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Vladimir Volkoff - Elogio de La Diferencia

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Ensayo de Vladimir Volkoff que plantea la uniformidad y el igualitarismo que impone el mundo moderno.

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Vladimir Volkoff ELOGIO DE LA DIFERENCIAEl complejo de ProcustoCuadernos nfimos I 113 Tusquets Editores

Ttulo original: Le complexe de Procuste

1. edicin: enero 1984

Julliard/L'Age d'Homme, 1981 Traduccin de Nuria Prez de Lara Ilustracin cubierta: Teseo liquidando a Procusto. Dibujo de Marcel Laverdet segn un vaso griego Diseo de la coleccin: Clotet-Tusquets Reservados todos los derechos para Tusquets Editores, S. A., Iradier, 24, Barcelona-17 ISBN 84-7223-613-7 Depsito Legal: B. 1053 - 1984 Diagrfic, Constitucin, 19, Barcelona - 14

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Elogio de la diferencia. El complejo de Procusto Volkoff, Vladimir Cuadernos nfimos I 113 160 pg. Cuenta la mitologa que Procusto, clebre bandido de la Antigedad, ataba a sus vctimas en una cama. Luego, con la ayuda de una cuchilla o de un garrote, los recortaba o estiraba, segn su tamao, para ajustarlas a las dimensiones exactas de la famosa cama. Teseo, quien haba liquidado ya al Minotauro, al parecer liber al mundo de Procusto.Teseo mata a Procusto (klix del siglo V a. C., Museo Britnico).

Pero ha muerto realmente Procusto? Vladimir Volkoff cree que no. Para l, no slo Procusto ha sobrevivido, sino que ha ido prosperando hasta convertirse, hoy en da, en amo del mundo. De Valparaso a Vladivostok, y de Dunquerque a Tamanrasset, nos hemos vuelto casi todos ms humildes y fieles seguidores. No tiene siquiera que obligarnos a subirnos a su cama. Vamos espontneamente a ella, en filas prietas y ordenadas, rindiendo culto al divino Procusto, porque, de hecho, un mal extrao se ha apoderado de nosotros: el complejo de Procusto. Aparentemente, la diferencia est de moda. No obstante, este alegato en favor de la diferencia es l mismo tan diferente a todos los dems que no puede dejar a nadie indiferente. Ante todo, no es abstracto. Lo es incluso tanto menos cuanto que, segn el autor, la primera virtud de la diferencia es la de devolvernos a la realidad, de devolver al mundo sus colores, de devolver el gusto, el sentido y el respeto de lo concreto. Tampoco es simplista. El elogio de la diferencia no se confunde aqu con la reivindicacin de la gaita gallega, ni con el rechazo de la uniformidad mediante un antiigualitarismo primario. Y tampoco es triste, y ste es, quiz su mayor mrito. Casi todos los libros escritos sobre este tema lo fueron en clave de lamento y aoranza. Como si las vctimas de Procusto, resignadas, exhalaran un ltimo suspiro antes de desaparecer. Vladimir Volkoff no est muy seguro de que podamos vencer a Procusto. En todo caso, l ha decidido luchar y nos incita aqu a hacerlo a su lado, con alegra, humor e indiscutible brillantez. Vladimir Volkoff Nacido en Pars, en 1932, de padres rusos, Vladimir Volkoff es licenciado en letras en la Sorbona y doctor en Filosofa por la Universidad de Lieja. Periodista, actor, director de teatro, profesor, traductor, marionetista, se ha mantenido, pese a los avatares que le ha deparado la vida, fiel a su actividad de escritor ruso de habla francesa, aunque viva desde hace muchos aos en los Estados Unidos. Su obra es muy variada: novelas como La reconversin (Argos Vergara, 1980), Premio Chateaubriand 1979, que lo lanz a la fama mundial; novelas de espionaje como Lagent triple, El montaje (Plaza y Jans, 1983), Gran premio de la Novela de la Academia Francesa 1982, y muy recientemente, Le trtre; una novela de ciencia-ficcin, Metro pour lenfer, premio Jules Verne; obras de mtrica y crtica literaria, y dos obras de teatro, Lamour tue y Yalta. Muri el 14 de septiembre de 2005, en su casa de Prigord (Francia).

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Iniciacin a la diferencia El alegre mundo de la diferencia El mundo gris de la indiferencia Qu es la diferencia? Qu hacer?

PROCUSTO o PROCRUSTO, bandido del tica que, no contento con despojar a sus viajeros, les haca tenderse sobre una cama de hierro, les cortaba los pies cuando superaban su longitud o les haca estirar por medio de cuerdas cuando no la alcanzaban. Petit Larousse Illustr, 1917

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Iniciacin a la diferencia

Cuando yo era pequeo, mi abuelo tena un calendario de hojas arrancables, que desempeaba un papel en mi vida. Lo que me fascinaba no eran ni los textos edificantes o recreativos impresos en el dorso, ni los pequeos caracteres de delante que, descifrados, daban por una parte los santos del da los ms, mrtires griegos con nombres terrorficos y, por otra, los pasajes de las Escrituras que hubiramos debido leer de haber sido nosotros ms piadosos de lo que ramos. No; lo que me fascinaba eran las fechas, y no me refiero a los das o a los meses, sino, casi exclusivamente, a las cifras. En primer lugar, cada vez eran dos, y la idea de que el mismo da llevara dos nmeros ya bastaba para intrigarme. El bueno, por supuesto, era el nuestro, el que ocupaba la mitad de la hoja para sealar claramente que era el nico vlido. El segundo, tres veces ms pequeo, situado por debajo del anterior, corresponda al calendario de los dems, de los que nos rodeaban pero no crean en nada de lo que nosotros creamos y, por lo tanto, se equivocaban en todo. Iba a necesitar muchos aos para aprender que los calendarios juliano y gregoriano eran ambos falsos, y unos pocos ms para resignarme a que el mo fuera el ms falso de los dos. Pero, el desfase entre los dos nmeros, el malo siempre con un adelanto de trece unidades sobre el correcto, no era lo que ms me atraa de tan interesante calendario. Me maravillaba infinitamente ms ver que los das fueran de colores diferentes; las cifras de la semana eran negras y tristes; las del domingo, rojas y alegres. Esta intrusin del cromatismo me pareca tanto ms seductora cuanto que, siendo rojos los dos caracteres del domingo, suceda que, en 'ciertos das de fiestas ortodoxas celebradas durante la semana, la cifra grande se volviera casi bermelln, mientras que la pequea segua enlutada, lo cual sugera una combinatoria de variaciones bastante divertida para la imaginacin. Si el calendario del abuelo hubiera tenido espritu sistemtico, de vez en cuando hubiera presentado tambin lo contrario, pero, seamos razonables, hubiera sido excesivo e incluso sospechoso, hacer propaganda de doctrinas a la vez errneas y mayoritarias. Adems, poco importa; quera tan slo mostrar que antes de saber leer haba aprendido ya que hay das que son (quiero decir en esencia) rojos y otros que son negros. Esto es lo que me enseaba el calendario, y no menta: en los das negros, mi abuelo no regresaba hasta el anochecer; en los das rojos, jugaba conmigo toda la tarde. Era en da rojo cuando le ofreca chocolate adquirido con el capital acumulado durante los seis das precedentes; era en da rojo cuando me pona el traje marinero y todo el mundo me rodeaba con deliciosa deferencia que, lo saba y me alegraba de ello, iba menos dirigida a m que a aquel de cuyos misterios yo haba participado por la maana en el crepitar de los cirios y el sagrado olor del incienso. De este modo, los asertos del calendario se verificaban en la realidad: los das negros eran das cualesquiera, los das rojos (no es acaso el rojo el color por excelencia?) eran alegres. Es esta nocin de alegra la que yo quisiera sealar. Por las tardes, cuando mi abuelo no reciba a estudiantes de fortificaciones a los que inculcaba la doctrina de Vauban, o a algn otro nufrago ruso al que se esforzaba por socorrer por todos los medios intelectualmente, eran considerables; pero, materialmente, mnimos, aunque l se dedicaba a unos y a otros con la misma generosidad, se instalaba a la mesa del comedor, tras retirar el mantel, para hacer un solitario. Solitarios los haba de todas clases: el Chino, el Pauelo, los Reyes, la Galera de Cuadros, el Pequeo Trece, el Gran Trece, la Tumba de Napolen, el Solitario del Oficial Soltero, e incluso el de Lavar-un-perro-negro-hasta-que-sevuelva-blanco. Algunos me parecan demasiado complicados; los dems los aprend con rapidez y recurr a ellos cada vez que una enfermedad infantil o simplemente un estado de indolencia, me

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reduca a la inaccin. No por ello dej mi abuelo de ser para m el Maestro de las cartas, tanto ms cuanto que utilizaba una baraja ms nueva, a las que yo llamaba las cartas del abuelo, que yo no habra siquiera-deseado tocar hasta tal punto las jerarquas en el respeto me parecan ya por aquel entonces no tena ms de cinco aos a la vez honorables y enriquecedoras. Al principio de algunos solitarios, las cartas aparecan hermticas, impenetrables, con sus dorsos de ramajes verde almendro o rosa cereza: a continuacin, en ciertos momentos angustiosos, haba que correr el riesgo de darles la vuelta para ver si eran amigas o enemigas. Yo haba nacido en la Revolucin rusa de la que no me haban enseado a pensar nada bueno; era profundamente consciente de que la vida estaba llena de trampas, de que las cosas no son lo que parecen ser, de que los cambios ms imprevisibles son eminentemente previsibles, de que toda seguridad es ilusoria, y de que de esto ms que de lo dems el orden natural, al haberse alterado, habra que restablecerlo cualquier da. Una de las primeras palabras que aprend, aunque parezca mentira, fue provocador, ya que los provocadores eran legin entre nosotros y nosotros desconfibamos constantemente de ellos (y nunca lo bastante). Esas cartas tapadas sentado en las rodillas de mi abuelo, le vea destaparlas una a una: podramos colocarla o perderamos una ocasin ms? reflejaban bastante bien el mundo en que vivamos y que yo senta cmo misterioso y, con frecuencia, hostil. Una vez que se revelaban fastas o nefastas, se repartan en dos categoras que no ejercan accin alguna sobre el desarrollo del juego, pero que a m me importaban ms que el juego mismo: las figuras y las dems. Las dems me molestaban por sus jerarquas simplistas: 3 ms que 2, 4 ms que 3, cun espiritual! No es que cada una de las cartas bajas, tomada por separado, no tuviera para m cierta personalidad senta una marcada preferencia por las impares, el 2 era el idiota del pueblo, el 10 un prspero comerciante en tejidos desprovisto de fantasa, sino que, tomadas en conjunto, se confundan en un amasijo rojizo o negruzco sin encanto alguno, al no diferenciarse la una de la otra ms que por el nmero, al igual que entre burgueses ms o menos acomodados. Senta profundamente que yo no tena nada que hacer en ese orden anodino. Las figuras, en cambio, me gustaban. En primer lugar, sin duda, porque las imgenes gustan a los nios, porque esos reyes, esas damas, esas jotas, tenan rostros y atributos el rey de trbol era para m, no Alejandro, sino Ivn el Terrible, y el rey de corazn no era Carlos sino Corazn-deLen, porque su posicin extraa, enfrentadas consigo mismas, me estimulaba la imaginacin, hacindome presentir ya, en los juegos internos de esos tros de bulevar, tragedias mucho ms entretenidas que la superioridad de un nmero sobre el otro. Pero tambin haba razones ms personales para esta afinidad que yo senta con las figuras a las que yo llamaba, para distinguirlas de todas las dems cartas, los militares. El caso es que yo proceda en lnea directa del siglo XIX ese siglo estpido, segn deca Lon Daudet, y que yo llamara ms bien ese siglo triste, ese siglo gris. Yo, para quien el siglo XVII es color oro viejo y carmes y el XVIII rosa suave y azul celeste, slo puedo imaginar el XIX bajo el aspecto de muchedumbres macilentas, paseando sin objeto sus gorras y sus pantalones de pana entre hileras de edificios ennegrecidos por el humo, entre fbricas concentracionarias, en medio de campos invadidos por barriadas o salpicados de basureros malolientes. Pero, de pronto, en ese siniestro paisaje, aparece, como un cortometraje en color insertado en una pelcula en blanco y negro, un escuadrn de caballera caracoleando sobre vistosos alazanes: tambores y timbales organizan el alboroto; cascos y corazas resplandecen; rojos y azules vibran como en un cuadro de Mathieu; siento el penetrante olor de los caballos; veo incluso los simpticos montones de estircol que el pimpante desfile deja como recuerdo del insulso siglo que acaba de atravesar. No es que admirara la guerra como tal incluso cuando, jugando a los bolos, abata los de mi adversario, lloraba por los enemigos muertos, sino que saba que los soldados vestan trajes de colores vivos y que los paisanos llevaban trajes desabridos, y saba que yo perteneca a una familia de colores; no necesitaba nada ms para sentir que, entre las cartas, las figuras ramos nosotros y las cartas bajas, los dems. Presiento que muy poco faltar para que alguien saque conclusiones sociales de estas

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confesiones que aqu hago. Lejos de m la pretensin de ser lo que no soy y la de estar exento de prejuicios, cosa que no creo ni posible ni, a decir verdad, deseable (tambin el postulado de Euclides es un prejuicio). Sin embargo, correra el peligro de inducir a error si no precisara que el nosotros en cuestin no era un nosotros de clase y que, si los dems me parecan menos felizmente dotados que nosotros, no era en absoluto por razones jerrquicas; de hecho, ignoraba que la sociedad supusiera jerarquas y, aunque lo hubiera sabido, no habra podido interesarme entonces algo tan mecnico. Los dems eran simplemente los que no eran nosotros, los modernos, los franceses, los que no crean en Dios o crean de un modo distinto al nuestro, soportaban una repblica, coman queso al final de las comidas, contaban su dinero con ms esmero de lo que nunca habamos contado nosotros nuestros rublos y nunca contaramos nuestra calderilla, se aseaban por la maana y no por la noche, tenan ideas descabelladas sobre nosotros y, en general, llevaban una vida limitada, la de las plidas muchedumbres de mi visin, una vida de la que participbamos slo por un malentendido, temporalmente, ocultando bajo nuestra miseria nuestras almas rutilantes de caballeros guardianes. En cuanto a la importancia que yo otorgaba al atuendo de unos y otros, me adhera inconscientemente, en este punto, a D. H. Lawrence, quien aseguraba que todo ira mejor en el mundo si los hombres llevaran pantalones escarlata. Yo no conoca a D. H. Lawrence, pero era consciente de pertenecer a aquellos que, mientras que el negro se converta en una especie de uniforme civil, todava se haban soberbiamente entregado a la lujuria de los dormanes, los morriones, las escarcelas y los alamares. Volvamos a los solitarios. La mayora de ellos tienen un mismo tema: las cartas se presentan en desorden y, a veces, en el anonimato; el objetivo, una vez que se las ha forzado a revelarse, es el de colocarlas iba a decir volverlas a colocar en un orden preestablecido. Poco importa que sea creciente o decreciente, este orden es el del valor de las cartas, lo cual hace que el rey deba situarse en un extremo, con su pequea corte de figuras netamente destacada de las cartas sin rostro. El simbolismo filosfico es evidente. Se barajan las cartas y es el caos; luego, el mundo se nos presenta bajo la forma de una mezcla pasablemente incoherente la mala mezcla, decan simplemente los ctaros, y la aventura humana consiste en restablecer la armona de las esferas. Para un nio, cuya vida y cuyo nacimiento mismo haban sido determinados por una conmocin histrica considerada indeseable, el simbolismo poltico no era menos patente: vivamos en el desorden y la nica empresa realmente digna de inters era la de intentar restablecer el orden con, como garanta, un soberano que fuera en cierto modo el logos de su nacin: rey de picos para los picos, de diamante para los diamantes. Desde esta perspectiva, cada uno de los solitarios de mi abuelo, y ms tarde cada uno de los mos, me pareca como un intento de restauracin de la verdad y, por tanto, una lucha. Exageraramos si interpretramos esta lucha como un conflicto de clases. Yo no deseaba el triunfo de las figuras con el pretexto de que contenan nmeros superiores. Lo que vea es que haba que arrancar todas y cada una de las cincuenta y dos cartas a la anarqua de lo indeterminado, que no volveran a ser orquesta ni podran interpretar su msica hasta que las figuras, es decir, las fuerzas de la diferencia, volvieran a ir en cabeza y las fuerzas de la indiferencia entendida en el sentido cientfico (el estado de lo que es indiferente): un 9 difiere manifiestamente menos de un 10 que de una jota fueran vencidas. Hay en todo esto un tercer simbolismo que, ms adelante, iba a hacrseme ms ntimo que el segundo: pienso ahora que nada se parece ms a un aficionado a los solitarios que el artista, quien parte de una realidad cualquiera y cuya misin consiste precisamente en desentraar los adelantos, en hacer aflorar las singularidades, en distinguir, situar, valorar, eliminar las vulgaridades, reordenar parafraseando a Valry la cantera y convertirla en templo. Pero lo que muestra hasta qu punto, cuando yo era pequeo, el simbolismo histrico me afectaba ms que los dems es que, en los juegos de cartas, Batalla o Los tontitos, a los que jugaba entonces, me senta extremadamente irritado por la superioridad del as sobre las figuras. Todava no haba comprendido que fuera bueno que los ltimos pasaran a ser los primeros, y la falta de ese usurpador me escandalizaba. Me guardarn rencor por eso? Yo no haba sido educado en la admiracin por Napolen y no poda evitar el relacionar la silueta panzuda del granuja de las cartas con la del primer dictador de los tiempos modernos que, l tambin las haba tomado con los reyes

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sin que ello aportara, a fin de cuentas, nada bueno, a su colorido. En contrapartida, en los solitarios, no haba que temer incongruencia alguna de este tipo. Si las cartas no haban sido demasiado mal repartidas y si no cometamos demasiadas distracciones, tenamos muchas posibilidades de ver desplegarse al final, cual cola de pavo real, el tornasol herldico de las figuras, cada una en su lugar adecuado en la coreografa general, prefigurando en su conjunto las magnificencias del Paraso reencontrado. Nada de eso hubiera sido posible si las cartas hubieran permanecido boca abajo encima de la mesa, negndose a correr la suerte de la desigualdad; tampoco nada si las figuras no hubieran estado ah para humanizar el proceso, si se hubiera tratado tan slo de un juego de nmeros. Hay que repetirlo? Ese gran baile final no era una fiesta en honor de los militares opresores de las cartas ms bajas, sino el feliz desenlace de una situacin confusa, ni siquiera la victoria de la imagen viva sobre la simplista alternancia del rojo y el negro, o de la figura sobre la cifra, sino el cumplimiento de la totalidad del juego. Precisemos ms an. Un color al que le hubiera faltado el 2 el 3 hubiera sido tan poco satisfactorio para m como si hubiera perdido la reina o la dama, pero me pareca elegante que los reyes vinieran a recostarse sobre la cima de sus respectivas pilas o, mejor an, que cada una de las tres figuras tuviera su corte individual como ocurra en un solitario al que llambamos Madame, porque habra sido una institutriz francesa la que lo haba enseado, haca ya treinta aos, a unos amigos de mi madre y en el cual los 11, los 7 y los 4 servan al rey, los 9, los 6 y los 3 a la dama, y el 8 el 5 y el 2 a la jota. Se me plantea ahora una cuestin: lo que me fascinaba de las cartas o del calendario era el color mismo, o los factores de los que era el signo? El hecho de que los siglos, las horas, las personas y, evidentemente, las vocales, hayan tenido siempre un color para m no tiene gran importancia, ya que se trata de colores imaginarios. En un cuadro, admiro ms al dibujo o la composicin que la pintura propiamente dicha, y los mdicos, tras haberme hecho buscar representaciones numricas en muestras de manchas sabiamente moduladas, declararon que mi sentido cromtico era deficiente. Tendera, pues, a creer que lo que ms me seduca en las figuras no era la variedad de matices, sino su oposicin a las dems cartas, minora sobre mayora. De hecho, su diferencia. Y, la diferencia, iba a ser mi vida. No se trataba de que no quisiera aprender nada, sino que me impona el no olvidar nada. En otras circunstancias, quizs hubiera sentido la tentacin de intercambiar mis speras fidelidades por un poco de comodidad; afortunadamente, un destino de mano algo dura, pero eficaz, velaba por m. De nio, viv sobre todo entre los pequeos campesinos normandos y no se improvisa a un campesino; tampoco a un normando; adems, todo hay que decirlo, estaba demasiado ocupado en defenderme a golpe de peine fino contra los piojos, que mis compaeros compartan liberalmente conmigo, para ambicionar seriamente convertirme en uno de ellos. Que no se interprete esta observacin como una condena ni de Normanda ni de los campesinos: me siento atado tanto a una como a los otros, y en cuanto a la higiene, no es, segn San Agustn, ms que una media virtud. Una cosa era segura para m: en la civilizacin occidental, democrtica, intelectual, pacifista y agnstica, en la que viva, me competa conservar intacto el Graal de otra civilizacin: oriental, autocrtica, teocrtica, guerrera y ortodoxa. La lengua de mis padres era sagrada para m y, aunque no me sintiera obligado a hacer mas todas sus, creencias, s deba, al menos, poder explicarlas y justificarlas, dar fe de que no haban sido ni tan inhumanas ni tan ineptas como el mundo presente pareca creer. Me digo hoy a m mismo que habra podido vehiculizar estas diferencias con mayor suavidad, sin enorgullecerme por ello, sin refugiarme tras ese desprecio y esa repugnancia a los que llamaba, complacido, mis perros guardianes. No tuve, lo confieso, este mrito, prefer sistemticamente la provocacin al compromiso, el riesgo de petrificacin por la forma al peligro de evaporacin por el espritu. Saba demasiado bien que mis diferencias me protegeran mientras las conservara y que, si quera respetarme, deba respetarlas yo primero. He aqu por si a alguien le interesa, un ejemplo de diferencia sistemticamente sostenida; la Pascua ortodoxa pocas veces coincide con la Pascua occidental. Al tiempo que llevaba, impasible, la misma vida que mis compaeros del colegio, preparando composiciones de trigonometra y

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aprendiendo de memoria poemas en alemn, me desdoblaba para seguir las prcticas que eran las nuestras durante la semana de la Pasin, desde los ayunos y la asistencia a los oficios el del Jueves Santo duraba ms de cuatro horas, cuatro horas de pie, intercaladas de bien recibidas postraciones hasta el rechazo de toda lectura mundana y el encarnizado encerado del parquet recuerdo todava el polvillo en mi nariz y el vrtigo que se apoderaba de m bajo la accin del vaivn de mis pies arrastrando los trapos por el suelo. Otro ejemplo: Navidad. El 25 de diciembre gregoriano no era para m ms que el 12 de diciembre juliano. Oa hablar de reveillones, de regalos, a veces de misas del gallo. Nadie me invitaba. Si lo hubieran hecho, seguro que me habra negado a ir, preocupado como estaba en avivar mi rescoldo hereditario en peligro de extincin, y hubiera temido perderlo si pactaba con el otro calendario. Mi aislamiento no me pesaba. La misin conforta. Crea llevarme la mejor parte fariseo de m! y me bastaba con ello. Mis regalos me llegaban el 25 de diciembre juliano, disfrazado de 7 de enero gregoriano, da aparentemente tenebroso, en el que mis compaeros no vean ms que uno de los primeros del segundo trimestre, mientras que yo reconoca en l, el rojo destellante del aniversario de Cristo. Las circunstancias iban a permitirme, treinta aos despus, reiniciar esta experiencia de supervivencia mediante la diferencia en beneficio, en esta ocasin, de una determinada Francia y no de una determinada Rusia. Quince aos en el extranjero hicieron que me adhiriera a los valores franceses libertad de pensamiento, puligny-montrachet, epicureismo cristiano, arquitectura romana, Molire, Rameau, Fragonard con una firmeza que nunca hubiera tenido, de haberme sumergido en la civilizacin del kleenex y de la tica en lugar de la metafsica. Francia me ense que yo era ruso, y Amrica que yo era francs; de una y otra aprend que lo esencial en el individuo no es la indivisin, sino la diferencia. Cuando le el pasaje en que Marcel Proust descubre apenado que el primero de enero es un da como los dems, me horroriz esta ilusin. No es que el ao nuevo, que no estaba sacralizado por legalismo religioso, dinstico o patritico alguno, contara demasiado para m, sino que la mera idea de que se pudiera despojar de su cualidad, degradar o alinear un elemento diferenciado, me escandaliz. Vea en ello un atentado contra la vivificante individualidad de todas las pequeas constituyentes del mundo. Y veo muy claro lo que aqu se me puede objetar: que considerar un da determinado, inefable en su esencia, como un primero de enero entre otros miles, es precisamente atentar -contra su individualidad. Me guardo la objecin para darle una respuesta ms tarde. Si Proust se pona a considerar el primero de enero (que a m ni me iba ni me vena) como un da cualquiera, entrevea ya la posibilidad de otros abandonos: el 25 de diciembre tambin, tanto el gregoriano como el juliano, se convertira pronto en un da cualquiera, y la semana de Pascua, occidental u ortodoxa, podra jugarse a la ruleta. Para m, tomar una fiesta cualquiera, por ms seglar que fuera, por un da neutro equivala a preferir el dorso de las cartas a su cara y, en consecuencia, a llevarlas deliberadamente en el sentido de la uniformidad, de la indiferencia, de la anarqua y de la muerte. La creencia popular, tanto ortodoxa como catlica, exige que llueva en Viernes Santo. Durante aos, me fij en el tiempo que haca en los dos Viernes Santos, el nuestro y el de ellos. Si llova en el suyo, era un homenaje que el cielo renda a unos clculos, sin duda errneos, pero llenos de buenas intenciones; si llova en el nuestro, era el sello de la aprobacin celestial a los clculos de la Iglesia de Oriente. En caso de que hubiera llovido para ellos y no para nosotros, entonces, como buen jugador, estaba dispuesto a reconocer que en ese ao nos habamos equivocado. An hoy todava me enorgullezco de no estar totalmente curado de semejante aberracin. La Iglesia griega ha adoptado el calendario gregoriano; no es impensable que cualquier da haga lo mismo la Iglesia rusa. De ser as, pasara a ser el 25 de diciembre juliano un da como los dems. Se trata de que la Iglesia catlica fije de una vez por todas la fecha de la Pascua y de que, en el actual ecumenismo, la Iglesia ortodoxa haga lo mismo. Qu sucedera, ao tras ao, con la fecha que hubiera sido la de Pascua? No me opongo en absoluto a estas reformas que superan mi competencia; en caso de que se adoptaran, las aceptara sin rechistar. Pero nada impedira que en

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esos das de antigua gloria, encendiera una vela ante mi icono, al igual que uno sigue persignndose al pasar ante una iglesia en la que ya no se realiza culto alguno. Qu ventaja saca usted, se me preguntar, de ese realismo algo pueril?. No se trata de ventajas. No quera demostrar nada ms que esto. Las circunstancias de mi nacimiento y de mi educacin han hecho que estuviera predestinado al culto de la diferencia. Por eso, al igual que los montaeses que han crecido en las alturas sin que por ello lo consideren un mrito, pero que se aprovechan de ello para que los turistas admiren sus glaciares y sus prados, me propongo aqu como gua de mis paisajes habituales.

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El alegre mundo de la diferencia

He aqu una adivinanza que me gusta poner a mis amigos. En la pera King Arthur de Purcell, sacada de The Faerie Queene de Spenser, una joven princesa, ciega de nacimiento, recobra de pronto la vista y dirige su primera mirada al mundo. Cul es su reaccin? Muchos responden: La princesa se lleva una desilusin. Cun gstrica, puritana, burocrtica y poco cachonda es semejante imaginacin! Por el contrario, exclama la princesa: How gay is the world!. Hay quiz cierto abuso en traducir gay, que significa pimpante, brillante, de vivos colores, por alegre, que se aplica casi exclusivamente a las personas. Pero, qu? Hay que tratar siempre a la lengua francesa como a una bella difunta? Acaso los poetas de Toulouse no hablaban ya de la Gaya Ciencia? No dudemos, pues, en atribuirle a la bella princesa: Qu alegre es el mundo!. Esta alegra, es precisamente para m la misma que resplandece en ciertas miniaturas de la Edad Media. Un grupo alegre ha partido a la caza al halcn. Los pcaros capirotes, los cuadrados escotes de las damas, las poses galantes y los multicolores pantalones de los jvenes caballeros un color para cada pierna: an mejor que Lawrence, el gesto danzante de los caballos, el verde areo del bosque en primavera, cun alegre es todo!. Sin duda, la miniatura no representa a los siervos que no han sido invitados a participar en la cabalgata, ni a los pajarillos que los halcones de caza habrn destripado en unos instantes, pero ste es precisamente el punto interesante: la visin que se hacen del mundo el miniaturista y Spenser es una visin alegre. Pero qu supone, pues, la palabra alegre? Colores contrastados, ritmos alegres, volteretas y piruetas, danzas y contradanzas, contrapunto y contrafuga, variedad, abigarramiento, diferencias. Viva en Amiens y cada da tomaba el t con pan tostado. He olvidado la marca, pero recuerdo las imgenes que me brindaba: era siempre la fotografa de una normanda con la tpica cofia de su pueblo natal. Viv en Amiens durante dos aos, consum una notable cantidad de pan tostado y pocas veces me encontr con la misma cofia. A qu se debe que los campesinos de otros tiempos tuvieran, ya no la suficiente imaginacin, sino la suficiente efervescencia creadora, como para inventar tantas diferencias en terreno tan reducido? Es algo difcil de comprender, sobre todo hoy en da, porque los pueblos se suceden por las carreteras de Francia a una velocidad que est ms en funcin de nuestros carburantes y de nuestros diferenciales que de sus distancias reales. Qu quiero decir yo con reales? Me refiero sin duda a las largas caminatas de mi infancia campesina. A quien pregunta: Qu medio de transporte utiliza usted?, el ruso acostumbra a responder: Con los dos que tengo atornillados al cuerpo (traduzco libremente). Por un lado, pensamos como individuos y como amplias generalidades naciones o supranaciones por otro, pero no es as cmo teje la vida, que es o, al menos fue a la vez ms ecunime y ms cuidadosa de sus acabados. Un individuo es bien poca cosa; una nacin o un continente escapan a la envergadura de los brazos o al comps de las piernas. La vida, al menos en el transcurso de los siglos, ha creado cultura en cantidades ingentes. Si uno quiere tomarse el tiempo, basta todava con caminar de un viejo pueblo a otro para sentir que no hay dos vecinos que respiren el mismo aire y que, por lo tanto, tengan que poner el mismo encaje en la cabeza de sus mujeres. Deba de ser muy alegre salir de Barenton (lugar al que conozco bien) para ir a Saint Georges de Rouelley (al que conozco mucho menos) y descubrir all, tras apenas una pequea legua, otros encajes y otras puntillas. George Sand transmite admirablemente, en Les Maitres sonneurs, esta riqueza de las distancias en la Francia del siglo XVIII. Leadores de una comarca se emplean como jornaleros en otra situada a veinte o treinta kilmetros: estn ms extraados que Nerval en Egipto, o Loti en el Japn.

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Julio Verne tena razn al decir en La vuelta al mundo que la tierra se ha vuelto ms pequea y que la costumbre que hemos adquirido de ir a pasar las vacaciones a Noruega o al Senegal (para pequeos presupuestos) nos ciega al exotismo que nuestros abuelos descubran a media jornada de camino de su casa. He tenido la suerte de poder vislumbrar todava ese mundo tan rico en tonalidades y. a pesar de que yo haya tropezado con esta suerte por su cara menos atractiva, ello no disminuye en nada su encanto. Recuerdo haber sido recibido a pedradas en una granja de Barenton porque era ruso y, por lo tanto, a pesar de mis escasos diez aos, un espa. Recuerdo tambin que en Domfront, quince kilmetros ms lejos, no quisieron venderme pan porque era forastero, en aquella ocasin no ruso, sino de Barenton y, en poca de caresta, el pan est legtimamente reservado a los autctonos. Ms recientemente, estaba yo cazando conejos y codornices en Georgia. Cuando sal del bosque, vi una camioneta parada junto a mi coche; el conductor, un pobre hombre desdentado, me hizo, en un dialecto que yo apenas entenda, toda clase de reproches y amenazas: le pareca indignante que yo cazara en aquella regin, no porque fuera ruso o francs, cosa que ignoraba, sino porque mi matrcula me delataba como habitante de Atlanta, capital del Estado. Yo, me dijo, que vivo aqu, no puedo cazar! Le asegur en vano que tena tanto derecho como yo a utilizar aquel terreno patrimonial. Acab por comprender que se negaba a sacarse un permiso de caza, y entonces me cay muy simptico: estaba de acuerdo en que era algo injusto en el hecho de que l se viera obligado para matar codornices o conejos, sus compatriotas, a las mismas formalidades que un forastero. Acaso los incidentes que cuento aqu carecen de la alegra que antes propugnaba? Veamos. Evidentemente, me habra ahorrado a gusto el que me lapidaran, pero qu sera de los colores vivos si no contrastaran los unos con los otros con cierta firmeza? Las diferencias siempre cuestan el precio que valen. S, por ejemplo, que los acentos regionales pueden constituir un obstculo a la comprensin y, si la lengua no tuviera otro objetivo, comprendera que se intentara pulirlos, pero no por ello lo aprobara. Un acento es signo de alianza: al parecer, se descubrieron espas alemanes, porque, a pesar de su impecable pronunciacin francesa en todos los dems aspectos, todava seguan pronunciando feintidos. Por otra parte, el margen de tolerancia del oyente medio es considerable. La primera vez que o a Gastn Bachelard, oriundo de la Champaa, me pregunt de dnde sala con sus melenas, su blanca barba y sus erres fuertes, pero no por ello dej de comprender su conferencia, y, cuando mi maestro lions, Jacques Perret, me hablaba, no sin una buscada afectacin, de Plinio el Joven, quiz yo disimulara una sonrisa, pero comprenda muy bien que se trataba de ancianidad y no de cuaresma*. Tras ausentarme de Francia durante ms de diez aos, qued maravillado de comprobar que las degradaciones de la lengua francesa a que se dedican los saboteadores retribuidos por el Estado an no haban conseguido erosionar todos sus relieves, que an existan franceses capaces de rechazar el redoble de las consonantes dobles, capaces de mantener las a finales, de no confundir el in y el un, e incluso, poco ms all del Loira, de prolongar la vida de la e muda. Sin embargo, deber volver a Molire para asegurarme de que los versos siguen sonando con precisin: siempre temo que los alejandrinos tropiecen con alguna reforma destinada a hacer el teatro clsico ms accesible al pueblo que, dicho sea entre parntesis, no es en absoluto responsable de las vulgaridades cometidas en su nombre. Adems del acento, la lengua pone a nuestra disposicin otra fuente de diferencias: las distintas personas de la conjugacin. El francs no es, desde este punto de vista, de un extremado refinamiento: se dice tu y se dice vous, pero hay que tener la suerte de servir en una gran casa o de contar entre las amistades con algn prncipe o alteza para poder permitirse la deleitosa y arriesgada gimnasia de la tercera persona. Es mejor que el rabe que slo tiene un t, o que el ruso que ha renunciado a su ellos de cortesa, pero es menos divertido que el italiano que ha conservado vivas las tres personas: de ah, al menos tericamente, variaciones muy interesantes; si no me equivoco, dos italianos pueden hablarse de nueve maneras distintas, puesto que el uno puede decirle al otro tu,*

Juego de palabras francs, basado sobre el acento hons, intraducible al castellano. (N. del T.)

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voi o lei y que el otro puede responder tambin eligiendo entre los tres pronombres. El holands tambin alcanza semejante refinamiento. El castellano ha perdido la segunda persona del plural de cortesa y recurre al usted. El alemn ha olvidado su tercera persona del singular Er escrito con una mayscula y se dirige a usted en la tercera persona del plural, Sie. El ingls ya no reconoce ms que una nica forma de dirigirse a las gentes, you, pero tampoco hace diferencia gramatical alguna entre un perro y la reina. Ello permite, en contrapartida, tener un pronombre reservado a la divinidad, y la ventaja filosfica y religiosa que de ello debera extraerse me parece considerable: al llamar Thou a Dios, tomamos conciencia de que no se trata de una segunda persona comparable a las dems, sino de alguien que se encuentra a la vez en nosotros y fuera de nosotros. Si prestramos mayor atencin a esta singularidad gramatical, quiz evitaramos algunas de las trampas antropomrficas en que tienen tendencia a caer las religiones occidentales. Dicho esto, contar que me re mucho cuando un oficial norteamericano del Ejrcito de Liberacin, al ver mi conejo lanzarse sobre sus zanahorias, le abronc muy seriamente: Come usted demasiado aprisa amigo mo. Me gusta que dos personas no utilicen el mismo pronombre para hablarse. Me gusta que, en el Ejrcito rojo, los superiores tuteen a los subordinados y los subordinados traten de usted a sus jefes. Me gusta que, en ciertas familias francesas, los hijos utilicen todava el usted para dirigirse a sus padres que les tutean. Me enorgullezco de no tratar de t a ms personas de las que podra contar con los dedos de las dos manos y, lo que es ms, en ciertos casos, de haber pasado por el rito germano-ruso del Bruderschaft, que supone el intercambio de insultos seguido de cumplidos y el consumo de bebidas fuertes en posturas incmodas; el rito exorcisa as la familiaridad. Por otra parte, conviene hacer gala de prudencia en este tipo de asuntos: una vez adoptada la forma familiar, se est condenado a ella; el usted se enriquece siempre de un posible t, mientras que un t no es ms que un t. Un amigo, que crea sorprenderme, me confes que segua tratando de usted a su mujer en las circunstancias ms ntimas. No vi en ello incongruencia alguna, por qu limitarse? La alternancia ad libitum del usted y del t permite expresar matices ms fugaces, ms espontneos, de la emocin y, as como el usted puede aadir cierto picante a la intimidad, el t puede hacer estallar su carcter excepcional o incluso trgico: los dramaturgos clsicos lo saban muy bien. Mme. de Genlis cuenta que, en su juventud, durante los ltimos aos del Ancien Rgime, dos caballeros no se hubieran permitido tutearse delante de una mujer: los amigos pasaban del t al usted al entrar en un saln y del usted al t al salir de l. Qu placer utilizar as todas las posibilidades de una lengua! Mi padre, en su adolescencia, tras pasar unos meses cuidando caballos, olvid por completo las buenas costumbres de la mesa. En cierta ocasin en que fue invitado a almorzar con el cnsul de Rusia en Shanghai, se sinti desconcertado por los distintos utensilios dispuestos ante l y acab por preguntar avergonzado a la duea de la casa si, en lugar de todo aquello, no podran darle una cuchara (la etiqueta de los soldados rusos exige, en estos casos, que la lleven en la caa de la bota); sin embargo, una mesa bien servida tiene otros encantos. Se tiene o no se tiene el olfato o el paladar lo bastante finos como para apreciar las diferencias de gusto que prestan al vino de borgoa y de burdeos las distintas formas especiales de los vasos, pero, aunque slo fuera por el placer de la vista, una alineacin de hermosos cristales constituye un alegre espectculo, y aadir incluso que amo lo suficiente el barroco como para no sorprenderme de la presencia de vasos verdes anunciadores de un vino de Alsacia. En cuanto a los cubiertos de pescado cuya existencia, en realidad, no se justifica tras el descubrimiento del acero inoxidable, excepto por el amor a la diferencia en s, su ausencia en las mesas de allende el Atlntico me entristece casi tanto como la de la segunda persona del singular. En cambio, el empleo muy extendido del nombre propio me gusta: es mucho ms agradable llamar a la gente Tom, Dick o Harry que seor tal o seor cual. Por otra parte, este seor me molesta. Me gusta que se le llame Cartero al cartero, Matre al matre de un restaurante; me encantara que me llamaran Escritor. A este respecto, los norteamericanos tienen mejor sentido de la variedad que los franceses, ya que, al menos, llaman

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Doctor a todos los doctores y no slo a los medicastros. Cuando cruc el ocano de Este a Oeste, me encant reencontrar mi ttulo y mi nombre propio, cosa que me consuela del you universal y de la ausencia de los cubiertos de pescado. Fueron quiz los apelativos diversificados los que me alegraron en el ejrcito. En primer lugar, no hay seor que valga a no ser por irona. (Por otra parte, efectivamente, no hay nada ms ridculo que tratar de seor a cualquiera). El superior tutea al subalterno para sealar las pequeas distancias, de sargento a cabo, por ejemplo. Adems, las graduaciones, esas graduaciones tan pintorescas, porque la jerarqua se chifla por ellas. Slo por convencin es capitn (que viene de caput, cabeza) superior a cabo (que tambin procede de caput). En un regimiento, alguien tiene que mandar, pero no es el comandante quien lo hace, sera demasiado fcil, es el coronel. Del coronel, se espera que mande una columna, pero una columna no es una unidad. Cuentan que, en tiempos de la Liberacin, el jefe de un maquis (probablemente imaginario, o en todo caso tardo) se haba ascendido a teniente coronel y llevaba siete barras doradas, cinco de coronel y dos de teniente: era, sin lugar a dudas, seal de un prosaico sentido comn, poco conforme con el lirismo ligeramente chiflado que es norma en la tradicin militar. El profano piensa que, en las fuerzas armadas francesas, los subalternos tratan a sus superiores por su graduacin precedida de la partcula mon (mi). Se trata de un adjetivo posesivo o de una abreviacin de monsieur? Las opiniones de los entendidos se dividen al respecto. Sea como fuera, ya sera algo ms bonito que el socorrido sir de los anglosajones. Pero, en realidad, pocas veces tiene razn el profano. En primer lugar, la Marina queda excluida porque no utiliza el mon. Luego, los cabos (que son soldados rasos y no sub-oficiales, no confundamos) no tienen derecho a este privilegio. La verdad es que los sargentos (que son suboficiales y no soldados rasos, no confundamos) tampoco tienen este derecho. En Francia, el aspirante es superior al ayudante, lo cual todava no le convierte en oficial, pero la apelacin mi ayudante existe y no as la de mi aspirante. Se dice mi coronel a un teniente coronel y mi general a cuatro tipos diferentes de generales. En Caballera, donde las diferencias entre oficiales y sub-oficiales son muy pronunciadas, no por ello se deja de llamar mi teniente a un ayudante, aunque siempre represente un salto de cuatro graduaciones, sin contar la charretera. Siempre en Francia, un primera clase es un soldado superior a un segunda clase, pero primera clase no es una graduacin, sino una distincin. Ah, cunto me gustan las distinciones! Mariscal tambin es una distincin, y no se dice mi, sino seor mariscal. Si nos pusiramos a describir a los militares, la cosa se volvera an ms divertida, porque un coronel ya no es un coronel, sino un comandante jefe del regimiento X; un comandante ya no es un comandante, sino un jefe de batalln, mientras que un capitn, para compensar, pasa a ser un comandante de compaa. Por supuesto, una vez ms, la Caballera se distingue, ya que el jefe de escuadrn se diferencia del jefe de escuadrones. No me aventurar a hacer la lista de las apelaciones utilizadas en la Marina (llamada Real, porque sirve a la Repblica); s tan slo que sus alfreces son all lugartenientes; los lugartenientes, capitanes; y los capitanes, comandantes, al igual que los coroneles. Sin embargo, al permanecer en tierra firme, no me negar el placer de recordar en qu se convierten las distintas graduaciones en el argot militar francs: el general es un puerro (por razones, por lo dems lisonjeras, que una pluma que se precie, como sola decirse, se niega a describir); el coronel, un colono; el capitn un pitain*; el ayudante, un salivero; el sargento, un serpatte**; el cabo, un perro; el primera clase, un primera saliva; el segunda clase, un segundo bomba. Se habrn fijado oh, suprema fantasa! que no existe mote para el comandante ni para el teniente. El sub-teniente, por razones que nos equivocaramos en considerar obscenas, es un sub-verga. En fin, traspasando las fronteras tanto del sexo como de la lgica, el ejrcito no vacila en poner terminaciones sistemticamente femeninas a funciones sistemticamente reservadas a los hombres: un joven recluta se convertir en un ordenanza si no quiere quedarse en perpetuo centinela.* **

Probablemente, una mezcla de piteux y putain, desgraciado y puta respectivamente. (N. del T.) Probablemente, una contraccin de serpent sur pattes, Serpiente con patas. (N. del T.)

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Y todava quedan jvenes que pretenden haberse aburrido durante el servicio militar! Y es que, aparentemente poco sensibles a la alegra verbal, afirman haber perdido, en el ejrcito, su personalidad, no haber sido ms que nmeros de matrcula. Pamplinas. No se pierde la personalidad como la cartera. En cuanto a la matrcula, yo haba olvidado la ma al cabo de quince das por no utilizarla nunca. Y, si la variedad de designaciones era demasiado desmadrada como para que esos catetos pudieran apreciarla, cmo no han podido captar la profunda variedad de lo que se llama, sin duda por antfrasis, el uniforme? Oh!, ya lo s, el uniforme no es ya lo que era. Hoy, tan slo los marines norteamericanos llevan un cuello digno de un militar: todos los dems ejrcitos del mundo parecen haberse entregado a la corbata, que es un ornamento derrotista, un atributo de ahorcado. Incluso el Ejrcito Rojo ha llegado a esto, nica posibilidad de esperanza para Occidente, que, como es sabido, ha sido pacificado a muerte. Los colores elegidos por las diversas intendencias caquis y verdes grisceos muy sufridos son desesperantes (excepcin hecha del exquisito gris ahumado que exhiben los aduaneros suizos). Las espuelas, las espadas, los correajes, los alzacuellos, las pestaas de franja dorada, las chascs, los penachos y el penacho, todo lo que haca que se cantara, en La Gran Duquesa de Gerolstein: Ay! Cunto me gustan los militares!, ha desaparecido. Ya no tenemos ejrcitos de opereta, sino de drama burgus: no ganan mejor las guerras y es menos bonito mirarlos. No obstante, incluso en su actual estado de humillacin, el uniforme sigue siendo un palimsesto de smbolos. No hablo siquiera de la poca, no tan remota, en que llev el boubou blanco, el seroual negro, los nals incrustados, el albornoz azul oscuro de los amos del desierto, y yo, un segunda clase, el quepis azul! Pero descolonicemos decididamente y no pensemos ms que en los signos por los que puede distinguirse a un militar de hoy: puede llevar, o no, el trbol en el quepis, suponiendo que lleve quepis y no una boina; lleva, o no lleva, hombreras; lleva, o no lleva, una faja de mando encima del pantaln. Enarbola, o no, una u otra forrajera; lleva, o no, condecoraciones colgadas o en alfiler; calza zapatos negros o marrones. Ostenta, o no, chaleco antibalas. Tiene, o no tiene, insignia de graduacin. Sus botones revelan el arma a que pertenece gracias a un cdigo que se expresa a la vez por el color y por el motivo (por ejemplo el sentido en el que se enrosca el hilo alrededor del ncora es de primordial importancia, sin hablar, naturalmente, del nmero de llamas que surgen de la granada). Los escudos del cuello o el de la manga indican el arma o el cuerpo; el escudo del hombro, la divisin; una insignia esmaltada, el regimiento. Las placas suplementarias dan fe de las especialidades individuales del interesado y, naturalmente, no es al ciclista, sino al paracaidista al que se seala mediante la placa que reza, en francs, en bici. Si estas diferencias oficiales (que resumo) no bastaran, las hay oficiosas, rigurosamente prohibidas, pero deliberadamente toleradas: los oficiales se arrogan o no la vara, los soldados rasos se compran o no tocados fantoche u otros, segn la moda. En ltimo extremo, y excluyendo de este juicio a los jvenes reclutas, que todava ignoran sus diferencias, podemos decir que, en el ejrcito francs, no hay mil militares vestidos de la misma manera. Es ms, cuando se piensa en el placer inocente y profundo que experimentan los cazadores al vestir de azul, mientras el resto del ejrcito de tierra se pasea en color mostaza, se empieza a intuir que hay en ello, bromas aparte, algo ms profundo que el espritu de galones. No hay superioridad real de un color sobre otro; no se atribuye prestigio alguno ms a uno que a otro: es la pura alegra de reconocerse por lo que se es, y slo puede reconocerse la gente diferencindose. Deca ms arriba que alguien debe dirigir, y por eso existen las graduaciones; sin embargo, nada obligaba al lenguaje a crear espontneamente para tales funciones jerrquicas nombres distintos: habra podido mantenerse el sistema de los nmeros desde el ltimo mono hasta el general del ejrcito, al que se habra llamado, por ejemplo, seor 20, o seor 7 al sargento-jefe-mayor (mientras los hubo). Asimismo, no hay ventaja tctica alguna, al parecer, en asignar tela azul a unos y caqui a otros y, sin embargo, se hace porque se sabe, inconscientemente las ms de las veces, aunque los conocimientos inconscientes son a menudo los ms intuitivos, que, si bien el rango le resulta til a la sociedad, la diferencia es necesaria al hombre. Bertrand de Jouvenel cuenta que, tras haberle mostrado sus rutilantes uniformes de coronel de

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varios regimientos, el Kronprinz exclam: Cmo no iba a odiar yo la guerra que ha suprimido todo esto!. Bajo la aparente frivolidad, haba consciente o inconscientemente tambin una gran sabidura: el totalitarismo de la guerra moderna era inconcebible en la poca en que cualquier distincin era percibida como un honor. Un regimiento es un cuerpo, un cuerpo vivo; una divisin, la palabra misma lo dice: el fragmento de una totalidad. El feld-grau, concluye el autor, es bastante triste. El feld-grau es el color de la indiferencia. Quisiera introducir aqu la nocin de diferencias vertical y horizontal. Las diferencias geogrficas (por ejemplo entre las cofias de los distintos pueblos normandos) son evidentemente horizontales. Las diferencias de tela azul o jaspeado son tambin horizontales. En uno y otro caso, nada es cuantitativo. En contrapartida, a partir del momento en que las diferencias pueden ser cifradas y sobre todo en que estas cifras traducen, o parecen traducir, la superioridad de un factor sobre los dems, tenemos una diferencia vertical: as son las graduaciones. Sin embargo, a veces, se crea una confusin entre lo vertical y lo horizontal; el hombre piensa naturalmente: Las cofias de mi pueblo son ms bonitas, mientras que bastara con decir diferentes. Adems Engels en esto tiene razn, dado que la cantidad conoce umbrales en los que se transforma en cualidad, ciertas diferencias verticales acaban por parecer horizontales: las notas de la gama son un inofensivo ejemplo. Hagamos la trasposicin a trminos sociales. A rentas iguales, se da, entre el habitante del campo y el de la ciudad, una diferencia horizontal, aunque intenten persuadirse de que son superiores el uno al otro; un desfase de medios entre dos vecinos, urbanos o rurales, crea una diferencia vertical; sin embargo, modos de vida distintos, aunque se deban a presupuestos desiguales, corresponden a diferencias horizontales. Yo gano tanto al mes y usted tanto, es vertical. Mi hija aprende piano y su hijo judo, es horizontal. Pero, con frecuencia, se vive lo horizontal la mayora de las veces con envidia como el signo exterior de un vertical a veces imaginario: el prestigio que, en ciertos grupos sociales, va unido precisamente a la posesin de un piano es un buen ejemplo. Preciso: una desigualdad es una diferencia (vertical), pero una diferencia (horizontal) no es una desigualdad. En esos juegos de cartas a los que me refera anteriormente, yo senta como verticales las desigualdades entre las cartas bajas, pero como horizontales las diferencias entre las figuras, y como esencialmente horizontal la diferencia entre las figuras por una parte y las cartas bajas por otra, aun as no sin un elemento de verticalidad que me gustara desentraar con claridad: las figuras eran ms distintas unas de otras que las cartas bajas entre s. Esta mayor carga de diferencia se me apareca como una superioridad que vena a aadirse a la diferencia evidente que haba entre unas imgenes por una parte y unos smbolos cifrados por otra. Los hombres nacen distintos y desiguales, al menos de hecho. De derecho, nacen desiguales en ciertas sociedades e iguales en otras, llamadas democrticas (al menos en principio, ya que la hucha de pap en la sociedad capitalista, o sus relaciones en la sociedad comunista, pronto habrn convertido la igualdad de principio en una desigualdad de hecho). Respecto de estas desigualdades, se observan dos actitudes contradictorias: algunas sociedades intentan compensarlas, por ejemplo, otorgando becas a los estudiantes poco pudientes; otras, tienden a acentuarlas, por ejemplo, haciendo del hijo primognito el heredero principal o incluso nico (derecho britnico) o convirtiendo en inalienables los bienes races (mayorazgo napolenico). El sistema del mayorazgo descansa sobre un deseo de sociedad estable; el de la beca, sobre un deseo de sociedad justa (al menos en teora, ya que, en la prctica, se demuestra que slo compensa las desigualdades sociales, no las intelectuales o las fsicas, y que, por otra parte, corresponde al menos tanto a la utilizacin de las competencias como a la pasin de equidad). En resumidas cuentas, puede decirse que, ante las desigualdades de nacimiento, la sociedad reacciona ya sea por el privilegio, ya sea por el handicap. Ejemplo de privilegio: en la Rusia imperial, ciertos establecimientos de enseanza secundaria (no ms de media docena en todo el pas) estaban reservados a la nobleza tradicional as como a los hijos de los generales o de los altos funcionarios. Ejemplo de handicap: en la Rusia leninista, ningn hijo de noble o de sacerdote tena derecho a seguir estudios secundarios.

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El que estos privilegios y estos handicaps hayan influido para bien o para mal en el curso de la Historia, el que hayan obtenido resultados financieros, judiciales o econmicos algunos diran: seriosescapa al tema que yo me planteo aqu. Si tuviera humor para volver a hacer una tesis y tuviera la formacin necesaria, no me disgustara nada estudiar de manera sistemtica los privilegios y los handicaps en distintas civilizaciones. A decir verdad, me sorprende el que ningn investigador, aparentemente, me haya precedido en este campo. Pero, por ahora, no tengo la menor intencin de sondear en el asunto, de psicoanalizar las donaciones gratuitas del clero, de examinar las relaciones de los mandarines con sus administrados, de observar las sucesivas trabas impuestas a los Comunes por los Lores y luego a los Lores por los Comunes. Todo ello son producto de diferencias verticales que no me interesan sino con moderacin. Prefiero el abigarramiento de la diferencia horizontal, y nadie se sorprender de encontrar aqu un surtido de handicaps y de privilegios elegidos ms por su pintoresquismo que por la eficacia que hayan podido tener en el espritu de sus promotores. En primer lugar, los handicaps. Bajo el Anclen Rgime, los nobles, quienes profesionalmente eran caballeros, se batan a caballo entre ellos y contra plebeyos cuando eran defensores (handicap para el plebeyo agresivo); pero, cuando un noble desafiaba a duelo a un plebeyo, deba batirse a pie (handicap para el noblezuelo pendenciero). En el siglo XIX, asustados por la superioridad intelectual de los judos sobre la mayora de los ciudadanos, ciertos gobiernos les imponan numeri clausi de residencia o de enseanza; en el siglo XX, la obligacin de llevar una estrella amarilla precedi por poco tiempo a lo que podramos llamar el handicap absoluto. Los catlicos franceses, inquietos por la vitalidad del protestantismo, consiguieron que las graduaciones superiores fueran negadas a los protestantes en el ejrcito del rey. Las leyes revolucionarias empezaron por desarmar a los nobles. Luego los expulsaron de Pars y acabaron por negarles residencia en plazas fuertes y ciudades martimas. Los sufragios del censo, tal como se aplicaron en el pasado, no fueron privilegios para la calidad, sino handicap para la cantidad. La ley del Estado de Virginia, segn la cual bastaba con tener un 1/64 de sangre negra para ser clasificado como negro, fue un handicap para la emancipacin de los negros. Nada alegre en todo esto, ya que los handicaps significan, en todos los casos, la penalizacin de una superioridad real o imaginaria, porque traicionan un odio encarnizado a la diferencia. Hay, como veremos ms adelante, dos maneras de luchar contra las diferencias, ya sea allanndolas, ya sea dificultando al mximo su acceso. Pero, no nos engaemos: la integracin total y la segregacin absoluta son las dos caras de una misma actitud fundamental, que consiste en destruir los colores naturales de la vida, ya sea mezclndolos y confundindolos, ya sea eliminndolos todos en beneficio de uno solo. Los privilegios tienen otro sesgo. Es innegable que los ha habido injustos o injustificados, lamentables y lamentados, pero es algo que no nos concierne aqu. Es ms, incluso dira que, cuando son equitativos, por ejemplo cuando se reservan plazas para los viajeros que no pueden estar de pie, se trata tan slo de una medida de sentido comn. Para que un privilegio sea del todo deleitable, debe haber un mnimo de impertinencia. Mi tatarabuelo tena el derecho de sentarse ante el zar: vaya privilegio! Una bala le haba hecho papilla las dos piernas, por lo que mand confeccionar una camilla con dos fusiles y, as, continu el asalto y sali con vida de aquello. Sentarse en presencia del zar no era, en su caso, un privilegio, sino una necesidad. Por otra parte, el occidental no tiene realmente el verdadero sentido del privilegio; ste se encuentra casi exclusivamente en Oriente. Los azamoglanes, escribe Tavernier, son nios-tributo que se les requisa a los cristianos o se capturan en tiempo de guerra en tierra o mar... Los bostangui son empleados en los jardines del serrallo, y se elige entre ellos los que deben remar en los bergantines del Gran Seor, cuando ste quiere divertirse pescando, o pasear por el canal. Los que van en el bergantn y reman a la derecha pueden llegar a convertirse en bostangui-bachi, uno de los cargos ms considerados del serrallo; pero, los que reman a la izquierda slo pueden desempear las pequeas ocupaciones relacionadas con el jardn. Si uno de ellos, a fuerza de estirar, rompe su remo en presencia del Gran Seor, Su

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Alteza ordena que le sean entregados al momento cincuenta escudos y que se reparta algn dinero a los dems cada vez que sube el bergantn. Est claro lo que quiero decir: tener la posibilidad de acceder a las ms altas funciones del Estado porque, siendo galeote, remas a la derecha y no a la izquierda es un fino privilegio. Recibir cincuenta escudos por haber dado prueba de celo no es, ciertamente, ms que una recompensa, pero, recibir algn dinero cada vez que el soberano sube al barco tan slo porque se tiene a un colega pelotero o que tena un remo podrido, sigue siendo un privilegio al estado puro. En la corte de Francia, las duquesas tenan derecho a un taburete: privilegio incmodo, pero inmerecido y, por lo tanto, privilegio al fin. En ciertas regiones, le estaba prohibido a quien no poda hacer gala de su valor, el aadir un palomar a su casa: se deba sin duda a que un palomar se parece a una torre y una torre a un castillo, y a que la nobleza quera los castillos para s. En otras regiones, tan slo los palomares cuadrados eran reservados a los seores: los plebeyos podan construir los que quisieran, pero redondos. Otro codiciado privilegio: la veleta. La Enciclopedia menciona que: Los seores que permiten a sus vasallos poner veletas en el tejado de su feudo o de sus casas tienen derecho a exigirles derechos seoriales y pleitesa. Es sabido que algunos privilegios son hereditarios en ciertas familias: durante siglos, los Dymoke estaban encargados de constituirse en campeones de cada rey de Inglaterra nuevamente coronado. Otros implican la prestacin de un juramento: se cuenta que, en la corte de Bizancio, era privilegio de un personal juramentado el rascar la planta de los pies o el limpiar con la esptula de oro los odos del emperador. Hay quizs en ello cierta exageracin, pero es bien conocido el valor que otorgaban los grandes seores franceses e ingleses al hecho de prestar sus calzones al rey. La Iglesia no ha sido tampoco avara en privilegios tanto para sus dignatarios como para sus defensores: dar la mula o el anillo papales a besar cae en la primera categora; entrar a caballo en la iglesia, en la segunda. Los privilegios penales no son los menos curiosos. Los oficiales no eran sometidos al apaleamiento en aquellos ejrcitos en los que era el castigo de la tropa. En la Rusia imperial, un ttulo de nobleza agravaba la pena del acusado. En Europa occidental, los nobles no podan ser colgados, sino tan slo degollados, a menos que fueran reos de traicin, hurto, perjurio o corrupcin de testigos, ya que la atrocidad de tales delitos les haca perder el privilegio de nobleza. (Extrao siglo el XVIII que no saba de qu hablaba cuando empleaba la palabra atrocidad, pero que colgaba o degollaba gallardamente por menos de un hurto o de un perjurio. Habr quizs en ello una relacin de causa a efecto? Chitn! Chitn!) Me han asegurado que una princesa rusa, excepcionalmente autntica, y que haba hecho la resistencia contra los alemanes en Francia, recurri al privilegio de su ttulo, al ser capturada y condenada por ellos. En buena lid, los alemanes se pusieron a la bsqueda de un verdugo capaz de manejar el hacha y la princesa pereci con los honores debidos a su rango. Acaso puede tacharse de frvola esta ancdota? Yo veo en ella, por una y otra parte, un grado extremo de civilizacin, y el respeto no hacia las fo-o-r-mas sino al espritu. A los que rezongaran diciendo: Qu ms da cmo se muere, si hay que pasar igualmente por ello?, les dira: Todos tenemos que pasar por ello y la nica eleccin que nos queda es precisamente cmo. El respeto que se manifiesta al castigado, se exprese cmo se exprese, me parece un gran logro de la humanidad: quiz sea ridculo, pero tambin muy satisfactorio, el que un oficial condecorado con la Legin de Honor pueda exigir, cuando es sometido a los arrestos de rigor, un centinela armado ante su puerta. El privilegio ms curioso, en mi opinin, es la tenencia de la espada. En su origen, pudo constituir un handicap destinado a proteger a los gentilhombres, que no siempre eran unos hrcules, contra los carreteros que hubieran podido buscarles camorra y a los que podan as mantener a una distancia llamada con razn prudencial. Adems, cierta mstica ha rodeado la imagen misma de la espada, por una parte porque este instrumento no est muy lejos de parecerse a una cruz y, por otra, 42porque la lucha con espada implica, entre los combatientes, cierta distancia, y la distancia, como demostrar ms adelante, es una nocin sagrada. La cuestin es que los plebeyos, en el Ancien Rgime, no estaban autorizados a llevar este arma considerada caballeresca por excelencia y a cuyo

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manejo se atribua una complicada etiqueta: sacarla en presencia del rey era un crimen de lesa majestad, entregarla a un adversario agraciado poda, en ciertos casos, admitirse, pero, por lo general, cuando ya no serva, a la gente le pareca ms distinguido romperla en la rodilla. Sin duda sera errneo sorprenderse de que una casta, la nica obligada a pagar el impuesto de sangre, reclamara cierto monopolio en materia de armas. Semejante sentimiento se conserva an en los Estados Unidos, donde muchos consideran que la tenencia de armas se trata del Colt, no de la espada constituye un derecho inalienable, que garantiza, no ya el ttulo de nobleza, sino la dignidad del ciudadano. Cuando se prohiban las armas, slo los bandidos irn armados es un dicho popular, que seguramente no es del todo falso. Fue tan slo ms tarde cuando las restricciones referentes a la tenencia de armas pasaron a gozar del encantador y absurdo privilegio propiamente dicho. En Francia, en el siglo XVII, adems de los gentilhombres, tan slo los chefs de cocina tenan derecho a llevar espada: es bien sabido que algunas veces llegaron incluso a atravesarse con ellas el cuerpo. En Rusia, fueron los comediantes los ennoblecidos por Catalina la Grande con tal privilegio. En la actualidad, despojados definitivamente los militares de este smbolo, quin lo conserva ya? En Francia, los hombres de Letras por excelencia, es decir, los acadmicos. Qu relacin hay entre el manejo de la estilogrfica y el de la espada? Ninguna. Por eso precisamente es encantador que acadmicos franceses lleven la espada al lado como prenda de inmortalidad. Habr quedado claro, creo, que soy partidario de los privilegios por supuesto, no de los que hacen caer toda la carga del impuesto sobre los ms desheredados o que reducen a una raza entera a la esclavitud, es algo evidente sobre lo que no hace falta insistir. Pero, los privilegios horizontales, que no expolian a nadie, sino que, por el contrario, procuran adems a sus detentores inefables delicias, son para m como la exaltacin del principio segn el cual no existen en la tierra dos briznas de hierba de la misma longitud, y los acojo con entusiasmo, reconociendo que son los testimonios de un mundo siempre bello, siempre variado, siempre nuevo. Si se clasificara la humanidad en dos clases de hombres, aqullos en quienes el concepto de privilegio despierta la imaginacin y aqullos a quienes les revuelve el estmago, opino que encontraramos entre los primeros a todos los fantaseadores de agradable compaa, a todos los poetas, a todos los que no confunden la gravedad con la seriedad y el humor con la comicidad chabacana, y entre los segundos, en tropel, a los puritanos, los bocazas, los hepticos, los agriados y los aguafiestas de cualquier clase. A m me gusta ceder mi sitio en el metro a cualquiera que sea de ms edad, aunque no sea invlido y, en cierto modo, sobre todo si no lo es. Me gusta descifrar las rosetas en los ojales y las sortijas en los dedos. Me gusta rendir homenaje y presentar mis respetos a quienes les son debidos. Me gusta besar la mano a las mujeres (a veces a costa de la etiqueta tica que corre en nuestros das) y las de los sacerdotes de Oriente (conozco a un monseor melchite que oculta las suyas tras su espalda cuando me ve). Me gusta que haya altezas serensimas, mariscales, ministros, miembros de Instituto e incluso vean hasta donde llega mi pasin millonarios. S, reconozco que hay cierta distincin en el hecho de poseer mucho dinero, aunque me parezca tan vulgar intentar conseguirlo como comprarse un ttulo en el Vaticano. Asimismo, al estar en el ms bajo de los escalones, siento satisfaccin al ejercer los mseros privilegios de los que gozo de vez en cuando. Recuerdo todava con qu placer y con qu respeto el canoso decano, al acompaarme por las calles de La Rochelle adonde haba ido a dar una conferencia, yo, un muchacho de treinta aos y su husped, haca una cuestin de honor el caminar a mi izquierda para concederme el lado de la acera; me emocion el proceder de un periodista ms joven que yo, quien, tras invitarme a comer, se empe en adelantarse a m al entrar al restaurante, como se hace con una dama; estuve a punto de llorar de ternura cuando un ayudante-jefe de la Legin extranjera, cargado de cruces y cosido de cicatrices, le pidi permiso para fumar al aspirante de reserva, al perfecto novato que entonces era yo. Significa esto que alguna vez me sent superior a esos hombres? Non sit. Significa que me siento inferior a los importantes personajes que hace poco evocaba? Non sit y una vez ms non sit. Aseguran que las amantes del prncipe de Gales le

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llaman Sir (lo cual es casi Sire) en cualquier circunstancia: no se trata de que ellas se crean inferiores a l, sino de que las elige bien educadas, eso es todo. Llegamos ahora al recodo tras el cual me espera, con el cuchillo entre los dientes, el detractor de los privilegios: Ja, ja! Con que le gusta que haya gente ms afortunada que usted? Es asunto suyo. Pero tambin le gusta que los haya ms pobres. Es repugnante!. Depende, amigo mo, de lo que usted entienda por pobre. No me gusta que nadie muera de hambre o de fro, y de estas cosas, amigo mo, viniendo de donde vengo, s yo mucho ms que usted. Siento horror por todo lo que de degradante puede tener la indigencia, pero no me molesta que pague usted su estampilla ms barata que yo, ni que Fulano la pague ms cara; encuentro muy natural que competencias o esfuerzos menores sean menos retribuidos y, a la inversa, me gusta que la suerte no favorezca por igual a todos los hombres, si no la nocin vertical y peligrosa de superioridad podra muy bien infiltrarse en la inocente y horizontal de diferencia. Mucha importancia hay que darle al dinero para sufrir con la idea de que uno tiene un poco menos o un poco ms que el vecino: stas son las dos caras, la envidiosa y la generosa, de un mismo materialismo. Dicho esto, al evocar el espectro sonriente de la fortuna y el esqueleto de la pobreza, nos acercamos a los lmites que nos habamos fijado, pues tocamos diferencias cuantitativas, que pueden ser cifradas y, en consecuencia menos diferentes (las cartas bajas son menos diferentes que las figuras) que las que realmente nos interesan. Algunos aman los privilegios todava ms que yo, pueden imaginrselo? Por lo general, pertenecen a organismos que no tienen otra funcin que la de suministrar privilegios, o ms bien un solo privilegio: el de pertenecer a ellos. Me refiero a los clubs. Estn los que estn dentro y los que estn fuera: sistema binario, a mi entender un poco simpln. Lo que s es cierto es que los que estn dentro sacan alguna satisfaccin, siendo la mayor la de decirse que la mayora est fuera. Suave mari magno. Recuerdo a un banquero del Rotary Club a quien, quiz por perfidia, uno de sus hijos pidi precisiones sobre el Jockey Club. Menuda diatriba! Las uyas estaban verdes. En cambio, Groucho Marx, rechazado en un club selecto en el que haba solicitado entrar, le responda a otro que insista en admitirle: Qu satisfaccin sacara yo de pertenecer a un club que quiere tenerme como miembro?. El club ideal es la sociedad secreta sin objetivo definido. El privilegio de formar parte de l es tanto ms distinguido cuanto que ignorado por el vulgo. Las capillas literarias, sobre todo cuando se dedican al culto de una literatura hermtica, dispensan tambin semejantes privilegios invisibles, alimentando con ellos vanidades internas y rechazando cualquier homenaje profano, incluso la envidia. Mis gustos personales no me conducen a tal quintaesencia. Para m, capillas, clubes y sociedades secretas caen en la segregacin absoluta y destruyen la diferencia a fuerza de convertirla en un factor, no de contraste, sino de exclusividad: actitud decadente que podemos encontrar en todas las sociedades en trance de perder su vitalidad; la reaccin de la nobleza bajo Luis XVI nos brinda algunos buenos ejemplos. A propsito, la nobleza constituye un caso concreto de diferencia que podra ser divertido examinar con ms detenimiento, tanto ms cuanto que el desuso en que ha cado en el plano prctico debera permitirnos hacerlo sin despertar demasiadas pasiones. He aqu algunas notas liminares. El desuso, hay que reconocerlo, es relativo. En Francia, no slo la clase dirigente est abundantemente salpicada de nombres histricos, sino que adems pueden contarse diez falsos nobles por uno bueno, lo cual, en la tradicin de la hipocresa, que constituye un homenaje a la virtud, sigue siendo seal de un persistente prestigio. En los Estados Unidos, los coches se llaman Squire o Baron, los nombres Duke y Count crean ilusin, y uno de los helados ms populares se llama Aristocrat. Es exactamente la misma palabra que me sorprendi descubrir, en el primer da de mi llegada a Inglaterra, inscrita en la parte trasera de un asiento que yo hubiera credo igualitario como el que ms. Sin embargo, tambin es cierto que, como aristocracia, o sea como capa social dirigente, la nobleza ha dejado de existir y nadie puede ya reprocharles que sigan obligando al buen pueblo a recorrer los estanques por la noche para impedir que las ranas turben el

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sueo de sus voluptuosos amos. Una nota ms. Nunca he credo, justo es precisarlo, en ese mito que los intelectuales famlicos han inventado para seducir a los proletarios y atemorizar a los burgueses: la lucha de clases. Clase es, por otra parte, una palabra de bedel que traiciona el origen de la broma. Las capas sociales han sido siempre tan fluidas o tan imbricadas las unas en las otras excepto cuando se petrificaban en castas, como en la India, pero no con la India con lo que nos machacan los odos y sus relaciones, en sus mejores pocas, se complementaban de una manera tan estrechamente funcional que no consigo tomarme totalmente en serio esos abstractos discursos sobre entidades que nunca han existido ms que en la enfermiza imaginacin de individuos desgarrados entre el deseo de ser Jess y la ambicin de ser Csar. En las sociedades realmente primitivas no hay jefes; la nocin misma de mando slo aparece con las primeras luces de la civilizacin, sin que se sepa exactamente si es el mando el que civiliza, si es la civilizacin la que jerarquiza, si hay interaccin, o si una evolucin nica se traduce por estas distintas seales. Nunca falla el que los jefes tiendan luego a reunirse para contarse historias de jefes y proteger sus intereses de jefes, pero lo que me parece ms fundamental es la oposicin lateral de las clulas constituidas en torno a sus jefes, de tribu a tribu, de barona a barona, de trust a trust. Sociedades formadas por clulas rivales de este tipo han hecho frente a las invasiones orientales, han edificado catedrales, han engendrado, mezclndose unas a otras, Estados viables y han conservado, durante siglos, culturas cuyo soporte vital haba dejado de existir. Ese es el aporte positivo del feudalismo a la historia de Europa. En cambio, la pattica consigna: Proletarios de todos los pases, unos, que sin embargo responda a una flagrante necesidad, nacida de los abusos de la revolucin industrial, ha hecho eco en un silencio de muerte por la simple razn de que hay menos afinidad entre un proletario ruso y un proletario chino que, pongamos por caso, entre un chfer de taxi francs y el burgus que lleva en su coche. De todo ello se desprende que, cuando hablo de nobleza, no pienso en una clase en el sentido pedante del trmino, sino en un cuerpo de contornos imprecisos, en una especie de delta de familia. Basta informarse acerca de las distintas noblezas bajo el Anclen Rgime de la nobleza de pendn a la de caldera, de la comenzada a la comensal, de la nobleza de las letras a la nobleza por letras, de la de los vidrieros la de los francozapadores, de la nobleza que duerme a la nobleza de campana, de la nobleza espiritual a la nobleza de las dos caras, sin olvidar, desde luego, la espada y la toga, la inmemorial y la accidental para asegurarse de que ese magma viva en smosis permanente con el resto de la nacin. Dicho esto, me planteo la pregunta un poco tonta de qu es la nobleza. La variedad de las definiciones que nos brindan los diccionarios parece indicar que no existe una realidad objetiva que podamos delimitar, sino ms bien un concepto esencial a la idea que nos hagamos de la sociedad, puesto que lo encontramos mezclado a toda una serie de otros conceptos sociales fundamentales. Veamos algunos de ellos en orden disperso. En ciertos pases, la nobleza est esencialmente ligada a la tierra: un propietario rural se siente siempre algo noble y a los duques les gusta llamarse agricultores (vean el Who's Who francs). En el Sur de los Estados Unidos, uno o dos centenares de acres sobre todo si ya no los tiene le colocan a uno de oficio en esa especie, entre todas distinguida, de la aristocracia arruinada. Hubo en Francia tierras nobles que otorgaron nobleza a sus poseedores. Pero, de dnde haban heredado a su vez las tierras? Todo sabe un poco a crculo vicioso. Pero tambin es cierto que, en la tradicin francesa, ttulos como conde d'Alamein o prncipe del Moskova son ridculos, puesto que Montgomery no posea ni media fanega en El Alamein y que los moscovitas acompaaron a Ney hasta su frontera con ms precipitacin que cortesa. En cambio, gran parte de la nobleza rusa se basa en la funcin ejercida y en el rango alcanzado, independientemente de la posesin de tierras. Semejante principio fue adoptado por la realeza inglesa contempornea de modo que, cuando se recibe el nombre de un determinado lugar, no se adquiere por ello su propiedad: que yo sepa, Lord Snowdon no ha podido sacar gran cosa de los 1.085 metros de altitud que le han cado en suerte. Algunos ven en la nobleza un producto de la profesin militar. Efectivamente, en muchas

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civilizaciones la casta noble fue la guerrera; en estos casos, sola ocupar el segundo rango detrs del clero: ste era el caso de la Francia del Ancien Rgime. El noble era el hombre armado, el que tena la doble responsabilidad de proteger a los campesinos que le estaban sometidos y de acudir a la llamada de su soberano amenazado. Durante siglos, la guerra fue un deporte enteramente reservado a la nobleza. La mayora de los pases europeos tienen regimientos enteros de gentilhombres y, todava hoy, especialmente en Francia, buena parte de los cuadros militares se nutre de familias nobles, a pesar del sombro exterminio que las dos ltimas guerras han practicado entre ellas. Debemos por ello concluir que slo la espada ennoblece? Sera contradecir la Historia que reconoce otras veinte maneras de ennoblecerse. Ser en la vocacin de servicio dnde hay que buscar la nocin de nobleza? As es, si damos crdito a la Tabla de rangos de Pedro el Grande, a los ttulos de Luis XIV, o a las ejecutorias inglesas contemporneas, a toda la nobleza del Imperio y la atribucin de nombres nobles o pseudonobles tales como Pompadour o Du Barry que vienen tambin a recompensar servicios rendidos. En esta perspectiva, el noble se justifica por ser til al prncipe y el prncipe por ser til al pueblo, llegndose as a una concepcin perfectamente democrtica de la aristocracia. Pero qu hacer entonces con la nobleza llamada inmemorial, cuyo espontneo ennoblecimiento se pierde en la noche de los tiempos y que, lejos de servir al soberano, se ha empeado en combatirle durante siglos? Acaso es en la antigedad de un largo linaje ancestral en el que hay que asentar la nocin de nobleza? Ancestros los tenemos todos y la nica diferencia es que algunos los conocen y otros los han olvidado. Nobilis significa conocido y es en- la medida en que nuestros ancestros eran conocidos en el pasado en la que todava los conocemos hoy. Sea. Fulano de tal, suponiendo que encontremos a Fulano en los anales de la primera cruzada, gana por la mano al marqus de Tresestrellas, cuyo marquesado data tan slo de Luis XIV. Bien. Todos hemos empujado el carro; pero algunos han dejado de hacerlo antes que otros, deca sensatamente Mme. de Svign. El rey puede crear un noble, pero hacen falta tres generaciones para hacer a un gentilhombre, ste era al menos el sentir bajo el Ancien Rgime. Todo esto lo veo. Pero por qu el propio rey pasaba por ser el primer gentilhombre de Francia cuando la familia de los Borbones no era en absoluto la ms antigua del pas? Qu decir de los verdaderos prncipes rusos que tan bien se acomodaban a los que fabricaba el zar con los comerciantes de pirojki? Qu decir de las sustituciones familiares, como la que atribuy a los Goyon Matignon primero y a los Polignac a continuacin, el linaje de los Grimaldi? Por ltimo, acaso no existen familias burguesas muy antiguas que no se preocupan en absoluto de las pretensiones nobiliarias? Algunos historiadores han pretendido explicar el fenmeno nobiliario mediante consideraciones tnicas. Un pueblo conquista a otro. Se producen mezclas, pero los descendientes ms o menos puros de los vencedores sirven de nobles a los vencidos. As, los francos en Francia, los normandos en Inglaterra, los vikingos y luego, en cierta medida, los trtaros en Rusia, y los visigodos en Espaa. Este ltimo ejemplo dara cuenta del tipo de rubio de ciertos hidalgos castellanos y de la curiosa expresin sangre azul que seguramente sirvi para distinguir la raza de los conquistadores de la de los conquistados, al verse mejor las venas a travs de la piel blanca de los germanos que a travs de la piel morena de los meridionales. Bajo esta interpretacin se asoma un mito racista que no basta, para rechazarlo, con denunciarlo por peligroso. Hay ah la idea, ms o menos vaga, de un origen comn y naturalmente nrdico de la nobleza. Pero, exceptuando todas las familias cuyo ennoblecimiento es posterior a estas conquistas, a fin de cuentas bastante remotas, ni de la inextricable mezcla de sangres que rpidamente se produjo incluso en los ms altos niveles, puede alguien imaginar que, antes de la declaracin de las hostilidades, hubo, entre los futuros vencidos al igual que entre los futuros vencedores, una nobleza indgena? Quines son los nobles de los vikingos? Acaso no hubo una nobleza sajona que combati al Bastardo? Y qu hay de la nobleza romana que al diablo con la avaricia! pretenda descender directamente de los dioses? As llegamos a una concepcin ms difcil de definir, pero tambin ms excitante para la imaginacin, ya que por un extremo se une a la moral y por el otro a la biologa. Los pura-sangre se

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estiman en primer lugar por su filiacin. Los perros con pedigree son mejores cazadores. Esos amantes de los perros y de los caballos que fueron nuestros abuelos pensaron que las mismas normas deban aplicarse a la humanidad y que, si el fundador de la raza haba tenido unas cualidades fuera de lo comn, sus descendientes forzosamente haban de heredarlas. De ah la nocin de buena cuna: nacido de un hroe, yo tambin lo ser. Los alemanes distinguen sencillamente a las personas nacidas de aqullas que no lo son. An en nuestros das muchas familias nobles se vanaglorian de tal o cual personaje excepcional, cuya sangre corre por las venas de sus ltimos descendientes. La misma palabra sangre, por imprecisa que sea, implica referencias fisiolgicas. Al salir Don Rodrigo de Don Diego nocin clsica, pero no por ello menos brutal, no debera tener excusa alguna de no ser un perfecto caballero. Por mucho que estos padres originales sean autnticos o imaginarios los Tancredo descienden de Roger Guiscard y de los Bar de Alarico, pero, es dudoso que Julio Csar proviniera de Eneas y ms an de Venus, el tema biolgico es el mismo: buena sangre no desmiente su raza. Me aseguran que la teora no vale nada aplicada a los hombres, porque no se renen las condiciones necesarias para la seleccin gentica. Si nos pusiramos de acuerdo sobre la cualidad ms necesaria a un gentilhombre, por ejemplo, el valor; si a continuacin eligiramos al hijo ms valiente de un padre valiente y a la hija ms valiente de otro padre valiente, si los casramos; si tomramos al ms valiente de sus hijos y le casramos con una muchacha elegida por su valenta entre las hijas de un matrimonio valiente; y si continuramos as durante varias generaciones, llegaramos sin duda a crear un grupo de hombres y de mujeres de 'una valenta superior a la media. Los criadores de toros de lidia no proceden de otro modo con sus tientas. Pero, como muchos otros factores vecindad, fortuna, alianzas, pasiones son al menos tan determinantes en el convenio de los matrimonios nobles como la valenta de los cnyuges, no debe extraarnos que los gentilhombres no sean tan diferentes del comn de los mortales como los podencos de los gozques y Bucfalo* de Rocinante. Sin embargo, la fuerza de la persuasin es tal que la teora de la herencia de las virtudes, por otra parte apoyada por ciertos parecidos fsicos y a veces incluso por ciertas similitudes morales, se verifica en la realidad con mayor frecuencia de lo que debera. Instado por Don Diego a comportarse como digno hijo de un padre como l, Don Rodrigo no puede responder: Mi seor padre, yo no creo en los atavismos. Simone Weil habla con gran acierto del poder de una orden, que permite llevar a buen trmino una misin por la que nunca nadie se hubiera presentado voluntario: semejante poder se oculta en el refrn nobleza obliga. Obliga, a qu? Ni a pagar las facturas de los sastres, ni a permanecer fiel a su mujer, ni a presentar la mejilla izquierda tras la derecha. Pero y a lanzarse el primero al asalto? Ahora bien, la persuasin misma cambia de propsito con el curso del tiempo. Qu habran pensado los normandos, esos forzudos reitres, y los cruzados, esos soldadotes, de los elegantes aires con que se hacan guillotinar sus descendientes? Los descendientes, por su parte, habran acaso recibido a sus malolientes ancestros a su mesa? Lo dudo, y esto confirma el hecho de que la nobleza no se distingue del vulgo por la posesin de cualidad especial alguna, transmitida de padres a hijos. Dostoievsky se encuentra en el tren con un gentilhombre, medianamente inteligente, que pretende ser diferente porque es noble. Dostoievsky, noble tambin l, pero de ideas sociales avanzadas, se indigna. Qu significa esto? Acaso no son todos los hombres iguales en dignidad? No son todos ellos hijos de Dios? No le llegar la salvacin a Rusia por manos de los mujiks? El otro sigue en sus trece: tiene la sangre azul (y blancos los huesos, precisan curiosamente los rusos; mi abuelo, el de los calendarios y los solitarios, un da en que se hizo un corte hasta el hueso se declar satisfecho de sus orgenes). Darle en la cresta al pasajero no iba a convencerle de nada: tambin l sabe muy bien que se trata de una metfora. Por otra parte, lo imaginamos como un hombre de bien, que no desprecia a nadie y asume sus responsabilidades... pero es diferente. No es que se vanaglorie de proceder de Rurick, de Gengis-khan o de los nobles guerreros, pero esNombre del caballo de Alejandro Magno, personaje histrico real, aqu comparado al de Don Quijote, personaje de ficcin. (N. del T.)*

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diferente. Su familia ha sido ennoblecida hace dos o tres generaciones, y l es diferente. No tiene inmensas propiedades, no manda ejrcitos, no tiene ms que una pretensin, ser diferente. Y lo es. Lo es. Por ms que le pese a Dostoievsky, propongo para la nobleza esta definicin simplona: categora de hombres diferentes. Son diferentes de los dems y entre s. Su coeficiente de diferencia es superior al de los dems, al igual que el coeficiente de diferencia de las figuras es superior al de las cartas bajas. No son diferentes ni debido a una distincin fsica que no siempre tienen y que otros s tienen a veces, ni a pruebas a menudo imposibles de realizar, ni a unas tradiciones que fluctan, ni a oficios que cambian, ni a genealogas que se doran, ni a propiedades que se malvenden, ni a efmeros privilegios, ni a responsabilidades transitorias: son diferentes porque se reconocen como diferentes y son espontneamente reconocidos como tales. Los amiguitos de colegio de Alfred de Vigny, que le reprochaban con rabia: T eres un de, se inclinaban ante la evidencia, y en absoluto por culpa de la partcula (en circunstancias parecidas, Simone de Beauvoir o Henry de Montherlant habran respondido sin la menor vacilacin: Hay que distinguir entre ser y tener; yo tengo un de, pero no lo soy). Alfred de Vigny era un de porque se senta y era sentido como diferente, con una diferencia quisiera insistir en ello mucho ms horizontal que vertical. La ver