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Universidad - LUVINA – – Revista Literaria de la ... · 87 z La babosa Kim Sin-yong ... premio de poesía Ch’on Sang-Pyong y el premio Nojak de literatura. 88 z Canción de

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U n i v e r s i d a d d e G U a d a l a j a r a

Universidad de Guadalajara

Rector General: Marco Antonio Cortés Guardado

Vicerrector Ejecutivo: Miguel Ángel Navarro Navarro

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Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño: Mario Alberto Orozco Abundis

Secretario de Vinculación y Difusión Cultural: Ángel Igor Lozada Rivera Melo

Luvina

Directora: Silvia Eugenia Castillero < [email protected] >

Editor: José Israel Carranza < [email protected] >

Coeditor: Víctor Ortiz Partida < [email protected] >

Corrección: Sofía Rodríguez Benítez < [email protected] >

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Transcripción y corrección: Dolores Garnica

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Antonio Ortuño, León Plascencia Ñol, Laura Solórzano, Jorge Zepeda Patterson.

Consejo consultivo: Luis Armenta Malpica, José Balza, Adolfo Castañón, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos,

Luis Cortés Bargalló, Antonio Deltoro, François-Michel Durazzo, José María Espinasa, Hugo Gutiérrez Vega,

José Homero, Christina Lembrecht, Tedi López Mills, Luis Medina Gutiérrez, Jaime Moreno Villarreal,

José Miguel Oviedo, Luis Panini, Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jesús Rábago, Daniel Sada,

Sergio Téllez-Pon, Julio Trujillo, Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Miguel Ángel Zapata.

Programa Luvina Joven (talleres de lectura y creación literaria en el nivel

de educación media superior): Sofía Rodríguez Benítez < [email protected] >

Luvina / Paisajes Coreanos se publica con el apoyo del Instituto de Traducción Literaria de Corea

Selección y coordinación editorial: León Plascencia Ñol

Luvina, revista trimestral (invierno de 2011)

Editora responsable: Silvia Eugenia Castillero. Número de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título: 04-2006-

112713455400-102. Número de certificado de licitud del título: 10984. Número de certificado de licitud

del contenido: 7630. issn: 1665-1340. Luvina es una revista indizada en el Sistema de Información Cultural de conacuLta

y en el Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España

y Portugal (Latindex). Año de la primera publicación: 1996.

D. R. © Universidad de Guadalajara

Domicilio: Av. Hidalgo 919, Sector Hidalgo, Guadalajara, Jalisco, México, C. P. 44100. Teléfonos: (33) 3827-2105

y (33) 3134-2222, ext. 1735.

Impresión: Editorial Pandora, S. A. de C. V., Caña 3657, col. La Nogalera, Guadalajara, Jalisco, C.P. 46170.

Se terminó de imprimir el 1 de diciembre de 2011.

www.luvina.com.mx

6 z La paradoja del sufrimiento y el goce de la imaginación: semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx

Wu, Chan Je

19 z Cuatro poemas Yi Sang (1910-1937). Es la figura más polémica y a la vez la más apreciada de la

moderna literatura coreana. La editorial española Verbum publicó su poesía com-pleta en 2003.

23 z Primero arranca esa foto y úsala para limpiarte el culo Kim Su-young (1921-1968). En vida publicó un solo libro: Tallara ui changan (Un

juego jugado en la Luna). Trabajó como profesor y periodista. Murió en un acciden-te de coche.

26 z Tengo derecho a destruirme (parte I) Kim Young-ha (1968). Ha publicado cuatro novelas y numerosos cuentos en su

Corea natal. Recibió los premios literarios Dong-in, Hyenondadae e Isan.

32 z Tres poemas Kim Keun (1973). Con su debut liteario obtuvo el premio Munhakdongne de Nuevo

Escritor. Publicó el libro de poemas Las excursiones del niño serpiente.

34 z ¿En serio? Soy una jirafa (fragmento) Park Min-gyu (1968). Ha publicado un libro de cuentos y cuatro novelas. Ha gana-

do numerosos premios desde su primera obra literaria, publicada en 2003.

40 z Tres poemas Moon Tae Jun (1970). Es uno de los poetas más populares de su generación. Ha

publicado tres libros de poesía y obtenido cuatro importantes premios literarios en Corea.

42 z El descubrimiento de la soledad (fragmento) Eun Hee-kyung (1959). Su primera novela, El regalo del ave (Emecé, 2009), obtuvo

el prestigioso premio de ficción Munhakdongne.

Índice

L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1 54 L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1

48 z Dos poemas Oh Sae-young (1942). Ha recibido varios e importantes premios en Corea. En Mé-

xico se publicó su poemario Más allá del amor (Aldus, 2003).

50 z El huésped (capítulos finales) Hwang Sok-yong (1943). Ha obtenido varios premios literarios en Corea y en el

extranjero. Es el novelista de más renombre de su pais. En México se publicó su novela El huésped (Ediciones del Ermitaño, 2008).

53 z ¿Qué? (poemas zen) Ko Un (1933). Su obra registra más de 120 títulos entre poesía, novela y ensayo lite-

rario y ha sido publicada en más de 15 países. Es un constante candidato al Premio Nobel y uno de los autores más importantes de Corea.

55 z Dos poemas Shin Kyong-Nim (1935). Uno de los grandes poetas coreanos. Publicó su primer

libro en 1956. Dejó de escribir varios años para dedicarse a diferentes oficios. Volvió a la escritura en 1970.

57 z Tres poemas Lee Si-Young (1949). Ha publicado ocho libros de poesía. Obtuvo el premio de poe-

sía Chungang Ilbo en 1969. Es profesor de literatura en la Universidad de Chungang.

59 z Palabras inconclusas Yoon Sung-hee (1973). Obtuvo el premio Artista del Año en 2005, el de Literatura

Contemporánea en 2005 y el Isu de Literatura en 2007.

63 z El canto de la espada (un capítulo) Kim Hoon (1948). Su segunda novela, El canto de la espada (Trotta, 2005), se con-

virtió en un best-seller y fue galardonada con el prestigioso premio literario Dong-in en 2001.

69 z El mar de la poesía Lee Hyong-gi (1933). Se publicó en México su libro La ciudad inmortal (Fundación

Dae San y Universidad de Guadalajara, 1998).

70 z Dos poemas Lee Byungryul (1967). Es miembro activo del grupo poético El poder de la poesía.

Ha publicado dos colecciones de poemas y obtenido dos prestigiosos premios.

72 z Tres poemas Kim Sa-In (1955). Ha publicado dos volúmenes de poesía y ha recibido numero-

sos premios. Es profesor de escritura creativa desde el año 2000 en la Universidad Dongduk de mujeres.

74 z Dos poemas Ann Heon Mi (1972). Publicó su primer libro de poemas, En profundidad, en 2006.

La metamorfosis es el tema principal en su poesía experimental.

76 z La ciudad juguete (un capítulo) Lee Dong-ha (1942). Es profesor de escritura creativa en la Universidad de Chung-

ang. Ha recibido numerosos premios literarios en Corea.

80 z Tres poemas Kim Kyung Ju (1976). Ha escrito poesía, narrativa y teatro. Escribe para varias

revistas y dirige Chuurining Baram, un laboratorio interdisciplinario de artistas de diferentes áreas.

83 z Cenizas y rojo Pyun Hye-young (1972). Es autora de tres libros de relatos y una novela. Obtuvo el

prestigioso premio Hanguk Ilbo en 2007.

87 z La babosa Kim Sin-yong (1945). Ha escrito siete libros de poemas y dos novelas. Obtuvo el

premio de poesía Ch’on Sang-Pyong y el premio Nojak de literatura.

88 z Canción de la mujer madura Moon Chung-hee (1947). Obtuvo el Premio de Literatura Contemporánea en 1976

y el Kim Sowol en 1996.

89 z Dos poemas Ra Hee-duk (1966). Ha publicado tres libros de poesía y ha merecido numerosos

premios literarios. Es profesora de escritura creativa en la Universidad de Chosun.

91 z Dos poemas Hwang Ji-woo (1952). Ha publicado siete poemarios y recibido los más prestigio-

sos premios literarios de Corea. Enseña arte dramático en la Academia Coreana de Teatro.

94 z La crianza de la golondrina (fragmento) Yun Dae Nyeong (1962). Ha publicado cinco libros de relatos y cinco novelas. Ha

recibido varios prestigiosos premios literarios coreanos.

98 z Fotógrafo en blanco y negro (fragmento) Han Yujoo (1982). Obtuvo en 2003 el premio de Nuevos Escritores de Literatura y

Sociedad. Ha publicado los libros de relatos A la Luna y Libro de hielo.

L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1 7Wu, Chan JeLa paradoja del sufrimiento y el goce de la imaginación: semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx

1. La paradoja del sufrimiento

Desde muy antiguo, en Oriente se ha hecho mucho énfasis en el sentido profundo de la flor de loto, que florece en el lodo, y a su sabiduría. Por su-puesto, no fue así sólo en Oriente. El respeto hacia el loto, convertido en flor a través de un rito de iniciación que conlleva un largo y penoso proceso de sufrimiento, ha sido siempre un tema universal de la humanidad. La para-doja del sufrimiento está presente no sólo en las ilustraciones del budismo, representada en la flor del loto, sino incluso en los mismos logros artísticos y científicos, de manera que no es raro encontrarse con ella en la literatura, sea en Oriente como en Occidente. Cuanto más doloroso es el sufrimiento, más se enriquece su contradicción, tanto es así que en las grandes literatu-ras, la paradoja está en el mismo goce de la imaginación, que se contrapone a los abismos de la agonía.

El siglo xx fue una época especialmente dura. Aparecieron y desapa-recieron un sinf ín de historias repletas de sufrimiento, así como muchas guerras, incluidas las dos mundiales, repentinas ansias imperialistas y re-beliones de las colonias, masacres, como las de Auschwitz, y otras grandes y pequeñas revoluciones y sus contrarrevoluciones. Lo mismo ocurrió en Corea. El imperialismo japonés nos tuvo sometidos durante 36 años. Luego, con la independencia en el año 1945, el país, por voluntades ajenas, quedó dividido en dos partes: norte y sur. En 1950 estalló la contienda civil, que duró tres años y nos arrastró a todos a una posguerra sembrada de pobreza, una pobreza terrible y despiadada. La revolución de abril de 1960 trató de derrocar la dictadura y establecer la democracia en el país, pero estalló un golpe de Estado y el poder político pasó a manos de una gobierno militar que duró otros muchos años. Luego, en mayo de 1980, en un nuevo intento de democratización en la ciudad de Gwangju, un número incalculable de

víctimas perdieron la vida. Sin embargo, los coreanos aprendimos a superar el dolor de todas estas desgracias y conseguimos un crecimiento económico inimaginable, democratización política, estabilidad social y una gran ma-durez cultural. A lo largo de este proceso, la literatura coreana, reflejo de su realidad, ha venido cultivando una historia literaria llena de paradojas del sufrimiento.

Intentaré presentarles de forma breve el semblante de la literatura corea-na a fines del siglo xx, y para ello la dividiré en tres etapas: la literatura de la independencia y la guerra civil (1945-1959), la literatura del período de la democratización y de la industrialización (1960-1988) y la literatura de la postindustrialización (1989 en delante).

2. La independencia y la recuperación del idioma nacional: literatura de posguerra

El 15 de agosto de 1945, Corea consiguió su independencia frente a los 36 años de imperialismo japonés, pero no por ello logró hacer realidad su sueño de construir un Estado nacional moderno. Las circunstancias en las que se encontraba, más la división ideológica, nos obligaron a establecer dos gobiernos independientes territorialmente divididos: el norte y el sur. Unos años más tarde, en 1950, estalla la guerra civil coreana, que se pro-longa durante tres años. Cesa el fuego, pero no la intolerancia ideológica y política de ambas partes, que se acentúa aún más, dejando al país en un estado de raquitismo económico que marcará la vida de todos los corea-nos durante la década de los cincuenta, y con un régimen corrupto, el de Lee Seung-man, que consigue su segundo mandato por un fraude electoral, desencadenando la revolución estudiantil del 19 de abril de 1960 y su pos-terior derrocamiento.

En la segunda mitad de la era colonial, se prohibió el uso del idioma co-reano (hangul), pero con la liberación, se recuperan tanto la lengua como el territorio, y se abren posibilidades para un mundo literario que empieza a estrenarse. Sin embargo, la casi inmediata división del país impuso una nue-va opresión a los escritores: la ideológica. En el caso de Corea del Sur, las ma-nifestaciones literarias de tendencia izquierdista se censuraron en pro de un nacionalismo conservador. La literatura se centró, entonces, en problemas universales del ser humano y dejó a un lado la realidad particular e histórica de su pueblo. En esta línea están las obras de Kim Dong-ni y Oh Myeong-su, inspiradas en emociones derivadas de su tradición y en ideas chamanistas, pues, sobre todo el primero, trata de encontrar un camino propio para el espíritu, reaccionando contra el mundo occidental y moderno, con temas

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siempre basados en la identidad de la raza coreana y su folclor. Sin embargo, hubo otra vertiente de escritores, cuyas obras, de un fuerte realismo acorde al mundo sombrío de aquella época devastada por la posguerra, describen el desmoronamiento de la ética social y de las costumbres del momento o de-nuncian la crueldad de la guerra en una desesperante búsqueda de la digni-dad humana. Sus autores principales son Hwang Sun-won, Choi In-hun, Son Chang-sop, Jang Yong-hak, Yi Bum-sun, Suh Ki-Won, Ha Geun-chan y Lee Ho-chul. Hwang Sun-won escribió novelas que exploran las coordenadas espirituales del tiempo perdido, en los recuerdos afines y las emociones hu-manas que identifican al pueblo coreano; y Son Chang-sop lo hizo sobre la marginación llevada a extremos en la que vivió el «pequeño e insignificante» ser humano de la paupérrima sociedad de posguerra.

En el caso de la poesía, el esfuerzo principal estuvo en recuperar el idio-ma nacional, centrándose principalmente en los recursos técnicos de la líri-ca tradicional coreana. Así lo hicieron los poetas So Chong-ju, Yu Chi-hwan y Park Mok-wol, que ya escribían desde la época colonial, y otros, como Park Jae-sam, Lee Hyong-gi, Jun Bong-geun, Kim Kwang-Sop, Kim Jong-sam y Kim Jong-gil, que renovaron la tradición. De entre ellos, So Chong-ju es el poeta que mejor ha representado la fusión de lo occidental y lo coreano, pero también el que mejor ha sabido sublimar las emociones, elevando la calidad de nuestra poesía. Yu Chi-hwan, por su parte, canta a la vida y a sus seres vivos, en un intento por superar el nihilismo; y Lee Hyong-gi escribe con gran lirismo sobre la providencia de la naturaleza, lo mismo que hace el poeta Kim Jong-gil, cuyo espíritu literario, en un afán de superar tiempos dif íciles, busca la comunión espiritual con la naturaleza.

Hay, sin embargo, otras vertientes que tienden hacia el modernismo, con poemas más prosaicos que hablan sobre vidas urbanas, y critican la autori-dad existente y su absurda realidad. En este grupo de poetas, encontramos a Kim Su-young, Kim Chun-su, Park In-hwan y a Song Wook, cuya impor-tancia, en especial la de los dos primeros, está en el hecho de que ampliaron el panorama de la poesía coreana con poemas experimentales basados en un impulso renovador.

3. La literatura del período de la democratización y de la industrialización

El anhelo de la democracia estalló en la revolución de abril de 1960 y, aun-que quedó inmediatamente frustrado por el golpe militar de 1961, supuso un estímulo decisivo para el derrotismo político que imperaba dentro de la atmósfera social. Con un gobierno militar en el poder, la democratización

quedó apartada a un lado, y la modernización económica del país se convir-tió en la prioridad máxima.

La dictadura militar continuó ejerciendo su gobierno de opresión du-rante los años setenta, cada vez con más rigor. La libertad política quedó prácticamente anulada y la tensión se hizo mucho más evidente en toda atmósfera social. Sin embargo, por el lado económico, fue, sin duda, uno de los momentos más prósperos y sorprendentes de su crecimiento, conocido como el «milagro del río Han». Las estrategias de modernización indus-trial dirigidas por el gobierno dieron resultados, aunque a costa de muchos sacrificios y demás efectos secundarios, en general bastante negativos: se destruye el campesinado, se agiganta la desigualdad entre ricos y pobres, y la acelerada urbanización provoca problemas de contaminación, destru-ye tradiciones y se desarticulan las costumbres, pero, por encima de todo, aumenta la insatisfacción de los trabajadores, que, en su mayoría, vivieron condenados al margen de la distribución económica. Sin embargo, hay otros rostros en aquella sociedad y uno de ellos está representado por la cultura joven, con sus guitarras, los jeans, las melenas y la minifalda, símbolos de libertad y resistencia, y de incipientes movimientos de democratización.

A fines del año 1979, nada más concluirse los 18 años del régimen de Park Jung-hee, la sociedad coreana revivió otro momento de euforia con la esperanza de una democracia para el país. No obstante, la revolución de-mocrática de Gwangju fracasó y se restableció otro mando militar, aunque ya nada fue igual: la resistencia política por parte de los intelectuales, de la clase obrera y de los estudiantes cobró una gran fuerza y quedó constatado el anhelo del pueblo coreano por la democracia. Pese a las duras represiones políticas, el derrumbamiento de las fuerzas del poder y el orden se había hecho ya evidente en muchos aspectos de la sociedad, una sociedad que se-guía creciendo, con cambios y progresos que le permitieron celebrar como país anfitrión eventos internacionales de una gran magnitud, como los Jue-gos Asiáticos de 1986 y los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. En volumen económico, el país prosperó y mejoró la calidad de vida de sus ciudadanos. La cultura se abrió a la libertad individual y, a nivel político, las enmiendas constitucionales y las elecciones presidenciales de 1987 parecían otorgarle un tinte más democrático.

La revolución del 19 de abril de 1960 fue un acontecimiento político pero también tuvo repercusiones culturales, pues, si bien la política se democra-tizó, también la cultura y la literatura resurgieron con una nueva energía. Muchos escritores empezaron, junto a la generación de jóvenes escritores formados sólo en el idioma nacional (hangul) —o sea, los que comenzaron a estudiar una vez conseguida la independencia del país—, a anhelar nuevos

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estilos y técnicas creativas, liderando cambios y revoluciones aun en el mis-mo ámbito literario. Fueron épocas muy sombrías y dolorosas, pero supieron salir adelante y sobreponerse en la paradoja del sufrimiento para crear nue-vos hitos en la historia de la literatura nacional: el de la década de los setenta, conocida por la agudeza de su prosa como «la era de las novelas»; y el de los años ochenta, por sus elaborados e intuitivos versos, «la era de la poesía».

Entre el grupo de novelistas de los años 70 que mejor plasmaron el su-frimiento de una patria dividida está, sin duda, el de los novelistas Choi In-hun, Lee Ho-chul, Hong Sung-won, Jeon Sang-guk, Kim Won-il, Jo Jong-nae, Hwang Sok-yong, Yu Jae-yong, Hyun Ki-young, Lim Chul-woo y Lee Chang-dong, entre otros. Choi In-hun, que en su obra La plaza, escrita en 1960, analizó desde su introspección intelectual el dolor de la patria dividi-da, en 1994 lo vuelve a hacer con otra de sus novelas, La tópica, pero cen-trándose no sólo en los problemas de la división del país sino, de un modo general, en todo el entramado mundial del siglo xx. Yun Heung-gil, en su novela Lluvias, trabaja el tema del chamanismo como forma de aliviar las secuelas del resquebrajamiento patrio; y Hwang Sok-yong, que, si bien ya desde los años setenta había venido atacando las represiones ideológicas y políticas derivadas de la división, es en el año 2001 cuando se da a conocer de forma definitiva con su novela El huésped, obra escrita en un intento de superar el desligamiento de la patria por medio de la comunicación, el per-dón y su reconciliación.

Un segundo grupo de escritores, con una narrativa basada en la dialéctica entre la opresión política y la libertad, estaría formado por Choi In-hun, Jeon Sang-guk, Yi Chong-jun, Lee Byung-ju, Jeong Ul-byung, Ho Young-song y Yi Mun-yol. El novelista Yi Chong-jun ha hecho duras críticas de la realidad en muchas de sus obras, caso de la novela Paraíso cercado, donde vitupera con severidad todo sistema de opresión a la libertad, en busca de un mundo más armónico. Yi Mun-yol, autor de Nuestro frustrado héroe y de otras muchas obras narrativas, se mete de lleno en el dolor individual y en las secuelas de-jadas por la represión política y sus dificultades de superación.

El tercer grupo estaría formado por los que se interesaron en otro tema clave de aquellos años: la industrialización. Y son: Hwang Sok-yong, Cho Se-hui, Lee Mun-gu, Yun Heung-gil, Mun Sun-tae y Lee Dong-ha, escritores cuyas obras se acercan a la realidad de la clase obrera, su marginación en las urbes, la desigualdad de clases cada vez más acentuada, el materialismo, la pérdida de valores sociales y el problema del derrumbe de la tradicional sociedad campesina.

Cho Se-hui en su obra Una pequeña pelota lanzada por un enano plasmó esta realidad, los enfrentamientos entre el mundo obrero y el de los capita-

listas, con el deseo de un mundo mejor, donde impere el amor y la justicia, tal como ocurre en «la banda de Moebius». Lee Mun-gu lamenta en sus no-velas el desmoronamiento de los valores tradicionales de nuestra sociedad, debido a la industrialización. Lee Dong-ha, en La ciudad juguete, describe la penosa situación de la infancia en una gran ciudad, una infancia baldía no sólo por lo económico sino por su pobreza espiritual.

Con el cuarto grupo, la reacción de la narrativa ante la industrializa-ción ha cambiado. Los años ochenta traen una mayor diversidad laboral y aparece la clase media. Kim Won-woo critica, desde la perspectiva de un intelectual, la vanidad de la clase media; Park Young-han, a partir de una visión retrospectiva, describe el paisaje cultural de la clase media; y Kim Young-hyun, Jeong Do-sang, Bang Hyun-sok y Jeong Wha-jin engendran una narrativa de trabajadores, involucrándose con sus conocimientos en la lucha de la clase obrera.

El quinto grupo es el de la narrativa urbana. Además de Kim Sung-ok, considerado pionero de ideales revolucionarios en los años sesenta, de Seo Jeong-in, que abrió un nuevo camino a las novelas realistas, con un estilo mucho más experimental, y Choe In-ho, representante de la sensibilidad de los setenta; están los escritores Park Wan-seo, Kim Yong-seong, Lee Dong-ha, Cho Hae-il, Cho Sun-jak, Han Su-san y Park Bum-sin, magníficas plumas que trazan luces y sombras de la por entonces ya imperante vida urbana.

El grupo sexto lo formarían las escritoras, cuya aparición en el campo narrativo es otra de las aportaciones del período. Novelistas como Park Kyung-ni, Park Wan-seo, Oh Jung-hee, So young-en y Yang Gui-ja exami-naron las posibilidades de superar un mundo tan afligido a través de la femineidad. Park Kyung-ni, autora de la vasta obra titulada Tierra, y Park Wan-seo, de Inolvidado, recrearon inmensas sagas familiares de la mujer coreana, y Oh Jung-hee elevó de forma incuestionable el nivel de la narra-tiva femenina.

El séptimo grupo lo componen aquellas obras en las que se pretende buscar formas de redención para una vida sembrada de sombras. Eso hicie-ron los escritores Lee Je-ha y Yi Chong-jun, indagando por terrenos artísti-cos; Park Sang-ryung, Yi Chong-jun, Han Seung-won, Kim Seong-dong y Yi Mun-yol, por lo religioso; Park Kyung-ni, Hong Sung-won, Yu Hyun-jong, Hwang Sok-yong, Kim Won-il y Kim Joo-young, por lo histórico; y Yun Hu-myong, mediante la paradoja de las ruinas y el nihilismo.

Al octavo grupo pertenecen las novelas experimentales, inspiradas en la renovación. Hu Woon-sok, Choi Un-seok, Choi Sang-gyu, Yi In-seong y Choi Su-chol son sus mayores representantes, sobre todo los dos últimos, que llevaron la novela experimental coreana a su auge en los años ochenta.

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La poesía también experimentó grandes y significativos avances. Ante todo, los poetas modernistas dinamizaron esfuerzos por su renovación estética, algunos para expresar aspectos humanos, distorsionados por la acelerada industrialización, pero siempre desde una visión intelectual que les permi-tiera hacer un uso más experimental tanto del lenguaje como del estilo. Los poetas Hwang Tong-gyu, Chung Jin Kyu, Chong, Hyon-jong, Ma Chong-gi, Oh Kyu-won, Choi Seung-ho, Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Nam-chul y Jang Jeong-il escribieron sobre las contradicciones de la época y de la vida en general, a partir de posturas individuales que proporcionaron a sus obras una sensibilidad y un lenguaje muy personales, propios de su identi-dad. Hwang Tong-gyu creó una estética callejera, que él llamó «la poética de la calle», en la que, en un lenguaje delicado y de gran elegancia, hace memoria de los paisajes y retazos de vidas humanas, de esos detalles tan humanos como reales, recogidos por él mismo en su transitar por las calles. Chong Hyon-jong se dedicó a la variedad. Sus obras tocan temas que van desde el sentido existencialista de la realidad y de los seres humanos hasta la ecología. Su poética se basa en las pausas y en sus ritmos libres, técnicas que nos preparan para la conmovedora comunión final. Oh Kyu-won escribió muchos poemas urbanos y experimentales, con una ciudad industrializada de trasfondo. Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Nam-chul y Jang Jeong-il son los representantes genuinos de la poesía experimental coreana en los años ochenta. De todos ellos, Hwang Ji-woo fue quien mejor materializó la realidad a través de un lenguaje tan propio como renovador que lo elevó a las cimas del experimentalismo. Fue capaz de extraer de lo cotidiano, lo liviano, y hasta de lo vulgar, tanto conocimiento como nuevas ideas, a la par extraordinarios. Un entendimiento profundo de la realidad y su talento para destapar los sentidos ocultos, sentidos aún desconocidos, impresionaron a sus lectores de tal manera que, deslumbrados, saborearon el placer de sus revelaciones. Sin embargo, lo que realmente llama la atención de nuestro poeta es su habilidad para convertir en poesía todo aquello que, sea poético como prosaico, acontece a su alrededor.

Muchos son los escritores que han ennoblecido la poesía coreana, ha-ciéndola aún más bella. Oh Sae-young indagó en las profundidades de nuestra existencia mediante la poesía lírica tradicional y, de esta manera, por medio del lirismo y la filosof ía, criticó también la civilización. Moon Chung-hee, con una visión delicada y femenina, conduce a los lectores a la introspección para reflexionar sobre la bondad y la belleza humanas. Inten-tó en sus obras reconciliar los extremos: femenino-masculino, civilización-naturaleza, libertad-represión o deseo-razón, en busca de un mundo más esencial, alejado de dicotomías. Jo Jeong-kwon es el poeta que dio forma

al espiritualismo oriental haciendo uso de un lenguaje muy modernista. Su esfuerzo por llegar a la iluminación espiritual se proyectaba en la nitidez y pureza de su espíritu ante la realidad.

También hubo muchos poemas de crítica social. Kim Chi-ha, Shin Kyong-Nim, Ko Un, Cho Tae-il, Lee Sung-bu, Jeong Hee-weong y Lee Si-Young fue-ron algunos de ellos y lo hicieron remontando sus emociones nacionales al pansori o a los tradicionales cantos folclóricos. Kim Chi-ha publicó un damsi (diálogo poético en el que se narran leyendas, mitos o acontecimientos miste-riosos o trágicos de la Naturaleza), una expresión poética en la que incorporó sentimientos autóctonos del país, lo cual produjo un impacto tanto a nivel político como literario. Kim Chi-ha, una de las voces más políticas de los años setenta y ochenta, se transformó en los años noventa en uno de los creadores que más atención ha prestado al tema de la ecología y el respeto a la vida; y Shin Kyong-Nim fue de los primeros en interesarse por la realidad de los campesinos, tema al que la poesía nunca había prestado demasiada atención, y, al igual que muchos de sus coetáneos, se valió de ritmos tradicionales, al estilo de los cantos folclóricos, con el fin de recrear un nuevo estilo poético. Sus poemas transforman la dolorosa realidad del pueblo en alegres melodías, como parte de una estética de la paradoja. Ko Un cantaba en los años sesenta el nihilismo inspirado en el budismo y en los principios del zen, pero en los años setenta cambia de vertiente para enfrentarse cara a cara con la realidad política, convirtiendo la historia en el factor decisivo de sus obras de mayor envergadura, así como de sus poemas en cadena, Diez mil vidas, y de su poe-ma épico La montaña Bekdusan. Lee Si-Young inició su carrera como poeta modernista, pero, influido por los movimientos de democratización de las dé-cadas de los setenta y ochenta, pasó también a escribir poemas realistas, que combinan la realidad concreta con el criticismo intelectual, y otros muchos poemas líricos, en los que a través de un lenguaje muy depurado, saca a luz las sombras ocultas tanto de la realidad diaria como de su acongojada historia.

En la década de los ochenta, con el fervor de la democratización, apare-cieron muchos poemas criticando duramente la realidad. Por un lado, están Pak No-he, Baek Mu-san, Ha Jong-oh, Kim Nam-ju y Kim Jong-hwan, que nos recuerdan a través de sus poemas la existencia de la clase obrera; y por otro, Choi Sung-ja, Kim Hye-sun, Kang Un-kyo, Kim Seung-hee y Ko Jung-hee, quienes a través de su mirada, amplian el panorama poético femenino.

4. La sociedad postindustrial y la literatura como escape

Tras los Juegos Olímpicos en Seúl (1988), Corea entra a su etapa postin-dustrial con una cierta democracia política. Los movimientos de resistencia

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colectiva han disminuido notablemente, influidos por los cambios de valo-res en la historia mundial, así como por la caída del socialismo en la Europa del Este a finales de los años ochenta. Desaparecen los macrodiscursos y, en lugar de las ideologías políticas o el bien público, lo que prima es la felici-dad y los anhelos individuales. Las jóvenes generaciones persiguen de forma activa la individualidad fascinados por los lujos de la cultura popular y el consumo desmedido. Las costumbres sociales, las obligaciones o la ética, en general, van perdiendo terreno, y los discursos sobre el futuro y sus espe-ranzas ya no hacen mella, pues, por encima de todo, impera la vida a diario. Incluso hay cambios de percepción espacial, pues muchos buscan el sentido de sus vidas en los cada vez más frecuentes viajes al extranjero. Se fomentan la cultura popular y el ocio, la industria digital e internet dominan por do-quier y ya todos, consumidores de estos nuevos productos sociales, manejan otros valores, deseos y sentidos nuevos, formas de relacionarse y placeres diferentes. El espacio digital, convertido en la nueva tierra. En el siglo xxi esta tendencia se ha generalizado aún más. Junto a las políticas de digitaliza-ción llevadas a cabo para acelerar la tardía industrialización del país, Corea se ha convertido en una potencia tecnológica. Sin embargo, el país tiene pendiente dos tareas para este siglo: la frecuente inestabilidad económica que padece a partir de la crisis financiera del año 1998 y el paro juvenil, pro-blemas que obligan a volver la mirada a la realidad, pero una realidad en la que conviven lo real y lo virtual, y que, por tanto, cuestiona situaciones muy diferentes de las de las décadas setenta y ochenta.

En una época como la actual, los poeta abarcan espectros líricos mu-cho más variopintos, que van desde lo rutinario y urbano hasta lo natural y ecológico; aunque hoy por hoy dominan los problemas de la vida diaria en las urbes, su consumo y desmedido placer por lo material ha llevado a que muchos poetas con sensibilidad se sientan desengañados y busquen res-puestas en la contemplación del nihilismo. Choi Seung-ho, Ki Hyoung-do, Lee Mun-jae, Lee Kap-su, Choi Young-chul, Kim Ki-taek y Jeong Hae-jong describieron con gran claridad y dramatismo la desilusión que generan estas ciudades inmersas en la vulgaridad. Los poemas de Ki Hyoung-do, poeta de gran influencia en los años noventa, son una buena muestra de ello, pues carga las tintas de un lenguaje grotesco y aguado para reflejar el sinsentido de unas existencias tan banales.

Muchos poemas de la época mostraron su antagonismo hacia la seduc-ción que ejerce la cultura de consumo en las ciudades. Ejemplos claros de ello serían las obras de Ham Sung-ho, Jang Kyung-rin, Ha Jae-bong y Lee Seung-ha, además de Jang Jeong-il con sus Reflexiones sobre una hambur-guesa, Ryu Ha con su Iremos a Apkujong-dong cuando sople el viento y Ham

Min-bok con su poemario Promesas del capitalismo, donde se exhiben esos deseos humanos hinchados por el hambre, en un espacio cultural estética-mente materialista de la que afloran estos poemas con una profunda intros-pección crítica sobre el capitalismo.

También los poemas de Kim Tae-hyung, Lee Won, Sung Ki-wan y Seo Jung-hak son productos de una reacción contra los mecanismos de una so-ciedad postindustrial, tan corrosivos para la cultura popular. Kim Sin-yong se interesa por la cara oscura de la postindustrialización, a primera vista siempre tan esplendorosa, y ofrece a través de su escritura, consuelo a los afligidos, cuando su mismo entorno era tan dif ícil como doloroso.

Apareció una corriente poética en busca de un espacio lírico desurba-nizado: los poemas ecológicos, donde las ciudades son descritas de manera grotescamente consumista. La contemplación de la naturaleza siempre ha sido algo inherente a la poesía, pero es mucho más significativa cuando nos enfrentamos a una situación de crisis, que conocemos como «era del capi-talismo consumista», cuya reflexión se basa en la civilización urbana y en el egocentrismo humano, para reconocer la naturaleza, el medio ambiente y la ecología como horizontes más generosos. Los poemas ecológicos de la época se interesaron por temas muy variados: la naturaleza como una pro-puesta alternativa a la decadencia de la vida mundanal, testimonios de me-dios ambientes dañados, búsqueda de vidas más auténticas, cumplimiento de una ética ecológica o la poesía zen, con inclinaciones hacia el espiritua-lismo. Pertenecen a este grupo los poetas Kim Chi-ha, Chong Hyon-jong, Kim Kwang-Kyu, Jo Jeong-kwon, Choi Seung-ho, Ko Jin-ha, Kim Sa-In, Lee Mun-jae, Ko Jae-jong, Lee Yun-hak, Cha Jang-ryong, Park Hyung-jun, Lee Jeong-rok, Mon Tae Jun y Kim Keun.

Kim Sa-In se dirige a lo hondo del paisaje y abraza a los desahuciados de la gran corriente del mundo, buscando proporcionarles un alivio al alma. El universo perdido está en el fondo del paisaje, donde reside la posible recu-peración de la naturaleza humana. Mon Tae Jun es otro de los poetas reflexi-vos, con versos que fluyen como «profundos silencios aterciopelados» que fusionan el presente con antiguos recuerdos que remontan la inconciencia ecológica y se proyectan hacia la naturaleza, fuente de la poesía lírica. El poeta Kim Keun canta también la comunión entre la naturaleza y el ser hu-mano, y lo hace con ritmos suaves, pero cargados de fuerza vital.

Asimismo, destaca el papel de las poetizas, que por medio de la poesía, han trabajado por encontrar su identidad femenina. Las condiciones socio-culturales en las que se desarrollan los discursos de la posmodernidad y la estética de lo femenino, posibilitaron recuperar valores dañados e indagar so-bre su verdadero sentido, un sentido de la feminidad desligado prácticamente

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de la maternidad y del machismo. Muchos de los poemas de Chun Yang-hee, Kim Seung-hee, Kim Hye-sun, Kim Jeong-ran, Hwang In-suk, Hu Su-kyung, Ra Hee-duk, Li Jin-Mieung, Choi Jeong-rye, Ann Heon Mi son esfuerzos líri-cos en los cuales, pese a la individualidad tan distinta de cada una de ellas, se exploran posibilidades de recuperar la alteridad femenina frente a un orden masculino y de redescubrir su propia ontología. La feminidad despierta el inte-rés por el cuerpo y sus imágenes, tema recurrente que acaba desarrollando una particular estética para la lírica; pero también por las reflexiones sobre el ra-zón-centrismo y la estética de la posmodernidad. Chung Jin Kyu, Kim Myong-In, Lee Chang-ki, Chae Ho-ki, Ryu Ha, Kim Ki-taek son algunos de ellos.

Los imaginarios deseos de los poemas de Lee Seung-hun y Park Sang-sun, más un espíritu experimental, subversivo y, a veces, hasta destructivo llevaron a la poesía a una profunda renovación estética. A principios del si-glo xxi, Hwang Byung-sung fue reconocido por sus poemas peculiarmente experimentales; Lee Byungryul, por su estética de la ambigüedad que tantea los recovecos de la verdad, ambigua al parecer, por entre los abismos más turbios de la realidad. Kim Kyung Ju, por la música, añorando tiempos y es-pacios irreales para este mundo, tiempos y espacios inalcanzables, mártires del lenguaje y de los ritmos de su poesía.

Los escritores, en su condición de humanos, fueron también seducidos por la sociedad de consumo, por el lujo y los placeres, aunque muchos de ellos la criticaron desde el primer momento y dejaron claro su rechazo. En las novelas de Yun Dae Nyeong, Lee Sun-won, Kim Hoon, Kim Young-ha, Park Min-gyu aparecen personajes que son empedernidos consumidores de la cultura popular, gente libre que vive fuera del orden y de las costumbres sociales. Son nuevos estilos de vida y nuevos valores, pero vistos de forma negativa por lo banal y superfluo de sus condiciones.

En ocasiones, la revisión crítica se lleva a cabo por la mitología, por ejemplo Yun Dae Nyeong, que en muchas de sus novelas, sea en Correspon-dencias sobre pescas de pez plateado, o bien en Cría de golondrinas, sus pro-tagonistas, desesperados de la realidad, sueñan con regresar a los orígenes y a la primitividad de la existencia. Los personajes masculinos buscan el senti-do de la vida con un personaje mediador que suele ser femenino, ansiosos de escapar de la vulgar vida diaria. La narrativa de Yun Dae Nyeong, centrada en la realidad y en su alejamiento de ella, en un viaje de retorno a la eterni-dad, destino al origen, regreso y descubrimiento del nuevo nacimiento, tiene una estructura monomitológica. Sus novelas han sido muy bien acogidas por los lectores. Sus impresionantes descripciones de la juventud, jóvenes de alma melancólica y mente deambulante, lo elevaron al liderazgo técnico y estético del mundo novelístico de la década de los noventa.

Lee Sun-won, en su obra En Apkujong-dong no hay salida de emergen-cia, hace una crítica muy dura de la sociedad consumista, cuya alternativa, según el libro, está en la virtud y en la sabiduría de la vida tradicional. En otras novelas, como Susaek, motivos de sus sombras o en Reflexiones sobre una medusa, retrocede a épocas pretéritas en busca de la inocencia perdida. Kim Hon acentúa su tono humanista, meditando sobre las heridas históri-cas desde un punto de vista metaf ísico. El canto de la espada se basa en la crónica de un personaje histórico, pero esconde en el fondo una pregun-ta existencialista desesperadamente humana. En sus páginas, la historia es superada por la imaginación, pero una imaginación alimentada por la me-taf ísica, pues Yi Sun-shin, personaje descrito con maestría por Kim Hon, muere para superar la misma muerte. Kim Young-ha y Park Min-gyu son los vanguardistas de la cultura. Kim Young-ha trata de vencer el dolor y la inestabilidad de la realidad, jugando con nociones culturales que recrean estilos diferentes, lejos de los manidos estereotipos. Sus personajes, que en general padecen de cierta vacuidad psicológica, experimentan alucinaciones debido a las crisis existencialistas que acarrean las sociedades consumistas y los ideales de la posmodernidad. Tengo derecho a destruirme es la histo-ria de un pequeño diablillo de fines del siglo, que cree que la vida está más enferma que la muerte. Este personaje se salta los límites entre la realidad y la cultura, entre lo real y lo virtual, entre Eros y Tanatos, e intenta cons-truir una pequeña fisura en la melancolía y el tedio contemporáneos. Park Min-gyu frecuenta también el mundo de la cultura popular y del deporte, en un intento de llegar a conocimientos que subviertan la narrativa, con argumentos capaces de sintetizar el delirio cultural. Su postura es de burla y crítica hacia los cánones generales y lo hace desde una visión minorita-ria. En Pavana para una infanta difunta trata de dar sentido a verdaderas excusas imaginativas para llegar a una estética de la minoría. Una de las peculiaridades en la narrativa de esta época está en las aportaciones hechas por las escritoras. Shin Kyung-sook, Gong Ji-young, Eun Hee-kyung, Kim In-sook, Su Ha-jin, Jo Kyung-ran, Chun Gyeong-rin, Ha Seong-nan, Bae Su-ah, Kwon Yeo-sun, Yoon Sung-hee, Pyun Hye-young, Han Yujoo critican el orden y las costumbres de la sociedad machista, pero desde los deseos de una mujer. Sus novelas defienden la emancipación femenina por medio de protagonistas que buscan escapar del yugo familiar y realizarse como mujeres a través de la liberación sexual. Shin Kyung-sook es una de las es-critoras con más personalidad estética. Sus obras son excelentes muestras de añoranza por lo inasequible o por amores no correspondidos, con un estilo en el que las sensaciones parecen notas musicales que se tensan para expresar lo inexpresable y alcanzar lo inalcanzable. Eun Hee-kyung recrea

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la problemática de las relaciones humanas dentro de las sociedades moder-nas a través de la visión delicada y serena de una mujer madura. Su interés mayor radica en qué hacer y cómo para conseguir una verdadera comuni-cación entre los sujetos. Su primera novela, El regalo de ave, relata los «mo-dos y las costumbres» que dieron sentido a la vida cuando la razón de la historia andaba sumergida en el escepticismo. También la obra Creen en el amor de Kwon Yeo-sun cuestiona las relaciones humanas, tan enrevesadas y llenas de heridas, para preguntarse por qué los seres humanos tardamos tanto en alcanzar la iluminación de las cosas. Entender el significado del amor después de separarse del amado significa agravar aún más las heridas. Las novelas de Yoon Sung-hee son obras de consuelo, obras en las que pre-tende comprender a los desvalidos sin consuelo, entender su sentido exis-tencial de la vida. Sus textos no tienen una definida argumentación, pero están cargados de imágenes que provienen de sensaciones y de sentimientos que afloran con una fuerza inimaginable. Se ofusca en las heridas y en la desesperación de Der Einzelne para intentar sanar aquello que se mantiene incurable en la distancia. Pyun Hye-young adopta en sus obras un realismo de lo más grotesco, con imágenes catastróficas que impresionan hasta en este siglo xxi. Su intención de hacer cuanto más real la desesperación en la que vivimos, le obliga a poner en marcha una imaginación terrible, hasta el extremo de un hardcore, que, sin embargo, consigue que sus lectores experimenten la catarsis a través del terror, terror que suele ir acompaña-do de dosis de compasión. Por otra parte, Han Yujoo desaf ía la lengua en una época inundada de palabras. Su narrativa reacciona contra el mundo y el ser humano, contra una cultura repleta de palabras vacuas e historias, desesperada ella misma por la vulgaridad y la maldad que imperan en esta cultura en la que se escribe por mero artificio, sin requerimientos artísticos ni temáticos que exijan seriedad. Esta desesperación la lleva a indagar sobre el valor de una narrativa de carestía con un estilo que, a su vez, sea reflejo de las mismas carencias. Sus obras son de una gran originalidad en muchos aspectos. Reflexiona sobre las posibilidades del cuento, más que interesarse en contar algo, y cultiva la tensión en las palabras y en sus sentidos con mur-mullos monologados, en vez de crear diálogos elocuentes.

Aún me quedan muchísimas más cosas que contar sobre la literatura coreana, pero si ustedes se animan a leer todas las obras incluidas en esta antología, comprobarán que sobran las palabras para darse cuenta de cuán atractiva es nuestra literatura, una literatura abierta que siempre se ha ca-racterizado por su interés en comunicarse con los lectores del mundo z

Traducción del coreano de Seong cho-lim y Kwon eun-hee

Yi SangCuatro poemas

Poema 5

El único punto donde se distancian la cara anterior y la posterior, la parte derecha y la izquierda

nadie puede volar aunque tenga alas grandes ni puede ver aunque tenga grandes ojos.

Caí delante del dios pequeño y grueso, y me lastimé.

¿Habrá alguna diferencia entre las vísceras humanas y un establo inundado?

julio de 1934

Paseo de es mi amoureus

Si una culebra hecha de papel es una culebra hecha de papel,es una culebra.

ha bailado.

Es muy extraño que sonría, por eso era gracioso.

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Me siento estremecer cuando las zapatillas no despegan del suelo.Los ojos de son las pupilas del invierno.

piensa que la bombilla eléctrica es el sol en su tercer grado.

x

¿Adónde se marchó ?¿Acaso está aquí la punta de la chimenea?

Mi respiración es normal.¿Para qué sirve el tunsgteno?(Para nada.)

Una línea recta al curvarsese iguala al platino y su factor reflectante.

, ¿estás escondido debajo de la mesa?

x

1

2

3

El 3 pretende conquistar el común múltiplo.

No ha llegado el telegrama aún.

julio de 1931

La nerviosa obesidad del triángulo

es mi amoureuse

¿Cuántas veces has ganado en la lucha libre?Veo que sólo tienes una espalda dentro del abrigoSoy un instrumento musical roto por las respiraciones

Aunque me colme una insoportable soledad, no haré x x. Así mi vida se multiplicará como los colores primarios.

Sin embargo, me desplazo como una caravana.Sin embargo, me desplazo como una caravana.

agosto de 1931

El memorándum número 6 sobre la línea

Estudio de la dirección por medio de los números

4 4

La dinámica de los números

La naturaleza del tiempo (la historicidad de acuerdo al sentido común)

La velocidad y la coordenada y la velocidad

+

+

4 +

+ 4

etc.

El hombre es una hipótesis perpetua entre lo que no se halla en la estática y el fenómeno. Desista de la objetividad.

Un conjunto de subjetividad sistematizada, así como la lenta cóncava compuesta por ella.

4 es el cuarto mundo1

1 En coreano la pronunciación «sa» es homófona del número cuatro y de la muerte. El cuarto mundo, el de la muerte.

44

4

4

4

4

4

4

2 2 L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1

4 nació el 12 de septiembre de 1931.

4 ha sido seleccionado entre el protón como núcleo del protón, y lo asociado al protón.

Estudio del cálculo general como la estructura atómica.

Clasificación del resultado de acuerdo a las características del número que divide la masa y su estructura con relación a las diferentes direcciones.

El número como un instrumento algebraico; el número como uno numérico.

El número como un instrumento numérico; el número como uno numérico.

(Las investigaciones acerca del mal de 12345567890 y el lugar rechazado del sentimiento poético)

(Aspectos generales de los números, características generales de los números, el uso de la conjugación de los números y la extinción de los números)

La fórmula tiene que ser calculada por medio de la luz y del hombre, aquel que viaja más rápido que la luz.

No tiene sentido que el hombre no se sacrifique por una estrella, la esfera celestial.

Organiza primero la investigación sobre el alcance de la gravitación entre las estrellas, y el cambio de la función matemática de aceleración con el fin de igualar el alcance de la gravitación.

12 de septiembre de 1931

VerSioneS del coreano de whangbai bahK

Del libro A vista de cuervo y otros poemas. Poesía completa (Verbum, Madrid, 2003).

Primero arranca esa foto y úsala para limpiarte el culo

Primero arranca su fotograf ía y úsala para limpiarte el culo.Rompe la foto de ese malvado sujeto,tírala sin prisas al desagüey larguémonos del podrido ayer.En el lugar preciso en que estaba su estatualevantemos un primer pilar de la democracia,levantemos un espléndido monumentoa nuestros estudiantes sagrados, los mártires caídos.Ah, rápido, larguémonos de nuestro podrido ayer.

No hay nada a qué temerle ahora,está bien prenderle fuego a su retrato:la sonriente foto de ese malvado sujeto,el mismísimo símbolo de lo fraudulento, de la adulación, de todo tipo de

[vicio...encajada hasta los últimos rincones y ranuras de la tierra,la distinguida cara de ese sujeto en una foto:en oficinas de barrio y en ayuntamientos,en todos los despachos de todas las compañías,en esta y aquella asociación, en clubes,por no mencionar bares, comedores, zapaterías,tiendas de comercio, gasolineras,librerías, escuelas, cada primaria del país, en guarderías infantiles;venerada en todo sitio por los honrados ciudadanos,quienes miraban fijamente, mañana y noche, esa foto.Era en verdad emblema de opresión y tiranía,

Kim Su-young

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fotograf ía de un sujeto putrefacto,y, ah, la imagen de un asesino...

Tú y yo, y hermanas y hermanos y madres,Chul-su y Yong-sik, señor Kang, sargento Yu,teniente coronel Kang, todos sabíamos lo que era en realidad ese tipo,pero nos aguantamos, temerosos, callados con tal de mantenernos vivos,con miedo a ser tildados de Rojos,porque era conveniente, con tal de ganar plata,con tal de proseguir con nuestras vidas miserables,venerábamos su rostro circunspecto como si fuera el altar de nuestros

[antepasadosmas todos conocíamos al fulano hasta el fondo de sus entrañas;pero por pura inercia, por la fuerza de la costumbre,siempre en un susurro, sin poder decir todo lo que queríamos,totalmente desgastados y exhaustos,seguíamos siempre aguantandola fotograf ía de ese malvado sujetohasta hoy: hoy es el día en que debe firmemente ser rota en pedazos.

Usémosla para limpiarnos el culo.Usemos la foto de este fulano para, con gravedad, limpiarnos el culo.Riendo alegremente, usémosla para limpiarnos el culo.Riendo con júbilo, usémosla para encender briquetas de carbón.¿Está mojada la paja en la casa del perro?Esparzamos ahí la foto de este tipo...

La democracia se ha convertido en un asunto de sentido común.La libertad se ha convertido en un asunto de sentido común.Nadie nos regañará.Nadie nos arrestará.

Desde las barracas del ejército, desde las casas de los inspectores de escuelas,desde los hogares de los servidores públicos y los policías, desde los cuartos de los vigilantes, desde los cuartos de los comandantes

[de división, desde los cuartos de los oficiales en jefe de información, en esta tierra

[que ha encontrado la democracia,desde las oficinas de maestros en esta tierra que ha encontrado la democracia,

desde las estaciones de policía y las casetas policíacas después del 19 de [Abril,

desde las casetas policíacas ahora amistosas con cualquier paseante,desde los hogares de servidores públicos que no se involucran más en fraudes ni sobornos, y desde todas las estaciones de trenes,la fotograf ía de ese sujeto debe romperse y ser destruida.

Primero en los lugares más a la mano:en orden, una por una,siempre con gentileza,sin prisas,sonriendo.

Young-suk, Ki-hwan, Chun-suk, Jun, Man-yong,Presidente Kim, señorita Lee,Jung-sun, joven Park, Jung-sik:arranquen en silencio y destruyan la fotograf ía de ese sujeto.

Primero en los lugares más a la mano:en orden, una por una,siempre con gentileza,sin prisas,sonriendo.Arranquen en silencio y destruyan la fotograf ía de ese sujetotan malvada, tan inhumana que te hace estremecer.

(a primeras horas de la mañana, abril 26, 1960)

VerSión del coreano de Kim hyeon-Kyun

y león PlaScencia Ñol

L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1 2 7Kim Young-haTengo derecho a destruirme(parte 1)

La muerte de Marat

Estoy viendo la muerte de Marat, pintura al óleo realizada por Jacques-Louis David en 1793, impresa en un libro de arte. El revolu-cionario Jacobino Jean-Paul Marat ha sido asesinado y yace en su tina. Su cabeza está envuelta en una toalla, como un turbante, y su mano, que cuelga junto a la tina, sostiene una pluma. Marat ha expirado y —sanguinolento— se arrellana entre los colores verde y blanco. La obra exuda una serena quietud. El fatal cuchillo yace abandonado en el fondo del lienzo.

Varias veces he intentado copiar esta pintura. La parte más dif ícil es la expresión de Marat; siempre la hago demasiado sosegada. En el Ma-rat de David no se percibe ni el abatimiento de un joven revolucionario tras un ataque repentino ni el alivio de un hombre que ha escapado a los tormentos de la vida. Su Marat está en paz aunque dolido, lleno de odio pero también de entendimiento. Mediante la expresión de un muerto David cristaliza el conflicto interno de nuestras emociones más profun-das. Al ver esta pintura por primera vez, nuestros ojos tienden a posar-se inicialmente en el rostro de Marat. Pero su rostro no nos dice nada, así que la mirada se mueve en una de dos direcciones: hacia la mano que se aferra a la carta o hacia la mano que cuelga flácidamente junto a la tina. Aun muerto se mantiene asido a la carta y a la pluma. Marat fue asesinado por una mujer que le había escrito antes, y justamente se encontraba esbozando una respuesta a aquella carta. La pluma que Marat agarra en su muerte le inyecta tensión a la calma y serenidad de la escena. Todos habríamos de emular a David. La pasión de un artista no debería crear pasión. La virtud suprema de un artista es la frialdad y la distancia.

La asesina de Marat, Charlotte Corday, perdió su vida en la guillotina. Corday, una joven Girondina, decidió que Marat debía ser eliminado. Era el 13 de julio de 1793; tenía veinticinco años de edad. Inmediatamente arrestada tras el incidente, Corday fue decapitada cuatro días más tarde, el 17 de julio.

El reinado de terror de Robespierre fue puesto en marcha con la muer-te de Marat. David entendió el imperativo estético de los jacobinos: una revolución no puede progresar sin que el terror la impulse. Con el tiempo esa relación se invierte: la revolución progresa sólo para impulsar al te-rror. Como un artista, el hombre que crea terror debe guardar distancia, tener sangre fría. Debe tener en mente que la energía del terror que libera puede consumirle. Robespierre murió en la guillotina.

Cierro mi libro de arte, me levanto y tomo un baño. Siempre me lavo meticulosamente en los días que trabajo. Después de bañarme, me afeito con cuidado y voy a la biblioteca, donde busco clientes y echo un vistazo a materiales potencialmente útiles. Es una labor lenta y sosa, pero avanzo pesadamente. A veces no tengo cliente alguno durante meses. Pero puedo sobrevivir medio año si consigo sólo uno, así que no me importa invertir largas horas en la investigación.

Usualmente leo libros de historia y guías de viaje en la biblioteca. Una sola ciudad contiene decenas de miles de vidas y cientos de años de his-toria, así como la evidencia de su entretejido. En las guías de viaje, todo esto se comprime en unas cuantas líneas. Por ejemplo, una introducción a París comienza de esta forma:

Lejos de ser sólo un lugar secular, París es la tierra sagrada de la li-bertad religiosa, política y artística, alternativamente esgrimiendo dicha libertad y deseando en secreto conseguir más de ella. Conocida por su espíritu de tolerancia, esta ciudad ha sido el refugio de pensadores, artis-tas y revolucionarios como Robespierre, Curie, Wilde, Sartre, Picasso, Ho Chi Minh, y Khomeini, junto con muchas otras figuras inusuales. París tiene grandes ejemplos de excelente planeación urbana del siglo xix, y al igual que su música, arte, y teatro su arquitectura abarca todo, desde la Edad Media hasta las vanguardias, y en algunos casos va más allá de las vanguardias. Con su historia, innovaciones, cultura y civilización, París es una necesidad en este mundo: si París no existiera, tendríamos que inventarla.

Una palabra más sobre París sería superflua. Tal concisión explica mi gusto por las guías de viaje y los libros de historia. La gente que no sabe

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resumir no tiene dignidad. Tampoco tiene dignidad la gente que alarga innecesariamente su desordenada existencia. Aquellos que no conocen la belleza de la simplificación, o de podar todo lo que no es necesario, mue-ren sin comprender el verdadero significado de la vida.

Siempre salgo de viaje cuando recibo el pago al final de un trabajo. Esta vez iré a París. Estas pocas líneas en la guía de viajes son suficientes para picar mi curiosidad. Pasaré los días leyendo a Henry Miller o a Oscar Wilde o bocetando a Ingres en el Louvre. El hombre que lee guías de viaje durante el viaje es un aburrido. Leo novelas cuando viajo, pero no las leo cuando estoy en Seúl. Las novelas son la comida para las horas sobrantes de la vida, los entretantos, los momentos de espera.

En la biblioteca, primero hojeo las revistas. De todos los artículos, las entrevistas son lo que más me interesa. Si tengo suerte, encuentro clientes en ellas. Los reporteros, armados con baratas sensibilidades de mediana cultura, ocultan las características de mis clientes potenciales entre líneas. Nunca preguntan cosas como «¿Alguna vez ha sentido el impulso de matar a alguien?». Y es obvio que jamás se preguntan «¿Cómo se siente usted cuando ve sangre?». No le enseñan al entrevistado pintu-ras de David o Delacroix para pedirle sus impresiones. En vez de esto, las entrevistas están llenas de parloteo sin sentido. Pero a mí no me engañan; capto una chispa de posibilidad en sus palabras vanas. Desentierro pistas en el tipo de música que prefieren, las historias familiares que a veces revelan, los libros que pegan en algún nervio, los artistas que aman. Las personas tienen el deseo inconsciente de revelar sus impulsos internos. Están esperando a alguien como yo.

Por ejemplo, un cliente una vez me dijo que le gustaba Van Gogh. Le pregunté si le gustaban sus paisajes o sus autorretratos. Titubeo, y luego me dijo que prefería sus autorretratos. Siempre observo de cerca a aque-llos que se pierden a sí mismos en autorretratos. Son almas solitarias, inclinadas a la introspección, que de verdad han luchado de frente con su existencia. Y saben que tal introspección, aunque dolorosa, es secreta-mente exhilarante. Y si alguien me pregunta qué tipo de pregunta elabo-raría yo, me doy cuenta de que esa persona se siente sola. Pero no todos los solitarios son clientes en potencia.

Después de hojear revistas, reviso periódicos. Leo todo con cuidado, de obituarios a avisos oportunos —en especial aquellos avisos que bus-can un tipo particular de persona. También leo la sección de negocios. Me enfoco en artículos sobre compañías que alguna vez fueron prósperas pero que ahora están al borde de la bancarrota. También pongo mucha atención en las fluctuaciones del mercado de valores, ya que las acciones

son las que primero anuncian un cambio social. En la sección cultural, noto las tendencias actuales en el mundo del arte y los tipos populares de música. Por supuesto, los libros recientes son también tema de interés. Leer estos artículos me ayuda a descifrar los gustos actuales de mis posi-bles clientes. Mis conocimientos sobre sus tipos favoritos de música, arte y literatura ayudarán a que la conversación fluya libremente.

A veces, al salir de la biblioteca, me detengo en Insadong a ver arte o me dirijo a alguna megatienda de música a comprar cd. Si tengo suerte, me encuentro con un cliente en potencia deambulando por las galerías. Busco personas absortas en el estudio enteramente deliberado de alguna pieza de arte, personas que nunca dan un solo vistazo a sus relojes —in-cluso en un sábado por la tarde. Estas personas no tienen otro lugar a donde ir; no tienen que encontrarse con nadie más tarde. Y las pinturas que los cautivan, que los mantienen completamente paralizados en un lugar durante largo tiempo, delatan inadvertidamente los deseos más pro-fundos de quienes las observan.

Al anochecer me dirijo a mi oficina en el séptimo piso de un ruinoso edificio en el centro de la ciudad. En mi oficina sólo tengo teléfono, es-critorio y computadora. Ni siquiera tengo que ver al casero pues pago mi renta en línea. Cuando llego, apago la contestadora y espero a que sue-ne el teléfono. Alrededor de la 1:00 a.m. usualmente ya he recibido unas veinte llamadas. Llaman en respuesta a mi anuncio en el periódico: «Es-cuchamos sus problemas». Habiendo leído esta frase sencilla, esperan a que anochezca para marcar. Hablo hasta la madrugada con gente con dis-tintos problemas: una chica que es violada por su padre, un homosexual que está a punto de ser reclutado por el ejército, una mujer que le es infiel a su novio, una esposa que es golpeada por su esposo. Escucho historias que nunca descubriría en ninguna biblioteca, librería o galería de Insa-dong durante el día. Así es como encuentro a la mayoría de mis clientes.

Después de unos cuantos minutos, puedo elucidar el nivel de educa-ción, gustos y disgustos, y circunstancias económicas de cualquiera. Pue-do detectar y seleccionar a un cliente en ciernes con este tipo de informa-ción. Me gusta el poder seleccionar a mis clientes.

Pero hay escollos. El hecho mismo de que las personas que llaman aún tengan voluntad de conversar con alguien significa que no están lo suficientemente desesperadas como para solicitar mis servicios. Así que tomo una dirección distinta de la que toman los consejeros comunes, que escuchan los relatos sin ofrecer soluciones. Los escucho sólo hasta poder descifrarlos, luego los acoso con mis consejos. No tiene sentido continuar escuchando a la chica que es violada y golpeada por su padre

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todas las noches. Todo lo que puedo decirle a la chica, que ya tiene dieci-siete, es que debe huir. Pero un consejero común le diría que se quede, que se aguante, y que llame a organizaciones civiles o a la policía para pedir ayuda. Estos consejeros ignoran la esencia del problema y la simplicidad de la solución. No es como si la chica no supiera qué es lo que debe hacer.

Si la persona que llama reacciona positivamente a mi provocación, permito que la llamada continúe. Ella siente alivio y limpieza. Cuando considero que el momento es apropiado, agrego: «Si tu padre es así, ¿por qué no matarlo?». Si responde con cautela, le digo que sólo estaba bro-meando. Por otro lado, si no cuelga, es una señal de que le interesan mis métodos. Pero yo no aliento hacia el asesinato. Esta clase de comentario incendiario es meramente una forma de extirpar a las personas que no deseo. No tengo interés en que una persona mate a otra. Sólo quiero ex-traer deseos mórbidos, aprisionados en lo profundo del inconsciente. Este gran deseo, una vez liberado, comienza a crecer. La imaginación de la persona que llama corre libremente, y ella pronto descubre su verdadero potencial.

Cuando creo que alguien tiene potencial, le propongo una cita. No en mi oficina, por supuesto. A veces vamos por un trago, o a una exposición, o a una película. A veces, muy pocas veces, cuando se trata de un cliente muy importante, salimos juntos de viaje. Con importante no quiero decir alguien que pague mucho dinero sino alguien que estimule mi creativi-dad. Es dif ícil encontrar a alguien así, pero cuando esto sucede, mi felici-dad no tiene límites. Pero nunca revelo esto frente a ellos. Ellos no saben nada de mí: ni mi nombre, ni mi pueblo natal, ni las escuelas a las que fui, ni siquiera mis aficiones. Oculto mis gustos con una plática incesante. Sin comprender, sacuden sus cabezas en desaprobación, ya que evado sus expectativas sobre mi persona. Pero esto debe esperarse, pues en realidad nadie sabe gran cosa sobre un dios.

Hablo, hasta el momento en que me despido del cliente, sólo para conseguir su historia familiar y los años de su infancia, sus historias de amor, sus éxitos y fracasos, los libros que ha leído, y la música y el arte de su preferencia. La mayoría de las personas cuentan sus historias sin oponer gran resistencia. Cuando lo hacen, son honestas. Algunos quie-ren deshacer el trato una vez que escucho todo lo que tienen que decir. Les regreso su dinero, exceptuando el depósito. Pero muchos de ellos regresan después. Cuando lo hacen, llevan a cabo el resto del contrato sin más discusión.

Cuando termino un trabajo, realizo un viaje. Cuando regreso, escribo sobre el cliente y nuestro tiempo juntos. Mediante este acto de creación

aspiro a convertirme cada vez más en un dios. Sólo hay dos formas de ser un dios: por medio de la creación o del asesinato.

No todos los contratos que se llevan a cabo se convierten en relatos. Sólo los clientes que valen el esfuerzo renacen mediante mis palabras. Esta parte de mi trabajo es dolorosa. Pero este arduo proceso pone en evidencia la simpatía y el amor que siento por mis clientes.

Shakespeare alguna vez dijo: «¿Es pecado entonces / Correr hacia la morada secreta de la muerte / Antes de que la muerte se atreva a venir a nosotros?». Cientos de años más tarde, la poeta Sylvia Plath lo llevó más lejos. «El chisguete de sangre es poesía / No hay forma de detenerlo». La mujer que escribió esto terminó su vida abriendo la válvula de gas de su estufa.

Mis clientes no tienen el talento literario de Sylvia Plath, pero diseñan el fin de sus vidas con la misma belleza que ella. Sus relatos escritos ya suman más de diez. Planeo soltarlos lentamente hacia el mundo. No nece-sito un adelanto ni regalías. Tengo suficiente dinero para mantenerme. Y eso sería faltarle al respeto a mis clientes. Planeo meter los escritos en un sobre, sin condiciones o exigencias, y enviarlos a un editor. Me esconderé entonces, sin forma, y observaré la resurrección de mis creaciones.

Enciendo la computadora y comienzo a abrir archivos protegidos por contraseña. El primer archivo cuenta la historia de una joven mujer que me contrató hace dos inviernos z

Traducción del ingléS de eduardo Padilla

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Pasillos

Hacia el estómago voy, comenzando con las fieras mandíbulas y acaban-do en el sagrado ojo del culo, me mete a la fuerza y en este tubo largo y redondo no hay escamas ásperas y centellantes, sólo carne suave, suelo y paredes en flácida fluctuación, con puertas que cuelgan de una negra humedad, tantas puertas y cada una con su viscoso picaporte, cuyas di-recciones desconozco y, pues, quién puede decir si las puertas abren hacia adentro o hacia afuera, quién puede decir si este lugar está dentro de su estómago o dentro del mío, si yo soy alimento, o él, el alimento de aquél, si soy yo o somos él y yo el almuerzo de otro con pedazos pequeños de carne dispersa a lo largo del hueso, me refiero a la carne de mi cuerpo que aún no ha sido digerida y huele fétida y podrida y desde las fieras mandíbulas, afuera de su tiempo y del mío, él traga un tazón de saliva babeando de un caballo cayendo como la lengua de un perro en la canícula y aunque hemos llegado aquí no podemos ni entrar ni salir así que tendremos que quedarnos hasta que el viento del sagrado ojo del culo salga siseando y él me meta a la fuerza a su estómago, cada vez más hondo mientras que el viento huele a viudo que ha permanecido fiel a su esposa muerta toda su vida, tomando con brusquedad mi mano delgada, gira el resbaladizo picaporte y en un relampagueo su cara cambia a algo que no es ni com-pletamente ajeno a él ni tampoco del todo parecido antes de hacerse bo-rrosa de nuevo. Me pareció que había demasiadas condenadas puertas y picaportes aunque quizá no había nada de eso. Finalmente, aquí, dentro de este lánguido estómago que se retuerce sin cesar ni totalmente adentro ni totalmente afuera sin saber siquiera mi propio paradero, yo...

Kim Keun

Rojo, rojo

El corazón amarillento, su sangre completamente drenada, desaparece hacia el fondo de un callejón, girando en soledad sus venas tostadas. El dolor viene a continuación. En la negra parada de autobús, el hombre da vuelta a su barriga como una rana de vientre rojo. Su barriga es roja. Rojamente el hombre se queda quieto. Hay demasiadas protuberancias en el camino. Rojamente se seca. Pronto será quebradizo, se hará invisible. Aunque el corazón que perdió su color está de regreso, no habrá forma de que él lo encuentre. No se puede saber, no hay forma de saber si una camada de rojos retoños estará arrastrándose o saltando, o girando alre-dedor de la negra parada de autobús.

Una fiesta, una fiesta

Arriba en el techo los caballos se han soltado las bridas. Relinchan de risa. Los ancianos han hecho una fiesta, una fiesta, sus rostros carmesíes, o pálidos, todos aquellos que se ahogaron, murieron de hambre, o fueron baleados, como hijos, hijas, nueras, nietos y nietas, se reúnen. De la nada, clip-clop, clip-clop, el sonido de los cascos de los caballos arriba en el techo. Las ancianas se acuestan sobre la mesa. Sus arrugas se van pla-neando lejos de sus cuerpos. La mesa de la fiesta está colmada de arrugas descartadas y las ancianas son engullidas por completo. Piel, entrañas, tendones, incluso sesos, todo es sorbido y devorado, luego los huesos son chupados hasta quedar blancos mientras que el techo está en silencio y los caballos sin bridas se dispersan por el cielo, carmesíes, carmesíes, relin-chando de risa. Los ancianos sin dientes muestran sus encías negras, los caminos vivaces y saltarines dan un vistazo a la mesa de la fiesta. Hijos, hijas, nietas, todos se han ido, sin haber podido llegar o partir mientras que las hierbas junto al camino afuera en el crepúsculo se mueven de un lado a otro, pues están en una fiesta, una fiesta z

VerSioneS del ingléS de eduardo Padilla

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El tren está llegando

Los pasajeros deben estar detrás de la línea amarilla, pero no se puede. Todos tienen que entrar en el tren, pero no hay más espacio. Si no subes, llegarás tarde. La línea amarilla del cuerpo puede estar aquí, pero la línea amarilla de la vida está en el interior del tren. ¿Cuál escogerías tú?

Nunca olvidaré  el momento en que  llegó el primer tren. Quiero decir, no un tren, sino un animal monstruosamente enorme se arrastró hacia la plataforma y resollaba, paah, haah, luego se arrancó los costados y arrojó gente como si estuviera vomitando. Argh, gemí involuntariamente. Pare-cía una presa rota, y yo podía sentir el interior de mi cabeza que se llenaba de vómito por mis ojos, oídos y nariz. ¡Hey! Si Entrenador no me hubiera gritado, podría haber caído presa de la bestia. Cuando volví en mí, vi que los costados de la criatura succionaban de vuelta el charco de vómito. Lo hacían con suficiente fuerza como para generar electricidad. En ese mo-mento, Entrenador gritó. ¡Empuja! Entonces, a pesar de mí mismo, con un ¡vamos!, empecé a empujar cosas esponjosas, pero incluso ahora no podría decir lo que eran. En serio, ¿cómo  puedo atreverme a decir que eran seres humanos?

En cuanto el tren partió, Entrenador se acercó y me hizo una firme adver-tencia. Mantén la calma. Sí, señor. Respiré hondo, pero aun así mis piernas temblaban. No pienses en ellos como personas. Piensa en ellos como car-gamento, o algo así. ¿Entiendes? ¿Entiendes? Entiendo, dije, justo cuando otro tren llegaba, así que me preparé una vez más. Paah, haah. El tren con destino a Uijeongbu vomitó el doble de personas. Parecía toda la huma-nidad esta vez.

Park Min-gyu¿En serio? Soy un una jirafa (fragmento) Así siguió durante otra hora. Cuando recuperé el sentido, estaba derrum-

bado fuera de la línea amarilla, alrededor del punto de Retroceda Por Fa-vor. Y delante de mis ojos, tres alfileres de corbata, dos botones, la pata rota de unos lentes como la muleta de un soldado herido, yacían ahí. Era de carey. Recogiendo  los objetos perdidos  de la humanidad, de pronto me di cuenta que  todo mi cuerpo estaba  empapado en sudor. Como he dicho, debe de ser agradable ser un marciano. En serio, agradable.

Pasó una semana. Testigo de la tragedia humana por la mañana, siesta al mediodía, luego gasolinera y tienda por la noche. Me duele mucho el cuer-po, se podría decir que mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies  y rodillas dolían,  y después de eso, la cabe-za, hombros, pies, rodillas y dedos de los pies, cabeza, hombros, rodillas y orejas, nariz, orejas. Esto... ¿no lo deberían pagar al menos con 30,000 wons la hora? Me sentí enojado otra vez, pero como Entrenador dijo, no podía renunciar ahora, así que apreté los dientes y seguí yendo al traba-jo. Tal vez ése es el secreto de  las pirámides. No puedes renunciar aho-ra. Tal vez, sólo tal vez, esa era la aritmética de los esclavos.

Por raro que parezca, una vez que apreté los dientes y lo di todo, el traba-jo comenzó a tener diversión en sí mismo. Mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies ya no lastimaban o do-lían, y, qué demonios, estaba pasándola bien. Las mañanas de comienzo de verano eran frescas y frías, y Entrenador solía  fumar un cigarrillo en la entrada de la estación Gaebong. Podíamos conseguir boletos gratis a través del Hermano Mayor (así llama Entrenador al chico de la taquilla). Luego, de pie en la plataforma, esperábamos hasta delante del tren, como si fuera un privilegio. Si fuera mi antiguo yo, habría esperado de forma automática en la línea cerca de la octava salida (donde siempre me paraba, porque era la que estaba más cerca de mi casa), pero aquel verano era un empujador. Siguiendo el ejemplo de Entrenador, nos inclinábamos respe-tuosamente con los ingenieros y por lo general nos abrían  la puerta del asiento del ingeniero o del conductor. Era increíble.

La gente nos aclamaba como a leyendas. Incluso me gustaba escuchar las pláticas que daba Jefe en la sala de guardia nocturna —que podríamos lla-marlas  instrucciones, o mejor dicho, sermones. Edad, experiencia,  fuer-za en los brazos, ética de trabajo incuestionable y filosof ía ecléctica... nuestro líder en todos los sentidos, lo llamábamos Jefe. Como él estaba a cargo de los empujadores, su palabra no sólo era la luz y la vida, era ¡se-

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ñor, sí, señor! Por supuesto, por supuesto, el asunto siempre era el mis-mo, que éramos la columna vertebral de la economía del país, el niño ho-landés (ya saben, el que tapó el dique) que evita el caos de tráfico, por no hablar de las leyendas del gremio. ¡Señor, sí, señor!

Aunque no teníamos intención de jugar al niño holandés por 3,000 wons la hora, había una cosa que decía el Jefe con la que todos estábamos de acuerdo. Era el hecho de que «cada uno de nosotros vale por cien hom-bres». Lo mejor de lo mejor, Jefe predicaba una y otra vez que aquellos que no valieran por cien, que no fueran los mejores de los mejores, no eran dignos  de un puesto de  empujador  en la estación de  Shindorim. Él nos daba consejos sobre la manera de empujar a la gente, cómo rescatar a una persona cuyo pie se ha quedado atrapado en el hueco, o cuántas personas puede aguantar un tren —y encima de todo, tenía un don para agarrar a una persona en curva diciendo de repente algo como: «Hay unas nuevas galletas que se llaman Oh Sí, están muy buenas», y luego preguntarte: «¿Qué prefieres, Choco Pie o Oh Sí?» Ja, ja, ¡señor, sí, señor!

Pasaron muchas cosas. Un niño,  atrapado  entre una multitud de  adul-tos, se desmayó. ¿Quién en el mundo dejaría que su hijo viaje en el me-tro a esa hora del día? Jefe refunfuñaba, todo alterado y buscando a los pa-dres del niño, pero padres como ésos no eran del tipo de los que viajan en tren. Cuando el niño abrió los ojos en la sala de guardia nocturna, se echó a llorar, gritando que se suponía que debía estar en un concurso de mate-máticas y que por su madre iba a llegar. Jefe se ofreció a comprarle al niño, que dijo que vivía en Bucheon, una Coca-Cola y unas Oh Sí con su propio dinero. El jovencito debe ir por ello, dijo. Y tomé los treinta minutos de su —Jefe— vida que me entregó y respondí bruscamente, sí, señor, lo cual era diferente de lo habitual.

Por favor... se me hace tarde. Una chica me dijo un día. Sólo la espalda o los hombros... yo todavía tenía dificultades para empujar el cuerpo de una mu-jer en cualquier forma. Por lo que dudé mientras que dos trenes pasaban. Ella empezó a llorar delante de mí, era más de lo que podía soportar. Así que llamé a Entrenador. Llegó un tren rumbo a Uijeongbu, pero estaba tan lleno que ni siquiera Entrenador pudo meterla. Al final, fue Jefe el que lo consiguió. No mires el tren, f íjate, mírame a mí. Vi que no tenía ningún problema en empujarla por el pecho y esas cosas y la metió con facilidad. Escuchen bien. Los chicos entran más fácil de frente y las chicas, de es-paldas. ¿Entendieron? ¿Por qué pasa eso? No importa, simplemente es así.

Una vez, barrieron a uno de los empujadores dentro del tren. Lo empuja-ron los pasajeros detrás de él, y ocurrió en un instante. Era algo que po-dría ocurrir en cualquier momento, pero el problema fue lo que sucedió después. Uno de los pasajeros le buscó bronca y lo golpeó en la cabeza. La razón era simple. Pensaba que éramos todos unos idiotas que empuja-ban a la gente. El tipo al que golpeó no fue tampoco muy amable, por lo que la pelea se hizo más grande. Terminó en una pelea campal. Le llevó tres semanas recuperarse. Ninguno de los pasajeros  que escaparon fue capturado, por lo que el hombre tuvo que pagar sus dientes nuevos con su dinero. Después de eso, nunca lo volvimos a ver.

Por mi parte, vi a un montón de pervertidos. O más bien, nunca  los vi realmente, pero podía decir cuándo había uno en el tren por el grito de una mujer o algo parecido. Una vez, un hombre de unos cuarenta años fue agarrado con las manos en la masa embadurnando semen en la falda de una mujer. ¿Cómo  tuvo  espacio para  mover las manos? Pensé que era  increíble tanto  intentar hacer algo  así allí, como conseguir  atrapar al  hombre.  Hay un montón de ellos,  un montón. Entrenador negó con la cabeza. Pero Entrenador... más allá de las ganas que tengan de hacer-lo... ¿por qué quieren subirse en ese tren lleno de gente? No tengo idea. Quién sabe lo que los pervertidos piensan. Tengo este amigo que acaba de hacerse policía. Me dijo  que un día  llegó  un reporte de un  hombre desnudo de unos treinta años que comía flores en un jardín. ¿Dijiste flo-res? Sip, flores.

El hombre al que agarraron eyaculando resultó ser un delincuente habi-tual. Su cara era muy blanca y estaba cubierta de lunares y era reservado. El sudor no dejaba de gotearle por los pliegues de su cuello gordo. Parece que el pervertido había estado en Hawai o algo por el estilo. Jefe no dejaba de burlarse de él, pero el hombre nunca levantó la cabeza. No por otra razón, sino porque su camisa floreada aloha se veía tan hermosa al lado del uniforme del policía a su lado, me vino una idea repentina a la cabeza. ¿También hay metro en Hawai? ¿También hay un hombre completamente desnudo comiendo flores en un jardín en Hawai? Y en Hawai, ¿hay empu-jadores? Dado que la tierra es redonda, si uno sigue caminando, llega un momento en que es como Aloha ‘Oe.

Quizá  al final  todos los seres humanos  somos delincuentes habituales, pensé. Habitualmente tomamos el metro, habitualmente trabajamos, ha-bitualmente comemos, habitualmente hacemos dinero, habitualmente

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nos divertimos, habitualmente acosamos a otras personas, habitualmen-te mentimos, habitualmente entendemos mal, habitualmente paseamos, habitualmente conversamos, habitualmente tenemos reuniones, habitual-mente nos educamos, habitualmente nos duele la cabeza, los hombros, las rodillas y los dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies, habitual-mente nos sentimos solos, habitualmente tenemos relaciones sexuales, habitualmente dormimos y, habitualmente, morimos. ¡Seung-il! ¡Pon todo tu cuerpo en ello, todo tu cuerpo! Empecé a empujar gente otra vez. Con todo mi cuerpo, habitualmente.

Se podría decir que en agosto empecé poco a poco a agarrarle el truco al asunto. Además, seguimos recibiendo más novatos. Eso se debía en par-te a las secuelas de la pelea campal, y en parte a que el trabajo era tan duro que un montón de chicos renunciaban. Como resultado de ello, tenía que tratar de encontrar el camino cerca del centro de los trenes. Había más y más trenes. Había más y más gente, y cuanto más empujaba, más gen-te se desbordaba. Por supuesto, la paga mejoró, y hubo menos dificulta-des cuando  todos vieron  que tenía agallas, pero  ése  no era el problema real. Por supuesto,

el dinero estaba bien, pero

ser testigo del sufrimiento de innumerables personas cada mañana se es-taba convirtiendo en un gran dolor de cabeza. Cada vez que la puerta chi-rriaba al cerrarse, me tenía que enfrentar con la cara de alguien apretada contra el cristal. ¿Has visto un globo así? Al principio me reía hasta que me dolía el estómago al ver todas esas mejillas y labios aplastados a punto de estallar y las narices de cerdo, pero a medida que pasaban los días, la risa se iba. Bien, todo eso está bien, ¡pero lo que yo quiero escuchar es el rostro de la humanidad tal como lo recuerdas! Si alguien de Marte me in-terrogara así, me sentiría muy mal. Cuando se trata de hablar con seres de otros planetas acerca de esto, ¿qué tan triste es esta mezcla humana? El tren está llegando. Paah, haah. Así es, sólo toma el tren, ni siquiera pien-ses en la Galaxia Express. Esto es lo que la humanidad es. Al final, un no-vato me bajó otro escalón y me encontré a cargo de la plataforma número ocho. 8. Mirando el número grabado en amarillo, de pronto pensé en Mi Aritmética. «¿Por qué tengo que vivir de esta manera?», pensé como un tonto, pero luego me consolé diciéndome que la aritmética no es más que números. Sentía mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies especialmente pesados esa mañana. Entonces llegó el

tren como siempre, las puertas se abrieron y alguien fue expulsado por la presión de otro pasajero; cuando eso ocurrió,

ahí estaba Papá.

¿Cómo puedo explicarlo? Tenía ganas de tirar toda mi ropa cuando ter-minara de trabajar y dirigirme al jardín más cercano a comer flores. Pa-Papá... No recuerdo si realmente dije eso o no. Él sólo tenía que llegar a la estación de Shinseol-dong, pero al igual que la primera vez que tuve que empujar a una mujer, yo solo, yo no podía empujar, y empujé un poco de todos modos, pero él, él no iba a entrar. Las puertas del tren  se cerra-ron. Paah, haah. Me agaché y puse mis manos en mis rodillas, tratando de recuperar el aliento. Paah, haah. Papá se quedó ahí arreglándose la corba-ta torcida, con una mirada de incomodidad en el rostro. Luego, un breve instante pasó entre nosotros, apenas el tiempo suficiente para anudarse la corbata, pero con un nudo tan apretado que nunca pudiera deshacer-se,  entretejiéndonos. Fue una experiencia  muy  extraña. Fuera del nudo había tanto ruido como podía haber, pero entre papá y yo se instaló algo parecido al silencio del espacio exterior. Dentro de ese silencio, pero más allá de la pared que nos impedía mirarnos a los ojos, el anuncio se escu-chaba una vez más.

El tren está llegando z

Traducción del ingléS de Jorge curioca

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Alguien vino a visitarme

La nieve que cayó en campanas toda la noche se ha detenidoEstoy solo mis pensamientos están lejosPequeña ave, ave de pecho rojo en el sarmientoLlegaste y lloraste tu partida fue súbitaPor qué te has ido tan pronto no me has dado tiempo de llamarte por tu nombreTu lamento es terso, terso como luz de invierno al pasar por la [puerta empapeladaQuién es el que extrae ese llanto de mi oídoAlguna vez alguien vino a visitarme dejó lágrimasTeñidas de rojo en mi corazónQue nadie puede ya quitar

Moon Tae Jun

Algún día

Las libélulas se han ido del cieloMis manos están vacíasManos que se sujetaron del tiempoUna vez más, abro lentamente mis ojosMis manos están vacíasCamino junto a la severa lápidaCómo puedo yo, un hombre débil, escrutar el diamante en el Sutra del Diamante El día vendráAsí como las libélulas se han ido del cieloEl día en que seré gentilmente liberado de este lugarA dónde han idoAcaso siguieron al fragor del veranoAcaso siguieron al fragor del veranoAterrizaron en el clamor de las gotas sobre las hojas de hierba

Pez plano

En la habitación 302, Hospital Gimcheon, habitación para seis,ella yace con su máscara de oxígeno, peleando contra el cáncer.Ella yace cual pez plano bajo y plano sobre el piso del suelo oceánico.Me tiendo paralelo a su lado, otro pez plano.Al mirar un pez plano al otro súbitamente sus ojos se anegan de lágrimas.Se lamenta, tan delgada que un ojo se ha ido rozando hacia el otro lado,y mira fijamente a la muerte mientras yo contemplo el mar de su vida.Recuerdo su vida de océano, oscilando de izquierda a derecha, en los mares acuosos,su sendero arbolado, con su canción de cucú al mediodía,cenas de fideo delgado, una familia apenas dueña de una pared de adobe.Sus dos piernas se están rompiendo lentamente,su espina dorsal se dobla como rama bajo el peso de una nieve súbita,pienso en aquel día de invierno.Su aliento se hace áspero como la corteza de un olmo.Ahora sé que ella no puede ver el mundo más allá de la muerte,un ojo es arrastrado hacia la oscuridad del otro.Izquierda, derecha, me mezo hacia ella para yacer a su lado en el mar.Ella me cubre suavemente con el agua que inhala con su máscara de oxígeno.

VerSioneS del ingléS de eduardo Padilla

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Cuando yo era pequeño, escuché la historia de un niño al que cada vez que decía una mentira le crecía la nariz. Aunque nunca creí que fuera verdad, después de aquel cuento ya nunca pude decir una mentira. Hoy empiezo a hacerme preguntas. ¿Qué hubiera pasado si la historia tratara de un niño que volaba cada vez que decía una mentira? ¿Sería hoy un mejor mentiroso? ¿No llevaría una existencia más liviana? Y todo hay que decirlo: con tanto volar, podría haber visto mucho más mundo.

Es posible que alguien ya haya escrito ese cuento. Hay un sinnúmero de historias en este mundo, y nadie puede leerlas todas. De cualquier ma-nera, yo había llegado a cumplir mis treinta y ocho sin conocer muchas de esas historias que se cuentan por el orbe.

No hice nada especial para celebrar mi cumpleaños. Estuve sentado durante horas en una solitaria casa de té. Había llenado mi taza de manza-nilla con agua caliente unas cinco o seis veces. Me hundí profundamente en el sofá y no me moví más que para ir al baño. El libro se quedó sobre la mesa donde lo abrí cuando llegué a tomar asiento. No esperaba a ninguna persona, no tenía nada que hacer. Sobre todo, sentía el consuelo de saber que no había nadie en el mundo que estuviera pensando en mí.

La última vez que fui a casa, mi padre había hecho un gran esfuerzo por saludarme con calidez. Ya no insistía en que encontrara otro cami-no en la vida antes de que fuera demasiado tarde. Después de recibirme con honores por excelencia académica y asistencia perfecta, hasta el mo-mento en que fui admitido en una universidad prestigiosa, todo fueron alabanzas de su parte. Como resultado, estudiar era lo único que yo sabía hacer. Por lo tanto, si fracasaba en los estudios, todo estaría perdido para mí. Mi padre parecía haber aceptado más o menos esta realidad.

No era la culpa de nadie. Pero es verdad que algo se torció en algún momento. S. se solía frustrar conmigo por lo poco que yo sabía de la vida.

Eun Hee-kyung El descubrimiento de la soledad(fragmento) ¿Era ésta la vida de la que ella estaba hablando?

Regresé a la residencia de estudiantes unos días después, pero no tomé mi asiento en el escritorio. Cuando me sorprendí a mí mismo abriendo el celular, por pura inercia, cancelé el servicio. Desde que S. me dejó, ya casi no sonaba, y la única razón por la cual todavía lo conservaba era para decirle a mi padre que estaba en la residencia cuando me preguntara dón-de estaba. Incluso cuando estaba fuera, solía correr a la habitación sólo para poder darle esa respuesta. La idea de mentir nunca se me hubiera ocurrido.

El interior de la casa de té era tranquilo y acogedor. El sol de febrero entraba oblicuo hasta iluminar el suelo de madera, y la sombra de las persianas dibujaban delgados trazos de luz en las tablas. Yo era el único cliente. Tras la máquina de café de la barra, dos empleadas de medio tiem-po en delantales verdes susurraban de vez en cuando. Una canción que sonaba extrañamente familiar llegó a mis oídos. Hacía mucho tiempo que no escuchaba música. No one remembers your name. When you´re stran-ge, when you are strange... La voz, salida de un sueño, repetía las mismas palabras y cosquilleaba mis oídos como si alguien me estuviera llamando desde la distancia. Me dejaba acariciar por la indiferente luz del sol de la tarde, y terminé durmiéndome.

Un pequeño timbre que sonaba cada vez que alguien abría la puerta me despertó. Pude ver por el rabillo del ojo a un hombre alto con un abrigo negro que acababa de entrar. El hombre caminaba lentamente ha-cia donde yo estaba sentado. Este acercamiento parecía natural, como si hubiéramos quedado en vernos aquí. Pero yo no tenía ni idea de quién era este hombre.

Estaba delante de mí antes de que pudiera darme cuenta.—Eres K., ¿verdad?Asentí, porque efectivamente yo era K. El hombre dijo gracias y se sen-

tó frente a mí. Por su forma de moverse, era como si me hubiera pregun-tado si se podía sentar conmigo —y como si yo le hubiese respondido que sí. Con la mirada vacía, vi que el hombre sacaba un cigarro de su bolsillo y lo encendía. Después de una jalada profunda, de pronto empezó a hablar de la persona que yo había sido quince años atrás.

—Entre los siete muchachos, K. era definitivamente el huésped mode-lo. Sus uñas, pelo y pies siempre estaban limpios. Nunca pagaba tarde la renta. Por supuesto, cada semestre le daban una beca.

K. nunca se iba de borrachera, ni jugaba largas sesiones nocturnas de hwatu1, y jamás traía mujeres a pasar la noche. Se aseguraba de lavar su

1 Juego de cartas.

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ropa todos los domingos, de tal manera que siempre tenía ropa interior y calcetines limpios en sus cajones, y la suya era la única recámara de toda la casa de estudiantes que no era necesario limpiar a toda prisa cuando los padres llegaban a visitar sorpresivamente. Más aún, pasaba casi todo el tiempo en su escritorio. Como muestra de su confianza en K., la patrona le obsequiaba con platillos especiales de vez en cuando, pero invariable-mente K. compartía este honor con sus compañeros. Cualquiera podía darse cuenta con sólo verlo de que era un joven sano, bien educado y con un futuro brillante por delante.

Hasta que me encontré con este hombre, no había regresado a aquella etapa de mi vida, y la verdad es que casi no recordaba nada. Pero cuanto más hablaba el hombre, más me daba cuenta de que el K. de esa historia era yo. Y seguía viviendo la misma vida sin cambios, hasta el hastío; la única diferencia es que la pensión de antaño se había convertido en una residen-cia de estudiantes de postgrado, y la fe que mi madre tenía en mí se había transformado en disgusto, un sentimiento que toda mi familia compartía.

De pronto me sorprendió la voz de una mujer llamando la atención de la mesera desde su mesa cercana a la entrada. Debió de haber llega-do cuando yo dormía. ¿Por qué no había sonado el timbre de la puerta cuando entró ella? La mujer, con el ceño fruncido, tenía la mano sobre los ojos como una sombrilla para protegerse del sol. Se escucharon los pasos de una de las meseras de delantal verde, que cerró rápidamente las persianas. Las líneas de luz que habían iluminado el suelo desaparecieron al instante. El alto contraste de sombras en el rostro del hombre también se desvaneció, y se hizo más dif ícil aún discernir sus gestos.

El hombre se inclinó hacia mí y habló en voz queda, como si fuera un ladrón de bancos que acabara de salir de prisión, indagando qué fue de sus cómplices.

—Me pregunto si todavía sigues con tu investigación.Le miré confundido, y con un gesto de pequeña decepción, me lo re-

cordó.—Tu investigación sobre cómo hacerse más ligero.El hombre continuó.—Todos pensábamos que K. lo lograría. Era distinto a los demás.Según este hombre, la pensión de estudiantes era un edificio de dos

pisos, al estilo occidental, con seis habitaciones en total. En el primer piso había dos habitaciones dobles para huéspedes, además de la recámara de la patrona. Una de las habitaciones la compartían dos hermanos de la fa-cultad de Medicina, muy cercanos. La otra la ocupaban un estudiante de Derecho que siempre se andaba quejando, y uno de Administración, que

sólo tenía un traje para cada estación. Las tres habitaciones del piso de arriba eran sencillas. Estaba el hijo único de una familia rica, que era bas-tante bueno tocando la guitarra y estudiaba Letras Inglesas. Estaba tam-bién el estudiante de Ingeniería, apuesto, que casi no paraba en la pensión porque salía mucho por la noche. Y luego estaba K. Con la excepción del hermano mayor que estudiaba Medicina, todos los demás huéspedes habían entrado a la universidad en el mismo año. Todos pegaban carteles parecidos en sus puertas idénticas, carteles que decían «silencio» o «por favor llama antes de entrar». La puerta de K. era la segunda al final de las escaleras, con un cartel en el que decía «PUERTAS».

La pensión se encontraba en un barrio sobre una colina, con la monta-ña detrás. Siempre hacía viento. Los estudiantes bautizaron a la montaña detrás de la casa con el nombre de Montaña Ventosa. Cuando divisaban una pareja de amantes caminando hacia la Montaña Ventosa, les chifla-ban y les gritaban groserías. K. no participaba en estas travesuras, pero le gustaba mirar por la ventana. Cuando algún estudiante regresaba a la pensión tarde por la noche y miraba el edificio a través de las ráfagas de viento, podía ver la silueta de K. en su ventana iluminada. Y cuando le saludaban agitando el brazo, solía pasar un buen rato hasta que la silueta respondía levantando suavemente la mano. Se notaba que estaba inmerso en sus pensamientos, añadió el hombre. K. siempre había estado al tanto de todo lo que sucedía en la pensión.

Por mucho que lo intentara, ya no conseguí reconocerme en el K. que este hombre estaba describiendo. El hábito de mirar por la ventana no había cambiado. Todavía tenía yo esa costumbre de asomarme por las noches, y al igual que por aquel entonces, siempre había algo oscuro blo-queando mi vista. Pero lo hacía porque me cansaba de mirar libros, y no porque estuviera inmerso en ningún profundo pensamiento para buscar formas de hacerse más ligero. Más aún, no era nada característico en mí, que nunca me interesaron las vidas de los otros, pararme en la ventana para ver a qué horas llegaban a casa los otros estudiantes. Perdí el interés en la historia que me estaba contando el hombre, porque cada vez era más dif ícil creerla.

—Cuando el viento soplaba muy fuerte, se escuchaba lo que parecían ser gritos de animales salvajes que llegaban de la Montaña Ventosa. Todos pensábamos que K. estaba haciendo sus experimentos para hacerse ligero.

Un recuerdo placentero debió de pasarle por la mente, porque las co-misuras de su boca dibujaron una sonrisa.

—Recuerdo el día en el que fuimos a aquella isla. Ese día hacía frío pero afortunadamente el río aún no se había congelado, así que pudimos

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llegar en un bote. Me acuerdo que había un templo en medio de la isla...Dijo que no podía recordar el nombre de la isla, moviendo su cabeza

en un gesto de fastidio.—Pensamos que esa noche K. nos mostraría los resultados de su inves-

tigación. Es más, cuando ocurrió el accidente y el bote se volcó, pensamos que K. nunca se hundiría en el agua. Me acuerdo de que nos secamos en aquella minbak2 cerca del templo. Incluso recuerdo cómo entramos en la sala principal del templo y nos acostamos en una fila ordenada. Aquellos fueron momentos felices e inolvidables, ¿no crees?

—Parece que los estudiantes de la casa se llevaban muy bien.—Todos querían mucho a K.El hombre asintió unas cuantas veces, y me dirigió una mirada directa,

como indicando que ahora era mi turno de hablar.—Y entonces, ¿cómo van las cosas hoy en día, K.?No sé por qué, pero pensé en decirle que estaba a punto de tirar to-

dos esos libros aburridos y quemar mi dormitorio. Una vez lo consideré seriamente. No quemar la habitación, sino decir una mentira. Aquel día, S. no estaba irritable como de costumbre, ni me había lanzado sus habi-tuales ataques. Estaba tranquila, contenida, como si hubiera desistido de toda esperanza o interés en mí. Tomar la decisión fue dif ícil, pero llevarla a cabo no. ¿En qué estábamos pensando, dejando que esta situación se alargara durante diez años? Para cuando llegamos a la parada de autobús, su estado de ánimo ya era burlón. Así que me vas a dejar ir como si nada. Sabía que eras así. Nunca vas a cambiar, así que si me quedo o me voy es completamente mi propia decisión, ¿verdad? Bien, tienes razón. Por su-puesto que no me puedes prometer nada. Porque ¿cuándo no has tenido tú la razón? Adiós. Durante el viaje en autobús de regreso, pensé mucho en lo que ella había querido de mí. Por primera vez se me ocurrió que quizás le hubiera gustado que yo hubiese mentido por ella.

Miré directamente a los ojos del hombre y le contesté.—He estado fuera todo este tiempo. Siento que llevo una vida muy

ajetreada. Estoy tratando de buscar un nuevo rumbo.—Ya veo.—Tal vez me vaya a vivir al campo, donde es más tranquilo.—¿De veras?El hombre bajó su mirada, inmerso en sus pensamientos, y se quedó en

silencio durante un rato. Después volvió a hablar.—¿De casualidad te acuerdas de J.?Sólo cuando el hombre mencionó que J. era el hijo único de la patrona,

2 Bed & Breakfast coreano, por lo general en islas y zonas rurales.

me vino a la mente la imagen de un niño de secundaria, corto de estatura. Era un niño terriblemente silencioso. El hombre dijo que todavía mante-nía contacto con J., y que incluso le había visto hace poco. Aunque ya era un adulto, J. todavía tenía la altura de un niño de secundaria, pero defini-tivamente podía beber licor como un hombre.

—J. está buscando a alguien para cuidar su hotel.—¿El hotel?—¿No recuerdas? La patrona dejó nuestra querida pensión de estu-

diantes para abrir su hotel. Por eso tuvimos que salir de allí y buscarnos la vida cada uno por su lado.

La frente del hombre se arrugó sutilmente cuando dijo «querida».Después de cerrar la pensión, la patrona había pasado varios años ope-

rando un pequeño hotel al fondo de un callejón en un barrio de universita-rios. Justo cuando J. iba a cumplir veinte años, se fueron de nuevo, esta vez a un nuevo hotel en W. Les iba bien, justo como para vivir modestamente. Ella se murió a finales del año pasado, dos meses después de haber sido diagnosticada con cáncer de garganta. La posada había estado cerrada des-de el funeral, y J. no tenía ningún deseo de abrirla. Si dejaba el lugar vacío, su precio bajaría considerablemente, así que estaba buscando a alguien para que se ocupara de la pensión provisionalmente, en lo que él figuraba qué rumbo tomar. Pero estaba preocupado porque aún no había encontra-do a la persona adecuada. El hombre sacó lentamente un cuaderno y una pluma del interior de su abrigo negro y me pidió mi dirección. El cuaderno parecía nuevo, no tenía nada escrito dentro. La pluma también parecía nueva. Su caligraf ía era infantil, tosca, como la de una anciana que acabara de salir del analfabetismo. Me di cuenta de que yo no había recordado aún quién de los seis inquilinos había sido este hombre. Mi pregunta le pareció divertida, y envolviéndose en su abrigo negro, sonrió burlón.

—Quién sino el estudiante de Administración que sólo tenía un traje para cada estación. ¿No era así como K. se solía referir a mí?

Se despidió, y sin más preámbulos se levantó de su silla e inmedia-tamente caminó hacia la puerta. Se fue sin vacilar. La cola de su abrigo negro desapareció de mi vista. Levanté mi taza de té y la atraje lentamente hacia mis labios. Estaba totalmente fría, con una sola gota de líquido es-tancada en el fondo. Al inclinar la taza, la gota descendió un poco, pero se paró a la mitad del camino. Después de que se fuera el hombre, todavía me quedé en la casa de té durante un buen rato. Cuando finalmente pagué mi cuenta y salí al exterior, mi cuerpo se sentía extrañamente ligero z

Traducción del ingléS de anna angulo

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El cielo de Dios también tiene oscuridad

Escribo sobre el papel blanco:a, b, c, d...Como siembro la escrituraDios siembra las estrellasen el cielo nocturno.

¿Por qué temo el espacio blanco?El espacio divinodesea llenar con luzla vacuidad absoluta,pero yo quierollenarlo con palabras.

Cuando disperso la escriturasobre el papel blanco:uno, dos, tres, cuatro...,las semillas que caen a la tierrase convierten en flores, hierbasy árboles.

Cuando llegue su tiempo,también volverán al espacio vacío.En la distancia entre tú y yo,el lenguajedesaparece a la luz de la estrella fugaz.Por tener luz, el cielo de Diostambién tiene tiniebla.

Oh Sae-young

Poema

Dicen que «la montaña es verdey el río fluye»,pero el lenguaje es aguamontada en el sonidocomo flecha que vuela.

De letra a letray sílaba a sílabase combinan:a veces forman un lago,otras una cascadao la frase de un río.

El sonido del aguay el lenguaje congelado,cuando se hiela,se convierte en prosa;cuando arroja vapory está hirviendoel lenguaje se hace poema.

No como el hielo de la tierra,sino como arco iris que iluminaese espacio absoluto,la poesía debe seragua que arde.

VerSioneS del coreano de Joung Kwon Tae

Del libro El ciclo de Dios también tiene oscuridad(Editorial Vuelta, México, 1997).

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11. La mesa en que se queda el espíritu

Qué voy a ser

Hacía mucho viento. Las hierbas de la colina temblaban fuertemente como si fueran empujadas en una sola dirección por una corriente de agua muy intensa. Los granos de tierra se pegaban en la cara y los lóbulos, el vien-to empujaba pecho y muslos. Los cuervos no podían volar a gusto. Movían las alas en el cielo y se dejaban caer; uno de ellos estaba a punto de tocar el suelo, pero viró enérgicamente hacia arriba y, en un instante, desapareció en dirección opuesta, como si flotase una hoja en el aire. Los árboles emitían chillidos, las ramas desnudas temblaban.

Varias personas caminaban en una sola dirección con el tronco inclina-do, como si una cuerda los jalara de los hombros hacia abajo. La procesión no tenía cabeza ni cola. La sinuosa calle atravesaba el campo y se enlazaba con un gran sistema de montañas violáceas. Las personas no hablaban. Des-de aquí sólo se veía su espalda encorvada.

Se ponía el sol. Las nubes flotaban bañadas por el crepúsculo, avanzaban dejando atrás sus huellas deformes, igual que las aves planeaban por la fuer-za del viento. El color rojo del cielo se oscureció en un momento y la luna salía en un fondo teñido de azul marino. Bajo su luz la hilera de personas avanzaba lentamente. El sendero de la gran cordillera terminaba en la cima. Abajo se veían las luces del pueblo y el cauce del río de color blanco.

Él volaba como las aves por encima de las personas que se desplazaban despacio. Debajo pasaban las cadenas de colinas y los arroyos estrechos. A lo lejos se oía el mugido de una vaca, el sonido del cencerro y el cacareo de una gallina tras poner un huevo. En el campo se oía cantar a los campesinos que trasplantaban los almácigos de arroz. Además de un rápido sonido de

Hwang Sok-yongEl huésped(capítulos finales) tambor, había uno ligero y metálico que cubría los anteriores. Por otra parte,

se oía a una madre llamando a sus hijos: «¡Hijos, a comer!».

El misionero Liu Yosop despertó del sueño de la madrugada. Todavía no era hora de marcharse. Descorrió la cortina y miró la calle desierta. La ciudad de Pyongyang estaba totalmente negra porque las farolas ya estaban apagadas. Del lado opuesto, en el centro del edificio y en la última parte, se veían las luces. ¿Se habrían despertado algunos para salir al trabajo desde temprana hora? En la calle vacía pasaba despacio un automóvil. Se miró a sí mismo tenebrosamente en el cristal de la ventana. En la figura más familiar para él en este mundo.

12. Fiesta final

Retírate tú después de alimentarte

Fantasma del viudo muerto y del soltero muerto,retírate después de alimentarte.Fantasma de la exorcista muerta y del ciego muerto,retírate después de alimentarte.Fantasma de la viuda muerta y de la virgen muerta,retírate después de alimentarte.Fantasma del muerto colgado del cuello en el pino alto,retírate después de alimentarte.Fantasma del muerto en las aguas,retírate después de alimentarte.Fantasma del parto, fantasma de la embarazada, fantasma que lleva un cuen-co en la mano, fantasma que peina el cabello desordenado, con el delantal en el costado, con las esteras en el costado, con las tijeras y la bobina en la cintura, el del llanto, retírate después de alimentarte.Fantasma del muerto por el disparo, por la espada y a palos,fantasma del muerto por el bombardeo,fantasma del muerto quemado por el fuego, convertido en cenizas,fantasma del muerto aplastado por el carruaje, el tren, el camión, el tanque,fantasma del muerto de tifus, de peste, de cólera, de tifoidea, de neumonía, de viruela,todos los fantasmas diabólicos,hoy come bien, come mucho,

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come todo y retírate.Fantasma de esta tierra, el que custodia esta casa,llénate de alimentos y sin problemas de digestión,llena tu estómago hambriento, toma agua para tu garganta seca por la sed.cómete el alimento remojado, llévate el alimento seco, lleva en hombros todo lo tuyo,llévate otro también encima de tu cabeza,llévate el alimento envuelto en tu delantal,vete reconocido por todos, con todos los gastos pagados, a un paraíso.

Traducción del coreano de chong gu SoK

y FranciSco carranza romero

Del libro El Huésped (Ediciones El Ermitaño, México, 2008). El eco

A la montaña crepusculargrito:¿Qué eres tú?¿Eres?

La tarde

Al estiércol seconi la mosca se arrima.

¿No es esto Tierra Pura?¿No?

Amigo mío

¡Amigo mío!Hice un Budacon la tierra que cavaste.Llovióy el Buda regresó de nuevoa la tierra.

¡No discutas!El cielo se ha despejadocon la lluvia.

Ko Un¿Qué? (poemas zen)

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El aguacero

Innumerables Budascaen.Aquel arroyocorre apresurado.Flotan más cadáveres.

¡Qué frescura!

Ropa limpia

La ropa limpia ondea al vientosin saber que esBoddhisattva.

El campo de Cheju

Noviembre comienzaen el campo de carrizos de Cheju,campo de carrizos blancos.En él pongo un espantapájaros.

Ve al mar,el mar lo ve.

VerSioneS del coreano de Paciencia onTaÑón de loPe y Suh Sung-chul

Del libro Fuente en llamas. Poemas seleccionados de Ko Un (El Colegio de México, México, 1999).

Canción de dos ríosCantado a la unión entre el Río Han del norte y el Río Han del sur1

«Ah, me deslicé entre las minas, tan cauteloso; crucé alambres de púas que cedieron a mi paso;escuché los incesantes llantos de las almas en pena;acaricié huesos gastados y esqueletos limpios. Lloraban, lloraban como yo al besarlos».

«Mi cuerpo entero es sólo lágrimas,sólo el aliento de los campesinos expelido por la tierra. El viento cargado de aguanieve se hace cada vez más amargo, la espesa niebla cubre toda la llanura,pero he visto la gloria emergiendo del suelo,una gloria real, vigorosa como una canción».

«¡Ahora vamos a abrazarnos! ¡Ahora hay que acariciarnos!Hemos fluido hasta aquí,tú del norte, yo del sur,soportando tanto dolor, espanto, miseria.Cuando tu sangre se mezcle con mi carne,cuando mi aliento penetre en tus huesos,todo eso se convertirá en luz.

Ahora bailemos, un solo cuerpo ardiente al despuntar el día».

1 Los brazos norte y sur del río Han se unen solamente al este de Seúl.

Shin Kyong-Nim

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El mercado de Mokkye

El cielo me empuja a convertirme en nube,la tierra me empuja a convertirme en brisa,soplo tierno que agita la maleza sobre el muelle,cuando las nubes se dispersan y la lluvia se aleja.Soy un mercader rumbo al puerto Mokkye,afligido incluso ante el fulgor del otoño.Tres días en bote desde Seúlpara vender maquillaje los días cuatro y nueve.Las colinas me empujan a volverme flor,la corriente me empuja a convertirme en piedra.Escondo el rostro en la hierba cuando la escarcha muerdey me abrigo entre las rocas cuando los rápidos son más violentos.Un viajero cargado, descansando en la entrada de una choza de barro.El río repleto de camarones.Seré un tonto durante una semana, por vez primera en nueve años.El cielo me empuja a convertirme en brisa,las colinas me empujan a volverme piedra.

VerSioneS del ingléS de luiS eduardo garcía

Contemplación

Mátametodo lo que ahonda y ensancha el yo dentro de mímátametodo lo que hace florecer carmesís a las cameliasen las ramas secas que hay en mímátameen un día de lluvias granizadastodo lo que trae a miles de aceradas hojas de cuchillo agitándose en el vacío

[huerto de bambú de mi corazón,que las hace inclinarse gentilmente hacia mí en la más ligera brisa.

Cuando veo esa colina

Cuando veo esa colina, mi corazón arde en llamas.La colina que durante todo el invierno solía ver yodesde la ventana de la prisiónapenas sobreviviendo con sus costillas de blanco inmaculadohoy abraza para sí misma una multitud de cimas infantes,con su vasto pecho desnudo expuesto a la nieve de marzo,expuesto a la nieve de marzo.

Lee Si-Young

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La nieve está cayendo

La nieve está cayendoen la tierra donde nadie vive.Una palabra, una solemne promesa, condenada al eterno olvido,tiembla, lívida, y se colapsa.Un grito que no alcanza a escuchar a aquel grito se colapsa encima de él, se

[frota a sí mismo,mientras otros gritos que no alcanzan a proteger a ese gritose apilan detrás de los gritos.

Los gritos están cayendoen la tierra donde nadie escucha.Caen como puños, sin ruido, detrás de esos gritos.

Los ojos negros de alguien están buscando otros ojosen la tierra donde nada puede verse.Ojos que brillan, que no pueden ver a aquellos ojos,y los ojos que alguna vez brillaron detrás de los ojosen busca de los ojos que hacían faltadesaparecen en la oscuridad.

Las manos de alguien son llevadas en grilletesen la tierra que nadie encuentra.Las manos que llevan a esas manos tiemblany luego pierden sus propias manos.En los corazones de aquellos que las han perdidolas manos carnosas están cayendo.

VerSioneS del ingléS de eduardo Padilla

Después acabé teniendo mucho tiempo libre, y me senté con fre-cuencia en la barandilla del techo a jugar juegos mentales, rebobinando en mi memoria. Recordé haber encontrado un billete de mil wons camino a la escuela y haberlo atrapado rápidamente bajo mi pie (por haberme quedado ahí parado esperando a que todos se fueran, llegué tarde a clase); ser llevado a rastras por mi madre a clases de caligraf ía china («Señor, tengo una pre-gunta. ¿Cómo se escribe la segunda sílaba de “trotar” en escritura china? El símbolo que uno usa para la primera sílaba es el mismo que se usa para de-cir “mañana”, ¿cierto? Presumir siempre terminaba en humillación»); haber pasado una hora encerrado en el baño (nunca descubrí quién fue el que me encerró); haber aprendido la palabra «consternación» de las páginas de una historieta (al encontrarme en situaciones desfavorables, yo siempre grita-ba «¡Consternación!» y me dejaba caer fingiendo un desmayo. Este hábito desapareció el día en que me golpeé la cabeza con el filo de un escritorio y me salió sangre); sentir odio cada vez que oía la frase «Deja que tu hermano juegue con él» (yo quería responder con un No, pero a pesar de mí mismo, siempre decía Sí); y cómo deseaba gritar «¡Ya no soy un bebé!» cada vez que alguien me trataba como si aún lo fuera (me sabía muy pocas palabras en aquel entonces). Cada vez que rebobino el carrete y lo dejo correr de esta forma, llega el momento en que me encuentro con la escena más vieja de la que tengo memoria, la primera de todas. Estoy sentado en la parte de atrás de un triciclo que está atorado en una zanja. Hay alguien sentado adelante e infiero que es mi hermano mayor, pues el suéter que esta persona trae puesto reaparece en uno de mis primeros recuerdos. En esta escena tengo seis o siete años y estoy corriendo a alguna parte, y traigo puesto el suéter con el estampado de hojas de arce. Mi hermano lucha por sacar el triciclo de la zanja. Entre más lo intenta, más hunde su pierna derecha en el fango. Una de las rueditas traseras sigue girando, levantada en el aire. Veo la rueda

Yoon Sung-hee Palabras inconclusas

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girar, pensando que me gustaría meter mi dedo entre los rayos. Si alguien me preguntara «¿Cuál es tu pasatiempo?», yo le respondería «Sentarme en la barandilla del techo y mirar el sol poniente mientras pienso en la rueda girante del triciclo».

Toda la familia se sentó en el sofá, esperando el regreso de mi padre. Al observarlos, sentí curiosidad por saber cuál era el primer recuerdo que cada uno de ellos escondía en su memoria. El abuelo incluso tiene los números de su cuenta de crédito de hace cincuenta años archivados en la cabeza, así que bien podría recordar hasta el punto en que usaba pañales. Sin importar la ocasión, mi hermano siempre tenía una libreta a la mano. Ya fuera que estuviese comiendo, viendo televisión, o escuchando los regaños de mi ma-dre, él sacaba una pluma y tomaba nota. Quizás en una de sus libretas está registrada su primera memoria. ¿Recordará haber conducido el triciclo a la zanja conmigo en el asiento? En cuanto a mi madre, bueno, no espero gran cosa. Sólo desearía que recordara apagar la estufa antes de que el caldo hier-va y se derrame. Mi hermano bostezó y comenzó a cambiar los canales con el control remoto. «Déjale en la novela», dijo mi madre. «No soporto a esa mujer», dijo mi hermano. «No es como si fueras a casarte con ella ¿o sí?». El comentario de mi abuelo hizo que mi hermano sacara su libreta y tomara nota. «Aquel viejo adivino dijo que, por lo menos, pasarías el examen de admisión». El abuelo acarició el cabello de mi hermano. Según va la historia, mi abuelo fue con un famoso adivino el día en que nació mi hermano. El día en que yo nací, mi abuelo no fue con el adivino sino a la taberna a beberse una cubeta entera de licor de arroz. La visita de mi abuelo al adivino el día del nacimiento de mi hermano no era la primera visita que mi abuelo le hacía. Había hecho lo mismo cuando nació mi padre, el primer varón en la familia en tres generaciones. Mi abuelo abrió el dobladillo de su manga para insertar el papel con los Cuatro Pilares del Destino del bebé —el año, mes, día y hora de su nacimiento— y luego lo volvió a coser. Luego salió en busca de un adivino llamado Han, quien, había escuchado, vivía en la ciudad de G. Lo único que mi abuelo sabía era el nombre del adivino, pero resultó que la ciudad de G era más grande de lo que había imaginado. Al final decidió detenerse en la primera casa con letrero de adivino que encontró. Un hom-bre que se llamaba a sí mismo Mt. Baekdu Bodhisattva estaba ahí sentado, vestido con el tradicional hanbok blanco. El abuelo anotó en un papel sus propios Cuatro Pilares del Destino, luego se lo dio al adivino y le hizo una propuesta. Si adivinas correctamente si mis padres aún viven o no, te en-tregaré la mitad de mi fortuna. Pero si te equivocas, quiero que me ayudes a encontrar a la persona que busco. Entonces Mt. Baekdu Bodhisattva miró el papel durante un largo tiempo y dijo, inclinando la cabeza, preferiría no

decirlo. Vamos a suponer que yo pierdo. Luego Mt. Baekdu Bodhisattva le dibujó un mapa al abuelo. Han el adivino había dejado la ciudad de G para convertirse en un ermitaño montañés en el pueblo de T. Abundaban rumo-res que decían que Han incluso había rechazado a un político poderoso que había viajado hasta la montaña para consultarlo. Mt. Baekdu Bodhisattva le dio una pista al abuelo sobre cómo ganarse el corazón de Han. Y le dio esta información sin pedir ningún pago. Dijo que después de haber visto los Cuatro Pilares del Destino del abuelo había sentido lástima por él y quería ayudarlo. El abuelo se fue caminando, mapa en mano. Le tomó más de un día tan sólo llegar a las orillas de la ciudad. Pasó por los pueblos C y L. «Te digo, me perdí en las montañas, comí puro arruruz durante una semana». Fue un hombre que andaba hurgando en busca de ginseng silvestre el que salvó la vida del abuelo después de que éste se colapsó de cansancio. El hombre había extraído tres preciosas raíces de ginseng silvestre esa mañana y le or-denó al abuelo comerse la más pequeña. Revigorizado, el abuelo tomó ven-taja de un momento de distracción del hombre para comerse las otras dos raíces. Después de todo, el abuelo había sido el primer varón de la familia en dos generaciones. Desde la infancia, le habían dicho una y otra vez, hasta endurecerse la piel que rodeaba a sus oídos, que era el deber de su familia el cuidar de su cuerpo. Cuando el hombre del ginseng persiguió al abuelo, amenazando con cortarle la cabeza con su hoz, el abuelo prometió compen-sarlo ayudándolo a encontrar no menos de diez raíces. Aquel día, el abuelo se dispuso a hurgar en busca de ginseng con el hombre. «Primero que nada, un hombre debe cumplir sus promesas». Mi hermano sacudió su cabeza lentamente, y se hundió aún más profundo en el sofá. Yo también sacudí mi cabeza, una muestra de apoyo. Cualquiera que conoce al abuelo sabe bien que él nunca encontró una sola raíz de ginseng. Esto lo sabemos porque an-tes de que muriera, el hombre del ginseng vino a cobrarle las tres raíces que aún le debía. Hace todos esos años, después de que el abuelo y el hombre del ginseng se separaron, el abuelo continuó en su búsqueda de Han el adivino. El mismo día en que el abuelo llegó a la puerta de la cabaña de Han, en casa se estaba dando una gran fiesta en honor al centésimo día de vida del primer varón en la familia en tres generaciones. Sin pronunciar palabra alguna de bienvenida o explicación, Han se agachó y le quitó los zapatos a mi abuelo. Inspeccionó con cuidado los gomusin de mi abuelo, luego le ordenó quitarse los calcetines. La peste de sus pies llenó la cabaña. El olor era tan fuerte que un gato que había estado dormitando en un rincón despertó de un salto y salió corriendo, y no se atrevió a regresar hasta el día siguiente. Los zapa-tos de goma de mi abuelo se habían desgastado y hecho jirones durante el tiempo en que deambuló por la montaña con el hombre del ginseng. Han

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sostuvo los zapatos desgarrados y le preguntó a mi abuelo ¿Qué es lo que estás buscando? «Funcionó, el secreto que me había contado Mt. Baekdu Bodhisattva. Tuve que caminar cada paso para llegar hasta allí sin comprar un nuevo par de zapatos, sin importar cuánto se desgastaran». Y así es como el abuelo consiguió que le leyeran los Cuatro Pilares del Destino de mi pa-dre. Pero a pesar de todas las dificultades que soportó mi abuelo, el destino de mi padre no indicó nada especial. El consejo de Han para mi abuelo fue que su hijo no debería intentar ninguna empresa después de cumplir veinte. Quedarse quieto y cobrar renta, ésa era la vida designada para él. «Si no me hubiera vaticinado longevidad, no habría regresado yo a casa. Merezco algo de devoción filial, por lo menos, en estos últimos años, si es que no puedo esperar nada más de él».

El tintineo de unas llaves llegó desde la puerta principal. «Deberíamos cambiar a cerradura electrónica», dijo mi hermano. «No soy bueno para memorizar números», dijo el abuelo. Mientras mi padre batallaba con la cerradura, el resto de la familia se quedó sentada en el sofá, volteando sus cabezas para observar al cerrojo girar de derecha a izquierda. Mi padre ca-minó derecho hasta el sofá y se sentó, metiéndose entre el abuelo y mi her-mano. Su ropa apestaba a cigarro. «¿Qué es ese olor?». Mi madre se abanicó la nariz con la mano. Desde que perdió a su madre por causa de un cáncer pulmonar, mi madre fue muy susceptible en cuestiones de tabaco. Cuando a su madre —en vez de a su padre, quien fumó crónicamente toda su vida— le diagnosticaron cáncer pulmonar en etapa terminal, mi madre tomó el baúl de cedro de la abuela, su mueble más viejo y preciado, y lo sacó al patio, don-de le prendió fuego. Mi abuela le había prometido a mi madre que, cuando ella muriera, heredaría el baúl de cedro. Si tenías que fumar, lo debiste haber hecho solo en las montañas, o en cualquier otra parte, le gritó mi madre a su padre. Su padre estaba en su cuarto y su silueta era vagamente visible a través de la puerta de papel. Tenía una larga pipa de tabaco en la mano. Des-pués de esa pérdida, mi madre pensaba en el baúl de la abuela cada vez que olía humo de tabaco. Ese baúl había sido transmitido de madres a hijas du-rante siglos, desde el reinado de Joscon. Ella nunca volvió a ver la televisión z

Traducción del ingléS de eduardo Padilla

Kim Hoon El canto de la espada (un capítulo)

Canto de amor mudo

El viento se abría paso entre las columnas que se elevaban de las furio-sas aguas de Noryang. El mar se cubrió de enemigos, cuyas naves, en grupos y enarbolando banderas negras, llegaban del oeste, desde más allá de la línea del horizonte. Resultaba imposible estimar el número de barcos, ocultos tras una cortina de agua. Eran los ocupantes de la base de Suncheon, que, prove-nientes de la bahía de Kwangyang, se dirigían a aguas de Noryang. A golpe de trompeta ordené a mis naves retroceder.

Al sur, por encima del horizonte, aparecieron incontables banderas rojas. De los barcos, ocultos por el agua, sólo se divisaban las banderas ondeando en el cielo. Eran las tropas de refuerzo del ejército de tierra, que habían partido después de permanecer largo tiempo en Namhe. Enemigos lejanos, hasta entonces inalcanzables. Siguiendo los recovecos de la costa, las ban-deras rojas, sobre las que caían los rayos del sol, se aproximaban a Noryang. Volví a tocar para hacer retroceder a mi flota.

Entre las banderas negras y las rojas, apareció un tercer ejército de ban-deras blancas, alineadas en formación de ataque. Eran los enemigos de Sun-cheon, que, en plena travesía de retirada hacia el este, habían dado la vuelta de regreso a Noryang, arrastrando con ellos a todas las fuerzas de la costa de Kyeongsang. Los deshilachados estandartes, en los que aún se distinguía la inscripción nam mu mio ho te ke kyo, se desplegaban en su línea de van-guardia.

El instinto asesino del enemigo brillaba con luz propia. En alta mar, los enemigos de varias direcciones habían reunido sus fuerzas, reorganizándose en un enorme semicírculo. Tantos se habían reunido, que la línea del hori-zonte quedaba oculta tras sus naves. Su semicírculo se empezó a acercar como una red del tamaño de todo el mar. Bajo el sol de la mañana, ondeaban

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miles de banderas enemigas. El semicírculo se seguía acercando. Tenía ante mis ojos a la totalidad de los enemigos. Además de la Marina, en aquellos barcos iban todos sus efectivos de tierra, que habían llegado a Noryang des-de sus rutas de la retirada. Se acercaban oscilando como el agua, cuyas co-lumnas blancas se rompían en sus proas.

En aquel momento, el enemigo me transmitió una sensación de solidez y resistencia; un instante después sentí que era yo quien tenía que ser resis-tente, apareciendo el enemigo como algo misterioso. Misterioso, ésa es la palabra. Arrodillándome sobre la cubierta de mi barco, dirigí una plegaria. Sin saber hacia dónde ni cómo, estaba rogando algo. Súbitamente, el mar se sumió en la calma.

Había llegado el momento de desear la muerte; pero, antes, tenía una deuda que saldar con mi enemigo.

Mi flota retrocedía; los enemigos se aproximaban. En mi retroceso, pa-sábamos por las islas donde esperaban nuestros barcos en emboscada. Se-guí retrocediendo en dirección a un estrechamiento de las aguas. A medida que el sol se elevaba, el viento, que soplaba a favor del enemigo, aumentaba su empuje. A la entrada de un laberinto de innumerables islas y canales, el semicírculo enemigo se empezó a deshacer por el frente y acabó formando cinco columnas. El núcleo se había estirado y uno de sus extremos quedaba demasiado lejos para lanzar sobre él un ataque penetrante. No pudiendo abarcar toda la longitud de sus filas, la única opción era intentar cortarlas en grupos más pequeños.

Lanzamos flechas encendidas al aire. Los remeros jefes empezaron a ha-cer sonar los tambores. Las señales transmitidas por las flechas pasaban de barco a barco, elevándose al mismo tiempo desde todos ellos. De detrás de las islas, y siguiendo sus recovecos, salieron nuestras naves emboscadas y empezaron a atacar las columnas enemigas para fragmentarlas. Rotas sus líneas, las naves enemigas se sumieron en la confusión. Hice girar la proa de mi barco hacia el enemigo y, avanzando con el grueso de nuestra flota, lanzamos un ataque masivo contra su línea más adelantada.

La distancia entre el enemigo y nosotros era peligrosamente corta. Desde nuestros barcos llegábamos a ver sus caras. Los soldados de las naves em-boscadas comenzaron a lanzar paja a las naves enemigas, cayendo en cada una de ellas varias decenas de haces. Algunos de los soldados, alcanzados por el fuego enemigo, cayeron al mar de cabeza. Nuestros tiradores, a su vez, abrieron fuego contra los soldados enemigos cuando éstos se deshacían de los haces de paja arrojándolos por la borda.

Los enemigos abrieron fuego contra los soldados que, desde nuestros bar-cos, lanzaban paja a los suyos. Nuestros tiradores, a su vez, dirigieron sus flechas a los soldados enemigos que limpiaban sus cubiertas de paja arrojan-do los haces por la borda. Varios hombres de uno y otro lado, alcanzados por el fuego, cayeron por la borda dando vueltas en el aire.

Una vez acumulada la paja en los buques enemigos, nuestros tiradores hicieron de ella el blanco de sus flechas incendiarias. El viento soplaba a mi favor. Los soldados enemigos de tierra, desarmados, eran una mera carga en sus barcos.

De las naves en llamas cayeron al agua innumerables hombres.

La línea de frente de la fuerza enemiga principal empezó a cambiar de direc-ción. Invirtiendo la ruta, se encaminaba a mar abierto. Coincidiendo con el viraje, todas las naves enemigas quedaron desguarnecidas por el flanco de estribor, momento que aprovechamos para concentrar nuestro fuego sobre ellas. Varios barcos, con el casco agujereado, empezaron a zozobrar y fue-ron engullidos por las aguas. Nuestros tiradores, que se habían colocado en hileras siguiendo la borda, sufrieron varias bajas. Los soldados de reserva ocuparon las posiciones vacías.

Empezó a oscurecer. Los barcos enemigos que consiguieron superar los es-trechos canales de entre las islas se volvieron a encontrar en mar abierto. El enemigo evitaba el combate a corta distancia. Concentraron su fuego en ráfagas en busca de algún resquicio en nuestro cerco que les permitiera abandonar Noryang. Adelantaron varias decenas de barcos hacia mi flota para distraer nuestro fuego y, a la vez, sacar la fuerza principal por un lado. Desde el principio había sido manifiesta su intención de sacrificar a parte de sus hombres para facilitar la retirada de la fuerza principal.

Retiré mi flota y la coloqué en la ruta de retirada de la fuerza principal.

A media noche, la batalla se dio un respiro. Las olas iban creciendo; la luna brillaba por su ausencia. Los barcos no se podían mover. Desde nuestras po-siciones, teníamos al enemigo rodeado. Establecimos centros de maniobra en puertos e islas cercanos y pasamos la noche en el mar. De madrugada, repartimos arroz entre los soldados. Parte de los remeros, con las tripas re-vueltas, cayeron en la cubierta y empezaron a vomitar. Tampoco el enemigo se movió aquella noche.

De nuevo aclaró el día. Las aguas se habían apaciguado. Estrechamos el cerco en torno al enemigo, cuyas naves habían deshecho sus filas y se dis-persaban sin orden ni concierto. Parecía que intentarían una retirada indi-

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vidual. Sus banderas se entremezclaban caóticamente. Los barcos enemigos, diseminados a lo largo y ancho de toda la extensión de mar que abarcaba nuestro cerco, empezaron a buscar puntos de debilidad en los que perfo-rar nuestra red. Las aproximaciones de sus naves provocaron disturbios en nuestras filas, que se movilizaron para el combate, situación que las naves enemigas aprovecharon para abrir huecos por los cuales escapar de una en una.

Sus ataques era descoordinados. Entre mis barcos no funcionaba la co-municación mediante banderas. Al no poder abarcar bajo mi control al total de la flota, delegué las funciones de mando en los jefes de unidad. Desde entonces, yo me ocupé sólo de la unidad central de nuestra flota, a la que hice avanzar hacia el punto más adelantado de la línea enemiga de avance. La batalla se sumergió en un caos de fuerzas dispersas y líneas disueltas.

Perdido el control sobre barcos y maniobras, me abalanzaba, uno por uno, sobre cada buque enemigo que se me acercaba. Todas nuestras naves estaban en la trayectoria del fuego enemigo, pudiendo llegar éste por cual-quier ángulo, y lo mismo sucedía con los enemigos que se movían por el horizonte. Fue un día interminable. El tiempo parecía haberse detenido. El mar se cubría de despojos. Envuelto por el humo de la pólvora y de la paja quemada, aquel combate se confundía en mi mente con otros, pasados y remotos, volviéndose tan vago como ellos.

Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, los buques enemigos incendia-dos lanzaban ataques suicidas contra la proa de mi buque. Los impactos terminaban de destruirlos. Varios cadáveres enemigos quedaron entre los remos y fueron despedazados con su movimiento. Aún sufriría el ataque de un barco más, que, envuelto en llamas y abriéndose paso entre los cuerpos que flotaban en el agua, se abalanzó sobre mi buque y quedó destrozado por la colisión. Los enemigos llegaban de todas direcciones.

Volvió a caer la noche. Los últimos rayos de sol hacían brillar las lejanas islas del poniente; las luces del ocaso coloreaban el humo de la pólvora. El viento dormía. Los remeros acumulaban tres noches sin dormir y estaban al límite de sus fuerzas. Unas cien naves enemigas escaparon hacia el puerto de Kwaneum, desde donde no tendrían vía de escape posible. Probablemente equivocaron la ruta.

Al frente de la unidad central de nuestra flota, me dirigí a Kwaneum para bloquear la entrada y luego atacar a los enemigos que se habían adentrado en el puerto. Se acercaron a mi buque dos naves enemigas, una de frente y otra por la retaguardia. El jefe de la unidad central, cuyo barco estaba por detrás de mí, se adelantó para bloquear el paso a los enemigos que atacaban de frente. Desde el puesto de mando, le grité:

—¡Kwaneum está en peligro! ¡Debemos ir a Kwaneum!Los enemigos, parapetados en hilera en la regala de su barco, descarga-

ron sobre mí una lluvia de balas.

De repente, sentí algo pesado en el lado izquierdo del pecho y me desplomé sobre el suelo del puesto de mando. El oficial Son Hwerib me cubrió la de-lantera con su escudo y me trasladó al interior del camarote. El dolor, como si llevara tiempo viviendo dentro de mí, se me extendía por todo el cuerpo. Sentí que la muerte se me acercaba, lenta pero segura, como un sueño.

—La batalla está en su momento álgido. No digas que he muerto.Entre lágrimas. Son Hwerib me quitó la armadura.—Señor, la bala no ha entrado demasiado.Yo lo sé bien; sí había entrado demasiado. Había entrado más que la del

29, y esta vez se había instalado justo donde debía. Despojado de mi arma-dura por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo sintió un frescor que hizo brotar lágrimas de mis ojos. Los miembros se alejaban de mi corazón; mi cuerpo se volvía algo difuso, se alejaba, escapaba a mi control...

—Los tambores... que sigan... sonando. Tenemos que llegar... a Kwaneum...Son Hwerib, secándose las lágrimas con la manga de la armadura, hizo

sonar un tambor.La caótica batalla continuaba mientras, detrás de su escenario, sobre al-

gún punto remoto perdido en la inmensidad del mar, la oscuridad se filtraba entre las luces del ocaso. De las aguas surgían, aquí y allá, las llamas que consumían las naves enemigas. Mi espalda sintió el balanceo del barco. Los remeros propulsaban la nave rumbo a Kwaneum.

Más allá del muelle se divisaban varias naves enemigas que, huyendo del lugar de la batalla, habían llegado a aguas lejanas. Tras las batallas, los remo-linos del interludio entre flujo y reflujo atraían los cuerpo flotantes, absor-biéndolos hacia las profundidades.

Fragmentos flotantes de los barcos destruidos chocaban contra el casco de mi buque. Se apoderó de mí una profunda somnolencia.

Quería pedir que echaran mi cadáver a aquel mar de los despojos, pero mi boca, pesada por el sueño, no se abría. Aquella muerte natural me hizo sentir un gran alivio. El viento llegaba impregnado de un olor a pólvora que-mada. Vencido por aquel sueño irresistible, recordé el olor a leche del pe-queño Myon, el de la neblina en las madrugadas a los pies del monte Bekdu, en la región de Hamkyeong, el del cuerpo sin vida de Ieojin. En la distancia, creí oír el carraspeo enfermizo del rey. Los olores se mezclaron con el humo de la pólvora y se alejaron . Parecía que la flota ya había entrado en el puerto de Kwaneum. Me pregunté si aquel puerto de Kwaneum no sería en realidad

6 8 L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1

el puerto de Bosal.1 El barco se balanceaba, mecido por la furia de las olas. Más allá del muelle, el combate entró en su fase decisiva. De pronto, todo el fragor de la batalla se transformó en una inesperada calma.

El fin del mundo... así... tan ligero... tan sosegado... dejando en este mun-do a... los enemigos a los que no alcanza la espada... yo primero... el ocaso de Kwaneum... hacia los enemigos...

Una vuelta de la espadaTiñe de rojo montañas y ríos.

Traducción del coreano de Ko hye-Sun

y FranciSco carranza romero

De la novela El canto de la espada (Trotta, Madrid, 2005).

1 Bosal (en chino Pusa): equivalente coreano de Bodhisattva, término sánscrito que hace referencia, en el budismo, a aquel que, encontrándose aún en busca de la iluminación, es capaz de ayudar a otros seres gracias a su elevada virtud y sabiduría.

Los poetas en este país escribensobre la arena de la orilla.Viene la olay borra sus poemas.Es la desaparición en el instante.Después el marse traga la olay lo sigue haciendotodos los días,el mar ennegrece la poesíahasta más allá del horizonte.Los poetas de este paíshacen el mar, juntando la desapariciónde los poemas en el instante.

VerSión del coreano de Joung Kwon Tae y raúl aceVeS

Del libro La ciudad inmortal (Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1998).

Lee Hyong-giEl mar de la poesía

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Historia de amor

Un camino se curva a la izquierda; el muro al lado está marcado a fondo con [numerosas heridas.

Un par de lugares, heridos en profundidad muchas veces, son en verdad [oscuros.

Son indicios de insignificantes esfuerzos, golpeando débilmente para luego [volver con los

corazones irritados.

Viví detrás de ese muro.

Viví creyendo que iba a ser breve y viví creyendo que iba a durar mucho.

Cuando por fin me di cuenta de que no puedo hacer nada por las cosas que ocurren a mis espaldas, la punzada endureció, luego volvió a punzar antes

[de endurecerse lo suficiente.

El hueso de mi mente se rompió y hasta el techo se caía a pedazos, pero de repente mi corazón volvió a latir como al principio y mi nuca comenzó a

[despedir un olor a verano.

Lee Byungryul

Un mapa sellado

En tiempos cuando la Tierra y la Luna estaban mucho más cerca que ahoray la Luna se veía más grandeen tiempos cuando un año duraba ochocientos días y un día duraba once

[horas,arrastrabas los animales que caían en tus trampas,había un día en que la nieve caía intentando borrar el camino que habías

[hechoy todas las cosas se congelaban bajo el cielo.En cuanto el hielo volvió a derretirse, el mundo creció triste, entonces esa noche sin nombre volvió a congelarse, igual que el río,y una vez que la gente en el otro lado de esa noche helada, preocupada,

[reunida a la orilla del río,encendía fogatas,la gente en este lado de la noche también encendía fogatas, preocupada por

[aquellos en el otro lado.Al pensar uno en el otro esa noche oscurafinalmente te cortaste un dedo.

En tiempos cuando la Tierra y la Luna estaban mucho más cerca y la Luna [se veía más grande,

en tiempos cuando un año duraba quinientos días y un día duraba dieciséis [horas

viniste para llevarme.Con poca disposición a revelar la promesa que habías hecho a Dios, dijiste:nadie sobrevive ahora temporadas como ésas,así que volvamos a caras arrugadas de 120, 90, 82 años de edad.Sin embargo, la promesa que debo mantenersignifica avanzar hacia el oscuro y silencioso punto de fuga.

VerSioneS del ingléS de Jorge curioca

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La mariposa

Una mariposa se acerca—¿qué será eso en su espalda?No lo sé; ¿quizá un trozo de sombra de mediodíaen la esquina del patio de una casa vacía?¿Podría ser el llanto de un niño abandonadoque babeael arroz y la sopa con kimchi que ha comido?¿Podría ser un sollozo como capas de mugre surgiendo,acumulándose en la quijada y el mentón?Lleva en su espalda, mientras vuela, un mediodía al que nadie le importa, una cegadora soledad. ¿Hasta dónde, mariposa, hasta dónde llegarás?

Antes de su presencia, hubo díasen los que tuve ganas de arrodillarme en silencio.

Lo profundo de un paisaje

Las rachas de vientoestremecen a las plantas de tallo cortoy nadie pone atención.

Debido al temblor solitariode un momento de la vida de esas breves cosasuna tarde en el universo finalmente se convierte en noche.

Kim Sa-In

Entre este lado y el otro de ese temblor, en la brechaexistente entre principio y fin de aquel momento, una quietud de tiempos antiguos, o quizá su infanciadestinada a pertenecer a un tiempo que aún no llega,es enterrada superficialmente, visible y no visible,mientras dentro de la luz primaveral de ese silencio apático yo, preocupado, espero dormir durante un siglo o dos,o tres meses o por lo menos diez días.Entonces, al lado de mi infinitud, que lleva el nombre de tres meses o

[diez días,mariposas o abejas, insectos que no tienen demasiado de qué alardear,podrían pasar inadvertidamente, sin dirección alguna;y ante ello, como en un sueño,debería reconocer el olor familiar surgido de las antenas, alas o patasde esas pequeñas creaturascomo tu mirada que tanto profundizó en alguna otra vida.

Dormido en la calle

Te quito la ropa como periódicos viejos.Te tiendo desnudo sobre el colchón húmedo, y te miro.Tus manos y pies nudosos han perdido vigor,qué fatigados se ven tus delgados miembros y costillas.Lo siento.Me gané la vida usándote.Conseguí mujer e hice un hogar.Queda ahora sólo el sudor rancio y un camino de pesadilla.De nuevo tendí esa cosa pura que eres tú en un rincón apartado de un terreno desconocido.¡Ay!No diré que no hubo días muy buenos, peropagarte, aunque fuese un magro salario, es muy lejano.Me pregunto si me gustaría irme de manera tranquila,dejándote simplemente ahí dormido.¿Qué opinas, cuerpo?

VerSioneS del ingléS de rocío cerón, en colaboración con JoSé SPringer

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Mentiras telegráficas

Cuando era una joven graduada de la escuela comercial, vivía en las colinas de Ahyeon-dong rodeada de insectos de grandes y largas antenas, era una huérfana; aunque no realmente una huérfana, trabajaba de vendedo-ra para ganar la renta mensual, la ración mensual de arroz, y por eso vendía mi juventud. Mi juventud como una flor; ¿quién dice que estaba triste? Al encontrarme con mis amigos de la escuela tartamudeaba, no era la pobreza lo que me evitaba ir a la escuela, era una huérfana aunque en realidad no una huérfana. También tartamudeaba cuando los insectos, con sus largas ante-nas, salían del clóset tan pequeño como un bikini, oo-oooh-, los domingos comía un tazón de salchicha en el mercado de Ahyeon, nadie me preguntaba porque siempre estaba sola, porque siempre iba sola, y yo comía entre un silencio agradecido, una huérfana aunque en realidad no una huérfana.

Cuando era una joven graduada de la escuela comercial, trabajaba en un alto, alto edificio y pasaba mi juventud en flor dándome cuenta de que no era yo la que era alta, pero, ¿quién dice que estaba amargada? En la oscura re-cámara los insectos con sus largas, largas antenas prosperaban, se escurrían entre espacios ciegos, de maneras no diferente de las mías, eran mi familia pero en realidad no eran mi familia. Mis ojos parpadeaban mientras encendía el carbón y pensaba en la desaparición de la moda setentera mientras los hu-mos invisibles del carbón subían; sin embargo las antenas de los insectos se-guían haciendo cloc cloc sobre mi frente, ooh-oooh- eran mi familia pero en realidad no eran mi familia, mi juventud en flor sabía a insectos. En una vieja librería de Ayheon conocí a un hombre que una vez se levantó convertido en insecto, golpe de suerte de una sola vez en la vida, ahora he formado una verdadera familia con los insectos con sus largas, largas antenas ooh-oooh- mira cómo tecleo mis mentiras telegráficas, tap tap, ¡mis mentiras de poema!

Ann Heon Mi

Eclipse

Ella está de pie, bajo la sombra de un hombre, con su dolor solitario como rollos de papiro, con sus secretas epístolas, ¿acaso éstas lloran, acaso confie-san su soledad, se encuentran solitarias como la música de Piazzola, están tristes como la sombra del árbol de espino en flor o quizás no, o eso es todo? Bajo la sombra del hombre que no tiene ojos, nariz ni boca, ella está de pie murmurando, como si estuviera cortando una manzana, digamos que el amor es sólo amor, ella corta los ojos del hombre, su nariz, su boca, festeja, luego sonriente escupe al hombre como a una negra semilla de manzana z

VerSioneS del ingléS de rocío cerón, en colaboración con JoSé SPringer

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La Peluquería de Kángster

No sólo los chicos nos entreteníamos con juegos de caza. Los adultos también se comprometían en actividades igualmente peligrosas. Los inci-dentes en la Peluquería de Kángster son un buen ejemplo.

Había por lo menos cinco o seis peluquerías en nuestro miserable barrio, pero sólo una tenía un cartel en la puerta. El resto operaba sin licencia. Entre los dos tipos de peluquerías existían muchas diferencias, desde el mobiliario y las habilidades de los empleados, hasta los precios y el tipo de clientela. Es fácil imaginar cuál de los dos tipos de establecimiento frecuentábamos los niños. Nosotros quedábamos contentos con nuestras cabezas mal rapadas, ásperas, afeitadas como castañas, con parches desiguales, y el mobiliario y las habilidades del servicio nos daban lo mismo. A veces incluso nos dejába-mos afeitar en cuclillas por las manos de algún barbero itinerante.

Las peluquerías sin licencia, por no tener, no tenían ni sillas. Tenían más bien asientos improvisados, hechos con tablones ásperos, construidos para la comodidad del barbero y no la del cliente. Además, las tijeras rotas y las dudosas habilidades del peluquero y su falta de cuidado garantizaban que tu corte de pelo pareciera hecho a mordiscos. Mi corazón daba un salto cuan-do el barbero agarraba la navaja. Cortarse el pelo era un evento inmenso. A veces te podías contagiar de tiña por las tijeras sucias.

Considerando todo esto, la única peluquería con licencia del barrio bien podría haber estado en otro planeta. Tenía tres sillas de metal, definitiva-mente fabricadas para el confort del cliente, varios peluqueros bien entre-nados y una esteticista con bata blanca. Allí lavaban la cabeza con agua ca-liente en cualquier estación, hacían faciales, cortaban las uñas de las manos y los pies, y recortaban los pelitos de la nariz y las orejas. No todos los que vivían en el barrio eran pobres, así que la peluquería prosperaba. Entre las

Lee Dong-haLa ciudad juguete (un capítulo) personas que yo conocía había varios clientes habituales: el señor Gwak, el

señor Choe, el padre de Carne de Tofu y sus cuatro hermanos, el dueño de la fábrica de terciopelo y el dueño de la tienda de reparación de radios. Tam-bién el señor Kim, víctima de la bomba atómica, fue cliente cuando estaba vivo, aunque él recibía al peluquero y a la esteticista en su casa. El yerno de la Viuda Ruda, aunque vivía de su suegra, frecuentaba la peluquería más que nadie. De cualquier manera, si eras uno de sus clientes, pertenecías a la élite del barrio. La mayoría de los vecinos, incluyendo mis amigos y yo, los mirábamos con envidia.

Pero la peluquería tenía un defecto. En el cartel de la entrada, claramente tallado en relieve, decía «Peluquería de Kang», pero nosotros la solíamos llamar la «Peluquería de Kángster». El dueño era un joven llamado Kang1. Era el más joven de los tres peluqueros, y tenía la cintura fina y la piel clara como una mujer. Siempre iba pulcro y elegante. El cuello de su camisa estaba impecable, y su peinado, arreglado con mucho gel, nunca tenía un pelo fuera de lugar. A veces, cuando no estaba ocupado, se sentaba en una de las sillas giratorias, la orientaba hacia la ventana y miraba la calle soleada. Su mirada era fría y contenida, como su apariencia. A veces, cuando espiábamos su peluquería, nos cruzábamos con esa mirada y nos espantábamos. No podía-mos ni mover las piernas para huir, tal era la fuerza que su misterio ejercía sobre nosotros.

Su relativamente concurrida peluquería también la frecuentaban mu-chos clientes sospechosos, hombres que dependían de sus puños y su nervio para sobrevivir en el barrio bajo y en el mercado. Entraban en la peluquería cuando querían matar tiempo o montar una escena. En las tardes tranquilas, se afeitaban, lavaban sus caras, contaban chistes sucios, y se adueñaban de las sillas para echar siestas mientras los empleados los miraban airados. Por ese tipo de hombres empezamos a llamar así a la Peluquería de Kángster. Los clientes más timoratos se asustaban y se iban antes de entrar por la puerta. El mayor inconveniente de la peluquería era que parecía ser un lugar de encuentro de gángsteres. En circunstancias normales, la gerencia hubiera tomado cartas en el asunto, pero aquí nadie hacía nada para cambiar la si-tuación. Parecía que al señor Kang no le importaban los clientes indeseados, ni su comportamiento indecente. Claro que los puños, y no la ley, regían nuestro mundo. De todas maneras, nunca dudamos de que si el señor Kang les dejaba en paz no era porque desconfiara de sus propios puños.

Era, como dije antes, una persona misteriosa. Tenía el aspecto frágil como una muchacha y parecía ser de ese tipo de hombres que viven en un

1 Gang y Kang pueden pronunciarse casi de igual manera en coreano.

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gisaeng2, pero poseía una fuerza asesina, y detrás de ese aspecto ocultaba la frialdad de una cuchilla de acero. Se sabía que había pertenecido a algún tipo de unidad especial en la guerra, y allí se había acostumbrado a cruzar el umbral entre la vida y la muerte. La gente decía que juntando a todos los que había matado se podía formar un pelotón de tamaño considerable, y que las medallas y condecoraciones que había recibido por su distinguido servicio en la guerra llegaban a pesar un gwan. Él mismo nunca nos relató ninguna de estas aventuras, y tampoco habíamos visto ni una de sus múltiples medallas. Supongo que la gente que chismeaba sobre sus acciones heroicas nunca las había visto tampoco, pero nosotros creíamos en estas historias, porque el señor Kang, de vez en cuando, como para ganarse nuestro respeto, revelaba sus inmensas habilidades.

El primer incidente violento había sucedido la primavera anterior. La Pe-luquería de Kang había estado abierta algo menos de un mes. Un hombre, arrojado a través de la gran puerta de cristal de la peluquería, rodó hacia la calle. Algunos muchachos andábamos rondando por allí, y retrocedimos asustados. El señor no era joven, se estaba quedando calvo. Pensamos que nunca se volvería a levantar. Pero se puso en pie de un salto y asumió una postura de defensa. Nos quedamos con las bocas abiertas. No era un hom-bre cualquiera. La sangre descendía por su frente como delgadas serpientes. Con el ceño fruncido, fijó una mirada asesina en la puerta.

«¡Hijo de puta, sal de ahí ahora mismo!», gritó. «¡No estoy muerto aún, cabrón, pinche puto!» Sus gritos, aunque fuertes, sonaban vacíos. El señor Kang se materializó a través de la puerta destrozada. Estaba tan arreglado como de costumbre. El cuello de la camisa impecable, al igual que su peina-do. Sólo sus ojos brillaban más fríos que nunca.

No podíamos creer lo que veíamos. Todavía no sabíamos nada del señor Kang. Tan sólo era el dueño con aspecto afeminado de la nueva peluquería. Pero su oponente, aunque mayor, parecía alguien con amplia experiencia en los bajos fondos. Nunca nos hubiéramos imaginado que el señor Kang le podría hacer nada.

Todo se terminó en un instante. Nuestras expectativas fueron superadas con creces. Fue tan impresionante que capturó nuestros corazones para siempre. Después, durante muchos días, aquel incidente fue el único tema de nuestras conversaciones. No lo podíamos olvidar, como si hubiésemos sido partícipes de una emocionante escena en una película. Primero, vimos la mirada helada del señor Kang y su femenina cintura doblándose como un arco, y después las terminales de sus cuatro miembros volaron hacia

2 Un gisaeng es una casa de entretenimiento de Corea, en donde hay mujeres (no prostitu-tas), juegos y licor.

delante, apuntando con precisión a los puntos débiles de su oponente. La resistencia del hombre daba pena. Cayó de nuevo al suelo, y ya no se volvió a levantar.

Pero esto fue sólo el prólogo. Después de aquel día, dieron lugar muchos episodios similares en la Peluquería de Kang. El protagonista era por lo gene-ral el mismo señor Kang, que siempre vencía. Sus enemigos iban cambiando, pero nadie podía tumbarlo. A veces aparecía un arma como parte del atrezo, y otra veces participaba todo un grupo de gente, pero los resultados eran siempre los mismos, gracias a los movimientos infalibles del señor Kang —y también porque sus clientes peligrosos le ayudaban cuando era necesario.

La cosa es que a pesar de su fragilidad aparente, el misterioso señor Kang se nos parecía cada vez más y más a un gigante, y la Peluquería de Kángster era su reino. Pronto estábamos deseando que apareciera un contrincante de su talla, uno que protagonizara una pelea emocionante. Por supuesto tam-bién nos preguntábamos por la razón de aquellas escenas dramáticas, pero en el fondo no nos interesaban las respuestas, sólo las peleas sangrientas. No nos importaba lo suficiente como para pensarlo demasiado, y en cambio llegamos a la rápida conclusión de que los adultos disfrutaban de aquellos juegos peligrosos, igual que a nosotros nos gustaba cazar por la noche z

Traducción del ingléS de anna angulo

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El mundo externo

Nacido sin brazos, él fue un pintor que dibujaba sólo al viento.Sosteniendo el pincel con la boca, sobre el lienzodibujó vientos que nadie conocía.La gente no podía discernir la forma de sus dibujos.Pero su pincel fluía muy muy lejos y luego de regreso,emitiendo un sonido igual a la suave respiración de un niño.Si un dibujo no tenía éxito,se subía a un acantilado y abría la boca durante meses.Para encontrar un color jamás visto antesdejaba caer un volcán negro en el interior de sus ojos.Lo que solía dibujar eranlas manos que había dejado en el vientre materno.

En mi walkman fluye el Ganges

En días solitarios me toco la carne. Me pregunto si la música que ha rondado por cada rincón de mi cuerpo aún sigue viva dentro de mi piel. Desde la noche en que cumplí doce, he estado encendiendo hogueras azules dentro de la radio. Aun cuando la brisa es muy ligera, la música vacila como a punto de la desaparición, la desaparición, pero bajo una lámpara baja que da una luz húmeda estoy recordando un eco que vuela en dirección opuesta a la Tierra.Estoy esperando a que esa tarjeta postal llamada alma venga volando desde mi antípoda.

Kim Kyung Ju

Esta noche, al recordar lo que un artista alguna vez dijo sobre la sensibilidad imposible, ya de vuelta en el callejón tras comprar una manada de veinte cigarrillos, bien pude haber pensado en los fríos ojos del Buda que podría haber frecuentado este callejón, el Buda que se habría apoyado, temblando, contra la pared, sin poder recordar su pueblo natal. Finalmente regreso a la música al pensar que una pestaña de Buda podría estar tirada aquí en algún lado.De todas las disciplinas de Buda, la de vagar siempre fue mi predilecta. Vagar es así. Sentado en cuclillas, con la vida de uno temblando toda. Incluso en días en los que el corazón colapsa de amor. Despierto. Solía sentarme temblando en un cuartito trasero. Cuando pensamientos como éstos me visitan, mis ojos sueltan un olor a río.Mi walkman gira y enrolla varios miles de años del Ganges en mi oído, y de las grietas junto a la ventana asciende el olor de los sueños que los muertos sueñan junto al río. Tal vez el olor de todos los sueños que nunca pudieron soñar en vida está fluyendo hacia cada ventana en la ciudad. Aunque me pregunto por qué la cabra blanca atada al palenque de la posada llora toda la noche.Podría ser que la cabra blanca recuerda todos esos astros para aprender la expresión humana soledad. Aquella noche, mientras el joven Buda se sienta mordiéndose las uñas sucias en el alféizar de la Casa de Huéspedes de Baba, mirando hacia abajo al agua oscura, hay una vida que desea escribir, mientras las tierras extranjeras de mi cuerpo son muchos gritos. Cada lágrima era un punto de fuego temblando finamente en mi ojo.

Hielo seco

—De hecho soy un fantasma. Un ser vivo no podría sentirse tan solo.1

Hay veces en las que, de pronto, olvido la letra de mi madre.Y puedo sentir en las ventanas de diciembre queel tiempo que me separa de mi lugar natal está en estado crítico.Eso es romance.Esta vida será problemática hasta el final.

Con mi cabeza metida en el refrigerador del supermercado al final del callejón,esculco los bienes congelados,

1 Tomado de un poema del antiguo poeta Chim Yeon.

8 2 L u v i n a / i n v i e r n o / 2 0 1 1

y toco de pronto un pedazo de hielo seco.Las horas congeladas me queman y se pegan a mi piel.¿Qué podría la vida —viviendo en tal frío, para luego desaparecer en partículas tan calientes—estar deseando negar?¿Podría ser que, en ese breve contacto,las horas, más puras que el ardor apático,consumieron todos los momentos que habían echado raíz en mi cuerpo?

Tiemblo como si hubiera perdido todo mi calor corporal.Brillo brevemente en el callejón con el resplandor del mercurio,como si hubiera revelado todos los paisajes nocturnos que llevo dentro.He de perecer como mártir en los tiempos en que no pude vivir.Un viento lodoso atraviesa la lunamientras los aires que no pudieron ascender lentamente a los cielosfluyen, congelados, hacia las casascomo fantasmas.

VerSioneS del ingléS de eduardo Padilla

Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta.

No dejaba de murmurar para sí mismo estas palabras, pero no importa-ba las veces que las repitiera, no iba a asumir la verdad. Lo que hacía Yujin era gastarle una broma pesada. Yujin sabía que él se había acostado con su exmujer después de que ella se había divorciado de él y casado con Yujin, y ahora, obviamente, había dedicado los últimos días viendo la manera de hacerle daño.

Abrió la puerta de la terraza. El olor a basura y a desinfectante penetró en la habitación; al tiempo, un dolor seco se extendió desde el centro de su cuerpo. No era el dolor de darse cuenta de que su exmujer estaba muerta. El sentimiento era parecido a lo que sintió cuando era niño al pararse frente al oscuro retrato fúnebre de su madre muerta. No le dejaron ver el cuerpo de su madre. Era sólo un niño entonces y nadie en su familia quería que él viera cómo se veía ella muerta, con el cuerpo destrozado por el accidente de tráfico. Aunque era sólo un niño, sabía lo que era la muerte, pero aún no entendía lo que significaba que su «madre» hubiera muerto.

El motivo por el que se sintió triste fue su padre. Su padre, vestido con un traje negro de tela demasiado pesada para la temporada, goteaba sudor en la funeraria. El traje lo había comprado para su boda, hacía nueve años. Mayorista de muebles, su padre vestía pantalones de mezclilla y una cha-marra todos los días para trabajar. Si no era para asistir a las bodas de otras personas, casi no tenía motivo para usar traje. Las mangas del saco estaban demasiado apretadas en el cuerpo de su padre, que se había vuelto más cor-pulento después del matrimonio. La tela negra estaba arrugada de inclinarse hasta el suelo cada vez que un doliente se acercaba al retrato fúnebre y de sentarse como una piedra con la espalda desplomada. Las mangas, que apre-

Pyun Hye-youngCenizas y rojo

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taban como salchichas cada vez que se echaba hacia adelante para saludar a alguien que había venido a presentar sus condolencias, parecían a punto estallar. Por la tarde del segundo día, la costura de la axila finalmente cedió y la camisa blanca saltó. Parecía una lengua blanca. Todos estaban demasiado tristes como para que les importara o como para reírse. El dolor del duelo les permitía pasar por alto el ridículo. Él no dejaba de mirar la tela blanca. Parecía como si su madre le estuviera sacando la lengua para evitar que llo-rara. Más tarde esa noche, después de que él se había quedado dormido en la sala de recepción donde los invitados seguían empinando vasos de alcohol en silencio, lo despertó el sonido de sollozos ahogados. Su padre estaba solo, llorando frente al retrato fúnebre. Él rompió en llanto. Lloró por el silencio en la sala funeraria, por el olor de la sopa picante de pechuga que se había espesado y condensado de hervir demasiado tiempo, por el rostro oscuro de la gente cansada y por la visión de su padre llorando a mares. Lloró desde el dolor de un hijo mirando a su humilde padre vestido con un traje roto, con lágrimas en una cara contraída y bufonesca, con la cabeza calva y perlada de sudor, y no debido al luto por una madre fallecida.

El funeral terminó y pasó un mes. Su padre llamó a una limpiadora para que le ayudara a arreglar el desastre en la casa. Cuando ella abrió el refrige-rador, hizo una mueca, sacó los recipientes uno por uno y los puso sobre la mesa. Eran los últimos platillos que su madre había preparado. Estaban mo-hosos y podridos. Él se había escondido en su habitación, mirando a través de la puerta mientras ella limpiaba, pero cuando él vio esto, saltó y agarró uno de los recipientes antes de que ella lo pudiera verter por el fregadero. Eran camarones secos fritos. Odiaba los camarones secos. Cada vez que los comía, las cáscaras se atoraban en sus dientes. Se quedo ahí, frunciendo el ceño a la odiosa limpiadora, y se rellenó la boca de camarones secos con moho.

El estómago le dolió durante días. Sin nadie que lo cuidara, tuvo que su-frir esto solo, con la diarrea haciendo erosión en su parte baja. Finalmente, entendió que su madre se había ido. El dolor se extendió por su cuerpo y su corazón, subiendo y bajando por el esófago con cada bocanada nauseabunda de camarones blandos y mohosos. Había yacido despierto en la cama hasta altas horas de la noche, enfermo y solo, resignado al hecho de tener que atenderse para salir de la enfermedad sin su madre.

La muerte de su exmujer lo hundiría de la misma manera. Sólo después de que le doliera todo el cuerpo a causa de ella, sólo después de que todas las palabras que quería decir y necesitaba decir hubieran retrocedido a su interior y revuelto su estómago, sólo después de que su lengua endureciera por el dolor de ser incapaz de pronunciar una sola palabra puesto que ella

no estaba allí para escucharla, su muerte finalmente se haría real. No estaba triste porque ella estuviera muerta. Lo que sentía era el asombro de encon-trarse en un país extranjero y saber, a través de alguien que era poco más que un extraño para él y que lo informaba con una voz unilateral y cargada de recelo, que la persona de la que se sentía más cercano en este mundo se ha-bía ido. Ahora más que nunca anhelaba hablar con ella. No dejaba de repe-tirse las palabras «está muerta» para intentar librarse de ese deseo. Aunque pudiera no convencerse de ello, era obvio que no estaba en el departamento con él. Así que de todas formas no podía hablar con ella.

Antes del divorcio, él se había descarriado una vez. La chica era simpá-tica y reía con facilidad, y él le gustaba. Durante un tiempo estuvo atormen-tado en secreto, preguntándose si realmente amaba a la chica y tratando de averiguar si ella lo amaba. Un día podía pensar que estaba locamente enamorado, pero al día siguiente pensaba que si esa cosa frágil que sentía era lo que llamaban amor, entonces podía decir que había amado a un perro en la calle. Mientras la indecisión sobrevolaba, él se acostó con la chica varias veces.

Lo que le había molestado entonces no era el sentido de haber cometido una falta moral o de culpabilidad que sentía por acostarse con otra persona mientras estaba legalmente casado. Tampoco era porque se sintió mal con su esposa. Ni porque se sintió mal con la chica con la que se acostó aun no teniendo claro si la amaba o no. Era la soledad que sentía de no ser capaz de discutir el problema abiertamente con su esposa. Era la soledad de quien guarda un secreto que preferiría no cargar. Cuando se trataba de las olas de sentimientos que lo arrasaban, el estremecimiento que sentía cada vez que veía a la chica, la inseguridad de no saber si ella lo iba a abandonar, la ansiedad de querer ser amado por ella, la soledad de tener que adivinar lo que ella estaba sintiendo a través de una palabra trivial, ya que ella no lo dejaba entrar por completo, y el hecho de que quería alejarse de ella a pesar de todo eso, en la única persona en que quería confiar era en su esposa. Su esposa era la única persona que podía haber escuchado toda la historia y decirle si la chica realmente lo amaba, si él amaba o no a la chica y lo dif ícil que le iba a poner el amor las cosas al final. Pero él sabía que precisamente por esa razón, de todas las personas, era a su mujer a la que no podía decir una palabra de eso.

Estaba tan solo ahora como estuvo entonces. Tenía ganas de hablar con alguien sobre la muerte de su exesposa y de la decepción que sentía porque ella había huido a un mundo del que él no formaba parte. Pero la persona con la que quería hablar acerca de su muerte era, más que nadie, su propia exesposa. Ella hubiera querido decirle lo asustada que estaba en el momen-

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to en que se dio cuenta que estaba a punto de morir, lo mucho que dolió cuando la hoja del cuchillo —como lo imaginaba, él comenzaba a llorar por primera vez— rajaba su carne, lo angustioso que era darse cuenta de que todavía estaba viva después de repetidas puñaladas, y lo aterrador que era expulsar su último aliento al tiempo que empleaba sus últimas fuerzas para abrir los ojos y mirar a su asesino. Tan solo como lo hizo a él no ser capaz de hablarle a ella de la soledad, así de sola la habrá hecho a ella no ser capaz de hablarle a nadie sobre su propia muerte.

Sus lágrimas cayeron, aun así su muerte todavía no se sentía real. Incluso si su cuerpo estuviera ahí ahora, delante de sus ojos, sentiría lo mismo. Pero como él ya no era un niño, tenía que aceptar su muerte, asumida o no, y le dolía imaginarla sufriendo. Nunca la volvería a ver, nunca más tendría una conversación con ella. La oportunidad de hablar sobre la soledad de guardar secretos que no podían compartir entre ellos, acerca de la profunda soledad que surgía de cargar sólo las cosas que ellos debían saber, se había ido para siempre z

Traducción del ingléS de Jorge curioca

Una babosa camina sobre los guijarros.No tiene hogar en su espaldaprotegida sólo por colores, ningún caparazón.Desnuda, con el cuerpo cubierto de una secreción viscosacomo saliva, se arrastra ociosamente. En su suave, tierna piel indefensa —un dedo de sol podría hacerla polvo— la babosa parece disfrutar el paseoo la esperanza de dormir un poco sobre una cama de piedra.Se arrastra despacio, como un durmiente que avanza.Igual que Diógenes saliendo de un barril de vino, sigue el movimiento del agua y las nubes abandonando la casa que cargaba sobre ella.Similar a un monje errante que deambula sin abrigocamina lentamente, con pasos que siguen leyes cósmicas.

Siento lástima por ella, mi esposa cubrió su cuerpo desnudo con una hoja de [col que lavó en el arroyo.

Pero la babosa, luego de vacilar un poco, aparece de nuevo como si estuviera [molesta.

¡Largo de aquí, sombra!

VerSión del ingléS de luiS eduardo garcía

Kim Sin-yong La babosa

Llegó una estación extrañaque no es primavera ni otoño.

Nos pusimos los zapatos de tacones puntiagudosademás andábamos levantando la nariz.

Aunque me ponga los zapatos sin tacones y cómodossin mucha importanciallegó la estación donde puedo observar ágilmente el mundo.

Me molesta usar ropas caras y accesorios lujososestoy desnuda de mi pechopor lo que me quité todoa la añoranza y obstinación que me sentí nerviosallegó la estación buena donde nadie me miraaunque yo iría al mar del Este o quizá no.

Está creciendo frondoso el cuento sobre hijos y dolenciasmás grande que una fruta y más rojo que una hoja caídacuando empezamos a hablar.

Llegó a esa estación gorda y fantástica.

VerSión del coreano de Joung Kwon Tae y Jorge orendáin

Del libro Cinco poetas contemporáneos de Corea (Aldus, México, 2006).

Moon Chung-heeCanción de la mujer madura

Coloquio

No existe nada, excepto la catarina y yo;las dos entramos en esta habitación para evitar el frío.

La catarina se arrastra con dificultad por el suelo,sacude el aire en un colapso patas arriba,posa absorta en la página abierta de un libroy —como si de pronto recordara— despliega sus alas traseras para limpiarse silbante.

El silbido de las alas corta el corazóncomo una pequeña sierra eléctrica.A través de la ventana, el sol de inviernoilumina la espalda pinta de la catarina.Y cuando también ilumina los ojos que miran la espalda de la catarina,

la oruga dentro de míse dirige a la catarina dentro de ti.

Los dos somos un poco como insectos:¿qué tipo de coloquio podemos mantener?

¿Un olor que se libera;un zumbido al rodearnos el uno al otro;una juntura que sacude el aireal quedarnos patas arriba;

Ra Hee-duk

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una ociosa agitación de polenal deslizarnos entre el pistilo y el estambre?

¿Qué calor podemos —medio insectos como somos— compartir antes de secarnosen un rincón de la ventana?

Un puñado de sol de invierno,corto como la cola de muñón de un corzo.

Con zapatos rosas

Me entregué a la música;mis pies se deslizaron y empecé a desprenderme del tiempo.El hilo se desenredaba dentro de mí,se deslizó sul-sul-sul-sul en el umbral.Mis pies bailaron más allá de la panadería, más allá de la lavandería,más allá del parque, más allá de la oficina local china,más allá de tu mesa y de tu cama, más allá de las tumbas y los campos de

[hierba.No regresaron. ¿Y ahora qué?«¡Sigue bailando!», gritó el mundo.Aunque a mis piernas las amenace la amputación,aún puedo entregarme por completo a la música. Recuerda que traigo mis zapatos rosas ajustados.¿Escuchas la melodía en mi sangre?¿Escuchas el agua que atraviesa el dique?Soy libre de ir a donde quiera, pero no tengo dirección.El sol no se pone sin importar cómo baile.El carrete dentro se desenreda sin fin,como agua que corre sobre el dique.Los hilos se enredan, las carreteras se enredan.Con el hacha levantada, la ciudad corre hacia mí,tratando de atraparme,pero no puedo parar de bailar,por culpa de los zapatos rosas que me puse hace mucho tiempo,somnolienta por demasiado tiempo.

VerSioneS del ingléS de Jorge curioca

Buscando una forma de vivir

Salgo. Regreso. Duermo. Me levanto.Cago. Me cepillo los dientes. Me lavo la cara. Hoy, justo lo mismo. Salgocomo siempre, la persona más extraña en la quinta república.Camino. Leo todoen la calle. A salvo antes que nada.Nuestra capital. Nuestra tecnología. Nuestro metro. El cuarto pisode la construcción por Hanshin Co. El sitio de construcción del cuartel

[del Grupo Kugje.La New York Bakery en Pusan.Planta baja: café de día, taberna de noche. 1er. Piso: agentede la Samsung Electronics. 2do. Piso: Academia de francés y japonés. 3er.Piso: Clínica dermatológica Jinwoo Lee. 4to. Piso: La Iglesia Sunmin

[Jungang,Iglesia Presbiteriana de Korea. 5to. Piso: Clubde aeróbics y salud. Azotea: Una torre de publicidad con imágenesde drogas milagrosas para el embarazo, hemorroides y enfermedades venéreas pegadas en postes de luz.No hay abertura. Pero si penetrasla ahuecada valla publicitariay te fijas si hay extraños y llamas a la policíapor si fueran sospechosos... Sentada en el paso a desnivel todo el díamostrando peines, cortaúñas, cinturones, removedores de cerilla, pañuelos, y monederosla vida de una anciana por 2,000 o 3,000 wons el día

Hwang Ji-woo

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He cruzadocargando 20,000 wons en mercancíaella es perseguida por la policía ¡ah!, ¡esta vida! ah, ¡este paso a desnivel!ah ah ah ah se le pandea la columna vertebral a la vidaah ah ah ah ah a esta vida le tiemblan las piernasno se mira sobre la calle el futuroal futuro se le mira claramenteignorándolo todo balbuceandoparloteando, suspirando, respirando trabajosamente, jadeandoLas calles supuran deseo sexual como un hervor antes que reviente poderoso músculouna grúa carga una viga de acero 100 metros cielo adentroah ah ah ah ah ah ah miro la audacia, la diligencia y la locurala sinceridad y la ceguera miro y miroa un martillo neumático ferozmente abrir hoyos en el asfaltoen las piedras, en las rocas una excavadora implacablemente desentierra capas de sedimento peroel hecho de que la excavadora inesperadamente esté levantando pura, blanca, fina tierra que está 20 metros por debajo no es una pasión o un credo sino compasión como una persona que la conoce, yodebo de dejar de ver el mundo con los ojos de la compasión,como una persona que la conoce, yo peroah ah ah ah ah ah ah, qué lástima! un jovenque irrumpió en el banco con una bomba casera y se voló a sí mismo (Sept. 2, Jungang Ilbo) la desnuda hostess del bar fue estrangulada por su amante secreto (Junio 15, Hankook Ilbo)un guardia nocturno que a medianoche se convierte en un ladrón de casas (Dic. 12, Diario de Kyunghyan)un hijo le dio una paliza a su padre hasta matarlo (Abril 11, Diario de Seúl)un policía atracó un antro de juegos y se robó las apuestas (Julio 26, mbc

[radio)un profesor acosó a una colegiala (Nov. 30, Chosun Ilbo)altos sacerdotes blandieron espadas y garrotes en el Templo Shinheung

[(Agosto 3, kbs radio II)

un grupo de adolescentes murieron calcinados en una discoteca (Abril 14, [Noticiero de Yonhab)

un exdiputado jefe de la cia coreana estafó 1 billón de wons (Marzo 6, [Donga Ilbo)

ah el tiempo fluye bienlos días ciegos fluyen bienlos días en que ni siquiera levanto un dedo fluyen bienlos días en que nada pasa —sin accidentes, eventos, romances, sucesos, autosucesos, e infortunios aun esos díasfluyen bien

Trazo iii-1980 (5.18 x 5.27 cm) por Lee, Youngho

El camino es rectocomo decir que el tiempo puede representarse en el espacio.El camino está cubierto de negro asfaltocomo decir que es una desolada medianoche cuando hasta la transmisión

[nocturna ha terminado.Una línea amarilla en medio del camino se dibuja para indicar dónde el

[diafragma de la vidacomo si fuera el punto más hondo de la Primera Avenida, ennegrecida por

[mortal silencio,donde gente cuyas mentes muertas pero con cuerpos que aún palpitan

[yacen bocabajo y escuchan las pisadas,o como si fuera el abismo sin fondo de mi fiebre y grito.Una X blanca dibujadasobre la blanca ↓ junto a la línea amarilla,y la luz de la calle derrumbada en pedazos sobre la cruz.Desde la luz de la calle hasta la X blanca, omás allá de ella, osobre el borde de la lona hasta la pared blanca,impresos trazos de botas militares apurándose,como diez, cientos, miles de sellos.Como decir que es el último caminoen el cual no has de volver.

VerSioneS del ingléS de Fernando carrera

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6Los días posteriores a nuestro viaje a Tailandia fueron increíblemente serenos, casi de manera inquietante. Poco tiempo después de empezar en mi nuevo empleo me asignaron a un equipo a cargo de la producción de videos promocionales corporativos. De forma gradual me di cuenta de que en el proceso de ser transportado de aquí para allá como a un loco por un torbelli-no de turnos nocturnos y viajes de negocios, la pesada sombra de la soledad que me oprimía comenzaba lentamente a disiparse. Hice mi mejor esfuerzo a cada instante por concentrarme en ese sentimiento, y no dejar que se fuera.

Mientras esperaba iniciar su empleo como maestra, Mun-hui trabajaba medio tiempo en un restaurante de Bucheon. Ya que sólo trabajaba de lunes a viernes, nos seguíamos viendo en Seúl los fines de semana. Era un sábado por la tarde, el último sábado de mayo. Yo estaba esperando a Mun-hui en la entrada al metro, en la estación del Ayuntamiento. Era nuestro habitual punto de encuentro. Un chubasco comenzó a caer unos 10 minutos antes de la hora acordada. Por alguna razón, el vendedor de paraguas que yo siempre veía alrededor de la estación había decidido no presentarse ese día. Mun-hui llegó puntual, pero la lluvia estaba cayendo a cántaros. Claro, ella tampoco había traído paraguas. Por un rato vimos caer la lluvia en la pared de piedra del Palacio de Deoksu, y entonces Mun-hui hizo una sugerencia inesperada.

«Vamos a Dongdaemun a visitar a tu madre».Las palabras fueron tan repentinas, que tardé un rato en contestar.«Siempre me he preguntado cómo es ella».Todo tipo de ideas pasaron fortuitamente por mi cabeza. Parece que ya

llegó el día, pensé. El día de caminar al altar con Mun-hui. Bajamos por las escaleras de la estación y subimos al tren hacia Dongdaemun. Quería ha-blarle primero a mi madre para avisarle que íbamos en camino, pero Mun-hui me detuvo. Pretendamos que estábamos en el vecindario y decidimos

Yun Dae NyeongLa crianza de la golondrina (fragmento) visitarla de improviso, dijo. Para cuando salimos de la estación de Dongdae-

mun, la lluvia ya se había acabado y el sol estaba brillando.Sucedió que ese día mi madre estaba sentada en la tienda, lindamente

ataviada con su tradicional hanbok. Saludó a Mun-hui con calidez, como si recibiera a un viejo amigo, tal vez porque pensó que estaba conociendo a una posible futura nuera. Mun-hui también saludó a mi madre. Mi madre invitó a Mun-hui a sentarse con ella en el angosto espacio de piso laminado en el que estaba sentada, luego tomó las manos de Mun-hui y las abrigó en las suyas.

«Me alegra tanto que hayas venido. Algo me dijo esta mañana que un invitado especial podría venir a verme».

Mi madre tomó el teléfono y ordenó café a domicilio, luego le dijo a su empleada que trajera huevos cocidos y sándwiches. No había espacio en donde sentarme excepto metido entre las dos, así que decidí dejarlas solas mientras charlaban. Salí y pasé el tiempo husmeando por las tiendas del vecindario. Cuando volví media hora más tarde, sin la más remota noción sobre lo que las dos podrían haber discutido en mi ausencia, esto es lo que mi madre le estaba diciendo a Mun-hui.

«Por eso me sorprendí tanto cuando te vi entrar; era como si me estuvie-ra viendo a mí misma, a tu edad».

Instintivamente, me sobrevino una sensación de presagio. Ay, Madre.«Parecía como si acabaras de volver de alguna parte. Como las golondri-

nas cuando vuelven al hogar en la primavera, en el tercer día del tercer mes lunar».

Mi reflejo fue inspeccionar el rostro de Mun-hui. A pesar de que su ex-presión se había endurecido, su sonrisa seguía ahí. Algo estaba mal. Acu-nando su taza de café con ambas manos, Mun-hui me volteó a ver con una sonrisa rígida.

«Dicen que los hijos crecen y encuentran a una muchacha que se parece a su madre. Eso es muy cierto en el caso de mi hijo».

Mi madre nunca entendió nada sobre mí, su propia sangre y fruto de sus entrañas. Yo ciertamente nunca había buscado una chica que se pareciera a ella, mucho menos había deseado encontrarla. Y ahora, mi madre había saca-do el tema del matrimonio demasiado pronto. Y yo sin posibilidad de opinar.

«Te tomará algo de tiempo comenzar a dar clases y empezar con tu ca-rrera. ¿Qué tal si planean la boda para la próxima primavera?».

Mun-hui dio un discreto paso hacia atrás. «Mi familia aún no sabe que estoy saliendo con Hyeong-u. Y, como usted

dice, aún no me han asignado a ningún distrito escolar. Pero lo discutiré con mi familia a la primera oportunidad».

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«Sí, haz eso».Rechazando la insistente sugerencia de mi madre a esperar un par de

horas para que pudiera llevarnos a cenar, nos fuimos del Mercado de Dong-daemun y tomamos un taxi a Dongsung-dong. Nos bajamos en el Parque Marronnier y, aunque aún no oscurecía, entramos a un café pobremente ilu-minado y ordenamos cerveza. Encima de nuestras cabezas había una larga ventana horizontal vertiendo luz sobre la entrada del café. Una vez más, una atmósfera trémula e inquietante se estaba materializando.

«Parecías bastante apenada hace rato».La respuesta de Mun-hui fue profundamente serena.«Sí, pues, un poco».«Espero no dejes que te moleste lo que mi madre te dijo».Claro que Mun-hui sabía bien de lo que yo estaba hablando.«Pero yo también tuve la misma sensación que ella. Realmente hay algo

similar en nosotras, Hyeong-u».No, no me interesaba escuchar eso. No había pasado toda mi vida su-

friendo y vagando de un lugar a otro sólo para acabar casado con una chica igual a mi madre. Mun-hui levantó su cabeza y contempló la luz brillante que entraba por la ventana horizontal. Por un instante su rostro no fue visi-ble. Como si lo hubieran borrado.

«Qué extraño... todas las golondrinas se están juntando en el techo».Mun-hui estaba soñando. Probablemente estaba viendo las parvadas de

golondrinas en las llanuras de Ganghwa. En aquel momento yo estaba vien-do las golondrinas en el techo en Wat Chalong.

«Tu madre dijo que cuando las golondrinas gorjean, significa que uno va a terminar solo o que se va solo de viaje a un lugar lejano, y que por eso ella se fue de casa con la primera nevada».

«La gente puede irse, pero luego vuelve. Justo como nosotros volamos a Tailandia y luego regresamos con vida».

Mun-hui no me estaba escuchando, cosa que a veces hacía.«También dijo que te dejaría, Hyeong-u. Y que luego volvería».Luego me enteré de que mientras yo conversaba con Mun-hui en Dong-

sung-dong, mi madre salió de la tienda en Dongdaemun y no fue a casa en dos días. En esta ocasión sí le confesó a mi padre dónde había estado. Dijo que había estado en la casa vieja. Busqué en el directorio el número de la pareja que nos había hospedado a mí y a Mun-hui en la Isla de Ganghwa. La esposa confirmó la historia de mi madre. Mi madre se había quedado en la casa vieja con ellos durante dos días.

Más o menos al mismo tiempo me enteré por mi padre de que yo alguna vez tuve una hermana mayor. Le dio sarampión justo antes de cumplir dos

años. Una noche, poco tiempo después de enfermarse, dio un último llanto, muy tenue, y murió en la clínica del pueblo. Mi padre me dijo que en el año en que yo nací ella hubiera cumplido tres años. Pero ni siquiera eso podía explicar las enigmáticas ausencias de mi madre durante cada invierno z

Traducción del ingléS de eduardo Padilla

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La lluvia cae a un ritmo constante. De vez en cuando oigo el soni-do tenue de los coches a la distancia atravesando los charcos. Cuando me tiendo inmóvil y miro hacia el techo, no puedo ver nada. ¿Qué hora era en este momento? ¿Era temprano por la mañana? Como aún no escuchaba el esporádico paso de los coches, tal vez  todavía no pasaba de la mediano-che. El sonido me tranquilizaba. No voy a ser capaz de quedarme dormi-do hasta que algunos rayos entren a través de las grietas de las maderas que cubren la ventana, apenas tan grandes como para que un par de dedos las tapen. Ahora mismo, el único nombre que recuerdo es el nombre pro-pio Betty. Tap, tap-tap-tap, tap, tap-tap. Las oscuras gotas de agua que caen en el  techo  suenan como un código  Morse.  Pero no puedo  descifrarlo. El sonido resbala sin sentido como la primera vez que escuché una lengua ex-tranjera. Y cuando cae un rayo, hago borrón y cuenta nueva. No siento mis manos atadas. Una cuerda delgada ata con fuerza mis muñecas y las ma-nos se tocan por el dorso —tan fuerte que la cuerda se clava en mi piel cada vez que intento mover mis manos. En la primera noche me duelen las mu-ñecas, en la segunda noche me duele todo el cuerpo y hoy no me duele nada. Mis nervios embotados bloquean el dolor. No he gritado durante los últimos siete días. Porque cuando una persona decide encerrar a alguien, todo —in-cluso la insonorización del cuarto— está previsto de principio a fin. Así que nadie escucharía nada.

Y cuento los días que quedan. Uno, dos, tres, cuatro. Los días que no han pasado desapercibidos sin poder hacer nada. Cuando los rayos alumbran y la oscuridad pinta las paredes, hay rostros que recuerdo. Son rostros de fami-liares, amigos y personas que han pasado desapercibidos. Rostros sin con-tornos claros, ahora incluso sus nombres son confusos. Es algo triste. Eso es lo que pienso, pero las lágrimas no vendrán. Hay una razón para todo. Sin embargo, este principio funciona según la ocasión. Esta persona con las ma-

Han YujooFotógrafo en blanco y negro(fragmento) nos atadas y los pies mirando al techo, encerrado en un lugar desconoci-

do, podría ser otra persona con un nombre diferente. Si lo pienso de esta manera, me enojo. Me enojo tanto que no lo puedo soportar. Hay fuego den-tro de mí. El fuego quemará mi cuerpo. En mi bolsillo hay una carta arruga-da. En mi mente tengo tan claras las palabras de la carta que no es necesario sacarla y leerla una vez más. Huele a polvo. El olor es gris como la ceniza. Escritas claramente en negro en el centro de un cuadrado blanco, están las palabras: Si un millón de wons no se deposita dentro de tres días, el dedo de su único hijo será cortado. Ésa fue la primera carta. El número de cuen-ta era falso y «tres días» y «un millón de wons» eran cifras ambiguas. Más que nada, un millón de wons se convirtió en el problema. Pasan tres días. El dedo está a salvo. La policía descarta el caso como una broma. Pasan unos cuantos meses. El dedo está a salvo. La gente casi ha olvidado el incidente, pero yo a veces me preguntaba con qué dedo habría empezado. La habita-ción de mamá es la que recibe más sol en toda la casa. La parte superior de su tocador está llena de botellas de vidrio que contienen materia líquida y sólida. En la parte de atrás de su desgastado y poco profundo cajón está la primera carta. Cuando empiezo a leerla palabra por palabra, dolores fantas-ma parten de mi dedo meñique izquierdo y viajan al dedo anular, luego al dedo medio.

La segunda carta llega. Esta vez, el nombre de cada miembro de la familia está escrito en la carta. Dice que el dedo del hijo será cortado si 100 millones de wons no están listos en tres días. Cada noche, un pedazo de papel blanco con palabras revueltas y manchadas se desliza por debajo de la puerta. La carta se mantiene en secreto. Sin embargo, no incluye instrucciones sobre la manera de entregar el dinero. Los investigadores van y vienen. Por su ves-timenta y por el aire que se dan, es fácil decir que son policías. Cuando 100 millones de wons se comparan con el dedo meñique de un niño que acaba de cumplir diez años, no hay manera de saber lo que es más importante. Quie-ro escuchar lo que mis padres y los investigadores se dicen en secreto en la sala de estar. Los extremos de sus palabras se cortan, como si estuviera es-cuchando estática en el radio. La televisión está encendida. Pasan una te-lenovela. Ahora, enterradas bajo el sonido de los gritos de los personajes, sus palabras son aún más dif íciles de entender. Quiero preguntarles. Quiero preguntarles si un dedo vale 100 millones de wons o si diez dedos valen 100 millones de wons. No hay reloj en la habitación. No hay nadie que te diga la verdad. Tal vez no haya una verdad que podamos llamar la verdad. La carta está escrita en papel blanco normal y en una fuente común. Probablemente no haya una sola huella digital. La era en que las personas podían ser ras-treadas a través de su caligraf ía o del tipo de papel que utilizaban ha pasado.

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No hay ni siquiera un sello en el sobre. Estaba en el interior del buzón de correo con la factura de la luz. El buzón costó 10 mil wons. Algunas perso-nas quieren domicilios sólo para recibir cartas. La gente necesita casas más que nada. Pagan sus teléfonos, agua y facturas de la luz, y el término «pago» se utiliza en lugar de «pagar», y una casa es necesaria para recibir estados de cuenta, publicidad y catálogos de regalos. Una casa también es necesaria para recibir cosas como tarjetas de Navidad y Año Nuevo. Una casa hace pensar en el hogar y el hogar hace pensar en la familia. No está claro si la palabra «familia» puede evocar las palabras «amor», «calidez» o «relación». De acuerdo con ciertas historias, esos hogares existen. La gente que vive arriba ha estado fuera del país mucho tiempo. El correo que no cabía en su buzón se amontona en el suelo. Revistas envueltas en plástico con nombres como Nuestra Nación 12, La Revista Verde, Geo y American Traveler y ha-cen capas de color rojo, amarillo, azul y negro. Pienso en robar algunas, pero al final no lo hago. Tampoco está claro adónde se ha ido la gente de abajo. Su buzón está lleno de avisos de pago de tarjetas de crédito y de bancos. Me duele cada vez que veo la letra roja en los sobres. Otra familia se muda abajo. De vez en cuando, gente de una empresa desconocida o de una agencia de cobro llama a la puerta de abajo, y el nuevo jefe de familia no abre la puerta, y detrás de la puerta frontal de acero, niños pequeños dicen que no tienen ningún vínculo con la persona en cuestión, que es un completo desconoci-do, que nunca lo han visto. Una vez, una carta de cadena circuló. Las cartas fueron esparcidas por una montaña a donde fui en una excursión. Decían que quien las leyera quedaría ciego. Todos los avisos de pago se dirigían a una sola persona. El apellido de esa persona es Kim. El nombre propio es tan común que no puedo recordarlo ahora.

Poco a poco pierdo la sensación en los dedos. No puedo agarrar un lápiz, los palillos se resbalan de mi mano, tres días pasan así y no sucede nada. Pien-so que sería bueno ir a un país extranjero. Estados Unidos, China, Francia, Tailandia, no importa. No me vienen a la mente tantos países como esperaba. Quiero estar en medio de un idioma extranjero que naturalmente infiltre mis oídos, luego mi mente, luego mis venas. Si puedo poner dos océanos entre mí y este lugar, la seguridad puede estar garantizada por una diferencia horaria de doce horas. La ansiedad que residía en tan sólo unos cuantos dedos poco a poco se extiende por todo mi cuerpo y mi sistema nervioso. Pronto, la ter-cera carta llegará, y entonces todos se sentirán en peligro. Un hecho que ni siquiera ha comenzado no puede terminar. Veo mi meñique, valorado en 100 millones de wons. Es un objeto extremadamente caro.

Finalmente llega la tercera carta. Para comenzar esta historia se necesi-tan tres personajes. Esta vez sólo hay un nombre escrito en el sobre. Es mi

nombre. El día anterior, mi familia y yo fuimos a comer intestinos de vaca a la parrilla. Estómago de vaca, hígado de vaca e intestinos de vaca bajan por la garganta. Dicen que una vaca tiene cuatro  ¿o eran  seis  estómagos? Las entrañas de una vaca, ricas en proteína, pronto se transformarán en mi san-gre y en mis huesos. No puedo decir si soy yo el que ha tragado grasa o si es la grasa la que me ha tragado. Apesto a carne asada. Todo mi ser estaba durmiendo  en  algo desconocido.  Mis padres  casi no hablan  mientras co-men. Tengo la sensación de que esta noche estaré a salvo. El ajo quema. Sin embargo, no se debe confiar en las sensaciones. Padre come un pedazo de cebolla a la parrilla. La cebolla, con sus múltiples capas, me recuerda a una muñeca rusa. Una lagartija corta su cola y escapa cuando ocurre un peli-gro, pero como mi dedo es diferente a la cola de una lagartija, no volverá a crecer cuando lo corten. Se dice que un gato tiene nueve vidas, por lo que incluso en situaciones de vida o muerte no reculan. Recular, regatear. Rega-tear, reventar. Reventar, reverenciar. Reverenciar, incendiar. Me concentro en hacer juegos de palabras interminables. Yo, que no soy un gato, sospecho que estos juegos fueron inventados por gente con miedo a morir. Mamá pide cerveza. Las empresas de bebidas alcohólicas deberían empaquetar el alcohol en envases de cartón, no en botellas de vidrio. Incluso las botellas de jugo deberían ser de plástico. Tengo miedo de las horas que se avecinan. Mis padres están hoy de buen humor. Se debe a que la carta llegará maña-na, y puede ser que hoy nada suceda. A la mañana siguiente, me dirijo a la escuela. Un sedán blanco normal me sigue. El claxon suena bajito. Un hom-bre con rasgos normales sale del coche. En un tono normal, me dice que mi padre ha tenido un accidente. Hay una especie de insistencia en la forma en que habla, pero no sospecho de él. Ya han pasado varios meses desde que llegó la segunda carta y mi mente está llena de mis propias preocupaciones. Uso tenis negros, pantalón gris y una camiseta negra. Mi mamá llena mi ar-mario con colores aromáticos. Después de haber estado en el coche cinco minutos, empiezo a preguntarme si ella sabe la ropa que uso hoy. Para pre-sentar un informe de persona desaparecida se necesita una descripción, y probablemente ella no será capaz de recordar nada acerca de mi apariencia f ísica. Es junio de 1991. Es un tiempo normal, algunos están naciendo y al-gunos van a la tumba. Cuando le pregunto si Padre está gravemente herido, el hombre contesta que no es nada serio. Cuando le pregunto si el hospital está cerca, él dice que no está demasiado lejos. He estado en el coche duran-te cinco minutos. El hombre empieza a silbar. Cuando le pregunto quién es él, él dice que trabaja con mi padre. ¿Y quién se supone que debes ser tú?, me pregunta. Mi cuerpo se congela aterrorizado.

Se detiene a un lado en una calle tranquila y me venda los ojos. No se ha-

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bla más, dice. Cumplo su orden para no llamar la atención y me arrastro ha-cia el suelo del asiento trasero. Me ata las manos. El coche gira a la izquier-da, a la derecha, y da vueltas en U una y otra vez. Se trata de acciones de con-ducción normales y corrientes. Las lágrimas brotan de mis ojos. Yo gimoteo al tiempo que lloro. Cállate, no hagas un solo ruido, dice. Me trago mis lágri-mas. Siento como si hubiera escuchado esas palabras durante mucho tiem-po. Una vez en la escuela, me preguntaron si sabía la diferencia entre el tiem-po y la hora del día. Era la clase de matemáticas y aprendíamos a leer la hora. Yo respondí que el tiempo está en constante movimiento y que cada hora del día es un punto fijo. De pronto, el término “representante independien-te” me viene a la mente. En la oscuridad, trato de adivinar la hora. Me obligo a recordar que la situación en la que estoy pasa ahora mismo. El tiempo se desborda. 8:03, 8:04, 8:09. La hora se hincha dolorosamente. Incluso la hora supura con llagas. Nunca he visto una llaga antes. De repente, estoy increí-blemente feliz. No hay nada que yo pueda hacer.

Él escribe la carta después de que me ha encerrado en el almacén. Dice que si no recibe 500 millones de wons en tres días, me va a cortar el dedo. Trata la carta con cuidado. Mientras duermo, él va a  lo que había sido mi casa  hasta hace  un par de horas y pega  la carta  en nuestro buzón. En el buzón hay un folleto que publicita coches último modelo. Pegado a la parte posterior del folleto hay un paquete gratuito de semillas de lechuga. Él mete las semillas en su bolsillo y vuelve al almacén. La mañana pasa de esta ma-nera. No hay nadie en casa y nadie se entera de que falté a la escuela ese día. A las tres de la tarde, la escuela se cierra. Hay niños alborotadores que a ve-ces tiran los cartones de leche que les dieron en el almuerzo en la calzada en-frente de la escuela. Los coches pasan sobre ellos y los cartones explotan en forma de aerosol blanco. La leche deja manchas largas y puntiagudas en el asfalto. Los niños gritan. No importa que sea blanca, una mancha sigue siendo una mancha. La fecha de caducidad de la mancha es el 8 de abril de 2001. Pero la mancha seguirá las huellas de los neumáticos, viajará a otros lugares y pronto crecerá sucia. De repente, el término «fotógrafo en blanco y negro» viene a la mente. A algunos niños no les gusta tomar leche. Hay niños que vomitan después de tomar un sorbo. Los niños sospechan que la leche, comúnmente conocida como el alimento  perfecto de la naturaleza, se da a los estudiantes ya sea porque la Secretaría de Educación está aliada con la industria láctea o porque la Secretaría de Salud y Bienestar Social tie-ne como objetivo aumentar la altura promedio de toda la nación, para hacer de nosotros la raza más alta de Asia. Donde yo vivo, no hay niños en extrema pobreza o no se notan, y la mayoría de los niños probablemente pueden per-mitirse comprar algo tan pequeño como un cartón de leche al día. La leche,

que ya no es especial por aquí, se machaca en una mancha blanca en la ca-rretera, se da a los perros y a los gatos o se utiliza como un arma violenta. Hay leche más que suficiente. Si tomáramos toda la leche en todo el país y la tiráramos en el río Han al mismo tiempo, ¿qué pasaría con Seúl? Una vez que él ha regresado al almacén, se da cuenta de que caí dormido y trae una pequeña maceta de plástico de una esquina. La maceta está cubierta hasta la mitad con tierra seca. En cuanto corta la esquina de la bolsa, las semillas se desparraman  como granos de arena. Semillas de lechuga,  una maceta, tierra, agua y luz solar son necesarias para iniciar esta historia. Él saca una botella de 500 mililitros de agua, desenrosca la tapa y vierte un poco de agua en la maceta. Casi no entra luz en la habitación. Nadie ha leído  la tercera carta  todavía.  Las semillas no  podrán germinar. Semillas y  una maceta,  y tierra y agua y luz solar son necesarias para cultivar lechuga, pero se necesita tiempo más que nada. La luz del sol y el agua se necesitan todos los días, y se necesita reforzar el tallo frágil con un soporte fino para que no se caiga. Pero para cultivar lechugas, más que nada hay que esperar. Uno tiene que esperar a que el nuevo brote, más pequeño que una semilla, impulse su camino a través de la tierra, para que el tallo con forma de hilo se levante, para que la pequeña curva de la hoja se despliegue, para que cada pequeña semilla desaf íe con calma la gravedad. El hombre deja la maceta y se endereza, yo me despierto con el sonido de sus manos que golpean sus pantalones para sacudirse la tierra. Mis manos están atadas. Me levanto del sofá. Él se acer-ca lentamente. Me pongo a llorar de nuevo.

La primera persona que encuentra la carta es Padre. De camino a casa de vuelta del trabajo, se detiene en la tienda a comprar un paquete de cigarros y dos latas de atún. No ha pasado mucho tiempo desde que la tienda, con su conocido letrero azul en todo el mundo, llegó a nuestra zona. Sentí una sensación de alivio cuando la tienda abrió sus puertas. Dijeron que durante veinticuatro horas, cincuenta y dos semanas y  trescientos  sesenta y cinco días al año, el letrero que ilumina la tienda no se apagaría. El hecho me tran-quilizó. Si era tarde por la noche o temprano en la mañana, sus puertas per-manecían abiertas,  y dentro había  una persona que no se había dormido todavía, y los anaqueles estaban llenos de mercancía que no se había abierto todavía. Bolsas de frituras infladas con nitrógeno. Bebidas de todos los co-lores detrás de las puertas de cristal del refrigerador. Alimentos procesados. De vez en cuando, imagino la tienda que ilumina la calle vacía en la noche. Busco refugio en ese lugar al que casi nunca he entrado. Botiquines de pri-meros auxilios, personal de seguridad, transportes de carga, vehículos, bol-sas de plástico, billetes, monedas, teléfonos, plástico, vidrio, vinilo, plástico. Padre  saca  el conocido sobre  del buzón de correo. Al mismo tiempo,  un

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montón de revistas, catálogos y facturas se desparraman del buzón de arri-ba. Los pasos de Padre en la escalera son ansiosos. No hay nadie en casa. Él mete su llave y abre la puerta. Pone la carta sobre la mesa. Espera.

La primera persona en leer la carta es mi mamá. Corta el extremo del so-bre con las tijeras de la cocina. Padre me busca. La cara de mamá palidece z

Traducción del ingléS de Jorge curioca