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Voces del Páramo: Mujeres que vinculan saberes para la vida

Luis A. GuzmánAutor para Swissaid Colombia

Luis A. Guzmán - Jony A. GarcíaFotografías

Luis A. GuzmánDiseño y diagramación

Walkiria PérezRepresentante País - Swissaid Colombia

Marco Rubén García P.Coordinador Región Andina - Swissaid Colombia

Edición para Colombia – 2018

Swissaid está comprometido en resaltar los saberes de las mujeres rurales.

www.swissaid.org.co

Voces del páramo: Mujeres que vinculan saberes para la vida, es una producción de Montañas Vivas - Proyecto Desarrollo sostenible de las comunidades a partir de la recuperación y uso racional de los agroecosistemas de las cuencas Leonera y Saza en los municipios de Mongua y Gámeza en el departamento de Boyacá- Colombia con el apoyo de SWISSAID.

Agradecimientos: Asociación Campesina Integral de Tunjuelo, Dintá y San Ignacio - TDS - Municipio de Mongua Asociación Campesina Huerto Alto Andino – AHAA - Municipio de Mongua Asociación Junta Administrativa Acueducto Vereda Daita Sector Carrizal del Municipio de Gámeza - Municipio de Gámeza Asociación de Productores y Comercializadores Agropecuarios de Gámeza- Asoprogam Municipio de Gámeza Asociación para el Desarrollo de la Familia de Gámeza Asogámeza - Equipo Swissaid.

Infinitas gracias a todas las mujeres que desde la complicidad me abrieron las puertas de sus casas, me compartieron su tiempo y su maravillosas voces.

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El presente texto está dirigido al reconocimiento y la dignificación del rol de las mujeres campesinas, de sus aportes, de sus saberes e intuiciones, que por mucho tiempo han estado entramados en el lomo de estos complejos

y excepcionales territorios, de su capacidad para escuchar los susurros del entorno y comprender que “la naturaleza es sabia y nos dice qué hacer”.

Este acercamiento ha constituido una experiencia a partir de coincidencias, diálogos y testimonios que permiten develar la profunda vinculación de estas mujeres con la familia, con las comunidades, con la región y con el medio ambiente. Muchas han sido las experiencias recabadas en estos encuentros y las voces

de las mujeres que me acompañaron con la palabra, estas serán eje de la narrativa que constituye “Voces del páramo: Mujeres que vinculan saberes para la vida”.

Así se narra entre líneas una historia de fuerza por el empoderamiento de cinco asociaciones campesinas que se ubican entre las cuencas Leonera y Sáza de los municipios de Mongüa y Gámeza en el departamento Boyacá. En ese lugar, se levanta “Montañas Vivas”, un proyecto que constituye la visión que estas comunidades tienen de su territorio y con el que identifican un proceso que busca diversificar cultivos, recuperar semillas ancestrales, proteger los ecosistemas y luchar por relaciones de equidad entre los habitantes de la comunidad. Sus miembros no

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ahorran en elogios para el color y el sabor de lo que producen en sus huertas, no escatiman esfuerzos para sanar las heridas de la tierra.

Bajo un registro con tono de literatura antropológica se exponen cinco ejes que emergieron como relevantes desde el encuentro: el rol de la mujer en el cuidado de la diversidad y el agua, las prácticas de alimentación tradicional, la medicina alternativa, las relaciones sociales y las creencias populares. Estos ejes no son más que un punto de partida para abordar un complejo sistema donde todos los procesos sociales, ecológicos y productivos son transversales y se encuentran estrechamente vinculados buscando mantener un frágil equilibrio.

Asistir a este lugar es aproximarse a múltiples capas de significado donde todo se entrama en un universo extenso y heterogéneo. Exige la apertura de los sentidos para comprender lo que expresan las voces y los silencios, sobre una cosmovisión compleja y atávicas prácticas que, por momentos, se tornan inaccesibles como mecanismo de defensa ante la mirada de impetuosos transeúntes. Es en ese intersticio entre la paciencia y el respeto, donde se abre paso la luz y el relato para permitir estas imágenes de la excepcional mujer campesina, mujer custodia del territorio con estrategias que ponen en juego creatividad, amor y resistencia.

La extensión del texto que se presenta a continuación se hace insuficiente, como lo sería cualquiera, para abordar la complejidad que significa la mujer campesina. Por tal motivo, algunas voces serán explícitas, mientras otras irán entramadas en el corpus constituyendo la voz extendida del resto de mujeres que hicieron parte de esta indagación. En ese sentido, no se incluyen nombres propios, con en fin de que sea una expresión al unísono que se levanta desde las montañas. Con una mirada atenta se podrá percibir la diversidad que recorre desde los cascos urbanos a las cumbres paramunas.

Sin embargo, deseo que todo lo que sí aparece, sea un aporte valioso a la construcción de retóricas de valor para las mujeres campesinas y que configure nuevos puntos de partida para avanzar en el reconocimiento de su incansable labor. Ellas junto a su comunidad buscan de manera activa consolidar procesos que se dirigen a la consecución de una vida digna con seguridad alimentaria y a una permanencia en armonía con el territorio.

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El Páramo habita en la gente que habita el Páramo. Pensar esa relación es hacer consiente nuestra propia historia, darnos cuenta que también somos el Páramo y descubrir que protegerlo es protegernos a nosotros mismos. Juntos

hemos aprendido diversas estrategias para mantenernos en estas complejas, misteriosas y hermosas tierras. Desde este alucinante ecosistema, habla la naturaleza de su capacidad de adaptación y de sus transformaciones en el tiempo, también hablan las mujeres de sus prácticas y creencias, de su historia social imbricada con las montañas y el agua.

Con la niebla densa y baja, se prepara la lana para comenzar la faena, el cuerpo necesita abrigo y calor, una agüita que recién proviene del fuego y se sostiene entre ambas manos configura un ritual campesino para emprender la jornada. Si es un buen día, podría despejarse todo y ponerse claritico y ahí no alcanza la vista para cubrir tan vastos territorios de tierra y cielo, los mismos que los cuentos han descrito como áridos y hostiles por largo tiempo, pero que también son el grandioso y acogedor hogar de muchos seres entre los que se encuentra la mujer campesina y su familia. Un lugar que a ella le exige un poco más y donde ésta, con sus voz en el tiempo, guarda la perspicacia para sanar, alegrar y alimentar.

Todo está en la cabeza, en la mirada, sonríe, porque un transeúnte disfruta de la forma y el color de aquello en lo que ella ve también alimentos, medicinas o peligros. Esa aguda percepción no viene de las grandes academias sino de una trasmisión de técnicas ancestrales que viajan de generación en generación y se va guardando en la memoria.

La mujer campesina huele las plantas, las observa y las toca para activar el saber. También las nombra, las valora y las comparte con la misma espontaneidad que sale sol. Siembran frutos que nutren, que recuerdan a los antiguos, cosechas que curan.

“Esa aguda percepción no viene de las grandes academias

sino de una trasmisión de técnicas ancestrales...”

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“Habitan bosques altoandinos y páramos donde crecen

bondadosas plantas medicinales”

Habitan bosques altoandinos y páramos donde crecen bondadosas plantas medicinales. En este lugar está claro que “para todo hay maticas en la tierra y a la tierra también la cuidamos todos”. En estos parajes, a través de emplastos e infusiones se disponen “para la inflamación flores de árnica, cidrón y romero”, “agüitas de yerba mora y ajenjo para dolor de cabeza”, “ruda para la vesícula a reventar”, “el bejuco lechero con hinojo y caléndula para desinflamar la ubre de las vacas”, “la matica de tinto que es de lo más especial, muy buena para refrescar el organismo, se hierve el agua y se sopean tres cogollitos y se la toma para cuando una persona está como desesperada del corazón, también sirve para el dolor de barriga y para sacar el frío del muerto”, además están “el mortiño, el apio, el tilo, el chulco, el sanalotodo y un montón más, que se usan casi todos en muy poquita cantidad”.

El ambiente está permeado de sabiduría y para cada mal del cuerpo o del espíritu hay “yerbitas”, lo que evidencia un conocimiento profundo de la tierra y el entorno, de plantas con poderes mágico-religiosos y curativas, de prácticas que son alternativas para sanar. Así se cuentan las historias que hibridan la mano femenina con el poder curativo de la naturaleza.

En las laderas de las montañas, se aferran los rodamontes, encenillos, raques, alisos y sietecueros intentando abrirse paso como una mancha de vitalidad que devela una alquimia deslumbrante de equilibrio. El territorio elabora un lenguaje propio que se expresa a través de toda forma de vida, plantas, animales, historias, gentes, mediante lo tangible y lo intangible.

Allí, es posible encontrar los cimientos de una férrea solidaridad que convoca a conectar lo visible en las superficies con lo invisible en lo profundo de los sentidos campesinos y en la naturaleza con su inquietante complejidad.

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“Se mueven las manos que tejen hilos mientras se

urden pensamientos”

Luego del ascenso por las laderas y ubicados en las partes altas, no hay abrigo posible ante la fuerza de los vientos que provienen con fiereza de los valles. A partir de ese lugar, la única manera de avanzar es con la pericia que brindan las voces ancestrales. Las pinturas rupestres y la historia Muisca evocan las maravillas del tiempo antiguo que se adhieren al caminante y a su ser expandido

ante la magia del lugar. La vegetación cambia rápidamente y los terrenos semi-empinados poco a poco van permitiendo el acceso a ese lugar donde se siente la mirada del páramo, a sus “ojitos de agua”: las imponentes lagunas que observan el universo y donde el ser humano es solo una partícula en sus comisuras. La tierra nos observa y nos interpela a través de su mirada mientras su aliento frío impone la necesidad de abrigo. Se mueven las manos que tejen hilos mientras se urden pensamientos. En estas cumbres regadas por un agua gélida las mujeres envueltas en lana virgen de ovejas, resguardan grandes saberes que permiten su permanencia. Sus cuerpos hablan y se expresan, reciben y entregan.

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Los hogares se encuentran rodeados del rumor de los venados cola blanca, tigrillos, cóndores, osos, que con el viento y el agua, nos recuerdan que todo esta en constante movimiento y que, como ellos, somos hijos de la madre tierra. Adentro, los fogones nunca duermen en cocinas extraordinarias que se convierten en un cálido refugio. Allí, la lumbre del hogar produce matices en las lanas. El uso de los tintes vegetales para pintar los tejidos se resiste a desaparecer como tradición artesanal y permite cubrirse de los colores que manan de “la barba de piedra”, “el helecho marranero”, “el mangle”, “el brevo”, “también el tuno que es del páramo, la parte más alta que hay” y “el tinto que es una matica nativa, tiñe verde muy bonito, verde champaña que llaman”.

Superadas las arduas jornadas de trabajo, al final del día se habilita de manera espontánea un espacio para el diálogo entre las familias. Entre los últimos rayos de sol, se teje el relato de lo acontecido durante el día. Allí frente a las tareas que acompasan el ocaso, se comparten a través de la palabra los hilos que tejen una historia campesina acompañada por una banda sonora de animalitos, rumores, radios y televisores.

Para la comunidad, la palabra constituye el vehículo y la vía a partir de la cual conectan los intereses de quienes habitan a ambos lados de los ríos Leonera y Saza, las voces que transportan los acontecimientos se escurren por la micro cuenca, evidenciando un sistema complejo de comunicaciones que parece no tener fisuras

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más allá de la creatividad e imaginación. La tecnología juega un rol importante pero no determinante, ya que la palabra se desplaza entre diálogos que se dan en las carreteras, caminos y visitas, que vale la pena decir, siempre están acompañadas de una taza caliente que no se puede rechazar, de ahí sabemos que en estas tierras, “misa sólo una y desayunos cuántos vengan”.

En este lugar, poco se tocan las puertas, la voz se levanta para anunciar la presencia y activar la historia que se inscribe a partir de un diálogo que en un efímero encuentro puede abordar cuestiones que van de lo simple a lo complejo, desde el nombre de una planta que cura el dolor hasta un drama filosófico que involucra la ética y la moral en las dinámicas campesinas.

“...mitos y leyendas subsisten en el territorio y en lo cotidiano para dar sentido a lo que desde otros discursos resulta inexplicable...”

Así, poco a poco va circulando el saber que teje sabiduría y que no se guarda en libros, sino en relaciones que sustentan la vida cotidiana. El sincretismo religioso permite la coexistencia de múltiples creencias que buscan el equilibrio frente al paso del tiempo y los avatares de la vida. Aquí la fe, las historias y las leyendas, tienen funciones específicas que permiten explorar diferentes espacialidades del miedo y la esperanza en un territorio que ha sido lastimado y donde los cambios que se producen a través del tiempo necesitan ser interpretados más allá de los argumentos de la razón.

Por eso se afirma, que “aunque ya no se cree tanto”, mitos y leyendas subsisten en el territorio y en lo cotidiano para dar sentido a lo que desde otros discursos resulta inexplicable. Así se cuentan experiencias sobrenaturales que parecen aproximarse a dar cuenta de las presencias coloniales que intervinieron la historia de la región, para subvertir la relación mística de los antiguos con el oro, y para alejar de las manos que ahora se nombran campesinas el valioso elemento, fuente de peligro, interponiendo seres que evitarían su búsqueda como medida de protección ante el castigo y que también resinificarían el oro en el agua como fuente de vida.

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Dice “mi abuela me contaba que en la laguna aparece, o aparecía un venado dorado que daba vueltas en la mitad y por eso decían que había riqueza, pero yo me pongo a pensar, ese es el guardián del agua, la gente sabe que es así… Los antiguos ofrecían oro a las lagunas… en el chorro, dicen que había una culebra de oro, es que la tierra nos protege dándonos todo, pero nosotros también debemos cuidarla a ella”. Otras voces narran: “por ahí se escucha que en las quebradas aparece un pájaro blanco y negro que echa carcajadas y asusta… pero es que esto es muy sano, antes no era así… la maldad hace que la naturaleza se exprese y se proteja, son los espíritus del páramo, de las lagunas, que junto a la virgencita hacen que todo se mantenga en su lugar”. En este sentido, también es posible encontrar historias “sobre el gallo que canta a media noche”, “las enfermedades por el oro” y “los brillos en luna llena”.

“...seres protectores del agua, el frailejón y la laguna”

Así como éstas, otras tramas simbólicas se tejen en historias en las que habitan duendes, mohanes y arcos blancos que regulan prácticas, delimitan los tránsitos en el territorio y explican los fenómenos de la naturaleza. Cuentan que “desde aquí, desde este nacimiento vieron salir un arco blanco, ese sale es de noche y se ve blanco, dicen que al que lo pica ese arco blanco se muere, yo creo que si, que es para cuidar el agua”. Otras dicen que “los duendes montan en las cabezas de los caballos y les hacen de estribos unos moños, es un tejido muy especial… por estas tierras hay muchas historias, muchos encantos”.

Mientras tanto, algunas aseguran que “cuando llovizna y hay resolana y sale el arco... por ahí se esta calentando el mohán…” un ser mitológico que se esconde en las montañas, que en algunas versiones se lleva a las niñas lindas y en otras se piensa como guardián de las riberas de los ríos , figura donde se imbrican ideas sobre el hombre tenebroso de largas barbas que llegaría a estas tierras guiado por sus prácticas coloniales y restringiría el desplazamiento de las mujeres por ciertos espacios, y los “mojas” o “moxas” de la tradición Muisca, seres protectores del agua, el frailejón y la laguna. Una vez más recomponiendo y resignificando mediante el mito el sin-sentido del despojo en el sentido de la vida, la tradición y el empoderamiento sobre el territorio que debe ser protegido.

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“...cuando la mirada se ubica en el horizonte de las creencias, el territorio se expande y adquiere

otros significados...”

Estas narrativas míticas, la religiosidad, la historia y la experiencia conectan el pasado y el presente de una comunidad que sabe que su territorio significa mucho más que el terruño donde ponen sus pies. Por ello cuando la mirada se ubica en el horizonte de las creencias, el territorio se expande y adquiere otros significados que permiten apreciar la existencia de un vínculo profundo y afectivo.

El rol de la mujer en estos escenarios es determinante, ya que comprende su territorio y sabe desde hace mucho tiempo atrás, por las voces de sus antepasadas que está habitado por una gran multiplicidad de saberes y circunstancias que apuntan a la consecución y el sostenimiento del equilibrio colectivo. Para las mujeres todo ese ecosistema es la vida misma, mística e intensa, es el lugar desde donde enuncian con todo su ser.

La mujer campesina siente que lo espiritual es eje de prácticas que buscan la protección de la familia como núcleo básico de relaciones y de la naturaleza como el espacio donde se desarrollan, lugares donde los hombres deben ser corresponsables.

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Esas voces resuenan en los relatos desde hace tanto tiempo que no hay memoria de cuando empezaron a circular. Sin embargo, no es el centro del interés para estas mujeres ese dato, ya que el saber se encuentra validado por la voz de sus madres y abuelas. Ahora ellas se encargan de seguirlo transmitiendo frente a cada circunstancia y contexto donde se haga necesario. El saber se moviliza entre generaciones de mujeres que se reconocen cómplices, quizá no en la esfera publica, de manera extrovertida, pero sí en el encuentro espontáneo, en el acercamiento sigiloso y en el cotidiano del hogar y el campo.

“...las mujeres que habitan las montañas gozan de una preciosa elocuencia que mantiene en sus palabras una crítica mordaz...”

Al contrario de lo que ofrece una mirada desprevenida y por momentos prejuiciosa, las mujeres que habitan las montañas gozan de una preciosa elocuencia que mantiene en sus palabras una crítica mordaz a la sociedad actual donde predomina el consumo y la falta de solidaridad. Estas mujeres que propenden por el equilibrio socio-ambiental reconocen el inmenso impacto de su labor para la comunidad y la familia, por ello, las presiones que reciben cotidianamente por múltiples flancos no las intimida, sino que más bien las fortalece y hace luchar de manera estoica, sus frentes se levantan contra las adversidades y no encuentran viento o golpe que mengue sus fuerzas, la historia y la determinación de seguir adelante hacen que empuñen la herramienta con afecto y con brío por su familia, por sus recursos, por aquello que les pertenece. “Las mujeres del campo cuando se trata de sus hijos, somos unas leonas” , dicen.

Ataviadas con botas y ruanas para superar la inclemencia del frío, conversan sobre los derechos que tienen las mujeres, los niños y los hombres, empoderadas expresan el honor de nutrir el campo y exigen el reconocimiento de su labor.

No cabe duda que hay tristezas y melancolías inscritas en su historia por todo lo que sucede en el territorio, las heridas de la

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tierra, el agua contaminada, el extractivismo, la violencia y la inequidad. Todo eso que enferma el hogar y de donde parten acosos, agresiones a sus cuerpos y a sus ideas. Por eso hay momentos donde apenas se pintan las palabras con el movimiento de los labios y el lenguaje se hace incomprensible para un tercero; suave rumor de sombras que aún hay que eliminar, aires de conflicto y miedo evocan la guerra y los desencuentros.

En sus palabras se superponen ideas que borran las violencias de su presente, la expresión de un deseo irreconciliable con la realidad, ideas de utopía que guían los pasos del empoderamiento y que requiere en seguida volver a nombrar aquello que se quiere transformar: “En cuanto al tema de violencia, es muy notable que ya no se ve casi si hacemos la comparación con tiempos anteriores, que la mujer es sumisa, sumisa, sumisa, pues ya no, la mujer siembra lo que quiera, distribuye sus recursos, ya el hombre no es el que manda y la mujer la que hace, así mismo con los hijos… También es cierto que las mujeres tienen miedo de que la gente se entere cuando hay cierta violencia, como que se lo guardan para ellas y a veces uno las ve como todas tristes y uno como que distingue esa familia y sabe que pasó algo ahí, pero en general ya no es como antes”.

“...el vínculo mujer-naturaleza vuelve a surtir la

senda de lo posible...”

En esos momentos la voz se encuentra herida, se hace difícil comprender, es otra lengua, es la relación desigual que trata de impedir el curso de la palabra. Sin embargo, se le está haciendo frente a estas condiciones y de manera colectiva trabajan para re-apropiarse de sus potencias femeninas, retomando conciencia y control de su cuerpo, de su existencia, de su economía, de su dignidad. Es entonces cuando el vínculo mujer-naturaleza vuelve a surtir la senda de lo posible: “Hoy en día es posible que vendamos nuestra hortaliza y recibir una platica extra, independiente al marido, y nosotras decidimos que hacer con la plata, por decir, nosotras tenemos nuestros invernaderos y ahí cultivamos diferentes clases de verduras… entonces ya no tengo que pedir plata para un par de medias, si no que voy y las compro a mi gusto, con mi plata. También volvemos a conseguir semillas”

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La relación entre la tierra y las mujeres se despliega en un vinculo que a su vez las une a sus hijos, a su familia, a su comunidad. Habitan un escenario marcado por la hibridación de prácticas en el avance insoslayable de la modernidad. Antes, hasta los pañales de los niños eran de lana virgen, “muy menuditica”, ahora también hay cobijas térmicas, ruanas y chaquetas traídas de afuera que les protegen del frío, las gorras se sostienen al lado de los sombreros, la belleza se sigue sosteniendo en las miradas, porque los vestuarios se transforman y las personas nos adaptamos, los colores aumentan, logos publicitarios se fijan en los nuevos retratos, sin embargo, se sigue hablando de saberes ancestrales que hacen que la historia no se disuelva mientras se conquistan nuevos lugares de participación.

“...sienten, resisten y les insisten a sus familias que éste es su hogar y que allí está el alimento y la vida”

Hay temor entre ellas porque a algunos jóvenes no les está gustando el campo y repiten con insistencia que su futuro es la ciudad, un lugar que ellas narran como caótico y riesgoso, un lugar que contrasta radicalmente con la paz, el aire limpio y la armonía de habitar las montañas. Ese temor que las aflige es porque entienden que es difícil para ellos permanecer en el territorio, allí la impuesta renuncia a la tradición y al equilibrio muestra una precariedad que no se puede ocultar. Al respecto, las oportunidades que ofrece el Estado para estas comunidades rurales se aleja de escenarios de dignidad. Encerradas en paradojas ven como sus esposos e hijos se introducen en las minas de carbón acelerando el desgaste del cuerpo y exponiéndose a múltiples riesgos. Sin embargo, trabajan para que esas dimensiones negativas cambien, para disminuir el impacto de prácticas nocivas que perviven como una sombra que recorre estos territorios. Ellas sienten, resisten y les insisten a sus familias que éste es su hogar y que allí está el alimento y la vida.

En sus palabras : “La felicidad es tener salud para trabajar la tierra y dar ejemplo, para dejar un legado a mis hijas (…) de seguir aquí, dentro de este territorio, que hay vida, que no hay estrés, hay salud, que no hay contaminación(…) aunque sí, desafortunadamente dentro de nuestro municipio la minería ha producido contaminación,

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pero ya la hemos contrarrestado un poco porque hemos aprendido que nosotros los campesinos tenemos muchos derechos sobre nuestros recursos hídricos y que le estamos pegando a recuperar ese medio ambiente con nuestras propias manos, a cuidar el agua, con las maticas nativas”.

Transcurre el tiempo entre el sol que se levanta lentamente en las montañas y las noches que caen entre la densa neblina dando paso a la luz de las bombillas que atraen los bichitos, mientras que el calor del fogón lo hace con los demás hacia la cocina. En la casa, los gatos, los perros y las gallinas se mueven tranquilamente, las mujeres, sin mirarlos detenidamente pero reconociendo su existencia de manera previa, no se preocupan por muestras exacerbadas de cariño, simplemente se desplazan y los rozan involuntariamente al pasar, esa es la medida básica de un afecto que sostiene relaciones donde no importan nombres o atenciones más allá del reconocimiento simple de la presencia mutua. Todos allí se alimentan de los frutos de la tierra y a eso huele la vida cotidiana. Estas mujeres traen de la memoria recetas y usos de semillas con las que se han levantado todas las generaciones anteriores. La preparación de alimentos es rica en técnicas y variedad, coexisten las costumbres más antiguas con las nuevas prácticas culinarias.

“La preparación de alimentos es rica en técnicas y variedad,

coexisten las recetas más antiguas con las nuevas prácticas culinarias”

Hay felicidad porque la tierra brinda las “rubas, nabos, ibias, y las chabas que son papitas originarias de este territorio” entre tantos otros frutos de la tierra. La mesa se sirve, “la ensalada de rubas es de las más buenas, también se ponen con papas chalequiadas, con habas tostadas, jutes, nabos, cuibas y sale un cocido original nuestro, es lo más lindo que hay”. “Los canches son ricos, la cebada tostada se muele fino y se hace sopita con la papa, luego se amasa y se hace una arepa con queso, con bocadillo y se frita… queda delicioso”. Para acariciar el paladar nada como “un dulce de mora silvestre, esa mora grande y bonita que crece en el páramo, es de lo mejor, también de fresa, uva camarona, mortiño”, además están las “tortas de ibia, de

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nabo, dulce de ibia con panela caramelada, pan de papa, galletas de haba”. Y “para pasar y reposar tomamos jugos, guarapo, masato o la chicha que viene de los ancestros, molemos el maíz seco, se pone a cocinar y después se fermenta con panela por unos quince días, también la hacemos de ibias, es muy buena la chicha”. Es grande la diversidad de preparaciones con alimentos silvestres y cosechados para encantar los paladares en la cotidianidad.

“La mujer campesina participa activamente en una trama de relaciones donde posiciona su voz...”

Entre platos nativos de la región se abre paso el humor y el juego con la palabra, la risa se vuelve un sonido común durante los encuentros, “aquí le sacamos coplas a muchos temas, al amor, a la naturaleza, es la forma de hablar bonito sobre lo que nos pasa… y también sobre lo feo”, las guitarras acompañan las voces cantoras que se desplazan celebrando la vida y llorando las pérdidas, el amor y el despecho, recordando los vientos próximos del llano.

También habita el silencio, que como gesto simple podría parecer pasivo en estas mujeres, pero eso no indica falta de acción dentro del grupo. La mujer campesina participa activamente en una trama de relaciones donde posiciona su voz, poniéndola en el ruedo o permitiendo que se escurra entre otros integrantes de la familia.

“Mi madre decía”, “mi abuela me contó”, “mi tía algún día dijo”, evidencian un canal de diálogo ininterrumpido por generaciones de mujeres. Los hombres saben que las mujeres se comunican y trabajan arduamente, con torpeza reconocen la labor con que estas mujeres aportan al cuidado de la vida humana mientras sostienen los hogares donde el fuego nunca se apaga y donde siempre hay calor, mujeres que abrigan saberes y suculentos misterios de la feminidad que protegen el agua y la vida.

“Un día me dijeron que a nosotras las mujeres nos creían ignorantes… entonces yo les dije, no. Nosotras no somos ignorantes, primero porque nosotras damos vida, iniciando por nuestros hijos, esa es la vida. ¿Cómo va a ser que nosotras como mujeres somos

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ignorantes? Segundo, que porque cogíamos un azadón seguíamos siendo ignorantes, no, porque estamos alimentando a miles de personas, empezando por nuestro hogar. Y tercero, que porque no teníamos zapato fino ni carro fino, no éramos importantes ¿y cómo no vamos a ser importantes? Sí somos las que ponemos un plato de comida en la mesa… ese es mi dilema”.

Con determinación avanza una comunidad donde cada día se activa la fuerza y la autoridad de las mujeres, y con ellas las de su territorio. Entre más vivaces y alegres sean estas mujeres, más sonreirá el agua y las montañas, ellas abren rutas y exploran de manera creativa escenarios a partir de su imaginación y afecto para alcanzar el reconocimiento de derechos para sí mismas, para la comunidad y para la naturaleza. “Ha sido importante conocer nuestro territorio, hace unos años pensábamos que lo conocíamos pero en realidad sabíamos poco”.

La historia continúa y se engrandece la labor de estas mujeres que al trabajar por su territorio y su dignidad, lo hacen por la paz y la humanidad.

“...ellas abren rutas y exploran de manera creativa escenarios a partir de su imaginación y afecto

para alcanzar el reconocimiento de derechos para sí mismas, para la comunidad y para la naturaleza...”

Sea este un pequeño homenaje y reconocimiento a todas las mujeres campesinas de Boyacá, en especial a las que pertenecen al proyecto Montañas Vivas. Para ustedes, mi más profunda admiración y agradecimiento.

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Bajo un registro con tono de literatura antropológica se exponen cinco ejes que emergieron como relevantes desde el encuentro: el rol de la mujer en el cuidado de la diversidad y el agua, las prácticas de alimentación tradicional, la medicina alternativa, las relaciones sociales y las creencias populares. Estos ejes no son más que un punto de partida para abordar un complejo sistema donde todos los procesos sociales, ecológicos y productivos son transversales y se encuentran estrechamente vinculados buscando mantener un frágil equilibrio.