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XIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación “Itinerarios de la Comunicación ¿Una construcción posible?” San Luis Argentina, 2009 Apellido y nombre: Galimberti Silvina E-mail: [email protected] Institución a la que pertenece: Departamento de Ciencias de la Comunicación- Facultad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional de Río Cuarto. Área de iterés: Espacio urbano Palabras claves: Comunicación-rurbanidad-ciudad Título: La ciudad, relatos de una experiencia rurbana Resumen Comprender la ciudad requiere incorporar la experiencia de quienes habitan en ella. Experiencia del practicar y significar cotidianamente la ciudad que se devela en las maneras de usar, nombrar o habitar el espacio urbano. En esta presentación nos adentramos a la ciudad practicada desde un relato que habitualmente queda fuera de lo visible, lo decible y lo enunciable en el discurso urbano dominante. Nos importa comprender la experiencia de quienes cotidianamente viven la ciudad desde un carro tirado por caballo. Para ello, recuperamos los relatos y experiencias de actores rurbanos (carreros, cirujas, changarines, areneros, entre otros) quienes para sobrevivir en la urbe recuperan prácticas, objetos y saberes rurales y urbanos dando lugar a una condición de vida emergente: la rurbanidad. La ciudad relatada desde la experiencia de vida rurbana nos interpela a reconocer la relación entre el espacio urbano y los procesos de construcción de sentido con que los actores experimentan la ciudad; la emergencia de los ardides y tácticas que ponen en marcha, la presencia de otra forma de ser y de estar en la urbe, de una particular manera de usar y percibir la ciudad: desde un carro tirado por caballos.

XIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación

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XIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación “Itinerarios de la

Comunicación ¿Una construcción posible?”

San Luis –Argentina, 2009

Apellido y nombre: Galimberti Silvina

E-mail: [email protected]

Institución a la que pertenece: Departamento de Ciencias de la Comunicación-

Facultad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional de Río Cuarto.

Área de iterés: Espacio urbano

Palabras claves: Comunicación-rurbanidad-ciudad

Título: La ciudad, relatos de una experiencia rurbana

Resumen

Comprender la ciudad requiere incorporar la experiencia de quienes habitan en ella.

Experiencia del practicar y significar cotidianamente la ciudad que se devela en las

maneras de usar, nombrar o habitar el espacio urbano.

En esta presentación nos adentramos a la ciudad practicada desde un relato que

habitualmente queda fuera de lo visible, lo decible y lo enunciable en el discurso urbano

dominante. Nos importa comprender la experiencia de quienes cotidianamente viven la

ciudad desde un carro tirado por caballo. Para ello, recuperamos los relatos y

experiencias de actores rurbanos (carreros, cirujas, changarines, areneros, entre otros)

quienes para sobrevivir en la urbe recuperan prácticas, objetos y saberes rurales y

urbanos dando lugar a una condición de vida emergente: la rurbanidad.

La ciudad relatada desde la experiencia de vida rurbana nos interpela a reconocer la

relación entre el espacio urbano y los procesos de construcción de sentido con que los

actores experimentan la ciudad; la emergencia de los ardides y tácticas que ponen en

marcha, la presencia de otra forma de ser y de estar en la urbe, de una particular manera

de usar y percibir la ciudad: desde un carro tirado por caballos.

LA CIUDAD, RELATOS DE UNA EXPERIENCIA RURBANA

A MODO DE INTRODUCCION

Esta presentación intentará esbozar algunas notas para pensar en torno de la ciudad

narrada desde la experiencia de vida rurbana. Ciudad practicada que emerge en los usos

cotidianos y se actualiza en los relato de los actores rurbanos.

Primera aproximación a una ciudad otra, enrraizada en un particular modo de ser y

de estar a mitad de camino entre lo urbano y lo rural; que supone reconocer la relación

entre espacio urbano y procesos de construcción de sentido e identificar los ardides y

tácticas que los actores rurbanos ponen en marcha para “re-significar” un espacio que en

principio no ha sido pensado por ni para ellos.

MÁS QUE CARROS Y CABALLOS EN LA URBANA RIO CUARTO

La ciudad de Río Cuarto se encuentra en una zona geográfica favorecida por la

acentuada actividad agrícola y ganadera. En estos tiempos mostró un gran crecimiento

vinculado a infraestructuras y obras públicas que modifican su paisaje urbano. La

ciudad aparenta ser moderna, avanzada tecnológicamente y abierta a la novedad. Un

esfuerzo por comprender la experiencia de quienes habitan en ella, sin embargo, parece

indicar que también se manifiestan otras condiciones.

Pensar la ciudad y las transformaciones que en ella acontecen desde el mestizaje, las

hibridaciones y los destiempos supone romper con las añoranzas nostálgicas de una

ciudad sin “desorden”. Supone enfrentar los desafíos de la historia, nuestra historia y

asumir activamente los materiales de los que están hechas nuestras urbes. En especial

los muy diversos tiempos de la sensibilidad que conllevan las ciudades latinoamericanas

a mitad de camino entre lo urbano y lo rural (Martín Barbero, 2004).

La ciudad vivida y narrada desde sus habitantes nos devuelve una trama que desafía

nociones y categorías, los marcos de referencia y comprensión forjados sobre la base de

identidades nítidas, de arraigos fuertes y deslindes clásicos. “Pues nuestras ciudades son

hoy el ambiguo, enigmático escenario de algo no representable ni desde la diferencia

excluyente y excluida de lo autóctono, ni desde la inclusión uniformante y disolvente de

lo moderno” (Martín Barbero, 2004:276).

Una manera de experimentar la “modernidad periférica” (Sarlo, 2007) que atraviesa

nuestras ciudades es aquella que Jesús Martín Barbero (2004) denomina “des-

urbanización”. Un proceso de “ruralización de la ciudad”, que se da en la medida que se

revalorizan culturas de la supervivencia sobre la base de saberes y valores rurales aún

cuando se resida en la ciudad. “Uno ve, de pronto, campesinos circulando, aun en carros

y caballos, usos de espacios urbanos que parecen campesinos, como si nunca fuera a

pasar un coche, es decir, intersecciones, entrelazamientos entre lo urbano y lo rural que

vuelven insuficiente o insatisfactoria esta definición de lo urbano por oposición a lo

rural”, relata al respecto García Canclini (2005:69).

En el espacio citadino, entonces, las hibridaciones y mixturas entre campo y ciudad

se hacen visibles en actores sociales con actividades de “rebusque” y lógicas de acción

que comprenden escenarios, objetos, saberes, valores, prácticas, relaciones y sentires

asociados a la ruralidad aún cuando habitan en la urbe.

Si en la realidad que se observa se reconocen procesos de interpenetración de lo rural

y lo urbano, su separación difícilmente pueda atender situaciones y prácticas

coexistentes. En este sentido, la idea de “rurbanidad” permite caracterizar un continuo

que toma distancia de las lecturas polares y procura apoyarse en el supuesto de las

penetraciones y articulaciones que modifican la dinámica y la lógica de los espacios sin

que por ello se anulen los precedentes.

La rurbanidad a la que nos abocamos es definida por Cimadevilla (2007) como una

realidad social emergente. Como condición social significante, interesa por lo que

implica y expresa frente a lo que resulta dominante en el sistema cultural y por lo que

supone, en tanto negación de visibilidad, como oculto creciente, dramático y silencioso.

Sabemos que desde cierta concepción de urbanidad esta condición resulta poco

deseable1. Frente a esto, la creciente emergencia y visibilidad de los objetos y

1 Algunos de los estudios que desde el equipo de investigación “Comunicación y Rurbanidad” venimos desarrollando

problematizan la visibilidad que la rurbanidad adquiere, a partir de las construcciones mediáticas. Resultados

obtenidos (Demarchi, 2007) muestran que en el diario Puntal (medio gráfico más importante de Río cuarto) la

rurbanidad es “hablada” exclusivamente desde parámetros urbano-modernos. En la construcción noticiosa de los

actores rurbanos y sus prácticas se naturalizan ciertas asociaciones: carencia, pasividad, marginalidad, pobreza,

problemas sociales, ambientales, de tránsito y salud, etc. En general, la manera de hacer visible esta condición de vida

desconoce el carácter rural de la experiencia de vida rurbana, homogeniza a todos los actores bajo el rótulo de

“cirujas”, enfatiza los “problemas” ocasionados por sus prácticas y el carácter “anacrónico” y “desubicado” del uso

del carro y el caballo en la ciudad. Por lo tanto, la lectura dominante, concibe al actor como “carente” - “pasivo” y

desconoce la historicidad, heterogeneidad y complejidad que caracteriza las prácticas rurbanas. Las simplifica,

desvaloriza y subsume a categorías “modernas” preexistentes que lejos de reconocer la complejidad de la experiencia

de vida rurbana, la “ordena” en función de parámetros urbanos-modernos.

Por otro lado, desde distintas áreas del municipio local se han desarrollado en los últimos años, diferentes propuestas

tendientes a controlar y erradicar las actividades de rebusque. Proyectos vinculados al arreglo de carros; reemplazo de

la tracción a sangre por otros medios de naturaleza manual o mecánica; la entrega de elementos como cadenas,

alambres, entre otras iniciativas. También se han ejecutado Programas habitacionales a partir de los cuales las

escenarios rurbanos, escasamente considerados, nos convocan a avanzar con relatos que

los visibilicen y problematicen.

LA RURBANIDAD, LECTURAS DESDE EL MARGEN

Siguiendo a Cimadevilla (2007) desde un enfoque de comunicación y cultura, nos

adentramos a los conflictivos procesos de construcción de sentidos. Atentos a las

estructuras de poder que crean los sentidos hegemónicos, pero también abiertos a

interpelar las rupturas y procesos emergentes, esos que nos hablan de otras formas de

apropiarse del mundo, de ser y de estar en él.

En este sentido nos interrogamos acerca de ¿Qué resulta visible y qué permanece

oculto? Para dar cuenta de los procesos que crean sentidos hegemónicos y de los que

parecen contradecirlos, enfrentarlos o ajustarse por razones diversas. Esto, para intentar

pensar y sumar en la construcción de nuevos entendimientos donde quepa nuestra

heterogénea realidad, para facilitar la emergencia de otras cartografías, trazadas ya no

sólo desde la mirada dominante, sino también desde los márgenes.

Mirar la rurbanidad desde los márgenes supone adentrarnos al mundo rurbano,

pensar y abordar a los actores, sus prácticas y representaciones “a partir de lo que

tienen, y no desde lo que les falta”. Sin negar la precariedad y pobreza que lo atraviesa,

creemos que el “rebusque” en tanto modo de vida no puede ser explicado sólo desde las

condiciones de existencia, también requiere ser abordado desde su universo cultural,

entramado de acciones, saberes, objetos, escenarios y representaciones que los actores

rurbanos tejen y destejen cotidianamente.

En las calles citadinas, con sus carros y caballos los actores rurbanos experimentan y

significan la ciudad sin subordinarse completamente a la lógica dominante. A la rigidez,

el orden, la linealidad de lo moderno, la rurbanidad le imprime el mestizaje, los matices,

la historicidad, la heterogeneidad, las coexistencias.

Los relatos rurbanos, esos que habitualmente no se oyen, se inscriben en las prácticas

que se articulan a los espacios y a las experiencias de que está hecho el vivir cotidiano,

con las que el actor enfrenta la subsistencia y llena todo el sentido su vida. Relatos que

nos enfrentan a dimensiones que la naturalización invisibiliza y nos interpelan a ver en

la “irracionalidad” los ardides y tácticas a partir de los cuales los actores rurbanos

familias que realizan dichas actividades y que históricamente han habitado las costas del río, han sido relocalizadas

en diferentes barrios de la ciudad.

enfrentan la exclusión y la pobreza con modos relativamente específicos, autónomos y

creativos de sobrevivir a una modernización envolvente siempre limitada.

Frente a la rurbanidad, entonces, la comunicación se abre como espacio estratégico

para pensar la conflictividad manifiesta en las múltiples formas de significarla, en las

distintas miradas, las hegemónicas y las emergentes.

Desde este marco y recuperando especialmente los aportes de Michel de Certeau

(2000) realizamos una primera aproximación a las relaciones entre espacio y procesos

de construcción de sentido. Esto, a fin de comenzar a pensar cómo usan y nombran,

habitan y practican la ciudad los actores rurbanos e interrogarnos por las tácticas,

materiales y simbólicas, que ponen en marcha para re-apropiarse del espacio citadino.

LA CIUDAD DESDE EL PRISMA COMUNICACIÓN-CULTURA

Tras su ruptura con el “mediacentrismo”, la comunicación se ha dado múltiples

objetos de investigación, entre ellos la ciudad. En su ensayo sobre el estado del arte de

los estudios que entrecruzan ciudad-comunicación-cultura, Badenes (2007) marca la

primera mitad de la década del 90 como el periodo de su emergencia y consolidación.

Señala, no obstante, que este proyecto data de los años 80 como parte del corrimiento

del objeto de estudio que se sintetizó en el pasaje de los medios a las mediaciones,

según la consagrada expresión utilizada por Martín Barbero (1987). En esta línea otros

autores referentes como Armand Mattelart (1993, 1995, 1997) y Héctor Schmucler

(1997) sugieren que los problemas de comunicación ya no sólo se delimitan desde la

teoría, sino también desde las prácticas sociales de comunicación, ésas que en América

Latina desbordan lo que pasa en y por los medios masivos y se articulan a espacios y

procesos a través de los cuales las clases populares ejercen una actividad de resistencia

y réplica. Comunicación como cuestión de cultura, de mediaciones, de recepción, de

apropiación desde los usos, por tanto no sólo de conocimientos sino de re-

conocimientos.

En el entrecruzamiento de la comunicación y la cultura la ciudad emerge como

objeto de estudio a tener en cuenta por su papel co-constructivo de las prácticas de

comunicación, como espacio material y simbólico de producción, circulación y usos de

sentidos socialmente construidos. Una ciudad entendida fundamentalmente como red de

interacciones, como trama social que interpela de diversas maneras a actores ubicados

históricamente, estructurándolos y siendo estructurados por ella (Varela, 2003). Así, lo

urbano como escenario de prácticas culturales y comunicativas, lugar de encuentros y

desencuentros, como construcción social -y por tanto mediática-, como contenedor de

luchas sociales y desigualdades sociales deviene en objeto del campo comunicacional.

Ahora bien, ante la pregunta ¿Qué es la ciudad? desde los estudios de comunicación

las respuestas no son unívocas. Cualquier afán de comprensión e interpretación

totalizadora choca con las indeterminaciones y ambigüedades que configuran las

múltiples “ciudades invisibles” que, a decir de Ítalo Calvino, “…se suceden sobre el

mismo suelo y bajo el mismo nombre. Nacen y mueren sin haberse conocido,

incomunicables entre sí” (Calvino, 2003).

No obstante, intentando ordenar los puntos de interés que han guiado los estudios de

comunicación en torno de lo urbano, algunos investigadores del campo (Varela, 2003;

Rizzo García, 2005) identifican cuatro grandes líneas: aquellos estudios que priorizan

las prácticas urbanas en la ciudad vivida; los que enfocan su interés en los imaginarios o

las representaciones mediáticas sobre la ciudad; una tercera línea que tiende a debatir la

condición “post” de la ciudad informacional y finalmente, ciertas lecturas del espacio

urbano como un relato en sí mismo.

A los fines de esta presentación, interesa adentrarnos en aquellas perspectivas que

priorizar las prácticas urbanas, por caso los usos del espacio citadino, para conocer los

modos en que la ciudad es vivida y experimentada por actores específicos2. Esto, sin

perder de vista que esa particular manera de “practicar la ciudad” acontece siempre en

un marco más amplio, aquel que alude a la multiplicidad de discursos sociales que

coexisten -en armonía o conflicto- en el espacio urbano; los diferentes modos en que los

actores sociales participan en la construcción de las representaciones en torno de la

ciudad y sus condiciones de visibilidad diferencial. Experiencias de habitar el espacio

urbano que nunca son homogéneas, que dan lugar a una ciudad “palimpsesto que nos

obliga a develar la superposición de escrituras que la componen” (García Canclini,

2005:12). Así, siguiendo a Rosana Reguillo (2006), diremos que la ciudad emerge como

2 Siguiendo a Gorelik (2002) y Margulis (2009), podemos decir que esta manera de enfocar el estudio de la ciudad se

enmarca en aquellos enfoques que dan centralidad a la cultura. La idea de “ciudad como texto”, básica en la

perspectiva ensayística simmeliana, se potencia a partir de los años 80 en múltiples abordajes. Tanto en una

valoración de los modos en que la literatura trata la ciudad, como en una nueva presencia de la ciudad en la literatura;

tanto en una comprensión de la ciudad como texto material, como en una lectura de las prácticas o de los imaginarios

urbanos, apuntando a los modos en que la ciudad se experimenta o se representa socialmente. En este marco y

siguiendo a Lozano (2006) nos aproximamos a la ciudad como problemática comunicacional para adentrarnos en la

experiencia de vivir ciudades y ser vividos por ellas.

espacio de investigación prioritario no sólo como escenario de prácticas sociales, sino

fundamentalmente como espacio de lo diverso, de los choques, negociaciones, alianzas

y enfrentamientos entre distintos grupos sociales por las definiciones legítimas de los

sentidos que configuran el orden social en general.

LA EXPERIENCIA DE LA CIUDAD

La ciudad no es sólo un lugar ocupado, sino más bien un lugar practicado, usado,

experimentado. Un lugar vivido en toda su dimensión. La ciudad como espacio de la

coexistencia y, en este sentido, erigida como escenario o marco idóneo para la

emergencia de experiencias diversas.

En el espacio citadino se desarrollan prácticas que dan cuenta del mundo de la vida.

Y esas prácticas implican “apropiaciones” del espacio. Muchos autores han propuesto

distinciones cuyos términos varían según el caso –lugar y espacio, territorio y espacio,

espacio geométrico y espacio antropológico o existencial (Augé, 2000:85)- que

expresan la transformación que se genera cuando un espacio es “apropiado” por los

actores sociales que lo dotan de sentido.

Rosana Reguillo (2006) dirá que usar la ciudad es el único modo de decirla. En tanto

“significante vacío” la ciudad deviene como tal a través de la vida en ella, es a través

del uso y la práctica que adquiere su forma y sentido (Rincón, 2006). “Los significados

pasan, los significantes quedan”, dice Barthes (citado en Margulis, 2009:91). Frase que

podría aludir en el caso de la ciudad a la relativa permanencia de su dimensión material,

por ejemplo de ciertos objetos, y al cambio de su significación.

Las calles céntricas de la ciudad y la presencia de carros tirados por caballos son

significadas de modos diferentes por los variados grupos que a diario habitan la urbe.

Significaciones que, siguiendo a Hall (1997), se configuran a partir de los usos, es decir,

las maneras en que determinados espacios y objetos son incorporados a las prácticas

cotidianas, sumado a las formas en que se los piensa y siente.

En cierto modo, se podría hablar de ciudades paralelas y simultáneas, pero diferentes

si se las distingue desde la intimidad de las vivencias de los diversos grupos de

habitantes. “Situados en un mismo espacio y tiempo, los sujetos transitan por una

ciudad que se vuelve subjetivamente múltiple: modos de la realidad que se superponen

sin tocarse en mundo de vida que responden a historias, ritmos, memorias y futuros

diferentes” (Margulis, 2009:91).

En este sentido, Margulis (2009) sostiene que la ciudad es susceptible de ser

comparada con la “lengua”, construida por múltiples hablantes en un proceso histórico

que da cuenta de interacciones y de luchas por la construcción social del sentido. El

“habla” puede homologarse, en el caso de la ciudad, con las prácticas, los

comportamientos, los usos, los itinerarios, las transformaciones que van construyendo la

ciudad. Construcción ésta que, aunque condicionada y atravesada por los discursos

dominantes no se agota en ellos y revela una ciudad, símbolo complejo, tensionada

entre la racionalidad geométrica y la maraña de la existencia humana (Calvino, 2003).

Una ciudad vivida, habitada y experimentada se sobreimprime a los mapas

construidos “desde arriba” y da cuenta de las cartografías, no sólo sobre sino también

desde los márgenes. Trazos invisivilizados, tramas de las acciones cotidianas, huellas de

interacciones y prácticas que se yuxtaponen a los espacios articulados por las decisiones

oficiales (Margulis, 2009).

Experiencias del habitar y hacer ciudad que se actualizan en los relatos, que

interpelan a adentrarse en lo no historiado “recuperando en la vida cotidiana aquellos

procesos que, por constantes y evidentes, pasan a ser parte de la rutina invisible del

habitante de la ciudad y, como tales, no son hechos o acontecimientos, sino episodios

marginales y silenciosos, que traman los significados en los que se vive la ciudad”

(Gutiérrez, 2006:55).

“La figura de la ciudad tiene menos que ver con la alta regularidad de los modelos

expertos del edificar que con el mosaico artesanal del habitar” (Martín Barbero,

2004:74). En este sentido, pensar la ciudad como experiencia y la experiencia como

manera de narrar la ciudad supone una lectura en clave de puzle, una revalorización de

la experiencia y la narrativa de los habitantes para aproximarse a las ciudades vividas3, a

las ciudades invisibles de Ítalo Calvino (2003).

Ahora bien, en sintonía con lo que venimos planteando y a fin de interrogarnos sobre

las tácticas cotidianas que los actores rurbanos despliegan para habitar y re-significar la

3 Así, por ejemplo, desde un acercamiento multidimensional, García Canclini vislumbra lo que él mismo llama

“Cuatro ciudades en la ciudad de México”: la histórico-territorial; la ciudad industrial; la ciudad informacional y la

ciudad como videoclip (García Canclini, 2005).

ciudad, se recuperan especialmente los aportes de Michel de Certeau en “La invención

de lo cotidiano” (2000).

ALGUNOS CONCEPTOS CENTRALES DE LA PERSPECTIVA DE

MICHEL DE CERTEAU

El tema de las relaciones entre espacio y sociedad ha sido abordado de una manera

original por Michel de Certeau (2000). Desde su interpretación, el espacio social

habitado es el resultado de un conflicto dialéctico permanente entre poder y resistencia

al poder. La ciudad, entonces, se le revela como espacio de simbolización en tensión

permanente y su abordaje, por tanto, debe atender a la pluralidad cultural y a las

múltiples diferencias.

En este sentido, de Certeau establece una controversia con la obra de Foucault:

mientras que para Foucault el espacio es simplemente la expresión de la disciplina y el

ejercicio de una “microfísica” del poder4; de Certeau se abre a la posibilidad de que

dicho poder sea subvertido y alterado en su significado por las prácticas cotidianas de

aquellos que lo habitan5.

Lo que interesa a de Certeau son las prácticas de la desviación en el uso de la ciudad,

operaciones que suponen distintas maneras de marcar socialmente la diferencia

producida en un dato a través de una práctica” (De Certeau, 2000: XVIII). No le

importa la cultura erudita. Se vuelve hacia la cultura común y cotidiana en tanto ésta es

apropiación (o reapropiación) en el consumo considerado una manera de practicar.

¿Qué hace la gente con la ciudad, qué fabrica a partir de ella? ¿De qué formas la

habita y cómo esos modos, en definitiva, la construyen? ¿Cómo se escribe el texto

urbano, una escritura colectiva sin principio ni fin, sin claros lectores y escritores? Son

preguntas fundantes de sus planteos. La fabricación por descubrir, dirá el autor, es una

creación e invención oculta porque se disemina en las regiones definidas y ocupadas por

4 Nos recuerda Gorelik (2002) que Foucault produce la figura del espacio-poder, ejemplificada en su célebre análisis

del Panóptico de Bentham que permitió ver la ciudad como una máquina de producir y reproducir poder: un espacio

heterotópico, socialmente producido por una trama de relaciones, materialización de la cambiante textura de las

prácticas sociales. 5 La insistencia en torno a la ciudad practicada y particularmente el estudio de algunas tácticas cotidianas, aclara de

Certeau, no niega que por todos lados se extiende y precisa la cuadricula de la “vigilancia”. No obstante, su enfoque

permite problematizar los efectos de este análisis, fundamental pero a menudo exclusivo y obsesivo, que se ocupa de

describir las instituciones y los mecanismos de la represión. La dilucidación del aparato represivo en sí mismo, dice

el autor, tiene como inconveniente no ver las prácticas que le resultan heterogéneas y que reprime o cree reprimir. Sin

embargo, sostiene el pensador francés, no toda la sociedad se reduce a la disciplina. Desde este supuesto, entonces,

comienza a interrogarse por los procedimientos populares, minúsculos y cotidianos, esas “maneras de hacer” que

forman la contrapartida, del lado de los consumidores y que también forman parte de la vida social (De Certeau,

1996).

los sistemas de producción racionalizada. Astuta, esta producción del margen se insinúa

en todas partes, silenciosa y casi invisible, pues no se señala con productos propios sino

en las maneras de emplear los que son impuestos por el orden dominante.

Así, dentro de un sistema que por vasto no puede ser suyo, y por estar configurado

con un tejido demasiado apretado no le permite escaparse, el actor social introduce una

dinámica hecha de “microresistencias”, las cuales a su vez fundan “microlibertades” al

“metaforizar el orden dominante” usando “bajo otros registros” lo que éste le impone6.

En este sentido, al espacio disciplinado, a la “ciudad panorama”7, de Certeau (2000)

sobreimprime la ciudad construida, deshecha y reconstruida por los modos específicos

en que los habitantes cruzan y trazan el espacio. Reintroduce en la maquinaria urbana

los cuerpos que la habitan y transforman. Los ciudadanos dejan de ser mera estadística

para cobrar espesor, engrosar el plano con sus volúmenes, generar la dimensión no

planeada de la vida que la racionalidad dominante intentará ocultar en lo sucesivo.

PRODUCTORES Y CONSUMIDORES, ESTRATEGIAS Y TÁCTICAS

En su propuesta, de Certeau (2000) establece una distinción entre aquellos que

ejercen el poder -a los que llama productores- y quienes lo subvierten, denominados

consumidores. En la ciudad, productores son todos aquellos grupos sociales

“autorizados” a diseñar, construir y nombrar el espacio, quienes habitualmente también

establecen ciertas reglas respecto a las prácticas sociales y los usos que serán aceptables

en dicho espacio. Por el contrario, los consumidores se identifican con los ciudadanos,

6 Como ejemplo, el autor recuerda que “…ante las acciones rituales, las representaciones o las leyes que les eran

impuestas los indios hacían algo diferente de lo que el conquistador creía obtener con ellas; las subvertían no

mediante el rechazo o el cambio, sino mediante su manera de utilizarlas con fines y en función de referencias ajenas

al sistema del cual no podían huir. Su uso del orden dominante engañaba ese poder, porque no contaban con los

medios para rechazarlo; se le escapaban sin separarse de eso. La fuerza de su diferencia se mantenía en sus

procedimientos de consumo” (De Certeau, 1996: XLIII). 7 Para de Certeau, la “ciudad panorama” es un simulacro teórico instaurada por el discurso utópico y urbanístico y

definida por la posibilidad de una triple operación:

1. La producción de un espacio propio: la organización racional debe por tanto rechazar todas las contaminaciones

físicas, mentales o políticas que pudieran comprometerla.

2. La sustitución de las resistencias inasequibles y pertinaces de las tradiciones, con un no tiempo o sistema

sincrónico: estrategias científicas univocas, que son posibles mediante la descarga de todos los datos, deben

remplazar las tácticas de los usuarios que se las ingenian con las “ocasiones” y que reintroducen en todas partes las

opacidades de la historia.

3. En fin, la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma: es posible atribuirle poco a poco

todas las funciones y predicados, hasta ahí diseminados y asignados entre múltiples sujetos reales, grupos,

asociaciones, individuos, etc. La ciudad, con nombre propio, ofrece de este modo la capacidad de concebir y construir

el espacio a partir de un número finito de propiedades estables, aislables y articuladas unas sobre otras.

Vía una organización que combina operaciones especulativas y clasificadoras, administración y eliminación, la

“ciudad panorama” se mantiene en “orden” a costa de ignorar las vivencias cotidianas y prácticas espaciales. No

obstante, dirá de Certeau, nunca “deja de producir efectos contrarios a lo que busca” (De Certeau, 2000: 106).

los que no pudiendo transformar directamente el espacio lo adaptan a sus necesidades

cotidianas, re-significando sus normas y significados.

La relación entre productores y consumidores no es simétrica. Una distinción entre

estrategias y tácticas aclara la particular manera de actuar, siempre relacional, de ambos

grupos en el espacio citadino.

De Certeau (2000) dirá que los productores actúan mediante la “estrategia”: cálculo

(o manipulación) de las relaciones de fuerza susceptible de existir cuando un sujeto de

voluntad y poder resulta aislable. La estrategia postula un lugar circunscrito como algo

“propio” y opera de base para administrar las relaciones con una exterioridad de metas o

amenazas. Por el contrario, la “táctica” en tanto accionar del consumidor, corresponde a

un cálculo que no cuenta con un lugar propio. No tiene más lugar que el del otro, está

dentro del campo del enemigo y allí debe actuar. No tiene el medio de mantenerse en sí

misma, a distancia, en una posición de retirada, de previsión y de recogimiento de sí. No

cuenta pues con la posibilidad de darse un proyecto global ni de totalizar al adversario

en un espacio distinto, visible y capaz de hacerse objetivo. La táctica obra poco a poco.

Juega constantemente con los acontecimientos, aprovecha las “ocasiones” y saca

provecho de las fuerzas ajenas. “Es el arte de dar buenas pasadas, es el sentido de la

ocasión” (De Certeau, 2000: XLIV). Sin lugar propio, la táctica está condicionada por la

ausencia de poder, siendo lo “propio” la victoria del tiempo sobre el lugar.

Articuladas con base en los “detalles” de lo cotidiano, estas operaciones

“microbianas” proliferan en el interior de la “ciudad panorámica” y modifican su

funcionamiento tornándolo “indisciplinado”. Son “formas subrepticias”, actividades de

reapropiación, “indicadores de la creatividad que pululan allí mismo donde desaparece

el poder de darse un lenguaje propio” (De Certeau, 2000: XLIII).

“Arte del débil”, estas prácticas cuya lógica es la táctica, dan cuenta de un “resto” y

un “estilo” no digeribles y asimilables que desde la alteridad cultural se resiste a la

homogenización generalizada. Jesús Martín Barbero (1987) dirá, parafraseando a de

Certeau, que se trata de un resto hecho de saberes inservibles a la instrumentalidad

tecnológica y una memoria de la experiencia que se resiste al discurso y se deja decir

sólo en el relato. Un “estilo”, en tanto esquema de operaciones, maneras de caminar la

ciudad, modalidades de intercambio social, inventiva técnica y resistencia moral.

Resto y estilo que, a decir de Martín Barbero (1987), nada tienen que ver con la

memoria nostálgica o con lo extraño y misterioso. Más bien se trata de la presencia

actuante de una memoria del orden de las matrices culturales. Y decir matriz no es

evocar lo “arcaico”, sino hacer explícito lo que carga el hoy, lo “residual” en términos

de R. Williams, es decir aquello que del pasado se halla todavía vivo, irrigando el

presente del proceso cultural. Resto que designa “el sustrato de constitución de los

sujetos sociales más allá de los contornos objetivos que delimita el racionalismo

instrumental […] Vetas de entrada a esas otras matrices dominadas pero activas”

(Martín Barbero, 1987:250).

PRACTICAS DEL ESPACIO

“Habitar es narrativizar. Fomentar estas narrativas también es, por tanto, rehabilitarlas.

Hay que despertar las historias que duermen en las calles”

(De Certeau y Girar, 1999:145).

Dentro del conjunto de prácticas, de Certeau (2000) señala algunas ajenas al espacio

“geométrico”: son las “prácticas del espacio” y remiten a una forma específica de

operaciones (de maneras de hacer), a “otra espacialidad” (una experiencia

antropológica, poética o mítica del espacio)8, y a una esfera de influencia opaca y ciega

de la ciudad habitada.

En su “retórica del andar”, el autor se propone pensar la relación entre espacio y

andares a través de una analogía con la lengua y el habla. En este sentido, sostiene que

el andar es siempre en el sistema urbano un espacio de enunciación9. La “enunciación

peatonal”, aclara, tiene una serie de características que la distinguen del sistema

espacial. Si bien es cierto que el orden espacial organiza un conjunto de posibilidades

(por ejemplo, mediante los espacios habilitados a transitar, etc.) y de prohibiciones, el

8 La práctica del espacio es una operación específica cuyas formas son múltiples, y cada una de ellas entraña una

experiencia diferente de la espacialidad que se despliega en tres dimensiones: una experiencia antropológica, una

experiencia poética y una experiencia mítica.

Lo antropológico se refiere a la presencia de los otros, a los modos compartidos de hacer que constituyen una cultura

y a la cualidad dialogal del habitar. Nos cruzamos con los otros, en un espacio común que es la posibilidad de

encuentro y también de disputa. La espacialidad, es pues construida colectivamente y en la interacción. El carácter

mítico, alude difusamente a un aspecto que se enlaza con la memoria, con la construcción histórica de la ciudad a

partir de relatos, de tradiciones, de todo eso que “ya estaba allí” y nos precede. La dimensión poética en cambio es

esa particular grafía del andar, que traza cada vez mapas diferentes, mapas efímeros, cuyos caracteres son tan

diversos como la diversidad de la vida (De Certeau, 2000). 9 “Al nivel más elemental, el acto de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua o a los

enunciados realizados. Al nivel más elemental hay en efecto una triple función “enunciativa”: es un proceso de

apropiación del sistema topográfico por parte del peatón (del mismo modo que el locutor se apropia y asume la

lengua); es una realización espacial del lugar (del mismo modo que el acto del habla es una realización sonora de la

lengua); en fin, implica relaciones entre posiciones diferenciadas, es decir, “contratos” pragmáticos bajo la forma de

movimientos” (De Certeau, 2000:109).

transeúnte actualiza algunas de ellas. De este modo, las hace ser tanto como parecer.

Pero también las desplaza e inventa otras pues los atajos, desviaciones o

improvisaciones del andar, privilegian, cambian o abandonan elementos espaciales.

Hace otras cosas con la misma cosa y sobrepasa los límites que las determinaciones del

objeto fijan a su utilización. Igualmente, el caminante transforma en otra cosa cada

significante espacial. Y si, por un lado, sólo hace efectivas algunas posibilidades fijadas

por el orden construido (va solamente por aquí, pero no por allá); por otro lado, aumenta

el número de posibilidades (por ejemplo, al crear atajos o rodeos) y el de las

prohibiciones (por ejemplo, se prohíbe seguir caminos considerados lícitos u

obligatorios). En este sentido, dirá de Certeau: “el usuario de la ciudad toma fragmentos

del enunciado para actualizarlos en secreto” (De Certeau, 2000:110).

En este marco, es posible pensar que la cuidad lejos de ser, deviene. Se actualiza y

recrea cada vez que es andada. Son las prácticas del espacio, pasos que espacializan e

insinuar un texto vivo, las que sobreimprimen al espacio planificado y legible una

ciudad metafórica y trashumante.

RELATOS…HACERSE CAMINO AL ANDAR

“Allí donde el mapa corta, el relato atraviesa”

(De Certeau, 2000:141).

“La ciudad es un relato de una guerra de relatos”, advierte el autor (De Certeau,

2000:145). Los relatos son trabajos artesanales, están hechos de vestigios de mundo. Al

igual que las prácticas, atraviesan y organizan lugares. Son frases e itinerarios. “Todo

relato es un relato de viaje, una práctica de espacio” (De Certeau, 2000:148). Aventuras

narradas que producen geografías de acciones y relaciones sociales, organizan los

andares…“hacen el viaje, antes o al mismo tiempo que los pies los ejecutan” (Ibíd.).

A los fines de este trabajo interesa resaltar la diferenciación que el autor establece

entre lugar y espacio. El primero refiere al orden según el cual los elementos se

distribuyen en relaciones de coexistencia, excluyéndose la posibilidad de que dos cosas

se encuentren en el mismo sitio e imperando el orden de lo propio. El espacio, en

cambio, deviene cuando los vectores de dirección, velocidad y tiempo, desplegados en

movimiento, lo animan y “lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de

programas conflictuales o de proximidades contractuales” (De Certeau, 2000:129). En

suma, el espacio es un lugar practicado. De esta forma, la calle geométricamente

definida por el urbanismo se transforma en espacio por intervención de los caminantes.

Los relatos, en este sentido, efectúan pues un trabajo que, incesantemente, transforma

los lugares en espacios o los espacios en lugares.

Asimismo, es el relato el que facilita el acceso a los recorridos, que distan en su

sentido de los clásicos “mapas”10

. En tanto acto de enunciación, el recorrido es un tejido

narrativo que actualizar, autoriza y habilitan la posibilidad de vivir y experimentar la

ciudad. El recorrido “poetiza” la ciudad, funda espacios. “…Abre un teatro de

legitimidad para acciones efectivas. Crea un campo que autoriza prácticas sociales

arriesgadas y contingentes” (De Certeau, 2000:134). Y es esta “astucia” la que, a decir

del autor, hace del relato un “delincuente” porque “atraviesa”, “trasgrede” y “consagra”

el privilegio del recorrido por sobre el mapa.

A partir de la recuperación de los planteos teóricos hasta aquí expuestos, en tanto

matriz teórica-analítica para mirar lo real, intentamos pensar en torno de la “ciudad

practicada” por los actores rurbanos, quienes enfrentan la subsistencia cotidiana

mediante un entramado de prácticas, objetos, saberes, sentires, valores a mitad de

camino entre lo urbano y lo rural. Forma de ser y de estar en la ciudad silenciada y

construida socialmente como inexistente que al “decir-decirse”, en las prácticas y

relatos, fisura el orden urbano dominante. Se re-introduce en el “mapa”, lo burla y

subvierte a su modo y se sale -más no sea por un momento- del lugar asignado.

UNA APROXIMACION A LA CIUDAD VIVIDA DESDE LA RURBANIDAD

En nuestros estudios, instancias diversas se orientaron a comprender el fenómeno de

la rurbanidad en la ciudad de Río Cuarto desde el punto de vista de los actores rurbanos

(Kenbel, 2006; González y Segretín, 2007 y Galimberti, 2008). Esto, con el fin de

reconstruir una trama de sentidos otra que permita acercarse a la densidad simbólica de

los espacios, objetos y prácticas socioculturales rurbanos.

10 En sus reflexiones sobre la cartografía, de Certeau (2000) sostiene que la autonomía del mapa entre los siglos XV y

XVIII supuso el progresivo borramiento de los itinerarios, las prácticas del espacio, que aparecían graficadas en los

primeros ejemplares. Luego, en los mapas llamados portulados, había marcas empíricas producidas por la

observación de los navegantes. Sobre ellos se impuso el plano moderno, que significó el triunfo de la geometría

abstracta del discurso científico frente al sistema narrativo de la experiencia del viaje. Para diseñarlo, el urbanista o el

cartógrafo moderno se coloca a la distancia en una suerte de mirada de Dios y el resultado es un espacio técnicamente

construido que se contrapone al texto vivo de los recorridos plurales.

A los fines de esta presentación, re-pensamos algunos relatos de los actores

(Galimberti 2008)11

, para ensayar una primera aproximación a la experiencia de quienes

cotidianamente viven la ciudad desde un carro tirado por caballo. Esto, a partir de la

identificación de algunas prácticas, leídas en clave de táctica, que los actores ponen en

marcha para recorrer y permanecer -pese a las múltiples objeciones- en la urbe12

.

Las mayores objeciones remiten a la problemática del “tránsito vehicular”. Así,

quienes ofician de “productores” (urbanistas, autoridades políticas, medios de

comunicación) “prohíben”, mediante ordenanzas, el ingreso de carros tirados por

caballos al casco céntrico de la ciudad. Esto, argumentan, debido al registro de

accidentes protagonizados por la presencia de animales sueltos en rutas periféricas y en

las propias calles de la ciudad. Además del caos vehicular provocado por la circulación

de todo tipo de automotores y carros de tracción a sangre, sobre todo en las horas de

cierre de los comercios. Señalan asimismo que carros y caballos no cuentan con las

medidas de seguridad adecuadas para circular y enfatizan los casos de niños a cargo de

la conducción de los carromatos que aumentaría el riesgo de accidentes a su integridad

física y la de terceros (Kenbel, 2008).

A ese conjunto de argumentos hay que añadirle una preocupación “latente”. Aquella

que refiere al carácter “moderno” del espacio citadino, a los contrastes y los significados

que estos actores, sus dispositivos y prácticas rurbanas conllevan y las distancias que se

manifiestan entre la urbe que apuesta -según el discurso social organizado- al futuro y la

urbe que se “contamina” con postales “pretéritas”13

.

11 Relatos que pertenecen a un trabajo de campo más amplio (Galimberti, 2005-2006) realizado con el objetivo de

“conocer y comprender el conjunto de significados que los actores rurbanos asignan a su sistema de objetos

cotidiano”. Este primer abordaje empírico se concretó a través de una estrategia de triangulación metodológica en la

que la entrevista en profundidad se complementó con la observación participante y el registro fotográfico. La

recolección de datos se concretó in situ e implicó reiterados encuentros con 9 casos, colectivos e individuales. 12 Como hemos señalado al inicio de esta presentación, la presencia de los actores rurbanos con sus carros y caballos

es “mal vista”, especialmente, en el centro de la ciudad. Un recorrido por las “narraciones urbano-dominantes”, por

caso la prensa local y el discurso social organizado (funcionarios municipales, normativas, sectores del empresariado

comercial, etc.) permite observar una serie de “preocupaciones” en torno de la rurbanidad en la menos tres puntos:

Problemáticas relacionadas al medio ambiente; a la niñez y adolescencia y vinculadas al tránsito vehicular (Kenbel,

2008). Importa para esta presentación desarrollar brevemente esta última “objeción”. 13 “Los carreros, dice Beatriz Sarlo, son lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, trasferir,

transportar, volver invisible” (Sarlo, 2009:66). En el mismo sentido, Reguillo sostiene: “…estos fantasmas del pasado

o enemigos de la modernidad traen al espacio de la ciudad, espacio de progreso y del olvido del pasado, las imágenes

borradas por una modernidad de aparador. La pobreza suele ser pensada por no pocos actores sociales como el

residuo de un tiempo antiguo que se mira con temor y con rechazo. Los pobres no gozan de la pureza e inocencia que

reviste la ciudad; los atrasados son, en términos perceptivos, enemigos del progreso, peligro latente, amenaza

cotidiana. Feos, sucios, atravesados por la inutilidad, la ignorancia, flojera y peligrosidad, son el lastre y estorbo de la

sociedad” (Reguillo, 2006:40).

No obstante, pese a la “disciplina geométrica”, las calles citadinas son día a día

ocupadas por recolectores de residuos, changarines, verduleros y areneros quienes, con

sus carros y caballos, a la vez que “ruralizan” la ciudad son por ésta urbanizados.

En sus relatos, los carreros reconocen que “meter los caballos al centro” siempre

conlleva problemas14

. No obstante, en ningún momento cuestionan o ponen en duda su

derecho a transitar por la ciudad y menos aún la presencia del caballo.

En un constante “jugar con lo inevitable de los acontecimientos para hacerlos

habitables” (De Certeau, 2000:53) los actores rurbanos narran una ciudad diferente; una

ciudad vivida que construyen y sobreimprimen, de manera silenciosa, al espacio nunca

propio que los niega y excluye. A continuación identificamos al menos dos

procedimientos “resistentes, astutos y pertinaces”, que creemos operan en este sentido:

los recorridos cotidianos y un particular proceso de “urbanización” del carro y el

caballo.

DE LOS RECORRIDOS QUE FUNDAN ESPACIOS

Diariamente, cientos de carros y caballos atraviesan las calles céntricas de la ciudad.

Lo hacen con más frecuencia quienes se dedican a “cirujear”, es decir aquellos carreros

abocados a la recolección y venta de residuos urbanos15

. En este tipo de actividad es

fundamental el trazado de un itinerario, el cual se organiza teniendo en cuenta la

ubicación de los “clientes” (vecinos, comerciantes o porteros de edificios que guardan

materiales), la presencia y aplicación de las reglas que regulan la tracción a sangre en la

ciudad, entre otras variables.

Hecho de señales fijas, pero también sujeto a las circunstancias y eventualidades, el

“recorrido” estipulado es siempre una “probabilidad” susceptible de ser pensado más

como “proceso” que como estructura física. Dicho itinerario instaura la demarcación de

ciertos límites que permiten identificar y diferenciar las cuadras y calles que cada uno

de los carreros recorre. En efecto, la delimitación del recorrido y su relativo

14 Entre los inconvenientes habituales, los entrevistados mencionan: a). Accidentes de tránsito entre carros y

automóviles que registran distintos niveles de gravedad producidos generalmente por imprudencias compartidas. b).

Quejas de vecinos, comerciantes y automovilistas quienes, entre otras cosas, protestan por el bosteo de los caballos;

los residuos desparramados en la calle y la presencia de niños. c). También mencionan la incomprensión de los

automovilistas y la disposición de la gente a culpar siempre al carrero en tanto “ilegal natural” del espacio citadino.

El hecho de “andar en carro”, dicen, despierta en los “otros” y especialmente en el casco céntrico de la ciudad,

asociaciones semánticas casi automáticas relacionadas a la carencia, la suciedad, la vagancia, etc. 15 En el marco de nuestros estudios se han identificado al menos cuatro actividades de rebusque que utilizan el carro y

el caballo: extracción y venta de áridos (areneros), venta de frutas y verduras (verduleros), realización de changas

(changarines) y, la más visibilizada, recolección y comercialización de materiales reciclables (cirujas, cartoneros o

recolectores de residuos). Es importante aclarar que a lo largo del escrito se habla de “cirujas” ya que es esta la

palabra que los actores consultados utilizan, sin mayores “traumas”, para autodenominarse.

reconocimiento en tanto tal por los demás implica cierta “apropiación” del espacio

urbano por parte de los recolectores. Esto resulta en una “propiedad transitoria” que se

materializa en el recorrido y opera durante el momento de la recolección.

Recorrido diario, susceptible de interrumpirse o continuarse, cuya estabilidad relativa

está dada por la relación que se actualiza, día a día, entre carreros y “clientes”. Relación

que, junto a “la antigüedad del vínculo, la demanda del servicio de limpieza y la

necesidad de conservar el lugar” habilita y autoriza la presencia del actor rurbano en el

lugar, devenido ahora en un “espacio” que en ocasiones suele también nominarse (por

ejemplo, se habla del recorrido de tal o cual persona).

Posibilidad de encuentro pero también de disputa; el recorrido espacializa, suscita

una parada probable que se teje-desteje en el accionar táctico del carrero y la

complicidad relativa del “cliente”. Sujetos siempre a lo contingente, algunos itinerarios

perduran en el tiempo y pasan a formar parte de la postal citadina cotidiana. Devenir

éste que, indirectamente, deja entrever la contingencia de las normas urbanas que,

aplicadas contextualmente y según la exigencia de la ocasión, dan cuenta de la

fundamental ambivalencia del orden urbano.

DE CARROS Y CABALLOS HECHOS EN Y PARA LA CIUDAD

Como se advirtió, los actores rurbanos no problematizan su presencia y permanencia

en la ciudad, menos aun la del caballo. A los argumentos que sostienen “una falta de

adecuación y acondicionamiento de la tracción a sangre para circular en la ciudad”, los

actores rurbanos contraponen un carro y un caballo que, en sus dimensiones materiales,

han sido hechos en y para la ciudad.

Mientras que para el transeúnte apresurado todos los carros son iguales y todos los

carreros son cirujas, el relato de los carreros devela otros matices. En el sistema de

objetos16

nada es pura contingencia, la materialidad de los carros y caballos está

estructurada en función del tipo de actividad y las características del espacio de trabajo.

Ni puramente rural, ni totalmente urbana, la materialidad del sistema de objetos,

deviene, entonces, rurbana.

A fin de lograr la máxima funcionalidad, cada actividad de rebusque conlleva un

“tipo” ideal de carro. Así por ejemplo, “el carro pa’ cirujear” es el clásico carromato de

16 “Sistema de objetos” es una categoría teórica que recupera los aportes de A. Moles (1971, 1974), J.Baudrillard

(1969) entre otros autores, y, en términos empíricos, alude al conjunto de elementos conformado por el carro, el

caballo y los arneses.

metro o vagoneta. Dado que los materiales con los que se trabaja son relativamente

livianos y se venden por kilo, los cirujas emplean un carro “grande” pero “liviano” que

permita recolectar la mayor cantidad de residuos y reste peso a la tracción animal17

.

Para recorrer las calles céntricas, el actor “adecua” su carromato incorporándole un

conjunto de accesorios más urbanos. Recicla parte de los residuos que habitualmente

recolecta y los reutiliza para “habilitar” y “autorizar”, por ejemplo, su tránsito nocturno

por la urbe. Así, los CD’s pasan a ser “ojos de gato” y las chapas y pinturas dan lugar a

múltiples carteles luminosos.

Asimismo, los caballos empleados en las actividades de rebusque no son idénticos. A

diferencia del arenero, a la hora de adquirir un equino los cirujas ponderan la

mansedumbre por sobre el tamaño y fuerza del animal. Proceso de domesticación que

conlleva un particular conjunto de saberes y habilidades en pos de “hacer un caballo” en

y para la ciudad.

Entre vehículos, transeúntes, luces y ruidos en más de una ocasión las yeguas han

parido y cientos de potrillos han sido amansados. Son estos caballos rurbanos los que a

decir de entrevistados “lee” semáforos y no se asustan con bocinas y autos. Usan

herraduras “especiales” para el asfalto18

y se alimentan de los residuos generados en

ciudad.

CONSIDERACIONES FINALES…PARA SEGUIR PENSANDO

Por las calles iluminadas de la ciudad, con su carro de bricolaje y su caballo

“vestido” con basura reciclada, el actor rurbano traza otras cartografías. Grafías de

andar, geográficas y sociales, que introducen otros tiempos y otras dinámicas, otras

(i)lógicas en un tramo de la calle, en principio anónimo y hostil, que al ser practicado y

significado desde la experiencia de vida rurbana deviene en espacio.

Relato desde el margen hablan de una experiencia de la ciudad hecha de

movimientos: apropiaciones y desplazamientos, entrecruces de poder y resistencia,

17 Las diferencias materiales de los carromatos básicamente son: el tamaño; las características específicas de algunas

de sus piezas (tamaño de las ruedas y la caja); los tipos de materiales con los que han sido construidos (madera vs.

chapa y el hierro) y los accesorios (inscripciones, utensilios complementarios).

En el ejemplo citado, en caso de combinar el ciujeo con tareas de extracción y venta de áridos, en la medida de sus

posibilidades, el actor readaptará la materialidad de su carromato, por caso, remplazando las ruedas que

habitualmente utiliza para circular por las calles citadinas por otras de mayor tamaño (más altas y finas) que le

permitan desplazarse en terrenos áridos como las costas del río. 18 Se trata de un tipo especial de herradura confeccionadas por los propios carreros, quienes emplean materiales más

resistentes (hierros de mejor calidad) a fin de lograr una mayor vida útil del “zapato” del animal y evitar el precoz

deterioro de las herraduras comunes ante un uso intensivo sobre superficies asfaltadas.

trayectos y temporalidades, formas cotidianas de usar la ciudad, de ser y estar en ella

que entremezclan lo urbano y lo rural.

Narración de una ciudad otra que se sobreimprime a la “oficial”. Trama de sentidos

rurbana que se entreteje en las prácticas y los relatos; vestigios de una producción

cultural que, sin dejar de estar “dominada”, posee también una “existencia capaz de

desarrollo”. Experiencia de la ciudad que silenciosamente se infiltra y bosqueja las

astucias de intereses y deseos diferentes e introduce los movimientos y conflictos que el

enfoque cartográfico moderno borra y oculta.

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