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VI
Adolfo Bonilla, estudiante
(Referencias de la vida universitaria.)
HAGE siete lustros que todas las mañanas, y a la misma hora, coincidíamos Adblfoi Bonilla y yo, camino de la Universidad, en la calle de la Luna, donde el que había
de merecer, andando el tiempo, la denominación envidiable de "primer historiador de la Filosofía nacional " ( i ) tenía su morada entonces. Nuestra amistad parte de aquellos días, que en nosotros, como los suyos en cualesquiera estudiantes, señalaron los mejores del vivir respectivo ; pero cuya significación es ipara mí singularísima, porque de aquéllos no pasaron las solas realidades tangibles que gozó venturosa mi creencia en lo por venir. Adolfo Bonilla, Antonio Go.icoeohea, Vicente de Piniés, Diego María Crehuet, Manuel de Sandoval, Luis Redonet, entre muchos que han destacado luego su ¡personalidad en las Letras, en el Foro, en la Judicatura, en la Cateara, en la Política, pertenecen a la promoción que cursó Der echo.en Madrid durante 1889-1895. Fué Bonilla uno de los primeros con quienes entablé relación, no tan afectuosa en los comienzos, pues chocaban nuestros caracteres y nuestras disconformidades. Bonilla soportaba con serenidad imperturbable las demostraciones' de mi espíritu de contradicción, sin duda agravado con el mal ejemplo de las discordias parlamentarias que solía yo presenciar en los vagares de nacientes obligaciones. Su
(1) Menéndez y Pelayo: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en la Real Academia de la Historia (26 de marzo de 1911).
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figura física y sus modos de razonar y discutir daban la sensación de fortaleza que siempre le ha caracterizado, y que —he pensado reiteradamente en esto—, tsugestión admirativa de superioridad, delatora de mi pequenez e insignificancia, llevábame sin advertirlo a la impugnación y a la polémica. Nunca Bonilla acogió mis sinceridades (digámoslo asi) en tono de reproche que enfriara o que alterara nuestro compañerismo. Con frecuencia invitábame a hojear en su casa libros recién comprados, valiosas adquisiciones de bibliófilo, acerca de las cuales, más que nunca expansivo, me hablaba con la elocuencia, el hondo sentido »v el entusiasmo va en él sobresalientes. Con frecuencia, tam-bien, en su casa o en la Universidad, leíame primicias de sus trabajos en proyecto : uno recuerdo que versaba sobre una obra inédita de Aristóteles. No eran de menor fuste sus investigaciones literarias. Iba afianzándose, atenuadas o desaparecidas •-poco a poco las diferencias en que (practiqué ai veces mis impulsos dialécticos, nuestra cordialidad, ininterrumpida en lo sucesivo. Lo está ahora: muerto él, sigue ella luciendo, aunque entristecida, melancólica y añorante, en el fondo de mi alma.
La admiración es un excelente mensajero de la amistad. Para mí no ha}7 duda de que en el proceso de mi amistad con 'Adolfo Bonilla corresponden a la admiración los mayores estímulos. Muy pronto conquistó en las aulas el respeto de sus condiscípulos —sufragio que jamás se equivoca—; ni sorprendió después a ninguno su creciente prestigio, que le valió el dictado de "giotia de las Letras patrias" (i). En él se manifestaba ya el original del retrato que trazó de esta suerte la pluma esclarecida de su más insigne maestro: "Con asombro reconocimos en él, cuando apenas acabaíba de salir de las aulas, una ardiente curiosidad de ciencia ; un buen sentido, firme 3̂ constante, que le preserva de la pasión y del fanatismo; un entendimiento sobremanera ágil y vigoroso, que pasa, sin esfuerzo alguno, de las más alitas especulaciones filosóficas a los casos
(1). Alvarez del Manzano: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (i.° de diciembre de 19.12).
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más concretos del Derecho, o a los rincones menos explorados de la erudición bibliográfica, sin que el peso de su saber ponga alas de plomo a su risueña y juvenil fantasía, abierta a todas las impresiones del arte, ávida de sentirlo y comprenderlo todo, y de vivir con vida íntegramente humana, como vivieron aquellos grandes hombres del Renacimiento, a quienes por tal excelencia llamamos humanistas (1)", La cuidada y especial preparación de sus lecciones, la busca y acopio de libros antiguos y modernos, la visita incesante a las bibliotecas públicas, la multiplicidad de lecturas y estudios, la acumulación de antecedentes y datos para escritos en perspectiva, denotábanle con relieve no superado en la coexistencia escolar universitaria. Ejercitaba sus actividades con la generosidad de sí propio que no regateó en adelante, servido por una capacidad y una resistencia extraordinarias. Añádanse a la aptitud y laboriosidad la facilidad y rapidez. Estas le permitían disponer del tiempo a su antojo, sobrado para el empleo de sus tareas y distracciones, cual si resultaran con doble número de horas para él los días, intensa y fecundamente aprovechados.—Su estancia de alumno en la Universidad determinaría su estancia de profesor, y hubo inapreciable espacio de la una a la otra. El que mediara desde que se doctoró en Derecho y Filosofía y Letras hasta que obtuvo por oposición la cátedra de Derecho mercantil de la Facultad de Valencia, ocupado en los inevitables afrontamientos de la decisión, de la contrariedad y de las'apremiantes solicitaciones impuestas por la ley de la vida, no desmiente la verdad de su vocación por la enseñanza; vocación que había de trasladar del Derecho a la Filosofía, y de Valencia a Madrid, ganadas nuevas oposiciones, su misión docente definitiva y oficial. Su "voluntad y entendimiento de aprender Jos saberes" •—fin de los Estudios generales o Universidades, según las Partidas— parecieran guiados por tradicionales conceptos. Concebida así la Universidad, redúcese la obligación de sus maestros a "mostrar los saberes", y a ''apoderarse de ellos" el propósito de sus alumnos; y redúcese la validez de los títulos otorgados a acreditar que sus poseedores se hallan "en condiciones de enseñar". Bonilla, clara y enérgicamente revela-
(1) Mcnénclez y Pe!ayo : Disc. cit.
ADOLFO BONILLA, ESTUDIANTE SOI
<lo en él el temperamento de profesor, encontraba en la Universidad la forma única de que esas condiciones se objetivasen en un título para utilizarlas en los azares espinosos de las oposiciones. Con ironía bondadosa me explicaba en una de nuestras conversaciones matinales, mientras esperábamos el momento de entrar en la dase de Derecho administrativo, cómo se forjaba él la ilusión de que estábamos en épocas pretéritas : autónoma la Universidad, corporativo el régimen de enseñanza, desconocidos los exámenes. "Con la ilusión —decía— basta para que la voluntad no desmaye. La Universidad española puede volver a a ser ; debe volver a ser. Para mochas cosas se contiene el remedio o la solución en la historia patria. Principíese por restituir a la Universidad su independencia ( i ) . . . " Llegaba el ilustre don Vicente Santamaría de Paredes. Suspendimos el diálogo y entramos en clase.
He aquí una venerable memoria. Ninguno de nuestros catedráticos, con ser tan eminentes algunos en saber y en aptitudes pedagógicas, le excedió, y pocos le igualaran, en los prestigios que por igual tuviera entre los escolares y los maestros. Tres factores concurrían al caso : su merecimiento, su asignatura y sus libros. Refiérame a sus "libros de texto", principalmente al intitulado Curso de Derecho político. Con ellos influyó en el ser de varias generaciones. Tamaño influjo puede todavía en mí para desviarme de las campañas "pro supresión de los libros de texto''. •Suprímanse los malos (suprímase de paso a sus. autores), 3- abarátense las ediciones de los buenos, al alcance de los alumnos. Manténganse los buenos y estimúlese a sus autores para que continúen produciendo tan buenas obras, que redundarán en ventaja de los estudiantes y en honor de la Universidad. Santamaría de Paredes se transparentaba en sus libros. Sus explicaciones —mié-todo, precisión, elegancia— sostenían, sin el ¡menor cansancio, el interés y la atención de sus oyentes. Sus discípulos, participasen o no de las ideas del maestro, sentíanse atraídos por su palabra persuasiva, por su arte expositivo, por su crítica respetuosa, elevada
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(1) Trató del tema en La vida corporativa de los estudiantes españoles en su relación con la historia de las Universidades. Madrid, 1914.
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y serena, y por la templanza y sencillez que realzaron siempre su discurso. Le estimábamos con estimación sincera, que más y más se justificaba entendido su proceder para con sus alumnos. Procuraba favorecerlos cuando se examinaban de otras asignaturas y era él uno de los examinadores. Severo contra las recomendaciones, testimoniaba, no- obstante, a sus colegas de tribunal, exhibiéndoles los cuadernos de notas que a prevención traíanlas pruebas pertinentes de capacidad y laboriosidad dadas en su clase. Los aciertos de los alumnos testimoniados le contentaban sobremanera ; y no preocupándose de reprimir su satisfacción, exclamaba, dirigiéndose a sus compañeros: "¿No les dije yo a ustedes.,.?" Quedaba sin concluir la frase; pero en los puntos suspensivos ponían Hos jóvenes examinados los asentimientos de su gratitud.
Comunes aficiones a la política estrecharon mí amistad con Antonio Goícoedhea. Fueron colaboradores en ellas varios de nuestros condiscípulos. Ellas motivaron y alentaron la expansión inocente de los pinitos oratorios. La casa en que Goicoechea vivía, frente de la Universidad, no perdió su firmeza, a pesar de las sesiones parlamentarias que allí celebramos. En la historia del constitucionalismo español es raro el ejemplo de Cortes que gozasen larga existencia; solamente las de 1858-1863 (Gobierno O'Don-nell), en el remado de doña Isabel II, y las de 1886-1890 (Gobierno Sagasta), en la Regencia de doña María Cristina, lograran duración respetable. Las nuestras reuniéronse todos los domingos durante cinco años. Turnábamos en el papel de diputado interpelante y de ministro' interpelado. Goicoechea y yo éramos cano-vistas. Piniés, salmeromano. Bonilla, Crebuet y Joaquín Paya completaban la representación nacional presente. Tres subirían de verdad a diputados y senadores, y dos a ministros; uno, Paya, que versificaba con inspiración y soltura, renunciaría a ser poeta para dedicarse a tener dinero. Pronunció Panilla en aquellas sesiones elocuentísimos discursos. Abogaba por la implantación del sistema representativo o presidencialista norteamericano, con las modificaciones que la acomodación al país exigiera. Creía la división de Poderes salvaguardia contra las más de las impurezas achacables al régimen parlamentario. Rechazaba el de clases o gre-
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míos y íe alarmaba la organización de los partidos socialistas (i) . De todos nosotros, Bonilla se manifestaba el îïienos político, al extremo de que con facilidad su intervención en los debates nos distrajese del asunto planteado. Ciertas palabras suyas respecto de Erasmo produjeron entre él y Piniés muy vibrante polémica, donde el futuro autor de Erasmo en España, Luis Vives y la Filosofía del Renacimiento y Fernando de Córdoba y los orígenes del renacimiento filosófico en España demostró la profundidad de su cultura y la consistencia de sus juicios.—Y ocurrió que un día los ujieres del Congreso de los Diputados vieron penetrar en el recinto augusto de los legisladores a jóvenes estudiantes que, con decisión insospechada, encamináronse al salón mismo en que se cocieran las leyes. Escaló alguno la presidencia de la Cámara. Sentáronse otros en el banco azul. Otros se aoosenta-ron en los escaños rojos. Hubo discusión; discusión grandilocuente, discusión de altos vuelos. La voz de Bonilla resonó armoniosa, segura y convincente en aquel acto de detentación, que el atrevimiento de sus autores considerara homenaje ofrecido a la gloría inmoiial y a las figuras cumbres de la excelsa tribuna. Se supone lo acaecido: un ujier llevó la noticia al portero mayor, y éste al jefe de la Secretaría, y aun se recela que si Presidente del Congreso no dejó de enterarse. Días después, el Oficial Mayor (publicista y jurisconsulto eminente) llamó a su despacho a uno de los detentadores, funcionario de la Cámara, y le dijo: "He llamado a usted para reprenderle por ignorar que los domisgos, sin previo acuerdo, no hay sesión en las Cortes, y para aconsejarle que no olvide la circunstancia de que en ningún momento pueden celebrar sesiones los que no sean elegidos por la Nación."
De esquivez y de »seriedad impropia de sus pocos años tildábase inadecuadamente a Bonilla por condiscípulos que le juz-
(1) Publicó Bonilla en 1898 una memoria acerca de Los Gobiernos de partido, que escribió para el Ateneo de Madrid, del cual era secretario primero; y dos años antes había yo publicada una memoria acerca de La opinión y los partidos, que escribí para la Real Academia de Jurisprudencia. En ambos estudios expusimos y defendimos muchas de las ideas e idénticas conclusiones que en las polémicas aquí mencionadas.
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gabán desde lejos. Nada aleja tanto como el [prejuicio. El prejuicio es defecto y es error. Juzga, o; imagina que juzga, anteponiendo el fallo a la controversia. Mira sin ver, y apenas mira, y en lo que no lia visto se esconden para él la razón y la imparcialidad que le faltan. Supone que las tiene, y la. suposición le trae nuevo prejuicio, con que agrava sus males. Pasión e impotencia prestante y cóbranle asesoramientos, y él suele pagarlos en moneda de ofuscación. Se abisma en la llanura y se pierde en la superficie. Le marea la intensidad. Niega cuando afirma ; cuando niega, se afirma él negando. Atacó a muchos hombres que estuvieron sin estar en el mundo, pues lo que alcanzaron no era y lo que era no lo alcanzaron. Atacó a colectividades : naciones y Estados lo padecieron hasta que quiso Dios. Dios, que todo lo puede, los libró del daño, mas no a todos, que perduró en algunos, sin duda para ejemplar castigo. La luz, la verdad, disipó el prejuicio de los que supieron acercarse a Bonilla. Ni seriedad ni esquivez orgullosas. Eí suceso parlamentario de marras lo evidencia. Quienes trataron a Bonilla, entonces y después, apreciaron su bondad y su amabilidad, su esmero en la contestación a dudas y consultas, su diligencia en facilitar el trabajo de la gente estudiosa. Atribuía él a su gordura la equivocación de los que no acertaban a conocerle. Desde el primer momento de nuestra amistad oí de sus labios frases de tolerancia, incluso para los pab recito s versos que le leía en ocasiones. Leíame k>s suyos y pedía mi parecer, que escuchaba como si escuchase a un protegido de las Musas. Prometeo y Arlequín, Ester y otros poemas han marcado accidentalmente ese aspecto de su personalidad literaria. Yo renuncié a mis estériles tentativas <ie vate. Me lisonjea la confianza de que las Musas agradecieron el sacrificio.
Ignoro si rectificase Bonilla su aversión a la u fiesta nacional". En sus tiempos estudiantiles la execraba vehementemente; con la vehemencia que su ecuanimidad consentía. Los partidarios de las corridas de toros abundaban entre los escolares, significándose entre los convencidos Juan Guillen Sotelo, que también -descollaba por sus felices dotes para la literatura. Guillen, expresivo y simpático, malogróse en plena juventud. Autor de las
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obras Narraciones vulgares, Una letra a plazo incierto, La frimer batalla, Novelas cortas [Luis Villavieja, Los jabalíes, Macandi-to, Villena y Zurbarán, Flor de granao), La torería de hogaño, rindió en ésta señalado tributo a sus aficiones de taurófilo, que vienen aquí a cuento por causa de una discusión, ingeniosa y amena, en que Bonilla y él contrastaron sus opiniones. Sospechó Guillen que en la defensa de la suya había molestado a su compañero, y se apresuró a darle espontáneas explicaciones. Bonilla le atajó abrazándole y elogiándole, y agregó: "No caben intenciones de ofensa en quien posee tan noble y sólido entendimiento, que ni siquiera lo perturba el entusiasmo por las corridas de toros." Fué en los pasillos de la Universidad y en una de los intermedios de clase a clase.
Muéstranos la Universidad los saberes, sin que limiten la índole y finalidad de los intentos las pasividades o los acomodos en que pudieran coincidir profesores y alumnos. Va a las aulas el profesor para enseñar una ciencia y un arte: la ciencia que él profesa y el arte de aprenderla y amarla. Va el alumno a las aulas para aprender ciencia y para aprender a conocerse y saberse. Ponen ambos en colaboración la voluntad y el entendimiento para el logro de una misma finalidad: la finalidad científica, propiamente universitaria. Es imprescindible cierta compenetración espiritual que aune los designios. Cuando el alumno y el profesor no se interesan mutuamente, cuando esa compenetración espiritual no existe o se quebranta, se acentúa la gravedad del caso si el culpable es el profesor. Imaginemos •—mera y liviana hipótesis— un catedrático de Literatura muy nutrido de bibliografía ; muy adueñado de fechas, nombres, rótulos y argumentos de obras ; muy repetidor de textos, notas, detalles y minucias. Imaginemos —para completar la hipótesis— que tal catedrático fatiga la atención de los alumnos en vez de atraerla y sujetarla ; los retrae y aleja mo-ralmente de la cátedra a que asisten sus cuerpos, pero no sus espíritus, aparte de los que practique la total ausencia. Habrá incurrido en ineptitud para con la enseñanza, en injusticia para con la ciencia, en perjuicio para con los escolares y en desprestigio para con la Universidad. Constituye la Literatura un bello apren-
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dizaje. Las almas selectas no se sustraen a la sugestión del luminoso contenido: un contenido de belleza. Las almas plebeyas —por estudiosas y laboriosas que fueren—• vivirán ignorantes de la belleza de las cosas. Los sabios que la ignoren, carecerán de verdadera sabiduría : no se ama lo que no se siente, y es por ello que tales sabios confunden el sensualismo y el amor. Desean la materialidad del saber, incapaces de más altas y puras cimas. Convierten en espaldas el cerebro, y cargan sobre éste arrobas de material científico, que no ciencia. Un profesor así intelectualmente organizado dará en su cátedra ciencia de pesadez y explicaciones de cansancio. ¿Por qué referirnos a una cátedra de Literatura ? ¿ Por qué no mencionar una de Derecho o de cualquier otra Facultad? ¿Por qué olvidarnos de que no hay ciencia sin belleza, ni belleza sin comprensión, ni comprensión sin aptitud? Marcha la última por el sendero infinito de las certezas por descubrir, y realiza el milagro de trocar Üos abrojos en flores. Préstale la inspiración sus alas, y l a previsión sus ojos, y la fe sus bríos ; y, segura y firme, persevera en su avanzar incansable hacia la soñada conquista. Son conquistadores los sabios; son amadores de belleza. No comprendiéndola, no sintiéndola, ¿qué conquistarían?- La ciencia les ocultaría sus secretos, como oculta la mujer virtuosa sus encantos, y la esquivez castigaría la temeridad. El profesor que hemos fantaseado pertenece a semejante traza, Hu)re de él la ciencia y huyen de él los alumnos, Í Qué diferente el maestro de Literatura que se llamó don Francisco Sánchez de Castro ! ¡ Qué diferente el maestro de Literatura que se llamó don Marcelino Menéndez y Pelayo ! Bonilla, discípulo del segundo, avalora con su testimonio el ejemplar recuerdo. Sólo a los maestros merecedores de la misión docente les está concedida la gloria de crear discípulos, continuadores de sus enseñanzas. Modestamente escribió Menéndez y Pelayo: "el único título de que me envanezco es el haber puesto el hombro a la tarea de reconstrucción de nuestro pasado científico, y especialmente haber traído alguna piedrezuela al edificio de la historia de nuestra Filosofía ( i ) . " Y escribió años después, contestan-
(i) Menéndez y Pelayo: Ramón Lull. En Ciencia española, tercera edición, t. I l l , pág. 7. Madrid, 1888.
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do a Bonilla en la Academia de la Historia : "en los libros del doctor Bonilla veo prolongarse algo de mi ser espiritual (1)." Menéndez y Peíayo, en la Facultad de Filosofía y Letras, y don Faustino Alvarez del Manzano y don Rafael de Ureña, en la Facultad de Derecho, representan, con relación a Adolfo Bonilla, los máximos influjos del profesor en la formación intelectual del alumno. (2).
Hablar de Bonilla es hablar de Bonilla estudiante. Vivió y murió estudiando. Su varia personalidad de historiador, filósofo, jurisconsulto, iliterato, crítico de Arte, confirma y enaltece las predicciones de sus maestros y condiscípulos. Bonilla alumno y Bonilla profesor continúan en la Universidad una misma tarea. Obedece ésta desde su iniciación en los para mí inolvidables cursos de 1889-1895 al triple propósito "de crítica de lo presente, de reconstitución del pasado y de regeneración para el porvenir" (3). Resalta en el principal de sus aspectos la convicción que
(1) Menéndez y Peíayo: Bisourso de contestación citado. (2) Lamentó Bonilla la crisis presente de la Universidad española, cu
yos males y cuyos remedios sintetizó en los párrafos que siguen : " El estudiante se matricula por necesidad, asiste a clase con tedio, piensa en el examen como en un tormento, anhela vacaciones desde que el curso comienza, y considera el grado como una liberación, después de la cual siente invencible repugnancia por respirar el aire de los claustros universitarios. Su afecto al catedrático no arranca de un sentimiento corporativo, sino de las condiciones personales de aquél; cuando éstas faltan, con facilidad se promueven disensiones, que de algún tiempo, a esta parte reciben el característico y significativo nombre de huelgas, vocablo tomado del léxico social. Es decir : que no parece sino que la enseñanza sea una industria, cuyo empresario es el Estado ; los profesores, los capataces; los alumnos, los obreros. Apunta de esta suerte un fenómeno extraño, incomprensible, abominable: del mismo modo que en la vida social bay partidos que llevan por emblema la lucha de clases, podría ciarse análogo caso en la universitaria, siendo así que no hay adelanto posible si en ella no son comunes los intereses, como acontecía cuando el término estudiante comprendía a maestros y 3 discípulos. Mirando el estudiante como un obstáculo tradicional al profesor, o éste como un extraño al alumno, la finalidad científica del ayuntamiento universitario desaparece radicalmente."—Bonilla: La vida corporativa de los estudiantes españoles, etc., pág. 118.
(3) Son los fines a que, segttn Bonilla, responde toda la ingente obra de Menéndez y Peíayo, incluso la literaria.—Marcelino MevJndcs y Pe~ teyo, pág. 13.5. Madrid, 1914.
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pregonan estas frases: "Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo, menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad scnill ( i ) ." Y los discípulos, los compañeros y los lectores de Bonilla no vacilarán en decir, con palabras de él acerca de Menéndez y Pelayo: "Tuvo a su Patria un .amor profundo y permanente, porque siempre entendió que, aun para elevarse sobre lo español, es requisito imprescindible conocer y amar a España (2)."-—Acaso en la complejidad de su producción inmensa hallen los exigentes censores oportunidades de impugnación y de regateo de su valer. Se íes adelanta Bonilla en la contestación y oposición al reparo: "Todo especialista —según él— es un espíritu unilateral e incompleto, y aun cuando pueda ser genial su labor, necesariamente se le escaparán, en función de la miopía de sus facultades, las relaciones más fundamentales para el saber humano, que son las que enlazan el objeto de la investigación con los restantes ; y como la filosofía es una meditación sobre la síntesis de la ciencia humana, cuanto más universal sea el pensamiento y en mayor número de disciplinas haya ejercitado la actividad, más capacitado estará para comprender algo del misterio de !las cosas (3)/''—Para nuestro amigo, lo supremo, lo que eleva al hombre sobre la vida, y, por consiguiente, sobre sí propio, "es y será -siempre el Arte (4)", y la significación del genio consiste "en un poder natural de síntesis, de enlace entre efectos y causas, que van de unos a otras en virtud de gigantescas e incomprensibles intuiciones" (5), lo cual, por lo que a él atañe, victoriosamente comprobó y demostró Bonilla en "su magna obra de publicista científico, la que le dio, dentro y fuera de
(i) Frases de Menéndez y Pelayo, citadas por Bonilla.—M. y P> pág. 173.
(2) Bonilla: M, y P., pág. 145. (3) Bonilla: M. y P., pág. 139, (4) Bonilla: M. y P., pág. 161. (5) Bonilla: M. y P., pág. 164.
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España, renombre excepcional que ¡habrá de sobreviviríe (i), y en la que abundan los procedimientos de síntesis y las inspiraciones de arte.—-Condensó en páginas elocuentes sus observaciones y su opinión respecto de la vida, que le llevaron a disertar en elogio de la guerra', "la vida es disensión y contrariedad; se mantiene por la lucha; nuestra civilización es tal civilización, y nuestro progreso tal progreso, no a pesar de la lucha, sino a consecuencia de la lucha; apenas ha dado un paso eficaz la humanización del planeta que no haya sido precedido de lucha (2)," Añade: "Ninguno es digno de vivir, sino aquel que llegó a superar la vida; porque la vida es como ciertas hembras, que no aman sino a quien las desprecia (3)," Concluye: "Inútil es pretender que, mientras haya vida, el espíritu de guerra desaparezca. Yo me represento una edad posible, más allá de la vida y de la muerte, más allá también del tiempo, en que la guerra no pueda existir. A esa edad llegarán todavía los ecos de este nuestro mundo desaparecido, y en ellos parecerá, oírse palabras como aquellas que anuncia el autor del Apocalipsis: "Con tanto ímpetu será -derribada Babilonia, aquella gran ciudad, y nunca jamás será hallada... Luz de antorcha no alumbrará más en ti, y voz de esposo ni de esposa no será más en ti oída; porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra ; porque en tus hechicerías todas las gentes han errado. Y en ella fué hallada la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra." "Esta Babilonia, esta gran ciudad, es nuestro mundo, el lugar sujeto a destrucción y a combate, en el cual justos y pecadores han de tomar parte mientras vivieren" (4).—Deber de lucha, deber de apostolado literario y científico, absorbió la prodigiosa capacidad de Bonilla; y se revela ya con inusitada pujanza en el joven estudiante, y a poco en el joven profesor,
(1) Maura Gamazo: Discurso de contestación al de ingreso de Bonilla en ía Real Academia Española (12 de junio de 1921).
(2) Bonilla : Elogio de la guerra. Conferencia leída en la Universidad de California (Berkeley, Estados Unidos de América) en junio de 1915. Revista Crítica His paño-Americana, t. I, págs. 125, 127 y 131. Madrid, 1915.
(3) Bonilla: Elogio y Revista citados, pág1. 129. (4) Bonilla : Elogio y Revista citados, págs. 135 y sigts.
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y luego en el 'publicista ilustre ; y es que la gran ciudad, su mundo, su campo de batalla ha menester de pugnadores, y. Bonilla, provisto de las excelsas armas que le suministran, leales, su saber y su ingenio, no cede a los sinsabores del combate, y vive combatiendo, y no se cansa, y no vacila, hasta que, vencido el corazón, pero no el entusiasmo, sucumbirá en la hora solemne de su triunfo definitivo...
¿Qué más? Así fué de estudiante, fué así en su vida entera, el polígrafo insigne DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTÍN.
ADOLFO PONS Y UMBERT.
2 de abril de 1927.