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Domingo Sarmiento, Édouard Laboulaye, y el “momento Lincoln”
en el republicanismo atlántico del siglo diecinueve1
Eduardo Zimmermann
Universidad de San Andrés
En la primavera de 1867, Domingo Faustino Sarmiento, representante diplomático del
gobierno argentino en los Estados Unidos, escribió desde Nueva York al Ministro de Relaciones
Exteriores en Buenos Aires con sus opiniones sobre lo que él consideraba una nueva dirección en
asuntos constitucionales en el país del norte, producida por “una serie de actos del gobierno
federal de los Estados Unidos durante la Guerra Civil.” Sarmiento interpretaba estos actos, -la
imposición del estado de sitio y la ley marcial, la suspensión del habeas corpus-, como
fundamentados en “el principio de que las libertades individuales y las de Estado ceden, en casos
de insurrección, a la suprema necesidad de salvar la integridad amenazada del territorio, o esa
misma constitución a cuya sombra quieren acogerse los que intenten derribarla.” A continuación,
aconsejaba al Ministro reconocer esa necesidad y considerar un programa similar para su país,
sacudido por las rebeliones provinciales de 1866-67. 2
Más tarde en ese mismo año, esta vez en París, mientras visitaba la Exposition
Universelle, Sarmiento se entrevistó con el político liberal francés Édouard Laboulaye, con quien
mantendría luego una extendida y amistosa relación epistolar que duraría casi dos décadas.
Laboulaye era, como veremos, un ferviente defensor en Francia de la causa de la Unión durante
la Guerra Civil y la Reconstrucción en los Estados Unidos (y el inspirador y promotor de la
construcción de la Estatua de la Libertad, donada por el gobierno francés), y sus escritos y
discursos tendrían con el tiempo una marcada influencia en América Latina. Según Sarmiento, a
lo largo de varios encuentros y durante muchas horas, ambos habían encontrado muchos puntos
de acuerdo, tanto respecto al papel de modelo que las instituciones norteamericanas tenían para
el pensamiento constitucional moderno, como en torno a la estrecha relación entre “las
1 Taller de Historia Global, Programa de Posgrado en Historia del Departamento de Humanidades, Universidad de
San Andrés, 9 de noviembre de 2018.
2 Domingo Faustino Sarmiento, “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales”. Nota desde N. York
al Ministro de Relaciones Exteriores, 22 de marzo de 1867, en Obras Completas (Buenos Aires, 1900), vol. XXXIII,
pp. 18-24.
2
instituciones republicanas y la educación popular”, un punto que surgía de la común admiración
que ambos tenían por la figura de Horace Mann, el educador de Massachusetts, a quien ambos
dedicaron esbozos biográficos. Al año siguiente, cuando Sarmiento fue elegido Presidente de la
Argentina, Laboulaye enumeró en un artículo periodístico los libros del argentino sobre Lincoln
y sobre las escuelas en los Estados Unidos como evidencia del conocimiento que Sarmiento tenía
de las instituciones norteamericanas.3
Durante su estadía parisina Sarmiento procedió a entrevistar también a Matías Romero, el
representante diplomático en Washington, para discutir la nueva situación política creada por el
derrocamiento y posterior ejecución del emperador Maximiliano, el punto final de los planes de
Napoleón III en América Latina, y la restauración de la república en México. Como quedó
registrado en la correspondencia entre ellos, entre mayo y agosto de 1867, Sarmiento felicitaba a
Romero por los triunfos militares de Benito Juárez (“Méjico ha conquistado su lugar entre las
naciones”), le ofrecía su solidaridad ante el duro tratamiento que la prensa francesa había
propinado a Méjico tras la ejecución de Maximiliano (“¡cuán indigna se mostró en sus desahogos
la prensa francesa!”), y expresó sus deseos por el éxito de la causa común, que involucraba desde
la “desespañolización” cultural hasta la consolidación de una nueva forma de republicanismo que
contribuyera a la estabilización política de los dos países (“Méjico y mi propio país se hallan en
idéntica situación: de terminar la guerra civil y proceder por nuevas vías a extinguir sus teas.”) A
su vez, Romero confió en Sarmiento como colaborador en la causa de Méjico en Francia, y
Sarmiento prontamente le informó de sus conversaciones con Adolphe Thiers, en las que, dijo,
había avanzado con todos los argumentos que Romero había planteado en forma privada al
sanjuanino. Finalmente, Sarmiento no dejaba de señalar a Romero que en sus conversaciones con
Laboulaye ambos habían expresado la posible influencia que las ideas del francés podían llegar a
tener bajo el nuevo gobierno republicano en Méjico.4
3 El relato de Sarmiento sobre el encuentro de 1867 en París con Laboulaye, en Domingo Faustino Sarmiento, “El
norteamericanismo republicano”, “Cuestiones de Actualidad. La Tribuna, abril 23 y siguientes”, 1875, Obras
Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. Para la correspondencia previa entre ellos, véanse vols. XIX, pp. 225-226;
XXIX, p. 184; XXX, pp. 7, 368-369; and XXXVII, pp. 322-327. Las cartas originales se encuentran en el Museo
Histórico Sarmiento, Buenos Aires.
4 “Asuntos de Méjico. Cartas a Matías Romero”, Obras Completas de Domingo F. Sarmiento, vol. XXXIV, pp. 265-
269. Para la influencia de Laboulaye en los debates constitucionales mejicanos de la década de 1870, Charles Hale,
The Transformation of Liberalism, pp. 81-82, 94.
3
Tanto la Reconstrucción en los Estados Unidos como el derrocamiento de Maximiliano
en Méjico dejaron su huella también en el pensamiento del por entonces rival intelectual de
Sarmiento, Juan Bautista Alberdi. Exiliado en Europa y prácticamente en un ostracismo forzado
por el triunfo de la facción liberal porteña guiada por Mitre y Sarmiento, Alberdi, -siempre
escéptico de las posibilidades de una adopción ingenua de las instituciones norteamericanas a la
realidad argentina-, había producido en esos años un manuscrito (publicado sólo eventualmente
en sus escritos póstumos) en el que consideraba la posibilidad de generar una nueva forma de
gobierno para las nuevas naciones hispanoamericanas, “un gobierno a la europea”. Monárquico
en espíritu, sino en sus formas, tenía como características principales “la centralización, la
consistencias; la unidad de que los gobiernos a la europea derivan la fuerza.” Alberdi
consideraba ese modelo “más aclimatable en Sudamérica que el gobierno a la Norte-Americana,
copiado en Méjico y Buenos Aires.” Sin embargo, para 1867, había terminado agregando un post
scriptum en el que matizaba considerablemente su formulación original: “los sucesos en los
Estados Unidos, México, Chile, Perú, y Brasil” lo habían llevado a reconsiderar sus perspectivas
y a reconocer que el espíritu republicano no podía ser debilitado en ninguna experiencia futura.5
Estos tres episodios son sólo una muestra de un importante rasgo de ese período
fundacional del liberalismo republicano argentino de mediados del siglo diecinueve: su clara
inscripción en lo que se ha llamado la “Crisis Atlántica” de la década de l860, un complejo
proceso internacional de transformaciones políticas que incluyó “múltiples guerras civiles,
invasiones europeas, rebeliones separatistas pero también procesos de unificación nacional y
luchas independentistas, levantamientos y emancipaciones de esclavos”, que tendría el
significado profundo de poner a prueba el destino de los experimentos republicanos en el nuevo
mundo. La Guerra Civil de los Estados Unidos fue probablemente el evento más importante de
todo ese proceso, y las marcas que la presidencia de Abraham Lincoln dejó en el mismo, fueron
tal vez el legado más relevante para la evolución del régimen republicano en el mundo.6
5 Juan Bautista Alberdi, Del gobierno en Sud América según las miras de su revolución fundamental, in Escritos
Póstumos de Juan Bautista Alberdi (Buenos Aires: Imprenta Europea, 1896), vol. IV, pp. 653-654.
6 Don H. Doyle, “Introduction. The Atlantic World and the Crisis of the 1860s”, en Don H. Doyle, editor, American
Civil Wars. The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the 1860s (Chapel Hill: The University of
North Carolina Press, 2017), pp. 1-10.
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Como sabemos, las elites políticas latinoamericanas siguieron la consolidación de las
instituciones norteamericanas y sus sucesivas transformaciones con profundo interés,
prácticamente desde el momento de las independencias. Los letrados hispanoamericanos
tradujeron y divulgaron obras clásicas del constitucionalismo norteamericano desde los primeros
años del siglo diecinueve. Entre 1820 y 1850, Filadelfia y Nueva Orleans, con sus imprentas y
sus redes comerciales con los puertos latinoamericanos operaron como centros de difusión de las
ideas liberales y republicanas en sus distintas variantes, a través de las labores de exiliados de
toda América Latina, como Fray Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Vidaurre, Vicente
Rocafuerte y Félix Varela. Algunos exiliados llegados del Río de la Plata contribuyeron también
tanto a la temprana adopción simbólica en Buenos Aires de la figura de “el gran Washington”
como a la aparición de los primeros debates locales en torno a las distintas concepciones del
federalismo, tema que jugaría un papel central en los clivajes políticos de las décadas siguientes.7
Ese proceso de circulación transnacional de ideas ha sido estudiado por la historiografía reciente
como una pieza clave en la construcción de un sentimiento “americanista” a lo largo de todo el
continente, al que se veía como inmerso en una lucha común, y en la conformación de una
“pedagogía republicana” y un nuevo vocabulario con el cual fundamentar las nuevas
instituciones y prácticas políticas.8
En las décadas de 1860 y 1870 se produjo en la Argentina un renacer de ese espíritu de
identificación con las instituciones norteamericanas, presente desde comienzos del siglo
diecinueve. El contexto de la “Crisis Atlántica” ofreció varios hitos significativos para el Río de
la Plata, -la unificación italiana y el papel en ella de los triunfos de Garibaldi, por ejemplo, que
7 Rafael Rojas, Las repúblicas del aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, (Buenos Aires:
Norma, 2010), cap. II; Gabriel Di Meglio, “Un brindis por ‘el gran Washington’. Miradas sobre los Estados Unidos
en el Río de la Plata, 1810-1935”, Co-herencia. Revista de Humanidades. Universidad EAFIT, julio-diciembre
2016, pp. 61-88.
8 Algunos trabajos recientes que se enfocan en esos lazos entre los Estados Unidos y ls nuevas naciones
hispanoamericanas son Thomas Bender, A Nation among Nations. America’s Place in World History (New York:
Hill and Wang, 2006); Caitlin Fitz, Our Sister Republics. The United States in an Age of American Revolutions
(New York: W.W. Norton, 2016); Steven Hahn, A Nation Without Borders. The United States and Its World in an
Age of Civil Wars, 1830-1910 (New York: Viking, 2016); Jay Sexton, The Monroe Doctrine. Empire and Nation in
Nineteenth-Century America (New York: Hill and Wang, 2011). Una interpretación de las causas de la declinación
en los Estados Unidos de esa perspectiva de un futuro común para las Américas en Greg Grandin, “The Liberal
Traditions in the Americas: Rights, Sovereignty, and the Origins of Liberal Multilateralism”, American Historical
Review, 2012, 117, 1, pp. 68-91.
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dada sus incursiones anteriores en la región tenían una especial atractivo; o la restauración de la
república liderada por Benito Juárez en Méjico, que podía ser vista como una señal inequívoca
de la derrota definitiva del imperialismo europeo en América Latina.9 Pero sin dudas el triunfo
de Lincoln y la Unión sobre los estados esclavistas del Sur representó en todo el mundo la
reivindicación más contundente del gobierno popular sobre las fuerzas arcaicas de las sociedades
aristocráticas tradicionales. Estudios recientes han explorado en gran detalle las formas en las
que las ramificaciones internacionales de la Guerra de Secesión generaron procesos de
reorientación militar, política, económica y social en todo el mundo, abriendo la posibilidad de
interpretar el conflicto no sólo como la culminación del proceso de unificación nacional en los
Estados Unidos sino también como un capítulo trascendental en la consolidación de los
experimentos republicanos en distintas partes del globo.10
Sumada a esa enorme significación simbólica, la Guerra dejó importantes lecciones en
términos del diseño institucional para esos experimentos republicanos, que condujeron a una
nueva conceptualización entre las dirigencias políticas, hombres de estado, intelectuales, y la
prensa periódica de algunos de los temas más problemáticos en las agendas de ese período, tales
como el equilibrio entre los gobiernos centrales y los poderes locales, entre los distintos poderes
del estado, y en términos más generales entre el orden y la libertad en una república.11
En ese
9 Don H. Doyle, ‘The Cause of All Nations.’ An International History of the American Civil War (New York: Basic
Books, 2015) introduction, “American Crisis, Global Struggle”, pp. 7-8. Erika Pani, “Juárez vs. Maximiliano:
Mexico’s Experiment with Monarchy”, en Doyle, ed., American Civil Wars, pp. 167-184; Michael Gobat, “The
Invention of Latin America: A Transnational History of Anti-Imperialism, Democracy, and Race” American
Historical Review, December 2013, pp. 1345-1375.
10 Don H. Doyle, editor, American Civil Wars. The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the
1860s (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2017); Doyle, ‘The Cause of All Nations.’ An
International History of the American Civil War; Jörg Nagler, Don H. Doyle, and Marcus Gräser, editors, The
Transnational Significance of the American Civil War (Palgrave Macmillan, 2016); Axel Körner, Nicola Miller, and
Adam I.P. Smith, America Imagined. Explaining the United States in Nineteenth-Century Europe and Latin America
(Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2012).
11 Thomas Bender, A Nation among Nations. America’s place in world history (New York: Hill and Wang, 2006), p.
122; Kate Ferris, “A Model Republic”, in Körner et al, eds., America Imagined, pp. 51-79. Para distintos casos de
discusión, adaptación y/o adopción de modelos institucionales norteamericanos en la Argentina del siglo diecinueve,
Jonathan Miller, “The Authority of a Foreign Talisman: A Study of US Constitutional Practice as Authority in
Nineteenth Century Argentina and the Argentine Elite’s Leap of Faith’, The American University Law Review 46,
(1997), pp. 1484–572; Eduardo Zimmermann, “Translations of the “American Model” in Nineteenth Century
Argentina: Constitutional Culture as Global Legal Entanglement”, en Thomas Duve, ed., Entanglements in Legal
History: Conceptual Approaches, Global Perspectives on Legal History, I, (Frankfurt: Max Planck Institute for
European Legal History, 2014); Laura Cucchi & Ana L. Romero, “Tensions between congress and the executive in
nineteenth-century Argentina: federal intervention and separation of powers”, Parliaments, Estates &
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sentido es que utilizo la expresión de un “momento Lincoln” en el desarrollo del pensamiento
republicano occidental a mediados del siglo diecinueve.12
El “momento Lincoln” I: la unificación nacional
La actuación del Presidente Lincoln durante la Guerra Civil puso en debate algunas de las
preguntas más acuciantes para el republicanismo del siglo diecinueve: ¿cómo podían conciliarse
las soberanías estaduales (o provinciales) con el poder del gobierno nacional; la autoridad del
poder ejecutivo con las prerrogativas de los cuerpos legislativos; los derechos individuales y sus
garantías con las necesidades de garantizar el orden y la seguridad en situaciones de excepción?
En todas esas cuestiones, se plantearon profundos debates en torno a la legitimidad
constitucional de las decisiones del presidente Lincoln, pero en el largo plazo, quedó claro que
sus decisiones, vindicadas por el eventual triunfo en la Guerra, consagraron una serie de
respuestas a esos interrogantes que marcarían la evolución del pensamiento liberal republicano
en todo el mundo.13
En esta sección se analizará el impacto del primero de esos interrogantes.
En la Argentina de mediados de siglo, las cuestiones en torno a diferentes concepciones
del federalismo, el asiento de la soberanía, los orígenes de la nación, y finalmente la legitimidad
del gobierno nacional para garantizar por la fuerza la unidad territorial, estaban todavía lejos de
ser resueltas. La facción liberal porteña encabezada por Mitre y Sarmiento había considerado
siempre al ideal de la unificación nacional como parte de su proyecto, y estaba dispuesta a
llevarlo adelante combatiendo lo que veían era una amenaza de “seccionalismo” planteada por
los caudillos provinciales, incluyendo a la facción autonomista de Buenos Aires, y esto
demandaba una nueva conceptualización de la idea de “soberanías provinciales”. En cierto
modo, ese proceso reproducía muchas de las cuestiones que en torno a los state rights se venían
planteando en los Estados Unidos, y tal como había ocurrido allí, un elemento importante en esos
debates era el fortalecimiento en la creencia en la preexistencia de la nación argentina como una
Representation, vol. 37, no. 2, 2017, pp. 193–205, https://doi.org/10.1080/02606755.2017.1333773; El «modelo»
norteamericano en la reglamentación de las intervenciones federales en la Argentina decimonónica. Debates en el
Congreso Nacional (1869 y 1894)”, Anuario de Estudios Americanos, 74, 2, julio-diciembre, 2017, pp. 615-642.
12 Con las disculpas del caso por el descaro en aludir a los brillantes estudios de Pocock sobre “el momento
maquiaveliano” y de Rosanvallon sobre “el momento Guizot”.
13 Daniel Farber, Lincoln’s Constitution (Chicago: The University of Chicago Press, 2003), introduction.
7
unidad, originándose en la independencia, o en los antecedentes coloniales, y no como el
resultado de un pacto entre las provincias. Si bien la reforma constitucional de 1860 había sido
usada por la facción liberal porteña como una oportunidad para introducir algunos rasgos
descentralizadores en la versión del federalismo que el texto de 1853 había consagrado, de modo
de realzar la posición de Buenos Aires frente a la Confederación, una vez producida la
unificación, gradualmente fue creciendo el consenso en torno a esa narrativa “unificadora” de la
historia política y constitucional del país.14
Algo similar había producido el Presidente Lincoln en los Estados Unidos. Su
interpretación de la precedencia de la Unión se había basado en sus lecturas de interpretaciones
anteriores sobre el tema, como las de Daniel Webster y Joseph Story, para quienes la
Declaración de la Independencia, no la Constitución de 1787, era el verdadero documento
fundacional de los Estados Unidos. En sus Commentaries, Story había afirmado que la
Declaración de la Independencia “no había sido un acto producido por los gobiernos estaduales
entonces organizados, ni por personas por ellos elegidos. Había sido, enfáticamente, un acto de
todo el pueblo de las colonias unidas… Desde el momento de la Declaración, sino incluso desde
un momento anterior, las colonias unidas deben ser consideradas una nación de facto…” Lincoln
hizo suya esta interpretación, declarando “la Unión es anterior a los estados; y, de hecho, es
creadora de los mismos en cuanto estados.” Fue esta la base de su decisión para forzar el respeto
a esa unión por medio de la fuerza, rechazando los argumentos de los estados sureños sobre la
retención de la facultad de separarse. En estos últimos, una interpretación opuesta había sido
14
Botana, La Tradición Republicana; Tulio Halperin Donghi, “Una nación para el desierto argentino”; José Carlos
Chiaramonte, «Formas de identidad en el Río de la Plataluego de 1810», Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana «Dr. E. Ravignani», 3ªserie, nº 1, 1er. semestre de 1989; «El mito de los orígenes en la historiografía
argentina», Cuadernos del Instituto Ravignani, nº 2, 1991; José Carlos Chiaramonte y Pablo Buchbinder,
«Provincias,caudillos, nación y la historiografía constitucionalista argentina, 1853-1930», Anuario del IHES,Tandil,
nº VII, 1992; Pablo Buchbinder, «Emilio Ravignani: La historia, la nación y las provincias», en Fernando Devoto
(comp.), La historiografía argentina en el siglo XX (I), Buenos Aires, CEAL, 1993; Michael Riekenberg, «El
concepto de la nación en la región del Plata (1810-1831)», Entrepasados.nº 4-5, 1993; y los trabajos de
Chiaramonte, Natalio Botana y Germán Bidart Campos sobre el federalismo argentino en Marcello Carmagnani
(coord.), Federalismos latinoamericanos: México/Brasil/ Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1993;
Eduardo Míguez, Bartolomé Mitre. Entre la nación y la historia (Buenos Aires: Edhasa, 2018), cap. 2, “Liberalismo
y nación”; Alejandro Agüero, “Autonomía por soberanía provincial. Historia de un desplazamiento conceptual en el
federalismo argentino (1860-1930)”, Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, 43, 2014,
pp. 341-392; Eduardo Zimmermann. “Soberanía nacional y soberanías provinciales ante la Corte Suprema de
Justicia. Argentina, siglo XIX”, Estudios Sociales 48, 2015.
8
desarrollada por publicistas como John Calhoun, para quien la Constitución era la creación de los
estados en un acto de ejercicio de su soberanía, lo que los facultaba a anular actos de las
autoridades federales creadas por esa Constitución si así parecía necesario.15
Ya en sus Comentarios a la Constitución argentina, Sarmiento había adoptado esa
perspectiva, consagrando a “Joseph Story y sus doctrinas” como la guía más adecuada para
interpretar el texto argentino.16
Muchos buscaron entonces reafirmar ese punto de vista
unificador, para demostrar que incluso antes de la sanción de la Constitución, la Argentina era ya
una nación, y no una liga confederal de provincias cuasi-soberanas. Tomemos dos ejemplos,
producido en 1866 y 1872. En el primero, José María Cantilo produce en un breve texto de
instrucción cívica para las escuelas secundarias, un ejercicio de preguntas y respuestas al
respecto:
“P. ¿Deberemos considerar [a la Constitución] como un simple pacto, liga o confederación, que
exista por la voluntad de una o más provincias en su capacidad política, y a merced de su libre
arbitrio? R. No. La Constitución ha sido formada por los representantes del pueblo de la Nación,
y en seguida adoptada y jurada por él mismo; es obligatoria para todas las provincias, mientras no
sea alterada, enmendada o abolida por el pueblo en la manera que ha determinado en ella. P.
¿Antes de darse el pueblo la Constitución existía la unión nacional? R. La unión nacional ha
existido desde la emancipación política de la República.”17
En el segundo, Clodomiro Quiroga, un estrecho colaborador del Presidente Sarmiento, publicaba
en otro texto de instrucción cívica para ser distribuido en escuelas y universidades una
explicación más detallada de los debates en torno al mismo punto en los Estados Unidos, y su
relevancia para la situación argentina:
15
Joseph Story, Commentaries on the Constitution of the United States, bk. II, ch. 1, citado en Garry Wills, Lincoln
at Gettysburg. The Words That Remade America (New York: Simon & Schuster, 1992), pp. 123-133; Farber,
Lincoln’s Constitution, pp. 30-31; Ross M. Lence, ed., Union and Liberty. The Political Philosophy of John C.
Calhoun (Indianapolis: Liberty Fund, 1992); Herman Belz, ed., The Webster-Hayne Debate on the Nature of the
Union. Selected Documents (Indianoapolis: Liberty Fund, 2000).
16 D. F. Sarmiento, Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina (Santiago de Chile: Imprenta de
Julio Belín, 1853), p. v. Analicé el proceso de traducciones de doctrina constitucional norteamericana en la
Argentina de mediados del siglo diecinueve en Zimmermann, “Translations of the ‘American Model’, y “Soberanía
nacional y soberanías provinciales”.
17 José María Cantilo, La Constitución Arjentina esplicada sencillamente para la instrucción de la juventud. Con la
Acta de Independencia y el Himno Nacional, Buenos Aires, 1866, pp. 5-6.
9
Allá por los años de 1830 a 1834 se agitaron las doctrinas de “Nulificación”, o sea el derecho de
los Estados para anular y resistir cualquier ley de los Estados Unidos a fin de ponerla en armonía
con la Nación. Estas fueron las opiniones del Sur, cuya juventud ardiente abrazó, como cosa
natural, la teoría consagrada por las resoluciones de Virginia y de Kentucky, y la tentadora
escuela de Calhoun, o sea de los “Derechos de Estado”. Pero el autor más conspicuo de estas
resoluciones y sin duda el arquitecto en jefe de la Constitución, Mr. Madison, decía que
“nulificación y separación” tenían el mismo origen emponzoñado…. La misma lucha, el mismo
antagonismo de aquel tiempo se renovó con motivo de la esclavitud; y la escuela de los
“Derechos de Estado” quedó definitivamente vencida. (…)
Soy de los que sostienen que la Constitución ha creado un gobierno y no una mera agencia o
pacto; una unión perdurable y no una liga disoluble al arbitrio de cualquier Provincia; un
gobierno con poderes limitados sin duda, pero con todos los necesarios para proteger, defender y
perpetuar la Nación. Con tales convicciones, en cuanto al principio y a la conveniencia pública,
no es posible mirar los conatos de separación y aislamiento provincial sino como una revolución,
como una resistencia a la autoridad legítima, sin justificación aparente.
Durante el período de la Reconstrucción] la necesidad fue una razón suprema para ejercer de
todos modos el poder. En el esfuerzo para sofocar la rebelión, el poder militar se ejerció en
términos que no se concibe mayor centralización; y todo obstáculo que se opuso, se removió sin
ceremonia. (…) Y así quedó establecido que el poder nacional de reprimir y quebrar la rebelión, y
la obligación de garantir la forma republicana, traen aparejado el derecho de no reconocer
gobierno alguno de Estado como legal, sino a los que estén en armonía con la Nación.18
Esta era precisamente la visión que Sarmiento iba a desplegar en su política frente a las
rebeliones provinciales de esos años. La precedencia de la soberanía nacional volvía inaceptable
las demandas de mayor independencia que podían traer aparejadas los levantamientos de los
caudillos provinciales, y justificaba la utilización de mecanismos de excepción para suprimirlos.
Esto había quedado para Sarmiento patentemente ilustrado con la experiencia de Lincoln en los
Estados Unidos, y ese precedente daría forma no sólo a la manera en la que serían ahora
interpretadas las relaciones entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales, sino también
a la manera en la que se consideraría el equilibrio entre el poder ejecutivo y el poder legislativo
a la hora de debatir y sancionar la aplicación de esos mecanismos de emergencia.19
Tal como ha
18
Clodomiro Quiroga, Manual del Ciudadano. Testo sobre el Gobierno. Cuidadosamente anotado con numerosas
definiciones y citas explicativas de la Constitución, tomadas de Jueces y Estadistas Americanos, Europeos y
Argentinos, y de otras autoridades respetables, Buenos Aires, 1872; and Manual del ciudadano, texto abreviado
para el uso de las escuelas, Buenos Aires, 1873. Para el tratamiento ante la Corte Suprema de conflictos
jurisdiccionales que involucraban esas diferentes visiones sobre la soberanía nacional y las provincias,
Zimmermann, “Soberanía nacional y soberanías provinciales”.
19 Laura Cucchi & Ana L. Romero, “Tensions between congress and the executive in nineteenth-century Argentina:
federal intervention and separation of powers”, Parliaments, Estates & Representation, vol. 37, no. 2, 2017, pp.
193–205, https://doi.org/10.1080/02606755.2017.1333773; “El «modelo» norteamericano en la reglamentación de
las intervenciones federales en la Argentina decimonónica. Debates en el Congreso Nacional (1869 y 1894)”,
10
sido señalado por Nicola Miller, una de las imágenes de Lincoln que con más fuerza circuló por
toda América Latina fue la del “constructor de la nación” (“Lincoln as Nation-Builder”). Lo que
le daba a esa imagen parte de su atractivo era que enfatizaba la capacidad y la voluntad de
preservar la república, las instituciones liberales y la unidad nacional a través de medidas
extraordinarias como la suspensión del habeas corpus y la imposición de la ley marcial, incluso a
veces al borde de la inconstitucionalidad. Los presidentes Mitre y Sarmiento, enfrentando
conflictos externos, como la Guerra del Paraguay, e internos, como los levantamientos de los
caudillos provinciales, se sintieron reivindicados por ese precedente.20
El “momento Lincoln” II: “el prestigio moral” de la autoridad del Ejecutivo
En 1876, Sarmiento, ahora miembro de la Comisión de Negocios Constitucionales del
Senado, rechazaba enérgicamente un proyecto de ley que introducía límites a las facultades del
Ejecutivo para imponer el estado de sitio. Ese intento de limitar esas facultades, que Sarmiento
equiparaba a “desnudar al Presidente de la República”, centradas en el potencial peligro que el
Ejecutivo abusara de sus poderes, y en la demanda de mayor control parlamentario, estaban
basadas en un serio error: debilitaban la fuerza moral del ejecutivo, y por lo tanto de la noción de
autoridad, y dejaban preparado el terreno para nuevos levantamientos:
Estas leyes que vienen sospechando el mal de antemano traen una funesta consecuencia, y es
quitarle a la fuerza el prestigio moral de que debe estar revestida. Dictemos esta ley, y veremos
cómo se preparan los revolucionarios y las revoluciones, para hoy, para mañana o para de aquí a
veinte años, porque nuestra generosidad va muy lejos… No, señor: no es así como se gobiernan
los Estados.21
Este punto de vista, que ponía en debate un problema clásico de la teoría política del liberalismo,
como era el de la tensión entre la simultánea construcción y limitación de la autoridad,
combinaba no sólo el precedente dado por Lincoln en los Estados Unidos, sino también la más
Anuario de Estudios Americanos, 74, 2, julio-diciembre, 2017, pp. 615-642; Marcela Ternavasio, “La fortaleza del
Poder Ejecutivo en debate: una reflexión sobre el siglo XIX argentino”, Rev. Hist., N° 24, vol. 2, julio-diciembre
2017: 5 – 41; Cucchi, Romero, & Polastrelli, “Construir y limitar el poder en la república durante el siglo XIX”, ms.
20 Nicola Miller, “‘That Great and Gentle Soul’: Images of Lincoln in Latin America”, en Richard Carwardine and
Jay Sexton, The Global Lincoln (Oxford: Oxford University Press, 2011), pp. 206-222.
21Sarmiento, “El estado de sitio” (sesión del Senado del 11 de julio de 1876), Obras Completas, vol. XX (Debates
parlamentarios), pp. 96, 101.
11
reciente experiencia francesa de la Tercera República. En la correspondencia de esos años entre
Sarmiento y Édouard Laboulaye puede detectarse esa combinación entre lo que Sarmiento
llamaría “el norteamericanismo republicano”, la evolución política francesa leída por Laboulaye,
y el contexto local sacudido por los levantamientos provinciales de 1863, 1866-67, 1870, y el
alzamiento mitrista de 1874 contra el Presidente Avellaneda.
Laboulaye, quien ya en 1849 había incluido en su curso de legislación comparada en el
Collège de France una lección sobre la constitución norteamericana y la utilidad de su estudio
para la política francesa, se había convertido en la década de 1860, cuando Sarmiento lo conoció,
en el más enérgico defensor de la causa de la Unión.22
Por un lado, Laboulaye intentaba frenar
las simpatías por la Confederación que muchos tenían en la Francia del Segundo Imperio; por
otro, sus trabajos apuntaron a dirimir cuestiones constitucionales y de diseño institucional que
tenían gran vigencia en Francia. Como un genuino heredero de Constant y de Tocqueville, ha
apuntado Lucien Jaume, Laboulaye fue el mejor intérprete de una nueva síntesis del
republicanismo liberal y de los arreglos institucionales que veía como los más adecuados para
ese régimen. El modelo de estado norteamericano que surgió tras la Guerra Civil, y en particular
el uso de los poderes presidenciales de parte de Lincoln durante la Guerra, inspiraron a
Laboulaye y otros liberales franceses del período en su oposición al régimen de Napoleón III.
Para ellos, Lincoln ofrecía, al igual que para algunas elites políticas latinoamericanas, una
fórmula invalorable: la preservación de los rasgos básicos de un gobierno liberal reconciliado
con la utilización de fuertes dosis de autoridad ejecutiva y el uso de poderes de emergencia en
22
En 1862 Laboulaye publicó Les États-Unis et la France, en el que incluía una dura crítica a los intentos de los
estados de la Confederación por obtener el reconocimiento y el apoyo del gobierno francés. Al año siguiente, su
novela Paris en Amérique, (publicada bajo el seudónimo René Lefebvre, sería luego traducida al español por
Domingo Sarmiento hijo) se convirtió en un enorme éxito editorial, vendiendo más de doce mil copias ese año y
alcanzando treinta y cuatro ediciones en francés solamente. Cf. De la constitution américaine et de l'utilité de son
étude: discours prononcé, le 4 décembre 1849, à l'ouverture du cours de législation comparée (París: Hennuyer,
1850); Édouard Laboulaye, Les États-Unis et la France (París: E. Dentu, 1862); René Lefebvre, Paris en Amérique
(París: Charpentier, 1863). Todos estos títulos pueden encontrarse en gallica.bnf.fr. Sobre la vida de Laboulaye y
una bibliografía más completa véase Doyle, The Cause of all Nations, pp. 141-142; Marc Kirsch, « A portrait of
Édouard Laboulaye », La lettre du Collège de France, 4 | 2008-2009, URL : http://lettre-cdf.revues.org/783; Simone
Goyard-Fabre, “Édouard Laboulaye, légataire de Montesquieu : la «République constitutionnelle»”, Dix-huitième
Siècle, n°21, 1989, pp. 135-147; y especialmente, Walter D. Gray, Interpreting American Democracy in France. The
Career of Êdouard Laboulaye, 1811-1883 (Newark: University of Delaware Press, 1994).
12
circunstancias extraordinarias, permitiendo así una crítica tanto del régimen bonapartista como
de la tradición republicana revolucionaria francesa.23
Desde esa perspectiva, se ha dicho, “el estado (norte) americano del siglo diecinueve
parecía proveer uno de los modelos más potentes para pensar el estado de excepción en un
contexto liberal democrático.”24
¿En qué habían consistido más específicamente esas
innovaciones que operarían como modelo para muchos? Durante la Guerra Civil, y a pesar de la
imagen del “tirano Lincoln” que muchos opositores pintaron, el presidente norteamericano se
había comportado como un líder democrático, si bien dispuesto a operar frecuentemente sin
respaldo legislativo, aprovechando las deficiencias o lagunas en torno a la definición de los
límites de la autoridad presidencial en el texto constitucional y la jurisprudencia norteamericana.
Envió tropas a situaciones de combate sin aprobación del Congreso, suspendió el habeas corpus
y permitió el arresto de civiles por autoridades militares, estableció en algunos casos
restricciones severas a la libre expresión, y en otros sancionó medidas que iban explícitamente en
contra de decisiones del Congreso o de autoridades judiciales. Muchos de estos actos fueron
luego disputados en sede judicial (notablemente en los fallos “ex parte Merryman” y “Milligan”
de la Corte Suprema de los Estados Unidos); otros fueron ratificados ex post facto por el
Congreso, y en general, se ha sostenido que muchos de los actos de dudosa legalidad “no eran el
resultado de una mayor centralización y fortaleza del gobierno, sino más bien de su debilidad y
su accionar descentralizado.”25
En todo caso, fuera de los Estados Unidos esos actos fueron interpretados como señales
de la voluntad del gobierno de moverse más allá de los límites estrictos de la ley para proteger la
23
Lucien Jaume, “Tocqueville et le problème du pouvoir exécutif en 1848”, Revue française de science politique,
41e année, n°6, 1991, p. 753; Stephen W. Sawyer, “An American Model for French Liberalism: The State of
Exception in Édouard Laboulaye’s Constitutional Thought”, The Journal of Modern History 85 (December 2013), p.
744; Gray, Interpreting American Democracy in France, pp. 36-37.
24 Stephen W. Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth: Rethinking the Model of the American State”, en James T.
Sparrow, William J. Novak, y Stephen W. Sawyer, editors, Boundaries of the State in U.S. History (Chicago: The
University of Chicago Press, 2015), pp. 57-78; véase también Michael Vorenberg, “Liberté, Egalité, and Lincoln:
French Readings of an American President”, en Richard Carwardine y Jay Sexton, eds., The Global Lincoln
(Oxford: Oxford University Press, 2011), pp. 95-105.
25 Farber, Lincoln’s Constitution, p.145.
13
unión nacional y la Constitución, y fue eso lo que hizo de Lincoln un símbolo, la encarnación de
una nueva manera de pensar el gobierno democrático en situaciones de excepción, que probó ser
particularmente relevante para los contextos latinoamericanos del siglo diecinueve.26
En su biografía de Lincoln, Sarmiento había destacado el papel que la suspensión del habeas
corpus y la imposición de la ley marcial habían tenido en el triunfo de la Unión, y no se había
privado de señalar las similitudes con la situación argentina. Como en otras ocasiones,
Sarmiento sugería, en forma no demasiado velada, los puntos de contacto entre la trayectoria del
biografiado y lo que demandaba la situación argentina:
¿Qué diríamos de él como hombre de estado? Sólo que encontró el edificio del Gobierno
dilacerado desde los capiteles a la base, y que en cuatro años de lucha lo dejó firme y seguro,
como el mundo entero no lo había imaginado posible… Vio el fin adonde él y la nación habían de
llegar. Su misión como Presidente, era según tantas veces lo repitió, salvar la Unión, y la Unión
fue salvada.27
En los primeros años de la presidencia de Sarmiento se publicaron dos traducciones locales de
dos textos norteamericanos fundamentales para comprender los poderes de guerra del presidente
Lincoln: la traducción de Luis. V. Varela de Poderes Ejecutivos del Gobierno de los Estados
Unidos (que era en realidad la sección pertinente del tratado de John Pomeroy, An Introduction
to the Constitutional Law of the United States); y la traducción de Adolfo Rawson de la obra de
William Whiting, Poderes de Guerra del Presidente bajo la Constitución de los Estados Unidos.
No parece haber habido, en cambio, una traducción del influyente Código Lieber, las
“Instrucciones del Gobierno para los Ejércitos de los Estados Unidos en el campo de batalla, u
Orden General Nro. 100”, que ordenó las reglas que debían guiar la conducta de las fuerzas
militares durante la Guerra, incluyendo la imposición de la ley marcial, la jurisdicción militar, y
el tratamiento de prisioneros de guerra.28
26
El problema del diseño adecuado de mecanismos institucionales para la utilización de poderes de emergencia ha
sido estudiado como un problema clave en el desarrollo político latinoamericano por José Antonio Aguilar Rivera y
Gabriel Negretto. Gabriel L. Negretto y José Antonio Aguilar Rivera, “Liberalism and Emergency Powers in Latin
America: Reflections on Carl Schmitt and the Theory of Constitutional Dictatorship”, Cardozo Law Review 21,
1797, May 2000.
27 Sarmiento, Vida de Lincoln, Obras Completas, vol. XXVII, p. 293.
28 Poderes Ejecutivos del Gobierno de los Estados Unidos. Capítulo estractado de la obra An Introduction to the
Constitutional Law of the United States por John Norton Pomeroy. Traducción de L.V.V. (Buenos Aires: Imprenta
de Tipos a Vapor, 1869); William Whiting, Poderes de Guerra del Presidente bajo la Constitución de los Estados
Unidos. Traducido de la 10ma edición por Adolfo Rawson (Buenos Aires: Imprenta Argentina, 1869). Sobre la
14
En la década de 1870 el precedente sentado por Lincoln respecto a las facultades del
poder ejecutivo en momentos de excepción aumentó aún más su popularidad. En Francia, en la
primavera de 1871, el estallido de la Comuna de París se convirtió en una instancia de
revalorización del mismo. Adolphe Thiers, como cabeza del poder ejecutivo reflejó estar
perfectamente consciente de ese precedente, y hasta trazó paralelos entre la insurrección de París
y la Guerra de Secesión, y entre su papel como cabeza del ejecutivo y lo hecho por Lincoln con
sus poderes de guerra.29
Sarmiento conocía bien el papel que Thiers y Laboulaye habían jugado
en esas jornadas: “Laboulaye… ha logrado imprimir al centro izquierdo de que forma parte en la
Asamblea, su espíritu yankee, su detestación de las revoluciones, aceptando los hechos
producidos por la mayoría monarquista, organizando nuevos trabajos y asociando mayor número
de voluntades, hasta lograr al fin sin sacudimientos, sin violencia, que la República moderada, tal
como ya la proponía M. Thiers, sea la forma definitiva de gobierno de la Francia.”30
El alzamiento del General Mitre contra el Presidente Avellaneda en 1874 produjo una
nueva ola de entusiasmo en Sarmiento tanto por el modelo norteamericano como por la nueva
síntesis alcanzada en Francia con la Tercera República.31
Ya en las conferencias de 1849
Laboulaye había comparado y contrastado lo que él llamaba la “école revolutionnaire ou école
francaise” con la “école americaine”. La primera, triunfante en la revolución de 1848, era
legataria del predominio jacobino de 1793-94, y se encarnaba en ciertos mecanismos historia del Código Lieber, la codificación de los poderes de guerra de Lincoln y la evolución del pensamiento ylas
prácticas en torno a los poderes presidenciales de guerra en los Estados Unidos véase el brillante estudio de John
Fabian Witt, Lincoln’s Code. The Laws of War in American History (New York: Free Press, 2013). Sobre las
relaciones entre Francis Lieber y Édouard Laboulaye, Ernest Nys, “Francis Lieber--His Life and His Work”, The
American Journal of International Law, Vol. 5, No. 2 (Apr., 1911), pp. 355-393.
29 Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth”, pp. 69-70.
30 Sarmiento, “Cuestiones de Actualidad”, La Tribuna, abril 23 y siguientes, 1875.
31 El New York Times ofrecía a sus lectores una interpretación de la revolución mitrista que parecía seguir el punto
de vista sarmientino: “The chaotic Republic of Buenos Ayres (sic) is again in a great state of perturbation. The
process of crystallization which had a partial development under the peaceful rule of Dr. Domingo Sarmiento during
the past six years is suddenly interrupted at the very beginning of the Presidential term of his amiable successor, Dr.
Avellaneda. The elements of cohesion have never been sufficiently strong to withstand the strain of a Presidential
election.” Sin embargo, el periódico se negaba a aceptar otra de las tesis que Sarmiento reiteraría en varias
oportunidades, la de la equivalencia entre las revoluciones argentinas y la secesión de los estados sureños en los
Estados Unidos: “President Sarmiento compared the revolt to the attempt of the slave States to divide the Union; but
this is scarcely a parallel. The sectional character of our strife is altogether absent from this trouble.” The New York
Times, November 21 1874.
15
institucionales específicos, como una Asamblea unicameral con amplias facultades. La escuela
americana se apoyaba en una clara división de poderes, y una estructura de checks and balances
entre los mismos, parecía evolucionar ahora en un nuevo fortalecimiento del poder ejecutivo que
permitiera defender al republicanismo liberal frente a nuevas amenazas.
Sarmiento iba a utilizar frecuentemente esa distinción entre la “escuela francesa” y la
“escuela americana” en sus textos y discursos condenando las “doctrinas revolucionarias”
argentinas, y sería siempre explícito respecto a su acuerdo con Laboulaye, a quien veía como el
mejor representante de esa nueva síntesis del republicanismo moderno:
Quien haya leído París en América, y son todos los americanos del Sur, saben que M. Laboulaye
es el continuador del trabajo de Tocqueville, para hacer conocer a la Francia, tantas veces
descarriada en su concepción de la forma republicana de gobierno, cuales son los principios, la
práctica y jurisprudencia de los Estados Unidos, única autoridad en materia de libertad y
república… Al fin ha llegado para los republicanos de su escuela, la hora del triunfo, sobre
los incurables republicanos revolucionarios, como sobre los monarquistas (…)
¿Serán tales ideas menos felices en la República Argentina, donde las instituciones son en la letra
norteamericanas pero son traducidas a la práctica por la tradición francesa de las revoluciones,
desde los Jacobinos a la de Termidor, del Directorio al 18 Brumario…?32
En la misma línea, Sarmiento aprovechaba su correspondencia con Laboulaye como fuente de
autoridad para respaldar sus opiniones tanto en la prensa periódica como en los debates
parlamentarios. “En carta de mi digno y respetable amigo M. Laboulaye, presidente hoy del
centro izquierdo republicano”, -sostenía Sarmiento en el Congreso en 1875, discutiendo
nuevamente las tendencias revolucionarias en la Argentina y la necesidad de fortalecer la
autoridad del ejecutivo nacional para reprimirlas-, “me decía: un Congreso dividido en partidos,
agitado por pasiones diversas, estará expuesto siempre a poner trabas al Poder Ejecutivo, y
tendrá por resultado fomentar desórdenes. El rol de un Congreso no es otro que hacer leyes y el
rol de un Presidente es hacerlas cumplir por todos. Si se mezcla el Congreso en la
administración, se debilita la autoridad, y serán desconocidos, a la vez el Poder Ejecutivo y
32
Sarmiento, “Las doctrinas revolucionarias 1874-1880”, Obras Completas, vol. XXXIX; Sarmiento, “El Norte
Americanismo Republicano”, Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. En carta al presidente chileno Manuel
Montt, Sarmiento se lamentaba por la persistencia de la tradición revolucionaria “afrancesada” como rasgo de la
cultura política argentina: “Nuestra República es todavía la de Mably o la del Contrato Social. En mi trabajo asiduo
de crear el Gobierno, me encontré casi solo, pues las largas revoluciones y las pasadas tiranías han dejado hasta en
el ánimo de los viejos la levadura de los antecedentes…” Manuel Montt y Domingo F. Sarmiento. Epistolario 1833-
1888; carta a Manuel Montt del 14 de noviembre de 1874, pp. 172-173.
16
Legislativo. — El defecto de las democracias modernas es de figurarse que se puede establecer
la libertad debilitando al Poder Ejecutivo.”33
Sarmiento no dudaría en reafirmar una y otra vez que el Ejecutivo debía contar con
amplias facultades para enfrentar los levantamientos provinciales, incluyendo la imposición de la
ley marcial en las provincias sublevadas, “mientras dure la rebelión armada (…) sin que esto
altere el sistema federal ni estorbe como consecuencia asegurar la permanencia en las
instituciones.”34
La justicia federal argentina, -los llamados jueces de sección y la Corte Suprema
federal, sin embargo, frecuentemente actuaron como freno a esa interpretación expansiva de la
jurisdicción militar, defendiendo la jurisdicción ordinaria y las garantías procesales tanto a los
rebeldes arrestados como a civiles perjudicados en los movimientos.35
En última instancia, Sarmiento amplió su interpretación sobre las causas del espíritu de
rebelión que parecía no extinguirse nunca. No era solamente el producto de los choques entre
versiones enfrentadas de los límites de acción del gobierno nacional y las autonomías
provinciales; ni el legado perverso de una tradición revolucionaria jacobina enquistada en la
cultura política argentina, sino el resultado de largo plazo de la falta sistemática de educación de
las clases populares del país. Sólo una campaña sostenida en favor de la educación popular podía
revertir esa situación y sentar las bases para un orden republicano progresista. También en este
punto encontraría coincidencias y un importante aliado en Édouard Laboulaye.
El “momento Lincoln” III: la educación popular
Como sabemos, Sarmiento promovió, -tanto siendo Presidente como en su cargo de
Ministro de Educación de su sucesor en la presidencia, Nicolás Avellaneda-, un muy ambicioso y
exitoso programa de educación popular, multiplicando significativamente el número de escuelas
33
Sarmiento, “Cuestión Amnistía”, Discursos Parlamentarios, Senado, 6 de julio de 1875, Obras Completas, vol.
XIX, pp. 225-226.
34 Sarmiento, “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales” (nota desde N. York al Ministro de
Relaciones Exteriores, 22 de marzo de 1867), Obras Completas, vol. XXXIII, pp. 18-24.
35 E. Zimmermann, “En tiempos de rebelión. La justicia federal frente a los levantamientos provinciales, 1860-
1880”, in Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo orden político. Provincias y estado
nacional, 1852-1880 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010).
17
y de maestros en esos años. La educación popular produciría no sólo la transmisión de
habilidades básicas que apuntaban al perfeccionamiento del capital humano de la nación, sino
también un nuevo conjunto de virtudes requeridas para el surgimiento de una sociedad civil
moderna. También en este punto los antecedentes norteamericanos ofrecían un modelo de
superación de un legado cultural que era visto como un agente de la inestabilidad política y del
estancamiento económico del país.
Laboulaye y Sarmiento encontraron en la convicción en torno a la relación entre la
expansión de la educación popular y el republicanismo otro punto de fuertes coincidencias. En
palabras de Sarmiento, “esta circunstancia traía necesariamente un intercambio de ideas que se
relacionan, -las instituciones republicanas y la educación del pueblo, que son base y
consecuencia a la vez.” Ese cruce era para Sarmiento otro elemento importante del
“norteamericanismo republicano”.36
Por su parte, Laboulaye reconocía que Francia se
encaminaba hacia un futuro democrático, en el que las clases trabajadoras tendrían un lugar
central. En ese sentido, el partido liberal debía tomar como misión ilustrar a los ciudadanos a
través de la educación formal e informal. En lugar de resistir la fuerza de la democracia, la
sociedad francesa debía consagrarse a la educación, y eso inyectaría nuevas energías en el
proyecto liberal de preservar la libertad individual contra la centralización estatal.37
Como gesto de reconocimiento de ese entendimiento mutuo, Laboulaye saludó la
elección de Sarmiento como Presidente en 1868, con un artículo periodístico en el Journal des
Debats, felicitando al pueblo argentino por haber elevado a esa posición “a un maestro de
escuela, en lugar de un general”, comentario que Sarmiento valoró en uno de sus primeros
discursos.38
Ambos admiraban a Horace Mann, a quien le dedicaron sendos esbozos biográficos,
36 Sarmiento, “El Norte Americanismo Republicano” (En “Cuestiones de Actualidad”, La Tribuna, abril 23 y
siguientes, 1875), Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72.
37 Gianna Englert, "Enlightened Democracy: Liberalism and Citizenship after 1848.", unpublished paper, The
Political Theory Project Workshop, Brown University.
38 Journal des Débats Politiques et Littéraires, August 24 1868, p. 1 (gallica.bnf.fr): “il est doux de voir aux bords
de la Plata un peuple qui s’honore en choissant pour son chef un maître d’école, et qui le préfére à un général.”
Sarmiento expresó públicamente su satisfacción por ese comentario de Laboulaye en una de sus primeros discursos
presidenciales: “la exaltación al mando supremo de un Maestro de Escuelas, era un hecho tan nuevo en esta parte de
América, que M. Laboulaye lo hacía notar en el Journal des Débats en Francia.” Sarmiento, “Manifestación de las
Escuelas de Buenos Aires a la llegada del Presidente electo. Septiembre de 1868”, in Obras Completas, vol. XXI, p.
243.
18
Sarmiento habiéndolo conocido en su primer viaje en la década de 1840, y manteniendo luego
una larga amistad con su viuda, Mary Peabody Mann.39
A lo largo de esos años de amistad con Mary Mann se fue forjando una perspectiva de
otro punto de contacto entre la historia de los Estados Unidos de Lincoln y de la Argentina, que
Sarmiento repetiría una y otra vez: la situación de atraso e ignorancia en las provincias del
interior argentino era equivalente a la situación de los estados del sur norteamericanos que
debían ser “reconstruidos” tras la Guerra Civil. En 1868, coincidiendo con su ascenso a la
presidencia de la nación, Mary Mann publicó su traducción al inglés del Facundo. Tanto en su
introducción como en el perfil biográfico de Sarmiento que se incluía en la versión inglesa del
libro, la señora Mann enfatizaba esa equivalencia sobre la situación social y política en los
estados del Sur norteamericano y las provincias argentinas. La educación popular sería la
solución en ambos frentes; “el conocimiento y las ideas adquiridas en el hemisferio norte” serían
impartidos en los países del sur del continente.40
Sarmiento había ya desarrollado esa idea con anterioridad. En 1866, dirigiéndose a un
coloquio de maestros y superintendentes de escuelas en Indianapolis, había señalado: “nuestras
instituciones son igualmente federales, i tenemos Estados mucho más atrasados en la difusión de
la educación i en todo grado de cultura que los más remotos Estados del Sud de esta Unión…”
En términos más llamativos había insistido unos meses más tarde en que el Sur norteamericano
“quedaba muy atrás y tenía el mismo carácter de nuestras Provincias del Interior, con los mismos
elementos, masas populares ignorantes, llámeseles poor whites o paisanos a caballo, con el
39
“El célebre autor de Paris en América escribe desde París donde se está: «Estoy enteramente de acuerdo con Vd.
El porvenir de la civilización está ahí. Las Escuelas regenerarán al mundo. Día vendrá en que se comprenda que
Horacio Mann ha sido más grande y útil a la humanidad que todos los Césares.» Obras Completas, vol. XXIX,
p.184. Véase también vol. XXII, p. 159, para el intercambio sobre la creación de bibliotecas populares en Francia y
la Argentina, y pp. 347-48, 388, para otras observaciones de Sarmiento sobre las campañas de Laboulaye por la
educación popular en Francia.
40 Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants; or, Civilization and Barbarism. From the Spanish of
Domingo F. Sarmiento, LL.D., Minister Plenipotentiary from the Argentine Republic to the United States. With a
Biographical Sketch of the Author by Mrs. Horace Mann. (London: Sampson Low, 1868), pp. 393-394. Sobre
Sarmiento, Mary Mann, y esa percepción compartida sobre las situaciones en los Estados Unidos y la Argentina
véase Ivan Jaksic, The Hispanic World and American Intellectual Life, 1820-1880 (New York: MacMillan, 2002),
capítulo 6; Mark S. Weiner, “Domingo Sarmiento and the Cultural History of Law in the Americas”, Rutgers Law
Review, 63, 3, 2011, 1001-1015.
19
mismo desvío de todo sentimiento nacional y tendencias a conservarse en el círculo de sus
intereses locales.” Y en su regreso a la Argentina, habiendo sido ya electo como Presidente, en
1868:
Cuando en los Estados Unidos los primeros estadistas me preguntaban algo sobre mi país, yo con
dolor les contestaba, que nuestra situación era igual a la de los Estados del Sur. Allí como entre
nosotros, la sociedad está dividida entre aristócratas, que son los ricos, los que tienen la tierra y
ocupan el poder, y en “poor whites” como allí les llaman a los pobres blancos, que no tienen
fortuna, ni quieren instruirse y que forman la clase que se llama la canalla.41
Finalmente, en la versión en inglés del Facundo, se incluía una carta que Sarmiento había
dirigido al senador Charles Sumner, sobre un voto en el Senado por la supresión del
Departamento Nacional de Educación. La carta resulta interesante porque Sarmiento fija su
crítica básicamente en tres puntos que reflejan, una vez más, su permanente intención por
asimilar las soluciones a los problemas en el norte y sur del continente como una causa común:
uno, los antecedentes de las escuelas norteamericanas mostraban que eran una pieza clave en el
funcionamiento del sistema político norteamericano (punto central del libro de Sarmiento Las
escuelas: base de la prosperidad y la república en los Estados Unidos); dos, ese modelo era una
guía para los futuros procesos de superación de los viejos órdenes aristocráticos y de los
regímenes opresivos en todo el mundo al suprimir los estados de incapacidad de las clases
populares y los frutos que en ella se originaban, las revoluciones; tres, existía por lo tanto una
responsabilidad en sostener ese sistema, y la supresión del Departamento Nacional de Educación
ponía en riesgo ese proyecto, que debía servir además como guía para superar el atraso en el Sur
de los Estados Unidos y en las nuevas naciones del sur del continente.42
41
Las tres referencias son, respectivamente: “Discurso del Ministro argentino, D. F. Sarmiento, en la reunión de la
Asociación de Superintendentes de Escuelas, y Asociación Nacional de Maestros, Indianápolis, agosto de 1866”, en
Ambas Américas. Revista de Educación, Bibliografía i Agricultura, bajo los auspicios de D. F. Sarmiento, I, New
York, 1867, pp. 114-117; “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales”; y “Manifestación de las
Escuelas de Buenos Aires a la llegada del Presidente electo. Septiembre de 1868”, en Obras Completas, vol. XXI, p.
243.
42 “The visible sign of the advanced North American system of government is the Common School, and if ever the
South shows the same visible sign, its regeneration will be secured. For the Republicans of Europe and South
America, the North Americans have added a new organism of government in the COMMON SCHOOL, thus solving
a great difficulty which the ancient Republics could not solve. (…) The SCHOOL of the American Republic will
make useless the ancient aristocracies and the modern repressive governments, by suppressing the popular
incapacity and its legitimate fruits –revolutions. You will understand why, with these ideas and hopes, I deplore the
suppression of the National Department of Education, which proposes to be a guide at home and abroad to the
laggards of the South in the United States, and would have been a Pharos to the other nations, in the new path
marked out by the North.” Life in the Argentine Republic, Appendix, pp. 399-400.
20
Laboulaye fue igual de generoso que la señora Mann en ofrecer a Sarmiento
oportunidades para divulgar sus ideas sobre la educación popular, así como señales de
reconocimiento del prestigio personal del sanjuanino, gestos que Sarmiento valoraba tanto o más
que los acuerdos programáticos. Cuando Sarmiento publicó en 1866 su libro sobre las escuelas
americanas, Laboulaye recibió inmediatamente una copia y fue adecuadamente elogioso, al
menos en la versión que Sarmiento hizo pública en más de una oportunidad: “Hasta Laboulaye
me escribe que (el libro) le ha abierto nuevas vías (…) Con la exquisita gracia de un francés, me
dice que si vuelve a los Estados Unidos será para entrar a la Escuela, con motivo de Las
escuelas, base de la prosperidad y de la república.”43
Los dos últimos “americanos”
Poco tiempo antes de morir, en 1883, Édouard Laboulaye escribió su última carta a
Domingo Sarmiento, acusando recibo del envío del último libro del argentino, Conflictos y
armonías de las razas en América. Tal vez presagiando el cercano final, Laboulaye le recordaba
a Sarmiento sus amistades con Longfellow y las hermanas Peabody, y más sustantivamente
reflexionaba sobre los temas comunes a lo largo de su correspondencia, aunque ahora con un
tono más desesperanzado:
Nuestra República, en lugar de americanizarse vuelve a la centralización y a la administración
monárquica. Yo no soy sino vox clamans in deserto, por no decir un profeta ridículo, un
importuno, a quien no se quiere escuchar. Los hechos se encargan de darme razón, sin embargo.
Ya ve Vd. mi querido señor, que estoy perfectamente de acuerdo con Vd.; ¿pero no seremos los
dos los últimos americanos?
Sarmiento también había adoptado en aquel libro un tono más pesimista sobre las posibilidades
de las naciones hispanoamericanas de superar las barreras que las separaban del progreso. La
clave racial, sugerida a Sarmiento en sus lecturas tardías de Spencer, era la que predominaba
ahora en sus interpretaciones. En carta a Francisco P. Moreno reconocía esa misma desesperanza
que había percibido en la carta de su amigo francés: “me escribe el viejo senador Laboulaye,
43
Las escuelas, base de la prosperidad y de la república en los Estados Unidos, Obras Completas, vol. XXX, “Carta
a Pedro Quiroga, desde N. York, 13 de noviembre de 1866”.
21
autor de París en América, y como yo aquí, él en Francia, americanizante, como él lo caracteriza,
pues que ambos hemos trabajado en la misma viña, sin fruto. Da pena oírlo.”44
Ese tono algo melancólico, de final de época, que recorre ambas cartas contrasta
fuertemente con el optimismo progresista que había marcado sus intercambios a lo largo de dos
décadas en torno a las posibilidades que ese modelo “americanizante” ofrecía al republicanismo
moderno. Para Sarmiento ese optimismo había significado no sólo la posibilidad de adaptación
de las instituciones norteamericanas a la realidad argentina, sino también la de ofrecer al mundo
la experiencia de las nuevas naciones del sur del continente como forma de reconocimiento de
las complejidades que los nuevos experimentos republicanos enfrentaban en todo el mundo. Ya
en el Facundo había reclamado con fuerza “¿no significa nada para la Historia y la Filosofía, esta
eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos?” A la vez global en sus orígenes e inspiraciones
ideológicas y eminentemente práctico en los procesos de adaptación a las realidades locales, ese
“republicanismo moderado” por el que tanto Laboulaye como Sarmiento se habían sentido tan
atraídos sentó las bases institucionales de desarrollo del estado argentino, en un proceso que se
profundizaría y aceleraría en las últimas dos décadas del siglo, cuando se produciría la
integración más plena a lo que José Moya llamó la trans/formación del mundo atlántico.45
Dos observaciones finales, una histórica y otra historiográfica. La observación histórica
apunta a recordar que además de los cambios de diseño institucional que el “momento Lincoln”
había propiciado, esa versión del republicanismo “moderado” en la Argentina fue acompañada
de un intento por trascender los entusiasmos ideológicos de las versiones democráticas más
radicales, para ofrecer lo que Sarmiento describió como el tono práctico, “menos sublime” de esa
“síntesis del republicanismo moderno”, que convenía “al pulpero lo mismo que al noble o al
44
Carta de E. Laboulaye a Sarmiento, del 10 de marzo de 1883; Carta del 9 de abril de 1883 de Sarmiento a
Francisco P. Moreno, ambas reproducidas en Sarmiento, Obras Completas, vol. XXXVII, pp. 322-327.
45 José Moya, “Modernization, Modernity, and the Trans/formation of the Atlantic World in the Nineteenth
Century”, pp. 179-197. Véase también José Moya, “Introduction: Latin America –The Limitations and Meaning of a
Historical Category”, para un análisis de la precocidad de los procesos de formación del estado-nación en América
Latina cuando se los observa desde una perspectiva global. También resulta apropiado en este punto recordar la
observación de Halperin Donghi en “Una nación para el desierto argentino”: la excepcionalidad del caso argentino
residen en la manera casi única en la que un cierto número de escritos producidos a mediados del siglo diecinueve
anticiparon efectivamente el camino de progreso que el país iba a experimentar en las décadas siguientes.
22
estudiante, paz-tranquilidad-libertad.” 46
Hacia la década del Ochenta, se ha sugerido, los viejos
ideales republicanos clásicos, tales como los del “ciudadano en armas”, habían comenzado a
debilitarse para ser gradualmente reemplazados por otras versiones del discurso liberal, que
ponían más énfasis en la capacidad civilizatoria, y estabilizadora de la política, del comercio.47
La observación historiográfica apunta a señalar la creciente producción en lo que
podríamos llamar una historia transnacional de la construcción del estado liberal moderno, y a la
manera en la que la experiencia argentina y latinoamericana puede ser inscripta en esos procesos.
La búsqueda de esa síntesis del republicanismo “moderado” latinoamericano no parece
demasiado diferente a lo que Stephen Sawyer describe como el surgimiento en los Estados
Unidos y en Francia de “un eje alternativo constante en el tiempo de construcción estatal en el
siglo diecinueve, el estado liberal democrático” que, trascendiendo la opción entre el modelo
continental europeo y el mito del estado norteamericano “débil”, buscaba “equilibrar la tensa
puja entre la expansión de la democratización y una defensa de los derechos individuales a
través del estado, en lugar de en su contra.” 48
En su análisis de los rasgos caracterizadores del
“liberalismo de gobierno” estructurado en el siglo diecinueve argentino, Darío Roldán provee
una excelente puerta de entrada para una reflexión de ese tipo.49
En todo caso, los estudios más recientes de los procesos de desarrollo político
latinoamericano del siglo diecinueve reiteran ese reclamo de Sarmiento por integrar la
experiencia histórica de las naciones latinoamericanas a las grandes cuestiones del diseño
46
Sarmiento, “El Norte Americanismo Republicano”, en Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. Y en este punto
las diferencias con Alberdi tendían a desaparecer, como puede verse en la persistencia de ese enfoque en los textos
de Alberdi a lo largo de las tres décadas que van desde las Bases hasta La omnipotencia del estado.
47 Hilda Sabato, La política en las calles, p. 165.
48 Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth”, pp. 72-74, en James T. Sparrow, William J. Novak, y Stephen W. Sawyer,
editors, Boundaries of the State in U.S. History (Chicago: The University of Chicago Press, 2015). Véase también
William Novak, “The Myth of the ‘Weak’ American State”, American Historical Review Vol. 113, No. 3 (June
2008), pp. 752-772; y William Novak, Stephen Sawyer, and James Sparrow, “Toward a History of the Democratic
State,” The Tocqueville Review/La Revue Tocqueville, 33, no. 2, 2012.
49 Darío Roldán, “La cuestión liberal en la Argentina en el siglo XIX. Política, sociedad, representación”, en Beatriz
Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo orden político. Provincias y estado nacional 1852-1880
(Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010), pp. 275-291. Habría aquí algunas diferencias fuertes con el análisis de la
“modernidad republicana americana”, que con evidentes puntos de contacto con la literatura sobre los “liberalismos
populares” latinoamericanos delinea James Sanders en su libro The Vanguard of the Atlantic World: Creating
Modernity, Nation, and Democracy in Nineteenth-Century Latin America (Duke University Press, 2014).
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institucional republicano. Como hemos visto, los debates por la elaboración de una nueva
fórmula de gobierno hacia mediados del siglo diecinueve tocaron varios de los problemas más
complicados de la teoría del gobierno republicano en todo el mundo: la centralización y las
autonomías provinciales, la división de poderes, y las tensiones entre la construcción de
autoridad y la preservación de las libertades individuales. Esto, se ha sugerido, permite
vislumbrar un camino que permita apartarse a los analistas de la visión corriente de las elites
políticas latinoamericanas como “fallidos importadores del constitucionalismo occidental” y
comprender las dificultades de la región como “ejemplos de las complejidades involucradas en
los procesos de construcción estatal.50
50
Lauren Benton, “No Longer Odd Region Out: Repositioning Latin America in World History”, Hispanic
American Historical Review, 84, 3, 2004, 423-430; Moya, “Latin America”; Aguilar Rivera, En pos de la quimera.
Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico (México: Fondo de Cultura Económica, 2000); y el muy
reciente trabajo de Hilda Sabato, Republics of the New World. The Revolutionary Political Experiment in
Nineteenth-Century Latin America (Princeton University Press, 2018).