Populismo en América Latina o la prudencia ante la polisemia.
Autora: Mª Celeste Gigli Box
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Resumen: La idea de populismo ha sido una atribución dada a los gobiernos de Latinoamérica con
frecuencia. Pero al repara en el significado preciso del concepto, este se emplea de modos diferentes.
sin ingresar en el espacio de los juicios de valor, veremos que una idea tan naturalizada como la de
populismo no posee una noción uniforme, y sus ambigüedades, en muchos casos, ponen esa idea en
seria interdicción. Palabras Clave: populismo, capitalismo, pueblo, América Latina.
Abstract: The idea of populism has been a frequent adjectivation to Latinamerican’s governments. But
at the very moment to pay serious attention to its meanning, we can realize that isn’t a uniform one.
Staying out of all kind of moral judgments refer to it, we can see this naturallized term in our
vocabulary has not a uniform meanning, and its ambiguosity causes its own interdiction as a social
science concept. Key Words: populism, capitalism, people, Latin America.
Breve Reseña Biográfica: la autora es licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales
(UCALP), especializada en Economía Política. Ha sido docente en su universidad de origen, en las
áreas de Sociología y Filosofía Social y Política. En la actualidad termina su licenciatura en Sociología
(UNLP). En la actualidad, se dedica a la investigación en Economía Política e Integración Regional
del Mercosur, especialmente en el área de las relaciones entre Argentina y Brasil. A ello ha agregado,
en el último tiempo, el desarrollo de estos tópicos y de la política en general en el marco de las
utilidades de la Internet 2.0.
Introducción.
Una de las palabras más reiteradas para definir procesos, gobiernos o bien estilos de
dirigencia en América Latina ha sido y es el populismo. Es un hecho que se la emplea de
modos diferentes: pretendiendo describir, clasificar y precisar (aunque en este acto conlleva,
muchas veces, una calificación negativa de la situación -en mayor o menor cantidad). Aún sin
pretender, en estas líneas, ingresar en el espacio de los juicios de valor –el que por cierto nos
haría extendernos realmente más de lo necesario –y acabaríamos por exponer sólo una más
entre las posturas que se disputan un enfoque ‘atinado’ o ‘definitivo’ acerca del fenómeno.
Pero tal vez, lo más curioso de este proceder es que no nos evitará tantos problemas como se
podría suponer. El sólo hecho de abordar la misma idea de populismo, no será una empresa
resuelta.
1. Esquema estructural de análisis: El problema de definir.
En lo tocante, abordaremos el fenómeno del populismo como una categoría. Con ello
queremos significar la imposibilidad de plantearlo como un concepto. La razón de esto es que
la connotación misma del término categoría nos permite manejarnos con significados más
aproximativos e intuitivos (sin por ello, reducir el fenómeno a una mera intuición). De este
modo, al pensarlo como categoría, podremos ver un fenómeno en clave de populismo –sin
rozar lo que está más cerca del juicio interpretativo último y definitorio. Otra de las bondades
que encontremos en el abordaje a través de una categoría, es la de incluir una cantidad de
casos considerables que presenten algunas características comunes (mientras el concepto
requiere una mayor rigurosidad lógica y epistemológica –esto es, científica; sin dejar paso a
ambigüedades). En el caso del populismo, si fuese planteado como un concepto, estaríamos
afirmando que existe efectivamente un significado definido de igual modo por la gran
cantidad de la comunidad científica, o bien –en clave kuhniana-, que es el reflejo de los
paradigmas corrientes en la ciencia social. Y los impedimentos que se presentan para ello son
el motivo mismo de estas líneas. Para mencionarlas preliminarmente enunciamos: La
multifuncionalidad del vocablo: el calificativo de populismo es asignado indiscriminadamente
a casos que son, entre sí, realmente heterogéneos. Puede usárselo para calificar movimientos
sociales, políticas económicas, estructuras discursivas, modos de gestión… y hasta una
‘estética’. Es, en este sentido, apropiado citar una de las ideas del trabajo que inspira estas
líneas1: es incluso utilizado por default en análisis inmediatos -y tal vez apresurados-, que
echan mano del término sin mayor discriminación semántica, a falta de otro que grafique con
precisión y completitud un fenómeno que parece taxativo para el caso. Incluso, existen
combinaciones o adiciones del término, como ‘populismo progresista/socialista/conservador”,
etc. Procede, en este caso, citar una de las expresiones más gráficas para nominar, no ya el
populismo, sino su polisemia: Carlos Vilas, concluye llamando a este fenómeno le populisme
partout2.
Es también asociado con una noción de demagogia –cuando no identificado casi totalmente
con ella. Esto, lejos de ser un error semántico, acaba por contribuir a esta laxitud de
significados, y sigue instalando una noción que puede calificar para procesos tan disímiles
como Batlle en Uruguay (a principios del siglo XX), pasando por el caso de Arbenz (en la
Guatemala de los ‘50s), o la Cuba entre 1934 (con el Coronel Carlos Mendieta) hasta llegar al
’58 con Battista. Es también sabida la utilización que se lo usa como contratara de las
políticas neoliberales en materia de política económica, asimilándolo a un estado que recuerda
el rol activo de los tiempos del welfare state. O bien, es referido como término ‘más
1 Moira Mackinnon y Marcelo Petrone (comps.): Populismo y neo-populismo en América Latina. El Problema
de la Cenicienta, EUDEBA, 1998.2 Carlos Vilas: “El Populismo Latinoamericanos: un Enfoque Estructural” en Desarrollo Económico, numero
111, 1998.
científico’ cuando se quiere señalar una red de clientelismo político. Es dable aclarar que estas
nominaciones incorrectas no distinguen entre izquierda o derecha. Ambos extremos han
utilizado el calificativo para sus contrarios: los conservadores (generalmente, posicionados en
políticas económicas que bregaron por un estado mínimo) lo han signado como el causante de
los brotes inflacionarios, la hostilidad para con la inversión extranjera directa (IED) y una
inestable gobernabilidad. La izquierda, por su parte, acusó al populismo de embaucar a las
masas, distrayéndolas con medidas que les hacen creer en una mejora que es sólo aparente –
ante una realidad que sólo perpetúa en el poder a los que les dan nada más que unos pocos
privilegios.
En segundo lugar, como la noción de populismo ha sido objeto del estudio de sociólogos,
historiadores y cientistas políticos; la unidad de criterio para abordarlo no fue la regla: no sólo
en lo que hace a los diferentes paradigmas teórico (de suyo con su respectiva dimensión
ideológica) disponibles en el ámbito de cada espacio de las ciencias sociales, sino que
también, han recortado diferentes aspectos como definitorios a la hora de establecer lo
fundamental para encontrar la ‘esencia’ del populismo.
En último lugar, no se deben soslayar nociones ideológicas –o, que al menos, están fuera de lo
que puede ingresar en el espacio ‘científico’ pero están presentes a la hora de analizarlo-
cuando se cualifica el grado de ‘populismo’ de un proceso. Es aquí donde debemos tener en
cuenta tres cuestiones. Para empezar, la comuna científica está inscripta socialmente en lo que
se suele llamar intelectualidad de una sociedad. Y ella es objeto de una severa denostación
por parte de los políticos que son tildados de populista/neopopulista por estos intelectuales.
Para continuar con esto, es conveniente atener a la opinión de Weffort3, quien afirma que esta
suerte de tensión entre los que son calificados de tales y los analistas, es debido a que el
populismo surge en el interregno de entreguerras del siglo XX –con un fascismo en ascenso y
3 Francisco Weffort, Clases Populares y Desarrollo Social (Contribución al Estudio del ‘Populismo’), en
Revista Paraguaya de Sociología, Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, Año 5, número 13, 1968.
la revolución rusa ya constituida, lo que definió a la concepción liberal decimonónica en un
actor profundamente antipopulista, que concebía el personalismo y las masas un emergente
grosero en esa lógica de apelación al pueblo que ejercía el líder de entonces. En el caso de los
espacios del análisis sociológico y politológico de entonces, el autor señala que el panorama
de las prescripciones intelectuales liberales incluían la recomendación de una democracia
representativa, una elección racional de medios para concretarla –dejando de lado ese estilo
emotivo de los líderes populares y la decadencia parlamentaria-, era la mayor empresa
necesaria que debía tener una sociedad, para no ser reemplazada por esos manejos populistas.
En último lugar, no debemos olvidar que en un espacio donde la democracia participativa
siempre pareció ser una bandera, es donde surge uno de los grupos que le dan origen a la
palabra populismo: los autodenominados populistas norteamericanos (después retornaremos a
esta cuestión, cuando mencionemos los orígenes históricos y espaciales del término). Pero en
la América de habla latina, el término tiene una fuerte carga peyorativa –y jamás un poder
ejecutivo en ejercicio hubiese osado autodenominarse de tal modo. En estos espacios, vale
más la nominación en clave de toda una batería mayor de términos con carga negativa (como
los casos de gobiernos(s)/actor(es) como zurdo, facho, nazi, pro-establishment, burgués, etc.),
que la de ser un sinónimo de amor por el pueblo y su bienestar.
Por cierto, ante lo que, a esta altura, puede parecer un panorama desalentador, es preciso
rescatar una postura destacable es la de Viguera4, quien no pretende una definición
superadora, sino que sólo pretende reflexionar para dar un uso más productivo del concepto
[para el autor] populismo, si es que no se pueden omitir sus ambigüedades, para dar una
visión global y comparada de la historia de Latinoamérica. Esta defensa de una empresa que
no se arroga la definición ontológica del mismo, da cuenta de no negar las ambigüedades
nombradas –y, a nuestro humilde criterio, insoslayables. En otras palabras, Viguera está
4 Aníbal Viguera: “Populismos y Neopopulismo en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, año LV,
número 3, 1993.
proyectando la utilidad científica para interpretar categorías generales de un fenómeno
político económico y social. El modo de concreción de ello es el de recuperar la idea del
populismo como un tipo ideal weberiano, abstrayendo los elementos distintivos –lo que no
obsta que los casos concretos se presenten en diferentes combinaciones y cantidades de cada
uno-, para luego cotejar ese tipo eidético con los emergentes concretos. Así, la utilidad no es
por generalidad sino por cotejar la presencia [o no] de ciertas características que constituyen
ese tipo ideal. Por eso, para concluir este espacio introductorio, hagamos una suerte de
recopilación de las ideas fundamentales que se han recorrido hasta aquí, y las que luego de
este acápite se desarrollarán:
Los problemas a la hora de ver las concepciones de populismo de los diferentes autores
hacen imposible que se lo presente como un concepto. Esto, lejos de denostar su uso, oficia
por señalar que las definiciones diversas de esta categoría superan con creces a la cantidad de
marcos teóricos existentes en las ciencias sociales para conocer los fenómenos que hacen a la
dimensión social del ser humano.
Esos problemas no inhabilitan su uso, y para viabilizarlo lo proponemos como categoría,
por ser su uso aún explicativo de la multiplicidad de gobiernos que presentaron visos de corte
populista y neopopulista en América Latina.
El hecho de utilizar una categoría como una herramienta, nos da los grados de libertad
necesarios para su uso científico y para exponer sus problemas polisémicas, y aún así las ideas
de populismo –si bien con problemas-, no es eyectada del espacio del análisis científico, en el
que primamos la comprensión de la realidad –aunque más no sea asintóticamente-, antes que
su desconocimiento por causa de no contar aún con los mejores elementos para hacerlo (en
ciencia, esos elementos son los conceptos, que organizados constituirán teorías, las que no son
otra cosa que un modo de conocer la realidad).
2. Dos orígenes concomitantes y su aplicación a un tercer… mundo.
a) Narodnichestvo (Rusia):
En la segunda mitad del siglo XIX, se erige un movimiento socialista utópico de intelectuales
rusos –llamado narodnik (término que proviene del nardo ‘pueblo’, ‘nación’ con contenido
valorativo similar al germano ‘folk’). Es aquí donde comienzan las controversias teóricas, ya
que no existe acuerdo en cuento a quienes deben ser vistos como narodnichestvo: por un lado,
se tomaba en cuenta la denominación que hacía la intelligentsia rusa, que apodaba narodniki o
populista a esa consubstanciación con el pueblo que los llevaba también a oponerse a los
intelectuales -so pretexto que pretendían conducir al pueblo en nombre de ideas abstractas,
descontextualizadas y transferidas de libros para encajarlas forzadamente a la realidad eslava.
Por otro lado, el término populismo fue usado para referirse a todo movimiento
revolucionario ruso no-marxista desde los primeros escritores –a mitad del siglo XIX-; pero,
estrictamente hablando este movimiento se constituye desde 1860 hasta que estalla la
revolución bolchevique5. De este modo, el narodnichestvo nuclear un socialismo agrario de la
segunda mitad del siglo XIX, el cual pretendía que Rusia evitara su etapa capitalista como
condición para establecer la dictadura del proletariado y llegar posteriormente al comunismo
como única vía excluyente. El modo de realizarlo, sería el artel (una suerte de industria
doméstica, formada por una cooperativa de obreros y/o artesanos) y la comuna campesina
pasaría así al socialismo. Pero es preciso hacer una salvedad: los marxistas-leninistas se
habían pronunciado contra el populismo tildándolo de reaccionario -buscando alejarlos de la
vía científica y progresista del proletariado. Canovan6 comenta que el pathos de la distancia
5 A su vez, el período se divide desde 1860 hasta 1870, donde los arriba señalados -populistas revolucionarios-
son líderes; y a partir de 1870, donde el poder está en manos de los populistas liberales.6 Mark Canovan: Populism. Harcourt Brace Jovanovich. New York, 1981.
entre los populistas u el pueblo y el abismo entre el pequeño productor, sus supuestos
representantes y los efectos que este abismo tuvo sobre los populistas. Es decir, el sentimiento
de culpa de privilegiados, el sacrificio de jóvenes que ofrendan su vida, su libertad y sus
futuras expectativas en aras de lo que ellos creyeron era la causa del pueblo; la atmósfera de
un idealismo exacerbado y la ausencia de intereses personales caracterizaron sus campañas
terroristas, y ha vuelto al populismo ruso, tan atractivo como insólito. Allende las
interpretaciones, lo cierto es que la situación del momento propiciaba el surgimiento del
fenómeno: una gran población campesina trabajaba en condiciones míseras bajo el poder
autocrático del Zar. Esto se sucedía bajo la lógica de una política fiscal que destruía a la
obshina y el artel, enajenando al pueblo de su tenencia de la tierra –y su medio de vida. Esto
obstaculizaba el avance del capitalismo, ya que reducía el poder de compra de la gente y
achicaba el mercado. Ante esta imposibilidad, sólo quedaba el mercado externo, pero la
producción industrial era ineficiente, y tenía una fuerte protección aduanera y subsidios
fiscales que la hacían poco competitiva, sin mencionar el atraso tecnológico que la hacía
incomparablemente menos a la producción inglesa, por ejemplo. Carlos Vilas cree que el
único modo de descomprimir esto sería incrementando la productividad, pero sin aumentar el
volumen de empleo7. Así, el capitalismo sólo podía crear islotes de producción moderna (sin
articulación entre sí, ni posibilidad de expansión futura para devenir en el modo de
producción nacional). Ante esto, los populistas sostenían que Rusia no podía enriquecerse por
la vía capitalista, por lo que debía continuar su camino al socialismo por medio del obshina.
Es aquí donde es imperioso retomar una aclaración que hace también Vilas, en cuanto a que el
narodnichestvo no planteaba lo que podríamos hoy concebir como una contradicción entre el
desarrollo capitalista y no capitalista, sino entre desarrollo capitalista y estancamiento. En
pocas palabras, los populistas no negaban la viabilidad de todo capitalismo, sino del inviable a
7 Carlos Vilas: "El Populismo Latinoamericano: Un Enfoque Estructural" en Desarrollo Económico 28, Nº 111,
1988; pp. 323-351.
las sociedades atrasadas (en términos de ese mismo desarrollo capitalista) como la rusa. Esta
propuesta se completaba con la exaltación de la pecunia propiedad -parámetro material del
populismo-, reducción de la producción y el mercado al consumo personal (su retracción y
aumento implica estancamiento o crecimiento económico, respectivamente); el paso de una
producción mercantil a una capitalista no podrá ocurrir sin un agente externo (lo que deriva de
concebir al capitalismo como un orden ‘artificial’); el énfasis en que el estado es un actor
externo a la sociedad (lo que le permitiría ser el agente de cambio); la imposibilidad de
producción capitalista sin las características de la sociedad occidental. Esta última idea nos
permite ingresar un dato más: en esta sociedad existía un grupo de élite instruida, que se
corría progresivamente hacia una occidentalización del pensamiento. Este grupo trabajó en la
revolución del ’17. Pero no lo hicieron por un ‘injerto’ de instituciones occidentales en la
Rusia de entonces, sino que optaron por una suerte de síntesis entre el pensamiento occidental
(el socialismo europeo) junto con lo eslavófilos conservadores que abogaban por las
tradiciones de las comunas campesinas. Incluso, ya en 1870, existía en el imaginario ruso la
idea de que estos intelectuales privilegiados habían logrado dicha posición gracias al
sufrimiento del pueblo. La deuda moral con el pueblo podía ser bien saldada con el
khozhdenie i narod (que significa ‘ir al pueblo’), metodología de la intelectualidad en el año
18748. Esta acción los llevó a tomar conciencia de las dificultades de concretar la revolución
(por diferente concepción del mundo de un campesinado falto de conciencia). De cualquier
modo, en 1876 se organizó un grupo partidario Zemiya i Volya (“Tierra y Libertad”), que
demandaban una reforma agraria igualitaria, para componer luego las obshoninas (“Comunas
Campesinas”), y gobiernos autónomos para ellas. Lo cierto es que buscaban esta organización
social porque creían que esa concepción estaba insta en la tradicional aldea rusa, con la
8 Carlos Vilas llama a esa búsqueda “la procura de la sabiduría inmanente de las masas –mezclada con ensueños
sentimentales urbanos sobre la bondad de la vida campesina-, como un intento de crear un puente simbólico
entre el mundo socioeconómico de los productores y portadores de la ideología y el mundo de los destinatarios
de la misma” (op.cit.).
práctica de la tenencia comunal de la tierra y la reasignación periódica de la repartición entre
sus integrantes. Para Canovan9, la concreción de esto dividió al movimiento en dos
tendencias: la primera, era elitista y radicalizada, sosteniendo que el único modo de
organizarse sería le partidario –que cohesiona a sus integrantes para poder asestar el poder
zarista (con acciones que incluían el terrorismo, si fuese necesario). La segunda tendencia, era
la más estrechamente populista, ya que proponía la división de ese halo elitista intelectual
para fundirse completamente con el pueblo. Hacia 1879 la división final se produjo: los
‘extremos’ Narodnaya Volya (“voluntad popular”) a los cuales oficiaban su lucha terrorista
contra el estado autocrático que coronó sus intentos fallidos con el asesinato de Alejandro II
en 1881. Los ‘moderados’ eran los Cherny Peredel (“repartición negra”), nombre que
expresaba la demanda prioritaria: reclamar reparto igualitario de tierras entre los negros y los
siervos que optaron por quedarse a trabajar con el pueblo. Eran dirigidos por Plehanov –quien
luego se unió a las huestes del marxismo. Para concluir con este primer origen, vemos que
este movimiento populista (desde 1870) mantiene un compromiso férreo con el socialismo
agrario. Además de esto, la posibilidad de adaptación del pensamiento occidental nos denota
la no consideración del determinismo histórico y la paralela oposición a una reforma agraria
gradual. Se podrá objetar que esto no es una ideología coherente, lo cual es cierto, pero se
oficia como objetivo, solo perfilar un estilo de pensamiento característico.
b) Agricultores del Middle West (Estados Unidos de América):
Nos trasladamos al otro lado del globo –pero sin alejarnos en el tiempo-, a una sociedad
completamente diferente a la rusa: los agricultores en la Costa Este. Aquí comienza una
protesta contra los políticos y los banqueros. El apoyo numérico y moral para ella, vino de los
farmers del sur, quienes eran clientes cautivos de las corporaciones ferroviarias. Por ello
reclamaban socializaciones para enfrentar los precios monopólicos de aquéllas -las que
9 Op. Cit.
aseguraban su poder con arreglos en las legislaturas locales. Los farmers usaban capital
adelantado para comprar máquinas y alambrar, pero sufrían muchas veces la saturación que
les bajaba el precio y sufrían –junto con los tiempos de sequía-, de enormes prejuicios. Lo
último que los desestabilizaba, era una reducción de la base monetaria que los presionó a la
baja de precio y a una reevaluación del dólar. Así, hacia 1880, intentan crear cooperativas
para defenderse frente a los acreedores. Pero el poder de los banqueros y los comerciantes los
hizo fracasar. El gobierno no atendía sus reclamos, y así ingresan a la política. En su seno
abundaban los descensos entre la moderación o radicalización de la acción; las objeciones
raciales; las divisiones entre farmers y trabajadores; entre monopolistas y productores; y,
estos últimos de los financistas del este. Luego de apañarse en las estrategias partidarias de
cada estado –ya que esas diferencias que citamos le dificultaron una alianza, logran en 1892,
constituirse como un partido nacional, llamado People’s Party (“Partido del Pueblo”). En
1896 se unen al partido Demócrata –que había nombrado un candidato de claro estilo
populista (acorde al significado de entonces, para esos estadounidenses). La plataforma para
la elección incluía varias demandas de los viejos farmers, como la exposición de sus
condiciones miserables, denunciaron la plutocracia. Procuraban una ampliación de los
poderes del gobierno para evitar lo que estaban padeciendo: que la distribución de la riqueza
sólo se acote a quienes la generaban. Además, señalaron los intereses de los trabajadores
rurales como idénticos a los de los urbanos –y por tanto, los enemigos eran comunes. No
obstante, el resultado de las urnas no fue favorable para ellos. No obstante, seguiría una suerte
de paradoja en los tiempos venideros: luego de perder en las elecciones, comenzó un año de
prosperidad a causa de la implementación de los reclamos de los populistas. El dato exógeno
fue el descubrimiento de dos minas que pudieron ser explotadas con nuevos métodos
extractivos, lo que provocó el aumento del circulante –y descomprimiendo así, los apremios
del pasado.
Una vez expuestos ambos orígenes, podremos plantearnos si existe, concretamente, la
posibilidad de encontrar similitudes o bien, puntos en común, para poder encontrar un núcleo
duro de características para poder encontrarlas en los posteriores fenómenos apodados como
populistas. Recopilemos datos tales como que ambos grupos tenían extracción agraria, ambos
se opusieron a la opresión capitalista –en su forma “moderna” (es decir, que imposibilitaba la
pequeña propiedad); ambos eran opositores a sus respectivos gobiernos; ambos reclamaron
una redistribución de ese poder comprimido en un grupo. Por último, los dos creyeron que el
pueblo era un ideal excelso, en función de su poder de ejercer un concreto dominio desde
abajo.
Pero también presentan diferencias: los populistas rusos no abogaban por una reforma
constitucional, sino que contaban al terrorismo como uno más entre sus medios. En Estados
Unidos, buscaban una solución dentro de los procesos políticos configurados por las
instituciones establecidas. Difieren también en la base ideológica que los inerva: los rusos
eran sostenidos por la intelectualidad y los estadounidenses en el [un] ‘pueblo agricultor’.
Esto implicaba respectivas tensiones: los rusos se disputaban entre los intelectuales o
campesinos, y los estadounidenses entre el ‘pueblo’ y los políticos profesionales. Otra de los
contrastes –nada menor- entre ambos, es su postura en cuanto a la propiedad. Los rusos
pretendían comunizarla, mientras los americanos la concebían como un bien privado,
propiamente dicho. Y esto tiene repercusión en su posicionamiento con respecto a la
ideología: para los rusos, las ideas eran el centro donde encontraban asiento para actuar. Para
los estadounidenses, las ideas derivaban de las ideas (es decir, eran producto de lo que
reclamaban al gobierno), y tal vez eso les daba un corte más pragmático, como afirma Vilas10.
La mayor distancia entre ambos movimientos, está dada en los intereses que defendían:
mientras la intelligentzia americana era hija del liberalismo capitalista (aunque existían
integrantes influidos por el socialismo europeo, éstos no eran la mayoría), los mujiks rusos se
10 Op. Cit.
disputaban entre el despotismo zarista y la premura por la modernidad. Incluso, la idea de
narodnik estaba asociada a una referencia heterogénea (popularmente, se los definía como
“desde un revolucionario terrorista hasta un filántropo joven y noble”). En otras palabras, allí
vivían dominados y explotados, junto con la intelligentzia que, aristocrática de extracción,
pregonaba por la modernidad de la vetusta Rusia zarista.
Por último, hagamos una breve referencia a una distancia entre ambos que muchos analistas
pueden considerar menor, pero que nosotros no queremos soslayar, como es la inscripción
semántica del vocablo ‘pueblo’ en ambas lenguas. En el caso de people, la alusión es a la
comunidad, la ciudadanía –de este modo, no tiene el peso semántico-sociológico de pueblo en
las lenguas romance (los que cargan con el significado peyorativo del latino populus11), y el
peso que carga la idea encerrada en Narodnaya Volya no sólo refería a la voluntad por
liberarse de la explotación, sino también a la oposición al orden zarista. En cuanto a las
consecuencias de cada experiencias. En el caso de la norteamericana, no habrá que esperar a
la primera posguerra del siglo XX. Y su influencia masiva, recién estallará en la segunda
posguerra de la centuria. La difusión de mayor concomitancia en América Latina y Europa,
fue para el origen ruso tras la Revolución de octubre. Y, hacia mediados de la década del ’20,
el bolchevismo originario comienza con las primeras presencias de la decodificación
estalinistas –para arrimar hacia este el control del movimiento socialista mundial. El avance
del estalinismo resignifica el debate y las propuestas de los narodnikis hasta hacerlos bien
diferentes de los que existieron en el siglo XIX. De hecho, el debate político de todo el
período siguiente, fue América Latina la más señalada por populista. Incluso, existe una
suerte de “puente” entre ambos significados: el estalinismo comenzó a utilizarlo en clave
despectiva, y este recurso fue utilizado por el peruano Carlos Mariategui. En este decurso del
11 Recordemos que sólo después de la Revolución Francesa y las luchas sociales posteriores, la idea de ‘pueblo’
comienza a tener la ambigüedad que hoy la caracteriza –la que le inscribe valoraciones que la llevan desde la
divinidad hasta la total displicencia.
término, se fueron perdiendo cada vez más las referencias originales, y en América Latina,
comenzó a tener connotaciones autorreferenciales… pero ello no implica que el concepto no
se haya llenado de otras tensiones irreductibles, que no superan las ambigüedades de su doble
origen, e incluyen un discurso político que se pronuncia sobre los problemas del pueblo o se
dirige a él; o bien al liderazgo de corte caudillista que gracias a su estilo logre aunar
seguidores populares heterogéneos, canalizando con ese estilo las demandas de su
representado, el pueblo.
c) América Latina y sus versiones.
En este apartado, es donde cotejaremos algunos otros (para algunos estudiosos, los peores)
problemas. Necesitaremos para ello de un esquema para presentar los datos ante los
numerosos casos que tomaremos. Pensando que ellos pueden verse en dos dimensiones –una
histórica y la otra heurística. Deberemos, por supuesto, aclarar a su vez, los criterios de esta
última, y que no serán otros que los de las causas y consecuencias que cada caso del
fenómeno ha generado. De este modo, nuestra empresa de aquí en más reflejará, lo que ut
supra denominamos como polisemia. Pero, aclaramos que los criterios aquí seleccionados no
son únicos, y pueden encontrarse tantos otros12.
En clave del proceso de modernización:
El populismo en este espacio de la teoría aparece como consecuencia característica de los
países subdesarrollados en la transitando el paso de sociedad tradicional a moderna. Para
comprender este juicio, no podremos avanzar sin referir sumariamente a la concepción teórica
que le da sustento: Sabemos que Gino Germani, uno de los mentores de la sociología en la
12 Por ejemplo, algunos historiadores prefieren sistematizar el populismo por medio de una periodización, como
Paul Drake (en “Conclusion: Réquiem for Populism?”, en Michel Connif (ed.): Latin American Populims in
Comparative Perspective, Albuquerque, New México University Press, 1982). Otros, prefieren cotejar las causas
y consecuencias que lo han generado. Este es el camino seguido por Makinnon y Petrone (op.cit.).
Argentina, se encontraba enmarcado en el estructural-funcionalismo, y su matriz era la de un
modelo siempre dicotómico. En él, el cambio era un aspecto normal de las sociedades –el que
producido velozmente provoca coexistencia de elementos tradicionales con modernos. Esta
asincronía, tiene su correlato geográfico en un desarrollo desigual en un mismo tiempo –
siendo periférico lo aún rezagado; con correlato institucional, en normas de grado de
desarrollo diferentes –deslizando así, anomia funcional. También los grupos sociales pueden
presentar desarrollo desigual, y hasta lo individual puede ser objeto de motivaciones dispares
en cuanto a actitudes, ideas, concepciones, etc. Este contraste, social como un todo conjunto,
genera dos fenómenos: el primero, comprende dos efectos; el efecto demostración, dado por
la difusión del desarrollo en los espacios más avanzados, donde se plantea el conflicto del
cómo alcanzar ese estado deseable; y el efecto fusión, de ambos grados de desarrollo dispar.
Para Germani, esto acaba por reforzar los rasgos tradicionales en una suerte de ‘nueva
vigencia’. El segundo fenómeno está también, signado por dos efectos: por un lado, la
movilización de grupos antes pasivos que ahora participan en la vida social –inorgánica u
orgánicamente; y, por otro, el efecto integración, esa movilización se concreta en los canales
políticos vigentes, y por ello la legalidad es transferida a los grupos movilizados. Esta es la
matriz de este eje teórico para cotejar el populismo. Dada la diferencia del sistema
sociopolítico de la tradición europea (Germani piensa en el Reino Unido) la movilización
social (sindical, partidaria, legislativa, representativa de los diferentes sectores sociales) se
alcanzó allí incrementalmente -desde una vanguardia hasta alcanzar grados mayores de
inclusión. Y completa agregando que la incorporación europea a la democracia representativa
(de concreción progresiva, ya que primero se logra participación limitada y luego una total),
la han logrado ‘sin traumas’. En América Latina, la situación es diferente: una
industrialización13 que se concretó con una urbanización también abrupta –incrementada aún
13 Procede aquí que no olvidemos una particularidad que señala Tulio Halperin Donghi (en Historia
Contemporánea de América Latina, Alianza, Buenos Aires, 1991) al aclarar que allende las economías de
por las oleadas inmigratorias-, moviliza a las masas, sin encontrar éstas los canales
institucionales para sus pedidos –como en el caso de un sistema democrático aceitado. Sin esa
integración adecuada al sistema, deja lugar a lo que el autor vió en el peronismo: un
movimiento autoritario no-fascista (ya que Perón se vio obligado a tolerar/conceder cierta
participación de las masas –y factores presentes en Europa como la superioridad racial y la
jerarquía no se tradujeron simétricamente a la Argentina de entonces). Esas masas
‘disponibles’ seguirían un derrotero signado por una cultura tradicional paternalista, con un
acceso a la participación nacional-popular precipitado (para ellos, según su cultura política y
más aún para las instituciones), guiado por la espontaneidad y la búsqueda de concreciones
inmediatas para la vida cotidiana. Este escenario se delimita en un sistema demasiado rígido
para la coyuntura inmediata, demandas críticas que apremian a esas masas sin la cultura
política -como para administrar su poder mientras bregan por las vías institucionales que
viabilizarían su participación… lo completa el cóctel para que se de el populismo, es la figura
carismático que los reclute, guíe y manipule.
Uno de los discípulos de Germani, el sociólogo Torcuato Di Tella, acentúa, en este escenario
anterior, la existencia de una élite –de poder medio o alto- comprometida con este aumentos
de movilización popular, combinado con la decadencia del liberalismo decimonónico (que ya
ha dejado de ser una ideología anti-status quo). Así, el único vehículo presente es el
populismo, que da curso a la ‘revolución de aspiraciones’ que hace de las masas un sujeto
demandante que no espera a que se creen los canales institucionales para sus necesidades. Y a
ello se le agrega una suerte de estado emocional que favorezca la comunicación fluida entre el
líder dispuesto a entusiasmar al colectivo y ‘su gente’ dispuesta al diálogo con su intérprete.
enclave existentes en el Virreinato del Río de La Plata –como en otros espacios de Latinoamérica-, hasta casi
fines del siglo XIX los sectores se encuentran desarticulados entre sí –cual ‘islas de producción’. Si bien es
cierto que el ferrocarril de finales del esa centuria va contrarrestando aquélla dinámica, no la revierte en su
totalidad: es por ello que se solía detraer la producción al enfrentar una estructura de costos tan elevada por la
deficiencia de un buen sistema de transporte (a lo que, por supuesto, hay que sumarle técnicas relegadas de
producción, la falta de capital regular para mejorar el proceso, etc.).
En este patrón de pensamiento también encontramos a Steve Stein14, quien ve al populismo
como la principal forma de control en América Latina, producto de una cultura política
patrimonialista, heredera de su pasado ibérico (colonial, semi-feudal, reforzado por un fuerte
catolicismo luso-castizo), que da énfasis a la jerarquía y una estructura organicista. Esto
conlleva que los líderes populistas se integren a las masas, pero no luchen por cambiar
demasiado el modo en que estas pueden hacerse un sujeto político libre –por ejemplo,
distribuyendo concesiones materiales y simbólicas que le den fuerza identitaria colectiva. Y,
esta suerte de sujeción, les da también la ventaja de mantenerse en el papel de válvula de
seguridad, para cuando estos colectivos demandantes sufran presiones potencialmente
revolucionarias. Así, los populistas no liderarán una reforma de estructuras, y con estos
líderes, las ellites dominantes anteriores pueden, en realidad, estar más tranquilas de lo que
ellas creen.
Interpretación ‘histórico-estructural’ en los ‘60s:
Este enfoque es realmente más heterogéneo que el anterior, y correlaciona a populismo con
una etapa del desarrollo de la producción capitalista latinoamericana que se da como parte de
la crisis del modelo agro-exportador y el estado oligárquico. Con una burguesía débil, es el
estado el que asume la conducción social. Y una convocatoria demagógica de éste, se realiza a
través de un líder carismático, dirigido a masas que son realmente pasivas ante lo que éste les
adjudica. Aquí, Cardoso y Faletto15 -incorporados en lo que se denominó la Teoría de la
Dependencia-, ven una relación de subordinación de clase en cada período de desarrollo del
14 Steve Stein, “Populism and Social Control” en Eduardo Archenti; Paul Camak and Bryan Roberts (eds.)
Sociology of Developing Societies”, Latin American Macmillan, 1987.15 En este enfoque también se encuentra Guillermo O’Donnell, quien concibe a las coaliciones interclasistas –
como la élite industrial y un sector urbano popular, tan típico del llamado modelo de industrialización por
sustitución de importaciones (ISI)-, una oportunidad en medio de una crisis que no es otra cosa, sino el propio
agotamiento de [uno de] modelo[s] de acumulación capitalista. Para una mayor especificad. Para más detalle, Cf.
Guillermo O’Donnel, Modernización y Autoritarismo, Paidós, Buenos Aires, 1972.
capitalismo, y, en el caso del populismo, no es más que el que lleva en este momento la
vanguardia de la transformación. Para ellos existe un populismo desarrollista (desde 1930 a
1960) que dependerá de las alianzas de poder realizadas durante la fase de transición de las
primeras tres décadas del siglo XX (cuando se produjo el aumento de la participación de las
clases medias, el comienzo de la industrialización, la consolidación de un mercado interno, y
la configuración de clases en sectores diferentes (como una clase media ascendente, una
burguesía urbana, sectores de baja productividad,, etc.), que juntos se aúnan en la creación de
la base económica social. Será luego el estado el encargado de articular a esos grupos
diferentes como agente del desarrollo interno –pero, dada la configuración de subordinación-,
como un agente de dependencia externa, también.
En el caso de Ianni, si bien enmarcado desde el análisis marxiano -el queda algo alterado al no
separarse de la producción capitalista, desde una posición nacionalista y metamorfosea la
lucha de clases en una política de masas-, no duda en distinguir los diferentes casos de
populismo entre sí. Esto no elude las similitudes que entre ellos existen, y que podríamos,
sumariamente, aunar en el momento histórico en que los ‘populismos’ irrumpen en la escena
latinoamericana: al quedar superadas las contradicciones de las relaciones estamentales de la
época colonial, junto con la fase crítica de la lucha política de las clases sociales surgidas de
la urbanización. Así, el populismo latinoamericano corresponde a una etapa determinada de la
evolución de las contradicciones de la sociedad nacional y la dependencia económica. Se
formalizan las relaciones de producción de tipo capitalista avanzado y adoptan valores del
ambiente urbano industrial. Esto es lo que permite la constitución de dos tipos de populismos:
el de las elites burguesas y de la clase media, que usan estratégicamente a la masa para
manipular sus manifestaciones y sus posibilidades de conciencia; y el populismo propio de las
masas. Aunque parece existir una armonía entre ambos, en momentos críticos, el populismo
de las masas asume una forma revolucionaria (y es aquí donde ocurre la metamorfosis del
movimiento en la lucha de clases).
En el caso de Murmis y Portantiero, Weffort, Touraine –entre otros; el populismo es producto
de una crisis de hegemonía entre las clases –ninguna preponderante sobre la otra como para
conducir el país-, y así el líder –y el estado populista-, logran coordinar las clases atomizadas
y logran así alcanzar un poder hegemónico. Siendo algo más específicos, el criterio de
Murmis y Portantiero, quienes rechazan el modelo dicotómico de Gino Germani, ponen
énfasis en la racionalidad de las masas, y se vuelven hacia la base estructural de las relaciones
sociales, al ver una América Latina plena de con capitalistas débiles y clases trabajadoras
marginadas -canalizadas por movimientos nacional populares y no ya por los de base clasista.
Esa clase capitalista tuvo, a su vez, una particularidad: mientras al movimiento sindical fue
cercado por gobiernos ilegítimos que no pretendían el potencial electoral de la clase
sindicalizada, los capitalistas fueron ascendiendo aliándose verticalmente y así lograron
desplazar a la vieja clase terrateniente. En el caso de Weffort, la crisis del liberalismo y la
dominación oligárquica –al igual que en Di Tella- son la clave. Esto combinó con la irrupción
abrupta de clases populares al desarrollo urbano, con el estado como único agente de
conducción. Por último, Alain Touraine parte de la confusión imperante en América Latina
entre el estado, el sistema político y los actores sociales en los análisis que precedieron al
suyo16, del año 1987. Ese desarreglo en las categorías, los condujo a ver actores sociales sólo
definidos por su función socioeconómica, además de concebir al sistema político como un
espacio de fusión entre estado y actores sociales (y no como un sistema de reglas de juego –se
llame éste democracia o de otro modo-; ver el estado como un ‘príncipe soberano’ con esfera
propia (cuando es un actor complejo y múltiple, permanentemente incorporado a las fuerzas
sociales y dividido por conflictos sociales). Esto los llevó a la sobredeterminación de las
16 Alain Touraine. “Las Políticas Nacional-Populares” en María Moira Mackinnon y Alberto Petrone: Populismo
y Neopopulismo en América Latina. El Problema de la Cenicienta, Eudeba, 1998.
categorías políticas a las sociales, y a la ausencia de diferenciación entre sistema político y
estado. La corrección que pretende introducir el autor, señala qeue en América Latina no son
las clases sociales los elementos básicos de la organización social, sino que estas se definen
como respuesta a la intervención del Estado. Los grupos o movimientos sociales son
dependientes y están amenazados con disolverse a causa de estar [o no] incorporados en el
juego del estado y la formación de partidos y sindicatos. De este modo, el juego político no es
representativo, y por ende, no es democrático. En el caso típico latinoamericano –Touraine
concibe el populismo como un régimen propio de países dependientes- la política nacional
popular utiliza la independencia nacional, la modernización y la iniciativa popular como
pilares de su fundamentación. El populismo latinoamericano no es una categoría social, o una
ideología o bien un tipo de estado: es una fusión de los tres en un conjunto social, político y
estatal a un tiempo. Si el populismo es la identidad del estado con el pueblo, se lo define
mejor como una política (Es decir, la política “nacional-popular” como forma dominante y
característica de intervención social en Latinoamérica). De allí que la definición teórica de
populismo sea una reacción de tipo nacional a una modernización inducida mediante un
incremento del control colectivo de los cambios económicos y técnicos (…) mantener o
recrear una identidad colectiva a través de transformaciones económicas que son a la vez
aceptadas o rechazadas.17 Esto es lo que lleva Touraine a distinguir entre partidos populistas,
estados populistas y movimientos populistas.
Ante esta batería de posturas –pero enmarcadas en un mismo eje teórico-, Mackinon expone a
las interpretaciones funcionalistas –como las histórico-estructurales-, se centran en dos
coincidencias: la primera, es su vinculación del fenómeno a un determinado estadio del
desarrollo del capitalismo latinoamericano; y la segunda, es su concebir a América Latina
como desviada y retrasada de un patrón de industrialización –en este caso por el boom
exportador de los ‘30s. La autora concluye –basándose en un análisis de Adelan-, que el
17 Alain Touraine. América Latina, Política y Sociedad, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1989.
paradigma de la modernización no fue superado, sino solamente invertido: la heteronomia no
es de la clase trabajadora, sino de la burguesía.
Coyunturalistas en la década de los ‘80s:
Este grupo también es algo heterogéneo a su interior –y por cierto, bastante amplio. Aquí
rescataremos las presencias de French y James. Ellos enfocan hacia la oportunidad que
aprovecharon los trabajadores en diferentes coyunturas históricas y cuestionan las
explicaciones que remiten a los orígenes del populismo al pasado pre-populista en América
Latina. Las diferencias entre ellos se centran en lo que cada uno encuentra determinante para
manifestar y dar cuenta de la presencia de populismo. En el caso de James, la cultura social y
la política de clase, la constitución de los sujetos y los sentidos que tiene para los actores
sociales las experiencias vividas; y el populismo es un advenido a un escenario donde se
necesita como medio de rearticulación para volver al equlibrio al sistema político –ahora, con
las masas integradas. En ese sentido, para James el populismo es un momento de todo
movimiento anti-hegemónico de transformación total, por el que debe pasar para poder
asentar y concretar sus cambos. En el caso de French, la red de alianzas relacionadas con los
procesos socioeconómicos que crearon dinámicas y posibilidades de alianzas entre clases.
Permite la vinculación de realidades económicas objetivas diversas con fenómenos políticos
como el populismo. Por eso debe verse la relación entre populistas y trabajadores como una
alianza: ya que es un concepto que permite grados de libertad a actores que están unidos para
un fin, pero que son -por definición-, diferentes entre sí.
Interpretación desde el discurso ideológico:
En este eje teórico encontraremos a Laclau, de Ípola y Portantiero. Para el primero, el
discurso ideológico populista es la articulación de las interpretaciones popular-democráticas,
como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante, asegurando que existe
una solución de continuidad entre el populismo y el socialismo. Para Laclau cree que el
carácter de clase de una ideología es la articulación de sus interpelaciones constitutivas, y el
carácter de clase de un discurso ideológico se revela en lo que es su principio articulatorio
específico (el nacionalismo, por ejemplo, puede ser un factor articulatorio en diferentes
discursos de clase feudal, burgués o comunista). De este modo, los discursos de las diferentes
clases son esfuerzos articulatorios antagónicos que tratan de arrojarse el auténtico
representante del pueblo, del interés nacional, de la justicia, etc. Así, la clase hegemónica será
la que logre articular las diferentes visiones del mundo para neutralizar el posible
antagonismo. El discurso político de la clase trabajadora y el de la burguesía pueden reclamar
una legislación justa (el contenido será idéntico) pero los diferenciará el principio que los
unifique, y esto es lo que da lugar a una ideología particular. Así, el populismo comienza
cuando los elementos popular-democráticos se presentan como opción antagónica durante a la
ideología del grupo hegemónico. A diferencia de lo ocurrido en Europa, en América el poder
terrateniente y el parlamentarismo se unieron. Es por esto que liberalismo no pudo absorber la
ideología de masas: democracia y liberalismo estuvieron enfrentados. Además, el liberalismo
tenía connotaciones de desarrollo económico como valores de progreso positivos, pero vista
cargada de europeísmo. Frente a esto hubo una suerte de rechazo a las tradiciones nacionales,
por ser atrasadas. Y el liberalismo, ideología anti-personalista, recelaba del caudillismo. Y el
sustento filosófico más general, fue el positivismo. Al sobrevenir la crisis del ’29, el discurso
hegemónico entra en interdicción, y el populismo será el camino para reunir las
interpelaciones que expresaban la oposición al bloque de poder oligárquico de
democracia+industrialismo+nacionalismo+anti-imperialismo- para condensar en un nuevo
sujeto –el pueblo- y desarrollar su antagonismo con el ya decaído sujeto liberal, base del
discurso oligárquico.
En el caso de de Ípola y Portantiero, partiendo de la noción gramsciana de construcción de
voluntad nacional y popular, creen que la relación entre el socialismo y populismo es de
ruptura. Y ella reside en la estructura interpelativa, ya que sus respectivas tradiciones acercan
al principio general de fortalecimiento del Estado y en la forma que las dos conciben a la
democracia. El populismo, construye un pueblo con premisas organicistas. El socialismo, si
bien reconoce cierto progresismo en algunos casos de populismo, aduce que el primero nunca
puso realmente en tela de juicio la forma de poder (en relación con esto, Laclau asevera que el
populismo tiene insta en su misma naturaleza una dimensión pro-estatal). En conclusión, si la
connotación nacional-popular de los autores implica la construcción de una voluntad tal,
ligada a una reforma intelectual y moral, la transformación que se dio en la sociedad, bajo el
auge de los populismos, fue sólo la construcción de una hegemonía alternativa a tantas otras
pasadas y por venir.
Pero eso no fue todo.
A esta altura del desarrollo, es posible que el narodnichestvo ruso y los farmers del Middle
West parezcan realmente lejanos. Y eso sería, en el mejor de los casos, porque en el peor de
todos, si ellos estuviesen presentes, sería realmente difícil ligarlos con las definiciones y
consideraciones acerca del populismo en América Latina. Es por eso, que a partir de ahora,
creemos que es preciso sumar aún más cuestiones que no se encuentran en el trabajo de
Mackinnon y Petrone, pero curiosamente, no contradicen la tesis de este trabajo como
tampoco la de estas pocas páginas. La razón de ello está en la polisemia que plantean lo
autores, y en la imposibilidad de ver en el populismo un concepto, como lo hacemos aquí.
Veamos en qué consisten.
El caso del abordaje de clases y movimientos que hacen Calderon y Jelín18, llevan a un plano
más particular el caso latinoamericano –tomando varias características de cada gobierno
populista a lo largo de su gobierno-, viendo el [su] populismo como una creación histórica
latinoamericana. Esta idea no es menor en lo absoluto. Y el populismo de este continente,
sería una respuesta a los desafíos planteados por la dominación oligárquica. Algo así como
una salida que debía solucionar el problema creaso por la transformación económica, para
poder combinar burguesías débiles con sectores medios en ascenso y clases subalternas
emergentes que no contaban con los canales institucionalizados para expresar sus demandas.
El populismo entendido como una dominación oligárquica (en sentido peyorativo,
obviamente) estuvo ligado a un patrón de relaciones sociales que se desarrolló como un
sistema de alianzas –diferentes en cada caso nacional-, constituyendo un modelo político
donde las clases sociales emergentes encontraron un estado y un régimen que pudiera dar
respuesta política económica y social a la crisis de dominación oligárquica. Allende estas
aseveraciones, los autores llevan –a diferencia de los mencionados anteriormente-, al
populismo a su papel central en la escena política y en los patrones de relaciones sociales.
Esos cambios, se produjeron en la vida local, la oficina y el barrio, afectando diversas
actividades como la práctica deportiva, la sexualidad, las farras callejeras [sic], el amor, entre
otros.
En el segundo lugar de los autores que encontramos en nuestra pesquisa, es Manuel
Alcántara19. El autor concibe al populismo uno de los modelos dominantes en la política
latinoamericana de finales de la década de los ‘70s, junto con el sultanismo –modelo con el
que comparte características. Para definir su postura frente al populismo, cree procedente
afirmar que la demagogia populista, un fenómenos donde predomina la movilización de
18 Fernando Calderón y Elizabeth Jelín. Clases y Movimientos Sociales en América Latina, CEDES, Buenos
Aires, 1996.19 Manuel Alcántara Sáenz. “Crisis y Política en América Latina” en AAVV, La Crisis de la Historia, Editado
por Universidad de Salamanca, Salamanca, 1995.
masas urbanas, apelando a un discurso emocional, con eje en la idea de pueblo como el
depositario de las virtudes sociales de la justicia y moralidad; que se encuentra vinculado a un
dirigente carismático, con garantía en su personalidad, bajo una lógica escasamente racional -
y no un programa o teoría- para garantizar el triunfo del movimiento social. Lo importante de
destacar en este autor, es la caracterización del populismo en su reformismo estatista
renunciando a una transformación estructural de la sociedad.
El último caso que encontramos particular, es el de Dornbush y Edwards20. Partiendo de lo
que entienden una macroeconomía del populismo, definido como un enfoque al análisis
económico que hace hincapié en el crecimiento y la redistribución del ingreso, y minimiza los
riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la recreación
de los agentes económicos ante las políticas ‘agresivas’ que operan fuera del mercado. Lo
plantean en términos de una política económica equivocada –ellos creen que la economía
agregada debe bregar por el equilibrio presupuestario y una inflación controlada-, por querer
favorecer al grupo que sustenta su poder político. Así, el populismo es encarado por estos
autores como un modo de ejercer y comandar la política económica –no considerando
[desarrollando] explícitamente las consecuencias macro socio-políticas del ejercicio de la
misma.
Intento de Unificación Teórica:
Al mostrar la multiplicidad de enfoques, no obstante contrapuesto a nuestra actitud ante la
polisemia expuesta21, continuaremos con un intento de unificación de las características
expuestas, para poder llegar a lo más cercano que podamos avanzar en pos de lo que ayudaría
20 Rudiger Dornbush y Sebastian Edwards. Macroeconomía del Populismo en América Latina, FCE, México,
1992. 21 El verdadero problema apremiante aquí, es el que ya ha citado el mexicano Alan Knight, en la semántica de l
populismo, en su jaez de catch all, ya que su significado tiende a incluir a tantos casos particulares que ello
acaba por otorgarle más problemas de los que salva.
a la categoría de populismo, su ingreso a un futuro teórico –por qué no-, quizá promisorio. En
lo dicho encontramos:
Un discurso político anti-oligárquico, nacionalista anti-imperialista, ‘desarrollista’22.
Ampliación de servicios públicos estatales (sobre todo educación, salud, seguridad
social) y estatización de la gestión de recursos de producción.
Redistribución de ingresos (vía salarios y servicios públicos, principalmente), del
control de recursos de producción (=tierra).
Ampliación de las bases sociales de la ciudadanía, así como del sufragio. Legalización
e intentos de control estatal de partidos políticos y sindicatos.
Legislación arbitral entre capital y salario –en algunos casos, protección del trabajo.
Empleo de símbolos y técnicas de movilización y control de las masas populares.
Las modalidades y ‘medidas’ en que tales características se presentaron en las diferentes
experiencias políticas, fueron heterogéneas. Esa diversidad no es más que el reflejo de la
configuración social y política diversa entre diferentes actores en distintos puntos de los ejes
de espacio-tiempo. Es por ello que cualquier característica –allende el posicionamiento
teórico en que el investigador haya decidido-, debe ser cotejada vis à vis las condiciones
dinámicas –relaciones de poder, sociales y hasta cultura política- de cada caso particular.
3. Corolario Final.
Uno de los requisitos –talvez, el más básico- de la ciencia misma (y, por qué no, del mero
comunicarse) es utilizar términos de significado unívoco –o al menos, de la mayor univocidad
22 Es preciso aclarar que uno de los elementos comunes a todos los casos es la perspectiva anti-oligárquica y anti-
imperialista es decodificada como nacionalista y popular, que se torna contradictoria cuando llega el momento
de tocar la cuestión última del carácter del poder. Por eso, los populismos nacional-democráticos terminan
replegándose en el capitalismo como orden social y en el liberalismo o el corporativismo como orden político.
posible. Como inoculamos en estas líneas, ese no es el caso del término ‘populismo’. Por eso,
si tuviésemos que definirlo –escolásticamente hablando- por su misma esencia, resultaría
dificultoso. Para pasarlo en limpio, si tomamos la diferencia coyuntural de los dos casos
originarios, añadiremos que si bien en ciencias sociales la definición por analogía es un
camino válido de acceso a los hechos; en nuestros dos casos, solo serán análogos si se
someten a salvedades…. Y es porque no son similares entre sí que se los menciona en
paralelo (si lo fuesen, se tomaría sólo uno para cotejar los casos a estudiar). A eso se debe
añadir que ambos, distintos entre sí, también lo son de los fenómenos latinoamericanos. Este
panorama, vulnera la definición por analogía –que es, de suyo, la menos estricta en la ciencia.
Así, una aplicación hipotética de esas categorías, tomando –tal vez demasiado rápido- una
simple comparación con el peronismo argentino, nos llevaría a: 1) encontrar las dificultades
de hallar paralelismos entre el sujeto del narodniki campesino con el agregado urbano e
inmigrante que movilizó los comienzos del peronismo, el que no contó con antecedentes de
opresión zarista, como tampoco la voluntad propia de organizarse en pos de un partido que
negocie con los existentes para luego adquirir su identidad –como hicieron los farmers
(allende que su líder los llevó por la organización nominal, no en un partido político
propiamente dicho, sino bajo la lógica bien diferente de un movimiento). Sumando a eso, una
América Latina donde el desarrollo capitalista preponderó a la propiedad pequeña rural, y el
derrotero llevó al crecimiento paralelo de la propiedad para consumo personal –y luego para
mayor escala. Como mencionó Carlos Villa23, mientras el populismo ruso y americano sirvió
para atacar al capitalismo en expansión, en Latinoamérica impulsó su desarrollo (similar al
nacionalismo que sirvió al fascismo en la Europa capitalista avanzada, pero aquí sirvió a la
lucha anticolonialista y antiimperialista).
23 Carlos Vilas, "El Populismo o la Democratización Fundamental de América Latina" (Estudio Preliminar), en
La Democratización Fundamental: El populismo en América Latina, México, 1995, pp. 11-18.
Esto nos conduce a dos conclusiones que queremos relacionar con lo antedicho: la primera,
tiene que ver con mencionar una postura –que podríamos llamar intermedia24- la que si bien
disponible, no compartimos: aquella que considera el concepto de populismo pasible de verse
como tipo ideal weberiano25. Sabemos que éste es una construcción analítica del conjunto de
características generales típicas presentes en un fenómeno -y que, al ser privativas, son
consistentes al agruparse. Pero que de él no se pretende encontrar la réplica exacta en la
realidad (donde los ‘fenómenos’ pueden ser una conducta social o institución), sino que es un
parámetro. Creemos que esa herramienta no soluciona la cuestión, ya que al tratar de extractar
esas características típicas, encontraremos varias de ellas que al agruparlas, no harían un tipo
ideal ‘populismo’ consistente, para ser empíricamente contrastable. La selección será
problemática entre casos diferentes, y la posterior operacionalización de cada característica
para estudiar el fenómeno que nos toque, conspirará contra su validez.
La segunda conclusión alude a la una de las inclusiones que realizamos aquí, seleccionada por
ser la que con menos frecuencia hemos encontrado en la labor heurística que nos permitió
construir estas páginas. Concretamente, aludimos al caso de Dornbush y Edwards, que
implica una visión del populismo no totalizadora del sistema político (o sociedad, o gobierno
–de acuerdo a cómo se pretenda referirse al espacio donde reside el populismo). Los autores
lo reducen a un modo de hacer política económica –por cierto, no recomendable. Esto es
curioso, ya que lo que ‘rodea’ una política económica (ideología, estilo de gestión, programas
políticos, acciones de gobierno en las demás arenas, etc.) acompañará a un estado que decida
[o no] emprender una política económica ‘populista’. Por tanto, si un gobierno se propusiese,
tener la inflación controlada y equilibrio fiscal, podríamos implicar que tal gestión no
implementará, seguramente, una política económica de orden ‘populista’. Pues bien, al igual
24 La denominamos así por estar posicionada entre quienes consideran que el populismo –más allá del eje tórico que escojan- es una herramienta consistente de análisis, y quienes -como nosotros- vemos con recelo su utilidad conceptual, sin la previa realización de numerosas precisiones preliminares.25 Op. Cit.
que quienes deciden una política económica ‘populista’; quienes bregan por lo contrario, se
basan en alguna estimación acerca de lo que es mejor para la realidad. Para algunos, esto se
llamará ‘ideología’, para los autores será ‘sentido común’ –pero también es una idelogía. Sin
contar que para hacer o no una política populista, será preciso comunicarla a la opinión
pública, defenderla ante otras fuerzas políticas logrando apoyo para implementarla, etc. Con
esto queremos decir que, a pesar que los autores piensen que es sólo ‘un modo de hacer
política económica’, cualquier implementación de política pública –sea o no económica-,
precisa de otros componentes para llevarse a cabo: ellos van desde una ideología que la
sustente, un programa que la avale, una opinión pública que la apoye directamente –o lo haya
hecho ya por medio del voto-, legisladores que la promuevan y la voten, etc. Este tipo de
parcializacón extrema de los autores, reduce la idea de populismo, sin precisarla, sino
logrando sólo mutilarla. Por ende, lo que antes era un problema de ambigüedad, ahora lo es de
mutilación –o de mera miopía para ver la realidad. De hecho, existe un fenómeno que echa
por tierra también lo que los autores postulan: los diferentes casos de neopopulismo –que
como concepto presenta también vicios serios como el populismo-, se distancia de las
caracterizaciones del populismo, porque en esos casos los gobiernos mantienen una conducta
de estabilización económica, combinada con una relación con el pueblo que sí podría
caratularse de populista. Su mera existencia, nos dice que, evidentemente, existe ‘algo más
allá de la política económica’ y que le da a un gobierno su corte de ‘populista’. Es por esto
que los casos neopopulistas dan cuenta de que, el populismo no es sólo una manera de ejercer
la política económica de un país.
Por último, y ya no como una conclusión, mas sí como un comentario necesario de realizarse,
creemos realmente que los problemas que presentamos para con el término populismo no son
otra cosa que la necesidad imperiosa de seguir estudiándolo, pensándolo, comparándolo sin
descartar ninguna estrategia intelectual que pueda llevarnos a precisar su potencial como
herramienta; y nunca soslayar la atención a los aportes ya realizados que, pudiendo tener sus
problemas, no dejan de ser las bases de un futuro teórico por perfeccionarse –no sólo con
respecto al populismo, sino con toda la ciencia social.