Yerby Frank - La Risa Del Diablo

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Ttulo original: THE DEVIL'S LAUGHTER Traduccin de J. ROMERO DE TEJADA Portada de JOAN EARRE

Primera edicin: Abril, 1977

Frank Yerby, 1960 Editado por PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 2133 Esplugas de Lfobregat (Barcelona) ISBN: 8401411165 Depsito Legal: B. 18.123 1977 ISBN: 84.32011886. Publicado anteriormente por Editorial Planeta, __________________________________________________________________ GRAFICAS GUADA, S. A. Virgen de Guadalupe, 33 Esplugas de Llobregat (Barcelona)2

1Esto ha durado mucho tiempo dijo Lucienne Talbot. Jean Paul le mir. Lo sientes? S! dijo Lucienne . S, s, s! Estoy harta de... Jean pase la vista por la habitacin.. La nica luz proceda del hogar; afuera declinaba la tarde. El resplandor del fuego ondulaba en las oscuras paredes y lavaba los cacharros de cobre con su calor. Vio la olla en el fuego, oli los pequeos pescados que se estaban cociendo. Los cacharros de cobre brillaban. Pudo distinguir su propio rostro en ellos, un poco deformado, todo planos y ngulos. Sus negros ojos parecan enormes. Lucienne se levant; el movimiento result brusco, pero no falto de elegancia. l vio reflejado en los cacharros de cobre aquel pelo leonado. Nunca hace nada sin elegancia pens. Ella siempre debera parecer iluminada por la luz del fuego, como entonces... La luz del fuego haca un cuadro: el pan en la mesa, con el vino y el queso; el fuelle, las tenazas y los morillos en sus respectivos sitios; el sbito y amarillento resplandor de la almohada en el pequeo lecho, medio oculto tras un biombo. A m me gusta esto murmur Jean Paul. A ti te gusta todo! Yo... yo no me fui contigo para esto, Jean Paul Marin.. No para ocultarme en una buhardilla. No para vivir temiendo a la Polica. No para convertirme en tu amante. No, en algo ms vergonzoso an que una amante, porque los hombres se sienten algunas veces orgullosos de sus amantes... Yo me siento orgulloso de ti dijo Jean Paul. Lo dudo! le escupi Lucienne . T crees; que soy vieja y fea. No me llevas nunca a ningn sitio. Me escondes en este sucio agujero. Vlgame Dios! No me explico por qu te hice caso, Jean. Por qu me lo hiciste? pregunt Jean Paul. No lo s! Dios sabe que no eres muy atractivo. Y en cuanto a inteligencia..., un adoqun no puede ser ms duro de lo que t puedas tener entre las dos orejas... Cualidades? Ninguna; Perspectivas? Muchas. Voy a enumerrtelas... No te molestes murmur Jean Paul. No quieres orlas, verdad, Jean Marin? No son muy agradables tus perspectivas, puesto que empiezan con haber sido ahorcado por alta traicin y terminan en tu situacin actual. Sigo sin comprender por qu... Jean volvi a sonrer. Su sonrisa transformaba su rostro, hacindolo casi atractivo. T me dijiste que era porque me amabas... murmur. Ment! O fui una estpida. O ambas cosas. S, ambas. Cuando pienso en mi porvenir... Qu porvenir? pregunt Jean Paul cruelmente. Ah, s! Yo hubiera tenido un buen porvenir de no haber sido por ti. Los hombres me miraban. Los hombres nobles. Yo no bailaba mal e iba mejorando... Y entonces aparec yo, Jean Paul Marin, hijo de Henri Marin, el naviero. El hombre ms rico de toda la Costa Azul. Seguramente eso no tendra ninguna importancia, verdad, chrie? Ella le mir. La luz del fuego se reflejaba en sus ojos, que cambiaban de color con el tiempo, o acaso fuera el vestido que llevaba, porque entonces parecan amarillos. S dijo ella. Eso tuvo su importancia. Fue lo ms importante. Cre que llevara vestidos de terciopelo y me cubrira con diamantes. Por qu, si no, iba a aceptarte? Siento haberte decepcionado dijo Jean paul. Yo saba que tu padre era un viejo buitre muy conservador. Pero t me dijiste que se acostumbrara a la idea de tu casamiento con una actriz... Una bailarina corrigi Jean. Qu diferencia hay? De todas formas, no cre que dos aos despus yo seguira sin haberme casado contigo y corriendo el riesgo de la desgracia..., y por qu? Mi padre es... difcil suspir Jean. Difcil? Es imposible! Pero t eres peor. T, con tu cantinela revolucionaria. Estpido! No te das cuenta de que el mundo que tratas de destruir es el nico donde yo puedo medrar y t tambin, si vamos al caso? Destruye los privilegios y acabars en Francia con todos los hombres suficientemente ricos y suficientemente grandes para convertirse en protectores...3

Yo no necesito protectores objet Jean Paul . Lo nico que quiero es justicia. Al diablo la justicia! T sigues dependiendo de la proteccin. Si no fuera por tu padre, ni siquiera podras permitirte el lujo de este miserable cubil. Jean Paul la mir. Al cabo de dos aos segua teniendo la misma sensacin al mirarla. Le haca dao aquella mujer alta y de pelo leonado, aquella mujer indomable con la gracia de un gato grande. Y con sus garras. Y estoy harta dijo ella. Ahora podra estar bailando en la Opra, trabajando en la Comdie Francaise. Y a eso llegar! A pesar de ti, Jean Paul! Quin ser tu protector? pregunt Jean Paul . El conde de Gravereau? Esos hombres tienen un precio. Qu ests dispuesta a pagar? Eso es cosa ma contest ella secamente Pero en lo que respecta al precio, te dir una cosa. El precio ser el mismo, mi Jeannot, que el que te pagu a ti... Te parece bastante? Demasiado murmur Jean Paul. l volvi a mirarla y vio sus mejillas, arreboladas por la luz del fuego; los huesos de su rostro; sus pmulos, salientes y angulares, que hacan un poco oblicuos sus ojos, castaos; la gruesa boca contrada, de modo que casi le pareci sentirla; las largas y esbeltas piernas bajo el vestido campesino que ella llevaba, y sbitamente la dese. O mejor dicho, la dese ms vivamente que de costumbre porque la deseaba siempre. Jean Paul se acerc a ella. No me toques! grit. Pero l extendi sus manos y la asi, hacindole dao en los brazos. Ella se ech hacia atrs, apartndose de el, y volvi la cara de un lado a otro, obligndole a l a coger su mejilla con una de sus manos y a sujetarla con tal fuerza que le hizo un pequeo cardenal. Su boca era hielo. Pero no lo fue durante mucho tiempo. Nunca lo era. Aquello era lo nico que quedaba entre ellos despus de todas sus disputas. l la pudo sentir bajo la suya formando palabras que salan ahogadas, pero ya sin luchar, sin apartarse, murmurando Bruto! Malditos Jean tus ojos, Jeannot, mi Jeannot! Te odio, me conoces demasiado bien, demasiado bien... Sultame! Pero l no la solt y la boca de ella ya no hizo el menor ruido, pero sigui movindose, suavizndose bajo la suya, abrindose bajo la presin de su beso. De pronto ella se dio cuenta de que Jean se estaba riendo. l la apart de s con fuerza y la mantuvo a distancia, cogindola por los hombros; su clara risa de bartono reson en la habitacin. Aqulla era una de las muchas cosas que l poda hacer y que eran completamente diablicas. Perro! murmur Perro e hijo de perro! Cmo puedes...? l la mir y sus negros ojos se iluminaron de risa y de malicia. De esta forma dijo se que siempre estars esperando mi regreso... Despus cogi de la mesa el montn de manuscritos y se dirigi a la puerta. Lucienne le mir. Pero, Jeannot, y tu cena? pregunt ella, y su voz era casi cariosa. No tengo hambre. l se ri . Excepto, quiz, de amor... Entonces se dirigi hacia la puerta y la cerr suavemente tras l. Lucienne permaneci inmvil largo tiempo, mirando la puerta. Despus, muy lentamente, se sonri. Siempre ha habido ms de un proveedor de esa comodidad, mi Jeannot... murmur suavemente. Despus se volvi hacia el fuego. Jean Paul Marin se detuvo al borde de la carretera que conduca al pueblo y mir al firmamento. Permaneci all slo unos minutos; pero, mientras miraba, las nubes que se haban ido amontonando durante toda la tarde sobre el Mediterrneo avanzaron juntas de forma que no qued el menor resquicio azul, y el viento murmurador emiti un ruido semejante a gemidos. Todo perdi su color y el mundo qued como un esbozo gris; el viento penetr hacia el interior con un sonido lastimero hasta que los rboles se doblaron delante de l y Jean comprendi de qu se trataba. El mistral... l odiaba el mistral con aquella curiosa clase de odio que senta hacia todas las cosas que no comprenda. No era supersticioso, pero saba que el mistral afectaba a las personas. Era un viento desagradable y nervioso que duraba un da y una noche, sin detenerse, y a veces durante semanas sucedan cosas por culpa de aquel viento. Disputas en las tabernas del pueblo palizas a las mujeres campesinas, y si, como generalmente suceda en aquella poca del ao, faltaba el pan blanco, incluso

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podran suceder otras cosas... quizs asesinatos. Porque el mistral siempre susurraba al corazn del hombre cosas que ste no deba or... Jean Paul permaneci un instante escuchando el viento. Tiraba de su abrigo, azotaba su pelo contra su rostro y unas cosas punzantes y pequeas le suban y le bajaban por la espina dorsal. Eran todos sus miedos, todos sus odios. Le pareci or la voz de Lucienne, dicindole las cosas que le haba dicho aquella noche, haca una semana, cuando haba entrado en el mesn y la haba encontrado sentada con el conde de Gravereau con sus dos pequeas manos cogidas por las nobles de l. Jean se haba dirigido hacia ella. Pero en e ltimo instante, Gervais la Moyte, conde de Gravereau, se puso en pie, riendo. Lucienne se levant ms despacio. Estaba sonriente. Despus el conde se inclin ante ella y se march. Jean lleg junto a Lucienne y se qued a su lado. Ella tard mucho tiempo en darse cuenta d que l estaba all. Cuando lo advirti, vio el dolor que se reflejaba en sus ojos. Entonces ella le sonri. Le pas los dedos por su pelo. No seas tonto, Jean murmur . Esto acostumbrada a las galanteras de esa clase de hombres. Esto no debe importarte. Es uno de los riesgos de mi arte. Lucienne... dijo l, con voz ronca. Prefiero murmur ella un hombre slido y... y real, como t, Jeannot. Pero durante todo el tiempo sus ojos haban estado mirando hacia la puerta. Oyendo el sonido de su voz, recordada entonces con el mistral, el dolor que sinti Jean era fsico, autntico. Grit una palabrota al viento, y sigui camino cuesta arriba. En aquel da de noviembre de 1785 tena veinte aos de edad y su aspecto no impona mucho. Su estatura era ms que mediana, pero estaba muy delgado. Sus manos y sus pies no armonizaban con el resto de su cuerpo. Su boca resultaba demasiado grande, pero en conjunto no era feo. Su boca le salvaba de la fealdad: su boca, grande, ancha, movible, que siempre pareca que iba a rerse, como generalmente suceda. Pero su risa resultaba extraa. Con ella pareca burlarse de todas las cosas del mundo, incluso de s mismo. Su hermana, Thrse, la llamaba la risa del diablo, y la odiaba de todo corazn. Tena una buena nariz, recta, delgada y un poco arqueada; sus ojos eran muy atractivos: grandes, negros y rientes, con un fulgor burln. Su pelo no tena ningn fulgor. Tambin era negro y caa liso y sin empolvar sobre sus hombros. En resumen: un ente discordante que la gente encontraba vagamente perturbador. Lucienne, por ejemplo, deca que era un enrag, un loco, y que tena ojos terribles. Esto no era cierto. Algunas veces parecan un poco salvajes por el dolor y la pasin, pero generalmente estaban llenos de un malicioso jbilo por las locuras del gnero humano. Otras, cuando se hallaba solo, eran profundos, oscuros y soadores, quizs un poco atormentados tambin. Su andar, su porte, eran como los del resto de su familia, por lo que cualquiera poda reconocer a los Marin incluso a distancia, pero su rostro era distinto. Slo los hombres que nacen extraos en su mundo tenan rostros as. l lo era. Aunque no poda aceptarlo. Jean Paul haba dicho el abate Gregoire o ser destruido por la vida, o el la cambiar... No puede existir ningn compromiso. Como de costumbre, el abate Gregoire estaba en lo cierto. Caminaba entonces bajo los azotes del mistral. Jean Paul odiaba aquel viento; pero como todas las cosas que odiaba, ejerca sobre l una perversa fascinacin. l era as. Todo lo que le disgustaba tena cierta cualidad que despertaba su admiracin. Incluso Gervais la Moyte, conde de Gravereau. Le matar pens, inclinndose contra el viento. Le clavar una pe en los intestinos y la retorcer... Pero al mismo tiempo aquella malvada y sincera parte de su mente, sobre la que no tena ningn dominio, le murmur: Daras tu alma por ser como l, verdad, Jean Paul Marin? Por ser alto como el y apuesto; por tener sus rientes ojos azules, por ser ingenioso y alegre, por montar como l, por bailar, por saber murmurar palabras como pequeas perlas en los odos de una mujer..., verdad, Jean Paul? Verdad que s?. Se incorpor y se ech a rer. El viento cogi su risa, la arranc de sus labios, dejndolos moverse silenciosos mientras todo su cuerpo se estremeca de risa. Jean Paul Marin, eres un estpido!

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Despus sigui su camino por la empinada cuesta hacia el pueblo, colgado como el nido de un cuervo en la cumbre de la montaa; una vez ms se inclin ante el viento, sosteniendo su tricornio sobre la cabeza con una mano y recogiendo su abrigo con la otra. Antes de llegar a la mitad del camino, comenz a llover. La lluvia cay en cortina y al sesgo bajo el viento. En dos minutos qued calado hasta los huesos. Pero no aceler el paso. Hall un extrao y oscuro placer en su incomodidad. La lluvia era como alfileres de hielo y el mistral hablaba a travs de ella. All, en lo alto, los rboles eran distintos de los que crecan en la costa del Mediterrneo. Tenan hojas que podan cambiar de color y que podan caer. Las hojas volaban delante del viento y caan por las zanjas a los bordes del camino, convertidas entonces en torrentes y que inundaban la ladera de la montaa de agua. El camino estaba pavimentado de guijarros, que brillaban con la lluvia, y era difcil sentar pie. Resbal una y otra vez, pero tercamente sigui adelante. Al poco tiempo lleg a las tortuosas calles del pueblecito. Incluso con aquella lluvia se cruz con unas cuantas personas envueltas en sus andrajos, y cuando se volvieron al or el ruido de sus buenas botas sobre la piedra, pudo ver el hambre reflejado en sus ojos. Saint Jule, el pueblo, era como cualquier otro pueblo de Francia, en realidad un poco mejor que la mayora, pero cada vez que lo vea Jean Paul experimentaba el deseo de maldecir. O de llorar. Era el dominio del conde de Gravereau, generalmente ocupado en la complicada ociosidad de Versalles. Excepto entonces, pens Jean amargamente, cuando tena cosas ms importantes que hacer. Pero los alguaciles del conde y el recaudador local de tributos no estaban ociosos. Jean Paul vio cmo una vieja se inclinaba bajo la lluvia y recoga cuidadosamente, una tras otra, las plumas de un pollo que la lluvia haba arrastrado de algn patio ajeno, dejndolas delante de su puerta. Saba que aqulla era una cuestin de vida o muerte para la mujer. Las plumas significaban para los recaudadores que poda permitirse el lujo de comer pollo y, por lo tanto, que podan ser aumentados sus tributos. Lo que entonces ella pagaba, la haba dejado al borde de la inanicin. Cualquier aumento equivaldra a una sentencia de muerte. De una muerte lenta, pero segura. Jean Paul se detuvo a su lado y la ayud. Sus dedos eran jvenes y giles. Le cost muy poco trabajo. La anciana le sonri con su cara rugosa; parte de la humedad de sus mejillas era debida a las lgrimas. Muchas gracias, Monsieur murmur. Jean la mir. Con cierta indiferencia se pregunt interiormente cuntos aos tendra. Saba que probablemente contara muchos menos aos de los sesenta que aparentaba, pero cuando se lo pregunt, su respuesta le dej atnito. Veintiocho, Monsieur contest la mujer. Jean busc su bolsillo y sac un luis de oro. Pero la mujer volvi la cabeza. No tiene monedas de menos valor, Monsieur? pregunt. Dnde podra cambiar este luis? En la tienda de ultramarinos, en la carnicera? Ya sabe lo que sucedera, Monsieur. Habiendo tantos espas del seor, en cuanto me vieran con semejante fortuna en la mano, los recaudadores me estaran esperando a la puerta antes que volviera a mi casa. Jean Paul guard el luis y sac un puado de escudos y sueldos, todas las monedas pequeas que tena. Valan mucho menos que el luis de oro que le haba ofrecido, pero ella sacara mejor partido de aquellas monedas. Por lo menos, con mucha cautela podra gastarlos. Le duraran semanas, incluso meses. Ella guard el dinero en un gran bolsillo de su falda. Despus le cogi ambas manos y las cubri de besos. Jean permaneci inmvil, sintiendo la punzada del dolor en su corazn. No ser siempre as rezong. Lo s, Monsieur... murmur la mujer . Pero yo no vivir para verlo. Jean sigui su camino lentamente. Iba a la casa de Pierre du Pain, su cmplice de clandestinidad. Pierre era perfecto para la tarea. Nadie hubiera pensado que aquel excntrico individuo, generalmente tenido por loco, era un impresor y un tcnico en el oficio. Ni haba nada de extrao en la relacin de Jean Paul Marin y aquel hombre que haba tomado l mismo como vigilante nocturno para cierto almacn de los Marin. Que aquel almacn contuviera una prensa de imprimir, papel, tinta y otros materiales, nadie lo saba, ni siquiera Henri Marin. Las autoridades y la furiosa nobleza lo nico que saban era que alguien estaba inundando toda la Costa Azul de traidores folletos, escritos con diablica habilidad. Jean Paul era responsable de su contenido y Pierre de su impresin. Pero no lleg a la casa de Pierre. Al doblar la ltima esquina, vio a Raoul, su criado, que corra hacia el.6

Monsieur Jean! grit Raoul, jadeante. Por todos los santos! He registrado todo el mundo buscndoos. Jean se ri de l con los ojos. Eso es grave murmur . Debe de tratarse de algo muy importante, verdad? Es algo de la mayor importancia jade Raoul . Su respetada hermana, Mademoiselle Thrse, quiere verle. Me orden que no regresara sin usted. Enfer! jur Jean. Despus volvi a sonrer. Senta mucho cario por su hermana pequea . Muy bien, Raoul murmur. Ir... Thrse le estaba esperando junto a la gran puerta de hierro de Villa Marin. Estaba envuelta en un abrigo, pero no llevaba nada en la cabeza. All abajo, en la misma costa, la lluvia haba cesado e incluso el mistral era slo un murmullo. Ella, al verle, golpe el suelo con su piececito. Jean, Jean! grit . Cmo pones a prueba mi paciencia! Hace horas que te estamos esperando. Jean mir a su hermana. Thrse Marin era esbelta, como todos los Marin. Pero a diferencia de Henri Marin, su padre, y de Bertrand, su hermano mayor, tena una delicada belleza, heredada de su madre, que muri al darle la vida. De todos ellos, slo Jean Paul era como ella, porque en l tambin el tipo bsico y basto de los Marin haba sido refinado. Pero entonces su espritu burln le domin. Le hizo una profunda reverencia. Espero tus rdenes, Mademoiselle murmur, con sequedad . O es ya... hizo una pausa, dividiendo deliberadamente la palabra en dos slabas Ma Dame Thrse, condesa de Gravereau? Thrse le mir. Sus ojos eran un duplicado exacto de los de l, con la excepcin de que en ellos no haba burla y s slo ternura. Jean murmur suavemente, por qu eres as? Tan... tan rebelde? Por qu no aceptas la vida tal como es? Porque yo soy yo dijo Jean. Porque, hermanita, da la casualidad de que te quiero. Y porque no me gusta ver echar perlas a un cerdo. Jean Paul! grit Thrse. Eso duele, verdad, hermanita? La verdad siempre duele. Gervais la Moyte, conde de Gravereau, es muy hermoso, eh? Pero suprime esos ttulos, esas palabras bonitas y sin sentido, y... qu te queda? Gervais la Moyte: un sinvergenza. Gervais la Moyte: libertino, borracho y jugador. Y hemos de hacer una reverencia ante semejante hombre? Yo he estudiado leyes; he terminado mis tareas en el Instituto y despus en la Universidad. He olvidado ms de lo que ese hombre ha sabido nunca. Por qu, entonces, le debo homenaje? Porque algn antepasado suyo fue un bandido que construy un castillo cerca de un puente o en un cruce de caminos y se hizo rico y poderoso con su rapia? Todos tus magnficos nobles siguen siendo ladrones. Y yo, por lo menos, quiero acabar con ellos. Thrse se tap los odos. No quiero orte dijo. Ah! Pero morirs. Jean se ri . T, y en ltimo trmino todo el mundo. T sabes, verdad?, por qu est aqu. No, no me digas eso, no me des esa sencilla respuesta. Para pedir a nuestro padre tu mano; eso ya lo s. Pero por qu? En nombre del cielo, por qu? Porque... dijo Thrse , porque soy bonita y buena, y l me ama. Vlgame Dios! Thrse, cmo puedes ser tan estpida? Hay muchas mujeres nobles que tambin son bonitas. Puede haber incluso algunas que Jean buenas, aunque lo dudo. T conoces a ese hombre. T sabes lo orgulloso que es. Por qu, entonces, mancha su antiguo linaje con la sangre de unos villanos? La respuesta es sencilla, mi pobre Thrse. Porque l es pobre y nosotros somos ricos. Como todos los de su raza arrogante, cree que sus tierras, sus tributos feudales: rentas, corves, traits, lods et ventes, plait marcis, banvins y mil otros le durarn eternamente. Pero suena con gastar ms de lo que percibe y sin llegar a la bancarrota... Thrse permaneci inmvil mirando a su hermano. Pero no le interrumpi. Ahora, por toda Francia se est produciendo una conmocin. Y siempre por el mismo motivo. Los burgueses somos inteligentes, pacientes y trabajadores. Y los nobles son demasiado orgullosos, demasiado indolentes para dedicarse al trabajo. Toda Francia se hunde en la ruina por culpa de ellos. El rey, sin saberlo, est tan arruinado como los dems. Ahora intentan procedimientos, lo intentan todo para salvarse. El rey crea importantes cargos con ricos estipendios y ninguna obligacin, pero ni siquiera eso puede salvarlos a todos... De modo que, si t fueras Gervais la Moyte, qu haras? Cmo podras conservar tus castillos, tus cuadras, tus cotos, tus diversiones, tus amantes diversas de la Opra y de la Comdie? Pues muy sencillamente, cmo no lo pens antes? Aquella Simone de Beauvieux, la hija mayor del viejo marqus7

de Beauvieux, no salv a su padre casndose con el hijo de un naviero? Rica canaille, unos bueyes estpidos y gruesos, con cierta capacidad para el comercio; lo reconozco... Veamos: cmo se llamaba la familia? Martine... Marin. Eso es! Y no tenan una hija? Ser probablemente una mujer bovina y estpida; pero, sin embargo, amigo mo, se impone el sacrificio... Basta! grit Thrse . Cllate inmediatamente, Jean! l la mir: estaba llorando. Lo siento, Thrse murmur . No pretenda hacerte llorar. Se inclin, y la bes cariosamente. Ella dej de llorar al cabo de unos minutos... y le sonri. Ven dijo. Nuestro padre quiere verte... Jean Paul se puso rgido. Por qu? rezong. Monsieur el conde nos deja. Nuestro padre quiere que ests con nosotros para que le despidamos como es debido. Que nos deja? pregunt Paul. S. Ha pedido mi mano y... y le ha sido concedida. Nuestro padre cree que toda la familia debe dedicarle todas las atenciones... ahora. Antes le ver tostndose en una parrilla sobre los carbones encendidos del infierno! grit Jean. Thrse, cmo has podido...? Porque soy mujer murmur Thrse . Y Gervais es muy atractivo; tendrs que reconocer eso, Jean. Jean Paul mir a su hermana. Tratas de decirme que amas a ese cochon? pregunt. Es eso, Thrse? Ella inclin la cabeza. Eso es, Jean susurr . Le amo, s, le amo, le amo, Jean. Vlgame Dios! murmur ste. No hagas aspavientos, Jean! murmur Thrse . Tratar de portarse mejor. Me lo ha prometido. Ya me he enterado de su mala conducta y... y se la he echado en cara. l reconoci voluntariamente que no ha sido ningn santo. Pero me ha jurado que nunca me causar dolor. Y l poda haberme mentido, Jean. Ha sido un rasgo el no... Su raza es demasiado orgullosa para mentir dijo Jean. Pero hacen cosas peores. No hay nada peor. Dios mo! murmur Jean Paul. Adems, no eres justo, Jean. Gervais es noble y hombre de honor. Sin embargo, t te enfureces conmigo en cuanto menciono su nombre. Es extrao, verdad? Y si yo o alguien dice algo de esa vulgar actriz, Lucienne Talbot... Thrse! Ves? Baila medio desnuda en la Comdie... Y slo Dios sabe lo que hace despus. Mas para ti esa mujer pintarrajeada es decente y buena... Lo es! Apostara mi vida. Pide a Dios que no tengas nunca que hacerlo dijo Thrse . Vamos, Jean, nuestro padre se impacientar y an tienes que cambiarte de ropa. T, en vez de quedarte en casa, resguardado de la lluvia como una persona sensata... Al diablo la impaciencia de nuestro padre! dijo Jean , Y no me cambiar de ropa. La Moyte puede verme as y que le ahorquen. Yo te digo... No seas chiquillo dijo Thrse . A Gervais no le importar lo ms mnimo tu desastroso aspecto. Slo conseguirs avergonzarme. Es eso lo que quieres? Jean, sbitamente, se sonri. No, hermanita murmur . No es eso lo que quiero. Vamos, me cambiar. Subieron hacia la villa cruzando el fro y rigurosamente trazado jardn. Todo en l haba sido convertido en formas geomtricas. Incluso los macizos. Odio esto! dijo Jean Paul . Por qu...? Lo s dijo Thrse pacientemente. Por qu no dejamos crecer libremente la naturaleza como preconiza Jean Jacques Rousseau? No nos enzarcemos en otra discusin. Ya estamos en casa. Ahora, sube y vstete. Su humilde servidor, seora condesa! dijo Jean burlonamente. Y subi la escalera hacia su habitacin. Cuando volvi a bajar, su aspecto era muy poco mejor que antes: nicamente que sus ropas estaban ya secas.8

En el umbral del gran saln, Jean Paul se detuvo, mirando a los invitados. Vio el rostro viejo e inteligente del abate Gregoire, rugoso y ajado sobre su traje marrn. Vio la delgada figura de Simone, la cuada de Jean. Trataba de ser graciosa con el abate, condescendiente con su vulgar y soso marido e ignoraba a su suegro. Fracasaba en los dos intentos. Estaba en la naturaleza de las cosas que ella fracasase. Slo Gervais la Moyte, conde de Gravereau, pareca hallarse a sus anchas. Y eso tambin estaba en la naturaleza de las cosas. Era una cabeza ms alto que todos los que se hallaban en el saln, excepto Jean. Y era ms que Jean por lo menos dos centmetros. Era un hombre increblemente apuesto. Y con su traje de Corte, un traje azul plido a la franaise, de seda profusamente bordada; con su camisa y su corbata de rico y costoso encaje; con su pauelo, tambin de encaje, cogido con negligente arrogancia entre los dedos de su mano izquierda; con su pelo rubio, empolvado hasta la blancura exquisita, y su pequea espada con la empuadura enjoyada, pareca un pavo real entre aves de granja. Mir a Jean y sus azules ojos eran fros. ste pens sbitamente es peligroso. No s cuando he visto una cara ms inteligente. Y la inteligencia en las clases bajas es peligrosa, sobre todo ahora. Sac una cajita de oro adornada con el escudo de la casa de Gravereau y cogi delicadamente un poco de rap, llevndose despus ligeramente el pauelo de encaje a sus narices. Jean Paul permaneci inmvil. Sudaba. Toda su risa haba desaparecido. Su odio por aquel hombre era una enfermedad, un dolor fsico. Gervais le sonri. Ah! dijo . El joven filsofo condesciende a incorporarse a nuestra reunin mundana? Muy amable, Jean. Jean Paul no contest. No me pinches pens . Por el amor de Dios, no me pinches. Estoy slo a dos centmetros del asesinato ahora... Pero Gervais se inclin sobre las manitas de Thrse. Mademoiselle me perdonar murmur porque tenga que marcharme tan apresuradamente de esta reunin feliz; Mi marcha es, en verdad, muy dolorosa para m, mucho ms dolorosa de lo que usted pueda imaginarse... Entonces suspir Thrse con unos ojos como estrellas oscuras , por qu se marcha; Monsieur? Por imperativos de asuntos de la Corte susurr. Una misin encargada por Su Majestad. Ms no puedo decir, ni siquiera a usted, Mademoiselle. Me perdonar? Est usted perdonado Thrse sonri si vuelve... pronto. Mis pies tendrn alas. Gervais se ech a rer. Despus se volvi hacia los dems. Su bendicin, buen abate dijo, y dobl una rodilla ante el viejo sacerdote. El abate Gregoire murmur unas palabras en latn e hizo la seal de la cruz sobre la cabeza del conde. Gervais se levant y, cogiendo la mano del abate, bes su sortija. Y ahora, mi bueno y futuro suegro dijo y abraz a Henri Marin, besndole en ambas mejillas. Jean vio cmo el rostro moreno de su padre se arrebolaba de embarazosa satisfaccin, y contra su voluntad, compar la tosca fealdad de su padre, nacido de oscura sangre siciliana, con los atractivos personales de Gervais la Moyte. Mi padre pens Jean se parece a Punch, y Bertrand es an ms feo. Bertrand, convertido en miembro de la nobleza por haber comprado un destino con un ttulo (a tan desesperados recursos haba llegado el rey de Francia) y habindose casado con Simone de Beauvieux, hija de una autntica aunque arruinada casa noble, recibi el mismo abrazo. Pero hubo una diferencia. Muy pequea, pero una diferencia. Jean Paul vio inmediatamente cul era. Gervais era capaz de apreciar a su futuro suegro. Henri Marin era un hombre llano y sencillo. Segua siendo Enrico Marino, un tosco pirata siciliano que haba logrado una gran fortuna, porque nicamente l, entre sus numerosos hermanos, se haba dado cuenta de que poda ganarse ms dentro de la ley que luchando contra ella. Gervais poda admirar a aquel viejo perilln. Pero la verdadera nobleza, la noblesse de l'pe, los nobles de la espada, slo sentan desprecio por la nueva noblesse de la robe, por los hombres que haban salido de la clase de los villanos, comerciando con la crtica situacin financiera del reino. El que la vieja nobleza fuera responsable de aquella situacin crtica no mitigaba en modo alguno su feroz desprecio por aquellos presuntuosos advenedizos que se adornaban con plumas ajenas. Gervais, comprenda Jean, no perdonara nunca a Bertrand su desfachatez de haberse casado con una mujer noble, aunque fuera una muestra tan lamentable de la nobleza como Simone. Por eso su abrazo reflej la ms graciosa exhibicin de desprecio imaginable.

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Y, al inclinarse sobre la mano de Simone, apenas se preocup de disimular su mofa. Hubiera sentido ms respeto por una mujer de la vida que por una mujer noble que se haba casado con un villano. Ya ves, mi querida Simone murmur de forma que slo ella pudiera orle. Nos hemos convertido en lobos de la misma camada, eh? Jean vio cmo ella se pona rgida, y se imagin sus palabras. Despus le toc el turno a Jean Paul. Gervais se acerc a l con la mano derecha tendida. Un simple apretn de manos, e incluso eso era una condescendencia, bastaba respecto de Jean Paul Marin. Jean permaneci inmvil con las manos cadas. Prefiero que me ahorquen pens, a estrechar su mano. Gervais se detuvo, con la mano an tendida. Sus azules ojos se convirtieron en astillas de hierro. Le he ofrecido mi mano, Marin dijo. Ya me he dado cuenta, Monsieur le comte contest Jean. Jean! grit Thrse. Jean sinti los ojos de los dems fijos en l, unos ojos ardientes como carbones de embarazosa rabia. Slo Simone, por un momento, demostr una leve admiracin, pero desapareci en seguida y l qued solo frente a frente con la jaura. Sigo ofrecindole mi mano dijo Gervais, y su sonrisa era mortal. Y yo contest Jean, furioso porque su voz temblaba ligeramente sigo estando en mi derecho cuando me niego a estrechar la mano de los saqueadores de Francia. O preferira Monsieur que yo le estrechara la mano y despus llamara a los criados para que trajesen agua y toallas y me las lavara en su presencia? Gervais dej caer su mano. Su sonrisa no se alter ni un momento. Contra su voluntad, Jean tuvo que admirar su actitud. Es usted valeroso, Monsieur le philosophe dijo Gervais . Pero quiz slo sea que est usted seguro de s mismo. No puedo correr el riesgo de poner en peligro el afecto de Mademoiselle, su hermana, mandando a mis lacayos que le den una tunda soberana, como se merece por, su mala educacin. En eso confa, verdad? Yo no confo en nada dijo Jean . Slo en mi buen brazo con una espada, un sable, o incluso una pistola, como Monsieur prefiera... Gervais le mir. Despus ech la cabeza hacia atrs y se ech a rer alegremente. Vamos, Marin dijo. Es usted fantstico. Despus se volvi hacia los dems y les hizo una inclinacin. Me complazco en olvidar este desplante , se sonri. Es la juventud, y quiz demasiado vino. A este hombre le ira bien una sangra. Tendr mucho gusto en poner mi mdico personal a su disposicin, Monsieur Marin. Tendr desde luego una sangra grit Henri Marn . Pero con un ltigo, no con un bistur: Jean, vete a tu habitacin y espera all. Ahora mismo! Jean mir a su padre. Despus, muy lentamente, se sonri. Fantstico! murmur. Le doy las gracias por esa palabra, seor conde. Pero a m se me ocurre una mejor. Usted no es fantstico, padre; usted es sencillamente grotesco. Y no todo se puede vender, como comprender algn da... Mrchate a tu habitacin! tron Henri Marin. No dijo Jean, afable e indiferentemente . Hago lo que quiero. Y si alguna vez vuelve a ponerme la mano encima, me olvidar de que es usted mi padre, un hecho que siempre he lamentado infinitamente... Ah, s! Lo olvidar con mucha facilidad. Despus mir a los dems y se ech a rer. Por qu te res? pregunt Thrse. Estoy viendo visiones repuso Jean, y la risa alentaba su voz . Estoy viendo la cmica danza que el seor conde efectuar muy pronto en el aire, sujeto slo por el nudo hecho en torno de su cuello, a Bertrand, sin sus ttulos, y sin su riqueza; a Simone y a ti, mi pobre hermana, tratando de hervir las ejecutorias de nobleza para hacer un caldo y acallar el hambre... Henri Marin mir a su hijo. Y yo? rezong nerviosamente. Jean dej de rer. Usted, mi pobre padre murmur afablemente, se ahorrar todos esos dolores. Porque no estar aqu para ver ninguna de esas cosas. Loco! escupi Gervais la Moyte. S. Jean se sonri. O quiz cuerdo que vive en un mundo loco. Quin sabe?10

Despus se dirigi hacia la puerta, dejando tras s el sonido de su risa. Todos los dems permanecieron inmviles, mirndose: mutuamente. En aquella risa haba algo que daba miedo.

2Cuando Jean Paul sali de la villa, otra vez estaba lloviendo. Pero l se sonri y levant su rostro de modo que hilillos de agua corrieron por sus mejillas. El tiempo estaba en armona con su humor. Otra vez subi por el camino que ascenda de la costa hasta el pie de las colinas de los Alpes Martimos y pas delante, de la casa de Lucienne sin detenerse siquiera. Tard casi una hora en llegar a Saint Jule, porque el pueblo estaba muy alto en los Alpes Bajos. Sigui por las calles tortuosas y pedregosas del pueblo y, finalmente, se detuvo delante de una casa. Estaba hecha de piedra, como todas las casas de Saint Jule, y las tejas arrojaban torrentes de agua en la calle. Llam. La puerta se abri imperceptiblemente. Despus de par en par, y en el umbral apareci, sonriendo, Pierre du Pain. Adelante, adelante se ri Marianne! Mira al querido amigo el filsofo! Parece, el infeliz, un gallo rechazado por todas las gallinas y con las plumas marchitas. Pierre tena el pelo rojo y unos ojos que eran una mezcla de verde y azul. Un campesino que careca de la acostumbrada expresin de animal apaleado de los campesinos. Su rostro pens Jean, por milsima vez es mitad de santo y mitad de stiro. Un rostro valiente, sin embargo, y despejado. Pero loco como el mo. Vivimos en un mundo de locos, por lo que quiz los dos sobrevivamos. Jean sonri a su amigo. El padre de Pierre haba sido un campesino acomodado, algo posible en la infancia de Pierre e incluso despus en diseminadas partes de Francia, casi siempre en aquellas cuya bondadosa y rstica nobleza se preocupaba de la tierra, negndose a malgastar sus bienes en Versalles. Mand su hijo al Seminario y Pierre aprendi a leer y a escribir no slo en francs, sino tambin en latn y en griego. Ms Pierre dej el Seminario y, poco despus, conoci a Marianne, que puso fin a su vocacin. Despus de eso, trabaj en una docena de oficios y finalmente hizo su aprendizaje con los impresores de Marsella. Y fue all donde Jean Paul Marin, enviado por su padre para imprimir unos conocimientos de embarque, entabl relacin con l. Adelante, Jean dijo Marianne . Djame que te seque las ropas. Quieres un poco de vino? Era uno de los triunfos de Jean Paul haber conseguido por fin que la mujer de su amigo le llamara Jean en vez de Monsieur ni patrn. De ello se senta orgulloso. Algn da no habra ya seores ni patronos... Algn da... Vino? grit Pierre . Naturalmente! Un da como el de hoy, el hombre necesita vino. Sobre todo un filsofo, porque qu sucede cuando nuestra filosofa ha sido calada por las lluvias y azotada por el ltigo del mistral? Calla! dijo Jean con fingido enfado. Ah! Monsieur le philosophe est de mal humor! Eso es grave. Pero todo lo que atae a nuestro filsofo es siempre grave y nunca ocurre nada. Has reservado para m un lecho de seda en el Petit Triann con l'Autrichienne en l, quiz? Ofendes mi olfato. Jean se sonri. S, Marianne, tomar vino. Trabajaremos esta noche? pregunt Fierre. Es bueno trabajar. Traducir en letras de imprenta todas las magnficas, valientes y gloriosas palabras de mi filsofo, que trata de destruir un sistema en el que l, es rico y poderoso en beneficio de la pobre y estpida canaille. Cuando llegue la revolucin, ser prncipe. Condescender a dejar que Monsieur le philosophe se cuide de mis cuadras. Har que recoja el estircol de mis caballos y despus lo apartar de mi presencia porque entonces ofender mi olfato. a ira! Ests borracho dijo Marianne. Ah, s! Es bueno estar borracho, querida. Mejor emborracharse con vino que con palabras. Porque yo no soy un iluso como mi amigo el filsofo, aqu presente. l no puede ver que cuando se trastorna el mundo lo nico que se consigue es crear una nueva nobleza, que, careciendo de los aos de prctica de la antigua, resulta ms brutal en su opresin... Lo crees as? pregunt Jean fijando sus ojos en l. S que es cierto. La igualdad es una idea extraa a la mente humana. Iguala a todos los hombres de la noche a la maana, y qu suceder; mi querido Jean? El listo, el despiadado, llegar a la cumbre y otra vez tendremos nobles, burgueses y canailles, quiz con diferentes nombres, pero representando siempre11

lo mismo. Cuantos ms cambios haya... No me mires as, mon vieux! Es cierto. Lamento mucho que sea cierto. Lamento infinitamente que sea cierto. Pero el hombre es el ms vil de todos los animales; siempre es codicioso, brutal y ruin... Pero el hombre produce filsofos. Jean se sonri . Y poetas... Y pintores y mujeres de la vida..., que son una obra excelente. Porque alivian la congoja del corazn humano ms que los poetas y los filsofos. Pierre! exclam Marianne. Perdname. Pierre se ri y pellizc su redonda mejilla. Una buena esposa es an mejor, porque en ella rene a la cortesana, a la cocinera y a la compaera... Mentiroso! Jean se ri. No miento. Si tengo alguna enfermedad, es la enfermedad de la verdad. Importa algo que el nieto del seor conde de Gravereau sea un campesino y sude bajo el sol? Dejar de ser un campesino? Ser su hambre menor o sus cargas menos dolorosas? Jean, mi querido Jean, hermano de mi corazn, lo que quieres hacer es una locura y mejor ser no hacerla. Entonces, qu debo hacer? pregunt Jean. Sentarte al sol y beber tu vino. Hacer el amor. Rer, pero no como t res, como un diablo enloquecido. Hay que rer con el estmago, con el buen estmago lleno y con una risa sana. Engendra hijos, muchos hijos, y nigate siempre a pensar. Porque sa es la enfermedad final, la que no tiene cura... Ests loco... Jean se sonri y estir sus piernas hacia el fuego, de forma que sali humo de sus botas caladas. Marianne estaba ocupada delante del fuego y Jean oli el sabroso aroma de un conejo estofado, preparado con vino, aroma que sala de la negra olla que colgaba sobre el fuego. Si hubiese sido un extra, la cena de Pierre habra desaparecido en un instante, en un escondrijo especialmente preparado. En primer lugar, un campesino tena que dar siempre la sensacin de hallarse muerto de hambre para escapar de las manos codiciosas de los alguaciles de su seigneur; y, en segundo, el que Pierre tuviese un conejo significaba que haba cazado furtivamente en los cotos del conde, y eso era un delito castigado con la horca, aunque entonces rara vez se aplicaba la ley con tanta rigurosidad. Jean se dio cuenta, al tomar el primer bocado de la cena, de que estaba hambriento. Haba sido maldecido por la naturaleza con un lamentable y pobre apetito, pero aquella noche igual la habilidad de Pierre como trinchador. Hubiera sido agradable permanecer sentado delante del fuego y continuar la conversacin mitad en broma mitad en serio, pero los esperaba media noche de trabajo. Pierre dio un beso de despedida a Marianne y bajaron por el camino hasta llegar a la encrucijada de la carretera de Marsella. All, a la sombra de los rboles, Jean tena unos caballos preparados, porque la distancia era demasiado grande para salvarla a pie. Dos horas despus se hallaban en el interior del mayor almacn de los Marin, muy ocupados en apartar cajones y fardos de seda. Cuando arrinconaron todas aquellas cosas, qued a la vista una pequea puerta. Jean Paul haba encontrado aquella puerta por casualidad haca un ao, cuando su padre hizo a las Colonias un envo tan importante de gneros que qued temporalmente en descubierto. Daba a una pequea habitacin que Henri Marin haba utilizado al principio de su negocio como oficina, pero la continua prosperidad le haba obligado a trasladar su administracin a un edificio aparte y aquel pequeo cuarto haba sido olvidado. A la sazn guardaba una prensa, adquirida pieza a pieza por Pierre y montada en la pequea habitacin; balas de papel, una mesa de cortar y gran cantidad de magnficos y caros tipos. A la luz de una sola vela, Pierre comenz a trabajar, leyendo el montn de manuscritos que Jean Paul haba llevado consigo. Vlgame Dios! exclam. Cundo vas a aprender a escribir en francs sencillo? Tu estilo es abominable. Quin diablos puede entender estas palabras? T puedes dijo Jean Paul. Y tu letra es peor cada da. Vamos, leme esto pidi Pierre. Jean ley. Tuvo que reconocer que las crticas de Pierre eran justificadas. A l mismo le cost bastante descifrar lo que haba escrito. Despus no se oy otro ruido que el de la prensa al caer sobre las hojas de papel. Se turnaron en el trabajo del torno: uno colocaba las hojas de papel y el otro haca bajar la prensa marchando alrededor, sosteniendo una palanca de dos brazos y haciendo descender la plancha por la gigantesca armazn que la sostena. Era un trabajo duro y por eso cambiaban de sitio, para que cada uno tuviera ocasin de descansar.

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Acabaron despus de mediada la noche. Recogieron las hojas impresas y las ataron en montones. Despus salieron de la pequea habitacin y volvieron a colocar los fardos y cajones delante de la pequea puerta. Atravesaron las calles de la ciudad a pie porque el ruido de los cascos de los caballos en las piedras hubiera podido llamar la atencin de la guardia. Se detuvieron delante de una panadera y escondieron los paquetes en las proximidades, donde el panadero pudiera encontrarlos. A la maana siguiente, todas las mujeres que comprasen un pan lo llevaran envuelto en lo que parecera un impreso viejo. Pero, en las casas de los pobres, veinte o ms personas se reuniran en torno del abogado, del escribano o incluso, muchas veces, del prroco, que, miserablemente pagados y con mucho trabajo, estaban casi siempre al lado del pueblo, para or las ardientes palabras de Jean Paul Marin. Algunos das despus, alguna hoja vieja y grasienta llegara a manos de las autoridades. Se producira una gran conmocin y cabezas coronadas se inclinaran preocupadamente sobre su vino, pero sin resultado alguno, porque la Polica no podra descubrir el procedimiento de distribucin, ya que Pierre y Jean Paul rara vez repetan la misma tctica. Aquella maana, los panaderos de Marsella; la siguiente, los tenderos; la otra, los vendedores de vinos. Y as creca constantemente el murmullo del pueblo. Llegaron a Saint Jule a las cuatro de la maana y dejaron en la cuadra los caballos. Despus, Jean se despidi e inici a pie su camino de regreso a la ciudad. Pero no lleg a ella. Haba recorrido escasamente un centenar de metros desde la casa de Pierre, cuando oy la voz de un hombre prorrumpir en maldiciones y el chasquido de un ltigo, seguid de gritos. Jean ech a correr hacia el sitio de donde salan. Cuando lleg cerca vio de qu se trataba. El carro de un leador haba obstruido el paso a un gran coche. En su apresuramiento para evitar que se precipitasen los caballos, porque los nobles siempre iban a la velocidad del viento, el leador haba girado demasiado bruscamente y su carga se haba movido ocasionando el vuelco de su carro de dos ruedas, que qued firmemente encajonado entre las casas de la estrecha calle. Jean vio esto con una sola mirada. Adivin, sin incluso pensar en ello, lo que el leador haba estado haciendo para circular por las calles de Saint Jule a las cuatro de la madrugada. Sencillamente haba estado sustrayendo lea de los bosques de su seigneur, pues todos los bosques donde se permitia a los campesinos cortar lea desde haca tiempo haban sido talados o quemadas. Pero lo que provoc a Jean Paul Marn nuseas de pura rabia fue el mtodo del cochero para salir de aquel apuro. Se haba bajado de su alto pescante y animaba al leador en sus frenticos esfuerzos para enderezar su carro por el simple procedimiento de atronar sus odos con maldiciones y de azotarle con su ltigo. Jean meti la mano en el bolsillo de su abrigo y sac una de las dos pistolas que siempre llevaba encima. Entonces avanz rpidamente, caminando de puntillas, sin hacer ruido y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, asest con la pistola un golpe en la cara del cochero, con tal fuerza que le produjo una herida y el hombre cay de espaldas en el fango. Cuando se levant enfurecido, se encontr con el can de la pistola. Jean, amenazndole con ella, retrocedi hasta llagar a la portezuela del coche. Entonces la abri y, sin mirar al interior, dijo irnicamente: Mi seor, tiene la bondad de descender? No obtuvo contestacin. Jean mir rpidamente hacia el interior del coche. Estaba vaco. Dio media vuelta en el momento preciso para evitar la acometida de uno de los lacayos que iban detrs del coche. Sac la otra pistola y apunt hacia arriba. Bajad todos orden. Los lacayos del conde de Gravereau descendieron de mala gana. Si pens Jean , si no puedo gozar de la mayor satisfaccin de hacer cargar lea al seor de Gravereau, por lo menos tendr la de conseguir que lo hagan esos mimados lacayos suyos. Ahora, seores dijo afablemente, tendrn la bondad de enderezar el carro de nuestro querido amigo el leador. Los lacayos le miraron. La otra alternativa Jean se ech a rer no ser tan agradable. Porque, si se niegan, no me dejan otro camino que el de saltarles la tapa de los sesos aun con gran pesar mo. Las dos pistolas resultaron bastante persuasivas. Vestidos con sus magnficos pantalones de seda y bordadas libreas, con sus tricornios emplumados y corbatas de encajes, apoyaron los hombros contra la gran rueda del carro y empujaron con toda su alma. Lentamente ste se enderez. Pero unos cuantos leos quedaron desparramados por el fango. Ahora orden Jean jovialmente , recoged la lea.13

Recogieron los troncos y los volvieron a cargar en el carro. El leador se alej, con el rostro congestionado por el miedo. Tendr que buscar otra diversin para ellos pens Jean . No puedo dejarlos marchar tan rpidamente para que informen de lo sucedido... Se acerc quedamente al cochero, que estaba en pie y temblando con sus magnificas ropas manchadas de barro y resina, y uno de los lados de la cara cubierto de sangre por el golpe de Jean. Desenganche los caballos! grit. Pero... El cochero se estremeci . Eso me costar la vida, seor bandolero. Mi seor me espera y, llevo ya media hora de retraso. Si pierdo ms tiempo... Jean le estudi, pero sin ver al hombre. Algo negro e informe cobr vida en su pecho. Se asent en sus pulmones, impidindole respirar. Rode con viscoso tentculo su corazn. Dnde le espera su seor? murmur. En..., en la casa de esa mujer de pelo rojizo... Por favor, seor bandolero... Desengnchalos! tron Jean. El cochero, lentamente solt el yugo que sujetaba los caballos del coche. Jean cogi el ltigo con la mano izquierda, sin dejar de apuntar con una pistola a los lacayos, Despus se irgui y dej caer el ltigo sobre los lomos de los cuatro caballos. stas se alejaron al galope por la callejuela. No me sigan dijo Jean lentamente. En este instante matara a gusto a cualquier persona relacionada con el conde de Gravereau. Retrocedi de espaldas, calle abajo. Al llegar a suficiente distancia, se volvi y ech a correr. Todo el camino era cuesta abajo. Cuando lleg a la casa, su respiracin ni siquiera era jadeante. La puerta no estaba cerrada. Lucienne saba que l no regresaba nunca de sus correras por Marsella antes de la tarde del da siguiente. Haba an rescoldos encendidas entre las cenizas del fuego apagado. Tard mucho tiempo en encender las velas porque sus ruanos temblaban. Permaneci inmvil, contemplndolos. Los dos dorman pacficamente. Dio un paso hacia la cama. Otro. Se detuvo, porque unas lgrimas ardientes cegaron sus ojos. Cuando, finalmente, se incorpor, las lgrimas haban desaparecido. Las sustituy una inmensa rabia por su propia debilidad y despus un propsito asesino. Sac las dos pistolas y apunt cuidadosamente. Pero no apret los gatillos. No pudo. Ella estaba demasiado hermosa, bajo la luz oscilante de la vela, recostada sobre la maraa de su pelo leonado. La vio demasiado encantadora, baada por la claridad indecisa. Dio media vuelta y, sin saber por qu, arroj un leo al fuego moribundo. El ruido los hizo incorporarse. He pensado que podran necesitar un poco de calor murmur quedamente , aunque slo sea para que se acostumbren adonde van a ir. Me han dicho que hace mucho calor en el infierno... Jean? grit Lucienne. 1 se sonri. Ests encantadora murmur. Incluso ahora, cuando al verte deba darme nuseas. Es una lstima acabar con tanta belleza. Marin dijo Gervais , djela en paz. No querr usted... No soy un caballero, mi seor... Jean se ri. No tengo honor, recuerda? Ayer mi seor rehus enfrentarse conmigo. Es extrao que tenga usted tanto poder, Monsieur le comte. Usted puede negarse a enfrentarse con sus inferiores, sin mancilla de su honor... Hizo una pausa, sin dejar de sonrer. Pero, despojado de sus galas, usted se convierte simplemente en un hombre. Y no era un mal ejemplar para ser noble... Pero no se preocupe, seor conde. Mi honor no es debido a una circunstancia casual. Lo llevo en el alma. Tome, coja! Jean arroj la segunda pistola sobre la cama. Gervais la cogi. Despus se mir a s mismo tristemente. Tal como estoy? pregunt. Lo preocupa a mi seor salir del mundo tal como lleg a l? dijo Jean Paul burlonamente. Su aspecto es menos imponente que vestido la franaise, verdad? Muy bien, esperar hasta que monseor est convenientemente vestido. Jeannot, por el amor de Dios! murmur Lucienne. La Qpra, la Comedie Franraise.... dijo Jean Paul . Pero t, querida, no tienes cabeza para los negocios, porque, de lo contrario, no habras pagado por adelantado...14

Ya estoy listo dijo Gervais . Aunque a esta distancia... Posiblemente muramos los dos... Jean s sonri. Eso le preocupa, monseor? Es una lstima. Ayer poda usted haber puesto las condiciones que se le antojaran... Preparado, monseor? Jean vio que los ojos de Lucienne se abran. Y que miraban detrs de l. Cogedle! grit el conde de Gravereau. Jean dio media vuelta. El cochero y los otros tres lacayos entraron precipitadamente. Jean suspir y levant su pistola. Por lo visto dijo con tono de pesar, tendr que acabar matando a alguno de vosotros. El ruido de la llave de chispa en la mano de Gervais la Moyte penetr en el cerebro de Lucienne. Vio, en el momento antes de arrojarse sobre l, que haba montado la pistola. Lleg demasiado tarde. Pero no tanto como para desviar la puntera y salvar la vida de Jean. El ruido del disparo result atronador en la pequea habitacin. Lucienne vio la seta de humo y la pualada de fuego anaranjado. Despus, Jean Paul Marn se estremeci ligeramente y se inclin hacia atrs, como si sbitamente se hubiera quedado sin huesos. Al caer al suelo, la pistola se desprendi de su mano. T..., tu has disparado! murmur Lucienne . Has disparado hallndose l de espaldas! Cmo queras que disparase sobre un... perro? pregunt. Lucienne levant las manos, convertidas en garras, y sus uas se lanzaron sobre sus ojos. Y Gervais la Moyte, conde de Gravereau, cuyos conocimientos se extendan a todas las partes tiles, incluso al arte de tratar a una mujer de clase inferior, ech hacia atrs su mano y le dio una bocetada. Gervais se sonri. Vamos dijo a sus criados . Lo mejor que podemos hacer es dejarlos aqu... a los dos... En el umbral se volvi y vio a Lucienne. Se haba incorporado sobre una rodilla y la claridad del fuego revivido pareca cubrirla de oro. Yo, Gervais la Moyte pens , no olvidar nunca esta escena. Despus se dirigi a la puerta y la cerr sin ruido tras l.

3El carro, del leador bajaba la pendiente de la costa. Lucienne haba colocado en l colchones de pluma y mantas, pero cada vez que una de las grandes ruedas tropezaba con una piedra, Jean Paul tena que morderse los labios para contener un gemido. Hacia slo una semana que haba salido del medio mundo de los sueos y del delirio, pero durante la semana se dio cuenta de la ternura con que Lucienne le haba cuidado. Despus del primer da, cuando el cirujano del pueblo sac la aplastada bala y junt la costilla rota que haba impedido que llegase al rgano vital, ella le haba defendido con tierna fiereza, impidiendo al mdico volver a poner los pies en la casa. Lucienne senta muy poco respeto por los mdicos y esa falta de respeto estaba ms que justificada; era dudoso que Jean Paul hubiese sobrevivido a los tiernos cuidados de un mdico francs de aquella poca, No poda convenir a un hombre que le sangraran (razon Lucienne) cuando ya haba perdido ms sangre de lo que poda perder, ni el que le purgasen cuando estaba tan dbil que no poda llevarse una cucharada de potaje a la boca... Era imposible, realmente, que una mano lavara a la otra? pens Jean Paul, echado en el carro, que iba dando tumbos, y contemplando el leonado pelo de Lucienne, que la brisa echaba hacia atrs . Me ha salvado la vida, despus de haberla puesto en peligro con su infidelidad... Una cosa debera barrar la otra; pero, es as? Cosa extraa... Todos mis amigos me llaman filsofo, pero he llegado casi a las puertas de la muerte tratando de ser un hombre de accin. No: tengo buenas cualidades para el papel... Pierre me llama iluso, dice que me emborracho con palabras; pero ninguna borrachera bajo el alto cielo puede igualar a la embriaguez de actuar con energa y valor, cuando llega el momento... Lucienne medio se volvi en el alto pescante, donde iba sentada junto al leador. Desde donde yaca, Jean pudo ver la claridad del sol como un halo en su pelo, las nubes blancas que parecan pasar slo a unos centmetros de su cabeza, por el cielo ms azul que haba existido desde el principio del tiempo o que existira en lo futuro. Manojos de agujas de pino lo rompan, danzaban a impulsos del viento; ramas desnudas de robles y sicmoros y la llorona blancura de los arces. Todo pareca extraamente roto, empequeecido, contemplndolo desde aquella posicin en la que un hombre rara vez ve su mundo... Pero es buena para pensar reflexion Jean Paul ; lleva a profundos y lentos pensamientos.: Con qu medida se mide, sin ser medido por ella? Lucienne me ha querido y su amor era para m algo que no15

tena precio. Pero... fuiste t quien; 1e puso un valor, encanto; fuiste t quien hizo ver una cosa que poda comprarse y venderse y al precio de un mercado de ladrones. Ah? Lucienne, Lucienne! Lo que t deseas no puede comprarse; tendr que ganarse siempre. Y el sudor y las lgrimas que pueden costarte son la medida de su valor. Porque, aunque el mismo rey te llevara al escenario, ante la luz de las candilejas que tienen para ti ms brill que los diamantes, slo tu arte y tu talento podran mantenerte en l, y esas cualidades se tienen o no se tienen, y no hay esperanzas de poder comprarlas... Lucienne se volvi de nuevo y lo arrop, porque estaban en diciembre y haca fro a pesar del cielo despejado. Los dedos de ella se entretuviere en su mejilla y bajo su roce l se dio cuenta con dolorosa amargura del poco derecho que tena a ser llamado filsofo. Porque le volvi el dolor, pero no el dolor cruel y lacerante de su herida, sino el otro, el dolor intenso, insoportable, que senta en su interior. No estaba localizado concretamente, pero afectaba a todo su ser. Estaba en su interior y fuera de l, a su alrededor, dilatndose hasta llegar al cielo, contrayndose hasta convertirse en una hoja ardiente de angustia, que desgarraba hasta hacer correr, gritando, la sangre por sus venas. No comprenda por qu no llegaba a or esos gritos. Para el eran reales, concretos, y resonaban en sus odos. A veces parecan el lamento de un nio asustado y otras el gemido insoportable del animal que muere en tortura. Aquello era malo, muy malo, casi la peor cosa de todo el mundo. Casi, pero no del todo. l saba cul era la cosa peor, y cada vez que ella le tocaba, volva a l y viva en su conciencia. La cosa peor, lo que quera desterrar de su mente, era la memoria. Y no poda. No poda en modo alguno. Estaba viva. Ms viva que l. Ms viva que el pobre, maltrecho y roto ente que l llamaba cuerpo. Era visual y tctica; tena calor, suavidad, contextura e incluso aroma. Y haba sido perfecta. Oscura y bellamente perfecta. Y porque haba sido as, su acto de traicin se haba convertido en l en una profanacin noble de su cuerpo, que era la misma fuente y templo de su idolatra, y de la integridad del mismo amor. l seguira viviendo, comera, respirara, pero su muerte, cuando finalmente llegase, no sera ms que la culminacin del acto de morir que empez la noche en que encendi las velas con manos temblorosas y la sorprendi con el conde de Gravereau... Ni siquiera podr dejarla pens amargamente: no, no puedo. Excepto por la puerta de la muerte, soy incapaz de separarme de ella. Pero lo que exista entr nosotros de ahora en adelante ser como un valioso jarrn roto al caer al suelo y que ha sido hbilmente reparado, rehecho. Pero, Dios santo, qu aspecto tan lamentable tienen las grietas a la luz del da! Lucienne se volvi, vio su rostro y lo que en l se reflejaba la conmovi. Jeannot murmur, no pienses en eso.... Todo ha terminado. No te das cuenta de ello? Y yo... yo, estaba deslumbrada. Un noble, un gran noble y, por aadidura, atractivo; comprndelo... Fui dbil y loca. Pero cuando lleg el momento, de prueba para los dos, fuiste t quien se comport noblemente, galantemente incluso, dndole una honorable posibilidad de defenderse, y l... Ella le mir estremecida. Despus, muy lentamente y con gran dignidad, comenz a llorar. El leador mir a Jean curiosamente. Debemos apresurarnos murmur. Vuelve a tener fiebre... Lucienne dej de llorar, aceptando esta cmoda explicacin. Jean se sonri, pensando: No es tan sencillo, Lucienne. Nada en la vida es nunca tan sencillo ni exactamente lo que esperamos o lo que deseamos que sea. Quiz sea sa la razn de que nuestro lenguaje est tan lleno de rtulos: nobles, sacerdotes, burgueses, campesinos, locos, santos. Tenemos que simplificar, no es cierto? Decimos un noble, y al instante pensamos en Gervais la Moyte, conde de Gravereau, olvidndonos en ese instante de Robert Roget Marie la Moyte, su padre, un hombre tan distinto de l como el da de la noche. Recuerdo cmo lloraban todos los campesinos la noche que muri... Decimos campesinos y nos imaginamos un animal estpido, apaleado, sucio y oliendo a cuadra, pero Pierre du Pain es campesino, lo mismo que yo soy burgus y loco... Ah, s, seguiremos inventando nuestros rtulos que nunca encajan en nada; fabricando nuestras simplificaciones, porque estamos cansados del constante dolor de pensar, de tener que pesar y medir a todos los hombres del mundo, de tener que apreciar las sutiles diferencias que separan a un ser humano de otro... Pero tantas reflexiones le cansaban. Se adormil, dndose cuenta, a pesar del sueo, de las sacudidas del carro, del crujido de los arneses y de las rfagas de viento. Lo que finalmente le despert fue el hecho de haberse detenido el carro. Oy unas voces encima de l. Eran voces familiares; saba que las haba odo antes. Nom de Dieu! Es el joven seor! Monsieur Marn tiene un ejrcito de policas buscndole. Vive? Gracias a Dios, porque, de lo contrario, no tendra valor para comunicar la noticia.16

Sigui con los ojos cerrados en una bendita laxitud, rendido al inesperado placer de una ausencia completa de dolor. Quiz volviera a dormirse otra vez porque indudablemente Thrse no poda haber recorrido instantneamente la larga distancia que separaba la villa de la puerta de hierro. Jean! grit con voz contrada y ahogada. Dios misericordioso! Qu te ha sucedido? l trat de hallar su voz, de decirle que no era nada, un simple accidente, pero estaba cansado, tan cansado que ningn sonido sali de su garganta, aunque sus labios se movieron, articulando. Usted! murmur Thrse, enronquecida su voz con un odio inexpresable. Usted lo ha matado! Usted, mujer perdida! Oh, Dios mo! Cuntas veces no le supliqu que la abandonara! Me lo deca el corazn... Qu te deca, hermanita? , murmur Jean, pero la risa se reflej en su voz, agitndola como caas secas bajo el viento. Que Lucienne me matara un da? Pero no tan rpidamente, querida hermana, y desde luego no con medios tan brbaros y salvajes. Es mucho ms sutil que eso y hay procedimientos ms agradables... Delira dijo Thrse . Jean, Jean... Yo no he sido la causante de eso afirm Lucienne. Pregnteselo y se lo dir. Thrse la mir con furia. Me mentira dijo . Por usted mentira, como ya me ha mentido muchas veces. Es intil hablar con usted murmur Lucienne amargamente . Llveselo, Mademoiselle, llvese su precioso hermano, que me ha costado ya mil veces mas de lo que vale. Jean Paul se irgui sobre un codo y se qued as el tiempo suficiente para ver el rostro de su hermana contrado por la ira, pero el esfuerzo result excesivo para l y de nuevo sinti la ya familiar sensacin de ser llevado en la oscuridad, hundindose profundamente en la noche absoluta.. Cuando logr salir de nuevo a la luz y al aire, se encontr en su propia habitacin, con toda la familia alrededor de su cama. Y Lucienne? pregunt. Est en la crcel contest su hermano, que es donde debe estar. Necesitamos slo una declaracin tuya para presentar la querella. Jean Paul mir a su hermano y su boca se abri, como s fuera a rerse, pero estaba demasiado dbil. Eres fantstico, Bertrand articul. Verdaderamente fantstico. Vete y que la pongan en libertad en el acto. Hijo murmur Renri Mauro , hemos olvidado tu locura. Eres joven y de mi sangre, por lo que tu conducta es natural. Pero esa galantera equivocada slo te perjudica. Esa mujer debe recibir el castigo que merece. Jean se sonri. Por qu, padre? murmuro. Por salvarme la vida? Ella te salv la vida? pregunt Simone . Vamos, Jean... Te aseguro mi respetada y querida cuada, que ella me la salv. Vio al asesino apuntar con su arma y le golpe el brazo de forma que el tiro, que indudablemente me hubiera matado, se desvi. Despus me llev a su propia cama y me cuid noche y da hasta que la vida volvi a m. Estoy segura de que no sera la primera vez que estaras da y noche con ella dijo Simone. Jean la mir. Eres una gran seora, verdad? dijo irnicamente . Simone de Sainte Juste, marquesa de Beauvieux; pero, sin embargo, te has convertido en una pequea burguesa. Jean dijo Thrse. Mrame. Ahora repteme eso de que ella te salv la vida. Jean Paul mir a su hermana gravemente. S, hermanita murmur . Me salv la vida y a un gran precio, quizs incluso con riesgo de la suya. Thrse se incorpor, y sus ojos se encontraron con los de Simone. Dice la verdad afirm quedamente. Lo s contest Simone . Dios mo, qu locas somos las mujeres! Bertrand... dijo Thrse. Est bien, est bien rezong Bertrand . Ir y har que la pongan en libertad, aunque las autoridades creern que soy un loco y se preguntarn qu poder tiene sobre nosotros. Jean Paul mir a Bertrand y en sus ojos se reflej una expresin de irona. Tus razones son propias de ti, hermano... murmur no es cierto? Calla, Jean dijo Thrse. No debes cansarte.

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Mas tarde, l se senta mejor, mucho mejor y ms fuerte, pero con mucho sueo. Era agradable abandonarse al sueo sabiendo que era sueo, no inconsciencia, y or las voces cada vez ms apagadas como un murmullo de la brisa. Durmi mucho tiempo y muy profundamente. Cuando se despert, senta un apetito terrible. Y eso tambin era bueno, porque era la primera vez que deseaba realmente comer desde que Gervais la Moyte disparo sobre l. Thrse se sent junto a la cama, dndole una Sopa caliente. A l le pareca sentir que la vida volva a su cuerpo con cada cucharada. Era agradable vivir, tener otra vez sensaciones, aunque su herida le doliera vivamente. Entonces, Bertrand entr en la habitacin. Est en libertad anunci sin prembulos. Muy bien? dijo Jean Paul, y la energa de su propia voz le sorprendi. Un milln de gracias, hermano. No me des las gracias replic Bertrand , No es obra ma. Cuando llegu, ya estaba libre. Fui a su casa, me crea en la obligacin de presentarle nuestras disculpas. Pero no la encontr. Me dijeron que se haba marchado. Pero si no ha sido obra tuya, Bertrand, de quin ha sido? pregunt Thrse. La expresin de Bertrand cambi. Un vivo color rojo apareci en sus mandbulas y fue subiendo hasta llegar a sus orejas. Despus stas tambin enrojecieron. A Jean casi le pareci sentir su calor. Cierto noble... tartamude , orden su libertad. Por lo visto, tiene inters por esa mujer. Jean Paul mir a su hermano. Le mir largo tiempo. Despus comenz a rerse. Era una dbil sombra de su antigua risa de bartono. Entonces son ronca, seca, rasgante y tan baja que vieron que se rea ms que oyeron la risa. Pero de todas formas result terrible. Bertrand no pudo resistirlo. Gir sobre sus talones y sali de la habitacin con la mayor dignidad que pudo. El rostro de Thrse se puso blanco. Jean murmur. l piensa, t piensas... Pero no es posible! Gervais sali de Saint Jules hace ms de una semana. Jean se calm. Cogi la mano de Thrse y se la acarici. No pienses nunca, hermanita dijo quedamente. El pensar es cosa muy peligrosa y muy propia para llevar un hombre a la locura. Pero despus que ella se hubo marchado a su habitacin para reflexionar sobre el caso, Jean permaneci inmvil, mirando al techo. De modo, conde de Gravereau pens con amargura , que otra vez se ve tu mano. Y siempre con esa diablica suerte tuya actas en el momento oportuno, despus que mi querida familia ha dado otra muestra de la incomparable estupidez de los Marin. Dios santo! Cuntas cosas caben en esas dos pequeas letras de la palabra "s"...? Si Thrse la hubiese acogido bondadosamente... Si Bertrand y mi padre no hubiesen querido mostrar su poder y autoridad... Si aquella bala no me hubiera alcanzado o hubiese sido ms certera... En la habitacin contigua, a Thrse le pareci orle rer. Pero no era risa lo que oa. Despus, aunque parezca extrao, su restablecimiento fue rpido. El abate Gregoire le llam un milagro. He visto morir hombres dijo con heridas metros graves. Dios ha puesto su marca en ti, hijo. Te ha destinado para grandes obras... Dios o al diablo? Yo no creo en milagros. Dicen que el diablo se cuida de lo suyo. Pero, de todas formas, era un milagro, aunque un milagro que ni el abate Gregoire ni Jean Paul Marin comprendieron. Lo milagroso radicaba en cmo puede la voluntad humana dominar la debilidad de la carne, y en eso el poder del propsito de un hombre cuenta mucho ms que el que sea bueno o malo. El propsito de Jean Paul era muy firme. Se propona sencillamente matar al conde de Gravereau. Esper quince das para estar seguro de sus fuerzas. No era lo suficiente, pero su odio pudo ms que su juicio. Se visti l mismo a medianoche y baj a las cuadras, armado con pistolas, una daga y un sable. No tena ningn plan, pero las diversas armas que llevaba podan servirle en cualquier contingencia. Como provisiones erigi un pan, una botella de vino y un queso. Despus mont en Rolano, su garan negro, y se alej de Villa Marn. Lleg al castillo de Gravereau a ltima hora de la tarde del da siguiente. Aunque faltaba mucho para la noche, en el gran vestbulo reinaba la animacin de una fiesta. Los caballeros y sus damas entraban y salan sin recibir ms que un saluda de los guardias del conde. De noche pens Jean Paul sera mucho ms difcil poder entrar en el castillo que entonces. Mir sus ropas. Si hubiese llevado una banda escarlata en el cuello no habra llamado la atencin de los18

guardias ms rpidamente que cmo iba vestido. Entre las orgullosas y acaudaladas clases mercantiles del tercer estado, nada era ms humillante que la ley que los obligaba a vestirse con sobrios colores, castaos, negros y grises, mientras la nobleza poda, y as se vesta con todos los colores del arco iris. El enjuto y aristocrtico rostro de Jean Paul podra haber pasado, pero no su buen traje de pao negro. Su pelo tambin constitua un problema. Lo llevaba suelto cayendo sobre sus hombros. Para mezclarse con la multitud tendra que haberlo llevado recogida al estilo de Cadogan1, con una coleta sujeta con cintas de terciopelo, o incluso recogiendo la melena en una pequea redecilla. No necesitaba pelucas, porque despus de Rousseau y otros filsofos que establecieron la moda de la sencillez, la mayora de los jvenes nobles haban prescindido de ella, e incluso el empolvarse el pelo empezaba a no estar de moda. Sin embargo, el escalar un alto muro, coronado de pas y de cristales en plena noche y sin hacer ruido, era un serio obstculo. Y una vez al otro lado del muro, cmo entrara en el castillo? Permaneci a caballo con el ceo fruncido. De estar vestido adecuadamente pens podra entrar sin llamar la atencin y ocultarme hasta la llegada de la noche. Pero quiz pudiera comprar un traje de segunda mano en el pueblo. Esta idea la desech en cuanto se le ocurri. La nobleza daba siempre sus trajes viejos a los criados. l tena dinero para comprarse un traje, pero en el mejor de los casos necesitara esperar una semana a que el sastre se lo hiciera a su medida, si es que poda encontrar uno lo suficientemente atrevido para hacerle una clase de traje que no tena derecho a llevar. Naturalmente, podra sobornarlo. Pero segua el problema del factor tiempo. E1 hombre de accin se dijo a s mismo, es siempre un improviseur... Deba de existir algn otro medio. Exista. Lo vio en cuanto oy un grupo de nobles cantando. Todos ellos estaban un poco bebidos. Ahora murmur Jean , lo nico que tengo que hacer es esperar a que alguno pase por aqu solo Dios quiera que sea de mi estatura. No tuvo que esperar mucho tiempo. Un joven alto se separ del grupo y se dirigi a una espesura distante unos veinte metros donde estaba Jean. Su rostro era verdoso y su finalidad evidente. Enfer! exclam Jean. Espero que no manche el traje? Toc a Rolano con los tacones y el animal, bien enseado avanz sin ruido. Cuando llegaron detrs del joven noble, ste se hallaba inclinado devolviendo por efecto del vino. Jean Paul esper hasta que se incorporara y despus descarg el can de su pistola con considerable fuerza sobre la cabeza del joven. E1 hombre se desplom sin ruido. Jean desmont dando gracias por el alboroto infernal que armaban los dems, y despoj al joven de sus ropas, incluso de las interiores, aunque a l no le servan para nada. Creo que se lo pensar mucho pens con satisfaccin , antes de reaparecer a la vista de 1os dems con slo su noble piel. Pero, para asegurarse ms at las muecas y los tobillos del noble con bejucos y lo amordaz con su sencilla corbata, reservndose la del complicado encaje del noble para su futuro disfraz. Unos minutos despus, la transformacin era completa, excepto en los zapatos de tacones rojos del noble, que eran demasiado estrechos para los pies, un poco plebeyos, de Jean Paul y en la negra melena que caa de su cabeza. Tendra que servirse de sus propias y buenas botas. Respecto del pelo, sin duda alguna deba de existir un buen peluquero en todos los pueblos donde haba un castillo. Volvi a montar en su caballo y se dirigi al pueblo, pensando Como hombre de accin, Jean Paul Marin, no lo has hecho del todo mal... hasta ahora. Acert en lo del peluquero. El hombre, al ver su rico atuendo, demostr en el acto un gran servilismo. El pelo del seor? Desde luego! Pero no ser tarea fcil. Si me perdona mi atrevimiento, puedo preguntarle desde cundo no se lo arregla? Desde hace aos dijo Jean jovialmente. Hice un voto. Y la dama no me ha librado hasta, hoy. Vamos, coja sus tijeras, sus trencillas y sus polvos. Y dese prisa. El conde de Gravereau me espera dentro de una hora en su castillo. Ah, la juventud! suspir el peluquero . Ah, el amor! Incluso en mi humilde estado comprendo esas cosas. Cuando haya terminado puede monseor estar seguro de que el corazn de piedra de la dama se fundir como la nieve bajo el sol de medioda. Quiere sentarse, monseor?

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Cadogan. Una moda de anudarse el pelo en la nuca, que se dice procedente del primer conde de Cadogan, noble muy popular entre las damas francesa del siglo XVIII. 19

Los dedos de aquel hombre eran hbiles. Al cabo de una hora a Jean Paul le haban cortado, rizado y recogido el pelo. El peluquero, a continuacin, le llev a otro asiento, delante de un aparato que se pareca mucho a una picota. Lo era. Despus de una mirada interrogativa, Jean Paul se dej meter la cabeza por la abertura semicircular del tablero inferior y despus bajaron el superior, encarcelndole firmemente la cabeza. A continuacin el peluquero apareci por el otro lado con una pistola en la mano. Fuego del infierno! murmur Jean para s . Qu es lo que me habr delatado? Pero entonces vio que la pistola no era un arma vulgar y comprendi que se trataba de un instrumento especial de trabajo de peluquero. ste apunt a la cabeza de Jean. Se oy un chasquido y todo el recinto pareci llenarse de una nube de polvo fino y blanco. Jean se qued sin respiracin, tosi y estornud violentamente. Mil perdones, monseor! jade el peluquero. Debera haberle avisado antes para que contuviera la respiracin. Diablos! Por poca me ahoga! grit Jean Paul . Tenga ms cuidado, hombre. S, monseor; perdneme, monseor murmur el peluquero . Temo, monseor, que con un pelo tan negro como el suyo, tendr que hacerlo varias veces. Pues adelante entonces orden Jean Esta noche no quiero que me falte detalle. A la segunda vez estaba preparado y contuvo la respiracin. Cuando, finalmente, el peluquero sosuvo un espejo delante de l, Jean Paul se qued atnito. Se encontr con la mirada de un desconocido. De un joven prncipe. La transformacin era sorprendente. No tendra que envidiar el aspecto de ningin hombre; ni siquiera el del conde Gravereau. Al dirigirse nuevamente hacia el castillo, despus de haber pagado y haber dado una extravagante propina al peluquero, sinti deseos de cantar. No estaba asustado ni nervioso. Porque era una de sas personas que, sin saberlo, son actores natos. Su afn ce dramatizarse a s mismos es tan instintivo, que se identifican con el papel que en el momento representan. Es dudoso que jams hubiese entrado en el castillo de Gravereau un joven seor ms arrogante que aquel burgus hijo de un comerciante de Marsella. La cosa result ridculamente fcil. Las guardias de la puerta no le prestaron la menor atencin. Entr, se mezcl con la concurrencia, bebi el vino que le ofrecan los distintos criados, se ri con las salidas del duque de Gramont e incluso aventur algunas suyas. Para poner a prueba su disfraz, se acerc al conde de Gravereau y le hizo una ceremoniosa reverencia. Gervais la Moyte le mir 3' por un instante sus ojos parecieron perplejos. Despus se sonri y a su vez hizo una reverencia. Me alegro de que hayas llegado, Julien dijo. Has bebido algo? Naturalmente, Gervais. Jean Paul se ri. Pero tendr mucho, gusto en repetir la oferta. Gervais, lnguidamente, indic un estante lleno de botellas y de copas y atendido por un imponente criado. Srvete t mismo dijo . Mientras tanto, existen otras diversiones. Y rode con su brazo la cintura de la joven pintada que tena a su lado. Jean Paul se alej buscando aire puro. Julien! Se ri interiormente. Quin diablos sera Julien? Qu gran suerte haba tenido! Slo necesitaba que no compareciera aquella noche. Pero no lleg al vino. Sinti la extraa sensacin que advierte a los muy sensibles que alguien los observa. Se volvi y se encontr con una joven de unos veinte aos, o incluso quiz menos. Se olvid de sus modales palaciegos. Se detuvo bruscamente y la mir con fijeza. Era una joven baja y muy hermosa. Incluso mirndola no poda creerlo. Su pelo pens deba de tener sin polvos la exacta tonalidad que los del conde de Gravereau, porque sus cejas y pestaas eran rubias. Sus ojos tenan el color de Mediterrneo, en el horizonte, en un da de verano. Sus labios eran rojos, hmedos, y los entreabra un poco. Ella le miraba tambin con asombro sincero. Usted no es Julien dijo con firmeza. Claro que no Jean Paul se ri , aunque me han acusado de serlo. Quin diablos es Julien? Julien Lamont, marqus de Saint Gravert dijo la joven con indiferencia. Es un primo lejano; no le vemos con frecuencia. Pero mi hermano ha bebido ms que yo, o habra visto que usted no es Julien. Su... su hermano? murmur Jean. Gervais. Estaba usted hablando con l hace un momento. Usted conoce a Gervais, verdad? Muy bien. Jean se ri. Puedo preguntarle cmo se llama usted, Mademoiselle? Nicole contest ella.20

Un nombre encantador, Mademoiselle dijo Jean Paul y se inclin a besarle la mano. Y cul es su nombre, Monsieur? pregunt Nicole. Jean pens rpidamente; despus se sonri. Giovanni Paoli Marino dijo . Conde de Roccasecca. Italiano? murmur Nicole . No es extrao que sea usted tan atractivo. Jean enarc las cejas. Me siento muy honrado de que lo crea as, Mademoiselle dijo. Pero usted lo es. Es mucho ms atractivo que Julien. Por eso he sabido que usted no era l. Pero habla el francs demasiado perfectamente. Sabe lo que pienso? Creo que es usted un impostor. Estoy segura de que no es italiano. Hbleme algo. Algo de qu? pregunt Jean Paul. De italiano, tonto! Qu pensaba que quera decir? No lo s. Jean se ri. Despus obedeci, rezando para que ella no supiese distinguir el tosco dialecto siciliana que haba aprendido en las rodillas de su padre del encantador y armonioso toscano que l no sabia hablar. Nicole cerr los ojos mientras le escuchaba. Magnfico! , suspir y los abri de nuevo cuando l termin. Sin embargo, es extrao que hable usted tan bien las dos lenguas... Mi madre era francesa explic Jean. Esa era la belleza de su mentira, la mayor parte de la cual era verdad. Su padre era oriundo de un pequeo pueblo siciliano llamado Roccasecca, Rocca Secca, digamos, Giovani Paoli Marino no era una mala traduccin de Jean Paul Marin y en cuanto al ttulo, Roccasecca no haba tenido nunca un conde, por lo que poco dao poda resultar. Su xito le embriag y se hizo ms atrevido. Voy a decirle otro secreto murmur. Yo no he sido invitado a esta fete... No? Tampoco lo han sido la mayora de los dems. Sencillamente han venido. l ech la cabeza hacia atrs y se ri alegremente. Sin embargo aadi Nicole, inclinando su cabecita hacia un lado, mientras reflexionaba sobre el asunto, ser mejor que le aparte del camino de Gervais. 1 conoce a los dems y puede descubrir que usted no es Julien. Veamos, adnde le podra llevar? A la habitacin de Mademoiselle, naturalmente sugiri Jean con suavidad. Desde hacia rato se haba dado cuenta hasta qu punto el extrao comportamiento de ella era debido al vino. Nicole consider su sugestin con la misma seductora gravedad. Muy bien murmur finalmente. All no se les ocurrir buscarle. Pero yo tendr que dejarle solo y dejarme ver, porque, de lo contrario Gervais podra buscarme. Ella le cogi la mano y se la oprimi ligeramente . Pero volver aadi, acercando sus labios a su rostro. Ver usted, me es simptico. Jean la mir. Despus comenz a rerse. Haba algo irresistiblemente cmico en la idea de pagar a Gervais la Moyte con su propia moneda. Espere murmur Nicole . No debemos subir la escalera juntos. Todo el mundo nos vera. Yo subir primero y, mientras tanto, puede usted tomar algo. Despus sube... No! Eso no. Cuanto ms tiempo est aqu, ms riesgo corre de que Gervais le descubra... Suba primero. Es la segunda puerta, a la izquierda del primer piso. Jean volvi a besar su mano y subi la escalera. Dentro de la habitacin arda el fuego en la chimenea y Jean, sbitamente, se dio cuenta de cmo se haba enfriado el tiempo. Entonces se acord del pobre diablo a quien haba robado y dejado desnudo y atado en el bosque. No puedo dejarle as pens; el pobre diablo se morir de fro y no me hace gracia la idea de matar a un hombre que nunca me hizo el menor dao, aunque sea indirectamente. Pase la vista rpidamente por la habitacin. Era preciosa. Todo tena un color azul plido, con muchos adornos dorados. Haba un gran espejo con un gran marco de madera tallada y dorada, en el que pudo ver su rostro iluminado por la claridad del fuego. Bajo aquella claridad su aspecto era ms mefistoflico que nunca. El biombo de la chimenea, de seda azul, tena figuras de oro, y la repisa de mrmol y las cornisas de la chimenea recargados adornos de oro. Las sillas eran de la moda del reinado presente, Luis XVI, delicadas y finas con sus adornos dorados visibles a travs de la plida pintura azul. El magnfico candelero de cristal no estaba encendido, pero sus miradas de cuentas de cristal y ajorcas reflejaban la luz del fuego y alegraban toda la habitacin. Incluso el lecho azul y dorado, digno de la

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misma reina, tena un dosel de seda delicadamente azul y las almohadas y las colchas eran tambin del mismo color. Jean se imagin a Nicole la Moyte en aquella habitacin y el cuadro le reconfort. Pero antes tena una tarea que cumplir. Abri los armarios hasta que encontr la ropa de cama y escogi una gruesa manta. Despus sali al pasillo. Como haba sospechado, exista una escalera interior para ir a la planta baja. Baj por ella, lleg al pasillo de la cocina y se entretuvo lo suficiente para apoderarse de una botella de vino. Su nuevo talento de ladrn le entusiasm; todos sus nuevos talentos le entusiasmaban. Se sinti muy satisfecho de s mismo lo que si hubiese estado completamente sereno, habra considerado como un aviso de inminente peligro Pero no se hallaba completamente sereno. Se encamin directamente al sitio donde haba dejado su vctima. El pobre y joven noble estaba revolvindose, tratando de hacer el ruido suficiente para llamar la atencin de alguien. Pero entonces todo el mundo se hallaba en la casa y l estaba demasiado lejos para que le oyesen los guardias, Jean se inclin y le toc en el hombro. El joven se volvi y, al encontrarse con el canon de la pistola de Jean, se qued inmvil, Jean le envolvi cuidadosamente en la manta. Despus se incorpor y le mir. Si hace el menor ruido, le abraso los sesos le advirti. Despus quit la mordaza al joven, descorch la botella de vino y verti un buen trago en su garganta. El noble tosi y Jean retir la botella. Ms! murmur el joven. Estoy helado! Jean permaneci pacientemente hasta que e joven hubo bebido las tres cuartas partes de 1a botella. En otra ocasin hubiera ardido de impaciencia por volver junto a la bella Nicole, pero el buen vino que tena en el estmago le priv de sensacin del tiempo y le dio una extraa calor. Despus se inclin para volver a colocar la mordaza, pero vio, muy divertido, que su vctima ya estaba dormida. Con porte altivo regres a la casa. Pero mientras recorra la distancia, el viento fresco le seren un poco y record la forma fra y extraa con que Nicole haba concertado su primera cita. Demuestra mucha prctica pens; debe de haberlo hecho muchas veces antes... Entonces se detuvo en seco, sorprendido al ver lo que le desagradaba aquella idea. T, Jean Paul Marin se dijo a si mismo severamente , eres un estpido sentimental. Pero la idea sigui desagradndole de todas formas. Atraves el pasillo hasta llegar una vez ms a la galera interior. Al pasar por el gran saln, el ruido de la fiesta pareca haber crecido. Muy bien! pens. Nadie nos molestar. Pero, cuando entr otra vez en la habitacin, no vio a Nicole. Esperaba que ya hubiese subido a reunirse con l, pero en la habitacin no haba nadie. Malhumorado, se sent junto al fuego para esperar. Entonces oy el inconfundible ruido de alguien que llora. Proceda del gran lecho. Se acerc a l y apart sus cortinas. Nicole estaba echada boca abajo, sin preocuparse de la ruina que estaba causando en su traje, o robe a la franase, de la ms fina y blanca seda, con anchos pliegues postizos, y todo adornado con perlas. Se ha marchado murmur ella para si. Se ha marchado y no volver a verlo ms... Preferira morir. Por qu ha tenido que venir? No es justo que le haya conocido, le haya hablado y despus... Nicole se perdi en una larga retahla de sollozos sin palabras. Jean permaneci inmvil, mirndola, con la boca contrada por una sonrisa irnica. Piensa bien se dijo a s mismo cunto hay en eso de sentimiento y cunto de vino, antes de embriagarte con esos halagos... Despus, muy suavemente se inclin y toc su desnudo hombro. Ella se volvi y le mir; sus ojos, bajo la luz del fuego eran como zafiros hmedos por las lgrimas. Ohl exclam furiosa. Cunto tiempo hace que est ah escuchndome? Demasiado tiempo murmur. 1 se sent a su lado y la atrajo hacia s. Nicole, cedi sin protesta alguna y le ech al cuello sus brazos. Siento que me hayas odo, Gio... Gio... Oh, Dios mo! Ni siquiera s decir tu nombre! Llmame Jean dijo l. Es lo mismo... Jean, me gusta ese nombre. Apoy su mejilla contra la suya y mir al fuego. Dime, Jean murmur . Puede una mujer amar a un hombre que slo ha visto una vez y slo muy breves minutos? Yo te amo, o me he vuelto loca, y en ambos casos es lo mismo. Son los efectos del vino murmur Jean irnicamente.

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Yo.... Yo tambin lo he pensado murmur Nicole tristemente . Por eso, despus que subiste, fui a la cocina y orden que me hicieran un cacharro lleno de caf noir. Me lo beb todo. Por eso he tardado tanto. Y cuando lo acab, tu rostro apareci ms claro en mi imaginacin que antes y comprend que no era el vino. Entonces sub y me, encontr con que no estabas... Se estremeci sbitamente al recordarlo. l la volvi hacia s, vio su cabeza echada hacia atrs, como si esperase, con los ojos cerrados, la boca... y, sbitamente todo le pareci trastocado. Aqulla no era la venganza que haba planeado. Aquello no marchaba bien y lo otro, la muerte planeada, tampoco marchaba bien porque no iba a poder llevarla a cabo inmediatamente. Quieres decir que no te has enamorado nunca de un hombre? pregunt con voz ronca. Los ojos de ella se sobresaltaron, pero cuando habl lo hizo con tono muy suave. Claro que no, Jean dijo . Es eso lo que pensabas de mi? S. Precisamente eso pens... Oh! murmur, y otra vez aparecieron unas lgrimas resplandecientes en sus ojos . Creo que me lo merezco. Por la forma en que me comport abajo. Trataba de mostrarme descarada. Ahora est de moda el ser as. No menta, l estaba seguro, Sbitamente, Jean: se levant y se detuvo un momento contemplndola. Me es imposible hacer todo lo que pensaba realizar se dijo a s mismo con amargura. No puedo hacer de ella un instrumento de mi venganza; no puedo herir a Gervais la Moyte a travsde ella y dejarla con el corazn destrozado. Y ahora, Dios con su infinita misericordia tenga compasin de m, porque no puedo matarle a l, que lleva su misma sangre. Adis dijo. Adis? repiti ella. No au revoir? No, Nicole murmur. Adis... Adieu. Porque esto es imposible... Ella se incorpor vivamente y le cogi por los hombros, aferrndose a l, besndole en la boca, en la garganta, en los ojos, y murmurando: Por qu? Por qu, Jean? Dmelo!, dmelo ...! Por el amor de Dios...! Te he mentido dijo l con voz fra, segura y casi tranquila. No soy italiano ni noble. Soy un burgus y un enemigo de tu hermano; no, de toda vuestra clase, y he trabajada incansablemente para destruirla. As es, mi buena Nicole, mi querida Nicole, que debes olvidarme porque ni la Iglesia ni el Estado, ni menos que nadie tu hermano, aceptara nuestro matrimonio. Olvidarte? murmur. Nunca! Llvame contigo. Podernos irnos muy lejos, donde nadie haya odo hablar de Gravereau y... 1 movi lentamente la cabeza. El mundo no es tan grande susurr. .Ella se apart de l y tos dos zafras gemelos de sus ojos aparecieron enormes en su rostro plido. Levant las manos, las joyas de sus dedos reflejaron la luz, y sus uas se clavaron en el brocado de su casaca, con espasmos convulsivos. No! articul, estremecindose y con voz ronca . No puedo, no quiero dejarte marchar. Aunque tengamos que ocultarnos de da y huir de noche, vivir de migajas y llevar andrajos, me voy contigo, Jeannot. Esto no puedes negrmelo. Qu loca...! murmur Jean. Qu deliciosa y romntica loca! Entonces se inclin una vez ms; sus bocas se encontraron y quedaron abrazados, tan perdidos en aquel beso, que ninguno de los dos oy, hasta que fue tarde, el ruido de la puerta al abrirse. En el umbral apareci Gervais la Moyte, espada en mano, con un hombre envuelto en una manta a su lado y tras l un grupo de jvenes nobles, empuando tambin espadas. se es! grit la vctima de Jean Paul Ese es! Gervais le ech hacia atrs, retrocedi tambin unos pasos y cerr la puerta. Oyeron su voz, temblorosa y angustiada, que deca: Seoras y caballeros, no puedo negar lo sus ojos han visto. Pero desafo a cualquiera de ustedes que se atreva a recordarlo. Se produjo un silencio y despus otra voz dijo: Al diablo tu teatralidad, Gervais! Ninguno de nosotros dir palabra, y no por temor a tu espada. Yo, por mi parte, me creo mucho ms peligroso que t. Pero est en juego el honor de toda nuestra clase. As es que aprtate y djanos que nos las entendamos con ese individuo. No dijo Gervais quedamente. Este asunto es mo y solamente mo. No permitir que nadie se mezcle en l.23

Dentro de la habitacin, Nicole fue quien recobr la serenidad primero. Vete! articul, con voz ronca de terror. Por la ventana... Puedes descolgarte, hay un enrejado y... Por el amor de Dios, Jeannot, vete! No. Jean se ri.