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(Guatemala, 1969) Narrador y periodista. La narrativa de Quiñónez parte de uno de los referentes predilectos de la literatura contemporánea de la región: la música, a veces oscuro y estridente como del death metal otras veces delirante como el trance.

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(Guatemala, 1969)

Narrador y periodista. La narrativa de Quiñónez parte de uno de los referentes predilectos de la literatura contemporánea de la

región: la música, a veces oscuro y estridente como del death metal otras veces delirante como el trance.Ha trabajado en los medios culturales guatemaltecos  Monitor y Revista Aplauso,

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ademàs  ha trabajado en Editorial X donde publicó 6 cuentos para fumar.Un guatemalteco, que escribe narrativa y sus elementos principales que son: humor negro, la broma cruel y el sarcasmo, así como artículos en periódicos sobre música, literatura, cómics y cine en revistas como Aplauzo, Oscurus, Algarero, Ati, Ermita, La Chalupa, El Borracho, Taxi, Siglo 21, La Hora y elPeriódico.

Entrevista realizada a Byron Quiñónez, vía e-mail.

 

1-. ¿Cómo fue tu nacimiento, es decir, dónde fue y cómo?Soy el mayor de tres hermanos. Mi partida de nacimiento dice que vine al mundo el 28 de octubre de 1969 en Guatemala de la Asunción, específicamente en el IGSS de la zona 9, aunque según la leyenda y algunas evidencias en realidad nací a la media noche del 31 de octubre, fecha muy significativa en círculos ocultistas y paganos.Según dicen por ahí, mi partida de nacimiento fue alterada para evitar habladurías de la gente y en cierto modo refrenar mis poderes sobrenaturales y apocalípticos.

2.-¿Cómo fue tu infancia?En términos generales, bastante buena y tranquila. Tuve una excelente madre, inteligente y cariñosa, que me inculcó el gusto por la lectura y el desprecio a lo vulgar. Fui un niño buen portado pero muy malhumorado (todavía lo soy a veces…).Desde que aprendí a leer me envicié y hasta la fecha no he podido dejar de hacerlo. Mis primeras lecturas iban desde libros sobre dinosaurios de la colección Time Life hasta novelas como “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “Moby Dick” de Herman Melville, “Las minas del rey Salomón” de H.R. Haggard, “Frankenstein” de Mary Shelley, “Drácula” de Bram Stoker, “Narraciones extraordinarias” de Edgar Alan Poe y “El maravilloso viaje de Nills Hölgerson” de Selma Lagerloff.Fui medio ermitaño porque no me gustaba salir a jugar con los niños del rumbo: prefería jugar y leer solo. A la fecha sigo siendo medio recluso porque prefiero encerrarme a leer o ver una buena película en vez de ir a una fiesta. Eso no quiere decir que sea un santo ni un aburrido, pero… digamos que mis diversiones son otras.

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3 3. ¿Cómo empezaste a escribir y por qué?Desde niño me apasionaron el horror, la ciencia ficción y las historias de espantos de autores como H.P. Lovecraft y Clive Barker, así que mis primeras incursiones en la escritura iban por ese camino. Empecé a escribir por el puro gusto de hacerlo, y porque siempre he tenido una de universos en la cabeza… Te estoy hablando de cuando tenía once años, cuando los dinosaurios andaban sueltos en las calles y se metían a las casas a hacer sus nidos y comerse las mascotas de la gente. Por supuesto que esos primeros esfuerzos literarios fueron a dar al bote de la basura… Tal vez algún día retome algunas de esas

4. ¿Cuáles fueron tus estudios y dónde los realizaste?Mi primaria y secundaria las cursé en la colonia 1º. de Julio. El bachillerato lo estudié en el Instituto Técnico Vocacional Dr. Imrich Fischmann y en la USAC he cursado dos carreras, Abogacía y Periodismo, a las que no les tengo mucho aprecio que digamos. También un curso para dar clases de idioma inglés.

5. ¿Cuáles fueron tus experiencias en tu juventud?¿Aparte de las decepciones amorosas y los coqueteos con el vicio? En 1995-1996 fui bajista de Thrash Metal en la banda Sore Sight. Tocábamos un estilo similar al de bandas como Black Sabbath, Metallica y Pantera. Aparte de eso, mis mejores experiencias han estado siempre relacionadas con la lectura o la obtención de libros y discos.

SORE SIGHT

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6. ¿Cuáles son tus obras escritas?Son varias, todas de narrativa (no escribo poesía). La mayoría están inéditas y otras están por salir a la luz:

1.“Seis cuentos para fumar” (Editorial X, publicada en 2001)

2.“El perro en llamas” (Editorial Cultura, por ser publicada en 2008). Puedes leer el primer capítulo, que fue publicado el 13 de enero en Siglo 21, en esta dirección:

http://www.sigloxxi.com/index.php?link=noticias&noticiaid=17240&PHPSESSID=e386470b777

3.“Café negro, crímenes y pesadillas para noches plácidas” (colección de cuentos, inédita por el momento)

4.“El infierno está a la vuelta de la esquina” (de momento inédito…)

Y una infinidad de artículos publicados sobre música, literatura, cómics y cine en revistas como Aplauzo, Oscurus, Algarero, Ati, Ermita, La Chalupa, El Borracho, Taxi, Siglo 21, La Hora y elPeriódico.También un cuento que aparece en el CD Rom “Literatura Límite”, de Editorial X.

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7. ¿Cuáles son la(as) editoras con las que trabajas?Al principio con Editorial X, que ya desapareció; este año publicaré “El perro en llamas” con Editorial Cultura y en el futuro posiblemente con Magna Terra, F&G Editores o El Pensativo. Nunca se sabe…

8. ¿Cuál consideras que ha sido tu mejor obra o artículo editado?Hasta el momento la que más me ha gustado es “El infierno está a la vuelta de la esquina”, que es una novela corta, “El perro en llamas” y el cuento “De noche todos los gatos son pardos”, pero también estoy escribiendo otra que se llama “A bailar samba, mi bella”, que todavía está en proceso pero pinta muy bien.En cuanto a artículos publiqué varios en el desaparecido suplemento “El Monitor” de Siglo 21, que era una especie de Aula 2000 sin fresadas, más artístico y alternativo. De esos me gustan: “Yo, Asimov”, sobre el escritor de Ciencia Ficción Isaac Asimov (autor del libro “Yo, robot”) y los artículos de Aliens vs Predator y Hellboy. ¡Ah!, y la entrevista que le hice al guitarrista

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9. ¿Sobre qué temas escribes?De momento estoy en la fase de explorar las posibilidades que ofrece el género de la Novela Negra (o Criminal, o Policíaca, como también le llaman); creo que tiene muchas posibilidades al estar en capacidad de absorber elementos de otros géneros aparentemente incompatibles: horror, poesía, realismo sucio, crítica social, ensayo, crónica, realismo mágico, etcétera.Un elemento muy presente en lo que escribo es el humor negro, la broma cruel y el sarcasmo.El escritor Francisco Alejandro Méndez, que tiene un Doctorado en Literatura, me ha dicho que mi obra podría catalogarse dentro de la llamada Novela Neo Policíaca, donde los buenos apenas se distinguen de los malos y hay mucha violencia urbana, venganzas personales, corrupción, limpieza social, tráfico y consumo… en fin, todo lo feo que tiene una sociedad como la nuestra.

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11. ¿Qué opinas sobre la información de literatura guatemalteca que hay actualmente en la web?Hay bastante información aunque podría haber más. Están, por ejemplo, varias páginas interesantes:www.literaturaguatemalteca.orgwww.librosmínimos.orgwww.ronaldflores.comy varios links que aparecen en esas páginas. Hay suplementos dominicales y culturales en los periódicos donde se podría publicar, pero le dan preferencia a escritores extranjeros y reciclados.

10. ¿Cuál es el primer problema para publicar un libro?Mmmm… yo diría que hay muy pocas editoriales y, en ocasiones, el que un libro sea publicado o no depende del gusto de los dueños, que a veces no son muy receptivos con ciertos estilos… hay mucha competencia y mucha literatura desechable, mucho compadrazgo, pocos recursos económicos… la lista es interminable. Y encima, la gente no lee. En este país, la literatura es de verdad un lujo y se hace más que todo, como dicen, por amor al arte.

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12. ¿Cuál es tu escritor favorito guatemalteco?Son varios mis libros y escritores favoritos. De los clásicos podría decir que Manuel José Arce (todo), José Milla y Vidaurre (Pepe Milla) con “Memorias de un abogado”, Francisco Méndez con “Cuentos de Joyabaj”, Miguel Ángel Asturias con “Hombres de maíz”, Rafael Arévalo Martínez con “El hombre que parecía un caballo”, Carlos Navarrete con “Los arrieros del agua” y Virgilio Rodríguez Macal con “Guayacán” y “Carazamba”.En cuanto a los contemporáneos podría mencionar a Rodrigo Rey Rosa con “Cárcel de árboles” y “El cojo bueno”, Francisco Alejandro Méndez con “Reinventario de ficciones”, Ronald Flores con “The señores de Xiblablá”, “Conjeturas del engaño” y “El cuarto jinete”, Javier Payeras con “Ruido de fondo” y “Soledad brother”, y Estuardo Prado con “Los amos de la noche” y “El libro negro”. Excepto Rey Rosa, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, todos son mis amigos.En cuanto a autores extranjeros me gusta Fernando Vallejo (“La virgen de los sicarios”, “La rambla paralela”), Charles Bukowsky (“El cartero”, “La senda del perdedor”), Mike Carey (“Lucifer”, “Hellblazer”, “The devil you know”), Clive Barker (“El gran espectáculo secreto”, “Everville”, “Weaveworld”, “Libros sangrientos”), H.P. Lovecraft (“El caso de Charles Dexter Ward”, “Los mitos de Chtulu”, “La sombra que cayó sobre Innsmouth”), Alan Moore (“La liga de los caballeros extraordinarios”,

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13. ¿Tienes trabajos a futuro, cuáles son?Bueno, uno siempre tiene trabajos a futuro, pero los más inmediatos serían “Café negro, crímenes y pesadillas para noches plácidas” (colección de cuentos) y “El infierno está a la vuelta de la esquina”. También tengo que terminar “A bailar samba, mi bella”... El asunto conmigo es que no me gusta publicar apenas terminado un libro sino que vuelvo a repasarlo, a editarlo: quito acá, agrego allá, cambio una palabra, un signo de puntuación, corto un párrafo, etcétera. Es la de jamás acabar pero vale la pena pulir bien el trabajo, para no estarse arrepintiendo después cuando ya está publicado. Creo que los libros son como el vino en cuanto a que necesitan tiempo para madurar y perfeccionarse.

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Cuento de en mi colección de cuentos 'Café negro, crímenes y pesadillas para noches plácidas'.

“De noche todos los gatos son pardos”

De noche todos los gatos son pardosByron Quiñónez

Tuvimos que amenazar al pordiosero para que

se largara. Teníamos una semana de aguantar

llamadas de atención, de caminar bajo sol y

lluvia, de averiguar por todos lados y nada.

En pocas palabras, no estábamos de

humor para babosadas.

“Mirá pisadito, si no te vas a la mierda te

mato…” —le dijo mi compañero de fórmula y

farra haciendo ademán de sacar la pistola.

“Dejalo, hay gente que no entiende ni

volviendo a nacer” —le dije tratando de

calmarlo.

Tocamos el timbre y una mujer de cara

avejentada y amarga entreabrió la puerta,

escoba en mano.

— ¿Sí?

— Buenas tardes, señora. Estamos

buscando al señor Oscar Cifuentes y nos

dijeron que preguntáramos aquí.

Nos miró con desconfianza.

— ¿Ustedes son policías?

— Detective José Abel Rosanegra y

agente Flavio Monterroso, para servirle.

Sonreímos al unísono pero ella siguió

seria, como si le estuviéramos ofreciendo un

plato lleno de mierda.

— ¿Y entonces por qué no está

uniformado? —me preguntó.

—Para despistar al enemigo, señora.

Los detectives no usamos uniforme…

Le mostré mi placa y entrecerró los ojos

para verla, como si fuera miope. Se quedó

mirándola sin decir ni hacer nada hasta que

me ganó la impaciencia.

— Si desconfía puede llamar al

comisario Héctor Mendoza y preguntarle…

Nos miró no muy convencida y se hizo a

un lado para dejarnos pasar.

— Bueno, pasen adelante pues…

Entramos a una sala pequeña y

desordenada, con fotos viejas en las paredes y

adornitos de cerámica por todos lados. Parecía

bazar de cachivaches.

Un niño como de siete años, con

uniforme escolar, miraba caricaturas de

Batman en una tele a blanco y negro. Nos

volteó a ver con cara de “¿y éstos quiénes

son?” y siguió viendo su programa como si

nada.

— Por aquí, por favor —dijo la mujer.

La seguimos por unas gradas que

daban al segundo piso y crujían a cada paso.

Estuve a punto de pararme sobre un

camioncito de juguete, pero lo esquivé a

tiempo y me salvé de romperme algún hueso.

— Disculpe el desorden, pero ya sabe

cómo es donde hay patojos…

— No tenga pena, señora —respondí

con ganas de torcerle el pescuezo al patojo

huevón ese.

La escalera desembocaba en un

corredor en penumbra, con tres puertas a

cada lado y el baño al fondo. Un calendario

del año pasado y un espejo con una esquina

rota eran la única decoración.

“El señor que buscan se hospedó aquí

hace tres meses pero casi nunca sale. La

última vez que lo vi salir fue hace como tres

días, cuando salió a la farmacia”, dijo la mujer

mientras la seguíamos.

Una puerta se abrió de repente y se

asomó un tipo con una barba de tres días.

Nos miró con ojos enloquecidos y exhaló una

columna de humo como para ahogar a una

ballena. Cuando miró a Monterroso en

uniforme se puso pálido y cerró a la carrera.

Lo malo para él fue que se le cayó la pipa de

cristal y se partió en tres pedazos.

— ¿Viste eso? —me preguntó

Monterroso.

Afirmé con la cabeza. No pude resistir

la tentación y di unos toquiditos en la puerta.

“Ojalá tengás pipa de repuesto porque

si no ya te pisaste.”

Nos reímos y la señora nos vio sin

saber qué hacer, así que seguimos. Cuando

pasábamos frente a la última puerta salió una

viejita encorvada que empezó a insultarnos.

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— ¡Cerdos malditos, viciosos,

pervertidos, ladrones! Viven aprovechándose

de la gente, marranos, mañosos…

— Discúlpenla —dijo la dueña—, ya

está medio loca, no le hagan caso.

— No se preocupe —le dije—, de todos

modos no dijo nada nuevo.

— Y todavía se quedó corta —añadió

Monterroso.

Cuando llegamos al pie de las gradas

que nos llevarían al tercer piso vimos a una

joven en toalla que se había asomado atraída

por los gritos de la viejita. En eso, una joven en

ropa interior se le acercó por detrás, le arrancó

la toalla, regresó corriendo a su cuarto y cerró

la puerta.

La recién bañada lanzó un grito. Sin

cubrirse nada, nos dio la espalda y corrió hacia

su cuarto.

Y nosotros tapándonos los ojos, por

supuesto.

— ¡Abrí la puerta, Nancy, abrí! ¡Me las

vas a pagar si no abrís!

— ¡Eso te pasa por curiosa! —le

respondió Nancy desde adentro.

— ¡Abrí la puerta o vas a ver!

— ¡Los que van a ver son ellos, ja, ja, ja,

ja!

— ¡Abríme, te digo, abríme!

— Discúlpenlas, agentes, así bromean

ellas; trabajan en una barra show y están

locas.

— No se preocupe señora, está bien…

—dijimos al pasar junto a la joven.

Intercambiamos una sonrisa con Monterroso y

la señora nos vio de mal modo. Subimos por

una escalera de caracol y salimos a la azotea.

En una esquina había un cuartucho de

madera y techo de zinc. Tal vez fuera

imaginación mía, pero apenas lo miré sentí la

pestilencia.

Monterroso también la sintió y arrugó la

nariz.

— Mmmm… —dijo arqueando una ceja.

“De plano, pero de todos modos

miremos”, le dije.

Al acercarnos, una parvada de sanates

alzó vuelo y buscó refugio en los tejados

vecinos. El hedor empeoró frente a la puerta.

Nos cubrimos la nariz con un pañuelo y dimos

unos golpecitos a la puerta.

— ¿Don Oscar?

Nada.

— ¿Don Oscar? Necesitamos hablar

con usted…

Volvimos a tocar y sólo nos maulló un

gato.

— Mejor déjenlo, de seguro está bolo…

— Un bolo no hiede tanto, señora.

¿Tiene copia de la llave?

— Tenía, pero el viejo cambió la chapa

al segundo día…

— Bueno, pues ni modo, hay que

abrir…

Empezamos a jugar fútbol americano

con la puerta pese a las protestas de la

señora, y al tercer empujón se rajó la madera

y saltó la chapa. La puerta se abrió de golpe

y nos lanzó a la cara un tufo a carne

descompuesta en refrigerador.

Estuvimos a punto de vomitar pero nos

aguantamos: no íbamos a quedar como

aguados frente a esa vieja amargada.

Un gato enorme, con los bigotes llenos

de sangre, salió corriendo y tuvimos que

hacernos a un lado para dejarlo pasar.

Esperamos un poco a que pasara la

pestilencia y entramos.

Todo estaba en orden, salvo la tele

encendida y la nube de moscas verdes.

Y ahí estaba Oscar Cifuentes después

de tanto buscarlo: muerto durante el sueño y

medio comido por su gato.

Guatemala, agosto de 2007

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Fragmento de la novela “El Perro en Llamas”

Publicado en SIGLO XXI

La sangre del comensal asesinado bajaba por la varilla clavada en su garganta, decoraba el mantel y aderezaba un filete a medio comer. La oscuridad crepuscular tatuaba las paredes y se derramaba sobre el cadáver sentado a la mesa, vajillas y rincones.Para entonces, el restaurante Lombardi’s estaba tan atestado como juguetería en Navidad, pero en lugar de niños había policías, periodistas y paramédicos. Unos y otros maniobraban sin estorbarse pero en el sitio había mucha gente que no tenía nada que hacer allí. Los recolectores de pruebas pedían que nadie tocara nada y preguntaban a gritos por qué no sacaban a la gente.“Está lloviendo mucho”, aventuró alguien.— ¡Ni que la gente fuera de azúcar! —tronó un oficial— ¡Despejen el área, despéjenla!Fiel a su naturaleza, un policía de amplios bigotes ordenó salir a la gente. Algunos le vieron indiferentes y otros fingieron no escucharle, pero nadie se movió. Sin embargo, ante la insistencia debieron abandonar la función.Absortos en su tarea y ajenos a todo, los fotógrafos de nota roja le buscaban el ángulo a aquella muerte de primera plana.

Afuera, el caos aumentaba exponencial y progresivo. La variopinta fauna imposibilitaba el tránsito. Gritos, insultos a voz en cuello… lo de siempre.El comisario Héctor Mendoza estacionó a dos calles de Lombardi’s. Tratando de pasar inadvertido, sacó un paraguas, lo abrió y avanzó a paso lento hacia el restaurante.El desorden y su rostro común le confirieron un anonimato que duró hasta que un reportero le identificó y alertó a los demás.Rodeado como si fuera estrella de cine, Mendoza evadió preguntas que merecían un golpe y se abrió paso a empujones. Flanqueado por dos agentes que acudieron a rescatarle, suspiró aliviado cuando alcanzó el restaurante, cerró la puerta por dentro y se aisló de aquel circo indecente.— ¿Qué hay? —preguntó arreglándose la corbata.— Le atravesaron la garganta con un pincho —dijo el policía de amplios bigotes—. De momento desconocemos el móvil...Mendoza echó un vistazo indiferente al muerto. Salvo la varilla en su tráquea y la sangre sobre el mantel, todo estaba donde tenía que estar. No vasos rotos, no sopa derramada... un ejemplo de urbanidad post mortem.— Yo diría que lo hizo un profesional. ¿Hay testigos?— Ya interrogamos a un mesero que lo vio en la cocina.

También hay una señorita que estaba comiendo a dos mesas de la víctima...— ¿Ya la interrogaron?— No...— Tráiganla, pues...Mendoza no estaba de humor para novatos. Contuvo el deseo de fumar y se alejó de la escena para interrogar a la testigo, una pelirroja muy bonita con algunas libras de más.Cuando la tuvo enfrente pensó lo mucho que le gustaría salir con aquella mujer tan interesante. Ella percibió su interés y pensó que con ese viejo shuco ni a la esquina.— Buenas tardes señorita; comisario Héctor Mendoza para servirle. Tal vez nos pueda ayudar...— Yo lo vi… —respondió ella con orgullo y burla. — ¿Podría contarme qué fue lo que vio?— Al asesino...— ¿Podría describirlo?— Moreno, bien parecido, pelo largo y negro... un poco más alto que usted y mucho más delgado. Tenía bonitos ojos.— ¿Edad?— Unos veintiocho tal vez... Yo estaba comiendo papas cuando pasó a mi lado con una porción de pinchos. Me sonrió, preguntó si necesitaba algo más y siguió de largo. Según yo era mesero pero ya ve...“Parece que golpeó a uno de los meseros y le robó el uniforme”, interrumpió el uniformado. El comisario le miró colérico pero la pelirroja lo ignoró.— ...oí que habló con el señor que ahora está muerto y cuando pasó de regreso me volvió a sonreír y se fue por aquella puerta.

— ¿Escuchó lo que hablaron?— No, la lluvia no me dejó...— Muy amable, señorita. El agente Hernández le tomará sus datos. Quizá en próximos días necesitemos volver a hablar con usted.— Por nada...El comisario se alejó para observar a la pelirroja. Le había gustado, pero no convenía demostrarlo. Un detective con cara de “que tenga un buen día pero en otra parte” se acercó al comisario.— ¿Qué hay, Rosanegra?— Ni una huella. La víctima no se defendió, no hay señales de lucha ni nada. El detective reparó en la copa a medio beber. Sin tocarla, se inclinó y la olió. — Este vino huele raro, voy a mandar a que lo analicen.— Me parece bien. ¿Habrá cámaras de seguridad aquí?— Sí, hay varias. Cuando usted vino estaban regresando la cinta.— Vamos a verla, pues...Se dirigieron al cuarto de monitores y se unieron al grupo que se apretujaba ante las pantallas. Al examinar la grabación correspondiente a la mesa número quince descubrieron que la cámara había captado la escena con lujo de detalles.Todo, menos el rostro del asesino.Decepcionados, regresaron la cinta y observaron de nuevo el desarrollo de aquel homicidio: la llegada del falso mesero, la breve charla y el instante repentino y atroz en que tomaba un pincho del plato y lo usaba como arma.Regresaron la cinta una y otra vez, pero fue imposible identificar al asesino. “La maldita Ley de Murphy”, masculló el comisario. Su enfado iba en crescendo.— Parece que es un espadachín experto, mire cómo usó el pincho. Podría ser una pista, comentó un policía de pómulos prominentes.—Olvídelo, Margarito. Bajo ese criterio habría que ir a la federación de esgrima y arrestarlos a todos —respondió el comisario—. ¿Qué tal si arrestamos al Zorro?”Todos rieron, menos el dueño del restaurante, que ignorado por los agentes maldecía su mala suerte. Ya casi veía las primeras planas del día siguiente: “El restaurante de la muerte” o “Pincho de comensal en restaurante tal y tal”.

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