelmodestobebedordeaguanoconsiguenunca:

—Heystesunpefetoc’ballero.¡Pefeto!Peroesunid,id,idealista.

Heyst acababa de salir del local donde la sonora declaración fuepronunciada. Así que idealista… Doy mi palabra de que lo único que leescuchéyquepodíahabersostenido,aunqueflacamente,estaopinión,fuelainvitaciónaesemismoMcNab.Volviéndoseconesafineza,queconstituíasumásrematadacaracterística,deactitud,gestoytono,habíadichoconeducadajovialidad:

—¡Vengayapagueaquísusedconnosotros,misterMcNab!

Quizásetrataradeeso.UnhombrequepodíaproponerleaMcNab,aunquefueraalegremente,apagarlased,debíaserporfuerzaunidealista,uncazadorde quimeras, bien entendido además que Heyst no era un derrochador deironía.Puedequeéstafueralarazónporlaquegeneralmentecaíasimpático.Enestaépocadesuvida,enlaplenituddesudesarrollofísico,conlaamplia,marcial presencia, con la cabeza calva y largos mostachos, recordaba losretratos deCarlosXII, de combativamemoria.A pesar de ello, nunca huborazónparasospecharqueHeystfueraprecisamenteunluchador.

Capítulo2

Enestetiempo,HeystseasocióconMorrisonentérminossobrelosquelagente no se puso de acuerdo. Para unos era un compañero de fatigas; paraotros, un simple huésped; pero el asunto estaba hecho de una materia máscompleja.Un día,Heyst apareció en Timor. Por qué Timor, entre todos loslugares de este mundo, nadie llegó a averiguarlo. Bueno, pues andabavagabundeandoporDelli,esecubildeltodopestilente,posiblementeenbuscadehechos extraordinarios, cuando tropezó conMorrison, quien a sumaneraera tambiénunhombre«embrujado».Cuandoalguien lehablabaaMorrisondevolveracasa—eradeDorsetshire—seestremecía.Decíaqueaquelloeratenebrosoyhúmedo;queeracomointentarvivirconlacabezametidaenunacartucheramojada.Claroquesetratabasólodesuexageradaformadecontarlascosas.Morrisonera«unodelosnuestros».Leibabiencomopropietarioypatrón del «Capricornio», un bergantín comercial, a pesar del lastre de suexcesivoaltruismo.Detentabalaafectuosaytiernaamistaddeunaporcióndealdeasdejadasde lamanodeDiosentreoscurascalasybahías, con lasquecomerciaba en «manufacturas». A menudo se arriesgaba por intempestivoscanales hacia alguna factoríamiserable donde, en vez de un cargamento demercancías, se encontraba con una multitud hambrienta que le pedía arroz.Para regocijo de todos, repartía arroz y explicaba a la muchedumbre queaquelloeraunadelantoyqueahoraestabanendeudaconél.Lessermoneabasobreeltrabajoylaindustria,yredactabaunminuciosoinformeeneldiariodebolsilloquesiempreleacompañaba.Enestepuntoterminabalatransacciónpropiamentedicha.IgnorosiMorrisonloentendíaasí,peroalosaldeanosnolesquedabadudadeninguna clase.Encualquierpueblodel litoral donde elbergantín era avistado, comenzaban a repicar los tantanes y a ondear lasserpentinas, las muchachas adornaban de flores su cabeza y el gentío seagolpabaenelmuellemientrasMorrisonresplandecíaymirabaelalborotoatravésdesumonóculo,conunairedesatisfacciónintensa.Alto,concaradelápizybienafeitado,nopodíaparecerotracosaqueun tribunoquehubiera

echadosupelucaalosperros.

Solíamosexpresarlenuestrodesacuerdo:

—Noverásningunodetusadelantos,sisiguesporesecamino.

Seleponíacaradeespecialista.

—Yalesexprimiréenelmomentooportuno.Notemáis.Además,esomerecuerda—sacabasuinseparablediariodebolsillo—queenciertopueblecito—apuntaba— han vuelto a salir a flote. Podría empezar por exprimirles aellos.

Yhacíaunafuriosaacotaciónenelcuaderno,delestilode:exprimira laciudaddetal,enlaprimeraoportunidad.

Luego, guardaba la pluma y corría la goma del cuaderno con gesto deinamovible decisión. Pero el exprimidor no acababa de arrancar. Algunosmurmuraban.Estabadesperdiciandoelnegocio.Quizáesofueraverdadhastaciertopuntoysinllegarmáslejos.Lamayorpartedeloslugaresconlosquecomerciabanosóloerandesconocidosparalageografía,sinotambiénparaesaparticular sabiduría de los comerciantes que se transmite de viva voz, sinalardes, y que sienta las bases del conocimiento de una comunidaddeterminada.Corría también la especie de queMorrison tenía unamujer entodasycadaunadelasaldeas,perolamayoríarechazábamosconindignaciónestoscomadreos.Erauntipofrancamentehumanitarioybastantemásascéticoqueotracosa.

CuandoHeystseloencontróenDelli,Morrisoncaminabaporlacalle,elmonóculo desfallecido sobre la pechera, la cabeza gacha y el desesperadoaspecto de esos vagabundos endurecidos que se ven en nuestras carreterasarrastrándosedeasiloenasilo.Alserllamadodesdelaotrapuntadelacalle,levantó la vista con alarmada preocupación. Estaba metido en problemas.HabíallegadolasemanaanterioraDelli,y lasautoridadesportuguesas,bajouna supuesta irregularidad en sus papeles, le impusieron una multa yarrestaron el barco. Morrison no era precisamente un ahorrador. Dado susistemacomercial, lo rarohubiera sidoque lo fuera.Encuantoa lasdeudasregistradas en su cuadernillo, no alcanzaban para conseguir un préstamo demil reis —lo mismo da que pongamos un solo chelín—. Los funcionariosportugueses leaconsejaronnodesesperar.Ledabanunasemanadegracia,apartir de la cual se habían propuesto subastar el barco. Esto significaba suruina.LasemanaencuestiónestabaapuntodeconcluircuandoHeyst,consuhabitualcortesía,lellamódesdeelotroextremodelacalle.

Heyst cambió de acera y se dirigió a él con una leve inclinación, a lamaneradeunpríncipequeseentrevistaconotroenunencuentroprivado.

—Qué inesperado placer. ¿Pondría usted alguna objeción a tomarse untragoconmigoenesatascadeahíenfrente?Hacedemasiadocalorparaseguirenlacalle.

El demacradoMorrison le siguióobedientemente al sombrío tugurio, delque hubiera pasado de largo en cualquier otra oportunidad. En suensimismamiento, no tenía una ideamuy clara de lo que hacía.No eramásdificultosoabandonarleenelbordedeunprecipicioqueinducirleaentrarenel chiringuito. Se sentó como un autómata.Aunque taciturno, distinguió unvaso de consistente vino tinto y lo vació. Heyst, expectante pero educado,ocupóelasientoopuesto.

—Temoquetengaustedalgodefiebre—dijo,solícito.

AquísedesatólalenguadelpobreMorrison.

—¡Fiebre!—gritó—.Quevenganfiebrescomosivienenpestes.Sólosonenfermedadesyunoacabaporsobrevivir.Peroesqueamímeestánmatando.Esa pandilla de portugueses está acabando conmigo. Pasado mañana mehabránrebanadoelcuello.

Enfrentadoaestedrama,Heystexpresó,conunapuntedecejas,undébilsentimiento de sorpresa que no habría desentonado en una tertulia deelegantes. La desesperada reserva deMorrison se vino abajo. Había estadodeambulando con la garganta seca por esa miserable ciudad de cenagososchamizos,sinunalmaaquienvolverseenladesgracia,enloqueciendoconsuspropiospensamientos.Y,derepente,seencontrabaconunblanco,simbólicayefectivamenteunblanco(Morrisonnoaceptabadeningunamaneralablancuraracialdelosfuncionariosportugueses).Sedejaballevarporlaviolenciapuradeldiscurso,loscodosclavadosenlamesa,losojosinyectadosensangre,lavoz a punto de extinguirse, el ala del salacot dejando una sombra sobre elrostrocetrinoysinafeitar.Laindumentariablanca,quenosehabíaquitadoentres días, empezaba a cambiar de color. Parecía haber atravesado ya esafrontera, antes de la cual la redención es todavía posible. La escena estabaperturbandoaHeyst,peronopermitióquesucomportamiento le traicionara,disimulando la impresión bajo una consumada urbanidad. Mostraba esadisciplinada atención que obliga a todo caballero cuando escucha a otro y,como es habitual, acabó contagiando. Así que Morrison se sobrepuso yterminósuhistoriaenuntonomásacordeconsuspretensionesdehombredemundo.

—Esto es unamaniobra de cuatreros. Lomalo es que siempre te cogendesesperado. El canalla de Cousinho—Andreas, ya sabe— anda detrás delbergantíndesdehaceaños,yyo,naturalmente,noselovenderíajamás.Ynoesporqueseamimediodevida,sinoporqueesmivida.Elbarcoesmivida.Poresohapreparadoestaemboscadaconsucompinche,eljefedeaduanas.La

subastaseráunafarsa:aquínohaynadiequepuedahacerunaoferta.Yluegosequedaráconélpor loquecuestaunsilbido,siesquellegaa tanto.Ustedlleva varios años en las islas,Heyst, y nos conoce a todos y ha visto cómovivimos.Bien,ahoratendrálaoportunidaddevercómoterminamos.Estoeselfinparamí.Nopuedoseguirengañándome.Yave…

Morrison se había sobrepuesto, pero podía sentirse la tensión que lecostaba mantener el control. Heyst empezaba a decir que se daba perfectacuenta de la magnitud de la desgracia cuando Morrison le interrumpióbruscamente:

—Ledoymipalabradequenoséporquélehecontadoaustedtodoesto.Supongo que encontrarme a un auténtico blanco ha hecho que no pudieraocultarlomástiempo.

Puedequelaspalabrasnosirvandemucho,peroyaquehellegadohastaaquí,voyacontarlealgomás.Escuche.Estamañana,enmicamarotemepusederodillasyrecéparaquealguienvinieraasalvarme.¡Mepusederodillas!

—¿Esustedcreyente,Morrison?—preguntóHeystentonorespetuoso.

—Desdeluegonosoyuninfiel.

Nopudoevitar el reprochede la contestación.Vinounapausa en laqueMorrison hurgaba en su conciencia y Heyst mantenía su imperturbable yeducadointerés.

—Rezabacomounniño.Yocreoenlasoracionesdelosniños,ytambiénenlasdelasmujeres,claro,aunquemeinclinoapensarqueDiosesperadeloshombres que tengan más confianza en sí mismos. No congeniaría con unhombre que tuviera la costumbre de dar el latazo al Todopoderoso con losproblemasmásridículos.Hayquetenerunacaramuydura.Detodasformas,estamañanayo,yoquenuncahicedañoconscienteaningunadelascriaturasdel Señor,me puse a rezar. Un repentino impulso yme hinqué de rodillas.Juzgueusted.

Se quedaron mirándose a los ojos con cierta seriedad. El desamparadoMorrisonañadió,amododedescorazonadorepílogo:

—SinofueraésteunsitiotandejadodelamanodeDios…

Heystpreguntócondelicadezasipodíaconocerselacantidadenquehabíasidovaloradoelbergantín.

AMorrisonse lequedóenlabocaunjuramentoyacontinuacióndijo lacifradesnuda,lacualerataninsignificantecomoparaasombraracualquieramenos a mi interlocutor. E incluso éste pudo controlar a duras penas laincredulidadensudiplomáticaentonación,cuandopreguntósieraposiblequeelotronotuvieraesacantidadamano.

No la tenía. Su única propiedad consistía en un poco de oro inglés,traducido en algunos soberanos, y que se había quedado en el barco.Habíaconfiadosusahorrosa losTesman,enSamarang,parahacer frenteaciertospagos que vencerían durante la travesía. En cualquier caso, ese dinero lehabría proporcionado la misma ayuda que si lo hubiera guardado en lasprofundidades más recónditas de las fosas infernales. Dijo esto último conbrusquedad y mirando con repentino desagrado aquella noble frente, aquelpobladoyMarcialmostacho,aquellosojoscansados,delhombrequeestabajuntoaél.¿Quiéndiablosera?¿Quéhacíanallíyporquélehabíahabladodeaquellamanera?MorrisonnosabíamásdeHeystqueloquepudiéramossaberelrestodecomerciantesdelarchipiélago.Sielsuecosehubieralevantadodepronto con la intención de asestarle un golpe en lamandíbula, no le habríadesconcertado más que cuando el extraño, imprevisible vagabundo, dijoinclinándosesobrelamesa:

—¡Oh! Si se trata de eso, nada me agradaría más que el que usted mepermitieraserledeutilidad.

Morrisonnocomprendía.Eraunadeesascosasquenuncaocurren,cosasinauditas.NoteníaunanociónprecisadeloqueaquellosignificabahastaqueHeystaclaró:

—Puedoprestarleaustedlasuma.

—¿Tieneustedeldinero?—susurró—.Quierodeciraquí,enelbolsillo.

—Efectivamente.Ymealegrodequelesirvadeayuda.

Morrison,enpeligrodequedarseconlabocaabiertaparasiempre,tanteóensuhombroelcordóndelmonóculoquelecolgabaalaespalda.Cuandoalfindioconél,seloincrustóprecipitadamenteenelojo.Acasoesperaraqueelhabitual traje blanco deHeyst se transformara en una túnica reluciente queflotarahasta lospiesyunpardeenormesydeslumbrantesalassurgierandelosomóplatosdelsueco.Y,naturalmente,noqueríaperderseunsolodetalledela metamorfosis. Pero si Heyst era un ángel precipitado de las alturas enrespuestaasuplegaria,desdeluegonotraicionabasuscelestialesorígenesconsignosdetrivialidad.Asíque,enlugardedoblarlarodilla,comorealmenteleapetecía,aferrósumanoyHeystlecorrespondióconlaalegríaderigoryunmurmullodeferentedelque«unanadería,encantado,paraservirle»eratodoloquesesacabaenlimpio.

«Todavíaocurrenmilagros»,acertóapensarelatontadoMorrison.Paraél,comoparatodoslosquevivíamosenlasislas,esecorrecaminosdeHeyst,sinoficionibeneficio,eralaúltimapersonaalaquepudieraasignarseelpapeldeenviadodelaProvidenciaenunasuntorelacionadocondinero,LaexcursiónaTimor,oacualquierotro lugar imaginable,noeramásextraordinariaqueel

aterrizaje de un jilguero sobre un alféizar, en un momento dado. Pero quetransportara una cantidad cualquiera de dinero en el bolsillo, parecíainconcebibledesdecualquierpuntodevista.

Inconcebiblehastaelpuntodeque,mientrasatravesabanelfatigosoarenalqueconducíaalaoficinadeaduanas—unchamizomás—parapagarlamulta,Morrison, atacado de un sudor frío, se paró de golpe y exclamó con acentotitubeante:

—Oiga,Heyst.Noestaráusteddepitorreo,¿verdad?

—¡Pitorreo! —Los ojos claros se le endurecieron al encontrar aldescompuestoMorrison—. ¿En qué sentido, sime permite la pregunta?,—todavíamanteniendolaimplacableurbanidad.

Eldelmonóculoestabaabrumado.

—Perdóneme, Heyst. Dios debe haberle enviado como respuesta a misúplica.Peroheestadoalbordedelachifladuradurantetresdíasangustiosos.Derepentemeasaltóladuda:¿ysieseldiabloquienleenvía?

—Nomantengorelacionesconlosobrenatural—ironizóHeystechandoaandar—.Nadiemehaenviado.Mehelimitadoaaparecer.

—Yo estoymejor informado—le contradijo el otro—. Puede que no lomerezca,perohesidoescuchado.Losé.Losiento.¿Quénecesidadteníausteddeayudarme?

Heyst bajó la cabezaymostró su respetoporuna creenciaquenopodíacompartir.Ycomosielloleafianzaramás,sedijoentredientesque,anteunhechotanlamentable,aquellasalidahabíaqueconsiderarlanatural.

Horasmástarde,pagadalamultaylosdosabordodelbergantín,unavezretirada la guardia,Morrison, que además de ser un caballero era un sujetohonrado,planteóelasuntodeladeuda.Conocíadeantemanosuincapacidadpara asegurarse una suma cualquiera de dinero. En parte, era culpa de lascircunstanciasy enparte, lohabía sidode su temperamento.Resultabamuydifícilrepartirlaresponsabilidadentreambos.ElpropioMorrison,pormuchoqueloconfesara, tampocopodíahacerlo.Conaireapenadoleadjudicó tantavicisitudalafatalidad.

—Ignoroporquénuncahesidocapazdeahorrarunchelín.Esunaespeciedemaldición.Siemprehadehaberunaodoscuentasasediándome.

Escurrió la mano en el bolsillo a la busca del famoso cuadernito, tanconocido en las islas, talismán de sus esperanzas, y empezó a hojearloapasionadamente.

—Y,sinembargo,fíjese.Aquíestánregistradosmásdecincomildólares

quesemeadeudan.Noestámal.

Secallóbruscamente.Heyst,quehabíatratadotodoeltiempodeparecerlomás indiferenteposible,hizounoscuantosruidosamigablesconlagarganta.PeroMorrisonnoerasolamentehonrado.Eratambiénhonorable;yenesedíaangustioso,enfrentadoaldeslumbrantemensajerodelaProvidenciayenplenaconvulsiónsentimental,llevóacabolagranrenuncia.Ysedesligódelaquefuelainsistenteilusióndesuexistencia.

—No.No.Nosonbuenos.Ynuncaserécapazdeexprimirlos.Nunca.Mehepasadolosañosdiciendoqueloharía;perorenuncio.Francamente,nuncamecreícapaz.Nocuenteconello.Heyst.Leherobadoausted.

El pobre Morrison aplastó la cabeza contra la mesa del camarote ypermanecióenesaactitudderrotada,mientrassubenefactorleconsolabaconprimoroso tacto.Elsuecoestaba tanconsternadocomoelotroycomprendíaperfectamentesussentimientos.Nuncadesdeñóunsentimientodecente.Perosesentíaincapazdeabandonarlaestrictacordialidad,yelloleintranquilizabaigualqueundefecto.Pordepuradaqueestélaurbanidad,noes,desdeluego,el tónicocorrectopara lucharcontrauncolapsoemocional.Ambosdebieronpasar unmal rato en la cabina del bergantín.Al fin,Morrison, que buscabadesesperadamenteunaluzenlanegruradeladepresión,acertóconlaideadeinvitar a Heyst a viajar con él y tomar parte en sus empresas hasta que elpréstamoquedarasatisfecho.Esaexistenciaaladeriva,queeralaesenciadeldesapegodeHeyst, leponía encondicionesde aceptar laproposición.NadahacepensarqueenesemomentotuvieraalgúninterésparticularenhuronearporlasesquinasyrecovecosdelArchipiélagoenelquesusocioteníaasentadalamayorpartedesucomercio.Nadamásfalso.Habríaconsentidocualquierarregloquecondujeraaponerfinalapenosaescenadelacabina.Seimpusouna solemne ceremonia de conjuración: Morrison, alzando su disminuidacabezay aplicándose elmonóculo en la órbita paramirar afectuosamente alcompañero;eldescorchardeunabotella,etc.Acordaronquenadasediríadelatransacción.Elcomerciante,comosecomprenderá,noestabaorgullosodelepisodioytemíaconvertirseenelestímulodelhumorajeno.

—¡Un zorro viejo como yo! ¡Dejarse atrapar así por estos condenadosrufianesportugueses!Menudacantinelameesperaría.Tenemosqueguardarelsecreto.

Aparte de diferentes motivos, entre los que destacaba su naturaldelicadeza, Heyst estaba todavía más empeñado que Morrison en guardarsilencio.Cualquier caballero retrocedería ante esepapel de enviado celestialqueleasignabalaterquedaddeliluminado.Sesentíaincómodo.Yquizánosehabía preocupado de que alguien dedujera de todo ello que él gozaba derecursos, cualesquiera que fuesen, pero a todas luces suficientes para

emplearlos enpréstamos.Allí abajo, los dos formabanundueto comoel deesos conspiradores de opereta y de ¡shss, shss!, ¡secreto, secreto!La escenadebiótenersugracia,ajuzgarporlaseriedadconqueamboslainterpretaron.

Duranteuntiempo,laconspiracióntuvoéxito,hastaelpuntodequetodosnosotros habíamos llegado a la conclusión de que Heyst se hospedaba —algunoinsinuóquemásbiengorroneaba—enelbarcodelinocenteMorrison.Pero ya se sabe en qué acaban tales misterios: siempre hay un escape enalgunaparte.ElmismoMorrison, imperfecto recipiente, estabahirviendodegratitudy,bajoelaumentodepresión,debiódejarsaliralgunavaguedadquefuesuficienteparaanimarlacháchara.Yesproverbiallaamabilidadconquetratalagenteaquelloquenocomprende.SeesparcióelrumordequeHeyst,habiendoobtenidoalgúnraroascendientesobreMorrison,sehabíapegadoaélyleestabadejandoseco.Aquellosquesiguieronlasmurmuracioneshastasuorigentuvieronmuchocuidadodecreerlas.Elpropulsor,segúnparece,erauntal Schomberg: grande, viril y barbada criatura, a cuya teutónica persuasiónacompañaba una lengua ingobernable, de esas que danmás vueltas que unanoria.SirealmenteeratenienteenlaReserva,segúndeclaraba,escosadifícildeaveriguar.Fueradeallí,suprofesiónhabíasidoladehotelero,primeroenBangkok,luegoenalgúnotrolugaryfinalmenteenSourabaya.Arastrasdeél,deunladoaotrodeaquelcinturóntropical,llevabaaunasilenteytemerosamujercita de largos tirabuzones que sonreía estúpidamente al tiempo queexhibíalanegrituddeuncolmillo.Desconozcolarazónporlaquetantosdenosotros concurríamos a sus diversos establecimientos.Eraun imbécil de lavariedaddañina, que satisfacía su lasciva necesidadde comadreo a costa delosclientes.Fueélquien,unatardeenqueHeystyMorrisonpasabanporelhotel—noeranhabituales—,susurróladinamentealavariopintaconcurrenciareunidaenlaveranda:

—Laarañaylamoscaacabandepasar,caballeros.Yluego,conuntonoalavezampulosoyconfidencial,lamanazahaciendobóvedaalaboca:

—Entrenosotros,caballeros.Todoloqueyopuedodecirlesesquenosemezclenconesesueco.Olescogeráensured.

Capítulo3

Siendolanaturalezahumanaloquees,asaberunamezcladenecedadyderapiña, hubo no pocos que fingieron indignarse con la autoridad que lesconfería una propensión generalizada a creer cualquier infamia; y muchosotros que encontraron sencillamente ingenioso llamar a Heyst «araña»—aescondidas,porsupuesto—.Porsuparte,vivíaenlamásdulceinconsciencia

en lo que se refiere a éste y otros diversos apodos. No obstante, la genteencontró rápidamente nuevas cosas que decir de Heyst: no mucho despuésempezó adestacar en asuntosdemayor envergadura.Se transformóen algodefinido. Todas las miradas se volvieron hacia él cuando apareció comogerente de la Tropical Belt Coal Company, con oficinas en Londres y enAmsterdamyotrosaspectosderivadosquesonabanyseveíangrandiosos.Lasoficinas de las dos capitales puede que no constaran—y era lo probable—sino de un cuarto cada una, pero a aquella distancia daba un cierto tono.Nosotrosestábamosmássorprendidosquefascinados,francamente,apesardeque hasta los más sensatos empezaron a sospechar alguna realidad en todoello. Los Tesman figuraban como agentes y una línea de barcos-correo sehabíaaseguradomediantecontratoconelgobierno:laeradelvaporseiniciabaenlasislas.Ungranpasoadelante.¡ElpasodeHeyst!

Y los nuevos tiempos arrancaban del encuentro entre el acorraladoMorrisonyelvagabundoHeyst,cosaquepudo,ono,habersidoel frutodeunaplegaria.Elsuplicantenoeraunimbécil,peroparecíahaberseinstaladoenuna concienzuda vaguedad en su relación con el benefactor. Si éste fueenviado con dinero en el bolsillo por real decreto del Todopoderoso comorespuesta a su oración, entonces no había ninguna razón especial para lagratitud, aunque la había, desde luego, para la resignación. Pero Morrisoncreíaconlamismaintensidadenlaeficaciadelajaculatoriayenlabondadsinmedidadeaquelhombre.AgradecíaaDiosconreverentesinceridadlagraciadispensada,ynopodía,sinembargo,hacer lomismoconHeyst,cuyaayudaera de hombre a hombre. En esta —sin duda loable— confusión deextremadossentimientos,lagratituddeMorrisoninsistióenlacopaternidaddesuamigoenelllamémoslegrandescubrimiento.Finalmente,supimosquesehabíamarchadoacasaatravesandoelCanaldeSuez,conelobjetodeapoyarpersonalmenteenLondreselmunificenteproyectodelcarbón.Sedespidiódesubergantínydesapareciódelcampodeobservación.Mástardesupimosquehabíaescritomásdeunacartaasusocio,enlasquedecíaqueLondreserafríoylóbrego;quenolegustabanniloshombresnilascosas;yquesesentíatandistante como una corneja cruzando por un país extraño. La verdad es queestaba muy unido al «Capricornio», —al barco, no sólo al trópico—. Porúltimo,fueaDorsetshireaencontrarseconlossuyos,cogióuncatarroymurióconextraordinariarapidezenelsenodesuatribuladafamilia.SilosesfuerzosdeLondreshabíanminadosusenergías,noesfácilsaberlo.Peroenesavisitase dio seguramente forma al proyecto del carbón.En todo caso, laTropicalBelt Coal Company nació casi en el instante en queMorrison, víctima delagradecimiento y de la meteorología de su tierra, decidió reunirse con susantepasadosenuncementeriodeDorsetshire.

Heyst se derrumbó. Conoció la noticia en las Molucas, a través de losTesman, y luego desapareció. Según parece, residió con un cierto doctor

alemánqueocupabauncargoenAmboynayque,encalidaddeamigo,cuidóde nuestro hombre en un bungaló de su propiedad. Volvió a dejarse verrepentinamente, los ojos socavados y un aire receloso por la posiblerecriminacióndelamuertedeMorrison.

¡InocenteHeyst! Como si alguno quisiera…Nadie tenía elmásmínimointerés en losque semarchabana casa.Estababien.Yano contaban. Irse aEuropa era casi tan definitivo como irse al Cielo. Era irse de aquelmundoregidoporlaindeterminaciónyporlaaventura.

De hecho, muchos de nosotros no conocimos esta muerte hasta mesesdespués, a través de Schomberg, enconado gratuitamente contra Heyst, quenosregalóconunapiezadesusiniestrocotorreo:

—Éste es el resultado demantener relaciones con ese sujeto. Primero teexprimecomounlimónyluegotedaelpasaporteparaquevayasamorirteacasa.TomennotadeMorrison.

Por supuesto, nos reímos de la arbitraria suspicacia que apuntaba a tannegros manejos. Se había corrido la noticia de que Heyst hacía lospreparativos para irse aEuropa y apoyar la empresa del carbón en persona.Peronuncasefue.Noeranecesario.Lacompañíasehabíaconstituidosinélyla designación de gerente en los trópicos le llegó por correo. Desde elprincipiotuvoenelpensamientoaSamburan,olaIslaCirculardelosmapas,parasededelaestacióncentral.

Algunosde losprospectoseditadosenEuropaencontraronelcaminodelEstey fueronpasandodemanoenmano.Quedamosfrancamenteadmiradosdel mapa que los acompañaba y cuyo objeto no era otro que ilustrar a losaccionistas.Samburanfiguraba,conelnombreimpresoencaracteresdebuentamaño,comoelcorazóndelHemisferioEste.Gruesaslíneasirradiabandesdeallí en todas direcciones y atravesaban los trópicos con formademisteriosaestrella (líneas de influencia, o trayectos, o algo parecido). Los promotorescomerciales tienen una imaginación bastante personal. No existetemperamentomásrománticoenestemundoqueeldeunpromotorcomercial.Vinieroningenieros,seimportaroncoolies,selevantaronbungalós,unagaleríahoradó un costado de lamontaña, y algo de carbón, efectivamente, llegó averseenSamburan.

Estos acontecimientos conmocionaron las cabezas más reposadas. HubounaépocaenquelosisleñosnohablabandeotracosaquedelaTropicalBeltCoalCompany,einclusoaquellosquesonreíandesdeñosamentesólotratabande ocultar su desazón. No hay duda de que algo estaba sucediendo ycualquierapodíacalibrar lasconsecuencias futuras:elocasodelcomercianteindividual anegado en una nube de vapores. Nadie reunía las exigenciasmaterialesparaadquirirunbarcodevapor.Porlomenos,ningunodenosotros.

YHeysteranadamenosqueelgerente.

—Heyst,yasabe,Heystelembrujado.

¡Oh,vamos!Sinohasidomásqueuncorrecalles,comotodossabemos.

—Sí,sí.Dijoquebuscabahechos.Bien,pueshaencontradounoquepuededejarnosarregladosatodos—comentóunavozamargada.

—Esoesloqueellosllamanprogreso:unanuevamaneradeahorcaralagente—farfullóotro.

NuncasehabíahabladotantosobreHeystenlostrópicos.

—¿Ésenoesunbarónsuecooalgoparecido?—¿Ése,unbarón?¡Nodigasbobadas!

Pormiparte,no tengo lamás ligeradudadequiénera.Élmismome lodijoenciertaocasión,cuandotodavíabrujuleabaentrelasislas,enigmáticoydesahuciado como un fantasma. Fue mucho antes de que se convirtiera demodotanalarmanteeneldestructordenuestrapequeñaindustria.HeystoelEnemigo.

SehabíapuestodemodahablardeHeystcomodelEnemigo.Concretoydefinido.Estabapeinandoelarchipiélago,saltandodeunbarcoaotrocomosifuerantranvías,aquíoalláoencualquierotraparte,organizándolotodoycontodas sus energías. Ya no eran errabundeos sino negocios. Y este repentinoderroche de fuerza dirigida conmovió la incredulidad de los escépticosmásque cualquier demostración científica que pudiera hacerse sobre laimportanciadelosyacimientos.Impresionante.Schombergeraelúnicoquenose contagiaba. Grande, macho dentro de un estilo portuario, y densamentebarbado,conunvasodecervezaenlagarra,seaproximabaalamesadondeeltópico delmomento se estaba dirimiendo y hacía como que escuchaba paradespuéspermitirsesuinconmovibleafirmación.

—Todoesoestámuybien,caballeros.Peroamínomeciegaconelpolvodeesecarbón.Ahínohaynada.Nopuedehabernada.¿Conuntipoasícomogerente?¡Fu!

¿Era ésa la clase de clarividencia que ilumina el odio del imbécil, o erapura obcecación, de las que acaban por arrastrar a la gente del modo másespeluznante?Lamayoríapodemosrecordarejemplosdeapoteósicalocura.Yla apoteosis se la llevó ese borrico de Schomberg. LaT.B.C.Co. liquidó,comoempecédiciendo.LosTesmanselavaronlasmanos,elgobiernocancelólos famosos contratos, la conversación terminó por consumirse y en ciertomomento se cayó en la cuenta dequeHeyst se había esfumado.Tornó a suinvisibilidadcomoenloslejanosdíasenqueacostumbrabaadespejarcaminosensutentativaderomperelhechizoysalirendirecciónaNuevaGuineaoen

dirección a Saigón (a los caníbales o a los cafés). ¡Heyst el embrujado!¿Habría roto el hechizo? ¿Habría muerto? Éramos demasiado indiferentescomo para estar haciéndonos preguntas durante mucho tiempo. Puedeapreciarse,detodasformas,quenoscaíabastantebien.Aunqueellonofuerasuficienteparamantenervivoelinterésquedebesuscitarunserhumano.Conel aborrecimiento, en cambio, las cosas son distintas. Schomberg no podíaolvidar a Heyst. La picajosa y varonil criatura teutónica vivía de su odio.Comohacenlostontoscontantafrecuencia.

—Buenas tardes, caballeros. ¿Les han atendido a ustedes? ¡Estupendo!¿Hanvisto?¿Quéesloqueyoleshedichosiempre?Ahínohabíanadaquehacer.Yo lo sabía. Pero lo quemegustaría averiguar es qué ha sido de esesueco.

Escupió la palabra «sueco», como si por sí sola significara «canalla».Detestabaalosescandinavosencualquieradesusmanifestaciones.¿Porqué?ElCielolosabe.Unimbécilessiempreindescifrable.Continuó:

—Hacemásdecincomesesquenomeencuentroanadiequelehayavisto.

Como ya he dicho, no estábamos excesivamente interesados, peroSchombergeraincapazdecomprenderlo.Untipoextraordinariamentedurodemollera.Dondequieraquesejuntabantrespersonas,yaseocupabaéldequeaparecieraHeyst.

—Esperoquea ese sujetono se lehayaocurridoahogarse—añadía conseriedaduntantocómica,peroquedeberíahabernosestremecidosinofueraporque nuestra tertulia era más bien superficial y no estaba dispuesta apenetrarenlapsicologíadeestapiadosaesperanza.

—¿Porqué?¿NoseráqueHeysttedebíaalgunostragos?

—¡Tragos!¡Nadadeeso,amigo!

Elhoteleronoeraunfenicio.Eltemperamentoteutónraravezloes.PeropusounasiniestraexpresiónparadecirnosqueHeystnohabíapasado,entotal,de las tres visitas a su establecimiento. Éste era el crimen por el cualSchomberg le deseaba nadamenos que una larga y atormentada existencia.Obsérvese el teutónico sentido de la proporción y su apacible espíritucompasivo.

Finalmente,una tarde,se levioaproximándoseaungrupodehabituales,exteriorizandosualborozo. Inflóelmasculinopechoysedirigióaelloscontotalsoberanía:

—Caballeros, tengo noticias suyas. ¿Que de quién? Pues de ese sueco,naturalmente. Está todavía en Samburan. Nunca se fue. La compañíadesapareció;losingenierosdesaparecieron,lomismoquelosempleadosylos

coolies.Peroélsequedóclavado.ElcapitánDavidson,queveníadelOeste,levio con suspropiosojos.Algoblanco en elmuelle: derrotóy tocó tierra enunodelosbotes.Heyst,comoesdesuponer.Seguardóunlibroenelbolsillotanconsideradamentecomosiempre.Enfin,quedeambulandoyleyendoporel muelle. «Todavía sigo al mando», dijo al capitán Davidson. Lo que megustaríasaberescómoselasarreglaparacomer.Ahora,untrozodepescadoseco,yluego,¿qué?Aesolollamoyotocarfondo.¡Unhombrequearrugabalanarizenmipropiocomedor!

Y guiñó el ojo con toda su malevolencia. El timbre repiqueteó y pocodespuésencabezabalaexpediciónhaciaelcomedorcomoelquedirigeasusfeligreseshaciaeltemplo,graveelporteyunairesoberanodebenefactordelahumanidad.Suambiciónnopasabadealimentarlaaunprecioprovechoso,y su único placer consistía en hablar de ella a escondidas. Definíaperfectamente su carácter el recrearse en la imagen deHeyst sin tener nadadecentequellevarsealaboca.

Capítulo4

Algunos de nosotros se interesaron lo suficiente como para ir a pedirledetalles a Davidson. No es que hubiera muchos. Contó que había tocadoSamburanconelúnicopropósitodeenterarsedeloquesucedía.Alprincipioleparecióqueaquellapartedelaislahabíasidocompletamenteabandonada.Eraloquesospechaba.Enseguida,yporencimadelaespesavegetaciónqueSamburan ofrecía a la vista, divisó la punta delmástil, aunque sin bandera.Luego,mientrasderivabaporelpequeñoentrantequeduranteunaépocafueconocidocomoBahíadelDiamanteNegro,distinguiócon losprismáticos laclarafiguradelmuelle.SólopodíaserHeyst.

Convencidodequeesperabaembarcarse,sedirigióhaciaél:

—Nohizoningunaseñal.Apesardeello,botamosuna lancha.Nohabíahuellas de vida alrededor. Es cierto, llevaba un libro en la mano. Tenía elmismoaspectodesiempre,muyaseado,calzadoblancoysalacot.Meexplicóquesiemprehabíasentidounciertogustopor lasoledad.Era laprimeravezqueescuchabaalgoasí,lecontesté.Selimitóasonreír.¿Quépodíadeciryo?Esesaclasedehombresconlosquecuestaentrar.Habíaalgoenél.Unonosedacuenta.

—Pero¿quépretende?¿Mantenerlapropiedaddelamina?—pregunté.

—Algo así—respondió—.Seguir enmi puesto.—Pero si esto estámásmuertoqueJulioCésar.Dehecho,nohaynadaporquépreocuparse.

—¡Oh!,hablandodehechos,yotambiénsoyuno—respondió,cortandolaconversaciónconunodesustajantessaludos.

Despachado de esta manera, Davidson volvió a bordo y mandó levar.Mientrassealejaba,observóqueHeystabandonabaelmuelle.Semetióenlaespesuraydesapareció todomenosel salacotblanco,que ibacomoflotandoen una marea verde. Luego, también desapareció, precipitado a lasprofundidadesvivasdelaselva(máscelosadelasconquistashumanasqueelpropioocéano)quecercabayalosúltimosvestigiosdelaTropicalBeltCoalCompanyydeA.Heyst,gerenteenlostrópicos.

Davidson, una persona benévola y sencilla a su manera, se sentíaextrañamenteconmovido.HayqueseñalarquesabíamuypocodeHeystyqueformaba parte de aquéllos a quienes su rebuscada cortesía desconcertabacompletamente. En él mismo había cierta sensibilidad depurada, aunque sueducaciónnodistaraenabsolutodeladelrestodenosotros.Éramosungrupoextravertidopornaturaleza,queteníasuspropiasreglasymeatreveríaadecirquenoeranpeoresquelasdeotragente.Peroladelicadezanoseencontrabaentreellas.Encambio,ladeDavidsoneralosuficientementecabalcomoparaalterar el curso del vapor que capitaneaba. En lugar de pasar por el sur deSamburan,lohacíaporelpasajedelacostanorte,aunamilladedistanciadelmuelle.

—Asípuedevernos,sileapetece.

Yluego,comosileresultaraobjetable:

—Enfin.Esperoquenoloconfundaconunaintromisión.¿Nolesparece?

Letranquilizamosacercadelocorrectodesucomportamiento.Elmareslibre.

Laligeradesviaciónañadíaunasdiezmillasalaruta,perocomoelviajeerademilseiscientas,lacosanoteníamuchaimportancia.

—Hehabladodeelloconelarmador—apuntóelconcienzudocapitándel«Sissie».

El tal tenía cara de limón añejo. Era pequeño y apergaminado, raradescripcióndeunchinoque,porlogeneral,cuandohaprosperadosueleañadiralgunaspulgadasde esfericidady estatura a supresencia.Emplearse enunafirmachinanoestanmalo.Unavezquelleganaconvencersedeturectitud,suconfianzanotienelímite.ÉsaeslarazónporlaqueelchinodeDavidsongraznórápidamente:

—Vale,vale,vale.Hagaloqueguste,capitán.

Yallíterminóelasunto.Aunquenodeltodo.DetardeentardeelchinolepreguntabaaDavidsonporelhombredeblanco.

—¿Sigueallítodavía?

—Nuncaleveo—sevioobligadoaconfesarDavidsonalpropietario,queleescudriñabasilenciosamenteatravésdelosredondosanteojosconmonturadecuernoydetamañoexcesivoparalareducidacara.

—Nuncaleveo.

Amímedijoenocasiones:

—No me cabe la menor duda de que sigue allí. Pero se esconde.Desconcertante —Davidson parecía ligeramente enfadado con Heyst—. Escurioso.Deentre lagentequeconozco,nadiese interesaporél,exceptoesechino.

—YSchomberg—añadióalpocorato.

Schomberg, por supuesto. Preguntaba a todo el mundo sobre todo yarreglabalainformacióndelamaneramásinfamequeseleocurría.Devezencuandoseadelantaba, losojosbrillantesyabotargados, los labioshenchidosya,labarbacastañeteante,ytodoencendidodemalicia.

—Buenas tardes, caballeros. ¿Tienen todo lo que desean? ¡Estupendo!PuesacabandedecirmequelaselvahadevoradoloquequedabadelaBahíadelDiamanteNegro.Esunhecho.Ahoranoesmásqueunermitañoenmediodeldesierto.Pero¿cómoselasingeniaparacomeresaespeciedegerente?Noloentiendo.

Másdeunavez,algúnextrañopreguntó,concuriosidadbastantenatural:

—¿Dequiénhabla?¿Quégerente?

—Oh,ciertosueco—consiniestroénfasis,como«ciertobergante»—bienconocido por aquí. La vergüenza le ha echado al monte. Como le pasa aldiablocuandoledescubren.

Ermitaño.Éstaeralaúltimadelasmásomenoscerterasetiquetasquelehabían colgado a Heyst durante el peregrinaje por aquella provincia de lafranja tropical donde el chasquido de la necia lengua de Schomberg seentrometíaenlosoídos.

En apariencia, al menos, Heyst no tenía temperamento de eremita. Lapresencia de los de su especie no le suscitaba ningún odio incontenible.Podemos asegurarlo desde el momento en que, por unas u otras razones,abandonósuretiroporuntiempo.Quizásóloparaversiteníacorrespondenciaen casa de los Tesman. Yo no lo sé. Nadie lo sabe. Pero su reaparicióndemuestraqueeldesligamientodelmundonoeracompleto.Ylaincompletuddecualquierclaseorientaaladesgracia.

AxelHeystnodebierahabersepreocupadopor suscartas—ocualquiera

quefueraelmotivoquelesacódeSamburanalcabodeañoymedio—.Peroera inútil. No tenía vocación de anacoreta. Puede que en eso consistiera ladesgracia.

Sea como fuere, apareció repentinamente en la escena: el inconfundibleporte, la frente despejada, amplios bigotes, el gestomesuradoy todo lo querematalafiguradeHeyst,inclusolacavernosamiradasobrelaqueplaneabatodavía la sombra de la muerte de Morrison. Naturalmente, fue Davidsonquienlerescatódelaislaolvidada.Nohabíaotraforma.Anoserqueunavelaindígenapasaraporallí,remotaymuyinsatisfactoriaposibilidad.Sí,salióconDavidson,aquiendeclarósuvoluntaddequefueraporbreveespacio—unoscuantosdías,tampocomás—.EsosignificabavolveraSamburan.

Ante la expresión de horror e incredulidad de su interlocutor, Heyst leexplicóque,cuandoseconstituyólacompañía,habíapedidoqueleenviaranalgunasdesuspertenenciasenEuropa.

TantoaDavidsoncomoacualquieradenosotros,laideadequeHeyst,elvagabundo,eldesnortadoeingrávidoHeyst,tuvieraesaclasedepertenenciasque permiten amueblar una casa se convertía en algo sobrecogedoramenteinsólito. Grotescamente fantástico. Imaginemos que un alcatraz tomaraposesióndeunafinca.

—¿Pertenencias? ¿Quiere usted decir sillas y mesas? —le preguntóDavidson con descarada perplejidad. Era exactamente lo que Heyst queríadecir.

—MiinfortunadopadremurióenLondres.Todohaestadoalmacenadoallídesdeentonces—aclaró.

—¿Durante todosestosaños?—exclamóDavidson,calculandoel tiempoqueHeystllevabadandobrincosporlaselva,deárbolenárbol.

—Inclusomás—contestóelotro,quehabíacomprendidomuybien.

Elloparecía implicarquehabíaestadovagabundeandoantesdecaerbajonuestropuntodemira.¿Enquéregiones?¿Desdequéépoca?Quizásetratabadeunpájaroalquesiemprelehabíafaltadoelnido.

—Dejé la escuela muy pronto —puntualizó durante el viaje—. Fue enInglaterra.Enunabuenaescuela.Notuvemuchoéxitoallí.

LasconfesionesdeHeyst.Ningunodenosotros,conlaprobableexcepcióndeMorrison,queestabamuerto,habíallegadonuncaasabertantodesuvida.Parecía como si el ejercicio eremítico hubiera tenido la virtud de soltarle lalengua.

Durante este memorable viaje en el «Sissie», que llevó casi dos días,realizó algunas otras alusiones—no podrían llamarse informaciones— a su

historia.El interésdelcapitánnosecifrabaen loexcitantequepudieransertales alusiones, sino en esa ingénita curiosidad sobre la vida privada de losindividuosqueesunrasgodelanaturalezahumana.AñádasequelaexistenciadeDavidson,deslizándoseconel«Sissie»porelmardeJavaenuntrayectodeida y vuelta, era inequívocamente monótona y, en cierto sentido, solitaria.Nunca tenía compañía a bordo. Claro que el barco iba repleto de pasajerosnativos en cubierta, peronuncadehombresblancos, así que lapresenciadeHeystdurantelosdosdíasdebióserunaespeciederegalodelaMisericordia.Davidson nos lo refiriómás tarde. El improvisado viajero aludió también aquesupadreeraautordetinabuenaporcióndelibros.Encalidaddefilósofo.

—Sospechoquedebió tener tambiénalgún ramalazo lunático—comentóDavidson—.Segúnparece,tuvosusmásysusmenosconlafamiliaenSuecia.LaclasedepadreprecisamentequeunoimaginaríaparaHeyst.¿Nohayenélalgoobsesivo?Apenasmurióelpadre,seperdióporelanchomundoy,segúncuenta,nosedetuvohastaquetopóconelfamosonegociodelcarbón.Detalpalo,talastilla,¿nolesparece?

Por lodemás,Heyst seguía tan finocomosiempre.Seofrecióapagarelbillete. Y cuando Davidson se negó a hablar de ello, él le estrechócalurosamentelamanoconunodesustajantessaludos,declarandoqueestabaconmovidoportansolidarioproceder.

—Nomerefieroaestaridículacantidadqueustedrehúsa—continuó,conunapretónalamanodeloficial—.Loquemeconmueveessusensibilidad—otroapretón—.Créame,leestoyprofundamentereconocidoporserobjetodeella—yapretóndefinitivo.

Todo apunta a que Heyst comprendió debidamente las periódicasaparicionesdelpequeño«Sissie»enelpanoramadeldestierro.

—Es un auténtico caballero—dijo Davidson—. Cuando desembarcó, lolamentésinceramente.

PreguntamosdóndehabíadejadoaHeyst.

—EnSourabaya,naturalmente.¿Dónde,sino?

Los Tesman tenían su oficina central en Sourabaya. La relación entreHeystyellosveníadeantiguo.Laincongruenciadeunanacoretaquedisponedeagentescomercialesnoera lomáschocante,ni siquierael absurdodeunacabado y delirante directivo de una empresa naufragada, hundida ydesaparecida, tratando de atender a sus negocios. Dijimos Sourabaya, porsupuesto, y dimos por sentado que se quedaría con uno de los Tesman.Alguienllegóinclusoapreguntarsequéclasederecepciónledispensarían.Erade dominio público que a JuliusTesman, el fiasco de laTropicalBeltCoalCompanylehabíatenidofueradesí.Peroelcapitánnoscorrigió.Nadadeeso.

HeystfueahospedarseenelhoteldeSchombergydesembarcóabordodelalanchadelestablecimiento.NoesqueSchomberghubierapensadomandarsulanchaalencuentrodeunsimplemercantecomoel«Sissie», sinoquehabíaido al encuentro de un correo costero y le hicieron señales. El mismoSchombergibaaltimón.

—DebieranhaberobservadocómolosojosdeSchombergsesalíande laórbitacuandoHeystsaltóconsuviejomaletóndecuero—dijoDavidson—.Fingiónosaberquiénera.Alprincipio,por lomenos.Yonofuia tierraconellos.Sólonosquedamosunpardehorasentotal.Descargamosdosmilcocosynosmarchamos.Estuvedeacuerdoenrecogerleenmipróximoviaje,dentrodeveintedías.

Capítulo5

OcurrióqueDavidsonretrasódosdíaselviajederegreso.Nadadecisivo,ciertamente,perosesintióobligadoairatierraenseguida,durantelahoramáscalurosadelatarde,parabuscaraHeyst.ElhoteldeSchombergestabasituadoen un extenso recinto donde se veía un jardín y algunos árboles altos, bajocuyo desplegado ramaje destacaba una especie de auditórium destinado aCONCIERTOSY OTRAS REPRESENTACIONES, como el hotelero habíahechoconstarenlosanuncios.

Trémulos jirones de cartel, proponiendo en gruesos caracteres rojosCONCIERTO TODAS LAS NOCHES, podían leerse en las columnas deladrillodeambosladosdelapuerta.

El paseo había sido largo y condenadamente caluroso. Davidsonpermaneció enjugándose el sudor en frentede loqueSchomberg llamaba lapiazza, a la que se abrían varias puertas con los lienzos completamentebajados.Niunalmaalavista,siquieraladeunmozochino.

Nada, excepto una buena cantidad de sillas y mesas de metal pintado.Soledad,penumbrayun silencio envolvente, ademásdeunadébil e inciertabriznadeairequellegabadelosárbolesyqueinesperadamenteprodujoenelsofocado Davidson un ligero temblor (el temblor de los trópicos que,especialmente en Sourabaya, a menudo significa fiebre y hospital para elimprudentehombreblanco).

Precavidamentebuscórefugioenlaoscuridaddelcuartomáscercano.Enaquelcrepúsculoartificial,ydeentrelassuperficiesensabanadasdelasmesasde billar, surgió una forma blanca sobre las sillas en las cuales habíapermanecidoextendida.Lamitaddelajornada,unavezconcluidoeltrajínde

los almuerzos, coincidía con la hora desganada de Schomberg. Anduvodespacio,gordo,unpocodubitativoyaladefensiva,laespesabarbacomounacoraza sobre la pechera. No le agradaba Davidson: nunca fue un clienteasiduo.Pulsóeltimbredeunadelasmesasporlaquepasabaypreguntóconelairedistantedeoficialreservista:

—¿Quédesea?

ElcapitántratabatodavíadeenjugarselosgoteronesyselimitóadeclararquehabíavenidoallevarseaHeyst,comoacordaron.

—Aquínoestá.

Apareció un chino como respuesta al timbre. Schomberg se le volviómarcialmente.

—Queelcaballerotedigaloquequiere.

Davidson tenía que irse y no podía esperar. Lo único que pedía es queHeystestuvierainformadodequeel«Sissie»zarpabaamedianoche.

—Leestoydiciendoaustedquenoestáaquí.

Elmarinochasqueólalenguaconpreocupación.

—Vaya, por Dios. Entonces será en el hospital. Conclusión bastantenormalenunalocalidadtansaqueadaporlafiebre.

El reservista se limitó a fruncir los labios y a pajarear con las cejas sinmirarle.Cosaquepodíasignificarloquesequisiera,aunqueDavidsonconfióenpoderabandonarlaideadelhospital.EsonoquitabatenerqueencontraraHeystantesdemedianoche.

—¿Haestadoaquí?

—Sí.Estuvoaquí.

—¿Podríadecirmedóndeseencuentraahora?

Trataba de contemporizar, aunque dentro de él empezara a crecer unainquietud propia, como el afecto, de quien se adjudica un papel protector.Obtuvoestarespuesta:

—No puedo decírselo. No es de mi incumbencia —y todo elloacompañadodemajestuosasoscilacionesdecabezaqueinsinuabanhorrendosmisterios.

Davidsoneralapacienciapersonificada.Formabapartedesunaturaleza.Ynotraicionósussentimientos,nadafavorablesporlodemásalteutón.«Estoyseguro de que le encontraré en las oficinas deTesman», pesó. Pero era unahoramuycalurosaysiHeystanduvieraporelpuertohabríasabidoyalodel

«Sissie». Era incluso posible que estuviera ya a bordo, disfrutando de lafrescura de las bodegas. Davidson, hombre de volumen, se preocupababastante por la temperatura y solía decidirse por la inmovilidad.Titubeó uninstante.Schomberg,mirandodesdelapuertahaciaelexterior,aparentabaunaperfectaindiferencia.Noledurómucho,sinembargo.Sevolviódeimprovisoypreguntóásperamente:

—¿Esquequiereustedverle?

—Esoes.Quedamosenencontrarnos…

—Nosemoleste.Dudoqueahoraestétanpreocupadocomousted.

—Ah,¿sí?

—Juzgueporsímismo.Noestáaquí,¿verdad?Tomeustedmipalabra.Ynosemolesteporél.Seloaconsejocomoamigo.

—Gracias —dijo Davidson íntimamente sobresaltado por aquel tonoiracundo—.Creo queme sentaré un instante y tomaré un trago, después detodo.

NoeraprecisamenteloqueSchombergesperabaoír.Sedesgañitó:

—¡Mozo!

El chino hizo acto de presencia, y después de señalar al blanco con uncabezazo,elhotelerosemarchómurmurandoentredientes.Elvisitantellegóaescucharcómolerechinabalaquijadamientrasseiba.

Davidsonsequedósoloconlasmesasdebillaryconlaimpresióndequenohabíaunalmaenelhotel.Suapacibilidadera tangenuinacomoparanohacerlesufrirunainquietudprofundaporlaausenciadeHeystolosextrañosmodales con que Schomberg le había tratado. Estaba considerando losacontecimientos con su particular método, consistente en equilibrio yprudencia. Algo había ocurrido y él se sentía poco dispuesto a salir ainvestigar,retenidoporunpresentimientoquedealgúnmodoesclarecedorlesobrevendríaallímismo.Unode loscartelesdeCONCIERTOTODASLASNOCHES,comolosdelapuerta,peroenbuenestado,colgabadelapareddeenfrente.Lo observó sin interés, aunque le sorprendiera el hecho—nomuyhabitual— de que anunciara una orquesta de damas. LAS DIECIOCHOESTRELLASDEZANGIACOMOENGIRAPORELESTE.

El cartel informaba que habían tenido el honor de interpretar un selectorepertorioentrediversasautoridadescoloniales,a lasqueseañadíanpachás,sheiks,magistrados,S.A.R.elsultándeMascate,etc.

Davidsoncompadecióa lasdieciochoartistas.Conocíaesaclasedevida,las sórdidas condiciones y los incidentes brutales de tales giras, siempre

capitaneadasporalgúnZangiacomoqueamenudoeracualquiercosa,menosmúsico.Mientrasescudriñabaenelcartel,sonóunapuertaasuespaldayentróunamujer,quenoeraotraqueladeSchomberg.Comocínicamenteobservóalguien en cierta ocasión, carecía hasta tal puntode atractivoque era difícilimaginarlasiendootracosa.Laopinióndequeéllatratabaabominablementese sustentaba en la aterrorizada expresión de su cara. Davidson levantó elsombrero.Ella le devolvió una inclinación del rostro cetrino y acto seguidotomó asiento tras una especie de alto mostrador, frente a la puerta, con unespejoyfilasdebotellascontralapared.Llevabauncomplicadopeinadodedos tirabuzones caídos al lado izquierdo del magro cuello. También, unvestido de seda. Era evidente que había estado cumpliendo con susobligaciones de hospedera. Por una u otra razón, ello formaba parte de lasexigenciasdelmarido,aunquenoañadieranadaa losencantosdel lugar.Sesentabaallí,entreelhumoyelruido,comounsantoensuhornacina,sonreíabobamenteendirecciónalosbillaresdecuandoencuandoynohablabaconnadieynadielehablaba.ElpropioSchombergnoteníamásinterésenellaqueelquepudieraderivarsedeunarepentinaydesdeñosamirada.Entodocaso,hastaloschinosignorabansuexistencia.

Había interrumpido las reflexiones de Davidson. A solas con ella, susilencioysuboquiabiertainmovilidadlehicieronsentirseincómodo.Lagentele sugería fácilmente sentimientos compasivos. A pesar de la violencia delmutismo.Lorompiórefiriéndosealcartel:

—¿Hahospedadoustedaesegrupoensucasa?Hastatalpuntolefaltabalacostumbredequelosclientessedirigieranaella,queelsimplesonidodelavozhizoquesaltaraenelasiento.

Davidsoncontaríadespuésqueellasaltóexactamentecomounmuñecodemadera, sin perder la rigidez. No movió siquiera los ojos. Y aunque lerespondió con soltura, nopudodespejar aquella sensacióndemadera en loslabios.

—Pararon aquí poco más de un mes. Ya se han ido. Tocaban todas lasnoches.

—Seríaunbuengrupo,meimagino…

No contestó nada. Semantuvomirando fijamente al vacío y su silenciovolvióadesconcertaraDavidson.Parecíaquenolehabíaescuchado.Locualera imposible. Quizá su conversación terminara allí donde comienzan aexpresarse las opiniones. El hotelero podía haberla entrenado, por razonesdomésticas,aguardárselasparaella.PeroDavidsonsecreyóenlaobligaciónde conversar; así que llevó a cabo una interpretación personal de estesorprendentesilenciocuandodijo:

—Yaveoquenofuemuyrentable.Estaclasedeorquestasraravezloson.¿Setratabadeungrupoitaliano,señoraSchomberg,ajuzgarporelnombredeldirector?

Sacudiónegativamentelacabeza.

—Enrealidad,esalemán.Sóloquesehaoscurecidoelpeloporexigenciasdelespectáculo.Zangiacomoessunombreartístico.

—Unhechocurioso—comentóDavidson.

ConlacabezaocupadaenHeyst,seleocurrióquetambiénpodíaconocerotros hechos.No dejaba de ser un divertido descubrimiento para cualquieraquesefijaraenella.Nadiehabíasospechadojamásqueestuvieraenposesiónde un cerebro. Por pequeño, incluso por raro que fuera.Uno se inclinaba apensar en ella como en un objeto, un autómata, un simplemaniquí con undispositivo para inclinar la cabeza con puntualidad y sonreír estúpidamentecada cierto tiempo. Davidson avistó su perfil de nariz aplastada, mejillashundidas y un fijo, esclerótico y desorbitado ojo. No pudo menos quepreguntarse a sí mismo: «¿Es esto lo que acaba de hablar? ¿Hablará otravez?».

El mero prodigio era tan excitante como trabar conversación con unamáquina. Una sonrisa se pintó en las gruesas facciones de Davidson. Lasonrisadeunhombrequehaceunexperimento jocoso.Sedirigióaellaotravez:

—Pero los restantes miembros de la orquesta eran verdaderos italianos,¿noesasí?

Porsupuesto,leteníasincuidado.Sóloqueríacomprobarsielmecanismofuncionabadenuevo.Funcionó.Elartefactodijoqueno.Alparecer,erandetodaspartes.Seinterrumpió,eldesorbitadoojoinmóvilmirandoalolargodelahabitaciónya travésde lapuertaabiertaa laplaza.Luegocontinuóenelmismotonomurmurante:

—Habíatambiénunamuchachainglesa.

—¡Pobrediablo!—dijoDavidson—.Sospechoqueesasmujeresnotienenmejorvidaqueladeunesclavo.¿Porlomenos,eradecenteeltipodelabarbateñida?

El artefacto permaneció en silencio. El empático entendimiento deDavidsonsacósuspropiasconclusiones.

—¡Malavida,ladeesasmujeres!—dijo—.Cuandoserefiereaunachicainglesa,señoraSchomberg,¿quiereusteddecirunajovencita?Algunasdeesaschicasdeorquestanosonloquesediceunaspavas.

—Bastante joven —las mortecinas palabras salieron de la impasiblefisonomíadelamujerenlahornacina.

El visitante, animado, comentó que lo sentía por ella. Se compadecíafácilmentedelagente.

—¿Adóndefueron,después?—preguntó.

—Nosefueconellos.Seescapó.

ÉsafuelasentenciaqueDavidsonobtuvoacontinuación,yqueintrodujounnuevoalicienteenlaentrevista.

—¡Vaya,vaya!—exclamóplácidamente;yluego,conelconocimientodeunhombredemundo—:¿Yconquién?—preguntósindudarlo.

LaimpasibilidadproporcionabaalaseñoraSchomberglaaparienciadeuninterlocutorabsorto.Quizáescuchara,realmente;encuantoalmarido,deberíaestar concluyendo la siesta en algún lejano rincón de la casa. Se hizo unsilencioprofundoqueduróhastahacerseinquietante.Alcabodeuntiempo,laentronizadasusurróporfin:

—Coneseamigosuyo…

—Ya veo que sabe que estoy buscando a un amigo —dijo Davidson,esperanzado—.¿Vaustedadecirme…?

—Yaselohedicho.

—¿Cómo?

UnapantallasedesplegóantelosojosdeDavidson,proyectandoalgoenloquenopodíacreer.

—¡Ustednoquieredecireso!Noesesaclasedehombre.

Pero las últimas palabras llegaron débilmente. Lamujer no hizo el másmínimo movimiento. En cuanto a Davidson, el impacto tuvo la virtud detensarle,primero,paradesmadejarle,después.

—¡Heyst!¡Elperfectocaballero!—ronroneó.

Laotranoparecióescucharle.Aquelhechoabrumadornoseajustaba,porunas u otras razones, a la idea queDavidson tenía deHeyst. Nunca le oyóhablardemujeresynuncaparecíapensarenellas,siquierapararecordarqueexistían.Yahora,degolpe,aquello.¡Escaparseconunainstrumentista!

Porentonces,tratabadesituarenunaperspectivaindulgenteacadaunadelas partes que intervinieron en el pasmoso suceso. Antes que nada —reflexionaba—,noestabamuysegurodequeelloimpidieraconsideraraHeystcomo el perfecto caballero que había sido. Se enfrentó a nuestras protestas

desenfadadas con la misma cara oronda y seria que a nuestras silenciosassonrisas.HeystsehabíallevadoalamuchachaaSamburanyelasuntonoeraparatomárseloabroma.Elaislamiento,laruinadelaregión,impresionaronelespíritu sencillo de Davidson y eran incompatibles con los frívoloscomentarios de quien no lo hubiera visto.Elmuelle negro, escapando de lajungla hacia el mar desierto; los tejados de las casas abandonadas mirandofurtivamentesobrelaespesura.¡Dios!Lafúnebreycolosalpizarra,vestigiodelaTropicalBeltCoalCompany,presidiendounaselvadearbustos,comounainscripciónpegadaenunsepulcrorepresentadoporelalto túmulodecarbónabandonadoenlapuntadelmuelle,yqueseañadíaaladesolacióngeneral.

Argumentos del sensible Davidson: la muchacha debe haber sido unadesdichadaparaseguirauntipotanextrañoaunlugartandesconocido;Heystlehabíacontadosindudalaverdad:erauncaballero;peronohabíapalabrasquehicieranjusticiaalascondicionesdevidaenSamburan,unaisladesiertaeraunbalneario, por comparación.Más todavía, cuando senaufraga enunaisladesiertaunono tienegrandesesperanzas;peroesperardeunaviolinista,fugada de una orquesta femenina ambulante, que se quede tan fresca en unlugarsemejanteduranteundía,duranteunsolodía,resultabainconcebible.Seaterrorizaría apenas le pusiera la vista encima. Y luego se echaría a gritar.¡Qué aptitudpara la empatía, la de este gruesoypacíficopersonaje!Estabaprofundamente conmovido. Se veía lo mucho que le importaba Heyst. Lepreguntamossihabíapasadoporallíúltimamente.

—Sí,claroSiemprepaso…aunamilladedistancia.

—¿Havistoaalguien?

—Niunalma,niunasombra.Nada.

—¿Hizoustedsonarlasirena?

—¿Lasirena?¿Piensanustedesqueyoharíaunacosaasí?

Rechazólameraposibilidaddeintrusióntaninjustificable.¡Quéindividuomaravillosamentedelicado!

—Bueno,pero¿cómosabeustedqueestánallí?,—eralalógicapregunta.

HeysthabíaconfiadoalaseñoraSchombergunmensajecuyodestinatarioeraDavidson(unascuantas líneasa lápizenunjiróndepapel).Sereferíaalimprevisto acontecimiento que le obligó a marcharse antes de la fechaconcertada, al tiempo que pedía la benevolencia de Davidson por aquellaaparentedescortesía.Lamujerdelacasa—laseñoraSchomberg,seentiende—ledaríadetalles.Aunqueincapazdeexplicarlos,porsupuesto.

—¿Quéhabía que explicar?—se preguntabaDavidson—.Se encaprichódeesaviolinistay…

—Yelladeél,segúnparece—sugeríyo.

—Unasuntodelomásapresurado—reflexionóDavidson—.¿Enquécreeustedqueacabarátodoesto?

—En arrepentimiento, me atrevería a decir. ¿Pero a qué se debe que laseñoraSchombergfueraelegidacomoconfidente?Porsupuesto,unafiguradecera resultaría de más utilidad que aquella mujer a quien estábamosacostumbradosaversentadaensupúlpito,porencimadelasmesasdebillar,sinexpresión,sinmovimiento,sinvoz,sinvista.

—Ella ayudó a escapar a la muchacha —dijo Davidson, volviendo losinocentesojos,desencajadosporelestadodepermanenteestupefacciónquelecausabaelasunto, talunacrisisde terroropesarcuandodejaasusvíctimasafligidasyacalambradasporelespanto.Noparecíaquepudierarecuperarse.

—Me tiró la nota en la barriga, enrrollada como un canutillo, mientrasestabatodavíasentadoyabsolutamentedesprevenido—continuóDavidson—.Nadamás recuperarmedel imprevisto, lepreguntéquédiabloshacía ella enmitaddelamaraña,paraqueHeystlehubieraconfiadoelmensaje.Entonces,comportándose como una imagen pintada más que como una mujer viva,susurró,muybajo,paraquesóloyopudieraescucharla:

—Lesayudé.Reunílascosasdeella,lashiceunhatilloconmipropiochalylasarrojéalpatioporunaventanatrasera.Asífue.

—¡Unamujerdelaquecualquieradiríaquenotienearrestosparaempinarel dedo meñique! —Se maravilló Davidson con su apacible, aunqueligeramentesofocadavoz.

—Yahora,¿quémedicenustedes?

Penséque tendríaalgún interéspersonalen serlesútil.Estabademasiadodesvitalizada como para que se la sospecharan arranques sentimentales. Yrespecto a Heyst, nadie creía que la hubiera sobornado. Cualesquiera quefueran los recursosconquecontaba,nohabríanbastado.Puede tambiénqueellasemovieraporladesinteresadapasióndeentregarunamujeraunhombre,loqueciertagentellamacasamentera.Entoncestendríamosunextraordinarioeirregularejemplodeello.

—Elfardodebiósermuypequeño—observóelcapitánmástarde.

—Supongoquelachicaeraespecialmenteatractiva—comenté.

—Nopuedodecirle,peroencambioeramuypobre.

Calculo que había poco más que ropa blanca y un par de vestidosalmidonados,delosqueseutilizanenescenario.

Seguía su propio hilo de pensamiento. Imaginaba que nunca se había

escuchado nada semejante en la historia de los trópicos. ¿Dónde podríaencontrarseaalguiencapazderaptaraunaviolinistaambulante?Había,desdeluego, sujetos que se encaprichaban de una preciosidad…, pero no seescapaban con ella. ¡Cielos, no! Para eso se necesitaba un lunático comoHeyst.

—¡Pensar siquiera loqueeso significa!—resoplóDavidson, fantaseandobajosuirrestañableplacidez—.¡Sólopensarlo!Tantasoledadmeditabundalehatrastornado.Nuncaseparóareflexionar,delocontrarionolohabríahecho.Ningún hombre en su sano juicio… ¿Cómo puede continuar una cosa así?¿Cómoselasvaaapañarconella?Esunalocura.

—UsteddicequeestálocoySchombergquesemueredeinaniciónensuisla.Puesbien,talvezacabeporcomérsela—sugerí.

La mujer de Schomberg no tuvo tiempo para entrar en detalles, segúnDavidson. Pero seguía resultandomilagroso que hubieran sobrevivido solostantotiempo.Latardesomnolientasedeslizabahaciaelfinal.Pasosyvocesresonaban en la veranda, perdón, la piazza, junto al roce de las sillas y alsonido de un timbre vehemente. Los clientes regresaban. La señoraSchombergestabarogándoleprecipitadamente,perosinmirarle,queguardarael secreto, cuando amitad de una palabra elmedroso susurro se quebró.Atravésdeunapuertainterioraparecióelmarido,conelpeloreciéncepillado,la barba moldeada pulcramente y los párpados todavía hinchados por lamodorra. Dirigió una mirada suspicaz a Davidson y otra más oblicua a sumujer, pero le desconcertó la tranquilidad natural de uno y la inmovilidadhabitualdelaotra.

—¿Hasmandadolasbebidas?—preguntódemalhumor.

Ellanodespególoslabios,porqueenesejustomomentoaparecióelmozoprincipal con una bandeja repleta en dirección a la veranda. Schomberganduvohastalapuertaysaludóalosclientes,peronosereunióconellos.Sequedó obstaculizando la salida, dando la espalda a la estancia, y seguía allícuandoelvisitante,despuésdepermanecersentadountiempo,selevantóconla intención demarcharse. El ruido hizo que el teutón volviera la cabeza yobservaraelsaludoquesedestinabaasumujer,quelodevolvióconsutoscainclinaciónacompañadadelacorrespondienteymelifluasonrisa.Luegomiróafuera.Como quien soporta una pesada dignidad.Davidson se detuvo en lapuertacontodanaturalidad.

—Siento que no pudiera usted decirme nada sobre la ausencia de miamigo.MiamigoHeyst,yasabe.Supongoquenomequedamásremedioqueiraindagaralpuerto.Estoyconvencidodequeallísacaréalgoenlimpio.

—¡Puede irse a indagar al infierno!—replicó Schomberg con un ronco

murmullo.

ElpropósitodeDavidsonaldirigirsealhoteleronohabíasidootroqueeldesalvaralamujerdetodasospecha.PeronolehubieraimportadoescucharalgomássobreHeystdesdeotropuntodevista.Eraunaposibilidadllenadeastucia.Aunquealcanzaríaeléxitodeunaformaalgochocante,todavezqueelpuntodevistadelhoteleroeraextremadamentedesproporcionado.Comounrayo,yenelmismotonobronco,selanzóaapellidaraHeystconuncompletorepertorio de insultos, de los cuales «cerdo nacido de una perra» no era elpeor,yconunenconoquecasileasfixia.Aprovechandounapausa,Davidson,cuyo temperamento estaba acostumbrado a las tormentas, protestósuavemente:

—No tiene sentidoenfurecersedeesamanera.Aunenel casodeque sehubierafugadoconlacajaregistradora.

EldescomunalhoteleroseencorvóyplantósufuribundacaraencimadeladeDavidson.

—¡Micaja!Mi…él…¡Escuche,capitán!Seescapóconunamuchacha.¡Yamíquémeimportalamuchacha!¡Uncominomeimporta!

SoltóunanuevainfamiaquehizorecularaDavidson.Setratabadeloqueera la muchacha; y repitió una vez más que la muchacha le importaba uncomino.Loúnicoqueleafectabaeraelbuennombredesucasa.Dondequieraque había regido un establecimiento, había alojado artistas en su casa. Lasrecomendacionespasabandebocaenboca.Pero¿quéocurriríaahora,cuandosesupieraquelosdirectorescorríanelriesgodeperderelementosdesutroupesisequedabanallí?¡Supropiacasa!Precisamenteahora,quehabíainvertido734guineasenconstruirunasaladeconciertosensupropiedad.¿Eraaquellolo que debía hacerse en un hotel respetable? ¡El descaro, la indecencia, laimpudicia, la atrocidad! ¡Vagabundo, impostor, guindilla, rufián,schweinhund! Tenía agarrado a Davidson por un botón de la americana,detenidoenlamismapuerta,yenlaperspectivaexactadelamiradaabrumadadelaseñoraSchomberg.Setropezóconellaypensóendedicarlealgunaseñaconfortadora.Peroellaobservabacontalausenciadesentidosyhastadevida,colocada en sus alturas, que le pareció que nomerecía la pena.Y liberó subotóncondecididaserenidad.Actoseguido,trasunamalreprimidamaldiciónfinal, Schomberg desapareció en el interior con la intención de restaurar suespírituensoledad.Elotrosalióalaveranda.Lareunióndehabitualeshabíallegado a tiempo de presenciar el sabroso interludio de la puerta. Davidsonconocíaaunodeellosylehizounsaludoalpasar.Bastóparaqueelconocidolereclamara.

—¿Noesciertoqueandadeunhumordeperros?Sepaquehaestadoasídesdeentonces.

Elquehabíahabladoserioenvozalta,mientrasqueelrestoseconformóconunasonrisa.Davidsonsedetuvo.

—Asíparece.

Sussentimientos,segúnconfesódespués,erandeunaconfusaresignación;pero, naturalmente, eso no resultaba más evidente para los demás que lasemocionesdeunatortugamarinacuandoserepliegaensuconcha.

—Resultatodobastanteinsensato—murmurópensativamente.

—¡Yademástuvieronunapelea!—dijootro.

—¿Qué quiere decir? ¿Una pelea? ¿Una pelea con Heyst? —preguntóentreasombradoeincrédulo.

—No,hombre.Esosdos.Elresponsabledelabanda,eltipoqueseencargadelasmujeresynuestroSchomberg.AlsignorZangiacomolediolaventoleraporlamañanaysefueapornuestrorespetableamigo.Créame,seabrazaronyrodaronporelsueloalolargodelaveranda,luegosepersiguieronportodalacasa, portazos, chillidos de mujer (diecisiete de ellas en el comedor), loschinos subidos a las cepas, ¿eh, John?, tú trepaste a un árbol para ver elcombate,¿noescierto?

El chino, de ojos almendrados e imperturbables, emitió un gruñidodesdeñoso,terminódepasareltrapoporlamesayseesfumó.

—Aquellofue,cómodecirlo,unaauténticapalizadelasde«todovale».YZangiacomo la empezó. Vaya, aquí está Schomberg. Diga: ¿no se abalanzóhaciaustedcuandolamuchachadesapareció,porqueustedhabíainsistidoenquelasartistasdebíanmezclarseconelpúblicoenlosentreactos?

Elhotelerohabíahechoactodepresencia en lapuerta.Avanzó.Elporteaugusto, pero las aletas de la nariz extraordinariamente expansivas, ycontrolandosutonoconunesfuerzoevidente.

—Exactamente.Se tratabadenegociosynadamás.Yo le impuseciertascondicionespensandoensubienestar, caballeros.Nohaynadaquehacerenesta ciudad por las tardes.Creí, caballeros, que a todos les gustaría tener laoportunidad de escuchar un poco de buena música. ¿Y qué tiene de maloofrecerunagranadinaoloquesequieraaunadamadelespectáculo?Peroeseindividuo,esesueco,rondabaalamuchacha.Igualqueharondadoatodalagentedeporaquí.Leheobservadoduranteaños.RecuerdencómoacorralóaMorrison.

Sediolavueltabruscamente,comodesfilando,ysefue.Losclientesdelamesaintercambiaronsilenciosassonrisas.LaactituddeDavidsonselimitóaladel espectador. Podían escuchar el furioso trasiego de Schomberg entre lasmesasdebillar.

—Ylomásdivertido—resumióelquehablaba,unempleadoinglésdeunafirma holandesa— es que antes de las nueve de esamismamañana los dosbajaban juntos al puerto subidos en un limón, a la caza de Heyst y de lamuchacha.Yolesvicorriendoarribayabajoyhaciendopreguntas.Noséloque hubieran hecho con la chica, pero parecían bastante dispuestos a caersobreHeystyliquidarloallímismo.Nuncahabíavisto—comentó—nadatanraro.Aquellosdossabuesostrabajandofebrilmenteconigualfinyobcecadosen su mutua e inquietante agresividad. Aborreciéndose y desconfiando, semetieronenunalanchadevaporyseprecipitarondebarcoenbarcoportodala rada, provocandomásdeun revuelo.Los capitanesde losnavíosbajaronesemismodía a tierra conhistorias de una extraña invasión y pretendiendoaveriguar quiénes eran aquellos dos lunáticos provocadores de la lancha devapor,alparecertrasunhombreyunamujer,quehablabandecosassinpiesnicabeza.Laformaenquelesrecibieronnofueprecisamentecariñosa.Hastaelpunto de que el piloto de un barco americano les echó por la borda conindescriptiblerapidez.

Entretanto,Heystylamuchachaestabanyaapocasperosuficientesmillasdedistancia,alhabertomadoporlanocheunadelasgoletasdeTesman,conrumboEste.

Todoellosesupomástarde,atravésdelosmarinerosjavanesesqueHeystcontratóconesepropósitoalastresdelamañana.Lagoletapartióconelalbaylavirazóndetierra,ysemantuvoalavista,contodaprobabilidad,durantelashorassiguientes.Noobstante,losperseguidores,traslaexperienciaconelpilotoamericano,optaronporel regreso.Yaen firme, tuvieronotraviolentaescaramuzaenidiomaalemán.Peronohubosegundoasalto.Finalmente,conmiradas de espeluznante animadversión, subieron al carruaje —evidentemente,conelausteroproyectoderepartirselafactura—yselargarondejandounestupefactogentíodenativosyeuropeossobreelmuelle.

Después de escuchar esta maravilla de relato, Davidson abandonó laveranda, atestada de los indelebles parroquianos de Schomberg. La fuga deHeyst era el denominador común de la conversación. Nunca en el pasadoaquellapersonalidadirresponsablehabíasidoelalimentodetantacháchara.NisiquieraenlosiniciosdelaT.B.C.Co.,cuandoalcanzómomentáneamentelacategoríadepersonajepúblicoyseconvirtióenelblancodelatorpecríticaydelaenvidiainsensatadecadavagabundoyaventurerodelasislas.Davidsonconcluyóquealagentelegustabadiscutiresaclasedeescándalosporencimadecualquierotro.

Le pregunté si lo consideraba un escándalo de tal amplitud, después detodo.

—¡Santocielo,no!—dijoesehombreexcelenteeincapazdeunaconducta

impropia.

—Peronoesalgoqueyohubierahecho.Enelcaso,naturalmente,denoestar casado. No había reproche en la declaración. Todo lo más, pesar.Compartió, además,mi sospecha de que aquello era esencialmente la únicaposibilidaddesupervivenciadeunseratormentado.Lacuestiónnoradicabaen que fuéramos dos románticos pintando el mundo con los colores delsentimentalismo,perofuimosbastanteperspicacescomoparadescubrirquiéneraaquelhombredesdehacíamuchotiempo.

—Ynohubieratenidovalor—continuó—.Yoloveoclaro,peroHeystno.Enotrocaso,sehabríaasustado.Nadiesepierdeenlajunglaconunamujersinlamentarlomástardeomástemprano,deunaformauotra.Yél,siendouncaballero,simplementeloponetodomásdifícil.

Capítulo6

NosedijomásacercadeHeystenesaocasión,yyonovolvíaencontraraDavidson hasta pasados tres meses. Aseguraría que lo primero que dijo alencontrarmefue:

—Lehevisto.

Y antes de que lemanifestarami asombro, dejó bien sentado que no sehabía tomado libertades, que no se había entrometido. Fue avisado.En otrocasoniensueñoshabríairrumpidoenlaintimidaddeHeyst.

—Nomecabelamenorduda—concediéndoleconestarespuestamimásabsolutoacuerdoconesaexquisitadelicadeza.

Eraelhombremásdelicadoquepudieraversealfrentedeunvapordelasislas. Pero su humanidad, no menos profunda y loable, le había llevado aconducirsubarcoporlarutadeSamburan(adistanciadeunamilladelpuerto)cada veintitrés días exactamente. Davidson era delicado, humano yperseverante.

—¿FueHeystquienleavisó?—preguntéconenormeinterés.

Efectivamente, Heyst le llamó mientras cruzaba la isla en la fecha decostumbre.Davidsonestabaescudriñandolaplayaatravésdelosprismáticos,consuperseveranteypuntualhumanidad,altiempoquedejabaporeltravésaSamburan.

—Distinguí a un hombre de blanco. Sólo podía tratarse de él. Habíaenarbolado una especie de bandera colosal atada a un asta de bambú, que

agitabaenelpuntaldelmuelleviejo.

Normalmente, evitaba una excesiva aproximación a la costa—supongoquepormiedoaresultarindiscreto—.Peroahorasedirigióalaensenada,parólosmotoresyarrióunbote.Davidsonenpersonalogobernó,acompañadodemarinerosmalayos.

Cuandoeldetierracomprobóqueveníanhaciaél,dejócaerelpabellón.Alallegada,elcapitánseloencontróarrodilladoyocupadoconcienzudamenteensepararlabanderadelpalo.

—¿Pasabaalgo?—pregunté,alhabersedetenidoconunapausaelrelatoyexcitado mi natural curiosidad—. Recuérdese que Heyst, como no se leescapabaanadieenelarchipiélago,noera—cómodecirlo—,noeralaclasedehombrequemataeltiempohaciendoseñales.

—Lo mismo dije yo —apuntó Davidson, apenas pegamos contra elmurallón—.Nopudeevitarlo.

Heyst enderezó las rodillas y comenzó a plegar cuidadosamente eltremolante artefacto que tanto sorprendió al recién llegado por susproporcionescircenses.

—Nada, nada en absoluto —farfulló, la blanca dentadura fulgiendo atravésdelacobrizayhorizontalespesuradeloslargosbigotes…

IgnorosifueladelicadezaolaobesidadloqueimpidióaDavidsontreparhastaelmuelle.Permanecióenelbotey,porencima,pudoverlainclinacióndelquelerecibíaconunhazdesonrisas,juntoaagradecimientosydisculpaspor la libertadque sehabía tomado, todo según lamaneradecostumbre.Elvisitante había esperado alguna transformación, pero no descubrió ninguna.Nadadelatabaelhechotrascendentaldequehubieraunamuchachaenmitadde la jungla,artistadeunaorquestade féminas,aquienhabíaarrastradosincontemplacionesdesdelaplataformadeunescenarioalatenebrosidaddeunaselva.Noparecíaniavergonzado,nidesafiante,niperturbadoporsemejantecosa. Aunque tampoco mostró transparencia de ninguna clase cuando sedirigióaDavidson.Porelcontrario,suspalabrasresultaronenigmáticas.

—Elegíestaformadecomunicarmeconusted—confesó—porqueguardarlasaparienciaspudieraserdefundamentalimportancia.Noenloqueamíserefiere, por supuesto.Semedaunpimientode los chismesde lagentey leaseguroquenohaypersonaquepuedaherirme.Imaginoqueyoheprovocadodolor en alguna medida, desde el momento en que me permití pasar a laacción.Parecíabastanteinocente,perotodaaccióntieneundestinodoloroso.Ahí está el infierno.Yahí la razóndeque lamaldad seadueñadelmundo.¡Peroparamísehaterminado!Novolveréamoverundedo.Hubounaépocaen la que pensaba que un análisis inteligente de los hechos era el mejor

antídotocontra la fatalidaddel tiempoque senos tieneasignadodegradooporfuerza.Perotambiénheacabadoconeso.

CuestaimaginarsealsencilloeingenuoDavidsonsiendoelinterlocutordesemejante conversación, pegado a un abandonado y ruinoso muelle queescapaba a duras penas de la voracidad tropical. Nunca había escuchado anadie hablar de esa manera. Y, ciertamente, tampoco a Heyst, cuyasmanifestaciones eran concisas, educadas, con un timbre de pulcrasuperficialidadeneldepuradotonodelavoz.

—Seestávolviendoloco—pensó.

Pero,observandolafisonomíaqueseinclinabahaciaéldesdeeldique,sesentía obligado a rechazar la idea de una pura y simple enajenación.Francamente,lacharlasalíadelonormal.Entoncesrecordó—sorprendidoporhaberloperdidodevista—queHeystocultabaallíaunamuchacha.Aquellahermética disquisición era probablemente efecto de su presencia. Trató dedeshacersede tan enrevesadas sensacionespreguntando (con la intencióndemanifestarclaramentesubuenadisposiciónynoencontrando,porotraparte,nadamejorquedecir):

—Espero que no se le hayan echado a perder las existencias, ni nadaparecido.

Fuecontestadoconunasonrisayunmovimientodecabeza.

—Enabsoluto.Aquíaguantamosbastantebien.Gracias,de todosmodos.Simehetomadolaconfianzadedetenersumarcha,nosehadebidoaningunaclase de dificultad que sufriéramos yo o mi… compañera. En quien estabapensandocuandosemeocurrióllamarsuatenciónesenlaseñoraSchomberg.

—Hehabladoconella—intervinoDavidson.

—Oh.¿Usted?Bien,confíoenqueellaencontraralamanera…

—Pero no dijo gran cosa —interrumpió el amable interlocutor que norechazabalaposibilidaddeescucharalgonuevo,aunquenosabíabienqué.

—Claro…Sí. ¿Yquéhayde la nota? ¿Pudo al fin entregársela a usted?Esoestábien,muybien.Alparecer,hasidomásexpeditivadeloqueunoseatreveríaaimaginar.

—Lasmujereslosonamenudo—observóDavidson.

Laextrañezaquehabíapadecidoporcausadelraptoydelasrazonesdelraptorsedesvanecíapormomentos.

—Hay más de un imprevisto en las mujeres —reflexionó en un tonodidácticoysinapuntaraningúnobjetivo,permitiendoqueHeystsiguierasupropiohilo:

—ÉsteeselchaldelaseñoraSchomberg—ypasólamanoporlatelaquecolgabadelbrazo.

—Afirmaríaquedeconfección india—añadióconunamiradaoblicuaalpaño.

—No creo que sea especialmente valioso —observó con franqueza elcapitán.

—Muy probablemente. Pero de lo que se trata es de que pertenece a lamujerdeSchomberg,elcual,porcierto,eslomásparecidoquepuedeverseauninfatigablerufián.¿Nocreeusted?

Davidsoninsinuóunasonrisa.

—Elcasoesquenoshemosacostumbradoaél—dijocomosiexcusaralageneralyculpabletoleranciaconqueseaceptabaaaquelaberrantedeclarado—. No sé si me he ganado el derecho de llamarle así. Sólo le conozco encalidaddehotelero.Nisiquieraleconocíacomotalhastahacepoco,cuandotuvousted laamabilidadde llevarmeaSourabaya.Mequedéensucasaporrazones económicas.LaCasaHolandesaesmuycaray ademásesperanquellevestupropioservicio.Esmolesto.

—Desdeluego,desdeluego—protestóDavidsontanprontocomopudo.

Después de un corto silencio, Heyst volvió al asunto del chal. Queríadevolvérseloaladamasusodicha.Podríaencontrarseenmuymalasituaciónsino se las arreglaba para justificar su pérdida en caso de inquisiciones. Esaconjeturalehabíadadomuchosquebraderosdecabeza.Lamujervivíaenunestadodeterrorpermanente.Yhabíaindiciosdequeteníabuenasrazones.

Davidson también lo había observado. Lo curioso es que para ella esasituación no supuso un obstáculo a la hora de proteger a un extraño —iniciativaqueenciertomodopodríasercalificadadelocura—.

—¡Sehaenteradousted!Escierto.Meayudó.Bueno…,nosayudó.

—Ella me lo contó. Charlamos un poco —informó Davidson—. Peroimagínese a cualquiera manteniendo una conversación con la señoraSchomberg.Sifueracontándoloporahí,nadiemecreería.¿Cómolapusodesuparte?¿Cómoselasingenió?Porque,enapariencia,esestúpidahastaparaentender el habla humana y temerosa hasta para echar a un pavo de sudormitorio.¡Mujeres,mujeres!Nuncasesabelasarmasqueguardanenlomásapacibledesuespíritu.

—Estabacomprometidaenelintentodedefendersusitioenlavida—dijoHeyst—.Yesunintentodigno.

—Asíqueeraeso.Yotambiénsospechabaalgo—confesóelmarinero.

Mástarde,lepusoaltantodelosviolentosacontecimientosquesiguieronal descubrimiento de la fuga. La educada atención de Heyst no mitigó susombría expresión. Aunque no mostró ningún asombro y evitó todocomentario. Cuando el otro hubo terminado, le echó la prenda y Davidsonprometió hacer todo lo posible para devolverlo a la señora Schomberg poralgúnsecretocamino.Lediolasgraciasconsencillasyescuetaspalabras,deacuerdoconladepuradacortesíadecostumbre.Elcapitánsedispusoapartir.Nosemiraron.Heysthabló,depronto:

—Comprendaustedqueesofueunapersecución ignominiosa.Meenteréy…

EraunpuntodevistaqueelbenevolenteDavidsoneracapazdeapreciar.

—No me sorprende escucharlo —respondió tranquilamente—. Bastanteignominiosa, diría yo.Usted—que no es un hombre casado—estaba en superfectoderecho.Ybien.

Sesentóenlasbaldasdepopa,yyateníaenlasmanosel timón,cuandoHeystconcluyóabruptamente:

—El mundo es un perro rabioso. Dale una oportunidad y te echará eldiente.Perocreoquedesdeaquípodemosdesafiaraldestino.

ElúnicocomentariodeDavidsoncuandomelocontófue:

—Curiosaidealadedesafiaraldestinoechándoseunamujeralaespalda.

Capítulo7

Tiempomás tarde—no nos veíamos amenudo—, pregunté a Davidsoncómo se las había arreglado con el chal y le escuché que había atacado elasunto por la vía directa, que resultó ser la más sencilla. La primeraoportunidadenquetocaronSamarangenvolvióelchallomásapretadamentequepudoenunpedazodepapeldeembalaryselollevóatierra.

Una vez despachadas las obligaciones en la ciudad, se metió en unvehículo y se dirigió al hotel.Aprovechando la valiosa experiencia con quecontaba, hizo coincidir su llegada con la hora de la siesta de Schomberg.Atravesadalaplaza,tanvacíacomoenlaprimeraocasión,entróenlasaladebillar,eligióunasientodelfondo,cercadeaquellaespeciedeestradoqueladamaocuparíaenbreve,yrompióelrasosilenciodelacasaconunenérgicotimbrazo.Niquedecir tienequeelchinosepresentórápidamente.Davidsonpidióunacopayocupóelasientocondecisión.Habríapedidoveintecopas,unadetrásdeotra,sihubierasidonecesario—añadióaquelabstemioriguroso

—antesquevolverasalirdelacasaconelpaquete.Tampocopodíadejarloenunrincónsinhacerlesaberaellaquesequedabaallí.Lacosapodríaresultarpeorquesisencillamentenosehubieraintentadoladevolución.

Así que esperó, tocando el timbre una y otra vez y apurando, contra suvoluntad, los sucesivos y helados tragos. Poco después, y tal como habíaprevisto,entrólaseñoraSchomberg,vestidodeseda,cuellolongilíneo,bucles,ojosdesustoperpetuoyexpresiónimbécil,enfin,alcompleto.Probablementeera el emisario enviado por la bestia perezosa para investigar al sedientoparroquiano que despertaba, a hora tan pacífica, los ecos de la casa.Genuflexión,cabezazo,yyaestabaencaramadaasuhornacinatraslamáquinaregistradora,tandesvalida,taninane,quesinohubierasidoporlainnegablematerialidad del paquete, Davidson, según propia confesión, se habríainclinadoapensarquetodoloocurridoentreellosnoteníamásentidadquelaasignableaundelirio.Pidióotracopaparaecharalcriadodelahabitaciónycogióelenvoltorioquereposabaenunasillapróxima.

—Estolepertenece—ylointrodujoenunaentradilladelmostrador,a laalturadelospiesdeladama.

Asuntoterminado.Elrestoeradesuincumbencia.Másatiemponopudoser,yaqueSchombergapareció,conunbostezocargadodeintenciones,casiantesdequeDavidsonrecuperaraelasiento.Leslanzósendasmiradasllenasde indignación y suspicacia. La irrevocable placidez de su expresión ayudómaravillosamentealcapitánenesecríticomomento,demaneraqueelotrosequedósinbaseparalamáslevesospechadeentendimientodecualquierclaseentresumujeryelcliente.

Por lo que a la mujer se refiere, siguió impávida como una reliquia.Davidsonrezumabaadmiración:ellallevabaañosinterpretandounpapel.Sinun pestañeo. Qué entereza. La clarividencia le estremecía. Le costabasobreponerse al portentoso descubrimiento de que sabíamás de la auténticaseñora Schomberg que cualquiera en aquellas islas, incluido el marido. Lamujereraunprodigiodeimpostura.YanoleextrañabaqueHeystsehubierallevadoa lamuchachaen lasnaricesdeaquellos tipos, sihabíacontadoconsemejanteapoyo.

Lamaravillaconsistía,despuésdetodo,enqueHeystestuvierametidoenunlíodefaldas.Unavidalisaytransparentealaquenoseajustabaningunaclase de asociación con el sexo opuesto. Excepto que invitaba a beber enocasiones señaladas, como cualquier otro, este observador de hechos nopertenecíaenaparienciaalmundode la iniciativasypasiones terrenales.Loelaboradodesugesto,elecodespegadodesuvoz,hacíandeéluncasoaparte.Eracomounaplumaflotandodébilmenteenlaatmósferadepragmatismoquerespirábamoslosdemás.Porestarazón,cuandoquieraqueestecontemplativo

temperamentoentrabaencontactoconlascosas,llamabasiemprelaatención.Primero fue la misteriosa unión con Morrison. Más tarde vino elacontecimiento de la Tropical Belt Coal, donde por añadidura se hallabanimplicadosunanotablevariedaddeintereses:unasuntorealmentepráctico.Ypara terminar, una fuga, un incongruente fenómeno de autoafirmación, elmayorprodigiodetodos,abrumadorydivertido.

Davidsonadmitiófinalmenteque la tempestad ibaamainandoyque todoestaría ya olvidado, quizá, si ese borrico de Schomberg no continuarahaciendo rechinar su dentadura a la menor oportunidad. Era realmenteincitanteelqueademásnopudieradarunaideadelaspectodelamuchacha.¿Resultaba bonita? No lo sabía. Se quedó la tarde entera en el hotel deSchomberg con el decidido propósito de descubrir algún indicio sobre ella.Pero la historia se había vuelto rancia. Las tertulias de la veranda teníanacontecimientos más frescos que desollar y no se atrevió a preguntardirectamente. Desparramó su placidez en una silla, satisfecho por no haberllamadolaatención,yesperóunaalusiónquelepermitieraintervenir.Noseríaextraño que hubiera echado también una cabezadita. Hay que tener talentoparahacerseunaideadelaserenidaddeestehombre.

Schomberg,quedeambulabacomoperdido,seuniódeinmediatoalgrupoqueteníasusrealesenlamesacontiguaaladeDavidson.

—Un tipocomoel sueco,caballeros,esunpeligropúblico—empezó—.Letengoenlacabezadesdehaceaños.Nodirénadadelespionaje.Aunqueélmismodecíaqueandabaalabuscadehechosanormales.¿Yesoquées,sinoespionaje?Teníaelhocicometidoenlosnegociosdetodoelmundo.AtrapóalcapitánMorrisonyleexprimióhastadejarlemáspasoqueunhigo,yluegoseencargódequefueraamoriraEuropa.TodossabemosqueMorrisonestabamal del pecho. Primero le roba y después le asesina. No me gustan losremilgos.Nosonparamí.LosiguientefueesefraudedelaBeltCoal.Quélesvoyacontaraustedes.Yahora,ademásdeestirarselosbolsillosconeldineroajeno, secuestra a unamuchacha de una orquesta que actúa enmi auditorioparaprovechodemisclientes,yselallevaenplanpríncipeavivirenunaisladonde no hay forma de echarle el guante. ¡Condenada y estúpida chiquilla!Quérepugnancia…

Yescupió.Yseatragantóderabia.Debióvervisiones.Saltódelasillaysemarchó,pensandoqueasí,quizá,escaparíadeellas.Entróenelcuartodondesumujer seguía sentada.La imagenqueofrecíano sirvióprecisamenteparamitigar sus tormentos.Davidson no se sintió obligado a salir en defensa deHeyst.Suplanconsistíaenmeterseenconversación,unpocoporcasualidad,ynodemostrarespecialesconocimientoseneltema,conelobjetoderecogerdetalles sobre la chica. ¿Tenía algo de particular? ¿Era bonita? No parecíahabersedistinguidodelasdemás.Tampocohabíasugeridoningúncomentario

destacable.Era joven:eneso todoelmundoestabadeacuerdo.ElcajerodelosTesmanserefirióasucutiscetrino.Setratabadeunhombredeprincipios.Noeralaclasedepersonaqueseconfundíaenaquelgallinero.Lamayorpartede aquellas mujeres estaban seriamente baqueteadas. Schomberg las habíaalojado en el Pabellón (según lo denominaba), en pleno campo, donde seextenuaban lavandoy remendando losblancosvestidosy tendiéndolos entrelos árboles, lomismoqueunescuadrónde lavanderas.Yesque también separecíanmucho a lavanderasmaduritas cuando subían al escenario. Pero lachicaencuestiónvivíaeneledificioprincipal,coneljefe,eltipodelabarbanegra,yunaamargadayresecamujeralaqueseconocíacomosuesposa.

Lasconclusionesno fueronmuy reveladoras.Noobstante, elvisitante sequedó y se sumó a la cena, sin añadir nada a la información de que yadisponía.Resignación.

—Supongo—suspiróapaciblemente—queestoydestinadoaconocerlaundíauotro.

Esosignificabaque,talcomoveníahaciendo,susviajesnoabandonaríanlarutadeSamburan.

—No lo dude—dije—. En cualquier momento Heyst le dará un nuevoavisoyasaberconquéobjeto.

No respondió. Tenía sus propias ideas al respecto y su silencio lasencubría.Nohablamosmásde la compañeradeHeyst.Antesde separarnosmeofrecióunamuestradesucapacidaddeobservación.

—Esraro,perosospechoqueahídentrosejuegadetapadillo.Hevistoaalgunosqueibanpaseando,dedosendosydetresentres,haciaelauditorio.Lasventanasdebenestarcerradasaconciencia,porquenoheconseguidoverunrayodeluz.Ynocreoyoqueesossujetosentrenahíparasentarseyhacerunactodecontrición.

—Laverdadesqueesunpocoextraño.LoincreíbleesqueSchombergsearriesgueconcosasasí—lecontesté.

****

ParteII

Capítulo1

Comosabemos,Heyst sequedóenelhoteldeSchomberg ignorandopor

completohastaquéextremoseraodiado.Asullegada,laorquestafemeninadeZangiacomoacababadeestablecerseallíporunatemporada.

ElasuntoquelehabíasacadodelareclusiónenaquellaesquinarecónditadelosmaresdelEsteteníaqueverconlosTesmanycondinero.Loarreglódemanera suficientemente rápida como para encontrarse sin nada que hacermientras esperaba aDavidson, encargado de devolverle a su aislamiento.Yeso significaba irse. El hombre al que llamábamos «Heyst el embrujado»estabaatacadodeundesencantoprofundo.Noenloqueserefierealasislas.Elarchipiélagoejercíaunafascinaciónperdurableynoerafácilsacudirseloshábitos de aquella vida. El desencanto de Heyst contenía a la vida en sutotalidad.Sucarácterdespegado,seducidoporlaacción,sentíalosfracasosdeforma sutil y desconocida para los hombres acostumbrados a aferrarse a lashabitualesiniciativashumanas.Eracomoladolorosacarcomadeunarenunciainútil,unaespeciedevergüenzaantesupropianaturalezatraicionada.Padecíaademás un completo y manifiesto remordimiento. Se sentía culpable de lamuertedeMorrison.Unareacciónbastanteabsurdadesdeelmomentoenquenadie podía prever los horrores que aquel frío y húmedo invierno teníadispuestosparaelamigo.

Portemperamento,noerapropensoalamisantropía,perosuestadomentaleraincompatibleconunaactitudsociable.Pasabalasnochessoloysentadoenun rincón de la veranda. Las quejas de los instrumentos que sonaban en eldistanteedificio,cuyosalrededoresestabandecoradosconfarolillosjaponeses,seelevabansobrelascopasdelaarboleda.Retazosdemelodías,másomenoslastimeras, llegaban a sus oídos. Le perseguían incluso en el dormitorio,comunicadoconotraverandamásalta.Elfragmentarioydesapacibletonodelos sonidos hizo que, a la larga, la intrusión le resultara intolerablementetediosa.Comolamayorpartede lossoñadores,aquienesesdadodevezencuandoescucharlamúsicadeluniverso,Heyst,elvagabundodelarchipiélago,sentíapredilecciónporelsilencioquelehabíaconfortadoduranteaños.Eranislasmuytranquilas.Acostadasplácidamente—vestidasconsuoscuroatavíovegetal—enunacalmadeplatayazulyunmarsilentequeseencontrabaconel cielo en un espacio de hipnótica inmovilidad.Algo así comouna risueñasomnolencia se cernía sobre ellas. Y la voz de sus habitantes era suave ydespaciosacomositemieradespertaralgúnembrujoprotector.

Quizá fuera éste el auténtico hechizo que conquistó al Heyst de losprimeros tiempos.Aunqueyano existía para él.Yano estaba«embrujado»,pero era un prisionero de las islas y no tenía intención de abandonarlas.¿DóndeIríaalcabodetantosaños?Nolequedabanadieenningúnlugardelmundo. De este hecho —no muy intrincado, después de todo— se habíaenteradomuyrecientemente;porquesóloelfracasohacequeunhombreentreensímismoyconsiderelosrecursosdequedispone.Yaunteniendoresuelta

la retirada del mundo, a la manera eremítica, se sentía irracionalmenteconmovidoporelvértigodelasoledadquelesobrevinoenelmomentodelarenuncia. Le hacía daño.No hay nadamás temible que el encontronazo deesasagudascontradiccionesquelaceranlasensibilidadylainteligencia.

Mientras tanto, Schomberg le espiaba por el rabillo del ojo. Hacia elinsensato objeto de su animadversión, conservaba siempre la imponentedistanciadetenientedelareserva.Ledabaaunoconelcodoyleinvitabaaobservarlosairesquesedaba«esesueco».

—Laverdad es que no sé por qué ha venido ami casa.Este sitio no esbastantebuenoparaél.¡AsílaProvidenciaselohubierallevadoaexhibirsusuperioridadaotraparte!Yolesheconseguidoaustedes,caballeros,unaseriedeconciertosparadarleunpocodechispaalavida.¿Ycreenustedesquesehatomadolamolestiadepasaryescucharunaodospiezas?No.Élno.Somosviejosconocidos.Buscalaoscuridaddelapiazzaysesientaallítodalatarde,cavilando nuevos crímenes, no hay duda. A mí me costaría un chavo ir ydecirleque sebusqueotrohospedaje.Loquepasaesqueaunono legustatratarasíaunblanco,ymáseneltrópico.Nosécuántopiensaquedarse,peroapuesto lo que quieran a que nunca llegará a sentir la curiosidad suficientecomoparagastarseloscincuentapeniquesdelaentradaenunpocodebuenamúsica.

Noapostónadieoelhotelerohabríaperdidolaapuesta.Unanoche,Heystfueempujadoalbordedeladesesperaciónporlosdesapacibles,chirriantesylastimeros arrebatos de las melodías que le perseguían hasta el camastro,dotado de un colchón tan fino como un emparedado, y un mosquiteroinverosímil. Bajó a la arboleda, donde el suave resplandor de los farolillosjaponeses iluminabapedazosde troncosgrandesy rugososaquíyallá,en ladensaoscuridadbajolascopas.Másfarolillos,imitandoconcertinas,colgabanen hilera de un cordel a la entrada de lo que Schomberg llamaba congrandilocuencia «mi sala de conciertos». En este estado de desesperación,Heyst subió tres peldaños, apartó una cortina de calicó y se introdujo en ellocal.

Elalborotode lapequeñaconstrucción—lomásparecidaaunestablo—deplanchasdepino importadasy levantadasobreel sueloera sencillamenteanonadador.Unaorquestaestridentechillaba,gruñía,gemía,lloraba,roncaba,escupíaalgoasícomounairefestivo,mientrasunpianomachacadoporunadescarnaday rojizamujerde runflantesyenfadadasnaricesexpulsabanotasmás duras que el granito enmedio de una tempestad de violines.El exiguoescenarioestabarepletodeblancosvestidosdemuselinaconbandascarmesíesy brazos desnudos que, con gran denuedo, serraban algún invisiblemadero.Zangiacomo dirigía. Vestía una chaqueta que debió ser blanca, un chaleconegro y calzones claros, adornado con un pelo greñoso y una barba con

matices purpúreos. Horripilante. Y el calor, infernal. Había unas treintapersonas con sus bebidas en varias mesas pequeñas. Heyst, aturdido por elfollón, se dejó caer en una silla. En la aceleración de aquellamúsica, en eldiversoyagudoclamordelascuerdasdelosinstrumentos,enelmovimientode los brazos desnudos, en los vestidos semicaídos, las caras vulgares y losojosdesorbitadosde las ejecutantes, él descubrió la huella de la bestialidad,algocruel,sensualyrepulsivo.

—Estoesunhorror—murmuróparasí.

Perohayunamórbidafascinaciónenel ruidosistemático.Nopuso tierradepormedio,comopodíaesperarsequehiciera.Permaneció,sorprendidodeesamismapermanenciaquerepudiabasuexquisitez,heríasussentidosy,porasídecir,contrariabasunaturalezatantoomásqueaquelburdodesplieguedeenergía.LabandadeZangiacomonohacíamúsica;asesinabasimplementeelsilencioconunareciayferozdeterminación.Unosesentíacomoelespectadorde un programa pugilístico; y esa impresión era tan aguda que parecíaimposible que el público permaneciera sentado tan pacíficamente en susasientos,bebiendocalmosamentedesusvasosysinmostrarningúnsignodeangustia,iraomiedo.Heystapartólavistadeaquelantinaturalespectáculodedesidia. Cuando el soniquete llegó a su fin, el alivio fue tan grande que sesintióalgomareado,comosiunafalladesilencioseestuvieraabriendoasuspies.Cuandolevantólosojos,laaudiencia,menosinocente,mostrabasignosdeinterésydeanimaciónenlacaraylasmujeresdelosvestidosdemuselinabajaban en parejas de la tarima y se dispersaban por el lugar.Lamasculinacriaturadecorvanarizybarbapurpúreadesaparecióporalgúnlado.Sehabíahecho un intermedio durante el cual, como el astuto Schomberg teníaestipulado, las componentes de la orquesta estimulaban la generosidad delpúblico con su compañía —esto es, la del personal que se inclinaba aconfraternizar con las artes de un modo espléndido y personal—; y estaconfraternizaciónydesprendimientoquedabansimbolizadosenunainvitaciónabeber.

ParaHeyst,elprocedimientoresultababastantelamentable.Noobstante,laindecenciadel ingeniosoarreglodeSchombergeraatenuadaporelhechodeque la mayor parte de las mujeres mantenían una relación con la juventudestrictamente nostálgica, aunque tampoco entonces fueron hermosas. Elcolorete iluminaba la mayor o menor ajadura de los rostros. Pero, dejandoaparte esta realidad, que cabe entenderse como simple rutina, no parecíantomarse el éxito del chanchullo con excesiva pasión. El deseo deconfraternizar con el arte, siendo de una evidente fragilidad en laconcurrencia,hizoquealgunasdelasintérpretessesentaranlánguidamenteenmesas vacías,mientras otras deambulaban por el pasillo centralmano sobremano, contentas, sin duda, de poder estirar las piernas y dar un relajo a los

brazos. Las bandas carmesíes ponían un artificioso toque festivo en lahumeante atmósfera de la sala de conciertos. Y Heyst sintió una repentinaconmiseración por aquellos seres explotados, sin esperanza, desnudos degraciayencanto,cuyodestinodesombríadependenciatrazabaensustoscasyentristecidasfaccionesungestopatético.

Heysterabásicamenteempático.Quesepasearanalrededordesumesaleresultabapenoso.Sedisponíaamarcharsecuandoobservóquedosmuselinasconsuscorrespondientesbandasnohabíanbajado todavíade la tarima.Unode los vestidos caía en el sobresaltado esqueleto de la mujer de naricesenfadadas.AquelpersonajeeranadamenosquelaseñoraZangiacomo.Habíadejado el piano y, dando la espalda a la sala, preparaba las partituras de lasegundamitad del concierto con bruscos e impacientesmovimientos de losafiladoscodos.Terminadalatarea,descubrióasuespaldalamuselinarestante,inmóvilenunasientodelasegundafila.Sefuedeprontoparaellaagrandestrancos, pasando entre los atriles con el talante feroz de un capataz. En elregazo del vestido descansaban, desmayadas como las de una estatua, dosmanos pequeñas, no demasiado blancas, unidas a unos brazos bonitos ytorneados. Heyst se detuvo después en el peinado: dos espesas trenzasacastañadasrodeandounaatractivaybienproporcionadacabeza.

—¡Siesunamuchacha!

Eraevidentequesetratabadeunamuchacha.Evidenteenelrecortedeloshombros, en el reciente apuntamiento del busto. La banda carmesí que losujetaba llegaba hasta la falda y la campana de ésta desbordaba la silla, unpocoesquinadaconrelaciónalasala.Lospies,conuncalzadoblancoybajo,secruzabancondistinción.

La joven se había apoderado de la recién estimulada capacidad deobservación deHeyst, quien tenía la sensación de estar viviendo una nuevaexperiencia. La causa era que aquella capacidad nunca fue sometida en elpasado, de modo tan señalado y exclusivo, por una mujer. La miraba conansiedad, como ningún hombre mira a otro hombre, y así olvidódefinitivamente dónde se encontraba. Perdía el contacto con la realidad. Laotra mujer, al adelantarse, ocultó a la muchacha durante un momento. Seinclinósobrelajovenfigurasedente,casirozándola,comosifueraahablarlealoído.Suslabios,ciertamente,semovieron.¿Peroquépudodecirleparaquela muchacha se levantara de un salto? Heyst mismo, desde su sitio, sesobresaltó enunarranquede solidaridad.Echóuna rápidamirada alrededor.Nadie prestaba atención al escenario. Cuando volvió los ojos, la jovenempezabaabajar los trespeldañosde la tarimaendireccióna lasalacon laquebrantahuesos pisándole los talones.Allí se detuvo, insinuó un paso y separó otra vez mientras la otra la dejaba a un lado marchando con airetruculentoentresillasymesas,enbuscadelaganchudanarizdeZangiacomo.

Durante aquel extraordinario trayecto, en el que parecía abrirse paso por unbasurero, sus desdeñosos ojos se encontraron con los de Heyst, quien losdesvióinmediatamentehacialamuchacha.Nosehabíamovido.Losbrazoslecolgabanyteníalamiradaenelsuelo.Heystsedeshizodesumediocigarroyapretóloslabios.Selevantó.FuelamismaclasedeimpulsoqueañosatráslehabíahechoatravesarlacallearenosadelaabominableciudaddeDelli(enlaisla de Timor) y acercarse a Morrison, prácticamente un extraño y endesgracia,derrotado,desvalidoysolo.

Fue el mismo impulso, pero no lo reconoció. No pensaba enMorrison.Podíadecirsequeporprimeravez,desdeeldefinitivoabandonodelaminadeSamburan,sehabíaolvidadocompletamentedeldifuntoMorrison.Tambiénesverdadquehastaciertopuntotambiénsehabíaolvidadodedóndeestaba.Deestemodo,sinposibilidaddeserretenidoporningunaclasedeautoevidencia,enfilóporelpasillocentral.

Paraentonces,ungrupodemujereshabíanrecaladoaquíyallá,entre lasmesasocupadas.Charlabanconuncodoapoyadoenelinterlocutorysugeríanconsusvestidosblancos—sinofueraporlasbandascarmesíes—unareuniónde novias maduritas, un poco libertinas y chillonas. El fragor de lasconversacionesllenabalasaladeconciertosdeSchomberg.NadiesepercatódelosmovimientosdeHeyst.Además,noeraelúnicoqueestabadepie.Hizoactodepresenciaantelamuchachatiempoantesdequeellasedieracuenta.Seguíamirandoelsuelosinunpestañeo,pálida,mudaeinmóvil.SólocuandoHeystsedirigióaellaconsudelicadotonoalzólosojos.

—Perdóneme—dijoeninglés—.Peroesahorriblemujerlehahechoalgo.¿Le ha dado un pellizco, verdad? Estoy seguro de que le pellizcómientrasestabaasulado.

Lamuchacharecibiólasugerenciaconunaampliaypetrificadamiradadedesconcierto profundo.Heyst, enfadado consigomismo, sospechó que no lehabíacomprendido.Nopodíaasegurarselanacionalidaddeaquellasmujeres:eran de todas partes. Pero ella estaba casi más desconcertada por laproximidad del hombre, por su prominente calva, su frente despejada, lascurtidasmejillas, los horizontalesmostachosde color cobrizoypelo rizado,por lacálidaexpresiónde losojosazules,quepenetrabanhastael fondo.Élvio en los otros el asombro helado de quien momentáneamente siente elpeligro.Todoconcluyóenungestoderesignación.

—Estoysegurodequelepellizcóenelbrazodemalamanera—murmuró,repentinamentedesconcertadoporsuiniciativa.

Fueunalivioescucharquelerespondía:

—No habría sido la primera vez. Supongo que sí. ¿Adónde quiere ir a

pararcontodoello?

—Nolosé—dijoconunadébilyremotacalidezenlavoz,pocohabitualenlosúltimostiempos,queparecióconmoverla.

—Lamentodecirlequenolosé.Pero¿podríahaceralgo?Leruegoquemelodiga.

La estupefacción más aguda volvió a apoderarse de ella. Ahora se diocuentadelaenormediferenciaquehabíaentreélyelrestodeloshombresdelasala.Eratandistintodeelloscomoellaloeradelrestodelascomponentesdelaorquesta.

—¿Ordenarle?—exclamóalcabodeltiempo,conperplejidad.

—¿Quiénesusted?—continuóunpocomásbajo.

—Me alojaré aquí durante unos días. He caído por casualidad. Esteescándalo…

—No se entrometa—cortó ella con tanta severidad queHeyst preguntóconsucálidoyacogedortono:

—¿Sudeseoesquemevaya?

—No he dicho eso. Pero si me pellizcó fue porque no bajé bastantedeprisa.

—Noencuentropalabrasparaexpresarlemiindignación.Peropuestoqueyahabajadousted—continuóconlasolturadehombredemundoqueabordaaunajovencita—,¿noestaríamosmejorsentados?

Ellaobedecióelgestodeinvitaciónysesentaronendossillascercanas.Semiraron por encima de unamesa pequeña y redonda con una sorprendida ydirectamirada.Laconcienciadelasituaciónsedemorabatantoquehubodepasartiempoantesdequedesviaranlosojos;aunquemuyprontovolveríanaencontrarse de forma accidental, en una especie de rebote. Por último, loaceptaron y ya para entonces, digamos unos quince minutos desde quetomaronasiento,el«intermedio»habíaterminado.

Se sostenían con los ojos, dado que la conversación era perfectamenteinocuaynoteníannadaquedecirse.AHeystlehabíainteresadolafisonomíadelamuchacha.Suexpresiónnoerasimple,nimuydefinitivatodavía.Noeradistinguida—cosaquenopodíaesperarse—,perolasfaccioneseranmásfinasquelasdecualquiermujeralaquehubieraobservadotandecerca.Habíaensurostroalgoindefiniblementeaudazeinfinitamentederrotadoquereflejabaelcarácterylavidadelamuchacha.¡Perosuvoz!LavozsedujoaHeystporsuasombrosatonalidad.Estabahechaalamedidadelascosasmásexquisitas,unavozquehacíasoportablelachácharamástontayfascinanteelmástosco

discurso.Seembriagabadesuencantocomocuandoseaprecialaclaridaddeuninstrumentopordebajodelvaivéndelamelodía.

—¿Cantausted,ademásdeinterpretar?—preguntóabruptamente.

—No he cantado una nota en mi vida —respondió evidentementesorprendidaporestapreguntairrelevante,yaquenohabíanestadohablandodearmonías.Eraobvioquenoteníaconcienciadesuvoz.

—No recuerdo haber tenido motivos para cantar desde que era muypequeña.

Estafrasetantrillada,porsumeravibraciónylacálidapurezadelsonido,abrióuncaminohaciaelcorazóndeHeyst.Sucabezafríayalertaobservóconcierta indiferencia—a causa de lo absurdo de la contemplación— cómo elsonido buscaba su refugio hasta llegar al fondo, allí donde se esconden losdeseosimpronunciables.

—Ustedesinglesa,naturalmente.

—¿Qué lehacepensarlo?—respondióella conelmásencantadorde losacentos. E intuyendo que, de algunamanera, tocaba su turno de preguntas,dijo:

—¿Porquésonríeustedsiemprequehabla?—Semejantecuestiónhabríabastadoparapreocuparacualquiera;peroeratanevidentesufaltademaliciaqueHeystserecuperóenelacto.

—Unadesafortunadacostumbre—dijoconsudelicadaycortésalacridad—.¿Leparececensurable?Ellaestabamuyseria.

—No. Era sólo una observación. No me he tropezado con tanta genteagradableenmivida,comoparaeso.

—Desdeluego,lamujerquetocaelpianoesinfinitamentemásrepugnantequecualquiercaníbalconelquemehayaencontradonunca.

—¡Le creo!—Se estremeció—. ¿Y qué ha tenido usted que ver con loscaníbales?

—Esunahistoriamuylarga—respondióconunalevesonrisa.

LasonrisadeHeysterabastantemelancólicayseadaptabamalaloslargosbigotes bajo los cuales la simple cordialidad anidaba tan a gusto como unpájaroasustadoenlaespesura.

—Demasiadolarga.¿Cómosejuntóustedconestachusma?

—Malasuerte—respondiósecamente.

—Sinduda,sinduda—asintióHeystconbrevescabezadas.

Ytodavíaindignadoporelpellizco,másadivinadoquevisto,realmente:

—¿Nopodríaprotegersedealgunamanera?

Yasehabíalevantado.Lasmujeresdelaorquestarecuperabanlentamentesus posiciones. Algunas estaban ya sentadas, con la mirada perdida eindescifrable,antelosatriles.Heystselevantótambién.

—Sondemasiados.

Tanescasaspalabrassalíandelaexperienciamáscomúndelahumanidad.Peroenvirtudde lavozque laspronunciaba, sacudieronaHeyst comounarevelación.Sussentimientossedebatíanenlaconfusión,perosumenteestabaclara.

—Mal asunto. Pero no es una vejación concreta de lo que se queja esamuchacha—pensólúcidamentecuandosehuboquedadosolo.

Capítulo2

Así fue comoempezó.Cómo terminó, puesya sabemosque terminó, nopuedeprecisarsecon lamismasencillez.EstáclaroqueelepisodionohabíadejadoindiferenteaHeyst.Nodiréqueporlamuchacha,perosíporlasuerteque pudiera correr.Era elmismoque se había echado al agua para salvar aMorrison —a quien sólo conocía de vista y por la referencia habitual delcotorreo de las islas— del hundimiento. Pero ahora se trataba de una clasemuydiferentedenaufragio,quehabríadeconducirprobablementeaotraclasetambiéndiferentedeasociación.

¿Reflexionóentodoello?Puedequesí.Capacidadnolefaltaba.Perosilohizo fue con un arsenal de datos bastante pobre. No hay evidencia de quellegaraapararseunmomentoenelespaciocomprendidoentreesatardeylamadrugadadelafuga.Adecirverdad,noeradeesostiposqueselopiensanmucho.Estossoñadoresqueselimitanapresenciarlaagitacióndelmundosondrásticos una vez atrapados por la necesidad de actuar. Bajan la cabeza ycargancontraunmurosinperdersusorprendenteserenidad,lacualsólopuedehaberlessidoproporcionadaporunaimaginacióndesbordante.

Noestaba chiflado.Supongoque sabía—oalmenos sentía—adónde leconducíalasituación.Laabsolutafaltadeexperiencialesuministrólaaudacianecesaria. La voz de la muchacha le desarmó al hablarle de su miserablepasadoentérminosdelomássimple,conunaespeciedeinconscientecinismoinherentealasauténticasyamenazadorascondicionesdelapobreza.Yafuerapor su profunda solidaridad o por las vibraciones que transmitía su voz,

patéticas,alegres,encendidas,nofuedesazónloqueelrelatodespertóenél,sinoelsentidodeunainmensatristeza.

Enunadelasnochessiguientes,duranteelintermedioentrelasdospartesdelconcierto,lachicaseconfióaHeyst.Eracasiunahijadelacalle.Supadretrabajabacomomúsicoenlaorquestadealgunospequeñosteatros.Lamadreleabandonócuandoellaerapequeñaylaspatronasdelasdiversaspensionesdemalamuerteporlasquepasaronatendieronesporádicamentesudesvalidainfancia. No pasó hambre ni anduvo andrajosa, pero sintió el acoso sinescapatoria de la pobreza. Fue su padre quien le enseñó a tocar el violín.Parecequeseemborrachabadevezencuando,perosingusto,sóloporqueeraincapazdeolvidar a lamujer fugada.Despuésdeque le diera un ataquedeparálisis,quelehizocaerestruendosamenteporelhuecodelaescaleradeunsalóndebailedurantelaactuacióndelaorquesta,ellaseunióalacompañíadeZangiacomo.Supadreestabaahoraenunacasadedesahucio.

—Y yo estoy aquí —concluyó—, sin nadie que se preocupe de si mequedoonoenelfondolapróximavezquemetiredecabezaalagua.

Heystlecontestóquepodíahaceralgomejor,sideloquesetratabaeradedejar elmundo.Lemiró con una atenciónmuy especial y también con unaperplejidadquedioasucaraunairedeinocencia.

Esto sucedía durante el intermedio. La muchacha había bajado sin laestimulaciónpreviadelpellizcodeladesagradablemujerdeZangiacomo.Noresulta fácilcreerquefueraseducidapor ladespejadafrentede intelectualylos largosycobrizosmostachosde sunuevoamigo.Nuevonoes lapalabraadecuada,yaquenuncahabíatenidouno.Asíquelaemocióndeestaamistadquelesalíaalencuentro leexcitabaporsusolanovedad.Además,cualquierhombre que no tuviera nada que ver con Schomberg le parecería, por esamismarazón,atractivo.Temíaalhotelero,quien,poreldía,seaprovechabadeque la chica viviera en su hotel—y no en el «Pabellón» con las restantesartistas— para acecharla sordamente, hambriento como una bestia tras laespesuradelabarba,oparaasediarlaenoscurosrinconesopasillosvacíosconbroncos y misteriosos murmullos traicioneros que, a pesar de su evidentesignificación,sonabancomolosdeunenfermopeligroso.

Elcontrastecon las tranquilasyeducadasmanerasdeHeystproducíaenella una particular y satisfecha admiración. Nunca se había encontrado connadaparecido.Ysiconocióalgunavezlaamabilidad,nofuebajolaformadesimpleeducación.Leinteresabacomounaexperienciadelomásnovedoso,nomuycomprensible,peroinconfundiblementeplacentera.

—Ya le digo que son demasiados para mí —repetía, a vecesimprudentemente,ymásamenudoconundesánimodescorazonador.

Niquedecirtienequenodisponíadeuncéntimo.Lamasadenegrosconque se tropezaba por todas partes le atemorizaba. En realidad, no tenía unaideamuyconcretadelapartedelgloboenlaqueseencontraba.Alaorquestaselallevabadelbarcoalhotel,dondepermanecíaencerradahastaelmomentodecogerotrobarco.Noeracapazdeacordarsedeunsolonombre.

—¿Cómosellamaestesitio?—preguntabaotravezaHeyst.

—Sourabaya—decíaélcontodaclaridad,observandoeldesconciertoqueelextrañosonidoprovocabaensusojos,clavadosenlospropios.

Nopodía evitar la compasión.Sugirió laposibilidaddeacudir al cónsul,pero fue el sentido común, no el convencimiento, lo que dictó el consejo.Nunca había oído hablar de ese bípedo ni de sus costumbres. ¡Un cónsul!¿Qué era eso? ¿Quién? ¿Qué podía hacer? Cuando escuchó que acaso leconvenceríandequelamandaraacasa,ellabajólacabeza.

—¿Y qué voy a hacer cuando esté allí? —murmuró con un tono tanconciso,conunacentotanpenetrante(elencantodelavoznofallabanienlosmurmullos), que Heyst sintió que la ilusión de la dignidad humana sedesvanecíaantelacrudarealidaddelaexistenciaylesdejabaaamboscaraacara,enundesiertomoralmásáridoquelasarenasdelSáhara,sinunasombrareparadoraniunagotaconqueapagarlased.

Ellaseapoyóligeramentesobrelamesa,lamismaesapequeñaenlaquesesentaronlaprimeravez.Ysinmásrecuerdosdelainfanciaquelaspiedrasde las rúas, con la angustia de las incongruentes, confusas y elementalesimpresiones de sus viajes, que le inspiraban un vago terror al mundo, dijoatropelladamente,conpalabrasqueescaparondeladesesperación:

—¡Haga algo!Usted es un caballero.No fui yo quien le habló primero,¿verdad? Yo no empecé, ¿no es cierto? Usted fue el que vino yme habló.¿Para qué quería hablarme?Me da igual lo que fuera, pero ahora tiene quehaceralgo.

Laactituderaretadoraysuplicantealavez,vociferante,aunquesutononopasabadelsofocodelarespiración;suficiente,noobstante,paraseradvertido.Heyst, apercibido, rio envoz alta.Ella casi se ahogade indignación ante labrutalidaddelaagresión.

—¿Quéquisodecirentoncesconlode«leruegoquemelodiga»?—silbócasi.

Una cierta dureza en lamirada amarga deHeyst y la serena conclusión«estábien»lacalmaronunpoco.

—Nosoybastantericocomoparacomprarla—continuóhablandoconunasonrisaexcesiva—,enelcasodequeesofueraposible;loquesiemprepuedo

haceresraptarla.

Le miró profundamente, como si las palabras tuvieran un oculto ycomplicadosignificado.

—Váyase—dijosecamente—ytratedesonreírmientrassemarcha.

La chica sonrió con inesperada ligerezay, yaque estabaprovistadeunaexcelente dentadura, el efecto de lamecánica y poco voluntaria sonrisa fuechispeante,deslumbrador.Heystquedóasombrado.Comounrayoatravesósucabezalaideadequeeratodomenosextrañalafacilidadconquelasmujeresengañantanrematadamentealoshombres.Eraunacualidadintrínsecadesunaturaleza. Parecían haber sido concebidas con esa especial aptitud. Y aunconociendo perfectamente su origen, aquella sonrisa le proporcionó unasensacióndecalidez,unaenergíavitaldesconocidahastaentonces.

La muchacha se reunió con las restantes «damas de la orquesta».Marcharon en pelotón hacia el escenario y allí la altiva cónyuge deZangiacomolasinstalósincontemplaciones,conteniéndoseparanoacabarlafaena a patadas. Zangiacomo fue detrás, con la ostentosa, ondulante,iridiscentebarba,ylachaquetillayelairedemalévolacircunspecciónqueleproporcionaba la testuz inclinada,demirada inquietayojos juntos.Subióelúltimo, giró enderredor desplegando ante la sala la barba tornasoladaydiounos golpecitos con el arco del violín. Heyst retrocedió anticipándose alestrépito que estallaría inmediatamente en toda su fealdad y descaro. En elotroextremodelatarima,lamujerdelpiano,queofrecíaalaconcurrenciaelinicuoperfilconlacabezaechadahaciaatrás,aporreabaeltecladosinmiraralapartitura.

Heyst no pudo aguantar la zapatiesta ni un minuto más y salió con elcerebroaturdidoporloscompasesdeunamarchahúngara,pocomásomenos.La jungla habitada por los caníbales de Nueva Guinea, donde habíaencontrado las más excitantes de sus fútiles y tempranas aventuras, eransilenciosas. Pero por su naturaleza —menos que por su ejecución— estaaventura exigía nervios más templados que los de cualquiera a la que sehubieraenfrentado.Paseandoentrelosfarolillosquecolgabandelosárboles,sintiónostalgiade lapenumbray laquietudde lasselvasde losconfinesdeGeelvinkBay,lamásagrestequizá,lamáspeligrosayasesinadelasregionesdesde las que puede verse el mar en este mundo. Abrumado por lospensamientos, buscó la oscuridad y el reposo del dormitorio. Los ecos delconciertollegabantodavíaasusoídos,débilesyaunasímolestos.Nisiquieraallísesintióasalvo,entreotrascosasporqueesesentimientonodependetantodelascircunstanciasexternascomodeunaconvicciónmuyíntima.Nointentódormir. No llegó a desabrocharse el primer botón de la camisa. Se sentó ymeditó.Enelpasado,lasoledadyelsilenciolehabíanayudadoapeasarcon

claridadyaveces,incluso,profundamente,viendolavidacomoalgodiferentedelafantasíasuperficialdeunainterminableesperanza,delasconvencionalesautodecepciones y de la siempre anhelada felicidad. Pero ahora estabapreocupado.Unasecreta luzseextendíapor loscanalesde lapercepción:eldespertardelaternura,borrosaeinciertatodavía,porunamujerdesconocida.

Unsilenciogradual,unverdaderosilencio,fueinstalándoseasualrededor.El concierto había concluido; la concurrencia, dispersado, y la sala estaba aoscuras.Hastael«Pabellón»,donde lasorquestistasdormían tras su ruidosotrabajo,sequedósinluz.Eldesasosiegoseadueñódesucuerpodeunaformarepentina. Como no pudo deshacerse de este probable efecto de lainmovilidad,tratódeapaciguarlopasandosilenciosamentedelaverandaalosjardinesyalasespesassombrasdelosárboles,dondelosextintosfarolillossebalanceabansuavementecomolosfrutosmaduros.

Se paseó de aquí para allá durante un buen rato—calmoso y reflexivofantasmaenvueltoensutrajeblanco—revolviendoenlacabezapensamientosinéditos, inquietantes y seductores; acostumbrando la mente a lacontemplación del propósito con el fin de que, mirándolo fijamente, se leaparecieramásdignoyelogiable.Yesqueelhábitodelarazónesjustificarlos deseos recónditos que impulsan nuestros actos, arrebatos, pasiones,prejuicios,locurasytambiéntemores.

Sentíaqueestabacomprometidoporunatemerariapromesaarealizaralgopoco común y de imprevisibles consecuencias. Entonces se preguntó si lamuchacha habría comprendido lo que quiso decir. ¿Cómo saberlo? Leasaltabantodaclasededudas.Allevantarlacabeza,presintióalgoblancoquesemovíaentrelosárboles.Loquefuera,sedesvaneciócasienelacto.Peronose trataba de una alucinación. Le ofendía que alguien pudiera espiar susmovimientosenmediodelanoche.¿Quiénsería?Noseleocurrióqueacasola muchacha tampoco pudiera conciliar el sueño. Avanzó con precaución.Volvió aver la estelablanca.Yalmomento siguienteyahabía echadoaunladotodas lasdudasacercadelestadoemocionaldelamuchacha,puesse laencontrómaterialmentepegadaasí,comocualquieradelasplañiderasdeestemundo.Susmurmulloserantaninconexosquenoentendíagrancosa;peroesonoleimpidiósentirseprofundamenteconmovido.Nosehacíailusionessobreella,perosumenteescépticahabíasidodominadaporlaplenituddelcorazón.

—Cálmese, cálmese —le dijo al oído y devolviendo el abrazo de unaforma mecánica, primero, y luego con una entrega creciente hacia aquellapersonadestrozada.Elpesodesurespiraciónyeltemblordelosmiembrosenla estrechez del abrazo parecieron penetrarle en el cuerpo y contagiar elcorazón. Mientras ella comenzaba a relajar los músculos, él se desazonabamás,comosilasumadelasemocionesviolentasdelaespeciehumananuncase alterara ni destruyera, sólo se comunicara. Hasta la noche parecía más

queda, más inmóvil, y la pasividad de las difusas y negras formas que lerodeaban,másperfecta.

—Todo irá bien —quiso tranquilizarla en tono convincente, hablándolemuybajoyabrazándolamásestrechamentequeantes.

O las palabras o los hechos produjeron sus efectos. Escuchó un frágilsuspiro.Ellahablóconunardormásmitigado.

—Supeque todo iría bien desde la primera vez quehablé conusted.Losupeenseguida,lanocheenquesemeacercó.Supequetodosearreglaríayquebastabaconqueustedsehicieracargo;aunquenosésiustedqueríaeso.«Leruegoqueme lodiga»:escuriosoque lodijeraunhombredesuestilo.¿Queríausteddecirlorealmente?¿Nosereíademí?

Élprotestódiciendoquehabíasidounhombredepalabratodasuvida.

—Lecreo—contestóenfebrecida,yélvolvióaconmoverse,ahoraporladeclaración.

—Essuformadehablarloqueparecequeseríedelagente—continuó—.Aunque nome engañó. Yo veía que usted estaba rabioso con esa bestia demujer.Yustedesinteligente.Lacogióalvuelo.Tambiénloleyóenmicara,quenoesunacarafea,¿verdad?Nosearrepentirá.Escuche…,no tengolosveintetodavía,eslaverdad,ynopuedotenermalaspectooloquesea;ledigosinrodeosquehombrescomoésemehanperseguidodesdesiempre.Noséloquelespasa…

Hablabaapresuradamente.Seinterrumpiódeprontoyexclamóangustiada:

—¿Quépasa?¿Cuáleselproblema?

Heystdesciñóelabrazobruscamenteyretrocedióunpoco.

—¿Esculpamía?Lejuroquenisiquieralesmiraba.¡Jamás!¿Lemirabaausted?Diga.Fueustedelqueempezó.

La realidad era que a Heyst le acobardaba la idea de competir condesconocidos, conSchomberg, el hotelero.La vaporosa y blanca figura quetenía delante temblaba en la oscuridad. Heyst se avergonzó de sus propiasexigencias.

—Temo que nos hayan descubierto—murmuró—. Creo que he visto aalguienenelcaminoentrelacasaylosmatorralesdeahídetrás.

No había visto a nadie. Era una mentira piadosa donde las haya. Sucompasióneratansinceracomosucobardíay,asujuicio,máshonrada.

Ellanovolviólacabeza.Seestabatranquilizando.

—¿Sería ese bruto?—exclamó, refiriéndose a Schomberg, naturalmente

—.La tiene tomadaconmigo.¿Quéotracosapodíaesperarse?Porejemplo,estanoche,despuésde la cena…,peromeescapé.Ustedno le tienemiedo,¿verdad? Le haría frente yo sola, ahora que sé que usted me protege. Unamujersiemprepuedepresentarbatalla,¿nocree?Sóloquenoesfácilaguantareltipocuandosabesquenadaninadietecubrelasespaldas.Nohaycosamásdesvalida en el mundo que una mujer que tiene que cuidar de sí misma.Cuando dejé ami pobre padre en aquella casa, en el campo, al lado de unpueblo, me encontré en la calle con siete chelines y tres peniques en elmonederoyunbilletedeferrocarril.Anduveunamillayluegomemetíenuntren.

Sedetuvoyguardósilencioduranteunosinstantes.

—No me abandone ahora —continuó—. Si lo hace, ¿qué sería de mí?Tendría que vivir, aferrarme, por miedo de matarme yo misma. Pero ustedharía cosas peores antes quedejarmorir a un ser vivo.Ustedme contóquesiemprehabíaestadosolo,quenotuvonisiquieraunperro.Yonoleestorbaréanadie sime llevaavivir conusted,ni alperro. ¿Noeraeso loquequeríadecircuandovinoymemirótandecerca?

—¿Tandecerca?¿Hiceyoeso?—murmuró,imperturbableenlaoscuridad—.¿Tandecercafue?

Lajoventuvounestallido,aunquecontrolado,derabiaydespecho:

—¿Es que ya se le ha olvidado? ¿Qué esperaba conseguir? Conozco laclase de chica que soy, y de todas formas no soy de esa clase a la que loshombres vuelven la espalda, y usted debería saberlo, a menos que no estéhechodelomismoquelosotros.¡Perdóneme!Ustednoescomolosdemás.Nohaynadieenelmundocomousted.Yaselodije.¿Nocuidarádemí?¿Nosedacuenta…?

De lo que se daba cuenta era de que sus brazos blancos y espectralesempezaban a extenderse desde las sombras como en el requerimiento de unfantasma.Cogiólasmanos,yleenterneció,casilesorprendió,encontrarlastancalientes,tanreales,tanenteras,tanvivasenelencuentro.Laatrajohaciasíyellaapoyólacabezaensuhombroconunprofundosuspiro.

—Estoymuertadecansancio.

Heyst la rodeó con los brazos y sólo por las convulsiones de su cuerposupo que sollozaba en silencio.Mientras la sostenía, se absorbió en el otrosilencio de la noche.Más tarde, ella se quedó inmóvil y dio un grito muydébil.Entonces,comodespertandoderepente,preguntó:

—¿Nohavueltoaveraesequesegúnustednosespiaba?

Lesobresaltóelrápidoybruscosusurro,ycontestóqueeramuyprobable

quesehubieraequivocado.

—Dehabersetratadodealguien—comentóellamuybajo—,habríasidolamujerdelhotel,laesposadeldueño.

—LaseñoraSchomberg—dijoHeyst,sorprendido.

—Sí.Otraquetampocopuededormirpor lasnoches.¿Queporqué?¿Esqueno lonota?Puesporqueestáviendo loquepasa.Eseanimalnisiquieradisimula delante de ella. ¡Si tuviera por lo menos una chispa de energía!Tambiénellasabeloquesiento,perotienemiedohastademirarlealacara,nodigamosdeabrirlaboca.Elbestialediríaquesepusieraunasogaalcuello.

Heyst estuvo un tiempo sin decir nada. Un enfrentamiento público ydecididoconelhoteleronopodía tomarsenienconsideración.Erauna ideanefasta.Murmurándoledulcemente,tratódeexplicarleque,talycomoestabanlascosas,abandonarsinmáslacompañíalocomplicaríatodo.

Ellaescuchó laexplicaciónconansiedad, apretandodevezencuando lamanoalaquesehabíaaferradoenlaoscuridad.

—Comoyaledije,nosoytanricocomoparaquedarmeconusted;asíquetendré que raptarla tan pronto como arregle la manera de escapar de aquí.Entre tanto, sería desastroso que alguien nos viera juntos por la noche. Nodebemosdelatarnos.Lomejoresquesevayaahoramismo.Posiblementemehayaequivocado,perosi,comodice,esapobreseñoraSchombergnoduermeporlasnoches,hayquetenercuidado.Acabaríacontándoseloaesetipo.

LachicasefuedesprendiendodelflojeanteabrazomientrasHeysthablaba.Ahorapermanecía frentea él, sinmás lazoqueel firmeanudamientode lasdosmanos.

—Ledigoqueno—afirmóellaconabsolutoconvencimiento—.Lerepitoquenoseatreveríaaabrirlabocadelantedeél.Noestantontacomoparece.Ynonosdelataría.Puedehaceralgomuchomejor,yesayudarnos.Esoesloquehará,siesquehacealgo.

—Parecequetieneustedunavisiónmuyclaradeloquesucede—observóHeystaltiempoquerecibíauncálidoyprolongadobesoenpagoporelelogio.

Descubrióquesepararsedeellanoibaasertanfácilcomopudierahabersefigurado.

—Le doy mi palabra —dijo antes de que se despidieran— de que nisiquieraconozcosunombre.

—¿De verdad? Me llaman Alma, no sé por qué; un nombre estúpido.TambiénMagdalena. Llámeme como le apetezca. Podría darme un nombre.Pienseenunoconunsonidoque leguste,algo totalmentenuevo.Cómome

gustaríaolvidartodoloquemehapasadohastaahora,igualqueseolvidanlossueñoscuandoseacaban,conmiedoytodo.Almenos,lointentaría.

—¿Loharíadeverdad?Esonoestáprohibido.Medoycuentadequelasmujeresolvidanconfacilidadlapartedesupasadoquemenoslasfavorece,asusojos.

—Ensusojosestabayopensando,porqueestoyseguradequenuncaquiseolvidarnadahastaquesemeacercóustedaquellanocheymeatravesóconlamirada.Yaséquenovalgomucho,perosécómoestaralladodeunhombre.Estuvealladodemipadredesdequetuveconocimiento.Noeramaltipo.Yahora que ya no puedo ayudarle, quisiera olvidar todo eso y empezar denuevo.Nodeberíacontarleestascosas.¿Quémásquierequelecuente?

—Nosepreocupe—dijoHeyst—.Consuvozbasta.Estoyenamoradodeella,noimportaloquediga.

Lamujersequedóensilencioporuntiempo,comosihubieraperdidoelalientoconaquellaserenadeclaración.

—Megustaríapreguntarle…

Recordó que probablemente no conocía su nombre y esperaba que lapregunta se refiriera a ello; pero la chica, después de un instante de duda,continuó:

—¿Porquémedijoquesonrieraestanocheenlasaladelconcierto?¿Seacuerda?

—Supuse que nos observaban.Una sonrisa es lamejor de lasmáscaras.Schombergestabaenunamesapegadaalanuestra,bebiendoconempleadosholandeses. Estoy seguro de que nos miraba, o la miraba a usted, por lomenos.Poresolepedíquesonriera.

—Asíqueeraporeso.Nosemepasóporlacabeza.—Ustedlohizomuybien,además.Ydeprisa,comosihubieracomprendidolaintención.

—¡Deprisa!Laverdadesqueestababastantepredispuesta.Laprimeravezenmuchosañosqueestabatanpredispuesta.Lediríaquenohetenidomuchasoportunidadesparasonreírenmivida;sobretodo,enlosúltimostiempos.

—Pero lo hace usted de una manera encantadora y absolutamentefascinante.

Se interrumpió.Ella siguió allí, esperandomás, en la quietuddel deleitetotal,prolongandolasensación.

—Mesorprendió.Elcorazónmediounvuelco,comosielúnicopropósitode la sonrisa fuera deslumbrarme a mí. Tuve la impresión de que era laprimerasonrisaqueveíaenmivida.Lopensédespuésdedejarlaausted.Y

meinquietó.

—¿Fueparatanto?—preguntóconvozinsegura,dulceeincrédula.

—Sinohubiera sonreídodeesamanera,quizáyonohabríavenidoaquíestanoche—dijoconsuparticularmezcladeseriedadyufanía—.Ustedhabíaganado.

Sintió que los labios de la jovencita rozaban los suyos levemente. Unmomentodespuésellasehabíaido.Elvestidoblancochispeóenladistanciayluegopareciótragárseloladensaoscuridaddelacasa.Heystesperóunpocoantesdeseguirelmismocamino,darvueltaalaesquina,subirlosescalonesde la veranda y entrar en el cuarto donde al fin se acostaría, no con elpropósitodedormir, sino con el dedar formaen sumente a todo loque sehabíahabladoenelencuentro.

—Lo de su sonrisa es absolutamente cierto—se dijo. Le había dicho laverdad.También,sobresuvoz.Encuantoalodemás,loquefuera,sonaría.

Una ola de calor pasó por encima. Se volvió de espaldas, extendió losbrazos sobre el exiguo y duro petate y permaneció así, desvelado bajo elmosquitero,hastaqueeldíaentróenlahabitaciónconunbrillotenueyluegoconunaluzirrestañable.Entoncesselevantó,fuehaciaunpequeñoespejoquecolgaba de la pared y se miró en él fijamente. No era una recién nacidavanidadloqueleinducíaaestainspecciónprolongada.Sesentíatanextrañoquenopodíaevitarlasospechadequesuaspectofísicohabríavariadodurantelanoche.Aquienvioenelespejo,noobstante,fuealhombrequeyaconocía.En cierto modo, le decepcionó, como si aquello restara algún valor a larecienteexperiencia.Laingenuidadlehizogracia.Aloscincuentaytresañosyadebería saberqueen lamayorpartede loscasoselcuerpoes lamáscarainalterabledelespíritualaqueinclusolamuerteapenastoca;hastaquequitael cuerpode lavista: y loquepasadespués, a nadie importa, ya se tratedeamigosodeenemigos.

Heystnoentendíadeamigosoenemigos.Laverdaderaesenciadesuvidaconsistíaenunasolitariaconquista,obtenidanoatravésdeunretiroeremíticodepasividady silencio, sinomedianteun sistemade infatigableerrabundeo,de independencia de huésped de paso por escenarios cambiantes. En esteproyectohabía intuidoelcaminoparapasarporestavidasin sufrimientosyhastasinpreocupaciones,invulnerablealcabo,porlofugitivo.

Capítulo3

Quince años duró el vagabundeo de Heyst, invariablemente amable e

inaccesible,ganándoseacambiolaconsideracióngeneralde«tiporaro».Losviajesseiniciarontraslamuertedelpadre,unsuecorepatriadoquemurióenLondres, descontento con su país e irritado con el resto del mundo, queinstintivamentehabíarechazadosusabiduría.

Pensador, elegante y hombre de mundo de la época, el viejo Heystcomenzó codiciando todos los placeres, los de los notables y los de loshumildes,losdeloslocosylosdelossabios.

Durante más de sesenta años arrastró por este valle de lágrimas el másabatidoyenrevesadoespírituqueunaculturapuedaproducirparadirigirloaun final de desilusión y amargura. No podía negársele una cierta grandeza,dado que se había hecho desgraciado por un camino inconcebible para untemperamento mediocre. Heyst no conoció a su madre, pero conservóafectuosamenteelrecuerdodelapalidezyelrostrodistinguidodelpadre.Lerecordaba,sobretodo,conunanchotrajeazulyenlacasonasilenciosadeunsuburbio londinense.Despuésdedejar laescuelaa losdieciochoaños,viviótresconelviejoHeyst,quesededicabaporentoncesaescribirsuúltimolibro.En esta obra del ocaso de la vida, exigía para laHumanidad, aunque no lacreyeradignadeello,elderechoalamoralabsolutayalalibertadintelectual.

Lostresañosdeconvivencia,aedadtandúctileimpresionable,indujeronalmuchachoadesconfiarprofundamentedelavida.Eladolescenteaprendióareflexionar, lo que supone un proceso de destrucción, un sentimiento debalance.No es la clarividencia la queguía elmundo.Losgrandes éxitos seobtienenenunardienteestadodegraciaintelectualquelaimplacablefrialdadanalíticadelpadrehabíamatadoenelhijo.

—Flotaré—sepropusoHeyst,enconsecuencia.

Noqueríadecirintelectual,sentimentalomoralmente.Sinoflotarenterayliteralmente, cuerpo y alma, comouna hoja en la ventolera bajo los árbolesinflexibles;flotarsinaferrarsenunca.

—Asímedefenderédelavida—sedijo,conlaconviccióníntimadelhijoparaelquenohabíamásalternativadigna.

Yseconvirtióaldesamparo,austeramente,porconvicción,comootroslohacenpormediodelabebida,delvicioodealgunadebilidaddecarácter;conmétodo, como otros lo hacen con desesperación. Éstas fueron las grandeslíneas de la vida de Heyst hasta esa noche inquietante. Al día siguiente,cuando se encontró con la así llamada Alma, ella se las compuso paraentregarleunamiradallenadeternura,rápidacomounrelámpago,queledejóuna impresión profunda, un impacto secreto en el corazón. Sucedió en losjardines del hotel, a la hora local del almuerzo, mientras las mujeres de laorquestavolvíanalPabellóndespuésdelensayoolasprácticasocomoquiera

quetitularanaquellosejerciciosmatinalesenelhall.Heyst,queregresabadelaciudad,dondehabíadescubiertoquetendríadificultadesparaencontraruncamino rápidode salida, estaba entonces cruzando el recinto condisgustoypreocupación.Semetió,casi sindarsecuenta,entreeldispersogrupode lasartistasdeZangiacomo.Fuetodaunasacudidasalirdelasnegrasconjeturasyencontrarsetancercadelamuchacha,comositrasunbruscodespertarhubieravistolaimagendelsueñoencarnadaenaquellafigura.Ellanolevantóelrostroencantador,perosumiradanofueunaensoñación.Fuereal,laimpresiónmásrealdesudespegadaexistencia.

Heystnosedioporaludido,aunqueleparecióimposiblequesureacciónpudierapasarinadvertidaparacualquierobservadorocasional.Habíaungrupoen laveranda,asiduosde la tabled’hótedeSchomberg,quemirabanenesadirección—enrealidad,alasmujeresdelaorquesta—.

El temor deHeyst provenía, no de la vergüenza o la timidez, sino de ladiscreción.Alpasarentreellos,sinembargo,nodescubriósignosdeinterésodesorpresaen lascaras, lomismohubieradadoquese trataradeciegos.ElpropioSchomberg,quetuvoquedejarlepasoenloaltodelaescalera,siguióimpertérritoyretomólaconversaciónquemanteníaconuncliente.

Además,Schombergyahabíadescubiertoque«esesueco»hablabaconlamuchachaenlosdescansos.Unsecuazleavisóconelcodo.Ypensóqueesoera lo mejor que podía pasar: aquel imbécil mantendría alejado al resto.Aquello le puso más contento que otra cosa, y no paró de mirarles por elrabillodelojo,disfrutandoperversamentede lasituaciónconunaespeciederegocijo satánico. No le cabían dudas sobre su encanto personal y todavíamenossobresupoderparaconseguiralamuchacha,demasiadoignoranteparavalerse por sí misma y, lo que era peor, sin amigos de los que cabalmentenecesitaría para enfrentarse a la animosidad, cualesquiera que fueran lasrazones,delaseñoraZangiacomo,unamujersinconciencia.Laaversiónqueella ledemostraba,hastadonde seatrevía,Schomberg se laperdonabaenelmarcodelafemeninayconvencionaltontería.LehabíadichoaAlma,comoargumento,queeralobastantelistacomoparasaberquenopodíahacernadamejorquedepositarsuconfianzaenunhombrehechoyderecho,enlaflordela vida y curtido en los caminos. Si no hubiera sido por la temblorosaexcitacióndelavozylaformaextraordinariaenqueselesalíanlosojosdelacaracrispadayenfebrecida,semejantediscursohabríatenidotodoelcarácterde los pacíficos y desinteresados consejos que, según la costumbre de losamantes,seconviertenfácilmenteenilusionadosplanesdefuturo.

—Pronto nos desharemos de la vieja —le susurró con una ferocidadcontenida—.¡Quelaahorquen!Nuncamehaimportado.Esteclimanoleva.Lediré que se largue aEuropa con los suyos y no tendrámás remedioqueirse.Yameencargarédeello.¡Eins,Zwei,marchen!Luegovenderemoseste

hotelyempezaremosconotroencualquierparte.

Leaseguróqueloquehacíaporellanolepreocupaba.Yeraverdad.Loscuarentaycincoeslaedaddelaimprudenciaparamuchoshombres,comosicon ella desafiaran la decrepitud y la muerte que esperan con los brazosabiertosenelvallesiniestro,enelfondodelainevitablecolina.Losdecaídosojosylaempequeñecidafiguraqueacababadeescucharle,arrinconadaalfinalde un corredor vacío, fueron considerados como símbolo de sumisión a laomnipotencia de su deseo, de reconocimiento de su deslumbrantepersonalidad.Todaslasedadessealimentandeilusiones;enotrocaso,prontoserenunciaríaalavidaylarazahumanatocaríaasufin.

No cuesta imaginar la humillación de Schomberg, su furia desatada,cuandodescubrióquelajovencitaquehabíaresistidosusataquessemanatrassemana,sussúplicasysalvajesprotestas, lehabíasidobirladaen lasnaricespor «ese sueco» sinmayores problemas. Se negaba a creerlo. Al principio,tuvo para sí que los Zangiacomo le habían gastado una mala pasada, perocuandolosacontecimientosnodejaronlugaradudas,loquehizofuecambiarde idea acerca de Heyst. El sueco despreciable se convirtió en el másprofundo,odiosoydañinodeloscanallas.Nopodíacreerquelacriaturaalaque había acosado con tanta furia y tan pobres resultados fuera en realidadtierna, de dóciles impulsos y que prácticamente se entregara a Heyst sinculpabilidad, en un intento de salvarse y desde la profunda necesidad dedepositarsuconfianzaallídondeelinstintofemeninosustituyealaignorancia.NadaeratanesclarecedorparaSchombergcomoelqueelladebióserreducidaporlafuerzaolaastuciaoporelnudodealgúnsubrepticiolazo.Suvulneradavanidad se preguntaba incesantemente por los subterfugios que habríaempleado«esesueco»paraseduciryapartarladeunhombrecomoél,comosilossubterfugiosnopudieransersinoextraordinarios,inauditos,inconcebibles.Segolpeabalafrentedelantedelosparroquianos;sesentabaameditarenuntriste silenciooexplotabaen intempestivasquejascontraHeyst, sinmedida,discreción o prudencia, hinchadas las facciones y alardeando de virtudultrajada,cosaquenohabríaengañadoalmásingenuodelosmoralistasniporunmomento,yparaquéhablardelregocijodelaaudiencia.

SeconvirtióenunacontrastadadiversióneliraescucharsusexcesossobreHeystmientras se bebía algo helado en la veranda del hotel. Fue, en ciertomodo, una atracción más taquillera que los conciertos de Zangiacomo,intermedio incluido. No había dificultad en calentar al artista. Cualquierapodía hacerlo y con cualquier estrambótica alusión. Y lo mismo le dabaempezarlasinterminablesacusacionesenlasaladebillardondesesentabasumujer, entronizada como siempre, bebiéndose las lágrimas y disimulando elsufrimiento, lahumillacióny el terrorbajo la estúpidae indeclinablemuecaque, habiendo sido proporcionada por la Naturaleza, resultaba la más

excelentedelasmáscaras,yaquenada,nilamuertequizá,podíaarrancársela.

Peronadaduraenestemundo,almenossintransformarsuapariencia.Asíque,alaspocassemanas,Schombergrecuperólacalmaexterna,comosilairase hubiera quedado seca en sus adentros. Ya era hora. Su incapacidad paratratarotrotemaquenofueraeldeHeyst,elcualseconvertiría,alalarga,eneldesuiniquidad,susardides,astuciaycriminalidad,empezabaasercargante.Schomberg ya no fingía despreciarle. No podía hacerlo. Después de loocurrido,nopodíafingirniparasímismo.Perolaindignaciónmalcontenidafermentabaodio.Enesteperíododelocuacidadsintasa,unodesusclientes,hombredeedad,llegóacomentarunanoche:

—Sieseasnocontinúaasí,acabaráporvolverseloco.

Yestaba lejosde equivocarse.Schomberg tenía aHeyst incrustadoenelcerebro. Incluso el insatisfactorio estado de los negocios, que nunca fue tandescorazonadordesdequellegódelEste,inmediatamentedespuésdelaguerrafranco-prusiana, se lo imputaba a alguna subrepticia y nociva influencia deHeyst.Novolveríaaserelmismohastanohaberacabadoconaquelfullero.Estabadispuesto a jurarquehabía arruinado suvida.Aquellamuchacha tansucia, astuta y vilmente arrebatada le habría inspirado la fuerza paraemprenderuncaminonuevoydichoso.LaseñoraSchomberg,evidentementeaterrorizada por los mal reprimidos estallidos de furia combinados conmiradas turbias y envenenadas, no podía inspirarle. Se estaba volviendonegligente,proclivealatemeridad,comosinoleimportaranielmodonielmomento en que terminara su carrera de hotelero. Este estado dedesmoralización justifica lo que observó Davidson en la última visita alestablecimiento, unosmeses después de la secreta partida deHeyst y de lamuchachahacialassoledadesdeSamburan.

El Schomberg de pocos años antes —el de los días de Bangkok, porejemplo, cuando realizó la primera de sus afamadas table d’hóte— nuncahubiera arriesgado nada de esa clase. Su talento se desvivía por elabastecimientodelaclientela(«unblancoalserviciodelosblancos»)yporlainvención,elaboraciónydetallamientodechácharaescandalosa,conestúpidaunción e impúdico deleite. Pero, ahora, el dolor del orgullo herido y de lapasión frustrada habían trastornado su cabeza. Por este camino de debilidadmoral,Schombergsedejóllevarsinremedio.

Capítulo4

Elnegociofueobradeunhuéspedquellegóenvapordirectamentedelas

Célebes—haciendo escala enMacassary de los caminos delMar deChina,comoSchombergaveriguaríamástarde—.Era,desdeluego,untrotamundos,incluso en el sentido de Heyst, pero no tan solitario y de otra clase muydistinta.

Schomberg miró desde la cabina de popa de la lancha con la quetransbordabaalosreciénllegados,ydescubrióunaoscura,cavernosamiradaqueseprecipitabasobreéldesdelabarandilladelacubiertadeprimeraclase.No era muy avisado en cuestiones fisonómicas. Los seres humanos, en suparticulartaxonomía,sedividíanencarnazadelchismorreoyenrecipientesdeestrechastirasdepapelconentintadascabecerasenlasqueseleíaelnombredesuhotelytambién«W.Schomberg,propietario.Sepagaporsemanas».

Demodoqueenelbarbilampiñoyescuálidorostroqueseinclinabadesdelabarandilladelbarco-correo,Schombergsóloveíalacaradesuminuta.Juntoconlasuya,abordaronlasembarcacionesdeotroshoteles,peroélconsiguiólapreferencia.

—UstedesmisterSchomberg,¿noesasí?—preguntóinesperadamentelacalavera.

—Elmismo,paraservirle—respondiódesdeabajo.

Los negocios son los negocios, y sus reglas y formulismos deben serobservados, aun cuando a uno se le revuelvan las tripas con esa rabiacontenida que sigue a la furia de una pasión incomprensible, como laincandescenciadelrescoldosiguealallamarada.

Casi de inmediato, el poseedor del distinguido pero demacrado rostroestabasentadojuntoaSchombergenlasbaldasdepopa.Eraunhombrealtoydesgarbado; los dedos finos y entrelazados caían sobre la pierna quedescansabaen la rodillaalterna,enunaactitud indolentey todavía tensa.Alotroladodelteutónsesentóotropasajero,queelbarbilampiñopresentódelasiguienteforma:

—Mísecretario.Quieroquetengalahabitacióncontiguaalamía.

—Esosearreglaconfacilidad.

Schomberg conducía dignamente, mirando un lejano y fijo horizonte,aunque muy interesado por aquellas dos prometedoras minutas. Suspertenencias,unpardebaúlesdecuerooscurecidosporelusoyunoscuantosbultos más pequeños, se apilaban en la proa. Un tercer individuo —indescriptibleypeluda criatura—sehizo sitiohumildemente en la cimadelequipaje.Laparteinferiordesufisonomíaeradesproporcionada:lafrentedepatán, exigua, vencida y atravesada de arrugas, remontaba las mejillasahuecadasylaaplastadanarizconaletasdebabuino.Habíaalgoequívocoen

el aspectode estahumanidad anegada enpelo.También él parecía seguir alpulimentado varón, y todo indicaba que había viajado en cubierta con losnativos, durmiendo bajo las toldillas. La corpulenta y achaparrada figurasugería una fuerza descomunal.Al agarrarse a la borda, desplegó un par debrazosdeextraordinarialongitud,rematadospordosgruesasyvelludasgarrasdeaparienciasimiesca.

—¿Quépodríamoshacerconése?—preguntóelprincipalaSchomberg—.Tienequehaberunapensióncercadelmuelleoalgunatabernadondeledejenecharunamanta.

Schombergconocíaunsitioyalportuguésmestizoquelollevaba.

—¿Esuncriadosuyo?—preguntó.

—Bueno,sehapegadoamí.Esuncazadordecaimanes.MeloencontréenColombia.¿HaestadoenColombia?

—No—dijoSchomberg,bastantesorprendido—.¿Cazadordecaimanes?¡Entretenidooficio!¿VieneusteddeColombia?

—Eso es. Pero llevo viniendo una buena temporada. Vengo de muchossitios.VoyviajandohaciaelOeste.

—¿Pordeporte,quizá?—insinuóSchomberg.

—Ciertaespeciededeporte.¿Cómolellamaustedaseguiralsol?

—Ya veo. Un caballero auténtico —replicó, mientras observaba a unacanoaaborigenquesecruzabaporpopaypreparabaelviraje.

Elotropasajerosehizoescucharrápidamente:

—¡Alinfiernocontodasestasbarquichuelas!Siempreestánenmedio.

Se trataba de un chaparromusculoso, de ojos centelleantes y nerviosos,vozaguardentosaycara redonda,sosa,picadapor laviruelayadornadaconun bigotito desflecado y pintorescamente enhiesto hacia la punta de la tersanariz.Schombergpensóqueaquelsujetonoteníanadadesecretario.Tantoélcomo su sarmentoso jefe de filas vestían el acostumbrado terno de lostrópicos, salacot y zapatos blancos —todo en su sitio—. La indescriptiblecriatura encaramadaal equipaje llevabauna camisade cuadrosypantalonesazules,conlamismahechuraquelosdeunmonodecirco.Escudriñabaenladireccióndelhoteleroydesusclientesconelgestoexpectantedeunanimaldomesticado.

—Ustedmehablóprimero—dijoSchomberg,consuvirilacento—.Sabíaminombre.¿Dóndeloescuchó,sinoesmuchopreguntar?

—EnManila—respondió inmediatamenteaquelauténticocaballero—.A

unhombreconquienunatardeechéunapartidadecartasenelHotelCastille.

—¿Quéhombre?NotengoamigosenManila,queyosepa—seextrañóelhotelero,mostrandosuceñosevero.

—Nopuedodecirlesunombre.Loheolvidadoporcompleto,peronosepreocupe.Seaquienfuere,desdeluegonoeraamigosuyo.Lellamódetodo.Dijoqueustedlehabíaechadoencimaunmontóndeinfamiasenalgunaparte,no sé, en Bangkok, quizá. Sí, eso es. Usted llevaba una table d’hóte enBangkok,¿noescierto?

A Schomberg, aturdido por el sesgo que tomaba la información, no lequedómás remedio que inflar el pecho y sacar a relucir sumás exageradoestilo de teniente de la Reserva. ¿Una table d’hóte? Sí, ciertamente. Élsiempre…, siempre al servicio de los blancos. ¿Y en este lugar también?Tambiénaquí,efectivamente.

—Deacuerdo,pues—yelextrañoapartó laoscura,cavernosa,hipnóticamiradadelbarbudoSchomberg,queseaferrabaalacañadeltimónconsudorenlasmanos.

—¿Muchaconcurrenciaporlanocheensuestablecimiento?

Elhoteleroserecuperaba.

—Veinte cubiertos, unos días con otros —contestó con emoción, comoconveníaaunasuntoalqueeramuysensible—.Ytendríaquesermás,silagenteacabaradeverqueesporsupropiobien.Menudonegocioelquehagoyodeestamanera.¿Sonustedespartidariosdelastabled’hóte,caballeros?

El futuro huésped respondió que le gustaríamás un hotel donde pudieraencontrarse a la gente por la noche. En otro caso, tendría que considerarlomortalmenteaburrido.Elsecretario,enseñaldeaprobación,emitióungruñidodeferocidadsorprendente,comosielpropósitofueracomersealagente.Todoaquello sonaba a hospedaje prolongado, pensó Schomberg, secretamentesatisfechobajolagraveapariencia.Hastaque,recordandoalamuchachaquelefuearrebatadaporelúltimohuéspedprolongado,hizorechinarlosdientesde forma tan sonora que los otros dos le observaron con admiración. Lamomentáneaconvulsióndelarojizaencarnadurapareciódejarlessinhabla.Seintercambiaron una rápidamirada. Inmediatamente, el barbilampiño disparóotrapregunta,enelsecoydirectoestiloquelecaracterizaba:

—Notienemujeresenelhotel,¿verdad?

—¡Mujeres!—exclamó, indignado, el teutón, aunque conun leve temor,acaso—.¿Quédiablosquieredecirconmujeres?¿Quéclasedemujeres?Estámiesposa,porsupuesto—añadió,repentinamenteapaciguadoyconsublimeindiferencia.

—Si sabe estar en su sitio, todo irá bien. No aguanto mujeres a mialrededor.Medanpánico—declaróelotro—,sonuncastigobíblico.

Durante el estallido, al secretario se le puso cara de fiera. El invitadoprincipalcerrólosojoshundidos,comoextenuado,yapoyólanucacontraelmontantedelatoldilla.Enesaposiciónpudieronapreciarsemejorlaslargasyfemeninaspestañas;ylasfaccionesregulares,laacusadalíneadelamandíbulayelperfectodiseñodelabarbillaadquirieronunrelievequeleproporcionabaunairedefatigada,decadente,malsinadistinción.Noabriólosojoshastaquelalanchatocóelembarcadero.Entonces,élysusecretariosaltaronatierraenseguida, se metieron en un carruaje y se dirigieron al hotel, dejando aSchomberg al cuidado del equipaje y de la extraña criatura. El tal,mirandomáscomounosoamaestradoalqueabandonasudomadorquecomounserhumano, siguió los movimientos de su vigilante paso a paso, pegado a suespalda, murmurando para sí en una lengua que sonaba a español, pero enrecio.Elhotelerosesintióincómodohastaque,alfin,pudolibrarsedeélenun tenebroso tugurio,dondeunaseadoyorondoportuguésdemediopelaje,que permanecía serenamente en el quicio de la puerta, comprendió a laperfección la formade trataracierto tipodeclientes.Lequitódeencimaelhatillo al que había ido abrazado en su peregrinación por la ciudaddesconocidaycortóensecolosintentosdeexplicacióndeSchombergconunconfidencial:

—Estáentendido,señor.

«Puesyaesmásdeloquepuedodeciryo»,pensabaSchombergmientrasseiba,agradecidoporhabersidorelevadodelacompañíadelcazacocodrilos.Sepreguntóaquésededicaríanaquellosindividuos,peronollegóaningunaconclusiónprobable.Conociólosnombresesemismodía,directamentedesuspropietarios,«paraelregistro»,explicóconsuformalidadmilitar,estirandoelpecho,labarbapordelante.

El barbilampiño, extendido en una mecedora, con aspecto de juventudmarchita,levantólánguidamentelosojos:

—¿Mi nombre? Bueno, mister Jones a secas, póngalo así, un caballeroauténtico.YésteesRicardo.

Eldelasviruelas,postradoenotramecedora,hizounamuecacomosialgolepicaraenlanariz,peronoabandonólamencionadapostración.

—Martin Ricardo, secretario. ¿Algo más sobre nuestra vida? ¿El qué?¿Oficio? Ponga «turistas». Nos han llamado cosas peores. No lastimaránuestrossentimientos.Yanuestrosujeto,¿dóndelohacolocado?Ah,estaráperfectamente. Cuando quiera algo, ya se encargará él de conseguirlo.Ciudadano de Colombia. Peter, Pedro, no le conozco otro nombre. Pedro,

cazadordecocodrilos.Oh,sí,yomismolepagaréelalojamientoalmestizo.No me lo puedo sacudir de encima. Es tan obcecadamente devoto de mipersona,quesiledieraelpasaporteescapazdelanzarseamicuello.¿Tengoque contarle cómo maté a su hermano en las selvas de Colombia? Bueno,quizá en otra ocasión; la historia es un poco larga. Lo que jamás podréperdonarme es no haberle matado también a él. Pude haberlo hecho en sumomento sin demasiadas complicaciones.Ahora ya es tarde.Un fastidio deenvergadura. Pero a veces es útil. Espero que no ponga todo esto en sucuaderno.

La formaduray comodescuidada, y el tonodesdeñosode«Mr. Jones asecas»desconcertaronporcompletoaSchomberg.Nadielehabíahabladoasíen la vida. Sacudió la cabeza en silencio, y se alejó, no exactamenteatemorizado —aunque, en realidad, bajo su apariencia de rudo varón seocultabaunalmatímida—,perosíperturbadoeimpresionado.

Capítulo5

Tres semanas más tarde, después de poner la caja de caudales en lugarseguro,pasandoallenarconsuarmazóndehierrounaesquinadeldormitorio,Schombergsevolvióhaciasumujer,aunquesinmirarlaexpresamente,ydijo:

—Tengoquedeshacermedeesosdos.Estonomarcha.

La esposa había sostenido esa misma opinión desde el principio; perodurante años había sido forzada a guardarse las opiniones. Sentada con suatavíonocturnoalaluzdeunacandela,tratabacontodocuidadodenohacerruido,sabiendoporexperienciaquehastaelasentimientoseríatomadoamal.Siguiócon losojos la figuradelmarido,metidoenelpijamaymidiendo lahabitacióndearribaabajoconsuspasos.

No le dedicó una sola mirada, por la sencilla razón de que la señoraSchomberg, en camisón, era la cosa menos atractiva del universo: triste,insignificante,marchita,consumida,vieja.Elcontrasteconlaformafemeninaqueteníaincrustadaenlaimaginaciónhacíadelaaparienciadesumujeralgodolorosoparasusentidoestético.

Schomberg seguíamidiendo lahabitaciónal tiempoque jurabay echabapestesconelpropósitodeelevarsuvalorallímite:

—Queme cuelguen si no tendría que ir ahoramismo a su dormitorio ydecirleaélyasusecretarioqueselargaranenelacto.Laspartidasdecartasme dan igual, ¡pero convertir mi table d’hóte en un reclamo es que meenvenenalasangre!Resultaquevinieronporquealgúnarrastradolescontóen

Manilaqueyoteníaunatabled’hóte.

Decíaesascosasnoparainformacióndesumujer,sinocomosipensaraenvoz alta, alimentando la rabia hasta que llegara al punto de darle corajesuficienteparaenfrentarsea«Mr.Jonesasecas».

—¡Impúdico,tirano,estafador!—continuó—.Estoyporiry…

Lo que estaba es fuera de sí, pero a la manera contenida, dura, de losteutones, tan distinta de la florida y vital iracundia de las razas latinas. Yaunque sus ojos se extraviaban de irresolución, las facciones hinchadas ycoléricasdesvelabanaaquellamujerentristecida,sobrelacualhabíacaídoelpesodeunatiraníasustentadaeneltemorporaquelcuerpoquerido,todavezque la pobre no tenía otra cosa a la que agarrarse en elmundo.Le conocíabien.Peronodeltodo.Laúltimacosaqueunamujerquerríadescubrirenelhombre que ama, o de quien simplemente depende, es la falta de valor. Y,acurrucadaenelrincón,seaventuróadecirenuntonoangustiado:

—¡Tencuidado,Wilhelm!Acuérdatedelaspistolasyloscuchillosdelosbaúles.

En agradecimiento por esta angustiada advertencia, lanzó un terriblejuramento en dirección de la encogida mujer. Descalza y con el escasocamisón, recordaba un penitente medieval en el momento de la violentarecriminación de sus pecados. Aquellas armas mortales también estabanpresentes en la cabezadeSchomberg.Personalmente, nunca las había visto.Diez días después de la llegada de los huéspedes, se había paseado por laverandaconsusairesdevaronilseguridad—sinperderlesdevista—,mientrasla señora Schomberg, provista de un heterogéneo manojo de llaves, elcastañeteo de la insana dentadura y los globos de los ojos absolutamenteidiotizadospor elmiedo, indagaba en el equipajede la extraña clientela.SutremendoWilhelmhabíainsistidoenello.

—Yoestarévigilando,teloaseguro—dijo—.Sivuelven,teavisaréconunsilbido.Túnosabessilbar.Ysi tepescany teechanunamanoalpescuezo,tampocoespara tanto.Además, élno tocaría aunamujer.Él, no.Me lohadicho. Es una bestia, pero una bestia interesada. Tengo que descubrir algosobresujueguecitoyacabarconél.¡Vamos!¡Marchando!¡Pasoligero!

Eraunencargopenoso,perolohizoporlasencillarazóndequeteníamásmiedoasumaridoqueacualquieradelasposiblesconsecuencias.Lamayorpreocupación provenía de que ninguna de las llaves que él le habíaproporcionadoencajaraen lacerradura.Wilhelmse llevaríaundisgusto.Porsuerte,losbaúleshabíanquedadoabiertosylainvestigaciónnodurómucho.Leaterrorizaban lasarmasde fuegoy lasarmasengeneral,noporcobardíapersonal,sinoporunasupersticiónpropiadealgunasmujeres,que tieneque

verconunhorrorabstractoporlaviolenciayelasesinato.EstabaotravezenlaverandamuchoantesdequesuWilhelmhubieratenidoocasióndeemplearelsilbidodealerta.Siendoelmiedoinstintivoysinfundamentoelmásdifícildesuperar,nadapodríaempujarlaareanudarsusinquisiciones:nilosgruñidosamenazantes, ni los siseos feroces, ni siquiera dos o tres codazos en lascostillas.

—¡Estúpida mujer! —masculló el hotelero, ofuscado por la idea de unarsenalenunodesusdormitorios.

No era un sentimiento abstracto. Tratándose de él, se convertía en unacuestiónpersonal.

—¡Fuerademivista!—bramó—.Anda,yvísteteparalatabled’hóte.

A solas, Schomberg se quedó pensando. ¿Qué diablos significaba todoaquello?Lamecánicadesuspensamientoseraperezosayespasmódica.Perolesobrevinolaclaridadrepentina.

—¡Portodosloscielos!¡Setratadecriminales!

Enesejustomomentodistinguióa«Mr.Jonesasecas»yasusecretario,eldel ambiguo «Ricardo», entrando en los jardines del hotel. Habían ido alpuerto con algún objeto y ahora volvían. Mr. Jones, flaco, despreocupado,abriendo las piernas con la regularidad angulosa de un compás, y el otro,caminandoenérgicamenteasu lado.LaconvicciónpenetróenelcorazóndeSchomberg. Eran dos criminales, no cabía duda. Pero como la jindama quepadecíanopasabadeserunasensaciónbastantevaga,tratóderevestirsedesumásseveraexpresióndeoficialdelareserva,muchoantesinclusodequeseleacercaran.

—Buenosdías,caballeros.

Comolacivilidaddelarespuestallevóalgunasocarronería,elhotelerovioconfirmadasuconvicciónenelcaráctercriminaldelosencartados.LaformaenqueMr.Jonesvolvía losojoshaciauno,comouna lamiadesganada,yelotro,queencuantoselealudíacontraíabruscamenteloslabiosyenseñabalosdientes sin pensarlo dos veces, eran evidencias definitivas para justificar eldictamen. ¡Criminales! Atravesaron la sala de billar, inescrutables ymisteriosos, y se fueron hacia el fondo, a encontrarse con los baúles reciéninspeccionados.

—Eltimbredelalmuerzosonarádentrodecincominutos,caballeros—lesavisóSchomberg,exagerandolagravedaddelavoz.

Sehabíaesforzadoloinimaginableenalterarse.Esperabaquesevolvieranenfurecidos y empezaran a maltratarle con su repugnante falta decomedimiento. ¡Criminales!A pesar de todo, no lo hicieron.No advirtieron

nadainusualenlosbaúles,yelreservistarecobróelalientoysedijoqueteníaque deshacerse de aquellos dos íncubos infernales sin la menor tardanza.Posiblementenoquerríanquedarsemuchotiempo.Aquéllanoeraciudadparaespíritusasesinos.Leacobardabalaposibilidaddeactuar.Temíatodaclasedeperturbación —él lo llamaba «gresca»— en el hotel. Esas cosas nobeneficiaban al negocio. Por supuesto, de vez en cuando una gresca erainevitable.Pero,comparativamente,echarlemanoalendebleZangiacomo—cuyos huesos no eranmás consistentes que los de un pollo—, apretarle lascostillas,levantarloalpeso,darconélenelsueloyarrojarseencima,resultabatareadeltodoinsignificante.Nadamásfácil.Ladespreciable,córvidacriatura,aplastada,inmóvil,anegadaensubarbairidiscente.

Depronto,yacordándosedelagresca,Schomberglanzóunquejido,comosilehubieranpuestounabrasaenelesternón,ysedejóllevarporlaangustia.¡Ah!, si por lo menos tuviera consigo a la muchacha: sería poderoso,resolutivo,audaz—se lasveríaconveintecomoellos—,no temeríaanadiebajo el sol. Y era que la posesión de la señora Schomberg no invitaba aldesplieguedelasvirtudesmasculinas.Enlugardenotemeranadie,sentíaquetemíaporcualquiercosa.Lavidaeraunamascarada.Noibaaarriesgarseauntiro en el hígado o entre las cejas sólo para preservar su integridad moral.Aquellonoteníacolor.¡Aldiablo!

Endichoestadodedescomposiciónespiritual,maestrocomoeraenelartede lahotelería,ymuypuntillosoa lahoradedaroportunidadescríticasa laautoridadqueregulabaesta ramade laactividadhumana,dejóque lascosassiguieran sucurso.Aunqueveíade sobra ladireccióndeesecurso.Primerofueunapartidaodosdespuésde la cena—jugarse lasbebidas—conalgúnmoroso,encualquieradelasmesaspuestascontralapareddelasaladebillar.Detectólatramaenelacto.¡Asíqueeraeso!¡Éseerasuoficio!Y,yendodeacáparaallá,sinsosiego(porentoncesdebióentrarenunodesussilenciososperíodosdeofuscación)mirabadereojoalosjugadores,perosinabrirlaboca.Nomerecía la pena tener una bronca con elementos tan peligrosos. Inclusocuando el dinero apareció relacionado con estos juegos de sobremesa, hacialoscualeslagentesesintiócrecientementeatraída,élseabstuvodeponerlacuestiónsobreeltapete;semostrabaremisoallamarenexcesolaatenciónde«Mr.Jonesasecas»ydelambiguoRicardohaciasupersona.Noobstante,unanoche en que las salas abiertas al público ya habían quedado vacías,Schomberghizounintentoporenfocarelproblemadeunaformaindirecta.

Enunrincónlejano,elexhaustosirvientechinoechabaunsueñecitoenlaposición del Buda, la espalda contra la pared. La señora Schomberg habíadesaparecido, como era habitual, entre las diez y las once. El hotelerodeambulabaporelsalónylaveranda,meditabundo,alaesperadequesusdoshuéspedesse fuerana lacama.Unrepentino impulsohizoqueseacercaraa

ellos,militarmente,elpechofuera,lavozsecaytajante:

—Nochecalurosa,caballeros.

Mr. Jones, extendido indolentemente sobre una silla, miró hacia arriba.Ricardo,conlamismapereza,aunquemásenderezado,nodioseñalesdevida.

—¿Tomarán algo conmigo antes de retirarse? —continuó Schomberg,sentándoseenlamesa.

—Esoestáhecho—contestóMr.Jonesdistraídamente.

Ricardo enseñó la dentadura con unamueca rápida y extraña. El reciénllegadosintió,parasudesgracia,cuándifícileracomunicarseconestosserestansilenciosos,tancautos,tandespreocupadamenteamenazadores.Mandóalchino a por las bebidas. El objetivo era averiguar el tiempo que pretendíanquedarse. Ricardo no estaba en vena, pero Mr. Jones parecía bastantecomunicativo.Dealgúnmodo lavozarmonizócon lamiradahundidaenunocultosentido.Profundasinserlúgubre,sonabadistante,despegada,comosisalieradelfondodeunpozo.Schombergaveriguóquetendríaelprivilegiodeseguir nutriendo y alojando a los citados caballeros durante unmes, por lomenos.Nopudodisimulareldesconciertoalescucharlanoticia.

—¿Quéocurre?¿Noleagradaquehayagenteensucasa?—preguntóconlanguidez«Mr.Jonesasecas»—.Hubierapensadoquenadasatisfaríamásalpropietariodeunhotel.

Aquí alzó las delicadas y maravillosamente delineadas pestañas.Schombergmurmuróalgosobrelamonotoníayeltedioqueimperabanenellugar, la falta de acontecimientos, la tranquilidad excesiva. Pero únicamenteconsiguióescucharque,algunasveces,elsosiegonocarecedeencantoyquelamonotoníanoestámalcomocontraste.

—Porloqueanosotrosserefiere,nohemostenidotiempodeaburrirnosen los tres últimos años—añadió «Mr. Jones a secas», los ojos sombríos yfijosenel interlocutor,aquieninvitóademásaotrotragoconlainsinuaciónde que no se preocupara por cosas que no entendía, no fuera a infringir lasleyesdelahospitalidad,cosaimpropiadeunhotelero.

—No comprendo —murmuró Schomberg—. Bueno, sí, comprendoperfectamente.Yo…

—Ustedtienemiedo—interrumpióelbarbilampiño—.¿Cuáleslacosa?

—Noquierolíosenmiestablecimiento.Ésaeslacosa.

Schombergtratódeenfrentarsealasituaciónconpundonor,perolanegrayfijamiradallegabaaintranquilizarle.Cuandoapartólavista,forzadoporlaincomodidad,seencontróconlamuecadeRicardodejandoaldescubiertouna

buenaporcióndedientes,aunqueparecíaabsortoensuspensamientostodoeltiempo.

—Además—continuóMr. Jonescon su timbre lejano—,ustednopuedehacer nada. Aquí estamos y aquí nos quedaremos. ¿Pretende echarnos?Meatrevo a decir que sería usted capaz. Ahora, no lo haría sin lamentarlo, sinlamentarlomuyseriamente.Esoselogarantizamos.¿Noescierto,Martin?

ElsecretariocrispóloslabiosymiróbruscamenteaSchomberg,comoconansiadeabalanzarseconuñasydientes.

Elhotelerotratódereírseaplenopulmón.

—¡Ja,ja!

Jones cerró los ojos fatigosamente, como si la luz le hiciera daño, y sequedó como cadáver por un instante.Ya esto no eramuy alentador. Pero elabrir de ojos resultó ser una prueba más dura todavía para los nervios. LaintensidadespectraldelainexpresivamiradaqueseclavabaenSchomberg(delo más aterrador) pareció disolver el último gránulo de resolución en sucarácter.

—Nosecreerá,porcasualidad,queandatratandocongentevulgar.¿Osí?—inquirió el espectro con la habitual frialdad que parecía implicar unaamenazaprovenientedeultratumba.

—Es un caballero —atestiguó Martin Ricardo escupiendo las palabras,después de lo cual se le quedaron alborotados los bigotes y con una raradisposiciónfelina.

—Oh,nopensabaeneso—dijoel«caballero»,mientrasSchomberg,mudoyaplastadoenelasiento,mirabaaunoyaotroconligerovencimiento—.Porsupuesto que lo soy. Pero Ricardo concede demasiada importancia a lasdiferenciassociales.Loquequierodecir,porejemplo,esqueaél,pacíficoeinofensivosentadoenlasilla, le importaríaunpimientopegarlefuegoaestaespecie de cuchitril festivo. Ardería como una caja de cerillas. ¡Piénselo!Seguro que el negocio no saldría beneficiado, pasase lo que nos pasase anosotros.

—Vamos, señores, vamos —protestó Schomberg en un susurro—. Asíhablanlossalvajes.

—Estáacostumbradoatratarcongentedócil,¿verdad?Peronosotrosnolosomos.Enciertaocasióntuvimosaunaciudadarayadurantedosdíasyluegonoslargamosconelbotín.EsopasóenVenezuela.PregúnteleaMartin,puedequeselocuente.

Schombergmiró instintivamente a Ricardo, que se limitó a acariciar loslabiosconlapuntadelalenguaenunexcesodedeleite.

—Bueno, quizá fuera una historia un poco larga—concedió Mr. Jonesdespuésdeunbrevesilencio.

—Estoy seguro de que nome apetece escucharla—replicó el teutón—.EstonoesVenezuela.No se iríanpor lasbuenas.Peroesta conversaciónesuna estupidez donde las haya. ¿Me va usted a decir que cometerían undesaguisadoporelprovechoqueustedyeseotrocaballero—altiempoqueleechabaunvistazoreceloso, talunafieradesconocida—puedansacarenunanoche?Niquesusclientesfueranpotentados,conlosbolsillosrebosantes.Meextrañaquesetometantotrabajoporunascuantasperras.

ElargumentodeSchombergseencontróconlaconstatacióndeMr.Jonesde que hayque hacer algo paramatar el tiempo.Matar el tiempono estabaprohibido.Porlodemás,ycontinuandoenaquellacomunicativadisposición,el«caballero»afirmó lánguidamente—convozátonade tumbadestapada—queélsevalíaporsímismo,nimásnimenosquesielmundofueratodavíauna espesa e ilimitada jungla ajena a todo derecho. Para Martin las cosastambiéneranunpocoasí—porrazonesdesuincumbencia.

Cada una de estas aseveraciones fueron respaldadas por Ricardo conbrevesyfuribundasmuecas.Schombergbajólosojos:lapresenciadelosdoshombresleintimidaba,peroestabaperdiendolapaciencia.

—Ni que decir tiene que enseguida descubrí que eran ustedes dosdesesperados, algo parecido a lo que usted dice. ¿Yqué pensarían si yo lesdijeraqueestoycasitandesesperadocomoustedes,caballeros?«AhítienenaSchomberg, la vida sobre ruedas gracias a su hotel», piensa la gente. Perotantome daría queme rajaran por el buche y pegaran fuego a todo lo quevemos.Palabra.

Se escuchó un silbido suave. Salió de Ricardo y llevaba zumba.Schomberg, respirando con dificultad,miró al suelo. Estaba desesperado deverdad.Mr.Jonespermaneciódistendidamenteescéptico.

—Vamos, vamos. Es usted el dueño de un aceptable negocio. Y esabsolutamente dócil. Además —se detuvo para añadir con desagrado—:ademástienemujer.

Schombergdiounapatadafuriosaenelsueloylanzóunaindescriptibleycómicamaldición.

—¿Quépretendeechándomeencaraesadesgracia?—gritó—.¡Ojaláselallevaraconustedalinfierno!Lejuroquenoleseguiría.

ElinesperadoestallidoconmoviódeunmodoextrañoaMr.Jones.Reculóestrepitosamente con silla y todo, como si Schomberg le hubiera puestodelanteunaserpientehistérica.

—¿Qué significa esta tontería? —murmuró roncamente—. ¿Qué quieredecir?¿Cómoseatreve?

Ricardosoltóunarisita.

—Lerepitoqueestoydesesperado.Tandesesperadocomoelquemás.Meimportaunrábanoloquemepase.

—Bien,entonces—comenzóMr.Jonesenuntonotranquiloyamenazante,como si las palabras corrientes tuvieran algún otro significado fatal en sucabeza—, ¿porqué se empeña enmostrarse tan ridículoydesagradable connosotros? Si le importa tan poco como dice, podría dejarnos la llave delcobertizoesedelosmúsicos,paraunapartidatranquila.Yunabancamodesta:doce candelas o por ahí. Sus clientes se lo agradecerían enormemente, síjuzgamos por la forma de apostar en unamano de ecarté que tuve con eserubito cara de niño, ¿cómo se llama? Sus clientes suspiran por una bancasencillita. Y temo que si se opone,Martin se lo tomemuy amal. Aunque,desdeluego,ustednoharáeso.Pienseenlacuentadebebidas.

Schomberglevantólosojoshastaencontrarlosdosrayosdecavernabajolas cejas satánicas de Mr. Jones, impenetrablemente dirigidos hacia él. Seestremeció como si un horror peor que la muerte acechara allí y dijo,señalandoaRicardoconlacabeza:

—Meatrevoadecirquenoselopensaríadosvecesantesdeatizarme,siletieneausteddetrás.Porquénosedesfondaríalalanchaymeiríaapiqueconella antes que abordar ese vapor. En fin. He vivido en el infierno durantesemanas, así que no puede haber tanta diferencia. Les dejaré la sala deconciertos…yalcuernoconlasconsecuencias.Pero¿quéhaydelchicoqueestaráalservicio?Sivelascartasydineroconstanteencirculacióniráadarelsoployseextenderáporlaciudadenunsantiamén.

Unamalévolasonrisasedibujóenloslabiosdelotro.

—Ya veo que está interesado en que todo vaya bien. Estupendo. Ésa esformadeconseguirlo.Noseapure.UstedmandealoschinosalacamalomásprontoquepuedaynosotrosharemosquePedrovengaaquítodaslasnoches.No es el tipo convencional de camarero, pero servirá para ir y venir con labandeja,mientras usted se sienta aquí de nueve a once, sirviendo bebidas yamontonandodinero.

—Ahoraserántres—pensóeldesdichadoSchomberg.

Pedro, en cualquier caso, era una bestia pura y simple, no obstantesanguinaria.Conélnohabíamisterionisecreto,nisospechadefelinoastutoysigilosotransformadoenhombre,odelamiainsolentequehadejadoelHadesy ahora, en carne y hueso, dispone de un subterráneo y terrorífico poder.

Pedro,conloscolmillos,lagreñosabarbaylaextrañamiradadelosojitosdeoso, era, en comparación, deliciosamente natural. Por si fuera poco,Schombergyanosoportabamásaquello.

—Servirá perfectamente —aceptó con tristeza—. Pero les aseguro,caballeros,quesimecogenhacetresmeses,quédigo,menosdetresmeses,sehabríanencontradoconalguienmuydiferentedelquelesestáhablando.Eslapuraverdad.¿Quémedicen?

—Nosemeocurrequétengoquedecir.Pensaríaqueesunaburdamentira.Ustederatandócilhacetresmesescomoahora.Hanacidopusilánime,comolamayoríadelagente.

Mr. Jones se incorporó con su ingravidez fantasmal y Ricardo le siguiógruñendoydesperezándose.Schomberg,meditabundo,continuabasolo:

—Aquíhabíaunaorquesta,dieciochomujeres.

Elfantasmadejóescaparunlamentoymiróalrededorcomosilasparedesque le rodeaban y la casa entera hubiera sido infestada por una plaga. Seindignóylemaldijoporatreverseasacarsemejanteconversación.Elhoteleroestabademasiadosorprendidopara levantarse.Contemplabadesdesusilla lafuria de Mr. Jones que no tenía nada de espectral y que tampoco era máscomprensibleporeso.

—¿Qué ocurre?—tartamudeó—. ¿Qué conversación? ¿No ha escuchadoquesetratabadeunaorquesta?Notienenadadeparticular.Bueno,habíaunamuchacha…

LosojosdeSchomberg se salíande laórbita.Enlazó lasmanos sobreelpechocontalfuerzaquelosnudillossepusieronblancos.

—¡Yquémuchacha! ¿Que soyunpusilánime?Por ella lohabría echadotodopor laborda.Yella,porsupuesto…,yoestoyenlaflordelavida…Yluego un tipo la hipnotizó. Un siniestro, vagabundo, hipócrita, mentiroso,estafador,unpinchapeces.¡Ah!

Losdedoscrujieroncomosisearrancarandelasmanosyluegodejócaerenellassucabezaenunarrebatodedesesperación.Losotrosdosmirabanlaespalda de aquel cuerpo convulso: el encogido Jones con una mezcla dedesprecioy temor;Ricardo con la expresióndel gatoquehadescubierto unpedazodepescadoen ladespensay fueradesualcance.Schombergsedejócaer de espaldas. Tenía los ojos secos, pero tragaba como si se estuvierabebiendolaslágrimas.

—Nomeextrañaquehaganconmigoloquelesplace.Notienenidea,sólodejenqueleshabledemidesgracia…

—No quiero saber nada de sus detestables problemas—dijo el espectro

coneltonomásfríoytajante.

Extendióunbrazoenademándedetenerley,comoSchombergseguíaconla boca abierta, salió de la sala de billar con la inverosimilitud de que ledotabanlasescurridaszancas.Ricardolesiguiópisándolelos talones,nosinantesenseñarlelosdientesalimportuno.

Capítulo6

Deesanochedataban losmisteriososperosignificativosacontecimientosqueatrajeroncasualmentelamiradadelcapitánDavidsoncuandosedejócaerpor el establecimiento, tranquilo y expectante, con el objeto de devolver elchal indio a la señora Schomberg. Acontecimientos que, por extraño queparezca, continuaron durante una considerable porción de tiempo.Cosa quepudo deberse a la honestidad y a la mala suerte, tanto como a la notableprecaucióndeMr.Jonesycompañíaenelmanejodelascartas.

Elinteriordelasaladeconciertosconstituíaunespectáculodelomásraroeimpresionante,conunextremoabarrotadodesillasapiladasenlatarimadelos músicos y con el otro iluminado por dos docenas de velas distribuidassobre una mesa alargada, cubierta con un fieltro verde y sostenida porcaballetes. En el centro, Mr. Jones, un consumido espectro convertido enbanquero;enfrente,Ricardo,unpeligrosofelinodeamortiguadosmovimientosconvertidoencroupier.Porcontraste,elrestodesemblantes—unosveinteotreinta— que rodeaban la mesa tenían el mismo aspecto que una muestracolectivadehumanidadincapazydesvalida,patéticaensuingenuamaneradeafrontar los reveses de la fortuna, que podrían resultar trágicos para lamayoría.NolessobrabacuriosidadparaelgreñosodePedro,transportandosubandejaconlatorpezadeunacriaturaatrapadaenlaselvayamaestradaparacaminarsobrelasdospatastraseras.

Por loquese refiereaSchomberg,quedabaalmargen.Permanecíaen lasala de billar, sirviendo las bebidas al indescriptible Pedro con aire de noenterarsedelapresenciadeaquelmonstruocarrañón,denoconocereldestinode las consumiciones e ignorando la inmediata existencia de aquel públicosecreto, bajo la arboleda y a cincuenta yardas del hotel. Se adaptó a lasituaciónconunestoicismodesvitalizadocompuestoderesignaciónytemor.Apenas concluía la partida (lo averiguaba por las oscuras siluetas de loshombres, saliendo por separado o en pequeños grupos por el portalón delparque),seocultabatrasunapuertamediocerradaconelpropósitodeevitarelencuentroconlosextraordinarioshuéspedes.Peroobservabaporlaaberturasupasoporlosbillares,loencontradodeaquellosdosperfilesquedesaparecían

endirecciónalosaposentos.Pocodespuésescuchabalosportazosenloaltodelaescalerayunsilencioprofundocaíasobrelacasayelhotelexpoliadoyguarida de dos deslenguados e insolentes, pertrechados con un auténticoarsenal.Un silencio abismal.Aveces no resistía la impresióndeque estabaviviendounsueño.Entre temblores,acababaporsobreponerseyhacermutiscon movimientos extrañamente adecuados al empaque de teniente de lareserva,medianteelquepretendíamantenersudignidadanteelmundo.

Le ahogaba el sentimiento de una soledad sin límite. Una tras otra, ibaapagando las lámparas y deslizándose silenciosamente hacia el dormitoriodondeleesperabasumujer—deningúnmodolacompañeraadecuadaparaunhombredesucapacidadyen«laflordelavida»—.Peroesavida,aydeella,estaba arruinada. Así lo padecía. Pero nunca con la intensidad que leprovocabaabrir lapuertayencontrarseaaquellamujersentadaenunasilla,con la punta de los pies asomando por el borde del camisón, unas ridículashilachasdepelocayendodelacabezaporlacañaescuálidadelpescuezoylaimperturbable y amedrentada sonrisa mostrando el colmillo careado, sinexpresarnada,ni siquierapavor.Laverdadesquesehabíaacostumbradoalhotelero.

Devezencuandoestabatentadodesacarlelacabezadelaroscadelcuello.Seimaginabaenplenaoperación:unabruscavueltadetuerca.Noseriamente,porsupuesto.Unasimplelicenciaparalasensibilidadexasperada.

No era capaz de matar. Estaba seguro. Y acordándose de pronto delsencillodiscursodeMr.Jones,pensó:«Supongoquesoydemasiadodócil».Ydemasiadoinconscienteparadarsecuentadequeelespíritudeladesgraciadamujerlohabíaasesinadoélhacíaaños.Erademasiadotorpeparatenernociónde un crimen de esas características. La presencia física de la mujer leresultabahirienteyofensiva,alavistadelcontrasteconunaimagenfemeninamuydiferente.Deshacersedeellanoayudaríaennada.Eraunacostumbre,yavieja,ynohabíaencontradonadaconquesustituirla.Encualquiercaso,aesaidiotapodíahablarlelamitaddelanochesiledabalagana.

Esanocheencuestiónse lapasófanfarroneandoanteelladela intenciónde carearse con los dos huéspedes; y, en lugar del confortamiento quenecesitaba,recibiósimplementeelavisodecostumbre:

—Tencuidado,Wilhelm.

Esetipodeadvertenciasnolegustabancuandoproveníandeunahembraimbécil.Loquenecesitabaeraunpardebrazosdemujerque,enroscadosenelcuello,ledispusieranparalabatalla.Inspiración,lollamabaél.

Permaneció acostado y despierto durante mucho tiempo. Y cuando lesobrevinoelsueño,éstefueinsatisfactorioybreve.Elesplendordelamañana

nolealegrólosojos.Escuchóconapatíalosprimerosruidosdelacasa.Loschinosabrierondeparenparlaspuertasquedabanalaveranda.Horror.¡Otrodíainfectoquehabíaqueaguantarcomofuera!Elrecuerdodesusdecisionesledionáuseas.Antesquenada, le desconcertaban las altivasydesenvueltasmanerasdeMr.Jones.Luegoestabasusilenciodesdeñoso.Nuncaledirigíaelmásmínimo comentario, nunca abría la boca excepto para darle los buenosdías,dossimplespalabrasque,pronunciadasporaquelhombre,sonabancomounsarcasmopeligroso.Noeramiedofísicoydeclaradoloqueleinspiraba—ya que, de ser eso, hasta una rata acorralada presentaría batalla—, sino unpavorsupersticiosoeintimidatorio,parecidoala invenciblerepugnanciaquesuscitalaconversaciónconelfantasmadeunendemoniado.Esodequefueraunfantasmadiurno,esquinadoeimpredecible,ydesparramadohabitualmenteen tressillas,nofacilitaba lascosas.La luzdeldíase limitabaaacentuar lararezadelaconturbadoraydelictivaaparición.Porextrañoqueresulte,eraporla noche, al desperezarse de su callada inmovilidad, cuando la descarnadapartede sunaturaleza llegabaa sermenosmolesta.En lamesade juego, altomar contacto con los naipes, probablemente se desvanecía del todo; peroSchomberg, habiendo conformado su mente a la fantasía del avestruz quehurtalosojosalosacontecimientos,nuncallegóaentrarenlasalademúsicaprofanada. Nunca había visto a Mr. Jones en el ejercicio de su vocación,aunquequizásólosetrataradeunnegociocomocualquierotro.

—Hablaréconélestanoche—sedijomientrasbebía laprimera infusiónenpijamayenlaveranda,antesdequeelsolalcanzaralacrestadelosárbolesdel parque, con la humedad del rocío haciendo charcos de plata sobre elcésped,despertandoreflejosenelmacizodefloresyapagandoelamarillodelagravadelsendero.

—Esoesloqueharé.Estanochenomeperderéporahí.Aparecerécuandosevayaalacamaconeldinero.

Despuésdetodo,¿quéeraeseindividuosinoundelincuentecomún?¿Unhomicida?Sí;unhomicida,quizá—ylosmúsculosdelestómagosufrieronunespasmobajoelpijama—.Peroinclusoundelincuentecomúnselopensaríadosveces,omás,cienveces,antesdeasesinarabiertamenteaunciudadanoinofensivoenunaciudadcivilizadaysujetaalalegalidadeuropea.Seencogióde hombros. ¡Sin duda! Tuvo otro estremecimiento y se encaminó aldormitorio para vestirse. Estaba resuelto y no había vuelta de hoja.Aunquetodavía tenía sus dudas.Dudas que crecieron y se difundieron al avanzar eldía, como las plantas. En algún momento le hicieron transpirar más de loacostumbrado y acabaron por anular la posibilidad de la siesta vespertina.Después de darmás de una docena de vueltas en el catre, renunció a aquelsimulacrodereposo,selevantóybajólasescaleras.

Seríanentrelastresylascuatro,lahoradelaquietudabsoluta.Hastalas

flores,consoñolientashojas,parecíandormitarsobrelostallos.Elaire,quedo:labrisadelmarnollegabahastamástarde.Loscriadoshabíandesaparecido,vencidosporlamodorraylasombradealgúnlugardelatraseradelacasa.LaseñoraSchomberg,enuncuartoumbríoylascelosíasechadas,confeccionabalos largos y colgantes bucles de que constaba el complicado peinado queluciríadurantelasobligacionesdelatarde.Aesahoraningúnclienteturbabajamás lapazdelestablecimiento.Deambulandopor susdominiosenabsortasoledad,Schombergretrocedióhastalapuertadelasaladebillar,comosiunaserpientelehubierasalidoalpaso.Asolasconlosbillares,lasmesaslimpiasyunmontóndesillasdesocupadas,ysentadojuntoalapared,elseñorRicardo,secretario, realizabaconrapidezcentelleanteciertosmanejos truculentosconlabarajaparticularque siempre llevabaconsigo.Schomberghabría reculadosilenciosamentesiRicardonohubieravueltolacabeza.Unavezdescubierto,elhoteleroprefirióel,supuestamente,menordelosriesgos.Laconcienciadelaíntimaymalévoladisposiciónqueabrigabacontraaquelloshombreseralacausa de que hinchara sistemáticamente el pecho y adoptara expresión tansevera. Ricardo observó la maniobra de aproximación, mientras reunía elbloquedecartasconlasdosmanos.

—¿Porcasualidad se leofrecealgo?—sugirióSchombergcon su timbredetenientedelareserva.

Ricardonegóconlacabezaysemantuvoalaexpectativa.Martinveníaacambiar con él unas veinte palabras al día. Era infinitamente máscomunicativoquesupatrónypodía llegaraparecerseextraordinariamenteaun ser humano corriente y de su clase. Por lo demás, se le apreciaba unaamigabledisposiciónenesosmomentos.Depronto,extendiódiezcartasbocaabajo,enformadeabanico,ylaspusodelantedeSchomberg.

—Vamos,hombre,cojaunaenseguida.

Estabatansorprendidoquecogiólaprimeraquelevinoamano,ytrasunsobresaltoevidente.LosojosdeMartinRicardo lanzaronuna fosforescenciaenlapenumbradelahabitación,protegidaporloslienzosdelcalorydelaluzintensadelostrópicos.

—Lacarta es el reyde corazones—yechóuna risita con laque enseñóbrevementeladentadura.

Schomberg,despuésdeexaminarlacarta,admitióelaciertoyladejócaersobrelamesa.

—Puedohacerqueelija lacartaqueyoquieronuevevecesdediez—seregocijó el secretario con un extraño fruncimiento de los labios y unaevanescenciaverdeenlosojos.

Schomberg le miró con cierto aire estúpido. No se movieron durante

algunossegundos.Luego,Ricardobajólavistay,abriendolosdedos,dejólabarajasobrelamesa.Elhotelerosesentó.Lacausadeestainiciativafueunaflojera en las piernas, y ninguna otra. Tenía la boca seca. Una vez hubotomadoasiento,sesintióenlaobligacióndedeciralgo.Cuadróloshombrosconmarcialidad.

—Tieneustedtalentoparaestaclasedecosas—dijo.

—Alaperfecciónsellegaconpráctica—replicóelsecretario.

Aquella precaria afabilidad impedía que Schomberg se fuera. De estemodoyporpuratimidez,elhoteleroseenredóenunaconversaciónqueconsólo imaginarla le llenaba de aprensión. Debe decirse, para hacer justicia aSchomberg, que disimuló el canguelo con bastante verosimilitud. Lacostumbreinveteradadehincharelpechoydehablarconaqueltimbreseverolehicieronquedarenbuenlugar.Tambiénélsevolvíaperfectoconlapráctica.Yasíhabríacontinuadohastaelúltimomomento,loquesedicehastaelfinal,hastael instantedefinitivode terminarconunesfuerzoque ibaadejarleporlossuelos.Paracolmo,seestabaquedandoenblanco.Noencontrónadamejorqueelcomentariosiguiente:

—Supongoqueletieneaficiónalascartas.

—¿Quéesperabausted?—preguntóRicardoen tonosencilloy filosófico—.¿Podíaserdeotraforma?Yluego,conunardorrepentino:

—¿Aficionadoalascartas?¡Apasionado,mejor!

Elefectodeestadescargafuemultiplicadoporelsilenciosocierredelospárpadosyporunapausacontenida,comosihubieraconfesadootraclasedeamor.Schombergsedevanabalossesosenbuscadeunanuevatrivialidad,sinllegaraencontrarninguna.Lahabitualydifamatoriachácharanoleservíaeneste caso. Aquel criminal no conocía a nadie en menos de mil millas a laredonda.Seviocasiobligadoacontinuarconelmismotema:

—Supongoquesiemprehasidoustedasí,desdelamástempranajuventud.

Ricardosiguióconlosojosbajos.Losdedos jugaronindolentementeconelpaquetedecartas.

—Nosésifuetanpronto.Empecéporjugarmeeltabacoenlabodegadelos barcos, ya sabe, lo corriente entremarineros, guardias enteras allí abajoalrededordeuncajónconunalámparademalamuerte.Casinonosquedabatiemponipara ir aporunpocodecaballo salado,nicomida,ni sueño.Nosmanteníamosdepieenlacubierta,conlodelcambiodeguardia.¡Aquelloerajugar!

Dejóeltononostálgicoparaañadirenplaninformativo:

—Mecriolamardesdeniño.

Schomberg había caído en una especie de ensimismamiento sóloperturbadoporelsentidodeunacalamidadcercana.

—Hicecarreraenlamar.Lleguéaserprimeroficial.Primeroficialdeunagoleta,unyate,siquiere,unpuestobuenodeverdad,untrabajosuavedelosqueseencuentranunavezenlavida.Sí,yoeraprimeroficialcuandodejélamarparaseguirle.

Ricardo indicó con la barbilla la habitación de encima.En vista de ello,Schomberg, con el juicio lastimosamente estimulado por el recuerdo de laexistencia deMr. Jones, concluyó que éste se encontraba en su dormitorio.Ricardo,observándoleconlospárpadossemicerrados,continuó:

—Sedabalacasualidaddequelosdoséramoscompañerosdebarco.

—¿SerefiereaMr.Jones?¿Tambiénesmarino?Ricardolevantólacabeza.

—Estan«Mr.Jones»comousted—dijoconevidenteorgullo—.¡Menudomarino! Eso demuestra su ignorancia. Pero, en fin. Qué otra cosa puedeesperarse de un extranjero.Como inglés reconozco a un caballero al primergolpedevista.Le reconoceríaborracho, tiradoenunacuneta,en lacárcelocolgado de una soga. Tiene un algo, no es sólo la apariencia, es un…, noserviríadenadaintentarexplicárselo.Ustednoesinglés,porquesilofueranonecesitaríaqueseloexplicaran.

Unalocuacidadtorrencialhabíarotoeldiqueenalgunaparteprofundadeaquel hombre, apaciguado el ardor de su sangre y dulcificado su carácterdespiadado.Schombergexperimentóunamezcladealivioyaprensión,comosi de repente un gigantesco tigre se hubiera enroscado en sus piernas coninexplicablemodosidad.Ningunapersonaprudenteybajotalescircunstanciasseatreveríaahacerelmásligeromovimiento.Schombergnolohizo.Ricardoapoyóuncodoenlamesayadoptóunairedesencillez.Elhotelerovolvióacuadrarsedehombros.

—Fui contratado, en el yate de que le hablaba, o goleta, como quierallamarlo,pordiezcaballerosalavez.Lesorprende,¿eh?Sí,sí,diez.Nuevedeellosloeranalasclarasyunoalasclarísimas.Yéseera…

Ricardodiootrogolpedebarbillacomodiciendo:¡Él!¡Elauténtico!

—Nocabeerror—continuó.Loteníafichadodesdeelprimerdía.¿Cómo?¿Porqué?Pregúntelosiquiere.Nohabíavistotantoscaballerosjuntosenmivida.Bueno,deunmodouotro,lefiché.Siustedfuerainglés…

—¿A qué se dedicaba su yate? —interrumpió el hotelero con laimpaciencia que le permitía su valor y cuya causa era la traída y llevadacuestióndelanacionalidad,queleponíadepuntalosyacastigadosnervios—.

¿Cuáleraeljuego?

—¡Eso es tener cabeza! ¡Juego! ¡Exacto!De eso se trataba. La clase detonteríaqueingenianloscaballerosparajugaralasaventuras,unaexpedicióna lacazadel tesoro.Cadaunohabía invertidounabuenacantidaddedineroparacomprar lagoleta.Elagentedelaciudadnoscontratóalpatrónyamí.Todode lomássecreto,yasabe.Meparecióquenosestabaguiñandoelojotodoelrato.Ynomeequivocaba.Peroesonoeraasuntonuestro.Habíaquedejarles tirar su dinero como les apeteciera. La pena era lo poco que, encomparación,ibaallegaranuestrosbolsillos.Unapagajustayseacabó.¡Loque yo digo es que malditos sean los sueldos, grandes o pequeños o decualquierclase!

Losojosbrillaronconunaluzverdeenlapenumbra.Elbochornoparecíahaberdetenidotodaslascosas,menossuvoz.Sepusoajurarfuerademedida,enunavozbajaybronca,sinmotivoaparente.Luegosecalmóconlamismaarbitrariedadycontinuó,ensuestilodeviejonarradordehistoriasmarineras:

—Al principio sólo hubo nueve, me refiero a estos tipos aventureros.Entonces,apenasundíaodosantesdequenoshiciéramosalamar,apareció«él».Lohabíaoído,no sé cómo, enalgunaparte, y sospecharíaquedeunamujersinoleconocieratanbien.Elnoamarraamenosdediezmillasdeunamujer.Nolasaguanta.Puedequeenunbar.OenunodeesosgrandesclubsdePallMall.Detodasformas,elagentelepescócontodaslasdelaley,dineroatocatejayveinticincohorasescasasparaprepararse;peronoperdióelbarco.¡Élno!Lomásparecidoaunsaltodesdeelpuntaldelmuelle,paratratarsedeun caballero. Le vi llegar. ¿A que no conoce usted los Muelles Indios delOeste?

Respondióquenolosconocía.Ricardolemirópensativamenteduranteunratoyluegocontinuó,comosihicieraunesfuerzoparapasarporaltotamañaignorancia.

—Ya teníamosel remolcadoranuestraaltura.Dosazotacalles le seguíancon los bultos. Le dije al del muelle que soltara amarras en un minuto.Tambiénsehabíaretiradolaescalerilla;peronolanecesitabaPegóunsalto,secolumpiósobrelabarandillayaparecióabordocomoelquenoquierelacosa.Letiraronloselegantespaquetes,metiólamanoenelbolsillodelpantalónylanzó toda su chatarra al empedrado del muelle para que la recogieran losazotacalles. Todavía la seguían reuniendo a cuatro patas cuando zarpamos.Sólo entonces se dignó mirarme, silenciosamente, ya le conoce, conparsimonia.Enaqueltiemponoestabatandelgadocomoahora;peroobservéquenoeratanjovencomoparecía,nimuchomenos.Algo,enmisadentros,semeremovió.Mequitédedelantelomásdeprisaquepude.Detodasformas,teníaquehacer.Noesqueestuvieramedroso.¿Quéhabíadetemer?Perosentí

que me tocaban en el talón de Aquiles, como si dijéramos. Por todos losdemonios,sialguienmehubieradichoqueseríamossociosantesdeterminarelaño,bueno,mehabría…

Disparó una andanada de juramentos, algunos corrientes y otrosespecialmentetremendosparaeloídodeSchomberg,y todosellossimpleseinocentes exclamaciones de perplejidad ante los cambios y reveses de lafortunahumana.Elreservistasemovióligeramenteenlasilla.Peroelsocioyadmiradorde«Mr.Jonesasecas»parecíahaberseolvidadoporelmomentodesuexistencia.Elchorrodeingenuasmaldiciones,algunasenespañolbastantemalo, se había quedado seco y Martin Ricardo, connoisseur de caballeros,enmudeció con una mirada glacial, como aturdido en su interior por laarbitrariaselección,confluenciayasociacióndeacontecimientosquerigenelperegrinardelhombreporestemundo.

Porúltimo,Schomberghizountanteo:

—Asíqueel…elcaballero,eldeahíarriba,¿lehablódedejaresebuenpuesto?

Ricardoexplotó.

—¡Hablarme! ¡No necesitaba hablarme! Me hizo una seña y basta. PorentoncesandábamosenelGolfodeMéjico.Estábamosechandoelancla,unanoche,juntoaunbancodearena—enesafechanoestoysegurodellugar—,frentealacostadeColombiaomuycerca.Lasexcavacionescomenzabanalamañanasiguienteyelpersonalsehabíaretiradotemprano,alaesperadeunadurajornadaconlapala.Seacercóporlasbuenasyconsumanerasilenciosaycansinadehablar—auncaballeroselepuedeconocerporeso,entreotrascosas—medijopordetrás,comoaloído:«Ybien,¿quépiensaustedahoradeestacazadeltesoro?».Nisiquieravolvílacabeza,mequedécomoestabaynohablé más alto que él: «Si quiere saberlo, señor, esto no es más que unamalditapayasada».Claroquehabíamoscharladodetantoentantodurantelatravesía.Diríaqueleyóenmícomoenunlibro.Noesquehubieramuchoqueleer,sóloquenuncahesidodócil,nicuandopateabalascalles,largabachistesomeibaatomarunascopasconlacompañía.Mirabayocómoempinabanelcodo ami costa o se partían de risa.Cuandome da, yo puedo estar alegre,apuestesiquiere.

Unapausadedicadaalaobservaciónautocomplacientedesubenevolenciae ingenio interrumpió el flujo verbal de Ricardo. Schomberg estaba muyocupado con mantener los ojos dentro de las órbitas, cosa que, cuando laconseguía,parecíaredundarenbeneficiodesuparticularautoestima.

—Sí,sí—murmuróatropelladamente.

—Lesmirabaypensaba:«Amigos,notenéisniideadeconquiénosjugáis

loscuartos. ¡Si lo supierais…!».Ycon lasmujeres igual.Devezencuandosalíaconuna,megustababesuquearlelaorejaypensarparamí:«Sitehicierasunaideadequiénteestábesando,correríashastaperderelculo».¡Ja,ja!Noes que yo quisiera hacerles daño, sólo que sentía ese poder dentro de mí.Ahoraestamosaquísentados,tanamigos,ylacosamarcha.Ustednosemehaentrometido.Peroyonosoyamigosuyo.Sencillamente,metraesincuidado.Puede que otros le dijeran que son sus amigos. Pero yo, francamente, no.Usted me importa un bledo, se ponga como se ponga, lo mismo que esamosca.Leaplastooledejoenpazytantomeda.

Si laverdaderafuerzadecarácterconsisteensobreponersea ladebilidadrepentina,entoncesSchombergdemostróestarcomopocosenposesióndelacitada virtud. Ante la mención de la mosca, reforzó la severa dignidad delgesto con lamisma técnica con que uno inflaría, hasta quedar exhausto, unglobo de verbena. La actitud resuelta y relajada de Ricardo apabullabarealmente.

—Así es —continuó—. Esa clase de tipo soy yo. ¿No se lo habíaimaginado?No.Puestienequeenterarse,asíqueselodigoyo.Aunquemuchomesospechoquesólomecreeamedias.Fíjesebien,nopuededecirqueestoyborracho. Lo más fuerte que he tomado hoy es un vaso de agua fría. Elauténticocaballeroeselquepuedevera travésde laspersonas.Oh,sí,élsíquemecaló.Ledijequetuvimosalgunaqueotracharlaenelmar,sobreestooaquello.Leveíaporlaclaraboya,enlapartidadecartas.Enésasmepescóunavezyfueentoncescuandoledijequemegustabanlosnaipesyquesolíatener suerte. Sí, ya se había hecho una idea. ¿Por, qué no?Un caballero escomocualquierhombre…yalgomás.

Que aquellos dos hicieran tan buena pareja en su radical desemejanza,idéntica alma en tan diferente envoltura, fue como un relámpago para lacabezadeSchomberg.

—Asíquemedice:«Hehecholasmaletas.Eshoradeirse,Martin».EralaprimeravezquemellamabaMartin.«¿Cómoeseso,señor?».«Nopensaríasqueyoibadetrásdeesaclasedetesoro…Loquebuscabaerasalirdecasasinhacer ruido. Es una manera bastante cara de conseguir un pasaje, pero hamerecidolapena».Lediaentenderenseguidaqueparaloquefuerayoteníaarrestos,desdejugármelaacaraocruzhastaasesinarconpremeditación,contal de estar a su lado. «¿Asesinar con premeditación?», preguntó con lapachorra de siempre. «¿Qué demonios es eso? ¿De qué habla?A veces hayquematar a la gente porque se pone enmedio, pero eso es defensa propia,¿estamos?».Ledijequeestábamosyqueiríaabajoenunsilbido,juntaríaunascuantas cosas y las metería en el morral. No me gusta cargar con muchoequipaje. Cuando andaba en lamar, pensaba que lomejor era volar ligero.Volví y le encontré midiendo la cubierta arriba y abajo, como si estuviera

tomandounpocodeairefrescoantesdebajarotravez,lodetodaslasnoches.«¿Listo?». «Listo, señor». Nimemiró. Llevábamos arriado un bote a popadesde que anclamos por la tarde. Lanzó la colilla del cigarro por la borda.«¿Puedehacerqueelcapitánvengaacubierta?»,preguntó.Laúltimacosadelmundo que se me habría ocurrido. Como si me tragara la lengua. «Puedointentarlo»,digo.«Bien,entoncesvoyabajo.Hágalesubiryténgaloconustedhastaqueyovuelva.¡Atiendaesto!Nopermitaquebajehastaqueyovuelva».No podía dejar de preguntarle por qué había que despabilar a un hombredormidocuandoloquequeríamoseraque todoelmundodurmieracomounbenditohastaponermillasdepormedio.Seríeunpocoydicequenoacabodeverelengranajedelasunto.«Atienda»,dice,«nopermitaquesevayahastaquemeveasubirotravez».Mepusolosojoscasiencima.«Manténgaloconustedatodacosta».«¿Quésignificaeso?»,preguntoyo.«Atodasucosta,portodoslosmediosposibleseimposibles.Noquieroquesemeinterrumpaenelnegociodeabajo.Metraeríamuchascomplicaciones.Lellevoconmigoparalibrarmedeproblemasenlascircunstanciasmásdiversasysutrabajoempiezaahoramismo».«Comomande,señor»,digoyo.Yélcogeyseescurre.Conuncaballero uno sabe enseguida cuál es su sitio. Pero el trabajo era peliagudo.Para bien o para mal, el patrón me importaba un pimiento, lo mismo queusted.Echeuncigarroosálteselatapadelossesos,quemevaaimportarloquelehedicho,hagalasdoscosasoninguna.

Traer al patrón a cubierta estaba tirado. Sólo tenía que patear un pocoencima de su cabecera. Pateé a conciencia. ¿Pero cómo mantenerle arribacuandohubierasubido?«¿Pasaalgo,Ricardo?».Escuchélavozamiespalda.Allíestabaélyyosininventarnada.Asíquenomedilavuelta.LalunateníamásbrilloquecualquierdíadelquepudieraacordarmeenelmardelNorte.«¿Porquémeha llamado?¿Quéestámirandoahí afuera,Ricardo?».Estabaconfundidoconqueyosiguieradándolelaespalda.Yonomirabanada,perosuerrormediounaidea.«Meestoyfijandoenalgoquesepareceaunacanoa,allíenfrente»,dijemuydespacio.Elpatrónsepusosobreaviso.Esoquenohabíanadaquetemerdelosindígenas,dondequieraqueanduvieran.«¡Malditasea!»,vaysuelta.«Yaesmalasuerte».Confiabaenquelagoletacostearasinserreconocidademasiadopronto.«Menudapapeleta,tenerunapiladenegrosconelojopuestoenelasuntoquellevamosentremanos.¿Estásegurodequeesunacanoa?».«Podríaseruntroncoaladeriva»,dije.«Peroseríamejorqueecharaunvistazoconsuspropiosojos.Puedequelodistingamejorqueyo».Niporasomoteníasuvistalacalidaddelamía.Perovaydice:«Porsupuesto,faltabamás,tieneustedrazón».Ciertoqueyohabíavistotroncosaladerivapor poniente.Los vi ymedespreocupé, olvidados del todohasta ese críticomomento.Esunacosanormalenunacostacomoaquélla.Quemeahorquensielpatrónnoviounoalaesteladelaluna.Curiosoquealgotanpequeñopongaen un brete la vida de un hombre algunas veces, ¡una simple palabra!Aquí

está usted, por ejemplo, sentado ante mí como el que no quiere la cosa, ariesgodesoltaralgunainconvenienciaqueacabaríapormeterleenunlío.Noes que yo tenga malos sentimientos. No tengo sentimientos. Si el patrónhubieradicho:«¡Vayabobada!»,ysedieramediavuelta,nohabríallegadoadartrespasos,perosequedóallíymiró.Yluegolacosaestuvoensacarlodecubierta cuando ya no se le necesitaba. «Intentamos averiguar si aquello deenfrente es una canoa o un tronco», le dice a Mr. Jones. Mr. Jones habíasubido tan despacio como había bajado.Mientras el patrón hablaba por loscodos de embarcaciones y troncos, le pregunté por señas si no hubiera sidomejorpegarleenlacabezaytirarlotranquilamenteporlaborda.Lanocheseesfumabaynosotrosteníamosqueirnos.Lacosanopodíademorarsehastalanochesiguiente.No.Deningunamanera.¿Ysabeustedporqué?

Schomberghizounaflojanegaciónconlacabeza.Tandirectarequisitoriale aturdió, sin contar con que la persuasiva quietud de aquel gran habladorconvertidomomentáneamente enoyente, sumergido en supapel comoen lomásprofundodeunsueño,leponíalosnerviosdepunta.Mr.Ricardohizounamuecadedesprecio.

—¿Nosabeporqué?¿Nose lo imagina?Puesporqueel jefeya lehabíaechadomanoalacajadecaudalesdelpatrón.

Capítulo7

—Unvulgarratero.

Schombergsemordiólalenguademasiadotarde,yvolviódefinitivamentealarealidadcuandovioqueloslabiosdeRicardosecontraíanenunamuecafelina.Peroelcompinchede«Mr.Jonesasecas»nomodificósuconfortableyconversadoraactitud.

—¡Venga, ya! ¿Y qué, si resulta que decidió recuperar su dinero comocualquier dócil tendero, chamarilero, bodegueroo chupatintas?Qué curioso:unatortugaatascadacomoustedintentandodarsuopiniónsobreuncaballero.Auncaballeronoselecogelamedidacontantafacilidad.Niyoloconsigomuchasveces.Esanoche,porejemplo,todoloquehizofueapuntarmeconeldedo.Elpatróndejadechascarcomountontoysequedaaverlasvenir.«¡Eh!¿Quépasaaquí?»,pregunta.Quequépasaba.Nimásnimenosquesuindulto,esoeraloquepasaba.«Oh,nadaenabsoluto»,dicemibuencaballero.«Quetiene usted toda la razón. Un tronco, y nada más que un tronco». ¡Ja, ja!Indultolollamoyo,porquesielpatrónllegaaseguirmástiempoconsutontadiscusiónhubiéramostenidoquequitarlodeenmedio.Losminutoscorríany

yocadavezmecontrolabapeor.Peroelángeldelaguardaencendióunavelaensumolleraysevolvióa lacama.Yomeestabadisparandoconel tiempoqueseperdía.«¿Porquénomedejaquelepegueunviajealacalabaza,sir?»,lepregunto.«Sinviolencias,sinviolencias»,dicelevantandoeldedohaciamícon toda la pachorra del mundo. No puede imaginarse cómo se toman loscaballerosesascosas.Nunca sedesmandan.Esdemalestilo.Nunca leverásoliviantadoo,porlomenos,noleverácualquiera.Laviolencianoesdebuengusto:esoesloqueyoheaprendidoenestetiempo,ynoesloúnico.Pormicaraustednopodríaadivinarsiyovoyarajarledentrodeunminuto,yquedeclaroquelopuedohacerenmenosdeloquesuspiro.Llevouncuchilloenlaperneradelospantalones.

—¿Lolleva,deveras?—exclamóSchomberg,conincredulidad.

Ricardofuetanrápidocomosutilentransformarlostranquilosyperezososmovimientosenungestoúnicoyenseñarelarmasubiendodeunmanotazolaperneraizquierdadelpantalón.Schombergtuvounavisióninstantáneadeellasujetaalapeludapantorrilla,antesdequeRicardoserecompusiera,conunapatadaquehizocaerdenuevolapernera,adoptandosuactitudindiferenteconelcodoapoyadoenlamesa.

—Es una forma de tenerla más a mano de lo que se cree —continuó,mirandodistraídamentelosojosdeslumbradosdeSchomberg—.Supongamosquesurgealgunapequeñadiferenciadurantelapartida.Bueno,teagachasparacogerunacartaquesehacaídoycuandotelevantasyaestáslistoparaeltajoolo tienesen lamangayapuntopara lanzarlo.Otequedasbajo lamesasiempiezanazumbar los tiros.No tiene ideadeldesastrequepuedearmaruntipoconuncuchillodebajodeunamesaaesosmalasangresquesólobuscanproblemas;antes inclusodeque lleguenasaberporquéchillan,odequesedenelbote—losquepuedan,claro—,yaestáeldesastre.

Los rosetones de la mejilla de Schomberg, que llegaban hasta la raízcastaña de la barba, palidecieron perceptiblemente. Ricardo se reía entredientes.

—Perodeviolencianadadenada.Comobiensabeuncaballero.¿Quésacauno de ponerse nervioso?Aunque tampoco es cosa de escurrir el bulto.Uncaballeronoescurreelbulto.Yoloqueaprendonoloolvidonunca.¡Queporqué!Hemos jugado en los llanos, con una condenada chusma de ganaderosmetidos en su rancho. Juego limpio, fíjese, y a pesar, hemos tenido quedefender las ganancias por las malas no pocas veces. Hemos jugado en lamontañayenelvalleytambiénamilleguasdetierra,limpiamentelamayorpartedelasveces.Conesobasta,porreglageneral.EmpezamosenNicaragua,luegodedejarlagoletayaquellaexpedicióndelocos.Cientoveintesoberanosy algunos dólares mexicanos había en la caja del patrón. Muy justo para

pegarleaunhombreenlacabezayporlaespalda,tengoqueconfesarlo.Peroqueseescapóporlospelos,esonopuedenegarlonielmismojefe.«¿Quieredarmeaentender,señor,queleimportaquehayaunavidademásomenosenestemundo?»,lepregunté,unascuantashorasdespuésdelodelagoleta.«No,ciertamente», dice. «Bueno, entonces ¿por quéme paró?». «Hay una formaadecuadadehacerlascosas.Ytienesqueaprenderla.Hayesfuerzosquesoninútiles.Yquedebenevitarse,aunquesóloseaporlaaparienciadelasunto».Ésa es la forma en que un caballero expone las cosas…, y punto. Deamanecida, nos escondimos en una cala, para echar una cabezada y quedarocultoscasodequealoscazatesoroslespasaraporlasmientesgastarunratoen cazarnos a nosotros. ¡Y que el diablome lleve si no lo hicieron!Vimoslevar a la goleta y navegar a sotavento, con diez pares de prismáticosbarriendolamaryescudriñandocadarincón.Aconsejéaljefeesperaraquesedieramediavuelta,antesdesalir.Asíqueestuvimosunosdiezdíasenlacala,todoloconfortablequeallípodíaestarse.Eneldíaséptimotuvimosquematara un hombre: el hermano del tal Pedro. Eran dos cazadores de caimanesauténticos. Nos quedamos en su cabaña. Ni el jefe ni yo podíamos hablarespañolenaqueltiempo.Unariberaseca,sombraagradable,buenashamacas,pescado fresco, caza, todo de lo mejor. El jefe les adelantó unos cuantosdólares.Perodetodasformaseracomovivirconunpardemonossalvajes.Alpocotiempoempezamosanotarquehablabanentreellos.Yasehabíanfijadoen la caja del dinero, en el portafolios de cuero y enmimorral—un buenbotínsisepiensaunpoco—.Debíanhabersedichoentresí:«Lomásseguroesquenadievengaabuscaraestospájarosqueparecenhabercaídodelcielo.Vamos a rebanarles el cuello». ¡Aver!Claro como la luz del día.Nohabíanecesidaddequeyometropezaraconunoqueafilabaelendiabladomachete,echandoelojoaderechae izquierda,para saber loqueseolíaenelaire.YPedro,lomismo,aplicadoalaherramienta.Creíanquehabíamosmarchadoavigilaralabocadelrío,comoteníamosporcostumbre.Noesqueesperáramosencontraralagoleta,perotampocoestabademás;detodasformas,hacíamásfrescofueradelaespesura,poniendocaraalabrisa.Laverdadesqueeljefesehabíaquedadoallí,tranquilamenteacostadoenunamantayenunsitioconbuena perspectiva; pero yo volví a la cabaña a por un poco de tabaco demascar. Nome había quitado del vicio por entonces y no estaba a gusto amenosquetuvierametidoenloscarrillosunpedazotangrandecomoelpuñodeunniño.

Anteaquellametáforacaníbal,Schombergmurmuróundébilyrepugnado«perohombre…».Ricardoseremovióenelasientoyobservócomplacidolaspiernasextendidas.

—Porreglageneral,soybastantelistodepies—continuó—.Queeldiablome condene si no tengo el convencimiento de que soy capaz de ponerle unpizcodesalalacoladeungorrión,simelopropusiera.Detodasformas,no

meibanaescuchar.Mequedéobservandoalasdosbestiasnegrasypeludas,amenos de diez yardas. Todo lo que llevaban encima era un taparrabosenrollado en las ingles. No se dijeron ni media palabra. Antonio estaba encuclillasconsusnalgas flacas,muyocupadoenfrotarelcuchillocontraunapiedraplana.Pedrosehabíaapoyadoenunárbolypasabaelpulgarporelfilo.Yomelargué,mássilenciosoqueunratón.Aljefenoledijenada.Estabaconuncodoapoyadoenlamanta,comosinoquisieraquelemolestaran.Élesasí,a veces tan confiado que uno piensa que comería de su mano y otras máscortantequeunlatigazo;perosiemprecalmo.Unperfectocaballero,selodigoenserio.Nolemolesté,peroesonoquieredecirquemeolvidaradelosdossujetos,tanconcienzudosconloscuchillos.Entrelosdos,nosotrosveníamosacontarconunrevólver—unseis-tiros—deljefe,peroconsólocincobalasenlarecámara,ysinotramunición.Selahabíadejadoenuncajóndelcamarote.¡Maldita sea!Yoguardabaunanavajavieja, con laqueeradifícilpensar enalgo serio. Por la noche nos sentamos los cuatro alrededor de una fogata ycomimospescadoasadoconhojasdellanténypatatasenvezdepan,osea,lodesiempre.Eljefeyyoestábamosaunladoylasdosbellezas,conlaspiernascruzadas, en el otro, gruñéndose unao dos palabras cada tanto, que a duraspenasparecíanhumanas,ylosojosbajos,clavadosenelsuelo.Nohabíamosconseguido que nos miraran a la cara en los últimos tres días. Entoncesempecéahablarconeljefeenvozbaja,comoleestoyhablandoaustedahora,comoaldescuido,ylecontéloquehabíavisto.Élvaycogeunpardetrozosde pescado y se los mete en la boca como si tal cosa. Es un placer tenernegociosconuncaballero.Nollegóamirarlesniunavez«Yahora»,ledigoyo, bostezando a propósito, «tendremos que andar ojo avizor por la noche,estaraltanto,yporeldíalomismo,ymásvalequenosenosvenganencimadebuenasaprimeras».«Esabsolutamenteintolerable»,diceeljefe.«Ytúsinarmas de ninguna especie». «Pienso quedarme pegado a usted desde estemomento, señor, si no tiene inconveniente», le digoyo.Apenas si le veo laseñaldelacabeza,cuandolimpialosdedosenlashojasdellantén,echaunamanohaciaatrás,comobuscandoelapoyoparalevantarse,sacaelrevólverdedebajodelachaquetayledescerrajaaAntoniounabalaenmitaddelpecho.Fíjeseloqueestratarconuncaballero.Nadadebarullo,nadadeandarseporlasramas.Peromepodíahaberguiñadounojooalgoporelestilo.Casisemepela el pellejo. ¡Menudo trago! Por no saber, no sabía ni de dónde salió eldisparo.Todoestaba tanquietoque cuando llegó el fogonazomepareció latracamásgrandequehabíaescuchadoenmivida.ElrespetableAntoniocayódecabeza—siemprelespasaeso,secaenalacontraria,ustedsehabrádadocuenta—,secayódecabezaencimadelasascuasylapelambreraselevinoalacara,ylellameólacabezacomosilatuvieradepólvora;lagrasa,debióser.Lagrasaquelesacabanalaspielesdecocodrilo.

—¡Oiga usted!—exclamó violentamente Schomberg, como si tratara de

rompercadenas invisibles—.¿Quieredarmeaentenderque todoeso llegóaocurrir?

—No —dijo Ricardo con aplomo—, lo invento mientras se lo voycontando,paraentretenerlelasiesta.Asíqueahíestáeltipodecabeza,lanarizcontralosrescoldos,yelsaltoquedimoselbelloPedroyyo,alavez,comolosmonigotesdeunacajademuelles.Eltíosaledeestampidaymirandodereojo,yyo,quenosabíaloquehacía,mevoyaporél.Tuvelabuenaideadeecharlelasmanosalcuelloenseguidayapretarlelanuezcontodasmisganas.¿Ha visto el pescuezo que se gasta esa beldad? Y duro, además, como elhierro.Acabamosrevolcados.Envistadeello,eljefeguardaelrevólverenelbolsillo. «Átele las piernas, señor», le digo a gritos, «a ver si puedoestrangularlo».Habíaunmontóndelianasenelsuelo.Ledielúltimoviajealcuello y me levanté. «Podía haberle disparado», dice el jefe bastantecircunspecto.«Alégresedehaberahorradouncartucho»,ledigoyo.Misaltoseloahorró.Nopodíadejarqueseescurrieraenlaoscuridadyluegoteneralahermosuraacechandoenlosmatorralesconsuviejotrabuco.Seconvencióeljefe de que el salto había sido lo mejor. «Pero no está muerto», diceinclinándosesobreél.¡Aquiénselepasaporlacabezaestrangularaunbuey!A toda prisa le atamos los brazos a la espalda, y luego, antes de que serecuperara, lo arrastramos hasta un árbol, lo sentamos y lo amarramos altronco, por la cintura no, por el gañote. Lomenos veinte vueltas de cuerdaalrededor,rematadasconunnudomarinerodetrásdelaorejaLosiguientefueencargarse de Antonio, que empezaba a apestar con la cara metida en loscarbones.Lollevamosrodandohastalaensenadaydejamosqueloscocodriloshicieranelresto.Aquelcombate,apesardebreve,mehabíadesencajado.Eljefe, ni inmutarse. Ahí es donde un caballero te saca ventaja. No sedescompone.Ningúncaballerolohaceo,porlomenos,raravez.Mevinounamodorrarepentinayledejéfumandoalladodelfuegoqueyohabíapreparado,con la manta de campaña encima de las piernas, tan tranquilo como siestuviera sentado en un vagón de primera clase. Apenas nos dijimos diezpalabrasdesdequelacosaterminó,ydesdeesedíahastahoynohemosvueltoahablardelasunto.Nisiquierasabíasilorecordaba,hastalodelotrodíaconusted,loquehablamosdePedro.¿Lesorprendió,noescierto?Poresoleestoycontandolahistoriadequevinieraconnosotros,comounaespeciedeperro,sóloqueconmásojo.¿Vecómotrotaconlasbandejas?Bien,puesescapazdederribar a un buey de un puñetazo, a una palabra del jefe y sin pararse apensarlo. ¡Y la querencia que le tiene al amo! ¡Rediez! Más que la decualquierperroalsuyo.

Schombergcuadróelpecho.

—Oh,ésaesunadelascosasquequeríamencionaraMr.Jones—dijo—.No es muy agradable tener a ese individuo merodeando por la casa tan

temprano.Sesientaen laescalinatadedetrásdurantehoras,muchoantesdequeselenecesiteaquí,yasustaalagente,demodoqueelservicioseresiente.Loschinos…

Ricardoasintióconlacabezaylevantóunamano.

—Laprimeravezquelevieralomásindicadoparaqueunososeecharaatemblar, no digamos un chino. En comparación con lo que era, ahora estácivilizado. Bien, pues por lamañana él fue la primera cosa que vieronmisojos,sentadoenelmismositio,atadoalárbolhastaelpescuezo.Lospárpadosse lecaían.Pasamoseldíamirandoelmaryvimosenseguidaque lagoletavirabaabarlovento,loquequeríadecirquerenunciaba.¡Dios!AlaamanecidasiguienteechéunvistazoanuestroPedro.Yanoselecerrabanlosojos.Ahorase le extraviaban, los ponía en blanco y al momento otra vez negros; y lalengualecolgabaporlomenosunpalmo.Atadodeaquellamanera,habríamosablandado al peor de los demonios, aunque sólo fuera por el tiempo quellevaba. Imagínese. No sé, pero hasta un caballero lo tendría difícil paramantener el tipohasta el final.Nospusimos a trabajar enseguidaydejamoslistalaembarcación.Andabaocupadoenenderezarelmástilcuandoeljefemecomenta: «Creo que quiere decir algo».Yo había escuchado una especie degruñidoqueduróunrato,peronolehicecaso.Salídelboteymefuiparaalláconunpocodeagua.Teníalosojosrojos,rojosynegrosymediosalidosdelacuenca.Bebió todoelagua,perono teníagrancosaquedecir.Volvíadondeestaba el jefe. «Pide que lemetamos una bala en el cráneo antes de irnos»,dije.Nomesentíamuyagusto.«Esoestáfueradediscusión»,responde.Nolefaltabarazón,quedabancuatrotirosescasosynoventamillasdecostacerradaque dejar atrás antes de llegar al primer sitio donde cabía la posibilidad decomprarmunición.«Encualquiercaso,quierequeselematedelaformaquesea,comofavor».Entoncesvoyysigoconlodelmástil.Nomehacíamuchagracialaideadehacerunacarniceríaconunhombreatadodepiesymanos;yamarradopor el cuello,por si fuerapoco.Teníaunmachete: elmachetedelrespetableAntonio.Yéstenoesnimásnimenosqueaquél.

Ricardoseproporcionóunresonantepalmetazoenlapierna.

—Eraelprimerbotíndeminuevavida—continuóconaquellaesquinadajovialidadsuya—.Eltrucodellevarloahídebajoloaprendímástarde.Esedíalollevabaatravesadoenlacorrea.No,laverdadesquenoteníaestómagoparaelempleo.Perocuandosetrabajaconuncaballerodeauténticaclasehayquecontar con que a los sentimientos los transparenta la piel. Dice el jefe derepente:«Paraserjustos,habríaqueconsiderarlocomosuúltimavoluntad»—¿no escucha cómo habla el caballero?—, «pero ¿qué opinas de llevarlo connosotrosenelbote?».Eljefeseponeaexplicarqueelpobrediabloseríamuyútilalahoradeseguirnuestrocaminoporlacosta.Podíamoslibrarnosdeélantes de llegar al primer sitio un poco civilizado. No me apetecía discutir.

Salté del bote. «¿Y si no podemos manejarlo, señor?». «Desde luego quepodemos. Está ablandado. Venga, desátelo. Yo asumo la responsabilidad».«Como quiera».Me vio venir armado con el cuchillo del hermano—y noestabayoparaponermeapensarcómoseveíanlascosasdesdeelotroladodelabarrera—y,¡cielosanto!,casilomatodelsusto.Memirócomouncabestroenloquecido y se puso a sudar y a sacudirse, una cosa increíble.Me paré amirarle,delosorprendidoqueestaba.Sudabaachorrosporlospárpados,porlabarba,porlapuntadelanariz,eltipohastagorgoteaba.Caíenlacuentadeque no podía saber lo que pasaba por mi cabeza. Fuera por gusto o porderecho, no le hacía graciamorir ahora que llegaba elmomento.Node esaforma,porlomenos.Cuandomepuseadarlevueltasparaencontrarelnudosele escapó una especie de bramido. Debió pensar que lo acuchillaría por laespalda.Cortélasligadurasdeuntajoysecayódeladocontodosupeso,yahí empezó a cocear con las piernas atadas. ¡Para partirse de risa! No mepreguntequéteníalacosadegracioso,peroyometronchaba.Asíque,entreloquemereíayoyloquechillabaél,soltarlemecostóunimperio.Tanprontocomopudomoverlaspiernas,sevaparaelribazoenelqueestabaeljefe,seecha a sus pies y se le queda abrazado a los tobillos. Eso es gratitud, ¿eh,amigo?Estáclaroqueaquellodequeledejaranseguirvivolohabíahincadode hinojos. El jefe libera las piernas con suavidad y sólo murmura: «Nosvamos.Mételeenelbote».

—Nofuedifícil—continuóRicardo,despuésdeescrutaraSchombergunmomento—.Estababastantedispuestoameterseenély,bueno,aquílotiene.Se dejaría cortar en cachitos y con una sonrisa, fíjese lo que digo, con unasonrisa, por su amo. No creo que hiciera tanto por mí, pero muy cerca leandaría,muycerca.Yolehiceelamarreyyoledesamarré,perosabíaquiéneraeljefe.Y,además,conoceauncaballero.Hastalosperrosdistinguenauncaballero, no importa el perroque sea.Losúnicosqueno lodistinguen sonalgunosextranjeros,ytampocohayformadequeloaprendan.

—¿Quiereusteddecir—preguntóSchomberghaciendocasoomisode loque pudiera tener de molesto aquel énfasis del comentario final—, quiereusteddecirquedejóunempleofijoybuenosemolumentosporunavidacomolaquelleva?

—¡Exacto! —cortó tranquilamente Ricardo—. Eso es lo que diría unhombre como usted, un pusilánime. Yo sirvo a un caballero. Que no es lomismoqueservirauncapataz.Tedanel salariocomo leechanunhuesoalperro,yademásesperanqueseloagradezcas.Espeorqueunaesclavitud.Noesperequeunesclavoquesecompracondineroseatambiénagradecido.¿Ysiunovendesu trabajo,noescomovenderseunomismo?Nose tienen tantosdíasparaviviryvenderlosunodetrásdeotro.¿Ono?¿Mepuedeustedpagarloquevalemivida?Peroellostetiraneljornalalacarayesperanquedigas

«gracias»antesdeagachartearecogerlo.

Juróunascuantasvecescontralospatronesengeneral,segúnsecolegía,yluegobramó:

—¡Malditoseaeltrabajo!Nosoyunperroqueseponedepatasparacogerel hueso. Yo estoy con un caballero. Hay una diferencia que usted nuncallegaráaentender,señorTimoratoSchomberg.

Bostezó lánguidamente. Schomberg, manteniendo su rigidez militar,reforzadaconun ligeroceño,habíadejadovolarelpensamiento.Yahoraseocupabadeperfilar la imagende la jovencita:ausente, fugada, robadadesulado. Y allí andaba ese fullero mirándole con insolencia. Si la chica no lehubierasidotanvergonzosamentesustraídanoestaríaahorapermitiendoquele miraran de esa forma. Le habría importado un pimiento meter a aquelcanalla una tarascada entre las cejas. Después de lo cual, y sin vacilar, loecharía a puntapiés. Se vio a símismo haciéndolo y, por simpatía con estagloriosavisión,supieysubrazoderechotuvieronunespasmo.

En ese preciso instante despertó del ensueño para observar alarmado laprofundacuriosidaddelamiradadeRicardo.

—Así que ésa es su forma de ir por el mundo, jugando —dijoestúpidamenteparaocultarlaconfusión.

PerolamiradadeRicardonosealteró.Continuódivagando:

—Aquí,allíyencualquierparte.

Serecompusoycuadróloshombros.

—¿Noesdemasiadaprecariedad?—dijoconfirmeza.

Lapalabra«precariedad»parecióserefectiva,porquelosojosdeRicardoperdieronsuexpresiónpeligrosamenteinteresada.

—Noes tanmalo—dijocon indiferencia—.Enmiopinión, loshombresseguiránjugandomientrasnolesfaltealgoqueapostaraunacarta.¿Juego?Lacosamásnatural.¿Quées lavidamisma?Nuncasesabequévaapasar.Lopeoresquenuncapuededecirseconexactitudlaclasedecartasqueaunolehan servido. ¿Qué palo pinta? Ésa es la cuestión. ¿Se va dando cuenta?Cualquiera se pone a jugar por esto o por aquello en cuanto le dan laoportunidad.Ustedtambién.

—No he tocado una carta en veinte años—dijo Schomberg en un tonomonacal.

—Bueno,sihubieraustedescogidoesaformadevidanoseríapeordeloque es ahora vendiendobebida a la gente: cervezamala, alcohol, sustanciasputrefactas capaces de hacerte bramar como un toro cuando te las echas al

coleto.¡Puaf!Noaguantoelmalditoalcohol.Nuncapude.Eltufodelcoñacenunvasomeponeenfermo.Siempremehapasado.Sitodosfuerancomoyo,elalcoholnosevenderíaniregalado.Lehacegraciaquehayahombresasí,¿noeseso?

Schomberghizounambiguogestodetolerancia.Elotroseremovióenlasillayvolvióaapoyarelcodoenlamesa.

—Encambio,tengoqueconfesarquelossiropsfrancesesmevuelvenloco.Saigón es la capital del sirop. He visto que tiene sirops en el bar. Quemecuelguensinomehequedadosecohablandoconusted.Venga,Schomberg,seahospitalario,comodiceeljefe.

Schombergselevantóysedirigiómuydignohaciaelmostrador.Suspasosresonaron ampliamente sobre las planchas barnizadas del suelo. Cogió delfondounabotellaconlaetiquetaSiropdeGroseille.Lospequeñosruidosquehizo,eltintineodelvaso,elgorgoteodellíquido,eltaponazodelaguadesoda,tuvieronunaprofundidadsobrenatural.Volvióconunvasorosayreluciente.Ricardo había seguido sus movimientos con los perversos, prevenidos ybiliososojosdesiempre,losojosdelgatoquecontemplalapreparacióndesuplatodeleche;yelmurmullosatisfechodespuésdequelohubobebidopodríatomarseporunaformaligeramentemodificadaderonroneo,brotandosuaveyhondo de la garganta. El hecho afectó desagradablemente a Schomberg, lomismo que cualquiera de las otras manifestaciones de inhumanidad enaquelloshombres,aspectoenelqueradicabaladificultaddetratarseconellos.Unespectro,ungato,unorangután:menudacombinaciónparaenfrentarseconun hombre corriente, reflexionó estremecido. Schomberg había sidodesbordadopor la imaginaciónylarazónnopodíareaccionarcontraaquellaformafantasiosadeverasushuéspedes.Ynosetratabaexclusivamentedelasapariencias.LamoraldeRicardoleparecíaidénticaaladeunfelino.Mucho.¡Qué clasede argumentospodíautilizar unhombre corriente contraun…,ocontraunespectro!Schombergnoteníaniideadeenquépudieraconsistirlamoraldeunfantasma.Enalgotemible,sinduda.Lacompasión,ciertamente,noocuparíalugaralguno.Encuantoalorangután,bueno,todoelmundosabequéesunorangután.No tienenadaqueseparezcaaunconceptomoral.Lacosanopodíasermásdesesperante.

Guardó,sinembargo,lasaparienciasy,habiendorecuperadoelcigarroconlosgruesosdedos,unodeellosadornadoconunasortijadeoro,cigarroquehabíadejadoaunladoparairaporlabebida,sededicóafumarairadamente.Enfrente,Ricardopestañeóuntiempo,paraterminarcerrandolosojosconlaplacidezde ungato casero que se duerme en la alfombrilla de la chimenea.Más adelante volvió a abrirlos y pareció sorprenderse de que Schombergsiguieraallí.

—Ha ganduleado usted un buen rato, ¿verdad? La ciudad entera escondenadamente perezosa; nunca me había encontrado partidas tan flojascomolasdeaquí.Encuantodanlasoncedeloúnicoquesehablaesdeplegareltapete.¿Quélespasa?¿Quierenmeterseenlacamatempranooqué?

—Supongoquenopierdeustedunafortunaporqueellossemarchena lacama—dijoSchombergconsiniestrosarcasmo.

—No—admitióRicardoconunamuecaqueleestiróloslabiosdeorejaaorejaydejóentreverporunmomentolablancadentadura—.Sóloque,yave,unavezquearrancoseríacapazde jugarhastaporunascuantasnueces,porguisantessecosoporcualquierotraporquería.Yolesjugaríaelalma.¡Asíloscuelguen por indigentes! ¡Pedazo de pepinos con patas, sin sangre en lasvenas!

—Perosipasaraalgofueradelohabitual,conlamismafrialdadecharíanlallavealcerrojodesucelda—gruñóSchomberg.

—¡Porsupuesto!—dijoRicardomidiendolassílabasyaSchombergconlamirada—.¿Yustedqué?

—Sedaustedmuchosaires—seencendióelhotelero—.Habladetenerelmundo en un puño, de hacer grandes cosas y de agarrar a la suerte por elcuello,peroestáustedaquí,atadoaestemiserablenegocio.

—Eso no es decir gran cosa; es un hecho —admitió Ricardoinesperadamente.

Laaudaciainflamólacaradelhotelero.

—Yolollamomiseria—farfulló.

—Esoesloquepareceynopuedellamarsedeotramanera—elhuéspedparecía estar en una disposición complaciente—.Amíme daría vergüenza,peroyavequeeljefetieneataques…

—¡Ataques!—gritóSchomberg,aunquecontrolandoel tono—. ¡Nodigaeso! —se alegró en sus adentros, como si la revelación hubiera, de algúnmodo, rebajado la dificultad de la situación—. ¡Ataques! Eso es bastantegrave,¿verdad?Tendríaquellevarlealhospitalcivil.Unlugaragradable.

Ricardoasintiólevemente,conunadébilmueca.

—Bastante grave. Ataques regulares de indolencia, los llamo yo. Cadatantoviene, seapoyaenmíyyanosemueve.Sipiensaquemegustaandaustedbastantedespistado.Engeneral,puedohablarconél.Yosécómotratarconuncaballero.Nosoyunsiervodelosdeachuscodiario.Perocuandohadichoya:«Martin,estoyaburrido»,entoncesapagayvámonos.Nohaynadaquehacer,comonosea*cerrarelpico,malditasea.

El teutón,queestababastantedeprimido, lehabíaescuchadocon labocaabierta.

—¿Ycuáleslacausa?¿Porquéesélasí?Nocomprendo.

—Creoqueyosí—dijoRicardo—.Uncaballeronoesunapersonacomoustedocomoyo,ynoes fácilmanejarlo. ¡Si tuvierapor lomenosalgoconquedespabilarle!

—¿Quéquieredecircon«despabilarle»?—susurróconpesimismo.

Ricardoseimpacientabaconlosespesosdemollera.

—¿Noentiendeustedelinglés?¡Fíjese!Yonopuedohacerqueesamesadebillarsemuevaniunapulgada,aunqueleestéhablandodeaquíhastaelfindemisdías.¿Deacuerdo?Bien,pueseljefeescomolamesadebillarcuandolevieneelachuchón.Nadamerecelapena,nadaesbastantebueno.Perosimeencontraraunabarradecabrestanteahí tirada trataríaenseguidademover lamesadebillar,tantaspulgadascomopudiera.Esoestodoloquehayquedecir.

Se levantó sin ruido. Se estiró, flexible, sigilosamente y al cabo de unacuriosa torsión de la cabeza y un inexplicable alargamiento de su cuerpochaparro,miró por el rabillo del ojo en dirección a la puerta, para terminarapoyándoseenlamesaycruzandorelajadamentelosbrazossobreelpechoenunaactituddeltodohumana.

—Ésa es otra de las cosas que puede decirse de un caballero: elencaprichamiento.Uncaballeronoesresponsableantenadie,nimásnimenosque un trotamundos que sigue su camino.No tiene sentido del tiempo.Unavez,eljefesequedóasíenunpuebloserranodepocamonta,enMéxico,enelojetedelmundo.Estuvotodoeldíaacostadoenuncuartooscuro…

—¿Borracho?—La palabra se le escapó inadvertidamente a Schomberg,cosa que le dejó temblando. Pero el devoto secretario pareció encontrarlonatural.

—Eso no tiene nada que ver con esta clase de ataques. Simplemente seechóenlapiltra,todololargoquees,mientrasunchaval,harapientoyconlaspiernas al aire, que recogió en la calle, rascabaunaguitarra en el patioy lecantabacosas tristesde lamañanaa lanoche,allí sentadoentredosadelfas,juntoalapuertaabiertadelcuarto.¿Sabeloquesontristes?¡Tuang,tuang,ay,ay,aúuuuh!

Schombergalzólasmanoscondisgusto.EstehomenajeparecióhalagaraRicardo.Ynopudoevitarqueselecontrajeralaboca.

—Algoasí,losuficienteparadarleuncólicoaunavestruz.Penoso.Bien,había allí una cocinera queme amaba, una vieja, gorda y negromujer conanteojos.Solíaescondermeenlacocinaydepasolaencargabaquemehiciera

dulces—pasteles,yasabe,casitodohuevosyazúcar—paramatarelrato.Yo,para lospasteles,soyigualqueuncrío.Y,apropósito,¿porquénuncatienepudín en su tablidot, Mr. Schomberg? ¡Venga fruta, por la mañana, almediodíayporlanoche!¡Medanáuseas!¿Quécreeustedqueesunhombre?¿Unaavispa?

Schombergpasóporaltoeltonoofensivo.

—¿Ycuántoduróeseúltimoataque,comoustedlollama?—preguntóconansiedad.

—Semanas, meses, años, siglos, por lo que a mí hace —contestó Mr.Ricardo con energía—. Una tarde fue a darse una vuelta por la sala y amalgastar el tiempo jugandoa las cartas con el juezdel pueblo, undago enbajitoconunpardebigotesnegros.Alecarté,yasabe,unendiablado juegofrancés,paravariarunpoco.Yelcomandante,unjayántuerto,medioindioycon la napia desternillada, y un servidor tuvimos que quedarnos de pie yapostarlesalamano.¡Cosamásdesgraciada!

—¡Desgraciada! —repicó Schomberg con la gutural desesperaciónteutónica—.Escuche:necesitosushabitaciones.

—No lo dudo. He pensado en ello últimamente —dijo Ricardo conindiferencia.

—Estabalocoalseguirleseljuego.¡Estotienequeacabar!

—Creoqueestáusted loco todavía—contestóelotro sin llegaramoverlosbrazosomodificarenlomásmínimosupostura.Bajólavozparaañadir:

—Y si me entero por casualidad de que ha ido a la policía tendré quedecirle a Pedro que le agarre por la entrepierna y le retuerza ese pescuezorollizohastaqueseletronchelacalabaza.¡Crac!Hevistocómoselohacíaaunmuladenegroquesepusoajugarconunanavajaenlasnaricesdeljefe.Essencillo.Seescuchauncracapagado,esoestodo,yeltiposederrumbaconlaflojeradeuntrapo.

Nohabíamovidosiquieralacabeza,ligeramenteinclinadasobreelhombroizquierdo; pero cuando terminó la verdosidad punzante de los ojos, quedivagabaenlalejanía,sedeslizóhacialosángulosbuscandolaproximidaddeSchombergysequedóallí,conburlonavoluptuosidad.

Capítulo8

Schombergsintióqueladesesperación,eselamentablesustitutodelvalor,

leagotaba.Nofuetantolaamenazademuertecomolafantásticaydetalladamanera en que se le expuso lo que realmente le afectó. A un sencillo «lemataré»,aunquehubierasidodichoenuntonotruculentoyconlamásgravedelasdeterminaciones,habríapodidoenfrentarse;peroante lonovedosodeldiscurso y del procedimiento, y teniendo en cuenta lo sensible que era suimaginación para lo inusual, el hotelero se desplomó como si le hubieranrebanadoelpescuezomoral,¡zas!

—¿Ir a la policía?Deningunamanera.Ni soñarlo.Demasiado tarde.Yomedejémezclarentodoesto.Seloconsentícuandonoestabaenmiscabales.Yaseloexpliquéaustedesensumomento.

LosojosdeRicardoresbalarondespacioporlafiguradeSchombergysequedaronenunhorizontefijo.

—Yasé,aquelproblemadelamuchacha.Peroesonotienenadaqueverconnosotros.

—Por supuesto. Lo que yo me pregunto es qué interés tiene usted enhablarmede esa forma salvaje—se le ocurrió un brillante argumento—.Esdesproporcionado. Inclusosiestuviera tan lococomopara ira lapolicía,notendría nada serio de qué quejarme. Como mucho, les deportarían. LespondríanabordodelprimervaporcondestinoaSingapur.

Sehabíaanimado.

—Y de allí al infierno —añadió entre dientes para su particularsatisfacción.

Ricardonohizocomentariosynadadelatóquehubieraescuchadoniunasola palabra. Esto mató las ilusiones de Schomberg, quien había levantadoesperanzadamentelosojos.

—¿Paraquéquierenquedarseaquí?—gritó—.Nosacaránnadagastandoeltiempocongentecomoésta.¿Nolepreocupaquesujefesemueva?Bueno,pues la policía podría ayudarle y de Singapur podrían seguir hasta la costaEstedeÁfrica.

—Que me ahorquen si el tipo no le anda dando vueltas a esa trampaestúpida—fue el comentario deRicardo, dicho en un tono amenazante quedevolvióalotroasuverdaderositio.

—¡No!¡No!—protestó—.Esunaformadehablar.Nuncaharíaunacosaasí.

—Medalaimpresióndequeelproblemaconesachicalehatrastornadoelcerebro. Créame, lo mejor que puede hacer es separarse amistosamente denosotros. Con deportación o sin ella, ya vería qué pronto regresaba uno denosotros a devolverle cualquier sucio manejo que pueda maquinar con esa

atocinadacabeza.

—¡Gott imHimmel!—gimióSchomberg—. ¿Nohabráquien lemueva?¿Se quedará aquí immer, quiero decir, siempre? Suponga que yo hago quemerezcalapena.¿Nopodríausted…?

—No —interrumpió Ricardo—. A menos que tuviera algo con queempujarle.Yaselodijeantes.

—¿Unaliciente?—murmuróSchomberg.

—Esomismo.Lacostaafricananoesmuyestimulante.Elotrodíamedijoqueesecontinentetendríaqueesperarhastaqueélestuvieralisto;yquenoibaaestarloenmuchotiempo;detodasformas,lacostaEstenoibaaescaparseylomásprobableesquenadielarobara.

Estasobservaciones,tantosiseconsiderabancomosimplestópicosocomodescripciones del estado mental de Mr. Jones, eran inconfundiblementedescorazonadoras para Schomberg, el eterno amargado. Pero algo hay deverdadenelconocidodichodeque lahoramásoscuraes laqueprecedealalba. El sonido de las palabras, fuera de contexto, tiene poder propio; yaquellas dos palabras, «robar», «escapar», guardaban una especial afinidadconlaobsesióndelhotelero.Estabasiemprepresenteydeprontohabíasidoevocadaporunaexpresiónenteramentefortuita.No,nadiepodíafugarseconuncontinente.¡PeroHeystsehabíafugadoconlamuchacha!

Ricardo no podía sospechar siquiera la causa del cambio de expresión.Pero fue tan acusado que acabó por interesarle hasta el punto de detener eldescuidadobalanceodelapiernaydecir,mirandofijamentealhotelero:

—Nohaymuchoquediscutirenestaconversación.¿Olohay?

Schombergnoestabaescuchando.

—Podría ponerle sobre otra pista —dijo despacio y se detuvo,repentinamenteconsternadoporunaatroz, intensaimpacienciamezcladaconhorror al fracaso. Ricardo aguardó, expectante, pero con un cierto desdéntodavía.

—¡Sobre la pista de un hombre!—exclamó convulso para detenerse denuevoysopesarlairaensuconciencia.

—No será el hombre de la luna —sugirió Ricardo con un murmullosocarrón.

Schombergmeneólacabeza.

—Engañarlesería tanpeligrosocomosideverdadfueraelhombrede laluna.Vayaaverlo.Noestátanlejos.

Reflexionó. Aquellos hombres eran ladrones y asesinos, aparte dejugadores.Sucapacidadparalavenganzaeraabsoluta.Peropreferíanopensardetalladamente en ello.Bastaba con que arreglaría cuentas conHeyst y conque se sacudiría, almismo tiempo, la opresión de aquellos individuos. Sóloteníaquedejarcorrersutalentonaturalparalainfamia.Enestecasolanotableprácticasevería,además,asistidaporelodio,que,comoelamor,cuentaconelocuencia propia. Con la mayor facilidad entregó a Ricardo, ahoraseveramente atento, un retrato de Heyst cebado con años de públicos ysecretos saqueos, el asesinato de Morrison, la estafa a los accionistas, unamezcla maravillosa de astucia e impudicia, de oscuros propósitos y tretaselementales, de misterio y futilidad. En el ejercicio de esta aptitud natural,Schomberg resucitó,elcolor levolvióa lacara, locuaz, florido,enérgico, lamasculinidadacentuadaporelempaquemilitar.

—Ésta es la verdadera historia. Ha estado acechando por esta parte delmundoduranteaños,espiandotodoloqueencontraba;peroyonosoyelúnicoque le calódesde el principio: vil, hipócrita, sin escrúpulos, un elementodecuidado.

—¿Espeligroso?

SchombergvolvióasusertrasescucharlavozdeRicardo.

—Bueno, ya sabe lo que quiero decir —dijo con inquietud—. Unarrastrado, trapicheador, de voz suave, educada, un salteador. No hay nadatransparenteenél.

Ricardosehabíaalejadodelamesayrondabalasalasinhacerruido.Alpasarporsulado,ledirigióunamuecayunronco:

—¡Ah!¡Hum!

—Bueno, ¿qué más riesgo quiere? —arguyó Schomberg—. Estoyconvencidodequenoesloquesediceungladiador—añadiócondescuido.

—¿Ydiceustedquehavividoallí,solo?

—Como el hombre de la luna —respondió con rapidez—. A nadie leimporta un pito lo que le pase. Se ha escondido ahí, usted me entiende,despuésdeempaquetarelbotín.

—Asíquebotín.¿Porquénovolvióacasaconél?

El secuaz de «Mr. Jones a secas» empezaba a creer que la averiguaciónvalíalapena.Ysepusoaperseguirlaverdadalamaneradeloshombresconprincipios más firmes e intenciones más puras que las suyas; esto es, laperseguía a la luz de la propia experiencia y de los prejuicios. Los hechos,cualquiera que sea su origen (sólo Dios llega a conocer la procedencia),únicamenteseconfirmanmediantelaspropiassospechas.Ricardosospechaba

detodo.Schomberg,siguiendolatónicadesurecuperadaautoestima,replicósinmiedo:

—¿Volveracasa?¿Porquénovuelveusted?Porloquetengooído,habráamasadounabuenapiladedinero,ganándoleloscuartosalagente.Yadeberíaestarapuntodecogerlasmaletas.

Ricardosepasóylemiró,sorprendido:

—Secreemuylisto,¿verdad?

Schombergera tanconscientede su inteligencia en esemomento,que lafosca ironía de su interlocutor le dejó igual de fresco. Había una sonrisarotunda bajo la noble y teutónica barba, la primera después de muchassemanas.Estabaenracha.

—¿Cómosabequenopensabavolveracasa?Dehecho,yahabíaenfiladoelcamino.

—¿Y cómo sé yo que no le divierte darle vueltas a esta patraña? —interrumpióRicardo conviolencia—.Memaravillodequedarmea escuchartantabobada.

Schombergencajóestecambiodehumorsininmutarse.Nohacíafaltaserunobservadormuysutilparadarsecuentadequehabíaconseguidoarrancaralgunaclasedesentimiento,eldelacodiciaquizá,delaentrañadeRicardo:

—¿Nomecree?Bien.Pregunteacualquieradelosquevienenporaquísiese…,esesueco,noestuvoaquídecaminoacasa.¿Yporquédiounrodeo,sinofueraporeso?Pregúnteleacualquiera.

—¡Y que pregunte, además! —apostilló el otro—. Que me pesquenpreguntando a troche y moche por un tipo al que le voy a saltar encima.Ciertostrabajossehacenconelpicocerrado,onosehacen.

Laentonaciónpeculiardelaúltimafraseprovocóunescalofríoenlanucadelteutón.Tragósalivadisimuladamenteydesviólamiradacomosihubieraescuchadoalgunainconveniencia.Luego,conciertosobresalto,declaró:

—Desdeluego,élnomelodijo.¿Leparececoncebible?¿Esquenotengoojos en la cara? ¿Ni sentido común?Yo calo al personal. Fue a casa de losTesman,paramásdetalle.¿Porquéfueallídosdíasseguidos?¿Losabeusted?¿Puededecirlo?

EsperóconsatisfacciónaqueRicardodejaradellamarledetodo,incluidocharlatánimbécil,ycontinuó:

—Unhombrenovaaundespachoenhorasdeoficinasóloparahablardeltiempo,ydosdíasseguidos.¿Paraquéentonces?Paracancelar lacuentaundíaycogereldineroalsiguiente.¿Noestáclaro?

Ricardo,conlaartimañademirarenunadirecciónydemoverseenotra,seaproximólentamenteaSchomberg:

—¿Paracogersudinero?

—¡Gewiss!—runflóSchomberg,conyaimpacientesuperioridad—.¿Qué,si no? Toda su relación con los Tesman se reducía a dinero. El que tengaenterradoo sehaya llevado a la isla sólo lopuede contar el diablo.Cuandounoseparaapensarenlacantidaddedinerocontanteysonantequepasabaporlasmanosdeesehombre,entresueldos,almacenajeylodemás…Eltipoesunredomadoladrón,selodigoyo.

La mirada dura de Ricardo descompuso al hotelero, así que añadió, enmediodelembarazo:

—Quierodecirunvulgarratero…,depocamonta.Ysehacellamarbarónsueco,nadamenos.¡Fu!

—¿Esbaróndeverdad?Esanoblezaextranjeranovalemucho—comentóRicardoseriamente—.Yluego,¿qué?Sequedórondando…

—Sí,rondando—dijoSchomberg,torciendolaboca—.Rondaba.Esoes.Rondaba…

Suvozseapagaba.LacuriosidadsepintóenlacaradeRicardo:

—¿Asídefácil,sinbuscarnada?¿Yentoncescambiódeideaysevolvióalaisla?

—Volvió a la isla—repitió como un eco la voz exánime del dueño, losojosclavadosenelpiso.

—¿Qué le pasa? —preguntó Ricardo con auténtica sorpresa—. ¿Quésucede?

Schomberg,sinlevantarlosojos,hizoungestodeimpaciencia.Lapielselepusogranaycontinuócabizbajo.Ricardoretomóelhilo:

—Bien, pero ¿cómo se dio usted cuenta? ¿Cuál era la razón? ¿Por quévolvióalaisla?

—¡Lunademiel!—sedesaforóSchomberg.

Inmóvil completamente, los ojos bajos, de forma inesperada y sinmovimiento preliminar, pegó un puñetazo en la mesa que hizo que eldesprevenidoRicardoseapartaradeunbrinco.Sóloentonceslevantólavistaconunaexpresiónresentidaysombría.

Ricardo le miró con dureza, giró sobre sus talones, anduvo hasta elextremodelasala,regresóatodavelocidadymurmuróungrave«Vaya,vaya»sobrelarígidacabezadeldefraudado.Queelhoteleroestabacapacitadopara

ungranesfuerzodeánimolodemostróelretornogradualdelaseveraactituddetenientedelaReserva.

—Vaya,vaya—repitióRicardoconmayorintenciónqueantesydespuésdeunestudiomásminuciosode lascircunstancias—.Ojalánose lohubierapreguntado,oqueustedmehubieradichounamentira.Nomeagrada saberque hay una mujer mezclada en este asunto. ¿Cómo es? ¿Es la chica queusted…?

—¡Basta! —musitó, completamente desencajado bajo la dura fachadamilitar.

—Vaya, vaya —exclamó Ricardo por tercera vez, más al tanto y másperplejo—.Nosoportahablardeello.¿Tanmaloes?Apostaríaalgoaquelachicanoesunprodigiodelanaturaleza.

Schomberg hizo un aspaviento, como si no supiera, como si no leimportara.Luegocuadróloshombrosyfruncióelentrecejosinundestinatarioenparticular.

—Barónsueco…,¡hum!—continuóelotro,pensativo—.Creoqueeljefetendría en cuenta este asunto, bastante en cuenta, si yo se lo expusieraadecuadamente.Al jefe le gustan los duelos, si quiere llamarlo así. No hayhombrequeleaguanteenelcuadrilátero.¿Havistojugaralgatoyalratón?Esunbonitoespectáculo.

Ricardo,conlosojosmórbidosyencendidosylaexpresióndesafiante,separecíatantoaunfelino,queSchombergsehubieraalarmadocomounratónsiotrossentimientosnofueranyadueñosdesuánimo.

—Nocabenmentirasentreustedyyo—dijoconmásfirmezadelaqueélmismoesperaba.

—¿Dequésirven,ahora?Le tienepánicoa lasmujeres.EnaquelpueblodeMéjicodondedimosconloshuesosmachacados,paraquemeentienda,yosolía iralbailepor lanoche.Lasmuchachasmepreguntabansielcaballeroinglés de la posada era un monje disfrazado, o si había hecho votos a lasanctissimamadredenodirigirseaunamujer,oquesiestoylootro.Puedeimaginarcómo largan lasmujerescuando lleganalpuntodedespreocuparsedeloquedicen;aquellomesacabadequicio.Sí,el jefe le tienehorrora lasmujeres.

—¿Yaunamujer?—intervinoSchombergconunacentogutural.

—Da más problemas cargar con una que con dos o con doscientas, sivamosaeso.Enunsitiollenodemujeres,nohacefaltaquelasmires,amenosquetegusten.Perosientrasenuncuartodondesólohayuna,jovenovieja,guapaofea,tienesqueechártelaalacara.Yamenosquevayastrasella,en

esoeljefetienemásrazónqueunsanto,acabaráfastidiándote.

—¿Por qué hay que mirarlas? —preguntó Schomberg—. ¿Qué puedenhacer?

—Pueden hacer ruido o algo peor—opinóRicardo tajantemente, con larepugnanciadelhombrealquelegustaelsilencio—.Paracolmo,nohaynadamás odioso que el ruido cuando uno anda metido en una partida de cartasdecisiva.Ruido, ruido, amigomío—continuó con energía—, una zapatiestasinpiesnicabeza,sobreestoylodemásallá,yamímehacelamismagraciaquealjefe.Peroconeljefe,además,pasanotrascosas.Nolasaguantanibiennimal.

Hizounaltoparameditarenestefenómenopsicológicoy,puesnoteníaunfilósofo a mano que le dijera que no hay fobia sin un terror detrás, niverdadera religión sin un cierto fetichismo, expresó supropia conclusión, lacualnoalcanzaba,seguramente,elmeollodelproblema:

—Quemecuelguensinocreoquelepasaconlasmujeresloqueamíconelalcohol.Brandy…,¡puaf!

Pusocarade ascoy lediounescalofríodeverdad.Elotro le escuchabaasombrado. Parecía como si la canallada propiamente dicha protegiera aaquel…,aquelsueco;ycomosielbotínobtenidoinicuamenteseinterpusieraentreelladrónysumerecidocastigo.

—Así son las cosas, viejo macho —Ricardo rompió el silencio trascontemplar la taciturna postración de Schomberg con algo parecido a lacompasión—.Nocreoqueeltrucofuncione.

—Pero eso es una estupidez —susurró el «sinvenganza», después dehaberla incluso acariciado con la mano, por una misteriosa y desesperanteconformacióndecarácter.

—Nopretenda juzgarauncaballero—le reprendiósuavementeRicardo,sinllegaraenfadarse—.Nisiquierayopuedoentenderledeltodo.Yesoquesoyinglés,ydelossuyos.No,creoquenovoyapreocuparmedecontárselo,aunquemeenfermeseguiraquí.

ARicardo, el quedarse no podía enfermarlemás de lo que enfermaba aSchomberg ver que lo haría. Creía tan ciegamente en la realidad de Heyst,creada por su capacidad para sacar conclusiones falsas, por el odio, por elamor al escándalo, que no pudo reprimir una explosión sofocada deconvencimiento, tan sincero como la mayor parte de nuestrosconvencimientos, los disfrazados servidores de nuestras pasiones, puedenparecernosenunmomentocrítico.

—Seríacomocogerunapepitadeorodemillibras,inclusodeldobleodel

triple,porloqueheaveriguado.Ysinproblemas,ningúnproblema…

—Lasfaldassonelproblema.

Volvióalacolchado,gatuno,merodeantepasear—enelqueunobservadorhabríadetectadouncambioenlasemociones—,queletraicionabaigualqueauntigreinquietodispuestoalanzarsesobrelapresa.Schombergnodetectabanada. En otro caso, su decaído espíritu se habría sentido espoleado; pero,generalmente,preferíanomiraraRicardo.Éste,porsuparte,conunadelasatravesadas,escurridizasypersistentesmiradas,observólaamargasonrisadeltaciturno,lainconfundiblesonrisadelasesperanzasarruinadas.

—Usted es de esa clase de tipos que nunca perdona—y se detuvo unmomento con aire interesado—. Que me cuelguen si en mi vida me heencontradoconalguien tanenconado.Apuestoaqueenviaría lapestenegrasobre esa isla si supiera cómo. ¿O no? ¿No será que la peste es demasiadosuaveparaellos?¡Ja,ja,ja!

SeinclinóparaobservaraSchomberg,sentadocomounaestatua,losojosfijos, la cara sin expresión y sordo en apariencia al hiriente sarcasmo de lacarcajada,tanpróximaasusrojosycarnososoídos.

—Lapestenegranoessuficienteparaellos—Ricardometíaeldedoenlallagadelhotelero.

Elaludidosemanteníaobstinadamentecabizbajo.

—Noledeseoningúndañoalamuchacha—murmuró.

—¿Peronoselefugó?¡Menudafilfa!¡Venga,hombre!

—SóloSatanáspuedeconcebir loqueesesuecoencanalladoseatrevióahacerle,loqueleprometió,loquelatorturó.Untipoasínopodíaimportarle,losé.

Lavanidaddelteutónseagarrabaalacertezadealgunaatrocidad,delosanormalesmediosempleadosporHeyst.

—MirecómoendemonióaesepobredeMorrison.—¡Ah,Morrison!¿Sequedócontodosudinero,oqué?

—Consudineroyconsuvida.

—Un sujeto terrible, ese barón. ¿Y cómo se las arregla uno solo paraatacarle?

—¡Tres contra uno! ¿Le asusta? ¿Quiere que le dé una carta depresentación?

—Deberíamirarseenunespejo—dijoRicardotranquilamente—.¡Quememueracondenadosinoledaunarrechuchoencualquiermomento!¡Yéstees

el que dice que las mujeres son inofensivas! Ésa en cuestión, acabará conustedamenosqueselaquitedelacabeza.

—¡Ojalápudiera!—admitióSchomberggravemente—.Aquítienelaobrade ese sueco. No consigo dormir, míster Ricardo. Y, por si fuera poco,aparecenustedes…,comosinotuvierabastantesquebraderos.

—Levendrábien—sugirióelsecretarioconirónicaseriedad—.Lequitarádelacabezatantatontería.Yanotieneedad.

Secontuvo,compasivamente,ycambiódetono:

—Sinceramente,megustaríacomplacerleydarunbuengolpealavez.

—Ungolpeinmejorable—insistióSchomberg,mecánicamente.

Lasimplicidadleimpedíarenunciaraunaideaqueyahubieraentradoensu cabeza. Una idea suele llevar a otra, pero las suyas escaseaban y seconvertíanenobcecaciones.

—Oroacuñado—murmuró,casicondolor.

Tan sugerente combinacióndepalabrasnodejóde surtir efectos.Amboseran susceptibles a la influencia de la sugestión verbal. El secretario dejóescaparunsuspiroymurmuró:

—Sí,pero¿cómoselasarreglaunosolo?

—Siendo tres contra uno—dijo Schomberg—, lo conseguirán con sólopedirlo.

—Parececomosiese individuovivieraa lavueltadelaesquina—gruñóconimpaciencia—.Malditasea,¿nopuedeentenderunacuestióntansencilla?Lehepreguntadoaustedelcamino.

Schombergresucitó:

—¿Elcamino?

Laapatíadelaesperanzadefraudadayqueseextendíabajolosaparentescambiosdehumorresultóestimuladaporestaspalabras,queparecíanapuntaraunpropósito:

—Desdeluego,nohayotrocaminoqueelmar.Paragentecomousted,tresdíasenunabuenalanchanosignificannada.Unpequeñopaseo,uncambiodeaires. En esta época, el mar de Java es una balsa de aceite. Yo tengo unalanchabuenaysegura, la lanchasalvavidasdeunbarco,concapacidadparatreinta,ynodigamosparatres;yunniñopodríamanejarla.Enestaépocadelañonollegaríanamojarsenilacara.Podríallamarlounviajedeplacer.

—¿Ycómoesque,teniendolalancha,nofuedetrásdeellaustedmismo,o

detrásdeél?Esustedbastantebenévolo,sisetieneencuentalomalquelevacomoamante.

Schombergrespingóantelaindirecta.

—Yonosoytreshombres—dijodemalhumor,enlarespuestamásbrevedelasmuchasquehabíadado.

—¡Oh,yaconozcosutemple!—dejócaerRicardo—.Escomolamayoríadelagente,oquizásólounpocomáspacíficoqueesarecuademercachiflesquemandaenestecircopodrido.Ybien,respetableciudadano—continuó—,vamosaversientramosenharina.

CuandoSchombergalcanzóaentenderqueelsecuazdeMr.Jonesestabadispuestoaconsiderar,ensuspropiaspalabras,«esalanchasuya,conrutasydistancias»,yquetemasemejantenoaugurabanadabuenoparaelmalbichodel sueco, recobró su compostura castrense, cuadró los hombros y preguntóconsuformalismomilitar:

—¿Desea,pues,procederconelnegocio?

Ricardo asintió. «Ganas no me faltan», dijo. A un caballero hay quecomplacerle todo lo posible; pero de vez en cuando también hay quemanejarle, por su propio bien. Y era cometido del verdadero «discípulo»conocerelmomentoyelmétodoadecuadoparallevaracaboestapartedesusobligaciones. Habiendo expuesto la teoría, Ricardo pasó a la aplicaciónpráctica.

—Nunca le hementido—dijo—, y no voy a hacerlo ahora. Pero no lehablaréde lamuchacha.Tendráquesoportarlo lomejorquepueda. ¡Malditasea!Aquínosirvenlascontemplaciones.

—Divertidoespectáculo—observóelhoteleroresueltamente.

—¿Seloparece?Yaveo;apuestoaquele importaríapocoagarrarporelcuelloacualquiermujer,aescondidasyenunrincónoscuro.

Lacruel,mórbidayfelinarapidezdeRicardoenenseñarlasgarrasporlamásmínima,sobresaltó,comodecostumbre,alinterlocutor.Peroeratambiénunaprovocación.

—¿Yusted?—sedefendió—.¿Quierehacermecreerquenoescapazdecualquiercosa?

—¿Yo,pequeño?¡Oh,desdeluego!Nosoyuncaballero,niustedtampoco.Agarrarleselpescuezoohacerles lamamola,paramíes todouno,ocasi—afirmó, con oscura ironía dentro de la complacencia—. Y ahora vamos alasunto.Unaexcursióndetresdíasenunabuenalanchanoescosaquearredreagentedenuestraclase.Enesolesobrarazón.Peroquedanotrosdetalles.

Schomberg estaba listo para entrar en detalles. Tenía una pequeñaplantación y una confortable cabaña enMadura. Propuso que los huéspedessalieranenlanchadelaciudad,comosifuerandeexcursiónalazonarural.Enla aduana estaban acostumbrados a ver salir la lancha para ese tipo deexpediciones.

DesdeMadura,despuésdealgúndescansoyeneldíaadecuado,lapartidadeMr.Jonesrealizaríalaauténticasalida.Sólotendríanquehacersealamar.Schomberg les aprovisionaría. La calamidad más grande que tendrían quesoportarseríaalgúnmedianochaparrón.Enesaépocadelañonosedesatabanverdaderostemporales.

ElcorazóndeSchombergempezóarepicarcomosiyatuvieralavenganzaalalcance.Sudiscursoeratosco,peropersuasivo:

—Sinriesgosdeningunaclase,ningunoenabsoluto.Ricardorechazóestasgarantíasdeseguridadconungestodeimpaciencia.Pensabaenotrospeligros:

—Desdeaquí,elcaminonotieneproblema.Peroenelmarpodríanvernos,yeso,alalarga,traeríacomplicaciones.Unalanchacontresblancosabordo,derrotandomaradentro,levantarásuspicacias.¿Creequenosveránduranteelviaje?

—No,anosercanoasindígenas.

Ricardo sacudió la cabeza, satisfecho. Para ambos, la vida de losaborígeneseraunsimplejuegodesombraschinescas.Sombraschinescasquela raza dominante podía atravesar inconmovible e indiferente en lapersecución de sus oscuros objetivos y necesidades. No, por supuesto, lasembarcaciones indígenas no contaban. Aquélla era una zona solitaria ydesnudadelmar,comentóSchomberg.Sóloelbarco-correo«Ternate»cruzabalaregiónhaciaeldía8decadames,ysintocarsiquieralaisla.Rígido,lavozronca,elcorazónacelerado,lamenteconcentradaeneléxitodelproyecto,elhotelero multiplicaba las palabras como si pretendiera interponer un buennúmerodeellasentreélmismoysupropósitocriminal.

—Deforma que si ustedes, caballeros, salen silenciosamente de miplantacióneldíaochoydeatardecida(lomejoressalirsiempredenoche,conelterral),tienencienposibilidadessobreuna,quédigo,milsobreuna,dequeno les vea ningún ojo humano. Todo lo que tienen que hacer es mantenerrumboNoresteduranteunascincuentahorasyquizámenos.Habrávientodesobraparaempujarlalancha,seloaseguro,yentonces…

Losmúsculos del abdomen se le contrajeron bajo la ropa, de ilusión, deimpacienciay tambiénconcierta aprensión,de cuyaauténticanaturalezanoestaba muy seguro. No quería entrar en averiguaciones. Ricardo le mirófijamente con aquellos ojos secos, brillantes como la roca pulida, más que

comoeltisúnatural.

—¿Yentonces,qué?—preguntó.

—Puesentonces,bueno,lacaraqueselevaaponeraderHerrBaron,¡ja,ja,ja!

Schombergpareciópronunciarlaspalabrascondificultad,ylarisalesalióconunecoronco.

—¿Yestáconvencidodequeelbotínsigueconél?—preguntóRicardosinénfasis, habida cuenta de que el hecho era sumamente probable según ledictabasuagudaperspicacia.

Schombergalzólasmanosylasfuebajandoconlentitud:

—¿Dequéotraformapodíaser?Seibaacasa,estabaencaminoyenestehotel.Preguntealagente.¿Existelaposibilidaddequeloabandonara?

Ricardoestabapensativo.Levantódeprontolacabezayobservó:

—RumboNorestedurantecincuentahoras,¿noeseso?Elrumbonoesquesea muy preciso. Tengo escuchado que se pierden destinos con mejorinformación. ¿No puede decir siquiera la clase de atraque que nos espera?Aunquesupongoquenuncahavistolaislaconsuspropiosojos.

Admitióquenolahabíavisto,eneltonoenqueunhombresefelicitaporhaberescapadodelacontaminacióndeunaexperienciadesagradable.No,porcierto. No tenía negocios que le reclamaran en aquel lugar. Pero ¿quéimportaba? Le proporcionaría cartas de navegación tan buenas como lasmejores. Se rio nerviosamente. ¡Perderse!Desafiaba a quien fuera a estar acuarentamillasdelaislayvolversesinencontrarelrefugiodeaquelsalteador.

—¿Quémediceusteddeunacolumnadehumoporeldíayunaesteladefuegoporlanoche?Hayunvolcánenactividadcercadelaisla,quebastaríapara conducir a un ciego. ¿Qué más quiere? ¿Una erupción para orientarlemejor?

Laúltimafrasefueunrugidodeexultación;luegopegóunsaltoysequedóechandofuegoporlosojos.Lapuertaizquierdadelbarsehabíaabierto,ylaseñoraSchomberg,vestidaparasusobligaciones,sequedómirándolecontodoelsalóndepormedio.Tardóensoltarelpicaporte;luegoentróysedeslizóensusitialparapermanecermirandoelinfinito,comodecostumbre.

****

ParteIII

Capítulo1

Lanaturalezadeltrópicohabíasidobenignaconelfracasodelaempresacomercial.LadesolacióndelosinmueblesdelaTropicalBeltGoalCompanyseocultabaalamiradadelmar,perspectivadesdelacualunamiradaintrusa—cualquiera suficientemente interesada, fuera pormalicia o pesar— podríahaberobservadoelarruinadoesqueletodelaenotrotiempovigorosaindustria.

Heyst había estado sentado entre los despojos generosamente enterradospor los herbazales tras dos estaciones lluviosas. El silencio que le rodeaba,rotoapenasporalgoparecidoalretumbardeltrueno,elazotedelalluviaentrelas hojas de las sequoias, el ruido del viento al agitar las ramas y de lamarejada batiendo contra el acantilado, favorecía más que estorbaba sureflexivasoledad.

Unareflexiónessiempre—enunhombreblanco,porlomenos—lomásaproximadoaunejerciciointerrogativo.Heystmeditabaentérminossencillossobre el misterio de sus actos, mientras se preguntaba a sí mismo, con lamayorhonestidad:

—DebotenermuchodeAdán,despuésdetodo.

Pensó también, con la sensación de estar realizando un descubrimiento,quelavozdeesemíticoancestronopodíasilenciarsefácilmente.Lavozmásantiguadelmundoesprecisamentelaquenuncacesa.Sialguienpudoacallarsus imperativos reclamos, debió ser el padre de Heyst con su desdeñosa einflexiblenegacióndetodoesfuerzo;pero,alparecer,Heystnopodía.Habíamuchoenelhijodelpadreoriginalquien, tanprontoenderezóelembarradoesqueletodelmoldecelestial,sepusoaregistraryadarnombrealafaunadelparaíso,quepasaríaaperderalmomentosiguiente.

¡Acción!—Tal fue el primer pensamiento o quizá el primer impulso deeste mundo—. ¡El anzuelo traidor, cebado con la ilusión del progreso parasacardelvacíotenebrosoalasinnumerablesgeneracionespiscícolas!

—Yyo,dignohijodemipadre,tambiénhesidopescado,comoelpezmástontodetodos.

Se atormentaba. El espectáculo de su vida le hacía daño, esa vida quetendríaquehaberseconvertidoenunapiezamaestradeldesarraigo.Amenudorecordabalaúltimanocheconelpadre.Recordabalasdelgadasfacciones, lamataespesadepeloblanco,lapielmarfileña.Uncandelabrodecincobrazosreposaba sobre la mesilla, al lado del sillón. Estuvieron hablando muchotiempo.Losruidosdelacalleseapagaronpocoapocohastaque,porúltimo,losedificiosdeLondres,alaluzdelaluna,comenzaronaparecerlastumbas

deunabandonadoyprofanadocementeriodeesperanzas.

Habíaescuchado.Traselsilencio,preguntó—eramuyjoventodavía:

—¿Nohayunsentido?

Elpadreestabadeunhumorapacibleeinfrecuenteesanoche,mientraslalunanadabaenuncielosinnubes,sobrelassombrassuciasdelaciudad.

—¿Es que todavía crees en algo? —preguntó con voz clara, que sedebilitaba por momentos—. ¿Crees en la carne y la sangre, quizá? Uncompleto y uniforme envilecimiento acabaría también con eso. Pero, puestoquenolohaslogrado,teaconsejocultivaresaformadeenvilecimientoquesedaenllamarcompasión.Quizásealamenosdificultosa—siemprerecordandoquetambiéntú,fuerasquienfueses,erestandignodelástimacomoelresto,yquenodebesesperarnuncalacompasióndelosotros.

—¿Quépuedehaceruno,entonces?—susurróeljoven,mirandoalpadre,rígidoenlabutaca.

—Mirar…,ynohacerruido—fueronlasúltimaspalabrasdelhombrequehabía empleado su vida en soplar demalamanera la trompeta que llenó deruinaselcieloylatierra,mientraslaHumanidadseguíasucaminosinhacerlecaso.

Esa misma noche murió en la cama, tan apaciblemente que se loencontraron dormido en la postura habitual, de costado, una mano bajo elcarrilloylasrodillasligeramentedobladas.Nollegóaestirarlapierna.

El hijo enterró al amordazado destructor de sistemas, esperanzas ycreencias.Yobservóquelamuertedeaquelamargadoreceptáculodevidanoalteró los cauces de la existencia donde hombres ymujeres se apiñan en elpolvo,revolviéndoseyempujándoseunosaotroscomomonigotesdecorcholastradosconelplomojustoparaquemantengansuorgullosayerectapostura.

Después de las exequias, Heyst se sentó, solo, en el crepúsculo, y suspensamientos accedieron a la visión definitiva de ese tráfago, de ese necioempujarseycabeceardeformasquecorrenapresuradamenteaningunaparteysinseñaldehaberseenteradodequelavozquelesreclamabadesdelaorillaha enmudecido de pronto… Sí. Unas cuantas notas necrológicas —insignificantes,porlogeneral,yalgunashastamalintencionadas—.Elhijolasleyótodasconmelancólicaobjetividad.

—Elodioylarabiasonelproductodelmiedo—sedijo—ytambiéndelavanidadherida.Un lamento fugazque lanzasuqueja.Supongoque tambiényotendríaqueodiarle…

Notóquelosojossehabíanhumedecido.Noporquefuerasupadre.Paraél, todo se reducía a un simple rumor, sin fuerza para estimular aquella

emoción.No.Lehabíaobservadodurante tanto tiempo,queahora leechabademenos.Elmuertolehabíaretenidojuntoasí,enlaorilla.Heystsesintiódolorosamente solo, en el lindero del transcurrir humano. Y su orgullo ledecidióanomezclarseenél.

Algunas lágrimas resbalaron por su cara. Las habitaciones, envueltas ensombras,parecíanatormentadasporunanostálgicaydifusapresenciaquenoconseguíamanifestarse.Eljovenselevantóconlaextrañaimpresióndedirigirsuspasoshaciaalgo impalpable,que reclamabaposesión fuerade lacasa,ycerrólapuerta.Dossemanasdespuéscomenzabansusviajes,paramirarynohacerruido.

ElviejoHeysthabíadejadotrasélunpocodedineroyciertacantidaddeobjetos muebles, tales como libros, mesas, sillas y cuadros, que podríanhaberse quejado de la despiadada deserción después de tantos años degeneroso servicio—hay un espíritu que late también en las cosas—.Heyst,nuestro Heyst, pensaba en ellas con frecuencia, acusadoras y mudas,amortajadasyencerradasenaquellashabitacionesdelLondreslejano,conlosruidosmortecinosdelacalleyavecesunpocodeluzcuandosecorríanlospaneles y se abrían las ventanas acatando la primera y última voluntad deldueño.Parecíacomosiensuconcepcióndeunmundoquenomerecíalapenatocaryalque,acaso,sufaltadesolidez impedíaatrapar,aquellos familiaresobjetos de su infancia y juventud, asociados a la memoria de un anciano,fueranlasúnicasrealidadesquepudierandisfrutardeunaexistenciaabsoluta.No se hubiera atrevido a venderlos, siquiera a moverlos del lugar queocupabanlaúltimavezquelosvio.Cuando,desdeLondres,selenotificóqueelcontratodearrendamientohabíavencidoyquelacasa,conalgunaotradelestilo,ibaaserdemolida,sequedósorprendentementeapenado.

Ya había entrado por entonces en el ancho y humano camino de lasincongruencias. La Tropical Belt Coal Company estaba consolidada. DioinstruccionesparaqueseleenviarapartedelascosasaSamburan,lomismoquehubierahechocualquierpersonanormalycrédula.Llegaron,arrancadosdelprolongadoreposo,unmontóndelibros,algunassillasymesas;elretratoal óleo del padre, que sorprendió a Heyst por el aspecto juvenil de suprogenitor,todavezquelerecordabacomounhombremuchomásviejo;unabuena porción de objetos pequeños, tales como candelabros, tinteros yestatuillasdelestudio,quelesorprendióencontrartanviejosyusados.

El gerente de laTropicalBeltCoalCompany, al desempaquetarlos en laveranda, en la sombra asediada por el fulgor del sol, debió sentir ante lasreliquiasalgoparecidoaunremordimientosacrílego.Lasmanejóconcuidado,casi con ternura; y quizá fuera su presencia lo que le ató a la isla cuandodespertódelfracasodesusacrilegio.Cualquieraquefueralarazóndecisiva,Heyst permaneció donde cualquier otro se habría alegrado demarcharse.El

excelente Davidson había descubierto el hecho sin esclarecer la razón y setomó un interés humano por aquella existencia extraña, al tiempo que ladelicadeza le impedía entrometerse en la soledad ajena.No sospechaba queHeyst,soloenlaisla,nosesentíanimásnimenossoloqueencualquierotrositio,desiertoopopuloso.LoquepreocupabaaDavidson,sipuedeexpresarseasí,eraelpeligrodeaquella inaniciónespiritual;peroelespírituencuestiónhabía renunciado a todo alimento exterior y se sostenía orgullosamente a símismo,desdeñandolosacostumbradosybastosalimentosdequesurtelavidaalasnecesidadescomunesdeloshombres.

TampocoelcuerpodeHeystcorríapeligrodeinanición,comoSchomberghabía asegurado confidencialmente. En los inicios de las operaciones de lacompañía, la isla fue aprovisionada de forma que sobreviviera a lasnecesidades. Heyst no tenía motivos para temer el hambre; y su mismasoledadnocareciódealivio.Delamultituddetrabajadoreschinosemigrados,por lo menos uno permaneció en Samburan, solitario y extraño como lagolondrinaquesequedaatrásenlaestaciónmigratoriadelabandada.

Wangnoerauncooliecorriente.Habíaservidoantesconhombresblancos.ElacuerdoconHeystconsistióenelintercambiodeunaspocaspalabraseldíaen que la última tanda de coolies abandonaba Samburan. Heyst, inclinadosobrelabalaustrada,sededicabaalacontemplaciónconlacalmaaparentedelquenuncasehadesviadodeladoctrinadequeestemundo,paralosprudentes,noesmásqueunespectáculocurioso.Wangseacercóalacasaypermanecióantelaescalinata,conelamarilloydelgadorostrolevantado.

—¿Todoterminar?—preguntó.

Heyst asintió desde arriba, mirando hacia el embarcadero. Unamuchedumbre vestida demahón, con cara y pantorrillas amarillas, semetíabulliciosamenteenlosbotesdelvapordealquileratracadoenlarada,comounbarcopintadosobreunmarpintado;pintadoencolorescrudos,sincontrastes,sinemoción,conunaexactitudbrutal.

—Serámejorquesedéprisa,sinoquierequedarseenpuerto.

Peroelchinonosemovió.

—Mí,quedar—declaró.

Heystlemiróporvezprimera.

—¿Quierequedarseaquí?

—Sí.

—¿Quéerausted?¿Cuálessutrabajo?

—Chicolimpiesa.

—¿Yquierequedarseaquí,conmigo,decriado?—preguntó,sorprendido.

Elchinopusounainesperadacaradedesaprobaciónydijo,despuésdeunapausanotoria:

—Puedohacer.

—Notieneporqué,amenosque leguste.Puedequemequedeaquípormuchotiempo.Nopuedoobligarleaquesevaya,sidesealocontrario,aunquenoveoelmotivo.

—Pescar chica mona —comentó Wang fríamente, y acto seguido diomedia vuelta y se marchó en la dirección opuesta del muelle y del anchomundoquerepresentabanelvaporylosbotes.

Heyst en seguida averiguó queWang había convencido a unamujer delpuebloalfuro,enlacostaoestedelaisla,másalládelasierracentral,paraquevinieraavivirconélalremotocalverodelacompañía.Erauncasocurioso,puesto que los alfuros, atemorizados por la repentina invasión de chinos,bloquearonelpasomontañoso talandounoscuantosárbolesydecidieronnomoversedesuterritorio.Loscoolies,comounsolohombreydesconfiandodelamanifiestamansedumbre de aquella inofensiva tribu de pescadores, no semoviódesusfronterasnitampocointentócruzarlasmontañas.

Wangeralabrillanteexcepción.Debióresultarinusualmentefascinante,deuna forma que a Heyst se le escapaba, o bien inusualmente persuasivo. Elservicio que la mujer llegó a rendir a Heyst se limitó al hecho de que susencantosafincaronaWangen lazona,encantos incógnitospara losblancos,yaquenuncaseacercabaalascasas.Laparejavivíaenellinderodelbosque,yalamujer,devezencuando,seladescubríamirandohaciaelbungalóconunamanohaciendodevisera.Inclusodesdelejosparecíaunacriaturasalvajey asustadiza, yHeyst, preocupadopor no alterar en exceso aquellos nerviosprimitivos,evitabacuidadosamenteenlospaseosaquellapartedelcalvero.

El día o,mejor, la noche en que comenzara su vida cenobítica, escuchóvagos rumores de fiesta provenientes de aquel lugar. Algunos alfuros, losamigosy laparentelade lamujer, animadospor lapartidade los invasores,atravesaronlasmontañasparaparticiparenunaespeciedebanquetedebodas.LoshabíainvitadoWang.Fuelaúnicavezenqueunruidomásfuertequeelzumbidodelosinsectosturbóelsilencioprofundodelcalvero.Losindígenasno recibieron más invitaciones. Wang no conocía la formalidad de lasconvenciones sociales, pero tenía un arraigado sentido personal de laorganización de la vida doméstica. Tiempo después, Heyst descubrió queWang se había hecho con la totalidad de las llaves. Cualquier llavedesperdigadadesaparecía en elmomentomismoenque el chinopasabaporallí. Más tarde, parte de la colección —aquellas que no pertenecían a las

despensas y a los bungalós vacíos y que no podían considerarse patrimoniocomúndeestasociedaddedos—lefuedevueltacolgandodeunacuerda.Selas encontró unamañana junto a los cubiertos.Nohabía notado su talla, enrazóndelainveteradacostumbredenoecharelcerrojoanada.Heystnohizocomentarios.Wang,tampoco.Puedequesetrataradeunhombretaciturno;oque estuviera acaso influenciado por el espíritu del lugar, que se inclinabaciertamente al silencio. Hasta que Heyst y Morrison pusieron el pie en laBahíadelDiamanteNegroyledieronnombre,esazonadeSamburannohabíaescuchadonuncaelsonidodelalenguahumana.ConHeyst,noeradifícilsertaciturno,siempreabismadoensus libros,de losqueno levantaba lacabezahastaquelasombradeWangcruzabalaspáginasyelsonidograveybroncodelavozquepronunciabalapalabramalayamakanledevolvíaalasuperficieyalanecesidaddealimento.

Wang, en su originaria provincia de la China, podría haber sido unapersonatemperamental,sensible,afable;peroenSamburansehabíarevestidode una estolidez misteriosa, y no parecía lamentar que se le hablaraescuetamenteyaunpromediodemediadocenadepalabrasdiarias.Yélnodabamásdeloquerecibía.Desentirsecohibido,esdesuponerquemástardeencontraracompensaciónconlamujeralfuro.Regresabasistemáticamenteconella a la caída de la tarde, desapareciendo del bungaló siempre a lamismahora, como una especie de fantasma chino con chaqueta blanca y coleta,diurnoyconfuso.De inmediatodaba riendasueltaa lapasiónpredominanteenunchino,yselepodíaverhollandoelsuelopróximoalacabaña,entrelosanchostoconesdeárbolesserrados,conunapiquetademinero.Algúntiempodespués encontró una pala vieja, pero utilizable, en uno de los almacenesvacíos,yapartirdeahídebiópasarloengrande;sinembargo,nadadeestosehallabaexpuestoalaindiscreción,yaquesetomólamolestiadehacerastillasuna de las naves de la compañía con el objeto de obtener materiales paralevantarunaempalizadaaltayprietaalrededordesuparcela,comosiquisierapatentarelprocesodecrecimientodelashortalizasenmediodeunterribleysagradomisterioqueafectabaalasupervivenciadelaraza.

Heyst, siguiendo de lejos los progresos agrícolas de Wang y de susprecauciones—nohabíaotracosadignadeatención—,sedivertíaconlaideade que el mercado potencial de aquellos productos se reducía a su propiapersona. El chino encontró algunas bolsas de semillas en los almacenes yhabíaclaudicadoanteelimpulsoirresistibledeenterrarlas.Yaseencargaríaéldequeelamopagaralashortalizasqueestabacultivandoparasatisfaccióndesus instintos.Mientras observaba al ensimismadoWang llevando a cabo lastareas en el bungaló, con su paciencia y su método, Heyst envidió aquellasujeción al instinto y la poderosa sencillez de los objetivos que volvía casiautomática—en lamisma precisión de losmovimientos— lamarcha de suexistencia.

Capítulo2

Durante laausenciadelamoenSourabaya,Wangestuvoocupadoconelparterredelanterodelbungalowprincipal.Elevándoseporencimadelafranjadehierbaquecrecíaa lo largodelembarcaderodecarbón,Heystcontemplóunespacioamplioydesbrozado,lisoyennegrecidoporlaquema,conunoodosmontonesderamascarbonizadasyenelqueseapreciabalaseñaldelasllamas que se extendieron desde la fachada hasta los primeros árboles delbosque.

—¿Tearriesgasteaquemarlahierba?—preguntóHeyst.

Wangasintió.Cogidadelbrazodelhombreblanco,aparecíalamuchachaalaquellamabanAlma;peronidelosojosdelchinonidesuexpresiónpodíadeducirselaconstanciadelhecho.

—Ha limpiado este lugar con el sistema delmínimo esfuerzo—explicóHeyst, sin mirar a la muchacha cuya mano descansaba en el antebrazo delacompañante—.Comopuedesobservar,aélsereducetodoelpersonal.Yatedijequenohabíaniunperroparaquemehicieracompañía.

Wanghabíaidohaciaelmuelle.

—Separecealoscamarerosdeaquelsitio—apuntóella.

«Aquelsitio»eraelhoteldeSchomberg.

—Loschinosseparecenmucho—observóHeyst—.Nosvendrámuybientenerleporaquí.Éstaeslacasa.

Se dirigieron a los seis breves peldaños que conducían a la veranda. Lamuchachahabíadejadoelbrazodesuguía.

—Éstaeslacasa—repitió.

Ella no hizo ademán de separarse de su lado, y permaneció mirandofijamente la escalera, como si se tratara de algo singular e inaccesible. Elanfitriónesperóunpoco,perolamuchachanosemovió.

—¿No quieres entrar? —preguntó sin volverse hacia ella—. Hacedemasiadocalorparaestaraquí.

Tratabadesuperarunaespeciedemiedo,deflaquezaimpaciente,ysuvozsonóronca.

—Serámejorqueentres—concluyó.

Entoncessemovieronlosdos,peroalpiedelaescaleraHeystsedetuvo,mientras la chica continuaba a toda prisa, como si nada pudiera detenerla.Cruzó laverandaa lavelocidaddel rayoyatravesó lapenumbradelampliocuarto principal hasta parar en el cuarto contiguo, más umbrío. Se quedóquietaenaquellaoscuridad,donde losojosdeslumbradosapenasdistinguíanlaformadelosobjetos,ysuspiróconalivio.Laimpresióndelaluz,delmarydel cielo, siguieron en ella como el recuerdo de una penosa adversidad quehabíadejadoatrás.

Entre tanto, Heyst había vuelto sobre sus pasos en dirección al muelle;peronollegóhastaél.ElautómatapragmáticodeWangsehabíaapropiadadeuna de las vagonetas en las que se transportaban los cestos de carbón a losbarcos.Heystdiomediavueltaysiguióelcaminodelosviejosraílesporlosquecorríalavagoneta.Elchinosedetuvofrentealacasa,seechólamaletaalhombroconcuidadoyluegocogióelhatillo.

—Dejalascosassobrelamesadelasala,¿hasentendido?

—Mícuida—rezongóWang,poniéndoseenmarcha.

Le vio desaparecer por la veranda. Hasta que no volvió a salir, no sedecidióaentrar.Paraentonces,Wangsehabíaperdidoenlatraseradelacasa,lejosde lavista,peroconeloídopresto.Elchinopodíaescuchar lavozdelhombre al que, en los tiempos en que la isla contaba conmayor población,llamabanNumberOne.Nofuecapazdeentenderlaspalabras,peroeltonoleinteresó.

—¿Dóndeandas?—gritóNumberOne.

Entoncesescuchó,másdébilmente,unavozquenohabíaescuchadoantes,novedosaimpresiónquelehizoadelantarlacabezadeformacaracterística.

—Estoyaquí,lejosdelsol.

La nueva voz le sonó remota e incierta. No escuchó nada más, aunqueesperóunrato,muyquieto,conlacoronilladepapagayoalniveldelaverandatrasera.Sucarahabíaconservadounainmovilidadinescrutable.Seagachódeprontoparacogerlatapadeunacajadevelas,caídajuntoasuspies.Lahizoastillasydirigiósuspasoshaciaelcobertizodelacocina,donde,encuclillas,procedió a encender un fuego bajo un recipiente hollinoso, con la probableintención de hacer té. Wang tenía cierto conocimiento de los ritos yceremonias más elementales de la vida de los blancos, por lo demásenigmática y remota para su entendimiento y origen de insospechadasposibilidades benéficas ymaléficas, las cuales no podía evitar observar conprudenciaycuidado.

Capítulo3

Esa mañana, como en todas las otras de esa historia llena de mañanasdesdequevolvió con lamuchachadeSamburan,Heyst salió a laverandayapoyóloscodossobrelabarandillaconladisplicenciadelseñorío.Lamasadela cordillera ocultaba los amaneceres, los radiantes y los neblinosos, lostempestuososylosserenos.AloshabitantesnoselesconcedíaeldondeleerdesdeelprimerinstantelasuertequedeparabaelnacimientodelnuevodíaSederramaba sobre ellos en toda su plenitud cuando el sol, con un bruscoretroceso de las sombras, surgía delmacizo e iluminaba el valle, ardiente yseco,conunamiradatandevastadoracomoelojodeuncíclope.PeroHeyst,en otro tiempo el número uno del lugar, cuando comparativamente estuvoabarrotado de humanidad, disfrutaba de la prolongación de este frescortemprano,delamitigadaypersistentepenumbra,delfantasmadecadentedelanoche que partía, de la fragancia del oscuro y húmedo espíritu retenidoduranteun largomomentoentre la llamaradadelcieloyel resplandordeunmardesnudo.

Era,lógicamente,difícilparaHeystdistraersuspensamientosdelhechodevivirenlaNaturalezaydesusconsecuencias,ytambiéndeltardíoabandonode laposturadeespectador indiferente.Conservaba todavíagranpartedesuarruinada filosofía, hasta el punto de impedir que se preguntaraconscientemente cómo terminaría todo aquello. Pero, a la vez, sutemperamentoleempujaba,alcabodelacostumbreydelarraigadopropósito,aser,noobstante,unespectador,unpocomenosingenuoquizá,pero—comodescubrióconciertasorpresa—nomuchomásclarividentequeelcomúndelosmortales.Como todoel quehapasadoa la acción, a símismonopodíadecirse,conuna,enciertomodo,fingidafatalidad,másque:

—Veremos.

Estasuertededudafatalpenetrabaenélacondicióndequeestuvierasolo.Ahora no había en sus días muchos momentos de esa índole; y cuando sepresentaban,noleapetecían.Esamañananotuvotiempodeintranquilizarse.Alma se reunió con él mucho antes de que el sol, elevándose sobre lascumbres de Samburan, barriera las sombras frías de la amanecida y loshúmedos vestigios de la noche desaparecieran del techo que protegía a laparejadesdehacíayamásdetresmeses.Ellasepresentócomoenunamañanacualquiera.Heyst había escuchado supaso levepor la sala—la sala enquehabíadesembalado losobjetosdeLondresyen laqueahora seapilaban loslibroshastamediartresdelasparedes—.Sobrelascajas,ladelgadaesteraseencontraba en el techo con un calicó blanco y ceñido. En la umbría sólobrillaba el marco dorado del retrato del padre de Heyst, firmado por unconocidopintor,solitarioenmitaddelapared.

Heystnosevolvió.

—¿Sabesenquéestabapensando?—preguntó.

—No—dijoella.

Asu tonole traicionabasiempreunasombradeansiedad,comosinuncaestuviera segura de cómo acabaría una conversación con él. Se apoyó en labarandilla,asulado.

—No—repitió—.¿Enqué?

Esperó.Luego,másremisaqueavergonzada,preguntó:

—¿Pensabasenmí?

—Calculaba cuándo saldrías —contestó Heyst, sin mirar todavía a lamuchacha,aquien,trasvariosexperimentoscombinatoriosconletrasysílabassueltas,habíadadoelnombredeLena.

Alcabodeuntiempo,ellacomentó:

—Noandabamuylejosdeti.

—Tampoco estabas demasiado cerca, al parecer. —Podrías habermellamado.Nohetardadotantoenpeinarme.

—Segúnparece,hastardadodemasiado.

—Bueno,detodasformas,estabaspensandoenmí.Esomealegra.Semeocurre,noséporqué,quesidejarasdepensarenmí,desapareceríadelmundo.

Volvió la cabeza y se quedó mirándola. A menudo decía cosas que lesorprendían.Unproyectodesonrisasedesdibujóenloslabiosdelamuchachaalencontrarseconaquellamiradaescrutadora.

—¿Quépasa?—preguntóHeyst—.¿Esunreproche?

—¿Unreproche?¿Porquétendríaqueserlo?

—¿Quésignifica,entonces?—insistió.

—Sóloloquehedicho.¿Porquénoeresmásclaro?—¡Ah,esosíesunreproche!

Loscoloreslesubieronhastalaraízdelpelo.

—Parece como si estuvieras empeñado en descubrir lo desagradable quesoy—murmuróLena—.¿Deverdadlosoy?Harásquetengamiedohastadeabrirlaboca.Yyoterminarécreyendoquenovalgonada.

Bajó ligeramente la cabeza. Contempló la frente despejada, las mejillasconunapizcadecolory los labiosencarnadosyapenasentreabiertosconelbrillodeladentaduraensuinterior.

—Entonces seré yo la que no quiera valer—añadió, convencida—. ¡Noquerré!Sólopuedoserloquetúpiensesquesoy.

Heyst se agitó imperceptiblemente. Ella puso unamano en su brazo sinlevantarlacabeza,ycontinuó;lavozsalíavivadelaquietuddelcuerpo:

—Nopodríaserdeotraformaentreunachicacomoyoyunhombrecomotú.Aquíestamos,soloslosdos,yyonosésiquieradóndeestamos.

—Enun lugar bastante conocido del planeta—contestó amablemente—.Debe haber, por lo menos, cincuenta mil mapas con el círculo, y lo másprobableesqueseancientocincuentamil.Miamigoseocupódelasunto,yeraunhombredeideasgrandiosasydefuertesconvicciones.Delosdos,éleraelconvencido.Cientocincuentamil,seguro.

—¿Quéquieresdecir?—preguntóellaenvozbaja.

—¿Dequétendríaqueculparte?—continuó—.¿Detusimpatía,tubondad,tuencanto…,tubelleza?

Sehizounsilencio,queconcluyólamuchacha:

—Es bueno que pienses eso demí.Aquí no hay nadie que piense sobrenosotros,parabienoparamal.

Eltimbreextrañodelavozdiounvalorespecialaloquedijo.Laemociónindescriptible que ciertas entonaciones despertaban en él, de sobra lo sabía,eran de índole más física que moral. Cada vez que le hablaba, parecíaentregarlealgodesímisma.Algomuysutileindescifrable,aloqueHeysteraextremadamente sensible y que habría lamentado sin remedio en el caso deperderlo. Mientras la miraba a los ojos, la muchacha levantó el desnudoantebrazoylodejóenelairehastaqueélsediocuentayseapresuróacolocarlosampliosybroncíneosbigotesenlapalidezdeaquellapiel.Luegoentraron.

Wangaparecióde inmediatoalpiede laverandaycomenzóaocuparse,puestoencuclillas,dealgunasplantas,congestomisterioso.CuandoHeystyla muchacha volvieron a salir, el chino ya se había marchado, con aquelpeculiar estilo, que sugería más un desaparecer de la existencia que unperderse de vista, un proceso de evaporación más que una traslaciónpropiamentedicha.Bajaronlaescalinataabuenpaso,ysedispusieronacruzarrápidamente el calvero; pero no habían avanzado diez yardas cuando, sin elmínimoruidodelator,Wanghizoactodepresenciaenelcuartovacío.Elchinoestaba inmóvil, pero con ojos inquietos, examinando las paredes como sibuscarasignos,inscripciones;escudriñandoelsuelocomosibuscaratrampasomonedas.LuegovolviólacarahaciaelperfildelpadredeHeyst,plumaenmano sobre una cuartilla blanca y un tapete grana. Semovió en silencio yempezóaquitarlamesadeldesayuno.

Aunque la operación se realizaba sin prisa, la infalible precisión demovimientos y la absoluta insonoridad la dotaban de cierto espíritu deceremoniaconjuratoria.Unavezcelebradalaceremonia,Wangdesapareciódela escena para materializarse de inmediato delante de la casa y alejarse acontinuaciónconintencionesnievidentesnisupuestas.Peroalcabodeunoscuantospasossedetuvo,diomediavueltaypusounamanodeviserasobrelosojos.ElsolhabíaremontadolascrestascenicientasdeSamburan.Lasextensassombrasdelamañanasehabíandisipadoy,allálejos,bajolosvoracesrayosde sol, Wang acertó a distinguir a Number One y a la mujer, dos siluetasremotas, perfiladas contra el límite umbrío de los bosques. Un instantedespués desaparecieron. Con el despliegue de energía más económico,tambiénWangdesaparecióbajolaluzdelsol.

Heyst y Lena se adentraron en la sombra del camino boscoso queatravesaba la isla y que, en el punto más elevado, había sido interceptadomediante el derribo de árboles. Pero su intención no era llegar tan lejos.Después de seguir el camino durante un tiempo, lo abandonaron dondeclareabalavegetación,ylosárboles,adornadosdeenredaderas,sedistinguíanunosdeotrosenlalobreguezdelapropiasombra.Aquíyallá,inundabanelsuelo grandes charcos de luz. Se desplazaron silenciosamente en la quietud,respirando la calma, el aislamiento infinito, en el reposo de una noche sinsueños.Aparecieronenelbordesuperiorde la floresta,entre las rocas;yenunadepresióndelaquebrada,especiedepequeñomirador,sevolvieronparacontemplardesdelaalturalasuperficiedelmar,alolejos,conelcolorsumidoen la luz del sol, el horizonte en una bruma ardiente, un simple reflejoinmaterialdelapálidaycegadorainfinitudproyectadaporelbrillointensodelcielo.

—Todo esto me marea —masculló la muchacha, cerrando los ojos yapoyandolamanoenelhombrodesucompañero.

Heyst,conlavistadirigidahaciaelSur,exclamó:

—¡Velaalavista!

Siguióunsilencio.

—Debeestarmuylejos—continuó—.Nocreoquepuedasverla.Algunaembarcación indígena navegando hacia las Molucas. Vamos, no podemosquedarnosaquí.

Conelbrazo rodeandosucintura, lacondujopendienteabajoduranteuntrecho hasta escoger un lugar en la sombra; ella se sentó en el suelo, y elhombreserecostóasuspies.

—¿No te gusta ver el mar desde ahí arriba?—comentó al cabo de untiempo.

Ella negó con la cabeza. Los espacios abiertos le resultaban la máshirientesdelasdesolaciones.Peroselimitóarepetir:

—Memarea.

—¿Demasiadagrandeza?—preguntó.

—Demasiada soledad. El corazón se me encoge —añadió en voz baja,comosiconfesaraunsecreto.

—Tengomiedodequemereproches,yconrazón,estassensaciones.Pero¿quéquerías?—dijoHeyst.

Sutonoerajovial,perolosojos,fijosenlacaradelamuchacha,estabanserios.Ellaprotestó:

—Yonomesientosolacontigo,nipizca.Sólomepasacuandovenimosaestesitioymirotodaesaaguaytodaesaluz…

—Entoncesnovolveremosmás—interrumpió.Lenaaprovechóelsilencioparadevolverlelamiradahastaqueéldesviólasuya.

—Parececomositodaslascosassehubieranhundido.

—Te recuerda la historia del diluvio—musitó Heyst, a sus pies—. ¿Letienesmiedo?

—Másmiedomedaríaestandosola.Cuandomerefieroamí,esovaleparalosdos.

—¿Tú crees…?—Heyst guardó silencio—. ¿Lamentarías el espectáculodeunmundodestruido?—susurró.

—Lolamentaríaporlagentefelizqueviveenél—contestósencillamente.

Lamiradadelhombreviajóporsucuerpoyllegóalacara,dondepareciódetectar la chispa oculta de la inteligencia, igual que el relumbre del sol seaveriguaatravésdelasnubes.

—Yo hubiera creído que ellos precisamente merecerían la enhorabuena.¿Noteparece?

—Oh,sí,entiendoloquequieresdecir;peropasaroncuarentadíasantesdequetodoterminara.—Yaveoquenotefaltadetalle.

Heystdijoloprimeroqueseleocurrióparanoquedarsemirándolaconlabocaabierta.Ellanolemiraba.

—Laescueladominical…—murmuró—.Ibasiempreallí,desdelosochoalostreceaños.VivíamosalnortedeLondres,porencimadeKingslandRoad.Noeranmalostiempos.Mipadreganabadineroenaquelentonces.Ladueñade la casa solía mandarme por las tardes con sus propias hijas. Una buena

mujer. El marido trabajaba en correos. Archivero o algo por el estilo. Unhombrepacífico.Devezencuandosalíaalturnodenoche,despuésdecenar.Undíatuvieronunapeleaysefuecadaunoporsulado.Recuerdoquesemesaltaban las lágrimas cuando tuvimos que hacer las maletas y buscar unapensiónatodaprisa.Nuncasupequépasó,aunque…

—Eldiluvio—dijoHeyst,untantoausente.

Sintióunaconscienciaintensadelapersonalidaddelamuchacha,comosiaquél fueraelprimermomento,desdequeseconocieron,enqueencontrabaunhuecodetiempoparamirarla.Elpeculiar timbredelavozfemenina,consus registros de tristeza y descaro, habría dotado de interés al cascantemásinsulso.Peronoeraunacharlatana.Erabastantesilenciosa,conciertaaptitudpara la inmovilidad, para una tensa quietud, como cuando descansaba en latarimadelosconciertosentrenúmeroynúmero,lospiescruzados,lasmanosenelregazo.Peroenlaintimidaddesusvidas,lamiradagriseinalterabledeLena producía en él la impresión de algo inexplicable que dormía en suinterior; inspiración o estupidez, debilidad o fortaleza, o sencillamente unvacío abismal, plegado en sí mismo incluso en los momentos de completoabandono.

Hubo una pausa prolongada y ella no le miró. Luego, repentinamente,como si la palabra «diluvio» hubiera producido algún efecto, preguntó,mirandoelcielodespejado:

—¿Aquínolluevenunca?

—Hayunaestaciónen laque llueve casi todos losdías—lapregunta lesorprendió—.Tambiénhaytormentas.Unaveztuvimosunalluviadebarro.

—¿Lluviadebarro?

—Nuestro vecino estaba escupiendo cenizas, es su forma de aclarar esaachicharradagarganta suya, y hubouna tormenta almismo tiempo.La cosafue bastante sucia.Nuestro vecino es por norma general bien educado, sólofumaensilencio,comoeldíaenqueteenseñélamanchaenelcielodesdelacubiertadelagoleta.Esevolcánesuntipobonachónyperezoso.

—Yohevisto salir humodeunamontaña comoésa—dijo lamuchachafijándoseeneltalloestilizadodeunhelecho,docepiesdelantedeella—.Nofue mucho después de dejar Inglaterra, quizá fueran unos cuantos días. Alprincipio me sentí tan mal que perdí la noción del tiempo. Una montañahumeante.Nomeacuerdodecómolallamaban.

—Vesubio,quizá—sugirióHeyst.

—Éseeselnombre.

—Yotambiénlovihaceaños—dijoél.

—¿Viniendohaciaaquí?

—No,mucho antes de que pudiera imaginar siquiera que conocería estapartedelmundo.Eraunniñotodavía.

La muchacha se volvió y le miró atentamente, como si pretendieradescubriralgún trazodeaquella infanciaenel rostromadurodelhombredepeloraloylargosyespesosbigotes.Heystaguantóelexamenconunasonrisadivertida,disimulandoelefectoprofundoquelosojosveladosygrisesteníanla virtud de producir—ya fuera en su corazón o en sus nervios, sensual oespiritual,tiernooirritante,yqueéleraincapazdepronosticar—.

—Bien,princesadeSamburan—dijo,porfin—,¿hemerecidoelfavordetusojos?

—Estabapensando—dijoenvozbaja.

—Pensamiento,acción:cuántastrampas.Siempiezasapensarprontoserásdesgraciada.

—Nopensabaenmí—declaróconunasencillezquecogiódesprevenidoaHeyst.

—Enbocadeunmoralistaesosonaríaareprimenda—dijomedianamenteserio—.No quiero pensar que tú seas uno de ellos. Losmoralistas y yo nohemoshechomigasdurantemuchosaños.

Leescuchabaconatención.

—Sabía que no tenías amigos.Me alegra que no haya nadie que puedaculparte por lo que has hecho.Me gusta pensar que nome he puesto en elcaminodenadie.

Heysthabríadichoalgo,peroellanolediotiempo.Sinrepararenelgestoquehizo,continuó:

—Estabapensandoenquéhacíastúaquí.

Heystseapoyóenelcodo.

—Si por «tú» quieres decir «nosotros», bueno, ya sabes lo que estamoshaciendoaquí.

Ellaseinclinóparamirarlemásdecerca.

—No es eso. Quiero decir antes. Todo ese tiempo antes de que meencontrarasyadivinarasqueteníaproblemasyquenadiemeibaaecharunamano.Yasabeslodesesperadaqueestaba.

La voz desfalleció en las últimas palabras, como si terminaran allí; perohabíaalgotanexpectanteenlaactituddeHeyst,sentadoasuspies,mirándola

fijamentedesdeabajo,quelamuchachacontinuótrasdarseunbreverespiro:

—Eso era, en realidad. Te dije que había tenido problemas con ciertostipos.Mesentíadesgraciada, inquietay tambiénfuriosa. ¡Perocómoodiaba,odiabayodiabaaaquelhombre!

«Aquel hombre» era el colorado Schomberg con su porte militar,benefactordelosblancos(«comidadecenteendecentecompañía»),lavíctimamadura de una pasión tardía. La muchacha se estremeció. La armoníacaracterísticadesurostrosedescompusomomentáneamente.Heystseasustó.

—¿Yquétepareceahora?—exclamó.

—Entoncesestabaacorralada.Noeracomoantes,sinopeor,muchopeor.Queríamorirme,aunquefuerademiedo.Sóloahoraempiezoaentenderaquelhorror.Sí,sóloahora,desdequenosotros…

Heystseremovióunpoco.

—Vivimosaquí—concluyó.

Lacrispaciónfuecediendoyelrostrocongestionadovolviógradualmenteasucolor.

—Sí—dijoconaireausente,altiempoqueledirigíaunafurtivamiradadereconocimientoyentrega; luego lamelancolíavelósucara,elcuerpoenterodesfallecióimperceptiblemente—.¿Peroibasavolveraquí,detodasformas?

—Sí.EstabaesperandoaDavidson.Ibaavolver,sí,aestasruinas,aWang,quienquizánoesperaravermeotravez.Esimposibleadivinarlaformaenqueesechinosacaconclusionesyleescrutaauno.

—Nohablesdeél.Meponenerviosa.Háblamedeti.

—¿Demí?Ya veo que todavía estás obsesionada con elmisterio demividaenestesitio;peronohaymisterioenabsoluto.Paraempezar,elhombrede la pluma que miras tan a menudo es el responsable de mi existencia.Tambiénesresponsabledeloqueesmivida,omásbiendeloquehasido.Eraungranhombre,asumanera.Nosémuchodeél.Supongoqueempezócomocualquierotro,tomandolaspalabrashermosaspormonedaencirculaciónylosnoblesidealesporbilletesdebanco.Fueungranmaestroenambasmaterias,todoseadicho.Mástardedescubrió…¿Cómopodríaexplicártelo?Supónqueel mundo fuera una fábrica y que la humanidad trabajara en ella. Bueno,descubrió que los sueldos no eran suficientes.Yque se pagaban con dinerofalso.

—Entiendo—dijodespaciolamuchacha.

—¿Deverdad?

Heyst,quehablabacomoensimismado,levantólavistaconcuriosidad.

—Noesquefueraundescubrimiento,peroempleótodosutalentosatíricoendemostrarqueloera.Untalentosinlímite.Habríapodidoanegarelplaneta.No sé a cuántos llegó a convencer.Mi cerebro estabamuy tierno todavía ysupongoquealajuventudselaseducefácilmente,inclusopornegación.Erabastante implacable, pero no le faltaba piedad. Me dominaba sin mayoresfuerzo. Un hombre despiadado no lo habría conseguido. Se mostrabacomplaciente hasta con los estúpidos. Podía resultar insultante, pero erademasiadograndeparadedicarsealescarnio.Loquedijonoteníasignificadopara las multitudes; no podía tenerlo. Y yo me sentía halagado porencontrarmeentreloselegidos.Ellosleíansuslibros,peroyoleescuchabadevivavoz.Eradeslumbrante.Comosiaquellamentemehubieraescogidoparasus confidencias y llegara a proporcionarme una intuición especial en eldominio de la desesperación. Una equivocación, sin duda. Hay algo de mipadre en cada hombre que llega a viejo. Pero lamayoría no dice nada.Nopuede.Nosabríancómoo,talvez,noquerríansilosupieran.Elhombreesunaccidenteimprevistoynoresisteunaindagaciónprofunda.Sinembargo,aquelhombreenparticular,murióconlamismaplacidezconqueseduermeunniño.Perodespuésdehaberleescuchadonopodíarebajarmealaluchacallejera.Mepusearodarymequedérodandoadistancia,comounespectador,siesofueraposible.

Los ojos grises de la mujer le habían mirado a la cara durante muchotiempo.Descubrióquecuandosedirigíaaellaeraenrealidadcomosihablaraconsigomismo.LamiradadeHeyst secruzócon la suya.Pareciódarseporenteradoconunarisagraveyuncambiodetono.

—Todoestonoexplicaporquévineaeste lugar.¿Porqué,entonces?Escomo hurgar en esos misterios inescrutables que tampoco valdría la penaescrutar.Loshombresvanconlacorriente.Inclusoalosexitososlesllevalacorriente.Noquierodecirqueestoseaunéxito.Nomecreeríassitelodijera.No loes.Tampocoes eldesastroso fracasoqueparece.Nodemuestranada,comono sea, acaso, alguna profunda debilidad demi carácter, y ni siquieraesoescierto.

Lamirófijamente,conojostanseriosqueellasesintióobligada,dadoquehabía comprendido sus últimas palabras, a responderle con una sonrisatrémula.Lasonrisaseproyectó,conmayordebilidadtodavía,enloslabiosdeHeyst.

—Todoestonotehahechoadelantarmucho—continuó—.Laverdadesque no hay respuesta para tu pregunta; pero los hechos tienen cierto valorobjetivoytevoyacontarunhecho.Undíatropecéconunhombreacorralado.Utilizo la palabra porque define con exactitud la situación de ese hombre y

porquetúlahasutilizadopersonalmente.¿Sabesloqueesosignifica?

—¿Terefieresalodehombre?—murmurósorprendida.

AHeystledivirtieronsusojosmaravillados.

—No.Merefieroasucaso.

—Yaimaginabaquenopodíasereso—observóenvozbaja.

—No quiero aburrirte con la historia. Un asunto de aduanas, aunque tesuene raro. Prefería que lo asesinaran directamente, es decir, que ledespacharanelalmaparaelotromundo,antesquelequitaranloquetenía,unaauténticamiseria,enéste.Supequecreíaenelotromundoporquecuandoleacorralaron,comoyatehedicho,sehincóderodillasyrezó.¿Quéteparece?

Heystsedetuvo.Ellalemirógravemente.

—¿Notereístedeél?

Hizoungestotajantedeprotesta.

—Miqueridamuchacha,nosoyuncanalla.

Luego,volviendoaltonohabitual:

—Nisiquierasemeescapóunasonrisa.Aquellonomehacíagracia,nosépor qué. No, no era divertido. Eramás bien patético; era el más destacadorepresentante de las víctimas delGranChiste.Aunque gracias a su solitarialocura el mundo se mueve y resulta bastante respetable, después de todo.Además, era loque sediceunhombrebueno.No lodigopor los rezos.Enabsoluto.Erarealmenteuntipodecente,bastanteinadaptadoaestemundo,unfracasado,unbuenhombreacorralado,unespectáculoparaundioscualquiera,peronoparalosmortales,quenosefijanenesaclasedecosas.

Parecióocurrírselealgo.Sevolvióhacialamuchacha.

—Ytú,quetehassentidoasí,¿nopensasteenponertearezar?

Niensusojosniensusfaccionessedelatóelmásmínimomovimiento.Selimitóadecir:

—Nosoyloquelagentellamaunabuenachica.

—Esosepareceaunaevasiva—dijoHeystdespuésdeuncortosilencio—.Bueno,pueselbuenhombrerezóy,comonotuvoreparoenconfesarlo,lasituación acabó por resultarme cómica. No, no me malinterpretes; no merefiero, por supuesto, al hecho en sí. Tampoco la idea de la Eternidad, loInfinito, la Omnipotencia, reclamada para deshacer la conspiración de dosmestizosymiserablesportugueses,llegóahacermesonreír.Desdeelpuntodevista del suplicante, el peligro que tenía que conjurar era como el fin del

mundo o algo peor. No. Lo que prendió mi imaginación fue que yo, AxelHeyst, la criatura más despegada de este mundo de gente atrapada, la máserrática,queandabapor lavidaconla indiferenciadeunpaseante,estuvieraprecisamente allí para desempeñar el papel demensajero de la Providencia.Yo,unhombrecuyaincredulidadydesdéntienenproporcionesuniversales…

—Exageras—leinterrumpiólavozseductoraenunciertotonocariñoso.

—No.Yo no soy así ni por nacimiento ni por convicción, ni por ambascosas.Yonosoyenabsolutoelhijodelhombredelcuadro.Yosoyél,entodo,menosenel talento.Tengo inclusomenosdelquesospecho,porquehastaeldespreciosemedebilitaconelpasodelosaños.Nuncamehedivertidotantocomoconeseepisodioenelquedeprontofuillamadoaactuardeformataninconcebible.Duranteunmomentodisfrutédeverdad.Ylosaquédelpozo.

—¿Quieresdecirquesalvasteaunhombreporpuradiversión?¿Sóloporeso?

—¿A qué viene ese tono suspicaz?—contestó Heyst—. Ese angustiosoespectáculonomehizodisfrutar lomásmínimo.Loque tú llamasdiversiónvinodespués,cuandocaíenlacuentadequeparaélyoeralapruebavivienteysobredospiernasdelaeficaciadesuoración.Mequedéunpocoperplejo.¿Cómopodíadiscutirconél?Nosediscuteconunaevidenciaasí,apartedequehubieraparecidoqueelméritoera todomíoynode laProvidencia.Sugratitud era de las que daba miedo. Divertida situación, ¿no te parece? Lomalovinodespués,cuandonosquedamosavivirenelbarco.Mehabíaatadoyomismo en unmomento de descuido.No sé expresarlo con exactitud.Dealgunamanera,unoseataalaspersonascuandohacealgoporellas.¿Aesosellamaamistad?Noestoysegurodequelofuera.Sóloséquequienseataestáperdido.Elgermendeladestrucciónsehametidoensucuerpo.

El tono de Heyst era, no obstante, ligero, con esa jovialidad con quesalpicaba las palabras y que parecía tener la misma naturaleza que suspensamientos. Lamuchacha que había encontrado, de quien se había hechocargo, a cuyapresencia no se había acostumbrado todavía, y con la cual nosabía cómo vivir, ese ser humano tan próximo y, sin embargo, extraño, lehabíaproporcionadounsentidomásintensodesupropiarealidadqueelqueleproporcionaratodasuvidajunta.

Capítulo4

Lena permaneció con las piernas encogidas, los codos apoyados en larodillaylacabezasujetaporambasmanos.

—¿Tecansasdeestarsentada?—preguntóHeyst.

Ungestoapenasperceptibledelacabezafuelarespuestaqueobtuvo.

—¿Quémiras tan seria?—volvió a preguntar, para pensar de inmediatoque la gravedad como norma era, a la larga, muchomás soportable que laalgazara constante—.A pesar de todo, esa expresión te sientamuy bien—añadió, no como cumplido, sino porque esa afirmación seguía sinceramentelasinclinacionesdesugusto—.Comoestoymásomenossegurodequenoesel aburrimiento la causa de tu seriedad, estoy dispuesto a quedarme aquísentadoycontemplartehastaquetúdecidasquenosvayamos.

Y era verdad. Estaba todavía bajo el fresco sortilegio de aquella vidacompartida, bajo el estímulo de la novedad, de la vanidad halagada por laposesióndelamujer;ésossonlossentimientosdeunhombreamenosquesehayadesleídosunaturaleza.Losojosdelamuchachalemiraronysequedaronenél;luegovolvieronasufijezaenlasombraprofunda,alpiedelosárbolescuyascopasdesplegadasyarecogíanlentamentesusombra.Elairecalienteseagitaba sobre aquella cabeza inmóvil. Un oscuro temor de traicionarse a símisma le impedía mirarle. Sintió en lo más íntimo el deseo irresistible deentregarse a él de forma más completa, mediante un acto de sacrificioabsoluto.Eraalgodesconocidoparaella,unserextrañoysindeseo.Notóquelosojosdelhombrese leclavaban.Comoélcontinuaraensilencio,dijoconinquietud,porquenuncasabíaloquesignificabansussilencios:

—¿Asíquevivisteconeseamigo,conesebuenhombre?

—Untipoexcelente—contestóHeystconunarapidezquenoesperaba—.Pero, pormi parte, fue una debilidad. Realmente, no quería, pero él nomedejabairyyonopodíaexplicárselo.Eralaclasedehombrealaquenopuedeexplicarsenada.Habríasidounabarbaridaddestrozarsudelicadasensibilidadconlaconversaciónclaraqueexigíaelcaso.Sucabezaeracomounacámarablanqueadaysinmácula,amueblada,esundecir,conseistaburetesdemimbrequecambiabadesitiounayotravez.Laconvivenciaresultabamuycómoda.Hastaqueseagarróaesaideadelcarbóno,másbien,laideaseagarróaél.Esafantasíasemetióenlacámaraysesentóentodoslostaburetes.¡Noselapudosacardeallí!Haríasufortuna,mifortuna,lafortunadetodoelmundo.Enotrostiempossolíapreguntarmeamímismo,enlosmomentosdedudaquesobrevienenatodoelquetienedecididopermanecerajenoalosabsurdosdelaexistencia, y me lo preguntaba con miedo, la manera en que la vida meagarraríaamí. ¡Yésa fue lamanera!Se lemetióen lacabezaquenopodíahacernadasinmí.¿Seríayo,decía,elqueibaarechazarleyaarruinarle?Elhechoesqueciertamañana(mepreguntosiesanocherezóderodillas),ciertamañanaacepté.

Heyst tiróviolentamentedeunpuñadodehierba secay laarrojóconun

gestoderabia.

—Acepté—repitió.

Lamuchachaobservó,desviando sólo lamirada, la crispaciónde la caracon el interés intenso que su persona despertaba en el pensamiento y en elcorazón.Perolanubesedisipóenseguida,dejandounrastrohosco.

—Eradifícilresistirenunsitiodondenuncapasanada.Ypuedequehayaenmi carácter algún ramalazo de locura.Me divertía darle vueltas a frasesestúpidasymanidas.Nuncafuitanreputadoenlasislascomocuandoempecéachapurrearesegalimatíasdecomerciante,propiodeunimbécilauténtico.Tedoymipalabradequecreoquefuirespetadorealmenteduranteuntiempo.Eramás serio que un lechuzo. Tenía que ser leal. Y fui, dentro de misposibilidades,completamentelealdeprincipioafin.Creíaqueélsabíaalgodecarbón. Si hubiera imaginado que no tenía ni idea, como así fue, no sé quéhabría hecho con tal de detenerle. De una u otra forma, le debía lealtad.Verdad, trabajo, ambición, amor propio, pueden ser sólo fichas en eldespreciableylamentablejuegodelavida,perosiunolascoge,suobligaciónes seguir el juego. No, el fantasma de Morrison no tiene motivos paraacosarme.¿Quétienes?¿Porquémirasdeesamanera?¿Tesientesmal?

Heyst hizo el gesto de levantarse. La muchacha alargó el brazo paradetenerleyélsiguiómirándola,sentado,apoyadoenunbrazo,observandosuexpresióndeangustia,comosilefaltaraelaire.

—¿Qué te ha pasado? —insistió, notando una extraña impotencia paramoverse,paratocarla.

—Nada—murmurótristemente—.Nopuedeser.¿Quénombredijiste?Noloheoídobien.

—¿Nombre?—repitióaturdido—.SólohemencionadoaMorrison.Esdequienteestabahablando.¿Quésucede?

—¿Ydicesqueeraamigotuyo?

—Hasescuchadolosuficienteparajuzgarportimisma.Sabesyatantodenuestrarelacióncomoyo.Enestapartedelmundolagentesedejaguiarporlasaparienciasynos llamabaamigos,hastadondeyorecuerdo.Apariencias,¿quémássepuedepedir?Nohayotracosa,nimejornipeor.

—Quieresconfundirmeconlaspalabras—exclamóella—.Nodebesreírtedeesto.

—¿Quenodebo?Bueno,puesnodebo.Esunapena.Quizáfueralamejormanera—dijoenuntonoqueensucasopodríallamarsesombrío—.Amenosqueunopudieraolvidarlasestupidecesyolvidarlasdeltodo.

Volvió a su estilo ligeramente irónico como si volviera a un hábitoasimiladoinclusoantesdequeselehubieradespejadolamenteconelusodelarazón.

—¿Porquémemirasconesadureza?Oh,noesquepongareparos,perointentarénoacobardarme.Tusojos…

Losmirabasindisimulo,comosienesemomentosehubieraolvidadoporcompletodeldifundoMorrison.

—No —exclamó de pronto—. ¡Qué impenetrable te hacen esos ojosgrises!Ventanasdel alma los llamóunpoeta.Lomás seguro es que tuvieravocacióndecristalero.Lanaturalezatehadejadobienprovistaparaelrecato.

Cuando terminó de hablar, lamuchacha siguió su hilo con el aliento ensuspenso.Élescuchósuvoz,elpoliformeencantoquecreíaconocertanbien,diciendoenuntonodesconocido:

—¿Yesesociotuyoestámuerto?

—¿Morrison?Oh,sí,comoyatedije,él…—Nuncamelohasdicho.

—¿De veras? Creía que sí; o quizá pensaba que debías saberlo. PareceimposiblequealguienconquienyohablenosepaqueMorrisonestámuerto.

LenabajólospárpadosyaHeystleasustóunavagaexpresióndehorrorensucara.

—¡Morrison! —susurró la muchacha en un tono consternado—.¡Morrison!

Dejócaerlacabeza.Incapazdeentreversusfacciones,Heystdedujodelavozque,porunauotrarazón,leconmovíanlassílabasdeaquelnombredetanatenuadoromanticismo.Unaideacruzósucerebro:¿lehabríaconocido?Perolasimplediferenciadeorígeneslohacíaaltamenteimprobable.

—¡Esextraordinario!—dijo—.¿Hasescuchadoantesesenombre?

Ella asintió varias veces con rápidos y breves movimientos de cabeza,comosinoseatrevieraapronunciarlaspalabras,siquieraamirarle.Semordióloslabios.

—¿Conocisteaalguienconesenombre?—preguntó.

La chica respondió con un gesto negativo; y al fin habló, entrecortada,sobreponiéndose a las vacilaciones del miedo. Había oído hablar de esehombre,ledijo.

—¡Imposible! —respondió convencido—. Estás equivocada. No puedeshaberloescuchado.Es…

Se paró de golpe, con la seguridad de que hablar de ese modo eraperfectamenteinútil,dequenosepuedediscutirconelaire.

—Peroheoídohablardeél,sóloqueentoncesnosabíaquiénera,nipodíaadivinarqueeradetusociodelquehablaban.

—¿Hablabandemisocio?—repitióHeystenvozbaja.

—No—parecía tan desconcertada e incrédula como él—.No.De quienhablabanenrealidaderadeti,sóloqueyonolosabía.

—¿Quiéneseran?—levantólavoz—.¿Quiénhablabademí?¿Dónde?

Alhacerlaprimerapreguntasehabíaincorporado.Porúltimo,seplantóderodillasanteellaysuscabezasquedaronalamismaaltura.

—Dóndeibaaser,enesaciudad,enesehotel.¿Enquéotrolugar,sino?

La idea de que hablaran de él era siempre novedosa para el reducidoconcepto que tenía de sí mismo. Por un instante se quedó tan sorprendidocomosicreyeranosermásqueunasombrarevoloteandoentreloshombres.Además, tenía lasensacióncasi inconscientedequequedabaporencimadelniveldechismorreodelaisla.

—Pero al principio dijiste que era de Morrison del que hablaban —comentó a lamuchacha, aplastándose sobre los tobillos y con un interés yarelativo—. Es raro que tuvieras ocasión de escuchar una cosa así. Tenía laimpresióndequenoveíasanadiedellugar,comonofueradesdeelescenario.

—Olvidas que no vivía con las demás. Después del almuerzo solíanregresaralPabellón,peroyoteníaquequedarmeenelhotelyhacercostura,oloquefuera,enelcuartoenelquehablaban.

—Nolohabíapensado.Porcierto,todavíanomehasdichoquiéneseran.

—Quiénibaaser,esabestiahorribleconlacaraencarnada—contestóconlarabiaquelasolamencióndelhoteleroprovocabaenella.

—Ah,Schomberg—murmurócondespreocupación.

—Hablabaconeljefe,Zangiacomo,quierodecir.

Teníaquesentarmeallí.Aqueldiablodemujernodejabaquemefuera.MerefieroalaseñoraZangiacomo.

—Me lo imaginaba —murmuró Heyst—. Disfrutaba atormentándote detodas las formasconcebibles.Peroes francamenteextrañoqueelhotelero lehablaradeMorrisonaZangiacomo.Porloquepuedorecordar,lehabíavistomuypoco.Conocíaaotrosmuchomejor.

Lamuchachaseestremeció.

—Ésefueelúniconombrequepudeescuchar.Meponíaenelotroextremode la habitación, todo lo lejos que podía. Pero cuando el bestia empezaba agritarleescuchabaaunquenoquisiera.Ojalánolehubieraescuchadonunca.Simehubieralevantadoysalidoporlapuerta,creoquelamujernomehabríamatado;peropodíahumillarmedelaformamásodiosa,conamenazasyconinsultos.Cuandotevendesvalidanohaynadaquepareaesagentuza.Sóloséqueesgentuza, auténticosmalosbichos.Tengo la sensacióndeque siempremedominan.Asílerompenaunalacondición.Medanmiedolosperversos.

Heystobservóel cambiode expresiónde la cara.Ledio ánimos, con suprofundasimpatía,tratandodequitarhierroalacosa.

—Te entiendo bastante bien. No necesitas disculparte por tu agudaobservacióndelamaldadhumana.Yomeparezcounpocoati.

—Nosoymuyresuelta—dijolamuchacha.

—Bueno,niyomismoséquéharía,quécarapondríaaunacriaturaquemeparecieralaencarnaciónvivadelmal.Notienesqueavergonzarte.

Suspiró, alzó la desvaída y cándidamirada y dijo con una expresión detimidez:

—Noparecequequierassaberloquedecía.

—¿SobreelpobreMorrison?Nopodíasernadamalo,elpobretipoeralainocenciapersonificada.Además,estámuertoylomásseguroesqueyanoleimportenada.

—¡Me refiero a lo que decía de ti! —gritó—. Decía que el socio deMorrison le sacó todo lo que pudo y luego…, luego, bueno, fue igual queasesinarle,lemandóamorirenalgúnsitio.

—¿Ycreesesodemí?—inquiriótrasunmomentodeabsolutosilencio.

—No sabía que tuviera nada que ver contigo. Schomberg hablaba de unsueco. ¿Cómo iba a saberlo? Lo supe cuando empezaste a contar cómollegasteaquí…

—Ahoratienesmiversión—Heystseesforzabaenhablarcontranquilidad—.Deformaqueasísevioelasuntodesdefuera—murmuró.

—Recuerdoquedijoquetodoelmundoconocíalahistoriaenestaregión—añadiósintomarrespiro.

—Quécurioso,queesomeafecte—dijoparasíFleyst—.Yquetodavíalohaga.Deboestartanlococomotodosesosqueconocenlahistoriayque,sinduda,lacreen.¿Recuerdasalgomás?—sedirigióalamuchachaconuntonodeinexorableeducación—.Heoídohablaramenudodelasventajasmoralesdeverse aunomismocomo leven losdemás. Investiguemosunpocomás.

¿Nopuedesacordartedealgunaotracosaqueellossupieran?

—¡Noterías!—gritóLena.

—¿Me he reído? Te garantizo que no me he dado cuenta. No voy apreguntartesicreesenlaversióndelhotelero.Seguramenteconoceselvalordelosjuicioshumanos.

Ella separó las manos, las movió un poco y volvió a cruzar los dedos.¿Aceptaba?¿Protestaba?¿Eraesotodo?Heystsetranquilizócuandovolvióaescucharaquellavozencantadoraquefascinabayreconfortabaauntiempo,yqueconvertíaalamuchachaenalguiendignodeseramado.

—Loescuchéantesdequenoshabláramostúyyo.Luegosemeperdióenlamemoria.Semeperdieron todas las cosas en lamemoria, ymealegraba.Era empezar contigo desde cero, tú lo sabes.Ojaláme hubiera olvidado dequiénera;hubierasidomejor.Yapuntoestuvedeolvidarlo.

Leconmoviólacalidadvibrátildelasúltimaspalabras.Parecíansusurraralgún misterioso conjuro en términos secretos de particular trascendencia.Pensóquesillegaraahablarleenunalenguadesconocida,lasolabellezadelsonido le esclavizaría, sugiriéndole abismos encontrados de sabiduría y desentimiento.

—Elnombresemequedógrabadoycuandotúlomencionaste…

—Serompióelsortilegio—murmuróHeystcongestodedecepción.

Lamuchacha, desde una posición un pocomás elevada, contempló conojos mudos el silencio del hombre de quien ahora dependía con unaincondicionalidad de la que no fue consciente hasta ese momento; porque,hastaentonces,nuncahabíaflotadoentreelcieloylatierracomoenelhuecodesubrazo.¿Ysisecansabadelfardo?

—¡Además,nadiehubieracreídoesecuento!

Heyst volvió a la realidad con un estallido de risa que obligó a lamuchacha a abrir más todavía sus ojos estupefactos. Fue un reflejoestrictamente mecánico, porque apenas se sorprendía o se emocionaba. Dehecho,leentendíamejorqueenotromomentocualquiera,desdequepusolosojosenél.

Heystriosocarronamente.

—¿Enquéestáspensando?Comosipudieraimportarmeloquealagentele haya dado por decir o creer desde la creación del mundo hasta laconsumacióndelostiempos.

—Nunca te había escuchado reír hasta hoy—señaló Lena—. Ésta es lasegundavez.

Seincorporódeltodo,dominandoalamuchachadesdesualtura.

—Esoesporquecuandoelcorazóndeunoseabreporelcaminoquetúhasabiertoelmío,todaclasededebilidadestienenlaentradalibre:vergüenza,ira,indignaciones estúpidas, estúpidos temores y risas estúpidas también. Mepreguntolainterpretaciónquevasadarleaeso.

—Una no muy alegre, por cierto —dijo ella—. Pero ¿por qué estásenfadado conmigo? ¿Te arrepientes de haberme librado de esas bestias? Tedijequiénerayo.Ypudisteverlo.

—¡Cielos!—murmuró.

Habíarecuperadoeldominiodesímismo.

—Teaseguroquevimásdeloquetúpudierascontarme.Podíavermuchomásinclusodeloquesospechas.Peronoeresdemasiadotransparente.

Volvióasentarseenelsuelo,asulado,ylecogiólamano.Ellapreguntódulcemente:

—¿Quémásquieresdemí?

—Loimposible,supongo—dijoconvozconfidencialyapretandolamanoqueteníacogida.

Elapretónnofuedevuelto.Heystsacudiólacabezacomoparaexpulsarunpensamientoyañadió,convozmássuave:

—Nadamenos.Ynoesporquenomedécuentadeloquetengo.No.Esporque pienso tanto en lo que he conseguido que nome parece tenerlo deltodo.Yaséquenoesmuyrazonable.Ahoranodebesocultarmenada.

—Además,nopodría—contestó,dejando lamano, inerte, en lade él—.Sólodesearíapoderofrecertealgomás,algomejor,loquetúquisieras.

Leconmovióeltonosincerodeestaspalabrassencillas.

—Tediré qué puedes hacer. Puedes decirme si te hubieras ido conmigo,caso de saber de quién estaba hablando ese idiota detestable del hotelero.¡Nadamenosqueunasesino!

—Peroyonoteconocíaentonces—exclamó—.Yteníasentidosuficientecomo para entender lo que estaba diciendo. En realidad, aquello no eraasesinar.Nuncapenséquelofuera.

—¿Qué lehizo inventarsemejanteatrocidad?Pareceunanimalestúpido.Esestúpido…¿Cómose lasarreglópara tramaresecuento fantástico?¿Tanvil es mi apariencia? ¿Tengo la cara tiznada de egoísmo? ¿O es algo tanconsustancialalhombrequepuededecirsedecualquiera?

—Esonoeraasesinar—insistióellagravemente.

—Yasé.Comprendo.Erapeor.Encomparación,mataraunhombreesunactodedecencia,aunqueyonolohehechonunca.

—¿Yporquéteníasquehacerlo?—preguntóconvoztrémula.

—Miqueridamuchacha,nosabeslaclasedevidaalaquefuiempujadoenpaíses que no conocía, en las selvas; es difícil que te hagas una idea. Hayhombres que, sin haber pasado por esos trances, han tenido que…, quederramar sangre, como suele decirse. Incluso la jungla contiene tesoros quetientan a la gente; pero yo no tenía proyectos, ni siquiera determinaciónsuficientequemehicieramásobstinadodelodebido.Rodaba,sencillamente,mientrasotrosquizásedirigieranaalgúnsitio.Laindiferenciaporelcaminooporlospropósitoslehacenaunomáspacífico,porasídecir.Y,francamente,puedodecirtambiénquenuncatemí—nodiréporlavida,herechazadodesdeelprincipioloquelagenteentiendeconesemundo—porseguirvivo.Nosésiesesoloqueloshombresllamanvalor,perolodudomucho.

—¡Tú!¿Túnotienesvalor?—protestóella.

—Realmente,nolosé.Almenosnopertenezcoaesaclasequerabiaportenerunarma:nuncahesentidolanecesidaddeutilizarunarmaenlaspeleasen lasqueunhombresemetealgunasvecesde lamaneramás ingenua.Losmotivos por los que un hombremata a otro se parecen a todo lo que hace,lamentables y penosos, cuando se echa la vista atrás. Ni he matado a unhombreniheamadoaunamujer,niconpensamientosniconsueños.

Sellevólamanoaloslabiosyladejóenellosduranteuntiempoenelcualella se acercó un poco más a él. Después del prolongado beso, seguíarenunciandoasoltarlamano.

—Amar,matar, las empresasmás arduas en la vidadeunhombre.Yyocarezco de experiencia en ambas. Tienes que perdonar todo lo que haya dedesagradableenmicomportamientoodeincomprensibleenmispalabras,odeinoportunoenmissilencios.

Se movió dificultosamente, un poco disgustado por la actitud de ella,aunque indulgente, y sintiendo que en esos momentos de calma absolutaapretarsumanosuponíaanudarunlazomásestrechotodavía,yhastaentoncesdesconocido.Pero, incluso en esemismo instante, seguía sin abandonarle elsentido de lo incompleto—que parecía no iba a superar nunca—, esa fatalimperfeccióndetodoloqueregalalavidayqueeselorigendeladesilusiónydeldesengaño.

Amododerespuesta,apretófuriosamentesumano.Laexquisitezyjovialecuanimidad,productosdelaeducaciónydeldesprecio,desaparecíanjuntoa

suamargalibertad.

—¡Dices que no es asesinar! Ya supongo. Pero cuando me indujiste ahablar, cuando apareció el nombre, cuando comprendiste que era de mí dequiensedecíanesascosas,tealteraste.Pudeverlo.

—Estabaunpococonfundida—dijoella.

—¿Porlabajezademiconducta?

—Notejuzgaría.Notejuzgaríapornadadelmundo.

Seríacomoatreversea juzgar todas lascosasqueexisten—con lamanolibrehizoungestoquequisoabarcar la tierrayelcielo—.Nuncaharíaalgoasí.

SobrevinounsilenciorotofinalmenteporHeyst:

—¡Yo!¡Yo!¡HaceraMorrisonundañodefinitivo!Yo,quenosoportabaherirsussentimientos,querespetabainclusosudemencia.Sí,esalocuracuyosrestos están todavía esparcidos por laBahía delDiamante. ¿Quémás podíahacer?Élseempeñabaenmirarmecomoasuredentor.Aduraspenasreprimíalo de la eterna deuda que había contraído conmigo; era una gratitud queagotabamivergüenza.¿Quépodíahacer?Queríapagarmeconestecarbóndelinfiernoyyoteníaqueseguirleeljuegocomoselesigueaunniñoeneljardíndeinfancia.Nohabíapensadoquelehumillaríamásdeloquesehumillaaunniño. ¡De qué sirve hablar de todo esto! Por supuesto, la gente de aquí nollegaría a entender nunca nuestra auténtica relación. ¿Pero cuál era lacuestión?¡MataralviejoMorrison!Puesbien,esmenoscriminal,menosruin—nodigoque seamenosdifícil—matar aunhombrequeengañarledeesemodo.¿Entiendeseso?

Ellaasintiólevementemásdeunavezyconevidenteconvicción.Susojossiguieronenlamuchacha,inquisitivos,dispuestosaentregarse.

—Pero no fue ni lo uno ni lo otro—continuó—. Así que, ¿por qué teafectatanto?Teconformascondecirquenomejuzgarías.

Volvióhaciaélsusvelados,indescifrablesojosgrises,enlosquenopodíaleerseningunadesusdudas.

—Dijequenopodría—murmuró.

—Pensandoquenohayhumosinfuego—laironíaapenaspudodisimularlairritación—.¡Quépodertienenlaspalabras,aunqueseescuchenamedias!Yesoquetúnoprestabasunaespecialatención,¿verdad?¿Cuáleseran?¿Quédiabólicainvenciónlasempujóalabocadeeseidiotadesdelomáshondodelagarganta?Siintentarasacordarte,quizámeconvencieranamítambién.

—Yo no escuchaba —protestó—. ¿Qué me importaba lo que pudieran

decirdecualquiera?Dijoquenuncavioadosamigoscomovosotros;yqueluego, cuando le sacaste todo lo que querías y te cansaste de él, le diste lapatadayloenviasteamorirasucasa.

La indignación, mezclada con algún otro sentimiento, resonaba en laspalabrasquepronunciabalavozencantadoraynítida.Secallódegolpeybajólaslargasyoscuraspestañas,comoexhausta,comoconlamuerteadentro.

—Naturalmente,¿porquénohabíasdecansartedeésaodecualquierotracompañía? Tú no eres como los demás y…, y sólo pensarlo me hacedesgraciada.Además,nopuedocreernadamalodeti.Yo…

Heyst dejó caer su mano con un gesto brusco, interrumpiéndola. Habíaperdidodenuevoeldominiodesímismo.Habríagritado,sigritarestuvieradeacuerdoconsutemperamento.

—No, este planeta debe ser el lugar escogido para incubar mentirassuficientes como para exportar a todo el universo. Me repugna mi propiocuerpo,comosisehubieracaídoenunhoyodeinmundicia.¡Puaf!Ytú,tútelimitasadecirquenomejuzgarás;quetú…

La agresión hizo que ella levantara la cabeza, aunqueHeyst no se habíavueltohaciaella.

—Nocreonadamalodeti—repitió—.Nopodría.

Él hizo un gesto que significaba «basta». El cuerpo y el ánimo se lerebelabancontralaternura.Llegóadetestarlaenelactoysintransición.Sóloduró un momento. Se acordó de que era hermosa y, aún más, de que laintimidaddesusvidasteníaunencantoespecial.Ellaguardabaelsecretodelapeculiaridadqueexcitayquetambiénseescapa.

Se levantó de un salto y comenzó a pasear de un lado a otro. La ira sederrumbóensusadentroscomounedificiodesarboladosederrumbaentreelpolvo, dejando a sus espaldas el vacío, la desolación, los elementos. Suresentimientono iba contra lamuchacha, sino contra la vidamisma: lamáscomúndelastrampasenlaquesesentíacogido,viendoconclaridadlatramaysinobtenerconsuelodelalucidezdesumente.

Dioungiroendirecciónalamuchachaysedejócaerasulado.Antesdequepudieramoverseeinclusomirarle,latomóenlosbrazosylabesó.Ensuslabiosencontróunamargosabora lágrima.Nolahabíavisto llorar.Eraotraincitación a la ternura, una seducción nueva. Lenamiró alrededor, se retiróbruscamenteyocultólacara.Conlamanohizounaseñaimperiosaparaqueladejarasola,ordenqueHeystnoobedeció.

Capítulo5

Cuandoellaabrióalfinlosojosyseincorporó,Heystsepusoenpieyfuearecogerelsalacot,quehabíarodadoalgunosmetrosladeraabajo.Entretanto,lamuchachaseocupódearreglarsucabellera,anudadaendosgruesastrenzasoscurasquesehabíandesbaratado.Le tendióensilencioelsalacotyesperó,pocodispuestoaescucharelsonidodesupropiavoz.

—Seríamejorquefuéramosbajando—dijoenuntonoapagado.

Extendiólamanoparaayudarlaalevantarse.Teníalaintencióndesonreír,peroladesechóanteelmutismodelrostrofemeninoenelquesepintabaundesalientoinfinito.Devueltaporelsenderodelbosque,tuvieronqueatravesarelmiradordesdeelqueelmarseofrecíaentodosuhorizonte.Elbrillanteyabismadovacío,elreflejoondulanteylíquido,labrutalidadtrágicadelaluz,hicierondesearalamuchachalacalidezdelanocheconlasestrellasdetenidasen su austero sortilegio: la aterciopelada negritud del cielo y el misteriosombrío de la oscuridad del mar llevando la calma a su corazón exhausto.Pusolamanosobrelosojos.Asuespalda,Heystdijoamablemente:

—Sigamos,Lena.

Y continuó en silencio. Su acompañante observó que nunca se habíanexpuestoalashorastórridasdeldía.Temíaquelehicieradañoelcalor.Estasolicitud alivió a la muchacha. Se sentía más como ella misma: una pobrechica londinenseque tocabaenunaorquestayquehabía sido libradade lashumillacionesyde los indignospeligrosdeuna existenciamiserableporunhombre como no existía ni podía existir en este mundo. Aceptaba elsentimiento con cierto regocijo, con apuro, con íntimo orgullo y con esepeculiarencogimientodelcorazón.

—Noeselcalorloquemehaceperderelsentido—dijocondecisión.

—Deacuerdo,peronoolvidesquetúnoeresunpájarotropical.

—Tampocotúhasnacidoaquí—replicó.

—No,yquizánotengatuconstitución.Yosoyuninjerto.¡Injerto!Aunquedebería decir también «extirpado», una condición de vida bastante poconatural;perosesuponequeunhombreloaguantatodo.

Se volvió hacia él y obtuvo una sonrisa.Heyst le recomendó que no seapartaradelsendero,calmoyestrecho,unhornoauténtico,peroescondidodelsol. De tarde en tarde, vislumbraban el viejo calvero de la compañía,resplandecientedeluz,conlostoconescarbonizadosysinsombrainmediata,miserables y siniestros. Atravesaron el calvero y se fueron directamente albungaló.DesdelaverandacreyerondistinguiralvaporosoWang,aunqueLena

noestabaseguradehabervistonadaquesemoviera.AHeystnolecupoduda.

—Wangnoshaestadobuscando.Noshemosretrasado.

—¿Eraél?Creíhabervistounacosablanca,peroluegono.

—Asíes,desaparece.Eslacualidadmásreseñabledeesechino.

—¿Son todos como él? —preguntó con inocente curiosidad y coninquietudtambién.

—Noconesaperfección—contestóHeyst,divertido.

Observó con satisfacción que el paseo no había hecho mella en lamuchacha.Lasgotasdesudorqueperlabansufrenteerancomoelrocíosobreel pétalo blanco y helado de las flores. Contempló su silueta, agraciada yfuerte,sólidayflexible,conunafectocreciente.

—Entray reposaduranteuncuartodehora.Luego,Mr.Wangnos traeráalgodecomer.

Encontraronlamesapreparada.Cuandosesentaronaella,Wanghizoactodepresenciasinunsoloruido,sinqueseleescucharaollamara,yrealizósutrabajo.Yenunmomentodado,cumplidayalatarea,volvióaevaporarse.

Un silencio denso se extendía por Samburan, el silencio de la llamaradaque parecía incubar los peores designios, como el silencio ardiente delpensamiento.Heystsequedósoloenelcuartoprincipal.Lamuchacha,viendoquecogíaunlibro,seretiróasuhabitación.Heystsesentóbajoelretratodesu padre; y aquella abominable calumnia se deslizó cautelosamente en sumemoria.El regusto le llegóa laboca,nauseabundoycorrosivocomoeldealgunosvenenos.Estuvoapuntodeescupirenelsuelo,ingenuamente,antelarepulsade la sensación física.Sacudió la cabeza, un tanto sorprendidode símismo.Noacostumbrabaa recibir impresionesabstractasporesavía,por lavíadelassensacionesfísicas.Seestiróimpacientementeenlasillaylevantóellibroalaalturadelosojosconlasdosmanos.Eraunodelosdesupadre.Loabrió al azar y sumirada cayó enmitad de la página. El viejoHeyst habíaescrito muchos libros y tocado casi todos los temas: tiempo y espacio,animalesyestrellas;habíaanalizadoideasyactos,larisaylahostilidaddeloshombres,yhasta lasmuecasde laagonía.Elhijo leyó,encogiéndoseensusadentrosyrecomponiendoelgestocomosiestuvierabajolamiradadelautor,conunaintensaconcienciadelretratoquehabíaasuderecha,untantoencimade la cabeza;unapresencia extrañaenaquelmarcopesado sobre ladelgadapareddeesteras,alavezexiladoyencasa,fueradelugareimperiosoenlainmovilidaddesuperfil.

YHeyst,elhijo,leyó:

«Entrelasestratagemasdelavida,lamáscrueleselconsueloporelamor;

lamássutiltambién.Porqueeldeseoeselcaucedelossueños».

Volvió las páginas del pequeño volumen titulado Polvo y tormenta,echando vistazos aquí y allá sobre el fragmentario texto de aforismos,máximas, reflexiones, algunas veces herméticos y otras elocuentes. Parecíaestarescuchandolavozdelpadre,hablandoydejandodehablar. Inquietoalprincipio,terminóporencontrarciertoencantoaaquellailusión.Sedejóllevarporlacasiconviccióndequealgodesupadreseguíatodavíaenlatierra,unavoz fantasmal que sólo escucharían los oídos de su propia sangre. Con quérara serenidad, confundida de terrores, había considerado aquel hombre elanonadamiento universal. Se había zambullido en la nada de cabeza, paraentregarsea lamuerte,quizá, respuestade todas laspreguntasy larespuestamássoportabletambién.

Heyst se removió y la voz ensoñada empezó a apagarse; pero sus ojoscontinuaronleyendoenlaúltimapáginadellibro:

«Los hombres con la conciencia atormentada, o los criminales, percibeninnumerables cosas que lamente de los piadosos o de los resignados jamássospechan.Nosonúnicamentelospoetaslosquedesciendenalosabismosdelas regiones infernales, siquiera quienes sueñan con tales abismos. El másindolente de los seres humanos debe haber dicho alguna vez: ¡Lo que sea,menosesto…!

Todos nosotros disfrutamos de instantes de clarividencia. No son muyalentadores. La naturaleza del tema no permite la mínima satisfacción. Enverdad,talnaturaleza,ajuzgarporlospatronesestablecidosporlasvíctimas,es denigrante. Ello disculpa la violencia de la protesta, al tiempo que ladestruye, como destruiría la confirmación más ciega. La, así llamada,perversidad,tantocomola,asíllamada,virtudsonsuúnicarecompensa:nadaenabsoluto…

Clarividentes o no, los hombres aman sus cadenas. Ante la fuerzadesconocidadelanegación,ellosprefierenlatumbadelaservidumbre.Sóloloshombrespuedenhacerdañoconsucompasión;meresultamásfácilcreerenladesventuradelahumanidadqueensupretendidaperversidad».

Ésaseranlasúltimaspalabras.Heystabandonóellibroenlasrodillas.LavozdeLenaplaneósobrelainclinacióndesucabeza:

—Estásahícomositesintierasdesgraciado.—Creíqueestabasdormida.

—Estaba acostada, pero no llegué a cerrar los ojos.—Te habría venidobienundescansodespuésdelpaseo.¿Nolointentaste?

—Yatehedichoqueestabaacostada,peroquenomepodíadormir.

—Nohacíasningúnruido.Quépocafranqueza.¿Noquerríasestarsolaun

rato?

—¿Yo,sola?—murmuró.

Advirtió quemiraba el libro y se levantó para devolverlo al anaquel.Aldarsevuelta,descubrióqueellasehabíadejadocaerenlasilla—enunadelasque usaba siempre— y le pareció que había perdido de repente toda sufortalezaanterior,quedandosólosujuventudderasgospatéticosyabandonadaalaclemenciadeHeyst.Sedirigióapresuradamentealasilla.

—¿Estás cansada? Te he hecho subir mucho y has estado demasiadotiempoafuera.¡Yconestabonanza!

Ellaobservósupreocupaciónenunaactitudlanguideciente,levantandolosojosinescrutableshaciaél.Poresamismarazón,Heystevitómirarenellos.Sedejóllevarporlacontemplacióndeaquellosbrazosinermes,delosindefensoslabiosy—sí,unoacababaporvolveraellos—deaquellosojosasombradosdeformapermanente.Ciertobrillosalvajeenlamanchagrisdesumiradalerecordólasavesmarinasaldesplazarseenlasfríastinieblasdelatitudesmásaltas. Se sobresaltó al escuchar su voz: todos los encantos de la intimidadfísicaserevelarondeimproviso.

—¡Deberíasamarme!—dijo.

Élrespondióconungestodesorpresa.

—Debería—murmuró—.Peromeparece…

Seinterrumpióparadecirseque,sirealmentelaamaba,nuncaselohabíadichoasí,conesaspalabras.¡Simplespalabras!Moríanenloslabios.

—¿Quétehacedecireso?—acabópreguntando.Bajólavistaydesvióuntantolacabeza.

—Nada—dijoenvozbaja—.Hassidobueno, tiernoyamableconmigo.Quizámequieresporeso,sóloporeso.Oquizáporque tehagocompañíaoporque,bueno…Peroavecesmeparecequenopuedes amarmepor loquesoy,sóloporloquesoy,comoseamatodoelmundocuandoesparasiempre.

Dejócaerlacabeza.

—Parasiempre—suspiró.

Luego,másdébilmentetodavía,añadió,enunaexigenciaquenoeramásqueunasúplica:

—¡Deberíasamarme!

EstaspalabrasllegaronalcorazóndeHeyst:elsonidomásqueelsentido.No supo qué decir, ya fuera por falta de práctica con las mujeres o por laingénita honestidad de su pensamiento. Se habían derrumbado todas sus

defensas.Lavidaleteníaagarradoporelcuello.Ensayóunasonrisaingrávidaycortéstanfamiliaralosisleñosdetodaclaseycondición.

—MiqueridaLena—dijo,al fin—,parececomosibuscaras laformadetenerunapeleaabsurdaconmigo.

Ella no se inmutó. En cuanto a él, se retorció las puntas de los largosbigotes,masculinoyperplejo,envueltoen laatmósferade femineidadcomoenunanube,sospechandopeligrosyhastaconmiedodemoverse.

—Deboadmitir,noobstante—añadió—,quenohaynadiemásysupongoqueciertabelicosidadesnecesariaparavivirenestemundo.

Lena,sentadaconsuquietudencantadora,eraparaélcomounmanuscritoenunalenguajeroglífica;ounmisteriotodavíamáselemental:comountextocualquiera para un analfabeto. En lo que se refería a las mujeres estabacompletamentefaltodeinstrucciónyeltalentointuitivonoleacompañaba,yaque la intuición se fomenta en la juventud a base de sueños y de fantasías,ejerciciosdelcorazónadecuadosalascasualidadesdeunmundoenelqueelamormismoseapoyatantoenelantagonismocomoenlaatracción.Laactitudmentaleraladeunhombrequedavueltasaunpergaminoqueesincapazdedescifrar, pero que bien pudiera contener alguna revelación. No sabía quédecir.Todoloqueseatrevióaañadirfue:

—Nisiquierapuedocomprender loquehehechoodejadodehacerparadisgustartedeestemodo.

Se detuvo, aturdido otra vez por el sentido físico y moral de lasimperfeccionesdelarelación;unsentidoquelehacíadesearconstantementela proximidad de la mujer, en los ojos, en las manos, y que, cuandodesaparecíadesuvista,sedisipaba,ilusoriayesquivacomounapromesaqueseescurreysepierde.

—No,noacabodeverdóndequieresiraparar.

—¿Estáspensandoenelfuturo?—lainterrogabaconunaironíaevidente,avergonzadodequesemejantepalabrasalieradesuslabios;perolasdeseadasnegativas se frustraban, una tras otra—. Porque, si es así, nada puededesecharsemásfácilmente.Ennuestrofuturo,lomismoqueenloquelagentellamalaotravida,nohaynadaquetemer.

Levantó losojosy lemiró.Ysi lanaturalezano loshubieraconformadopara no expresar otra cosa que un candor sin mácula, Heyst habría sabidohasta qué punto le angustiaban sus palabras y también que su compungidocorazón le amaba con más desesperación que nunca. Heyst le dedicó unasonrisa.

—Aparta esos pensamientos —insistió—. Seguramente no imaginas,

despuésdeloqueteheescuchado,lasganasquemedandevolveraingresaren la sociedad humana. ¡Que yo asesiné al pobre Morrison! Cabe laposibilidaddequetuvierarealmentevalorparahacerloquedicen.Lacuestiónes que no lo he hecho. Pero el tema no me gusta. Así es, aunque debieraavergonzarme por confesarlo. Olvidémoslo. En ti está lo que puedeconsolarmedelasmayoresamargurasydelostragosmásdifíciles.Sinosotrosloolvidamos,aquínoencontraremosvocesquenoslorecuerden.

Ellahabíalevantadolacabezaantesdequeterminara.

—Aquí nada ni nadie puede separarnos —continuó y, como si hubieraleídoensumiradaalgoqueleestimularaaprovocarla,seinclinóylatomóenlos brazos, levantándola de la silla con un repentino y estrecho abrazo. Laprontitudconqueellalerespondióhizoquesucuerporesultaraligerocomoelde una pluma, enardeciendo el corazón deHeystmás que cualquier cariciaanterior.Noesperabaesterápidoimpulsoquehabíadormitadoenelfondodelaindolenciafemenina.Apenashabíallegadoasentirlapresióndesusbrazosenel cuellocuando, conunadébilqueja, ¡estásaquí!, se liberóyhuyóa sucuarto.

Capítulo6

Se quedó estupefacto. Mirando en derredor, como para tomar a lahabitaciónenteraportestigodelultraje,descubrióqueWanghabíahechoactode presencia en la puerta. La intrusión fue tan sorprendente como puedaimaginarse, en vista de la estricta regularidad con que el chino se volvíavisible. Al principio, Heyst estuvo a punto de reírse. Esta demostraciónpráctica acerca de la afirmación de que nada podría separarles mitigó latensión de sus nervios. También se sintió ligeramente contrariado. Elaparecidoguardóunsilencioprofundo.

—¿Quéquieres?—preguntó,tajante.

—Boteallí—dijoWang.

—¿Dónde?¿Quéquieresdecir?¿Velasenelestrecho?

Ciertasutiltransformaciónenlasmanerasdelchinosugeríaquelefaltabaelaire;peronollegóajadearylavozsemantuvofirme.

—No.Remo.

AhorafueHeystelsorprendidoylevantólavoz.

—Malayos,¿verdad?

Wangnegóconlacabeza.

—¿Estásescuchando,Lena?—gritóHeyst—.Wangdicequehayunbotealavistayque,segúnparece,seacerca.¿Dóndeestáelbote,Wang?

—Doblapuntal—dijo,saltandoinesperadamentealmalayoyenvozbaja—.Blancos,tres.

—¿Tan cerca? —exclamó saliendo a la veranda seguido del criado—.¿Blancos?¡Noesposible!

Lassombrascomenzabanaextenderseporelcalvero.El solestababajo.Un brillo nefasto reverberaba en el trecho calcinado, frente al bungaló,acuchillandoel suelo entre árboles erguidos comomástilesque se alzabanacienpiesomássinunasolarama.Losmatorralesocultabanelmuelledesdelaperspectiva de la veranda. Lejos y a la derecha, se divisaba el chamizo deWang,omásbiensutechodeesterasnegras,traslaempalizadadebambúqueaseguraba la intimidad de la mujer alfuro. El chino miró de pronto en esadirección.Heystseparóunmomentoyvolvióaentrar.

—Hombresblancos,Lena,segúnparece.¿Quéestáshaciendo?

—Meestoylavandounpocolosojos—dijolavozdelamuchachadesdedentro.

—¡Oh,estupendo!

—¿Menecesitas?

—No.Serámejorquetequedesaquí.Yotengoquebajaralmuelle.¡Quécosamásrara!

Eratanraraquenadieestabaencondicionesdeapreciarsurareza,exceptoélmismo.Mientraslospieslearrastrabanendirecciónalmuelle,lacabezaselellenabadeinterrogantes.SiguiólosraílesescoltadoporWang.

—¿Dóndeestabancuandoviste el boteporprimeravez?—preguntóporencimadelhombro.

El acompañante explicó en malayo que había ido al final del muelle acogerunoscuantospedazosdecarbóncuando,al levantar lavistadel suelo,vio una embarcación de blancos, no una canoa. Tenía buena vista. Habíadistinguidolaembarcaciónyhombresalosremos;enestepuntohizoungestocaracterísticoconlosojos,comosilosprotegieradeunespejismo.Diomediavueltaenseguidaycorrióalacasaparadarelaviso.

—¿Estásseguro?—dijoHeystcontinuandolamarcha.

Separóenlapuntamismadelmuelle.WangsequedódetráshastaquelavozdeNumberOnelellamóaexamen.Obedeció.

—¿Dóndeestáesaembarcación?—preguntóenérgicamenteelamo—.Tepreguntoquedóndeestá.Nohabíanadaquemirarentreelpuntalyelmuelle.

El estrechode laBahía delDiamante era un pedazode sombra púrpura,brillanteyvacío,mientraselmar, traselúltimohorizontede tierra, seabríahacia un azul opaco bajo la luz del sol. Los ojos de Heyst barrieron laextensiónhastaencontrar,a lo lejos,elconooscurodelvolcánconsuligeropenachodehumohinchándoseyadelgazando interminablementeen lacima,sinalterarlasiluetaenlatransparenciaincandescentedelatarde.

—Estesujetohaestadosoñando—murmuróparasí.

Miró con dureza a su interlocutor. Wang parecía haberse convertido enpedernal.Depronto,ycomosi lehubieradadouncalambre,sesobresaltóyalargóunbrazoencuyoextremoapuntabauníndice,alavezqueacompañabaelgestoderuidosguturalesquedemostrabanqueallí,allí,allíhabíavistounbote.

Era muy extraño. Heyst sospechó alguna alucinación. Aunque no eraprobable;peroqueunaembarcacióncontreshombresabordosehubieraidoapiqueentreelpuntalyelmuelle,degolpe,comounapiedra,sindejarsobrelasuperficiesiquieraunmalremo,eratodavíamásimprobable.Lahipótesisdeunbarcofantasmateníamásverosimilitudquetodoaquello.

—¡Malditasea!—farfulló.

Elmisterio le había afectado negativamente; pero entonces se le ocurrióunasencillaexplicación.Recorrióelmuellehastaelfinal.Siexistíarealmenteeseboteysedieralacircunstanciadequehubieracambiadoelrumbo,quizápudieradivisarsedesdeelextremoopuestodelembarcadero.

Pero no hubo nada que divisar. Heyst dejó vagar su mirada por lasuperficiedelmar.Laperplejidadleteníatanabsortoque,alescucharunruidosordo, como el de un cuerpo al desplomarse en una embarcación conestruendo de remos y de vergas, no alcanzó siquiera amoverse.Cuando sucerebro se percató del posible significado no le fue difícil localizar laprocedencia.Habíavenidodeabajo,delfondodelmurallón.

Corrióendirecciónopuestaunadocenadeyardas,másomenos,ymirósobreeldique.Lamiradatropezódirectamenteconlacabinadepopadeunalancha,lamayorpartedelacualquedabaocultaporelentarimadodelmuelle.Luegocayósobreeltorsoconsumidodeunhombredobladosobrelacañadeltimón,enunaincómodaydifícilposturadedolorintenso.AlospiesdeHeyst,otro hombre desfallecía de espaldas entre una borda y otra, medio cuerpoafueradelabancada,laspiernasmásaltasquelacabeza.Estesegundosujetomiraba con ojos desorbitados hacia arriba y pugnaba por incorporarse,acompañándoleelmismoéxitoquesiestuvieraborracho.Lapartevisiblede

lalanchaconteníatambiénunaarrugadamochiladecueroconlaquelaslargaszancasdelprimerhombresearropabanexánimes.Unampliojarrodelozasintaparodóporeltablamento.

Heyst no había estado tan perplejo en su vida. Se quedó mirando a latripulacióndel extrañobote conunaire estúpido.Desdeelprincipio tuvo lacerteza de que aquellos hombres no eranmarinos.Vestían el típico traje dehilo blancode los trópicos;Heyst nopudo relacionar su aparición connadaverosímil. La civilización tropical no tenía nada que ver con ello. Por elcontrario, guardaban alguna semejanza con aquellos mitos comunes enPolinesia sobre extraños aparecidos, dioses o demonios, que llegaban a unaisla introduciendo el bien o el mal en la inocencia de los indígenas yregalándolesconcosasnuncavistasypalabrasnuncaoídas.

Heystdistinguióun salacot flotandoal costadode la lancha,ycaídocontoda evidencia de la cabeza del hombre doblado sobre la cañadel timón, elcualostentabaunoscuroydescarnadocogote.Tambiénunode los remossehabíaprecipitadoporlaborda,empujadoseguramenteporelquesedebatíaenla bancada. Para entonces, Heyst contemplaba la visita sin mayor sorpresa,pero con la atención concentradaque exigeundifícil problema.Conunpieapostadoenlapopayapoyándoseenlarodillamáselevada,tratódeayudarenalgo.Elde labancadarodó,comoatacado,yde la formamás inesperadaseplantó de pie. Osciló vertiginosamente, extendió los brazos y pronunció undébil,roncoyalucinado«¡hola!».Mirabaaloaltoconcaraabotargada,rojaypelada por completo de la nariz a lasmejillas.Tenía además los ojos de undemente. Heyst observó manchas de sangre seca en la pechera y en unamanga,enmediodelasuciedaddelachaquetablanca.

—¿Quésucede?¿Estáustedherido?

Elaludidomiróparaabajo,setambaleó—conunpiemetidoenlacopadeun sombrero—y, al recobrarse, dejó escapar un tétrico y rechinante sonido,unaespeciederisamacabra.

—Noesmía…lasangre.Lasedeselproblema.Lafatigaeselproblema.Morimosaquímismo.¡Debeber!¡Agua!

Lasedsemanifestabaeneltonodelaspalabras,alternandolosquejidosdedesesperaciónyundébilyestropajososusurroqueapenasllegabaaoídosdeHeyst.Elindividuolevantólosbrazosparaqueleayudaranasubiralmuelle,murmurando:

—Lointenté.Estoydemasiadodébil.Mevineabajo.Wangibayveníaalolargodelmuelle,lentamente,peroconojosatentosynerviosos.

—Veatraerunapalanca.Hayunaenlapiladecarbón—legritóHeyst.

Elhombresiguióenelboteysesentóenelbanquilloqueteníadetrás.Unarisalúgubreyasténicaatravesósuslabiosinflamados.

—¿Una palanca? ¿Y para qué?—refunfuñó, al tiempo que la cabeza levenciósobreelpecho.

Heyst,entretanto,comosisehubieraolvidadodelaembarcación,empezóagolpearconfuerzaunagruesallavedecobrequesobresalíadelentarimado.Unriachuelohabíasidocanalizadodesdeel interiormedianteunatuberíadehierroqueseguíaladireccióndelmuelle,conelobjetodesurtiralosbarcosquetransportabanelcarbón.Laconducciónterminabaenuncodo,casienelmismo sitio en que había atracado la lancha de los forasteros; pero la llaveestabamuydura.

—¡Deprisa!—chillóHeystaloriental,queveníaalacarreraconlapalancaenlamano.

Heystselaquitóy,conlapopacomopuntodeapoyo,hizogirarlallavedeunapotentesacudida.

—Esperemos que la tubería no se haya atascado —se dijo conpreocupación.

No lo estaba; pero el agua tampoco salió a chorros. El ruido del escasoflujo pudo oírse enseguida sobre la regala y contra el cuartel de laembarcación. Y fue saludado con un grito de alegría salvaje y estentórea.Heyst se arrodilló en la popa y escudriñó por debajo. El hombre que habíahabladoyateníalabocadispuestabajoelhilobrillantedelagua.Ellíquidosele derramaba por los párpados y la nariz, gorgoteando en la garganta yextendiéndoseporlabarbilla.Enesosmomentosdebiócederlaobturacióndelacañeríayunrepentinoyauténticochorrorompióensucara.Enuninstanteseleempaparonloshombrosylapecheradelaamericana;éldejabacorrerelagua, que se precipitaba por los bolsillos, perneras y zapatos; acabó poragarrarse del extremo de la tubería y colgando con las dos manos tragaba,farfullaba,seatragantaba,bufandolomismoqueunnadador.Depronto,llegóa oídos deHeyst un apagado y extraño rugido.Algo negro y peludo surgióbajo elmuelle.Una cabeza desmelenada, disparada igual que la bala de uncañón, se agarró al que colgaba de la cañería con la fuerza suficiente comoparadesprenderleyhacerquecayeradecabezacontralacabinadepopa.Fueaderrumbarsesobrelaspiernasdelhombredeltimón,quien,animadoporlaconmociónreinante,sehabíasentado,silencioso,rígido,delomásparecidoaun cadáver. Sus ojos no eran más que dos parches negros y su dentadurarelucía entre los labios contraídos de una mueca de calavera igual que unpergaminoenmohecidopegadoalasencías.

LosojosdeHeystsedesviaronhacialacriaturaquehabíaocupadoellugar

del primer hombre en el extremo de la tubería. Descomunales y oscuraspezuñas la tenían agarrada furiosamente; la salvaje y prominente cabezacolgabahaciaatrásy,enlacara,cubiertaporunaespesuradepelomojado,setorcíaunabocadesproporcionadayrepletadecolmillos.Elagualallenabaysalía regurgitada con roncos desgarramientos, corriendo por las comisuras ybajandohaciaunpescuezogreñoso,empapandoelpellejooscurodeunpechodesmedido,desnudobajounacamisadecuadroshecha jirones,ypalpitandoconvulsivamenteenunaexhibicióndemúsculosmacizosesculpidosencarnedecaoba.

Tan pronto como el primer hombre hubo recobrado el aliento tras elirresistible encontronazo, un grito de demencia resonó en la lancha.Con unrígidoyelípticomovimientodelcodo,elhombredeltimónllevósumanoalacintura.

—¡Noledispare,señor!—chillóelprimerhombre—.¡Espere!Déjemeeltimón.Yoleenseñaréacomportarsedelantedeuncaballero.

Martin Ricardo empuñó la pesada pieza de madera, saltó con energíasorprendentey ladescargósobre lacabezadePedroconunestrépitoquesedifundió a lo largo y a lo ancho de las tranquilas aguas de la Bahía delDiamante Negro. Una mancha escarlata apareció en el pelo enmarañado;regueros del color de la grana surcaron el agua de su cara, y de la cabezacayeron goterones rosáceos. Pero la criatura siguió colgada. Hasta que nollególasegundadescarganosedesprendieronlaspezuñasysefueapiqueelcuerpo,retorcidoydesmadejado.Antesdequepudieratocareltablamentodelalancha,unatremendapatadadeRicardoenlascostillasloquitódeenmedioycomoconsecuenciaseescuchóelruidodeungolpepesado,unestruendodepalosyungruñido lastimero.Ricardo separóamirar en laprofundidaddelmuelle.

—¡Ajá,perro!¡Estoteenseñaráaquedarteentusitio,bestiaasesina,fieracarnicera! ¡Infiel! ¡Salteador de iglesias! ¡La próxima vez te rajo de pies acabeza,carroñero!¡Esclavo!

Retrocedióunpocoyseenderezó.

—La verdad es que no lo digo en serio—comentó aHeyst, cuyos ojosfijosseencontraronconlosdeaquél.Elhombrecorrióapopa.

—Adelante,señor.Letocaausted.Yonodeberíahaberbebidoprimero,laverdadseadicha,peroperdílacabeza.Uncaballerocomoustedlopasaráporalto.

Unavezexpresadaslasdisculpas,Ricardoalargóelbrazo.

—Dejequeleayude,señor.

Mr.Jonesseestirólentamenteentodasulongitud,mareado,titubeante,yseagarróalhombrodeRicardo.Elayudadecámaralellevóhastalacañería,queseguíaderramandosuchorrodeaguaclaraysalpicandofuriosamentelosnegrospilotesylaoscuridaddelosfondos.

—¡Agárrese,señor!—aconsejóelsolícitoRicardo—.¿Vatodobien?

Mientraselcaballerosedeleitabaconelabundantelíquido,elotrodiounpasoatrásparadirigiraHeystunasuertedediscursoexculpatoriocuyotono,reflejo de sus sentimientos, participaba del ronroneo y del bufido. Habíanestado tirando de remo treinta horas, explicó, y más de cuarenta sin agua,excepción hecha de la noche pasada, en que pudieron lamer el rocío de laregala.

RicardonoexplicóaHeystcómohabíaocurrido.Eneseprecisomomentono tenía preparada explicación alguna para el hombre del muelle, el cual,supuso, estaría más extrañado por la presencia de los visitantes que por suinquietanteestado.

Capítulo7

Laexplicaciónseapoyabaendoshechossencillos,comoeraneldequelasbrisas y la fuerte corriente delmar de Java arrastraron el bote hasta perderprácticamente la orientación, y el de que, por rara equivocación, unode losdosrecipientesconquecontaban,yquehabíaintroducidoenlalanchaunodeloshombresdeSchomberg, contenía agua salada.Ricardo intentabapintarlocontonospatéticos.¡Arrastrarsedurantetreintahorasconremosdedieciochopies! ¡Y la chicharradel sol!Ricardo sedesahogabaechandopestesdel sol.Llegaronasentirqueelcorazónylospulmonesseresecabanenlasentrañas.Yluego,comosinohubieranpadecidoyasuficientesdesgracias,sequejóconamargura,habíatenidoquedesperdiciarsusdeclinantesfuerzasengolpearconelbastidorlacabezadesucriado.Ellocosehabíaempeñadoenbeberaguademarynoatendíaarazones.Nohubootraformadepararle.Eramejordejarleinconscientequecargarconunlocoenlalanchaytenerquepegarleuntiro.La profilaxis, administrada con rigor suficiente como para descerrajarle elcráneo a un elefante, se enorgullecióRicardo, tuvo que ser aplicada en dosocasiones,lasegundaconelmuellealavista.

—Ya ha visto usted a la beldad —continuó Ricardo, comunicativo,escondiendo bajo su locuacidad la carencia de cualquier clase de historiaverosímil—. A martillazos he tenido que sacarle de la cañería. Y volver aabrirlelasbrechasdelacabeza.Havistoquenoselepuededardecualquier

manera.Notienefrenoninguno.Sinofueraporquepuederesultarútildeunaformauotra,habríadejadoqueelpatrónlepegarauntiroalaprimera.

SonrióaHeystconlapeculiarmuecaleporinayañadiócomoconclusión:

—Es loque acabará por pasarle si no aprende a dominarse. ¡Menosmalquelehemetidomodalesenlacabezaparaunbuenrato!

Y volvió a dedicarle la mueca al hombre del muelle. La perplejidad nohabíaabandonadoel rostrodeHeystdesdequecomenzóa rendircuentadelviaje.

—Asíqueésteessuaspecto—dijoRicardoparasusadentros.

Noselohabíaimaginadodeesaforma.Suretratoimaginarioalumbrabalaevidenciadeunpuntovulnerable.Estoshombressolitariossolíanempinarelcodo. Pero no, ésa no era la cara de un borracho; no pudo detectar en lasfacciones ni en aquellos ojos fijos la flaqueza ante lo imprevisto o lainseguridaddelasorpresa.

—Habíamos llegadomuy lejos y no nos quedaban fuerzas para subir—continuóRicardo—.Aunqueleescuchéirdeunladoaotro.Creíqueyohabíagritado;seguroquelointenté.¿Noescuchónada?

Heyst hizo un gesto negativo, apenas perceptible, que no pasódesapercibidoparalosaviesos—aviesosparatodoloquefueragesticulación—ojosdeRicardo.

—Lagargantaserequema.Alfinal,yaninoshablábamos.Lasedloahogaauno.Habríamosmuertobajoestemuelleantesdequepudieraencontrarnos.

—No tenía idea de adónde habrían ido a parar —los recién llegadospudieron, por fin, escuchar a Heyst—. Fueron vistos en cuanto doblaron elpuntal.

—¿Nosvieron,eh?—gruñóRicardo—íbamoscomomáquinas,nosdabamiedoparar.El jefe sentado al timón, sin poder decir palabra.La lancha semetió entre los pilotes hasta que chocó con algo y nos tambaleamos comoauténticosborrachos.¡Borrachos,ja,ja!¡Demasiadosecos,válgameeldiablo!Nosmetimosaquísacandofuerzasdeflaqueza,nolequedaduda.Otramillayhubiéramos finiquitado. Cuando escuché sus pasos quise levantarme y sóloconseguícaermemás.

—Ésefueelprimerruidoqueescuché—dijoHeyst.

Mr.Jones,conlapecheraemporcada,empapadaypegadaalesqueleto,sesoltóconunbamboleode la tubería.ApoyándoseenelhombrodeRicardo,exhalóunlargosuspiro,levantólacabezadesfallecidayemitióunasonrisadecadavéricaafabilidadqueseperdióenelreconcentradoHeyst.Asuespalda,el

sol,alreflejarseenelagua,eracomoundiscodehierroenfriadoenunatenueincandescenciaydispuestoacomenzarsuórbitaalrededordelaruecaaceradadel mar, que, bajo un cielo sombrío, parecía más sólido que las elevadascrestas de Samburan, más sólido que el puntal cuya prolongada siluetadeclinabaysefundíaenlaprofundidaddelapropiasombraysedesdibujabaenelbrillomortecinode labahía.Elpoderosochorrode la cañería rompió,como vidrio al pulverizarse, contra la borda de la embarcación. Elcontundente, espasmódico y persistente chapoteo desveló la hondurasilenciosadelmundo.

—Una gran idea la de traer el agua hasta aquí —indicó Ricardoadmirativamente.

El agua era lavida.Se sintió capazde correrunamillay treparporunapared de diez pies cantando un aria. Sólo unos pocosminutos antes estaballamandoalaspuertasdelamuerte,exánime,incapazdeponersedepieodelevantarunamano,siquieradequejarse.Ciertacantidaddeaguahabíahechoelmilagro.

—¿No siente cómo corre la vida y le empapa por dentro, señor? —preguntóasujefedefilas,condeferenteperoforzadavitalidad.

Sindecirpalabra,Mr.Jonessedirigióalapopaysesentó.

—Esehombre suyo, ¿no se le estará desangrando ahí abajo?—preguntóHeyst.

Ricardointerrumpiólaextasiadadisquisiciónacercadelagua,fuentedelavida,ycontestóenuntonoinocente:

—¿Él?Puedellamarle«hombre»,peroríasedesupellejo,másduroqueelmás forradode los caimanesque llegara a cazar en susbuenos tiempos.Notieneustedideadeloquepuedeaguantar;yosí.Somosviejosconocidos.

—¡Olá!¡Pedro!¡Pedro!—gritó,conunaenergíapulmonarqueatestiguabalasvirtudesregeneradorasdelagua.

Undébil«¿señor?»saliódelfondodelmuelle.

—¿Quélehabíadicho?—exclamótriunfante—.Nohayanadaquelehagadaño.Estácomonuevo.Pero,oiga,elboteseestáencharcando.¿Puedecerrarlallaveantesdequenosvayamosapique?Elaguallegayahastalamitad.

A una señal de Heyst, Wang golpeó la llave; luego se quedó detrás deNumberOne,barraenmano,sinpestañear,igualqueantes.RicardoquizánoestuvieratansegurocomoafirmabadeladurezadelpellejodePedro,puestoqueseparóamirarbajoelentarimadodelmuelley luegodesaparecióde lavista. El chorro de agua, al interrumpirse bruscamente, produjo un silencioabsoluto.Alolejos,elsolsehabíareducidoaunachisparojabrillandoaras

delhorizonteenlainmensidadagonizantedelcrepúsculo.Reflejosescarlatasmanchabanelaguaalrededordelbote.Lafiguraespectraldelacabinadepopadijo,enuntonolanguideciente:

—Ese…compañero…,secretariomío, esun tipo raro.Temoquenonosestemospresentandoanteustedesconunaluzmuyfavorable.

Heystescuchaba.Eraeltonoconvencionaldeunhombreeducado,aunqueextrañamentedesvitalizado.Peromásrararesultabatodavíaesapreocupaciónporlasaparienciasexpresadanosesabíasienseriooenbroma.Laseriedadsedaba casi por supuesto en aquellas circunstancias y nadie hubiera bromeadocon semejante voz agónica. La cosa no tenía contestación y Heyst no dijonada.Elotrocontinuó:

—Para un viajero como yo, encontrar a un hombre de su talante es unaventajaextraordinaria.Claroquetienesuspequeñasdebilidades.

—Así es—Heyst había sido invitado amanifestar su opinión—,pero ladebilidaddebrazonoesunadeellas,porloquehepodidoobservar.

—Defectosdecarácter—comentóMr.Jonesdesdelapopa.

Eltemadeconversaciónsurgióeneseprecisoinstantedelasentrañasdelmuelleyporlapartevisibledelalancha,haciéndoseoírensupropiadefensaconunavozllenadeenergíayconmodalesnadalánguidos.Porelcontrario,semostrabavigoroso,casisocarrón.Disentíaylespedíaperdón.Peronuncasehabíaensañadocon«nuestroPedro».Eltipoeraundagodeunafortalezadescomunal y sin sentido de ninguna especie. Esta combinación le hacíapeligrosoyteníaquesertratadodeacuerdoconello,enunaformaquepudieracomprender.Larazónquedabafueradesuscapacidades.

—Así que —Ricardo se dirigió a Heyst con viveza— no le sorprendaque…

—Le aseguro—interrumpió Heyst— que me ha extrañado tanto verlesllegarenesalanchaquenomequedaespacioparasorpresasdemenorcalibre.¿Noseríamejorquesubieranatierra?

—¡Esoeshablar,señor!

Ricardoempezóairyvenirporlaembarcación,hablandotodoeltiempo.Sintiéndoseincapazdetomarlelamedidaaaquelhombre,decidióconcederleextraordinarias capacidadesdepenetración, a las cuales el silencio, según leparecía,noharíaotracosaquefavorecer.Temióquelehicieraalgunapreguntaa quemarropa.No tenía lista ninguna historia. Él y su patrón habían dejadopara más adelante ese importante detalle. Durante los dos últimos días, loshorrores de la sed, que se presentaron inesperadamente, habían impedido laconsulta.Tuvieronqueremarporsupreciosavida.Peroeltipodelmuelle,así

hubierapactadoconeldiablo,leresarciríadetantapenalidad,pensóRicardoconunoptimismodespiadado.

Entretanto, ymientras chapoteaba en el agua de la lancha, se felicitó envoz alta de que el equipaje se hubiera salvado de la inundación. Tuvo laprecaucióndecolocarloenlaproa.PorloqueaPedroserefiere,ostentabayauntoscovendajeen lacabeza.Nosepodíaquejar.Bienalcontrario, tendríaqueestarrendidodeagradecimiento,aél,Ricardo,porseguirvivo.

—Bueno,ahoradejequeleecheunamano,señor—dijoalegrementealainermeautoridaddepopa—.Nuestrosproblemassehanterminado…,duranteuntiempo,almenos.¿Noesunasuerteencontraraunblancoenunaislacomoésta?Porlasmismas,mehabríaesperadoencontraraunángelcaídodelcielo,¿verdad,Mr.Jones?Asíque…,¿listo,señor?Alauna,alasdos,alastresy¡arriba!

AyudadodesdeabajoporRicardoydesde lo altopor elmenosesperadoqueunángel,Mr.JonesseencaramóalmuelleypermanecióalladodeHeyst.Oscilabacomounpéndulo.LanochedescendiósobreSamburan,convirtiendoelpuntalyeldiqueenunasombradensayproporcionandounasolidezopacaalasmortecinasaguasqueseextendíanhastaelúltimoydébiltrazodeluzporoccidente.

Heyst observó a los huéspedes que le habían sido enviados de aquellasuerte,yenelcrepúsculodeldía,porelmundoalquehabía renunciado.Elúnicovestigiodeluzquehabíaenlatierraacechabaenlosojoshundidosdeaquel hombre escuálido.Brillaron y pestañearon, inquietos y lánguidamenteevasivos.

—Seestáustedcayendo—dijoHeyst.

—Unpoco,porelmomento—confesóelotro.

Ricardo trepó al muelle con pies y manos, resollando, pero vigoroso yautosuficiente. Se irguió muy cerca de Heyst y estampó sus pies en elentarimado con dos bruscos y provocadores zapatazos, como los que suelenescucharseenlasescuelasdeesgrimaantesdequelosadversarioscrucenlosfloretes.Noesqueaquelmarinorenegadosupieradeesgrimalomásmínimo.Susarmaseranloqueéldenominaba«hierrosdepólvora»,oeltodavíamenosaristocrático cuchillo, como el que llevaba diestramente ajustado a lapantorrillaenesemomento.Seacordódeél.Unaflexiónrápidaseguidadeunbote y un tajo con el mismo movimiento, un empellón fuera del muelle yningúnruido,exceptoelchapoteoenelagua,queapenasalteraríaelsilencio.No tendría tiempodegritar.Todo seríabrevey limpioyen intensoacuerdoconelcarácterdeRicardo.Peroreprimióestearrebatosalvaje.El trabajonocontabaentrelosmássencillos.Lapiezaencuestiónhabíaquetocarlaenotro

tonoyconun ritmomás lento.Volvióal conocido registrode la locuacidadinsulsa.

—Vaya, tampocoyomesientotanfuertecomocreíacuandodielprimertrago de agua. ¡Qué cosa tan milagrosa es el agua! ¡Y encontrarlaprecisamente en este sitio! Ha sido como abrir las puertas del cielo, ¿eh,señor?

Mr.Jones,alseraludido,sepusoatocarsupartedelconcierto:

—Francamente,cuandovielmuelle,en loquepodíahaber sidouna isladeshabitada,nodabacréditoamisojos.Noacababadecreerlo.Penséqueeraun espejismohasta que la lancha semetió realmente entre los pilotes, igualqueustedlaveahora.

Mientras hablaba con una voz trémula que noparecía de estemundo, elayuda de cámara, con acento imperativo e inconfundiblemente terrenal, learmabaaPedrounasonoratrifulcaconrespectoalequipaje:

—¡Deprisa,vamos,arribaconelequipaje!¡Muévete,hombre,otendréquetumbarteotravez,siesqueno tedoyantesunapalmaditaenesavendaquellevas,ati,sí,bestiarezongona!

—Ah,¿asíquenocreyóustedqueelmuellefuerareal?—estabadiciendoHeystaMr.Jones.

—¡Tendríasquebesarmelospies!

RicardoatrapóunaantiguamaletatipoGladstoneyladejócaerdegolpe.

—Sí. Tendrías que encenderme una vela, como hacen a los santos en tutierra. Ningún santo de ésos ha hecho por ti tanto como yo, tú, ¡trotacallesingrato!¡Venga!¡Arriba!

AyudadoporellocuazRicardo,Pedrotrepóalmuelle,dondesequedóunbuenratoagatas,moviendolapelambrera,vendadaconjironesblancos,deunladoparaotro.Despuésseenderezótorpemente,comounanimalpesadoenlaoscuridad,balanceándosesobrelaspatastraseras.

Mr.Joneshabíaempezadoaexplicaralicaídamenteasuanfitriónqueporlamañana se encontraban en un estado de desesperación declarada, cuandodivisaron la nube de humo del volcán. Eso les animó a realizar un últimoesfuerzoporsuvida.Pocodespuésavistaronlaisla.

—Enmi cerebromediococidoquedaba la claridad justapara cambiar elrumbo de la lancha —continuó la voz espectral—. En lo que se refiere aencontrarayuda,unmuelle,unhombreblanco…,anadieselehubierapasadoporlacabeza.¡Absurdodeltodo!

—Yopensélomismocuandomicriadovinoadecirmequehabíavistoun

boteyhombresblancosalosremos.

—Lo que se dice un golpe de suerte —medió Ricardo, que seguíaexpectante cada una de las palabras—. De lo más parecido a un sueño—añadió—.Unsueñomaravilloso.

Comosi cadacual temiera abrir labocaante laoscura sensacióndeunacrisisinminente,hubounsilenciointercesorenelgrupodelostreshombres.Pedro, a un lado, y Wang, al otro, mantenían una actitud de vigilanteobservación. Aparecieron algunas estrellas tras la última pendiente delcrepúsculo.Unabrisatibiaenelatardecerespesodeundíaabrasador,unidaalahumedaddesuropa,hizoqueMr.Jonesufrieraunintensoescalofrío.

—¿He de deducir, pues, que aquí se ha establecido gente blanca? —murmuróaltiempoqueseestremecíavisiblemente.

Heystdespertó.

—Oh, está abandonado, abandonado. Estoy solo…, prácticamente solo.Todavíaquedanenpiealgunascasasvacías.Nohayproblemasdehospedaje.Podríamos…Wang,vuelvealaplayaytraelavagoneta.

Las últimas palabras fueron dichas en malayo y acto seguido explicóamablemente que había dado instrucciones para el transporte del equipaje.Wangseconfundióenlanocheconsuhabitualsigilo.

—¡Cielos! ¡Si hay una vía y todo!—exclamóRicardo admirativamente,aunqueenvozbaja—.¡Nuncasemehubieraocurrido!

—Extraíamoscarbónenestazona—dijoelantiguogerentedelaTropicalBeltCoal—.Éstossonsólovestigiosdeloquehasido.

LadentaduradeMr.Jonescastañeteóalcruzarseconunanuevacorrientedeaire,apenasunsusurrodeponiente,enelconfínoscurodelhorizontedondeVenusclavasusrayoscomoantorchasquecolgaransobreeltúmulodelsol.

—Podríamosecharaandar—propusoHeyst—.Elchinoyese,bueno,eseingratocriadosuyocon lacabezadescalabradapodríancargar lavagonetayseguirnos.

Seaceptólasugerenciasindecirpalabra.Enelcaminohacialaplaya,lostreshombresseencontraronconlavagoneta,unsimplechirridometálicoquepasóvelozmenteanteellosconelsigilosoWangcorriendoalazaga.Sólolesacompañaba el sonido de sus pasos.Hacíamucho tiempo que no se habíanjuntado tantos pies en el muelle. Antes de que entraran en el sendero queatravesabalahierba,Heystdijo:

—Meresultaimposiblecompartirconustedesmivivienda.

Laeducadadistanciadeestecomienzoparóalosdos,comosorprendidos

porunamanifiestaincongruencia.

—Lo lamentaría más si no estuviera en condiciones —continuó— dedarlesaelegir,temporalmente,entreesosbungalósdeshabitados.

Diomediavueltay se introdujoenel estrechosenderocon losotrosdossiguiéndoleenfilaindia.

—¡Extraño principio! —Ricardo aprovechó la ocasión para murmurarlopordetrásaMr.Jones,tambaleándoseenlaoscuridad,rodeadodevegetacióntropical,ycasitanenjutocomolospropioshierbajos.

Salieronenesteordenacampoabierto,limpiodevegetacióngraciasalosacertadosmétodosdeWang, consistentes enquemasperiódicas.Las siluetasdelosedificios,tenebrososyelevados,seperfilabanmisteriosamente,vastaseindistintas contra el relumbre creciente de las estrellas. Heyst observócomplacido laausenciade luzensuvivienda.Parecía tandeshabitadacomolasdemás.Continuóencabezaytorcióporladerecha.Suvozserenasehizoescuchardenuevo.

—Ésteseríaelmásapropiado.Eranuestraoficina.Quedantodavíaalgunosmuebles.Estoy segurodeque encontraránunparde armazonesde camaenunadelashabitaciones.

El techoaltoe inclinadodelbungalóocultabaelcieloporencimade losvisitantes.

—Aquí lo tienen. Tres peldaños. Como ven, hay una veranda bastanteamplia. Siento hacerles esperar, pero creo que la puerta tiene echado elcerrojo.

Seleoyóforcejear.Yluegodecir,apoyadoenelpasamanos:

—Wangtraerálasllaves.

Los dos vagos y confusos perfiles esperaron en la veranda, en cuyaoscuridad irrumpió el castañeteo imprevisto de los dientes deMr. Jones—reprimidodeinmediato—yelligeroarrastrarsedelospiesdeRicardo.Elguíayanfitrión,apoyadodeespaldascontra labarandilla,parecíahaberolvidadosuexistencia.Seenderezódeprontoymurmuró:

—Ah,aquíestálavagoneta.

Acto seguido, pronunció en voz alta algunas palabras en malayo y larespuesta—yatuan—lellegódesdeungrupodesombrasqueseadivinabaenladireccióndelavagoneta.

—HemandadoaWangaporlallaveyunalinterna—dijo,convozquenose dirigía a un interlocutor en particular, singularidad que desconcertó aRicardo.

Wang no se entretuvo mucho en la misión. El balanceo de la linternaapareció en seguida al cabo de la oscuridad.Un haz fugitivo cayó sobre lavagoneta detenida y sobre la desmañada figura de Pedro, inclinado sobre elequipaje; la luz alcanzó el bungaló y subió por la escalera. Después demaniobrarenelcerrojoendurecido,Wangaplicóelhombrocontra lapuerta.Se abrió con una brusquedad explosiva, como resistiéndose a concluir dosañosdeimperturbabilidad.Desdeelabismoentinieblasdeunaltoescritorio,unasolitariayolvidadacuartillaflotóyaterrizógraciosamenteenelsuelo.

Wang y Pedro cruzaron la puerta profanada ymetieron los bultos de lavagoneta;uno,entrandoysaliendoalavelocidaddelrayo,yelotro,pesadoytambaleante.Mástarde,yaraízdealgunassugerenciasdeNumberOne,Wanghizo varios viajes a los almacenes provisto de su linterna, y trajo mantas,conservas, café, azúcar y una caja de velas. Encendió una y la plantó en elbordedelescritorio.Pedro,entretanto,aquienseleindicaronalgunasastillasy unmanojo de leña seca, se dedicaba a encender un fuego en el exterior,colocando a continuación el recipiente de agua que Wang le habíaproporcionado con absoluta impasibilidad, con la distancia de un brazo quepareció alargarse por encima de un precipicio. Una vez obsequiado con elagradecimiento de sus invitados,Heyst dio las buenas noches y semarchó,invitándolesarepararsusfuerzas.

Capítulo8

Heyst se alejó lentamente.El bungaló seguía sin luz y pensó que estababienasí.Paraentonces,sesentíayamenosinquieto.Wangleprecedíaconlalinterna,comoconprisadeperderdevistaa losdosblancosyasugreñudoasistente.Laluzdejódeoscilar;sehabíaquedadofijaenlosescalonesdelaveranda.

ElexgerentedelaT.B.C.Co.,almirarfortuitamenteparaatrás,descubrióuna luz nueva: la de la hoguera de los forasteros. Una silueta oscura ydesgreñada se difundió monstruosamente y se perdió tambaleante en lassombras.Seguramente,elaguahabíaempezadoahervir.

Conlaextrañaimpresióndeunadiscutiblehumanidadgrabadaenlaretina,Heystdiounoodospasos.¿Quéclasedegentepodíatenercriaturasemejanteparaelserviciodoméstico?Sedetuvo.LadifusaaprensióndeunfuturolejanoenelqueveíaaLenainevitablementeseparadadeélporsutilesyprofundasdiferencias;ylaescépticafaltadeprevisiónquelehabíaacompañadoencadaunode sus proyectos de acción, huyeronde él.No se perteneceríamás a símismo.Lereclamabaalgomásimperioso,másalto.Subiólaescalinatayenel

límitemismodelhazdelalinternaviolospiesyelbordedesuvestido.Estabasentada,y la lobreguezenvolventede losaleros sedifundíapor sucabezaysushombros.

Lamuchachanoseinmutó.

—¿Tequedastedormidaaquímismo?—preguntó.

—¡Oh,no!Teesperaba…enestaoscuridad.

Heyst,detenidoenelúltimoescalón,seapoyóenuntravesañodespuésdedesviarlalinternahaciaunlado.

—Se me había ocurrido que era mejor que estuvieras sin luz. ¿No teimportasentarteaoscuras?

—No necesito luz para pensar en ti —el encanto de la voz realzó unarespuestabanalquesóloteníaelméritodelasinceridad.

Elhombresonrióunpocoycomentóquehabíadisfrutadodeunacuriosaexperiencia.Ellanohizoningunaobservación.Tratódefigurarseelperfildela muchacha en aquella actitud displicente. Un reflejo de luz aquí y alláinsinuaban la gracia indefectible del gesto, que era uno de sus atributosnaturales.

Había pensado en él, pero con independencia de los extraños. Desde elprincipiosintióadmiraciónporHeyst;leatrajoelencantodelavoz,lamiradabenévola; pero le sentíamisteriosamente inaccesible.Había dado sabor a suvida,movimiento,y tambiénunaesperanza transidadeamenazasquenuncahubiera podido esperar una muchacha como ella, sujeta a la miseria. Nodeberíairritarse,sedijo,poraquelairedesuficienciaquedelatabaelencierroenunmundoexclusivoypersonal.Cuandolatomóenlosbrazos,sintióquehabíaenellosunafuerzapoderosaysincera,que laemocióneraprofundaeincluso que quizá no se hartara de su persona demasiadopronto. Pensó quehabía despertado sus sentidos a un gozo exquisito, que la inquietud queproducíaenellaeradeliciosaensumismatristezayquetrataríadeseguirasulado todo lo que fuera posible, hasta que las fuerzas para retenerleabandonaransuvoluntadysusmiembrosparasiempre.

—NiquedecirtienequeWangyanoestáaquí—dijoél,depronto.

Ellarespondiócomoensueños:

—Dejólalinterna,segúnvino,ysefuecorriendo.

—Corriendo,¿eh?¡Hum!Hacetiempoquehadadolahoraenlaquesuelellegar a la casa de sumujer alfuro; pero que se le haya visto correr es unaespeciededescréditoparaWang,peritoconsumadoenelartedelescamoteo.¿Creesquealgúnsustolehizoperdersumaestría?

—¿Dequétendríaqueasustarse?

Suvozseguíadistraída,untantoincierta.

—Yomeheasustado—dijoHeyst.

Lena no escuchaba. La luz de la linterna, desde el suelo, despejó lassombrasdesucara.Lebrillaronlosojos,temerososyexpectantes,porencimadelabarbillailuminadaydelaintensablancuradelcuello.

—Tedoymi palabra—murmuróHeyst—de que, ahora que no les veo,apenaspuedocreerqueexistanesosindividuos.

—¿Y yo, qué?—preguntó, de forma tan abrupta que el aludido hizo elgesto reflejodequienvecuajada laencerrona—.Cuandonomeves, ¿creesqueexisto?

—¿Existir? ¡Yde quémodo fascinante!Mi queridaLena, no conoces nituspropiosencantos.Nisiquieraquetuvozbastaparaqueseasinolvidable.

—¡Oh, no hablaba de ese olvido!Me atrevería a decir que, aun estandomuerta, tambiénme recordarías. ¿Y qué falta le hace a nadie ese recuerdo?Sólomeimportamientrasestéviva.

Heyst siguió a su lado, la robusta figuramedio iluminada. Los hombrosanchos,elgestomarcialcamuflandounavoluntaddesarmada,seperdíanenlapenumbra, por encima del círculo de luz en que descansaban los pies. Ellanada tenía que ver con su problema. Adolecía de una idea general de lascondiciones de vida que el compañero le había ofrecido. Arrastrada por sucaracterístico ensimismamiento, lamuchachapermanecía ausente a causadesuignorancia.

Porejemplo,nuncallegaríaacomprenderlaprodigiosaimprobabilidaddequearribaraunaembarcacióncomoaquélla.Parecíanopensarenello.Quizáhasta se hubiera olvidado del hecho. Y Heyst decidió repentinamente novolverahablarledelasunto.Si loevitónofueparaqueellanosealarmara.Puestoqueélmismonoteníaunsentimientodefinidoconrespectoaello,nopodíaproponersesuscitarenlamuchachaunefectoconcreto,cualquieraquefueseelpesodelaexplicación.Hayunacualidadenlosacontecimientosquese registrademaneradisímilporentendimientosdiferentes,o inclusopor lamisma inteligencia en el cursodedistintosmomentos.Cualquier hombre enplenituddefacultadesconoceestaturbadoracerteza.Heysteraconscientedeque lavisitanopresagiabanadabueno.Ensuactualy resentidadisposiciónhacialaHumanidad,contemplabalasituacióndesdeelpuntodevistadeunaintromisiónparticularmenteofensiva.

Miró desde la veranda en la dirección del otro bungaló. El fuego estabaapagado. La presencia de los forasteros no era insinuada ni por el débil

resplandordelasbrasasniporelmásbrevedestellodeluz.Laespesatinieblay el silencio de muerte se aliaban con los extraños intrusos. La paz deSamburanseafirmabacomoenotranochecualquiera.Eratodocomosiempre,excepto—y labrusquedadde laevidenciaconmovióaHeyst—queduranteunminutoentero, con lamanoenel respaldode la sillaycasi rozandoa lamuchacha,habíaperdidolanocióndesupresenciaporvezprimeradesdequelatrajoacompartiresainefable,inmaculadapaz.Recogiólalinterna,ylaluzseagitómomentáneaysilenciosamentealolargodelaveranda.Lassombrasfueronviolentamentearrojadasdel rostro femeninoyuna luz intensa inundósusfacciones,produciendoelefectodeunamujerabsortaenunavisión.Habíafijeza en los ojos y gravedad en los labios. La respiración inflamabaligeramenteelescotedelvestido.

—Serámejorqueentremos,Lena—sugirióHeyst,muybajo,sirviéndosedelacautelapararomperelhechizo.

Lena se levantó sin decir palabra. Él la siguió al interior. Al cruzar elsaloncito,dejólalinternaencendidasobrelamesadelcentro.

Capítulo9

Esanoche, la chica sedespertóporvezprimera con la sensacióndequehabía sido abandonada a su ventura. Despertaba de un penoso sueño deseparación, inspirado por un estímulo que no podía desvelar, y perdida conantelaciónlaplenituddeesemomentoenquelosojosseabrenalmundo.Elsentimiento de desolación persistía. Estaba realmente sola. Una candela loesclareciódifusamenteenlapenumbra,alamisteriosamaneradelossueños;aunquesetratabadeunaimplacablerealidad.Sellenódeangustia.

En unmomento se presentó ante la cortina de la puerta y la apartó conmano firme. Las condiciones de vida; de Samburan convertían en absurdocualquierintentodeespionaje;ytampocosucaráctercontabacondisposiciónsemejante.Noeraelimpulsodelacuriosidad,sinodelaalarmamanifiesta:laangustiada prosecución de los temores de la pesadilla. La noche no podíahaberavanzadomucho.Lalinternaseguíaencendidaconlamismaintensidad,recorriendoelpisoylasparedescongruesasbandasdeluz.NosabíasipodríaveraHeyst;perolevioenseguida,enpijamayjuntoalamesa,deespaldasalapuerta.Entróensilencio,conlospiesdescalzos,ydejóquelacortinacayeratras ella. Algo significativo en la actitud deHeyst le hizo decir, casi en unsusurro:

—¿Buscasalgo?

Noeraprobablequelahubieraoídollegar,peroelinesperadosusurronolesobresaltó.Selimitóacerrarelcajóndelamesayapreguntar,sinvolver lavistaysinalterarse,comosiaceptara lapresenciaynohubierasidoajenoaningunodesusmovimientos:

—Dime,¿estásseguradequeWangnopasóporlahabitaciónestanoche?

—¿Wang?¿Cuándo?

—Despuésdedejarlalinterna.

—¡Ah,no!Sefuecorriendo.Yolevi.

—Tal vez fuese antes, mientras yo estaba con los de la lancha. ¿Tienesalgunaidea?

—Loveodifícil.Estuvesentadaahíafueradesdelapuestadesolhastaquevolviste.

—Pudohaberentradounmomento,porlaverandatrasera.

—Noescuchénada—dijo—.¿Quéocurre?

—Eslógicoquenoleescucharas.Cuandoquiere,es tansilenciosocomounasombra.Podríarobarnoslaalmohadadedebajodelacabeza.Ytambiénhaberestadoaquíhacediezminutos.

—¿Quétedespertó?¿Unruido?

—Nopuedosaberlo.Porreglageneral,nosesabe.Pero¿quétepareceati?Delosdos,ereslaquetieneelsueñomásligero.Amí,unruidounpocofuertebastaparadespertarme,lomismoqueati.Mequedétodolocalladoquepude.¿Quéfueloquetedespertó?

—Nolosé…,unsueñoquizá.Medespertégritando.

—¿Quésueñoera?

Heyst, con una mano apoyada en la mesa, se había vuelto hacia lamuchacha, el calvo y redondo cráneo apostado sobre el potente cuello deluchador. Dejó la pregunta sin contestación, igual que si no la hubieraescuchado.

—¿Quéesloquehasperdido?—preguntóasuvez,muyseria.

Sumelenaoscura,quecaíasuavementepor laespalda,seanudabapor lanochecondosgruesastrenzas.Heystcontemplólacurvadelicadadelafrente,la nobleza de aquella forma despejada, su palidez mate. Era una frenteescultural. Tuvo un momento de percepción aguda, intercalándose en otroordendeideas.Eracomosieldescubrimientolelamuchachanotuvierafinyseprolongarasiempreenlosmomentosmásinoportunos.

Nollevabapuestomásqueunsarongdealgodóntejidoamano,unadelaspocasadquisicionesdeHeyst,originariadealgúnrincónde lasCélebes,quedataba de hacía bastantes años. Lo tenía completamente olvidado hasta quellegóella;luegoselohabíaencontradoenelfondodeunviejobaúldemaderade sándalo con fecha anterior a la época de Morrison. Lena aprendió conrapidezaenrollarlobajolasaxilasyaasegurarloconunentremetido,comolasmujeres malayas cuando bajan al río para bañarse. Hombros y brazosquedabanaldescubierto;unadelastrenzas,quelecolgabaaunlado,parecíacasi negra en contraste con la piel. Como eramás alta que lamedia de lasmujeres malayas, el sarong terminaba un buen tramo por encima de lostobillos.Semantuvodecididamenteamediocaminoentrelamesaylacortina,elempeinedelospiesdescalzosconunreflejodemármolenelsombríosuelode esteras. La pendiente de sus hombros iluminados, el modelado firme yarmónicodelosbrazosqueflotabanenelcostado,einclusosuimpasibilidad,tenían algo estatuario, el encanto de un arte infundido de vida. Lasproporciones no eran excesivas —Heyst solía pensar en ella, al principio,como en «esa pobre y pequeñamuchacha»—, pero una vez rescatada de laraída vulgaridad del vestido blanco de las actuaciones, y adornada con elescuetosarong,laformadeesasmismasproporcionessugeríalareducciónaescaladeotrasdemagnitudheroica.

Avanzóunpaso.

—¿Quéesloquehasperdido?—preguntódenuevo.

Heyst se volvió de espaldas por completo a la mesa. Las franjas deoscuridad del piso y de las paredes confluían en el techo en un sendero desombras, como los barrotes de una jaula. Ahora le tocaba a él ignorar lapregunta.

—¿Dicesquetedespertasteasustada?

Anduvohaciaél,exóticayaunasíentrañable,conelrostroyloshombrosdemujerblancasurgiendodelsarongmalayocomodeundisfrazetéreo;peroelgestoeragrave.

—No—replicó—.Era,másbien,angustia.Noestabasallíynosabíaporqué te habías ido de mi lado. Un sueño repugnante, el primero que tengodesde…

—¿Túnocreesenlossueños?—preguntóél.

—Conocíunavezaunamujerquecreíaenellos.Elcasoesqueledecíaalagentesusignificadoporunchelín.

—¿Irías a preguntarle ahora lo que significa este sueño? —inquiriósocarronamenteHeyst.

—VivíaenCamberwell.¡Eraunaviejaasquerosa!

Heystrioconciertadificultad:

—El sueño es hijo de la locura. Lo que de verdad merecería la penaconocersonlascosasqueocurrenenelmundodelavigiliamientrasnosotrosdormimos.

—Hasperdidoalgoquehabíaenesecajón—afirmólamuchacha.

—Enésteoenalgúnotro.Hehecholopropiodelcaso:mirarentodoslosdemásyvolveramirarenéste.Meresultadifícilcreerenlaevidenciadelossentidos;perolossentidosdicenquenoestá.Bien,Lena,¿estásseguradequeno…?

—Nohetocadonadadeloquehayenestacasa,exceptoloquetúmehasdado.

—¡Lena!—gritó.

Sesintiódolorosamenteafectadoporelrechazodeunaacusaciónquenohabíapronunciado.Esoeraloquelehabríadichouncriado,uninferiorsujetoasospecha;unextraño,entodocaso.Leenfurecíaqueselemalentendieradeuna forma tan lamentable, y le defraudaba que no intuyera el lugar que lehabíadadosecretamenteensupensamiento.

—Afindecuentas—sedijo—,seguimossiendoextraños.

Luegosintiópenaporella.Lehablócontodasuavidad:

—Ibaadecirtequesiestabasseguradenoteneralgunarazónparapensarqueelchinohabíapasadoestanocheporlahabitación.

—¿Sospechasdeél?—preguntó,frunciendolascejas.

—Nohayningúnotrodequiensospechar.Puedesllamarlocerteza.

—¿Noquieresdecirmequées?—preguntóeneltonoindistintoconqueseregistraunhecho.

Heystselimitóasonreírdébilmente.

—Nadavalioso,enloqueserefiereaprecio.

—Penséquepodíaserdinero—dijoella.

—¡Dinero!—exclamó,comosilasugerenciafueradeltodoabsurda.

Lamuchachasesorprendiódeformatanvisible,queseapresuróaañadir:

—Desde luego, hay algún dinero en la casa, ahí, en el escritorio, en elcajónde la izquierda.Noestácerrado.Puedescogerlo.Hayunhuecoyunatablagiratoria al fondo;unesconditebastante simple, cuando se conoce.Lo

descubríporcasualidadymetíenélnuestraprovisióndesoberanos.Eltesoro,querida,noessuficienteparareclamarunagruta.

Sedetuvo,rioenvozbajayledevolviólamirada.

—Eldinerosuelto,unoscuantosdólaresyflorines,lohetenidosiempreenesecajóndelaizquierdasincerrar.NomecabedudadequeWangsabeloquehayenél;peronoesunladrón,yporesoyo…,no,Lena,loqueheperdidonoesoronijoyas;yesoeslointeresantedelhecho,quenoesunrobodedinero.

Ella dio un largo suspiro de alivio al escuchar las últimas palabras.Unacuriosidadintensasedibujóensucara,peronoquisoacosarleapreguntas.Selimitóaentregarleunadesusentrañablesyfulgentessonrisas.

—Nohe sido yo; por lo tanto, tiene que serWang.Deberías obligarle adevolverlo.

Heystnoañadiónadaaestainocentesugerenciapráctica,porqueelobjetoquehabíasalidodelcajóneraunrevólver.

Se trataba de un arma pesada que había estado durante años a sudisposición, pero que no llegó a utilizar jamás. Desde que el mobiliario deLondresentróenSamburanestuvoalojadoenelcajóndelamesa.Paraél,losauténticospeligrosnoeranaquellosquepodíanserrechazadosconestiletesobalas. Contaba además con la ventaja de que ni su actitud ni su aspectoparecíantaninofensivoscomoparaexponerleaunaagresiónimpremeditada.

No podría explicar lo que le había inducido a ir hasta el cajón en plenanoche.Sufrióunrepentinosobresalto,cosa,porlodemás,bastanteinfrecuenteen él. Se encontró sentado, con la consciencia agudamente despejada y lamuchacha a su lado, con el rostro vuelto en la otra dirección, una vaga ycaracterísticaformafemeninaenlapenumbra.Inmóvilcompletamente.

EnesaestacióndelañonohabíamosquitosenSamhuran,ylosladosdelaredecillaprotectoraestabanrecogidos.Heystdirigiólospieshaciaelsueloyseencontróapoyadoenellosantesinclusodehaberconcebidolaintencióndelevantarse.No supo por qué lo hacía.Ante el temor de despertarla, el débilcrujidodel armazónde la cama lehabíaparecidoestrepitoso.Sevolvióconinquietud,esperandoquesemoviera,peronolohizo.Mientraslamiraba,viosu propia imagen en el lecho, durmiendo profundamente a su lado y —leocurríaporvezprimeraensuvida—casiindefensa.Estanovedosaimpresióndelospeligrosdelsueñolehizopensardeprontoenelrevólver.Abandonóeldormitoriodepuntillas.Lalevedaddelacortinaqueapartóalpasarylapuertaexteriorabiertadeparenparalaoscuridaddelaveranda—tantomáscuantolos aleros descendían muy abajo y ocultaban la luz de las estrellas— leprodujeron la impresióndehaber estadopeligrosamenteexpuesto,nopodríadecir por qué. Tiró del cajón. El hueco vacío interrumpió el curso de las

sensaciones.Anteelhechoconsumado,murmuró:

—¡Imposible!¡Seráotrositio!

Intentó recordar dónde lo había puesto; pero la espoleada voz de lamemoria no dio resultados alentadores. Rebuscando en todo rincón dondecupieraunrevólver,llegóprogresivamentealaconclusióndequenoestabaenaquella habitación. Ni en ninguna otra. El bungaló constaba de doshabitacionesyunapródigaporcióndeverandaalrededor.Salió.

—Ha sido Wang, sin lugar a dudas —pensó, fijando los ojos en lahondonadadelanoche—.Lohacogidoporalgunarazón.

Nadaimpedíaaaquelchinofantasmalmaterializarseenelactoalpiedelaescalinata,oencualquierotrositioymomento,yderribarledeunprecisoymortal disparo. El peligro era tan irremediable que no valía la penapreocuparseporél;nomás,entodocaso,queporlageneralprecariedaddelavida humana. Heyst especuló sobre este peligro añadido. ¿Cuánto tiempohabía estado a merced de aquel escuálido dedo amarillo con el revólverengatillado?Dandoporsupuestoqueésafueralarazónparasustraerelarma.

—Balazo,yaheredar—pensóHeyst—.Muysencillo.

Aun así, su mente se mostraba reacia a considerar al cultivador dehortalizasdomésticascomounasesino.

—No,noeseso.Pudohaberlohechoencualquierotraocasióndurantelosúltimosdocemesesomás.

HeystdiovueltasalapresuncióndequesehubieraapoderadodelrevólverensuperíododeausenciadeSamburan;peroenesetramodelaespeculación,elpuntodevistasetransformó.Conlaenergíadeunacertezamanifiesta,selerevelólaideadequeelarmafuecogidaesatarde,obienesanoche.Wang,porsupuesto.Pero¿porqué?Enelpasadonohubopeligros.Ahoraestabanaunpaso.

—Metieneasumerced—pensóHeystsinunainquietudespecial.

Elsentimientoqueexperimentóseparecíaalde lacuriosidad.Seolvidó,interponiendounadistanciaconveniente,desímismo,igualquesisepusieraaconsiderar las circunstancias de otro cualquiera. Pero hasta esa especie decuriosidad estaba languideciendo cuando, almirar a la izquierda, contemplólas conocidas siluetas de los bungalós asomando en la noche, y recordó lallegada de la sedienta banda del bote. Wang difícilmente se arriesgaría acometer un crimen en presencia de otro hombre blanco. Era un peculiarejemplo del principio de «seguridad en función del número», que, de todasformas,noeramuydelagradodeHeyst.

Volvió a entrar un tanto pesaroso, y se quedó ante el cajón vacío en

profundae insatisfactoriameditación.Acababadedecidirnoparticiparnadadeaquelloalamuchachacuandoescuchólavozasuespalda.Lehabíacogidopor sorpresa, pero resistió el impulso de volverse en el acto porque tuvo laimpresióndequeleeríaelproblemaensucara.Lehabíacogidoporsorpresa,sí,yporestarazónlaconversacióniniciadanoeraexactamentecomolaqueélhabríaconducidoencasodehaberestadopreparadoparaencajarlapreguntaaquemarropa. Tendría que haber dicho de inmediato. «No he perdido nada».Lamentó haber dado ocasión de que le hiciera la pregunta. Y concluyó laconversaciónconciertatrivialidad:

—Esunobjetodeescasovalor.Notepreocupes,novalelapena.Lomejorquepuedeshaceresvolveralacama,Lena.

Sevolvióalgoremisay,yaenlapuertadeldormitorio,preguntó:

—¿Ytú?

—Creoquesaldréafumaralaveranda.Notengosueño,demomento.

—Bueno,notardes.

Nohuborespuesta.Leviodepie,inmóvil,conciertoceño,ydejóquelacortinacayeralentamente.

Heystencendióelcigarroantesdesaliralaveranda.Levantólavistaporencimadelosalerosparamedirporlasestrellaslanochetranscurrida.Pasabamuydespacio.Nosabíaporqué lemolestabaesa lentitud;noesperabanadadelamanecer;noobstante, todo loque le rodeabasehabíavueltoarbitrario,variable,vagamenteurgente,ylecargabaconelpesodelasexigencias,perosin indicarle ninguna línea de acción. La situación le irritaba. El mundoexteriorhabía irrumpidoenél; ignorabaquémalhabíahechopara tenerquesoportar aquella maldición, aparte de lo que sirvió para estimular larepugnante calumnia sobre su relación con el pobre Morrison. No podíaolvidarlo.Habíallegadoasusoídospormediodelapersonacuyaconfianzaenlarectituddesuconductaleeramásnecesaria.

—Y lo ha dejado de creer a medias —pensó, con la desesperanza delabatimiento.

Lomismo que una herida física, esta traicionera puñaladamoral pareciórestarlefuerzas.Noteníalaintencióndehacernada:nidespacharconWangelasuntodel revólverni sacarlea los forasteros la identidadyelmodoenquellegaron a la presente circunstancia. Arrojó a la oscuridad el cigarroencendido.Samburannovolvería a ser aquella soledad en laquedar riendasueltaatodossushumores.Laparáboladefuegoquelacolillatrazóenelairefuevistaaunadistanciadeveinteyardasdesdeotraveranda.Yfueanotadocomo un indicio importante por cierto observador especialmente facultado

paralalecturadelossignosycuyotensoestadodealertabastabaparapercibirelcrujidodelahierbacuandocrece.

Capítulo10

ElespectadoreraMartinRicardo.Lavida,paraél,noeraelproductodelaresignación pasiva, sino el de una conflagración particularmente activa. Nodesconfiabadelavida,noledisgustaba,ytodavíamenossesentíainclinadoalamentar sus desengaños; sin embargo, tenía una intensa consciencia de lasposibilidades de fracaso.Aunquedistabamuchode ser unpesimista, no erahombrequehicieracastillosenelaíre.Nolegustabaperder;debidonosóloalodesagradableypeligrosode lasconsecuencias, sino tambiéna losefectosnocivos que pudieran recaer sobre su concepto de sí mismo. Éste era untrabajoespecial,desupersonalinvencióny,porlodemás,bastantenovedoso.Noseguía,porasídecir,lalíneahabitualdesusiniciativas—excepto,quizá,desdeunpuntodevistamoral,sobreelquenoeradadoatorturarlacabeza—.TodasestasrazonesseconcitabanparaqueMartinRicardonopudieradormir.

Mr. Jones, tras algunas tiritonas y beber una abundante porción de técaliente, cayó, al parecer, en un sueño profundo.Había disuadido de formaterminante a su leal seguidor de cualquier conato de conversación. Ricardoescuchabaelritmoregulardesurespiración.Paraeljefe,todoibasaliendoapedirdeboca.Considerabaelasuntocomounaespeciededeporte.Lopropioenuncaballero.Seacomofuere,elimportanteyespinosotrabajoenelquesemezclaban el honor y la seguridad personal tendría que ser llevado a cabo.Ricardoselevantóensilencioysalióalaveranda.Nopodíaacostarsetodavía.Necesitabaaire,y tenía la sensacióndeque, forzadospor su impaciencia, laoscuridadyelsilenciodepararíanalgunacosaasusojosyoídos.

Contempló las estrellas y regresó de nuevo a la oscuridad. Resistió elimpulsodesaliryescabullirsehaciaelbungalódeenfrente.Habríasidounalocura rondar en las tinieblas sobre un suelo desconocido. ¿Y con qué fin,comonofueraaliviarlaangustia?Lainmovilidadoprimíasusmiembrosigualqueunsayodeplomo.Todavíanohabíarenunciadodeltodo.Ypersistíaenlavigilanciasinobjeto.Elhombredelaislaguardabasilencio.

FueenesemomentocuandolosojosdeRicardoatraparonelincandescentetrazode luzquehizoelcigarro: larevelaciónsúbitadeunhombre insomne.Nopudoreprimirundiscreto«¡hola!»mientrasseacercabasigilosamentealapuerta,pegadoalapared.Supusoqueelhombrehabíasalidodespuésdetirarelcigarro.Enrealidad,Heystselimitóaentrardenuevoconelsentimientodequien renuncia a una ocupación poco provechosa. Pero Ricardo imaginó el

crujir apagadode laspisadasenelherbazal,y seescurrióa todaprisaenelinteriordelcuarto.Allítomóalientoyreflexionó.Elpasosiguientefuetantearlascerillasdeencimadelescritorioyencenderlavela.Teníaquecomunicarasujefeideasyobservacionesdetalimportanciaqueleparecióabsolutamentenecesariocomprobarelefectoqueproducíanenelsemblantedelinterlocutor.Alprincipioseleocurrióquelaconsultapodíaesperaraldíasiguiente,peroelinsomniodeHeyst,reveladodeaquellaformainquietante,leconvenciódelaimposibilidaddedormiresanoche.

Esto mismo confesó a su jefe. Cuando la llama con forma de puñaldispersó las sombras,Mr. Jones apareció en el armazón de la cama, al otroextremo de la habitación. Una manta de viaje ocultaba la estilizada figurahastalacabeza,cuyocráneoexangüedescansabasobreotradispuestaamodode almohada. Ricardo se dejó caer con las piernas cruzadas muy cerca delpetate;encuantoMr.Jones—quienacasonodurmieratanprofundamente—huboabiertolosojos,selosencontróconvenientementeniveladosconlacaradesusecretario.

—¿Eh?¿Dequéhablas?¿Notetocadormirestanoche?¿Puesporquénodejasqueduermayo?¡Malditofilatero!

—Pues porque el tipo ése no puede dormir, ahí tiene el porqué. En estemomentoandadalequetepegoalasesera.¿Quélerondalacabezaenplenanoche?

—¿Cómosabestanto?

—Estabaafuera,señor,yaoscuras.Lehevistoconmispropiosojos.

—Pero ¿cómo sabes que estaba pensando? Podría tener otros motivos;dolor de muelas, por ejemplo. Y tú puedes haberlo soñado. ¿No estabasintentandodormir?

—No,señor,nisiquieraloheintentado.

Ricardo informóalpatrónde sucentinelayde la revelaciónque lepusofin. Concluyó que un hombre que se levanta amedia noche y enciende uncigarroleestádandovueltasaalgo.

Mr.Jonesseenderezósobreelcodo.Elgestodeinterésconfortóasufielsecuaz.

—Meparecequeyaeshoradequenosotrosmismospensemosunpoco—añadió,másseguro.

Apesardeltiempoquellevabanjuntos,elhumordeljefeerasiempreunafuentedeinquietudparaaquelespíritusimple.

—Tú, siempre, mucho ruido y pocas nueces —observó Mr. Jones con

ciertatolerancia.

—Lodelruido,sí;peronopuededecirquepocasnueces,señor.Puedequelamíanosealamaneraenqueuncaballerovelascosas,perotampocoesladeunidiota.Ustedmismolohaadmitidoentiempospeores.

Ricardoseestabaacalorando.Elcaballeroleinterrumpiósinningúncalor.

—Presumoquenomehasdespertadoparahablarmedeti.

—No, señor —Ricardo se mordió la lengua y quedó en silencio porespaciodeunminuto—.Nocreoquepudieracontarlealgodemíqueustednosepaya.

Había una especie de divertida satisfacción en su tono, que cambiócompletamenteenlacontinuación:

—Esesehombre,eldeallí,eltemadeconversación.¡Nomegusta!

Lasonrisacadavéricaseesfumó,vistaynovista,deloslabiosdeljefe.

—¡Ah!, ¿no? —murmuró el caballero, cuyo rostro sustentado por elantebrazoquedabaalniveldelacoronilladesusecuaz.

—No,señor—confirmóenfáticamenteRicardo.

Laveladelotroextremolanzabasombrasmonstruosassobrelapared.

—Él,¿cómolediríayo?,noesfranco.

Mr.Joneslocorroboróconsucaracterísticalanguidez:

—Pareceunhombremuysegurodesímismo.

—Sí, eso es, muy… —Ricardo se atragantó de indignación—. ¡Laseguridadlesaldríamuyprontoporunagujeroenlascostillas,sinofueraésteuntrabajoespecial!

Elde la camadebíaestardedicadoa susparticulares reflexiones,porquepreguntó:

—¿Creesquesospecha?

—Noveodequépuedesospechar—comentóRicardo—.Peroallíestaba,rascaquerasca.¿Quélerondaríalacabeza?¿Quélehizosalirdelacamaenplenanoche?Laspulgasnofueron,seguro.

—Puedequelamalaconciencia—sugirióMr.Jones,socarronamente.

El leal secretario, en auténtica crisis de furibundia, no vio la gracia.Declaró en un tono impaciente que eso de la conciencia no existía. Lo queexistía era el canguelo, aunque no hubiera forma de demostrarlo con aquelindividuo. Admitía, como mucho, que la llegada de forasteros le pusiera

nervioso;porelesconditedelbotín,másqueotracosa.

Ricardoechóunpardevistazosdereojo,comosi temieraserescuchadoporlasespesassombrasquelaluzmortecinadispersabaenlahabitación.Supatrón,sinmoverunmúsculodelacara,dijoconunatranquilidadsusurrante:

—Puedequeesehotelerosólotehayacontadomentiras.Alomejorresultaunpobrediablo.

Ricardomeneólacabeza.Lateoríaschombergianasehabíaconvertidoenuna convicción profunda, de la que estaba tan empapado como una esponjasumergidaenelagua.Lasdudasdesuseñoreranunanegacióncaprichosadelasevidenciasmáspuras;peroeltonodeRicardonovarió:unsuaveronroneoacompañadodeunimperceptiblegañido.

—¡Me sorprende, señor! Porque encaja con la forma de apañarse de losmansos, esos vulgares hipócritas que atestan el mundo. Cuando el tufo delbotín les pasa por bajo de la misma nariz, ninguno puede tener las manosquietas.Noseloreprocho,peromesacadequicio.Bastafijarseencómosedeshizodeesecompinchesuyo.Mandaraunhombreacasaparaqueladiñedeunapulmonía…;ahí tieneun trucodepusilánime.¿Yvaustedadecirmequeuntipoasínoibaallenarselabolsaconloprimeroquelevinieraamano,como buen hipócrita? ¿Qué es todo ese negocio del carbón? ¡Rapiña depacíficociudadano!¡Hipocresía,ynadamás!¡No,señor,no!Lacosaestáensacarlelavirutacontodalalimpiezaposible.Éseeseltrabajo;ynoresultarátanfácilcomoparece.Aunquereconozcoquelohamiradousteddelderechoydelrevésantesdedecidirelviaje.

—No—aMr.Jonesapenasseleoía,lamiradaperdidaenunpuntofijo—.Nopensémuchoenello.Estabaaburrido.

—Sí,andabausted…enfermo.Yyo,desesperadodeltodolatardeenqueaesetocinoconbarbaqueseapellidabaposaderoledioporhablarmedeltipodeahíenfrente.Porpuracasualidad.Bien,señor,aquíestamos;porlospelos,pero estamos. Todavía nome he sacudido la flojera; pero da igual; el botíncompensaráporloquehagafalta.

—Aquínohaynadiemás—observóelotroconunmurmulloronco.

—Ss…sí,enciertaforma.Casinadie.Puededecirsequeestásolo.

—Menoselchino.

—Sí,menoselchino—asintióRicardo,conairedistraído.

Estaba dando vueltas a lo recomendable que resultaría descubrir laexistencia de la chica. Finalmente, decidió no hacerlo. La empresa ya erabastante peliaguda sin necesidad de complicarla con trastornos en lasensibilidad del caballero con quien había tenido el honor de asociarse. Lo

mejorseríadejarqueelhechosepresentaraporsí soloy jurarquenosabíanadadelaingratapresencia.

Nonecesitabamentir.Sóloteníaquesujetarlalengua.

—Sí—susurró,pensativo—,estáesechino.

En el fondo, sentía un ambiguo respeto por el asco que producían lasmujeres en su jefe, como si ese horror a la presencia femenina fuera unaespecie de moralidad depravada; pero moralidad, al fin y al cabo, querepresentaba una ventaja al eludir muchas complicaciones indeseables. Nopretendía entenderla del todo.Ni siquiera profundizar en la personalidad deaquelhombre.Se limitabaa reconocerquesus inclinacionespersonaleserandistintasyqueellasnolehacíanmásfeliznimáscauto.Nopodíasabercómohubieraactuadoélmismoenelcasodehaberpasadolavidadandotumbosporahí.Felizmente,éleraunmandado,nounperroasueldo,sinoun integrantedelséquito,circunstanciaqueteníasuslímitesporunoyporotrolado.¡Sí!NosepodíanegarquelaactituddeMr.Jonessimplificabageneralmentelascosas.Pero quedaba claro que también podía complicarlas, como ocurría con esteenjundiosoy,segúnRicardo,másquedelicadocaso.Lopeordetodoeraquenadie estaría en condiciones de predecir el cariz que tomarían losacontecimientos.

Eraantinatural,pensóconciertaacritud.¿Cómohacercálculosconloquesobrepasa la Naturaleza? No había reglas para eso. El leal servidor deMr.Jonesa secas,pronosticándosedificultadesmateriales sincuento,decidiónoInmiscuiralamuchachaenelpuntodemiradelpatrón.Hastadondepudieraingeniárselas. Y eso, ¡ay!, sería cuestión de horas, mientras que el negociopropiamentedichollevaríadías.Unavezarrancara,notemíaquesucaballerole fallase. Como sucede amenudo con las naturalezas sin ley, la lealtad deRicardo enun individuodado era deun carácter simple e incuestionable: elhombredebeteneralgúnapoyoenlavida.

Conlaspiernascruzadas,lacabezaalgovencidayperfectamenteinmóvil,bienpudierahaberestadomeditando,enlaposturadelbonzo,sobrelasagradasílaba de «Om». Era una ilustración palpable de la falsedad radical de lasapariencias, ya que su desprecio del mundo era de una clase estrictamentepráctica.No había nada oriental enRicardo, como no fuera aquella quietudsorprendente.Mr.Jonestampocosemovía.Dejócaerlacabezasobrelamantadoblada y se quedó de costado, de espaldas a la luz. En esa posición, lassombras se juntaban en las cavidades de los ojos, produciendoun efecto decompleta vacuidad.Cuando habló, la voz fantasmal sólo tuvo que atravesaralgunaspulgadasparaalcanzareloídoizquierdodeRicardo:

—¿Ahoraquemehasdespertado,yanodicesnada?

—Mepreguntosiestabaustedtandormidocomoquieredaraentender—dijoelinconmovibleRicardo.

—Yotambiénmelopregunto—contestóasuvezelotro—.Entodocaso,descansabatranquilamente.

—¡Vamos, señor!—eraun susurro alarmado—.¿No irá a decir que estáempezandoaaburrirse?

—No.

—¡Menosmal!—Elsecretariosesintióaliviado—.Nohaymotivosparaaburrirse,seloaseguro.¡Cualquiercosa,menoseso!Sinohedichonadanoesporquenohayaunbuenmontóndetemasdequéhablar.Másquesuficiente.

—¿Y a ti qué te pasa? —masculló el caballero—. ¿Te estás volviendopesimista?

—¿Queyomevuelvo?No,señor.Yonosoydelosquesevuelvennada.Silevieneengana,puede llamarme loquequiera,perosabemuybienquenosoyunaplañidera—Ricardo cambióde tono—.Pensaba en el chino, señor,poresonodecíanada.

—¿De veras? Pues tiempo perdido, querido Martin. Un chino esimpenetrable.

Ricardoadmitióquelofuera.Pero,detodasformas,ymirandopordondese debe, no son tan impenetrables como supone la gente; quien no lo era,desde luego, es un barón sueco, ¡no podía serlo! De barones semejantesestabanlosmontesllenos.

—No creo que sea tan manso —fue el comentario de Mr. Jones,pronunciadoenuntonosepulcral.

—¿Quéquieredecir, señor?Claroqueno esun conejo.Nopodríaustedhipnotizarle,comohevistoquehacíaconmásdeundagoyotrasespeciesdeciudadanospacíficoscuandollegaelmomentodesentarlesajugar.

—Nocuentesconeso—murmurógravementeMr.Jonesasecas.

—No,señor;nocuentoconello,aunquetieneustedunpodermaravillosoenelojo.Esunhecho.

—Yotengounamaravillosapaciencia—observósecamente.

UnaoscurasonrisaseproyectóenloslabiosdelservicialRicardo,quenollegóalevantarlacabeza.

—Noquierocansarle,señor,peroeste trabajonosepareceennadaa losquenoshanpasadoporelmagínhastaahora.

—Puedequeno.Perohayquepensarcomosilofuera.

Un cierto hastío por lamonotonía de la existencia se hizo patente en eltono de esta calificada afirmación. El resultado fue que los nervios delardorosoRicardosepusierondepunta.

—Vamos a pensar en la forma de ir al tajo —replicó con algunaimpaciencia—.Elsujetotienemanoizquierda.Fíjesecómoselasarreglóconelsocio.¿Haescuchadoalgunavezcosatanmiserable?¡Laastuciadelafiera,fíjese;esaastuciamezquinaycarroñera!

—Déjatedemoralejas,Martin—dijoelcaballeroentonoadmonitorio—.Porloquededuzcodelahistoriaquetecontóelhotelero,enfrentetenemosatodo un carácter, con una independencia de sentimientos poco habitual. Sicoincideconlarealidad,elsujetoesbastantesingular.

—Sí, ya. Bastante singular. Y bastante rastrero, de todos modos —murmuróobstinadamenteRicardo—.Sólodigoquelaspagarátodasjuntas,ydeunaformaquelevaasorprender.

Lalenguadelsecretariosemoviócomounbichoporelbordetensodeloslabios,comopaladeandoyalaferozretribución.Laindignaciónerasinceraenlo referente al principio básico de lealtad a un compinche, violado a sangrefría, con lentitud y una paciente hipocresía más dura que el tiempo. Habíareglas tanto en la villanía como en la virtud, y, de hecho, según lo pintaba,adquiríaunhorrorañadidoporlopaulatinodeaquellatraición,alavezatrozysoterrada. Pero comprendía también el juicio discreto del caballero,considerando todocon laprivilegiada imparcialidaddeunamente cultivada,deuntemplebieneducado.

—Sí,tienemanoizquierda;esastuto—rezongó.

—¡Malditasea!—eldespaciososusurrodeMr.Jonessedeslizóensuoído—.Vamosalgrano.

El secretario dejó obedientemente de lado sus consideraciones.Había unequilibrioenladisparidaddeaquellosdos:uno,víctimadesusvicios;elotro,inspirado por un afán desdeñoso y retador, la agresividad de la fieradepredadoracontemplandoalaspacíficascriaturasdelatierracomoapresasnaturales. Ambos eran astutos y, sobre todo, conscientes de que se habíanmetidoenlaaventurasinunaestimaciónsuficientedelosdetalles.Lavisióndelhombresolitarioyabandonadoalasuerte,fascinanteeindefensaenmediodelmar, surgió en toda su extensión y sin dejar espacio para nadamás.Noparecíahabernecesidaddemayores reflexiones.ComodijoSchomberg: trescontrauno.

Perounavezseenfrentaronaaquellasoledadqueprotegíaasupresacon

la firmeza de una armadura, el proyecto no resultaba tan sencillo. Elsentimientoexpresadoasumaneraporelsecuaz—«noparecequehayamosadelantadomucho,ahoraqueestamosaquí»—eracompartidoensilencioporelsuperior.Nocostaba tanto rebanarleelcuelloaun individuoohacerleunagujero en el cuerpo, tanto si estaba solo como si no—admitióRicardo, envozbajayconfidencial—,pero…

—Noestá solo—insinuóMr. Jones, en laposturadequien sedisponeacogerelsueño—.Noteolvidesdelchino.

—¡Oh,sí;elchino!

Quedóaunpasodeclaudicar,¡perono!Queríaasupatrónimperturbableyfirme. Pensamientos vagos, relacionados con lamuchacha, y con los cualesapenasseatrevíaaenfrentarse,serevolvíanensusadentros.Habíaquedejarlaalmargen,pensó.Selapodríaasustar.Yquedabanotrasposibilidades.Peroelchinopodíatraerseyllevarsesinmayorreparo.

—Loqueyopienso,señor—continuóconseriedad—,esquetenemosaunhombre.Yunhombrenoesnada.Seportamal,yselehacecallar.Peroquedaelbotín.Ynolollevaenlafaltriquera.

—Metemoqueno—dijoMr.Jones.

—Lomismodigo.Esdemasiadogrande,porloquenoshancontado;perosíestuvierasolonosepreocuparíatantodeél,quierodecir,portenerloasalvo.Lometeríatodoenunpaqueteoenuncajónquelevinieraamano.

—¿Túcrees?

—Sí,señor.Lo tendríaa lavista,comosidijéramos.¿Porquéno?Es lomásnatural.Nadieentierralagarlofaanoserquetengabuenasrazonesparahacerlo.

—¿Unabuenarazón?

—Sí,señor.¿Quécreeustedqueesunhombre?¿Untopo?

Ricardo argumentaba, por experiencia, que el hombre no es animal demadriguera.Inclusolosavarosraravezenterrabansustesoros,comonofuerapormotivosexcepcionales.Dadalacondiciónsolitariadelhombredelaisla,lacompañíadeunchinoeramotivomásquesuficiente.Andandopormediolosojosrasgadosdeunchinoentrometido,nilasarquetasniloscajoneseranseguros.No,señor.Amenosquetuvieraunacajadecaudales,unaigualqueladelaoficina.Peroestabaenaquelmismocuarto.

—¿Hayunaenestahabitación?Nomehabíadadocuenta.

La razón era que estaba pintada de blanco, como las paredes, aparte deescondida en un rincón oscuro. Mr. Jones desembarcó demasiado exhausto

para fijarse en algo; pero Ricardo reconoció en seguida aquella formacaracterística.Le hubiera gustado creer que el producto de la traición, de lasupercheríaydelasabominacionesmoralesdeHeystestabaallí.Perono;elobjetoinculpadosehallabavacío.

—Puedequealgunavezestuvieraahí—comentóconpesimismo—,peroyanoestá.

—Nofueésta lacasaqueescogióparavivir—observóMr.Jones—.Porcierto, ¿qué querría decir con lo de las circunstancias que le impedíanalojarnosensubungaló?¿Recuerdasquédijo,Martin?Mesonóunpocoraro.

Martin, que recordaba y comprendía la frase por estar directamenterelacionadaconlapresenciadelamuchacha,esperóunpoco,antesdedecir:

—Algunadesusmañas,señor,ynode laspeores.Ahí tiene la formadehablarnos,sinhacerpreguntas.Lagenteescuriosa,igualqueél;sóloquehacecomo si no le importara. Pero le importa. ¿Qué hacía, si no, fumándose uncigarroenplenanocheyconlaseserafuncionando?Nomegustanada.

—Puedequeestéafuera,viendoestaluzypensandolomismodenosotros—sugiriógravementeeljefe.

—Puede,señor;peroelasuntoesdemasiadoimportanteparahablarloenlaoscuridad.Laluzestábienpuesta.Ypuedeestarjustificada.Hayluzenestebungalóporque…,bueno,porqueustednoestábien.Noestábien, señor…,esoesloquepasa.Ytendráqueactuardeacuerdoconello.

Se le había ocurrido de pronto, en vista de la oportuna resolución demantener a su jefey a lamuchacha apartados elmayor tiempoposible.Mr.Jones recibió la sugerencia sin inmutarse; nada alumbró en las fosas de susojos,dondeunachispadeluzfijaeraelúnicosignoquerecordabalavidaenun cuerpo sobrecogido. Pero Ricardo, tan pronto como enunció el felizpensamiento,percibiónuevasposibilidades,másventajosasyprácticas.

—Consuaspecto,señor,serábastantefácil—continuóenelmismotono,comosiningúnsilenciohubieraintervenido,siemprerespetuoso,perofranco,con propósitos perfectamente simples—. Todo lo que tiene que hacer esquedarsetranquilamenteacostado.Mefijéenlacaraconquelemirabaaustedenelmuelle.

El ingenuohomenajea suaspectoque latíaenestaspalabras, sugiriendomás lasepulturaqueel lechodeunenfermo,hizoaparecerunaarrugaenellado de la cara que el caballero tenía expuesto a lamortecina claridad, unaprofunda, sombría y semicircular arruga que llegaba desde la nariz hasta labarbilla, revistiendo la forma de una sonrisa silenciosa. Con una miradasesgada, Ricardo advirtió la transformación. Él también sonrió, agradecido,

animado.

—Y usted, mientras, fuerte como un mulo —continuó—. ¡Que mecuelguen si no le daría cualquiera por enfermo, aunque yo le jurara locontrario! Esperemos uno o dos días para examinar el asunto y cogerle lamedidaaesehipócrita.

Ricardosepusoamirarfijamentesusespinillascruzadas.Elarráezdiosuaprobaciónconlahabitualfaltadeenergía.

—Quizáseaunabuenaidea.

—Elchinonocuenta.Selehacecallarencualquiermomento.

Una de las manos de Ricardo, que reposaba vuelta de palmas sobre laspiernas cruzadas, gesticuló como en una estocada, y el movimiento fueduplicadopor la sombraamenazantedeunbrazoquesobrevoló lapared.Elgesto rompióel sortilegiode laquietudperfectade laestancia.El secretarioechóunamiradamalhumoradaalapared.Sepodíahacercallaracualquiera,insistió.Ynoeraporloqueelchinopudierahacer,no.Eraporlosefectosquesucompañíaprodujeraenaquelhombresentenciado. ¡Unhombre!¿Quéeraunhombre?Aunbarónsuecoselepodíarajaroagujerearlomismoqueaotracriatura cualquiera; pero eso era precisamente lo que había que evitar hastaaveriguardóndeestabaescondidalahucha.

—Me da en la nariz que será alguna hoya en el bungaló —comentóRicardoconauténticaansiedad.

No.Una casa se puede quemar, accidentalmente o a propósito,mientrasduermeeldueño.¿Bajolacasa,enalgunahendidura,grietaorendija?Algoledecía que no andaba por ahí. La crispación del esfuerzo mental acentuó elentrecejodeRicardo.Hastaelcuerocabelludoparecióagitarseconestatareadevanasytorturantessuposiciones.

—¿Quécreequeesunhombre,señor?¿Uncrío?—dijoenrespuestaalasobjecionesdeMr.Jones—.Sóloquierosaberloqueyoharíaensucaso.Nocreoqueseamáslistoqueyo.

—¿Yquésabestúdetimismo?

El aristócrata pareció observar la perplejidad de su incondicional con unregocijodisimuladoporlaactituddesfalleciente.

Ricardoeludió lapregunta.Lavisión físicadel espolio le absorbía todaslas facultades. ¡Una visión grandiosa! Lo mismo que si lo tuviera delante.Unos maletines de lona atados con un cordel, con los rotundos vientresseñalados por la presión de las monedas —de oro, sólidas, pesadas,sumamente portátiles—. O quizá fueran cajas de caudales con una marcaimpresaen las tapas;o talvezunacajade latónnegroconunasaencimay

repletas del diablo sabe qué. ¿Billetes de banco? ¿Por qué no?El individuovolvíaacasa;asíqueseguramenteviajabaconcosasdevalor.

—Podíahaberlodejado fuera,encualquierparte. ¡Encualquierparte!—gritóRicardo,sofocándose—.Enelbosque…

¡Eraeso!Unaoscuridadinstantáneareemplazólapenumbradelcuarto:lalobreguez de un bosque por la noche y una linterna a cuya luz una siluetacavabaalpiedeunárbol.Ylomásprobableesqueotrafigurasostuvieralalinterna…,¡unafigurafemenina!¡Lamuchacha!

Laprudenciahizoquerefrenaraunapintorescayblasfemaexclamación,enpartedealegríayenpartedeconsternación.¿Elhipócritahabíaonoconfiadoenlachica?Delaformaquefuere,oconfióodesconfióporcompleto.Conlasmujeresnovalíanmediastintas.Noseimaginabaauntipoconfiandoamediasen una mujer con la que mantenía una relación íntima, y más en aquellasparticulares condiciones de soledad y de conquista previa, en las que lasconfidenciasnopodíanparecerpeligrosas,yaqueenellugarnohabíanadieaquiendescubrirlas. Ítemmás:ennuevedecadadiezcasos, lamujerobteníaesaconfianza.Pero,apartedeeso,¿era lapresencia femeninaunacondiciónfavorableodesfavorabledecaraalproblema?¡Ahíestabalacuestión!

Por raudasque fueran lascavilaciones, sintióqueunsilencioprolongadonoeraaconsejable.Seapresuróadecir:

—¿Nosve,señor,austedyamíagujereando,palaenmano,losrinconesdeestamalditaisla?

Sepermitióunligeromovimientodebrazos.Lasombraloprolongóenungestodramático.

—Suenabastantedescorazonador,Martin—susurróelinconmoviblejefe.

—Nohayquedesanimarse,éseeselquid—replicósuleal—.¡Ymenos,despuésdeloquehemospasadoenesalancha!Seríacomo…

Nopudo encontrar la palabra adecuada.Muy calmo, deferente, pero conastucia,expresóoscuramentelareciénnacidaesperanza:

—Algo habrá que nos eche unamano; pero el trabajo tiene que ir a supaso.Dejedemicuentaelseguirlapista;encuantoausted,señor,tienequejugarlecontiento.Confíeenmíparalodemás.

—Deacuerdo;peromepreguntodedóndesacastantaconfianza.

—Denuestrasuerte.¡Nodigaunapalabracontraella!Podríairseapaseo.

—Eresunganapánsupersticioso.No,nodirénadaostraella.

—Esoestábien, señor.No lamienteni conelpensamiento.Nohayque

tentarla.

—Sí,lasuerteesalgodelicada—concediódistraídamenteMr.Jones.

Sobrevinouncortosilencio,queconcluyóRicardoengintonodeprudentetanteo:

—Hablandodesuerte:supongoquepodremosenredarleenunapartidaconusted…,unmanoamanoalpicketoalekarty,aprovechandolaenfermedadyquesetienequequedarencasa…,sóloparapasareltiempo.Medaqueesunodeesosquesecalientannadamásempezar.

—¿Túcrees?—intervino fríamenteelotro—.Teniendoencuenta loquesabemosdeél…,merefieroalodesusocio.

—Cierto,señor.Tienehieloenlasvenas;esunmalbicho.

—Ytediréotracosaque tampocoesprobable.Nosedejaría limpiarasícomoasí.Noestamostratandoconunimberbeaquiensepuedetomarelpeloydarlejabón.Esuntipocalculador.

Ricardo lo admitió sin reparos.Lo que tenía enmente era algo amenorescala, lo justoparamantenerocupadoalenemigomientrasélhuroneabaunpoco.

—Podríainclusoperderalgúndineroconél,señorsugirió.

—Podría.

Ricardosequedópensativo:

—Me pega que es de los que se ponen de uñas a lamenor de cambio.¿Ustedquécree?¿Esdelosqueseencampanan?Quierodecir,sihayalgoquelealtere.Meparecequeéstezumbamásquecorre,¿nocree?

Obtuvorespuestaenelacto,graciasaqueMr.Jonesestabaencondicionesdeentenderellenguajepeculiardellealservidor:

—¡Oh!,notequepaduda,notequepaduda.

—No sabe cómo me gusta oír eso. Es una bestia furiosa, no hay quepincharle…,porlomenoshastaqueyotengalocalizadoelmaterial.Luego…

Ricardo se dejó ganar por una quietud siniestra. Al poco se levantóbruscamenteylanzóaljefeunamiradaensimismada.Mr.Jonesnoseinmutó.

—Unacosamepreocupa—comenzóconvozuntantosofocada.

—¿Sólo una? —Fue el mortecino comentario que llegó del cuerpoyaciente.

—Quierodecirmásquelasotrasjuntas.

—Esopareceserio.

—Ya creo que lo es. Esto…, ¿cómo se siente usted, señor? ¿Empieza aaburrirse?Séquelevienederepente,peroseguroquepuededecirme…

—Martin,eresunborrico.

Elrostrosombríodelsecretarioseiluminó.

—¿De veras, señor? No sabe cuánto me alegra… que no esté aburrido,quierodecir.Nonosayudaríaennada.

Ricardollevabalacamisaabiertayremangadaacausadelcalor.Atravesósigilosamente el cuarto, descalzo, en dirección a la vela, y la sombra de sutroncoseagigantóenlaparedopuesta,alaquesehabíavueltolacaradeMr.Jonesasecas.Conunreflejofelino,Ricardomiróporencimadelhombrolaescuálidafiguradelespectroqueyacíaenlacama,yentoncessoplólavela.

—De hecho, me divierte bastante, Martin —dijo el caballero en laoscuridad.

Esteúltimoescuchóel ruidodeunapalmetadaen elmusloy la jubilosaexclamacióndelcompinche:

—¡Bien!¡Asísehabla,señor!

****

ParteIV

Capítulo1

Ricardo avanzó cautamente, con breves escaramuzas de un árbol a otro,más almodo de una ardilla que al de un gato. El sol había salido un pocoantes.Elfulgordemarabiertoinvadíayaeloscuro,fríoytempranocobaltodela Bahía del Diamante; pero las sombras más profundas se prolongabantodavíabajolospoderosostroncosentrelosqueseescondíaelsecretario.

Acechaba el bungaló deNumberOne con la paciencia de un animal, noobstanteunenrevesamientodepropósitode lomáshumano.Era la segundamañanadecentinela.Enlaprimeranofuerecompensadoconeléxito.Dabaigual,porque,ciertamente,nohabíaprisa.

Elsol,proyectándosedeprontosobrelacordillera,inundódeluzelparajecarbonizadoqueseextendíafrenteaRicardoylafachadadelbungaló,delquesólosezafabaasuvistalamanchapenumbrosadelaentrada.Aladerecha,a

la izquierda y a su espalda aparecieron charcos dorados entre las densastinieblas del bosque, adelgazando las sombras bajo el tabique denso de lashojas.

NoeraunacircunstanciamuyfavorableparalosinteresesdeRicardo.Nodeseabaqueledescubrieranensupacienteocupación.Todoloquepretendíaeravera lachicaUnvistazoa travésdelcalvero,sóloparasabercómoera.Tenía una vista excelente y no había tanta distancia.Distinguiría la cara sinmayordificultadsóloconquesalieraalaveranda;yloharíasinremedio,mástardeomástemprano.Confiabaenformarsealgunaopinióndelamuchacha,locualleparecíamuynecesarioantesdedarelpasodeencontrarseconella,aescondidas de aquel barón sueco. Su hipotética estimación de la muchachatenía tal peso, que se sentía bastante dispuesto, sobre la base de aquelescrutinio,amostrarsecondiscreción,ahacerleinclusounaseña.Dependíadeloqueleyeraensucara.Nopodíasergrancosa.Conocíaeltipo.

Estirandoel cuello a travésdel follajedeunaenredadera,pudoecharunvistazoa los tresedificios irregularmentedispuestosa lo largodeunacurvasinaccidentes.Sobrelabarandilladelmásalejadocolgabaunaalfombracondibujos de tartán, sorprendentemente llamativa. Ricardo distinguía hasta loscuadros.Enunavigorosahoguerafrentealaescalinataseestabanquemandoastillasy,alaluzdelsol,lagruesayondulantellamasetransfundíahastalainvisibilidad —un simple jirón rosáceo bajo una débil corona de humo—.PodíaverelvendajeblancodelacabezadePedroinclinadasobreelfuego,ylos mechones de pelo negro, asombrosamente enhiestos. Él mismo habíahecho el vendaje después de descalabrar la prominente y velluda testa. Lacriatura, mientras se dirigía vacilante a la escalera, se balanceaba como unfardo.Ricardoobservóunpequeñomangodecazoenelextremodelapezuña.

Sí,podíavertodoloquemerecíalapenaverse,próximoolejano.¡Buenavistalasuya!Laúnicacosaquenopodíanpenetrarsusojoseraelrectángulooscuro de la entrada, bajo la pendiente de los aleros. Y eso era molesto yultrajante. Ricardo se sentía fácilmente ultrajado. ¡Seguro que saldría enseguida!¿Porquénosalía?Lomásprobableesqueeltipoencuestiónnolahubieraatadoalapatadelacamaantesdemarcharse.

Siguiósinaparecernadie.Estabatanquietocomolasfrondosaslianasdelas enredaderas, que colgaban como cortinas de las poderosas ramas que seextendían a sesenta pies por encima de su cabeza. Tenía quietas hasta laspestañas, y la imperturbable centinela le daba el aire transido de un gatoapostado en la manta de la chimenea contemplando el fuego. ¿Estaríasoñando? Allí, a simple vista, tenía una chaqueta blanca y ablusada, dospantalonescortosyazules,unpardepantorrillasamarillas,unacoletalargayescuálida…

—¡Elmalditochino!—murmuró,estupefacto.

Noeraconscientedehaberdesviadolamirada;peroheaquíque,enmediodelcuadro,sinsalirporlaesquinaderechaniizquierdadelacasa,sincaerdelcielo ni brotar de la tierra,Wang había hecho acto de presencia, en tamañonatural, entregado a la femenina tarea de coger flores. Paso a paso,deteniéndosecon insistenciasobre losmacizosenflordelpiede laveranda,aquelchinoinquietantementematerializadoabandonólaescenadeunaformahartotrivial,escaleraarribaydesapareciendoenlasombradelaentrada.

Sólo entonces los ojos glaucos de Martin Ricardo perdieron su intensafijeza.Comprendióquehabíallegadoelmomentodemoverse.

El ramo de flores que entraba en la casa demanos de un chino parecíadestinadoalamesadeldesayuno.¿Aquéotracosa,sino?

—¡Ya te daré yo flores! —masculló amenazadoramente—. ¡Espera unpoco!Uninstantemás,lojustoparaecharunvistazoalbungalódeMr.Jones,del que esperaba la aparición de Heyst en dirección al desayuno taninsultantemente adornado, y Ricardo iniciaría la retirada. Su aspiración, sudeseo ferviente, era hacer una salida en descubierta, encontrarse cara a caraconlavíctimapropiciatoriayllevaracaboloquedenominaba«eldegüello»,imaginadoconansia,incluidoaquelmovimientopreliminardealertayparada,deunamuerteseguraparaeladversario.Taleseransusimpulsos;yformabanparte,porasídecir,desunatural,alqueaduraspenaspodíaresistircuandolasangrelesubíaalacabeza.¿Habíacosamásimposible,mentalyfísicamente,que andar al acecho, al regate y echar el freno cuando la sangre de uno seencendía? El señor secretario Ricardo inició la retirada del puesto deobservación, situado tras un árbol estratégicamente propicio, poniendocuidado en no dejarse ver. Facilitaba su procedimiento la inclinación delterreno, que descendía abruptamente hasta la orilla del agua. En ese lugar,sintiendoa travésde lasgruesassuelasde lasesparteñasel fuegodel rocososoportedelaislacalentadoporelsol,quedabafueradelcampodevisióndelas casas. Un corto terraplén de veinte pies le llevaría de nuevo al nivelsuperior,dondeelmuelleechabasuraízenlaplaya.Apoyólaespaldacontrauno de los elevados postes que, sobre el túmulo de carbón abandonado,conservabantodavíaelletrerodelacompañía.Nadiepodíasiquieraimaginarcómolehervíalasangre.Apretófuriosamentelosbrazoscontraelpechoparacontenerse.

Aquel hombre no estaba acostumbrado a un esfuerzo duradero deautocontrol. La astucia y la habilidad quedaban siempre a merced de sutemperamento,francamenteferozysólosujetadoporlainfluenciadeljefe,porelprestigiodelcaballero.Temperamentoqueguardabatambiénsusartificios,peroquehabíansido igualmenteapartadosdesdeelmomentoenqueunasy

dientesfuerondesechadoscomosolucióndelproblema.Ricardonoseatrevióaaventurarseenelcalvero.Noseatrevió.

—Simetopoaesebuscavidas,noséadóndeiremosaparar—pensó—.Nomefíodemí.

Lo que le exasperaba, precisamente en esemomento, era la incapacidadpara entender a Heyst. Tenía suficiente humanidad como para sufrir con eldescubrimiento de sus limitaciones. No, no acababa de cogerle la medida.Podíamatarleconlamayorfacilidad—unsaltoyunzarpazo—,peroleestabaprohibido. No obstante, no podía permanecer indefinidamente bajo aquelletrerofuneral.

—Tengoquemoverme—pensó.

Sepusoenmovimiento, la cabezadándolealgunasvueltasporcausadelsofocado deseo de violencia, y salió directamente a la explanada de losedificios, igualquesihubieraestadoenelmuelleexaminando la lancha.Leenvolvíaunaluzmuyfijaybrillante,muytórrida.Lasconstruccionesestabanfrenteaél.Ladelaalfombradetartáneralamásalejada;elsiguienteeraelbungalóvacío;yelmáscercano,conlosmacizosalpiedelaveranda,eraelrefugio de aquella chica fastidiosa, que tan provocadoramente se las habíaingeniado para permanecer oculta. Ésa fue la razón por la que los ojos deRicardo se demoraron en el último. Con toda seguridad, se le cogería másfácilmentelamedidaalachicaqueaHeyst.Unvistazo,unasimplemirada,leproporcionaríayaalgúncriterioyadelantarunpasohacialameta—dehecho,elprimerpasoreal—.Ricardonoveíaotraforma.¡Yencualquiermomentopodríasaliralaveranda!

Noapareció;perolaatracciónqueejercíaeraladeunimánoculto.Siguiósucaminotomandoladesviaciónhastaelbungaló.Aunquesusmovimientoseran intencionados, el instinto de violencia tenía tal poder, que, de haberseencontrado conHeyst, no le hubiera quedadomás remedio que satisfacer elansia. Pero no encontró a nadie. Wang andaba en la trasera de la casa,conservando caliente el café del desayuno hasta el regreso deNumberOne.TampocoelsimiescoPedroestabaalavista,agazapadosindudaenelumbral,conlosojillossanguinolentosclavadosconunadevociónanimalenMr.Jones,elcualproseguía supláticaconHeystenelotrobungaló,y lapláticadeunespectrodiabólicoconunhombredesarmado,contempladaporunmono.

En contra de su voluntad, y lanzando miradas fulgurantes en todasdirecciones,Ricardo se encontró al pie de la escalera del bungalódeHeyst.Subió los peldaños, vencido por la fuerza de un impulso ingobernable, consigilosos, felinosmovimientos.Arribasedetuvouninstanteparaescucharelsilenciobajolosaleros.Adelantóinmediatamenteunapiernaenelumbral,queparecióalargarsecomoladeunmuñecodegoma;plantóunpieadentro,alzó

el otro sin ruido y se presentó en la habitación escrutando a izquierda yderecha. Para los ojos recién llegados de la punzante claridad, todo fueoscuridadporunmomento.Laspupilassedilataronconprontitudgatuna,paradiscernir a continuación una considerable cantidad de libros. Estabasorprendidoydesconcertado.Aundentrodelaestupefacción,sesintiófurioso.Había querido observar el aspecto y la naturaleza de las cosas y esperabadeduciralgoútil,algúnrastrodelhombre.Pero¿quépodíasacarenlimpiodeunmontóndelibros?Nosabíaquépensar,yformulósuperplejidadconunasecretaexclamación:

—¿Quédiabloshaqueridomontaraquíestetipo?¿Unaescuela?

Dedicó una atención prolongada al retrato del padre deHeyst, al severoperfilqueignorabalasvanidadesdeestemundo.Losojoslechispearonporelrabillo al tropezar con los candelabros de platamaciza, signo de opulencia.Rondaba lo mismo que un gato extraviado en un almacén desconocido.AunqueRicardo no poseía el donmilagroso del chino paramaterializarse ydesaparecer, y tenía que conformarse con entrar y salir, sus esquivosmovimientos alcanzaban un mismo grado de cautela. Observó la puertatrasera,apenasentornada;ytodoeltiempo,lasorejasaguzadasenposicióndealertamáxima semantuvieron en contacto con el profundo silencio exteriorqueenvolvíalaquietudabsolutadelacasa.

Nollevabadosminutosenlaestanciacuandosospechóqueestabasoloenel bungaló. Lomás probable es que lamujer hubiera salido a hurtadillas yanduvieraporalgunodelosterrenosdeatrás.Contodaseguridad,teníaordendequitarsedelavista.¿Porqué?¿Desconfiabaaquelsujetodeloshuéspedes?¿Odesconfiabadeella?

Concluyóque,desdeunciertopuntodevista,veníanaserlamismacosa.Recordó la historia de Schomberg. En su opinión, escaparse con cualquieraparalibrarsedelasatencionesdeaquellabestiadócildehoteleronoerapruebadeunapasióndesesperada.Podíaserabordada.

Losbigotesseagitaron.Llevabaunratomirandolapuertacerrada.Echaríaunaojeadaalahabitacióncontiguayacasovieraalgomásesclarecedorqueunmaldito montón de libros. Mientras se encaminaba al aposento, pensó, sinmayorconsideración:

—Siesebuscavidas sepresentade repentey semeencabrita, ¡lo rajo,yterminamos!

Empuñó el picaporte y notó que la puerta se abría. Antes de empujar,buscódenuevoelsilencio.Abrumador,completo,sinrestañadura.

Lasprecauciones,laautocontención,lehabíansacadodequicio.Sintióelgolpe de sangre y, como siempre en ocasiones semejantes, tuvo conciencia

física del cuchillo de acero sujeto a la pierna. Empujó la puerta con lacuriosidad de un depredador. Se abrió sin chirriar, sin crujir, con absolutosigilo;yseencontróescudriñandolasuperficieopacadeunpañorudoyazul,parecidoalaestameña.Lacortinacolgabadelantedesunariz,conlongitudypesosuficientesparanohaberseinmutado.

¡Unacortina!Elveloimprevistoqueestorbabasucuriosidad,interrumpióelansia.Nolaapartóconbrusquedad;selimitóaobservarladecerca,comosilatexturahubieradeserexaminadaantesdequesumanoentraraencontactoconsemejantepaño.Eneste intervalodeduda,pareciódetectarunresquicioenlaperfeccióndelsilencio,uncasiinaudiblecrujidocaptadoporlosoídosyque, almomento siguiente, enmitaddel esfuerzode concentración auditiva,dejarondeescuchar. ¡No!Todoestabaquietodentroyfuerade lacasa,perohabíaperdidolasensacióndeencontrarsesolo.

Cuando acercó la mano a los invariables pliegues, lo hizo con extremocuidado, limitándose apenas a apartarlos, a la vez que adelantaba la cabeza.Sucedió un momento de completa inmovilidad. Luego, sin que nada másllegara a alterarse,Ricardo retiró la cabeza y dejó caer lentamente el brazo.Allí había una mujer. ¡La mujer en persona! Iluminada débilmente por elreverbero de luz exterior, la figura surgió misteriosamente sombría yagrandadaenelotroextremodelahabitaciónlargayestrecha.Deespaldasala puerta y con los brazos desnudos levantados a la altura de la cabeza, seestaba arreglando el pelo.Uno de losmiembros relumbró con una blancuranacarada; el otro perfilaba la forma oscura y perfecta contra el huecodescubierto de la ventana. Allí estaba, los dedos entregados a la oscuracabellera, completamente inconsciente, expuesta e indefensa—y tentadora,también—.

Ricardo dio un paso atrás y apretó los codos en el costado; el pecho seagitóconvulsivamentecomoenel fragordeuncombateodeunacarrera;elcuerpoempezóabalancearsepocoapoco.Elautodominiollegabaasufin:lasangrebuscabaescapatoria.Labrutalidad instintivanoaguantabamásfreno.Matar o robar, para él, todo era uno, con tal de que el acto liberara aquelespíritu torturadode labarbarie largamente reprimida.Despuésdeun rápidovistazoporencimadelhombro,delque,segúndicenloscazadoresdefieras,ningún tigre o león se priva antes de pasar a la acción, Ricardo embistiódirectamentealacortinaconlacabezagacha.Traselímpetu,lacortinavolviólentamenteasuflexibleyvertical inmovilidad,sindejarsiquieraun temblorenlacalidezyquietuddelaire.

Capítulo2

El relojdepared—quemedía enotro tiempo lashorasdeabstraimientofilosófico— no pudo avanzar ni cinco segundos antes de queWang hicieraacto de presencia en la sala de estar. La preocupación fundamental serelacionaba con el retrasodel desayuno, si bien losojos rasgados apuntaroncon fijeza a la inalterable cortina casi en el acto. La razón consistía en quehabíalocalizadotrasellaelextraño,sordoestrépitodeescaramuzaquellenabalahabitacióncontigua.Lacaracterísticaformadelosojosleimpedíalamiradaronda de la perplejidad y la sorpresa; pero permanecieron quietos,mortalmente quietos, mientras el agobio descomponía el rostro amarillo eimpasibleconlacrispacióndeunaintensa,dubitativaytemerosaexpectación.Impulsos contradictorios tirabandel cuerpo clavado en las esteras del suelo.Llegóatenderunamanohacialacortina.Noalcanzaba,perotampocodioelpasonecesarioparaconseguirlo.

Laextraña refriegacontinuaba—lomismoqueuncombatemudo—conunasordaviolenciadepiesdescalzos,sinvoces,siseos,gruñidos,murmullosniexclamacionesquesezafarandelhermetismodelacortina.Unasillacayósin estruendo, con levedad, un roce apenas; y un débil ruido metálico depalanganalesucedió.Finalmente,el tensosilencio,comodedosadversariostrabadosenunabrazomortal,terminóenunpesadoyamortiguadoporrazodecuerpo reblandecido al estrellarse contra los tabiquesdemadera.Elbungalóentero pareció estremecerse. Para entonces, reculando, los ojos y hasta lagargantaatenazadosporlainquietudyelmiedo,elbrazotendidoyapuntandotodavíaalacortina,Wanghabíadesaparecidoporlapuertadeatrás.Unavezfuera,diovueltaa lacasaysemarchóaescape.Apareció inocentementeenmediodel clarode losbungalósy sedemoróun tanto en aqueldescubierto,dondeseríavistoporcualquieraqueasomaraporsuvivienda—elchinoaquel,pastueñoyocioso,sinmásobligacionesenlacabezaqueladeldesayunoquehabíaquedadoporservir.

Fue entonces cuando resolvió romper todo lazo con Number One, unhombre no sólo desarmado, sinomedio vencido también.Hasta esamañanahabíatenidosusdudasacercadelcaminoaseguir,perolapeleaqueacertóaescuchardecidiólacuestión.NumberOneeraunhombresentenciado,unadeesas criaturas a las que resulta funesto ayudar.Apesar del aire de exquisitadespreocupación con que se paseaba, Wang no dejó de extrañarse al noescuchar ruido de ninguna clase dentro de la casa. Según se le antojaba, lamujer blanca bien pudiera haberse estado peleando con alguna fuerzadiabólicaqueevidentementeacabaríaconella.Echóunvistazoporelrabillodelosojosrasgados.Laluzyelsilencioreinabanimperturbablesentornoalbungaló.

Peroenlacasa,elsilencionohabríallegadoconlamismaperfecciónaun

oyenteprevenido.La alteraciónproveníadeun rumor tan suaveque apenashubierainsinuadoelecodeunmurmullo.

Ricardo, tentándose el cuello con solicito cuidado, exclamaba conadmiración:

—Tienesdedosdeacero.¡Portodoslosdiablos!¡Ymúsculosdegorila!

Por suerte para Lena, el asalto fue tan repentino—estaba colocando lasgruesas trenzas alrededor de la cabeza— que no le dio tiempo a bajar losbrazos. Éstos, que se libraron de quedar sujetos a los costados, leproporcionaronmayores posibilidades de resistencia. La embestida estuvo apuntodeacabarconellaenelsuelo.Porsuerte,otravezsehallabatancercadelaparedque,apesardeverselanzadacontraelladecabeza,elgolpenofuebastantefuertecomoparadejarlafueradecombate.Porelcontrario,suscitóelpropósitoinstintivoderepelerelasalto.

Tras la inmediata sorpresa, que anonadó hasta el impulso de gritar, a lamuchachanolequedarondudasacercadelanaturalezadelpeligro.Graciasacuyacertezasedefendióconunconvencimientoclaroycompletoallídondelafuerzadelinstintoeselauténticoorigendelosgrandesderrochesdeenergía,ycon una decisión que difícilmente podría esperarse de una muchacha que,acorralada en pasillos oscuros por el encarnado y balbuceante Schomberg,habíatembladodevergüenza,ascoymiedo,yquehabíadesfallecidodeterroranteelchabacanoyodiosofarfulleodeun tipoquenunca lepuso lapezuñaencima.

El ataque del nuevo enemigo era simple y directa violencia. No era laviscosa y soterrada intriga para entregarla a la esclavitud que la habíaangustiadoyhechosentir,enmediodesusoledad,queerandemasiadoscontraella. Ya no estaba sola en el mundo. Resistió sin un instante de abandono,porque nunca le faltaría el apoyo moral; porque era un ser humano queimportaba;porqueyano sedefendía sólopara sí;porque laconfianzahabíanacido en ella, confianza en el hombre destinado y acaso en el misteriosoCieloqueleenvióparacruzarseensucamino.

Su defensa consistió, sobre todo, en sostener una desesperada y asesinatenaza sobre el pescuezodeRicardo, hasta notar una flojera repentina en elterribleabrazoconqueélhabíaqueridosujetarlaestúpidaeinfructuosamente.Entonces,conunsupremoesfuerzodebrazosydeelevacióndelarodilla,lolanzó de un vuelo contra la pared. El baúl de cedro se encontraba en eltrayecto, y Ricardo, de un trompazo que estremeció la casa hasta loscimientos,cayódeespaldascontraél,medioestranguladoyexhausto,notantoporlostrabajoscomoporlasemocionesdesplegadasenlalucha.

Con una suerte de retroceso, producto de la maniobra efectuada, la

muchacha reculó tambaleante hasta quedar sentada en el borde de la cama.Jadeando, pero tranquila y decidida, volvió a anudar bajo las axilas el yamencionado sarong de las Célebes, cuyo lazo se deshizo durante la batalla.Luego, cruzando con fuerza los brazos desnudos sobre el pecho, se inclinóhaciaadelantecondeterminaciónysinmiedo.

También Ricardo, perdida ya la tensión del arrebato, se inclinó haciaadelante,medroso como un animal de presa que ha errado en el salto, paraencontrar aquellos ojos enormes y grises —extremadamente abiertos,escrutadores, misteriosos—mirándole bajo los arcos oscuros de unas cejasimplacables. Sus caras estaban amenos de un palmo. Acabó de tentarse elcuello dolorido y dejó caer pesadamente las manos sobre las rodillas. Nomirabani loshombrosdesnudosni losbrazosvigorososde la joven;mirabadirectamentealsuelo.Habíaperdidounadesuszapatillasdeesparto.Unasillaconunvestidoblancoandabapor el suelo. Juntoa algunoscharcosdeaguaproducidosporunaesponjaviolentamentedesplazadadesusitio,eraelúnicovestigiodelapelea.

Ricardo tragó saliva dos veces, como para cerciorarse del estado de lagarganta,antesdedecir:

—Está bien. No quise hacerte daño, aunque no me ando con bromascuandollegaelcaso.

Tiróde laperneradelpijamapara enseñar la correadel cuchillo.Ella lomirósinmoverlacabeza,ymurmuróconrepugnanciaydesdén:

—Yaloveo…,peroantesmelotienequeclavar.Demodoque…

Sacudiólacabezaconunasonrisaavergonzada.

—Oye,yaestoytranquilo.Tranquilodel todo.Nonecesitoexplicarteporqué,meimaginoquesabesloquepasa.Ahoramedoycuentadequecontigoésanoesmanera.

Ella no dijo nada. Sus ojos fijos tenían una apacible melancolía queperturbaban al intruso como una sugestión honda e indescifrable. Añadiópensativamente:

—¿Noarmarásunescándaloporestaestúpidaintentonamía?

Lenameneólacabezamuyligeramente.

—¡Portodoslosdiablos!¡Eresunportento!—murmurógravemente,másaliviadodeloqueellapodíaimaginar.

Niquedecirtienequesialamuchachalehubieradadoporescapar,nolehabría quedado otro remedio que meterle el cuchillo en las costillas; peroacabaríaarmándoselagorda,elnegocioarruinado,eljefeechandofuegopor

la boca—ymás, cuando conociera la causa—.Unamujer que no arma unescándalo después de un intento de esa naturaleza es que ha perdonadotácitamente la ofensa. Ricardo no era vanidoso. Pero, evidentemente, si lamuchachalopasabaporalto,sedebíaaquesupresencianolerepugnabadeltodo.Sesentíahalagado.Yellanoparecía tenerlemiedo.Casi llegóasentirternura hacia la muchacha, esa resuelta y delicada chiquilla que no habíapretendidoescapardeélagritopelado.

—Todavía podemos ser amigos. Nome doy por vencido. Ni lo sueñes.¡Amigos de verdad!—susurró confidencialmente—. ¡Por todos los diablos!Noestásdomesticada.Niyotampoco.Loverásenseguida.

Nosabíaquesiellanoseescapófueporqueesamañana,bajolapresióndeuna inquietud creciente por la extraña presencia de los visitantes, Heystconfesóquesurevólversehabíaesfumado;queeraunhombredesarmadoeindefenso. Ella apenas alcanzó a entender el verdadero sentido de estaconfesión.Ahora, encambio, loentendíamuchomejor.Eldominiode sí, lacalma,impresionaronaRicardo.Lenadijo,depronto:

—¿Québuscabaaquí?

Ricardonolevantólosojos.Conlasmanosenlasrodillas,lacabezabaja,algomeditabundoenlapostura,sugeríaelabatimientodeunespíritusimple,lafatigadeunapruebamental,másquefísica.Respondióalapreguntadirectaconunadeclaracióndirecta,comocansadoenexcesoparadisimular:

—Buscabaelbotín.

La palabra le resultó extraña.El ardor velado de los ojos grises bajo lascejasoscurasnosedesvióunmomentodelacaradelintruso.

—¿Unbotín?—preguntótranquilamente—.¿Yquéeseso?

—¡Quéva a ser!Unabuena tajada, lospellizcosque tu caballeroha idopegandoaquíyalláduranteaños.

Sin levantar la vista, hizo el gesto de contarmonedas en la palma de lamano. Ella desvió la mirada para contemplar la pequeña pantomima, peroinmediatamenteregresóalacara.Luego,conunsimplesusurro:

—¿Qué sabe usted de él? —preguntó, disimulando un hormiguillonervioso—.¿Quétieneustedqueverconello?

—Todo—fue laconcisa respuestadeRicardo,hechaenun tonosordoyenfático.

Volvióalpensamientodequelamuchachaconstituíasumayoresperanza.Apartedelaperdurableimpresióndelaviolenciapasada,estabacreciendoenélesaclasedesentimientoqueimpidequeunhombreseaindiferenteanteuna

mujer que ha tenido en los brazos—aunque fuera contra la voluntad de lainterfecta—, y aún más si le han sido perdonados los ultrajes. Sintió lanecesidadurgentedeconfiarseaella—unrasgosutildelamasculinidad,estanecesidadcasifísicadeconfianzaquepuedecoexistirestrechamenteconunabrutaldisposiciónalrecelo.

—Es una partida de arrastres —continuó con una nueva inflexión deintimidad en el murmullo—. Esa dócil babosa cebada de lima y ginebrallamadaSchombergnospusosobrelapista.

Quedatanhondalaimpresióndedesvalimientoyacechodelamiseria,queaquella mujer, que había repelido sin desmayo un asalto feroz, no pudoreprimirunescalofríoantelasolamencióndelnombreaborrecido.

Ricardosoltólalenguasinperdereltonoconfidencial.

—Quería hacérsela pagar, y a ti, también. Eso fue lo que me dijo. Ledejasteechandochispas.Lohabríapuesto todoenesasmanos tuyasqueporpocomeestrangulan.Peronopudiste,¿eh?Nohabíamanera,¿verdad?—hizounapausa—.Yantesdeque…,tefuisteconelcaballero.

Observó un ligero movimiento de la cabeza femenina, y dijoapresuradamente:

—Igualqueyo,antesqueserunaesclavaasueldofijo.Sóloqueenesosextranjeros no se puede confiar.Eres demasiadobuena para él.Un tipo querobaauníntimoamigo…

Lena levantó la cabeza. El otro, satisfecho de sus progresos, siguiósusurrandoatropelladamente:

—Sí.Losétodosobreél.¡Yapuedesimaginarcómotrataráaunamujerapocoquepaseeltiempo!

Nosabíaelterrorqueestabainfundiendoenlamuchacha.Noobstante,losojosgrisessiguieronfijos,expectantesyquietos,casiconsomnolencia,bajolafrente cristalina. Empezaba a comprender. Ricardo decidió rematar con unsusurroconvincenteeldefinidotemorquelaspalabrasllevabanalamentedelamuchacha:

—Túyyoestamoshechoselunoparaelotro.Nacimosigual,noshicieroniguales. Tú no eresmansa. ¡Lomismo que yo!A ti te han echado demalamaneraaestepodridomundodehipócritas.¡Igualqueamí!

La quietud deLena, su amedrentada quietud, envolvía aRicardo con unauradeatenciónfascinada.Preguntó,derepente:

—¿Dóndeestá?

Ellatuvoquehacerunesfuerzoparadecir:

—¿Dóndeestáelqué?

EltonodeRicardodelatóunadiscretaexcitación:

—Elbotín,elarrastre, lasmonedas.Esunapartidadearrastres.Nosotrosloqueremos;peronoes fácil, y tú tendrásqueecharnosunamano. ¡Venga!¿Estáescondidoenlacasa?

Comoescorrienteenlasmujeres,elingenioseaguzóanteeltemordelaamenaza.Sacudiónegativamentelacabeza.

—No.

—¿Seguro?

—Seguro—dijoella.

—Ya. Eso pienso yo. ¿Tu caballero confía en ti? Volvió a menear lacabeza.

—¡Malditohipócrita!—exclamóconardor,yluego,pensativo:

—Esdelosmansos,¿verdad?

—Serámejorquelocompruebeporsucuenta.—Confíaenmí.Noquieromorirantesdequetúyyoseamosamigos.

Esto último fue dicho con cierta rara y felina galantería. Y luego,tanteando:

—¿Ynopodríallegaraconfiarenti?

—¿Confiarenmí?—contestóenuntonofronteroconladesesperaciónyqueélconfundióconironía.

—Ven a nuestro lado —urgió—. Dale la patada a toda esa malditahipocresía. Puede que, aunque no tengas su confianza, te las arregles paradescubriralgo,¿noteparece?

—Puedequesí—leparecióqueloslabiosselehelabanderepente.

Ricardo contempló ahora el rostro tranquilo con algo cercano al respeto.La quietud, la economía de palabras, llegaron a producir en él cierto temorreverencial. En cuanto a lamujer, sintió el efecto que causaba, el efecto deconocermuchascosasydeocultardiscretamenteloquesabía.Deunmodouotro,lascosashabíanllegadoaesepunto.Crecidaporello,yyaencaminadaporlasendadeldesdoblamiento,refugiodeldébil,hizounesfuerzoconscienteyheroicoporestirarloslabiosyertosenunasonrisa.Ladoblez:elrefugiodeladebilidadydelacobardía,¡perotambiéndeldesarmado!Nomediabanadaentre el sueño encantado de su existencia y lamás cruel de las catástrofes,excepto la doblez. Le pareció que el hombre sentado frente a ella era la

inevitable presencia que había esperado toda su vida. Era la maldad delmundo,encarnada.Noleavergonzabaladuplicidad.Conelcorajedecididodelas mujeres, tan pronto como divisó la hendidura, la atravesó sin reservas,aunque con una duda: la de su propia fortaleza. Estaba horrorizada por lasituación;perosufemineidadreciénestimulada,comprendiendoque,tantosiHeystlaamabacomosino,ellonoobstabaasuamorporél,ysintiendoqueeraellaquien lehabíaechadoencimaelpeligro, leplantócaraconeldeseoapasionadodedefenderelamorquelepertenecía.

Capítulo3

LamuchacharesultótanimprevistaalosojosdeRicardo,quefueincapazde arrojar sobre ella la luz de las facultades críticas. Su sonrisa le pareciócargada de promesas. No esperaba que fuera así. ¿Quién, que hubieraescuchado lo mismo que él, esperaría encontrarse a una muchacha comoaquélla? Era unmaldito milagro, se dijo a sí mismo, aunque con unmatizrespetuoso.Ella no era bocadopara tipos como aquel ginebrero pusilánime.Ricardo se encendía de indignación. El valor, la fuerza física de la joven,demostrada a costa del desconciertomasculino, reclamaban su simpatía. Sesintióatraídoporaquelprobadoysorprendentecarácter.¡Yenunamuchacha,nada menos! Tenía un temperamento fuerte, y la reflexiva disposición arompersusrelacionesdemostrabaquenosetratabadeunahipócrita.

—¿Tucaballeroesbuentirador?—preguntó,bajandodenuevolacabeza,enungestodesimuladaindiferencia.

Apenasentendiólafrase;perosuformasugeríaalgunasupuestahabilidad.Lomásseguroseríaconfirmarlaquedamente:

—Sí.

—Yo, también…, y más que bueno —musitó Ricardo, para explotar acontinuación, en una confidencia—.Quizá yo no sea tan bueno, ¡pero llevoencimaalgomortífero,quevieneaserlomismo!

Se palmeó la pierna. La muchacha había superado ya el trance de losescalofríos.Rígida,incapazsiquierademoverlosojos,atravesabaunpenosoestadodetensiónmental,parecidoalamásnegradesmemoria.Ricardotratódepersuadirlaasumodo:

—Mi caballero no es de los que dan la patada. No es un extranjero;mientras que con tu barón no hay forma de saber lo que tienes delante…,aunque,quizá,siendomujer,losepasdesobra.Muchomejor,sinotequedasesperandolapatada.Úneteanosotrosycogetuparte…,delbotín,digo.Yate

habráshechoalgunaideadelasunto.

Lenasepercatódequesi,porpalabraoporseña,llegabaainsinuarquenohabía nada que se pareciera a un botín en toda la isla, la vida deHeyst noduraría ni media hora, pero toda capacidad de hilvanar palabras se habíadesvanecidoconlatensión.Laspalabrasmismasseresistíanaserpensadas—todas,exceptolapalabra«sí».¡Lapalabrasalvadora!Lamurmurósinalterarunmúsculodelacara.AoídosdeRicardo,eldébilyconcisosonidoconstituíauna aceptación reservada y fría, de todos modos más valiosa, viniendo deaquellamujerdecarácter,quemilpalabrasquedijeraotracualquiera.Pensó,alborozado,quehabíadadoconlaúnicadignaentreunmillón,¡oentrediezmillones!Elmurmulloseconvirtióenunasúplicadeclarada:

—¡Esoestábien!Ahora,todoloquetienesquehaceresaveriguarelsitioenelqueescondeelarrastre. ¡Perohayquehacerlodeprisa!Yonoaguantomásestodepegarelbuchealsueloparaquetucaballeronoseasuste.¿Quécreesqueesunhombre?¿Unalagartija?

Ellamirabasinver,comoquienmirayescucha,sumergidoenlanoche,unquejidomortal,unconjurodiabólico.Ysiempreenlacabezaaquellaangustiade buscar algo a que aferrarse, una idea salvadora que parecía, a la vez,cercanaeinaprehensible.Depronto,laagarró.Teníaquesacaraaquelhombredelacasa.Enesemismomomentollegódeafuera,algodistante,peronítida,lavozdeHeystapreguntar:

—¿Meestabasbuscando,Wang?

Paraellafuecomounrayodeluzenlaoscuridadquelaacosabaportodaspartesyqueledescubrióelprecipiciofatalqueseabríabajosuspies.Enunintento frenético, lamuchacha trató de incorporarse, peronopudo.Ricardo,por el contrario, se enderezó en seguida, sigiloso como un gato. Los ojosamarillentos relampaguearon, buscando aquí y allá, pero también parecióincapaz de realizar cualquier otro movimiento. Sólo los bigotes se agitaronvisiblemente,comolasantenasdeuninsecto.

La respuesta deWang—ya tuan—,más confusa, fue escuchada por losdos.LavozdeHeystvolvióaescucharse:

—¡Estábien!Puedestraerelcafé.¿MemPutihestátodavíaenelcuarto?

Wangnocontestóalapregunta.

Los ojos de Ricardo y de la muchacha se encontraron, sin expresiónalguna,todaslasfacultadesabsortasenescucharelprimercrujidodelospasosdeHeyst en la escalinata, cualquier ruidodel exteriorque significaraque laretirada estaba cortada. Ambos comprendieron en seguida que Wang habíarodeadolacasayqueandabaahoraenlatrasera,imposibilitandoqueRicardo

seescurrieraporesecaminoantesdequeHeystentrarapordelante.

Unasombraconsumíaelrostrodeldevotosecretario.¡Yaestabaechadoaperderelnegocio!Eralasiniestrezdelarabia,inclusodelaaprensión.PuedequehastasehubieradadounacarrerahastalapuertadedetrássilospasosdeHeyst no estuvieran ya resonando en los peldaños. Los subió lenta, muylentamente, como alguien cansado o descorazonado —o, simplemente,pensativo—;Ricardoobtuvounaimagenmentaldesurostro,conlosbigotesmarciales, lanoble testa, elgesto impasibley los tranquilosymeditabundosojos. ¡Atrapado! ¡Maldición! Después de todo, acaso el jefe tuviera razón.Habíaquedejaralasmujeresaparte.Conlachifladuraporésta,todoindicabaque el negocio estaba echado a perder. Se sentía atrapado y, puesto que servistoeralomismoquedesenmascararle,podíallegaramatar.Aunasí,graciasasuextremaimparcialidad,noseenfadaríaconlamuchacha.

Heystsedetuvoenlaveranda,oquizáenlapuerta.

—Me liquidará como a un perro si no me doy prisa —murmuróansiosamentealamuchacha.

Separóconelpropósitodehacerseconelcuchillo;almomentosiguientesehabríalanzadocontraHeyst,atravésdelacortina,tanpuntualydefinitivocomo el rayo. La sensación,más que la fuerza de lamuchacha, asiendo suhombro,leretuvo.Giróenredondo,agachándosemientrassusojosdespedíanaqueldestelloglauco.¡Ah!¿Sevolvíacontraél?

Elcuchillohabríabuscadoaquelcuellodesnudosiantesnohubieravistolamanoqueapuntabaalaventanayalaaberturaquecasitocabaeltecho,conun simple cierre giratorio. Mientras se quedaba mirando, ella se desplazósigilosamentepara levantar lasillacaídaycolocarla juntoa lapared.Luegomiró en derredor; Ricardo prescindió del aviso: en dos zancadas se habíapuestoasulado.

—¡Deprisa!—exclamó,apagandolavoz.

Él tomósumanoy laapretócon toda la fuerzade lagratitud silenciosa,comosehaceconuncompañeroalquenohaytiempodedecirlenada.Luegoseencaramóalasilla.PeroRicardoerabajo,demasiadobajoparasuperarlaalturasinarmarunescándalo.Dudóuninstante;lamuchacha,atenta,sujetabalasillaconsustensosbrazosdesnudosmientras,conunaelásticaligereza,élutilizaba el respaldo como escalón. La mata de pelo castaño cayó sobre lacara.

Laspisadasresonaronen lahabitacióndeal lado,y ladeHeyst,nomuyalta,pronunciósunombre:

—¡Lena!

—¡Sí!¡Unminuto!—respondió,conaqueltonopeculiarquesabíaqueibaaimpediraHeystpresentarseenelacto.

Cuandomiróhaciaarriba,Ricardohabíadesaparecido,dejándosecaerenelexteriorcontallevedadquenoescuchóelmásmínimoruido.Entoncesselevantó, aturdida, temerosa, comosidespertaradeun sueñonarcotizado, losojos pesados, abatidos, velados, exhaustas las fuerzas, agonizante laimaginación,eincapazdesostenerpormástiempolatirantezdelmiedo.

Heystdeambulabapor lahabitacióncontigua.El ruidoerizósussentidosagotados.Inmediatamentecomenzóapensar,ver,escuchar;yloquevio—o,más bien, reconoció, porque los ojos estuvieron prendidos de ella todo eltiempo—fueunadelasesparteñasdeRicardo,perdidaenlaescaramuza,muycercadelbaño.Tuvoeltiempojustodeesconderlabajoelpieantesdequelascortinasseagitarany,corriéndoseaunlado,revelaranlapresenciadeHeyst.

Aparte del suave encanto que su compañero había infundido en lossentidosdelachica,comounasuertedeembrujamiento,elpeligroquecorríallenó el pecho de la mujer de una calidez profunda. Sintió que algo se ledesperezabapordentro,algohondo,unanuevaclasedevida.

Elcuartoestabacasisumidoenlaoscuridad,yaqueRicardo,alsalir,giróelcierre.Heystintentabaescudriñardesdelapuerta.

—Conquetodavíanotehasarreglado.

—Y ahora no voy a ponerme a hacerlo. Tardaría mucho—replicó confirmeza,sinllegaramoverseysintiendolazapatilladeRicardobajolaplantadelpie.

Heyst,alretirarse,dejócaerlentamentelacortina.Lamuchachaseagachóacto seguido a por la esparteña y, con ella en la mano, se puso a buscarfrenéticamente un escondite; pero no encontró nada parecido en la desnudahabitación.El arcón, el baúl de cuero, unoodosvestidosde supertenenciacolgadosdelapercha:nohabíaunsitioalqueelmáselementaldelosazaresno pudiera conducir la mano de Heyst en un momento dado. La miradaerrática y curiosa se fijó en la ventana a medio cerrar. Corrió hacia ella y,poniéndose de puntillas, logró tocar el cerrojo con la punta de los dedos.Entornócompletamentelaventana,regresóalcentrodelcuartoy,volviéndose,balanceó el brazo, regulando la fuerza de tiro para que la zapatilla no fuerademasiadolejosnidieracontraelbordesalientedelosaleros.Eraunapruebade la más escrupulosa exactitud para los músculos de aquellos brazostorneados,temblandotodavíaporlapeleaamuerteconunhombre,paraaquelcerebro atenazado por una encrucijada y para los nervios trastornados ysumergidosenunaluddesombrasparpadeantes.Lazapatillasalióalfindesumano.Tanprontocomocruzó la abertura,desaparecióde lavista.Aguzóel

oído.Noescuchónada.Sehabíaesfumadolomismoquesituvieraalasparaflotarenelaire.¡Ningúnruido!Sehabíamarchadolimpiamente.

Lamuchachaquedócomopetrificada,conlosbrazoscolgando.Unsilbidomuy suave llegó a sus oídos. Al caer en la cuenta del olvido, Ricardopermaneció expectante y suspenso, hasta que el alivio llegó en forma dezapatilla volando bajo los aleros; y ahora, agradecido, le enviaba eltranquilizadorsilbido.

Lamuchachase tambaleóderepente.Evitó lacaídagraciasaunode lospostes—altos,bastos—que sujetabanelmosquiterode la camayalque seagarróconlasdosmanos.Duranteuntiempopermaneciópegadaaél,lafrenteapoyada en la madera. El sarong se había escurrido hasta la cintura. Lastrenzaslargasycastañascaíanenlaciosmechonesnegrosycomoempapadossobrelapalidezdelcuerpo.Elcostadodesnudo,mojadoporlossudoresdelaangustiayelesfuerzo,brillófríamenteconlaimpasibilidaddelmármolpulidoen la ardiente y difusa luzque atravesaba la ventanay se derramabapor sucabeza,unextenuadoreflejode la llamaradade luzdevastadorayávidaqueveníadeafuera,crepitandoensupropósitodeincendiarlatierrayreducirlaacenizas.

Capítulo4

Heyst,sentadoa lamesaycon labarbillaenelpecho, levantó lacabezaante el frufrú del vestido de Lena. Le sobresaltó la palidez mortal de lasmejillas, losojoscomoexánimes,que lemiraronconextrañeza,comosi lescostara reconocerle. Pero Lena respondió tranquilizadoramente a lasangustiadas interrogantes del otro: no le pasaba nada, de verdad. Se habíamareadoallevantarse.Tuvoinclusoundesfallecimientodespuésdelbaño.Sesentóaesperarqueselepasara.Ésafuelarazóndequetardaraenvestirse.

—Notenía intencióndearreglarmeelpelo.Noqueríaqueesperasesmástiempo.

No estaba dispuesto a acosarla con preguntas sobre la salud, desde elmomento en que ella le quitó importancia a la indisposición. No se habíaarregladoelpelo,peroselohabíacepilladoyatadoconunacintapordetrás.Con la frente al descubierto, parecía muy joven, casi una chiquilla, unachiquillaconalgunapreocupaciónenlacabeza.

Lo que sorprendía a Heyst era la no comparecencia deWang. El chinosiemprehacíaactodepresenciaenelinstanteprecisodeldesayuno,niantesnidespués. En esta ocasión, el milagro de costumbre no tuvo lugar. ¿Cómo

deberíainterpretarse?

Heyst levantó la voz, algo que francamente le disgustaba. La respuestallegóconpuntualidaddesdeelexterior:

—¡Adatuan!

Lena, apoyada de codos, los ojos fijos en el plato, parecía no escuchar.Cuandoentróconlabandeja,losojosapuntadosdeWang,casisepultadosporlaprominenciadelospómulos,mantuvierontodoeltiemposobrelamuchachauna furtiva observación. Ninguno de los componentes de aquella pareja deblancoslededicólamásmínimaatención,ysemarchósinhaberescuchadoelintercambio de una sola palabra entre ellos. Se puso en cuclillas sobre laverandatrasera.Elcerebrochino,muydespejado,aunqueajenoalosgrandeshorizontes, estaba concebido de acuerdo con las razones elementales delmundo, tal y como se le presentaban a él, iluminadas por el sentimientoprimordial de la supervivencia, en absoluto obstaculizado por románticaspretensiones de honor o ternezas de ninguna clase. Las manos amarillas,ligeramente entrelazadas, colgaban con indolencia entre las piernas. Lastumbas de los antepasados de Wang estaban muy lejos, los padres habíanmuerto, el hermano mayor servía como soldado en un yamen de algúnmandaríndeFormosa.Ningunapresenciacercana le reclamabaobedienciaoveneración.Duranteañoshabíasidounvagabundoinfatigableylaborioso.Laúnicaataduraquelequedabaenlatierraerasumujeralfuro,acambiodelacual entregó una parte considerable de los caudales tan costosamenteobtenidos;enconsecuencia,susobligacionesnosereferíananadiemásqueaélmismo.

La refriega del otro lado de la cortina era un mal augurio para aquelNumberOneporelquenuncasintióaprecionirechazo.Eldesarrollode losacontecimientosleinfundieronrespetosuficientecomoparahacerledudardeldestinodelacafetera,hastaque,porfin,elblancosevioobligadoallamarle.Wangentróllenodecuriosidad.Decierto,lamujerparecíahabersefajadoconunespírituqueintentósacarle lamitaddelasangreantesdepermitirquesefuera.En cuanto al hombre,Wang le observaba desde hacía tiempo como aunaespeciedeendemoniado;ahoraestabasentenciado.Escuchósusvocesenlahabitación.Heystpersuadíaalamuchachadequefueraaacostarseotravez.Estabamuypreocupado.Lajovennoprobóalimento.

—Deberíasacostarte.Eslomejor.

Ellasacudíanegativamentelacabezadevezencuando,persistiendoensulanguidez,comosinadapudieraayudarla.Peroelblancoinsistía;ellaviounprincipiodesospechaensusojosyaceptóderepente.

—Quizásealomejor.

Noqueríaestimularunacuriosidadque lehabríaconducidodirectamentealcaminodelassospechas.¡Nodebíasospechar!

Conscientedelamorquesentíaporaquelhombre,dequealgoarrebatadoyprofundo se prolongabamás allá del simple abrazo, había germinado en lamuchacha la innata desconfianza de la mujer hacia la masculinidad, haciaaquella fuerza seductora aliada a un absurdo y púdico rechazo de la verdaddesnudadeloshechos,cosaquenohaasustadonuncaaningunamujerdignadetalnombre.Noteníaunplan.Perosumente,sosegadadealgúnmodoporel mismo esfuerzo que había empleado en guardar la compostura porconsideración a Heyst, intuyó que su comportamiento había asegurado, encualquiercaso,unbreve lapsode tregua.Quizáfuerapor lasimilituddesusmiserablesorígenesenlahezdelasociedadporloquepudocomprendertanperfectamente a Ricardo. Se quedaría tranquilo por algún tiempo. Con estamomentánea y consoladora certidumbre, la fatiga del cuerpo acabó porafirmarse definitiva y abrumadoramente, ya que la causa no era tanto elesfuerzo exigido como la penosa prontitud de la angustia en que se habíaprecipitado.Hubiera intentadosobreponerseporpuro instintodenocederalvencimiento, pero la disuadieron las alternativas súplicas y exigencias deHeyst. Ante este revuelo eminentemente masculino, ella sintió la femeninanecesidaddelaconcesión,ladulzuraderendirse.

—Haréloquetúquieras—dijo.

Alincorporarse,lesorprendióunaoleadadedebilidadqueseabatiósobreella,abrazándolayenvolviéndolacomoenunacálidatempestadyrompiendoensusoídosconunfragordemar.

—Vasatenerqueayudarme—añadiórápidamente.

Mientras la rodeaba con su brazo—algode ningúnmodo extraordinarioparaél—,ellaencontróunasatisfacciónmuyespecialenel sosténquese leofrecía.Se abandonópor completo a estapasiónprotectoray envolvente, altiempo que la inundaba la sensación de que era ella quien tendría queprotegerleaél,serladefensoradeunhombreconfuerzasuficienteparallevaren vilo su cuerpo, como estaba haciendo ahora. Y eso fue lo que hizoprecisamenteHeyst al cruzar la puerta del dormitorio. Pensó que seríamásrápidoymás sencillo cargar con ella durante el último trecho.La inquietudque sentía era demasiado grande para darse cuenta del esfuerzo. La alzó envolandas y la depositó sobre la cama, igual que se acuesta a un niño en lacuna. Se quedó sentado en el borde, disimulando una preocupación que noobtuvo respuesta en los ojos somnolientos e inexpresivos de la muchacha.Perobuscósumanoylaapretóconfuerza;ymientraslaapretabacontodalafuerza de que era capaz, el sueño que necesitaba le sobrevino irresistible yrepentinamente, como le sobreviene a un niño en la cuna, con los labios

entreabiertosporelafectuosososiegodeunapalabraquehabíapensado,peroquenotuvotiempodepronunciar.

ElhabitualytórridosilencioseextendióporSamburan.

—¿En qué consistirá este nuevo misterio? —murmuró Heyst,contemplandoaquelsueñoprofundo.

Tenía tal profundidad este sueño delicioso que, cuando algún tiempodespuéstratódeabrirlosdedossuavemente,paraliberarlamano,loconsiguiósindespertarenellalamenorrespuesta.

—Seguramente, la explicación es bastante simple—pensómientras salíadeldormitorio.

Conpensamientoausente,extrajounlibrodelanaquelmásaltoysesentó;pero,inclusodespuésdequelohuboabiertosobrelasrodillasyrecorridolaspáginasdurante algún tiempo,no llegóaobtener lamás ligeranociónde loqueestaba leyendo,pormásquefijase lavistaen losabigarradosrenglones.Únicamente cuando, al levantar los ojos sin ninguna razón en particular,distinguió la hierática figura de Wang al otro lado de la mesa consiguiórecuperarelcompletodominiodesusfacultades.

—Ah,sí—dijo,comosirecordaradeprontounacitaolvidadayrecibidasinespecialbeneplácito.

Esperóunpocoantesdededicarseapreguntar,concuriosidadalgoremisa,loqueelsilenteWangteníaquedecir.Teníalasospechadequeelasuntodelrevólversaldríaalasuperficie.Perolosruidosguturalesqueseescaparondela garganta del chino no se referían a aquel delicado acontecimiento. Larequisitoria estaba relacionada, más bien, con bandejas, platos, cuchillos ytenedores. Todas esas cosas habían parado en las alacenas de la verandatraseraalasquepertenecían,perfectamentelavadas,«limpiesatotal».Heystsemaravillódeloescrupulosoqueeraelhombrequeleibaaabandonar;porellono lesorprendióqueWangconcluyera la liquidacióndesumayordomíaconlaspalabras:

—Mímarchaahora.

—Ah,¿tevas?—dijoHeyst,recostándoseenelrespaldo,ellibrosobrelasrodillas.

—Sí.Mínogusta.Unhombre, doshombre, tres hombre, ¡nopoder!Mímarchaahora.

—¿Quéesloquetedamiedo?—preguntóHeyst,mientrasporsucabezacruzaba la esperanzada idea de que pudiera llegar alguna luz de aquellanaturaleza tandistintade la suya, alguna luzde su relación simpleydirectaconelmundo,yquesupropiocerebroeraincapazdeobtener.

—¿Porqué?—continuó—.Estásacostumbradoalosblancos.Losconocesdesobra.

—Sí.Míconoce—asintióWang,conhermetismo—.Míconocemucho.

Lo que de verdad conocía era su propia mente; dispositivo que teníaorientado a guardarle a él y a la mujer alfuro de la incertidumbre de lasrelaciones que pudieran establecerse entre ellos y los blancos. Pedro fue lacausa primera de las suspicacias y el temor deWang. El chino había vistosalvajesconantelación.SehabíaadentradoenlatierradelosdyaksporalgunodelosríosdeBorneo,juntoalacomitivadeunbuhonerodesumismaraza.TambiénconocíaelinteriordeMindanao,laregióndelosarborícolas:salvajesigual que fieras; pero una bestia cernejuda como Pedro, de protuberantescolmillos y garras insidiosas, era ajena por completo a todo lo que pudieraconsiderarsehumano.LafuerteimpresiónquePedroleprodujofueelacicateprincipalqueleempujóarobarelarma.LareflexióngeneralsobrelasituaciónysobrelaescasafirmezadeNumberOnellegómástarde,cuandoestabayaenpoderdelrevólverydelacajademunición,guardadosenelcajóndelamesa.

—Yaveo,«ticonocemucho»a losblancos—continuóHeystenuntonoalgozumbón,trasuninstantedereflexivosilencioenelqueseconvenciódequelarecuperacióndelrevólvererapuraentelequia,tantosiutilizabamediospersuasivoscomosiempleabaotrosdemayorcontundencia.

—Tú,muchoconocer,peroletienesmiedoaesosblancos.

—Mí sinmiedo—protestóWang alborotado, levantando bruscamente lacabeza en un gesto espectacular que dotó a su cuello de una longitud másextrañayangustiadaquenunca—.Mínogusta.Mímuymalo.

Ypusounamanoalaalturadelvientre.

—Eso—dijoHeyst,tranquiloycategórico—esunapatrañitatuya.Noespropiodeunhombre.¡Ymenosdespuésdequitarmeelrevólver!

Decidióhablardeellodebuenasaprimeras,porquelafranquezanopodíahacer lasituaciónpeorde loqueera.EnningúnmomentosupusoqueWangllevaraelrevólverconsigo;ydespuésdecavilaracercadelasunto,llegóalaconclusióndequeelpropósitodelchinono fuenuncaeldeutilizarel armacontraél.Trasun ligerosobresalto,causadoporaquelladirectae inesperadaacusación, Wang se desabrochó la chaqueta en un gesto de astracanadaindignación.

—Notiene.¡Mirar,mirar!—exclamóconfingidacólera.

Seabofeteóviolentamenteelpechodescubierto;enseñóhastalascostillas,inflamadoporelcuadrodelavirtudultrajada;eltersoabdomenseestremecíade despecho. Llegó a sacudirse los amplios calzones azules que flameaban

sobrelaspantorrasambarinas.Heystleobservabatranquilamente.

—Nohedichoquelollevarasencima—dijo,sinlevantarlavoz—.Peroelrevólvernoestádondeloheguardado.

—Mínoconocerivolver—contestóconobstinación.

EllibroquedescansabaenlasrodillasdeHeystresbalódeprontoytuvoquehacerunmovimientobruscoparacapturarlo;Wang,obstaculizadoporlamesa,nopudoverlacausadelamaniobra,ypegóunbrincoaresultasdeloque calificó comoun indiciode amenaza.CuandoHeyst levantó la vista, elchinoestabayaenlapuerta,sinotemeroso,porlomenosalerta.

—¿Quéocurre?—preguntóelblanco.

La cabeza rapada sonrió significativamente a la altura de la cortina quedabapasoalapuerta.

—Mínogusta—repitió.

—¿Quédiablosquieresdecir?—Heystestabafrancamentesorprendido—.¿Quéesloquenotegusta?

Wangapuntóconelescuálidodedoalimonadohaciaelcortinajeinmóvil.

—Dos—dijo.

—¿Dosqué?Noentiendo.

—Supongosabeusted.Ustednogustaeso.Míconocemucho.Mímarchaahora.

NumberOnesehabía levantadode lasilla,peroelcriadosequedóenelsitiounpocomás.Losojosdealmendrairradiabanporsucaraunaexpresiónde suave y sentimental melancolía. Los músculos de la garganta seconmovieronvisiblementecuandopronunciaronunclaroperogutural«adiós»,antesdedesaparecerdelavistadelhombreblanco.

Lapartidadelchinoalterabalasituación.Heystsequedómeditandoacercade lo que sería más conveniente, habida cuenta del último acontecimiento.Estuvo dudando mucho rato; luego, encogiéndose de hombros con ciertohastío,salióalaveranda,bajólosescalonesy,conairepensativo,echóaandarresueltamenteendirecciónalbungalódelosforasteros.Lohizoconelúnicoobjeto de comunicarles algo importante, y de ningún modo con el deproporcionarlesunasorpresa.Sinembargo,quisolasuertequeelembrutecidosicarionoestuvieraalavistayqueHeystdieraunbuensustoaMr.Jonesyasu secretario con la repentina aparición en la puerta. La conversación debíaresultar de extremo interés para impedirles escuchar la llegada del visitante.Enlapenumbradelcuarto—lascontraventanaspermanecíanconstantementecerradas,protegiendodelcaloralosmoradores—Heystlesviosepararseenel

acto.FueMr.Jonesquientomólapalabra:

—¡Ah,estáaquíotravez!¡Entre,entre!

Heyst,descubriéndoseenelumbral,seintrodujoenlahabitación.

Capítulo5

Al despertar de repente, Lena comprobó, sin levantar la cabeza de laalmohada, que se había quedado sola. Se incorporó rápidamente, como siquisiera contrarrestar la angustia mediante la enérgica utilización de losmiembros.Peroelahogofuesólomomentáneo.Sobreponiéndosepororgullo,poramor,pornecesidadytambiénporlavanidadqueresultadelaabnegacióndel alma femenina, recibió aHeyst, quevolvíadel vecinobungaló, conunamiradayunasonrisadespejadas.

Élrespondióconotrasonrisa;peroalobservarqueHeystevitabasusojos,lamuchachadistendióloslabiosybajólavista.Poralgunarazón,seapresuróadirigirseaélenuntonocasual,consiguiéndolosinesfuerzoalguno,comosihubieraidodominandoelartedeldoblejuegoalolargodeldía.

—¿Hasestadoallíotravez?

—Sí.Penséque…,aunqueesmejorquesepasprimeroquehemosperdidoaWangdefinitivamente.

Ellarepitió«definitivamente»comosinohubieracomprendido.

—Para siempre, aunque no sé si paramal. Se despidió élmismo. Se hamarchadoya.

—Esperabasquesefueradetodosmodos,¿noescierto?

—Sí—Heyst se sentó al otro lado de la mesa—, lo esperaba desde elmomentoenquedescubríquesehabíaapropiadodelrevólver.Dicequenoloha cogido. Miente, por supuesto. Los chinos carecen del sentido de laconfesiónbajocualquiercircunstancia.Negar todaacusaciónesunaregladeconducta aceptada; aunque no esperaba tampoco que yo le creyera.Al finalestuvounpocoenigmático,Lena.Meinquietó.

Hizounapausa.Lamuchachaparecíaabsortaensuspensamientos.

—Meinquietó—repitióHeyst.

Ella observó la angustia que había en el tono de la voz y volvióligeramentelacabezaparamirarleporencimadelamesa.

—Siteinquietaseráporalgo—dijoLena.

Enlaprofundidaddeloslabiosentreabiertos,comounagranadahendida,lablancadentaduradespidióunreflejo.

—Fueunasimplepalabrayalgúnqueotrogesto.Armóbastanteruido.Meextraña que no te despertara. ¡Duermes como un tronco! A propósito, ¿tesientesmejor?

—Fresca como una lechuga —dijo, regalándole con otra sonrisaesplendorosa—. No escuché ningún ruido, y me alegro. Esa voz suya, tanáspera,medamiedo.Nomegustanlosextranjeros.

—Fue poco antes de marcharse. De salir pitando, diría yo. Sacudió lacabeza y señaló la cortina de nuestro cuarto. Y sabía, por supuesto, que túestabas allí. Parecía creer…, mejor, parecía darme a entender que corríasalgún,bueno,algúnpeligroenparticular.Yaconocessuformadehablar.

Ellanodijonada,noemitiósonidoalguno,perose le fueelcolorde lasmejillas.

—Sí—continuóHeyst—.Parecíaunaviso.Esodebióser.¿Pensóquemehabíaolvidadodeti?Laúnicapalabraquepronunciófue«dos».Asísonaba,porlomenos.Sí,dos.Yquenolegustaba.

—¿Quéqueríadecir?—susurrólamuchacha.

—Ambosconocemoselsignificadodelapalabra«dos».¿Noesasí,Lena?Nosotros somos dos. ¡Y nunca hubo pareja tan alejada delmundo, querida!Quizáquisierarecordarmequetambiénélteníamujeralaquecuidar.¿Porquéestástanpálida,Lena?

—¿Estoypálida?—preguntócondescuido.

—Loestás—Heystsehabíapreocupadodeveras.

—Bueno,noserádemiedo—protestó,convencida.Además,loquesentíaeraunaespeciedehorrorqueleproporcionabaasuvezelcompletodominiodesus facultades;yporesa razón,acaso,sesoportabaconmayordificultad,perosinhacermellaenlafortaleza.

AHeystlellegóelmomentodesonreír.

—Francamente,desconozcosihaymotivosparatenermiedo.

—Quierodecirquenotemopormí.

—Creoqueeresmuyvaliente.

Elcolorhabíavueltoalacara.

—Por mi parte —continuó Heyst—, soy tan remiso a las impresiones

externasquenopuedodecirotrotantodemímismo.Nosueloreaccionarconsuficiente resolución—cambióde tono—.Yasabesque loprimeroquehiceestamañanafueiraveraesoshombres.—Losé.¡Tencuidado!

—Me pregunto cómo hace uno para andar con cuidado. Tuve una largaconversación con…, aunque no creo que les hayas visto. Uno de ellos esincreíblemente escuálido y larguirucho y, en apariencia, achacoso. Mepregunto si será así, en realidad. Insiste en ellodemaneraun tanto extraña.Supongoquehabrásufridolasfiebrestropicales,perosinllegaralagravedadque aparenta. Es lo que la gente llamaría un caballero. Parecía dispuesto acontarmeelrelatodesusaventuras,peroañadióqueeraunahistoriamuylargay que en otro momento quizá. «Supongo que le gustaría saber quién soy»,insinuó.Ledijequeeracosasuyaenuntonoquenopodíadejardudasensuinteligenciadecaballero.Seapoyóenelcodo—estabatendidoenelcamastro—ydijo:«Yosoyelquesoy».

Lenaparecíanoescucharle;perocuandosedetuvovolviórápidamentelacabeza.Lavaguedadenvolvíalasimpresionesdelamuchacha,perolaenergíaestaba concentrada en la batalla que se había impuesto a sí misma, en laexaltacióndelamorydelaautoinmolación,sublimefacultaddelasmujeres;ycargando,porlodemás,contodoelpesodelasituación,gramoporgramo,sindejarle nada, ni siquiera el conocimiento de sus actos, de ser posible. Deconocer los medios para dejarle dormido durante días, fuera con filtros oembrujamientos, lo hubiera hecho sin dudas de ninguna especie. Le parecíademasiado bondadoso para semejantes tropiezos e insuficientementepreparado. Este último sentimiento nada tenía que ver con el arma robada.Apenaspodíacalcularlasextremasconsecuenciasdeeseacontecimiento.

Contemplando sus ojos fijos y como inertes —debido a que laconcentraciónenelpropósitoanulabaenellostodaexpresión—,sospechólaexistenciadeunterribleesfuerzomental.

—Novuelvasapreguntarmeloquequisodecir.Niloséniselopregunté.Elcaballero,comoya tedije,parecíamuydevotode lasmistificaciones.Nocontesté nada y él volvió a acostar la cabeza en la manta que le servía dealmohada.Aparentabaunestadodedebilidadprofunda,peromuchometemoqueseaperfectamentecapazdeponerseenpiecuando levengaengana.Sepusoacontarquehabíasidoexpulsadodelaesferasocialalaquepertenecíaporcausadelrechazoaciertosconvencionalismos,demaneraqueseconvirtióen un rebelde y hoy paraba aquí ymañana en cualquier sitio.Comonomeapetecía escuchar tanto perogrullo, le dije que la historiame sonaba. Se ríeigual que una calavera. Admitió que no me parecía en nada a la clase dehombrequeesperabaencontrar.Luegodijo:«Porloqueamíserefiere,nosoypeor que ese caballero que está usted imaginando, ni tengo más ni menosdeterminación».

HeystsonrióaLenaporencimadelamesa.Lamuchachaapoyóloscodosy,sujetandolacabezaconambasmanos,hizoungestodeentendimiento.

—Mayor claridad imposible, ¿no te parece? —dijo Heyst, serio—. Amenosqueésafuerasuideadeladiversión,yaquecuandoterminódehablarseechóareírdemalamanera.Naturalmente,noleseguílacorriente.

—Ojalálohubierashecho—suspirólamuchacha.

—Noleseguí.Nosemeocurrió.Creoquenotengotalentodiplomático.Puede que hubiera sido lo más acertado; además, estoy convencido de queacabódiciendomásdeloquedebíayque,conlabroma,queríaecharseatrás.Aunque,bienpensado,ladiplomacia,cuandonotienelasespaldasguardadas,escomoapoyarseenunacañapodrida.Dehaberlopensado,noséquéhubierahecho.Nolosé.Nohubierasidofácil.¿Podríahacerlo?Hevividodemasiadotiempo enmis adentros,mirando sólo los contraluces de la vida. Engañarseacercadelasconsecuenciasdeunhechoquepudierasignificarlaaniquilaciónfulminante,cuandoseestádesarmado,indefenso,sinlaposibilidadsiquieradeescapar…,¡no!Mepareceindigno.Ytodavíatetengoati.Tengotuvidaenmismanos.¿Nolocreesasí?¿Seríacapazdearrojartealosleonesparasalvarmídignidad?

Lamuchachase levantó, rodeóapresuradamente lamesa,sesentóensusrodillas,alavezquelerodeabaelcuelloconlosbrazos,ylesusurróaloído:

—Puedes, si quieres. Y puede que ésa fuera la únicamanera en que yoconsentiríaendejarte.Poralgoasí.Aunquenofueranilamitaddeimportantequetumeñique.

Lebesóligeramenteloslabiosyseescurrióantesdequepudieradetenerla.Regresóasusitioyvolvióaapoyarloscodosenlamesa.Noparecíaquesehubieramovidodeallí.Lafugacidaddelcuerposobrelasrodillas,laestrechezdelabrazo,elsusurroeneloído,elbesoen los labios,pudierahabersido lavaporosa sensación de un sueño al invadir la realidad de la vigilia, unespejismo seductor en la desértica aridez de sus pensamientos. Dudó encontinuar,hastaqueelladijo,casientonoadministrativo:

—Bien.Yluego¿qué?

—Ah, sí.Dejéque se riera solo.Se retorcía comounesqueletode feria,bajolasábanadealgodón,quelocubría,creo,conlaintencióndedisimularelrevólver que tenía en la mano derecha. No llegué a verlo, pero tuve laimpresiónclaradequeestabaallí,ensupuño.Comohubounratoenelquenomemirabaamí,sinoqueteníafijalavistaenciertapartedelcuarto,mevolvíymeencontréconlacriaturapelilargaysalvajequelesacompaña,acuclilladaen el rincón que había a mi espalda. Cuando entré no estaba allí. No megustaba la sensación de tener a un monstruo vigilante detrás mío. Habría

cambiado de sitio, pero seguía estando a su merced. Además, tal y comoestabanlascosas,moverseeraunapruebadedebilidad.Asíquemequedéenelsitio.Elcaballerodijoquepodíaasegurarmeunacosa:quesupresencianoera,moralmente,másreprensiblequelamía.«Perseguimoslosmismosfines»,dijo, «sólo que yo los persigo con más claridad que usted, con menoscomplicaciones».Eso fue lo que dijo—continuóHeyst, después demirar aLenaconunsilenciointerrogante—.Lepreguntésisabíaconanterioridadqueyo vivía aquí. Pero se limitó a reír con sumueca de cadáver.No le apreté,Lena.Penséqueeralomejor.

En la piel tersa de la frente de la muchacha siempre había un rayo deesperanza.Elpelosuelto,divididoensumitad,sepultabalasmanosenqueseapoyaba la cabeza. Parecía hechizada por el relato. Heyst no se entretuvo.Intentó proseguir la relación de hechos en un tono distendido, comenzandoconunaobservación.

—Habríamentidodescaradamente,ydetestoquemecuentenmentiras.Meponenervioso.Estáclaroquenosirvopara losnegociosmundanos.Peronoquería que pensara que aceptaba su presencia sin más ni más; así que lecontestéquesusidasyvenidaserandesuincumbencia,comoresultabaobvio,pero que sentía una curiosidad natural por saber cuándo encontraríaconveniente volver a ellas.Me pidió que considerase su estado. Si hubieraestadosoloenesta isla, talcomocreenellos,mehabríareídoensusbarbas.Pero no estoy solo y me pregunto, Lena, si estás segura de que no te hasdejadoverenalgúnmomento.

—Segura—respondióenseguida.

Heystparecióaliviado.

—Comprendequesitepidoquetequitesdesuvistasedebeaquenoesconveniente que te vean ni que hablen de ti. ¡Pobrecita mía! No puedoevitarlo.¿Mecomprendes?

Ellameneódébilmentelacabezaconungestoambiguo.

—Tendránquevermealgúndía—dijo.

—No sé el tiempo que podrás permanecer almargen—murmuróHeystpensativamente.

Seinclinósobrelamesa.

—Dejaqueacabe lahistoria.Lepreguntéaquemarropa loquequeríademí;nopareciódecididoaabordarlecuestión.Selimitóacontestarquelacosano apremiaba al secretario—de hecho, su socio—había ido almuelle pararevisarelbote.Porúltimo,sugirióqueelavisoqueteníaquedarmeesperarahastapasadomañana.EstuvedeMuerdoyañadíquetampocoyoteníaprisa

porescucharlo.Noteníalamásligeraideadelaformaenquesusasuntosmeafectaban a mí. «Ah,Mr. Heyst», dijo, «usted y yo tenemos más cosas encomúndelasquepiensa».

Heystpegóuninesperadopuñetazoenlamesa.

—¡Erauninsulto!¡Estoyseguro!

Pareció avergonzarse del estallido y sonrió trémulamente a los ojosinexpresivosdelamuchacha.

—¿Quépodíahacer,aunquehubieraidoforradoderevólveres?

Ellahizoungestodecomprensión.

—Mataresunpecado,notequepaduda.

—Me marché. Le dejé allí, acostado y con los ojos cerrados. Cuandollegué me pareciste enferma. ¿Qué tenías, Lena? ¡Me diste un buen susto!MientrasdescansabastuvelaentrevistaconWang.Dormíascomounniño.Mesentéapensarconcalma,intentandoaveriguarelsentidoocultodetodoestoytambiéndelasconsecuencias.Lleguéalaconclusióndequelosdosdíasquetenemospordelantesonunaespeciedetregua.Esatodoloquehellegadoytambién todo lo que Mr. Jones y yo mismo parecemos haber acordadotácitamente. Eso nos daba cierta ventaja, si es que puede contar con ella lagentequecaeenellazodemaneratanincautacomonosotros.Wangsehaido.Lodeclaróabiertamente,aunqueignoroloqueandarevolviendoensucabeza,asíquesemeocurrióquelomejorquepodíahacereraavisaraesagentedeque ya no era responsable de los actos del chino. No quería que algúnmovimiento de Mr. Wang precipitara los acontecimientos. ¿Entiendes miposición?

Lena indicó que sí. Tenía el espíritu absorto en aquella apasionadadeterminación,enunaexaltadaconfianzaenmímisma,en lacontemplaciónde la sorprendenteoportunidaddeconquistar lacertidumbre, laeternidad,elamordeaquelhombre.

—Nuncahevistoadoshombres—decíaHeyst—másafectadosporunanoticiaqueaJonesyasusecretario,elcual,porcierto,estabayadevuelta.Nome oyeron llegar. Les dije que lamentaba la intrusión. «¡En absoluto, enabsoluto!»,dijoJones.Elsecretarioretrocedióaunrincónconsigilodegato.De hecho, ambos se habían puesto en guardia. «He venido», les dije, «parainformarlesdequemicriadohadejadosupuesto,sehaido».Alprincipiosemiraronentresí,comonoentendiendoloquelesdecía.«¿Quieredecirquesuchinohaliadolosbártulos?»,preguntóRicardo,saliendodelrincón.«¿Así,derepente?¿Yporqué?».Contestéqueunchinodisponesiempredeunarazónsimpleyexactaparahaceralgo,aunquenose lesacaba fácilmente.Todo lo

quemedijofueque«nogustaba».Sequedaronmuyconfusos.Queríansaberqué no le había gustado. «Su aspecto y el de su partida», contesté a Jones.«¡Tonterías!»,gritó.EnseguidaseentremetióRicardo.«¿Dijoeso?¿Porquiénletomabaausted,señor,porunniñodeteta?¿Oesusted,ynoseofenda,elque nos toma por críos?Apuesto a que va a decirnos que se le ha perdidoalgo».«Noqueríacomentárseloaustedes»,dije,«peroasíes».Sepalmeóelmuslo.«Melotemía.¿Quéleparecelatreta,jefe?».Joneslehizounaseñayelextraordinariosocioconcaradegatopropusoqueélysucriadosalieranaayudarmeacazaromataralchino.«Mipropósito»,dije,«noerapedirayuda.Nopretendodar caza al chino.Hevenidoúnicamente para avisarles dequeestáarmadoyqueseoponeasupresenciaenlaisla.Quieroqueentiendanquenosoyresponsabledeloqueocurra».«¿Nosquieredecir»,preguntóRicardo,«que hay un chinomochales rondando por la isla con un seis-tiros y que austednolepreocupa?».Porextrañoqueparezca,nodabalaimpresióndequeme creyeran. Se intercambiaban miradas de complicidad todo el tiempo.Ricardo se acercó silenciosamente al patrón; estuvieron tramando algo, y loqueocurriódespuésnomeloesperaba.Lacosafuebastantedelicada.Puestoquenodispondríade suayudaparacapturaral chinoy recuperar loqueeramío, lomenosquepodíanhacereraprestarmeelcriado.Fue Jonesquien lodijo yRicardo el que apoyó la idea. «Sí, sí, que nuestro Pedro cocine paratodosensucasa.Noestanfierocomoparece.¡Esoesloqueharemos!».Saliódeprisa a la veranda y llamó a Pedro con un silbido penetrante. Una vezescudado el bramido con que respondió la bestia, Ricardo regresó con lamismaprisaalahabitación.«Sí,Mr.Heyst.Levendrádeperlas.Mandequelehaga lo que usted tenga por costumbre con el servicio. ¿Leparece?».Lena,tengoqueconfesarquemesentí cogidopor sorpresa.No loespetaba.Estoytanpreocupadoportiquenopuedodejardepensarenesosmalditoscanallas.Haceapenasdosmesesnomehubieraimportado.Mehabríaenfrentadoasuruindadconlamismaindiferenciaquealasotrasintrusionesdelavida.¡Peroahoraestástú!Metidaenmividay…

Heyst dejó escapar un profundo suspiro. La muchacha le dirigió unamiradarápidayexpectante.

—Ah,estáspensandoeneso,¡enquemetienesamí!

Era imposible leer los pensamientos que se escondían en aquellos ojosgrises,penetrarelsignificadodesussilencios,desuspalabrasyhastadesusabrazos.Heystsolíadeshacersedeellosconunasensacióndedesconcierto.

—Sinotetengo,sinoestásaquí,¿quieresdecirme,entonces,dóndeestás?—gritóHeyst—.Mehascomprendidoperfectamente.

Sacudiólacabeza.Loslabiosencarnadosalosqueahoracontemplaba,tanfascinantescomolavozquesaliódeellos,dijeron:

—Teheescuchado,pero¿quéquieresdecir?

—Quierodecirquepodríamentiryhastaarrastrarmeporamorati.

—¡No,no!Nolohagasnunca—dijoprecipitadamente,mientraslosojoslerelampagueaban—.Despuésmeodiaríasporello.

—¿Odiarte?—dijo Heyst recuperando el tono convencional—. ¡No! Demomento es inútil considerar algo que resulta muy poco probable. Pero teconfesaré que yo, cómo decir, he fingido. Primero he fingido consternaciónante el imprevisto resultado de mi absurda diplomacia. ¿Comprendes, miqueridamuchacha?

Era evidente que no comprendía. Heyst enseñó la sonrisa juguetona enagudocontrasteconelcarácterpreocupadodelconjuntodesuexpresión.Lassienesparecíanaplastadasylacarateníaunaspectomásenjuto.

—Unadeclaracióndiplomática,Lena,esunadeclaraciónenlacualtodoesverdad,exceptoelsentimientoquelainspira.Misrelacionesconlahumanidadnunca fueron diplomáticas, no tanto por lo que respecta a sus sentimientoscomoporlaconsideraciónenquehetenidolosmíos.Ladiplomacianolevabien a un desprecio consecuente. Me ha importado poco la vida y todavíamenoslamuerte.

—¡Nodigaseso!

—Disimulélasganasqueteníadeagarrarporelcuelloaesostrotacalles.Sólo tengo dos manos —ojalá tuviera cien para defenderte— y había trespescuezos.Paraentonces,suPedroestabayaenelcuarto.Simehubieravistoenzarzadoconlosdosgolleteshabríasaltadoalmíocomounperrorabioso,ocomocualquierotraclasedebestiaservicial.Notuvedificultadendisimularlasganasderecurriralvulgar,estúpidoydesesperadoexpedientedelapelea.Melimitéacomentarquenoqueríacriados.Nosemeocurriríaprivarlesdelsuyo. Pero no me escuchaban. Lo tenían decidido. «Se lo mandaremosenseguida»,dijoRicardo,«yqueempieceacocinarparatodos.Esperoquenoleimportequeyovayaacomerasubungaló.Alpatrónletraeremosaquílacomida». Todo lo que podía hacer eramorderme la lengua o entrar en unadisputa donde saldría a la luz algún siniestro objetivo contra el que nocontamosconmediospararesistir.Estatardenotendrásproblemasenseguiroculta; pero con esa bestia merodeando todo el tiempo por la trasera de lacasa,¿cuántomáspodrásseguirescondida?

La angustia de Heyst se palpaba en el silencio. La cabeza de la chica,sostenidaporlasmanosescondidasenlaespesamatadepelo,conservabaunainmovilidadperfecta.

—¿Estásseguradequenotehanvistotodavía?—preguntódeimproviso.

Laestatuacontestó:

—¿Cómopuedoestar segura?Medijistequemequitaradeenmedio.Yesofueloquehice.Notepreguntélarazón.Penséquenoqueríasquelagentesupieraqueestabasconunamuchachacomoyo.

—¿Porqué?¿Porvergüenza?—exclamó.

—Quizánofueraésalarazón,¿noescierto?

Heystlevantólasmanosenunamablereproche.

—La razón es que no podía soportar la idea de que unamirada que nofuerade simpatíaode respeto seposaraen ti.Desconfiédeesos individuosdesdeelprincipio.¿Nobcomprendiste?

—Sí.Mequitédelavista.

Sobrevinounsilencio.Porúltimo,Heystseremovióunpoco.

—Todo esto tiene ahoramuypoca importancia—dijo con un suspiro—.Ahorasetratadealgoinfinitamentepeorquelasmiradasylospensamientos,por despreciables que sean. Como te he dicho, acepté en silencio lassugerencias de Ricardo. Cuando me volvía dijo: «Si por casualidad llevaraencima la llave de ese almacén suyo,Mr.Heyst, podría dejármela.Yo se ladaréanuestroPedro».Selatendísinmediarpalabra.Ricardoselalanzóalapeludacriaturaqueestabaalapuertaenaquelmomento,ylafieralaatrapólomismo que un gorila amaestrado. Me marché. Me pasé todo el tiempopreocupado por ti; te había dejado durmiendo, estabas sola y, al parecer,enferma.

Heystsedetuvoyvolviólacabeza.Habíaescuchadoruidodepalosenelrecinto.Selevantóycruzólahabitaciónparairamirarporlapuertadeatrás.

—Ahíestáesebicho—dijo,regresandoalamesa—.Ahíanda,preparandoelfuego.¡Oh,miqueridaLena!

Ellalehabíaseguidoconlosojos.Leviosalircautelosamentealaverandaprincipal.Bajófurtivamenteloslienzosquecolgabanentrelascolumnasysequedó allí,muy quieto, como atraído por algo que ocurría en el claro. Ellatambién se levantó con la intención de echar una ojeada a los alrededores.Heyst,porencimadelhombro,lavioregresarasuasiento.Lehizounaseñaylamuchachasiguiódepie,atravesólapenumbradelahabitación,luminosaeinmaculadaconelvestidoblanco,elpelosuelto,conairedepaseanteinsomneenlosdespaciososmovimientos,enlamanoextendida,enelreflejomortecinodelosojosgrisesfulgurandoenlasombra.Heystnuncahabíaobservadounaexpresión comoaquélla en su rostro.Tenía el gesto cierta somnolencia, unaintensa atención y una rigidez imprecisa. La seña deHeyst la detuvo en lapuerta y ella pareció despertar con un ligero rubor que, al desvanecerse,

arrastróconéllacuriosatransfiguración.Seechóparaatrás,condecisión,laespesa mata de pelo. La frente se iluminó. Las aletas de la nariz seestremecieron.Heystlacogiódelbrazoymurmuróconexcitación:

—¡Ven aquí, rápido! El lienzo te ocultará. Cuidado con el hueco de laescalera.Estánahífuera…,merefieroalosotrosdos.Esmejorquetúlesveasprimero.

Reprimió enseguidaunapenasperceptible intentode retiraday sequedóquieta.Heystsoltóelbrazo.

—Sí,quizáseamejor—dijoconunamorosidadpoconatural,acercándosemuchoaél.

Juntos,unoacadaladodellienzo,sequedaronmirandoentreelbordedela telayelpilarde laveranda,ensortijadodeenredaderas.Unaoladecalorsubió del suelo torrefacto, como de alguna secreta angina del corazón enllamas de la tierra; no así el cielo, que se iba enfriando, mientras el soldeclinabayproyectabalassombrasdeMr.Jonesysusicariosobreelbungaló,unaadelgazadaenextremoyotraanchaybreve.

Los dos visitantes se quedaron quietos y observaron. Para continuar laficcióndelainvalidez,elcaballeroseapoyabaenelbrazodelsecretario,cuyacoronillallegabajustoalhombrodelpatrón.

—¿Lesves?—murmuróHeyst al oídode lamuchacha—.Ya están aquílos emisarios del más allá. Aquí los tienes, la inteligencia perversa y labarbarie instintiva, codo con codo. La fuerza bruta está en la trasera. Unajustadotríodeheraldos…,alosquehayquedarlabienvenida.Supongamosque estuviera armado: ¿sería capaz de acribillar a tiros a esos dos? ¿Podría,sinceramente?

Lamuchachabuscó lamanodeHeysty laestrechó,para impedirquesefuera.Elhombrecontinuóconunaironíaamarga:

—Nolosé,aunquenolocreo.Hayenmíunafuerzaextrañaquemeaturdecon la insensata exigencia de evitar hasta la apariencia misma del crimen.Nuncaheapretadoungatillonilehelevantadolamanoaunhombre,siquierafueseendefensapropia.

Elrepentinoapretóndelamanoledetuvo.

—Se mueven —murmuró—. ¿Estarán pensando en venir aquí? —sepreguntóHeystconinquietud.

—No,nohancogidoestecamino—informólamuchacha;hubootrapausa—.Vuelvenasucasa.

Despuésdeobservarlesunpocomás,soltólamanodeHeystysedirigióal

interior.Éllasiguió.

—Yaleshasvisto—empezó—.Piensaloquesentíalvercómoatracabanenlaoscuridadesosfantasmasdelmar,¡lomismoqueapariciones,quimeras!Yahísiguen.Esoeslopeordetodo,quesiguenahí.Sinningúnderecho,perose han quedado.Deberían haberme enfurecido.He ido dulcificandomuchascosas, la rabia, la indignación, incluso el desprecio. Sólo ha quedado larepugnancia. Desde queme contaste esa calumnia deleznable el asco se hamultiplicadoyahorallegatambiénamí.

Heystlamiró.

—Perotetengoati,porsuerte.SiWang,almenos,nosehubierallevadoesemiserablerevólver…Sí,Lena,aquíestamos,losdosjuntos.

Lamuchacha apoyó lasmanos en sus hombros y lemiró a los ojos. Éldevolvióaquellamiradapenetrante.Estabadesconcertado.Nopodíaperforarelvelogrisdesusojos.Perolatristezadelavozleconmovióprofundamente.

—¿Nomeloestásreprochando?—preguntólentamentelamuchacha.

—¿Reprochar?¡Vayapalabraentrenosotros!Sólopodríareferirseamí…,pero almencionar aWang seme ha ocurrido una idea.No he sido servil ymentiroso, para hablar con exactitud, pero sí hipócrita. Te has estadoescondiendoparacomplacerme:elcasoesqueteescondiste.Pero¿porquénoempezardenuevo?¿Porquénoseguireljuego?Saldremosjuntos.Nopodríadejartesolayademásdebo,sí,debohablarconWang.Saldremosabuscaraesehombrequesabe loquequiereycómoconservar loquequiere. ¡Iremosahoramismo!

—Esperaaquemearregleelpelo—consintióellaactoseguido,antesdedesaparecertraslacortina.

Cuando cayó a su espalda, volvió la cabeza con una infinita yenternecedorapreocupaciónporaquelhombrealquenopodíacomprenderyaquien temía no satisfacer nunca, como si su amor fuera de una calidadirreparablementepeor,incapazdesofocarlosexquisitosyexaltadosdeseosdeaquelalmasuperior.Tardóunpardeminutosenreaparecer.AbandonaronlacasaporlapuertatraseraypasaronalladodelestupefactoPedrosindirigirlesiquiera lamirada.Lacriaturadejó la fogatay, tambaleándosepesadamente,enseñó los monstruosos colmillos en una mueca de asombro. Luego saliódandotumbossobrelascombadaspiernasconla intencióndenotificarasusamoselpasmosodescubrimientodelamujer.

Capítulo6

QuisolasuertequeRicardoestuvierasoloyganduleandoporlaverandadelaantiguaoficina.Olfateóenseguidalaaparicióndeunnuevoacontecimientoycorrióaencontrarseconaquellaespeciedeosotrotador.Losruidosroncosygruñidores que salieron de su boca, semejando remotamente el español, ocualquierotradelaslenguashumanas,fueroninteligiblesgraciasalaprácticaasiduadelsecretariodeMr.Jones.Ricardosequedófrancamentesorprendido.Había supuesto que la chica seguiría escondida.Al parecer, se renunciaba aesa táctica.No desconfiaba de la joven. ¿Cómo podría hacerlo?Ni siquierapodíapensarenellaconciertososiego.Intentóapartarlaimagendelacabeza,de forma que pudiera atemperar el ingenio con la frialdad necesaria paragarantizar el uso que la compleja naturaleza de la situación le demandaba,tantoenloreferenteasuseguridadpersonalcomoenloquesederivabadesusfuncionesdelealsecuazdeMr.Jonesasecas,caballero.

Ordenó sus pensamientos. Se trataba de un cambio estratégico, cuyocerebro eraHeyst. Si así fuera, ¿qué sentido tenía? ¡Un tipo de cuidado!Amenosquefueraellalainstigadora;enesecaso,hum,lodabaporbueno.Asídebíaser.Sabíaloqueestabahaciendo.

Enfrente de Ricardo, Pedro levantaba las zancas alternativamente,bamboleándose con la característica actitud expectante. Los diminutos ojosenrojecidos, perdidos entre la mata de pelo, aguardaban fijos. Ricardo losescrutóconcalculadodesprecioydijoenuntonoiracundoyáspero:

—¡Unamujer!Claroquehayunamujer.¡Losabemosantesquetú!

Ydiounempellónalafieradomesticada.

—¡Circula! ¡Vamos! ¡En marcha, ganso! Vuelve a la cocina. ¿Y quécaminocogieron?

Pedro extendió un descomunal y velludo antebrazo para indicar ladirección y semarchó sobre sus dos piernas de papión.Avanzando algunospasos, Ricardo llegó a tiempo de ver, por encima de algunos arbustos, dossalacots blancos que caminaban juntos por el calvero. Después,desaparecieron. Ahora que se las había arreglado para evitar que Pedroinformasealjefesobrelamujerdelaislapodíapermitirseespecularacercadelos movimientos de la pareja. Su disposición hacia Mr. Jones habíaexperimentadouncambioemocionaldelque todavíanoeramuyconsciente.Esa mañana, antes del tiffin, con aquella inspirada manera de recobrar lazapatilla,Ricardohizoelcaminohaciasualojamientoeventualcorriendoenzigzagyconlacabezadandovueltas.Lavisióndeinconcebiblespromesasleexcitóhastaladesmedida.Setomósutiempoderespiroantesdedarelpasode encararse con el jefe. Al entrar en la habitación encontró a Mr. Jonessentadosobreelcatrecomounsastresobreuntablero,laspiernascruzadasy

laespaldacontralapared.

—¡Venga,señor!¿Noiráadecirmequeseestáaburriendo?

—¡Nadadeeso!¿Dóndediabloshasestadometidotodoestetiempo?

—Vigilando, espiando, husmeando. ¿Qué otra cosa, si no? Usted teníacompañía.¿Lehahabladoconfranqueza,señor?

—Asíes—murmuróMr.Jones.

—¿Sinpasarsedeclaro,señor?

—Exacto. Ojalá hubieras estado aquí. Te has pasado la mañanaharaganeandoyahoratepresentassinresuello.¿Quésucede?

—Nohemalgastadoel tiempoyendoporahí—dijoRicardo—.Nopasanada.Yo…podríahabermedadomásprisa.

Laverdadesquejadeabatodavía;aunquelacarreranoeralacausa,sinoeltorbellino de ideas y sensaciones largamente reprimido y que la aventuramatinal había liberado. Se sentía aturdido. Cada vez se perdía más en ellaberintodealentadorasyamenazantesposibilidades.

—Asíquehasidounalargaconversación—dijoparaganartiempo.

—¡Malditoseas!Elsoltehatrastornadolacabeza,¿noeseso?¿Quéhacesmirándomecomounbasilisco?

—Lepidoperdón,señor.Nomedabacuentadequeleestabamirando—sedisculpóenuntonoafable—.Elsoltienefuerzaparatrastornarunacalabazamásgruesaquelamía.Echachispas.¡Uf!¿Quécreequeesunhombre,señor?¿Unasalamandra?

—Teníasqueestaraquí—observóMr.Jones.

—¿Dio la fiera alguna señal de ir a levantar la pezuña? —preguntóenseguidaconverdaderayabsolutaansiedad—.Nonos interesa, señor.Hayqueseguirleeljuegounpardedías,porlomenos.Tengounplan.Medaenlanarizquepuedoaveriguarmuchascosasendosdías.

—¿Ah,sí?¿Ydequéforma?

—Mirando,señor—respondiólentamenteRicardo.Mr.Jonesgruñó.

—Nadanuevo,por loqueparece.Mirando,¿eh?¿Yporquénorezarunpocotambién?

—¡Ja,ja,ja!Ésasíqueesbuena—estallóelsecretario,mientrasescrutabaenlosojosimpasiblesdeMr.Jones.Éstedesvióelasuntosinmayorescarnio.

—Tienes losdosdíasgarantizados—dijo.Ricardose rehízo.Losojos le

brillaronlibidinosamente.

—Lo conseguiremos…, limpiamente, señor… del todo y por el caminoadecuado,siconfíaenmí.

—Confíoabsolutamenteenti.Tambiénteafecta.

Por su parte, Ricardo estaba convencido de lo que afirmaba. Creíaplenamenteeneléxito.Peronopodíaconfesarasujefequeteníacómplicesenelcampoenemigo.Noconveníahablarledelamujer.Eldiablosabíadeloqueseríacapazsillegabaaenterarsedequehabíafaldasdepormedio.¿Pordóndeempezar?Nimencionarlodelahuida.

—Lo conseguiremos, señor —dijo con una alegría perfectamenteinterpretada.

Experimentabaoleadasdeabrumadoraalegríaqueleabrasabanelcorazónconelfuegodeunahoguerasiemprealimentada.

—Estamos obligados—sentencio Mr. Jones—. Ésta no se parece a lasdemás aventuras,Martin.Le tengo una particular predilección.Es diferente.Esunaespeciedeprueba.

Ricardo estaba impresionado por el gesto del patrón; por vez primera,asomaba en él un indicio de pasión. Pero también la palabra utilizada, lapalabra«prueba»,leimpresionóporsusignificado.Fuelaúltimapalabraquesepronuncióenesaconversación.Ricardosalióinmediatamentedespuésdelahabitación.No podía quedarse quieto. Un gozo, en el que semezclaba unadulzura extraordinaria con el arrebato del triunfo, se lo impedía. Comotambiénleimpedíapensar.Anduvoarribayabajoporlaverandatodalatarde,volviendocontinuamentelacabezahaciaelbungaló.Nohabíaseñalesdevida.Una o dos veces se paró para mirar la zapatilla izquierda. No dejó deescapárseleuna risitamal sofocada.Seaferróa labalaustradaypermanecióinmóvil, sonriendo no tanto por los pensamientos como por aquella fuerzavital que golpeaba en sus adentros. Se dejó arrastrar por ella, descuidada yhasta temerariamente.Nole importabanadie,niamigosnienemigos.Enesemomento,Mr.Jonespronunciósunombreenelinterior.Unasombracruzólacaradelsecretario.

—Aquí,señor—respondióunmomentoantesdequeresolvieraentrar.

Encontró al jefe de pie.Mr. Jones se cansaba de estar acostado cuando,además, no había ninguna necesidad. La estilizada figura se deslizó por lahabitaciónyacabópordetenerse.

—Martin,heestadopensandoenalgoquetúsugeriste.Ensumomentonome pareció demasiado práctico. Pero luego, reflexionando, creo queproponerleunapartidaesunaformatanbuenacomocualquierotradehacerle

comprenderquehallegadolahoradequedesembuche.Esunsistema,¿cómodiría yo?,menos ordinario. Lo entenderá enseguida.No es la peor vía paraabordarunasuntoqueescrudo,Martin,bastantecrudo.

—¿Le preocupa herir sus sentimientos?—ironizó el secretario con unaamarguraquedejófrancamentesorprendidoalcaballero.

—¡Perosilaideaestuya,malditasea!

—¿Y quién dice que no lo sea?—replicó Ricardo con resentimiento—.Perome pone enfermo andar con estos tientos. ¡No! ¡No!Con averiguar elesconditeydarleeltajobasta.Yparaélsobra.

Unavezdesatadaslaspasiones,lallamadadelasangreseconfundíaconladelaternura—ternura,sí—.UnaespeciedeangustiosaydulcesensaciónsedifundíaporlasentrañasdeRicardocuandopensabaenlamuchacha,alguiendesumismahechura.Y,altiempo,laimagendeHeystlecarcomíadecelosalentrometerseenelarrebatodeaquellafelicidadanticipada.

—Te ensañas con una ordinariez que no deja dudas, Martin—dijoMr.Jones desdeñosamente—. Ni siquiera barruntas mi propósito. Sólo voy adivertirmeconél.Ponteaimaginarelcuadro,elhombremanejandolascartas,lamofaatrozdel juego.Oh, lopasaríaengrande.Sí,dejemosquepierdasudineroenvezdehacerquenosloentregue.Yaséquetúlepegaríasuntiroalaprimera, pero yo prefiero disfrutar de una broma refinada. Es un tipo de labuena sociedad. A mí me echó de mi mundo gente muy parecida. ¡Quéhumillación y qué rabia para un hombre así!Me auguro algunosmomentosexquisitosmientrasduraeljuego.

—Me temo que salte en cuanto le dé el tufillo. Puede que no aprecie labroma.

—Quiero que tú estés presente —observó el aristócrata con la mayortranquilidad.

—Bueno, mientras yo sea libre de pegarle el tajo cuando crea que hallegadoelmomentoustedpuededisfrutarconsujuego,señor.Noselovoyaecharaperder.

Capítulo7

FueeneseprecisomomentodelaconversacióncuandoHeystaparecióconlanoticiasobreWang,talcomohabíacontadoaLena.Encuantosemarchó,amoycriadosemiraronconunsilenciointerrogante.Mr.Jonesfueelprimeroenromperlo.

—Escucha,Martin…

—Diga,señor.

—¿Quésignificatodoeso?

—Algunajugada.Quemecuelguensilaentiendo.

—¿Demasiadodifícilparati?—preguntóelcaballeroconairedezumba.

—Noesmásqueunapruebadeesediabólicoatrevimientosuyo—gruñóelsecretario—.¿Nosehabrácreídoustedlodelchino,verdad?Esmentira.

—Nohacefaltaqueseaciertoparaquetengasentido.Loqueinteresaessaberporquéhavenidoainformarnos.

—¿Creequeselohainventadoparaasustarnos?Mr.Joneslemiróceñudayreflexivamente.

—Parecíapreocupado—murmurócomoparasusadentros—.Supongamosqueelchinoleharobadoeldinero.Parecíamuypreocupado.

—Noesmásqueunadesusartimañas—protestóseriamenteRicardo,yaquelaideaerademasiadodesconcertantecomoparatenerlaenconsideración—.¿Esposiblequeconfiaralosuficienteenesechinocomoparaquepudierarobarle?—arguyóacaloradamente—.Ésaeslaúnicacosasobrelaquedebíatenerlabocacerrada.Aquíseestácortandootratela.Sí,pero¿cuál?

—¡Ja, ja, ja! —Mr. Jones dejó escapar una risa chillona y espectral—.Nuncamehabíaencontradoenunasituacióntanridícula—continuóconunaimpavidezdeultramundo—.Yerestú,Martin,elquemehaarrastradoaella.Aunque la culpa también es mía. Tendría que…, pero estaba demasiadoaburrido para utilizar el cerebro, y en el tuyo no se puede confiar. ¡Eres uncabezacaliente!

UnblasfemolamentosaliódelabocadeRicardo.¡Quenosepodíaconfiarenél!¡Cabezacaliente!Casiseechaallorar.

—¿No le he oído decir, señor,más de veinte veces desde que salimos aescapedeManilaquenecesitábamosunbuencapitalparatrabajarnoslacostadelEste?Siempreandabadiciendoqueparaganarnosdebidamenteaesarecuade funcionarios y portugueses chapuceros tendríamos que perder mucho alprincipio.¿Nohaestadosiemprepreocupadoporlaformadeecharelguanteaunbuenfajodebilletes?Lasoluciónnoeraquedarseaburridoenesapodridacolonia holandesa y jugar partidas de dos peniques con esos miserablesempleaduchosydemásraleaparecida.Bien,yoletrajeaquí,yaquíhaydinerocaliente,unbuenpellizco,paraelquetengamano—mascullóentredientes.

Huboun silencio.Cadaunomiróaun ladodistintode lahabitación.Depronto,yconunligerozarpazo,Mr.Jonesseencaminóalapuerta.Ricardole

cogióyafuera.

—Apóyeseenmí,señor—lerogóamable,aunquefirmemente—.Nodélabaza por perdida.Es normal que un enfermo salga a tomar un poco de airefrescoa lacaídade la tarde.Esoes,señor.Pero¿adóndequiere llegar?¿Porquéhasalido?

Elcaballeroseparódegolpe.

—Ni yo mismo lo sé —confesó con un murmullo hueco, mirandoatentamenteelbungalódeNumberOne—.Hasidounimpulso—declaróenuntonomásbajotodavía.

—Será mejor que entre, señor—sugirió Ricardo—. Pero ¿qué tenemosahí?Esoslienzosnoestabanbajadoshaceunrato.Apuestoalgoaquenosestáespiandodetrásdeellos,¡culebraescurridizaytraicionera!

—¿Porquénovamosyrepartimosyatodalabaraja?—fuelainesperadaproposicióndeMr.Jones—.Tienealgoquecontarnos.

Ricardo consiguió disimular el sobresalto, pero fue incapaz de hilarpalabras durante un largo momento. Se limitó a retener instintivamente lamanodelpatrón.

—No, señor. ¿Qué va a decir usted? ¿Cree que llegará al fondo de susmentiras?¿Cómoconseguiríahacerlehablar?Éstanoeslaocasiónparallegara lasmanos con ese caballerete. ¿Cree usted que yome echaría para atrás?Peroestáelchino,yleaseguroqueasílepongalavistaencimalematocomoaunperro;encuantoaesecondenadoMr.Heyst,todavíanolehallegadosuhora. Mi cabeza está ahora más fría que la suya. Volvamos adentro. Aquíestamos en descubierta. No se le vaya a pasar por la cabeza pegarnos unatarascada…Esehipócritaencanalladonoesdelosqueavisan.

Una vez que se dejó persuadir, Mr. Jones volvió a la reclusión. Elsecretario, sin embargo, permaneció en la veranda, con la intención, segúndijo, de averiguar si el chino andaba merodeando; en cuyo caso estabadecididoameterleuntiroenlachavetayarriesgarsealasconsecuencias.Laverdaderarazóneraquequeríaestarsolo,lejosdelainsepultaprofundidaddelos ojos del patrón. Tenía la sentimental y solitaria necesidad de dar riendasueltaa sus fantasías.Uncambio fundamental seestabaproduciendoenMr.Ricardo desde aquella mañana. Una parte de sí mismo que, por prudencia,necesidad, lealtad,habíaestadoadormecida,sedespertabaahora, iluminandosu pensamiento y perturbando su equilibrio mental con la percepción dealguna que otra asombrosa consecuencia, como era el caso de un posible yenérgico conflicto con el caballero.La aparicióndel disformePedro con lasnuevas lesacóde ladulceensoñación,noobstante turbadapor lapresentidainminenciadelconflicto.¿Unamujer?Sí,habíauna.Yesolocambiabatodo.

Después de sacudirse a Pedro y de observar cómo desaparecían entre losmatorrales los salacots de Heyst y de Lena, Ricardo se abismó en suspensamientos.

—¿Adóndeirán?—sepreguntó.

Larespuestaencontradaporlaradicalpuestaentensióndesusfacultadesespeculativas fue: a reunirse con el chino. Ricardo no había creído en ladeserción de Wang. Era una pista falsa, la entraña de alguna peligrosacomponenda. Heyst pretendía añadirle algún nuevo movimiento. Pero lapresencia de la muchacha le tranquilizó: una muchacha con arrestos, todosentidocomún,todocomprensión,unaaliadadesumismacuerda.

Entrórápidamente.Mr.Joneshabíavueltoalacabeceradelacamayalaposturadepiernascruzadasyespaldacontralapared.

—¿Algunanovedad?

—No,señor.

Ricardosepaseóporlahabitaciónconlamayordelasdespreocupaciones,tarareandoestribillos.El caballero levantó sus cejas airadas.El secretario searrodillóanteelviejobaúldecueroy,despuésderevolver,extrajounpequeñoespejo.Examinósufisonomíaenunsilencioabsorto.

—Creoquevoyaafeitarme—decidiómientrasseincorporaba.

Miró por el rabillo al jefe y repitió la mirada varias veces durante laoperación,quenodurómucho;despuésdeterminadaydevolverasulugarlosutensilios, recomenzó el paseo tarareando nuevos estribillos. Mr. Jonesconservó una absoluta quietud, los finos labios contraídos, los ojos con unvelo.Lasfaccioneseranlasquedejauncincel.

—Así que le gustaría echar unasmanos con ese canalla—dijoRicardo,parándosedeprontoyfrotándoselasmanos.

Elotronodioseñalesdehaberleescuchado.

—Bien, ¿y por qué no? ¿Por qué no ha de tener esa experiencia?Acuérdese de aquel pueblo mejicano, ¿cómo se llamaba? Atraparon a unladrón en lasmontañas, le condenaron y le fusilaron. Estuvo jugando a lascartas toda la noche con el carcelero y el sheriff. Pues éste también estácondenado. Tiene que darle a usted su partida. Qué diablos, ¡los caballerostambién merecen algún esparcimiento! Y ha tenido usted mucha paciencia,señor.

—Estás de lo más fruslero—comentó el patrón en un tono mohíno—.¿Quétehandado?

Elsecretariocanturreóotropocoyluegodijo:

—Melasarreglaréparaquevengaaquíestanoche,despuésdelacena.Sinomepresentonosepreocupe, señor.Estaréhusmeandoporahí fuera,¿mecomprende?

—Tecomprendo—ironizólánguidamenteMr.Jones—.¿Peroquéesperasverenlaoscuridad?

Ricardonorepusonadaydespuésdedarseotropardevueltassaliódelahabitación.Yanosesentíaagustoestandoasolasconeljefe.

Capítulo8

Entretanto,HeystyLenaseacercabanabuenpasoa lacabañadeWang.Despuésdepediralamuchachaqueesperara,elhombresubióporlapequeñaescaleradebambúquedabaaccesoalapuerta.Eratalycomohabíasupuesto.El humeante interior estaba vacío, excepción hecha de un arcón de sándalodemasiadopesadoparasacarloconpremuras.Teníalatapalevantada,peroloque quiera que hubiese contenido ya no estaba en su interior. No quedabaningunadelaspertenenciasdeWang.Sindemorarsemásenelchamizo,Heystvolvió junto a lamuchacha, queno le hizopregunta alguna, envuelta enunairemisteriosodeconocerycomprenderlotodo.

—Sigamos—dijo.

Ibadelante, seguidodel frufrúde la faldablancaa travésde lassombrasdelbosque,porelsenderodelpaseohabitual.Aunqueelaireseespesabaentrelos troncos erectosydesnudos, charcosde luz se estremecíanenel suelo;yLena,levantandolavista,contemplóelrevuelodehojasque,porencimadesucabeza,seagitabansobreramascolosales,horizontalmenteextendidasenunaquietudperfectaypaciente.PordosvecessevolvióHeysthaciaella.Bajolaprontitud de su sonriente réplica había un fondo de pasión devota yconcentrada, palpitando con la esperanza de una satisfacciónmás completa.Atravesaron la zona en la que acostumbraban a volverse hacia las cumbresagostadasdelmacizocentral.Heystprosiguiócondecisiónelcaminohaciaelnivelmáselevadodelbosque.Desdeelmomentoenquedejaronsuabrigo,labrisa les acarició y una gran nube, al cruzarse con el sol, arrojó sobre lasuperficie de aquel mundo una singular oscuridad. Heyst apuntó a unescarpadoyaccidentadosenderoqueseceñíaa lacolina.Terminabaenunabarrera de árboles caídos, un obstáculo dispuesto de forma primitiva y queseguramentehabíaexigidounabuenacantidaddeesfuerzoparalevantarloeneseprecisolugar.

—Esto —explicó con la gentileza habitual— es una barrera contra el

progreso de la civilización.A las gentes de por aquí no les gustó cuando lavieronpresentarsebajolaformadelaCompañía,ungranpasoadelante,segúnlallamóalgunocondesacertadooptimismo.Elpasoadelantehaconcluidoenunpasoatrás,perolabarrerapermanece.

Continuaronsubiendolentamente.Lanubesehabíamarchadodejandounaclaridadacrecentadaenlaescamaduradelascosas.

—Es bastante ridículo —continuó—. Pero es el producto de un temorsinceroalodesconocido,aloincomprensible.Es,hastaciertopunto,patético.Ydesearíadetodocorazónqueestuviéramosyaalotrolado.

—¡Oh,párate,párate!—gritólamuchachaagarrándoledelbrazo.

La barrera había sido coronada con un montón de ramas recientes. Lashojasverdeabantodavía.Unasuavebrisa,quebarríalostroncoscimeros,lasagitabaunpoco.Peroloquesobresaltóalamuchachafueeldescubrimientodevariaslanzasquesobresalíanporentreelfollaje.Lasadvirtiódegolpe.Norelumbraban,pero lashabíadistinguidoconextremaclaridad,muyquietasyamenazantes.

—Serámejorquevayasolo,Lena.

Ellatirótenazmentedesubrazo,peroalcabodeuntiempo,duranteelcualHeystnuncadejódemirarconunasonrisaensusojosaterrorizados,acabóporsoltarle.

—Esunaseñal,másqueunaamenaza—argumentóentonopersuasivo—.Esperaaquí.Teprometonoacercarmelosuficienteparaquemeensarten.

Como en una pesadilla ralentizada, observó cómo Heyst subíainterminablementelasescasasyardasdelsendero;escuchósuvoz,alfin,iguala las voces de los sueños, pronunciando palabras desconocidas en un tonoajeno a estemundo. Heyst pedía ver aWang. No tuvo que esperarmucho.Recobrándosedelaprimeraráfagadetemor,Lenaadvirtióciertaconmociónenlacrestafoliginosadelabarricada.Exhalóunsuspirocuandolaslanzassedeslizaronhaciaadentro,¡aquellosobjetosterribles!FrenteaHeyst,unpardemanosamarillasapartaronlashojasyunrostroocupólapequeñaabertura,unrostro de ojosmuy característicos. Era el rostro deWang, por supuesto, sinmanifestaciónalgunadelcuerpoquelecorrespondía,comoaquellascarasdecartulina quemiraba cuando era niña en la tienda umbría de unmisteriosohombrecito deKingslandRoad. Sólo que esta cara en cuestión, en lugar desimplesagujeros,teníaojosypestañeaba.Podíaverelaleteodelospárpados.Lasmanos,unaacadaladodelacaraysujetandoelramaje,tampocoparecíanpertenecerauncuerpodeverdad.Unadeellassosteníaunrevólver:armaquela muchacha reconoció por intuición, ya que nunca había visto semejanteartilugio.

Apoyó los hombros en la rocosayperpendicular laderay siguió con losojosaHeyst,conaplomorelativotodavezquelas lanzasyanoestabanalavista.Más alláde la impasible espaldaqueHeyst le ofrecía, veía la caradecartulina de Wang, moviendo los labios exangües y gesticulandoartificiosamente. Estaba demasiado lejos para escuchar la conversación,llevada,porlodemás,enuntonoconvencional.Esperópacientementeelfinal.Sushombrosnotaronlacalidezdelaroca;devezencuando,unarachadeairemásfríoparecíadescenderhastasucabeza.Elbarrancoqueseabríaasuspies,sofocadodevegetación,emitíaeldébilysoñolientozumbidodelavidadelosinsectos.Todoestabainmóvil.NollegóapercibirelmomentojustoenquelacaradeWangdesapareciótraselramaje,arrastrandoconélsusmanosirreales.ParahorrordeLena,laslanzasvolvieronaerguirselentamente.Elpeloseleerizó,peroantesdequetuvieratiempodegritar,Heyst,queparecíaclavadoenelsuelo,sevolvióbruscamenteyechóaandarhaciaella.

Losespesosmostachosnobastaronparadisimularunainquietanteaunquepoco decidida sonrisa; y cuando llegó a su lado estalló en una carcajadaamarga:

—¡Ja,ja,ja!

Lemirósinentender.Interrumpiódegolpelarisaydijosecamente:

—Serámejorquevolvamospordondehemosvenido.

Ellalesiguióalinteriordelbosque.Elprogresodelatardelohabíallenadode sombras. Un lejano resplandor cerraba la perspectiva distante de losárboles.Másallá,todoestabaaoscuras.Heystsedetuvo.

—No hay por qué preocuparse, Lena —dijo en el habitual, sereno ycumplidotono—.Volvemosfracasados.Supongoquesabes,oimaginasporlomenos,cuáleramipropósito.

—Nomeloimagino,querido—dijo,ysonrióalcontemplarconemociónqueelpechodesucompañeropalpitaba,comosihubieraperdidoelaliento;apesardelocualtratabadedominarsuexpresión,intercalandopausasentrelaspalabras.

—¿No?VineaencontrarmeconWang.Vine…—Yvolvióatomaraliento,aunqueporúltimavez—.Quisequevinierasconmigoporquenomegustabalaideadedejartesinprotección,alladodeesosindividuos.

Sequitóinesperadamenteelsalacotyloarrojóalsuelo.

—¡No!—gritó con aspereza—. ¡Esto no es real! ¡Es insoportable! ¡Nopuedoprotegerte!Notengoesacapacidad.

Lamiró un instante y luego corrió tras el sombrero, que había rodado aciertadistancia.Volvióamirarla.Estabapálida.

—Deberíapedirteperdónporestapayasada—dijo,colocándoselaprenda—.¡Ungestodepetulanciainfantil!Además,mesientotanignorantecomounniño,conlamismaimpotenciaylamismafaltaderecursos,entodomenosenestatorturanteevidenciadequeelpeligropendesobretucabeza.

—Esatiaquienbuscan—musitó.

—Sinduda,perodesgraciadamente…—Desgraciadamente…,¿qué?

—Desgraciadamente, no he tenido éxito con Wang —dijo—. No heestimuladosucompasión,siesqueexistetalcosa.Medijoconsuhorripilanteracionalidad china que no podía dejar que pasáramos la barrera, porqueentoncesnosseguiríanhastaallí.No legustan laspeleas.Medioaentenderquemedispararía conmi propio revólver y sin lamásmínima compunciónantesquearriesgarse,porconsideraciónamí,a labrutalidaddeunarefriegacon aquellos forasteros feroces. Ya tenía avisados a los indígenas. Ellos lerespetan.Eselhombremásnotablequehanvistonuncayelmatrimonioleshaemparentado. Entienden su política.Aparte de eso, en la aldea sólo quedanunascuantasmujeresyniñosyalgúnanciano.Enestaépocaloshombressehan embarcado. Pero hubiera dado lomismo.A ninguno le gusta pelear, ¡ymenosconblancos!Setratadeunpueblopacíficoyamablequehubieravistocon gran satisfacción que me pegaran un tiro.Wang parecía considerar miinsistencia—porqueinsistí,quéremedio—bastanteabsurdaeindiscreta.Peroel que se está hundiendo se agarra a cualquier astilla.Hablamos enmalayo,lengua que conocemos por el estilo. «Tus temores son estúpidos», le dije.«¿Estúpido? Por supuesto que soy estúpido. Si fuera más listo, seríacomerciante y tendría un buen hong en Singapur, en lugar de ser un coolieminero convertido en chico de servicio. Pero, si no te vas pronto, dispararéantesdequeestédemasiadooscuroparaapuntarte.Noloharéantes,NumberOne,perotendréquehacerloentonces.¡Yahoraseacabó!».«Estábien»,dije,«seacabóporloqueamíconcierne;peronopuedesoponerteaquelamemputih se quede con lasmujeres deOrangKaya unos cuantos días. Les haréregalosdeplata».OrangKayaeseljefedelaaldea,Lena.

Lemirósorprendida.

—¿Queríasquefueraaesepueblodesalvajes?—dijoconvozentrecortada—.¿Queríasquetedejara?—Tendríalasmanosmáslibres.

Heyst extendió las manos, las contempló un momento y luego las dejócaer. La indignación se acusaba más en el pliegue de los labios que en latransparenciasinmelladelosojos.

—Creo queWang se rio—continuó—. Hacía un ruido como el de lospavos.«Esoseríalopeordetodo»,contestó.Mequedéconunamanodelantey otra detrás. Le espeté que estaba diciendo tonterías. No influía en su

seguridadellugarenelqueestuvierastú,yaqueloshombresmalos,comoéllos llama,nosabende tuexistencia.Nomentíexactamente,aunqueestiré laverdadhastaoírquerechinaba.Peroeltipoparecedotadodeunaperspicaciapoco común.Me aseguró que ellos estaban al tanto de ti. Hizo una muecarepulsiva.

—Noimporta—dijolamuchacha—.Noquerría…,nohubieraido.

Heystlevantólavista.

—¡Quéportentosaintuición!Mientrasyoseguíainsistiendo,Wanghizoelmismo comentario. Cuando se ríe parece una calavera vanidosa. Eso fue loúltimoquedijo,quetúnoquerrías.Entoncesmevolví.

La muchacha se apoyó en un árbol. Heyst se puso frente a ella con lamisma dejadez, como si ya se hubieran desligado del tiempo y de lasinquietudes de este bajo mundo. De pronto, el murmullo de las hojas seextendiótumultuosamenteporencimadesuscabezasy,alpoco,cesó.

—Es tener una idea muy rara de nosotros dos, ésa de quitarme de enmedio.¿Porqué?Sí,¿porqué?

—Parecesenfadada—observóélcondesgana.

—¡Con esos salvajes, nadamenos! ¿Deverdadpiensas quehubiera ido?Puedeshacerconmigoloquequieras,peroeso,no…,¡esono!

Heystdirigiólamiradaa losumbríoscorredoresdelbosque.Todoestabaahoratancalmoquehastaelsueloquepisabanparecíarezumarsilencioenloprofundodelasombra.

—¿Por qué enfadarse? —protestó—. No ha ocurrido. Me niego asuplicarleaWang.Yaquíestamos…,¡desahuciados!Nosóloimpotentesantelaperversidad,sinoincapacestambiéndepactarconsusrespetablesemisarios,lossingularesemisariosdelmundoquecreíamoshaberdejadoatrás.Yesoesmalo,Lena,muymalo.

—Esgracioso—dijo,pensativamente—.¿Malo?Supongoquesí.Peroyonoséquéeseso.¿Ytú?¿Losabestú?Portuformadehablarnoloparece.

Lemiróseriamente.

—¿Yo? Ah, ya entiendo. No sé cuál es mi forma de hablar. Me lascompongo para depurar las cosas hasta hacerlas desaparecer. Le he dicho aestemundotedioso:«Yosoyyo,ytúeressólounasombra».Alcielopongopor testigo de que así es. Pero, según parece, tales palabras no puedenpronunciarse impunemente. Y aquí estoy, en una sombra habitada porsombras. ¡Qué desvalidos estamos contra la tiniebla! ¿Cómo amenazar,persuadir, resistir, afirmarse, cuando se vive en ella? He perdido toda

convicciónenlarealidad…Lena,dametumano.

Lemiróconsorpresa,sinentender.

—Tumano—exclamó.

Ellaobedeció;Heystlacogióconansiedad,comoimpacienteporllevarlaaloslabios,peroamitaddecaminolasoltó.Semiraronuntiempo.

—Querido,¿quétienes?—susurrótímidamente.

—Ni fuerza ni convicción —murmuró fatigosamente para sí—. ¿Cómoenfrentarmealaprodigiosasimplezadeesteproblema?

—Losiento—murmuróLena.

—También yo. Y lo más amargo de esta humillación es la futilidadabsolutaqueveoenella,¡quesiento!

Nuncahabíavistoenélsignossemejantesdeemoción.Enmitaddelrostrolívido,loslargosmostachosllamearonenlapenumbra.Derepentedijo:

—Me pregunto si podría reunir coraje suficiente para escurrirme por lanocheentreesosdos,conuncuchillo,ycortarleselcuellounodetrásdeotromientrasestándormidos.Mepregunto…

EllaestabamásatemorizadaporelinusitadoaspectodeHeystqueporlaspalabrasquesalíandesuboca;ydijogravemente:

—¡Nointentessemejantecosa!¡Nilopiensessiquiera!

—Lomás grande que tengo es una navaja. En cuanto a pensar en ello,dejemosloqueunopuedellegarapensar.Además,yonopienso.Hayalgoenmíquepiensa,algoextrañoamímismo.¿Quésucede?

Observósuslabiosentreabiertosylapeculiarfijezadelosojosaldesviarlacara.

—Hay alguien por ahí detrás. He visto moverse una cosa blanca —exclamólamuchacha.

Heystnovolviólacabeza.Selimitóamirarelbrazoextendido.

—Nohaydudadequenossiguen;nosestánespiando.

—Ahoranoveonada—dijoella.

—Tampocoimporta—continuóHeystconlavozhabitual—.Estamosenelbosque.Notengofortalezanicapacidaddepersuasión.Porsifuerapoco,essumamente difícil ser elocuente ante una cabeza de chino empotrada en unmontóndearbustos.Pero¿podemosandarvagandoindefinidamenteporestaarboleda?¿Esunrefugio?¡No!¿Tenemosalgúnotro?Estuvepensandoenla

mina; pero ni siquiera allí podríamos quedarnos mucho tiempo. La galería,además, no es segura. Los puntales eran muy frágiles. Y las hormigas hanestado trabajando —las hormigas, detrás de los hombres—. Una trampamortal,enelmejordeloscasos.Semuereunavez,perohayvariasclasesdemuerte.

Lamuchachamirótemerosamenteenderredor,alabuscadelperseguidorque había vislumbrado entre los árboles; de existir realmente, estaríaescondido.Susojos sólo encontraron las sombras acuciantes de losmástilesvivientes del estático techo de hojas. Miró al hombre que tenía a su lado,expectante,tiernamente,conuntemorcontenidoyunaespeciedeadmiraciónrespetuosa.

—También he pensado en la lancha —continuó Heyst—. Podríamosmeternosenellay…,perolahandesnudado.Hevistolosremosyelmástilenun rincón de su cuarto. Echarnos al mar en una embarcación despojada nosería más que un recurso desesperado, suponiendo que avanzáramos losuficiente antes de amanecer. El resultado sería una forma complicada desuicidio manifiesto y acabar muertos en una lancha, muertos de sed y deinsolación. Otro misterio del mar. Me pregunto quién nos encontraría.Davidson,quizá;peroDavidsonpasóhacediezdíasconrumboOeste.Leviunamañanatemprano,desdeelmuelle.

—Nomelodijiste.

—Debiómirarconlosprismáticos.Sihubieralevantadoelbrazo…,pero¿quién necesitaba entonces a Davidson? No regresará hasta dentro de tresmeses,porlomenos.Ojaláhubieralevantadoelbrazoaquellamañana.

—¿Ydequéhubieraservido?—suspiróLena.

—¿De qué?De nada, por supuesto.No teníamos ningún presentimiento.Éste parecía un refugio inexpugnable, donde vivir sin preocupaciones,ocupadosenconocernoselunoalotro.

—Quizáseaenladesgraciadondelagentellegaaconocerse—sugiriólamuchacha.

—Es posible—dijo con indiferencia—.En todo caso, no nos iremos deaquí con él; aunque sé que hubiera venido completamente dispuesto acualquier ayuda que pudiera ofrecernos. Es esa naturaleza apoplética…, unhombre encantador. No viniste al muelle cuando le di el chal de la señoraSchomberg.Nuncatehavisto.

—Nosabíaquequisierasquealguienmeviera.

Élhabíacruzadolosbrazosydejadocaerlacabeza.

—Y yo no sabía que a ti te importara ser vista. Un malentendido,

evidentemente. Un honesto malentendido. Pero eso ahora no tieneimportancia.

Trasunsilencio,levantólacabeza.

—¡Quéumbríosehapuestoelbosque!Aunquelomásseguroesqueelsolnosehayaocultadotodavía.

Lamuchachamiró en torno y, como si sus ojos acabaran de abrirse, sepercató de que las sombras del bosque la rodeaban, no tanto de oscuridadcomodeunasiniestra,callada,acechantehostilidad.Sucorazónseibaapiqueen aquella quietud abismal y entonces sintió que el aliento envolvente de lamuertellegabahastaellayelhombrequeleacompañaba.Elrepentinoaleteodelashojas,oelcrujirdeunaramaseca, lahubieranhechogritarcontodassus fuerzas.Perose liberóa tiempodeaquella flaqueza indigna.Aunquenofuesemásquelachiquillaquehabíanrecogidoalbordemismodelainfamiapararascarviolines,conseguiríasuperarseasímisma,victoriosayhumilde;yentonceslafelicidadseprecipitaríacomountorrente,arrojandoasuspiesalhombrequeamaba.

Heystseremovióligeramente.

—Serámejorquevolvamos,Lena.Nopodemosestar todalanocheenelbosque…,oencualquierotrositio,sivamosalcaso.Somosesclavosdeestatrampainfernalconlaquenoshasorprendido,pongamosquelafatalidad,tufatalidadolamía.

Fueelhombrequienrompióelsilencio,perofuelamujerquieninicióelcamino.Sedetuvoenellímitemismodelbosque,ocultaporunárbol.Heystsereuniócautelosamenteconella.

—¿Quéocurre?¿Quéves,Lena?—susurró.

Respondióquesólounpensamientoquepasabaporsucabeza.Dudóporunmomento; losojosgrises lemiraronconundestello.Queríasabersiestadesgracia,maldad,peligrooloquefuera,albuscarlesensurefugio,noseríaunaespeciedecastigo.

—¿Castigo?—repitióHeyst.

No comprendía bien. Cuando se lo explicó se quedó todavía mássorprendido.

—¿Una especie de pena que nos impone un dios iracundo?—preguntóestupefacto—.¿Anosotros?¿Yconquéderecho?

Vioque supalidez se ensombrecía en la oscuridad.Sehabía ruborizado.Lossusurrosdelamuchachaarreciaron.Erasumododevivirjuntos,quenoestababien,¿oloestaba?Eraunavidaculpablealaquesehabíaentregado,

no por fuerza, ni engaño, ni temor. No, no…, se había unido a élvoluntariamente,contodoelempeño,porilícitoquefuese,desualma.

Heyst se sintió tan profundamente conmovido que no podía pronunciarpalabra. Para ocultar la turbación, adoptó todos los recursos de su peculiarestilo.

—¿Acasosonnuestrosvisitanteslosheraldosdelamoral,losvengadoresdelajusticia,losagentesdelaProvidencia?Ciertamente,éseesunpuntodevistabastanteoriginal.¡Quéhalagadossesentiríansipudieranescucharte!

—Te estás riendo de mí —dijo con un hilo de voz que terminó porquebrarse.

—¿Tienesconcienciadelpecado?—preguntóseriamente.

Ellanorespondió.

—Porqueyonolatengo—añadió—.¡PongoaDiosportestigodequenolatengo!

—¡Túeresdistinto!Lamujereslaquetienta.Merecogisteporpiedad.Yomearrojéati.

—Vamos, exageras, creo que exageras.No fue tan patético—dijo en untonojovialyafirmandolavozconesfuerzo.

Seconsiderabayaunhombremuerto,obligadoafingirtodavíaqueestabavivo:porsuseguridad,paraprotegerla.Selamentódequenohubierauncieloalquepudieraencomendaraquelpuñadodecenizaspalpitanteyprecioso—cálido, vivo, sensible, de su misma entraña— expuesto irremisiblemente alinsulto,alultraje,aladegradaciónyalasmiseriasinfinitasdelcuerpo.

Lenahabíaevitadosumiradayestabainmóvil.Élcogióinesperadamentesumanoinerme.

—¿Esesoloquepiensas?—dijo—.¿Sí?Entoncessólonosquedaesperarjuntoslamisericordiadivina.

Ellasacudiólacabezasinmirarle,comounniñoavergonzado.

—Recuerda—continuóconsu incorregibleydelicadosentidodelhumor— que la esperanza es una virtud cristiana y que seguramente no podrásquedartecontodalamisericordiaparatisola.

Alotroladodelcalvero,elbungalóaparecióbañadoenunaluzsiniestra.Una racha de viento frío agitó las copas de los árboles. La muchacha sedeshizo de su mano y se adentró en el claro; pero antes de que hubieraavanzadotresyardasseparóyseñalóalOeste.

—¡Fíjate!¡Allí!—exclamó.

Más allá del puntal de la Bahía del Diamante, ensombreciendo un marpurpúreo, grandesmasas de nubes se amontonaban en un brumoso baño desangre.Unabrechacarmesísederramóentreellascomoelflujodeunaheridaabierta y con un fondo de sol sombrío y grana. Heyst lanzó un vistazoindiferenteaaquelnefandocaosdelcielo.

—Sepreparaunatormenta.Laescucharemostodalanoche,peronocreoquenosvisite.Generalmente,lasnubesseacumulanentornoalvolcán.

La mujer no le escuchaba. Sus ojos reflejaban los tonos sombríos yviolentosdelatardecer.

—Estonopareceunsignodemisericordia—dijolamuchachalentamente,comoparasí,yechóaandarapresuradamente,seguidadeHeyst.

Sedetuvoderepente.

—No importa. ¡Volvería ahacerlo!Yalgúndíameperdonarás. ¡Tendrásqueperdonarme!

Capítulo9

Trastabillandoal subir la escalinata, como repentinamente fatigada.Lenaentróenlahabitaciónysedejócaerenlasillamáscercana.Antesdeseguirsus pasos, Heyst inspeccionó los alrededores desde la veranda. Había unasoledadabsoluta.Enelaspectodeestepaisajefamiliarnadaindicabaquenoestuvierancompletamentesolos,comoen losdías lejanosycomunesenquecompartían aquella desolación, con la discreta excepción de las aparicionesesporádicasdeWangylapuntualmemoriadeMorrison.

Alarachadevientofríolesucedióunaquietudabsoluta.Losnubarrones,con el vientre cargado de truenos, colgaban más allá del renegrido puntal,enturbiandolaluzdelcrepúsculo.Encontraste,elcielodesplegabaensucénituna diáfana claridad, el fulgor de una delgada pompa de cristal a la que elmenormovimientodeairepodríahacerañicos.Unpocomása la izquierda,entre las manchas negras del cabo y del bosque, el volcán, un penacho dehumo por el día y una brasa incandescente por la noche, lanzó la primerallamaradadelanochecer.Porencimaaparecióunaestrellafulgurante,comounchispazoescupidodesdelaentrañaincendiariadelatierra,quesemantuvoenunasuspensiónmaravillada,comoporelembrujoheladodelfirmamento.

EnfrentedeHeyst,elbosque,trasuntodelassombras,seerguíacomounmuro.Aunasí,sedemoróenlaobservacióndellinderoyespecialmenteenellugardonde,ocultandoellímitedelmuelle,terminabanlosmatorrales.Desde

que lamuchacha le hablóde aquel vislumbreblanco entre los árboles no lecupo duda de que su excursión había sido vigilada por el secretario deMr.Jones.Contodaseguridad,leshabíaseguidohastasalirdelbosque,yahora,amenos que se tomara la molestia de regresar un buen trecho y dar unconsiderable rodeo por el interior, evitando el calvero, se vería obligado acaminar por campo abierto, frente a los edificios. Heyst, por añadidura,sospechóenalgúnmomentociertoajetreoentrelosárboles,impresiónquesedeshizocasienelinstantedenacer.Observópacientemente,peronohubomásacontecimientos.Despuésdetodo,¿aquépreocuparseporlosactosdeaquellagente?¿Porquéconcederimportanciaalosprolegómenossi,cuandoelfinalfueraaconsumarse,leencontraríadesarmadoeincapazdeafrontarlavejaciónylarepugnanciaconsiguiente?

Diomediavueltayentróenlahabitación.Laoscuridadsehabíaadueñadodeella.Lena,enlasproximidadesdelapuerta,estabainmóvilysilenciosa.Elreverbero blanco del mantel le pareció punto menos que una intrusión. Labestiadomesticadaporaquelpardevagabundos teníaempezadassus tareas.Lamesaestabapuesta.Heystdeambulópor lahabitación.Perocuandopusolos candelabrosdeplata sobre lamesay rascóuna cerillapara encender lasvelasellaselevantóyentróeneldormitorio.Saliócasiacontinuación,perosinelsombrero.Heystsevolvióparamirarla.

—¿Dequésirvedemorarlahorafatal?Heencendidolasvelascomoseñalde que hemos regresado.A fin de cuentas, pudiera ser que no nos hubieranvisto…,mientras volvíamos, quiero decir. Por supuesto, nos vieron salir decasa.

La muchacha se sentó de nuevo. La abundante cabellera contrastóoscuramente con el rostro descolorido. Levantó los ojos, que brillarondébilmenteenunaespeciede llamada ininteligible, conun íntimo reflejodeinocencia.

—Así es —dijo Heyst, mesa de por medio, los dedos de una manoreposando en el mantel inmaculado—. Una criatura con una mandíbulainferiorantediluviana,peludacomounmastodonteyconunaconstitucióndemonoprehistóricohapuestoestamesa.¿Estásdespierta,Lena?¿Loestoyyo?Me pellizcaría si no fuera porque con este sueño no sirve de nada. Trescubiertos.Elquevaavenireselmásbajode losdos,elhombrequepor laforma de balancear los hombros cuando anda y por la estructura de la cararecuerdaaun jaguar.Ah,¿nosabesquéesun jaguar?De todas formas,hastenidounabuenapanorámicadelosdos.Elmásviejo,yatedigo,seránuestroinvitado.

Conunmovimientode la cabeza, lamuchacha indicóque sehabíadadopor enterada. La insistencia de Heyst trajo a sumente la imagen vívida de

Ricardo. Una languidez repentina, como la resaca física de la refriega conaquel hombre, paralizó sus miembros. Se quedó inmóvil en la silla,amedrentada ante la visión, dispuesta a pedir a gritos que no le faltaran lasfuerzas.

Heystvolvióapasearseporlahabitación.

—¡Nuestroinvitado!Hayunproverbio—ruso,creoquees—quedicequecuandounhuéspedentraencasaDiosentraconél. ¡Lasagradavirtudde lahospitalidad!Yquetraelasmismasdesgraciasquecualquierotra.

Lamuchachase levantóde improvisode la silla,balanceando la flexiblefigurayestirandolosbrazosporencimadelacabeza.Élseparóamirarlaconcuriosidadyluegocontinuó.

—Me atrevo a pensar que Dios nada tiene que ver con semejantehospitalidadniconsemejanteinvitado.

Lena se había puesto de pie para atacar el entumecimiento y paracomprobarsielcuerposeguíalosmandatosdesuvoluntad.Losseguía.Podíalevantarseymoverlosbrazoslibremente.Aunquenoeradoctaenfisiología,concluyó que el entusiasmo radicaba en la cabeza y no en los miembros.Aliviados los temores, dio gracias a Dios serenamente y dirigió una tímidaobjeciónaHeyst:

—¡Oh,sí!Él tienequevercon todo,hastacon lascosaspequeñas.Nadaocurresinque…

—Comprendo—lainterrumpió—,estáspensandoenaquellodequeDiosaprieta,peronoahoga.

Ylahabitualsonrisa irónicasedibujóen los labiosamablesycoronadosporunbigoteeminente.

—Yaveoque teacuerdasde loque tedecían losdomingos,cuandoerasniña.

—Sí,meacuerdo—volvióadejarsecaerenlasilla—.Fuelaúnicaépocadecentedemiinfancia,conlasdoschiquillasdelapatrona,yalosabes.

—Me pregunto, Lena —dijo Heyst, regresando a un tono másconvencional—,sieresalgomásqueunachiquillaosi,porelcontrario,serástanviejacomoelmundo.

SorprendióaHeystdiciendodistraídamente:

—Ytú,¿qué?

—¿Yo?Soyunpocoposterior,bastante,diríayo.Nopuededecirsequeseaunniño,perosoy tanrecientequepuedoconsiderarmeunhombredeúltima

hora,¿oserádelapenúltima?Heestadoalmargendeltiempo,tantoquenosécuántohabráncorridolasmanecillasdesde…,desdeque…

Echóunamiradaalretratodelpadre,porencimajustamentedelacabezadelamuchacha,comosiaquellagravedadpintadalaignorase.Noterminólafrase,aunquetampocoprolongóelsilencio.

—Debiéramos evitar esas falaces intrusiones de lo divino; especialmenteenestosmomentos.

—Teestásriendodemíotravez—dijosinlevantarlavista.

—¿Yo?—exclamó—. ¿Reírme? No; doy consejos. Maldita sea, aunquefueraverdadloquetecontaronenotrostiempos,tambiénestoesverdad:queDiosahogayquetienemanosparahacerlo.Estonoesunaafirmaciónvana,esto es un hecho. Ahí tienes por qué—su tono volvió a cambiar mientrascogíaelcuchillodelamesaylodejabacaerdesdeñosamente—,porquémegustaríaqueestoscuchillos romos tuvieranpuntay filo.Sólo sonbasura:nifilo,nipunta,niconsistencia.Cualquieradeesostenedoresseríaunarmamáspeligrosa.Pero¿adóndevoyairconuntenedorenelbolsillo?

Hizorechinarladentaduraconunarabiaauténticav,noobstante,cómica.

—Antes teníamos un trinchante, pero se rompió y lo tiramos hace yatiempo. No había mucho que trinchar. Habría resultado un arma noble, sinduda;pero…

Hizo una pausa. Lamuchacha seguía sentada, muy quieta, con los ojosbajos.PuestoqueHeystprolongóelsilenciodurantealgúntiempo,levantólavistaycomentópensativamente:

—Sí,uncuchillo…,esoesloquenecesitaríasencaso…,encasodeque…

Seencogiódehombros.

—Tienequehaberunaodospalancasenloscobertizos;perohedadolasllaves.Además,¿meimaginasyendodeunladoaotroconunabarradehierroenlamano?¡Ja,ja!Y,porsifuerapoco,eseedificanteespectáculopodría,porsí solo, precipitar los acontecimientos. Por cierto, ¿por qué no habránempezadoya?

—Quizátetenganmiedo—murmuró,volviendoabajarlavista.

—Ésa es la impresión que da, maldita sea —asintió reflexivamente—.Parecequehayalgunarazónquelesretiene.¿Seráprudenciaomiedorastrero,osedeberáquizáalosperezososcaminosdelacertidumbre?

Unagudoypersistentesilbidoresonóenlaoscuridaddelanoche,nomuylejos del bungaló. Las manos de Lena se aferraron a la silla, pero no hizoningúnotromovimiento.Heystsesobresaltóyvolviólacaraendirecciónala

puerta.

Elinquietantesonidosedesvaneció.

—Silbidos,alaridos,presagios,signos,maravillas,¿quémásda?Pero¿quéme dices de la palanca? ¡Supongamos que la tuviera! ¿Podría escondermedetrásdelapuertaymachacarelprimercráneoqueaparezca,esparciendolossesos y la sangre por el suelo, por las paredes, y correr entonces a la otrapuerta para hacer lamismaoperación, repitiendo el número acaso hasta portercera vez? ¿Podría? ¿A escondidas, sin remordimientos, con un propósitofrío y decidido? No, no entra dentro de mis capacidades. Nací demasiadotarde.¿Tegustaríavercómolointentomientrasduraestamisteriosafamaquemesigue,osunomenosmisteriosaincertidumbre?

—¡No!¡No!—murmurófebrilmente,comoempujadaaresponderporlosojos fijos que la miraban—. No, no son cuchillos lo que necesitas paradefenderte…,yallegaráelmomento…

—¿Ycómo sé que no es ése realmentemi deber?—comenzóde nuevo,comosinohubieraescuchadoenabsolutosusentrecortadaspalabras—.Puedequeseamideberparacontigo,paraconmigomismo.¿Nodeberíarebelarmecontra la humillación de esas amenazas soterradas? ¿Sabes lo que dirá lagente?

Dejó escapar una risita ahogada, que infundió terror a la muchacha. Sehabríalevantadodenoestarélparadocasiencimasuyo,hastaelpuntodequenopodíamoversesinempujarleprimero.

—Dirá,Lena,queyo,elsueco,despuésdeengatusaramisocioyamigoydematarleporpuracodicia,habríaasesinadoaestosnáufragosinofensivosdepuropánico.Ésaeslahistoriaquesecontaríaenvozbaja,puedequeavoces,pero que se extendería sin dilación y sin ningún reparo, sin ninguno, miqueridaLena.

—¿Quiéncreeríaalgotanterrible?

—Quizá no fueras tú, por lo menos al principio; pero el poder de lacalumniacrececoneltiempo.Esinsidiosaypenetrante.Puedeinclusodestruirlafeenunomismo,pudrirelespíritu.

Casi a continuación, los ojos de la muchacha buscaron la puerta y sequedaronfijos,petrificados,conciertadesmesura.Alvolverlacabeza,Heystdescubrió lafiguradeRicardorecortadaenlapuerta.Ningunodelos tressemovió durante un instante; luego, desplazando la mirada desde el reciénllegadoalamuchacha,Heystformulóunasardónicapresentación:

—Mr.Ricardo,querida.

Lacabezadelamuchachahizounaligerainclinación.LamanodeRicardo

seelevóhastaelbigote.Lavozretumbóenlahabitación.

—Asusórdenes,madame.

Entró,sequitóelsombrerocongestopalatinoyloarrojódescuidadamentesobreunasillacercanaalapuerta.

—Asusórdenes—repitióentonobastantediferente—.Yaestabaenteradodequeteníamosaunaseñoraentrenosotros,graciasanuestroPedro;sóloquenoimaginabaquetendríaelprivilegiodeverlaestanoche,madame.

HeystyLenasemiraronahurtadillas,peroRicardo,haciendocasoomiso,dejóvagarlamiradaenbuscadealgúninciertopuntodelhorizonte.

—¿Tuvieronunpaseoagradable?—preguntódeimproviso.

—Sí.¿Yusted?—replicóHeyst,tratandodeaprehenderlamirada.

—¿Yo?Esta tardenomehemovidodel ladodelpatrón,hastaquevieneaquí.

LaverosimilituddelénfasissorprendióaHeyst,aunsinconvencerledelaveracidaddelaspalabras.

—¿Por qué lo pregunta?—prosiguióRicardo con lamisma inflexión deinocenciaconsumada.

—Puedequeselehubieraantojadoexplorarunpocolaisla—dijoHeyst,estudiandoalsujetoqueteníadelanteyquien,paraserjustos,nointentózafarsus ojos entrampados—. Quisiera recordarle que la iniciativa no ofrecedemasiadasgarantías.

Ricardoeraelvivoretratodelainocencia.

—Ah, sí, se refiere al chino que se le ha escapado. No haymucho quetemer.

—Tieneunrevólver—arguyóHeystsignificativamente.

—Bueno,tambiénustedtieneuno.Ynomepreocupa.

—¿Yo? Eso es distinto.Yo no le temo—respondióHeyst tras un breveparéntesis.

—¿Aquién?¿Amí?

—Acualquieradeustedes.

—Exponeustedlascosasdeunaformaextraña—comentóRicardo.

EnesemomentoseabrióconciertoestruendolapuertadelparterreyentróPedro,apretandocontraelpechoelbordedeunabandejaconelservicio.Lapeluda y desproporcionada cabeza se bamboleaba ligeramente al compás de

lospasos, que resonabanen el suelo conun zapateo sordoy seco.Acaso laapariciónalteraseelcursodelospensamientosdeRicardo,perodesdeluegodesviósuconversación.

—¿Hanescuchadoun silbidohacepoco?Era la señaldequeveníaydequeerahoradeservirlacena;yaquíletenemos.

LenaseincorporóypasóporelladoderechodeRicardo,quebajólosojosinstantáneamente.Sesentarona lamesa.Elcostillar inmensoygoriláceodePedrosalióporlapuertadandotumbos.

—Un animal extraordinariamente fuerte, madame. Tenía propensión adecir«suPedro»,lomismoqueelquehabladesuchucho.

—Noesunabellezaquedigamos.No,noesunapreciosidad.Yhayquetenerlo bajo la bota. Yo soy el guardián, como quien dice. Al patrón no legusta calentarse la cabeza con pequeñeces. Esa clase de cosas se las deja aMartin.Martinsoyyo,madame.

HeystobservócómolosojosdelamuchachasevolvíanhaciaelsecretariodeMr.Jonesysequedabaninexpresivamenteensucara.Ricardo,noobstante,nodejódemirardifusamentealvacío,conunatisbodesonrisaenloslabiosyalentando la conversación ante el silencio frontal de sus interlocutores.AlardeóunbuenratodelaprolongadasociedadconMr.Jones—«sonyamásdecuatroaños»,dijo—yacontinuación,echandounrápidovistazoaHeyst:

—Habrácomprobadoenseguidaquesetratadeunauténticocaballero,¿noescierto?

—Ustedes—dijoHeyst con el tono irónico habitual, y al que añadió unmatizsombrío—ycualquierclasederealidadestánradicalmentedivorciados,desdemipuntodevista.

Ricardo encajó el comentario como si hubiera estado esperando esasmismaspalabraso talvezcomosino le importaraenabsoluto loqueHeystpudiera decir. Murmuró un distraído «ya, ya», mientras jugueteaba con unpedazodegalleta,lanzóunsuspiroydijo,conlapeculiarfijezaquenoparecíaproyectarseenningúnpuntodelespacio,sinomorirenlosmismosojos:

—Cualquiera puede darse cuenta de que usted también lo es.Usted y eljefe tendrían que compenetrarse. Por cierto, espera verle esta noche. No seencuentrabienyhayquepensarensacarlodeaquí.

MientraspronunciabaestaspalabrasenfocódirectamenteaLena,perosinninguna expresión reseñable. Con los brazos cruzados, lamuchachamirabaenfrente de ella como si estuviera sola. Pero, bajo la vacía apariencia de ladespreocupación, los peligros y emociones que penetraban su vida, laconmovíanyexaltabanconelsentimientodesbordantedelaintensidaddela

existencia.

—¿Deveras?¿Estánpensandoenirsedeaquí?—murmuróHeyst.

—Los mejores amigos se separan alguna vez —comentó Ricardo conlentitud—. Y mientras se separen como amigos no hay nada que lamentar.Nosotrosestamosacostumbradosairdeacáparaallá.Usted,yoloentiendo,prefiereecharraíces.

Evidentemente, todo lo que se decía era pura cháchara, y la mismaevidencia señalaba que la mente de Ricardo estaba concentrada en unpropósitoajenoalaspalabrasquesalíandesuboca.

—Me gustaría saber—preguntóHeyst con unamordacidad contenida—cómopuedeustedllegaraentenderesoocualquierotracosaquetengaqueverconmigo.Porloquepuedorecordar,nocreohaberlehechoconfidencias.

Ricardo, mirando al vacío desde el confortable respaldo de la silla —durantealgúntiempolostresrenunciaronatodapretensiónconrespectoalacomida—,respondióenabstracto.

—Cualquiera lohubieseadivinado—se levantódeprontoydescubrió latotalidad de la dentadura en una mueca extraordinariamente feroz ycontradicha por lo amistoso del tono—. El jefe podría aclararle a usted esepunto. Lo que yo quiero es queme diga si irá a verle. Es él quien tiene laúltimapalabra.Dejequelelleveanteélestanoche.Noestánadabien;ynosedecideairsesinhablarprimeroconusted.

HeystencontrólosojosdeLenaallevantarlavista.Elgestodeinocenciaparecíadisimular algunaofensiva.Llegóa sospecharquehabíahechoalgúngesto afirmativo e imperceptible con la cabeza. ¿Por qué? ¿Cuáles eran lasrazones? ¿Sería el dictado de algún oscuro instinto? ¿O simplemente unailusióndesussentidos?Peroenlatortuosacomplicaciónquehabíainvadidolatranquilidad de su vida, en aquel estado de vacilación y desdén y hasta dedesesperación con que se contemplaba a sí mismo, se hubiera dejado guiarincluso,atravésdeladensatinieblaqueestimulabasuindiferencia,porlamásengañosadelasapariencias.

—Bien,supongamosqueacepto.

Ricardonodisimulósusatisfacción,cosaquesuscitóporunmomentoelinterésdeHeyst.

—Noesmividaloquepersiguen—sedijoasímismo—.¿Québeneficioobtendríandeella?

Heystmiróalamuchacha.¿Quéimportabasihabíaasentidoono?Comosiempre que se adentraba en lo inescrutable de sus ojos, parecía apurar elfondodeunaternurapiadosa.Decidióir.Laseña,imaginariaono,advertencia

o ilusión, había inclinado la balanza. Pensó que la invitación de Ricardodifícilmentesugeríaalgoparecidoaunaencerrona.Seríademasiadoabsurda.¿Paraquéinducirsutilmentealatrampaaalguienatadodepiesymanos?

Durantetodoesetiempoestuvomirandofijamenteaaquéllaaquienhabíadado el nombre de Lena. Amparada en la quietud sumisa que no habíaabandonado desde que iniciaron la vida en la isla, la muchacha seguía tanreservada como siempre. Heyst se levantó de golpe y con una sonrisa tanenigmática y desesperada que el señor secretario, Ricardo, cuya abstraídamirada tenía bajo control lo circundante, se encogió ligeramente, como sifueraaprecipitarsebajolamesaenbuscadelcuchillodelapernera,arranqueque contuvo apenas iniciado.Había esperado queHeyst le saltara encima otirasederevólver,yaque la imagendeaquelhombresehabíafraguadoasupropia semejanza. En lugar de emprender cualquiera de estas dos lógicasacciones,elanfitriónatravesólaestancia,abriólapuertaysacólacabezaparamirarenelrecintodelacasa.

Tanprontocomodiolaespalda,lamanodeRicardobuscóbajolamesaelbrazodelamuchacha.Nolaestabamirando,peroellasintióeltanteonerviosodesubúsqueday,alpoco,latenazadelosdedossobrelamuñeca.Seinclinóunpocohaciaadelante,aunquesinatreverseamirarla.Sumirada,dura,seguíafija en la espalda de Heyst. Con un siseo apenas perceptible, el obsesivoargumentoencontrólaformamáspunzante:

—¡Escucha!Noesbueno.¡Notemerece!

Al fin, se decidió a mirarla. Los labios de la muchacha temblaronlevemente,yestegestosilenciosole infundiórespeto.Unmomentodespués,la tenazade susdedosdesapareciódelbrazo.Heysthabía cerrado lapuerta.Devueltaalamesa,pasóalladodelamuchachaalaquellamaronAlma—ellanosabíaporqué—ytambiénMagdalena,ycuyaconcienciahabíasufridodurante tanto tiempo las dudas sobre la razón de su propia vida. Ya novacilaríamáseneseangustiosoenigma,porqueelcorazónhabíaencontradolarespuestaenelsentimientociegoyenfebrecidodeunorgulloapasionado.

Capítulo10

LamuchachapasóanteHeystcomosilahubieracegadoalgúnchispazodeluzconvulsa,secreta, irreal,encuyosdominiosestabaapuntodeentrar.Lascortinas del dormitorio cayeron tras ella con sus pliegues inflexibles. LamiradaausentedeRicardoparecíaseguirelvuelodanzantedeunamoscaenelaire.

—Estámuyoscuro,¿verdad?—murmuró.

—Notantocomoparanoverquesuhombreandarondandoporahí—dijoHeystenuntonocomedido.

—¿Quién?¿Pedro?Malselepuedellamarhombreaeso;enotrocasonolehubieracogidoyotantocariño.

—Muybien.Lellamaremosentoncessuestimadosocio.

—¡Esoes!Muyestimado,paraloquequeremosdeél.Ungruñidoyunadentellada,¡ycómo!¿Ynolequiereustedcerca?

—No.

—¿Quierequeseloquitedeenmedio?—insistióRicardo,afectandounaincredulidadqueHeystencajósinalterarse,yapesardequelaatmósferadelahabitación,amedidaquesepronunciabannuevaspalabras,sevolvíacadavezmásasfixiante.

—Exacto.Quieroquitármelodeencima—dijo,esforzándoseenhablarcontranquilidad.

—¡PorDios,esonoestantoproblema!Pedronoesdemuchautilidadaquí.Mipatrónandadetrásdeunnegocioquepuedearreglarsecondiezminutosdeconversacióninteligentecon…conotrocaballero.Unacharlatranquila.

Levantólavistaderepenteydesusojossaltóunafosforescenciahelada.Heystnoseinmutó.Elotrosefelicitópornohaberllevadoelrevólver.Estabatanfueradesíquenoimaginabaadóndehubierapodidollegar.Porfin,dijo:

—Quierequelequitedeenmedioaesapobrebestiainofensivaantesdequelelleveaveraljefe,¿noeseso?

—Esoes.

—¡Hum!Yaseve—dijoRicardoconunocultorencor—queesusteduncaballero. Pero tanta exquisitez bien podría amargar en el estómago de unhombresencillo.Aunque…,tendráqueperdonarme.

Metió losdedosen labocaydejóescaparun silbido igualqueundardoacerado y punzante de aire sólido dirigido contra el tímpanomás próximo.AunquedisfrutóampliamenteconlainvoluntariamuecadeHeyst,siguióensusitioconabsolutaimpasibilidad,esperandoelresultadodelallamada.

ElreclamoarrastróaPedroconímpetudeanimaldesaforado.Lapuertaseabrió de un estampido y la bárbara figura que dejó al descubierto parecíadeseosa de hacer astillas la habitación con unas cuantas acometidas; peroRicardolevantólamanoylacriaturaseintrodujososegadamente.Alcaminar,las pezuñas a medio cerrar se balancearon de un lado a otro del tronco

corcovado.Ricardolemirósiniestramente.

—¡Vetealalancha!¿Entendido?¡Ahora!

Los ojillos irritados del dócil monstruo parpadearon con una atenciónlastimeraentrelaespesuradelpelo.

—¿Y bien? ¿Por qué no echas a andar? ¿Ya te olvidaste del lenguajehumano,eh?¿Nosabesloqueesunalancha?

—Sí…,lancha—balbuciódubitativamentelacriatura.

—Enmarchaentonces…Lalanchadelmuelle.Vasytesientas,acuéstate,lo que quieras menos dormir…, hasta que vuelvas a oírme. Y entonces tevienesvolando.Ahítienestusórdenes.¡Enmarcha!¡Vamos!No,porahíno.Porlapuertadedelante.¡Ysinaspavientos!

Pedroobedecióconrudimentariaceleridad.Cuandosehubomarchado,sedespertóunreflejodefierezadespiadadaenlosojosamarillentosdeRicardoylafisonomíaadoptó,porvezprimeraesanoche,laexpresióndeungatoquesesienteobservado.

—Sigusta,puedecomprobarcómosevaderechoadondelehemandado.Demasiadooscuro,¿verdad?Entonces,¿porquénovaconélhastaallí?

Heysthizounvagoademándeprotesta.

—Nadamegarantizaquevayaaquedarseallí.Nomecabedudadequesehaido.Peroesunhechosinvalor.

—¡Eso piensa!—Ricardo se encogió filosóficamente de hombros—.Notiene remedio.Comono lepeguemosun tiro,nadiepuedeasegurardel todoquesequedeenelsitiomástiempodelqueledélagana;peroleaseguroqueviveconunterrorsagradomisenfados.Poresolepongocarasiniestracuandole hablo. Aunque no le pegaría un tiro, a menos que me diera la mismaventolera que a cualquier amo cuando le tira una perdigonada a su perrofavorito. ¡Fíjeseusted!El tratoeshonrado.No leheguiñadoparaquehagaotracosa.Novaamoversedelmuelle.¿Vienes,pues,señor?

Sucedió un corto silencio. Las mandíbulas de Ricardo dejaron ver sucrispación bajo la piel. Los ojos le chispeaban libidinosamente de tanto entanto,cruelesyensoñadores.Heystrefrenóunimpulsoinstantáneo,reflexionóuntiempoyluegodijo:

—Tendráqueesperarunpoco.

—¡Esperarunpoco,esperarunpoco!¿Quécreequeesunhombre?¿Unaestatua?—gruñóRicardodeformamedianamentereconocible.

Heyst entró en el dormitorio y cerró con un portazo. Al principio, la

impresión de luz recibida en el otro cuarto le impidió distinguir las cosas,aunquecreyóveralamuchachalevantándosedelsuelo.Lacabezadelachicase perfiló muy tenue sobre el fondo menos oscuro de la contraventana: elsimpleapuntedeunacurvatura,unatenebrosasiluetasincara.

—Mevoy,Lena.Tengoqueenfrentarmeaestoscanallas—lesorprendióelcontactodelosbrazosquesedeslizabanporsushombros—.Pensabaquetú…—empezóadecir.

—¡Sí,sí!—susurróapresuradamentelamuchacha.

No llegó a colgarse de él, ni pretendió hacerlo tampoco. Sus manosaferraban los hombros y a Heyst le pareció que le miraba fijamente en laoscuridad.Ahorapudodistinguirpartedelrostrofemenino—unaredondezsinfacciones—ydelapersona—sincontornosdefinidos.

—Tienesunvestidonegro,¿verdad,Lena?—preguntóconapremioyenvoztanbajaqueapenaspudooírle.

—Sí…,estáalgoviejo.

—Muybien.Pónteloenseguida.

—¿Paraqué?

—No es para el funeral —había algo perentorio en este murmulloligeramenteirónico—.¿Puedesencontrarloyponérteloenlaoscuridad?

Podía.Lointentaría.Esperóinmóvil.Aventurabasusmovimientosalotroextremodelahabitación;perosusojos,acostumbradosyaalaoscuridad,nopudieronseguirla.CuandoLenavolvióahablar, lesorprendió laproximidadde la voz. Había hecho lo que le indicó y se había acercadoimperceptiblementeaél.

—¡Estupendo! ¿Dónde está el velo púrpura que he visto por ahí? —preguntó.

Nohubocontestación,sólounlevefrufrú.

—¿Dónde está? —repitió con impaciencia. Su aliento le acaricióinesperadamentelasmejillas.

—Enmimano.

—Muybien.Escucha,Lena.Tanprontodejeelbungalóencompañíadeese canalla siniestro te escurres por la trasera, de inmediato, sin perder unsegundo, y te vas al bosque. Ésa será la oportunidad: mientras nosotrosestamos afuera; porque estoy segurodequedespuésnodejaráquemezafe.Escóndete en el bosque, detrás del matorral, entre los árboles. Seguro quepodrásencontrarun sitiopara tenerunabuenavistade lapuertadedelante.

Temopor ti, pero con el vestido negro y este velo oscuro tapándote la caradesafíoacualquieraaqueteencuentreantesdeamanecer.Esperaenelbosquehastaquelamesasehayatrasladadohastalapuertayquedebienalavista;yesperatambiénaverqueseapagantresdelascuatrovelasyqueunasevuelveaencender,o,silasvelasestánapagadas,esperaaqueseenciendantresyseapaguen dos. A cualquiera de estas señales regresarás a toda prisa, porquesignificaqueteestoyesperandoaquí.

Mientraslehablaba,lamuchachahabíabuscadoyencontradounadesusmanos.Noeraunapretón;eraunsimplecontacto,unamaneradecerciorarsede que él estaba allí, de que era real, y no una sombramás densa entre lassombras.Lacalidezde lamanoproporcionóaHeystunasensación íntimaymisteriosa de toda su persona. Tuvo que luchar para deshacerse de aquellanuevaemociónquecasileacobarda.Continuóconunmurmulloaustero.

—Pero si no ves ninguna señal no dejes que nada—miedo, curiosidad,desesperación o esperanza— te haga volver a esta casa; y con la primeraclaridadescapaporelbordedelcalverohastaqueencuentreselcamino.Noesperesmás,porque,probablemente,yaestarémuerto.

El eco de la palabra «¡nunca!» se adentró en su oído como si estuvierahechadelamismamateriaqueelaire.

—Conoceselcamino—prosiguió—.Llegahasta labarricada.VeaveraWang…,sí,aWang.¡Yquenadatedetenga!—Leparecióquelamanodelajoventemblabaunpoco—.Lopeorquepuedepasaresquetedispare;peronolohará.Francamente,creoquenolohará,sinoestoyyoallí.Quédateconlosde la aldea, con ese pueblo primitivo, y no temas nada. El temor que ellossientan por ti siempre será mayor que el tuyo. Davidson no puede tardarmucho.Tienesqueestaratentaalaaparicióndelvapor.Piensaenalgúnmododellamarle.

Lenanodijonada.El angustiosoyobsesivo silenciodelmundo exteriorpareció inundar la habitación, su infinitud opresiva, sin luz, sin aliento. Eracomo si el corazón de los corazones hubiera dejado de latir y el universoenterofueraaterminar.

—¿Has comprendido? Tienes que salir inmediatamente de la casa —apremió.

Ellallevósumanoaloslabiosylasoltó.Heystseintranquilizó.

—¡Lena!—masculló.

Lamujersehabíaalejado.Heystdesconfiabadesí, inclusoparaexpresarunapalabradeternura.

Al dar media vuelta para buscar la salida, escuchó un golpe sordo en

algunapartedelacasa.Paraabrirlapuertateníaqueretirarprimerolacortina;al hacerlo volvió la cabeza. El escaso hilo de luz que se filtraba por lacerradura y alguna rendija fue suficiente para que viera a la muchachaclaramente,todadenegro,arrodilladaalospiesdelacamacongestovencido,todadenegro,conladesolaciónpecadoradeunapenitente.¿Quésignificabaaquello?Lasospechadequeentodasparteshabíamásextremosdelosqueélpudiera comprender cruzó por la mente de Heyst. Uno de sus brazos,sobresaliendo de los contornos de la cama, le invitó a que semarchara. Élobedecióllenodeinquietud.

La cortina que cayó a su espalda no había dejado de temblar cuando lamuchachaseenderezóyseacercóaellaconelpropósitodeescucharruidos,palabras, con una inclinación casi escénica de atención concentrada, y unamano agarrada al pecho para oprimir y amortiguar los latidos del corazón.Heyst había sorprendido al secretario examinando el escritorio cerrado.Ricardopudoestarpensandoenlamaneradedescerrajarlo;pero,alvolversede repente, mostró un aspecto tan convulso que Heyst no pudo menos demaravillarse ante los ojos en blanco y desencajados, con un brillo fatídico,comosialgunacrisisinternaestuvierasacudiendoasupropietario.

—Creíquenoibaavolvernunca—refunfuñó.

—No sabíaque anduviera tan apuradode tiempo.Si sumarchadependerealmentede esta conversación, comousteddice, dudoque sean capacesdeecharsealamarenunanochecomoésta—dijoHeystaltiempoqueindicabaaRicardoqueleprecedieraalsalirdelacasa.

Con felinas ondulaciones de hombros y caderas, el secretario dejó lahabitación en el acto. Había algo torturante en la impavidez absoluta de lanoche. El extenso nubarrón que ocupaba la mitad del cielo se cernía sobreellos como un enorme telón que ocultara los amenazadores preparativos deunadescarga.Encuantolospiestocaronelsuelo,seescuchóunfragorsordoenlaentrañadelanube,precedidoporunfugazymisteriosorelámpagoquefulminólasaguasdelabahía.

—¡Ajá!—dijoRicardo—.Empieza la función.—Puedequesequedeennada—comentóHeyst,avanzandocondecisión.

—¡No!¡Quevenga!—dijoperversamenteelotro—.Hoyestoydehumorparalastormentas.

Paracuandolosdoshombresllegaronalbungaló,ellejanoretumbarhabíaido enronqueciendo, mientras el pálido reflejo del oleaje y de su fríaincandescencia iba y venía de la isla en rápida sucesión. Inesperadamente,Ricardoseadelantóenlaescalinatayseasomóalapuerta.

—¡Aquílotiene,patrón!Hagaquesequedeconustedtodoloquepueda,

hastaquemeoigasilbar.Andodetrásdeello.

Arrojó estas palabras al interior del aposento a una increíble velocidad,perotuvoqueesperartodavíaunospreciososinstantes,yaqueHeyst,viendosuintención,aminoródesdeñosamenteelpaso.Cuandosedecidióaentrar,lohizoconunasonrisa,lasonrisadeHeyst,disfrazadabajoelmarcialbigote.

Capítulo11

Habíadosvelasencendidassobreelescritorio.Mr.Jones,embutidoenunviejoaunquevistosobatíndesedaazul, tenía loscodospegadosalcuerpoylasmanos sumergidas en los ampliosbolsillosde la indumentaria.El hábitoacentuaba la emaciación del cuerpo. Parecía una estaca pintada y apoyadacontraelbordedelescritorio,conunacalaveradedudosadistinciónclavadaenlomásalto.Ricardosedemoróenlapuerta.Enunmomentodado,yentredoschispazosdeluz,seconfundióenlanoche.Sudesapariciónfueapreciadade inmediato por Mr. Jones, que abandonó su negligente impasibilidad delescritorioydiounoscuantospasos,calculadosparainterponerseentreHeystylapuerta.

—Estotienemalacara—comentó.

Heyst,enmediodelahabitación,estabaresueltoahablarconclaridad.

—No estamos aquí para charlar del tiempo.Ustedme regaló, nadamásempezareldía, conuna frasebastantecríptica sobre supersona:«Yosoyelquesoy»,dijo.¿Quésignificaeso?

Mr.Jonescontinuó,sinmiraraHeyst,conladejadezdemovimientoshastaque, alcanzando la posición deseada, apoyó los hombros sobre la paredinmediata a la puerta con un golpe sordo. En la tensión de este momentodecisivo, la transpiración dio un reluz a su rostro demacrado. Las gotas seprecipitaronpor las saqueadasmejillasy casi anegaron, en el interiorde lascuencascadavéricas,aquelespectrodeojos.

—Significa que soy alguien con el que hay que contar.No, ¡quieto!Nometalamanoenelbolsillo…,nolohaga.

Lavozrompióconunaferozeinesperadaestridencia.Heystsesobresaltó;siguieronalgunosinstantesensuspenso,duranteloscualeselrasgónprofundodel trueno resonó en la distancia y la puerta—a la derecha deMr. Jones—parpadeóconunaluzañil.Porúltimo,Heystseencogiódehombros;llegóamirarsumano.Nolaintrodujoenelbolsillo.Elotro,adheridoalapared,levio levantar las manos a la altura de los horizontales bigotes, viéndose

obligado a responder al gesto interrogativo que leyó en la firmeza de sumirada.

—Simple precaución —dijo con la habitual tonalidad ronca y el gestoagónico pintado en la cara—. Un hombre de su experiencia lo entenderáseguramente.Ustedesunhombrefamoso,Mr.Heyst,yaunque,segúntengoentendido,estáhabituadoautilizarlasarmasmássutilesdelainteligencia,nopuedoarriesgarmeaafrontarmétodos, eh…,másburdos.Tengodemasiadosescrúpulos para competir con usted en el uso de la inteligencia; pero leaseguro,Mr.Heyst,queustednoesrivalporelotrocamino.Letengovigiladoen estemismomomento.Está vigiladodesdeque entró en la habitación.Nimásnimenosquedesdemibolsillo.

Duranteelexordio,Heystvolviódeliberadamentelacabeza,retrocedióunpasoysesentóenelbordedelcamastro.Apoyóuncodoen la rodilla,hizodescansarlamejillaenlapalmadelamanoypareciómeditarenloquediríaacontinuación.Mr. Jones, colocado contra la pared, esperaba, evidentemente,una especie de oferta. Como no la hubo, se decidió a empezar él; perovacilaba. Porque, aun cuando ya se había dado el pasomás difícil, se dijo,cada nuevo avance requería una cautela extrema para impedir que aquelhombre, según la fraseología de Ricardo, «se pusiera de manos», cosa queresultaría de lo más inconveniente. Decidió apoyarse en una declaraciónprevia:

—Soyalguienconelquehayquecontar.

Suinterlocutorcontinuómirandoelsuelo,lomismoquesiestuvierasolo.Hubounapausa.

—¿Deduzco,entonces,quehaoídohablardemí?—preguntóHeyst,alfin,levantandolavista.

—Asíes.NoshemosalojadoenelhoteldeSchomberg.

—Schom…—AHeystseleatascólapalabra.

—¿Quélepasa,Mr.Heyst?

—Nada. Náuseas —dijo resignadamente, al tiempo que adoptaba lainveterada actitud de indiferencia pensativa—. ¿De quéme habla usted?—preguntóalcabo,eneltonomástranquiloposible—.Noleconozcodenada.

—Es evidente que nosotros pertenecemos a lamisma…esfera social—comenzó Mr. Jones, con lánguida ironía, aunque en el fuero interno semanteníaenlamáximaalertadequeeracapaz—.Algolearrojófueradeella:laoriginalidaddesusideas,quizá.Odesusgustos.

Mr. Jones consintió en este punto en una de las fatídicas sonrisas. Susfacciones adquirían en reposo un curioso carácter de malévola, enconada

impavidez; pero cuando reía, la máscara toda asumía una expresióndesagradablemente pueril. Un recrudecimiento de la tronada invadióestruendosamentelahabitaciónparadejarpasoalsilencio.

—Noseestátomandolascosascomodebiera—observóMr.Jones.

Esto fue lo que dijo, pero pensó, de hecho, que el negocio se perfilababastantesatisfactoriamente.Aquelhombre,sedijo,noteníaestómagoparaunenfrentamiento.Continuóenvozalta:

—¡Vamos! No puede pedir que todo le salga a derechas. Es usted unhombredemundo.

—¿Yusted?—interrumpióelsuecodeimproviso—.¿Cómosedefiniría?

—¿Yo,miestimadocaballero?Porun lado,soy,sí,soyelmundomismoquevienearendirleunavisita.Porotro,soyunproscrito,casiunfueradelaley. Si prefiere un punto de vista menos materialista, soy una especie defatalidad,laretribuciónqueesperasuhora.

—Meconformaríaconquetuvieraustedlanaturalezadeunvulgarcanalla—dijoHeyst, alzando la pacíficamirada haciaMr. Jones—.Podría hablarlesinrodeosyesperarciertacomprensión.Deestaforma…

—Me desagrada la violencia y la barbarie, de cualquier clase que sean,tanto comoa usted—declaróMr. Jones conunmirar desfallecido, apoyadocontralapared,perohablandobastantealto—.PregúnteleamibuenMartinsinoesasí.Ésta,Mr.Heyst,esunaépocadecadente.Yestambiénunaépocasinprejuicios.Tengooídoquetambiénustedsehalibradodeellos.Nosealteresile digo llanamente que andamos detrás de su dinero, o por lomenos yo, siprefiereconvertirmeenelúnicoresponsable.Pedroloes,porsupuesto,enlamismamedidaqueunanimalcualquiera.Ricardopertenecea laclasede loslacayosfervientes,identificadoabsolutamenteconmisideas,deseoseinclusomanías.

Mr. Jones sacó la mano izquierda de un bolsillo, un pañuelo de otro ycomenzóasecarseelsudordelafrente, lasmejillasyelcuello.Laansiedadhacía ostensibles sus dificultades respiratorias. Con el largo batín, tenía elaspecto de un convaleciente que hubiera sobreestimado sus fuerzas. Heyst,corpulento, robusto, contemplaba la operación desde el borde del camastro,muytranquilo,lasmanosentrelasrodillas.

—Yhablandode todounpoco—preguntó—, ¿dónde anda ese fervienteservidorsuyo?¿Descerrajandomiescritorio?

—Seríaunaordinariez.Aunquelaordinariezesunadelasexigenciasdelavida—nohabía elmás levedejodeburla en el tono—.Esposible, aunqueimprobable.Martinesunapizcaordinario;perousted,no,misterHeyst.Para

sersincero,noséconexactituddóndeestáahora.Enlosúltimostiemposmehaparecidountantomisterioso;perotienemiconfianza.¡No,noselevante,misterHeyst!

Lamalevolenciadelrostroespectraleraindescriptible.Heyst,queapenasllegóamoverse,sequedósorprendidoantelaevidencia.

—Noteníaesaintención—dijo.

—Le ruego que permanezca sentado —insistió su guardián con lalanguidezacostumbrada,perotambiénconunbrillodedecisiónenlasgrutasdelosojos.

—Si fuera usted más observador —señaló Heyst, con un despreciodesapasionado—, habría sabido, antes de que llevara cincominutos en estelugar,quenotengoarmasdeningunaespecie.

—Es posible; pero le ruego que deje lasmanos quietas.Estánmuy biendonde están. Este negocio es demasiado valioso para afrontar riesgosinnecesarios.

—¿Valioso?¿Demasiadovalioso?—repitióHeyst,conauténticasorpresa—.¡SantoCielo!Sealoquefuereloqueandeustedbuscando,haymuypocoenestesitio,muypocodetodo.

—Naturalmente,nolequedamásremedioquedecireso,peronoseparecea loquenosotroshemosoído—replicóapresuradamenteMr.Jones,conunamuecatansiniestraquenopodíapensarsequefueravoluntaria.

LacaradeHeystseensombreció:

—¿Quéesloquehanoído?

—Unmontón de cosas, unmontón—sentenció el forastero, tratando derecobrar el gesto de dejadez y superioridad—. Hemos oído hablar, porejemplo,deuntalmisterMorrison,sociosuyoenciertaépoca.

Heystnopudoreprimirlainquietud.

—¡Ajá!—exclamóJones,conunasuertedefantasmalalegríaenlacara.

Elsordoestrépitodeltruenoparecióelecodeuncañonazodistante,ylosdossequedaroncomoescuchándolo,enunsilenciotaciturno.

—Estacalumniaponzoñosaterminará,realyliteralmente,porquitarmelavida—pensóHeyst.

Entonces,ydelmodomásinopinado,serio.Mr.Jonesfruncióelentrecejo,espectralhastalímitesprodigiosos.

—Ríasecuantoleplazca—dijo—.Yo,quehesidoacosadoyarrojadode

la sociedad por una caterva de espíritus sumamente morales, no veo nadadivertidoenestahistoria.Peroaquíestamos,yustedtendráquepagarporsudivertimento,misterHeyst.

—Austed lehancontadouna retahíladementiras repugnantes—replicó—.Ledoymipalabra.

—Noesperabaoírotracosa,porsupuesto;esmuynatural.Pero,dehecho,heoídobastante poco.FueMartin, la verdad seadicha.Es él quienpega eloídoyviene con la información. ¿Nocreeráquehablé con ese carcamaldeSchombergmásdeloimprescindible?LasconfidenciasfueronparaMartin.

—Laestupidezdeeseanimal tiene talesdimensionesque llegaaresultarmagnífica—dijoeldelcamastro,comohablandoconsigomismo.

Supensamientotropezóconlamuchachadeformainvoluntaria,vagandoporelbosque,sola,atemorizada.¿Volveríaaverla?Estapreguntacasilehizoperderelcontrol.Perolaideadequesiseguíasusinstrucciones,losforasterosnolaencontrarían,muyprobablemente, lesosegóuntanto.Ignorabanquelaisla tuviera otros habitantes. Y una vez se deshicieran de él, iban a estardemasiadoocupadosconmarcharsecomoparaperdereltiempoenlacazadeunamuchachaescondida.

Todo esto pasó por la cabeza de Heyst a la velocidad del rayo, con laclarividencia que infunde el peligro en lamente de los hombres. Echó unamiradainquisitivaaldelbatín,elcual,nohayquedecirlo,noapartóenningúnmomento los ojos de la tentadora víctima.Y ésta acabópor convencerse dequeaquelperdulariodelasaltasesferasnoeramásqueuncanallaendurecidoeinmisericorde.

Suvozlesobresaltó:

—Seríainútil,porejemplo,quemedijeraquesuchinosehaescapadoconeldinero.Unhombrequevivesoloconunchino,enunaisla,sepreocupadeesconderunapertenenciadeesaíndolehastadelmismodiablo.

—Ciertamente—murmuróHeyst.

El otro volvió a secarse con lamano izquierda el sudor de la frente, delcuellode sarmiento,de las faucesafiladas,de lasmejillasexangües.Lavozvolvióadesfallecerleysuaspectoaadoptarunaperversidadmásacendrada,comoladeunsúcubodespiadadoymezquino.

—Entiendoloquequieredecir—masculló—,peronoconfíedemasiadoenesa expresión de inocencia. Su ingenio no me asombra, mister Heyst.Tampocoyolotengo.Mitalentovaporotrolado.Ricardo,encambio…

—Ocupado,porelmomento,endescerrajarelescritorio…

—Nolocreo.LoqueibaadeciresqueMartinesmuchomáslistoqueunchino. ¿Cree en la superioridad racial? Yo, sí, firmemente. Martin es unexpertoendescubrirsecretoscomoelsuyo,porponeruncaso.

—¡Comoelmío!—repitiólavíctima,conamargura—.Bien,puesledeseoquedisfrutedetodoloquellegueadescubrir.

—Esmuyamabledesuparte—observóMr.Jones.

Empezabaaponerlenervioso la tardanzadeMartin.Deunaconsistenciaférreaenlamesadejuego,impertérritoantelasrefriegas,supoqueestaclaseespecialdetrabajoleconsumíalosnervios.

—¡Quédesequieto!—gritóroncamente.

—Yalehedichoquenoestoyarmado—dijoelsueco,cruzandolosbrazossobreelpecho.

—Meinclinoacreersinceramentequenoloestá—admitióJones,entonoserio—. ¡Qué raro!—musitóenvozalta, lasgrutasde losojosapuntandoaHeyst;y,luego,conenergía:

—Mimisiónconsisteenqueustednosemuevadeestahabitación.Nomeprovoqueconalgúnimprevistonimeobligueapulverizarlelarodillaocosaporelestilo—sepasólalenguaporloslabios,secosyennegrecidos,mientraselsudorrelucíaensufrente—.Mepreguntosinoseríamejorhacerlodeunavez.

—Quienseparaapensar,estáperdido—dijoelamenazado,consarcásticaseriedad.

El caballero eludió el comentario. Daba la impresión de hablar consigomismo.

—No puedo competir físicamente con usted —dijo con lentitud, lacavernosamirada clavada en el hombre sentado en el borde de la cama—.Podríapegarunsaltoy…

—¿Quiere usted meterme miedo? —preguntó Heyst bruscamente—.Parecequelefaltenagallasparahacersutrabajo.¿Porquénolohacedeunavez?

Violentamenteofendido,Mr.Jonesbufócomounesqueletorabioso:

—Porextrañoqueresulte,sedebeamisorígenes,amieducación,amiscostumbres, a convicciones ancestrales, y demás pequeñeces por el estilo.Ningúncaballerorenunciaasusprejuiciosconlafacilidadconqueustedlohahecho.Peronosepreocupepormisagallas.Siustedfueraacaermeencima,leaseguroqueseencontraríaenelaire,pordecirlodealgunamanera,conalgoque le volvería inofensivo a la hora de aterrizar.No nos engañemos,mister

Heyst.Nosotrossomos,eh…,salteadoresbienentrenados;yvamosdetrásdelfrutode su carrera como, eh…, timador consumado.Ésa es lamecánicadelmundo,unaespeciedequitaypon.

Apoyó fatigosamente la nuca contra la pared. Sus fuerzas parecíasexhaustas. Los párpados se sumergieron en la profundidad de las cuencas.Sólo las tupidas, malévolas y bien dibujadas pestañas sobresalían un poco,sugiriendo el deseo y el poder de punzar con las pérfidas, invencibles ymortíferaspuntas.

—¡Frutos! ¡Timador!—repitió Heyst, sin enardecimiento, casi hasta sindesdén—. Usted y su compinche se están proporcionando un sinfín demolestiasparacascarunanuezvacía.Aquínohaynadadeloqueimaginan.Hayunoscuantos soberanos,quepuedecoger cuandoguste;yyaqueustedmismosehadenominadobandido…

—Sssí —contestó el aludido, arrastrando la palabra—. Que tiene máscategoríaquetimador.Porlomenos,seguerreaencampoabierto.

—¡Muybien!Sólopermítamedecirlequenohubonuncaenelmundodosbandidosmásengañados.¡Nunca!

Heyst pronunció las últimas palabras con tal energía que Mr. Jones,poniéndose tieso, pareció adelgazar y alargarse en el metálico batín azul,contralaparedblanqueada.

—¡Embaucados por un hotelero imbécil y tramposo! —continuó—.¡Seducidos como un par de chiquillos a los que se promete unas cuantasgolosinas!

—Yonohehabladoconeseanimal repulsivo—murmuróhoscamenteelsalteador—,peroconvencióaMartin,quenoesidiota.

—Meinclinoapensarqueestabapidiendoagritosqueleconvencieran—dijo,con laexquisitaentonación tanbienconocidaen las islas—.Noquieroturbar la conmovedora confianza en su…, su fiel secuaz, pero debe ser elbergantemáscréduloquehaparidolaNaturaleza.¿Quésecreenustedes?Sielcuentodemisriquezastuvieraalgunaverosimilitud,¿creenqueSchomberglohubiera compartido por puro altruismo? ¿Es ésa la mecánica del mundo,misterJones?

Porunmomento,laquijadadelamodeRicardosedesencajó;perovolvióasusitioconunchasquidofurioso,paraquelavozdijera,conunaintensidaddetrasmundo:

—¡Éseesuncobarde!Teníamiedoyqueríadeshacersedenosotros,yaquelopregunta.Noteníaideadequeelalicientematerialfueradeconsideración,pero estaba aburrido y decidimos aceptar el soborno. No lo lamento. He

pasado toda mi vida buscando experiencias nuevas, y usted se sale de locomún.Martin,porsupuesto,considerasólolosresultadoscrematísticos.Élessimple,apartedeleal,ydeunaextraordinariaperspicacia.

—¡Ah, sí!Él sigue laspistas—ahora, laspalabrasdeHeyst tuvieronunmatizsocarrón,dentrodelaurbanidadacostumbrada—,peronolosuficiente,alparecer,puestoquenohaencontradotodavíaconvenientepegarmeuntirode buenas a primeras. ¿No le dijo Schomberg dónde tenía escondidoexactamenteelproductodemirapiña?¡Vamos!¿Novequelehubieradichocualquiercosa,verdaderaofalsa,contaldesatisfacerunpropósitomuyclaro?¡Venganza!Odioenfermizo…,¡eseidiotaasqueroso!

Jonesnoparecíamuyconvencido.Lapuertadesuderechaparpadeabasincesar con reflejos distantes; el continuo retumbar del trueno persistíaairadamente,comoelrugidoentrecortadoyneciodeuncíclope.

Heyst se sobrepuso a la repugnancia inmensa que le producía referirse aaquéllacuyaimagen,refugiándoseenelbosque,sepresentabaconstantementeante sus ojos con toda la pasión y la fuerza de una llamada imperiosa,lastimeraycasisagrada.Prosiguiódeunaformaapresurada,mortificante:

—Sinohubierasidoporlamuchachaalaqueperseguíaconsuinsanayodiosapasión,yqueseechóamisbrazos,nuncahabría, ¡peroqué levoyacontarausted!

—¡Yonosénada!—estallóelotro,conunardorsorprendente—.Esetipointentó contarme una vez lo de ciertamuchacha que había perdido, pero lecontesté que no quería escuchar ninguna de sus sucias historias con lasmujeres.¿Teníaalgoqueverconusted?

Heystcontemplóserenamenteelestallido,peroluegosequedóalbordedeperderlapaciencia:

—¿Quéclasedecomediaesésta?¿Noiráadecirmequeignorabaqueyotenía…,quehayunamujerviviendoconmigo?

Pudo apreciarse que los ojos del misógino se habían petrificado en laprofundidadoscuradelascuencas,porelbrilloblanquecinoeinalterablequesurgiódelfondo.Sequedarondehielo.

—¡Yaquí!¡Aquí!—chilló.

No había duda de la estupefacción, de la credulidad vulnerada, delestremecedorrechazo.

Heyst estaba también asqueado, pero en otro sentido. Lamentó habermencionadoalamuchacha;peroyaestabahecho,ysesobrepusoalreparoenelcalordeladiscusiónconaquelbandidoridículo.

—¿Esposiblequenoconocieraunhechotansignificativo,laúnicaverdaddeimportanciaenesterevoltijodementirasestúpidasconquetanfácilmentelehanengañado?

—¡No!¡Nolosabía!¡PeroMartin,sí!—añadióconundébilsusurro,queapenaspudieroncaptarlosoídosdeHeyst.

—Lamantuvealmargen todo loqueme fueposible—dijo—.Acaso sueducación,sutradiciónylodemáslepermitancomprendermismotivos.

—Lo sabía. ¡Lo sabía desde el principio!—masculló el otro, n un tonolastimero—.¡Losabíaantesdeempezar!

Sedejescaerpesadamentecontralapared,sinpreocuparseyadelextraño.Teníaelaspectodequienveabrirseunasimabajolospies.

—Si quisieramatarle, éste sería elmomento—pensóHeyst, pero no semovió.

Mr. Jones levantó inmediatamente la cabeza, con una mirada furiosa ysocarrona.

—M clan ganas de pegarle un tiro a usted, asceta redentor de mujeres,hombredelalunaquenopuedevivirsin…,no,noseráustedladiana.Seráelotroenamorado,elprevaricador,taimado,rastreroyapasionadotipejo¡quesepusoaafeitarseenmispropiasnarices!¡Lemataré!

—Se ha vuelto loco —pensó Heyst, sorprendido por aquella violenciarepentinaysobrenatural.

Se sintió más próximo al peligro, más cercano a la muerte que nunca,desdequeentróenelaposento.Unbandido trastornadoesunacombinaciónfatal.IgnorabaqueMr.Jonesteníaclarividenciasuficienteparapronosticarseel fin del reinado sobre los pensamientos y la sensibilidad del excelentesecretario; el derrumbamiento de la fidelidad de Ricardo… ¡provocado porunamujer!Unamujer, una chiquilla que poseía, al parecer, la capacidad dedespertarenloshombresaquellarepulsivalocura.Lacapacidadhabíasidoyademostradaendoscasos: eneldelhotelero inmundoyeneldel tipode losbigotes,alqueMr.Jones,conlamanoderechacrispadaamenazadoramenteenelbolsillo,contemplabaconmásascoquerabia.Elauténticopropósitodelaexpedición había sido desplazado por el sentimiento abrumador de unainseguridadabsoluta.Éstaeralacausadelaagresividad;peronoibadirigidacontraeltipodelosbigotes.Porlasrazonesmencionadas,mientrasHeystseconvencía de que suvida no se prolongaría por encimade los dosminutos,oyóqueselecitaba,noconlaafectadaylánguidaimpertinenciadeantes,sinoconelcalordeunadeterminaciónfebril.

—¡Escuche!¡Acordemosunatregua!

Heyst estaba demasiado compungido como para permitirse sonreír. ¿Heestado,acaso,enguerraconusted?—preguntó,abatido—.¿Cómoquierequeinterprete sus palabras? Usted pertenece a una clase de bandido perversa einsensata.Nohablamoselmismoidioma.Silecontaraporquéestoyaquí,nome creería, y la razón es que usted no está en condiciones de entenderme.Ciertamente,nohasidoporamoralavida,delaquemeseparéhacemuchoyno lo suficiente, por lo visto; pero si está pensando en la suya, entonces lerepitoquenuncahapeligrado,porloqueamírespecta.Estoydesarmado.

Eldelbatínsemordíaellabioinferiorenungestodereflexiónprofunda.SóloalfinalmiróaHeyst.

—Desarmado, ¿eh?—Para estallar a continuación, violentamente—: Ledigoqueuncaballeronoseponeacompetirconelvulgo.Aunquetengaqueservirse de su fuerza bruta. Desarmado, ¿eh? Y sospecho que la criaturaadorada es de lomás ordinario.Veodifícil que la haya sacadode un salón.¡Quémásda,sitodassonigualesparaloquevienealcaso!¡Desarmado!Esunapena.Yocorrounpeligromuchomayorqueelsuyo,sinomeequivoco.Peronoestoy…¡yoconozcoamihombre!

Perdió el aire de vaguedad mental y prorrumpió en chillidos. A suinterlocutorleresultaronmásenloquecedoresquetodoloanterior.

—¡Sobrelapista!¡Enelrastro!—gritó,perdiendolanociónhastaelpuntodeponerseabailarenmediodelentarimado.

Heyst le observó, fascinado por aquel esqueleto arropado con un batínchispeante, sacudiéndose comoun tirinenegrotesco al extremodeun cordelinvisible.Sequedóinmóvil,depronto.

—¡Tendría que haberme olido a gato encerrado! Siempre supe que elpeligro estaría ahí —cambió de repente a un tono confidencial, fijando enHeyst lamirada sepulcral—.Yaquíando,embaucadoporese tipocomounauténticoimbécil.Siempreestuvealtantodeesosarrebatosdebajeza,perohadadoigual,aquíestoy,atadodepiesymanos.Yseafeitódelantedemí, tanbonitamente…,¡yyo,enlasnubes!

LarisaestridentequesiguióalasordatonalidaddelaconfidenciaresultódeunademenciatanconvincentequeHeystselevantócomoimpulsadoporunresorte.Elexaltadoretrocediódospasos,perosinalterarse.

—Está claro como la luz del día —murmuró siniestramente antes dehundirseenunsilencio.

Pordetrás, lapuertaparpadeóconuna luz lívida,yunestrépitocomodebatalla naval en algún punto del horizonte llenó el silencio sofocante. Mr.Jonesinclinólacabeza.Habíacambiadocompletamentedehumor:

—¿Qué me dice usted, hombre desarmado? ¿No deberíamos echar unvistazoaloquetantoentretieneamiconfiadoMartin?Merogóqueletuvieraocupadoenamigableconversaciónhastahacerunanálisismásdetalladodelapista.¡Ja,ja,ja!

—Nocabedudadequeestáregistrandomicasa—dijoHeyst.

Estabaabsolutamenteperplejo.Aquelloeracomounsueñoindescifrable,oquizáunarebuscadaburladelotromundo,tramadaporaquelespectroornadoconelalegrebatín.

El jefe de Ricardo le miró con la funesta sonrisa de una calavera,inescrutabley sarcástica, y señaló lapuerta.Heyst la cruzó enprimer lugar.Teníalossentidostanembotados,quenisiquierapensóquelepudieradispararporlaespalda.

—¡Qué atmósfera tan cargada!—la exclamación sonómuy cerca de suoído—.Estaestúpidatormentameestásacandodequicio.Novendríamalunpocode lluvia, aunquenomegustaría acabar empapado.Pero,bienmirado,esta tronada exasperante tiene la ventaja de silenciar nuestros pasos. Losrelámpagos no nos hacen tanto beneficio. ¡Ah, su casa irradia luz por todaspartes!MiperspicazMartinestádilapidandosuprovisióndevelas.Pertenecea esa clase social ajena por completo a cualquier formalidad, y también tanmiserable,tanindignaytodolodemás.

—Dejé las velas encendidas—dijo el dueño de la casa—para ahorrarlemolestias.

—¿Estaba convencido sinceramente de que entraría en su casa? —preguntóconauténticointerés.

—Asíes.Ycreoquetodavíaestáallí.

—¿Ynoleimporta?

—No.

—¡No le importa! —Le paró el asombro—. Es usted un hombreextraordinario—dijo con suspicacia, mientras reanudaba lamarcha, codo acodoconHeyst.

En loprofundodeesteúltimosehizounsilenciovertiginoso,el silencioabsoluto de las esperanzas inútiles. En ese mismo momento, mediante unasimple carga, podría haber tumbado a su vigilante y en un par de brincosponerse fueradel alcancede su revólver;peronopensó siquiera enello.Lavoluntadmismaparecíadesfallecerdecansancio.Semovíamecánicamente,lacabeza baja, como un prisionero capturado por el diabólico poder de unesqueleto con disfraz escamoteado de su tumba. Jones tomó la delantera.Llegaron a un amplio recodo.El eco de un trueno lejanopareció ir tras sus

pasos.

—Apropósito—dijoJones,comosinopudiera refrenar lacuriosidad—,¿noestápreocupadoporesa…,aag,fascinantecriaturaalacualdebeelplacerdenuestravisita?

—Lahedejadoenlugarseguro—contestóelaludido—.Ya…,yatuveesaprecaución.

Elotroleagarródelbrazo.

—Así que en lugar seguro… ¡Mire! ¿Se refería a eso?Heyst levantó lacabeza. Entre destellos de luz, la desolación del calvero que quedaba a suizquierdasemanifestódeprontoparasucumbirdespuésenlanoche, juntoalosperfilesesquivosylejanos,lívidosysobrenaturalesdelascosas.Peroenelrectángulo iluminado de la puerta distinguió a lamuchacha—lamujer queanheló ver siquiera una vez más— como apostada en un trono, las manosreposando en la silla.Vestía de negro; la cara estaba blanca; la cabeza caíaensimismadasobreelpecho.Veíasolamentehastasusrodillas.Estabaallí,enlahabitación,viva,enmediodeunarealidadsombría.Noeraunafantasía.Nohuía por el bosque…, ¡estaba allí!, sentada en la silla, con un aspectoexhausto,aunquesintemor,conuntiernovencimiento.

—¿Comprendeahorasuspoderes?—lesusurróaloídoMr.Jones,conunavoz ardiente—. ¿Puede haber espectáculo más desagradable? Bastaría paradetestarestemundo.Creoquehaencontradoelalmagemela.Noseaparte.Si,afindecuentas,tengoquepegarleuntiro,alomejorseunierecurado.

Heystobedeció,acuciadopor lapresióndelcañóndelrevólver.Lasintióclaramente,peroloquenosentíaeraelsueloquepisabansuspies.Enfilaronlospeldañossinquesedieracuentadequelossubía,lentamente,unoauno.La duda se introdujo en él: una duda nueva, disforme, terrible. Parecióextenderse por todo el cuerpo, adueñarse de los miembros, alojarse en lasentrañas. De pronto, se detuvo con un pensamiento que aquel que lo haexperimentado se queda sin justificación para seguir viviendo y le impideinclusovivir.

Todo—el bungaló, el bosque, el calvero— se estremecía sin cesar. Latierra, el firmamento mismo, temblaban todo el tiempo, y el único lugarinmóvilenaqueluniversotrémuloeraelinteriordelahabitacióniluminadaylamujervestidadenegro,bajoelresplandordeochollamasvigilantes.Llamasque la rodeaban de un fulgor intolerable, que dañaban la vista de Heyst yparecíancalcinar sucerebro ron las chispasdeun fuego infernal.Ésa fue lasensaciónantesdequesusojosresequidosdistinguieranaRicardosentadoenelsuelo,aescasadistanciadel trono,sindardel todo laespaldaa lapuerta;unodelosladosdelrostroentornadomostrabaelabsorto,abandonadoéxtasis

delacontemplación.

LadurazarpadeMr.Joneslehizoretroceder.Entreelestrépitodeltrueno,envolventeyoscuro,susurróaloídounsarcástico:

—Asísonlascosas.

Una vergüenza infinita se abatió sobre Heyst; una vergüenza culpable,absurda,enloquecedora.Mr.Jonesleapartóaúnmáshacialaoscuridaddelaveranda.

—Estoesgrave—continuó,destilandoelpestíferovenenoenlosoídosdelque le acompañaba—. He cerrado los ojos muchas veces a sus pequeñosescarceos;peroestoesgrave.Haencontradoelalmagemela.¡Almasdellodo,obscenas,taimadas!Cuerposdebarro,perobarrodelarroyo.Lerepitoquenopodemoscompetircon lacanalla.Yo,hastayomismo,heestadoapuntodecaerenelcepo.Mepidióqueleentretuvierahastaquemehicieralaseñal.Noseráaustedaquiendispare,sinoaél.Despuésdeesto,noconfiaríaenélnicincominutos.

ZarandeóunpocoelbrazodeHeyst:

—Sinose leocurremencionaraesacriatura,antesdeamanecer losdosestaríamosmuertos.Austedleapuñalamientrasbajalaescalera;luego,vuelveal cuartoy, con elmismocuchillo,me atraviesa las costillas amí.No tieneprejuicios.¡Cuantomásbajoessuorigen,mayoreslalibertaddeestasalmassimples!

Tomóaliento,cauto,sibilante,yañadióconunmurmullonervioso:

—Ahora loveo con toda claridad: elmuy tramposo casime coge en lasnubes.

Alargó el cuello paramirar en la habitación.Heyst también dio un pasoadelante,conminadoporlapresióndeaquellamanoescuálida.

—¡Fíjese!—El esqueleto del bandido demenciado farfullaba en su oídocon una complicidad espectral—. Contemple al incauto Acis besando lassandalias de la ninfa, buscando el camino de sus labios, olvidado de sí,mientraslosamenazadorespasosdePolifemoresuenanenlasinmediaciones.¡Sipudieraoírlos!Agácheseunpoco.

Capítulo12

Ricardovoló en el caminode regreso al bungalódeHeyst, y encontró aLena esperándole. Vestía de negro; de inmediato, el júbilo desbordante fue

reemplazadoporunestremecidoyreverentesosiegoantelaproximidaddelatezblanca,antelainmovilidadsedentedesupostura;unavisiónconmovedorapara quien, como él, había comprobado la fortaleza de sus miembros y elespíritu indomable que alentaba aquel cuerpo. La muchacha salió deldormitorioacontinuacióndequeHeystsemarchara.Sehabíaacertadobajoelretrato esperando el retorno del embajador de la violencia y la muerte. Alretirarlacortinasintiólaangustiadelquedesobedecealserquerido,mitigadapor un sentimiento desconocido hasta entonces: una lentamarea de dulzurapenetrante. No obedecía mecánicamente a una sugestión momentánea; sehallaba bajo influencias más deliberadas, aunque más difusas y de mayorintensidad.Habíasidoincitada,notantoporlavoluntadcomoporunafuerzaexterior y de mayor altura. No contaba con nada definido; no tenía nadacalculado. Sólo veía un objetivo: el de entrampar a una muerte feroz,imprevista,arbitraria,quemerodeabaentornoalhombrequelaposeíaaella;unamuertematerializadaenelcuchillodestinadoahundirseenelcorazóndeHeyst.Sinduda,pecóalecharseensusbrazos.Conesalucidezquedesciendede las alturas, para bien o paramal de nuestra comúnmediocridad, tuvo lacertezadequeellahabíasidoparaélelirremediableysinceroresultadodelacuriosidadylaconmiseración,algoquepasayhuye.Noleconocía.Sihubieraescapado de su lado, no habría pronunciado el más mínimo reproche niguardado rencor alguno; porque conservaría en lo íntimo la imagen de algomenosfrecuenteymáshermoso:susabrazoslehicierondueñadelvalorparasalvarsuvida.

Todo lo que había pensado —y donde radicaba la causa de susestremecimientos, rubores y escalofríos— se reducía a la cuestión de cómoapropiarsedelcuchillo,santoyseñadelamuertequelesseguíalospasos.Lainquietudporasirelobjetotemible,entrevistounavezyyainolvidable,agitósus manos. El instintivo reflejo de éstas paró de golpe a Ricardo, a mediocamino entre la puerta y la silla, con la resuelta obediencia de un hombreconquistado que sabe esperar la ocasión. El éxito la desconcertó. De aquelhombre escuchó sus exaltados arrebatos, los terribles encomios y las máspenosasdeclaracionesdeamor.Llegóaverenaquellosojosoblicuos,diestrosensoslayarse,elrelámpagodeundeseobrutal.

—¡No!—decía, tras un efusivo torrente de palabras en el que las másardientes frases de amor semezclaban con el tono humilde de la súplica—.¡Nopuedomás!Confíaenmí.Estoysobrio.Miralodespacioquemelateelcorazón.Hoyhahabidodiezveces,cuandotú,sí,tú,tú,tememetíasporlosojos,enlasquehecreídoquemeibaaromperlascostillasoasalirmeporlaboca.Sehahundidodetantorepicaresperandolanoche,esteinstante.Yanopuedemás.¡Miraquédespacio!

Avanzóunpaso,perolamuchachainterpusounavozclaraeimperiosa:

—¡Quédateahí!

Obedeció con una sonrisa de veneración imbécil en los labios y con elgozoso sometimiento de quien podría tomarla en los brazos en cualquiermomentoyarrojarlaalsuelo:

—¡Ah!Si tehubieracogidodel cuelloestamañanayhechode ti loquequisiera, nunca te habría conocido. Pero ahora te conozco. ¡Eres unamaravilla!Tambiénlosoyyo,amimodo.Tengovalor,ynomefaltacerebro.Másdeunavezhabríamosestadoperdidossinoespormí.Yoplaneo…,yopiensoparamicaballero.Caballero…,¡puaf!Estoydeélhastaelgollete.Ytúestáshartadeltuyo,¿verdad?¡Di,di!

Elcuerpose lerevolvió; laaturdióconunaretahíladehalagos, tiernosyobscenos,yluegopreguntóbruscamente:

—¿Porquénomehablas?

—Ahorame toca escuchar—dijo, dedicándole una sonrisa inescrutable,conciertoruborenlasmejillasyunafrialdaddehieloenloslabios.

—¿Medirásunacosa?

—Sí —contestó con las pupilas dilatadas por un interés aparente yrepentino.

—¿Dóndeestáelbotín?¿Tienesidea?

—No.Todavíano.

—Pero¿hayalgoquemerezcalapenaescondidoenalgúnsitio?

—Sí,esocreo.Aunque,¿quiénsabe?—añadió,trasunapausa.

—¿Y a quién le importa?—saltó Ricardo—. Ya he arrastrado el buchebastante. ¡Soyyo el que te ha libradodel caballero que te tenía enterrada ypudriéndoteparasumalditoplacer!

Intentó encontrar lugar en el que sentarse. Luego volvió hacia ella unamiradatorturadayunasonrisaflácida.

—Estoyrendido—sesentóenelsuelo—.Yamefuirendidoestamañana,después de entrar aquí y hablar contigo…, tan cansado como si hubierabañado de sangre estos maderos para que tú chapotearas con esos pies tanblancos.

Sinmoverunmúsculo,lamuchachasacudiólacabezapensativamente.Talycomoprocedeenunamujer,todassusfacultadesestabanconcentradasenlosdeseosdesucorazón—enelcuchillo—,mientraselhombrecontinuabaasuspies, con un farfulleo demente, zalamero y convulso, casi enloqueciendo dealegría.Perotambiénélperseguíaunpropósito:

—¡Por ti! ¡Por tivoya tirarpor labordavidasydinero; todas lasvidas,excepto la mía! Lo que tú necesitas es un hombre, un dueño que te dejehincarleenlanuezeltacóndetuzapato;noesasabandija,quesecansaríadetienunaño…,ytúdeél.Yluego,¿qué?Túnoeresdelasquesequedanaverlasvenir;niyotampoco.Yovivomivida,ytúviviráslatuya,noladeesebarónsueco.Ellossesirvendelagentecomotúycomoyo.Uncaballeroesmejorqueuncapataz,peroatiyamínosconvieneunabuenasociedadcontratodos esos hipócritas. Iremos de un sitio a otro, tú y yo, libres, iguales.Noestás hecha para vivir en una jaula.Vagaremos juntos, porque no somos deesosquetienensucasa.¡Nacimospararodar!

Lena le escuchaba con la más completa atención, como si cualquierpalabra imprevistapudieraproporcionarle la claveparaconseguir elpuñalydesarmar al asesino que suplicaba amor a sus pies. Volvió a asentir,pensativamente,despertandounreflejoenlosojosamarillentosquesuspirabandevotamentehaciasuimagen.CuandoRicardodecidióacercarse,lamuchachanohizoningúngestode rechazo.Así teníaqueser.Loque fuera,con taldetenerelcuchilloalalcance.Ricardolehablóconmayorintimidad.

—Estamos juntos, ha llegado su hora —empezó, mirando en laprofundidad de sus ojos—. La sociedad entre mi caballero y yo tiene quecortarse de raíz. Donde estemos tú y yo, no hay sitio para él. ¡Memataríacomoaunperro!Notepreocupes.Estoloarreglaréestanoche,amástardar.

Se palmeó la pierna doblada por encima de la rodilla y se quedósorprendido,untantohalagado,porelbrillodelosojosqueseacercaronaélcon impaciencia y expectación, los labios admirativamente entreabiertos,encarnadosenlapalidezdelrostroytrémulosporunarespiraciónsofocante.

—¡Ereslamaravilla,elmilagro,lafortunayelgozodeunhombre!¡Unaentre un millón! ¡No! ¡La única! Conmigo has encontrado a tu hombre—susurró, muy excitado—. ¡Escucha! Están charlando por última vez; amedianochemehabréencargadotambiéndetucaballero.

Sin lamás ligera vacilación, tan pronto hubo recuperado el aliento y laspalabraspudieronsalirdelaboca,lamuchachamurmuró:

—Yonoandaríaconprisas…,enloqueaélserefiere.

Lapausa,laentonación,teníantodalaimportanciadeunaadvertenciabiencalibrada.

—¡Muybien,muchachaperspicaz!—rioporlobajo,conunraroregocijofelino,expresadomedianteelcontoneodeloshombrosyelcentelleobrevedelosojosrasgados—.Todavíaandaspensandoenecharlemanoalaljófar.Serásunbuensocioapocoquetelopropongas.¡Ymenudoreclamo,además!¡Porlasbarbasdelprofeta!

Trashabersedisparado,seensombrecióderepente:

—¡No! ¡Aquí no hay enjuagues! ¿Qué crees que es un hombre? ¿Unespantapájaros? ¿Todo sombrero y quincalla, y ningún sentimiento, nadaadentro, ni cerebro para hacerse sus imaginaciones? ¡No! —continuó,furibundo—.¡Novolveráaentrarnuncaenesedormitorio!¡Nuncamás!

Hubo un silencio. Ricardo se ensombreció más todavía con aquellatempestad de celos; ni siquiera la miraba. Ella se incorporó lenta,gradualmente,yfueinclinándosepocoapocosobreél,comodispuestaacaerensusbrazos.Ricardolevantóalfinlavistayretuvoalamuchachasindarsecuenta.

—¡Dime! ¿Serías capaz de pelear con un hombre, sólo con las manosdesnudas? ¿Serías capaz, eh? ¿Podrías clavarle una cosa parecida a micuchillo?

Ellaagrandólosojosylededicóunasonrisafrenética.

—¿Cómopuedosaberlo?—preguntó,desplegando todossusencantos—.¿Dejasqueleecheunvistazo?

Sindejardemirarla,Ricardosacóelcuchillodelahuidaunahojadedoblefilo,ancha,corta,mortífera,conmangodehueso.Sóloentoncesbajólosojos.

—Unbuenamigo—dijosimplemente—.Cógeloyobservaelnivelado—sugirió.

En el instante en que ella se agachó para tomarlo en la mano, hubo unfogonazoensumiradainescrutable,unreluzsangrientoenmediodelabrumablanquecina que rodeaba sus impulsos y deseos. ¡Lo había conseguido! Elaguijón de la muerte estaba en sus manos, el veneno de la víbora queamenazaba suparaísohabía sidoextraído,y la cabezadelofidioquedabaalalcancedeltacóndesuzapato.Ricardo,extendidosobrelasesterasdelsuelo,reptaba hacia las proximidades de la silla en que la muchacha volvió asentarse.

Los pensamientos de Lena se concentraban en el modo de conservar laposesión del arma que parecía contener en sí misma todos los peligros yasechanzas de un mundo abocado a la muerte. Llegó a decir, con una risaapagada,cuyosignificadonoalcanzóacomprenderRicardo:

—Creíquenoteatreveríasadármelo.

—¿Porquéno?

—Pormiedodequeloutilizaracontrati.

—¿Porqué,porlodeestamañana?¡Oh,no!Túnomeguardasrencor.Meperdonaste. Me salvaste. Me venciste, además. Y, de todas formas, ¿qué

ganaríasconello?

—Nadaenabsoluto—admitió.

Sintió en lomás recónditoqueno sabría cómohacerlo; que,de llegar lapelea,sedesharíadelpuñalylucharíaconlasmanosvacías.

—Escucha. Cuando viajemos juntos, dirás siempre que soy tu marido.¿Entendido?

—Sí—contestó,reuniendofuerzasparalaprueba,cualquieraquefueseelcariz.

Tenía el cuchillo en el regazo. Dejó que resbalara en los pliegues delvestidoyapoyólosantebrazos,conlosdedosfirmementeenlazados,sobrelasrodillas, unidas casi con desesperación. El temible objeto quedaba, por fin,fueradelavista.Sintióqueelsudorleinundabaelcuerpo.

—Yonovoyaescondertecomoesepapamoscasmelindrosoycomediante.Serásmiorgulloymicómplice.¿Noesmejorquepudrirseenuna islaparaquedisfruteuncaballeroqueeldíamenospensadotedarálapatada?

—Seréloquetúquieras—dijoella.

Ensuembriaguez,yconcadapalabraqueelladecíaycadagesto,se ibaacercandounpocomás.

—Dametupie—rogó,conunmurmullomedrosoyabsolutaconcienciadesupoder.

¡Loquequisiera!Loquequisieracontaldetenerdesarmadoeinmóvilaaquelasesinohastarecobrarlasfuerzasytomarunaresolución.Sufortalezasederrumbóporcausadelafacilidadmismadeléxitoquehabíaobtenido.Alargóun poco el pie por debajo del borde del vestido, y él se lo apropiófuriosamente. Ni siquiera se fijó en Ricardo. Pensaba en el bosque al quehabría tenido que escapar. Sí, el bosque, ése era el lugar para huir con elmortífero trofeo, con el aguijón de lamuerte sometida.Ricardo, aferrado altobillo, apretaba los labios, una y otra vez, contra el empeine, farfullandopalabras quejumbrosas y haciendo ruidos más propios de la aflicción o laangustia.Sinqueningunodelosdosleprestaraatención, la tormentabramóen la lejanía con su gigantesca voz enfurecida, mientras el mundo exteriorvibrabaentornoalamortalquietuddelcuartoenelqueelperfilrecortadodelpadredeHeystmirabaseveramentealvacío.

De pronto, notó el rechazo del pie que había estado acariciando,manifestadoconungolpede talviolenciaenelhuecode lagarganta,que lelevantóenandasylesentóderodillas.Leyóelpeligroenlosojospetrificadosdelamuchacha;yenelmismoinstanteenquedabaunsaltoparaponersedepie,escuchó,secamente,destacándoseconclaridaddelestrépitoamenazador

delatormenta,labrevepercusióndeundisparoqueledejómedioenbabia,comounpuñetazo.Algirarlacabezaabrasada,tropezóconlafiguradeHeyst,erguidaenlapuerta.Laideadequeelvagabundohabíadadoelzarpazocruzópor su mente como un rayo. Durante una fracción de segundo, los ojosaturdidosbuscaronelcuchilloportodaspartes.Nopudieronencontrarlo.

—¡Mátaletú!—exigióconvozroncaalamuchachaantesdeprecipitarsehacialapuertatrasera.

Aunque con este movimiento obedecía al instinto de supervivencia, larazónledecíaquedifícilmenteibaallegarvivoalapuerta.Éstaseabrió,noobstante, conunchasquido,bajoelpesode laembestida;elheridovolvióacerrarla una vez afuera. Y allí, apoyando el hombro contra ella, las manosagarradas al pestillo, aturdido y solo, en mitad de una noche colmada deimprevistosymudasamenazas, intentó recobrarse.Sepreguntósi lehabríandisparadomásdeunavez.Elhombroestabaempapadopor lasangreque lechorreabadesdelacabeza.Palpandoporencimadeloído,secercioródequeerasólounarañazo,perolasorpresalehabíaacobardadoporelmomento.

—¿En qué diablos estaba pensando el patrón cuando dejó suelto a eseelemento?¿Noseráqueeljefehamuerto?

El silencio del cuarto de adentro le infundió pavor. No era ocasión devolverallí.

—Sabrácuidardesímisma—murmuró.

Tenía su cuchillo. Ahora, ella era el peligro, mientras que él se habíaquedadodesarmadoeinutilizado.Huyódelapuertadandotumbos;elchorrocalientebajabapor lagarganta,conla intencióndeaveriguarelparaderodeljefeydeproporcionarseunarmadefuegoenelarsenaldelosbaúles.

Capítulo13

Mr.Jones,trashacerfuegoporencimadelhombre,deHeyst,pensóquelopropio sería escurrir el bulto. Como el espectro que era, se esfumó de laverandasinelmenorruido.AHeyst,todoslosobjetosdelinterior—loslibros,elfulgordelaplataviejayfamiliardesdelainfancia,elmismoretratodelapared— le resultaron lúgubres, insustanciales, los cómplices callados de unsueñopasmosoytraicioneroquefinalizabaenlailusióndedespertaryenlaimposibilidad de volver a cerrar los ojos. Lleno de temores, se esforzó enmiraralamuchacha.Lenaestabainmóvilenelasiento,encogidayocultandolacaraentrelasmanos.HeystseacordódeWang.¡Quéclaroparecíaahora!¡Yquéextraordinariamentedivertido!Ytanto.Ellaseenderezóunpoco,luego

seapoyóenelrespaldoy,quitándoselasmanosdelacara,lasapretócontraelpecho,comosilerompieraelcorazónverqueHeystlacontemplabaconunacuriosidad sombríayhorrorizada.Sehabría apiadadode ella si la expresióntriunfante del rostro femenino no hubiera descompuesto el equilibrio de sussentimientos.

—¡Sabía que volverías a tiempo! Ya estás a salvo. ¡Lo he conseguido!Nunca,nuncalehubieradejado…—lavozdesfalleció,entantoquelosojosresplandecieroncomocuandoelsolperforalabruma—…quesequedaraconesto.¡Amormío!

Heyst inclinó gravemente la cabeza y comentó, con la gentilezaacostumbrada:

—Nomecabedudadequeactuasteporinstinto.Lasmujereshabéissidoprovistasdevuestrapropiaarma.

Yoeraunhombredesarmado,todamividaestuvedesarmado,porloqueveo.Puedesvanagloriartedetushabilidadesydelprofundoconocimientoquetienes de ti misma; pero debo decir que la otra actitud, aquella timidezvergonzosa,teníasuencanto.Atinotefalta.

Laalegríadesapareciódelacaradelamuchacha.

—Noteríasdemíahora.Noconozcolavergüenza.LedabagraciasaDioscon todo mi corazón, por culpable que sea, por haberlo conseguido, porhacertevolveramídeestemodo…,¡oh,amormío!…¡míodeltodo,alfin!

La miró como si se hubiera vuelto loca. Lena trató de disculparsetímidamente por desobedecer las instrucciones.Cadamodulación de aquellavozencantadoraleheríaenlomásprofundo,alpuntodequeeldolormismocasileimpedíaentenderlaspalabras.Levolviólaespalda;peroundesmayorepentino, una quiebra en la voz, le hizo girar en redondo. El cuello nososteníaya la cara lívida, como laventolera truncauna flormarchita.Heysttomóaliento,lamiródecerca,ycreyóleerunaevidenciaterribleensusojos.

Enel instante enque lospárpados cayeroncomogolpeadosdesdearribapor un poder invisible, levantó el cuerpo de la silla y, sin hacer caso de unimprevisto choquemetálico contra el suelo, la llevó a la otra habitación.Lalanguidez del cuerpo le hizo temer. Después de acostarla en el lecho, seapresuró a salir y a coger el candelabro de la mesa, y regresar de nuevorasgandodeuntirónfuriosolacortinaqueestúpidamenteseinterponíaensucamino;peroalcabodeponerelcandelabrosobrelamesita,yanosupoquéhacer.Noleparecióqueallíélpudieraresolvernada.Apoyólabarbillaenlamanoymiróatentamenteelrostrocomoexánime.

—¿La han apuñalado con esto?—preguntóDavidson, quien apareció de

improvisoasulado,levantandoladagadeRicardoalaalturadelosojos.

Heyst no expresó reconocimiento ni sorpresa. Se limitó a dirigir aDavidsonunamiradadepesarimpronunciable.Luego,comoposeídoporunaviolencia repentina, se dedicó a rasgar el vestido de la muchacha. Ellapermanecióinsensiblebajoelafándesusmanos,yelhombredejóescaparunlamento que sobrecogió las entrañas de Davidson, la queja lastimera de unhombrequesederrumbaenlaoscuridad.

Estabanuno junto aotro,mirando con tristeza el pequeño agujeronegroquehizolabaladeMr.Jones,bajolospechosdeunablancuradeslumbranteycasi mística. Palpitaban débilmente, tanto que sólo los ojos del amantepudieron detectar el leve pulse de la vida. Heyst, más tranquilo, perocompletamentedesencajado,anduvosigilosamentedeunladoaotro,preparóunpañohúmedoylodepositósobrelainsignificantebrecha,encuyoentornoapenas se encontraban rastros de sangre que desfiguraran el encanto, lafascinacióndeaquellacarnemortal.

Lamuchachaparpadeó.Miróenderredorconojossoñolientos,conactitudserena, como fatigada exclusivamente por los esfuerzos de su imponentevictoria al capturar el aguijónmismode lamuerte, para rendirlo a su amor.Pero los ojos se desorbitaron al encontrarse con el cuchillo de Ricardo, eltrofeodelamuertesometida,queDavidsonteníaenlamano.

—¡Démelo!—dijo—.Esmío.

El capitán puso el símbolo de su victoria en lasmanos trémulas que seextendían con el gesto acuciante de un niño que reclama imperiosamente eljuguete.

—Esparati—dijo, jadeanteyvolviendolosojosaHeyst—.Nomatesanadie.

—No—contestó el aludido, cogiendo el puñal y dejándolo dulcementesobre su pecho,mientras lasmanos de la agonizante caían sin fuerza a loslados.

Lafrágilsonrisadesuslabiosperfiladosdeclinó,entantoquelacabezasehundíaen la almohada, adquiriendo lapalidez soberbiay la inmovilidaddelmármol. Pero un breve y siniestro temblor recorrió los músculos, que yaparecían impresos para siempre en una belleza transfigurada. Consorprendenteenergía,todavíapudopreguntarenvozalta:

—¿Quémeocurre?

—Te han disparado querida—respondióHeyst, con voz firme,mientrasDavidson,alescuchar lapregunta,sevolvióyapoyólafrenteenunode lospostesdelpiedelacama.

—¿Disparado?Esopensé…,quealgomehabíaalcanzado.

Al fin, la tormenta cesó sobre Samburan, y el mundo de las formasmaterialesnovolvióaestremecersebajolaslentesestrellas.Elespíritudelamuchachaqueiniciabaeltránsitohaciaellasasióeltriunfo,convencidodelavictoriasobrelamuerte.

—Nuncamás—musitó—. ¡No habrá otra vez! ¡Oh, amormío!—gimiódébilmente—. ¡Te he salvado! ¿Por qué nome llevas en tus brazos de estelugarsolitario?

Heyst se inclinó sobre ella,maldiciendo la iniquidadde un carácter que,inclusoenesemomento,porcausadelamezquinadesconfianzahaciatodoloque infundía vida, ahogaba en las entrañas un sincero grito de amor.No seatrevióatocarla,yaellanolequedaronfuerzaspararodearsucuelloconlosbrazos.

—¿Quiénmáshubierahechoestoporti?—murmuró,triunfante.

—Nadie en el mundo —respondió, con un murmullo de desesperaciónevidente.

Tratódeincorporarse,perotodoloqueconsiguiófuelevantarunpocolacabeza de la almohada. Con un aterrorizado y dulce movimiento, Heyst seapresuró a deslizar su brazo bajo el cuello de la muchacha. Lena se sintióaliviadade inmediato de la intolerable pesadez, y se llenóde gozo al poderentregarleelagotamientoinfinitodeunavictoriamagnífica.Exultante,sevioa símismaextendidaenel lechoconunvestidonegro,yprofundamenteenpaz;mientrasinclinándosesobreellaconunasonrisadeferente,élsedisponíaa levantarla en brazos y a introducirla en el santuario más recóndito de sucorazón… ¡y para siempre! El rapto que inundaba su ser hizo aparecer unasonrisa de inocente e infantil felicidad; y con este divino esplendor en loslabiosdio el últimoyvictorioso suspiro, buscando lamiradadel amadoporentrelassombrasdelamuerte.

Capítulo14

—Sí,Excelencia—dijoDavidsonconvozapacible—;haymásmuertosenesteasunto,másblancos,quierodecir.MásdelosquehuboenmuchasdelasbatallasdelaúltimaguerraAchin.

Davidson se dirigía a cierto eminente personaje, debido a que lo quedenominaronalolargodelaconversacióncomo«elmisteriodeSamburan»,había causado tal impresión en el archipiélagoque, incluso en lasmás altas

esferas, estaban deseosos de escuchar algo de primera mano. Davidson fueconvocado a una audiencia. Se trataba de un alto funcionario en gira deinspección.

—¿ConocíabienaldifuntobarónHeyst?

—Laverdadesquenadiedeporaquípuedejactarsedehaberleconocidobien. Era un tipo raro.Dudomucho que élmismo supiera hasta qué punto.Peronadieignoraquehabíamotivosdeamistadenmisconsideracionesparaconél.YporesecaminomellegóelavisoquemeobligóavirarenredondoamitaddeviajeyvolveraSamburan,donde,lamentodecirlo,lleguédemasiadotarde.

Sin extendersemucho,Davidson explicó al atento funcionario cómounamujer, lamujer de cierto hotelero llamadoSchomberg, escuchó a un par defulleros preguntar a sumaridopor la posición exacta de la isla. Sólo atrapóunas cuantas palabras referentes a la proximidad de un volcán; pero fueronsuficientesparadespertarsussospechas.

—De las cuales —continuó Davidson— me informó a mí, Excelencia.Desgraciadamente,estabanmuybienfundadas.

—Fuemuyinteligentedesuparte—observóeleminentepersonaje.

—Esbastantemáslistadeloquelagentesefigura—añadióDavidson.

Pero evitó desvelar a Su Excelencia la causa real que había afinado eltalentodelaseñoraSchomberg.Lapobremujerteníaunmiedocervalaquevolvieran a meter en su casa a la muchacha, poniéndola a la vista delencaprichadoWilhelm.Davidsonselimitóadecirquelainquietuddelamujerlehabía impresionado;peroconfesóque,mientras regresaba, tuvosusdudasacercadelasolidezdetodoaquello.

—Nos vimos envueltos en una de esas imprevisibles tormentas queacechan en torno al volcán, y tuvimos algún problema para costear la isla.Hubo que buscar a tientas, y con una lentitud insoportable, la Bahía delDiamante. Me figuro que nadie, ni aunque me estuviera esperando, habríapodidoescucharelancla.

Admitió que hubiera debido ir a tierra de inmediato; pero estabaabsolutamente oscuro y tranquilo. Sentía vergüenza por aquel arrebatoimpulsivo. ¡Sóloun idiotadespierta aunhombre enmitadde lanocheparapreguntarlequétalseencuentra!Además,estandoallílamuchacha,temióqueHeystconsideraselavisitacomounaintrusióninjustificable.

Elprimerindicioquetuvodequealgoandabamalfueunalanchablancaala deriva con el cadáver de un hombre muy velludo a bordo, y que fue aestrellarsecontra laproadelvapor.Despuésdeeso,noesperómáspara ira

tierra—solo,porsupuesto,porrazonesdediscreción—.

—Llegué a tiempo de ver morir a esa pobre muchacha, como ya le hedicho a Su Excelencia. No hace falta que le cuente el mal trago. Luegoestuvimoshablando.Alparecer,elpadredebióserunchifladoqueletrastornólacabezacuandotodavíaerauncrío.Heysterauntiporaro.Prácticamente,lasúltimas palabras que me dijo, cuando salimos a la veranda fueron: «¡Ah,Davidson!Desgraciadodelhombrequedurantelajuventudnohayaaprendidoaamaryateneresperanzas…,¡yaconfiarenlavida!».Mientrasestábamosallí, momentos antes de que le dejara, escuchamos confusamente una voz,cercadelosmatorralesquellegabanalaplaya,quedecía:

»—¿Esusted,jefe?

»—Sí,soyyo.

»—¡Por todos losdiablos!Creíqueesecanallahabíaacabadoconusted.Sehapuestodemanosycasimedespachaamí.Leheestadobuscandoportodaspartesdesdeentonces.

»—Bien, pues aquí me tienes —vociferó el otro. Y a continuación seescuchóelestampidodeundisparo.

»—Esta vez no ha fallado—comentó Heyst amargamente y regresandoadentro.

»Volvíabordo,puestoqueinsistióenqueasílohiciera.Noqueríaturbarsu dolor.Más tarde, hacia las cinco de lamañana, algunos demis calashesvinieroncorriendoparadecirmeagritosquesehabíadeclaradounfuegoentierra.Nodudéenvolverlomásdeprisaquepude.Elbungalóprincipalestabaen llamas. El calor nos hizo retroceder. Los otros dos edificios ardieron acontinuaciónigualqueteas.Nohuboformaderebasarelmuellehastaporlatarde.

Davidsonsuspiró.

—SupongoqueestarásegurodequeesebarónHeysthamuerto…

—Es…,sólocenizas,Excelencia—dijoDavidson,untantojadeante—.Lomismoque lamuchacha.Supongoquenopudosufrir suspensamientosa lavista del cadáver. Y el fuego todo lo purifica. Ese chino de quien ya le hehabladomeayudóainvestigaraldíasiguiente,cuandolasbrasasseenfriaronunpoco.Encontramosindiciossuficientes.Noesunmalchico.Mecontóquehabía seguido aHeyst y a lamuchacha por el bosque, por compasión y unpocodecuriosidad.Sequedóvigilandolacasahastaqueleviosalir,despuésde cenar, y también volver Ricardo, solo. Mientras estaba escondido, se leocurrióqueharíabienenecharelbotealaderiva,pormiedodequeaquellosmiserablesvinieranporelmarydescargaranlosrevólveresylosWinchester

sobrelaaldea.Lesjuzgóconperversidadsuficienteparahacercualquiercosa.Así,quebajósigilosamentealmuelle;ymientrasandabadesamarrandodentrodel bote, ese hombre velludo, que al parecer estaba echando un sueñecito,gruñóypegóunsalto,yWangleabatiódeundisparo.Luegoempujóelboteysemarchó.

Sehizounapausa.Davidsonprosiguióenseguida,consutonoapacible:

—DejemosqueelCielosehagacargodeloquehasidopurificado.Delascenizas se encargarán el viento y la lluvia. El cuerpo de ese compinche,secretario,ocomoquieraqueelrepugnanterufiánseautodenominase,lodejéallímismo,hinchadoypodridoporelsol.Luego,alparecer,eltalJonesbajóalembarcaderoenbuscadelalanchaydelhombrevelludo.Supongoquecayóal agua por accidente, o tal vez no. La lancha y su hombre se habíanmarchado, y el canalla se encontró solo, las cartas boca arriba ycompletamenteatrapado.Quiénsabe.Elaguaestabamuyclara,ypudeverleen el fondo, hecho un guiñapo entre dos pilotes, igual que un montón dehuesosenunsacodesedaazul,sóloconlospiesylacabezaafuera.Wangsepusomuycontentoalverle.Todoestabaasalvo,segúndijo,ysemarchóenseguidaalamontañaparavolverdespuésconlamujeralfuro.

Davidsonsacóelpañueloparaenjugarseelsudordelafrente.

—Ydespuésdeeso,Excelencia,mefui.Allíyanohabíanadaquehacer.

—Naturalmente—confirmóelaltofuncionario.Davidsonpareciósopesarlacuestiónenlacabeza,yluegomurmuró,conunatristezaapacible:

—¡Nada!

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