El carro fantasma. The phantom rickshaw, Rudyard Kipling (1865-1936)
Que ningn sueo maligno perturbe mi descanso ni me toque el Poder de las Tinieblas. Himno
vespertino.
Una de las pocas ventajas que la India tiene sobre Inglaterra es una gran facilidad de conocimiento.
Tras cinco aos de servicio, un hombre tiene relaciones, directas o indirectas, con los doscientos o
trescientos funcionarios de su provincia, todos los ranchos de diez o doce regimientos y bateras, y
unas mil quinientas personas ms de la casta sin puesto oficial. A los diez aos esas relaciones habrn
doblado el nmero, y al final de veinte aos conoce, o sabe algo de, todo ingls del imperio, y puede
viajar a cualquier lugar, a todos los sitios, sin tener que pagar hotel. Quienes viajan por el mundo
considerando un derecho que se les d alojamiento han embotado, incluso en el periodo de mi vida,
esta generosidad; no obstante, si hoy da se pertenece al crculo ntimo y no se es ni oso ni oveja negra,
todas las puertas estn abiertas, y nuestro pequeo mundo se muestra muy, muy amable y
colaborador.
Rickett de Kamartha se hosped con Polder de Kumaon har unos quince aos. Pensaba quedarse
dos noches, pero lo puso en cama una fiebre reumtica y por seis semanas desorganiz el
establecimiento de Polder, le impidi a ste trabajar y casi se le muere en el dormitorio. Polder se
comporta como si hubiera quedado de por vida deudor de Rickett, y cada ao enva a los hijos de ste
una caja con regalos y juguetes. Lo mismo ocurre en todos los sitios. Los hombres no se toman la
molestia de ocultarnos su opinin, en el sentido de que somos unos asnos incompetentes, o las
mujeres que denigran nuestro carcter y no comprenden las diversiones de nuestras esposas, se
quedarn en los huesos ayudndonos si caemos enfermos o tenemos problemas serios. Heatherlegh,
el doctor, mantena, aparte de su clientela regular, un hospital a costa de su propio bolsillo segn lo llamaban sus amigos, un agrupamiento de cubculos desvencijados para incurables en realidad, se trataba de una especie de cobertizo adaptado para las tripulaciones que han sido daadas por los
temporales. En la India el tiempo suele ser sofocante, y como la entrega de ladrillos es siempre una
cantidad fija y la nica libertad existente es el permiso de trabajar horas extras sin recibir ni las gracias,
los hombres se derrumban de vez en cuando y quedan tan confundidos como las metforas de esta
oracin.
Heatherlegh es el doctor ms adorable que haya existido, y su receta invariable para todos los pacientes: "acustese, tmese las cosas con calma y no se violente". Dice que mueren ms hombres
debido al exceso de trabajo de lo que justifica la importancia de este mundo. Afirma que el exceso de
trabajo mat a Pansay, quien muri en sus manos har unos tres aos. Tiene, desde luego, el derecho
de hablar con toda autoridad, y se re de mi teora: que en la cabeza de Pansay haba una hendedura y
un poquito del mundo oscuro entr por ella y lo presion hasta matarlo. "Pansay perdi la chaveta",
dice Heatherlegh, "debido al estmulo de unas largas vacaciones en casa. Pudo o no haberse
comportado como un canalla con la seora Keith-Wessington. En mi opinin, su trabajo en la colonia
de Katabundi le agot las energas, y le dio por la melancola y por exagerar un mero coqueteo tenido
durante un viaje. Desde luego que estaba comprometido con la seorita Mannering, y desde luego que
ella rompi el compromiso. Entonces, agarr un enfriamiento febricitante, y de all todas esas tonteras
acerca de fantasmas. El exceso de trabajo inici la enfermedad, la mantuvo activa y lo mat, pobre
diablo! Atribyalo a un sistema que utiliza un hombre para que haga el trabajo de dos y medio."
No creo en esto. Sola sentarme con Pansay ciertas ocasiones en que a Heatherlegh lo llamaban para
que fuera a ver pacientes, y sucede que estaba yo a mano para sus confidencias. El hombre me haca
de lo ms infeliz describindome en voz baja e inalterable, la procesin que sin cesar pasaba a los pies
de su cama. Manejaba el lenguaje con la capacidad de un enfermo. Suger que, cuando se recuperara,
escribiera todo lo sucedido, de principio a fin, pues saba que la tinta podra ayudarlo a calmar la
mente. Sufra de fiebre elevada mientras lo escriba, y el tono de revista tremendista que adopt no
lleg a calmarlo. A los dos meses lo declararon listo para servicio; pero, a pesar de que necesitaban
urgentemente su ayuda para que un grupo de trabajo escaso de personal pudiera sobrevivir una etapa
de dficit, prefiri morir, jurando al final de todo que lo acosaban brujas. Obtuve el manuscrito antes
de que l muriera, y sta es su versin de los hechos, fechada en 1885, tal y como la escribi:
El doctor me dice que necesito descanso y un cambio de aires. No es improbable que antes de mucho
obtenga los dos; un descanso que ni el mensajero de chaqueta roja ni el can disparado a medioda
interrumpirn; un cambio de aires ms definitivo que el que pueda darme cualquier vapor en camino
a casa. Mientras tanto, estoy resuelto a permanecer donde me encuentro; y, desobedeciendo
tajantemente las rdenes de mi mdico, hacer de todo el mundo mi confidente. Por s mismos se
enterarn de la naturaleza precisa de mi enfermedad y, asimismo, juzgarn si hombre alguno nacido
de mujer en esta tierra fatigante fue alguna vez tan atormentado como yo.
Ahora que hablo como un criminal condenado podra hablar antes de que caigan los cerrojos, pienso
que mi historia, por extraa y horriblemente improbable que pueda parecer, merece por lo menos
atencin. De ninguna manera supongo que puedan creerla. Hace dos meses habra calificado de loco
o borracho al hombre que osara contarme algo parecido. Hace dos meses era el hombre ms feliz de
la India. Hoy, de Peshavar a la costa, nadie hay ms infeliz. Slo mi doctor y yo sabemos de esto.
Explica todo diciendo que mi cerebro, mi digestin y mi vista se encuentran ligeramente afectados,
dando lugar a mis frecuentes y persistentes "ilusiones" Ilusiones, cmo no! Lo considero un tonto.
Pero me sigue atendiendo con la misma sonrisa infatigable, el mismo trato profesional suave, las
mismas patillas rojas cuidadosamente recortadas, hasta que comienzo a sospecharme un invlido
desagradecido y de mal carcter. Pero ustedes juzgarn por s mismos. Hace tres aos fue mi fortuna
mi gran infortunio navegar de Gravesend a Bombay, tras unas largas vacaciones, con una cierta Agnes Keith-Wessington, esposa de un oficial asignado a Bombay. No les concierne en lo ms
mnimo saber qu tipo de mujer era. Bsteles saber que, antes de terminar el viaje, estbamos
desesperada e irrazonablemente enamorados uno del otro. Bien sabe el cielo que puedo hoy admitir
esto sin asomo alguno de vanidad. En este tipo de asuntos siempre hay uno que da y otro que acepta.
Desde el primer da de nuestra malhadada unin tuve conciencia de que la pasin de Agnes era un
sentimiento ms fuerte, ms dominante y si se me permite usar la expresin ms puro que el mo. Ignoro si ella reconoci ese hecho entonces. Despus, fue amargamente claro para los dos.
Llegados a Bombay la primavera de aquel ao, tomamos nuestros respectivos caminos, para no vernos
ya los tres o cuatro meses siguientes, cuando mis vacaciones y su amor nos llevaron a Simla. All
pasamos la temporada juntos y, all, mi fuego de paja lleg a una lamentable extincin con la
terminacin del ao. No intent dar ninguna excusa. No me disculp. La seora Wessington haba
renunciado a muchas cosas a causa ma, y estaba dispuesta a renunciar a todo. De mis propios labios
supo, en agosto de 1882, que me senta hastiado de su presencia, cansado de su compaa y aburrido
del sonido de su voz. Noventa y nueve mujeres de cien se habran aburrido de m como yo de ellas;
setenta y cinco de esa cifra se habran vengado prontamente mediante un coqueteo activo y franco con
otros hombres. La seora Wessington era la nmero cien. En ella no tuvieron el menor efecto ni mi
aversin tan claramente expresada ni las crueldades hirientes con que adornaba yo nuestras
entrevistas.
Jack, querido era su eterna exclamacin tonta, estoy segura de que todo es un error, un error terrible; algn da volveremos a ser buenos amigos. Por favor, querido Jack, perdname!
Yo era el ofensor, y lo saba. Aquel conocimiento transform mi piedad en una resistencia pasiva y,
con el tiempo, en un odio ciego; se trata del mismo instinto, supongo, que impulsa a un hombre a
aplastar salvajemente la araa que haba matado a medias. Con este odio en mi pecho vino a su fin la
temporada de 1882. Al ao siguiente volvimos a encontrarnos en Simla, ella con su rostro montono y
sus tmidos intentos de reconciliacin; yo, con aquel odio por ella en todas las fibras de mi cuerpo. No
pude evitar verme a solas con ella en varias ocasiones; en cada una de stas sus palabras fueron
exactamente las mismas: ese lamento irracional de que todo era un "error" y luego la esperanza de que
con el tiempo "seramos amigos". De haberme preocupado por mirar, podra haber visto que slo la
esperanza la mantena viva. Mes con mes palideca y adelgazaba. Estarn de acuerdo conmigo al
menos en esto: que esa conducta habra hecho caer en la desesperacin a cualquiera. Era innecesaria,
infantil, poco femenina. Afirmo que ella tena mucho de la culpa. Y sin embargo a veces, en mis
negras y enfebrecidas vigilias nocturnas, he comenzado a pensar que pude ser un poco ms amable
con ella. Pero sa s es una "ilusin". No poda seguir pretendiendo que la amaba cuando no ocurra
as, no es cierto? Hubiera sido injusto para los dos.
El ao pasado volvimos a reunirnos, en las mismas condiciones. Los mismos llamados fatigantes, las
mismas respuestas secas de mis labios. Finalmente, decid hacerla comprender cun totalmente
equivocados y sin esperanza eran sus intentos de reanudar la vieja relacin. Segn avanzaba la
temporada, nos fuimos separando; es decir, le fue difcil reunirse conmigo, pues tena yo otros
intereses ms absorbentes a los cuales atender. Cuando, calmadamente, repaso todo eso en mi cuarto
de enfermo, la temporada de 1884 me parece una pesadilla confusa, en la que luz y sombra estuvieran
entremezcladas fantsticamente: mi cortejo de la pequea Kitty Mannering; mis esperanzas, dudas y
miedos; nuestros largos paseos a caballo juntos; mi temblorosa aceptacin de que estaba enamorado;
su respuesta; de vez en cuando la visin de un rostro blanco que pasa en el carrito con las libreas
blancas y negras que en alguna ocasin esper con tanta ansia; la mano enguantada de la seora
Wessington saludndome; y, cuando estbamos solos, lo que ocurra rara vez, la molesta monotona
de su queja. Amaba yo a Kitty Mannering; la amaba honestamente y con todo el corazn; y al crecer
mi amor por ella, creca mi odio por Agnes. En agosto Kitty y yo quedamos comprometidos. Al da
siguiente encontr a espaldas del Jakko a esos malditos jhampanies "corvinos" y, llevado de un pasajero
sentimiento de piedad, me detuve junto a la seora Wessington para contarle todo. Ya lo saba.
Escuch decir que ests comprometido, querido Jack y entonces, sin mediar pausa alguna: Estoy segura de que todo es un error, un error terrible. Alguna vez seremos tan buenos amigos, Jack. Como
siempre lo fuimos.
Mi respuesta habra hecho respingar incluso a un hombre. Cort a la mujer moribunda que ante m
tena como el golpe de un ltigo.
Por favor, Jack, perdname. No quise enojarte. Pero es cierto, es cierto!
Y la seora Wessington se derrumb totalmente. Me di la vuelta y dej que terminara su viaje en paz,
sintiendo, aunque slo por uno o dos segundos, que me haba comportado como una alimaa
indeciblemente cruel. Mir hacia atrs y vi que haba hecho dar vuelta al carrito, con la idea, supongo,
de alcanzarme. Aquella escena y los alrededores quedaron fotografiados en mi memoria. El cielo
cargado de lluvia (estbamos a finales de la temporada de lluvias), los pinos empapados y deslucidos,
el camino lodoso y los farallones hendidos por la plvora formaban un lbrego teln de fondo, contra
el cual destacaban claramente las libreas negras y blancas de los jhampanies, el carrito de paredes
amarillas y la abatida cabeza dorada de la seora Wessington. Con el pauelo apretado en la mano
izquierda, se apoyaba extenuada en los cojines del carrito. Llev mi caballo por una vereda cercana al
Sanjowlie Reservoir y, literalmente, hu. En una ocasin cre escuchar un lejano "Jack!" Tal vez fuera
mi imaginacin. Nunca me detuve a confirmarlo. Diez minutos ms tarde me encontr con Kitty, que
vena a caballo. En el deleite que me produjo el largo paseo con ella, olvid todo lo concerniente a la
entrevista ocurrida.
Una semana despus mora la seora Wessington, y mi vida se vio libre de la inenarrable carga de su
existencia. Me fui a Plainsward totalmente feliz. Antes de los tres meses me haba olvidado de ella por
completo, excepto que en ocasiones hallar una de sus viejas cartas me traa desagradables recuerdos
de aquella relacin concluida. En enero haba desenterrado de entre mis dispersas pertenencias lo que
de nuestra correspondencia quedaba, quemndolo. A comienzos de abril de este ao, 1885, estaba
una vez ms en Simla, en una semidesierta Simla, hundido en plticas y paseos de amante con Kitty.
Se haba decidido que nos casramos a fines de junio. Por consiguiente comprendern que, amando a
Kitty como la amaba, no exagero al decir que era, en aquellos momentos, el hombre ms feliz de la
India. Casi haban pasado catorce das deliciosos antes de que notara su desaparicin. Entonces,
alertado a la conciencia de lo que era propio entre mortales comprometidos como lo estbamos ella y
yo, le hice ver a Kitty que un anillo de compromiso era la seal externa y visible de su dignidad de
muchacha prometida en matrimonio; que deba venir de inmediato conmigo a Hamilton para que le
midieran uno. Hasta ese momento, le doy mi palabra, habamos olvidado por completo asunto tan
trivial. As, a Hamilton nos fuimos el da 15 de abril de 1885. Recurdese que, diga lo que diga en
contra mi doctor, posea entonces una salud perfecta, gozaba de una mente bien equilibrada y de un
espritu por todo concepto tranquilo. Kitty y yo entramos en Hamilton juntos y, all, sin tomar en
cuenta el orden de llegada, med el dedo de Kitty en presencia del divertido dependiente. El anillo
tena un zafiro y dos diamantes. A continuacin bajamos por la cuesta que conduce al puente de
Combermere y al establecimiento de Peliti.
Mientras mi Waler avanzaba cautelosamente por el esquisto suelto, y Kitty charlaba y rea a mi lado mientras todo Simla, es decir, tantas personas como las llegadas hasta ese momento de las llanuras, se
agrupaban alrededor del cuarto de lectura y el porche de Peliti, sent que alguien, al parecer desde una gran distancia, me llamaba por mi nombre de pila. Tuve la impresin de haber escuchado esa voz
antes, aunque sin poder determinar de pronto cundo y dnde. En el breve tiempo que toma cubrir la
distancia entre el camino que parte de Hamilton y la primera plancha del puente de Combermere
pens en una media docena de personas que hubieran podido haber cometido aquel solecismo, y
termin decidiendo que debi tratarse de algn rumor en mis odos. Justo frente al establecimiento de
Peliti atrajo a mi vista la imagen de cuatro jhampanies,en libreas de "cuervo", que tiraban de un vulgar
carrito de mercado, de paredes amarillas. Con una sensacin de disgusto e irritacin, al instante mi
mente regres a la temporada anterior y a la seora Wessington. No era suficiente que la mujer
hubiera muerto y desaparecido, sino que ahora viniera la aparicin de sus servidores en blanco y
negro a echarme a perder la felicidad sentida ese da? Decid visitar a quienquiera que los ocupara y
pedirle, como un favor personal, que cambiara las libreas de sus jhampanies. Alquilara yo mismo a
esos hombres y, de ser necesario, les comprara sus libreas. Es imposible expresar aqu el flujo de
memorias desagradables que su presencia despert.
Kitty exclam, han vuelto los jhampanies de la pobre seora Wessington! Me pregunto quin los emplea ahora.
Kitty haba conocido ligeramente a la seora Wessington la temporada anterior, habiendo mostrado
un inters constante por la enfermiza mujer.
Cmo? Dnde? pregunt. No los veo por ninguna parte.
Y justo mientras hablaba, su caballo, por evitar una mula cargada, se puso directamente frente al
carrito en marcha. Apenas haba tenido tiempo de gritar una advertencia cuando, para mi horror
indescriptible, caballo y jinete pasaron a travs de los hombres y el vehculo como si fueran stos de
aire puro.
Qu te ocurre? exclam Kitty. Por qu gritaste de un modo tan tonto, Jack? Si estoy comprometida, no quiero que todo el mundo se entere de ello. Haba muchsimo espacio entre la
mula y el porche. Y si te imaginas que no s cabalgar, pues entonces...!
Dicho esto, la testaruda Kitty se lanz a medio galope, la delicada cabecita al aire, en direccin al
quiosco de msica, sin la menor duda, segn me dijo despus, de que la seguira. Qu me ocurra?
Casi nada. O bien estaba yo loco o borracho, o Simla estaba rondada por diablos. Contuve con las
riendas a mi impaciente montura y me volv. Tambin el carrito haba dado la vuelta y estaba ahora
frente a m, prximo al pretil izquierdo del puente Combermere.
Jack, querido Jack! esta vez no haba equivocacin ninguna respecto a las palabras; resonaron en mi mente como si las hubieran gritado a mi odo. Se trata de un terrible error, estoy segura. Por favor, perdname, Jack, y volvamos a ser amigos.
La capota del carrito haba cado hacia atrs y dentro, tal como espero y ruego de da por la muerte
que de noche temo, estaba la seora Keith-Wessington, el pauelo en la mano, la dorada cabeza
inclinada sobre el pecho. No s por cuanto tiempo la contempl inmvil. Finalmente, me despert mi
sirviente al asir la brida de Waler y preguntarme si me senta mal. De lo horrible a lo comn y
corriente slo hay un paso. Desmont del caballo y me precipit, medio desmayado, en Peliti, donde
ped una copa de brandy de cereza. Dos o tres parejas se hallaban reunidas alrededor de las mesas,
comentando los chismes del da. Su charla trivial fue ms reconfortante para m en aquel momento
que los consuelos de la religin pudieran haberlo sido. De inmediato me sumerg en medio de la
conversacin; platicaba, rea y haca bromas con una cara (cuando de refiln la vi en un espejo) tan
blanca y desencajada como la de un cadver. Tres o cuatro hombres notaron la condicin en que
estaba; sin duda atribuyndolo a las consecuencias de haber bebido demasiados tragos, caritativamente
se esforzaron por apartarme del resto de los parroquianos. Pero me rehus a separarme de ellos.
Quera la compaa de los de mi condicin, tal como un nio se precipita en medio de una fiesta tras
haber recibido un susto en la oscuridad. Llevara hablando unos diez minutos, aunque a m me
parecieron una eternidad, cuando escuch fuera la clara voz de Kitty preguntando por m. Un minuto
despus estaba dentro del local, dispuesta a reconvenirme por descuidar tan sealadamente mis
deberes. Algo en mi rostro la contuvo.
Pero Jack exclam, en qu te has metido? Qu sucede? Ests enfermo? As conducido a una mentira directa, dije que el sol haba resultado demasiado fuerte para m. Eran
cerca de las cinco, una encapotada tarde de abril, y el sol haba estado oculto todo el da. Comprend
mi error en cuanto las palabras terminaron de salir de mi boca; intent cubrirlas; disparat
lamentablemente y segu a Kitty, cuyo enojo era de alcurnia, al exterior, entre las sonrisas de mis
conocidos. Invent alguna excusa (olvid cul) argumentando que me senta dbil y al paso largo
busqu mi hotel, dejando que Kitty terminara sola el paseo. En mi habitacin me sent e intent con
toda calma encontrarle alguna explicacin a lo sucedido. Heme aqu, yo, Theobald Jack Pansay, un
funcionario civil con buenos estudios, en el ao de gracia de 1885, supuestamente cuerdo, sin duda
alguna sano, a quien la aparicin de una mujer muerta y enterrada ocho meses atrs causa tal terror
que lo separa del lado de la novia. Son hechos ante los cuales no puedo cerrar los ojos. Nada ms
lejano de mi pensamiento que la memoria de la seora Wessington cuando Kitty y yo salimos de
Hamilton. Nada ms comn y corriente que la porcin de muro frente a Peliti. A plena luz del da, el
camino lleno de gente. Y sin embargo all, fjense, desafiando toda ley de la probabilidad, en violacin
directa de lo ordenado por la naturaleza, se me aparece un rostro venido de la tumba.
El caballo rabe de Kitty haba pasado a travs del carrito: as quedaba eliminada mi primera
esperanza, que una mujer milagrosamente parecida a la seora Wessington hubiera alquilado el
carrito, junto con los culies de librea. Una y otra vez di vueltas alrededor de esa maraa de
pensamientos; una y otra vez me rend, perplejo y desesperado. La voz era tan inexplicable como la
aparicin. De principio tuve la idea descabellada de confesarle todo a Kitty, rogarle que se casara
conmigo de inmediato y, en sus brazos, desafiar a la fantasmal ocupante del carrito. "Despus de todo",
arga, "la presencia del carrito basta como prueba de la existencia de una ilusin espectral. Es posible
ver fantasmas de hombres y mujeres, pero de seguro nunca de culies y vehculos. Todo esto es
absurdo. Imagnense, ver el fantasma de un montas!" A la maana siguiente envi a Kitty una nota
de disculpa, implorndole que pasara por alto mi extraa conducta de la tarde anterior. Mi divinidad
segua muy enojada, y fue necesario dar disculpas personalmente. Expliqu, con una fluidez nacida de
haber estado meditando toda la noche una mentira, que me vi atacado por una sbita palpitacin del
corazn, resultado de una indigestin. Esa solucin eminentemente prctica tuvo su efecto: Kitty y yo
paseamos a caballo aquella tarde con la sombra de mi primera mentira apartndonos.
Se encaprich en un paseo al paso largo alrededor del Jakko. Con los nervios an trastornados por la
noche anterior, protest dbilmente contra la idea, sugiriendo la colina Observatory, Jutogh, el camino
de Boileaugunge, cualquier cosa excepto el crculo del Jakko. Kitty estaba enojada y un tanto herida,
as que ced, temeroso de provocar un malentendido mayor; por tanto, partimos juntos hacia Chota
Simla. Fuimos al paso gran parte de la ruta y, segn era nuestra costumbre, al paso largo desde poco
ms o menos una milla antes de Convent hasta el tramo de camino uniforme que est junto al
Sanjowlie Reservoir. Los malditos caballos parecan volar, y mi corazn lata cada vez con mayor
rapidez segn nos acercbamos a la cresta de la pendiente. Mi mente haba estado ocupada toda la
tarde con la seora Wessington; cada pulgada del camino del Jakko era testigo de nuestros paseos y
charlas. Los cantos rodados estaban plenos de aquello; los pinos lo cantaban potentes por encima de
nosotros; invisibles, los torrentes alimentados por la lluvia rean contenidos, rean entre dientes de
aquella historia vergonzante; y, en mis odos, el viento salmodiaba la iniquidad cometida. Como una
culminacin lgica, en medio del trecho que los hombres llaman la Milla de las Damas, el horror me
esperaba. Ningn otro carrito a la vista; nicamente los cuatro jhampanies en blanco y negro, el
vehculo de paredes amarillas y, dentro, la dorada cabeza de la mujer, todo aparentemente como lo
haba dejado ocho meses y quince das atrs! Por un instante imagin que Kitty deba ver lo que yo
vea, tan maravillosamente coincidamos en todas las cosas. Sus siguientes palabras me desengaaron:
"Ni un alma a la vista! Vamos Jack, te juego una carrera hasta los edificios del Reservoir!" Su
musculoso caballito pura sangre parti como una exhalacin, mi Waler inmediatamente detrs, y en
ese orden nos lanzamos al filo de los farallones. En medio minuto estbamos a cincuenta yardas del
carrito. Fren a mi Waler y me retras un poco. El carrito estaba justo en medio del camino y, una vez
ms, el pura sangre pas a travs de l, siguindolo mi caballo, "Jack, querido Jack, por favor,
perdname!" o el lamento en mis odos y, al cabo de un intervalo: "Todo fue un error, un error terrible!"
Espole a mi caballo como un hombre posedo. Cuando, en las instalaciones del Reservoir, volv la
cabeza, las libreas en blanco y negro seguan esperando, pacientemente esperando, al pie de la gris
colina, y el viento me trajo un eco burln de las palabras escuchadas. Por el resto del paseo Kitty me
embrom mucho a causa de mi silencio. Hasta ese momento haba hablado sin freno y alocadamente.
Ni para salvar mi vida habra podido hablar, a partir de all, de un modo natural, y desde Sanjowlie
hasta la iglesia sabiamente me mantuve en silencio. Tena cena con los Mannering aquella noche, y
apenas me alcanzaba el tiempo para cabalgar hasta casa y cambiarme. Camino de Elysium Hill
escuch a dos hombres que hablaban en la oscuridad. "Es curioso", dijo uno, "cmo desapareci toda
huella de l. Ya sabe cun locamente encariada estaba mi esposa de esa mujer (aunque no entiendo
qu pueda haber visto en ella), y quera que consiguiera yo su viejo carrito con los culies, no importa a
qu precio. Lo llamo un capricho un tanto malsano, pero tengo que hacer lo que memsahib pida.
Aunque no lo crea, el hombre que se lo alquilaba me ha dicho que los cuatro hombres eran hermanos murieron de clera camino de Hardwar, pobres diablos! En cuanto al carrito, l mismo lo deshizo. Me dijo que nunca usaba el carrito de una memsahib muerta. Que es de mala suerte.
Extraa idea, no le parece? Imagnese, la pobre seora Wessington echndole a perder la suerte a
alguien que no fuera ella misma!" En ese punto me re en voz alta, y la risa me sacudi mientras la
emita. De modo que s haba fantasmas de carritos, despus de todo, con funciones fantasmales en el
otro mundo! Cunto pagaba la seora Wessington a sus hombres? Qu horario tenan? Adnde
iban?
Y como una respuesta visible a mi ltima pregunta, vi aquella cosa infernal en la luz mortecina,
obstaculizndome el camino. Los muertos viajan rpido, y por atajos que los culies ordinarios
desconocen. Re en voz alta una segunda vez, cortando de pronto la carcajada, temeroso de estarme
volviendo loco. Deb estar loco en cierta medida, pues recuerdo que fren con las riendas a mi caballo
llegando al carrito y, cortsmente le dese "Buenas noches" a la seora Wessington. Su respuesta fue
una que conoca yo demasiado bien. La escuch hasta el final. Repliqu entonces que todo aquello lo
haba odo ya antes, pero que si ella tena algo que agregar, atendera con gusto. Algn demonio
maligno, ms fuerte que yo, debi entrar en m aquella noche, pues tengo vagas memorias de haber
comentado, por cinco minutos, los sucesos cotidianos de aquel da con la cosa que tena enfrente.
Est loco de atar el pobre diablo, o borracho! Max, mira si puedes convencerlo que se vaya a su casa.
De seguro aqulla no era la voz de la seora Wessington! Los dos hombres me haban escuchado
hablar con el aire, y regresaban para cuidarme. Se mostraron muy amables y considerados, y de sus
palabras deduje que me crean sumamente borracho. Les di las gracias atropelladamente y cabalgu
hasta mi hotel, donde me cambi; llegu diez minutos tarde a casa de los Mannering. Alegu como
excusa lo oscuro de la noche, Kitty me reproch por mi nada romntica tardanza y nos sentamos. La
conversacin se haba generalizado ya. A socapa de ella diriga yo algunas frases tiernas a mi novia
cuando capt que, al extremo de la mesa, un hombre de corta estatura y patillas rojas describa, con
mucho adorno, su encuentro aquella noche con un loco desconocido. Unas cuantas oraciones me
convencieron de que repeta el incidente de media hora atrs. En medio de su relato mir en derredor
buscando aplausos, como hacen los narradores profesionales, tropez con mi cara y sin ms se
desmoron. Hubo un momento de penoso silencio, y el hombre de patillas rojas murmur algo en el
sentido de que "haba olvidado el resto", sacrificando con ello la reputacin de buen contador que
haba ido ganando las seis ltimas temporadas. Lo bendije desde el fondo de mi alma y... segu
comiendo mi pescado.
A su debido tiempo la cena lleg a su fin. Con pesar genuino me separ de Kitty; tan cierto como
estaba de mi existencia saba que aquello me estaba esperando al otro lado de la puerta. El hombre de
patillas rojas, que me fue presentado como el doctor Heatherlegh, de Simla, me ofreci compaa
hasta donde nuestros caminos se separaran. Acept la oferta con gratitud. El instinto no me haba
engaado. Estaba presto en el Mall y, con lo que pareca una burla demoniaca de nuestras
costumbres, tena la lmpara frontal encendida. El hombre de patillas rojas abord la cuestin de
inmediato, mostrando con su modo de hacerlo que haba estado pensando sobre el caso durante toda
la cena.
Dgame, Pansay, qu diablos le ocurri esta noche en el Elysium Road? Lo sbito de la pregunta me arranc una respuesta antes de que tuviera conciencia de estar
respondiendo.
Eso! dije, sealando aquello. Eso puede ser delirium tremens o la vista, por lo que deduzco. Ahora bien, usted no bebe. Lo comprob durante la cena, as que no puede ser delirium tremens. Nada hay en absoluto all donde
seala, aunque est usted sudando y temblando de miedo, como un pony asustado. Por tanto, saco en
conclusin que se trata de la vista. Y de eso creo saberlo todo. Venga a casa conmigo. Vivo en la parte
baja de Blessington.
Con intenso gozo vi que el carrito, en lugar de esperarnos, se mantena veinte yardas adelante,
furamos al paso, al trote o al paso largo. En el transcurso de aquella larga cabalgata nocturna dije a mi
acompaante casi tanto como lo comunicado a ustedes aqu.
Bien, pues ha echado a perder usted uno de los mejores cuentos con que haya tropezado dijo, pero se lo perdono tomando en cuenta por lo que ha pasado usted. Ahora, venga a casa y haga lo que
le pida. Y cuando lo haya curado, jovencito, que esto le sirva de leccin: hasta el da de su muerte
mantngase alejado de las mujeres y de la comida indigesta.
El carrito se mantena adelante, y mi amigo de las patillas rojas pareca derivar un gran placer de
escucharme decirle dnde exactamente se encontraba el vehculo.
La vista, Pansay; la vista, el cerebro y el estmago. Y el estmago es el peor de ellos. Tiene usted un exceso de cerebro engredo, demasiado poco estmago y una vista totalmente enferma. Ponga en
condiciones el estmago y lo dems vendr por s solo. Y todo esto lo resolvern unas pldoras para el
hgado. A partir de este momento me hago cargo de su cuidado mdico, pues es usted un fenmeno
demasiado interesante para que lo deje pasar.
En aquel instante estbamos en la parte baja de Blessington, en lo ms profundo de sus sombras, y el
carrito se detuvo bajo un grupo de pinos, situado en un saliente de pizarra. Instintivamente me detuve
tambin, explicando la razn. Heatherlegh lanz un juramento.
Mire, si supone que me voy a pasar esta fra noche al pie de una colina a causa de una ilusin provocada por el estmago cum cerebro cum vista... Dios nos apiade, qu ha sido eso?
Se escuch un estallido apagado, justo frente a nosotros se levant una cegadora nube de polvo, hubo
un crujido, el ruido de ramas desgajadas y unas diez yardas del faralln pinos, maleza y todo lo dems se desliz hasta el camino, bloquendolo por completo. Los rboles desenraizados oscilaron y se tambalearon por un momento en la oscuridad, como gigantes ebrios, y enseguida cayeron
postrados entre sus compaeros con un estrpito atronador. Nuestros caballos quedaron inmviles,
sudando de miedo. En cuanto el ruido de la tierra y las piedras derribadas ces, mi acompaante
murmur:
Amigo, si hubiramos seguido avanzando, en este momento estaramos en nuestras tumbas, a diez pies de profundidad. "Hay ms cosas en el cielo y en la tierra..." Venga a casa, Pansay, y demos gracias
a Dios. Necesito de inmediato un trago.
Buscamos otro camino por Church Ridge y, poco despus de la medianoche, llegu a casa del doctor
Heatherlegh. Casi de inmediato comenzaron sus intentos por curarme, y en una semana no me separ
de su lado. A lo largo de esa semana, en muchas ocasiones bendije a mi buena fortuna, que me haba
puesto en contacto con el mejor y ms amable doctor de Simla. Da a da mi espritu ganaba en alegra
y se serenaba. Asimismo, da a da me inclinaba ms por aceptar la teora de Heatherlegh sobre una
"ilusin espectral" relacionada con vista, cerebro y estmago. Escrib a Kitty, dicindole que un
esguince ligero, provocado por una cada del caballo, me tendra en cama unos das; que me
recuperara antes de que tuviera tiempo de lamentar mi ausencia. El tratamiento aplicado por
Heatherlegh era sencillo en cierta medida. Consista en pldoras para el hgado, baos de agua fra y
ejercicios enrgicos, hechos al oscurecer o muy temprano por la maana, porque, como sagazmente
observ el doctor: "Un hombre con un tobillo torcido no camina una docena de millas al da, y su
joven amiga pudiera entrar en sospechas de verlo".
Al finalizar la semana, tras examinarme mucho la pupila y el pulso, y tras darme instrucciones estrictas
respecto a la dieta y mis caminatas, Heatherlegh me despidi con igual brusquedad que cuando se
hizo cargo de m. He aqu su bendicin de despedida: "Amigo, certifico su cura mental, lo que
equivale a decir que he curado una gran parte de sus dolencias corporales. Ahora, tome sus brtulos y
vyase lo antes posible; vyase y corteje a la seorita Kitty." Me esforzaba en expresarle mi
agradecimiento por sus bondades, pero me interrumpi sin ms:
No piense que lo hice porque me agrade usted. Entiendo que se ha comportado como un verdadero canalla. Pero, de cualquier manera, es usted un fenmeno, y un fenmeno curioso en igual medida
que canalla. No! y me silenci una segunda vez. Ni una rupia, por favor. Salga de aqu y mire a ver si encuentra nuevamente ese problema de ojos-cerebro-estmago. Le dar un lakh cada ocasin que
lo vea.
Media hora ms tarde estaba en la sala de los Mannering con Kitty, ebrio con los efluvios de mi
felicidad actual y el conocimiento de que nunca ms me perturbara aquella presencia espantosa.
Firme gracias a la sensacin de mi recin hallada seguridad, propuse un paseo en el acto y, de
preferencia, al paso largo alrededor de Jakko. Nunca me haba sentido mejor, tan lleno de vitalidad y
simple espritu animal, como aquella tarde del 30 de abril. Kitty se mostr dichosa con mi cambio de
aspecto, y me felicit por ello con su estilo tan deliciosamente franco y abierto. Dejamos juntos la casa
de los Mannering, riendo y hablando, y como en los viejos tiempos fuimos al paso largo por el camino
de Chota Simla. Tena prisa de llegar al Sanjowlie Reservoir, para all dos veces hacer segura mi
seguridad. Los caballos daban su mejor esfuerzo, que pareca demasiado lento para mi mente
impaciente. A Kitty le asombraba mi bullicio.
Pero Jack exclam finalmente , te ests comportando como un chiquillo! Qu haces? Estbamos justo antes del convento, y por un mero impulso de travesura haca que mi Waler
cabriolara y corcoveara a lo ancho del camino, cosquillendolo con el lazo de mi ltigo.
Que qu hago ? respond. Nada, querida. Exactamente ocurre eso. Si nada has hecho por una semana, excepto estar en cama, te sentiras tan alborotada como yo.
Cantando y murmurando de alegra festiva,
feliz de verte vivo;
seor de la natura, de la tierra visible
de los cinco sentidos.
No acababa de expresar mi cita cuando ya habamos rodeado la curva que est despus del convento;
a las pocas yardas, veamos hasta Sanjowlie. En el centro del recto camino estaban las libreas negras y
blancas, el carrito de paredes amarillas y la seora Keith-Wessington. Tir de las riendas, mir, me
restregu los ojos y, creo, algo dije. Mi siguiente memoria es de verme boca abajo sobre el camino,
Kitty, en llanto, arrodillada a mi lado.
Se ha ido, pequea? pregunt entrecortadamente, Kitty se limit a llorar con mayor amargura. Se ha ido qu, Jack querido? Qu significa todo esto? Debe haber algn error en alguna parte, Jack. Un error terrible.
Estas palabras ltimas me pusieron de pie, enloquecido, desvariando por unos momentos.
S, hay un error en alguna parte repet, un error terrible. Ven y mralo. Tengo una idea vaga de haber arrastrado a Kitty, de la mueca, por el camino hasta donde aquello
estaba, implorndole que, por piedad, le hablara, le dijera que ella y yo estbamos comprometidos,
que ni la muerte ni el infierno podran romper el nexo que nos una, y slo Kitty sabe cuntas
expresiones ms en la misma lnea. Una y otra vez ped apasionadamente al terror sentado en el
carrito que comprobara todo lo que le haba dicho, que me librara de una tortura que me estaba
matando. Supongo que, mientras hablaba, deb contar a Kitty de mis relaciones con la seora
Wessington, porque la vi escuchar atentamente, el rostro blanco y los ojos en llamas.
Gracias, seor Pansay dijo, eso es ms que suficiente. Syce ghora lo.
Los sirvientes, impasibles como lo estn siempre los orientales, haban regresado con los caballos.
Cuando Kitty montaba, as la rienda y rogu a mi amada que me oyera y perdonara. La respuesta fue
una cortadura hecha con su ltigo, que me cruz el rostro de la boca al ojo, junto con una o dos
palabras de adis que, incluso ahora, me es imposible escribir. Por ello juzgo, y juzgo acertadamente,
que Kitty lo saba todo. Tambaleante, volv junto al carrito. Tena el rostro cortado y sangrante; el
golpe del ltigo haba producido un lvido cardenal. No tena yo pundonor. Justo en ese momento
Heatherlegh, quien debi estar siguindonos a cierta distancia, se acerc.
Doctor dije, sealando mi rostro, he aqu la firma de la seorita Mannering en mi orden de baja y... le agradecer que me pague ese lakh en cuanto le sea posible.
Incluso en la profunda infelicidad en que me vea, la expresin de Heatherlegh me movi a risa.
Apuesto mi reputacin profesional... comenz a decir. No sea tonto susurr. He perdido la felicidad de mi vida. Ser mejor que me lleve a casa.
Mientras hablaba, el carrito desapareci. Entonces, perd toda conciencia de lo que pasaba. La cima
del Jakko pareci elevarse, girar como la cresta de una nube y caer sobre m. Siete das ms tarde (es
decir, el 7 de mayo) tuve conciencia de encontrarme acostado en la habitacin de Heatherlegh, tan
dbil como un nio. Heatherlegh me miraba fijamente tras los papeles puestos en su escritorio. Sus
primeras palabras no fueron consoladoras, pero me encontraba demasiado agotado para que me
sacudieran.
La seorita Kitty le regres sus cartas. Ustedes, los jvenes, se escriben mucho. Hay aqu un paquete que parece contener un anillo, y una especie de nota jovial de pap Mannering, que me tom la
libertad de leer y quemar. El anciano caballero no est contento con usted.
Y Kitty? pregunt apagadamente. Bastante ms conmovida que su padre, por lo que dice. Con base en esto, supongo que dej escapar usted un cierto nmero de recuerdos peculiares justo antes de llegar yo. Dice que cuando un hombre
se ha comportado con una mujer como usted con la seora Wessington, debera matarse de lstima
por los de su especie. Esta conquista suya es un diablillo arrebatado. Afirma, adems, que sufra usted
delirium tremens cuando aquella trifulca en el camino del Jakko. Dice que prefiere morir antes que
volverle a hablar.
Gru y me puse de espaldas.
Tiene usted una salida, amigo mo. Es necesario romper este compromiso, y los Mannering no desean mostrarse muy severos con usted. Qu produjo la ruptura, el delirium tremens o ataques de
epilepsia? Siento no poder ofrecerle mejor opcin, a menos que prefiera una locura hereditaria.
Dme su consentimiento y les dir que se trata de epilepsia. Todo Simla sabe lo ocurrido en
Ladies'Mile. Le doy cinco minutos para pensarlo.
Creo que durante esos cinco minutos explor a fondo los crculos ms bajos del infierno que le es
permitido al hombre transitar en esta tierra. Al mismo tiempo, me vea andar a tientas por el oscuro
laberinto de la duda, la afliccin y la desesperacin total. Me preguntaba, como Heatherlegh, en su
silla, hubiera podido preguntrselo, cul de esas terribles alternativas adoptar. Al poco, me o
responder en una voz que apenas reconoc:
Por estos lugares se muestran execrablemente puntillosos acerca de la moral. Ofrzcales los ataques, Heatherlegh, junto con mi cario. Y ahora, permtame dormir un poco ms.
Entonces se unieron mis dos yo, y fui tan slo yo (el medio enloquecido, el posedo por el diablo) que
me revolv en la cama, siguiendo paso a paso lo ocurrido en el ltimo mes. "Pero estoy en Simla me repeta sin cesar. Yo, Jack Pansay, estoy en Simla, y en Simla no hay fantasmas. No tiene lgica que esa mujer insista en que los hay. Por qu no pudo Agnes dejarme solo? Jams le hice dao alguno.
Bien pudo sucederme a m en lugar de a ella. Slo que yo nunca habra vuelto con el propsito de
matarla. Por qu no pueden dejarme solo, solo y feliz?" Era pleno medioda cuando despert; muy
bajo en el cielo estaba el sol cuando me dorm como duerme en el potro del tormento un criminal
torturado: demasiado agotado para sentir ya el dolor. Al da siguiente no pude levantarme.
Heatherlegh me dijo por la maana que haba recibido respuesta del seor Mannering y que, gracias a
sus buenos oficios (de l, Heatherlegh), la historia de mi desgracia se haba dispersado a lo largo y a lo
ancho de Simla, en donde todo el mundo senta lstima por m.
Y es ms de lo que se merece concluy con tono placentero, aunque bien sabe el Seor que ha pasado usted por una prueba muy severa. No se preocupe usted, fenmeno perverso, que todava
lograremos curarlo.
Me negu firmemente a ser curado.
Ha sido usted demasiado amable conmigo, viejo amigo dije, pero no creo que sea necesario molestarlo ms.
En mi corazn saba que nada de lo que Heatherlegh pudiera hacer aliviara la carga puesta sobre mis
hombros. Junto con ese convencimiento vino una sensacin de desesperanza, de rebelin impotente
ante la sinrazn del asunto. Haba docenas de hombres tan malos como yo, a quienes el castigo les
haba sido reservado para el otro mundo; sent que era amarga y cruelmente injusto que slo a m se
me escogiera para destino tan espantoso. Al cabo de un tiempo aquel estado de nimo dio lugar a
otro, en el cual pareca que el carrito y yo furamos las nicas realidades en el mundo de sombras:
que Kitty era un fantasma; que Mannering, Heatherlegh y los dems hombres y mujeres que conoca
eran todos fantasmas; y las grandes y grises colinas sombras vanas, creadas para torturarme. Pasando
de un humor a otro, por siete fatigantes das me revolv en todas direcciones; mi cuerpo se fortaleca
cada da ms, hasta que el espejo de la habitacin me dijo que haba vuelto yo a la vida cotidiana y era,
de nuevo, como los otros hombres. Cosa bastante curiosa, mi rostro no mostraba seales de la lucha
ocurrida. Estaba plido, desde luego, pero tan falto de expresin y tan comn y corriente como
siempre. Esperaba ver alguna alteracin permanente, alguna prueba visible de la enfermedad que me
consuma. Nada hall.
El 15 de mayo dej la casa de Heatherlegh a las once de la maana. Mi instinto de soltero me llev al
club. Descubr que todos conocan mi historia en la versin de Heatherlegh, y se mostraron, con
desmaadas maneras, desusadamente amables y atentos No obstante, comprend que, el resto de mi
vida natural, estara entre ellos, pero no sera de ellos, y envidi con amargura suma a los risueos
culies del Mall. Almorc en el club y, a las cuatro, anduve sin propsito fijo por el Mall, con la vaga
esperanza de tropezar con Kitty. Cerca del quiosco para la banda se me unieron las libreas en blanco y
negro, y escuch a mi lado el consabido llamado de la seora Wessington. Lo vena esperando desde
que sal, y lo nico que me sorprendi fue cunto tard en presentarse. El carrito fantasma y yo
caminamos en silencio, uno junto al otro, por el camino de Chota Simla. Cerca del bazar, Kitty y un
hombre, a caballo, nos alcanzaron y dejaron atrs. Si me atengo a la actitud de ella, bien podra haber
sido yo un perro de la calle. Ni siquiera me ofreci el cumplido de acelerar el paso, que en la lluviosa
tarde habra sido una buena excusa.
As, Kitty y su acompaante, tal como yo y mi fantasmal enamorada, dimos vuelta al Jakko en parejas.
El camino flua de agua, los pinos desbordaban como desages sobre las rocas y el aire estaba lleno de
una lluvia fina y violenta. Dos o tres veces me sorprend dicindome casi en voz alta: "Soy Jack Pansay,
de permiso en Simla, en Simla. En la Simla de todos los das, en la Simla ordinaria. No debo olvidar
esto, no debo olvidar esto." Entonces trataba de recordar algunas de las hablillas escuchadas en el club:
los precios que fulano de tal peda por sus caballos.., de hecho, cualquier cosa relacionada con el
mundo anglo-indio cotidiano que tan bien conoca. Incluso me repet con premura las tablas de
multiplicar, para asegurarme de que no estaba perdiendo los sentidos. Me consol mucho, e incluso
debi impedirme por un tiempo escuchar a la seora Wessington. Una vez ms sub lentamente la
cuesta del convento y entr al camino recto. Aqu Kitty y el hombre tomaron el paso largo y qued a
solas con la seora Wessington. "Agnes", dije, "quieres bajar el toldo y explicarme de qu se trata?" La
capota baj silenciosamente y qued cara a cara con mi fenecida y enterrada amante. Llevaba puesto
el vestido en que la vi por ltima vez viva; en la mano derecha tena el mismo pauelo diminuto y, en
la izquierda, el mismo tarjetero. (Una mujer muerta ocho meses antes con un tarjetero!) Tuve que
asirme a las tablas de multiplicar y sujetarme con ambas manos al parapeto de piedra del camino para
asegurarme de que al menos todo eso era real.
Agnes repet, por el amor de Dios dime lo que significa todo esto. La seora Wessington se inclin hacia adelante, con ese gesto de la cabeza rpido y peculiar que tan
bien le conoca, y habl.
Si mi relato no hubiera sobrepasado ya, tan locamente, los lmites de toda credulidad humana, debera
pedir disculpas en este momento. Como s que nadie ni siquiera Kitty, para quien lo escribo como una especie de justificacin de mi conducta me creer, continuar. La seora Wessington habl, y camin con ella del camino de Sanjowlie hasta la desviacin junto a la casa del general en jefe, tal
como podra haber caminado al lado del carrito de cualquier mujer viva, hundido en profunda
conversacin. La segunda y ms atormentadora de mis condiciones de enfermo se haba apoderado
sbitamente de m y, como el prncipe en el poema de Tennyson, "pareca moverme en un mundo de
fantasmas". En casa del general en jefe se haba dado una reunin, y los dos nos unimos a la multitud
que se encaminaba a sus casas. Al mirarlos, pens que ellos eran las sombras sombras impalpables, fantsticas, que se apartaban para dejar pasar el carrito de la seora Wessington. No puedo en realidad, no me atrevo a contar lo que dijimos en el transcurso de aquella entrevista sobrenatural. Por todo comentario Heatherlegh habra redo brevemente y comentado que "estuve coqueteando con
una quimera creada por el cerebro-ojo-estmago". Fue una experiencia espantosa y, sin embargo, de
algn modo indefinible, maravillosamente apreciable. Ser posible, me pregunt, que vaya a cortejar
en esta vida, una segunda vez, a la mujer que mat con mis descuidos y crueldades?
Tropec con Kitty en el camino a casa: una sombra entre sombras.
Si describiera todos los incidentes de los quince das siguientes en el orden que ocurrieron, nunca
terminara mi relato y agotara la paciencia de ustedes. Una maana tras otra, un atardecer tras otro, el
carrito fantasma y yo pasebamos juntos por todo Simla. Fuera adonde fuere, las cuatro libreas en
negro y blanco me seguan, dndome compaa desde y hasta mi hotel. En el teatro, los encontraba en
medio de la aullante multitud de jhampanies; en el porche del club tras una larga velada de whist; en el
baile, esperando pacientemente mi salida; a plena luz del da cuando iba de visita. Excepto que no
produca una sombra, el carrito era, en todos los sentidos, tan real de ver como uno de madera y
hierro. De hecho ms de una vez hube de contenerme para no advertir a un amigo lanzado al galope
que estaba por chocar contra l. Ms de una vez camin Mall abajo en honda conversacin con la
seora Wessington, para indescriptible asombro de los transentes. Antes de que hubiera pasado una
semana de mi regreso, supe que la teora de los "ataques" haba sido descartada en favor de una locura.
Sin embargo, en nada cambi mi modo de vida. Fui de visita, pase a caballo y cen fuera tan a
menudo como antes. Tena por la sociedad de mi clase una pasin como jams la haba sentido;
ansiaba verme entre las realidades de la vida; al mismo tiempo, me senta vagamente infeliz cuando
por un lapso demasiado largo me vea separado de mi fantasmal compaa. Sera casi imposible
describir los estados de nimo variables por que pas del 15 de mayo a la fecha.
La presencia del carrito me llenaba, por etapas, de horror, de miedo ciego, de una especie de placer
apagado y de completa desesperacin. No me atreva a dejar Simla; saba a la vez, que mi estancia all
me mataba. Saba, adems, que mi destino era morir lentamente, un poco cada da. Mi nica obsesin
era concluir con el castigo lo ms calladamente posible. Alternadamente, anhelaba ver a Kitty, y con
divertido inters observaba sus coqueteos desaforados con mi sucesor o, para hablar con mayor
precisin, mis sucesores. Era tan ajena a mi vida como yo a la suya. De da vagaba con la seora
Wessington, casi satisfecho. De noche, imploraba al cielo que me permitiera volver al mundo de
antao. Y por encima de esos estados de nimo variables flotaba la sensacin de un pasmo apagado y
adormecedor porque lo visible y lo invisible se mezclaban de un modo tan extrao en este mundo
para llevar a la tumba a una pobre alma. Agosto 27. Heatherlegh se ha mostrado infatigable en los
cuidados que me presta; apenas ayer me dijo que debera solicitar un permiso por enfermedad. Un
permiso para escapar de la compaa de un fantasma! Una peticin para que el gobierno me permita
graciosamente librarme de cinco fantasmas y de un carrito incorpreo yndome a Inglaterra! La
propuesta de Heatherlegh me hizo caer en una risa casi histrica. Le dije que esperara el fin
tranquilamente en Simla, y estoy seguro de que ese fin no se encuentra muy lejano. Cranme, temo su
llegada ms de lo que pueda expresar palabra alguna, y noche a noche me torturo con mil
especulaciones acerca de cmo morir.
Morir en mi cama decentemente, como corresponde a un caballero ingls? Ocurrir que en un
ltimo paseo por el Mall me arrancarn el alma, colocndola para siempre jams al lado de ese
fantasma espeluznante? En el otro mundo volver a la relacin perdida o me unir a Agnes
odindola, atado a ella por toda la eternidad? Rondaremos ambos, por el escenario en donde
transcurrieron nuestras vidas, hasta la terminacin del tiempo? Segn se acerca el da de mi muerte,
crece en intensidad el horror profundo que toda carne viviente siente por todo espritu escapado de la
tumba. Es una cosa terrible hundirse rpidamente entre los muertos cuando apenas se ha completado
una mitad de la vida. Mil veces ms terrible es esperar, como yo lo hago en medio de ustedes, por no
s cul terror inimaginable. Compadzcanme, aunque slo sea en razn de mi "ilusin", pues bien s
que jams creern lo escrito aqu. Pero si alguna vez un hombre fue llevado a la muerte por los
poderes de las tinieblas, ese hombre soy yo. Para, adems, ser justos, compadzcanla. Porque tan
seguro como alguna vez un hombre haya matado a una mujer, yo mat a la seora Wessington. Y la
ltima parte de mi castigo comienza a caer sobre m.
Rudyard Kipling (1865-1936)