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POR UNA FILOSIFÍA DE LA PARASICOBIOFÍSICA-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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La pretensión de este texto es tratar de alentar en los investigadores la necesidad de
procurarse un sistema de conocimiento que estructure el estudio de aquellos fenómenos que,
durante toda la historia, han sido catalogados como de una condición alternativa, paralela o
sobrenatural (o preternatural) y a los que se ha sistematizado dentro de la metafísica, la
mística o la superstición.En este texto no trataré de dogmatizar sobre las aproximaciones que haga a los motivos, los
avances de algunas de las bases conceptuales en las que asentar los cimientos de esta
disciplina y de los métodos para conseguir el deseado conocimiento, sino de dar elementos
para un primer contacto y su subsiguiente debate abierto en el que, probablemente, todo lo
aquí escrito desaparecerá corriente abajo.
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Los contenidos de este texto son:
1- Motivos para una filosofía de la parasicobiofísica (F de la PSBF) y estado actual de la
investigación de lo paranormal. Llamamiento.
2- Crítica a los defensores de la ciencia como método para una buena vida (moralismo o culto
a la ciencia) en defensa de la ciencia como único método de investigación no subjetivo.
3- Miscelánea programática y algunas bases. El objetivo final: un conocimiento unificado en
una sola ciencia y una fe libre de superstición.
4- ¿De que concepto de realidad se debería partir para poder investigar la fenomenología
paranormal? ¿Un universo o muchos universos? ¿Una realidad natural o trascendental?
5- Métodos y organización del sistema filosófico. Propuesta esquemática de estructura de la
filosofía de la PSBF. Clasificación fenomenológica.
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“Los hechos todavía no han sido observados de modo satisfactorio; si alguna vez lo son, se
debe dar más crédito a la observación que a las teorías, y a las teorías únicamente si están
confirmadas por hechos observados”.
Aristóteles, (referido a las abejas) La generación de los animales
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“ Como pensaron los filósofos de Mileto, los primeros en procurarse un universo inteligible, los
fenómenos celestes y los terrestres eran en esencia lo mismo.”
Banjamin Farrington, Ciencia y filosofía en la Antigüedad
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1- Motivos para una filosofía de la parasicobiofísica (F de la
PSBF). Estado actual de la investigación paranormal.
Llamamiento
¿Qué motiva la petición de una filosofía de la PSBF?
Lo que se ha dado en llamar investigación del fenómeno paranormal, según afirman algunos
de los más conscientes miembros de este quehacer, se ha estancado. Se clama abiertamente
por un método unificado de experimentación, por un protocolo, por una unidad de acción,
pero la unidad de acción sólo es posible desde la unidad de concepto y, para ello, se requiere
una filosofía unificada de la fenomenología paranormal.
Parece ser que, desde hace años se viene clamando por una iniciativa similar de la que nadie
toma el testigo de forma concreta así que, es bien probable, que lo que aquí se diga no sea
nuevo pero es necesario que se propague aquel eco hasta las nuevas generaciones que han
visto reducido el conocimiento paranormal al turismo ovni y sicofónico, sin que, en general,
esas aventuras se concreten en investigaciones reales. Para ellos parece que todo el peso de la
investigación capaz de conseguir avances significativos en el conocimiento quede reservado a
los componentes de un sistema artrítico y feudal donde el prestigio heredado de los
“investigadores de la edad de oro” puede sobre el criterio y el avance del conocimiento.
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El ser humano ha viajado intelectualmente desde los mitos a los dioses y desde estos a la
técnica, la sicología y la política para entender el mundo y ordenarlo. Pero si en algo se parece
todo pensamiento humano es en su capacidad (o incapacidad de otra cosa) de mitificar, de
encontrar el doblez de otra realidad estrechamente unido con aquella en la que vive y que le
permita trascenderla. En definitiva, la necesidad de la existencia de seres, fenómenos, sucesos
que le permitan entrever un “algo más”, un “orden superior” de cosas o una motivación
consistente por la que valga la pena vivir. Este tipo de cuestiones ha estado siempre en la
mente del ser humano.
Esta mitificación ha producido desde el principio una ciencia, un intento de conocer y explicar
los fenómenos mundanos. Estas explicaciones han crecido en diferentes direcciones (tantas
como el ser humano se ha expandido por el mundo durante el tiempo) y se han hibridado
entre ellas, algunas de forma reiterativa produciéndose encabalgamientos, repeticiones y
superposiciones conceptuales. Muchas de aquellas respuestas siguen sin tener explicación por
parte de la ciencia convencional actual, otras ya han sido explicadas por ella, pero es una
característica del devenir de las culturas humanas (y también de algunas culturas de animales
“cantores” como algunos tipos de cetáceos y aves) el acumular y solapar conocimientos en
lugar de, una vez criticados y ampliados, eliminar los viejos patrones de la memoria común.Por una parte esta acumulación no sólo es útil sino fundamental cuando se deben encarar
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nuevas modificaciones del paradigma en curso ya que permite la necesaria perspectiva
histórica y conceptual pero, por otra, en la práctica, es el principal motor de un sinfín de
esquizofrenias culturales.
De alguna manera, se debería poder deslindar qué fenómenos, de aquellos conocidos como
paranormales, son reales o son causa de esta rutina esquizoide de la cultura humana.Si se llegara a demostrar que alguno de los fenómenos anómalos que se han dado durante la
historia (o alguno de ellos) fuera cierto, sería la demostración de que aquel supuesto “doblez
de la realidad” podría no ser la proyección de un deseo de trascendencia que el pasado nos ha
legado tradicionalmente sino un hecho histórico acontecido en una realidad puramente física,
asimilable al sistema de conocimiento convencional, que permanecería activo y accesible para
su estudio en la actualidad.
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Una vez superado el primer aprendizaje individual y social de la vida, difícilmente se vuelven a
tener experiencias primarias salvo en momentos limítrofes en que pueden evocarse desde la
propia cultura en forma de producto cultural (arte, cine, música, deporte, videojuegos y otros
diferentes artefactos para el disfrute público y privado). Muchos de estos productos se
adecuan al deseo de otros tantos espectadores que buscan aquella especie de catarsis en la
pureza experiencial, aquello que más se pueda parecer a una experiencia primaria, a una
“primera vez” de cualquier cosa.
Estos productos culturales no son ya experiencias primarias sino elaboradas y, por lo tanto,
para causar el impacto requerido, deben ser adecuadas a la propia cultura del espectador ya
que, de no ser así, no se podría provocar el efecto perseguido sino que todo el esfuerzo sequedaría en una simple “curiosidad antropológica”. La única forma de llegar a “disfrutar”
estos productos es conociendo los argumentos puestos en juego en cada uno de ellos, conocer
el discurso utilizado.
Pero no quiero salirme del hilo argumentativo: la ilusión de reproducción de experiencias
primarias de las que ya no se guarda recuerdo por ser estas el fundamento mismo de la
memoria y permanecer aplastadas bajo el peso de sus cimientos.
La demanda de gran parte de la población, (no entraré en cuestionar si estas demandas son
reales o creadas por intereses comerciales -cualquiera conoce la respuesta-) es la que hace
necesaria e imprescindible la industria del entretenimiento y la novedad. La oferta es mucha y
diversificada; muchas personas buscan esa catarsis en la aventura extrema y, como un
formato más de este género aventurero, acaban llegando a la experiencia con lo paranormal.
Gente como Chris Aubeck reconoce haberse interesado por la fenomenología ovni gracias a
Von Däniken y literatura similar; ¿Quién sabe?, donde hoy hay alguien jugando a ser “Indiana
Jones” o “Van Helsing” es posible que mañana haya un investigador que produzca
conocimiento real y tangible.
En realidad, que esto suceda, sólo dependerá de que él-ella tenga bien claro lo que se
propone.
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En efecto, la causa que lleva a estudiar este tipo de fenómenos a algunos “investigadores” no
es la curiosidad sino la demostración o reafirmación de una creencia y/o entrar en contacto
con el fenómeno a toda costa (peligro = adrenalina); para ellos no es suficiente con ser
observadores pasivos, atentos o analíticos.
Posiblemente, todo lo dicho (y que se dirá aquí) pueda sonarles a palabrería hueca ya que no
abre ningún campo de su interés ni proporciona las respuestas que desean. Aun así, no hay en
este texto (al contrario de lo pueda llegar a parecer) ninguna intención de demonizar los
llamados “botellones sicofónicos”; cada cual sabe o intuye que es lo que pretende con sus
acciones (y más en su vida privada) y no pretende lo mismo quien quiere llegar a conocer que
quien busca entretenerse, siendo ambas posturas igualmente legítimas y de ninguna manera
incompatibles pero que, sin embargo, deberían estar claras y bien definidas a la hora de
producirse en este tipo de actividades, publicar las experiencias y defender a ultranza
algunos ideales de su investigación como el rigor y el compromiso con el conocimiento.
La curiosidad es el germen del conocimiento y la reflexión la principal herramienta para sucrecimiento. “Una vida sin reflexión no es vida para el hombre”, dijo Platón y tengo la
impresión de que no estaba desacertado. Con toda seguridad, él se refería al acto voluntario
de reflexionar sobre las cosas y no al hecho biológico a través del cual el ser humano
reflexiona: El ser humano reflexiona y lo hace sin necesidad de esfuerzo pues es connatural a
su ser; por tanto, no debería serle muy difícil tratar de hacerlo de forma voluntaria.
La ciencia ha pasado de ser una afición especulativa a un oficio reglado. La ciencia, con su
especialización parcelada de la realidad y su profesionalización, ha conseguido que ya no esté
al alcance de cualquier aficionado o curioso particular aportar alguna idea de interés para el
conocimiento o, si fuera posible aportarla, que el miedo a ser ninguneado por la comunidad
científica y la vergüenza a sentirse absolutamente ignorante (complejo de cateto) ante un
conocimiento institucional de carácter inhumano en su producirse, inalcanzable en la práctica
por el sostén de una maquinaria experimental con la que ni se cuenta ni se puede competir
para oponer evidencia propia, ha conseguido, digo, que el aficionado mire hacia otro lado y
dedique su curiosidad, esencialmente, al consumo y al entretenimiento. De esta manera
terminan por unirse en el conglomerado de aficionados a estos temas, aquellos que proceden
del ocio y los auténticos aficionados y curiosos; unos llegan a este punto por entretenerse, los
otros por puro abandono de las instituciones del conocimiento y por el devenir de la
estructuración social.
La curiosidad es un bien que se desperdicia con demasiada frecuencia o se utiliza en demasía
cuando y donde no procede.
Durante su infancia y juventud, el aficionado puede conducir su vida hacia la profesión
científica e, incluso, conseguir vestir la bata blanca pero, pasado el periodo de “adjudicación”
de oficios en la vida de las personas, son muy pocas las que vuelven al estudio y reinician la
vocación que dejaron aparcada. Sin embargo, el afán por conocer se mantiene.
Lo que la ciencia fue un día, una afición especulativa, no encuentra hoy en día materia
novedosa sobre la que actuar y reflexionar ya que, todos los temas accesibles al conocimiento
sencillo y limitado de los que un particular pudiera dar cuenta, forman ya parte de una parcela
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profesionalizada de la ciencia que, por mucho que el particular se empeñe en estudiar, nunca
llegará a conocer en profundidad.
Para un particular, el esfuerzo de toda una vida de estudio ya no consiste en estudiar el objeto
sino en ponerse al día de lo que la ciencia ya conoce de él antes de poder decir algo nuevo. Sí,
decir algo nuevo, porque existe un placer en el desvelar el conocimiento, en el descubrir el
enigma, en la descripción y explicación del fenómeno, de “lo que aparece”, que eso significa
“fenómeno”. Hay un placer en el comprender las cosas que, para acceder a él, requiere de
aquella reflexión a la que se refería Platón, aunque este nunca habría aceptado el placer como
argumento válido para motivar el conocimiento.
Esta aplicación de la naturaleza humana, este estar abocado al conocimiento, debe encontrar
alguna salida y la encuentra estudiando (o tratando de hacerlo) aquello que la ciencia
desprecia por ser el único campo de investigación asequible a la curiosidad científica
particular.
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Todo fenómeno o concepto que no estuviera directamente relacionado con la experiencia
mediada por los sentidos fue rechazado por el pensamiento racionalista científico. Según
Hume, el conocimiento verdadero proviene tanto del razonamiento como de la práctica, con lo
que toda proceso intelectual que no exprese alguna relación entre ideas o no examine alguna
cuestión de hecho, sale por definición del campo del conocimiento. A lo que se puede añadir
que esa idea sólo puede ser epistemológicamente significativa (ser un conocimiento
productivo o que abra una vía de interés para el conocimiento) si es evidente por sí misma o
pueda, por lo menos en teoría, ser verificada empíricamente.
El método científico, es el único que puede dar acceso a una certeza suficiente de las cosas y
hechos de este mundo.
Filosóficamente, el verdadero conocimiento del objeto es imposible y, por tanto, la verdad nos
está vedada; sólo poseemos la reflexión: vemos el mundo como reflejado en un espejo,
mediado, no podemos percibirlo inmediatamente, directamente. Pero la ciencia, siempre
práctica, en lugar de desengañarse ante esta dificultad “inventa mejores espejos” que le
permitan acercarse lo más posible a la “verdad reflejada” de los objetos.
Por su parte, la filosofía, una vez dejó en manos de la ciencia el problema de conocer el
mundo exterior, se dedicó a organizar la sociedad y, finalmente, a viajar al centro de la noche
interior: al ser puro, a la ciencia del ser que, en definitiva, es el núcleo de la filosofía.
De esta manera, tanto la ciencia como la filosofía, han dejado una grieta por la que acceder a
una fenomenología que fue explicada sin haber sido investigada; esta paradoja es,
esencialmente, la que empuja a construir un discurso integrado en una disciplina de
investigación que permitan solventar el salto metodológico dado por el pensamiento
racionalista.
De alguna manera podría considerarse el estudio de los fenómenos anómalos como unsubproducto, un desecho de las “altas formas de pensar que rigen nuestro mundo del saber”, y
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así ha sido como se ha entendido, pero no sólo por esas “altas instancias del saber” sino
también por la gran mayoría de los mismos curiosos e interesados en la investigación que, ante
la falta de un rigor exigido por alguna autoridad académica de lo paranormal, han visto el
campo libre para dedicar su ocio de la manera que les ha sido más conveniente; y así es como
debe enfrentarse el ocio, pero no la investigación si se pretenden resultados productivos.
Se lo ha considerado un subproducto y así seguirá siendo mientras la metodología empleada
para la investigación sea una metodología “pero menos” o sea, más bien, una
seudometodología.
En la Antigüedad, alguien que se hubiera dedicado a recoger plantas y flores para disecarlas
habría sido considerado un científico botánico. Sin embargo, ese coleccionismo no le convertía
en botánico: esas plantas deberían tener un nombre, deberían ser observadas y no sólo
admiradas, interpretar el motivo que hacía parecidas a unas plantas y diferentes a otras,
clasificarlas, estudiar sus propiedades biológicas como la época de floración, el tipo de terreno
donde aparecían, que tipo de fauna se les asociaba, etc.Si su curiosidad fuera más allá (y su ideología práctica no se lo impidiera) se debería haber
estudiado si tenían alguna utilidad para el ser humano, ya fuera para vestir, como perfume o
para mejorar la salud.
El científico quiere conocer, el técnico hacer algo; la finalidad de la ciencia es teórica y el de la
técnica práctica. La técnica verifica la teórica pero, a la vez, es un gran laboratorio de
observación empírica (e inspiración para elaborar nuevos experimentos y desarrollar ideas) del
que se sirve la ciencia.
Sin embargo, el interés de aquel que disecaba plantas y era considerado como botánico y
científico, podía haber sido, tan sólo -y no seré yo quien diga que eso es poco-, el de tratar de
conservar la belleza eternamente en lugar de atender a algún tipo de curiosidad cognoscitiva.
Con esto quiero decir que, debería quedar claro a todo aficionado a la investigación de
fenómenos anómalos cual es la causa que le mueve, si la curiosidad y el deseo de conocer u
otros y diversos intereses, todos ellos de similar legitimidad. Pienso que así, algunos
desengaños con los que muchos tropiezan se disiparían y podrían disfrutan de su curiosidad
sencilla y sin pretensiones, mientras que otros, con verdaderos intereses de conocimiento,
deberían tratar de enfrentar la investigación en una dirección menos superficial.
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El estado de las cosas actual en el estudio de los fenómenos anómalos, considerado desde el
conocimiento científico, está varado en la acumulación de datos, como estaba la ciencia en el
antiguo Egipto y en Mesopotamia: ciencia estadística imprescindible para el conocimiento
pero insuficiente para su avance. El propio Kepler no pasó del método empírico y por prueba-
error dio con alguno de sus descubrimientos.
Si realmente se pretende algún conocimiento que contribuya a una certeza suficiente en este
campo, se deberían seguir los pasos históricos que ha seguido la ciencia en su desarrollo y
aplicarlos adaptándolos a la disciplina concreta. Para empezar, en cuanto al método de
investigación; en lugar de continuar trabajando sobre la observación empírica se podríaavanzar un paso hacia el método hipotético-deductivo que permitiera sistematizar la
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y el de las anomalías en particular, es necesario sentar las bases que, más pronto que tarde,
serán refutadas, pero que alguien debería arriesgarse a sentar. De alguna manera este texto
trata de hacer este papel o provocar que este dé, puesto que, desde dentro del “mundillo”
nadie parece dispuesto a arriesgarse.
Se debería dejar la timidez y el miedo a perder un prestigio inexistente dentro de un
“mundillo” muerto y tomar las riendas de otro nuevo que se hace imprescindible para la
continuidad de lo paranormal, ya como estudio serio, ya como tema con alguna credibilidad
a divulgar.
Hace tiempo que, de tanta timidez y mantenimiento de ese prestigio propio las únicas ideas
que emergen de la investigación paranormal con cuchicheos de grupitos rotos por sonoros
bostezos.
El curioso actual, ante la fenomenología paranormal, se encuentra como aquel griego antiguo
que veía enmohecerse el pan sin comprender con exactitud que proceso se desarrollaba ante
sus ojos. Pero se debe ser aun más exigente y dar un paso más lejos y, como aquel griego,
preguntarse como se convertía el pan en carne y sangre humanas a través de la ingesta (en esecaso, los cambios de estado de la materia ya no eran tan claros como los del agua o el fuego
que ascendían en forma de vapor). Aquel hombre sólo podría achacar tales cosas a lo
inexplicable, hasta que alguien se detuvo a tratar de explicarlo; trató de hacerlo y erró en su
explicación… pero lo intentó y lo hizo de una forma realmente audaz para la época. Esa
audacia es la que hace falta en este momento.
Las primeras etapas de la ciencia son más difíciles así que el simple planteamiento de las
cuestiones fundamentales se convierte en un gran paso en la dirección de encontrar una
respuesta razonable.
Dicen que la ignorancia es atrevida, ¡bienvenido atrevimiento!; la curiosidad sin atrevimiento
conduce a claudicar ante cualquier explicación brillante que se de a toda una estructura
fenoménica y creer ciegamente en la palabra del primero que la de: La ignorancia sin
atrevimiento no es más que una máquina de acumular ignorancia.
¡Sapere aude! (¡Atrévete a saber!) Esta frase que parece el slogan de un ministerio de
educación y ciencia del siglo pasado, es un llamamiento a la posibilidad de conocer pero,
también, implícitamente, marca una línea divisoria con la ignorancia voluntaria, con la
ignorancia atrevida. “Atrévete a saber” es una llamada a estar con los audaces que pretenden
escapar de la ignorancia y, como no puede ser de otra manera, a poner para ello sus
conocimientos en común, compartirlos y extenderlos para que puedan ser corregidos y
ampliados por criterios mas perfeccionados: Atreverse a saber para que se llegue a saber,
para que todos puedan llegar a saber.
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Deberían fundarse las bases sólidas (pero flexibles) desde las que poder hacer una “nueva
ciencia de la naturaleza paranormal” que englobase todos los fenómenos paranormales y,
para ello, sólo cabría el debate abierto, ya por vía congresual o a través de las redes que tantas
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facilidades dan para este tipo de cosas. Ignoro qué solución se pudiera dar a estas cuestiones y
no me preocupan lo más mínimo: si ha de ser se encontrará la forma.
Es evidente que no sólo sería una la filosofía de la PSBF que surgiera de estos debates, el cisma
de inicio parece más que previsible pero, si se estructuraran diferentes escuelas de estudio de
lo paranormal ya no podría haber estudio serio que no siguiera las pautas del método
científico. Más tarde, ya habrá quien unificase las conclusiones de las diferentes filosofías, eso
es inevitable, como digo, nada de eso es preocupante: todos los procesos constitutivos de
sociedades de estudios se parecen y siguen normas parecidas.
Anteriormente hablé del estado de las cosas social dentro de la investigación de lo
paranormal, ahora hablaré del estado de lo conseguido en cuanto a conocimientos.
Como sucede en el proceso cognitivo de los niños, al principio, el lactante no mira para actuar,
actúa para ver. Progresivamente pasa de elaborar información como mensaje concreto a hacer
una interpretación general. Así, de registrar la existencia del objeto pasa a registrar su esencia
(de ver un juguete con su forma definida, concreta y diferente a otros juguetes, entiende quelos juguetes pertenecen en sí a un grupo de objetos que es definido, concreto y diferente a
otros- “De la sensación procede la memoria. De los recuerdos repetidos procede la experiencia,
es decir, la capacidad segura para percibir el elemento universal entre varios recuerdos. Esta
capacidad para distinguir lo universal de las cosas particulares es a su vez el origen de la
técnica y la ciencia, de las cuales la técnica se ocupa del devenir y la ciencia d el ser” .
Aristóteles.-). Esto supone un incremento en la mejora de la eficacia operativa del niño y su
entendimiento. La prueba-error (la empíria) se hace útil no tanto como para crear
inteligencia sino como para conocer y adaptarse a la realidad. Más tarde, unida a la
herramienta fundamental del habla (estructura metódica) es cuando se produce la
verdadera consecución de la inteligencia.
El estado actual de la investigación de lo paranormal se puede deducir de este modelo natural
que nos es tan cercano y tan apropiado para el tema, ya que es el modelo de cómo los seres
humanos tenemos acceso al conocimiento en el mismo principio de nuestras vidas.
En la actualidad, las investigaciones paranormales han clasificado los objetos y se conocen sus
características pero, si cada vez que se recoge un fenómeno se produce una sorpresa (el
registro de un objeto y no de su esencia) quiere decir que no se ha pasado de la empíria
clarificativa, que ni siquiera se ha llegado a la prueba-error. Justo se ha identificado (sin poder
presentar pruebas incontestables) que los fenómenos paranormales son diferentes de los
normales, lo cual es un conocimiento realmente magro.
Es frecuente que quien defiende la investigación paranormal de los ataques de las orbitas
científicas se escude en los “brujitos de túnica” pues “ellos son los que desprestigian con su
falta de gusto el trabajo de los investigadores rigurosos”. Sin embargo, lo que más ha
desprestigiado estos estudios no es ya la falta de avances, sino de resultados… en singular:
de resultado, de un sólo resultado concluyente en ciento treinta años de investigación.
Es cierto y se ha de reconocer que la porción más racionalista de las investigaciones, la
parasicología, ha introducido en el ámbito científico (en la sicología) la hipnosis y, en parte, latelepatía y la precognición, que permanece todavía en cuestión y fase de estudio.
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¿Algún avance más?
Cualquier investigación científica institucional que durante ciento treinta años fuera tan
improductiva como ha demostrado ser la llevada a cabo por los estudios paranormales sería el
hazmerreir de la profesión científica y terminarían cancelándose por falta de fundamento en
sus premisas, puesto que, cognoscitivamente, no se ha avanzado de ese punto.
No es apropiado ni elegante y, sobretodo, no es justo, culpar a otros de los errores propios;
lo adecuado sería asumirlos y tomar medidas para su reparación.
Por esta razón, mi propuesta sobre las medidas que serían esenciales en este momento, en
cuanto a la investigación, tras (oficialmente) unos ciento treinta años, sería hacer inventario y
balance de lo que hay en el haber de la investigación de lo anómalo, saber con qué se cuenta y
liberarse de las cargas innecesarias, unificar fuentes de información y dar “corporeidad” a ese
cúmulo de conocimientos inconexos.
En paralelo, volviendo al modelo del aprendizaje infantil, la investigación paranormal,
debería “iniciarse en el habla”, es decir, al método y estructuración de lo que es y debe ser elconocimiento a través de una disciplina como una F de la PSBF.
Por un lado, esta sistematización ofrecería un “saber qué”, un conocimiento de lo percibido
mas allá de la experiencia concreta, integrado entre otros, y, por otro lado, un “saber como”,
que orientaría la dirección a seguir en la producción y adquisición de conocimiento.
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Llamamiento
Este llamamiento quiere llegar a tod@ aquel-lla que pueda sentirse interesad@ en formar
parte de una bienintencionada tentativa de trabar un sistema de conocimiento que haga
verdaderamente útil la investigación de los fenómenos anómalos.
A partir de los siglos XV y XVI, el producto del conocimiento humano se multiplicó de forma
exponencial de tal forma que, desde entonces, ha sido ya imposible que un sólo sujeto pudiera
ser consciente de todo el caudal de conocimiento de su tiempo (que es el suyo actual y el
pasado), entenderlo y utilizarlo. La filosofía de la PSBF, por ser una filosofía (un afecto al
conocimiento) con derivaciones en todas las ramas del conocimiento, debería ser un
instrumento abierto al debate (debate productivo y nunca conflictivo o de mero espectáculo
circense) para su avance. Este, como no podría ser de otra manera, debería ser un esfuerzo
conjunto y toda ayuda sería celebrada y bienvenida.
Este llamamiento a la acción intelectual y a no anclarse en la experimentación autista, no
pretende ser un discurso innovador ya que, como dije, hace tiempo vienen oyéndose voces en
la misma dirección; lo único que trata de aportar es un punto de partida estructurado y no sólo
una opinión infundada o fundada pero lanzada al aire. Ignoro si están en marcha otras
iniciativas como esta y pido disculpas por mi desconocimiento si las hay; sin duda, sería lo más
lógico que existieran en vista del estado ruinoso de las cosas.
La pretensión del texto es, como decía, un punto de partida para el discurso fruto del debate
de otros (los investigadores y otros sectores dedicados a los fenómenos anómalos); lo que
venga después de este llamamiento será previsiblemente más difícil y complejo.
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Ignoro de qué manera se pueden estructurar los trabajos, los debates, el reparto de tareas,
etc. Por ignorar de todo esto, ignoro si, con mis más que limitados conocimientos que
proceden de la reflexión sobre notas tomadas de aquí y de allá y no de un conocimiento
realmente profundo (*), podré aportar a esta acción intelectual algo más que este llamamiento
pero estoy convencido de que otros, más tarde o más temprano, sí serán capaces y/o más
valientes. ¡Os animo a ello!
(*) Si la ciencia infusa existió en tiempos de Sócrates se agotó antes de llegar a mí: encontraréis algunos de los
temas, aquí tratados, ya advierto que no todos, en la Wikipedia –la cual recomiendo vivamente- expuestos con más
detalle y en todo su sabor; yo sólo los he engarzado en un hilo argumentativo que allí no resulta tan claro ni dirigido
específicamente a este tema.
2- Crítica a los defensores de la ciencia como método para unabuena vida (moralismo o culto a la ciencia) en defensa de la
ciencia como único método de investigación no subjetivo
En algunos lugares del tiempo, grupos de opinión procedentes tanto de la religión
estructurada como de la ciencia institucional, decidieron que su pensamiento era algo más
que una explicación del mundo, decidieron que ese pensamiento era el mundo mismo . Este
es el origen de todo dogmatismo y también del suyo.
Por esta razón, una filosofía de la PSBF debería alejarse del dogmatismo y limitarse a sustrabajos en lugar de involucrarse o entrar en conflicto con ideologías que no se
correspondiesen con el objetivo del estudio que, en definitiva, sólo están al servicio del
entretenimiento de ociosos y el mantenimiento de crédulos.
Entrar en conflicto es el trabajo de aquellos que dudan queriendo simular (sobretodo para sí
mismos) tener una certeza con la que convencerse, no de aquellos que saben que el ser
humano no puede más que aventurar hipótesis sobre el conocimiento para nunca alcanzar la
verdad de las cosas del mundo y del universo. Este hecho no se escapa ni a la religión
estructurada ni a la ciencia institucional, pero sí, o eso pretenden haciendo oídos sordos, a los
que entran en liza dando una importancia trascendental a cualquier asunto convirtiendo con
su actitud su guerra en una guerra entre religiones.
En la filosofía de la PSBF, esta falta de bandidismo (de posicionamiento a favor o en contra de
bandos y bandas) debería traducirse en un mayor compromiso con la investigación y, desde
luego, si la falta de compromiso partidario lo fuera para dejar de recibir el parabién y la
protección de unos o de otros, también debería serlo para no describir la realidad como
dictasen esos unos u otros: debería garantizarse la independencia de la investigación y de sus
conclusiones, dentro de lo que esto sea posible y si esto es realmente posible. La opinión
personal e íntima de cada cual quedaría fuera de esta exigencia, naturalmente, puesto que
estos estudios estarían enmarcados en una filosofía y no en una secta, pero los trabajosdeberían eludir cualquier premisa ajena al estudio.
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De entre aquellos que pretenden hacer de su pensamiento el mundo e imponerlo a los demás,
aparecen esos creyentes que requieren de pruebas físicas para fundamentar su fe y esos
cientificistas que hablan de “progreso de la humanidad a través de la historia y hacia el futuro”
(un determinismo metafísico tan claro como el fatalismo cristiano creación-juicio final -alfa-
omega-, el famoso “plan de Dios”, es decir, una teleología, una razón y causa final de todas las
cosas) en lugar de hablar de curiosidad y conocimiento en un presente continuo, es decir, de
conocimiento agnóstico, libre de aquello que Kant entendía como incognoscible pero que
inspiraba el camino de la Razón (que, desde la metafísica, irradia algún sentido a conceptos
como “humanidad” o “sociedad” cuando se pretende relacionarlos con “progreso” o
“bienestar”. –He de precisar que no seré yo quien esté en contra del progreso y el bienestar de
la humanidad, pero claro, yo acepto el concepto kantiano y entiendo ese campo metafísico
como un cuerpo conceptual disperso que, potencialmente, puede producir conocimiento o,
como mínimo, es merecedor de ser rastreado, comprobado y, en la medida de lo posible (y si
es posible), ganado para el saber humano desde la razón; el discurso de la ciencia no piensade esta manera y así debe ser, puesto que la metafísica no entra en sus atribuciones
epistemológicas pero, incomprensiblemente, los cientificistas anti-irracionalistas, de facto, si
creen y lo hacen, por ejemplo, en teleologías -).
La filosofía de la PSBF debe pretender conocer y hacerlo de forma racional, ya que, la razón, es
el único instrumento que posee el ser humano para satisfacer su curiosidad. No se puede
olvidar que quien cree no requiere de curiosidad ni de pruebas que fundamenten su fe, ni de
aniquilar una potencial alternativa por no considerarla como tal, puesto que la fe del creyente
(ya sea en dios, en el orden universal, en el futuro o en el porvenir tecnológico) sólo tiene un
camino y quien no lo sigue sólo puede estar equivocado. Cuando llega ese momento discursivo
que roza la paranoia, el no creyente pasa a tener una “oculta voluntad malintencionada”. (Es
un hereje o un estúpido, alguien con sus capacidades disminuidas por la fuerza de algún
demonio o causa ajena, estupidizante y fanática, que le convierte en una marioneta sin
voluntad propia. El enemigo nunca es persona, este es un recurso sicológico bien conocido en
las relaciones bélicas ya que permite librar al soldado de un potencial sentimiento de culpa
que pudiera aparecer ante la destrucción física y moral del oponente). Sólo cuando se
reconoce alguna verdad a la alternativa se lucha contra ella demostrando así la poca fe que
se tiene en la propia creencia o certeza que, debido a ello, se mantiene y defiende todavía
con más fuerza.
No es poco frecuente confundir “la razón” con “tener la razón”; curiosamente, lo primero
tiende a conducir hacia la paz y lo segundo hacia la guerra.
El conocimiento racional, por definición, debe ser aconfesional, incondicionado moralmente y,
por tanto, no debe dejarse arrastrar por ninguna de estas dos posturas de fe (una religión
mística y otra secular, ambas igualmente trascendentalistas) que pelean como perros rabiosos
por el mismo hueso: ser la idea del mundo en la mente de los más, combatiendo en un campo
metafísico donde la supremacía de los ideales está por encima de las personas y el afán de
conocimiento, donde la victoria total esta incluso por encima de los mismos ideales que se dice
defender.
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He podido comprobar que esta guerra suele hacer mella entre los que nutren las filas de los
aficionados a lo anómalo. Unas veces, las críticas recibidas no pueden caer de forma más
certera sobre la conciencia del que sabe no cumplir con el rigor que aquello que estudia
merece y, aun así, se empeña en tratar de convencer y convencerse de todo lo contrario; pero
este malestar general se debe, por delante de cualquier otra causa posible, a ser un conflicto
impuesto por otros y en unas condiciones no elegidas. Esta es, con frecuencia, una guerra que
sólo existe para otros, para los que atacan, con la única utilidad de reforzar su fe quebradiza
(como acostumbra a ser la de los que participan de una estructura intelectual poco flexible).
Pero es necesario señalar que, también entre los que se dicen interesados en la investigación
de lo anómalo hay quien hace de sus disparatadas certezas religión y goza de las agresiones del
oponente como lo hacían los cristianos primitivos en el anfiteatro del coloso en Roma, felices
(beatus) y sabedores de alcanzar la gloria por el martirio en tal acto.
Con esta actitud no se consigue más que retroalimentar a aquellos que pretenden devolver las
injurias que se hicieron a Galileo, a Servet, a Bruno o a un sinnúmero de mártires que ha
tenido la ciencia, que pretenden devolver injurias con injurias, cargados de razones pero sinaquella luz que la racionalidad impone para comprender, perdonar y archivar las venganzas de
pleitos antiguos sin olvidar ni perder de vista el objetivo vital propio de cada cual, a no ser,
claro está, que ese objetivo vital sea estar siempre en pie de guerra.
Por muchas razones, tampoco este intercambio de mártires sería un tema que debiera
preocupar a una filosofía de la PSBF (ni siquiera conceder mas razón a unas u otras ideas
dependiendo del abultado santoral que presente o de las razones por las que estos fueran
llevados al martirio: los mártires son todos iguales independientemente de la causa; en el
martirio sólo cuenta la experiencia humana de la injusticia y la sinrazón, con lo que es
preferible no fabricar nuevos mártires en aras de un mundo menos injusto y con menos
“ejemplos de virtud” fabricados para las nuevas generaciones). Algunas de estas razones ya se
han expresado mas arriba, otras son más pedestres y genéricas: Los enemigos terminan por
necesitarse; los enemigos, después de combatir en tantas batallas, terminan por hacerse del
mismo bando, de un único bando: el bando de la experiencia común. Los excombatientes de
diferentes bandos se relacionan exquisitamente y minimizan los pleitos que les llevaron al
campo de batalla: el color de las banderas se diluye, la justicia de sus causas se evapora y lo
único que importa al final, es que la experiencia de unos haga física y real la de los otros
verificando con ello que el recuerdo que atesoran no es una fantasía creada en el magma de
la memoria senil.
Al final unos y otros hicieron lo mismo: destruir a un tercer bando que ni estaba en discordia ni
jugaba al juego que, con tanta alegría ahora, ellos rememoran y celebran: la población civil, sus
vidas, sus propiedades, sus expectativas; víctimas que los combatientes no recuerdan porque
sólo eran el decorado de sus atroces “heroicidades”.
Esta filosofía de la PSBF no debería tener vocación de victima sacrificial y, desde luego,
tampoco de victima colateral, es más, esta filosofía no debería tener vocación bélica de ningún
tipo y dejar la guerra para aquellos que viven en, para y de ella.
Siempre se ha dicho que no hay conflicto entre dos mientras uno de ellos no lo quiera, pero la
cuestión puede no ser tan sólo de comportamiento sino que puede tener un calado sustancial,
cuasi químico: Si el agua y el aceite tuvieran conocimiento jamás pelearían entre ellos pormantener su integridad molecular en la mezcla ya que esta “les mantiene a cada uno en su
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lugar”, sin embargo, ¿qué pasaría si se unieran dos aguas o dos aceites? Sólo los iguales
conscientes de su igualdad se pelean, sólo los que entienden la igualdad sin el respeto a la
otredad se pelean, sólo los iguales que pueden ocupar el mismo lugar y beneficiarse con ello lo
pretenden y luchan por él.
Una F de la PSBF, al contrario de luchar por el puesto de otro, pretende conocer lo que otros
abandonaron a su suerte y, si obtuviera frutos de conocimiento, en lugar de atesorarlos los
regalaría a la ciencia institucional para, después, desaparecer. No parece esta una intención
demasiado beligerante, y aun así será atacada. Como dije, hay quien vive para la guerra y no
para la paz y el conocimiento, pero ese no sería un asunto a atender desde esta disciplina.
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En resumen, la guerra entre un mundo estructurado políticamente desde la laicidad y otro
enraizado en la superstición y la religión no sería la prioridad (y pienso que tampoco debería
serlo en el futuro) de una filosofía de la PSBF, ni esta, desde la neutralidad, se debería a unbando o a otro puesto que el tema de su estudio es independiente de cualquier forma de vida
pasada, presente o (potencialmente) futura puesto que, en ningún caso, debería ser una
filosofía ética o moralizante sino una filosofía de conocimiento.
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La ciencia vive en paz o, lo que es lo mismo, en una lucha constante consigo misma
autoevaluándose, regulándose y tratando de unificar sus diferentes puntos de vista sobre
algunos temas esenciales de la física. La ciencia es un sistema complejo y metódico de
conocimiento, una dedicación impersonal, una máquina de adquirir conocimiento. Sin
embargo, “los guardianes de la ciencia”, los cientificistas (mas papistas que el papa) siguen aun
encajados en la misma lucha que, en el siglo XVIII, llevó al fin del antiguo régimen y al
comienzo del declive de las instituciones que lo sostenían ideológicamente, conviviendo con él
en una perfecta simbiosis, desde Constantino el Grande. Su lucha es la lucha por el estado
liberal en contra del estado del antiguo régimen y sus ideales se muestra en tres puntos
fundamentales de la renovación propuesta por los ideales ilustrados:
1-Las instituciones a derrocar encuadran al hombre y, al quitarle la libertad, lo vuelven ruin y
malvado.
2-Las instituciones a derrocar se basan en principios morales y religiosos que pertenecen a la
intimidad de cada ser y no pueden ser impuestos socialmente.
3-Las instituciones a eliminar deben serlo por no estar levantadas desde la razón.
¿Quién, hoy en día, en el primer mundo, no estaría de acuerdo con estos ideales?
Viendo la deriva fundamentalista de los últimos tiempos no es de extrañar que estos
moralistas de la ciencia sigan empeñados en su lucha a favor del estado ilustrado, de la ciencia,
del discurso científico institucional y del suyo propio. No cabe duda de que es preferible no
avanzar que perder terreno, algo siempre es algo, igual que nada siempre es nada; es mejor
conservar que arriesgar no fuera a ser que, entre riesgo y riesgo, todo se perdiera. Es una
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actitud poco valiente pero comprensible: siempre se ha dicho que los cementerios están llenos
de valientes.
Sin embargo, la sociedad occidental ha cambiado desde el siglo XVIII y las instituciones y
actitudes del bando perdedor que sobreviven a aquella vieja guerra se van consumiendo con
mayor o menor vigor, pero se van consumiendo (a excepción de lo que sucede en el primero y
principal de los estados liberales: los EEUU de Norteamérica, donde en lugar de tenderse a la
racionalidad de los ideales ilustrados se aúna su cientificismo con las doctrinas religiosas
protestantes sin que ello sea tomado como un tipo de fundamentalismo peligroso para el
mundo. En efecto, esos cultos protestantes son instituciones nuevas e independientes a las del
antiguo régimen, pero siguen sin ser compatibles con ninguno de los tres puntos del ideal
institucional ilustrado de más arriba. Esto da que pensar: ¿Se buscaba en estos ideales
ilustrados lo que nominalmente se proponía o se escondía bajo ellos la intención de liquidar el
Estado del Vaticano como nación, a causa de su doble poder como estado y como capital de la
Iglesia católica, por tener en cada sacerdote un representante de Dios en la Tierra a la vez que
un espía, un agente de información, de conversión política con acceso directo a la mente de lossujetos vía confesionario y, si fuera conveniente, de agitación?).
No parece ya necesario ese furor defensivo ante una amenaza prácticamente inexistente
dentro occidente (a excepción, insisto, de en los EEUU): la población en masa ha aceptado el
estado liberal como la norma de gobierno básica y cualquier alternativa sólo tratará de ser una
mejora en la misma dirección y no un cambio radical. Sin embargo, en el fragor de la defensa,
aparece el “todo vale para vencer” (para cualquier parte en conflicto) y se pervierten los
ideales primeros que se hicieron merecedores de su defensa, todo vale incluso (como es el
caso) continuar con una lucha innecesaria. Como dije antes, hay quien vive en conflicto y, por
esa razón, cualquier conflicto externo le es útil para vehicular el propio e íntimo: hay quien
vive para, en y por la guerra; siempre es más fácil involucrar a otros a los que hacer sangre que
hacerse sangre a uno mismo y, como comentaré más tarde, la naturaleza siempre toma el
camino que le es más fácil.
Por definición, la ciencia no puede ser moralista, no puede ser una estética (en el sentido
actual del término), no puede ser un pensamiento único cuando, en su propio seno, la
autocrítica y la incerteza son sus principales herramientas de trabajo, sólo superadas por la
curiosidad, el afán de conocer y explicar el universo, lo que en él se contiene y su devenir.
La ciencia no puede ser una mercancía que se “ha de vender especialmente bien” o de forma
especialmente interesada que otras materias en las escuelas porque eso la convertiría en un
dogma que pretende ser troquelado en la mente de las nuevas generaciones. Los
“favoritismos” hacia la ciencia son un flaco favor que se le hace ya que va totalmente en contra
del espíritu científico. En cuanto a la actitud que eso supone no puede más que recordar a la
de las supervisiones escolares que la conferencia episcopal hacia durante el nacional-
catolicismo; desde luego, esta actitud no se acerca demasiado a aquellos ideales que más
arriba se exponen, en tres sencillos puntos, con una razón preclara.
Es comprensible que aquel que conoce algo que considera “bueno” desee compartirlo con sus
congéneres, es una actitud pro-humana que demuestra gran sensibilidad y que ayuda a la
mejora del conocimiento de todos. ¡Es el punto último de todo método científico!: divulgar los
resultados para que sean conocidos, estudiados y si es necesario mejorados o refutados.Nadie puede criticar eso y quien lo hiciese escondería oscuros intereses o, mejor dicho,
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intereses claramente egoístas en un sentido activamente anti-humano. Nadie puede pretender
como adecuado el oscurantismo al que conducen los no menos oscuros intereses y los
trasfondos opacos, pero no se debe olvidar que, el deseo de compartir, cuando se convierte
en deseo de imponer, aunque sea de imponer algo “bueno”, sólo ha causado durante toda la
historia más mal que bien; de hecho, tratar de imponer algo “bueno” ha sido mayor causa de
conflicto, muerte, desgracia y destrucción física y moral que tratar de imponer
conscientemente algo “malo”.
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La ciencia, aun pretendiendo explicar todas las cosas y hechos del universo, no es un sistema
cerrado y dogmático. En la ciencia está todo en construcción y las teorías están sujetas a
perpetua revisión, modificación o refutación. Frecuentemente, la ciencia se confunde con el
discurso científico institucional, que vela por el rigor de la disciplina de una manera tan
enérgica que hasta los mismos investigadores científicos tienen quejas al respecto. Es conocidoel comentario que dice que un nuevo paradigma de la ciencia sólo consigue ponerse en
práctica cuando la anterior generación de investigadores (los conservadores que imponen el
discurso institucional de cada momento) ha retirado sus manos de las probetas o, dicho más
crudamente: cuando la generación anterior de investigadores muere. Así de dura es la
cuestión interna, con lo que no es de extrañar que la investigación de lo paranormal, y más
aún en el estado tan primario y desmantelado en el que se encuentra, sea considerada en su
mayor parte (la más pública y visible) como un entretenimiento de ociosos con hipótesis
ridículas y, en la mayoría de los casos, totalmente sesgadas por creencias religiosas o
espirituales que no se han justificado racionalmente. Un peldaño más abajo de este estrato
oficialista, que no se puede confundir ni con la ciencia ni con el discurso científico institucional
(conservador, ortodoxo o como se le prefiera llamar) están los cientificistas.
Los cientificistas dan una vuelta de tuerca completa al planteamiento de la ciencia
institucional: Para ellos, no es sólo la ciencia la que debería ajustarse al rigor metodológico
sino que este método y su rigor deberían extenderse como forma de vida entre la población de
tal manera que se convierta algún día en la ideología dominante. En otras palabras, se trata de
un moralismo mal disimulado con un barniz científico, que se expresa en algunos casos como
una religión de la esperanza en el futuro tecnológico cosa que, sin duda, no es más que un
trasunto del cristianismo y su parusía. Si se me permite la broma: Quien con cosmólogos se
acuesta, creyendo en Dios se levanta.
Y volvemos a lo mismo: ¿no estaba el pensamiento racional (y con él, consustancialmente, la
ciencia) enfrentado a la irracionalidad que supone la fe religiosa? ¿Cómo pueden entonces los
cientificistas tratar de difundir un subproducto de características equivalentes? En otros
tiempos, cuando se suponía que la fe era infalible, se habría podido “creer” en ella incluso de
forma religiosa, pero la ciencia es falible. Si la ciencia es falible, y lo es, cualquier fundamento o
expectativa moral que emane de ella se estará basando en una verdad que lo será tanto y en el
mismo sentido que lo es la virginidad de María, madre del Cristo Redentor: será una cuestión
de fe o, quizá, de estética, pero exenta de cualquier tipo de razón. Y no me parece inadecuado
volver a recordar que la fe, sea cual sea y a lo que sea, pierde su legitimidad cuando se impone
obligatoria y/o torticeramente (a través de engaños y evangelizaciones alumbradas por lasllamas del infierno o del progreso científico) sobre otras formas de hacer, pensar o creer.
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La ciencia no es una filosofía de vida, es el instrumento práctico de la filosofía racionalista y su
función no es, ni debería ser, formular una moral ni una estética ni tampoco representarla. La
ciencia es el sistema de conocimiento utilizado para describir y explicar fenómenos y formular
leyes que permitan prever su actividad con un método experimental reproducible y falsable.
A pesar de todo ello, no se conseguirá la verdad, sino una certeza suficiente de las cosas, es
decir, trabajar siempre sobre el alambre de la duda constante puesto que ni la
reproducibilidad ni la falsabilidad son infalibles: no es posible conocer todas las cosas y hechos
del universo como para poder deducir de ellos leyes, sin embargo esto se hace pero, en la
actualidad, desde la mas absoluta provisionalidad conceptual.
Este método es el único conocido por la razón para no incurrir en el autoengaño, para tener
alguna certeza de las cosas y los hechos de la naturaleza pero, aun siendo gloria del
conocimiento y la joya de su corona, no se hace necesario imponerlo como religión o forma devida, es más, cuando se trata de hacer algo así no se hace más que perjudicar a tan
imprescindible instrumento del conocimiento. Sin olvidar que, la ciencia despojada de su
ideología y estética racionalista, como metodología, es patrimonio de todos; nadie tiene
derecho a apropiarse de ella y enfrentarla en su perjuicio con otras ideologías o estéticas.
La razón para los filósofos, la ciencia para comprobar la filosofía y prever el devenir natural, las
emociones para los sicólogos y la espiritualidad para los poetas. El conocimiento humano es
sólo uno y, en realidad, no habría obstáculo, como de hecho no lo hay, en encontrar un poeta
filósofo, un filósofo científico, un sicólogo poeta y un científico emotivo, como no es
infrecuente encontrar cientificistas metafísicos que aplican al método su emotividad tratando
de convertir la ciencia en religión y moral (por muy pretendidamente no- dogmáticas que
estas se presenten).
Como sea cada cual privadamente no es asunto de nadie más que de cada cual, eso sí, los
trabajos servidos al público deberían presentarse según las normas propias que estos
requieren a su quehacer; así, un poeta podrá presentar su filosofía sin contradecir su empleo,
un filósofo podrá hacer lo propio y sin empacho con su ciencia y un sicólogo con su poesía,
pero jamás, un científico podrá presentar un trabajo basado en emociones. Si esto es así,
mucho menos podría aceptarse que un cientificista pretendiera hacer del espíritu mecánico
de la ciencia el espíritu de un pueblo si es que (ya que se deja arrebatar por las emociones)
siente algún amor por la naturaleza y el ser humano o, como mínimo, mantiene algún respeto
por la ciencia y lo que, para él, representa.
Como dije más arriba, es pro-humano tratar de hacer llegar aquello que cada cual considera
“bueno” a los demás, darlo a probar y desearlo extensivo y general. Pero en la práctica,
cuando esta decisión sobrepasa el círculo íntimo y se dirige al público, se pervierte en un tipo
de experimento socio-epistemológico no exento de una ética dudosa (dudosa o abiertamente
criminal). No habría una manera más clara de calificar este tipo de experimentos “sociales”
que como “frankensteinismo empírico”. Estos ensayos culturales con sujetos experimentales
humanos no-voluntarios se podrían ejemplificar perfectamente en el espíritu interrogativo y
esclarecedor de Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
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Según la tradición, que sin duda aparece coloreada por el mucho odio que se le tuvo en el
siglo XIII, su época, Federico II Hohenstaufen, mantuvo encerrado a un recién nacido en
aislamiento; de esta manera esperaba conocer cual era la verdadera lengua del ser humano y,
posiblemente, la de Dios. El experimento fracasó porque las encargadas de alimentar al niño le
hablaron en secreto y terminó aprendido el idioma de estas. Fue un sólo niño pero, si el
Emperador del Sacro Imperio se lo hubiera propuesto, los niños podrían haber sido cien,
doscientos, mil… y no habría habido ninguna diferencia en el ámbito de la ética y la moral ni
en el de la história, pero quizá sí en el mundo de la ciencia y el conocimiento: Además de la
satisfacción de ver colmada la curiosidad personal, un descubrimiento como el de una “lengua
humana verdadera”, habría sido fundamental en la historia del conocimiento humano y la
consecución de un “bien común”. Eso, claro está, si existiera una “lengua verdadera del ser
humano” y se pudiera demostrar; demostración que sólo se podría conseguir a través de la
interminable observación empírica, entregando al altar del conocimiento cientos de sacrificios
humanos en forma de vidas perdidas y destrozadas durante el tiempo que fuera necesario
hasta conseguir resultados convincentes.Este sistema de investigación, se puede ampliar de una mazmorra a un campo de
concentración y exterminio y de un campo de exterminio a toda una nación, a toda una cultura
o a un sistema de redes sociales multicultural tendente a un pensamiento unificador y
“amigable”. Quiero ilustrar con este ejemplo cómo los experimentos culturales (las acciones
culturales dirigidas “desde arriba”) no buscan al final comunicar un pretendido “bien común”
sino obtener resultados de conocimiento de quien los pone en marcha sin tener en cuenta los
perjuicios que esto pueda ocasionar o, en el peor de los casos, hacer una demostración de
triunfo sobre otras visiones del mundo con las que entra en competencia, como si hacer
predominante la visión propia imponiéndola, aunque fuera con guante de seda, le concediese
más “verdad” de la mucha o poca que tuviera per se.
Para detectar si alguien quiere compartir un bien y hacerlo común o, en realidad pretende
experimentar con los demás o imponer sus ideas sólo es necesario ver en que punto del
discurso pone el énfasis: Si dice cosas tales como “…he descubierto algo maravilloso…” estará
dentro de la primera posibilidad y si son cosas tales como “…imagina un futuro en el que…”
estará dentro de la segunda. La misma persona puede decir lo primero y, seguidamente,
desarrollar lo segundo en un desmesurado deseo de compartir su hallazgo que se expande en
el espacio y a través de todas las culturas, convirtiendo por proyección el deleite propio en
una imposición sobre los demás (que considera razonable y a favor del receptor en una
relación imposición-bien recibido) que traspasa incluso el tiempo de la propia existencia
individual y, ya puestos, se hace motivo para ser merecedor del buen recuerdo de las
generaciones a venir. Nadie está libre de este deslizamiento ético ya que, como dije antes, el
deseo de compartir es un rasgo pro-humano, y el hacerlo de forma inocente y desinteresada,
uno de los más bellos y necesarios actos que puedan llevarse a cabo.
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La metafísica ha sido relegada por el racionalismo al cajón de la creencia y el pensamiento
mágico pero, en cuanto a creencias, si se concede acta de realidad objetiva a la observacióndel mundo sensible (y se da) se está hablando de un tipo de metafísica encubierta y el mundo
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tecnológico ha avanzado desde siempre sobre ese presupuesto sin que, por ello, el discurso
científico institucional durante la historia haya hecho demasiado ascos (en realidad ninguno),
reconociendo de forma implícita que se mantienen dos líneas discursivas: la mas lógica y
filosófica que queda para los epistemólogos y sesudos filósofos de la ciencia, y la operativa,
la que da por hecho el materialismo mas absoluto donde “las cosas son lo que son”, o lo que
es lo mismo: una ciencia cierta, una verdad. No parece esto compatible con una ciencia falible
en la que sólo se anda sobre incertidumbres, pero sobre esos railes avanza la técnica sin
ninguna traba (todo lo contrario) por parte del discurso científico institucional y con el aplauso
del discurso cientificista que, con la confirmación metafísica del ultra materialismo técnico ve,
como en una visión mística, la realización de su fantasía cientificiosa, pero, en realidad, la
ciencia se basa en presupuestos evidentemente opuestos.
Pero hay más brechas discursivas en la posibilidad de hacer ciencia científicamente y trataré de
presentar algunas mas adelante; quizá no haya una línea divisoria tan clara entre lo racional y
lo irracional como la tradición nos ha querido hacer ver o algunos quieren (o necesitan) creer y
hacer creer.
Se dice que la ciencia no puede explicar la fenomenología paranormal y que, por lo tanto, sólo
puede ser un fraude. La ciencia es un instrumento hecho a medida de la razón y no me refiero
a una “razón” como concepto absoluto y abstracto que circula por “el aire del pensamiento”;
El discurso científico actual es la prolongación orgánica de la ideología racionalista de los
siglos XVI, XVII y XVIII.
Los avances científicos logrados desde esas épocas son evidentes; el método permanece
prácticamente inalterable por su validez pero no hay que olvidar que los ideales que
sustentaban el método, la ideología racionalista e ilustrada, se mantiene en le discursocientífico institucional desde hace cuatro siglos incluyendo en sus premisas, prácticamente
inalterables, los mismos prejuicios que incluían entonces; aquella ideología filosófica ya ha sido
criticada y en su mayor parte refutada desde la misma filosofía, desde los nuevos ideales
políticos y desde los nuevos requerimientos sociales y humanos que la obligan a modificarse y
ampliarse en lugar de permanecer inalterables. Estos intactos ideales se dicen respaldados por
la ciencia pero hasta la ciencia cambia. Entonces, cabría preguntarse respecto a los logros
científicos, tecnológicos e incluso sociales conseguidos: ¿los avances que hoy disfrutamos se
deben a un abstracto devenir histórico cercano al hado o al destino inevitable de la especie
humana en su camino inevitable hacia el progreso (que es como tantas veces se nos ofrece el
futuro científico y tecnológico) o son sólo aquellos que ha permitido una cierta y concreta
forma de pensar? Es decir, el discurso científico institucional, respaldado por la ciencia,
¿avanza hacia el futuro como una luminosa punta de flecha, necesaria e imprescindible,
protectora y providencial, que ilumina la dirección del destino de la humanidad en su
constante progreso positivo o sólo trabaja para hacer tangibles en nuestros días las fantasías
de gente de hace cuatro siglos?
En realidad, la respuesta a estas preguntas es indiferente ya que, en ninguno de las dos
opciones que se dan parece tenerse en cuenta a las personas como sujetos tomados uno a
uno. La generalización es imprescindible para poder entender los fenómenos naturales y
mesurarlos pero eso sólo es válido para los objetos, no para las personas; las personas
siempre son una sola tomada cada vez. Se pueden hacer analogías en cuanto a sus aspectos
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físicos (medicina) e incluso, estadísticamente, hasta sicológicos, pero no se puede decidir por
todos ellos como personas y mucho menos en nombre de la ciencia. En ambos casos, de lo
que se habla no es de un afán legítimo de conocimiento sino de un modelo ideal de este y de
su aplicación sobre la sociedad y, en esa “leve” confusión, emerge un tremendo error de
extralimitación funcional. ¿Existe acaso algún tipo de realidad en el ideal de una pretendida
perfección tras la que la ciencia deba correr, como una especie de primer motor inmóvil
aristotélico al que los hechos y cosas del mundo tienden a acercarse y parecerse? Si existe será
sólo en el campo metafísico y, por lo tanto y ofreciéndoles una mejora en su rigor discursivo,
los ideales cientificistas no deberían buscar respaldo ni en la ciencia ni en la razón, sino en una
religión laica de barniz científico, o bien, retirar de su discurso las proyecciones metafísicas.
Insisto, si algún cientificista leyera esto no debería entenderlo como un ataque sino como una
descripción que puede serle de utilidad: Religión proviene de “religare” , estar obligado con
Dios por una vinculación piadosa, o lo que es lo mismo: unir lo creado con su creador (entre
otras interpretaciones de la expresión- muy interesante la de Ortega y Gasset que, aun siendo
diferente a esta, difiere poco en su significado profundo-); si en el ideario cientificista estánincluidos el principio y el final del universo y, entre esos dos momentos, existe una dirección
a tomar que es preferible a otra (o resulta preferible tomar alguna en lugar de no hacerlo), -
el progreso de la humanidad, por ejemplo-, es que en su ideario está instalada la religión, la
búsqueda de la unión entre lo creado y su creador, y el pack viene con una moralidad de
regalo que define como vivir la vida mientras el destino culminante va llegando.
Se ha pretendido prescindir de la parte del conocimiento que potencialmente pueda proceder
de lo irracional. Al cuadrarle las cuentas al conocimiento convencional en su parcela acotada
de racionalidad, no ha precisado de dar explicación a esa parte mutilada de la realidad
conceptual, aunque los cientificistas parecen precisar que, además de estar mutilada, debe
desaparecer o, lo que es lo mismo, hacer oídos sordos a lo que evidentemente creen que
existe pues se evidencia en su propio discurso. Insisto en la extrañeza que me causa que
acudan a la metafísica para estructurar sus concepciones ofensivas dinamitando de esta
manera su propio discurso; en fin, quiero pensar que se trata de un tipo de muletilla que ha
calado por su uso reiterado como arma arrojadiza dentro su conflicto larvado o se debe a
aquello de que “el fuego con fuego se combate” y “el fin justifica los medios” y no a una
auténtica concepción fundamentada: ¿defensores del rigor científico y, a la vez, creyentes?
Imposible, y ¿creyentes en el futuro? en fin, ya digo, prefiero pensar que se trata de error por
acumulación de uso de un argumento y sólo les deseo que no cale tanto en ellos que terminen
por creerlo de forma fehaciente.
Para algunos que pretenden ser cientificistas a los que llaman “pseudo -escepticos”, la
desaparición de los fenómenos irracionales del espacio público sería en realidad una catástrofe
para sus cuentas corrientes, su ego y la falta de “sparring” , de enemigo al que dar de
bofetadas con total impunidad y aquiescencia divertida de su público, lo que demuestra que,
además de no ser auténticos escépticos ni siquiera son cientificistas, sólo polemistas que
ganan su pan con ello. En fin, todo conflicto conlleva suciedad y heridas abiertas, terreno
abonado para los parásitos infecciosos que, sin duda, habrá en todos los bandos del conflicto.
He aquí una razón más, esta puramente higiénica, por la que la F de la PSBF debería
mantenerse al margen de conflictos innecesarios y de infecciones similares.
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Hasta ahí bien, todo previsible, el error del discurso científico institucional o, mejor dicho, de
los cientificistas, aparece cuando pretenden ofrecer al público general la imagen de la ciencia
como explicadora total de la realidad y, sobretodo, cuando se extralimitan (una vez más, para
eso están respaldados por la verdad y, además, científica) tratando de publicitarla como la
estética “mas atractiva”, la forma de vida mas completa…es decir, cuando invaden un
territorio sociocultural que no corresponde a la ciencia por ser esta estrictamente un
instrumento de intermediación experimental con los fenómenos físicos que describe la
razón.
Naturalmente, la ciencia convencional no puede dar cuenta de lo irracional y esto tampoco es
exigible a la ciencia institucional. Y, sin miedo a reiterarme, no es que el fenómeno no exista
(decantarse entre la existencia o no de lo paranormal sería aceptar por verdadera una opinión
apriorística ya que, en la investigación, no se ha pasado de la observación empírica en la que se
han detectado algunos indicios que están por procesar) sino que la ciencia no está pensada
para enfrentarse a ese tipo de fenómenos que, de entrada, fueron desechados por la ideologíaque la desarrolló (ya que pretendía sacudirse de encima el agobiante sistema escolástico del
cristianismo occidental y, con todo argumento de conocimiento irracional, la religión
institucional). Pero acostumbra a pasar que, quien sale de una cárcel (y con más razón si la
condena ha sido larga) siente temor por los espacios abiertos, y de una cárcel pasa a
introducirse en un corsé conceptual que le imponga los límites de la seguridad carcelaria; eso
fue exactamente lo que hicieron los primeros filósofos científicos de la edad moderna: acudir
al reduccionismo, que al fin y al cabo, es la única forma de ir avanzando en el conocimiento. El
discurso científico, como digo, desde su ideología, no puede enfrentarse a esta fenomenología
pero su método, que le excede en todo, sí o, por lo menos, debería intentarlo ni que fuera para
descartar concluyentemente los indicios mencionados.
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El conocimiento precisa sicosocialmente de argumentos acientíficos para su avance.
La filosofía comenzó en Grecia debido al hecho del comercio con otras culturas, lo que
posibilitó comprender que cada cultura tenía sus propias divinidades, creencias y costumbres
y que, por tanto, los moradores del monte Olimpo no eran los únicos dioses ni el dogma
defendible por la razón, como había sido hasta el momento.
El afán de conocimiento que proporcionaba la razón de aquellos griegos se vio en la
necesidad de hallar en la naturaleza las respuestas a la propia naturaleza en lugar de
buscarlas fuera de ella. Por otra parte, el concepto de humanidad propio de las polis o del
interior del mundo heleno debió ampliarse para acoger las relaciones éticas y legales con otros
pueblos extranjeros (de igual a igual entre partes de un contrato –aunque se les despreciase
como extranjeros-). Todo esto habría sido por si mismo un gran avance humano y social, pero
fue un hecho todavía más fundamental el que propició la filosofía griega: Una sociedad
gobernada por una minúscula aristocracia donde el 20% de la población eran metecos
(extranjeros libres sin derecho a voto que vivían en la polis) y un 70% eran esclavos. Para el
aristocrático 10% restante de la población estaba reservado el gobierno de la polis e ir a la
guerra (ayudados siempre por mercenarios y esclavos particulares) y, sobretodo, llenar el tediode las horas ociosas. Llenar ese tedio, la ociosidad, fue lo que propició el nacimiento de la
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filosofía y las bases del conocimiento occidental, de lo que se podría colegir, sin mucho
esfuerzo y menor error, que nuestra civilizada cultura europea procede de esclavizar a otros
(supremo ideal que, siempre que ha podido, ha puesto en práctica y rendido honores).
Hoy en día, la investigación científica requiere de ayudas económicas privadas o estatales que
permitan que los científicos “piensen” por los demás, tal y como, en otros tiempos, se hacían
donaciones a los conventos de monjas de clausura para que rezaran todas las horas posibles
por el bien de la cristiandad (de toda la humanidad…que consideraban merecedora de las
oraciones). En efecto, en el ayer histórico, era un privilegio aristocrático poder pensar por
uno mismo, hoy, pagamos para que otros lo hagan por nosotros, lo cual no es obstáculo para
que sigamos considerándonos ciudadanos de pleno derecho, aunque quizá las cosas no
hayan cambiado tanto como creemos.
Por triste y sórdida que pueda parecernos nuestra historia (en el pasado y en el presente), hay
un hecho incuestionable: sin dedicación exclusiva o muy continuada al conocimiento es muy
difícil acceder y avanzar en él; todo discurso precisa de una continuidad y, frecuentemente, si
el discurso es tortuosos y fragmentario (y las causas para ello son externas al conocimiento yacuciantes para la supervivencia y dignidad del investigador), las ideas “brillantes” tardan más
en emerger o, directamente, no emergen.
En un sentido meramente sicológico, el investigador no puede mantener un espíritu
científico en todo momento durante las experimentaciones. Por ejemplo: si un científico de
laboratorio se plantease desde el rigor epistemológico absoluto si debería aceptar la
convicción, o no hacerlo, de que las páginas del manual que tiene en frente son siempre las
mismas, es decir, que al pasar la página encontrará lo que busca y conoce de antemano que
está allí escrito por la experiencia acumulada de haberlas leído varias veces en otras ocasiones;si debiese justificar razonadamente, y cada vez, que la evidencia experimental que le lleva a
tocar la espita del mechero Bunsen con la intención de que este se encienda, no es una
creencia infundada desprendida de una acumulación de hechos empíricos limitados que no
son de ninguna manera concluyentes (el gas podría estar cortado de la llave general o estar
cortado el suministro por avería o impago de los laboratorios con lo que la evidencia se
demostraría como una creencia injustificada), etc., etc.
El conocimiento requiere de ciertas “trampas” menores, de recodos oscuros de falta de rigor
para la consecución efectiva de las acciones especulativas y, sobretodo, experimentales. Si el
rigor epistemológico fuese absolutamente estricto se detendría la máquina de la investigación
científica. Los experimentos que pudiera hacer hoy un becario en dos horas tardarían varias
generaciones de primeras figuras de la lógica metodológica experimental en poder concluirse.
Ya he hablado del marco que requiere la ciencia para que esta exista y de los automatismos
sicológicos requeridos durante el quehacer investigativo, pero hay más de estas
irracionalidades necesarias (no esenciales pero si coadyuvantes) para que pueda accederse al
conocimiento. Trataré en las siguientes líneas de mostrar alguna de ellas.
Si la investigación pudiera mantener siempre su máximo rigor, si esta no fuera consciente de
los imponderables que existen y si dejara de entender que es preferible “hacer” que “no
hacer” (esta preferencia no está exenta de sesgos ideológicos y emocionales, de prejuicios
morales y de creencias trascendentales-que pueden ser tan perfectamente teístas como
antiteístas-), la ciencia y cualquier tipo de intento de conocimiento sería imposible.
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Si el rigor se hubiera mantenido, investigaciones como, por ejemplo, las de Alexander Fleming
habrían sido descartadas y sus conclusiones destruidas por falta de método y pulcritud, sin
embargo recibió el premio Nobel (aunque entiendo que eso no sea ninguna garantía
científica, de hecho, casos como este son la demostración de todo lo contrario).
Fleming hizo dos descubrimientos en su vida; el primero se debió a que un esputo de sus
estornudos fue a parar a una de las placas de Petrie (y no desecharla automáticamente una vez
detectado este hecho), el segundo, donde se veía implicado el hongo penicilium, se debió a
que las placas estaban sucias y descuidadas, como el resto del laboratorio. El descubrimiento
se produjo cuando iba a destruirlas ya que era evidente su mal estado de conservación.
Si el propio Alexander Fleming hubiera sido más riguroso no habría descubierto la penicilina.
Sin embargo, los resultados han demostrado estar por encima del rigor, y gracias a que se
entendió así en su momento, el mundo ha mejorado su expectativa de vida (y también las
farmacéuticas).
Como ya dije, el fin parece que justifica los medios para el discurso científico institucional:
Se ha calculado que entre el 33% y 50% de todos los descubrimientos científicos son fruto dela casualidad y no de un método ni de una reflexión consciente.
Con lo que queda claro que, para la ciencia institucional, la operatividad está por encima de la
ciencia misma (como dicta el sentido el común), aunque cada vez que esto sucede no sea más
que otro fracaso para la ciencia. (Lo mismo sucede con cada avance tecnológico que,
afirmando la positividad del conocimiento construye verdad en lugar de mantener el
escepticismo).
Casi la mitad de los descubrimientos científicos se ha producido por pura casualidad.
Los científicos triunfantes de un experimento dicen: “tuvimos suerte”; John B. Rosser dice:
“El matemático no debe olvidar que su intuición es la última autoridad ”… ¡Vaya!,
“casualidad ”, “suerte”, “intuición”, por lo que parece, he aquí tres de los verdaderosfundamentos del espíritu científico y de su lucha contra la irracionalidad.
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Según Kunh, el científico tiene una teoría en su mente (intuición) antes de diseñar y llevar a
cabo las experimentaciones que le llevaran a la observación empírica. Esto implica que la
manera en que la teoría es comprobada esta dictada por la naturaleza de la misma teoría. En
efecto, cuando de la observación se da el salto a la teorización de lo observado las cosas
cambian y el sesgo ideológico, la preconcepción, se convierte en el objeto que observará el
investigador en lugar de la naturaleza misma. Pero Kunh no es el único, según Hanson, la
observación es dependiente del marco conceptual del observador, es decir, que las
preconcepciones afectan a la observación y descripción de los objetos.
Karl Popper dice: "No sabemos, sólo podemos conjeturar. Y nuestras previsiones están guiadas
por la fe en leyes, en regularidades que podemos descubrir, fe acientífica, metafísica (aunque
biológicamente explicable). Como Bacon, podemos describir la propia ciencia contemporánea -
el método de razonar que hoy aplican ordinariamente los hombres a la naturaleza- diciendo
que consiste en "anticipaciones precipitadas y prematuras", y en “prejuicios”.
Paul K. Feyerabend afirma que una metodología científica universalmente válida es un
contrasentido y considera que no pueden dictarse normas a la ciencia para su desarrollo.
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Critica el cientificismo y propone como alternativa un anarquismo epistemológico. Puesto
que no hay certeza absoluta en los conocimientos que se van obteniendo y no se sabe cuales
serán los paradigmas dominantes en la ciencia del futuro, descartar conocimientos ahora
supone cerrar puertas al mañana. La ciencia carece de objetivos estables y no es posible
desplegar un criterio científico uniforme de verdad científica.
Feyerabend estudió la historia de la ciencia y concluyó que durante ese tiempo no había
muestras de un proceso genuinamente metodológico ya que grandes avances en el progreso
científico se debían a haber violado el método correspondiente. Feyerabend, no sin sorna,
dice que, si los que creen en el método científico quieren formular una ley universalmente
válida, cualquier cosa vale.
Todo son frentes abiertos para los moralistas científicos: Radicalización religiosa en oriente
debida al desengaño de la política de bloques (y la conferencia episcopal que no cesa aquí, en
casa, y un Vaticano para el que la guerra y la pobreza son problemas del siglo en los que la
Iglesia no debe inmiscuirse-al César lo que es del César y yo me lavo las manos de ese crimen-
y, por el contrario, temas como el aborto y el divorcio sí merecen su atención siendocuestiones tan absolutamente seculares como las anteriores y, si lo son teológicas, ya habrá un
juicio al final de los tiempos donde se interponga el atenuante de la libertad humana, el libre
albedrio dado por Dios a los hombres, pero en ningún caso son cuestiones que deban
preocupar a la Iglesia más que la guerra o el hambre del mundo si se han lavado las manos de
su responsabilidad en el ámbito mundano), las políticas neoliberales, que habían ido
cumpliendo hasta hace unos años (falsas promesas pre y post perestroika), cierran el grifo
estatal de la investigación para que, progresivamente, se liberalice esta al mejor postor… En
fin, ni en casa ni fuera de ella. Si se me permite una broma más: al final, los cientificistas
recibirán con los brazos abiertos a los paracientíficos de método porque no les quedarán más
colegas que compartan el método científico, como terminará sucediendo con las bodas y las
adopciones de hijos por parejas del mismo sexo, que al final serán aceptados por la iglesia al
ser ya los únicos usuarios que pretendan servicios de bodas y bautizos.
Pero los cientificistas ni siquiera pueden estar tranquilos en el propio entrono familiar: La
guerra entre el posmodernismo y el realismo científico; para los primeros, el conocimiento
científico es un discurso más, que no es representativo de ninguna verdad fundamental y, claro
está, para los segundos, el conocimiento científico revela verdades fundamentales de la
realidad.
Ante todos estos hechos, se puede prever que:
-La ciencia como método y como sistema de conocimiento ni se inmuta: sólo es una máquina.
-La institucionalidad científica se ve quebrantada en su integridad geográfica y
económicamente pero confía en la fortaleza de la ciencia como portadora de la verdad (la
verdad científica).
y, finalmente,
-Los cientificistas, que ven peligrar su proyecto de fe global y se empeñan en no querer
entender que existen otras sensibilidades y otras muchas formas de vida, y que toda
imposición que se haga sobre ellas es ilegítima, contraria al espíritu de los valores ilustrados y
a la ciencia como idea de conocimiento.
La ciencia podría ser imposible científicamente a la luz de tantas críticas que se le hacen y detantas fisuras en la rigurosidad como presenta, aun así, la ciencia toma el camino de preferir
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hacer que no hacer, de aprovechar el error útil en lugar de rechazarlo y la tecnología sigue la
ruta de la operatividad prescindiendo de cualquier argumento filosófico que le pueda poner
trabas teóricas. Por su parte, el ser humano, por sesgada que esté su observación, en sí y
para sí, en su íntima relación con el exterior de su ser, su experiencia radical seguiría siendo
la que representan los fundamentos que, según el naturalismo metodológico, permiten el
pensamiento científico, por criticados y arcaicos que se los considere:
-Realidad objetiva y consistente
-Capacidad humana para percibir la realidad con precisión
-Existencia de explicaciones racionales para cualquier elemento del mundo real.
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Para finalizar, según Charles Sanders Pierce hay cuatro maneras de formular opiniones:
1-la tenacidad
2-La autoridad
3-La apriorística
4-y el método científico
El método científico, dice, “es en el que la investigación se tiene a sí misma como falible y, por
ello, se pone a prueba, se critica y se mejora a sí misma”. En las otras tres, quien formula la
opinión cree en lo que dice, piensa que tiene razón y que no se equivoca.
Los mor