LA MUJER EN LA HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
EDAD MEDIA En la alta Edad Media, en la que uno de los ejes de la
existencia es la preocupación por ganar el cielo, la mujer
representa el mal, la tentación de la carne. También la
encontramos en el papel de “Descanso del guerrero” como
es el caso de Doña Jimena en el Cantar de Mio Cid.
La mujer suele aparecer en espacios privados, y lejos de las
esferas del poder y el valor que las identifica es la castidad,
puesto que se las considera responsables de la honra de la familia.
En el siguiente fragmento del Cantar, podemos ver como Don Rodrigo se despide de su mujer y
sus hijas que permanecerán en el monasterio de San Pedro de Cardeña, alejadas de la acción y
de la toma de decisiones que afectará a sus vidas:
Tañen allí las campanas en San Pedro con clamor.
escúchanse por Castilla voces diciendo el pregón:
Cómo se va de la tierra nuestro Cid Campeador.
Los unos dejan sus casas; otros bienes y favor.
En este día tan sólo en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros júntanse, y con viva voz
todos piden y preguntan por el Cid Campeador.
Allí Martín Antolinez a todos los recogió
vanse todos a San Pedro,
donde está el que bien nació.
Seis días de los del plazo se les han pasado ya;
sólo tres quedan al Cid, sabed, que ninguno más.
Y mando el rey don Alfonso a nuestro Cid vigilar;
que si después de aquel plazo lo consiguen apresar
ni por oro ni por plata, que no podría escapar.
El día se va acabando la noche se quiere entrar.
El Cid a sus caballeros los mandó a todos juntar:
- Oíd, varones, lo que digo no os de por ello pesar.
Aunque es poco lo que traigo,
vuestra parte os quiero dar.
Mostraos aquí diligentes,
haced lo que es de esperar.
Mañana, a primera hora, cuando esté el día al llegar,
sin que nadie se retrase todos mandáis ensillar.
A maitines en San Pedro tocará este m¡ buen Abad.
La misa dirá por todos de la Santa Trinidad.
Una vez la misa dicha, enseguida, a cabalgar,
pues el plazo se termina, y queda mucho por andar.
Tal como lo mandó el Cid dicen todos que lo harán.
La noche ya va pasando, la mañana va a apuntar.
Antes que la noche acabe ya comienza a ensillar.
Las campanas con gran prisa a maitines tocan ya.
Nuestro Cid y su mujer, los dos a la iglesia van.
Echóse doña Jimena en las gradas del altar
y allí ruega al creador, cuanto mejor sabe orar,
que el Cid, el campeador, lo libre de todo mal. [...]
Rezadas las oraciones, la misa vino a acabar.
Ya salieron de la iglesia; pronto van a cabalgar.
El Cid a doña Jimena allí quiere abrazar,
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar,
llorando a lágrima viva que no sabe lo que hará.
El Cid a sus hijas niñas no se cansa de mirar. [...]
Lloran todos con gran pena, como nunca se vió tal.
Como la uña de la carne, siéntense así desgarrar.
Nuesto Cid con sus vasallos ya principia a cabalgar;
esperando a que se junten, la cabeza vuelve atrás. [...]
Allí soltaron las riendas y comenzó a cabalgar,
que pronto se acaba el plazo en que el reino han de dejar.
(Versión de F. López Estrada, Editorial Castalia)
En la Baja Edad Media, El Arcipreste de Hita ilustra las contradicciones del cambio de época:
escribe el Libro de Buen Amor, el amor divino, para advertir a los varones contra el mal amor
que es el representado por la mujer: el amor carnal que tienta al varón apartándolo del
servicio a Dios. Sin embargo, encontramos en esta obra rasgos renacentistas que acercan al
autor a la vida mundana de forma que el libro finalmente resulta ser más una invitación a
entregarse a los placeres de la carne que una ayuda para dedicarse al culto divino y alejarse de
todos los placeres carnales.
La imagen de la mujer que
encontramos en esta obra no es muy
favorecedora: Doña Venus aconseja a
los varones lo que tienen que hacer
para conseguir el amor de las damas y
de sus consejos se transluce que son
hipócritas y que hay que envolverlas
en argucias para conseguirlas. Incluso
aparecen en un plano inferior al del
hombre, como si fueran seres
menores:
“mejor quiere la dueña ser un
poco forzada
que decir: “haz tu gusto”, como
desvergonzada;
con un poco de fuerza queda
muy disculpada:
en cualquier animal es cosa muy probada”
También aparecen en la obra mujeres sin pudor que requieren a los varones, pero son objeto
de burla porque se las caricaturiza con rasgos varoniles:
“¡Mayores que las mías tiene sus negras barbas! (…)
“más ancha que mi mano tiene la su muñeca;
vellosa, pelos grandes, aunque no está muy seca
voz gorda e muy gangosa que siempre suena
enteca, muy tarda y como ronca, desapacible y hueca”
Por último veamos cómo es la mujer bella, según esta obra:
"Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.
"Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta, pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.
"Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
"Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claros y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
"La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos
"La su boca pequeña, así, de buena guisa,
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
Fuente: “Rastreando la imagen de la mujer en la literatura española”, Ana María Diezma
Criado.