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Elecciones y AnarquismoEscritos de Errico Malatesta

Errico Malatesta

1897

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Índice general

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . 4Anarquistas y socialistas frente a la lu-

cha electoral . . . . . . . . . . . 5Los anarquistas contra el parlamento . 10Anarquistas y socialistas en las elec-

ciones políticas . . . . . . . . . 14Los anarquistas y las elecciones . . . . 21Las candidaturas-protesta . . . . . . . . 38Anarquía y parlamentarismo . . . . . . 41Mayorías y minorías . . . . . . . . . . . 49Sobre la línea del anarquismo . . . . . . 56De una cuestión de táctica a una cues-

tión de principios . . . . . . . . 59Sociedad autoritaria y sociedad anár-

quica . . . . . . . . . . . . . . . 66Pocas palabras para cerrar una polémica 74Concepción integral de la anarquía . . 80Incopatibilidad . . . . . . . . . . . . . . 88

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No confundamos . . . . . . . . . . . . . 95Colectivismo, comunismo, democra-

cia socialista y anarquía . . . . 97Por la conciliación . . . . . . . . . . . . 103Imposibilidad de un acuerdo . . . . . . 111Declaración en pro del socialismo li-

bertario . . . . . . . . . . . . . 120El peligro . . . . . . . . . . . . . . . . . 121El espectro de la reacción . . . . . . . . 126Entre dos fuegos . . . . . . . . . . . . . 135Todavía el parlamento . . . . . . . . . . 141Uso y abuso de la fuerza . . . . . . . . 147Anarquía… ¿contra qué? . . . . . . . . 151Contraste personal . . . . . . . . . . . 161Clarificaciones sobre la polémica . . . . 163Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . 164

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Presentación

La polémica, entre los libertarios italianos ErricoMalatesta y Saverio Merlino, que a continuación pu-blicamos, se desarrolló en 1897 y tuvo una enorme re-sonancia en territorio italiano e incluso en el seno delmovimiento anarquista y socialista europeo.

La primera vez que leímos esta polémica, si la me-moria no nos es infiel, fue en 1990. Quisimos publicar-la en papel, en nuestra editorial Ediciones Antorcha,pero finalmente es hasta ahora, ¡casi quince años des-pués!, que pudimos concretar este objetivo ya comoedición virtual.

Nos hemos basado para su elaboración en el magní-fico libro publicado en 2002 por la Fundación AnselmoLorenzo, titulado Escritos de Errico Malatesta.

La riqueza, llamémosle pedagógica, de esta polémi-ca es evidente. Tanto Merlino como Malatesta echan,como se dice comúnmente, mano de sus mejores argu-mentos para intentar vencer al oponente, logrando conello que quien resulta a fin de cuentas vencedor, no esotro que el lector, que, independientemente de sus par-ticulares puntos de vista, puede aprender muchísimode los planteamientos expresados por los polemistas.

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También, y no está de más el señalarlo, el tema delas elecciones y el parlamentarismo, de ninguna ma-nera pueden considerarse como temas superados en elseno del movimiento libertario internacional. Las dosposturas, esto es, tanto la que plantea el absoluto re-chazo a las elecciones y al parlamentarismo, como laque considera que ese rechazo a lo único que condu-ce es al enclaustramiento voluntario de un movimien-to cuyos planteamientos merecenmejor suerte, siguenpresentes, y dudamos que llegue el momento en que eltema se cierre al vencer una de los dos posturas con lavictoria absoluta.

Ojala esta polémica proporcione a quien la lea ele-mentos de comprensión a las alternativas libertarias.

Chantal López y Omar Cortés

Anarquistas y socialistas frente a la luchaelectoral

Me preguntan desde varios lugares mi parecer acer-ca de si se debe o no tomar parte en las elecciones po-líticas.

En el número de hoy del Messaggero leo que tam-bién, en una reunión mantenida en Senigallia, se ha in-

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terpretado de una manera sui generis cuanto he dichoa propósito del tema en una conferencia pronunciadaen Nápoles.

Es manifiesto que carece de importancia conocer loque pienso: en cambio, importa muchísimo saber cuálde las dos opiniones —la favorable o la contraria a laparticipación en las elecciones— es la verdadera. Y estoes lo que yo querría discutir de una vez por todas ypara todos.

Es de sobra sabido que los socialistas, en lucha conlos republicanos y con los demócratas, han sostenidopor muchos años —y muchos lo sostienen todavía—que las formas políticas no tienen ningún valor, quetanto vale la monarquía como la República y que laslibertades sancionadas por los estatutos son una simu-lación, porque quien es pobre es esclavo.

La cuestión social —se ha dicho— consiste entera-mente en la dependencia económica de los obreros conrespecto a los patronos: socavemos ésta y la libertadvendrá por sí sola.

Esto es una gran verdad. Las libertades políticasexisten, ¿pero quién las tiene? ¿Quién puede ejercer-las verdaderamente bajo el régimen actual? No puedeser políticamente libre el pueblo que económicamentees esclavo. Pero, si las libertades políticas y constitu-

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cionales tienen menos valor que el que generalmentese cree, no se sigue de ello que no sirvan para nada. Sir-ven mientras que el gobierno nos las arranca, tratandode retardar la emancipación de la clase obrera.

En consecuencia tienen un valor innegable.Pero estas libertades no consisten simplemente en

el derecho al voto y en el uso que se puede hacer de él.Son también los derechos de reunión y asociación,

la inviolabilidad personal y del domicilio, el derechode no ser castigado o perseguido por simple sospecha(como sucede en los casos de la amonestación y deldomicilio forzado), etc., etc.

Y estas libertades se defienden no sólo en el parla-mento (el parlamento, dijo una vez Lemoine, se aseme-ja a cierto juego de niños, que hace mucho ruido sinningún fruto), sino que se defienden sobre todo fueradel parlamento, luchando cada vez que el poder ejecu-tivo comete una arbitrariedad o una prepotencia con-tra una clase de ciudadanos o incluso contra un soloindividuo (como sucede en otros países, donde inclusosin tener representantes en el parlamento, el pueblosabe imponer el respeto a sus libertades).

Con esto no quiero decir que la lucha por la liber-tad —y hasta cierto punto también la lucha por el

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socialismo— no se pueda y deba hacer también duran-te las elecciones y en el parlamento.

Yo creo que nosotros, combatiendo a ultranza, co-mo lo hemos hecho, el parlamentarismo, nos hemospillado los dedos: porque hemos contribuido a crearesta horrible indiferencia de la población, no solamen-te por el sistema parlamentario, sino también por laslibertades constitucionales, de modo que el gobiernoha podido impunemente violarlas sin que un solo gri-to de protesta se haya elevado de los hijos de aquellosque dieron la vida para conquistarlas.

El parlamentarismo no es el fénix de los sistemas po-líticos; al contrario. Pero por pésimo que sea, es siem-premejor que el absolutismo, al cual nos encaminamosa grandes pasos.

Por tanto, hoy por hoy, al partido socialista (en elcual incluyo también a los anarquistas no individualis-tas) le corresponde también la defensa de la libertad.

Esta lucha, según mi opinión, debe ser librada sobretodos los terrenos —comprendido el de las elecciones—pero no solamente sobre éste.

Los socialistas anárquicos no tienen necesidad decandidatos propios: no aspiran al poder y no sabríanqué hacer con él. Pero deben protestar contra la reac-ción gubernamental, tomando parte en la agitación

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electoral. Y está claro que entre un candidato crispino,rudiniano o zanardelliano —dispuesto a votar estadosde sitio, leyes de excepción, elegibilidad de candidatospolíticos, quizá masacres de multitudes hambrientas—y un socialista o republicano sincero, sería locura pre-ferir al primero.

Sin embargo, deben decir claramente al pueblo queno se hacen ilusión (como les sucede a algunos socia-listas) de poder abrir brecha en la ciudadela burguesa,y conquistarla, a golpes de papeleta.

Asimismo, sólo pueden y deben decir a los socialis-tas que el voto no es más que un episodio de la luchapor el socialismo, y no el más importante; la verdade-ra lucha debe ser llevada acabo en el pueblo y con elpueblo sobre los terrenos económico y político.

La emancipación de los trabajadores debe ser obra delos trabajadores mismos; no puede ser obra de los polí-ticos.

He aquí mi opinión sobre la más grave razón de di-sidencia entre socialistas y anarquistas.

Desgraciadamente, éstos y aquellos se han hechodaño y —lo que es peor— se han insultado recíproca-mente: y el recuerdo de tales cosas nubla su vista y lesimpide considerar el verdadero interés de la causa.

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Algunos cabecillas legalistas son intolerantes ymez-quinos (el periódico máximo del partido no ha tenidouna palabra de protesta por mi arresto singularisimoen Florencia); los anarquistas son iracundos e implaca-bles.

Con estas peleas el gobierno disfruta.

MerlinoDel Messaggero, del 9 de enero de 1897.

Los anarquistas contra el parlamento

Estoy informado de que los socialistas parlamenta-rios de Italia dicen que yo, de acuerdo con Merlino, en-cuentro útil que los socialistas anárquicos participenen las luchas electorales votando por el candidato másavanzado.

Dado que me hacen el honor de ocuparse de mi opi-nión, no se me estimará presuntuoso si me apresuroa poner en su conocimiento y en el de la población loque verdaderamente pienso de la cuestión.

Por cierto, no critico a mi amigo Merlino que pien-se como quiera y lo diga sin reticencias. Hubiera pre-ferido que antes de anunciar públicamente un cambiode táctica —que no tiene ningún valor si no es acep-

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tado por los compañeros— discutiera más a fondo lacosa entre aquellos del partido al cual ha perteneci-do hasta ahora y con el cual espero que querrá con-tinuar combatiendo. Pero también esto, más que culpade Merlino, lo es de la crisis prolongada que ha afli-gido a nuestro partido y del estado de reorganizacióntodavía incipiente en el que nos encontramos.

Sin embargo, es necesario hacer constar que lo queMerlino ha dicho en relación al parlamentarismo y alas luchas electorales no es otra cosa que una opiniónpersonal, que no puede prejuzgar la táctica que adop-tará el partido socialista anárquico.

Pormi parte—a pesar de queme disguste disentir enasunto tan importante con un hombre de valor comoMerlino y al que me ligan tantos vínculos de afecto—me siento obligado a declarar que, según mi parecer,la táctica preconizada por Merlino es nefasta y con-duciría fatalmente a la renuncia de todo el programasocialista anárquico. Y creo poder afirmar que así lopiensan todos o casi todos los anarquistas.

Los anarquistas permanecen, como siempre, adver-sarios decididos del parlamentarismo y de la tácticaparlamentaria.

Adversarios del parlamentarismo porque creen queel socialismo sólo debe y puede realizarse mediante la

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libre federación de las asociaciones de producción yde consumo, y que cualquier gobierno —el parlamen-to inclusive— no sólo es impotente para resolver lacuestión social y armonizar y satisfacer los interesesde todos, sino que constituye por sí mismo una claseprivilegiada con ideas, pasiones e intereses contrariosa los del pueblo, a quien tiene forma de oprimir conlas fuerzas del pueblo mismo. Adversarios de la luchaparlamentaria, porque creen que ésta, lejos de favore-cer el desarrollo de la conciencia popular, tiende a des-habituar al pueblo del cuidado directo de sus propiosintereses y es una escuela, para unos de servilismo, ypara otros de intrigas y mentiras.

Estamos lejos de desconocer la importancia de laslibertades políticas. Pero las libertades políticas no seobtienen sino cuando el pueblo se muestra decididoa conseguirlas; ni, una vez obtenidas, duran y tienenvalor sino cuando los gobiernos sienten que el pueblono soportaría la supresión de las mismas.

Acostumbrar al pueblo a delegar en otros la conquis-ta y la defensa de sus derechos, es el modo más segurode dejar vía libre al arbitrio de los gobernantes.

El parlamentarismo es mejor que el despotismo, esverdad; pero sólo cuando representa una concesión he-cha por el déspota por miedo a lo peor.

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Entre el parlamentarismo aceptado y elogiado y eldespotismo sufrido por la fuerza, con el ánimo dispues-to a la rebelión, es mil veces mejor el despotismo.

Sé bien que Merlino da a las elecciones una impor-tancia mínima y quiere, como nosotros, que la luchaverdadera se lleve adelante en el pueblo y con el pue-blo. Sin embargo, los dos métodos de lucha son incom-patibles, y quien acepta ambos, acaba fatalmente sa-crificando al interés electoral toda otra consideración.La experiencia lo prueba, y la natural tendencia a vivirtranquilo lo explica.

Y Merlino demuestra comprender bien el peligrocuando dice que los socialistas anárquicos no tienennecesidad de presentar candidatos propios, dado queellos no aspiran al poder y no saben qué hacer con él.

Pero, ¿es ésta una posición sostenible? Si en el par-lamento se puede hacer el bien, ¿por qué habrán dehacerlo los demás y no nosotros, que creemos tenermás razón que ellos?

Si no aspiramos al poder, ¿por qué ayudar a quienesaspiran a él?

Si no sabemos qué hacer con el poder. ¿Qué haríanlos demás, sino ejercerlo en contra del pueblo?

QueMerlino esté seguro de esto; si hoy le dijéramosa la gente que vote por alguien, aconsejaría rápidamen-

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te votar por mi, dado que creo (y en esto probablemen-te estoy equivocado, pero es una equivocación huma-na) valer tanto como cualquiera y me siento seguro demi honestidad y firmeza.

Por cierto, con las precedentes consideraciones nohe dicho todo lo que se podría decir, pero temo abusardemasiado de vuestro espacio. Me explicaré más am-pliamente en un escrito adecuado; ni faltará, lo espero,un acto colectivo del partido que reafirme los princi-pios antiparlamentarios y la táctica abstencionista delos socialistas anárquicos.

Esperando que consideréis que la presente es de uti-lidad para informar al público sobre la actitud que losdiversos partidos observarán en las próximas eleccio-nes y que por ello querréis publicarla, os agradezcoanticipadamente.

MalatestaDel Messaggero, del 7 de febrero de 1897.

Anarquistas y socialistas en las eleccionespolíticas

El amigo Malatesta, en nombre —parece— de todoso casi todos los anarquistas, ha creído poder reafirmar,

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en respuesta a mi carta del 9 de enero —y parece que seprepara a reafirmarlo también con otro escrito y conun acto colectivo del partido— los principios antiparla-mentarios y la táctica abstencionista de los socialistasanárquicos.

Envidio a estos anárquicos. Yo también querría po-der nutrir la antigua fe acostumbrada a los triunfos(verdaderamente, no se si a los triunfos, pero cierta-mente a las batallas). Yo también querría haber con-servado las ideas simples e íntegras de hace diez años.Entonces, también yo me ilusionaría y llamaría al esta-do de desintegración del partido anárquico un estadode reorganización incipiente. También yo podría decirque sé con seguridad de qué manera —y no de otra—actuará el socialismo. También yo repetiría que el go-bierno, todo gobierno, no es sino la organización de laclase privilegiada que oprime al pueblo con las fuerzasdel pueblo mismo y que éste, nombrando diputados,delega en ellos la conquista y la defensa de sus dere-chos. Y cuando hubiera dicho esto, me sentiría satisfe-cho y esperaría el día de la gran revolución, que debecambiar la faz de la tierra (pero que tiene el inconve-niente, según pienso yo gravísimo, de hacerse esperardemasiado).

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Desgraciadamente, lo confieso, me he hecho másmaduro, a pesar de que me resultaría cómodo, no quie-ro dejar de lado la experiencia de diez o quince años.Estoy convencido de que el partido anárquico ha equi-vocado el camino; estoy convencido de que los anar-quistas, todos o casi todos, tienen mi misma convic-ción; sólo que no osan confesarlo y no tienen la fuerzade ánimo necesaria para separarse de su pasado.

La táctica abstencionista ha traído dos resultados:

1. Nos ha separado de la parte activa y militantedel pueblo;

2. Nos ha debilitado frente al gobierno.

Es muy lindo decir que abstención no quiere de-cir inacción, sino participación en la agitación electo-ral con propaganda antiparlamentaria. Con esta lógica,que mi amigo invoca, los anarquistas abstencionistasdebían terminar y han terminado por quedarse en ca-sa; cuando no han votado por algún candidato de sucorazón (como individuos se entiende, no como parti-do), sin hablar de aquellos que además han pasado elRubicón y han ido a alinearse —por el mero deseo dehacer algo— con los socialistas legalistas.

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El gobierno, luego, ha aprovechado nuestro aisla-miento para sacudirnos por todos lados, legal o ilegal-mente (el gobierno, como se ve, no tiene nuestros mis-mos escrúpulos).

Estamos maniatados hasta el punto de no poder ha-cer la menor propaganda. La policía puede, a su albe-drío, encarcelarnos, hacernos condenar, confinarnos.¿Qué resistencia oponemos nosotros? Ninguna.

Nuestra guerra ha sido de brazos cruzados. Si por lomenos fuéramos partidarios de la no resistencia al mal,tendríamos con qué consolarnos. Pero no, nosotros es-peramos quemadure la revolución. Entre tanto, hemosvisto en estos días que quien ha podido llevar una pa-labra de apoyo a los huelguistas de Civitavecchia hasido un diputado socialista. ¡Y continuamos diciendoque no sirve para nada la lucha parlamentaria!

Malatesta dice:Si debemos votar por los socialistas o por los republica-

nos, tanto más valdría ir nosotros mismos al parlamento.Para nosotros no se trata —como para los

socialistas— de triunfar e ir a defender nuestroprograma en pleno parlamento, en presencia deelementos cultos y célebres sino que se trata de con-seguir cuantos más opositores sinceros y enérgicosal gobierno sea posible —trescientos Imbriani, por

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así decir— pero Imbriani que no se contenten conbombardear con interpelaciones a los ministros delparlamento, sino que lleven adelante una guerra seriay continua al gobierno del país, aprovechándose inclu-sive, hasta que les priven de ellas, de las prerrogativasparlamentarias.

Malatesta afirma que la lucha extraparlamentariapor la libertad no se puede librar cuando se adopta lalucha electoral. Yo pienso justamente lo contrario.

Lo que no puedo admitir de ninguna manera es quela táctica parlamentaría, lejos de favorecer el desarro-llo de la conciencia popular, tienda a deshabituar alpueblo del cuidado directo de sus propios intereses.

Esto es doctrinarismo puro. La agitación electoralsocialista arranca a las multitudes de su indiferenciahereditaria en los asuntos públicos: en Italia ha con-quistado para nuestra causa regiones que ya se habíandemostrado y son todavía refractarias a la propagandaanarquista.

El parlamentarismo tiene sus inconvenientes: ¿Peroqué cosa no los tiene?

¿Qué táctica, o agitación, o acción, podría aconsejarMalatesta que no presente inconvenientes iguales, sino mayores? Algunos de nuestros amigos se han pues-

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to a organizar cooperativas: trabajo éste utilísimo tam-bién, pero no es nuestro trabajo.

Ni los socios de las cooperativas pueden ser to-dos socialistas y anarquistas, ni el gobierno toleraríacooperativas así formadas. Sin contar que no pocascooperativas se convierten en empresas capitalistas yque algunas, incluso, nacen como tales.

¿Qué hacer entonces? ¿Organizar sociedades obre-ras de resistencia? Pero apenas éstas empiezan a sernumerosas y potentes (como las Uniones inglesas) sur-ge un estadomayor de presidentes, vicepresidentes, se-cretarios y cajeros; en suma, un parlamentarismo peorque el otro.

El parlamentarismo no es un principio, es un medio:se equivocan los que hacen de él una panacea, pero seequivocan también los que lo miran con santo horrorcomo si fuera la peste bubónica.

Y, por otra parte, no es verdad que el parlamenta-rismo esté destinado a desaparecer enteramente. Algoquedará de él incluso en la sociedad que anhelamos.Yo recuerdo un escrito que Malatesta envió a la con-ferencia de Chicago de 1893 donde sostenía que paraalgunas cosas el parecer de la mayoría deberá necesa-riamente prevalecer sobre el de la minoría.

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Pero aparte de esto, incluso en caso de unanimidad,no todos aquellos que han deliberado se pondrán a eje-cutar en masa el resultado de sus deliberaciones. Ame-nos de no admitir este aforismo —que tengo razonespara creer que Malatesta repudia tanto como yo— se-rá necesario distribuir los encargos confiándolos a losmás capaces.

Y he aquí que estos encargados formarán un go-bierno o una administración… por favor, no hagamossutilezas con las palabras. Un mínimo de gobierno ode administración lo habrá incluso en la sociedad me-nos organizada; sólo debemos estudiar las maneras dehacerlo inocuo, de impedir que una minoría se apro-pie del poder en contra de la mayoría, obtener que elpueblo ejercite una censura continua y efectiva sobresus administradores o delegados.

Yo reconozco los inconvenientes del sistema parla-mentario y deseo eliminarlos, pero no deseo volver aldespotismo.

Reconozco pésimo el ordenamiento actual de la jus-ticia, pero no vería con gusto el retorno a la ley deLynch, ni al sistema de la venganza privada; como reco-nozco los errores del poder judicial, no querría ponermi libertad en manos del juez togado.

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Reconozco la injusticia de las leyes, pero no querríavolver al tiempo en que la voluntad del príncipe eraley.

Quiero, en suma, progresar como un buen positivis-ta, que cree que la sociedad se perfecciona, no se refun-de y remodela, ni se hace con una receta de principiosabstractos. Estoy convencido de que los socialistas, to-dos —anarquistas, marxistas y republicanos— tienenpoco más o menos las mismas aspiraciones, y querríaverlos luchar juntos; y, francamente, querría ver algúnresultado.Me resultaría lamentablemorir con la expec-tativa en que vivo desde hace varios años.

MerlinoDel Messaggero, del 10 de febrero de 1897.

Los anarquistas y las elecciones

Una declaración mía en el Messaggero del 29 deenero a favor de la lucha política parlamentaria co-mo medio y estímulo para una vasta y fecunda agi-tación popular ha dado lugar a una polémica que, delas columnas de ese diario, se ha desplazado hacia laprensa socialista y anarquista. No he respondido sinoa uno de mis contradictores. Malatesta, amigo mío des-

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de hace muchos años, con quien he acabado siempre,bien que difiriésemos temporalmente —y espero aca-bar también esta vez— por ponerme de acuerdo. A losdemás les respondo ahora colectivamente, porque meurge decir todo mi pensamiento y cerrar, por mi parte,una polémica por demás ingrata.

Se afirma que la lucha política parlamentaria es con-traria a los principios socialistas anárquicos.

La aserción es de aquellas que, expresadas por al-guien, pasan de boca en boca y se repiten hasta con-vertirse en axiomáticas dentro de un círculo dado depersonas, sin que nadie las haya analizado.

Entendámonos. Lo que es contrario a nuestros prin-cipios es participar en el gobierno como ministros, co-mo funcionarios, como policías, como jueces, tal vezcomo legisladores… Sí también como legisladores, por-que yo sostengo que el diputado o socialista u obrero orevolucionario no debe ser un legislador, sino un agi-tador. Pero no es contrario a nuestros principios queel pueblo ejercite una injerencia, por indirecta y de po-co valor que esta sea, en la administración de la cosapública. Podemos y debemos lamentarnos que esta in-jerencia hoy sea mínima; que la soberanía popular nose ejerza más que durante el cuarto de hora de las elec-ciones, que luego, al volver a casa los electores —el

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campesino al arado, el obrero a la fábrica —los elegi-dos sean árbitros de la cosa pública y dispongan a suguisa de los más graves intereses del país. Esto es lomalo, no la participación de una parte del pueblo enlas elecciones a diputados y concejales.

Pero este mal no se remedia absteniéndose de votar,sino más bien induciendo al pueblo ante todo a ejer-cer con conciencia y vigor la poca autoridad que tiene,y luego reclamando más; habituándolo a luchar y pro-longando la lucha más allá del breve periodo electoral.

La lucha política debe desarrollarse en el parlamen-to y fuera de él. Aquí está la diferencia entre mi modode entender y el de los políticos y también el de algu-nos socialistas y el de muchos demócratas.

Para éstos, la lucha política consiste enteramente enmandar a la cámara el mayor número posible de dipu-tados del propio partido.

Para mí, en cambio, la elección de los diputados hos-tiles al gobierno no es sino un modo de agitación po-pular, y el objetivo de los diputados nos es ya propo-ner leyes y charlar sobre órdenes del día presentadosa la cámara; sino combatir a la mayoría parlamentariay al gobierno, denunciar al país las arbitrariedades ylas prepotencias y tomar parte en todas las agitacio-

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nes populares, dejándose incluso encarcelar con suselectores.

Sin embargo, los diputados democráticos de hoy nohacen nada de esto; hacen esperar inútilmente al pue-blo con discursos e interpelaciones, pero evitan cuida-dosamente promover o secundar agitaciones serias.

El gobierno disuelve asociaciones, prohíbe reunio-nes, pisotea las libertades populares. El honorable Ca-vallotti, a quien preguntaba qué pensaba hacer, respon-día: hablaré en la Cámara.

Las aulas universitarias son invadidas por policíasque maltratan a profesores y estudiantes. Paciencia: elhonorable Cavallotti hablará en la Cámara.

Las flotas europeas bombardean a los insurgentesde Creta y la diplomacia sofoca el grito de libertad delos pueblos que gimen bajo la dominación turca. Con-solémonos: Cavallotti hablará en la Cámara.

Francamente, ésta no es una conducta de demócra-ta, sino de uno que desconfía del pueblo y cree quelas grandes y pequeñas cuestiones políticas se debentratar en las alcobas ministeriales o en esa antecámaradel ministerio que es el parlamento nacional.

Nosotros, en cambio, debemos querer que el pueblohaga valer su voluntad y sus intereses contra la volun-tad y los intereses de la camarilla dominante, que luche

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—sobre el terreno político como sobre el económico—por la propia emancipación; y quemire al gobierno, nocomo a un patrón al que se deben obediencia y pleite-sía, sino como a un servidor al que se manda y que sepuede despedir cuando no cumpla su deber o cuandoya no haya necesidad de sus funciones.

Años atrás, los obreros de nuestras grandes ciuda-des se avergonzaban de inmiscuirse en política. Losconservadores insinuaban que era deber de los obre-ros ocuparse únicamente de los propios intereses eco-nómicos y permanecer extraños a toda agitación polí-tica; y a lo sumo les permitían aclamar a los reyes ya los ministros y votar, en las elecciones generales ymunicipales, por sus herméticos patronos.

Fue un progreso que los obreros empezaran a votarpor los individuos de su clase, y muchos de ellos conci-bieron la ambición de ir al parlamento y a los consejosmunicipales y provinciales; y se logró un progreso ma-yor cuando, constituido el partido socialista, fueron avotar por una gran idea.

Todavía hoy, multitudes de obreros y campesinospermanecen ligados a los patronos, que los explotaneconómica y políticamente, como trabajadores y comoelectores. ¿Es quizá contrario a nuestros principios tra-tar de arrancar a estas multitudes de su servidumbre y

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arrojarlas en la lucha política, incluso cuando sea ne-cesario comenzar por las elecciones?

Pero —se dirá— si no es contrario a nuestros princi-pios que el pueblo, en lugar de dejar la elección de losdiputados y de los concejales de la clase dominante,se presentara a ser elegido, es ciertamente contrario anuestros principios aceptar el mandato, ir a la cámarao al ayuntamiento, votar las leyes, convalidar los ac-tos del gobierno y participar en las expoliaciones delpoder.

De acuerdo, pero yo repito, se puede ir al parlamen-to o al ayuntamiento no a gobernar, sino a comba-tir al gobierno; no a hacer leyes, sino a demostrar lainjusticia de las leyes que existen; no a mancharnos,sino a gritar al ladrón. Se puede ir al parlamento co-mo un obrero, delegado por sus compañeros, va a unareunión de patronos a discutir las condiciones de tra-bajo; o como un acusado o su defensor van al tribunala decir sus razones o las de su cliente, incluso si noreconocen la autoridad de los jueces. En tanto esté vi-gente el actual sistema, el acusado se debe defender, elobrero se debe esforzar por obtener condiciones me-nos duras por parte de los patronos y el pueblo debeprotegerse de la tiranía poniéndole dificultades al go-bierno.

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Por poco que valgan las elecciones, sirven paraarrancar alguna concesión al gobierno o para imponer-le un cierto respeto por la opinión pública. Y por pocoque valga la presencia de los socialistas o de los re-volucionarios en el parlamento, sirve a veces para im-pedir una grave injusticia. Y por poco que valgan lasinmunidades parlamentarias, no se puede negar quemuchas reuniones se efectúan gracias a la presencia delos diputados. ¡Oh! El gobierno restringiría con gustoal electorado, el número de los diputados y las inmuni-dades de que éstos gozan; y sería feliz si pudiera actuarsin la rémora de los diputados y de las elecciones.

Los mismos anarquistas abstencionistas reconocenque algún fruto se puede extraer de las elecciones; yaquí en Roma han deliberado acerca de proponer a Ga-lleani para liberarlo del confinamiento. Óptima idea,también porque Galleani es un joven inteligente, sin-cero y enérgico, tres cualidades que no se encuentranreunidas en muchos hombres. Pero —digo yo— supo-ned que tenga éxito, ¿renunciará luego para volver alconfinamiento —de donde vosotros deberéis sacarlocon una nueva elección— y así continuamente?

Y si no es contrario a los principios votar para li-berar a un confinado político, ¿será contrario a ellos

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votar para impedir que el gobierno nos convierta enotros tantos confinados políticos?

El gobierno anuncia para el próximo período parla-mentario la revisión de la ley sobre el domicilio, unarestricción del electorado y continuar disolviendo aso-ciaciones y prohibiendo reuniones; sus candidatos es-tán dispuestos a aprobar todo esto, y tal vez nuevosestados de excepción y nuevas masacres de multitudeshambrientas.

¿Dejaremos hacer? ¿Permaneceremos como espec-tadores inermes de una lucha cuyas consecuencias re-caen sobre nosotros? Por poco que nuestra obra sir-va para impedir el éxito de candidatos ministeriales.¿Renunciaremos nosotros? Y, renunciando, ¿no le ha-remos un favor al gobierno?

Pero algunos en verdad se complacen con la reac-ción. Porque las ideas progresan a pesar de las perse-cuciones, ellos se imaginan que progresan a causa deéstas. Hay quien repite lo que escribe Malatesta: el des-potismo es preferible al híbrido sistema actual.

Supongamos que el gobierno les tome la palabra ydé un golpe de Estado: suprima el parlamento, elimi-ne la libertad de prensa y reduzca a Italia a la situaciónpolítica de Rusia. Díganme sinceramente, amigosmíos:¿La causa del socialismo ganaría algo con ello? ¿O la

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lucha por el constitucionalismo absorbería e impedi-ría por muchos años la lucha por el socialismo, comojustamente sucede en Rusia?

Me dirán: Éstas a las que os habéis referido, son lasventajas de la lucha electoral. A ellas se contraponen da-ños largamente mayores: la corrupción, las ambiciones,los compromisos con los partidos afines.

Podría responder que daños de este género se veri-fican en toda obra nuestra: son el tributo que se debepagar a la imperfección de la naturaleza humana.

Si fundamos un diario, he aquí que surgen ambicio-nes, envidias, celos y tal vez (si el diario prospera) uninterés económico en éste o en aquel redactor o admi-nistrador. ¿Renunciaremos nosotros, por este inconve-niente, a propagar nuestras ideas por medio de la pren-sa?

Y no diré que la ambición puede ser útil, porque notodos los hombres que luchan por una idea son movi-dos a actuar por la pura convicción de la justicia desu causa. Muchos héroes de las revoluciones pasadasfueron empujados al sacrificio por el deseo de hacerhablar de sí, por celos, por los problemas financierosen que se veían envueltos; y podemos admitir que tam-bién hoy los hombres practican el bien por una varie-dad de motivos buenos, mediocres y malos.

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En algunas localidades el partido socialista ha salidoadelante porque algunos han advertido en él un me-dio de acceder a los ayuntamientos o al parlamento.Mejor que haya sido así y no que no surgiese en abso-luto. Poco a poco se irá depurando; porque la fuerzadel socialismo está en esto, que responde a los gran-des intereses de la gran mayoría del pueblo; y cuandoello es así, las ambiciones y las vanidades individualesdeben ceder y desaparecer.

Pero ¿es verdad entonces que las elecciones no sonsino una escuela de corrupción? Los que van a votarpor un candidato socialista u obrero o revolucionario,desafiando iras gubernamentales e iras patronales yponiendo algún dinero, no me parece que se corrom-pan; al contrario, se apasionan por la causa, y el mismoardor que ponen en la lucha electoral, pueden poner-lo en otro género de lucha. No creo que los partida-rios fervientes de la lucha electoral deban ser necesa-riamente tibios revolucionarios.

Pero la lucha electoral nos obliga a compromisos.También aquí podría responder que compromisos con-traemos todos los días, ya sea trabajando para un pa-trón, ejerciendo una profesión, un comercio, notifican-do a la policía las reuniones públicas concertadas pornosotros, mandando al fiscal el primer ejemplar de

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nuestros diarios, recurriendo a abogados que nos de-fiendan ante los tribunales o entendiéndonos con otrospartidos para organizar campañas conjuntas. Y si ma-ñana, hecha la revolución, debiéramos poner en prácti-ca el socialismo, digo y sostengo que estaríamos cons-treñidos a contraer compromisos, salvo que quisiéra-mos imponer nuestras ideas a los demás o someternosa las suyas.

Por otra parte, si nuestra participación en las elec-ciones no produjese otra ventaja que la de acercarnosa los partidos afines, haciéndonos reconocer lo quepuede haber de justo en sus programas y lograr quelos partidos afines se acerquen a nosotros, haciéndolescoincidir por lo menos en una parte de nuestras reivin-dicaciones y finalmente acercarnos a todo el pueblo einducirnos a tener en cuenta las verdaderas necesida-des, sentimientos y aspiraciones de éste, sólo por estohabría que aprobarlo.

En Alemania, en Francia, en Bélgica, el interés elec-toral ha empujado a los socialistas a consagrar una par-te de sus fuerzas a la propaganda para ganar a los cam-pesinos a la causa del socialismo. Bastaría este hechopara justificar la táctica electoral; porque, ¿quién nove que sin el concurso de los campesinos una revolu-

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ción socialista es imposible y que, en caso de estallar,terminaría en un desastre?

Yo no soy profeta, pero he predicho a mis amigosabstencionistas que (donde no presenten candidatos-protesta) no desarrollarán ni siquiera la propagandaabstencionista.

Las elecciones se realizarán, todos los partidos sal-drán reforzados, y de vosotros, de vuestros principios yde los intereses que os importan, no se hablará. Seréisolvidados.

Lo repito, los hechos me darán la razón. La absten-ción tiene su lógica. Desde el momento en que las elec-ciones no sirven, lo mismo da quedarse en casa. Porotra parte, la gente está poco dispuesta a escuchar ser-mones; y durante la agitación electoral no se apasionasino por aquellos principios que toman cuerpo o iden-tidad; que se convierten, por así decir, en candidatos.

Por tanto, si queréis que se discuta de anarquía —leshe dicho y repetido a mis amigos— debéis alinearos enpro o en contra de alguno. Con esta condición vues-tra palabra será escuchada; vuestra opinión respetada,admitida o combatida, y de todas maneras discutida;vuestra amistad buscada y vuestra enemistad temida.

Pero los abstencionistas no entienden estas razones.Son doctrinarios y argumentan así:

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El parlamentarismo es contrario a los principiosanarquistas. Por tanto debemos combatirlo con la pala-bra, esperando que se presente la ocasión de destruirlocon los hechos.

Si nuestras fuerzas bastan o no para esta obra; si laocasión se demora y entre tanto el pueblo languidecey se descorazona; si el pueblo sigue o no nuestra ini-ciativa; si nuestras ideas se pondrán en práctica hoy ode aquí a mil años; o si, por ventura, son demasiadosimples y abstractas para ser aplicadas, todo esto nonos importa. Afirmemos las ideas: éstas encontraránel medio de hacerse realidades.

El pueblo admirará nuestra coherencia y vendrá anosotros. E incluso si no viniese, si nuestras ideas nodebieran ser puestas en práctica ni ahora ni nunca, no-sotros habríamos cumplido nuestro deber. Los térmi-nos medios nos debilitan, nos corrompen, nos dividen;sólo la verdad, expresada enteramente y sin ambajes,nos puede salvar.

Ante todo, este modo de razonar implica el con-vencimiento de que ellos solos —los anarquistasabstencionistas— están en lo cierto, que poseen toda laverdad y que no hay más que una manera de resolverla cuestión social: la propuesta por ellos.

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En segundo término, el razonamiento está radical-mente equivocado. Las ideas no valen por si mismas,sino por la acción que ejercen sobre el destino de loshombres.

Una verdad que no puede convertirse en actos, nopuede ser perfectamente verdadera; un partido que nologra ganar a las multitudes a su causa, ha equivocadoel camino. La lucha debe tener un fin inmediato; cuan-do tantos millones de nuestros semejantes sufren dia-riamente, es insensato consumir las propias energíasen luchas de partido y en enfrentamientos académicos.

El sistema parlamentario quizás no convenga a lasociedad futura; pero entretanto, la lucha electoral nosofrecemedios y oportunidades de propaganda y de agi-tación. También tiene inconvenientes, como todas lascosas de este mundo. Mucho depende del modo en quese lleva a cabo.

¿Qué dirán los anarquistas a quien argumentase así:la violencia es contraría a nuestros principios; por tan-to, no debemos usar la fuerza ni siquiera para defendernuestra vida?

Responderían ciertamente que el uso de la fuerzanos es impuesto por las condiciones de la sociedad enque vivimos; así respondo yo a sus argumentos contrala lucha política parlamentaria.

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¿Es cierto o no que el uso de los medios legales noses impuesto en los tiempos ordinarios, como el de laviolencia en las ocasiones extraordinarias?

Yo digo que sí.No nos ilusionemos. Sobre cien personas, se pueden

encontrar quizá diez capaces de afrontar la muerte enel campo de batalla o en una insurrección; pero difícil-mente se encontrará una dispuesta a afrontar las pe-queñas persecuciones de todos los días, a ir a la cárcel,a hacerse expulsar por el patrón, a ver a su mujer y asus hijos pasar hambre.

Y a las poquísimas que resisten estas persecuciones,el gobierno las cuenta, las vigila, las reprime y las dis-persa en un momento.

Un partido verdaderamente revolucionario debe sercomprendido por el pueblo, y esto no se puede conse-guir sino mediante una acción que no esté expuesta ademasiados peligros en tiempos ordinarios. La luchaelectoral responde efectivamente a esta condición; yno se puede negar que, por haberla adoptado, el par-tido socialista ha logrado reunir un gran número deobreros en sus filas.

Por el contrario, los anarquistas han visto las suyasdebilitarse, justamente porque se han querido obsti-nar en su práctica abstencionista; y yo no dudo que,

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si continúan obstinándose, dejarán incluso de existircomo partido; y no se hablará de ellos —como ya nose habla— sino cuando al gobierno le de la gana deperseguirlos para liberar su ansia de persecución.

Resumiendo, sin creer que la cuestión social puedaser resuelta por medio de leyes y decretos, estoy por lalucha electoral y parlamentaria, porque no es contra-rio a los principios socialistas y anarquistas el que elpueblo haga valer su voluntad y sus intereses de todaslas maneras posibles; porque es necesario sustraer alas clases trabajadoras de su dependencia hereditariarespecto de los propietarios y patronos, impedir quesean tratadas como rebaños en las elecciones y ejerci-tarlas en las vidas pública y política; porque las elec-ciones ofrecen oportunidad de propaganda, agitacióny protesta contra las arbitrariedades y las prepotenciasdel gobierno, como los mismos abstencionistas reco-nocen son sus candidaturas-protesta; porque en el mo-mento actual es casi la única afirmación que nos esconsentida; el gobierno quiere privamos también deésta, y seria insensato ceder; porque, en general, te-nemos el deber de no perder las libertades que nues-tros padres conquistaron combatiendo, sino que debe-mos defenderlas enérgicamente y acrecentarlas; por-que, sin creer muy eficaz la obra de los diputados so-

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cialistas, obreros o revolucionarios en la cámara, es encambio utilísima la acción que pueden y deben desple-gar en pro de la causa fuera del parlamento; porque laexperiencia ha demostrado que eran exagerados nues-tros temores en cuanto a la influencia corruptora delambiente parlamentario sobre los elegidos de nuestropartido; más bien, el evidente contraste entre los hom-bres desinteresados de carácter y que representan elsocialismo y los representantes corrompidos y astutosde la burguesía, no puede sino conquistar para nues-tra causa la simpatía de la parte sana de la población;porque, en fin, debemos participar en todas las luchasy agitaciones populares y desplegar nuestra acción enmedio de la masa, no en los pequeños conciliábulos departido.

Puedan estas razones convencer a mis amigos e in-ducirlos a salir de la reserva que se han impuesto, paraprestar en cambio la contribución de sus fuerzas a laactual campaña electoral contra el gobierno y en la de-fensa de la libertad y la justicia. En cuanto a mí, repitoque mi finalidad, al combatir la estéril táctica absten-cionista, no ha sido la de satisfacer una ambición per-sonal y acrecentar en uno el número de los diputadossocialistas en el parlamento.

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MerlinoDe, Avanti!, del 9 de marzo de 1897.

Las candidaturas-protesta

Los compañeros de Roma presentan candidato anuestro amigo Luigi Galleani, que se halla confinado yparece que en otros lugares se han presentado otrascandidaturas-protesta. Es difícil y penoso para noso-tros decir franca y claramente nuestra opinión. Cuan-do hombres que estimamos y amamos y que han hechomucho y harán más todavía por nuestra causa, estánpresos o confinados y se propone unmedio para hacer-los salir, ¿cómo se hace para decir, por malo que sea elmedio: no, dejadlos donde están?

No obstante, nos esforzaremos y abriremos nuestrocorazón. Si alguien nos encuentra demasiado intran-sigentes, que nos perdone en consideración al hechode que también nosotros hemos estado en la cárcel yconfinados; que estamos expuestos a volver siempre,y que podemos permitirnos ser severos con los demásporque tenemos conciencia de que sabríamos serlo connosotros mismos. En cuanto a los amigos candidatos,ciertamente nos lo perdonarán, porque sabrán apre-ciar nuestros motivos: incluso con respecto a algunos

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de ellos, sabemos que están completamente de acuerdocon nosotros acerca del tema. La candidatura-protesta,especialmente cuando se está seguro de que el elegidono querrá de ningunamanera hacer de diputado, no es,por sí misma, contraria a nuestros principios y tampo-co a nuestra táctica; pero es, no obstante, una puertaabierta al equívoco y a las transacciones. Es el primercaso en una pendiente resbaladiza en la que es difícildetenerse.

Si se quiere votar por un candidato-protesta, es ne-cesario ser elector; por tanto, es necesario inscribirse,y quien no se inscribe es un negligente que no preparalos medios para alcanzar sus fines. Un paso todavía, unpequeño paso, y diremos también nosotros, imitandoa los socialistas: no es un buen anarquista quien no seinscribe como elector. Y cuando se está inscrito y nose tiene a mano un candidato-protesta, es fuerte la ten-tación de ir a votar para favorecer a un amigo o paradar un disgusto a un adversario. Somos todos hombresy cuesta tan poco ir a poner una papeleta en una urna.La experiencia enseña.

Luego viene la cuestión de la conducta del elegido.¿Escucháis a Merlino? Éste ya señala la contradicciónal decir: cuando hayáis sacado a Galleani del confina-miento nombrándolo diputado. ¿Deberá dimitir para

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que lo manden de nuevo allí y vosotros os divirtáissacándolo otra vez?

Estamos seguros que Galleani, si fuera elegido, noiria a Montecitorio o iría sólo un momento para escu-pir su desprecio en la cara a los diputados, pero estavez, la razón está de parte de Merlino. Y además, ¿ten-drían todos la fuerza de ánimo que conocemos en Ga-lleani?

Las candidaturas-protesta nos han devuelto a algu-nos compañeros y nos alegramos de corazón. Pero nopodemos ocultarnos que éstas han hecho a nuestropartido un daño grandísimo.

La candidatura de Cipriani, por ejemplo, consiguióliberar a Cipriani; pero fue la que insinuó el parlamen-tarismo en Romaña y rompió la unidad anarquista deaquella región.

Con esto no deseamos criticar a los compañeros deRoma. Al contrario, comprendemos y apreciamos susgenerosos motivos. Sólo nos lamentamos de que nues-tro partido esté en tan tristes condiciones de no poderhacer otra cosa en pro de nuestros proscritos que re-currir al medio débil y peligroso de las candidaturasde protesta.

Trabajemos, propaguemos, organicemos y podre-mos a continuación obtener, a favor de los nuestros,

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manifestaciones de la opinión pública mucho más sig-nificativas y eficaces que las elecciones.

MalatestaDe, L’Agitazione, del 4 de marzo de 1897.

Anarquía y parlamentarismo

Los parlamentaristas están de fiesta, según ellos, nohay más abstencionistas porque… Merlino se ha con-vertido al electoralismo. Creen que los anarquistas si-guen ciegamente, como amenudo sucede entre ellos, aeste o a aquel hombre; nosotros en cambio considera-mos que Merlino se quedará sólo y deberá buscar suscolaboradores fuera del campo anarquista, porque losprincipios anarquistas se concilian mal con el trabajosostenido por él. Consta entretanto que hasta ahoraningún anarquista, que yo sepa, ha suscrito las ideasde Merlino.

Merlino niega que la lucha política parlamentariasea contraria a los principios socialistas-anárquicos.

Entendámonos bien.Lo que es contrario a nuestros principios es el parla-

mentarismo, en todas sus formas y gradaciones. Con-sideramos que la lucha electoral y parlamentaria edu-

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ca al parlamentarismo y termina por transformar enparlamentaristas a quienes la practican.

Merlino —que parece que todavía se considera anar-quista y va haciendo continuas reservas sobre la abo-lición plena del parlamentarismo y sustenta la fe no-vísima de la posibilidad de un gobierno que sea ser-vidor del pueblo y al que se pueda despedir cuandono cumpla con su deber o no se tenga más necesidadde su obra— debería ante todo explicarnos cómo seríasu anarquía parlamentaria. Hasta ahora el socialismoanarquista, a fin de cuentas, no ha sido sino el socialis-mo antiparlamentario, ¿por qué, entonces, continuarllamándolo anarquista?

La abstención de los anarquistas no debe confron-tarse con la de, por ejemplo, los republicanos. Para és-tos, la abstención es una simple cuestión de táctica: seabstienen cuando creen inminente la revolución y noquieren distraer fuerzas de la preparación revolucio-naria; votan cuando no tienen nada mejor que hacer ypara ellos lo mejor es el trabajo minoritario, dado querehuyen, por razones de clase, las agitaciones que pue-den destruir el orden social. En realidad, están siempreen el buen camino: quieren un gobierno parlamentarioy los electores que conquistan ahora les servirán paramandarlos un día a la constituyente.

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Para nosotros, en cambio, la abstención está estre-chamente ligada con las finalidades de nuestro parti-do. Cuando llegue la revolución nos negaremos a reco-nocer los nuevos gobiernos que traten de implantarse,no queremos darle a ninguno un mandato legislativo;por tanto, tenemos la necesidad de que el pueblo ten-ga repugnancia a las elecciones, se niegue a delegar enotros la organización del nuevo estado de cosas, y que,más bien, se encuentre en la necesidad de actuar porsí mismo.

Debemos hacer que los obreros se habitúen desdeahora —en la medida de lo posible, en las asociacionesde todo género— a regular por sí mismos sus propiosasuntos y no sigan con su tendencia a delegarlos enotros.

Merlino por ahora dice, todavía, que las eleccionesdeben servir como medio de agitación, que los socia-listas elegidos no deben ser legisladores y que la luchaimportante se debe librar fuera del parlamento.

Pero escuchad un poco a sus amigos del Avanti!Ellos son lógicos. Ellos quieren ir al poder —para ha-cer el bien al pueblo, no lo dudamos— y por tanto tie-nen todo el interés en educar al pueblo para que elijadiputados, mientras ellos aprenden a gobernar.

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Pero ¿dónde quiere llegar Merlino? ¿Se quedarásiempre entre el sí y el no, entre el me decido y nome decido?

Él, con su temperamento de hombre activo, se de-cidirá ciertamente —creemos, y lo lamentamos deverdad— se decidirá por deshacerse de toda reminis-cencia anarquista y convertirse en un simple parla-mentarista.

No faltan los síntomas que indican esa decisión de-finitiva.

En su primera carta al Messaggero la lucha parla-mentaria era un simple episodio de escasa importan-cia. En la segunda, las asociaciones de resistencia, lascooperativas y el resto no tienen éxito y no se puedehacer otra cosa que ir al parlamento. En su primeracarta, los anarquistas debían mandar a los demás alparlamento, pero no ir ellos; en el artículo del Avanti!ya se dice que los diputados pueden hacer tan buenascosas que verdaderamente sería una traición el negar-nos a hacerlas también nosotros. Y luego se habla dehacerse arrestar con el pueblo. ¿Cómo perder la magní-fica ocasión de sacrificarse por el pueblo?

Merlino —estamos convencidos porque leconocemos— es sincero cuando dice que no quiereir al parlamento. Pero la lógica de su posición será

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más fuerte que él, e irá al parlamento… si quierenmandarlo.

Toda la fuerza de la argumentación de Merlino con-siste en un equívoco. Contrapone por una parte la lu-cha electoral y por otra la ciencia, la indiferencia y laaquiescencia supinas a las prepotencias del gobierno yde los patronos; y está claro que, en ese caso, la ventajacorresponde a la lucha electoral.

De esta manera, sería fácil demostrar que es buenoir a misa y esperar bondades de la divina providencia,dado que el hombre que cree en la eficacia de la plega-ria es superior al idiota que nada desea, nada espera ynada teme.

¿Se deduce de todo esto que deberíamos ponernos apredicar a la gente que se vaya a la iglesia y confíe enDios?

La cuestión es otra. Se trata de buscar cuál es elcamino que —mientras satisface las necesidades delmomento— conduce más directamente a los destinosfuturos de la humanidad; cuál es el modo más útil deemplear las fuerzas socialistas.

No es cierto que sin el parlamento falten los mediospara hacer presión sobre el gobierno y poner freno asus excesos. Al contrario. Cuando en Italia no había su-fragio universal, había una libertad que hoy nos pare-

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cería grande; y la violencia gubernativa, muchomenorque la de Crispi y Di Rudini, provocaba una indigna-ción y una reacción popular de las que hoy no tenemosni idea. El mismo sufragio al que dan tanta importan-cia, ha sido obtenido naturalmente, cuando no habíasufragio; y ahora que lo hay, amenazan con eliminarlo.¡Efecto milagroso de su eficacia!

Merlino dice que Malatesta ha escrito que el despo-tismo es preferible al híbrido sistema actual. Si la me-moria no me falla, Malatesta escribió que el parlamen-tarismo aceptado y elogiado es preferible al despotis-mo sufrido por la fuerza y con el ánimo dispuesto a larebelión. Es una cosa bien distinta, y en esa diferenciaestá la razón de nuestra táctica. Si el gobierno redujesea Italia al estado político de Rusia, no deberíamos re-comendar la lucha por el constitucionalismo, porquesabemos ya cuánto valen las constituciones y encon-traríamos modos de luchar por nuestros ideales inclu-so sin las migajas de libertad que sirven más bien parailusionar a las masas que para favorecer el progreso.

Los socialistas parlamentarios, en cambio, empe-ñando toda su actividad en torno a la lucha electoral,se condenan a un trabajo de Sísifo; y cada vez que elgobierno quiere minimizar las libertades políticas y ga-rantías constitucionales, ellos deben dejar de lado el

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programa socialista y volver a ser constitucionalistas.Como prueba de ello, la Liga de la Libertad de los tiem-pos crispinos, en que Turati, Cavallotti y Di Rudini sehabían convertido en correligionarios y hermanos.

Por otra parte el hecho es éste: si en el país hay con-ciencia y fuerza de resistencia, si hay partidos extra-constitucionales que amenazan al Estado, entonces elgobierno respeta el estatuto, extiende el sufragio, con-cede libertades (para abrir válvulas de seguridad a lacreciente presión); y en el parlamento los diputadosburgueses, para hacerse populares, truenan contra losministros. Si en cambio el gobierno ve que los parti-dos populares fundan sus esperanzas sobre la acciónparlamentaria y que la cosa que más molestias le dason los diputados socialistas, entonces rechaza el su-fragio, cierra el parlamento, viola el estatuto; y si losdiputados tienen agallas —cosa rara— de resistir másque por burla, van presos a pesar de la medallita y dela inmunidad.

Cuando Merlino dice que los abstencionistas sondoctrinarios, y se complace en poner en boca de éstosuna serie de razonamientos separados de toda realidady que conducen al más completo quietismo, entoncesMerlino es… menos que sincero.

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Hay, es verdad, anarquistas que se cuidan poco dela viabilidad de sus ideas y limitan su objetivo a la de-fensa de nociones abstractas que consideran la verdadabsoluta… alcanzables hoy, o dentro de mil años, noimporta.

PeroMerlino sabe que esa tendencia no es mayorita-ria ente los anarquistas, que en Italia apenas se encon-traría la traza de esa posición, incluso en el exterior,en el fondo sólo está representada por unas cuantaspersonalidades.

Servirse de la existencia de una tal tendencia paraatribuirla a todos los anarquistas y darse así el aire detener razón, puede ser hábil estratagema polémica, pe-ro no es digno de quien busca y quiere propagar laverdad.

Esa tendencia quietista, por el hecho de haber en-contrado simpatías en algunos hombres de ingenio yde fama, ha sido ciertamente una de las causas que handetenido el desarrollo delmovimiento anarquista.Mer-lino y nosotros (y muchos más), hemos combatido es-ta tendencia; y si él hubiese continuado por el caminoanterior, aún nos tendría por compañeros. Pero Mer-lino, justamente cuando los anarquistas comienzan asalir de la crisis y a retomar un trabajo fecundo, renie-ga de todo lo que él mismo había dicho; y sin presen-

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tar una sola razón nueva que no hubiese sido dicha yamil veces por los legalistas —y por él mismo refutada—querría que nosotros le siguiésemos.

Hoy, las críticas que puedo hacer acerca de los erro-res en que han caído los anarquistas, no tienen ya efi-cacia, porque no son más las observaciones de un com-pañero expresadas en bien de la causa común, sino losataques de un adversario, que corren el riesgo de no sertomados en cuenta por considerárselos sospechosos.

MalatestaDe, L’Agitazione, del 4 de marzo de 1897.

Mayorías y minorías

Me alegro de la próxima publicación del diarioL´Agitazione, y os deseo de corazón el más completoéxito.

Vuestro diario aparece en un momento en que esgrande la necesidad de él y espero que podrá ser unórgano serio de discusión y propaganda, así como unmedio eficaz para reunir y consolidar las esparcidasfilas de nuestro partido.

Podéis contar con mi colaboración para todo lo quemis fuerzas —sin embargo escasas— me permitan.

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Por esta vez —tanto como para desbrozar el terrenode la futura colaboración— os escribiré algunos pun-tos que, si en cierto modo me competen personalmen-te, no dejan de tener importancia para la propagandageneral.

Nuestro amigo Merlino —que, como sabéis, se pier-de hoy en la inútil tentativa de querer conciliar la anar-quía con el parlamentarismo— en una carta suya alMessaggero, queriendo sostener que el parlamentaris-mo no está destinado a desaparecer enteramente y quealgo quedará de él, incluso en la sociedad que anhela-mos, recuerda un escrito enviado por mí a la conferen-cia anarquista de Chicago de 1893, en que yo sosteníaque para algunas cosas el parecer de la mayoría deberánecesariamente prevalecer sobre el de la minoría.

La cosa es cierta, y mis ideas no son hoy distintas delas expresadas en el escrito de que se trata. Pero Mer-lino, tomando una frase fuera de contexto parece sos-tener una tesis distinta de la que yo sostenía, deja enla sombra y en el equívoco lo que yo verdaderamenteentendía.

Helo aquí: había en aquella época muchos anarquis-tas —y hay todavía algunos— que confundiendo la for-ma con la sustancia y cuidándose más de las palabrasque de las cosas, habían elaborado una especie de ri-

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tual del verdadero anarquista que paralizaba su accióny los arrastraba a sostener cosas absurdas y grotescas.

Así éstos, partiendo del principio de que la mayoríano tiene el derecho a imponer su voluntad a la minoría,concluían que nada se debía hacer nunca si no era apro-bado por la totalidad de los presentes. Confundiendo elvoto político, que sirve para nombrar patronos, con elvoto emitido para expresar de modo expeditivo la pro-pia opinión, consideraban antianarquista toda clase devotación. Así, si se convocaban unas elecciones paraprotestar contra una violencia gubernativa o patronal,o para mostrar la simpatía popular por un suceso dado,la gente venia, escuchaba los discursos de los promoto-res, escuchaba los de los opositores, y luego se iba sinexpresar su propia opinión, porque el único medio pa-ra expresarla era la votación sobre varios órdenes deldía… y votar no era anarquista. Un circulo quería hacerun manifiesto: había diversas redacciones propuestasque dividían los pareceres de los socios; se discutía sinfin, pero no se lograba nunca saber la opinión predo-minante, porque estaba prohibido votar, y entonces, oel manifiesto no se publicaba o algunos publicaban porsu cuenta lo que preferían; el circulo se dividía cuan-do no había en realidad ninguna disensión real y setrataba sólo de una cuestión de estilo. Una consecuen-

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cia de estos usos, que decían ser garantías de libertad,era que sólo algunos, con más facultades oratorias, ha-cían y deshacían, mientras aquellos que no sabían ono osaban hablar en público y que son siempre la granmayoría, no contaban para nada. Mientras la otra con-secuencia, más grave y verdaderamente mortal para elmovimiento anarquista, era que los anarquistas no secreían ligados por solidaridad obrera, y en tiempo dehuelga iban a trabajar, porque la huelga había sido vo-tada por mayoría y contra su parecer. Y llegaban hastano combatir a los esquiroles, autodenominados anar-quistas, que pedían y recibían dinero de los patronos—podría citar nombres de ser necesario— para comba-tir una huelga en nombre de la anarquía.

Contra éstas y similares aberraciones estaba dirigi-do el escrito que mandé a Chicago.

Yo sostenía que no habría vida social posible si enverdad no se pudiera hacer nunca nada en conjuntosino cuando todos estuviesen de acuerdo.Que las ideasy las opiniones están en continua evolución y se dife-rencian por matizaciones insensibles, mientras las rea-lizaciones prácticas cambian a saltos bruscos; y que, sillegase un día en que todos estuvieran perfectamentede acuerdo sobre las ventajas de una cosa dada, ellosignificaría que en la misma todo progreso posible es-

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taba agotado. Así, por ejemplo, si se tratara de haceruna vía férrea, habría ciertamentemil opiniones distin-tas sobre el trazado de la línea, sobre el material, sobreel tipo de máquinas y de vagones, sobre el lugar de lasestaciones, etc., y estas opiniones cambiarían de día endía; pero si se quiere hacer la vía férrea, hay que elegirentre las opiniones existentes, y no se puede modificarcada día el trazado, cambiar de lugar las estaciones ycambiar las máquinas. Y dado que se trata de elegir, esmejor que estén contentos los más que lo menos, conla salvedad, naturalmente, de dar a los menos toda lalibertad y todos los medios posibles para propagar yexperimentar sus ideas en intentar ser mayoría.

Por tanto, en todas aquellas cosas que no admitenvarias soluciones simultáneas, o en las cuales las dife-rencias de opinión no son de tal importancia que valgala pena estar divididos y actuar cada fracción a su ma-nera, o en que el deber de solidaridad impone la unión,es razonable, justo, necesario, que la minoría ceda a lamayoría.

Pero este ceder de la minoría debe ser efecto de lalibre voluntad, determinada por la conciencia de la ne-cesidad; no debe ser un principio, una ley, que se apli-ca en todos los casos, incluso cuando no hay realmentenecesidad. Y en esto consiste la diferencia entre la anar-

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quía y una forma de gobierno cualquiera. Toda la vidasocial está llena de estas necesidades en que uno debeceder las propias preferencias para no ofender los dere-chos de los otros. Entro en un café, encuentro ocupadoel lugar queme gusta y voy tranquilamente a sentarmea otro, donde quizás hay una corriente de aire que memolesta. Veo personas que hablan dando a entenderque no quieren ser escuchadas y me mantengo a dis-tancia, quizás a disgusto, para no incomodarlas. Peroesto lo hago porque me lo impone mi instinto de hom-bre social, mi hábito de vivir en medio de las gentes ymi interés por no hacerme tratar mal; si procediera deotra manera, aquellos a quienes incomodo me haríansentir pronto, de un modo o de otro, las consecuenciasde ser grosero. No quiero que los legisladores vengan aprescribirme cuál es el modo en que debo comportar-me en un café, ni creo que ellos lograran enseñarmeaquella educación que yo hubiese sabido aprender dela sociedad en medio de la cual vivo.

¿Cómo hace Merlino para obtener de esto que unresto de parlamentarismo deberá haberlo incluso enla sociedad que anhelamos?

El parlamentarismo es una forma de gobierno en lacual los elegidos del pueblo, reunidos en cuerpo legis-lativo, promulgan, por mayoría de votos, las leyes que

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les place y las imponen al pueblo con todos los medioscoercitivos de que disponen.

¿Es una muestra de esta aberración lo que Merlinoquerría conservar también en la anarquía? O bien, da-do que en el parlamento se habla, se discute y se de-libera —y esto se hará siempre en cualquier sociedadposible— ¿Merlino llama a esto un resto de parlamen-tarismo?

Pero realmente, eso sería jugar con las palabras, yMerlino está capacitado para emplear otros y muchomás serios procedimientos de discusión.

¿No se acuerdaMerlino que cuando polemizábamosjuntos contra los anarquistas enemigos de todo con-greso —porque justamente consideran los congresos co-mo una forma de parlamentarismo— sosteníamos quela esencia del parlamentarismo está en el hecho de quelos parlamentos crean e imponen leyes, mientras uncongreso anarquista no hace sino discutir y proponerresoluciones que no tienen valor ejecutivo sino des-pués de la aprobación de los mandantes y sólo paraaquellos que las aprueban?

¿O es que las palabras han cambiado de significadoahora que Merlino ha cambiado de ideas?

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MalatestaDe, L´Agitazione, del 14 de marzo de 1897.

Sobre la línea del anarquismo

Osvaldo Gnocchi Viani, hablando en Lotta di clas-se acerca de la discusión entre Merlino y yo a pro-pósito de la lucha electoral, dice que nosotros —Merlino y yo— nos hemos separado del estilo anárquico-individualista y hemos evolucionado hacia el método deorganización y la acción política y, por tanto, conclu-ye que ambos hemos sufrido una evolución del mismogénero y que sólo diferimos porque uno ha avanzadomás que el otro, y que yo no sé y no quiero llegar hastaallí (esto es, hasta aceptar la táctica electoral).

Todos estos despropósitos serían aceptables por al-guien que ignorara completamente la historia del mo-vimiento en Italia; pero en un Gnocchi Viani son ex-cesivos y muestran hasta qué punto el tomar partidopuede nublar el juicio (incluso en los hombres infor-mados y, de ordinario, más serenos y ecuánimes).

¡Separados del tronco anarco-individualista! Pero,¿cuándo Merlino y yo hemos sido individualistas? ¿Yqué es ese tronco anarco-individualista? En Italia, du-rante mucho tiempo, todos los anarquistas fueron so-

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cialistas; más bien, el socialismo nació anarquista, hacehoy casi treinta años. Gnocchi Viani debe recordarlo.El individualismo llamado anarquista vino mucho mástarde y siempre nos tuvo por adversarios, tanto a Mer-lino como a mí.

¡Evolución hacia el método de la organización y dela acción política! Pero, ¿quién de nosotros ha dejadoalguna vez de reconocer y propugnar la suprema nece-sidad de la organización y de la lucha política? Acercadel primer punto, siempre hemos sostenido que la abo-lición del gobierno y del capitalismo sólo será posiblecuando el pueblo, organizándose, se ponga en condi-ciones de hacer frente a las funciones sociales que rea-lizan hoy, explotándolas en su provecho, los gobernan-tes y los capitalistas. Por tanto, no queriendo gobierno,tenemos una razón más que todos los demás para sercálidos partidarios de la organización.

Y en cuanto al segundo punto, ¿quién ha puestomásénfasis que nosotros en sostener que a la lucha contrael capitalismo hay que unir la lucha contra el Estado,es decir, la lucha política?

Existe actualmente una escuela que por lucha polí-tica entiende la conquista de los poderes públicos me-diante las elecciones; pero Gnocchi Viani no puede ig-

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norar que la lógica impone otros métodos de combatea quien quiera abolir el gobierno y no ya ocuparlo.

Merlino y yo hemos estado de acuerdo en señalarlos errores que, en nuestra opinión, se habían desli-zado en las teorías anarquistas, así como los malesque habían afligido a nuestro partido (en ese aspectoMerlino ha desarrollado, me complazco en reconocer-lo, más actividad que yo). Pero cuando losmales que la-mentábamos son ya reconocidos por casi todos; cuan-do los errores comienzan a ser rechazados; cuando elpartido empieza a organizarse en serio y se alientanesperanzas, Merlino cree encontrar la salvación en latáctica electoral —que ha causado tantas desdichas ala causa socialista— y nos deja. Tanto peor. Continua-remos lo mismo sin él.

Esto significa haber avanzado un poco más o un po-co menos por el mismo camino, y luego, llegados a labifurcación, habernos separado, siguiendo uno por unlado y otro por otro. ¿No le parece así también a Gnoc-chi Viani?

MalatestaDe, L’Agitazione, del 21 de marzo de 1897.

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De una cuestión de táctica a una cuestión deprincipios

Nota de Malatesta: Bajo este título hemos recibidode Saverio Merlino el artículo siguiente, que publica-mos con placer.

Merlino puede estar seguro de encontrar siempre ennosotros la serenidad y el amor sin límites por la ver-dad, que él desea. Por otra parte, convenimos con él enque a menudo los anarquistas nos hemos mostrado in-tolerantes y demasiado inclinados a la ira; pero no esnecesario por ello, en el entusiasmo de los mea culpa,cargar con todos los errores y olvidar que el ejemplo yla provocación, amenudo han venido de los demás. Sinremontarnos a los tiempos de Bakunin y a las calum-nias infames y mentiras desvergonzadas que todavíase cuentan a los jóvenes que no conocen nuestra his-toria, nos basta con recordar la manera en que los so-cialistas demócratas se han conducido en los últimoscongresos internacionales respecto a los anarquistas,así como ciertos artículos aparecidos, no hace mucho,en la prensa socialista democrática de varios países.

De todas maneras, en lo posible, buscamos ser jus-tos, a pesar de cuanto hagan y digan nuestros adversa-rios.

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He aquí el artículo de Merlino:Veamos si es posible continuar discutiendo serena-

mente, sin iras ni sospechas, tal como hemos comen-zado. Sería una cosa casi nueva y de tan buen augurio,que debería alegrarme haber ofrecido a mis amigos laoportunidad de demostrar que el partido anarquistacomienza a educarse en la observancia de los princi-pios que profesa.

Y, antes que nada, ¿soy yo anarquista?Respondo: si la abstención es dogma de fe anarquis-

ta, no. Pero yo no creo en el dogma. No creo que ladefensa y el ejercicio de nuestros derechos, ni siquierade los mínimos, sean contrarios a nuestros principios.No creo que ejerciendo el derecho al voto, que nos esconcedido, renunciemos a otros mayores, que se nosniegan y que debemos reivindicar.

Creo que la agitación electoral nos ofrece modosy oportunidades de propaganda. a los cuales sería lo-cura renunciar —especialmente en este momento enItalia, donde prácticamente nos está prohibida todaafirmación— y creo también que no se extrae todo elprovecho posible cuando se sostiene la abstención. Es-to lo hemos probado aquí en Roma en estos días, cuan-do por medio de la candidatura de Galleani hemos po-dido hacer manifestaciones, difundir manifiestos, ga-

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narnos la simpatía de muchos que eran hostiles o in-diferentes, como no habríamos podido hacerlo nuncasi hubiéramos permanecido abstencionistas. Por otraparte, no creo en la conquista de los poderes públicos,sostengo que la lucha, tanto por la libertad como porla emancipación económica, debe ser librada principal-mente fuera del parlamento. La obra de los diputadosobreros, socialistas y revolucionarios la considero útilpero no por sí misma sino como apoyo a la lucha ex-traparlamentaria. Y si pensando así no me encuentroperfectamente de acuerdo ni con los anarquistas ni conlos socialistas-democráticos, lo lamento sinceramente,pero, ¿puedo desdecirme?

En pro y en contra de la participación en las elec-ciones, me parece que se ha dicho poco más o menostodo cuanto se podía decir. Me complace que la dispu-ta haya sido llevada por Malatesta a la esfera de losprincipios (y, también por esto, no me arrepiento dehaberla suscitado).

Es innegable que en torno a nuestros principios —que son verdaderos, si se los interpreta rectamente—han pululado muchos errores y muchos sofismas.

Algunos de éstos dicen que los hombres deben hacertodo por sí, individualmente; que un hombre no debehacerse nunca representar por otro; que las minorías

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no deben ceder ante lasmayorías (siendomás probableque se engañen éstas y no aquellas); que en la sociedadfutura los hombres se encontrarán milagrosamente deacuerdo o, de lo contrario, los disidentes se separarán ycada uno actuará a su guisa; y que toda otra conductasería contraria a nuestros principios.

Querría repetir aquí, palabra por palabra, las muyjustas y lúcidas consideraciones que formula Malates-ta en el número 1 de L’Agitazione (y no por primeravez), contra ese modo de entender la anarquía. Con-cluye diciendo:

Por tanto, en todas aquellas cosas que no admiten va-rias soluciones contemporáneas, o en las cuales las dife-rencias de opinión no son de tal importancia que valgala pena estar divididos y actuar cada fracción a su mane-ra, y cuando el deber de la solidaridad impone la unión,es razonable, justo, necesario que la minoría ceda a lamayoría.

Sin embargo, creo disentir con él en dos puntos: enprimer lugar, Malatesta parece creer que las cosas enlas cuales —por varias razones que expone— se hacenecesario estar de acuerdo, son todas de poca monta.Esta impresión surge de los ejemplos que emplea. Voya un café, encuentro ocupados los mejores lugares; deboresignarme a estar en una corriente de aire o irme. Veo

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personas hablar bajo: debo alejarme para no ser indiscre-to, etc. Yo en cambio creo (y quizá Malatesta también,pero no lo dice) que entre las cuestiones en la que con-vendrá el acuerdo —y, si éste no es posible, habrá quebuscar un compromiso— las hay de índole muy gra-ve, y tales son justamente las cuestiones referentes ala organización general de la sociedad y a los grandesintereses públicos. En la sociedad puede haber alguienque considere justa la venganza, pero la mayoría delos hombres tiene derecho a considerarla injusta e im-pedirla. Puede haber una minoría que prefiera orga-nizar los transportes por ferrocarril según un modelocooperativista, colectivista, comunista o de cualquierotra manera; pero, al no poder adoptar más que un ti-po de organización, es necesario que prevalezca el pa-recer de la mayoría. Puede haber, incluso, quien con-sidere como una vejación determinado procedimientoadoptado para impedir la difusión de una enfermedadcontagiosa, pero la sociedad tiene derecho a defender-se de las epidemias.

La segunda diferencia entre Malatesta y yo consisteen que yo creo poder profetizar que en la sociedad futu-ra la minoría, siempre y en todos los casos, se rendirávoluntariamente al parecer de la mayoría. Malatesta,en cambio, dice: Pero este ceder de la minoría debe ser

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efecto de la libre voluntad, determinada por la concien-cia de la necesidad.

¿Y si esa voluntad no existe? ¿Si esta conciencia dela necesidad no existe en la minoría? ¿Si más bien laminoría resistiendo está convencida de cumplir con sudeber? Evidentemente, la mayoría —no queriendo su-frir la voluntad de la minoría— hará la ley, dará a supropia deliberación (como dice Malatesta a propósitode los congresos), un valor ejecutivo.

Malatesta dice más aún; y, a propósito de quién en-cuentra ocupado el lugar preferido de un café o dequien se debe alejar de una conversación confidencial,manifiesta, si procediera de otramanera, aquellos a quie-nes incomodome harían pronto darme cuenta, de unmo-do u otro, de las consecuencias demi grosería. ¡Coacción!Y se trata sólo de relaciones individuales con escasasconsecuencias. ¡Figurémonos si se tratara de un graveasunto de interés público, como aquellos a que me hereferido más arriba!

Está bien que la coacción deba ser mínima —y po-siblemente más bien moral que física— que se debanrespetar los derechos de las minorías e incluso admitir,en algunos casos, la separación de la minoría disiden-te. Pero, en suma, es sólo cuestión de más o menos; demodalidad y no de principios.

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En los casos en que resulte útil y necesario —digoyo— no es contrario a los principios anarquistas ni elllegar a una votación ni el proceder a la ejecución delas deliberaciones tomadas; y cuando no puedan hacer-lo los interesados directamente (por razones de núme-ro o de capacidad), tampoco es contrario a los princi-pios anarquistas que —tomadas las debidas precaucio-nes contra los posibles abusos— dichas funciones seandelegadas.

Por tanto, concluyo:O se cree en la armonía providencial que reinará en

la sociedad futura, y entonces está equivocado Mala-testa y tienen razón los individualistas; o Malatestatiene razón, no se tiene derecho a decir que toda re-presentación todo acto mediante el cual el pueblo con-fíe a otros el cuidado de sus intereses, es contrario anuestros principios.

Me parece difícil esquivar este dilema.

MerlinoDe, L´Agitazione, del 28 de marzo de 1897.

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Sociedad autoritaria y sociedad anárquica

Sin duda, Merlino dice muchas cosas justísimas quetambién decimos nosotros; pero al afirmar ideas gene-rales sobre las necesidades de la vida social, pierde devista —a nuestro parecer— la diferencia entre autorita-rismo y anarquismo y las razones de dicha diferencia.De modo que todo su argumentar podría servir muybien para sostener la necesidad de un gobierno y, portanto, la imposibilidad de la anarquía.

Establezcamos rápidamente cuáles son los puntosen los que estamos de acuerdo, de manera que, ni Mer-lino ni otro a quien plazca polemizar con nosotros,pierda el tiempo en combatimos a causa de ideas queno sustentamos, y sólo logre así desperdiciar sus ener-gías en cerrar puertas que están abiertas.

Nosotros pensamos que en muchos casos la minoría—incluso cuando está convencida de tener razón— de-be ceder a lamayoría, porque de otramanera no habríavida social posible, y fuera de la sociedad es imposibletoda vida humana. Sabemos muy bien que los casosen que no se puede alcanzar la unanimidad y que esnecesario que la minoría ceda, no son los casos de me-nor importancia, sino que son, especialmente, los deimportancia vital para la economía de la colectividad.

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No creemos en el derecho divino de las mayorías,pero tampoco creemos que las minorías representen,siempre, la razón y el progreso. Galileo tenía razóncontra todos sus contemporáneos; pero hay todavíaquienes sostienen que la Tierra es plana y que el solgira a su alrededor, y nadie dirá que tienen razón por-que se han convertido en minoría. Por otra parte, si esverdad que los revolucionarios son siempre una mino-ría, también están siempre enminoría los explotadoresy los esbirros.

Así estamos de acuerdo con Merlino en admitir quees imposible que cada hombre haga todo por sí mis-mo, y que, incluso si fuera posible, sería sumamentedesventajoso para todos. Por tanto, admitimos la divi-sión del trabajo social, la delegación de las funcionesy la representación de las opiniones y de los interesespropios confiada a otros.

Y sobre todo rechazamos como falsa y perniciosa to-da idea de armonía providencial y de orden natural enla sociedad, porque creemos que la sociedad humana yel hombre social mismo son el producto de una larga yfatigosa lucha contra la naturaleza, y que si el hombrecesara de ejercitar su voluntad consciente y se abando-nara a la naturaleza recaería pronto en la animalidady en la lucha brutal.

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Pero —y aquí está la razón por la que somosanarquistas— queremos que las minorías cedan volun-tariamente cuando así lo requiera la necesidad y el sen-timiento de solidaridad. Queremos que la división deltrabajo social no divida a los hombres en clases y hagaa unos directores y jefes, exceptuados de todo trabajoingrato, y condene a los otros a ser las bestias de cargade toda la sociedad. Queremos que delegando a otrosuna función, esto es encargando a otros de un trabajodado, los hombres no renuncien a la propia soberaníay que, donde sea necesario un representante, éste seael portavoz de sus mandantes o el ejecutor de sus vo-luntades, y no ya quien hace la ley y la hace aceptarpor la fuerza, y creemos que toda organización socialno fundada sobre la libre y consciente voluntad de susmiembros conduce a la opresión y a la explotación dela masa por parte de una pequeña minoría.

Toda sociedad autoritaria se mantiene por coacción.La sociedad anarquista debe estar fundada sobre elacuerdo mutuo: en ella es necesario que los hombressientan vivamente y acepten espontáneamente los de-beres de la vida social y se esfuercen por organizar losintereses discordantes y por eliminar todo motivo delucha intestina; o al menos que, si se producen con-flictos, éstos no sean nunca de tal importancia como

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para provocar la constitución de un poder moderador,que con el pretexto de garantizar la justicia a todos,reduzca a todos a la servidumbre.

Pero ¿si la minoría no quiere ceder? Dice Merlino,¿si lamayoría quiere abusar de la fuerza? Preguntamosnosotros.

Es claro que en un caso como en el otro no hay anar-quía posible.

Por ejemplo nosotros no queremos policía. Esto su-pone naturalmente que pensamos que nuestras muje-res, nuestros hijos y nosotros mismos podemos andarpor las calles sin que nadie nos moleste, o al menosque si alguno quisiera abusar de su fuerza superior connosotros, encontraremos en los vecinos y en los pa-seantes una protección más válida que en un cuerpode policía pagado para ello.

Pero ¿si en cambio bandas de malhechores van porlas calles insultando y apaleando a los más débiles yla población asiste indiferente a tal espectáculo? En-tonces naturalmente los débiles y aquellos que amanla propia tranquilidad invocarían la institución de lapolicía y ésta no dejaría de constituirse. Se podría qui-zá sostener que, dadas esas circunstancias, la policíasería el menor de los males; pero no se podría decir,ciertamente, que se vive en anarquía. La verdad sería

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que cuando hay tantos prepotentes de un lado y tantosbellacos del otro, la anarquía no es posible.

Más bien es que el anarquista debe sentir fuertemen-te el respeto de la libertad y del bienestar de los otros,y debe hacer de este respeto el objetivo preciso de supropaganda.

Pero, se objetará, los hombres hoy son demasiadoegoístas, demasiado malos para respetar los derechosajenos y ceder voluntariamente a las necesidades so-ciales.

En verdad, nosotros siempre hemos encontrado enlos hombres, incluso en los más corrompidos, una talnecesidad de ser estimados y amados y, en circunstan-cias dadas, tanta capacidad de sacrificio y tanta consi-deración por las necesidades de los otros como paraesperar que, una vez destruidas con la propiedad indi-vidual las causas permanentes de los más grandes an-tagonismos, no será difícil obtener la libre cooperaciónde cada uno al bienestar de todos.

Sea como sea, los anarquistas no somos toda la hu-manidad y no podemos ciertamente hacer solos todala tarea para la realización de nuestros ideales inten-tando eliminar la lucha y la coacción en la vida social.

Y después de esto ¿tiene razón Merlino al sostenerque el parlamentarismo no puede desaparecer comple-

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tamente y que deberá quedar algo incluso en la socie-dad que nosotros anhelamos?

Creemos al llamar parlamentarismo o proyecto deparlamentarismo a ese intercambio de servicios y a esadistribución de las funciones sociales sin las cuales lasociedad no podría existir, es alterar sin razón el signi-ficado aceptado de las palabras y no puede sino oscu-recer y confundir la discusión.

El parlamentarismo es una forma de gobierno; y ungobierno significa poder legislativo, poder ejecutivoy poder judicial; significa violencia, coacción, imposi-ción por la fuerza de la voluntad de los gobernantes alos gobernados.

Un ejemplo esclarecerá nuestro concepto.Los varios Estados de Europa y del mundo están en

relación entre ellos, se hacen representar los unos antelos otros, organizan servicios internacionales, convo-can congresos, hacen la paz o la guerra, sin que hayaun gobierno internacional, un poder legislativo que ha-ga las leyes a todos los Estados y un poder ejecutivoque se imponga a todos.

Hoy las relaciones entre los diversos Estados estántodavía en gran parte fundadas sobre la violencia y so-bre la sospecha. A las supervivencias atávicas de lasrivalidades históricas, de los odios de raza y religión

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y del espíritu de conquista, se agrega la competenciaeconómica, y cada día los grandes Estados hacen la vio-lencia a los pequeños.

Pero ¿quién osaría sostener que para remediar esteestado de cosas sería necesario que cada Estado nom-brase representantes, los cuales, reunidos, establecie-ran entre ellos, por mayoría de votos, los principios dederecho internacional y las sanciones penales contralos transgresores y que poco a poco legislaran sobretodas las cuestiones entre Estado y Estado y tuvierana su disposición una fuerza para hacer respetar sus de-cisiones?

Esto sería el parlamentarismo extendido a las rela-ciones internacionales; y lejos de armonizar los intere-ses de los diversos Estados y destruir las causas de losconflictos, tendería a consolidar el predominio de losmás fuertes y crearía una nueva clase de explotado-res y de opresores internacionales. Algo de este géne-ro existe ya en germen en el concepto de las grandespotencias y vemos sus efectos liberticidas.

Y todavía dos palabras sobre el concepto de absten-cionismo electoral.

Merlino sigue hablando de la actividad propagandís-tica que se puede desplegar por medio de las eleccio-nes; pero no piensa en lo que se podría hacer si, recha-

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zando la lucha electoral, se llevase esa actividad sobreotro campo más consonante con nuestros principios ynuestros fines.

Merlino no cree en la conquista de los poderes públi-cos; pero nosotros no querríamos esa conquista, ni pa-ra nosotros ni para los demás, ni aún si la creyésemosposible. Somos adversarios del principio de gobierno yno creemos que quien fuera al gobierno se apresuraríaluego a renunciar al poder conquistado. Los pueblosque quieren la libertad demuelen las Bastillas; los tira-nos en cambio, piden entrar y fortificarse, con la excu-sa de defender al pueblo contra los enemigos. Por tantonosotros no queremos que el pueblo se acostumbre amandar al poder a sus amigos, o pretendidos tales, y aesperar la emancipación de su ascensión al poder.

La abstención para nosotros es una cuestión de tác-tica; pero es tan importante que, cuando se renuncia aella, se acaba por renunciar también a los principios. Yesto por la natural conexión de los medios con el fin.

Merlino se lamenta de no estar completamente deacuerdo ni con nosotros ni con los socialistas demo-cráticos; pero dice que no se puede desdecir. No lepedimos ciertamente que se desdiga, contra sus con-vicciones y contra su conciencia. Pero nos permitimoshacerle una observación.

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Una táctica, por buena que sea, no vale sino cuan-do es captada por aquellos que deberían practicarla.Ahora, con razón o sin ella, nosotros y todos los anar-quistas no queremos saber nada de la táctica propues-ta por Merlino. ¿No es mejor que él esté con nosotros,con quienes tienen ideales comunes y medios princi-pales de lucha también comunes, mejor que gastar susfuerzas en una tentativa que permanecerá estéril, esta-mos seguros, a menos que él renuncie a la anarquía ybusque sus partidarios entre los adversarios nuestrosy suyos?

MalatestaDe, L’Agitazione, del 28 de marzo de 1897.

Pocas palabras para cerrar una polémica

Me parece que nos estamos acercando.En una sociedad organizada según los principios del

socialismo anárquico, las minorías deberán, en las co-sas de grave interés común indivisible, ceder al pare-cer, o digamos mejor, al querer de las mayorías; perolas mayorías no deberán abusar de su poder dañandolos derechos de las minorías. Sin un compromiso deeste género, la convivencia no sería posible.

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Hasta aquí estamos de acuerdo.Pero ¿si una minoría no quiere doblegarse al pare-

cer de la mayoría en una de estas cuestiones? Vosotrosdecís que en este caso no se podrá ya estar en anarquía.Por tanto la voluntad de una pequeña minoría, inclu-so de un solo hombre, podrá hacer que la anarquía —como vosotros la entendéis— no se aplique en absoluto.Un puñado de matones o de reaccionarios o de excén-tricos o de neuróticos, incluso un solo individuo podráimpedir que funcione el sistema anárquico, solamentecon decir que no; negándose a ceder voluntariamentea la mayoría. Y como algún ruin siempre lo habrá encualquier sociedad, la consecuencia de vuestro razona-miento es que la anarquía es algo muy grande y bello,pero no existirá jamás.

Yo en cambio tomo la anarquía con un sentido me-nos absoluto. No pongo la intransigencia que ponéisvosotros. La idea anarquista para mi comenzará a prac-ticarse mucho antes de que los hombres alcancen elestado de perfección por el cual, compenetrados de lasventajas de la asociación, cederán voluntariamente losunos a los otros. Ella nos debe sugerir desde ahora mo-dos de proveer a los intereses comunes y de resolverlos conflictos que puedan nacer, sin autoridad, sin cen-tralización, sin un poder constituido en medio de la

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sociedad, capaz de imponer la voluntad propia y lospropios intereses a la multitud de sujetos.

Esta es la única anarquía viable incluso a corto pla-zo; sólo de ella vale la pena ocuparse.

Tomemos los ejemplos adoptados por vosotros; de-cís: en una sociedad anarquista no puede haber policía.Pero para que no haya policía, es necesario que loshombres se respeten mutuamente, que un hombre debien pueda caminar por las calles sin miedo a ser atra-cado o al menos, con la seguridad de ser defendido porlos vecinos y viandantes si es agredido por uno másfuerte que él. Si los débiles temieran ser atacados en lavía pública, pedirían policía para que los protegiese yla anarquía desaparecería.

Exponéis el dilema: o ninguna forma de defensa so-cial o colectiva contra el delito—salvo la defensa fortui-ta de la muchedumbre— o bien la policía, el gobierno,el orden de cosas actual.

Yo en cambio creo que entre el sistema actual y elque presupone el cese del delito hay lugar para formasintermedias —para una defensa social que no sea lafunción de un gobierno, pero que se ejercite, en cadalocalidad, bajo los ojos y el control de los ciudadanoscomo cualquier servicio público de higiene, transporte,

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etc.— y por tanto no pueda degenerar en opresión ydominación.

Preparar estas formas, y hacerlas prevalecer sobrela forma autoritaria actual u otras similares, es justa-mente la tarea de los socialistas anárquicos. Pero estatarea no la ejecutarán si dicen: la anarquía no es posiblecuando la sociedad tiene la necesidad de luchar contra eldelito.

Entre las relaciones entre los pueblos vosotros de-cís: los Estados hoy hacen la paz y la guerra, observanciertas normas de justicia en sus relaciones (derecho degentes, etc.). Sin un gobierno, un parlamento, una poli-cía internacional. ¿Cómo nos os dais cuenta de que elgobierno de los gobiernos existe, y es de aquella poten-cia de donde consiguen el mayor número de cañonesy el mayor número de hombres para cargarlos y defen-derlos? ¿Cómo no os dais cuenta de que las relacionesactuales entre pueblos son embrionarias, los tratadosde comercio, las convenciones postales, sanitarias, mo-netarias, y el así llamado derecho de gentes, son las pri-meras líneas de un organización de los intereses inter-nacionales que se irá desarrollando cuando los Estadosactuales hayan cesado de existir?

Nosotros debemos trabajar para que esta organiza-ción sea hecha en forma federativa y libertaria; no ne-

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gar la necesidad y la utilidad. A mi me parece que vo-sotros permanecéis a medio camino entre el individua-lismo y el socialismo.

Dejadme ahora volver a la cuestión de principios ala de la táctica.

En el articulo de fondo del número 3 vosotros os ocu-páis de las recientes elecciones y decís: Nos alegramosmucho del triunfo de los socialistas, porque, si bien ex-cepcional, demuestra siempre que la idea del socialismoavanza, que crece el número de aquellos que se rebelana las órdenes del patrón, del cura y del carabinero y queesta Italia no es ya realmente aquella tierra de muertosque parecía ser en estos últimos años.

Preciosa confesión que en realidad me ha maravilla-do. Vosotros abstencionistas, que predicáis que un pue-blo que vota abdica su soberanía en la minoría, ahoraen cambio veis nada menos en el voto reciente de loselectores italianos una rebelión a las órdenes del pa-trón, del cura y de la autoridad, una afirmación tan im-portante de los derechos y de las aspiraciones del pue-blo, que exclamáis jubilosos que por estas eleccionesha quedado probado no ser Italia esa tierra de muertosque era estos últimos años.

¿Os parece poco esta demostración?

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Poned si queréis en la cuenta del parlamentarismolos compromisos, el difuminar de los programas, la co-rrupción, etc. Estos males no podrán jamás hacer con-trapeso a la inmensa ventaja de haber sentido batir elalma de un pueblo que, como vosotros decís, parecíamuerto y resignado a la quietud de la tumba.

Ahora, si a vosotros está permitido decir despuésde las elecciones que éstas han logrado una espléndi-da afirmación del socialismo, no se me puede negar eldecir antes de las elecciones que era necesario votar.Si no obstaculiza a los principios anarquistas que vo-sotros os congratuléis del triunfo de los socialistas, nodebe tampoco obstar el que yo declare que lo desea-ba. Vuestras congratulaciones no habrían llegado si al-guno no hubiese trabajado para el triunfo del socia-lismo en las elecciones. Y yo no me equivoco si meobstino en sostener que los anarquistas pueden hacerbastante más que mirar y congratularse del triunfo delos demás.

Al gobierno no le basta para continuar existiendo lafuerza material de las bayonetas: necesita también unafuerza moral que intenta conseguir en las eleccionesuna apariencia de consentimiento popular. Y la adqui-sición de esta fuerza moral nosotros debemos intentarquitársela, porque reducido a la sola fuerza material,

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nosotros podremos combatirlo con éxito en la primeraocasión.

Una última palabra. Vosotros decís que todos losanarquistas son abstencionistas. ¡Cómo os engañáis!Los abstencionistas más encarnizados votan ahora porlos republicanos, luego por los socialistas, más tardepor amigos personales, sin hablar de los Azzaretti, ¡queno son pocos! Lo que se gana con la táctica abstencio-nista es participar en las elecciones, no en nombre denuestros principios sino bajo falso nombre o a benefi-cio de otros partidos.

MerlinoDe, L’Agitazione, del 19 de abril de 1897.

Concepción integral de la anarquía

Merlino está aprendiendo unmodo curioso de discu-tir. Elige una frase aislada, la estira, la retuerce y logra,dado que no tiene en cuenta el contexto, hacerse de-cir lo que él quiere. Además, no contesta nunca a tuspreguntas y a tus refutaciones, sino que se agarra a unejemplo tuyo o a un argumento incidental y discute és-te sin recordar más la cuestión principal, de modo que

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el objeto de la polémica a cada réplica se convierte enotro.

De hecho, ¿quién podría adivinar que nosotros está-bamos discutiendo si el parlamentarismo es compati-ble o no con la anarquía?

Continuando así podríamos discutir un siglo, perono lograremos saber ni siquiera si estamos de acuerdoo no.

De todas maneras sigamos a Merlino en su terreno.¿Por qué dice Merlino que nos estamos acercando?¿Porque nosotros admitimos la necesidad de la

cooperación y del acuerdo entre los miembros de lasociedad y nos plegamos a las condiciones fuera de lascuales cooperación y acuerdo no son posibles? Pero es-to es socialismo, y Merlino sabe que nosotros siemprehemos sido socialistas y por ello siempre muy cerca-nos.

La cuestión ahora es si el socialismo debe ser anár-quico o autoritario, vale decir si el acuerdo debe servoluntario o impuesto.

¿Pero si la gente no quiere ponerse de acuerdo? En-tonces habrá tiranía o guerra civil, pero no anarquía.Por la fuerza la anarquía no se hace; la fuerza puedey debe servir para abatir los obstáculos materiales, pa-

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ra poner al pueblo en condiciones de elegir librementecómo quiere vivir, pero más no se puede hacer.

¿Pero si un puñado de matones o neuróticos o inclusoun solo individuo se obstina en decir no, entonces no esposible la anarquía?

¡Diablos! No falsifiquemos. Estos individuos son li-bres de decir no, pero no podrán impedir a los otrosactuar, y más bien deberán adaptarse lo mejor quepuedan. Y si luego los matones o los neuróticos fuerantantos como para poder perturbar seriamente la socie-dad e impedirle funcionar pacíficamente, entonces…sin embargo, no estaríamos todavía en la anarquía.

Nosotros no hacemos de la anarquía un edén ideal,que por ser demasiado bello, se deba postergar para lascalendas griegas.

Los hombres son demasiado imperfectos, demasia-do habituados a rivalizar y a odiarse ente sí, demasiadoembrutecidos por los sufrimientos, demasiado corrom-pidos por la autoridad, para que un cambio de siste-ma social pueda, de un día para otro, transformarlosa todos en seres idealmente buenos e inteligentes. Pe-ro cualquiera que sea la extensión de los efectos quese puedan esperar del cambio, el sistema es necesariocambiarlo y para cambiarlo es necesario que se reali-cen las condiciones indispensables de dicho cambio.

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Nosotros creemos que la anarquía es posible, por-que creemos que las condiciones necesarias para suexistencia están ya en los instintos sociales de los hom-bres modernos, a pesar de la continua acción disolven-te, antisocial, del gobierno y de la propiedad. Y cree-mos que como remedio contra las malas tendenciasde algunos y contra los intereses creados de otros noes un gobierno cualquiera, que al estar compuesto dehombres no puede sino hacer inclinar la balanza de laparte de los intereses y de los gustos de quien está enel gobierno, sino la libertad, que, cuando tiene por ba-se la igualdad de condiciones, es la gran armonizadorade las relaciones humanas.

Nosotros no esperamos para ser aplicada la anar-quía que el delito, o la posibilidad del delito, haya des-aparecido de los fenómenos sociales; pero no quere-mos la policía, porque creemos que ésta, mientras quees impotente para prevenir el delito, o reparar las con-secuencias, es luego por sí misma fuente de mil malespara la sociedad; y si para defenderse hubiera necesi-dad de armarse, queremos estar armados todos y noconstituir en medio de nosotros un cuerpo de preto-rianos. Nosotros nos acordamos demasiado de la fábu-la del caballo que se hizo poner el bocado y montarla grupa al hombre para mejor cazar al ciervo; y Mer-

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lino sabe bien qué mentira es el control de los ciudada-nos, cuando los controlados son aquellos que tienen enmano la fuerza.

Merlino es también inexacto cuando se sirve denuestro ejemplo del concierto europeo. Nosotros no he-mos dicho que en las relaciones actuales entre los Esta-dos haya igualdad y justicia, ni hemos negado la nece-sidad de una organización federativa y libertaria de losintereses internacionales. Hemos dicho solamente quela prepotencia y la injusticia que prevalecen hoy entrelos Estados, no las remediaría un gobierno y un parla-mento internacional. Grecia sufre hoy la oposición delas grandes potencias y resiste; si ella tuviera un repre-sentante en un parlamento internacional y se hubieraempeñado en respetar las resoluciones de la mayoríade dicho parlamento, sufriría una igual o mayor pre-potencia y no tendría ya el derecho de resistirse.

Y luego, ¿qué pretende Merlino cuando dice que no-sotros estamos a medio camino entre el individualismoy el socialismo?

El individualismo, o es la teoría de la lucha: cada unopara sí y mueran los débiles, o bien es aquella doctrinaque sostiene que pensando cada uno en sí mismo y ha-ciendo a sumodo sin preocuparse de los demás resulta,por ley natural, la armonía y la felicidad de todos.

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En un sentido o en el otro nosotros estamos en lasantípodas de los individualistas, tanto cuanto puede es-tarlo Merlino. La diferenciación entre nosotros se re-fiere a la autoridad y a la libertad y, francamente, anosotros no nos parece que él esté o, mejor, haya re-tornado, a medio camino entre el autoritarismo y elanarquismo.

Y ahora la cuestión de la táctica.Merlino se maravilla de que nosotros nos hayamos

alegrado del triunfo de los socialistas. La maravilla nosparece extraña realmente.

Nosotros nos alegramos cuando los socialistas de-mocráticos triunfan sobre los burgueses, como nos ale-graríamos de un triunfo de los republicanos sobre losmonárquicos, y hasta de uno de los monárquicos libe-rales sobre los clericales.

Si hubiésemos podido convertir al anarquismo aaquellos que han votado por los socialistas y obtenerque éstos no hubieran tenido ni siquiera un voto, noshabríamos alegrado aún más. Pero en el caso concreto,si los más de cien mil electores que han votado por lossocialistas no lo hubieran hecho, no es porque hubie-ran sido anarquistas, sino porque hubieran sido o con-servadores de varios grados o bien que se absteníanpor indiferencia o votaban por quien pagaba o amena-

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zaba más. ¿Merlino se maravilla de que nosotros prefi-ramos saberlos socialistas, o medio socialistas?

El bien y el mal son cosas relativas; y un partido,por reaccionario que sea, puede representar el progre-so frente a uno más reaccionario todavía.

Nosotros nos alegramos siempre que vemos un cle-rical volverse liberal, un monárquico hacerse republi-cano, un indiferente convertirse en algo; pero de ahíno deriva que debamos hacernos monárquicos, libera-les o republicanos nosotros, que creemos estar muchomás adelante.

Por ejemplo, visto el estado presente de las provin-ciasmeridionales, habría sido un óptimo síntoma si hu-bieran triunfado aunque sólo fuera los cavallottianos;y nosotros nos habríamos alegrado, como creemos quese habrían alegrado también los socialistas democráti-cos. Pero no por esto socialistas y anarquistas habríandebido defender a los cavallottianos en el sur. Al con-trario, los socialistas meten sus candidaturas en todaspartes, incluso si esto disminuye la capacidad de éxi-to del candidato menos reaccionario, y nosotros pre-dicamos en todas partes la abstención consciente, sinpreocuparnos si ésta puede favorecer a un candidato oa otro. Para nosotros no es el candidato el que importa,porque no creemos en la utilidad de tener buenos dipu-

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tados; lo que importa es la manifestación del estado deánimo de la población; y entre los curiosos estados deánimo en que puede encontrarse un elector, el mejores el que le hace comprender la inutilidad y los dañosde ser diputado en el parlamento y lo empuja a trabajarpor la que desea, asociándose directamente con todosaquellos que tienen sus mismos deseos.

En fin, ¿por qué Merlino ha querido cerrar su car-ta con insinuaciones que, vistas las relaciones en queen este momento se encuentra él con los anarquistas,son por lo menos de mal gusto? Merlino se dice siem-pre anarquista y se esfuerza por hacernos concebir laanarquía como la entiende él y por hacernos aceptarla táctica suya; y está en su derecho. Pero, ¿por quéadopta un tono que se puede quizás emplear con eladversario que no nos importa ofender, pero que noconviene con los compañeros que se quiere convencery atraer?

Hace ya tiempo, respondiendo en el Messaggero aMalatesta que había hablado de la incipiente reorga-nización del partido anarquista, Merlino se burlaba,cuando él sabía que los anarquistas se reorganizabanrealmente, y habían ya obtenido resultados, modestossí, pero bien reales. Ahora cita a los anarquistas quese dicen abstencionistas y votan y nos echa a la cara a

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Azzaretti, que nosotros mismos hemos denunciado enestas columnas.

Y bien, si hay abstencionistas que votan —y de he-cho, sabemos que los hay— esto quiere decir o que notienen conciencia completa de las opiniones que pro-fesan, o bien que no encuentran en medio de los anar-quistas la fuerza suficiente para resistir a las influen-cias de fuera, y el remedio no es renunciar todos alprograma, o aumentar las causas de confusión y de de-bilidad, sino acrecentar la conciencia de los individuosy reforzar la organización del partido.

Y si además hay tambiénmatones que se venden, nohay sino que descubrirlos y echarlos.

MalatestaDe, L´Agitazione, del 19 de abril de 1897.

Incopatibilidad

Merlino nos escribe de nuevo y se lamenta del tonopoco amistoso de nuestro artículo. Pero al hacerlo to-ma un tono tal que impide que nosotros, que realmen-te queremos permanecer tranquilos, publiquemos ínte-gramente su respuesta. Nos esforzamos, por otra parte,

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en contrarrestar, con sus mismas palabras, todos susargumentos.

Merlino está ofendido porque decimos que él habíahecho insinuaciones. Insinuaciones no siempre signi-fican mentiras; y nosotros por otra parte advertíamosque sabíamos lo que Merlino decía. Pero lamentába-mos que él viniese con acusaciones generales e imper-sonales a turbar la serenidad de la discusión.

Ahora Merlino nos viene a hablar de gente que hatrabajado para Zuccari entre los anarquistas, de unoque ha tomado cien liras de un candidato monárquicoy de otras porquerías. Nosotros conocemos demasia-do a Merlino para poder pensar que miente; pero ¿quésignifica introducir la sospecha entre nosotros, cuandoluego no menciona los nombres y no nos pone en con-diciones de poder distinguir los buenos compañeros delos falsos, los convencidos de los vacilantes?

QueMerlino nos mande hechos y nombres; que nosautorice a publicarlos bajo su responsabilidad y le es-taremos agradecidísimos. Queremos ante todo ser unpartido de gente limpia.

Pero lo que es realmente extraño es que Merlino en-cuentra que este fango electoral, que arroja sus salpi-caduras en medio de nosotros, es la consecuencia dela táctica… abstencionista. A nosotros nos parecen en

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cambio una razón más para hacer del abstencionismoelectoral un punto importante de nuestro programay por ello somos hostiles también a las candidaturas-protesta. Y pasemos a otra cosa.

Merlino dice que él no sabía, cuando escribió alMessaggero, que los anarquistas se reorganizaban. Y lecreemos; pero nos preguntamos entonces si Merlino,antes de mostrar al público su nueva táctica, no ha-bría hecho bien en ponerse un poco más en contactocon sus viejos compañeros. Merlino agrega que en lareorganización no cree tampoco ahora, esto es asuntosuyo. A todos los compañeros les toca darle, con loshechos, una elocuente respuesta.

Y ahora a los argumentos, Merlino escribe:La defensa social (escribís vosotros) debe estar al

cuidado de toda la sociedad; y si para defenderse hu-biera necesidad de armarse, queremos estar todos ar-mados. Razonando así, la administración de la riquezapública debe estar al cuidado de toda la sociedad; ysi para administrarla fuera necesario hacer proyectos,compilar estadísticas, estudiar ciencias técnicas, bien,esas cosas queremos hacerlas todos. La educación y lainstrucción de los niños debe estar al cuidado de todala sociedad. ¿Quién no sabe lo peligroso que es confiara pocos individuos la educación de las nuevas genera-

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ciones? Por tanto, hagámonos todos profesores. Y deesta manera, se niega el principio de la división del tra-bajo, se llega al concepto kropotkiniano de que el pue-blo en masa distribuirá las casas, los víveres, el trabajo,hará todo.

Si le dijéramos a Merlino que, para refutarnos, nosasigna ideas que él debería saber que no son las nues-tras, se ofendería, y nosotros no queremos ofenderle.

Admitimos, ciertamente, la división del trabajo yapreciamos sus ventajas; pero conocemos también losdaños y los peligros. La división del trabajo ha sidouna de las causas de la sujeción de las masas al domi-nio de las castas privilegiadas. Y con el principio dela división del trabajo se puede tentar la justificaciónde todas las monstruosidades sociales: división entreel trabajo intelectual y el trabajo manual, división en-tre el trabajo de dirección y el de ejecución, divisiónentre el trabajo de producción y el de defensa de losproductores… que luego se resumen y se concretan enla división entre el trabajo de consumir y el de produ-cir, entre el trabajo de apalear y el de hacerse apalear.Menenio Agripa conocía ya este argumento.

Nosotros creemos que es carácter esencial, no sólodel anarquismo, sino del socialismo en general, el que-rer que ciertas funciones deban pertenecer indistinta-

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mente a todos los miembros de la sociedad, a pesar delas ventajas técnicas que podría haber en confiarlos auna clase especial. Por tanto, que se divida el trabajohasta el límite de lo posible para aumentar la produc-ción y facilitar el funcionamiento de la vida social, pe-ro estén a salvo ante todo el desarrollo integral y laigual libertad de todos los individuos.

Entre las funciones que, según nosotros, no se pue-den confiar sin grandes inconvenientes a una clase es-pecial de individuos, están aquellas en que podría ha-ber necesidad de emplear la fuerza física contra un serhumano.

Así, por ejemplo, podría, no lo negamos, haber unaventaja técnica en tener un cuerpo de especialistas en-cargados de diagnosticar la locura peligrosa y llevar alos locos al manicomio; pero ¿qué queréis? Nosotrostenemos miedo a que los señores doctores y enferme-ros juzguen locos a todos aquellos que no piensan co-mo ellos. Lombroso enseñó que nos encerraría a todos.¡Incluido Merlino! Para la policía propiamente dicha,peor que peor, adiestrad a un hombre a cazar hombresy tendréis, técnicamente hablando, un buen agente depolicía; pero al mismo tiempo habréis apagado en él to-do sentimiento de simpatía humana, habréis apagadoal hombre y no encontraréis más que al esbirro.

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Y no nos extendemos sobre este tema porque, pole-mizando con Merlino, no pensábamos discutir sobrelos mejores modos de satisfacer las necesidades de lasociedad, sino sobre la cuestión específica de las elec-ciones y del parlamentarismo. Los varios problemasque se pueden presentar en la vida social pueden serresueltos, bien o mal, de diversas maneras. La cuestiónque tratábamos era más bien el modo de resolverlos:autoridad o libertad, delegación de poder o delegacióndel trabajo, gobierno parlamentario o anarquía, y so-bre esta cuestión nos parece que con Merlino, a pesarde su ruidosa protesta, hay acuerdo.

Merlino continúa:La divergencia entre nosotros está en el modo de

entender la anarquía.Vosotros decís: la anarquía será cuando los hombres

sepan vivir de acuerdo. ¿Cuándo? Yo digo: la anarquíaserá cuando los intereses colectivos de la sociedad es-tén organizados, no ya absolutamente sin coacción;sino, aunque sea con el mínimo de coacciónmoral, eco-nómica o física que es inevitable, sin aquel poder cons-tituido en medio de la sociedad, armado de leyes y debayonetas y árbitro de los bienes y de la vida de losciudadanos que se llama gobierno.

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Vale decir que Merlino, no creyendo posible la anar-quía completa —la organización sin coacción— que-rría acercarnos la más posible. Y está bien, nosotrosya hemos dicho que no siendo nosotros la humanidad,no podemos—y justamente porque somos anarquistas,no pretendemos— hacer solos toda la historia humana.

La humanidad camina según la resultante de las milfuerzas que en varios sentidos la solicitan. Nosotros nosomos sino una de estas fuerzas. La cuestión a discu-tir es si, posibilitando nuestro programa, obtendremosun resultado más ventajoso, vale decir más rápido ymás cercano a nuestro ideal, que combatiendo por laactuación del programa pleno y entero.

Nosotros creemos que no.En fin, Merlino vuelve sobre la cuestión de la táctica,

pero no hace sino repetir lo ya dichomuchas veces. No-sotros no querríamos repetirnos, por tanto cerramosaquí la polémica.

Ahora los compañeros y todos aquellos que se haninteresado en la discusión ya han oído lo suficiente pa-ra hacerse una opinión propia.

MalatestaDe, L’Agitazione, del 25 de abril de 1897.

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No confundamos

Leemos en algunos periódicos anarquistas del exte-rior, juicios sobre la evolución deMerlino, que nosotrosconsideramos erróneos por lo que se refiere a la cosae injustos por lo que se refiere a la persona.

Merlino ha hecho una activísima propaganda parauna más amplia participación de los anarquistas enel movimiento obrero y en la vida popular, y contralas tendencias individualistas que en determinado mo-mento se insinuaron como predominantes en nuestrocampo; y con esta propaganda se ha atraído, de ciertolado, muchas antipatías y muchos odios que ha afron-tado con coraje.

Ahora que aconseja la participación en la lucha elec-toral y acepta, hasta cierto punto, también el parla-mentarismo, aquellos que estaban en desacuerdo conél aprovechan para decir que su evolución era una cosaesperada y que la participación en el movimiento obre-ro y en la lucha práctica no era y no podía ser sino elprimer paso hacia la táctica parlamentaria.

Nosotros no tenemos necesidad de repetir lo quepensamos del parlamentarismo y de todo lo que a élse refiere, y cuánto deploramos que Merlino se hayaido por ese camino.

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Pero no por esto dejaremos que se presente bajo unafalsa luz la influencia benéfica que Merlino ha tenidosobre el movimiento anarquista; y que, al explicar suevolución, se tome por causa lo que ha sido efecto yviceversa.

No es cierto que Merlino haya buscado poner al mo-vimiento anarquista en un camino práctico porque que-ría llegar a la táctica parlamentaria. En cambio él haaceptado, con más o menos reservas, esta táctica por-que los anarquistas, con su exclusivismo, se habían re-ducido a la inacción y a la impotencia.

Merlino, de quien nadie que lo conozca querrá po-ner en duda su profunda sinceridad y su enorme bue-na voluntad, ha cometido, según nosotros, un errorgrandísimo comprometiendo los resultados de su pro-paganda antecedente con la tentativa de hacer aceptarla lucha electoral. Pero no hay necesidad de esconderel error colectivo que ha hecho que hombres de valor,viéndose perdidos en las abstracciones y no logrando,tan pronto como habrían querido, llevarnos al mundode la realidad, han buscado en otra parte el camino dela acción fecunda … y se han equivocado de camino.

Sepamos ser un partido vivo, sepamos ejercer unaacción eficaz sobre el movimiento social, y entoncesno tendremos que temer otras defecciones que aque-

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llas —bienvenidas— de los débiles y los traidores, y po-dremos esperar que aquellos que nos han abandonadocon la esperanza sincera de poder ser más útiles a lacausa, volverán a combatir a nuestro lado.

MalatestaDe, L´Agitazione, del 18 de junio de 1897.

Colectivismo, comunismo, democraciasocialista y anarquía

Con este título y con el subtítulo tentativa de con-ciliación, Saverio Merlino ha publicado en la Revue So-cialiste de París, un artículo que la dirección de aquellarevista llama una contribución a la síntesis de las doctri-nas socialistas.

Contribución a dicha síntesis quizá lo sea, ya quetodo estudio de las diversas doctrinas aclara el tema,tiende a eliminar las disensiones que no tienen razónde ser y puede llevar a la conciliación si llega a esta-blecer que no existen diferencias sustanciales. Pero elfin práctico que Merlino se proponía, el de demostrarque las doctrinas de los socialistas democráticos y delos socialistas anárquicos, lejos de ser inconciliables, secorrigen y se completan recíprocamente, ciertamente

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ha fallado, dado que él confunde doctrinas y partidosde una manera que maravilla realmente en un hom-bre de mente tan lúcida y tan bien informado como esMerlino.

El artículo se divide en dos partes. En la primera,Merlino habla de la diferencia entre comunismo y co-lectivismo, tomando estas palabras en el sentido, diga-mos clásico, que éstas tenían para todos en tiempo dela Internacional: vale decir, comunismo, como el siste-ma en que todo, instrumentos y productos del trabajoestán a disposición de todos, sin calcular la contribu-ción de cada uno a la obra colectiva, conforme la fór-mula de cada uno según sus posibilidades, y a cada unosegún sus necesidades; colectivismo como el sistema enque, establecida la igualdad de condiciones, garantiza-do a todos el uso de las materias primas y de los instru-mentos de su trabajo, cada uno es patrón del produc-to de su trabajo. Él sostiene que tanto el comunismocomo el colectivismo, si se los interpreta de una ma-nera ajustada, absoluta, son uno y otro imposibles ono satisfactorios, y hace muchas observaciones justas,que también hemos hecho nosotros en este diario oen otros. Y concluye que con la adopción contemporá-nea de un sistema y el otro —haciendo distinción entrerelaciones sociales necesarias y fundamentales y rela-

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ciones voluntarias y variables entre los individuos— sepuede llegar a una buena organización social que no so-foque la energía del individuo quitándole toda iniciativay toda libertad de acción, y al mismo tiempo asegure elfuncionamiento armónico de las actividades individua-les o, en otros términos, que concilie la libertad indivi-dual con la necesaria solidaridad social.

La cuestión es muy interesante y puede ser, y ha si-do, objeto de útil discusión; pero no tiene nada que vercon las diferencias que dividen a demócratas y anar-quistas. Puede haber, y ha habido y hay, anarquistascolectivistas y anarquistas comunistas, a la par que de-mócratas colectivistas y demócratas comunistas.

En los últimos años los socialistas democráticos,llamándose insistentemente colectivistas, han logradocasi identificar el colectivismo con la democracia so-cialista; pero en este sentido el colectivismo más queun sistema de distribución de los productos del traba-jo es el sistema de la organización socialista por obradel Estado y no es más el colectivismo de que discuteMerlino en parangón con el comunismo.

Para los anarquistas, la síntesis y la conciliación en-tre colectivismo y comunismo se puede decir ya co-mo un hecho cumplido, dado que nadie más interpre-ta aquellos sistemas de manera estrecha y absoluta; y

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lo prueba el hecho de que, al menos como partido mi-litante, ellos se denominan generalmente con el ape-lativo compresivo de socialistas anárquicos, dejando alas discusiones teóricas de hoy y a los experimentosprácticos de mañana la elección entre los varios mo-dos de organización del trabajo y de distribución delos productos.

En la segunda parte de su artículo, Merlino habla dela necesidad de una organización permanente de losintereses colectivos, y de las formas que asumirá talorganización; y llega a una conciliación verbal, que enrealidad deja la cuestión en el punto de partida.

Él habla de los grandes intereses sociales, que exce-den el interés y la vida misma del individuo y a losque debe proveer la colectividad; busca cuál es la for-ma política que puede dar una más sincera expresiónde la voluntad colectiva y evitar mejor todo peligro deopresión, y concluye:

Ni gobierno centralizado ni administración directa.La organización política de la sociedad socialista debeconsistir en el reconocimiento de los derechos y liber-tades intangibles del individuo (derecho al uso de losinstrumentos colectivos de trabajo, derecho de asocia-ción, de instrucción, libertad de pensamiento, de pala-bra, de elección de trabajo, etc.) y en la organización de

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los intereses colectivos por delegación a administrado-res capaces, revocables y responsables, que obren bajoel mandato directo del pueblo, le sometan sus actosmás importantes (referéndum) y permanezcan separa-dos e independientes uno de otro a fin de que no hayacoalición para el ejercicio de una autoridad similar ala autoridad gubernativa actual. La esencia de la de-mocracia está en la ausencia de una tal coalición y enla búsqueda de las formas de administración que de-jen lo menos posible al arbitrio de los administradores.En este sentido no hay diferencia sustancial entre de-mocracia y anarquía. Gobierno del pueblo —nada deoligarquía— significa en su sustancia no gobierno. Elgobierno de todos en general (democracia) equivale algobierno de ninguno en particular (anarquía).

Otra vez Merlino se sale de la cuestión.El modo de organizar o administrar los intereses co-

lectivos es una cuestión importantísima y demasiadodescuidada, como justamente observa Merlino, por lossocialistas de todas las escuelas. Pero si se pretendeparangonar las soluciones de los demócratas con lasde los anarquistas, en vista a una posible conciliación,es necesario remontarse a la diferencia sustancial quedivide las dos escuelas, y no ya detenerse a discutirsobre el valor relativo de los varios sistemas represen-

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tativos, del referéndum, del derecho de iniciativa, delgobierno directo, del centralismo, del federalismo, etc.Y la diferencia sustancial es ésta: autoridad o libertad;coacción o consentimiento, obligatoriedad o (perdó-nense los neologismos) voluntariedad. Es necesario en-tenderse sobre esta cuestión fundamental del supremoprincipio regulador de las relaciones interhumanas. oal menos, discutir, entre demócratas y anarquistas; da-do que, si no hay entendimiento sobre ella, no puedehaber entendimiento sobre cuestiones especiales de or-ganización, e incluso cuando se llegase a un acuerdode palabra como aquél al que ha llegado Merlino, sedescubriría pronto que el acuerdo se ha hecho usandolas mismas palabras con diferente sentido.

Descendamos a la práctica. Supuesto que mañanael pueblo fuera dueño de sí (no se alarme el fisco, yaque se trata de simples suposiciones) ¿deberá tomarun poder constituyente que decretará una nueva cons-titución, que hará la ley, que organizará la nueva socie-dad? ¿O bien la nueva organización social deberá sur-gir, de abajo hacia arriba, por obra de todos los hom-bres de buena voluntad, sin que a ninguno le sea da-do el derecho de mandar o imponer? En otros térmi-nos, para servirnos de la frase consagrada ¿es necesa-rio conquistar o bien abolir los poderes públicos?

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Se puede ser partidario de uno u otro método, sepuede incluso buscar algo intermedio, como pareceque desearía Merlino, pero no se puede, cuando seintenta llegar a una conciliación entre demócratas yanarquistas, callar lo que constituye la diferencia fun-damental.

Y por hoy basta. Volveremos sobre las doctrinas ysobre las tendencias deMerlino cuando nos ocupemos,en uno de los próximos números, de su reciente libro:Pro y contra el socialismo.

MalatestaDe, L’Agitazione, del 6 de agosto de 1897.

Por la conciliación

Quizá me equivoco, pero me parece que vosotrosos esforzáis, involuntariamente, en exagerar vuestrodisentimiento de socialistas demócratas, por miedo aque, cesando el disentimiento, cese también para voso-tros toda razón de existir como partido distinto.

Ahora, que exista o no el partido anarquista, o cual-quier otro partido, a mí me parece que debe interesar-nos sólo débilmente.

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Lo que podemos y debemos desear es que la parte deverdadero que haya en nuestras doctrinas, se abra ca-mino entre las multitudes y primeramente entre aqué-llos que están más cercanos a nosotros, los socialis-tas militantes. Si mañana los socialistas democráticosaceptasen la parte justa de nuestras ideas, podríamosresignarnos a morir como partido. Habríamos cumpli-do nuestra misión.

Después de todo, los partidos no están destinados adurar eternamente; más bien tienen una vida breve yprecaria, sirven para afirmar y divulgar ciertas ideas ygeneralmente desaparecen o se transforman antes queaquéllas se hagan realidad.

En nuestro caso, antes que tener un partido que tiradel socialismo por una parte y otro que tira por otra,haciéndolo pedazos, exagerando ambos y combatién-dose a veces injustamente, yo preferiría un solo par-tido que permaneciera en la verdad. No me preocupalo que vosotros decís. Si mañana los socialistas demo-cráticos, yendo al poder, quisieran imponer y tiranizar,deberíais combatirlos. De esta manera habríais preve-nido e impedido. A mi, en suma, no me va que regu-lemos nuestro modo de pensar y nuestra propagandaen oposición a aquello que piensan o dicen —o dirán yharán— los socialistas democráticos; me parecería ha-

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cer como aquellos dos individuos que caminando delbrazo uno cojease de una pierna y el otro creyera, paraequilibrarlo, estar en el deber de cojear de la otra. De-jemos estos juegos de equilibrio y vayamos derecho anuestra meta.

Por tanto, examinemos la cuestión de la conciliaciónentre colectivismo, comunismo, democracia socialistay anarquismo, con voluntad de conseguir acuerdos.

Vosotros decís que la síntesis y la conciliación entrecomunismo y colectivismo, para los anarquistas, se pue-de considerar como un hecho consumado, es tan ciertocomo que ellos se llaman hoy, en gran parte, anarquis-tas socialistas. Por tanto, estamos de acuerdo.

Yo, sin embargo, os hago notar que muchos anar-quistas se llaman hoy socialistas y no comunistas nicolectivistas, no porque estén convencidos como estoyconvencido yo, que comunismo y colectivismo no pue-den existir por sí mismos, sino que deben complemen-tarse recíprocamente, sino más bien porque o están enla duda o porque, siendo comunistas y colectivistas inpectore, no creen la cuestión tan importante como pa-ra deber hacer de ella un motivo de pelea. Para ellos esuna cuestión de tolerancia recíproca: yo en cambio par-to de la crítica del colectivismo y del comunismo para

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llegar a un tercer sistema, o sistema mixto. Vosotrosveis la diferencia.

De todas maneras vosotros reconocéis que la discu-sión que yo he hecho a propósito en el artículo de laRevue Socialiste es interesante y útil. Pero he aquí quela preocupación de confundirnos con los socialistas de-mocráticos os asalta y vosotros agregáis: pero (la cues-tión) no tiene nada que ver con las diferencias que di-viden a demócratas y anarquistas. ¡Como si yo en miartículo me hubiese propuesto tratar solamente estasdivergencias!

Pero el colectivismo de los socialistas democráticos —decís vosotros— más que un sistema de distribución deproductos del trabajo, es el sistema de la organización so-cialista por el Estado. Es una afirmación, convendréisconmigo, un poco cruda, y que equipara a socialistasdemocráticos con los socialistas de Estado. Los socia-listas democráticos rechazan y combaten el socialismode Estado y es necesario tenerlos en cuenta por lo me-nos en buena intención.

El colectivismo para ellos no es el sistema del Estadogran capitalista y también gran único proletario; sinoque es el sistema en que la sociedad (en su gran capa-cidad colectiva) administra el patrimonio público delos medios de producción y organiza el plan general

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de producción distribuyendo los productos en razóndel trabajo de cada uno. Que este sistema pueda llevar,contra la voluntad de sus sostenedores, a una especiede socialismo de Estado, es otra cuestión: depende dela modalidad del sistema, del modo en que funcione es-ta sociedad en su capacidad colectiva, de cómo estaráorganizada.

¿Estará organizada como Estado? ¿Será una simplefederación de asociaciones? ¿Cuáles serán las atribu-ciones y cuál será la composición de la administracióncolectiva?

Aquí está la cuestión, pero una administración gene-ral de los intereses colectivos e indivisibles —vosotroshabéis convenido en ello en otra ocasión— debe haber-la. Los socialistas democráticos tienen la equivocación—para mí— de acreditar la sospecha de que ellos quie-ren nadamás ni nadamenos que un gran Estado, comocuando demuestran su alegría por cada nueva adquisi-ción o empresa que hace el Estado.

Cuando una red de ferrocarril, por ejemplo, pasa deuna sociedad privada al Estado, ellos aplauden; porquedicen que del Estado a la colectividad socialista es pe-queña la distancia. Ahora esto puede ser, como yo creo,un error, pero es muy distinto decir que el Estado de-

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be organizar definitivamente la producción y aplicarel socialismo.

Estamos siempre en lo mismo. Vosotros os esfor-záis (involuntariamente siempre) por hacer aparecera los socialistas democráticos tan reaccionarios comopodéis, para aumentar la distancia entre ellos y voso-tros y poder decir que ellos están en vuestras antípo-das, o al menos deberían estarlo. Esta posición se veincluso más claramente en la refutación que hacéis dela segunda parte de mi artículo.

Yo sostenía —y aquí verdaderamente se trataba deconciliar el socialismo democrático y el anarquista—que en suma la libertad no puede nunca ser ilimitaday que una organización de los intereses colectivos esnecesaria y que en esta organización va inserta siem-pre una cierta coacción; que es necesario hacer de estamanera que la coacción sea mínima y que la organiza-ción sea lo más libertaria y descentralizada posible, yque los socialistas democráticos en esto están de acuer-do con nosotros; más bien no hay una verdadera opo-sición de ideas entre ellos y nosotros, pero debemosestudiar juntos los modos prácticos de conciliar los in-tereses generales e indivisibles de la colectividad conla libertad del individuo. El referéndum, el mandatopúblico y la revocabilidad de los administradores, etc.,

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pueden ser un modo de tener sujetos a los administra-dores por los administrados, impidiendo la formaciónde un poder gobernante: estudiemos, por tanto, estasmodalidades y actuemos, por así decir, la anarquía pormedio de la democracia.

Tampoco esta vez vosotros negáis que la cuestiónde la modalidad de la organización de los intereses co-lectivos es importantísima y merece ser profundizada;pero de pronto revive en vosotros el viejo Adán —elanarquista que busca a toda costa el socialismo paracombatirlo— y decís que es necesario remontarse a ladiferencia sustancial que divide a las dos escuelas… yésta es: autoridad o libertad, coacción o consentimiento,obligatoriedad o voluntariedad.

Ahora, yo vuelvo a lo que dije otra vez: en ciertas co-sas de interés común e indivisible la obligatoriedad esinevitable. Voluntariedad, libertad, consenso son prin-cipios incompletos, que no nos pueden dar por sí solos,ni ahora ni por muchos siglos por venir, toda la orga-nización social. Por otra parte no es exacto que los so-cialistas democráticos sean factores de autoridad, decoacción, de obligatoriedad en toda línea que no reco-nozcan el gran valor del principio de la libertad. No espor tanto verdadero que vosotros representáis un prin-cipio y los socialistas democráticos el principio opues-

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to: vosotros toda la libertad, ellos toda la autoridad. Lacuestión cuantitativa o más bien de los modos de apli-cación; y he aquí por qué yo querría sacaros de las ce-lestes esferas de principios abstractos e induciros a dis-cutir las modalidades de la organización social, segurocomo estoy de que en este terreno todos los socialis-tas tácticamente se entenderían. Pero vosotros sois re-calcitrantes, porque, como he dicho desde el principio,consideráis que vuestra misión es combatir la futuratiranía socialista, en vez de prevenirla.

Vosotros decís: suponiendo que el pueblo mañanatenga la superioridad sobre el gobierno, los socialis-tas democráticos querrán hacerle nombrar un poderconstituyente que hará la ley y organizará las cosas asu guisa. Nosotros, socialistas anárquicos, deberemos,pudiendo impedir todo esto y hacer surgir la nuevaorganización social de abajo hacia arriba por obra detodos los hombres de buena voluntad.

Pero también para el periodo revolucionario es ne-cesaria una organización lo más libertaria posible, abase de voluntad popular, pero no obstante capaz dedar cuerpo y vida al conjunto informe de voluntades,de intereses y deseos que se agitarán sobre todo en talmomento. Un poder constituyente despótico no sóloprovocaría discordias y reacciones, sino que tampoco

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lograría organizar la vasta y complicada economía so-cial. Pero tanto menos lo lograría el pueblo en masa,agrupado casualmente en los clubs y por las calles.

¿Será posible que no se logre prescindir, por ambaspartes, de las exageraciones?

MerlinoDe, L’Agitazione, del 19 de agosto de 1897.

Imposibilidad de un acuerdo

Hemos publicado la respuesta que Merlino nos hamandado a la crítica que hicimos de un artículo suyopublicado en la Revue Socialiste, para que los lectoresse puedan formar su propia opinión más facilmente.

Replicaré lo más brevemente posible, para no co-menzar una nueva y larga polémica, ni para dar basea argumentos sobre los cuales deberemos volver con-tinuamente, porque son la materia de nuestra propa-ganda, sino simplemente para poner en su lugar cosasque Merlino, según nosotros, ha movido.

Avancemos una observación.Nosotros no sabemos bien si Merlino continúa o no

llamándose anarquista. Lo cierto es, y nos duele, que siél se dice anarquista, no entiende ya el anarquismo co-

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mo lo entienden los anarquistas, entre quienes él mili-taba hasta no hacemucho tiempo. Y por ello el nosotrosy el nuestro, que Merlino emplea todavía, es acogidocon reserva.

Habíamos creído queMerlino habría logrado formarun tercer partido, intermedio entre los marxistas y no-sotros —algo como los alemanistas franceses— y noshabríamos alegrado, dado que ello habría dado una or-ganización propia a aquellos elementos que están a dis-gusto en el partido socialista italiano y habría señaladoun paso adelante en la evolución del socialismo en Ita-lia, mientras por otra parte aquellos anarquistas quehubieron podido adherir al nuevo partido no habríansido, en general, sino individuos ya a punto de aban-donarnos y que habríamos perdido de todas maneras.Pero comenzamos a temer, por síntomas múltiples yvariados, que también ésta era una ilusión. Merlino,cuando haya perdido toda esperanza de convertir a losanarquistas y de hacerles aceptar, con atenuacionesque según nosotros no tienen ningún valor práctico,las ideas y el método de los socialistas democráticos,pasará sin más a las filas de estos últimos. Y entoncesquizá, sufriendo la sugestión del nuevo ambiente, diráque los anarquistas… no existen.

¡Ojalá me equivoque!

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Y ahora respondemos a Merlino, intentando seguirsu texto, párrafo por párrafo.

Merlino dice que nosotros nos esforzamos por exa-gerar nuestro disentimiento con los socialistas demo-cráticos.

La acusación seria mucho más justa si fuese al re-vés. Son los socialistas democráticos quienes continua-mente —y deshonestamente— se esfuerzan por desna-turalizar nuestras ideas para luego poder decir que nosomos socialistas y negar el parentesco intelectual ymoral que los une a nosotros. Todavía el otro día elAvanti! negaba toda relación entre anarquismo y socia-lismo y decía de nosotros lo que hubiera podido decirde un partido de pequeños burgueses que se rebelaseviolentamente contra el aumento de los impuestos yla competencia de los grandes capitalistas: ¡De modoque uno podría tomar por anarquistas a los patronoscarniceros y panaderos de Nápoles y Palermo cuandoprotestan y resisten contra las tasas municipales! Y elAvanti! es todavía uno de los órganos menos intoleran-tes del partido socialista democrático.

Queremos ser un partido separado, no por el pla-cer de distinguirnos de los demás, sino porque real-mente tenemos ideas y métodos diferentes de los otrospartidos existentes. Y rechazamos absolutamente la

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suposición de que nosotros exageramos en un senti-do para equilibrar las exageraciones opuestas de losotros. Sostenemos lo que sostenemos porque creemosque es la verdad y no por otra razón. Si nos diéra-mos cuenta de que en nuestro programa hay una par-te de error, nos apresuraríamos a desembarazarnos deella; y cuando también los otros modificaran sus ideaspara encontrarse con nosotros, entonces… nosotros ylos otros constituiríamos naturalmente un solo parti-do. Hoy por hoy, las ideas son diferentes, y es justo ynecesario que haya partidos diferentes.

Nosotros no queremos solamente resistir a la posi-ble tiranía de los socialistas en el poder, nosotros que-remos hacer que el pueblo se niegue a nombrar o a re-conocer nuevos gobernantes y piense por sí mismo enorganizarse local y federalmente, sin tener en cuentalas leyes y los decretos de un nuevo gobierno y resis-tiendo con la fuerza contra quien quisiera imponersepor la fuerza. Y si, por falta de fuerza suficiente, nopudiésemos alcanzar pronto esta nuestra finalidad, en-tonces, en espera de hacernos más fuertes, ejercitaría-mos aquella acciónmoderadora o activadora según loscasos, que ejercitan los partidos de oposición cuandono se dejan corromper y absorber. El consejo de Mer-lino de entrar en el partido socialista democrático para

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poder prevenir la tiranía de los socialistas en el poderequivale al de convertirse, por ejemplo, en monárqui-cos o republicanos para evitar que la monarquía o laRepública sean demasiado reaccionarias. Este últimoconsejo sería justificado, si se le diera a quien esté dis-puesto a acomodarse con la monarquía o la República,como estaría justificado el de Merlino si nosotros acep-tásemos el principio de un gobierno socialista y nosllamásemos anarquistas sólo con la finalidad de preve-nir que ese gobierno fuese demasiado autoritario. Peroese no es el caso.

DiceMerlino quemuchos anarquistas se llaman hoygenéricamente socialistas y no ya comunistas o colec-tivistas, no porque quieran un sistema mixto como lodesea Merlino, sino porque, o están inciertos o no danimportancia a la cuestión, o no quieren hacer de ellauna razón de división, es cierto. Nosotros mismos so-mos propiamente comunistas, con la sola condición(sobreentendida, porque sin ella no podría haber anar-quía) de que el comunismo sea voluntario y organiza-do en modo que admita la posibilidad de vivir segúnotros sistemas. Pero como el colectivismo de los co-lectivistas anarquistas es también (necesariamente, ono sería anarquista) sometido a la misma condición,la diferencia se reduce a una cuestión de organización

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práctica que debe ser resuelta mediante acuerdos, y nopuede dar lugar a la constitución de dos partidos sepa-rados y adversos. Sin embargo esto, como decíamos,no tiene nada que ver con las diferencias entre socia-listas anarquistas y democráticos, que son las que aquínos interesan.

El colectivismo de los socialistas democráticos, a di-ferencia del colectivismo de la Internacional, no pre-juzga la cuestión del modo de distribución de los pro-ductos, dado que hay muchos socialistas democráticosque se llaman colectivistas y quieren que dicha distri-bución sea hecha en razón de las necesidades.

Merlino dice que nosotros confundimos a los socia-listas democráticos con los socialistas de Estado, y no-sotros en efecto creemos que son tales, aunque no losconfundimos por cierto con aquellos burgueses que sellaman también socialistas de Estado y quieren hacersolamente un poco de socialismo con fines fiscales ocon el objetivo de alejar o conjurar el peligro del so-cialismo verdadero. Los socialistas democráticos com-baten ese falso socialismo; y si, para evitar equívocos,rechazan (y no todos) el nombre de socialistas de Es-tado, esto no incluye que ellos quieren que la nuevasociedad esté organizada y dirigida por el Estado, valedecir por el gobierno.

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Merlino tiene un modo curioso de conciliar las opi-niones. Expresa aquello que deberíamos pensar noso-tros y lo que deberían pensar los socialistas democráti-cos, y llega fácilmente al acuerdo, dado que en realidaddice lo que piensa él según se coloque en diferentespuntos de vista, y no ya lo que pensamos nosotros olos socialistas democráticos.

Así él dice que los socialistas democráticos tienen laequivocación de hacer creer que ellos quieren ni más nimenos que un gran Estado etc. Pero ¿es solamente unasospecha? Nos gustaría oírselo decir a los socialistasdemocráticos auténticos.

Y así en adelante, dice que nosotros no representa-mos el principio de libertad, porque él (Merlino) creeque voluntariedad, libertad, consenso, son principios in-completos que no nos pueden dar por sí solos, ni ahorani por muchos siglos a venir, toda la organización social.Hasta donde dice que nos equivocamos, está bien; pe-ro decir que no pensamos de esa manera, que no repre-sentamos las ideas que defendemos, porque él las creeequivocadas, es una lógica singular. El hecho sí es quenosotros creemos justamente que toda la organizaciónpuede y debe —ahora, no dentro de muchos siglos—surgir de la libertad, y que más bien la diferencia en-tre nosotros y los socialistas democráticos permanece

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entera, hasta que Merlino no nos persuada de que es-tamos equivocados y nos haga abandonar el programaanarquista. Por ahora la diferencia disminuye sólo en-tre Merlino y los socialistas democráticos, a medidaque aumente entre Merlino y nosotros.

Es necesario que los intereses colectivos indivisiblessean administrados colectivamente: estamos de acuer-do. La cuestión está en el modo en que esta adminis-tración puede ser conducida sin lesionar el derecho deigualdad de cada uno y sin servir de pretexto y de oca-sión para constituir un poder que imponga a todos lapropia voluntad. Para los socialistas democráticos es laley, hecha por los diputados elegidos mediante sufra-gio universal, la que debe proveer a la necesaria admi-nistración de los intereses colectivos; para nosotros esel libre pacto entre los interesados o, en su caso, la libreaquiescencia a las iniciativas que los hechos muestranútiles a todos. Nosotros no sólo no lo queremos, sinoque no creemos posible un método de reconstrucciónsocial intermedio, que no sería otro que la acción dic-tatorial de un gobierno fuerte.

Pero Merlino nos invita a descender de las empíreasesferas de los principios abstractos y a discutir las moda-lidades de la organización social. Nosotros no pedimosnada mejor y por ello queríamos comenzar por conve-

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nir cuál debe ser prácticamente el punto de partida dela nueva organización: ¿La elección de una constitu-yente o la negación de todo poder constituyente dele-gado? ¿La conquista de los poderes públicos o su aboli-ción?

Los socialistas democráticos miran a un futuro par-lamento, o a una futura dictadura, que haya abolidolas leyes existentes y haga otras nuevas; y por ello sonlógicos cuando habitúan a la gente a considerar el votocomo un medio omnipotente de emancipación. Noso-tros en cambio queremos la abolición de los parlamen-tos y de toda otra clase de poder legislativo, y por elloqueremos, para los fines actuales y para los futuros,que el pueblo se niegue a nombrar y reconocer legisla-dores. Si Merlino nos convence habrá hecho un traba-jo de Hércules… pero nosotros creemos que pierde eltiempo.

El acuerdo con los socialistas democráticos, y tam-bién con los simples republicanos, lo querríamos tam-bién nosotros, pero no en el sentido de cada uno a unaparte de sus ideas y fundir los varios programas en unprograma intermedio.Querríamos el acuerdo en aque-llas cosas en que los varios partidos pueden actuar jun-tos sin renunciar a sus ideas particulares, como serían,

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en el caso concreto, la organización económica, la re-sistencia popular contra el gobierno.

Sobre este terreno Merlino ya ha prestado serviciosy, si renunciase a la extravagancia de convertirse alparlamentarismo (dado que en el fondo, es siempre és-ta la cuestión) podría prestarlos mucho más grandes.

MalatestaDe, L’Agitazione, del 19 de agosto de 1897.

Declaración en pro del socialismo libertario1

Dado que me preguntáis (y no por primera vez) sime considero anarquista, me siento en el deber de de-clarar que yo prefiero llamarme socialista libertario.

Se entiende que no puedo impedir quemuchos anar-quistas me consideren de los suyos, porque no estoyinscrito en el partido socialista democrático y no po-dría suscribir enteramente su programa y algunos so-cialistas me consideran casi de los suyos, o al menos

1 En el original el título aparece como Declaración de sepa-ración del anarquismo, sin embargo, de ninguna manera podemosconsiderar que Merlino, en este escrito, este manifestando abier-tamente ninguna separación del anarquismo, sino simplemente seautodefine como socialista libertario. Aclaración de Chantal Lópezy Omar Cortés.

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me ven con buenos ojos, porque no estoy enteramentede acuerdo con los anarquistas. Y trabajo por la causaa mi manera, contento de contribuir de alguna formaa rebatir en todos el espíritu sectario.

No tengo la ambición de fundar ningún nuevo par-tido: los que hay son incluso demasiados, y les cuestamantenerse en pie, circundados como están por la apa-tía general.

Espero haber satisfecho vuestra justa curiosidad yos estrecho la mano.

MerlinoDe, L’Agitazione, del 26 de agosto de 1897.

El peligro

Notemos el hecho, que es sintomático: en el país yen la prensa la corriente antiparlamentaria crece. Seva abriendo camino la idea de que sin el parlamentose estaría mejor.

Pero se va abriendo camino —incluso esto esnotorio— entre la parte más reaccionaria del país y dela prensa. Incluso en las comisarías del reino se hablamal del sistema parlamentario. ¡Y se comprende! Si nohubiese parlamento la policía no debería rendir cuen-

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tas de sus gestas sino al ministro del Interior. Y enton-ces… ¡mano libre!

Que estén, por tanto, nuestros amigos en guardiacontra el peligro que aparece. En un país vecino másfácil a las mudanzas políticas, a estas horas quizás ha-bríamos tenido un golpe de mano imperialista o na-poleónico. En Italia no se ha abolido ni se abolirá elparlamento, ni se lo degrada oficialmente de momen-to; pero se lo desautoriza poco a poco, lo cual es lomismo. La gente primero lo aborrece, después lo miracon indiferencia y termina por volverle la espalda.

Clericales, borbónicos y otros partidarios de los re-gímenes ultramontanos de una parte, anarquistas yotros socialistas de la otra, ayudan a la demolición, cre-yendo combatir al gobierno, y no se dan cuenta de quelo hacen omnipotente.

Aquellos que no me conocen pensarán que, comotodos los convertidos, yo quiero hacer demostraciónde celo, defendiendo la causa del parlamentarismo. Al-guno sospechará incluso que yo quiero granjearme lasimpatía de este o de aquel partido y conseguir unpuesto de diputado.

Que lo crean. Yo no sólo he hecho votos de perma-necer en mi puesto de militante, sino que no me hagoilusiones y estoy lejos de desconocer los vicios del sis-

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tema parlamentario: vicios por otra parte que, quienobserve, son el reflejo de la sociedad en que vivimosy se revelan incluso en las sociedades obreras y en lasorganizaciones de cualquier género.

Sin embargo, del parlamentarismo se tiene razón endecir todo el mal posible; pero no se puede negar quees mejor que el gobierno absoluto.

En un gobierno parlamentario a veces la poblacióntiene razón y alguna concesión, de cuando en cuan-do, obtiene; aunque no fuera más que eso, se tiene lasatisfacción de hacer patentes ciertas torpezas y pre-potencias del poder público y pedir que se corrijan.

Hace unos días uno de los más notorios y cultosanarquistas italianos me decía a propósito de la vio-lencia de Siena, sobre la discusión referente a la pose-sión de impresos subversivos a puerta cerrada, haz unainterpelación en el parlamento. Yo le hice observar laincoherencia de su deseo con su profesión de fe anti-parlamentaria y él me respondió confesándome que yano era absolutamente contrario al parlamentarismo.

De los confinados me llegan todos los días cartas decompañeros que denuncian los abusos de que son víc-timas y estarían felicísimos si al menos sus lamentostuvieran un eco en el parlamento.

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En suma, me parece que, a menos de negar la evi-dencia, no se puede negar que el parlamento, si puedeser y es a menudo empleado por el gobierno contrael pueblo, puede ser utilizado por el pueblo contra elgobierno.

Combatirlo a priori, con los mismos lugares comu-nes: que no sirve para nada, que está corrompido, quehace la voluntad del gobierno, me parece un error in-menso y una grave imprudencia.

Pedir que sea abolido pura y simplemente es ademásuna locura y significa hacer el juego a la reacción.

El gobierno se vale justamente del descrédito en queha caído el parlamento y de la propaganda que noso-tros hacemos contra él, para imponérsenos.

Crispi no habría tratado con tanta desenvoltura alparlamento si no hubiese tenido detrás de sí una partenotable del pueblo, que casi lo incitaba a la dictadura.

La dictadura de Crispi trajo a Italia Abba Carima ylas leyes de excepción de 1894.

El parlamento es, de todas maneras, por malo quesea, un freno para el gobierno. Las mayores injusticiasgubernamentales se cometen sin dar cuenta a nadie.

Habría que pedir que el parlamento no estuviera ce-rrado nunca, o que por lo menos fuese facultad de uncierto número de diputados convocarlo directamente

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de urgencia, que se renovase más a menudo, que loselectores pudiesen licenciar al diputado traidor, quesobre ciertas cuestiones fueran llamados a deliberar di-rectamente, etc., etc.

En suma, es necesario corregir los vicios del sistemapero no privarse de sus ventajas.

El sistema parlamentario es malo porque es pocoparlamentario, poco representativo, porque en él so-brevive todavía demasiado del viejo régimen. El dipu-tado es un déspota frente a sus electores; el gobiernoes un déspota hacia los diputados. Hay que invertir lastornas, devolver al pueblo las libertades que le han si-do sustraídas recientemente y agregar otras. Hay queperfeccionar el sistema, no destruirlo.

Y prestemos especial atención en este cuarto de ho-ra a no dejarnos aturdir por los gritos que se levantancontra el parlamentarismo de la parte más conserva-dora y más reaccionaria del país.

Yo he sido anti-parlamentario cuando la gente debien estaba embelesada con el sistema parlamentario.Hoy que ésta muestra quererlo abandonar para volveratrás, yo me siento impulsado a defenderlo.

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MerlinoDe, L ‘Italia del Popolo, del 3 — 4 de noviembre de

1897.

El espectro de la reacción

Merlino quiere enmendar los errores pasados, sur-giendo hoy en defensa del parlamentarismo.

Esta vez nos agita delante el espectro de la reacción.Los clericales, los borbónicos partidarios del golpe

de Estado, dice, combaten las instituciones parlamen-tarias para retornar al absolutismo: por tanto, unámo-nos para defender aquellas instituciones que, por ma-las que sean, son siempre mejores que los gobiernosabsolutos.

El argumento no es nuevo. Pormiedo a Crispi, Cava-llotti y los demás democráticos de su ralea apoyarona Di Rudini, y no está bien claro si no lo apoyan to-davía; por miedo a los clericales tantos liberales handefendido a Crispi…

¿Por qué no podemos defender a la monarquía sa-boyana, que los curas quieren abatir o por lo menosexpulsar de Roma? De la monarquía —diremos, para-fraseando a Merlino— se tiene razón en decir todo el

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mal posible; pero lo cierto es que ella es mejor que elgobierno de los curas.

Con esta lógica se puede llegar lejos: dado que nohay institución reaccionaria, nociva, absurda, que noencuentre quien la combata a fin de sustituirla por otrapeor. Más bien sería necesario que no hubiese ni anar-quistas, ni socialistas, ni republicanos (salvo en los paí-ses donde existe la República) y nos convirtiésemostodos en conservadores… para salvarnos del peligrode volver atrás. O bien, seria necesario que los republi-canos defendieran la monarquía constitucional por te-mor de ver volver a los austriacos y al Papa-rey; que lossocialistas defendieran a la burguesía para garantizar-se contra una vuelta al medievo; que los anarquistashicieran la apología del gobierno parlamentario pormiedo al absolutismo.

¡Oh! ¡Qué bicoca para los que detentan el poder po-lítico y económico!

Pero estamos demasiado habituados a estas insidiaspara quedar presos en ellas.

Cuando surgió la Internacional, vale decir que cuan-do el socialismo comenzó a convertirse en partido po-pular y militante, los liberales y los republicanos grita-ron que hacía el juego a los intereses del imperio, deBismarck o de otras monarquías; cuando en Inglaterra

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los obreros comenzaron a constituirse en partido in-dependiente, los liberales dijeron que estaban pagadospor los conservadores, y así siempre, cuando una ideamás avanzada ha venido a estropear los huevos en elcanasto a aquellos que estaban en el poder. Hoy toda-vía, cuando los socialistas legalistas votan por uno deellos y los anarquistas predican la abstención electoral,los democráticos y los republicanos suelen decir que sefavorece indirectamente al candidato del gobierno: loque puede realmente ser a veces el efecto inmediatode la intransigencia electoral de los unos y del absten-cionismo de los otros, pero no es razón suficiente pa-ra renunciar a la propaganda de las propias ideas y alporvenir del propio partido.

Los reaccionarios se aprovechan de la corrupción,de la impotencia parlamentaria para levantar la ban-dera del clericalismo y del absolutismo; es verdad.

¿Pero querría por esto Merlino que nos pusiéramosa intentar esta tan imposible tarea cuanto contraria anuestras convicciones y a nuestros intereses de parti-do, de salvar al parlamento del desprecio y del odiopopular?

Entonces sí que el pueblo, viendo que el parlamentono tiene otros enemigos que los reaccionarios, se arro-jaría enteramente en sus brazos. Si Boulanger en Fran-

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cia pudo convertirse en un peligro serio, fue porquelos anarquistas eran pocos, y la masa de los socialis-tas, siendo parlamentaristas, participaban del descré-dito en que el parlamentarismo ha caído justamente.

Nuestra misión en cambio es la de mostrar al puebloque, dado que el gobierno parlamentario, tan maléficocomo es, es sin embargo la menos mala de las formasposibles de gobierno, el remedio no está entonces encambiar de gobierno sino en abolir el gobierno.

Por otra parte, el mejor medio de salvarse del peli-gro del retorno al pasado es el de convertir al futurocada vez más amenazador para los conservadores y pa-ra los reaccionarios.

Si en Italia no hubiese republicanos, socialistas yanarquistas, un golpe de Estado habría ya desbanda-do a este conjunto de diputados, por poca que sea laincomodidad que procuren a los ministros; y los cleri-cales serían mucho más audaces si la existencia de lospartidos avanzados no les hiciese temer que una olea-da popular echaría por los aires, con las demás cosas,a toda la jauría vaticanista. No existirían monarquíasconstitucionales si los reyes no tuvieran miedo de laRepública; en Francia no habría República si la Comu-na de París no hubiese dado que pensar a los partida-rios de la restauración; y si en Italia alguna vez se hace

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una República, será cuando la amenaza creciente delsocialismo y del anarquismo induzca a la burguesía aintentar ese último medio para ilusionar y frenar alpueblo.

Pero todo lo dicho es quizás inútil para Merlino. Elpeligro reaccionario es para él simplemente una oca-sión y un pretexto para defender el parlamentarismo,no como un mal menor, sino como una institución ne-cesaria a la sociedad.

Concluye en efecto que el sistema parlamentario esmalo porque es poco parlamentario… y que es necesarioperfeccionar el sistema, no destruirlo.

Esto nos llevaría a hacer la crítica del sistema par-lamentario en sí y a demostrar que los malos efectosque produce no dependen de abusos y errores acciden-tales, sino de la naturaleza del sistema. Pero Merlinose contenta con afirmar sin aducir razones, y a noso-tros el espacio no nos consiente esta vez volver sobrela cuestión que ya hemos tratado muchas veces.

Merlino, más allá del referido peligro, tiene otro ar-gumento en favor del parlamentarismo, y este es ad ho-mines, esto es, dirigido especialmente a los anarquistascomo individuos.

Los compañeros confinados, dice él, denuncian aotros los abusos de que son víctimas y estarían muy

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felices si sus lamentos encontrasen al menos un ecoen el parlamento; y le parece que ésta sea una incohe-rencia con su profesión de fe antiparlamentaria.

Y bien, esto, cuando sucede, podría a la sumo de-mostrar que los hombres cuando sufren o son solici-tados por una necesidad o una pasión, están sujetosa anteponer el interés inmediato a la ventaja generalde la causa, y a cometer incoherencias. Y de este géne-ro de incoherencias Merlino encontrará cuantas quie-ra en nosotros, en él mismo y en todos aquellos quetienen aspiraciones e ideales en contradicción con elambiente en que están constreñidos a vivir. Nosotrosno creemos en la justicia de los jueces y combatimosel ordenamiento judicial en su principio y en sus for-mas; sin embargo cuando nos encarcelan nos defende-mos, apelamos y nos valemos de todos los artilugiosde procedimiento que nos permitan salir. No admiti-mos las leyes, y mandamos nuestros diarios al registroy a menudo estudiamos la frase para huir a las armasdel fisco. No admitimos el salario y trabajamos por unsalario. No admitimos la propiedad privada y estamoscontentos cuando tenemos algo; no admitimos la com-petencia comercial y debatimos el precio de las cosasque compramos o vendemos… y podemos continuarhasta el infinito.

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¿Pero es cierto que esta contradicción entre el idealy el hecho es efecto de incoherencia y debilidad de ca-rácter?

Merlino no creerá, esperemos (¡qué diablos, hacetan poco que nos ha dejado!) que somos revoluciona-rios místicos, a la manera de aquellos sectarios rusosque, convencidos de que el sello es la firma del diablo,como en Rusia no se puede vivir y moverse sin teneren el bolsillo el pasaporte con el correspondiente sello,antes de tocar el diabólico documento, se refugian enlas selvas y se condenan voluntariamente a una escla-vitud peor que aquella que les impondría el gobierno.

Toda institución, pormala que sea, contiene en sí uncierto lado bueno, un cierto correctivo, que limita susmalos efectos; y nosotros nos volveríamos la vida im-posible y serviríamos los intereses de nuestros enemi-gos si, constreñidos a sufrir todo el mal de las institu-ciones, no intentáramos aprovechar el poco bien rela-tivo que se puede obtener de ellas. Pero no por estopodemos considerarnos empeñados en defender aque-llas instituciones y dejar de hacer todo la posible paradesacreditarlas y abatirlas.

La sociedad, por ejemplo, con su mala organizacióncrea los malhechores y el gobierno nos impide llevararmas o proceder de otra manera a nuestra defensa.

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Por tanto, si somos atacados de noche y no nos po-demos defender, naturalmente estaremos contentos siaparecen dos carabineros para liberarnos y no les di-remos, como la mujer de Sganarello, que estamos con-tentos de ser agredidos. Pero no por esto nos haremosamigos de los carabineros y haremos prácticas para en-trar en ese grupo.

Las autoridades municipales han monopolizado losservicios públicos y con la excusa de estos serviciosnos oprimen con los impuestos. No podemos pagar losimpuestos y luego estar indiferentes a lo que hace elmunicipio, esperando el día en que el pueblo pueda cui-dar por sí mismo de sus intereses; y por esto gritamose intentamos provocar la indignación popular cuandoel municipio por estúpida imprudencia y sórdida avari-cia deja inundar Ancona y tiene una biblioteca en talescondiciones que no sirve a nadie.

Así sucede con el parlamento. Se ha arrogado el de-recho de hacer las leyes y nosotros, que de las leyessomos las víctimas, debemos por fuerza contar con élsi queremos que estas leyes, en tanto haya leyes, seanlo menos opresivas que sea posible.

Pero como no creemos en la buena voluntad de losdiputados y como aspiramos a la abolición tanto delparlamento, como de todo otro gobierno, no nos pro-

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ponemos nombrar buenos diputados, sino presionarsobre aquéllos que hay, sean cuales sean, agitando alpueblo y metiéndoles miedo. Y cuando falte una efi-caz agitación popular, haremos todavía presión sobrecada diputado para que eche en cara al gobierno susabusos, pero lo haremos porque, o ellos se prestarána nuestros deseos o no se prestarán y se verá su malavoluntad.

Que se tranquilice Merlino, si tanto le aflige nuestraincoherencia. Nosotros nos alegarmos si algún dipu-tado echa en cara a los ministros su infamia; pero nodejamos por ello de considerar al parlamento respon-sable de lo que hace el gobierno, dado que si él quisierael ministerio debería obedecer; ni cesamos de tener aningún diputado en la mala estima que merece quienaprovecha la ignorancia y el borreguismo de los elec-tores para hacerse delegar un poder que no puede re-sultar sino en daño del pueblo.

MalatestaDe, L´Agitazione, del 11 de noviembre de 1897.

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Entre dos fuegos

A un artículo mío, El peligro, inserto en L´ Italia delPopolo del 5 de noviembre, ha respondido por una par-te Luigi Minuti (L´ Italia del Popolo, 11 de noviembre)y por otro lado mi amigo Malatesta (L’Agitazione deAncona, número 35).

No puedo resistir a la tentación de dar a conocer allector el enfrentamiento, que es muy instructivo, deestas dos respuestas.

El hecho puesto de relieve por mi en el artículo, Elpeligro, es que la cruzada contra el parlamentarismo,que en un tiempo hacían los anarquistas y a veces tam-bién los socialistas, hoy la hacen los Seghele, los Cesa-na y otras personas respetabilísimas, pero que como re-medio a los males del parlamentarismo proponen mu-tilarlo, volver atrás.

No querría, decía yo, que la gente mordiera el an-zuelo y que, perdida toda confianza en el sistema par-lamentario, se reconciliase con el despotismo. Un Bou-langer no es posible en Italia. En el golpe de Estadono creo. Pero de hecho el gobierno, habiendo arrojadoel descrédito sobre el parlamento, hace lo que le da lagana; y el país casi le aplaude, como aplaudió (comotodos recuerdan) a Crispi.

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Ese es un hecho que Malatesta reconoce como ver-dadero y que Minuti no desmiente.

Ante este hecho el republicano intransigente dice:Puede ser que la gente se vuelva republicana.

El anarquista abstencionista dice: Puede ser que sevuelvan todos anarquistas.

Y ambos se frotan las manos de contento. ¿Y si lagente se hiciera partidaria del gobierno absoluto? ¿Osi se hiciera cada día más indiferente a la propia liber-tad (je m ‘en foutise, dicen los franceses con una pala-bra intraducible) o incapaces de ejercitarla? Esa es lacuestión.

Mis contradictores deberían examinar el hecho sub-rayado por mí y demostrar que la propaganda reaccio-naria que se hace contra el sistema parlamentario noconstituye un peligro, porque el pueblo está dispuestoa implantar la República o la anarquía.

Minuti razona así: El pueblo está disgustado del siste-ma parlamentario. Hagamos la República.

Bravo, ¿cómo hacerla si el pueblo no se preocupani siquiera de la poca libertad que podría tener en lamonarquía?

Es justamente el caso de recordar el dicho de MaríaAntonieta: falta el pan, distribuid brioches.

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¿Pero no sabe Minuti que con un poco de energíaeste pueblo podría obtener en la monarquía al menosnueve décimas de las libertades que le prometería —yque no sabe si luego le daría— la República? ¿Que unpueblo resuelto, activo, experto en la agitación pública,impondría hoy al gobierno la abolición completa delconfinamiento, el respeto a los derechos de reunióny de asociación, el derecho de huelga y muchas otrascosas?

El parlamento no es que no pueda funcionar bienen el sistema actual; más bien yo creo que no puede nisiquiera funcionar bien en una República capitalista,en la que hubiera pobres y ricos.

Pero el principio de la soberanía del pueblo, del de-recho del pueblo a tener una voluntad y a hacerla va-ler, se puede y debe afirmar desde ahora, de todas lasmaneras, sin esperar la proclamación de la República.

Errico Malatesta hace un razonamiento análogo aldeMinuti. El pueblo semuestra indiferente al gobiernoparlamentario, no hace uso de los derechos que tieney que podría hacer valer contra el gobierno. Por lo tan-to, propugnamos la abolición del gobierno. Estas son,textualmente, sus palabras:

Los reaccionarios aprovechan la corrupción y la im-potencia parlamentaria para levantar la bandera del

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clericalismo y del absolutismo: es verdad. ¿Pero que-rría por esto Merlino que nos pusiéramos a intentar es-ta obra tan imposible cuanto contraria a nuestras con-vicciones y a nuestros intereses de partido, de salvarel parlamento del desprecio y del odio popular? Enton-ces sí que el pueblo, viendo que el parlamento no tieneotros enemigos que los reaccionarios, se arrojaría ente-ramente en sus brazos. Si Boulanger en Francia pudoconvertirse en un peligro serio, fue porque los anar-quistas eran pocos, y la masa de los socialistas, siendoparlamentaristas, participaban del descrédito en que elparlamentarismo ha caído justamente.

La verdad es que muchos anarquistas pasaron a mi-litar en las filas de los boulangeristas, justamente por-que fueron desviados por la propaganda contra el sis-tema parlamentario, propaganda puramente negativa.

Abolir el parlamento, abolir el gobierno, ¿y luego?Y luego cada uno hará lo que quiera y se vivirá en elmejor de los mundos posibles.

Nuestra misión (la de los anarquistas) es la de mos-trar al pueblo que, dado que el gobierno parlamentario,tanmaléfico como es, es sin embargo la menosmala delas formas de gobierno, el remedio no está en cambiarel gobierno, sino en abolir el gobierno.

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Esto lo decís vosotros, pero el pueblo cree que elgobierno de uno solo es mejor que el de pocos y noconcibe en absoluto (de esto podéis estar seguros) unestado de cosas sin gobierno.

El pueblo no está convencido de que el sistema par-lamentario sea la menos mala de las formas de go-bierno y si no hubiera otro argumento para hacerledudar de lo que vosotros decís, estaría la propagandarepublicana, la cual le sugiere, según Minuti, un con-cepto de gobierno donde el parlamento tenga su razónde ser en el sufragio universal, y su explicación en unaasamblea legítima, representante de la soberanía popu-lar.

Un hombre o un partido puede atrincherarse detrásde una frase: abolición del gobierno. Pero el pueblo quie-re saber cómo hará para vivir, para entenderse en lascosas de interés común. Abolido el municipio (que esun pequeño gobierno), ¿quién pensará en las calles, enla iluminación, en el cuidado de un río como el Tíbery en tantas otras cosas de interés común?

¿Pensarán todos? ¿Cada uno a su modo? ¿O no pen-sará ninguno? ¿O se encargarán algunos de ocuparsede estos servicios públicos en bien de todos? ¿Seránestos encargados los árbitros de actuar según su pare-cer o estarán sometidos a la voluntad de la población?

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¿La población tendrá una voluntad única o pueden sur-gir entre ésta pareceres diferentes? ¿Y en este caso sedeberá elegir entre uno u otro? ¿Cómo? ¿Se reunirá elpueblo enmasa a deliberar sobre cada cuestión presen-te? ¿O bien se reunirán solamente los representanteso delegados de los varios grupos?

Malatesta no es un anarquista individualista o amor-fista. Admite la necesidad de la representación y delvoto mayoritario en algunas cosas de interés comúnindivisible. ¿Qué es esto sino el sistema parlamentariocorregido y mejorado, no ya abolido?

Yo tengo una duda: que toda esta guerra que se haceal parlamentarismo, está hecha de palabras. En este ca-so sería lícita, si no fuese peligrosa. Comencemos pordecirle al pueblo que aparezca, que se sirva de los dere-chos que tiene (como por otra parte hace L ‘Agitazione,a excepción, no sé por qué, del derecho electoral), quepida otros, que luche, que comience… para terminardonde y como mejor pueda.

MerlinoDe, Avanti!, del 24 de noviembre de 1897.

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Todavía el parlamento

Saverio Merlino ha replicado en Avanti! al artículoque publicó L’Agitazione número 35 en respuesta a ladefensa que él hizo del parlamentarismo en L´ltalia delPopolo. El artículo de L’Agitazione no estaba firmado,pero Merlino, adivinando bien, me lo atribuyó, y estome induce a responderle en mi nombre, aunque sobreesta cuestión estamos todos de acuerdo, no sólo noso-tros los de la redacción, sino todos aquellos anarquis-tas que se van constituyendo en partido organizado yesperan poder mostrar con los hechos cómo se pue-de sustituir una fecunda y educadora acción populara la acción parlamentaria que, según nuestro parecer,habitúa al pueblo a esperar de lo alto la propia eman-cipación y lo prepara así para la esclavitud.

Merlino, recordando que admito la existencia del pe-ligro clerical y reaccionario, dice que yo respondo quepuede darse que la gente se vuelva anarquista. En ab-soluto: yo digo que el remedio contra el peligro estáen suscitar en el pueblo el sentimiento de la rebelióny de la resistencia, en inspirarle la conciencia de susderechos y de su fuerza, en habituarlo a hacer por símismo, a pretender, a conquistar con su fuerza cuan-ta más libertad, cuanto más bienestar sea posible, y no

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ya en rehacer una virginidad al sistema parlamentario,que luego recorrería la misma parábola de decadenciaque ya ha recorrido una vez.

Y por ello es necesario trabajar para que la gentese vuelva anarquista o al menos que el número y lapotencia de acción de los anarquistas aumenten y lossentimientos y las ideas de la población se acerquenlo más posible a los sentimientos y a las ideas de losanarquistas.

Y todavía: Merlino dice que el pueblo no está con-vencido de que es necesario abolir el gobierno ¿quiénpretende lo contrario? Si el pueblo estuviese conven-cido, la anarquía sería un hecho. Pero nosotros que es-tamos convencidos, tenemos el interés y el deber deconvencer también a los demás.

El pueblo no está convencido, por ejemplo, de queel catolicismo es un amasijo de supersticiones, que loscuras y los burgueses lo sostienen porque es un óp-timo instrumento de dominación; y el pueblo no estáconvencido de que se puede prescindir de los patronos;pero no por esto Merlino nos aconsejaría ponernos apredicar, más bien que la destrucción, la reforma delcatolicismo y del capitalismo.

Aparte de este error de interpretación, con el cualse me hace dar como un hecho lo que digo que se debe

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hacer, Merlino no responde a los argumentos de miartículo y yo no puedo sino remitir a los lectores a eseartículo.

Y en cambio él insiste sobre la necesidad de una for-ma de gobierno y de parlamento, para que la sociedadpueda vivir y funcionar.Abolido el municipio, que es unpequeño gobierno, dice él, ¿quién pensará en las calles,en la iluminación, en el cuidado de los ríos y en tantasotras obras de interés común? ¿Pensarán todos? ¿Cadauno a su modo? ¿O no pensará ninguno? ¿O se encarga-rán algunos de ocuparse de estos servicios públicos por elbien de todos? ¿Serán estos encargados árbitros de obrara su modo o estarán sometidos a la voluntad de la pobla-ción? ¿La población tendrá una voluntad única o pue-den surgir entre ésta pareceres distintos? ¿En este casose deberá elegir entre uno u otro? ¿Cómo? ¿Se reunirá elpueblo en masa para deliberar sobre cada cuestión quese presente? ¿O bien se reunirán solamente los represen-tantes o delegados de varios grupos?

Justamente: yo creo que los encargados de los ser-vicios públicos serán las asociaciones de aquellos quetrabajan en cada servicio; que estas asociaciones debe-rán cuidar al mismo tiempo del bienestar de sus miem-bros y de la comodidad de la población, y que estaránimposibilitadas de prevaricar por el control de la opi-

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nión pública, por los lazos de dependencia recíprocacon las demás asociaciones y por el derecho de todosa entrar en las asociaciones y usar de los medios deproducción que éstas operan. Creo que no habrá divi-sión fija entre quien dirige y quien ejecuta, y que ladirección del trabajo dependerá de derecho y de he-cho de los trabajadores, los cuales para cada trabajo seorganizarán y se dividirán las funciones del modo queestimen mejor. Creo que donde es necesario delegarindividuos para una función dada, se les dará un man-dato determinado, limitado, sujeto siempre al control ya la aprobación de la población, y sobre todo que no seempleará nunca la fuerza para obligar a la gente y pa-ra cumplir su mandato contra la voluntad de una frac-ción cualquiera de la población: el derecho de emplearla violencia, cuando se presentase la dura necesidad,deberá quedar siempre íntegro para todo el pueblo yno ser nunca delegado. Creo que cuando sobre una co-sa a realizar se tienen opiniones diferentes y si no esposible o no es conveniente, se hará como quiere lamayoría, salvo todas las garantías posibles a favor dela minoría, garantías que se darían en serio, porque,no teniendo la mayoría ni el derecho ni la fuerza deconstreñir a la minoría a la obediencia, tendrá que ga-

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narse su aquiescencia por medio de condescendenciasy pruebas de buena voluntad…

Y luego creo, más bien estoy seguro, que yo no ten-go ni la capacidad ni la misión de hacer de profeta. Yoquiero combatir para que el pueblo se ponga en con-diciones de hacer lo que quiere; y tengo confianza enque éste, incluso haciendo mil despropósitos y debien-do a menudo volver sobre sus pasos y experimentandocontemporánea y sucesivamente mil formas distintas,preferirá siempre aquellas soluciones que la experien-cia le muestre más fáciles y más ventajosas.

Merlino duda de que en el fondo se trate de una cues-tión de palabras. Él se habría acercado más a la verdad(quizá se lo he advertido otras veces) si hubiera dichoque es una cuestión de método.

Cuáles serán las formas sociales del porvenir na-die puede precisarlo, y fácilmente nos pondremos deacuerdo sobre los conceptos generales que deberánguiar a una sociedad de seres libres e iguales… despuésque ésta sea constituida. La cuestión es el modo comose puede llegar a constituirla. Los autoritarios quierenimponer desde lo alto, por medio de leyes, lo que ellosconsideren bueno. Los anarquistas, en cambio, quierencon la propaganda destruir el principio de autoridaden las conciencias y con la revolución destruir toda

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fuerza organizada que pueda constreñir a los hombresa actuar contrariamente a su voluntad.

A propósito, ¿querrá Merlino responder a una pre-gunta a la que ningún socialista democrático ha queri-do darme una respuesta explícita? Yo querría saber si,en su opinión, el gobierno o parlamento que él cree ne-cesario para la vida social deberá tener a su disposiciónuna fuerza armada.

En caso negativo, entonces realmente la diferenciaentre nosotros seria poca, ya que yo soportaría de buengrado un gobierno… que no pudiera obligarme a nada.

Merlino no sabe comprender por qué L´Agitazione,que llama al pueblo a servirse de los derechos que tie-ne, hace una excepción con el derecho electoral. Noso-tros le hemos explicado las razones varias veces.

El derecho electoral es el derecho de renuncia a lospropios derechos y por tanto es contrario a nuestra fi-nalidad; queremos que el pueblo se habitúe a combatiry a vencer directamente, con las propias fuerzas.

Se ha dicho que el derecho electoral es el derecho aelegir el propio patrón. En realidad no es ni siquieraesto: es el derecho de competir por una parte mínimaen la lista de una partecita del propio patrón y luegocreerse soberano.

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Nosotros que queremos que el pueblo sea soberanode verdad, tenemos el máximo interés en impedir queéste tome en serio una soberanía de mentirijillas y seconforme.

MalatestaDe, L´Agitazione, del 2 de diciembre de 1897.

Uso y abuso de la fuerza

Me desagrada usurpar vuestro espacio, pero debocontestar a la pregunta que me dirige E. Malatesta.

A propósito, ¿querrá Merlino responder a una pregun-ta, a la que ningún socialista democrático ha queridodarme una respuesta explícita? Yo querría saber si, ensu opinión, ese gobierno o parlamento que él cree necesa-rio para la vida social, deberá tener a su disposición unafuerza armada.

Responderé como me respondió una vez Malatesta.Si la gente es suficientemente razonable, no será ne-

cesario usar la fuerza, de lo contrario, se recurrirá aella. Entiéndase bien que el uso de la fuerza deberá es-tar reservado a los casos extremos y no deberá estaral arbitrio de un gobierno o de un parlamento el em-plearla contra los ciudadanos, como son hoy el ejército

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o la policía, sino solamente los ciudadanos mismos po-drán ser llamados en casos extraordinarios, como yase usa en Inglaterra y en los Estados Unidos. En su-ma, es necesario regular el uso de la fuerza, limitar loscasos, arrancarlo al arbitrio de una administración oautoridad central cualquiera, pero no se puede excluira priori la necesidad de que la colectividad emplee lafuerza contra el individuo o contra la minoría, en loscasos en que haya verdaderamente conflicto de volun-tad y de intereses y la separación no sea posible y no seconsiga un compromiso: Esto es, de palabra se puedeprometer Arcadia, Eldorado y la paz perpetua, ¿perose mantendría luego la promesa?

He aquí cómo le contesto a Malatesta, y a mi vez lehago una pregunta:

¿Los individuos usarán alguna vez la fuerza contraotros? ¿Si otro me da una bofetada, debo reaccionar opresentarle la otra mejilla?

Su respuesta, la preveo, es que debo reaccionar. ¿Ysi soy débil? ¿Vendrá la gente a defenderme? ¿Cómohará la gente, acudiendo durante una pelea, para saberde parte de quién está la razón, para ponerse de su la-do? Posiblemente habrá quien tome partido por uno yquien por otro de los contendientes. Por tanto el pue-blo debe estar enteramente en armas a cada disputa

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que se encienda entre dos individuos; y se dividirá enfacciones, justamente como en los tiempos de Cerchiyde Donati, de Blancos y de Negros.

Yo he dicho, y repito, que este modo de entender laanarquía puede haber pasado en algún momento porla mente de alguno, pero no es sostenible; y cuantoantes lo corrijamos, mejor.

Malatesta dice que no hace de profeta. Así dicentambién los socialistas democráticos, cuando se tratade demostrarles los inconvenientes del colectivismo.Por tanto demolamos y no nos cuidemos de nada más.¿Pero se puede demoler sin saber qué se debe demolerrealmente, y por qué? ¿Se puede adelantar a ciegas?No, tanto es verdad, que Malatesta tiene sus ideas. Elsabe o cree que serán encargadas de los servicios públi-cos las asociaciones de aquellos que trabajan en cada ser-vicio; que deberán cuidar al mismo tiempo del bienestarde sus miembros y de la comodidad de la población.

¿Deberán, porque lo decíais vosotros? Pero vosotrosque a menudo notáis, y justamente, que la administra-ción colectivista estaría inclinada a abusar de su auto-ridad y no podría permanecer democrática, vosotrosdebéis también saber que una asociación encargadade un servicio público miraría primero por su propiointerés y la comodidad de sus miembros, y luego, si

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acaso, al de la población. Vuestras asociaciones se con-vertirían en otros tantos cuerpos burocráticos. ¿Cómopodéis creer vosotros que serían nada menos que im-posibilitadas de prevaricar por el control de la opiniónpública? ¿Cómo se ejercitaría ese control? ¿Qué for-mas asumiría? ¿Quizá la de una insurrección popularcontra cada administración que no obedeciera a la vo-luntad de la población? Pongamos que la asociaciónferroviaria se negase a hacer correr un expreso entreRoma y Ancona: ¿Sería puesta en su lugar por el pue-blo en rebelión? ¿Y si la opinión pública estuviera di-vidida? ¿Si todas las localidades recorridas por el trenpidieran su detención? ¿Si la asociación fomentase vo-luntariamente la discordia?

Habría, agrega Malatesta, los lazos de dependenciarecíproca entre las asociaciones. ¿Qué lazos? ¿De quéespecie? ¿Pactos, obligaciones, deliberaciones colecti-vas, comités federales, congresos? Lo que equivaldríaa un parlamento.

Y por último estaría el derecho de todos a entrar enlas asociaciones y usar de los medios de producción queéstas emplean.

Esto además impediría a las asociaciones funcionaruna sola hora. Imaginemos un astillero, donde se es-tá fabricando una nave, invadido por gente que quie-

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re meter las manos por todos lados y sustituyendo aaquellos que trabajan, para mañana, quizá, marcharsey dejarlo desierto.

Figurémonos una farmacia en que se presentan atrabajar los diletantes farmacéuticos, y así en todo lodemás.

A mí me parece que debemos entendernos sobre loselementos del socialismo antes de discutir sobre méto-dos.

MerlinoDe, L´Agitazione, del 16 de diciembre de 1897.

Anarquía… ¿contra qué?

Yo sé queMerlino, ejemplo raro entre los polemistasy los hombres de partido, no intenta en las discusionescolocar en situación difícil al adversario con artificiosretóricos, sino que se esfuerza por llevar luz sobre lamateria en cuestión; sé que él propone siembre buscarla verdad y propagar lo que ha llegado a creer verda-dero, y por ello me ha maravillado mucho el últimoarticulo que nos ha enviado, en el cual, mientras sepropone responder a una pregunta hecha por mi en laesperanza real de saber mejor cuáles son sus ideas, él

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gira en torno a la cuestión, intenta impresionar al lec-tor con una cierta apariencia de espíritu práctico y …me deja más perplejo que antes.

Yo preguntaba si, según él, aquel gobierno cualquie-ra, o parlamento, que él cree necesario para el buenfuncionamiento de la sociedad, deberá tener a su dis-posición una fuerza armada.

Y Merlino me responde que el uso de la fuerza de-berá ser reservado a los casos extremos y no deberá serdejado al arbitrio de un gobierno o de un parlamentoel emplearla contra los ciudadanos recalcitrantes a unaorden dada.

Yo no entiendo nada. Si el gobierno no tiene el de-recho de obligar a los ciudadanos a obedecer las leyes,entonces no es más un gobierno, en el sentido comúnde la palabra y nosotros no tendríamos ya que pedirsu abolición: nos bastaría con hacer lo que nos parezcacuando aquello que él quiere no nos conviene.

No debe haber una fuerza armada permanente, diceMerlino, pero los ciudadanos mismos podrán ser lla-mados en casos extraordinarios, como ya se usa en In-glaterra y en los Estados Unidos. ¿Pero llamados porquién? ¿Por el gobierno? ¿Estarán obligados a presen-tarse a la llamada? En Inglaterra y en los Estados Uni-dos hay una policía; y las milicias que el gobierno lla-

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ma en casos extraordinarios sirven, salvo que no serebelen, a las finalidades del gobierno. entre las cualesla primera es la de frenar y a ser necesario, masacraral pueblo. ¿Éste es el régimen político que anhela Mer-lino?

Pero el uso de la fuerza es regulado y sustraído delarbitrio de una administración central cualquiera, diceMerlino. Que se trate por tanto de un estatuto que de-berá fijar los derechos respectivos del ciudadano y losdel gobierno y que será respetado… como siempre lohan sido los estatutos.

Nosotros queremos que todos los ciudadanos ten-gan igual derecho a ser armados y de tomar las armascuando se presente la necesidad, sin que nadie puedaobligarlos a marchar o a no marchar. Queremos que ladefensa social, interés de todos, sea confiada a todos,sin que ninguno haga el oficio de defensor del ordenpúblico y viva de él.

Pero, dice Merlino, si soy atacado por uno más fuerteque yo, ¿cómo me defenderé? ¿Acudirá la gente a ayu-darme? Y si acude, ¿cómo hará para juzgar de qué parteestá la razón? Y como probablemente se producirán opi-niones diversas, entonces, ¿por cada disputa habrá unaguerra civil?

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¿Los carabineros, respondo yo, están siempre pre-sentes para defender a quien es atacado? ¿Es seguroque éstos no se ponen nunca de parte del que estáequivocado? ¿El juicio de los magistrados ofrece qui-zás más garantías de justicia que el de la muchedum-bre? ¿Y la tiranía es por tanto preferible a la guerracivil? Merlino razona como hacen los conservadores.Él pone ante todo los inconvenientes, todos los con-flictos posibles de la vida social y se sirve de ellos paracalificar de imposibles y absurdos nuestros ideales, ol-vidando sin embargo, decimos, cómo se reparan estosinconvenientes y estos conflictos en su sistema.

Merlino teme la guerra civil. ¿Pero qué es un régi-men autoritario sino un estado de guerra en que unade las partes ha sido vencida y se encuentra sujeta?Merlino nos dirá que él es libertario y no ya autorita-rio; pero si alguno, individuo o colectividad, minoría omayoría, puede imponer a los otros la propia voluntad,la libertad es una mentira, o no existe sino para quiendispone de la fuerza.

Yo no he dicho nunca que la anarquía, especialmen-te en los primeros tiempos, será Arcadia o Eldorado.Habrá por supuesto problemas y dificultades inheren-tes a la imperfección y al desacuerdo de los hombres;pero si hay probabilidad de que los males sean meno-

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res que en cualquier régimen autoritario, estome bastapara ser anarquista.

El bienestar y la libertad de todos, la abolición dela tiranía y de la esclavitud no se pueden obtener sinocuando los hombres se esfuercen por armonizar susintereses y se plieguen voluntariamente a las necesi-dades sociales.

Y yo creo que, abolida la propiedad individual y elgobierno, está destruida la posibilidad de explotar yoprimir a los demás bajo la égida de las leyes y de lafuerza social, los hombres tendrán interés, y por tan-to voluntad, de resolver los posibles conflictos pacífi-camente, sin recurrir a la fuerza. Si esto no ocurriese,evidentemente la anarquía sería imposible; pero seríantambién imposibles la paz y la libertad.

Merlino no está persuadido cuando digo que contrala voluntad de los hombres la anarquía no se hace. ¿Pe-ro sabe él concebir un régimen que se rija sin y contrala voluntad de los hombres, o al menos de aquellos deentre los hombres que piensan y quieren? ¿Y conoce élun régimen que valga más de lo que valen los hombresque lo aceptan?

Todo depende de la voluntad de los hombres. Bus-quemos por tanto educarlos para querer la libertad y

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la justicia para todos, y expulsar de su espíritu el pre-juicio de la necesidad del gendarme.

Yo dije que no soy profeta, y Merlino encuentra queyo respondo como hacen los socialistas democráticoscuando se trata de demostrarle los inconvenientes delcolectivismo.

El caso no es igual.Los socialistas democráticos quieren que el pueblo

los mande al poder, a hacer las leyes, a organizar lanueva sociedad, y más bien deberían decirnos qué usoharían de ese poder y a qué leyes nos someterían.

Nosotros los anarquistas, en cambio, queremos queel pueblo conquiste la libertad y… haga lo que quiera.

Tener desde ahora ideas y proyectos prácticos es ne-cesario, dado que la vida social no admite interrupcióny el pueblo deberá, el día mismo en que se haya des-embarazado del gobierno y de los patronos, proveerlas necesidades de la vida. Pero estas ideas podrán serdiferentes en los distintos países y en las variadas ra-mas de la producción y si incluso fueran erradas, el malno sería grande, en tanto que, no habiendo un poderconservador que obligue a perseverar en los errores,ni una clase constituida que aproveche de estos erro-res, se podrá siempre cambiar y mejorar todo lo queno pase la prueba. La anarquía es, en un cierto sen-

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tido, el sistema experimental aplicado al arte de vivircivilmente.

Y luego, yo no soy sino un individuo, y yo y todoslos anarquistas actuales no somos sino una fraccióndel pueblo, y por tanto podremos decir a los demásaquello que querríamos, pero nunca lo que será, de-berá ser necesariamente modificado mediante el con-curso de otras tantas voluntades que hoy no sabemoscuáles serán.

Por otra parte, incluso no teniendo ninguna incli-nación por el arte profético, yo expresé alguna de misideas sobre la futura organización social, y Merlino lasha refutado… más bien puerilmente.

Yo dije, por ejemplo, que los servicios públicos se-rán realizados por las asociaciones de los trabajadoresde los diversos ramos y que estas asociaciones se cui-darán al mismo tiempo del bienestar de sus miembrosy de la comodidad de la población. Y Merlino dice queestas asociaciones, a semejanza de los cuerpos guber-nativos, cuidarían primero de la comodidad de sus pro-pios miembros y luego, si acaso, de la de la población.Puede darse muy bien, pero como cada trabajador poruna parte esmiembro de una asociación de produccióny por otra es parte de la población, es probable que sediera cuenta pronto de que en el juego de tirar cada

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uno en su provecho pierden todos y por ello pensaríaque vale más ponerse de acuerdo y trabajar todos debuena gana por el bien general. Totalmente diferentees en cambio la posición del gobernante, el cual impo-ne a otros las reglas de trabajo y puede acomodar todoen su provecho y en el de sus amigos.

Yo dije que la opinión pública impediría a las asocia-ciones prevaricar; y Merlino me pregunta si habrá unainsurrección popular contra toda administración queno obedezca la voluntad del pueblo. Y sin embargo nohacemuchos días queMerlino ha escrito, y tiene razón,que si el pueblo quisiera podría, incluso en el régimenactual, no obstante las riquezas y los soldados de quedisponen las clases dominantes, impedir muchísimosabusos e imponer el respeto de muchas libertades. Latesis que sostieneMerlino debe ser realmente muyma-la, ya que se ve obligado a recurrir a las bromas de losreaccionarios.

Yo hablaba de los lazos de dependencia recíprocaentre las asociaciones y Merlino no entiende de quélazos hablo. ¿Pero no está claro que el panadero, porejemplo, tiene necesidad del molinero que le provee laharina, del campesino que le provee de grano, del al-bañil que le hace la casa, del sastre que le viste y asíhasta el infinito? ¿No está claro que todos tienen in-

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terés y necesidad de ponerse de acuerdo con todos?¿Pero cómo se establecerán estos acuerdos? PreguntaMerlino. ¿Mediante pactos, obligaciones, comités fede-rales, congresos? Con estos o con otros medios, perono ciertamente, si los trabajadores pretenden ser libres,mediante parlamentos que hagan la ley y la impongana todos con la fuerza.

Yo reclamaba, en fin, como garantía contra la for-mación de monopolios en perjuicio de la población,el derecho de todos a entrar en las asociaciones y ausar de los medios de producción empleados por éstas.Y Merlino responde imaginando un astillero invadidopor gente que quiere meter mano por todas partes ouna farmacia donde los diletantes vayan a mezclar yconfundir todo. ¿No parece escuchar a un reacciona-rio que, queriendo combatir la propuesta de abrir unjardín al público, dijera que toda la población querríaentrar al mismo tiempo en el jardín y moriría pisotea-da y sofocada? En la práctica, sin embargo, resulta quecuando se abre un jardín público el derecho para todosde ir a pasear basta para impedir el monopolio, pero noproduce en absoluto una muchedumbre que destruiríael placer de pasear. Mi concepto era claro, yo hablabadel derecho que debe tener la gente de proveer por si aun trabajo dado, cuando aquellos que lo hacen quisie-

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ran servirse de él como medio para explotar y oprimira los demás; y no ya el derecho de los desocupados air a molestar a quien trabaja.

Pero, en suma, mis ideas pueden estar equivocadasy, como he dicho, no seria un gran mal, porque yo noquiero imponerlas a nadie. Merlino en cambio, que selamenta de que nosotros no queremos ser profetas yno definimos suficientemente nuestras ideas sobre elporvenir, debería decirnos qué es lo que él quiere.

No cree en la administración de los socialistas de-mocráticos ni en las asociaciones de los anarquistas, ytampoco quiere demoler el presente sin preocuparsedel porvenir. ¿Qué quiere él entonces?

Criticar las ideas ajenas es una óptima cosa, pero nobasta. Nosotros sabemos que todos los sistemas tienensus lados débiles: el nuestro como el de los demás. Peropara renunciar al nuestro seria necesario que se nospropusiese uno que tenga menos inconvenientes.

Todo es relativo. Nosotros somos anarquistas por-que la anarquía, en el sentido que le damos a la pala-bra, nos parece la mejor solución al problema social. SiMerlino conoce algo mejor, que nos lo enseñe pronto.

MalatestaDe, L’agitazione, del 23 de diciembre de 1897.

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Contraste personal

Creía que, aunque sólo fuera por la amistad que nosliga, Malatesta y yo habríamos podido polemizar sinllamarnos matón y sinvergüenza uno al otro. Pero mehe equivocado. La polémica apasiona y un hombre apa-sionado no logra, aunque sea el mismo Catón, mante-nerse justo y ecuánime. Malatesta además es hombrede partido, está inmerso desde la juventud en las lu-chas políticas, defiende su pasado, cree quizá que estéen juego en la polémica entre nosotros empeñada suposición de jefe moral del partido anarquista italianoy por lo tanto no consigue, menos que los demás, dis-cutir serenamente.

El sistema elegido por él para combatirme es el si-guiente:

Me lanza numerosas cortesías: yo soy un hombreque busco la verdad, que rehuyo las trampas, que norecurro a artificios retóricos para poner en dificultad aladversario, etc., etc. Pero luego se maravilla de que yodé vueltas en torno a la cuestión, que intente impresio-nar al lector con una cierta apariencia de espíritu prác-tico, y me llama reaccionario sin ambages. Merlino ra-zona como hacen los conservadores. Se ve constreñi-

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do a recurrir a las bromas de los reaccionarios. Pareceescuchar a un reaccionario, etc., etc.

Estas invectivas se comprende bien a qué sirven. Unproverbio dice: llama perro a uno y podrás dispararle.Malatesta no lo hace a posta, pero siente que si lograhacerme considerar reaccionario por los lectores de sudiario, quita todo crédito a mis argumentos y que in-cluso si yo tengo razón y él está equivocado, todos ledarán la razón a él. Él por tanto me califica a cada pasode reaccionario. A fuerza de oírselo, el lector se acos-tumbra a la idea de que me he vuelto un defensor encar-nizado del actual orden de cosas y termina por creerlofirmemente y por apasionarse contra mí de tal guisaque ya no puede apreciar serenamente mis argumen-tos.

Yo podría valerme, contra Malatesta, del mismo mé-todo: podría, si quisiese, valiéndome de ciertas recien-tes declaraciones suyas acerca de la necesidad de lu-char por el mejoramiento actualmente posible, darmeel gusto de pintarlo a los ojos de sus amigos como unreaccionario, o al menos como un revolucionario quese encamina a convertirse en reaccionario.

Prefiero cerrar la polémica remitiendo al lector quetenga la curiosidad de conocer cuál es la solución, nocolectivista-autoritaria ni anárquico-amorfista, que yo

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propongo al problema social, a un volumen que serápublicado dentro de unos días por Treves (nota de laredacción: se trata de La utopía colectivista).

En cuanto a Malatesta, le advierto que la primeravez que él, pensando por su cuenta, disienta de susamigos, éstos lo tratarán, si ya algunos no lo tratan,como él me trata a mí; y él no podrá lamentarse deellos, porque habrán sido educados en su escuela.

MerlinoDe, L’agitazione, del 29 de diciembre de 1897.

Clarificaciones sobre la polémica

Me duele que Merlino se haya ofendido con mi res-puesta; pero no me parece haber sobrepasado los lí-mites permitidos en una polémica cortés entre perso-nas que se estiman. Noté la similitud existente entrealgunos de sus argumentos y aquéllos adoptados ordi-nariamente por los conservadores y los reaccionarios,así como él había dicho que yo respondía como hacenlos socialistas democráticos. ¿Es ofensivo esto? Parami no hay ninguna ofensa cuando no se duda de lasinceridad del contradictor.

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De todas maneras, ya que Merlino quiere cerrarla,yo no insistiré; y esperaré su nuevo volumen para juz-gar la solución que él propone al problema social.

De una sola cosa quisiera estuviera seguro Merlino,y es que si él o cualquier otro me convenciese de queestoy equivocado, yo lo confesaría rápidamente, a pe-sar de mi pasado y de mi presente.

MalatestaDe, L´Agitazione, del 30 de diciembre de 1897.

Conclusión

Por una deferencia personal, que alguno ha queridoreprocharnos y de la que no nos arrepentimos, y porel honesto deseo de hacer oír a nuestros lectores lasdos campanas y ponerlos en condición de poder juzgarcon pleno conocimiento, abrimos a Merlino nuestrascolumnas.

El prefirió declararse ofendido por la crítica de Ma-latesta y cortar la polémica… para ir luego a atacar,incidentalmente, en nota a un artículo suyo publicadoen la revista de Colajanni (Revista Popolare).

Está en su derecho. Él puede atacarnos y criticarnoscuando y donde le parezca; pero no debería creerse con

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el derecho a falsear nuestras ideas, que él conoce, yaque no hace todavía mucho tiempo que junto con no-sotros las profesaba y defendía.

En la nota a que hacemos alusión él dice: Sólo algúnanarquista amorfista puede decir con Malatesta: Noso-tros los anarquistas queremos que el pueblo conquiste lalibertad y haga la que quiera.

Dejemos estar, porque no importa a la cuestión, sise trata de algunos, o de muchos o de todos los anar-quistas. ¿Pero por qué Merlino nos llama amorfistas?

Históricamente, esta palabra ha sido empleada o pa-ra indicar un modo especial de concebir las relacionesentre hombres ymujeres, omás comúnmente, para dis-tinguir a los partidarios de ciertas concepciones indi-vidualistas de la vida social, que estuvieron de modaen los años pasados entre anarquistas y que a noso-tros nos parecieron, de acuerdo entonces con Merlino,aberraciones. Y en aquel sentido el apelativo de amor-fistas, en boca de Merlino y dirigido a nosotros, no essino un insulto gratuito.

Etimológicamente, amorfista quiere decir que no ad-mite formas. ¿Qué autoriza a Merlino para pensar quenosotros hemos perdido la razón al punto de creer po-sible la existencia de una sociedad que no tenga forma?

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¡Amorfistas, porque creemos que las formas que asu-ma la vida social sean el resultado de la voluntad po-pular, de la voluntad de todos los interesados! ¿Peroentonces Merlino quiere que alguien las imponga alpueblo contra o sin la voluntad del pueblo mismo? ¿Yque las conserve con la fuerza incluso cuando hayancesado de responder a las necesidades y a la voluntadde los interesados?

Discutamos desde ahora de los variados problemasque pueden presentarse en la vida social y de las va-rias soluciones posibles; hagamos proyectos sobre elmodo de administrar los intereses generales e indivisi-bles del consorcio humano; preparemos en las asocia-ciones y federaciones obreras los elementos de la reor-ganización futura; todo esto es útil, es indispensable,para que el pueblo tenga una voluntad clara y puedaponerla en práctica. Pero insistamos en que la reorga-nización social se haga de abajo hacia arriba, con elconcurso activo de todos los interesados, sin que na-die, individuo o grupo, minoría o mayoría, déspota orepresentante, pueda imponer con la fuerza a la gentela que la gente no quiere aceptar.

Merlino nos presenta una especie de esquema deconstitución política.

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Hay que distinguir dice, los asuntos más importan-tes y de los cuales todos más o menos entienden, y ha-cerlos decidir directamente por el pueblo en los clubso asociaciones, cuyos delegados se reunirían, como enlas convenciones americanas, únicamente para con-cretar la solución definitiva en conformidad con losmandatos recibidos. Para asuntos menos importantesy para aquellos que requieren conocimientos especia-les, constituir administraciones especiales —sin lazosjerárquicos entre ellas— sujetas al mandato popular.Antes que nada el pueblo debe concurrir al nombra-miento de los administradores públicos; luego éstosdeben ofrecer garantías de capacidad, además de ha-ber reglas de administración que impidan las arbitra-riedades y los favoritismos; los administradores debenpermanecer iguales a todos los demás ciudadanos y re-cibir en compensación por su trabajo un tratamientoaproximadamente igual al que los ciudadanos todosobtienen de su trabajo; en fin, los interesados debenpoderse oponer a los actos injustos de los administra-dores públicos y llamar a estos últimos a rendir cuentapúblicamente de su gestión. Es necesario, sobre la ba-se de la igualdad de las condiciones económicas, elevarun sistema de administración pública emanante direc-

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tamente del pueblo y no sujeto a ningún centro de go-bierno.

¿Pero cómo se debe llegar a esta y a cualquier otramanera de administración de los intereses colectivos?He aquí para nosotros la cuestión importante.

¿Debe la nueva constitución social ser formuladabrotando de una constituyente nacional o internacio-nal e impuesta a todos? ¿O debe ser el resultado gra-dual, siempre modificable, de la vida misma de una so-ciedad de individuos económica y políticamente igua-les y libres?

¿Debe el pueblo, después de abatido el gobierno,nombrar otro, el cual luego debe, según la utopía delos socialistas democráticos, eliminarse a sí mismo; odebe destruir completamente el mecanismo autorita-rio del Estado y formar un régimen libre por medio dela libertad?

Esto Merlino no la dice y éste es el punto de divi-sión entre socialistas democráticos y socialistas anár-quicos.

En su conferencia del domingo en Roma, Merlinohabría, según el resumen del Avanti!, combatido a losanarquistas libertarlos absolutos (¡de nuevo apelativosde sabor equívoco!), porque con su sistema los prepoten-

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tes tendrían modo de aplastar a los más débiles y a losmás dóciles…

Por tanto Merlino, para ponerles un freno a los pre-potentes querría… ¡Mandarlos al poder! ¿O cree él queal poder irían los más débiles y los más dóciles?

¡Oh, santa ingenuidad!

MalatestaDe, L´Agitazione, del 13 enero 1898.

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Escritos de Errico Malatesta1897

Recuperado el 15 de julio de 2013 desde antorcha.net

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