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VI Adolfo Bonilla, estudiante (Referencias de la vida universitaria.) H AGE siete lustros que todas las mañanas, y a la misma hora, coincidíamos Adblfoi Bonilla y yo, camino de la Universidad, en la calle de la Luna, donde el que había de merecer, andando el tiempo, la denominación envidiable de "primer historiador de la Filosofía nacional "(i) tenía su morada entonces. Nuestra amistad parte de aquellos días, que en nosotros, como los suyos en cualesquiera estudiantes, señalaron los mejores del vivir respectivo ; pero cuya significación es ipara mí singularí- sima, porque de aquéllos no pasaron las solas realidades tangibles que gozó venturosa mi creencia en lo por venir. Adolfo Bonilla, Antonio Go.icoeohea, Vicente de Piniés, Diego María Crehuet, Manuel de Sandoval, Luis Redonet, entre muchos que han desta- cado luego su ¡personalidad en las Letras, en el Foro, en la Judi- catura, en la Cateara, en la Política, pertenecen a la promoción que cursó Der echo.en Madrid durante 1889-1895. Fué Bonilla uno de los primeros con quienes entablé relación, no tan afectuosa en los comienzos, pues chocaban nuestros caracteres y nuestras disconformidades. Bonilla soportaba con serenidad imperturba- ble las demostraciones' de mi espíritu de contradicción, sin duda agravado con el mal ejemplo de las discordias parlamentarias que solía yo presenciar en los vagares de nacientes obligaciones. Su (1) Menéndez y Pelayo: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en la Real Academia de la Historia (26 de marzo de 1911).

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Adolfo Bonilla, estudiante

(Referencias de la vida universitaria.)

HAGE siete lustros que todas las mañanas, y a la misma hora, coincidíamos Adblfoi Bonilla y yo, camino de la Universidad, en la calle de la Luna, donde el que había

de merecer, andando el tiempo, la denominación envidiable de "primer historiador de la Filosofía nacional " ( i ) tenía su morada entonces. Nuestra amistad parte de aquellos días, que en nosotros, como los suyos en cualesquiera estudiantes, señalaron los mejores del vivir respectivo ; pero cuya significación es ipara mí singularí­sima, porque de aquéllos no pasaron las solas realidades tangibles que gozó venturosa mi creencia en lo por venir. Adolfo Bonilla, Antonio Go.icoeohea, Vicente de Piniés, Diego María Crehuet, Manuel de Sandoval, Luis Redonet, entre muchos que han desta­cado luego su ¡personalidad en las Letras, en el Foro, en la Judi­catura, en la Cateara, en la Política, pertenecen a la promoción que cursó Der echo.en Madrid durante 1889-1895. Fué Bonilla uno de los primeros con quienes entablé relación, no tan afectuosa en los comienzos, pues chocaban nuestros caracteres y nuestras disconformidades. Bonilla soportaba con serenidad imperturba­ble las demostraciones' de mi espíritu de contradicción, sin duda agravado con el mal ejemplo de las discordias parlamentarias que solía yo presenciar en los vagares de nacientes obligaciones. Su

(1) Menéndez y Pelayo: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en la Real Academia de la Historia (26 de marzo de 1911).

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ööfr aiKviaaxsa 'viiisoa o¿rcoav

figura física y sus modos de razonar y discutir daban la sen­sación de fortaleza que siempre le ha caracterizado, y que —he pensado reiteradamente en esto—, tsugestión admirativa de su­perioridad, delatora de mi pequenez e insignificancia, llevábame sin advertirlo a la impugnación y a la polémica. Nunca Bonilla acogió mis sinceridades (digámoslo asi) en tono de reproche que enfriara o que alterara nuestro compañerismo. Con frecuencia invitábame a hojear en su casa libros recién comprados, valio­sas adquisiciones de bibliófilo, acerca de las cuales, más que nunca expansivo, me hablaba con la elocuencia, el hondo senti­do »v el entusiasmo va en él sobresalientes. Con frecuencia, tam-bien, en su casa o en la Universidad, leíame primicias de sus trabajos en proyecto : uno recuerdo que versaba sobre una obra inédita de Aristóteles. No eran de menor fuste sus investiga­ciones literarias. Iba afianzándose, atenuadas o desaparecidas •-poco a poco las diferencias en que (practiqué ai veces mis im­pulsos dialécticos, nuestra cordialidad, ininterrumpida en lo su­cesivo. Lo está ahora: muerto él, sigue ella luciendo, aunque entristecida, melancólica y añorante, en el fondo de mi alma.

La admiración es un excelente mensajero de la amistad. Para mí no ha}7 duda de que en el proceso de mi amistad con 'Adolfo Bonilla corresponden a la admiración los mayores estí­mulos. Muy pronto conquistó en las aulas el respeto de sus con­discípulos —sufragio que jamás se equivoca—; ni sorprendió después a ninguno su creciente prestigio, que le valió el dicta­do de "giotia de las Letras patrias" (i). En él se manifestaba ya el original del retrato que trazó de esta suerte la pluma es­clarecida de su más insigne maestro: "Con asombro reconoci­mos en él, cuando apenas acabaíba de salir de las aulas, una ardiente curiosidad de ciencia ; un buen sentido, firme 3̂ cons­tante, que le preserva de la pasión y del fanatismo; un enten­dimiento sobremanera ágil y vigoroso, que pasa, sin esfuerzo alguno, de las más alitas especulaciones filosóficas a los casos

(1). Alvarez del Manzano: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (i.° de diciembre de 19.12).

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más concretos del Derecho, o a los rincones menos explorados de la erudición bibliográfica, sin que el peso de su saber pon­ga alas de plomo a su risueña y juvenil fantasía, abierta a to­das las impresiones del arte, ávida de sentirlo y comprenderlo todo, y de vivir con vida íntegramente humana, como vivieron aquellos grandes hombres del Renacimiento, a quienes por tal excelencia llamamos humanistas (1)", La cuidada y especial pre­paración de sus lecciones, la busca y acopio de libros antiguos y modernos, la visita incesante a las bibliotecas públicas, la mul­tiplicidad de lecturas y estudios, la acumulación de antecedentes y datos para escritos en perspectiva, denotábanle con relieve no superado en la coexistencia escolar universitaria. Ejercitaba sus actividades con la generosidad de sí propio que no regateó en adelante, servido por una capacidad y una resistencia extraor­dinarias. Añádanse a la aptitud y laboriosidad la facilidad y rapidez. Estas le permitían disponer del tiempo a su antojo, sobrado para el empleo de sus tareas y distracciones, cual si re­sultaran con doble número de horas para él los días, intensa y fecundamente aprovechados.—Su estancia de alumno en la Uni­versidad determinaría su estancia de profesor, y hubo inaprecia­ble espacio de la una a la otra. El que mediara desde que se doc­toró en Derecho y Filosofía y Letras hasta que obtuvo por oposi­ción la cátedra de Derecho mercantil de la Facultad de Valencia, ocupado en los inevitables afrontamientos de la decisión, de la contrariedad y de las'apremiantes solicitaciones impuestas por la ley de la vida, no desmiente la verdad de su vocación por la en­señanza; vocación que había de trasladar del Derecho a la Filo­sofía, y de Valencia a Madrid, ganadas nuevas oposiciones, su mi­sión docente definitiva y oficial. Su "voluntad y entendimiento de aprender Jos saberes" •—fin de los Estudios generales o Uni­versidades, según las Partidas— parecieran guiados por tradicio­nales conceptos. Concebida así la Universidad, redúcese la obli­gación de sus maestros a "mostrar los saberes", y a ''apoderarse de ellos" el propósito de sus alumnos; y redúcese la validez de los títulos otorgados a acreditar que sus poseedores se hallan "en condiciones de enseñar". Bonilla, clara y enérgicamente revela-

(1) Mcnénclez y Pe!ayo : Disc. cit.

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<lo en él el temperamento de profesor, encontraba en la Univer­sidad la forma única de que esas condiciones se objetivasen en un título para utilizarlas en los azares espinosos de las oposicio­nes. Con ironía bondadosa me explicaba en una de nuestras con­versaciones matinales, mientras esperábamos el momento de en­trar en la dase de Derecho administrativo, cómo se forjaba él la ilusión de que estábamos en épocas pretéritas : autónoma la Universidad, corporativo el régimen de enseñanza, desconoci­dos los exámenes. "Con la ilusión —decía— basta para que la voluntad no desmaye. La Universidad española puede volver a a ser ; debe volver a ser. Para mochas cosas se contiene el reme­dio o la solución en la historia patria. Principíese por restituir a la Universidad su independencia ( i ) . . . " Llegaba el ilustre don Vicente Santamaría de Paredes. Suspendimos el diálogo y en­tramos en clase.

He aquí una venerable memoria. Ninguno de nuestros cate­dráticos, con ser tan eminentes algunos en saber y en aptitudes pedagógicas, le excedió, y pocos le igualaran, en los prestigios que por igual tuviera entre los escolares y los maestros. Tres factores concurrían al caso : su merecimiento, su asignatura y sus libros. Refiérame a sus "libros de texto", principalmente al in­titulado Curso de Derecho político. Con ellos influyó en el ser de varias generaciones. Tamaño influjo puede todavía en mí para desviarme de las campañas "pro supresión de los libros de texto''. •Suprímanse los malos (suprímase de paso a sus. autores), 3- aba­rátense las ediciones de los buenos, al alcance de los alumnos. Manténganse los buenos y estimúlese a sus autores para que con­tinúen produciendo tan buenas obras, que redundarán en ventaja de los estudiantes y en honor de la Universidad. Santamaría de Paredes se transparentaba en sus libros. Sus explicaciones —mié-todo, precisión, elegancia— sostenían, sin el ¡menor cansancio, el interés y la atención de sus oyentes. Sus discípulos, participasen o no de las ideas del maestro, sentíanse atraídos por su palabra per­suasiva, por su arte expositivo, por su crítica respetuosa, elevada

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(1) Trató del tema en La vida corporativa de los estudiantes españoles en su relación con la historia de las Universidades. Madrid, 1914.

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y serena, y por la templanza y sencillez que realzaron siempre su discurso. Le estimábamos con estimación sincera, que más y más se justificaba entendido su proceder para con sus alumnos. Procu­raba favorecerlos cuando se examinaban de otras asignaturas y era él uno de los examinadores. Severo contra las recomendacio­nes, testimoniaba, no- obstante, a sus colegas de tribunal, exhibién­doles los cuadernos de notas que a prevención traíanlas pruebas pertinentes de capacidad y laboriosidad dadas en su clase. Los aciertos de los alumnos testimoniados le contentaban sobremane­ra ; y no preocupándose de reprimir su satisfacción, exclamaba, dirigiéndose a sus compañeros: "¿No les dije yo a ustedes.,.?" Quedaba sin concluir la frase; pero en los puntos suspensivos ponían Hos jóvenes examinados los asentimientos de su gratitud.

Comunes aficiones a la política estrecharon mí amistad con Antonio Goícoedhea. Fueron colaboradores en ellas varios de nuestros condiscípulos. Ellas motivaron y alentaron la expansión inocente de los pinitos oratorios. La casa en que Goicoechea vivía, frente de la Universidad, no perdió su firmeza, a pesar de las sesiones parlamentarias que allí celebramos. En la historia del constitucionalismo español es raro el ejemplo de Cortes que goza­sen larga existencia; solamente las de 1858-1863 (Gobierno O'Don-nell), en el remado de doña Isabel II, y las de 1886-1890 (Gobier­no Sagasta), en la Regencia de doña María Cristina, lograran du­ración respetable. Las nuestras reuniéronse todos los domingos durante cinco años. Turnábamos en el papel de diputado inter­pelante y de ministro' interpelado. Goicoechea y yo éramos cano-vistas. Piniés, salmeromano. Bonilla, Crebuet y Joaquín Paya completaban la representación nacional presente. Tres subirían de verdad a diputados y senadores, y dos a ministros; uno, Paya, que versificaba con inspiración y soltura, renunciaría a ser poeta para dedicarse a tener dinero. Pronunció Panilla en aquellas se­siones elocuentísimos discursos. Abogaba por la implantación del sistema representativo o presidencialista norteamericano, con las modificaciones que la acomodación al país exigiera. Creía la di­visión de Poderes salvaguardia contra las más de las impurezas achacables al régimen parlamentario. Rechazaba el de clases o gre-

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míos y íe alarmaba la organización de los partidos socialistas (i) . De todos nosotros, Bonilla se manifestaba el îïienos político, al ex­tremo de que con facilidad su intervención en los debates nos dis­trajese del asunto planteado. Ciertas palabras suyas respecto de Erasmo produjeron entre él y Piniés muy vibrante polémica, don­de el futuro autor de Erasmo en España, Luis Vives y la Filosofía del Renacimiento y Fernando de Córdoba y los orígenes del rena­cimiento filosófico en España demostró la profundidad de su cul­tura y la consistencia de sus juicios.—Y ocurrió que un día los ujieres del Congreso de los Diputados vieron penetrar en el re­cinto augusto de los legisladores a jóvenes estudiantes que, con decisión insospechada, encamináronse al salón mismo en que se cocieran las leyes. Escaló alguno la presidencia de la Cámara. Sentáronse otros en el banco azul. Otros se aoosenta-ron en los escaños rojos. Hubo discusión; discusión grandilo­cuente, discusión de altos vuelos. La voz de Bonilla resonó ar­moniosa, segura y convincente en aquel acto de detentación, que el atrevimiento de sus autores considerara homenaje ofre­cido a la gloría inmoiial y a las figuras cumbres de la excelsa tribuna. Se supone lo acaecido: un ujier llevó la noticia al porte­ro mayor, y éste al jefe de la Secretaría, y aun se recela que si Presidente del Congreso no dejó de enterarse. Días después, el Oficial Mayor (publicista y jurisconsulto eminente) llamó a su despacho a uno de los detentadores, funcionario de la Cámara, y le dijo: "He llamado a usted para reprenderle por ignorar que los domisgos, sin previo acuerdo, no hay sesión en las Cor­tes, y para aconsejarle que no olvide la circunstancia de que en ningún momento pueden celebrar sesiones los que no sean ele­gidos por la Nación."

De esquivez y de »seriedad impropia de sus pocos años til­dábase inadecuadamente a Bonilla por condiscípulos que le juz-

(1) Publicó Bonilla en 1898 una memoria acerca de Los Gobiernos de partido, que escribió para el Ateneo de Madrid, del cual era secretario pri­mero; y dos años antes había yo publicada una memoria acerca de La opinión y los partidos, que escribí para la Real Academia de Jurispruden­cia. En ambos estudios expusimos y defendimos muchas de las ideas e idénticas conclusiones que en las polémicas aquí mencionadas.

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gabán desde lejos. Nada aleja tanto como el [prejuicio. El pre­juicio es defecto y es error. Juzga, o; imagina que juzga, ante­poniendo el fallo a la controversia. Mira sin ver, y apenas mira, y en lo que no lia visto se esconden para él la razón y la impar­cialidad que le faltan. Supone que las tiene, y la. suposición le trae nuevo prejuicio, con que agrava sus males. Pasión e impo­tencia prestante y cóbranle asesoramientos, y él suele pagarlos en moneda de ofuscación. Se abisma en la llanura y se pierde en la superficie. Le marea la intensidad. Niega cuando afirma ; cuando niega, se afirma él negando. Atacó a muchos hombres que estuvieron sin estar en el mundo, pues lo que alcanzaron no era y lo que era no lo alcanzaron. Atacó a colectividades : naciones y Estados lo padecieron hasta que quiso Dios. Dios, que todo lo puede, los libró del daño, mas no a todos, que perduró en algu­nos, sin duda para ejemplar castigo. La luz, la verdad, disipó el prejuicio de los que supieron acercarse a Bonilla. Ni serie­dad ni esquivez orgullosas. Eí suceso parlamentario de marras lo evidencia. Quienes trataron a Bonilla, entonces y después, apreciaron su bondad y su amabilidad, su esmero en la contes­tación a dudas y consultas, su diligencia en facilitar el trabajo de la gente estudiosa. Atribuía él a su gordura la equivocación de los que no acertaban a conocerle. Desde el primer momento de nuestra amistad oí de sus labios frases de tolerancia, incluso para los pab recito s versos que le leía en ocasiones. Leíame k>s suyos y pedía mi parecer, que escuchaba como si escuchase a un protegido de las Musas. Prometeo y Arlequín, Ester y otros poe­mas han marcado accidentalmente ese aspecto de su personalidad literaria. Yo renuncié a mis estériles tentativas <ie vate. Me lison­jea la confianza de que las Musas agradecieron el sacrificio.

Ignoro si rectificase Bonilla su aversión a la u fiesta nacio­nal". En sus tiempos estudiantiles la execraba vehementemente; con la vehemencia que su ecuanimidad consentía. Los partidarios de las corridas de toros abundaban entre los escolares, signifi­cándose entre los convencidos Juan Guillen Sotelo, que también -descollaba por sus felices dotes para la literatura. Guillen, ex­presivo y simpático, malogróse en plena juventud. Autor de las

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obras Narraciones vulgares, Una letra a plazo incierto, La frimer batalla, Novelas cortas [Luis Villavieja, Los jabalíes, Macandi-to, Villena y Zurbarán, Flor de granao), La torería de hogaño, rindió en ésta señalado tributo a sus aficiones de taurófilo, que vienen aquí a cuento por causa de una discusión, ingeniosa y ame­na, en que Bonilla y él contrastaron sus opiniones. Sospechó Gui­llen que en la defensa de la suya había molestado a su compañero, y se apresuró a darle espontáneas explicaciones. Bonilla le ata­jó abrazándole y elogiándole, y agregó: "No caben intenciones de ofensa en quien posee tan noble y sólido entendimiento, que ni siquiera lo perturba el entusiasmo por las corridas de toros." Fué en los pasillos de la Universidad y en una de los intermedios de clase a clase.

Muéstranos la Universidad los saberes, sin que limiten la ín­dole y finalidad de los intentos las pasividades o los acomodos en que pudieran coincidir profesores y alumnos. Va a las aulas el profesor para enseñar una ciencia y un arte: la ciencia que él profesa y el arte de aprenderla y amarla. Va el alumno a las au­las para aprender ciencia y para aprender a conocerse y saberse. Ponen ambos en colaboración la voluntad y el entendimiento para el logro de una misma finalidad: la finalidad científica, propia­mente universitaria. Es imprescindible cierta compenetración es­piritual que aune los designios. Cuando el alumno y el profesor no se interesan mutuamente, cuando esa compenetración espiritual no existe o se quebranta, se acentúa la gravedad del caso si el cul­pable es el profesor. Imaginemos •—mera y liviana hipótesis— un catedrático de Literatura muy nutrido de bibliografía ; muy adue­ñado de fechas, nombres, rótulos y argumentos de obras ; muy repetidor de textos, notas, detalles y minucias. Imaginemos —para completar la hipótesis— que tal catedrático fatiga la atención de los alumnos en vez de atraerla y sujetarla ; los retrae y aleja mo-ralmente de la cátedra a que asisten sus cuerpos, pero no sus es­píritus, aparte de los que practique la total ausencia. Habrá in­currido en ineptitud para con la enseñanza, en injusticia para con la ciencia, en perjuicio para con los escolares y en desprestigio para con la Universidad. Constituye la Literatura un bello apren-

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dizaje. Las almas selectas no se sustraen a la sugestión del lumi­noso contenido: un contenido de belleza. Las almas plebeyas —por estudiosas y laboriosas que fueren—• vivirán ignorantes de la belleza de las cosas. Los sabios que la ignoren, carecerán de verdadera sabiduría : no se ama lo que no se siente, y es por ello que tales sabios confunden el sensualismo y el amor. De­sean la materialidad del saber, incapaces de más altas y puras cimas. Convierten en espaldas el cerebro, y cargan sobre éste arrobas de material científico, que no ciencia. Un profesor así intelectualmente organizado dará en su cátedra ciencia de pe­sadez y explicaciones de cansancio. ¿Por qué referirnos a una cátedra de Literatura ? ¿ Por qué no mencionar una de Derecho o de cualquier otra Facultad? ¿Por qué olvidarnos de que no hay ciencia sin belleza, ni belleza sin comprensión, ni comprensión sin aptitud? Marcha la última por el sendero infinito de las certe­zas por descubrir, y realiza el milagro de trocar Üos abrojos en flores. Préstale la inspiración sus alas, y l a previsión sus ojos, y la fe sus bríos ; y, segura y firme, persevera en su avanzar in­cansable hacia la soñada conquista. Son conquistadores los sa­bios; son amadores de belleza. No comprendiéndola, no sintién­dola, ¿qué conquistarían?- La ciencia les ocultaría sus secretos, como oculta la mujer virtuosa sus encantos, y la esquivez casti­garía la temeridad. El profesor que hemos fantaseado pertenece a semejante traza, Hu)re de él la ciencia y huyen de él los alum­nos, Í Qué diferente el maestro de Literatura que se llamó don Francisco Sánchez de Castro ! ¡ Qué diferente el maestro de Lite­ratura que se llamó don Marcelino Menéndez y Pelayo ! Bonilla, discípulo del segundo, avalora con su testimonio el ejemplar re­cuerdo. Sólo a los maestros merecedores de la misión docente les está concedida la gloria de crear discípulos, continuadores de sus enseñanzas. Modestamente escribió Menéndez y Pelayo: "el úni­co título de que me envanezco es el haber puesto el hombro a la tarea de reconstrucción de nuestro pasado científico, y especial­mente haber traído alguna piedrezuela al edificio de la historia de nuestra Filosofía ( i ) . " Y escribió años después, contestan-

(i) Menéndez y Pelayo: Ramón Lull. En Ciencia española, tercera edición, t. I l l , pág. 7. Madrid, 1888.

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do a Bonilla en la Academia de la Historia : "en los libros del doctor Bonilla veo prolongarse algo de mi ser espiritual (1)." Menéndez y Peíayo, en la Facultad de Filosofía y Letras, y don Faustino Alvarez del Manzano y don Rafael de Ureña, en la Fa­cultad de Derecho, representan, con relación a Adolfo Bonilla, los máximos influjos del profesor en la formación intelectual del alumno. (2).

Hablar de Bonilla es hablar de Bonilla estudiante. Vivió y murió estudiando. Su varia personalidad de historiador, filósofo, jurisconsulto, iliterato, crítico de Arte, confirma y enaltece las predicciones de sus maestros y condiscípulos. Bonilla alumno y Bonilla profesor continúan en la Universidad una misma tarea. Obedece ésta desde su iniciación en los para mí inolvidables cur­sos de 1889-1895 al triple propósito "de crítica de lo presente, de reconstitución del pasado y de regeneración para el porve­nir" (3). Resalta en el principal de sus aspectos la convicción que

(1) Menéndez y Peíayo: Bisourso de contestación citado. (2) Lamentó Bonilla la crisis presente de la Universidad española, cu­

yos males y cuyos remedios sintetizó en los párrafos que siguen : " El estudiante se matricula por necesidad, asiste a clase con tedio, piensa en el examen como en un tormento, anhela vacaciones desde que el curso comienza, y considera el grado como una liberación, después de la cual siente invencible repugnancia por respirar el aire de los claustros univer­sitarios. Su afecto al catedrático no arranca de un sentimiento corpora­tivo, sino de las condiciones personales de aquél; cuando éstas faltan, con facilidad se promueven disensiones, que de algún tiempo, a esta parte reciben el característico y significativo nombre de huelgas, vocablo to­mado del léxico social. Es decir : que no parece sino que la enseñanza sea una industria, cuyo empresario es el Estado ; los profesores, los capa­taces; los alumnos, los obreros. Apunta de esta suerte un fenómeno ex­traño, incomprensible, abominable: del mismo modo que en la vida so­cial bay partidos que llevan por emblema la lucha de clases, podría ciarse análogo caso en la universitaria, siendo así que no hay adelanto posi­ble si en ella no son comunes los intereses, como acontecía cuando el tér­mino estudiante comprendía a maestros y 3 discípulos. Mirando el estu­diante como un obstáculo tradicional al profesor, o éste como un extraño al alumno, la finalidad científica del ayuntamiento universitario desapa­rece radicalmente."—Bonilla: La vida corporativa de los estudiantes es­pañoles, etc., pág. 118.

(3) Son los fines a que, segttn Bonilla, responde toda la ingente obra de Menéndez y Peíayo, incluso la literaria.—Marcelino MevJndcs y Pe~ teyo, pág. 13.5. Madrid, 1914.

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pregonan estas frases: "Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no espe­remos que brote un pensamiento original, ni una idea domina­dora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo, menos la cul­tura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una se­gunda infancia, muy próxima a la imbecilidad scnill ( i ) ." Y los discípulos, los compañeros y los lectores de Bonilla no vacilarán en decir, con palabras de él acerca de Menéndez y Pelayo: "Tuvo a su Patria un .amor profundo y permanente, porque siempre entendió que, aun para elevarse sobre lo español, es re­quisito imprescindible conocer y amar a España (2)."-—Acaso en la complejidad de su producción inmensa hallen los exigentes censores oportunidades de impugnación y de regateo de su va­ler. Se íes adelanta Bonilla en la contestación y oposición al re­paro: "Todo especialista —según él— es un espíritu unilateral e incompleto, y aun cuando pueda ser genial su labor, necesa­riamente se le escaparán, en función de la miopía de sus fa­cultades, las relaciones más fundamentales para el saber hu­mano, que son las que enlazan el objeto de la investigación con los restantes ; y como la filosofía es una meditación sobre la síntesis de la ciencia humana, cuanto más universal sea el pen­samiento y en mayor número de disciplinas haya ejercitado la actividad, más capacitado estará para comprender algo del mis­terio de !las cosas (3)/''—Para nuestro amigo, lo supremo, lo que eleva al hombre sobre la vida, y, por consiguiente, sobre sí pro­pio, "es y será -siempre el Arte (4)", y la significación del genio consiste "en un poder natural de síntesis, de enlace entre efec­tos y causas, que van de unos a otras en virtud de gigantescas e incomprensibles intuiciones" (5), lo cual, por lo que a él atañe, victoriosamente comprobó y demostró Bonilla en "su mag­na obra de publicista científico, la que le dio, dentro y fuera de

(i) Frases de Menéndez y Pelayo, citadas por Bonilla.—M. y P> pág. 173.

(2) Bonilla: M, y P., pág. 145. (3) Bonilla: M. y P., pág. 139, (4) Bonilla: M. y P., pág. 161. (5) Bonilla: M. y P., pág. 164.

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España, renombre excepcional que ¡habrá de sobreviviríe (i), y en la que abundan los procedimientos de síntesis y las inspira­ciones de arte.—-Condensó en páginas elocuentes sus observacio­nes y su opinión respecto de la vida, que le llevaron a disertar en elogio de la guerra', "la vida es disensión y contrariedad; se mantiene por la lucha; nuestra civilización es tal civilización, y nuestro progreso tal progreso, no a pesar de la lucha, sino a consecuencia de la lucha; apenas ha dado un paso eficaz la hu­manización del planeta que no haya sido precedido de lucha (2)," Añade: "Ninguno es digno de vivir, sino aquel que llegó a su­perar la vida; porque la vida es como ciertas hembras, que no aman sino a quien las desprecia (3)," Concluye: "Inútil es pre­tender que, mientras haya vida, el espíritu de guerra desapa­rezca. Yo me represento una edad posible, más allá de la vida y de la muerte, más allá también del tiempo, en que la guerra no pueda existir. A esa edad llegarán todavía los ecos de este nuestro mundo desaparecido, y en ellos parecerá, oírse palabras como aquellas que anuncia el autor del Apocalipsis: "Con tan­to ímpetu será -derribada Babilonia, aquella gran ciudad, y nunca jamás será hallada... Luz de antorcha no alumbrará más en ti, y voz de esposo ni de esposa no será más en ti oída; porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra ; porque en tus hechi­cerías todas las gentes han errado. Y en ella fué hallada la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra." "Esta Babilonia, esta gran ciudad, es nuestro mundo, el lugar sujeto a destrucción y a combate, en el cual justos y pe­cadores han de tomar parte mientras vivieren" (4).—Deber de lucha, deber de apostolado literario y científico, absorbió la prodigiosa capacidad de Bonilla; y se revela ya con inusitada pujanza en el joven estudiante, y a poco en el joven profesor,

(1) Maura Gamazo: Discurso de contestación al de ingreso de Bo­nilla en ía Real Academia Española (12 de junio de 1921).

(2) Bonilla : Elogio de la guerra. Conferencia leída en la Universidad de California (Berkeley, Estados Unidos de América) en junio de 1915. Revista Crítica His paño-Americana, t. I, págs. 125, 127 y 131. Madrid, 1915.

(3) Bonilla: Elogio y Revista citados, pág1. 129. (4) Bonilla : Elogio y Revista citados, págs. 135 y sigts.

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y luego en el 'publicista ilustre ; y es que la gran ciudad, su mun­do, su campo de batalla ha menester de pugnadores, y. Bonilla, provisto de las excelsas armas que le suministran, leales, su saber y su ingenio, no cede a los sinsabores del combate, y vive combatiendo, y no se cansa, y no vacila, hasta que, vencido el corazón, pero no el entusiasmo, sucumbirá en la hora solemne de su triunfo definitivo...

¿Qué más? Así fué de estudiante, fué así en su vida en­tera, el polígrafo insigne DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTÍN.

ADOLFO PONS Y UMBERT.

2 de abril de 1927.