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Los mercaderes trileros del capitalismo
información LOS MERCADOS TIENEN CARA
Miles de millones de euros como cifras rutinarias. Ataques
contra el euro y la evolución de los mercados de deuda.
Recomendaciones de ajuste que desmontan el poco bienes-
tar que podría quedarles a los estados. Estadísticas, cumbres,
movimientos, quiebras, EREs, Wall Street, fondos, fiscalidad,
reformas, los BRIC y los PIGS. Todo gira ahora, por la crisis
a la que se le echan todas las culpas, en torno a esos términos
y al resto de la jerga económica en la que a diario naufragan
las ilusiones de todos.
Pero para entender todo esto conviene cambiar antes el
encuadre. Conviene pensar en lo que cada uno ha vivido y
visto a su alrededor durante estos dos años. Hacer recuen-
to de cuánta gente cercana vive mejor y cuánta vive peor.
Cuánto mejor y cuánto peor. No solo entre los que menos
tenían, sino entre los que tenían algo e incluso entre los
que tenían bastante. Esa realidad también sale en alguna
estadística, pero las condiciones de vida no abren tele-
diarios. Los desplomes bursátiles sí. Y eso que el dinero
solo es un medio de cambio de curso legal, según la Real
Academia Española. Por eso solo cuenta cuando se junta
mucho. «Un billón por aquí y un billón por allá y muy
pronto estarás hablando de dinero de verdad», dijo en su
día el senador norteamericano Everett Dirksen. El dinero
es una ficción sostenida por la confianza general. Un juego
en el que muchos pierden y algunos ganan. De estos últi-
mos toca hablar.
SON LOS AMOS DEL MUNDO, controlan la economía, arrodillan a los
gobiernos e imponen la pobreza a la mayor parte de la humanidad.
Tienen mucha cara, aunque escondan las suyas. Pero los mercados,
esos dueños invisibles de nuestras vidas, tienen nombres, apellidos,
siglas y marcas comerciales. Se llaman Warren Buffett, George
Soros, Emilio Botín, JP Morgan, Goldman Sachs, Bear Stearns,
Merrill Lynch, Fitch, Instituto para las Obras de Religión, OCDE
o FMI, por citar algunos. Y sabemos cómo actúan. Se dividen en
dueños, gestores y ejecutores. No descansan nunca.
Rojo Vegas | Periodista.
Los dueños«Pienso que la gente en el extremo superior, gente como
yo mismo, debería pagar mucho más en impuestos. Nos va
mejor que nunca». Warren Buffett dijo esta frase hace unos
meses. Sus inversiones incluyen grandes porcentajes del
accionariado de Coca-Cola, American Express o Kraft, entre
muchas otras. Es de los que hablan de dinero de verdad y no
del asesinato de sindicalistas de Coca-Cola en Colombia. Es
el número 3 en el ranking Forbes durante la presente tempo-
rada y lleva más de 30 años en el circuito. Un inversor de
los que están detrás de aquello que se llaman los mercados.
Propietario parcial de bancos, negocios de inversión, asegura-
doras, dulces, constructoras y muchos negocios más.
Lo que dice Buffett de los aires que corren a favor de los
que son como él lo corrobora la propia revista Forbes: hasta
el puesto 31 de la edición 2010 de su lista no se encuentra
a un riquísimo que tenga menos que el año anterior. Entre
un año y otro, 218 personas más en el planeta se sumaron
al club de los que tienen una fortuna superior a los 1.000
millones de dólares, un selecto grupo de mil personas. En el
apartado referido a los orígenes del patrimonio de muchos
de ellos solo pone herencia. En el de otros pone herencia e
incremento. No es el caso de Buffett ni del gallego Amancio
Ortega, propietario del grupo textil Inditex, que aparece en
el noveno lugar. Pero Buffett es un tipo peculiar en esta lista.
Es capaz de asegurar: «La lucha de clases existe, es un hecho;
pero es mi clase, la de los ricos, la que lleva a cabo esta
guerra y la estamos ganando».
Buffett trasluce en estas dos frases la convicción en que el
capitalismo que representa se siente tan cómodo en la situa-
ción actual que incluso puede que se esté pasando y se le vaya
de las manos el abuso. Por eso pide más impuestos a los ricos.
De todas maneras sabe que eso no cambia lo fundamental.
Pero él insiste en representar la justicia social. Es un filántro-
po que se está desprendiendo de su fortuna personal, cifrada
en 53.500 millones de dólares, un número que no hay que
entender, pero conviene memorizar. Lo hace a través de la
fundación de quien le precede en la lista, Bill Gates, accionista
mayoritario de Microsoft. Vive sin grandes lujos y comparte
esa afición por las causas sociales con otro inversor de noble
corazón, George Soros, número 35 del ranking Forbes.
Son grandes apostadores con estilos opuestos. A Buffett se le
identifica con la vieja escuela del mercader: fiarse de lo tangible,
aprovechar las oportunidades en los negocios y no agitar dema-
siado lo que funciona bien. Soros, por contra, fue un tiburón
despiadado capaz de jugar muy duro y ganar: en los 90 echó
un pulso a la libra esterlina y ganó. Mucho más que en ningu-
na otra apuesta: se calcula que 1.000 millones de dólares en un
solo día al obligar al Banco de Inglaterra a devaluar su mone-
da. Pero aquello ya pasó y ahora está en la lista de los buenos
chicos, los que critican los excesos del mercado y ponen dinero
para las buenas causas, lo que incluye, por supuesto, financiar
estudios y organizaciones acordes a sus intereses.
En la lista de Forbes hay varios españoles. Tras Ortega está
Isak Andic, dueño de Mango y presidente del Instituto de
Empresa Familiar. Tras Rosalía Mera, ex mujer de Ortega,
se sitúa Manuel Jove, que vendió muy bien su constructora
Fadesa antes de su hundimiento; sigue activo y ahora está
en el accionariado del BBVA. En aquella operación también
estuvo presente, tangencialmente, Enrique Bañuelos, que
llegó a ser acusado de uso de información confidencial,
aunque sin ninguna otra consecuencia que los 3,5 millo-
nes que se embolsó en aquel movimiento. Bañuelos, por
su parte, fue la mascletá perfecta del ladrillazo español,
con una parábola de ascenso, cénit y caída de sobresalien-
te. Pero aquella aventura le llenó los bolsillos. Ahora hace
negocios en Brasil.
Su historia no es tan extraña. Es uno de los caminos habi-
tuales de los que están en ese ranking: fundar, comprar, hacer
ganar valor a lo suyo, vender y comprar otra cosa, y luego
asociarse con otros inversores para comprar algo más valio-
so y conseguir apartar a ese socio circunstancial para tener un
paquete mayor de acciones o incluso absorber al compañe-
ro de aventuras. Y que siga el círculo. Acumular riqueza para
seguir haciéndola crecer. Ese es el trabajo de un inversor.
Es incluso el modelo del millonario español más popular. El
Botín de todas las salsas. Don Emilio ha conseguido convertir
el Santander, uno de tantos pequeños bancos de los muchos
que había en España a mediados de los 80, en un gran grupo
internacional, el cuarto banco del mundo por beneficios y el
octavo por capitalización bursátil. Basta como ejemplo recor-
dar que no hace tanto tiempo, tras lo que se presentó como
ALBERTO CIMADEVILLA
Warren Buffett.
Emilio Botín
A la izquierda, George Soros. Debajo, sede de JP Morgan en Nueva York.
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fusión y terminó como absorción del Central Hispano, se
hacía llamar BSCH.
En el Reino Unido, su objetivo prioritario en los últimos
tiempos, ha mantenido la marca Abbey –el banco a través
del cual desembarcó– solo el tiempo necesario para hacer la
conversión. Desde enero a septiembre de este año, el Grupo
Santander sumó unas ganancias de 6.080 millones de euros,
casi un 10% menos que en el mismo periodo de 2009. Pero
por el camino al éxito de su marca, Botín también ha perdi-
do cuota: apenas dispone del 1% del accionariado del grupo,
un porcentaje que puede parecer ridículo pero que a precio de
mercado asciende a casi 700 millones de euros. Con todo, su
fortuna personal está cifrada en 1.700 millones de euros.
Pero así son los negocios cuando se habla de dinero de
verdad. Comprar, vender, fusionar, absorber y vuelta a empe-
zar. Independientemente de que lo que se compre sea cemen-
to, cobre, aerolíneas, ordenadores, móviles, bancos, fondos
de inversión, constructoras, consultoras, gas, oro, coches,
supermercados, electrodomésticos, medios de comunicación,
microchips, seguros, medicina, hidroeléctricas, papeleras,
alimentación... Los inversores están en todo lo que se consu-
me. Y en lo que no. Su meta es que su grupo gane más para
seguir creciendo y poder comprar más. De que se haga exacta-
mente como ellos necesitan se encarga el siguiente escalafón.
Los gestoresHacer todas esas operaciones que las riquezas quieren preci-
sa de gente capacitada para la misión. Son los auténticos
hombres de negocios. Los encorbatados que abandonaban
cargados con cajas la sede de Lehman Brothers tras la quiebra
de la compañía en 2008. Son los ejecutivos que cobran por
bonus y gestionan lo que es propiedad de otros. Los consejeros
delegados que se rasgan las vestiduras cuando se intenta redu-
cir lo que cobran por beneficios. Gestores de hedge-funds que
operan en la opacidad y a una velocidad difícil de seguir. Ellos
son los que hacen las trampas de las que los filántropos como
Buffett o Soros se lavan las manos.
Aspiran a ser tan buenos en su trabajo como para algún
día encontrar un hueco por el que colarse en el grupo Forbes.
Y aunque están en un escalón por debajo, también ganan
mucho dinero, gracias a los bonos que perciben de la consul-
tora, financiera, aseguradora o multinacional que los contrata
para que en la cuenta de resultados el cuadro de beneficios se
muestre más gordo. Su trabajo consiste en eso: incrementar
las ganancias.
Son esos que Buffett teme que se descontrolen. Ellos han
sido quienes han cometido los pecados capitales de la crisis,
los que con su actuación han causado el terremoto. Errores
que los verdaderos propietarios del negocio están dispuestos a
perdonar, e incluso retribuir, siempre que todo siga igual. Las
grandes potencias se conjuraron, cuando parecía que la quie-
bra de todo el sistema financiero era inminente hace dos años,
para ponerles coto. Siguen conjurados, pero el libre mercado
no ha cedido lo más mínimo.
Hace ahora un año, el consejero delegado de JP Morgan se
reveló contra la pretensión británica de gravar los bonos –un
variable en función del cumplimiento de los objetivos- que
cobran los ejecutivos financieros. Su amenaza fue la habitual:
abandonar el país. El Gobierno siguió adelante y el pago de
esos impuestos ha supuesto, en conjunto, 3.500 millones a
las arcas públicas. Pero la batalla continúa y el mes pasado
el nuevo Ejecutivo de David Cameron volvió a reunir a las
principales entidades financieras del país para reclamarles una
reducción de los bonos.
Pero hay banca comercial, con oficinas y clientes, y banca
financiera, que funciona solo por y para la inversión, buscan-
do la mayor rentabilidad en el menor tiempo posible. La
entidad estadounidense Goldman Sachs es tal vez su principal
representante. Fue parte fundamental del espectáculo de las
subprime, aquel negocio de concesión de hipotecas sin posibi-
lidad de cobro que, una vez mezcladas con otras buenas (del
mismo modo que un traficante corta la droga), fueron puestas
en el mercado financiero, que quedó contaminado y desató la
tormenta. Sus cuentas de resultados siguen siendo impresio-
nantes, pese a que se han convertido en el dardo de las críticas.
En realidad, todo lo relacionado con las retribuciones de
los directivos de estas entidades es motivo de polémica. Y
con razón: el responsable de Bear Stearns jugando al bridge y
con el teléfono desconectado mientras dos de sus fondos se
hundían; gastos de avión y coche particular de 357.000 dóla-
res en un año por parte del presidente de Merrill Lynch, la
misma compañía que hace seis meses publicó un estudio que
aseguraba que en 2009 creció un 17% el número de perso-
nas en el mundo con más de 1 millón de dólares excluyendo
primera vivienda y consumibles; o los directivos de la quebra-
da y rescatada aseguradora AIG disfrutando de un fin de
semana de relax en un lujoso hotel de California para reponer-
se del varapalo de la intervención. Los pobrecitos.
El papel de estos mercaderes trileros, además de su lucro
personal mediante el manejo del dinero ajeno, es hacer que
aumente el capital disponible. Lograr que crezca el dine-
ro, moviéndolo muy deprisa. Tanto que a veces se les va de
las manos: el 6 de mayo de 2010 la Bolsa de Wall Street
se desplomó durante cinco minutos hasta perder casi el
10%, aunque luego corrigió su comportamiento. Fueron
unos instantes de angustia para los inversores, que no
sabían lo que había pasado. En realidad la culpa de aquel
susto la tienen los ordenadores financieros, que las compa-
ñías tratan de situar lo más cerca posible del ordenador
central del operador bursátil para adelantarse a sus rivales
en microsegundos, lo que tarda la máquina en interpre-
tar, de acuerdo con los algoritmos que se le hayan dado, lo
que está pasando y de actuar en consecuencia, poniendo a
la venta a la vez y de golpe millones de títulos capaces de
hacer lo que sucedió ese día.
En este grupo están también las agencias de calificación
de riesgos. Esas que ponen notas a la situación financiera de
las empresas, de los sectores y de los estados. Son como el
oráculo del que ha de fiarse quien quiere que su inversión
salga bien. Pero no hay mucha competencia en el sector:
Fitch, Standard & Poor’s y Moody’s se reparten el pastel. Sus
informes sobre la solvencia tienen un efecto en el mercado de
deuda. O viceversa.
Porque cuando, gracias a esa capacidad para reunir y disgre-
gar rápidamente capital, compañías de inversión se ponen de
acuerdo, pueden hacer crecer las dudas sobre la estabilidad de
cualquiera. Bien que Grecia mintió en las cuentas que en su
día presentó a Bruselas –para lo cual, por cierto, contó con la
ayuda de Goldman Sachs y JP Morgan– y que su situación
financiera es comprometida. Pero hace casi un año y tras una
de esas jornadas fatídicas para su deuda, su servicio de inte-
ligencia puso nombres y apellidos a los ejecutores de lo que
consideraron un ataque en toda regla: Moore Capital, Fidelity
International, Paulson & Co y Brevan Howard. Pero con eso
tampoco se logra nada, porque lo que estas empresas hicieron
es perfectamente legal y no es sino la réplica de lo que en su
día hizo Soros con la moneda británica.
Todas estas operaciones tienen como finalidad la obten-
ción de ganancias. Y de nada serviría ganar mucho si luego
hay que pasar por la caja común de los impuestos. Construir
un sistema en el que la propia empresa es demasiado gran-
de como para que cualquier gobierno permita su quiebra no
tiene sentido si luego hay que financiar a ese Estado. Pero
para todo hay soluciones, y en este caso son los paraísos
fiscales: sin tributos y mediante su opacidad son el escondite
donde siempre mueren las operaciones del fisco en su perse-
cución del fraude. La capacidad de huir del dinero es la justi-
ficación que siempre se da para no incrementar la tributación
de los que más tienen, del mismo modo que la marcha de las
grandes empresas es lo que se aduce para no subir el impues-
to de sociedades.
La isla de Man en mitad del Canal de la Mancha, Gibraltar
con sus particularidades, el exotismo de lugares como Nauru,
o Suiza, donde el banco británico HSBC ha acogido pequeñas
fortunas de 1.500 españoles investigados ahora por la Agencia
Tributaria, cargan con la fama. Pero también el Vaticano está
bajo sospecha permanente. Hace apenas tres meses, un juez
congeló 23 millones de euros que estaban a punto de ser
transferidos a otras dos cuentas desde el Instituto para las
Obras de Religión, el banco vaticano. Fue solo un capítu-
lo más de esta entidad, siempre en el centro de la polémica y
famosa por su opacidad.
Hay por tanto unos grandes ricos, propietarios de empre-
sas tan inmensas y poderosas que son capaces de jugar con
los precios de casi todo: desde el azúcar hasta los présta-
mos. Y luego unos gestores que no desperdician ningu-
na ocasión para hacer dinero a costa del interés general.
Hay un sistema que favorece la socialización de las pérdi-
das (como han demostrado los rescates de los gigantes) y
la privatización de los beneficios. Y eso lleva de nuevo al
punto de partida: el nivel de vida.
Los ejecutoresEl Fondo Monetario Internacional tiene una curiosa misión:
evitar las crisis financieras. Obviamente ha fracasado. Varias
veces. Pero es precisamente cuando fracasa cuando más traba-
jo tiene esta organización, una pieza básica para el capitalismo
internacional. Si los gobiernos rescatan bancos, el FMI rescata
a países. Pero si los primeros no logran meter en vereda a los
gestores financieros, el FMI sí sabe cómo imponerse.
Grecia sirve de nuevo como ejemplo: cuando se compro-
bó que en sus arcas no había dinero para pagar los créditos
(la deuda) que le vencían, se vio abocada al rescate por parte
de sus socios europeos, que aseguraron al país heleno unos
nuevos créditos para continuar financiándose a un interés muy
inferior al que le pedían los mercados. A cambio se le exigió
reducir su gasto público: bajadas de sueldos de funcionarios,
reforma de las pensiones, reducción de servicios sociales y
toda la receta habitual. En Irlanda, parecido.
La OCDE, Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico, el club de los países ricos, no impo-
ne programas de recortes. Su misión es más discreta: estu-
dios e informes que aconsejan, recomiendan, orientan y, en
definitiva, presionan para el adelgazamiento de los sistemas
públicos de protección social. Conviene no tomárselo por
lo personal: son solo negocios. El de la sanidad privada,
el de los planes de pensiones, el de los seguros, el abarata-
miento de la mano de obra.
Pero además de estas dos estructuras internacionales, cien-
tos, miles de fundaciones, institutos, asociaciones y demás
se encargan de sustentar esta estructura. Hasta ellas llega
el dinero que los tipos como Soros dedican a esas obras
de filantropía. Pagan a los profesores de universidad, a los
investigadores y las becas de quienes dan las directrices de
los cambios e inundan el debate con el sonido monocorde
de las exigencias de los mercados. Representan los intereses
de quienes con la crisis han ganado dinero. Mucho dine-
ro. Mientras las necesidades de quienes pierden siempre son
aplazables o, sencillamente, inviables. De estas últimas parece
que nunca toca hablar.
PAC
O P
AR
ED
ES
El euro está en peligro por las convulsiones de los mercados. En la imagen, manifestantes antiglobalización en Oviedo.
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