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V. Cuestiones fundamentalesde economía política
1. ¿Por qué hablar de economía?
Quizá el lector se pregunte por qué se ha de hablar de economía
en un libro de ética política. La respuesta más inmediata es que basta
ojear un periódico o ver un telediario en cualquier país para advertir
que buena parte de los actos del gobierno y del parlamento se refieren
a cuestiones económicas: contratos de trabajo, salario mínimo, fijación
y contención del déficit estatal en el ejercicio del año en curso, emisión
de deuda pública, ley de presupuestos, inversiones públicas, etc. Estas
y otras cuestiones, junto con las decisiones de las autoridades moneta-
rias (Banco central europeo, bancos centrales nacionales) referentes a
la tasa de interés, a la actividad de los bancos, etc., componen la políti-
ca económica del Estado, cuyo estudio es el objeto de una parte de la
ciencia económica que recibe el nombre de Economía política. Esta
disciplina estudia cuestiones cómo si el gobierno debe tener una políti-
ca económica, cómo debería ser esta política, hasta qué punto el Esta-
do debe intervenir en materias económicas, cuáles son los efectos que
la intervención del Estado tiene sobre la economía real, etc. La posición
que se asume acerca de la política económica es parte de la filosofía y
de la ética política que se considera acertada. Por eso, tenemos que
ocuparnos aquí de economía política.
En la política económica confluyen orientaciones ideológicas, exi-
2
gencias éticas y posiciones de teoría económica. Una ideología de corte
marxista o de socialismo radical comporta que el Estado ha de ser pro-
pietario de los medios de producción y que un órgano central estatal
planifique toda la actividad económica de la nación. El organismo plani-
ficador decide qué se produce, cómo se produce, para quién se produ-
ce, en qué se trabaja, cuál es el salario, qué se compra y qué se vende,
y a qué precio se compra y se vende.
Las exigencias éticas dependen sobre todo de la concepción que
se tenga de la justicia social, como hemos visto en el capítulo anterior.
Quienes piensen que la justicia social es principalmente igualdad eco-
nómica pensarán también que es tarea del Estado realizar una política
de fuerte redistribución de la renta. Los que en cambio tengan una
concepción de la justicia social como la que hemos defendido en el ca-
pítulo anterior pensarán que la misión del Estado es establecer un con-
junto de leyes que garanticen que todas las actividades económicas de
los ciudadanos se desarrollen de acuerdo con la justicia, que se pueda
combatir eficazmente la pobreza, y que la libre iniciativa económica no
se vea obstaculizada por factores que desvirtúan la libre colaboración
de los ciudadanos en el mercado.
Cuando llega el momento de traducir una concepción de la justicia
en políticas concretas entran en juego también cuestiones de teoría
económica. Las concepciones de la justicia señalan algunas finalidades
que se deberían perseguir, pero la determinación de los medios concre-
tos que permiten obtener esos fines depende en buena parte de la teo-
ría económica que se asume. Es muy fácil que todos coincidan en que
es muy necesario disminuir el nivel de paro. Pero no por eso todos
estarán de acuerdo en las medidas económicas concretas que se han de
3
tomar, porque éstas dependen en muy buena parte de cuestiones de
teoría económica. Y, por otra parte, las medidas económicas que se to-
men pueden determinar diferentes estilos de vida, por lo que acabarán
teniendo repercusiones éticas; la política económica puede incentivar
el ahorro o el consumo, puede hacer a los ciudadanos más responsa-
bles o puede hacerlos menos responsables, como sucede cuando se fo-
menta mediante una política crediticia poco prudente que habitualmen-
te se gaste más de lo que se tiene.
La confluencia de elementos ideológicos, éticos y económicos ha
dado lugar a tres sistemas o modelos de política económica: la econo-
mía de mercado, el socialismo real o economía planificada centralizada
y el sistema mixto, en el que conviven elementos de economía de mer-
cado y de intervencionismo estatal. Este último es el que está en vigor
en la mayoría de los países, y por eso lo estudiaremos con más de-
tenimiento, después de ocuparnos brevemente de del socialismo real y
de la economía de mercado.
2. El socialismo real o economía planifica-da centralizada
Después de lo dicho en la sección 3 del capítulo II y en el capítulo
IV, desde mi punto de vista poco hay que añadir acerca de este sistema
económico. Es incompatible con una sociedad libre, porque la ausencia
de libertad económica comporta la negación de toda libertad: personal,
social, religiosa, etc., que viene a ser lo mismo que la negación de la
persona. Por otra parte, la experiencia histórica nos demuestra que in-
cluso desde el punto de vista económico este sistema es un fracaso.
Acaba produciendo pobreza, dolor y muerte. Como sucedió con la
4
Unión Soviética y con los países del Este de Europa, la imposibilidad
del cálculo económico dentro de ese sistema acaba agotando los recur-
sos humanos y materiales del país, por grande y rico que sea1. Quizá
haya todavía quien pueda sentirse seducido por las promesas de un
mundo mejor, más justo, donde todo sea abundancia y desaparezca el
dolor y la fatiga: un cuento de hadas que la historia ha demostrado ser
un triste y doloroso engaño.
Hay que reconocer, sin embargo, que algunas de las ideas que fun-
damentan la política del socialismo real perduran, quizá de modo no
muy consciente, en la mentalidad de muchos de nuestros contemporá-
neos. Lo ponen de manifiesto la desconfianza y tonalidad ética negativa
con la que se ve a la empresa privada y al empresario. Si se da la noti-
cia, por ejemplo, de que un jugador famoso de fútbol o un artista de ci-
ne tiene cada años ingresos muy elevados, nadie plantea objeción algu-
na. No sucede lo mismo si se oye decir que una empresa crece y el em-
presario que la dirige se enriquece. Sigue operante la idea marxista de
que la riqueza del empresario solo puede proceder de la explotación de
los trabajadores, de ahí el juicio ético negativo con el que en la mente
de muchos se califica la función empresarial. Vale la pena detenerse pa-
ra esclarecer este punto.
Marx parte de la idea de que el valor económico (el valor de cam-
bio, el precio simplificando un poco) de una mercancía depende exclu-
sivamente del trabajo material, sensible, del esfuerzo de músculos y de
1 Quizá las mejores críticas del socialismo real desde el punto de vista económicosean las de E. Böhm-Bawerk, La conclusión del sistema marxiano, Unión Editorial,Madrid 2000, y la ya citada de L. von Mises, El socialismo, Análisis económico ysociológico. Sobre los presupuestos metodológicos del nacimiento de la idea socialistaen Saint-Simon y Comte, se vea F.A. Hayek, Estudios sobre el abuso de la razón,Unión Editorial, Madrid 2019, especialmente pp. 255-421.
5
cerebro, necesarios para producirla. Por eso solo los obreros producen
valor. Si la empresa para la que trabajan obtiene útiles, eso solo puede
significar que a los obreros no se les paga todo el valor que producen.
Es la famosa “plusvalía”, que es el valor que el empresario o el capita-
lista roba a los trabajadores que lo producen.
Marx se da cuenta en el fondo de que esta idea no corresponde a
la experiencia y que difícilmente resiste a un análisis sereno de la reali-
dad económica. Y en efecto procede de modo bastante abstracto: como
Aristóteles ya decía que los intercambios presuponen una cierta igual-
dad entre lo que se da y lo que se recibe, y la igualdad presupone la
conmensurabilidad, el denominador común de todas las mercancías
que se intercambian en el mercado es el trabajo físico necesario para
producirlas: una mercancía que requiere 100 horas de trabajo vale el
doble de una que se produce en 50 horas de trabajo.
E. Böhm-Bawerk criticó de forma muy convincente la teoría del va-
lor adoptada por Marx, que procedía de una lectura parcial de econo-
mistas clásicos como Adam Smith y David Ricardo2. Señalamos solo al-
gunos puntos más importantes.
Marx asume un concepto muy reducido de mercancía. Considera
como tal solo los productos manufacturados que se venden en el mer-
cado. Pero el concepto de bien económico es mucho más amplio: la tie-
rra, los minerales (oro, plata), el agua, los bienes de capital (máquinas,
tecnología), etc. Además Marx entiende por trabajo el esfuerzo físico
del trabajador no cualificado, que sería el dominador común que se mi-
de solo por el tiempo. Pero cabe preguntarse: ¿Valen lo mismo 10 horas
de trabajo de un picapedrero que 10 horas de trabajo de un escultor o
2 Cfr. E. Böhm-Bawerk, La conclusión del sistema marxiano, cit.
6
de un cirujano altamente especializado? Además, si un trabajador pro-
duce una mercancía en 25 horas, y el empresario le proporciona un
equipo tecnológico con el que puede producir la misma mercancía en
12 horas y media, ¿el producto se venderá en el mercado por la mitad
de precio? ¿El equipo tecnológico que el empresario proporciona al tra-
bajador no está produciendo valor?
Para que el trabajador pueda producir, un empresario ha de estu-
diar el mercado, ha de diseñar el producto (un nuevo tipo de procesa-
dor para los ordenadores, un nuevo modelo de automóvil), ha de inver-
tir un capital, lo que conlleva riesgo, ha de proporcionar el equipo para
producir, ha de dirigir la publicidad, el almacenamiento, la distribución
y la venta de los productos. Todo esto, ¿no es trabajo? El empresario
también trabaja, su trabajo es muy cualificado, requiere muchos cono-
cimientos y comporta un gran riesgo. Paga al trabajador su salario in-
mediatamente, aunque sus productos comenzarán a venderse dentro
de tres años; por tanto, adelanta a interés cero el equivalente moneta-
rio del valor producido por el trabajador. El dinero ganado por el em-
presario, si lo gana, corresponde al trabajo que ha realizado, trabajo
que además permite la creación de empleo para los trabajadores. Si la
empresa crece, se crea más empleo. Si se obtienen ganancias suficien-
tes para invertir en tecnología, aumenta la productividad y con ello
puede aumentar también el salario de los empleados. Por otra parte,
con el cálculo de la productividad marginal es posible saber con bas-
tante exactitud cuál es el valor monetario correspondiente al trabajo de
cada empleado3.
Marx deja de lado el valor de uso de los bienes, el papel de las pre-
3 Si el lector desea profundizar en esta complicada materia, puede ver L. von Mises,La acción humana. Tratado de economía, cit., capítulo XXI.
7
ferencias personales que se expresan en el mercado, la abundancia o
escasez de un producto, elementos que desde siglos antes se sabía que
son determinantes para el valor económico de un bien4.
Cuando preparó el tercer volumen de El Capital, Marx se dio cuen-
ta del problema. Llamando capital variable al trabajo y capital constan-
te a los equipos, máquinas etc., si su teoría del valor-trabajo fuera ver-
dadera, y teniendo en cuenta que la combinación de capital variable y
de capital constante es muy diferentes en los diversos sectores econó-
micos, no se explica la tendencia empíricamente observable a la iguala-
ción de las tasas de ganancia en las diversas ramas de la economía. Pa-
recería que el empresario debería ganar más cuanto mayor sea el capi-
tal variable y menor sea el capital constante, es decir, si las mercancías
se venden a su valor real, no se explica que tiendan a igualarse los be-
neficios en sectores productivos que emplean una proporción diferente
de capital variable y de capital constante. Una de dos: o se admite que
lo producido con una mayor proporción de capital variable se vende
siempre por debajo de su precio, o se tiene que admitir que la teoría
del trabajo como única fuente del valor no es verdadera, y en este caso
toda la visión del empresario como explotador se desploma. Quizá sea
4 Así lo explica Luis de Molina (1535-1600): «Debemos observar, en segundo lugar,que el precio justo de las cosas tampoco se fija atendiendo sólo a las cosas mismas encuanto son de utilidad al hombre, como si, cæteris paribus, fuera la naturaleza ynecesidad del empleo que se les da lo que de forma absoluta determinase la cuantíadel precio; sino que esa cuantía depende, principalmente, de la mayor o menor estimaen que los hombres desean tenerlas para su uso. Así se explica que el precio justo dela perla, que sólo sirve para adornar, sea mayor que el precio justo de una grancantidad de grano, vino, carne, pan o caballos, a pesar de que el uso de estas cosas,por su misma naturaleza, sea más conveniente y superior al de la perla. Por esopodemos afirmar que el precio justo de la perla depende de que los hombresquisieron estimarla en ese valor como objeto de adorno» (Luis de Molina, La teoríadel justo precio, Editora Nacional, Madrid 1981, p. 168). Sobre la contribución de losescolásticos españoles a la teoría económica, véase: A. Chafuén, Raíces cristianas dela economía de libre mercado, Rialp, Madrid 1991; M. Grice-Hutchinson, Elpensamiento económico en España, 1177-1740, Crítica, Barcelona 1982.
8
el caso de recordar las famosas palabras de Winston Churchill: «mu-
chos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros lo mi-
ran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el
caballo que tira del carro». Alguna vez sucederá, sobre todo si la oferta
de trabajo es pequeña, que un empresario no pague debidamente el
trabajo de sus empleados; muchas más veces sucede que la remunera-
ción del trabajo supera por motivos políticos el valor actual de la pro-
ductividad marginal, y entonces se produce un notable aumento del pa-
ro. Pero en todo caso es verdad que la función empresarial es la loco-
motora del sistema económico, y que la idea del empresario como ex-
plotador es completamente falsa, por mucha persuasión emocional que
continúe suscitando en quienes tienen una imparable tendencia al re-
sentimiento social.
3. La economía de mercado
3.1 Aclaraciones previas
Conviene comenzar haciendo algunas aclaraciones.
La primeras son de orden semántico. Para referirse a este tipo de
economía se habla a veces de economía de libre mercado, de capitalis-
mo o se emplean otras expresiones de significado análogo. Hablar de li-
bre mercado es una redundancia, porque el mercado o es libre inter-
cambio de bienes o no es mercado. Cuando un ama de casa va al mer-
cado para hacer la compra, va a un lugar donde muchos vendedores
venden una diversidad de productos a diferentes precios. El ama de ca-
da es libre de ver lo que se ofrece, es libre para comparar las caracte-
rísticas de las mercancías y para comparar sus precios, y al final com-
9
pra lo que decide comprar, teniendo en cuenta sus necesidades y los re-
cursos económicos de que dispone. Si el ama de casa fuera a una ofici-
na en la que solo puede adquirir un tipo de mercancía, en una cantidad
predeterminada y a un único precio, no iría a un mercado, sino a una
oficina de abastecimientos. El mercado requiere la libre oferta, la libre
demanda y el libre intercambio de bienes.
Por lo que se refiere al término “capitalismo”, se ha de reconocer
que se ha convertido hoy día en un término muy problemático. Su ade-
cuada comprensión requeriría disponer de una acertada teoría del capi-
tal, cosa de la que muchos carecen, incluso entre los estudiosos de eco-
nomía. En ausencia de los conocimientos teóricos necesarios, es fácil
quedarse en una connotación ética negativa que se ha unido al término
“capitalismo”, y cuya verdad debería ser demostrada. Capitalismo sería
sinónimo de riqueza obtenida mediante al explotación de los más débi-
les, afán de enriquecerse a cualquier precio, avaricia, y alguna cosa
más de este estilo5.
Bastaría reflexionar un poco para darnos cuenta de que en el fon-
do no es eso lo que pensamos. Si llegásemos a una pequeña ciudad que
no tuviera las calles asfaltadas, cuyas casas carecieran de energía eléc-
trica y de agua corriente, la mayoría de las trabajos necesarios se hicie-
ran manualmente, y nos dijeran a la vez que sus habitantes son perso-
5 R. Termes, en su libro Antropología del capitalismo, 3ª ed., Rialp. Madrid 2004, librocuya lectura recomiendo vivamente, explica de modo muy convincente que la críticaética que convencionalmente se dirige contra el capitalismo se apoya en algunoserrores innegables: el desconocimiento de que existen algunas leyes económicas devalidez universal; considerar que los principios económicos de la economía demercado están necesariamente unidos al liberalismo filosófico; y la malainterpretación de conceptos tales como optimización de recursos, racionalidad de losagentes económicos, libre competencia, que se entienden respectivamente comoegoísmo, pretensión de infalibilidad, y lucha agresiva que no rehúsa emplear mediosinmorales, ideas todas estas que no responden a la verdad.
10
nas avariciosas, que poseen en sus casas grandes cantidades de dinero
en billetes de banco o en oro, la familia que menos por un valor de más
de un millón de euros, ¿podríamos decir que esa sociedad tan singular
es capitalista? No, nadie lo diría. Se podría decir que son gente muy ri-
ca, pero no que son capitalistas. La idea de capitalismo hace referencia
a una acumulación de capital, es decir, de valor económico, que se in-
vierte en “bienes de capital”, que son instrumentos, máquinas, equipos,
con los que se producen bienes de consumo necesarios o convenientes
para la satisfacción de las necesidades humanas, y que permiten produ-
cirlos a gran escala y a precios accesibles, de forma que aumenta la sa-
lud y el bienestar de toda la población.
El primer y más innegable efecto del sistema productivo capitalis-
ta no ha sido el enriquecimiento de algunos, sino el aumento de la po-
blación. En 2020 Francia, por poner un solo ejemplo, tiene algo más de
67 millones de habitantes, mientras que en 1700 tenía solo 22 millones.
¿Por qué? Porque con los métodos de producción de 1700 en Francia
no era posible alimentar a 67 millones de personas; la mortalidad era
además mucho mayor por falta de higiene, por el modo en que se traba-
jaba, y por la carencia de los fármacos y de los productos higiénicos
que hoy están al alcance de todos gracias al sistema productivo capita-
lista. Considerar el capitalismo bajo la lente marxista que no ve más
que explotación de unos por otros, es un error de bulto que no resiste
al más mínimo análisis. Solo mentes cegadas por el fanatismo y por el
resentimiento podrían no advertirlo.
Pasamos ahora a una segunda aclaración de fundamental impor-
tancia. Comúnmente se piensa que es capitalista o de mercado el siste-
ma económico de la mayoría de los países. Y así cuando llega un perio-
11
do de crisis, como la crisis del 2008, o se verifica algún otro problema,
se habla inmediatamente de los fallos del mercado o de los fallos del
capitalismo. Nada más lejos de la verdad. La economía de mercado (o
el capitalismo) es un modelo económico teórico o, si se prefiere, una
teoría económica, que en estado puro no se da en ningún país del mun-
do. Existe un índice de libertad económica, que en el año 2020 ve en
primer lugar a Singapur, con 89,4 sobre 100; en segundo lugar a Hong
Kong con 89,1; el Reino Unido ocupa el séptimo lugar con 79,3; Esta-
dos Unidos ocupa el décimo séptimo lugar con el 76,6; España está en
el puesto 58, con el 66,9; Francia en el 64 con el 66 sobre 100; Italia
está en el 74, con 63,8. En el último lugar está Corea del Norte con 4,2
sobre 100, y en el penúltimo Venezuela con 25,26.
Si consideramos el porcentaje representado por el sector público
respecto al PIB en el año 2019, en Estados Unidos el sector público re-
presentaba el 35,14% del PIB; en Francia, el 55,60%; en Italia, el
48,60%; en Alemania, el 45,20%; en España, el 42,10%7. En estos paí-
ses algunos parámetros económicos fundamentales, como la tasa de in-
terés básico (tasa interbancaria de oferta en euros o en dólares), la
oferta monetaria, etc. se fijan por decisión de las autoridades moneta-
rias (Banco Central Europeo, Federal Reserve en los Estados Unidos) o
políticas, y no por el libre mercado.
Es de evidente claridad que todos estos países no tienen una eco-
nomía de mercado, sino un sistema mixto en que junto a algunos meca-
nismos propios del mercado existe un fuerte y determinante interven-
6 Si veda https://www.heritage.org/index/ranking, que ofrece la posibilidad decomparar los 180 países estudiados sobre aspectos específicos (consultado el 22-VII-2020).7 Tomamos estos datos de https://datosmacro.expansion.com/estado/gasto.
12
cionismo estatal. Si se producen desajustes, habrá que ver cuál es la
causa, que probablemente está de lado del determinante intervencio-
nismo estatal, pero en todo caso no se pueden atribuir sin más al mer-
cado; habría que aportar alguna prueba. Para poder conocer los hipoté-
ticos fallos del mercado, haría falta que algún país del mundo tuviera
una economía totalmente de mercado, es decir, una economía que tu-
viera estas tres características: propiedad privada de los medios de
producción, completa libertad económica, y asignación de recursos me-
diante el mecanismo de los precios. En la mayoría de los países hay al-
go de esto (en medida mayor o menor, como se refleja en el índice de li-
bertad económica antes citado), pero la intervención del Estado y de
las autoridades monetarias es tan fuerte y determinante que no es posi-
ble decir que esos países tienen una economía de mercado. Tienen un
sistema económico mixto.
Es por tanto sumamente discutible que todas las críticas que se di-
rigen a lo que hoy día sucede en algunos o en muchos países del mundo
puedan dirigirse sin más a la economía de mercado. En rigor ha de diri-
girse al sistema mixto que esos países tienen.
Quizá no sea posible realizar plenamente en el mundo real un mo-
delo teórico. Pero el estudio de los modelos teóricos nos puede indicar
en que dirección debemos movernos: de qué modelo conviene alejarse
cuanto más mejor, y a qué modelo conviene acercarse cuanto más me-
jor. Mi convicción personal, que trato de justificar en este libro, es que
el socialismo o economía planificada centralizada es el modelo del que
conviene alejarse, y que la economía de mercado es el modelo al que
conviene acercarse. Si no se puede evitar un sistema mixto, cuanto ma-
yor sea la proporción de mercado, mejor; y cuanto menor sea la propor-
13
ción de intervencionismo estatal, mejor. Naturalmente, quien acepte la
teoría marxista de la explotación de los trabajadores por el empresario,
no estará de acuerdo conmigo. Pero estoy convencido de que la teoría
marxista no responde a la realidad o, en términos más sencillos, es fal-
sa.
3.2 ¿Qué es la economía de mercado?
Convencionalmente se considera que Adam Smith (1723-1790) es
el teórico y fundador de la economía de mercado8. En realidad, antes
de él se habían encontrado ya los principios fundamentales de la econo-
mía de mercado. Cabe citar a R. Cantillon9 así como a un grupo de re-
presentantes de la escolástica española del Siglo de Oro10. En algún
punto concreto, como es la teoría del valor económico, la obra de Adam
Smith representa un retroceso.
Afirma L. von Mises que «la economía de mercado es un sistema
social de división del trabajo basado en al propiedad privada de los me-
dios de producción»11. Es una definición sintética, pero acertada. Nos
indica que conviene comenzar a estudiar la división del trabajo para
8 Su obra más importante es Investigación sobre la naturaleza y causas de la riquezade las naciones (1776), Oikos-tau, Barcelona 1988.9 Essai sur la nature du commerce en général (1730), Institut National d’EtudesDémographiques, Paris 1952.10 Me refiero a autores como Francisco de Vitoria (1495-1560), Domingo de Soto(1494-1560), Martín de Azpilcueta (1493-1586), Tomás de Mercado (1500-1575),Domingo Bañez: (1528-1604), Luis de Molina (1536-1600), Juan de Mariana (1537-1624) y Francisco Suárez (1548-1617). Sobre las aportaciones de estos autores alpensamiento económico pueden verse las obras ya citadas de A. Chafuén, Raícescristianas de la economía de libre mercado, y de M. Grice-Hutchinson, Elpensamiento económico en España, 1177-1740.11 L. von Mises, La acción humana. Tratado de economía, cit., p. 313.
14
comprender este sistema económico.
3.2.1 La división del trabajo y el mercado
Ya Adam Smith vio con gran claridad la importancia de la división
del trabajo, de la que ya hemos visto algunos aspectos en el capítulo
anterior. Es célebre el ejemplo de la fabricación de alfileres con que co-
mienza su obra más conocida. Un solo trabajador que realiza todas las
operaciones necesarias para producir un alfiler a partir del metal bru-
to, lograba realizar un alfiler al día, y en todo caso nunca más de 20 al-
fileres diarios. Repartiendo las diferentes operaciones requeridas para
la fabricación de alfileres entre diez trabajadores, se lograban fabricar
diariamente 48.000 alfileres, es decir, 4.800 por cada trabajador. Si los
trabajadores viven de la venta de lo que producen, claramente se ve
que con la división del trabajo todos ellos mejorarán sensiblemente sus
ingresos, y además habrá en el mercado más abundancia de alfileres,
que serán disponibles a un precio menor. Con la división del trabajo to-
dos ganan, porque con ese sistema productivo aumenta la eficiencia y
la productividad. Es el aumento de la productividad lo que permite el
aumento de la población al que nos hemos referido antes.
Adam Smith pone en relación la división del trabajo con la ten-
dencia, específica del hombre, a intercambiar bienes. Los animales no
hacen trueques: nunca se ha visto a un perro cambiar el hueso que ha
conseguido con el hueso que posee otro perro. Cada perro tiene su hue-
so y lo defiende con todas sus fuerzas. La división del trabajo comporta
el intercambio de bienes, ya que ningún hombre produce todo lo que
necesita. Se concentra en la producción de una sola cosa, en la que lo-
gra gran eficiencia, y la cambia con las otras cosas que necesita y que
son producidas eficientemente por otros. En la sección 3.2 del capítulo
15
IV ya explicamos lo que la división del trabajo significa para la justicia
social.
Ahora nos fijamos en otro aspecto. La división del trabajo va uni-
da al libre intercambio de bienes que llamamos mercado. Y del merca-
do ha surgido el intercambio indirecto a través del dinero. El intercam-
bio directo de un producto por otro producto haría muy difícil nuestra
vida. Una persona que da lecciones de inglés y que quiere obtener pan,
tendría que encontrar un panadero que estuviese interesado en cam-
biar su pan por lecciones de inglés, o al menos que estuviese interesa-
do en un tercer producto fabricado por alguien al que interesa apren-
der inglés, y así el profesor de ingles obtendría el pan triangulando.
Los pueblos se fueron dando cuenta de que convenía fijar alguna mer-
cancía cuantificable, manejable y durable que sirviese tanto como me-
dio para los intercambios, cuanto como medida del valor de otras mer-
cancías y como medio para almacenar la riqueza obtenida. Se acabó en
el oro, la plata y algún otro metal de menor valor, y nació así el dinero.
Aunque no es el momento de detenernos en esto, conviene no ol-
vidar que el verdadero dinero es en el fondo una mercancía que se
cambia con otra. En un mercado libre, una persona tendrá que dar tan-
tos gramos de oro por tantos litros de leche, y el lechero tendría que
dar tantos litros de leche para adquirir tantos gramos de oro. Hoy día
no manejamos oro ni plata en el mercado, sino billetes de banco y mo-
nedas metálicas de circulación obligatoria producidas y distribuidas
por el Estado. Durante muchos años el Estado garantizaba que a cada
billete de banco correspondía una cantidad de oro. Después de la Se-
gunda Guerra Mundial, a raíz de los acuerdos de Bretton Woods, se
consideraba que todas las monedas eran convertibles en dólares según
16
la razón de su valor, y el dólar de los Estados Unidos era convertible en
oro. El 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon derogó esos acuerdos,
se acabó la convertibilidad directa del dolar en oro, y con ella se perdió
una cierta garantía de estabilidad monetaria. Los Estados son en prin-
cipio libres de imprimir la cantidad de billetes de banco que deseen, so-
bre todo para autofinanciarse. Pero el mercado tiene algunas leyes na-
turales que son difícilmente superables: si se imprimen más billetes de
banco de los debidos, los billetes valen menos, es decir, hay que dar
más moneda que antes para obtener un litro de leche, y hay que dar
menos leche para obtener la misma cantidad de moneda. La moneda
pierde valor adquisitivo, se produce inflación, que es un arma en manos
del Estado intervencionista.
Esto lo saben todos, y por eso los estados controlan la inflación
para que no sea muy alta. Pero cuando se entra en el delirio interven-
cionista, muchas veces con el pretexto de promover la justicia social, se
llega a cosas absurdas. En el año 2019 la moneda de Venezuela tuvo
7.374,4% de inflación; la de Zimbabue, 161,8%; la de Argentina, 53,8%.
Las consecuencias de una inflación de este tipo para la población son
desastrosas. Baste pensar que una familia que tuviera sus ahorros en
moneda nacional argentina, en el año 2019 el poder adquisitivo de lo
ahorrado disminuyó de un 53,8%. Si con lo que había ahorrado esa fa-
milia era posible comprar en el 2018 un apartamento para cuando el hi-
jo mayor se casase, después del 2019 ya no se puede comprar, porque
como la moneda nacional vale menos el precio de los apartamentos au-
menta proporcionalmente. Y es que el valor económico no puede ser de
papel (de billete de banco). Las monedas de esos países nadie las acep-
ta. No se pueden usar para la importación de bienes. Se aceptan solo
dentro del país, porque el Estado impone su circulación, pero apenas
17
es posible escapar al control estatal los vendedores piden a los compra-
dores dólares o euros (mercado negro), y quienes ahorran tratan de
ahorrar en dólares, en euros o en bienes de valor estable.
3.2.2 Mercado y libertad
Ya dijimos antes que el mercado es necesariamente libre. Es la
forma de cooperación y de intercambio de bienes propia de una socie-
dad formada por hombres libres, y en eso se distingue de la economía
socialista de planificación centralizada, en la que tanto la producción,
como el intercambio, la distribución y el consumo está determinado por
los imperativos coactivos del Estado. La propiedad privada de los me-
dios de producción es el medio que garantiza la libertad económica y,
con ella, la libertad social entendida en el sentido más amplio.
En el contexto de la cooperación social entre hombres libres, que
presupone también una garantía de orden legal12, la propiedad privada
de los medios de producción no puede dar lugar a un comportamiento
anti-liberal por parte de los propietarios de los medios productivos. Por
el contrario, se debe decir más bien que el mercado es una democracia
en la que cada unidad monetaria da derecho a un voto. Con más exacti-
tud se podría decir que, «mediante las constituciones democráticas, se
aspira a conceder a los ciudadanos, en la esfera política, aquella misma
supremacía que, como consumidores, les confiere el mercado»13, pero
con una diferencia a favor del mercado. En los sistemas políticos demo-
cráticos los votos minoritarios muy a menudo carecen por completo de
influjo. En el mercado, en cambio, ningún voto es inútil, porque cada
céntimo gastado influye en el proceso productivo. Como explica Mises,
12 Se recuerde lo que dijimos en el capítulo III sobre la libertad y la justicia comocontenidos fundamentales del bien común que el Estado debe tutelar.13 L. von Mises, La acción humana. Tratado de economía, cit., p. 330.
18
«las editoriales atienden los deseos de la mayoría publicando novelas
policíacas; pero también imprimen tratados filosóficos y poesía lírica,
de acuerdo con apetencias minoritarias. Las panaderías producen no
sólo los tipos de pan que prefieren las personas sanas, sino también
aquellos otros que consumen quienes siguen especiales regímenes die-
téticos. La elección del consumidor cobra virtualidad tan pronto como
el interesado se decide a gastar el dinero preciso en la consecución de
su objetivo»14.
Ciertamente no todos tienen el mismo número de votos, puesto
que no todos gozan del mismo poder adquisitivo. Pero esa desigualdad,
por seguir con el mismo símil, es el resultado de una votación previa,
pues «dentro de una economía pura de mercado sólo se enriquece
quien sabe atender los deseos de los consumidores. Y, para conservar
su fortuna, el rico no tiene más remedio que perseverar abnegadamen-
te en el servicio de estos últimos. De ahí que los empresarios y quienes
poseen los medios materiales de producción puedan ser considerados
como unos meros mandatarios o representantes de los consumidores,
cuyos poderes son objeto a diario de revocación o reconfirmación»15.
En definitiva, en la economía de mercado son los ciudadanos, con
sus libres preferencias, los que indirectamente gobiernan el uso de los
medios de producción. El empresario, que desempeña un papel funda-
mental en la economía libre, tiene que prever el estado del mercado en
el presente y en el futuro, organizando los diversos factores producti-
vos para satisfacer la demanda de los ciudadanos. Por así decir, desa-
rrolla bien la función empresarial sólo quien logra satisfacer las libres
14 Ibidem.15 Ibidem.
19
preferencias de los ciudadanos. Quien ofreciese productos de calidad
inferior a la deseada por la gente o a un precio superior del que la gen-
te está dispuesta a pagar, fracasaría, y o cambia o será reemplazado
por otro que sea capaz de satisfacer la demanda.
Y el empresario, ¿cómo puede conocer las preferencias de los ciu-
dadanos? La información no sigue un único camino, pero sin duda el
sistema de precios aporta la información fundamental. Los precios in-
forman acerca de la abundancia o escasez de un producto en relación a
la demanda. Los precios informan también acerca de la idoneidad del
sistema productivo adoptado por el empresario, pues si el costo de pro-
ducción de una mercancía que no se vende por más de 100 euros es su-
perior, igual o ligeramente inferior a esa cantidad, es claro que esa lí-
nea de producción no es viable. Los precios constituyen también un in-
centivo indicador. Si los ingenieros informáticos obtienen fácilmente sa-
larios muy buenos, muchos jóvenes querrán iniciar esos estudios, y las
universidades entenderán que les conviene abrir una facultad de inge-
niería informática. Si por alguna circunstancia el café comenzase a te-
ner un precio muy elevado, algún empresario puede ver que es el mo-
mento de lanzar en el mercado algún producto que lo pueda sustituir, o
de promover otras bebidas.
En cierto sentido los salarios son también un precio: el precio del
trabajo, y en cuanto precio aportan una importante información y cons-
tituyen un incentivo. Aunque luego añadiremos algunos matices, los sa-
larios se fijan en el contexto del mercado, y su cuantía depende en bue-
na medida de la productividad. No puede ser de otro modo. Si una em-
presa factura 100.000 euros mensuales, no puede emplear 95.000 eu-
ros mensuales en salarios. Si así lo hiciese, ¿cómo paga las materias
20
primas que necesita? ¿Cómo paga la energía que consume? ¿Como
compra tecnología para mejorar la producción y la productividad? Si
los salarios son más altos de lo que el mercado permite, el empresario
preferirá hacer inversiones para automatizar los procesos y aumentará
el paro laboral. Puede parecer una lógica dura, pero es la que todos se-
guimos. Si una empresa nos ofrece un ordenador por 600 euros, y otra
nos ofrece un ordenador con las mismas o semejantes características
por 400 euros, todos compramos el de 400, y de nada sirve que la pri-
mera empresa nos diga que su mayor precio se debe a que paga mejo-
res salarios a sus empleados. Ello se debe a un hecho fundamental que
con facilidad se olvida: los recursos, tanto los de los ciudadanos como
los de los empresarios y los de la entera nación, son limitados y esca-
sos. Quien dispone de 600 euros y necesita un ordenador y un traje, si
paga 600 euros por el ordenador, ya no se puede comprar el traje. Gus-
te o no guste esta es la ley a la que todos estamos sometidos. Si los re-
cursos fuesen siempre ilimitados o abundantísimos, no sería necesario
economizar y no existiría la ciencia económica.
Y con la misma lógica se comportan los trabajadores. Si se en-
cuentra un trabajo en el que se gana más que en el que se tiene, el tra-
bajador cambia de trabajo, y de nada sirve que el empresario le diga
que da un salario menor porque vende más barato. Cuando el mercado
es libre, el mercado del trabajo es abierto, y es fácil encontrar un nue-
vo empleo mejor retribuido. Cuando la intervención del Estado hace
muy rígido el mercado del trabajo, es muy difícil encontrar un nuevo
empleo, lo que en realidad atenta contra el bienestar del trabajador. La
mejor garantía para el trabajador es la posibilidad de elegir entre di-
versos empleos, posibilidad que en algunos Países actualmente parece
una quimera.
21
De estas anotaciones se desprende que el mercado presupone un
contexto que haga posible la cooperación social libre. Pero esto no sig-
nifica que el Estado no exista. Debe existir, y ha de ser lo suficiente-
mente fuerte para impedir que quienes obran injustamente deformen el
funcionamiento del mercado. El fraude, la violencia, la falta de transpa-
rencia y, en general, el incumplimiento de las reglas generales de justi-
cia, son los enemigos del mercado libre. En este sentido dice W. Röpke
que «la economía de mercado es un sistema económico basado en la
confianza, el espíritu de empresa, la voluntad de ahorro y la aceptación
del riesgo por parte de cada uno, no pudiendo subsistir sin aquellas
normas protectoras y principios de Derecho que respaldan y defienden
a todos, no solamente frente a los abusos de los individuos, sino tam-
bién frente a las arbitrariedades del gobierno»16.
Lo que es incompatible con el mercado es la intervención coacti-
va del Estado que falsea los precios, los costes de producción, la fun-
ción empresarial, los salarios. Cuando se mezcla el poder político con
la actividad económica, los ciudadanos pierden su soberanía, se genera
una constante y progresiva corrupción, se hace muy difícil el cálculo
económico y el recto ejercicio de la función empresarial. Y todo ello
acaba empeorando la condición económica y moral de los ciudadanos y
del entero sistema social.
Hemos dicho antes que el salario es como el precio del trabajo. Y
desde el punto de vista del cálculo económico de los costes de produc-
ción así es. Pero esto no significa que el trabajo humano sea una simple
mercancía. El trabajo es una actividad de gran importancia para la rea-
lización personal, y tiene connotaciones antropológicas, de seguridad y
16 W. Röpke, La crisis social de nuestro tiempo, El Buey Mudo, Madrid 2010, ediciónelectrónica, capítulo II.
22
salubridad, que se deben respetar y tutelar. Pero si ese respeto y tutela
se quieren lograr mediante regulaciones excesivamente rígidas y com-
plicadas, se acaba obteniendo el efecto contrario del que se pretendía,
con grave daño para los trabajadores y para el sistema socio-económi-
co.
3.2.3 ¿Y los fallos del mercado?
Algunos economistas afirman que el mercado es un sistema que
tiene fallos o límites, que deben ser corregidos mediante la interven-
ción del Estado. Antes de responder a la objeción, es preciso recordar
lo que dijimos más arriba, en la sección 3.1 de este mismo capítulo: si
por fallos del mercado se entienden deficiencias que observamos en la
actualidad, la objeción es inconsistente, porque en la actualidad no se
encuentra en ningún país una pura economía de mercado. En el mejor
de los casos tienen un sistema mixto. Si se verifican defectos o fallos,
habría que demostrar que su causa nada tiene que ver con las interven-
ciones y restricciones de las autoridades políticas y monetarias, y que
se ha de atribuir por tanto al mercado.
Desde un punto de vista teórico las críticas que se suelen dirigir
a la economía de mercado son las siguientes:
1) El sector privado no ofrece suficientes bienes y servicios públi-
cos, que deben ser garantizados por el Estado. Desde luego que hay
funciones que deben ser realizadas por el Estado; por ejemplo, la admi-
nistración de justicia, la policía, el ejército, la representación diplomáti-
ca, y otras funciones de este tipo que no son propiamente económicas.
Existen otros servicios que el Estado debe procurar que existan, pero
que no es necesario que sean proporcionados directamente por el Esta-
do mismo; tales son por ejemplo la asistencia sanitaria y la educación.
23
Se objeta a esto que la asistencia sanitaria privada es más cara. No es-
tá claro que esto sea verdad. La sanidad pública la financiamos todos
con la parte de nuestro sueldo o de nuestros impuestos que se destina
a ese fin. Es perfectamente posible tener una asistencia sanitaria de
mejor calidad pagando a una sociedad de seguros privada la parte de
nuestro sueldo que cada año se destina al sistema sanitario público. En
todo caso, que algunos servicios los ofrezca una empresa pública no se
opone de suyo a la economía de mercado, siempre que la empresa pú-
blica se gestione fundamentalmente con criterios de economía de mer-
cado: balances claros, optimización de los recursos, no admitir como
cosa habitual el déficit, no sobrevivir a base de subvenciones, etc. Una
contribución por parte del Estado, conocida y controlada, es admisible
solo para los servicios que se han de prestar a personas enfermas, invá-
lidas o carentes de recursos.
2) Posibilidad que se formen monopolios con precios muy eleva-
dos. La objeción no tiene mucho sentido, porque en la actualidad buena
parte de los monopolios se deben a concesiones estatales con carácter
exclusivo, a privilegios, a monopolios fiscales del Estado. En una econo-
mía de mercado libre es muy difícil que se cree una situación de pre-
cios de monopolio, que se dan cuando la empresa que tiene el monopo-
lio ve que puede obtener mayores beneficios disminuyendo la produc-
ción y aumentando el precio de los productos. Para ello esa empresa
debería tener un dominio absoluto sobre las materias primas, las tecno-
logías productivas, los canales de distribución, etc., que muy difícil po-
drá existir en un contexto de libertad. Y si no existe ese dominio absolu-
to, otros empresarios comenzarán a vender a precios más baratos y
romperán el monopolio. El peligro de monopolio es mucho mayor en los
sistemas económicos estatalistas o fuertemente intervencionistas. En
24
todo caso, la economía de mercado es compatible con disposiciones le-
gales que impidan la adquisición de un dominio absoluto como el que
requerirían los precios de monopolio. Si una empresa llegase de hecho
a ser la única que produce una mercancía al precio de mercado, y no
de monopolio, no se ve que tal monopolio de hecho sea un mal para los
ciudadanos.
3) Las empresas privadas no asumirán algunos costes negativos,
como serían por ejemplo los necesarios para no aumentar o para dismi-
nuir la polución atmosférica y el procesamiento de los residuos. Nos
parece que respecto a estas cuestiones ecológicas la distinción perti-
nente no es la que existe entre público y privado, sino la que hay entre
empresas bien y mal dirigidas. Hay ambientes (parques, zonas indus-
triales, etc.) de gestión privada que son un modelo de respeto ecológi-
co, mientras que otros no lo son. Y lo mismo sucede con los ambientes
de gestión pública. Habría que evitar el cliché de que el empresario pri-
vado es siempre un diablo y el empresario público es siempre un santo.
En todo caso las cuestiones ecológicas pueden regularse mediante una
legislación razonable, que no asfixie a las empresas privadas que están
obligadas a cumplirla ni beneficie injustamente a las públicas que con-
siguen evadirla sirviéndose de influencias políticas.
4) La economía de mercado es la que produce mayor riqueza, pe-
ro la distribuye de modo desigual. A esta objeción hemos dado una res-
puesta en la sección 2.2 del capítulo IV: “Crítica de la política redistri-
butiva”. Ciertamente, solo la economía de planificación centralizada es
capaz de arruinar incluso al país con mayores recursos, como la histo-
ria ha demostrado y continúa a demostrar (se piense en la actual situa-
ción económica y social de Venezuela).
25
5) Inestabilidad cíclica, es decir, sucederse de períodos de boom
y de depresión. Pienso sinceramente que esta objeción no responde a la
verdad. Para comprenderlo habría que exponer la teoría de los ciclos
económicos de los autores que defienden el mercado, para los que la
inestabilidad cíclica se debe fundamentalmente a las políticas de ex-
pansión monetaria no fundamentada en el ahorro promovida por las au-
toridades políticas y monetarias. Brevemente podemos mencionar, por
ejemplo, la “depresión olvidada” de 1920 en los Estados Unidos. El go-
bierno americano, con Warren Harding como presidente, afrontó la cri-
sis bajando los impuestos y el gasto público un 25%, sin utilizar ningu-
no de los remedios keynesianos (aumento del gasto público, del déficit,
políticas monetarias inflacionistas...). En el verano de 1921 el país co-
menzó a recuperarse, y dos años después la desocupación estaba por
debajo de los niveles previos a la crisis. Se trata de los resultados más
rápidos y de mayor éxito frente a una crisis de toda la historia america-
na. Se llama la “depresión olvidada” porque no se recuerda ni se men-
ciona en libros o discursos políticos. Quizás por su rápida solución, que
al provocar menos tragedias dejó menos huella, pero probablemente
también porque va contra la teoría dominante en los ámbitos académi-
cos, políticos y económicos17. Fue la generalización de los remedios
keynesianos, a raíz de la gran depresión de 1929, lo que ha dado lugar
a la inestabilidad cíclica.
17 Tomo estos datos de la tesis de licenciatura de A. Pérez Herrera, La dimensión éticade la inflación en la perspectiva de la escuela austriaca de economía y de la economíasocial de mercado. Consecuencias para la doctrina social de la Iglesia, UniversidadPontificia de la Santa Cruz, Roma 2020, pp. 36-37.
26
4. El intervencionismo o sistema de econo-mía mixta
4.1 Características principales
En el sistema de economía mixta coexisten algunos elementos de
la economía de libre mercado con un intervencionismo más o menos
fuerte del Estado, que en todo caso controla los resortes principales de
la economía y del mercado (tasa de interés, oferta monetaria, etc.), im-
pone un alto nivel de impuestos, se encarga de gestionar directamente
muchos servicios, y considera como parte importante de su misión el
desarrollo de una política económica. Es hoy día el paradigma económi-
co dominante.
Desde el punto de vista de la teoría económica este paradigma es
una síntesis de postulados de la teoría económica neoclásica y de las
ideas de John Maynard Keynes (1883-1946), cuya obra principal es la
Teoría general del empleo, el interés y el dinero18, publicada en 1936.
En esta obra se incluye la visión clásica del equilibrio con pleno empleo
como un caso especial dentro de la nueva “teoría general”, que preten-
día ser mucho más completa.
Keynes era un firme defensor de la iniciativa y de la leadership del
Estado y del sector público. Para recuperar la economía se debe fomen-
tar la propensión al consumo hasta llegar al pleno empleo, y el Estado
podría servirse de las políticas inflacionista, el aumento de la presión
fiscal, y la inversión pública con déficit presupuestario para conseguir
esta recuperación, en claro contraste con el punto de vista clásico. El
18 J. M. Keynes, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, Fondo de CulturaEconómica, México 2005, pp. 35-37.
27
Estado debe conseguir aumentar la “demanda agregada”.
Keynes se daba cuenta, por una parte, de que los trabajadores difí-
cilmente admitirán la disminución del salario nominal (distinto del sala-
rio real) y, por otra, de que el aumento del empleo presupone una dis-
minución del coste del trabajo. Por eso proponía una disminución del
salario real (es decir, del poder adquisitivo del salario) aumentando los
precios, lo que se lograba aumentando la oferta monetaria (cuando se
pone en circulación más moneda, esta acaba valiendo menos). De ahí
que recomendase las políticas económicas expansionistas.
Keynes supo ofrecer una solución rápida contra el desempleo,
mientras que las políticas no intervencionistas requieren más tiempo
para alcanzar resultados. Además proporcionó a la clase política una
justificación, aparentemente científica, para sus políticas de gasto pú-
blico y consiguiente ampliación del poder político. Y en tercer lugar, las
políticas keynesianas ofrecen a los economistas y académicos un papel
importante como planificadores e protagonistas de la ingeniería social.
4. 2 La ilusión de la expansión crediticia
El actual intervencionismo del Estado sobre los procesos económi-
cos, que a mi juicio es excesivo, presupone algunos postulados teóricos
que muchos economistas consideran equivocados. Como es bien sabi-
do, según la ley de Say el verdadero motor de la economía es la produc-
28
ción, no la demanda19. La oferta puede crear la demanda, puesto que el
vendedor es siempre también un comprador. La oferta y la demanda
con el tiempo se equilibran, con tal de que existan ciertas condiciones y
proporciones que el libre mercado garantiza. Lo que Say sostiene, en
definitiva, es que nunca habrá una superproducción general de todos
los bienes y servicios.
Keynes, y la economía de origen keynesiano hoy dominante, pen-
saba haber refutado la ley de Say20, a la que ya aludimos en el capítulo
anterior. Él consideraba que el verdadero motor de la economía es el
consumo, y que la primera causa de las crisis económicas es una de-
manda agregada insuficiente, es decir, el bajo consumo. Las crisis se
producirían porque el equilibrio entre ahorro e inversión no se produce
19 Cfr. Jean-Baptiste Say, Traité d'économie politique, 2 vols., Deterville, Paris 1819,lib. I, cap. XV. La interpretación de Ricardo puede verse en D. Ricardo, The Principlesof Political Economy and Taxation, ed. Everyman, New York 1943, pp. 193-194. Asídescribe B. M. Anderson el significado fundamental de la ley de Say: «La cuestiónteórica central, implícita en el problema del reajuste económico de la posguerra y enel problema del pleno empleo en el período posbélico, es el litigio entre la doctrinadel equilibrio y la doctrina del poder adquisitivo. Los que abogan por unos grandesgastos gubernamentales y un déficit financiero después de la guerra como único me-dio de conseguir pleno empleo establecen una aguda separación entre producción ypoder adquisitivo. En su opinión, el poder adquisitivo debe ser mantenido por encimade la producción, si esta ha de expandirse. Si el poder adquisitivo disminuye, la pro-ducción disminuirá. La opinión preponderante entre los economistas, por otra parte,ha sido durante mucho tiempo la de que el poder adquisitivo se deriva de la produc-ción. Los grandes países productores son los grandes países consumidores. El mundodel siglo XX consume enormemente más que el mundo del siglo XIX, porque produceenormemente más. La oferta de trigo hace surgir la demanda de automóviles, sedas,zapatos, artículos de algodón y de otras cosas que el productor de trigo desea. Laoferta de zapatos da origen a la demanda de trigo, sedas, automóviles y de otras co-sas que el productor de zapatos desea. Oferta y demanda globales son, pues, no sim-plemente iguales, sino idénticas, puesto que cada mercancía puede ser considerada ocomo oferta de su propia especie, o como demanda de otras cosas. Pero esta doctrinaestá sometida a la importante condición de que las proporciones deben ser correctas,esto es, de que debe haber equilibrio» (B. M. Anderson, Economics and the PublicWelfare, Van Nostrand, New York 1949, p. 390).20 Cfr. por ejemplo J.M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero,Fondo de Cultura Económica, México 2005, pp. 35-37. Para una crítica detallada delas tesis de Keynes se puede ver H. Hazlitt, Los errores de la nueva cienciaeconómica. Un análisis de las falacias keynesianas, Aguilar, Madrid 1961.
29
tan fácilmente como pensaban los economistas clásicos. La reducción
del consumo, ligada a un aumento del ahorro, conduciría a una dismi-
nución de las inversiones y de la renta nacional, y a un aumento vertigi-
noso del paro. Por eso hay que sostener y estimular la demanda a cual-
quier precio.
Esta concepción ha movido a las autoridades políticas y moneta-
rias a desarrollar una política de expansión crediticia y monetaria no
fundamentada sobre el ahorro real. Se ve la expansión crediticia como
el milagro que convierte las piedras en pan21. Y por ello se ponen en
práctica todos los procedimientos idóneos para aumentar masivamente
la oferta monetaria y las inversiones, pero sin disminuir el consumo, y
por tanto creando de la nada valor económico ficticio. Los procedimien-
tos para poner en obra la expansión crediticia son principalmente los
siguientes: el tipo de interés artificialmente bajo; la apertura de depósi-
tos; el sistema de reserva fraccionaria de los bancos que les permite
utilizar los depósitos a vista como si fuesen préstamos y que convierte
la oferta monetaria en un globo que se infla y desinfla; el gasto público
en déficit con el consiguiente aumento de la deuda pública; las políticas
inflacionistas (que son un impuesto enmascarado) y, como último recur-
so, la impresión de billetes de banco. Como ha escrito Francesco Forte,
«el núcleo de la genuina concepción de Keynes y de los keynesianos, su
mágica receta para producir oro de la nada, es la sustitución de la ley
de Say (para la cual la oferta crea automáticamente la demanda) por
otra opuesta, según la cual es la demanda la que crea la oferta, y por
21 El documento de los expertos británicos, del 8 de abril de 1943, inspirado porKeynes, definía la expansión crediticia como “el milagro [...] de convertir una piedraen pan”. Para una valoración de esa tesis, cfr. L. von Mises, Planificación para lalibertad, Centro de Estudios sobre la Libertad, Buenos Aires 1986, cap. IV: “Convertirpiedras en pan, el milagro keynesiano”.
30
tanto el consumo crea el ahorro y el desarrollo»22 . En resumen Keynes
nos dice que gastar más, ahorrar menos y endeudarse cada vez más es
el sistema para hacernos más ricos. Como escribió el gran economista
W. Röpke, «si no hubiese existido un Keynes [...], la ciencia económica
sería un poco más pobre, pero los pueblos serían mucho más ricos y no
conocerían la inflación»23.
Como ya dijimos, importantes estudios sobre la gran crisis econó-
mica iniciada en el 200824 han puesto de relieve que la política de ex-
pansión crediticia adoptada por las autoridades políticas y monetarias
con la colaboración, ciertamente no desinteresada, de los bancos de ne-
gocios y de los comerciales, se percibe por parte del sistema económico
como una mayor disponibilidad de crédito que invita a invertir en pro-
yectos marginales, que ahora aparecen como rentables, en los diversos
estadios de la producción. Aumentando las inversiones en bienes de ca-
pital y en bienes de consumo duraderos, aumentan el número y las di-
mensiones de los estadios de los procesos productivos. Sin embargo, la
ampliación de la estructura productiva, financiada por el dinero ficticio
de nueva creación y no por un aumento del ahorro por parte de los ac-
tores económicos, causa en la economía real una falta de coordinación
temporal, que puede durar varios años y que induce constantemente al
error de cálculo en el ejercicio de la función empresarial. Inicialmente,
el efecto combinado del aumento de las inversiones sin una reducción
22 F. Forte, Prólogo al libro de H. Lewis, Tutti gli errori di Keynes. Perché gli Staticontinuano a creare inflazione, bolle speculative e crisi finanziarie, IBL Libri, Torino2010, pp. 21-22 (traducción nuestra).23 W. Röpke, Al di là dell'offerta e della domanda. Verso un’economia umana, Edizionidi "Via Aperta", Varese 1965, p. 221 (traducción nuestra).24 Cfr. por ejemplo: T. E. Woods, Meltdown: A Free-Market Look at Why the StockMarket Collapsed, the Economy Tanked, and Government Bailouts Will Make ThingsWorse, cit.; J. Huerta de Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, cit.
31
del consumo, con la consiguiente acumulación preventiva de capital
produce una sensación de euforia, un boom económico, una burbuja, de
la cual se benefician también las arcas del Estado. Pero, como han mos-
trado los estudios de Jesús Huerta de Soto y de otros autores25, el pro-
ceso de expansión crediticia desencadena un conjunto de fenómenos tí-
picamente microeconómicos que llevan a la explosión de la crisis eco-
nómica, que será tanto más profunda cuanto más masivo y tenaz haya
sido el proceso de expansión crediticia.
El grave malestar social y económico causado por la crisis econó-
mica del 2008 muestra ante todo un error económico. No es verdad
que el aumento masivo de la oferta monetaria y del crédito no respalda-
do por el ahorro real contribuya al desarrollo económico y al bienestar
de todos. No obstante, no son pocos los autores que no admiten este
error, y continúan a atribuir la crisis económica al hecho de que el mer-
cado es libre. Es decir, consideran que nuestros actuales problemas
económicos se deben no a las intervenciones expansivas de las autori-
dades políticas y monetarias, sino al hecho de que esas intervenciones
no han sido suficientemente consistentes o a que el control político de
la economía no ha sido suficientemente riguroso26. Según esos autores
deberíamos promover una expansión crediticia y un intervencionismo
estatal todavía más fuertes.
Por razones que ya hemos expuesto al hablar de los así llamados
25 Véase sobre todo J. Huerta de Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos,cit., cap. V. En una obra del 1931, F. Hayek explicó de modo convincente cómo laexpansión o contracción del crédito influye sobre todo el sistema económico: cfr. F. A.Hayek, Precios y producción, Unión Editorial, Madrid 1996. Hayek completó estosestudios en “Profits, Interest and Investment” and Other Essays on the Theory ofIndustrial Fluctuations (1939), Augustus M. Kelley, Clifton 1975.26 Cfr. J. A. Stiglitz, Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento dela economía mundial, Taurus, Madrid 2010.
32
“fallos del mercado”, el punto de vista de los partidarios de la expan-
sión crediticia es difícilmente creíble. Desde el punto de vista de la teo-
ría económica, ese planteamiento tendría que ser capaz de refutar los
estudios de Ludwig von Mises sobre el intervencionismo estatal27.
4.3 Intervencionismo y ética
Llegados a este punto, los partidarios de la expansión crediticia se
trasladan al plano ético y ético-político. Más o menos su razonamiento
es el siguiente: aunque concediésemos que el intervencionismo estatal
y el Estado del bienestar comportan una eficiencia económica menor y
costos muy elevados, existen importantes razones de índole ética, rela-
tivas al bien común y a la justicia social, que nos obligan a seguir ese
camino. Me parece que en los capítulo III y IV, al tratar de la justicia y
de la justicia social, ha quedado suficientemente claro que esas supues-
tas motivaciones éticas son inconsistentes.
Cabe añadir ahora, con R. Termes, que existen al menos tres razo-
nes por las que un sistema social fundamentado en la libre iniciativa
económica de los ciudadanos es desde todo punto de vista preferible a
un sistema configurado por el intervencionismo económico estatal28.
La primera razón es que el intervencionismo estatal engaña a los
ciudadanos cuando les esconde su insostenibilidad económica y social.
Aun siendo conscientes de la elevada presión fiscal, los ciudadanos
piensan que el Estado ofrece una amplia protección a un precio razona-
ble. Pero la realidad no es así. La actual presión fiscal, que no podrá se-
guir aumentando indefinidamente, deprime los sectores productivos de
27 Cfr. L. von Mises, La acción humana, cit., capp. 27 a 36.28 Cfr. R. Termes, Desde la libertad, Eilea, Madrid 1997, pp. 153-159.
33
la economía, haciendo disminuir la base total imponible. El Estado se
ve obligado a operar en déficit, a lo que sigue el aumento de la deuda
pública y la puesta en marcha de los procesos de expansión crediticia
de los que ya hemos hablado, entre los que está la inflación, que es un
impuesto camuflado e inmoral29. La inflación, escribía Röpke, «es tan
antigua como el poder de los gobiernos sobre el dinero; igual que las
teorías y las ideologías que la justifican o intentan justificarla»30. Se de-
sencadena una espiral que causa la crisis del crédito, la fuga de las in-
versiones y la depresión general del sistema económico y, al final, son
las familias, los trabajadores sin empleo y los jóvenes quienes acaban
pagando el precio.
La segunda razón, la más importante, es de orden antropológico.
El intervencionismo estatal deforma el ánimo de los ciudadanos. Es jus-
to que el Estado, en el ejercicio de su función subsidiaria, intervenga
para remediar las situaciones de indigencia que la sociedad no consi-
gue resolver. Pero, como escribe Termes, «el error del Estado de Bien-
estar es haber querido que esta protección se universalizara, alcanzan-
do al inmenso número de aquellos que, sin necesidades perentorias, de-
bían haber sido puestos a prueba para que dieran los frutos de que la
iniciativa individual es capaz; en lugar de ello, generaciones enteras
han sido adormecidas por el exceso de seguridad, con cargo al Presu-
puesto, y, lo que es peor, en detrimento de las unidades productivas de
riqueza, que, de esta forma, se sienten desincentivadas»31. Se inhibe la
función empresarial, y aumenta el desinterés por contribuir al bien co-
29 No nos podemos detener aquí sobre el problema de la inflación y de las políticasinflacionistas. Se vea cuanto escribió W. Röpke, Al di là dell’offerta e della domanda,cit., pp. 173-250.30 Ibid., p. 223 (traducción nuestra).31 R. Termes, Desde la libertad, cit., p. 156.
34
mún con la propia iniciativa y creatividad, de modo que las institucio-
nes se hacen cada vez más ineficientes y esclerotizadas. Sólo queda en
pie la ambición de un enriquecimiento veloz y sin esfuerzo, que se tra-
duce en mil formas de corrupción. Los efectos sociales son también ne-
gativos: leyes que querían favorecer el empleo crean paro; la ayuda a
los marginados da lugar a más marginación; las medidas contra la po-
breza hacen que haya más pobres; la protección de las madres solteras
y de las mujeres abandonadas hace que aumente su número32.
La tercera razón es que con el recurso a la iniciativa privada se
podrían obtener mejores resultados, una protección social mejor y me-
nos costosa. Todos saben que los sistemas privados de prestaciones so-
ciales son más eficaces y más baratos que los públicos. Los que defien-
den a toda costa los sistemas públicos invocan, de modo muy discuti-
ble, la primacía de la equidad sobre la eficiencia, porque saben muy
bien que la eficiencia no habla a su favor. Considero por eso que inclu-
so en los casos en los que el Estado debiese financiar total o parcial-
mente algunas prestaciones sociales, la provisión de esas prestaciones
debería estar a cargo del sector privado, porque lo haría mejor y con
un costo menor.
5. Mi propuesta
A lo largo de este libro ha quedado claro que mi convicción perso-
nal es que el bien de todos requiere que nos acerquemos lo más posible
a la economía de libre mercado. Pero a la hora de hacer una propuesta,
no puedo pretender que todos tengan mis convicciones y ni siquiera
32 Ibid., p. 157.
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que todos los lectores compartan todo lo que en estas páginas se ha ex-
puesto. Voy a formular por eso una propuesta más modesta y pienso
que más fácil de aceptar.
Las orientaciones de política económica asumidas condicionan no-
tablemente la vida y el bienestar de los pueblos, y tienen importantes
repercusiones antropológicas y éticas. La honestidad requiere alcanzar
una razonable certeza moral acerca de la bondad y eficacia de la políti-
ca económica que se asume. La certeza moral no es posible si no se co-
nocen bien las diversas propuestas de política económica y si no se lle-
va a cabo un diálogo honesto, abierto y sin prejuicios entre las diversas
posiciones.
Dejo de lado ahora el mundo de la política, que es muy complicado
y que a veces obedece a lógicas de reparto del poder a las que poco in-
teresa alcanzar algún tipo de certeza. Con esta propuesta, me dirijo al
mundo de los estudiosos de economía y de política económica y al de
los agentes económicos que operan en el mercado. Mi experiencia do-
cente me enseña que personas que han obtenido una licenciatura o un
master en importantes facultades y centros de estudios económicos, o
en importantes escuelas de negocios y administración de empresas,
terminan sus estudios sin ni siquiera saber de la existencia de orienta-
ciones de teoría económica diferentes del paradigma dominante neoclá-
sico-keynesiano, como son por ejemplo la Economía social del mercado
o la Escuela austriaca de economía. En congresos nacionales e interna-
cionales convocados para el estudio de problemas acuciantes del mo-
mento todos los invitados pertenecen a la misma o semejante orienta-
ción de política económica. En las escuelas de negocios o de adminis-
tración de empresas es frecuente la despreocupación por los problemas
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de teoría económica, lo que impide de raíz cualquier cuestionamiento
del paradigma dominante de economía política.
Mi propuesta consiste simplemente en afirmar que la responsabili-
dad social de los estudiosos de economía impone el conocimiento y es-
tudio recíproco, el diálogo abierto y sincero entre todos, la disponibili-
dad para escuchar, para poner en tela de juicio las posiciones económi-
cas recibidas, para explorar nuevas soluciones, para preguntarse si las
finalidades que buscamos no se podrían alcanzar antes y mejor median-
te otros medios. ¿Y por qué todo esto? Simplemente porque es la más
elemental exigencia del bien común y, para los cristianos, también de la
caridad.