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1 Universidad Andina Simón Bolívar Proyecto de investigación: “El discurso historiográfico ecuatoriano como forma narrativa (período 1920-50)” Alejandro Moreano

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Universidad Andina Simón Bolívar

Proyecto de investigación:

“El discurso historiográfico ecuatoriano como forma

narrativa (período 1920-50)”

Alejandro Moreano

2

Presentación

El presente texto se inscribe dentro de la tesis “Historia de la narrativa, y

narrativa de la historia”, válida para el doctorado en Historia en la Universidad

Pablo de Olavide, Sevilla-España.

Su objetivo central es analizar la corriente historiográfica que surgiera en el

marco del campo cultural hegemonizado por la “generación del 30”; historiografía

escrita por narradores y ensayistas articulados de distintas manera a dicha

generación.

Paralela a la investigación y análisis de los textos seleccionados como los

más representativos del período, realizamos entrevistas a diversos historiadores

actuales sobre las características relevantes de la historiografía del período. Destaca

en sus respuestas, el papel decisivo otorgado a la historiografía de la Escuela de

Gonzáles Suárez y la casi ninguna mención de la corriente que señalamos. Mas aún,

ninguno de ellos la delimita como tal corriente historiográfica y se remite a algunos

de sus autores en referencia a la historiografía liberal o a aquella marcada por la

emergencia del pensamiento socialista.

Tal percepción nos remite al estatuto actual de la historiografía como

disciplina académica con un criterio de legitimidad fundado en la investigación de

fuentes a partir de los métodos específicos de la investigación historiografía, muy

desarrollados en la actualidad. En esa perspectiva, la corriente que analizamos no

tiene propiamente estatuto historiográfico en la academia. Así, durante el período

en cuestión, la escuela de Gonzáles Suárez fue la hegemónica junto a algunos

francotiradores del estilo del profesor Aquiles Pérez, surgidos de la docencia.

3

En la medida en que nuestra perspectiva es distinta; no la de la

historiografía académica sino la del análisis del campo cultural de cada período,

creemos que la historia narrativa fue importante, no en el proceso de formación de

la actual historiografía ecuatoriana ni en la historia de la misma, sino en el campo

cultural de la época y en sus modos de representación y simbolización. Es mas,

creemos que, en el proyecto nacional mestizo imperante en la época, pretendió

jugar un rol, mas que de fundamento del conocimiento historiográfico, de

anamnesis, de formación de la nueva memoria colectiva.

El presente texto se orienta en esa dirección. En una primera parte,

señalamos, el debate actual sobre la forma del discurso historiográfico, iniciado

por Hyden White y, sobre todo, Paúl Ricoeur, las relaciones entre discurso

histórico, literatura y ciencias sociales, la peculiar formación de los imaginarios y

los saberes en el Ecuador, el campo cultural del período y el rol del ensayo y de la

figura del intelectual en el mismo y el proyecto nacional mestizo que surgiera de la

revolución liberal y se desarrollara en esas décadas.

En una segunda parte, analizamos lo que denominamos el ensayo histórico,

sus relaciones con la narrativa y el ensayo de la generación del 30, el problema del

criterio de verdad, oscilante entre la forma literaria y la verdad historiográfica, la

importancia de la biografía como puente entre literatura e historia. A partir de ese

marco, analizamos la forma narrativa de los textos que, según nuestros criterios y

en conversación con algunos historiadores –entre ellos, Enrique Ayala-, fueron los

más significativos del período: Tres biografías -“Atahuallpa”, de Benjamín

Carrión, “La Hogueras Bárbara” de Alfredo Pareja, “Argonautas de la selva”, de

Leopoldo Benites Vinuesa- y dos textos analíticos “Ecuador, Drama y Paradoja”,

de Leopoldo Benites Vinuesa y “La novela ecuatoriana” de Ángel Felicísimo Rojas.

Incluimos una somera presentación de la Escuela de Gonzáles Suárez y de los

historiadores paralelos como Aquiles Pérez no en sus contenidos sino en relación

con el criterio de verdad y legitimidad: la importancia de la investigación de las

fuentes y de la interpretación histórica.

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Universidad Andina Simón Bolívar

Proyecto de investigación:

“El discurso historiográfico ecuatoriano como forma

narrativa (período 1920-50)”

Alejandro Moreano

I. El estatuto del discurso historiográfico

1.1. El debate actual

En los últimos tiempos, a partir de las tesis de una resurrección de la

narrativa histórica, se ha gestado un significativo debate entre la Escuela de los

Anales, la historiografía marxista de corte positivista, las diversas corrientes

cuantitativistas (cliometrìa, el estructural-cuantitativismo), y otras que postulan de

una u otra manera el estatuto científico de la historiografía, y las nuevas corrientes

que proponen que la forma narrativa del discurso histórico no es solo el mejor

vehículo de comunicación sino un proceso de construcción de sentido y, mas aun,

la expresión necesaria del “ser ahí en el tiempo”, y cuyos principales protagonistas

5

son, amen de Louis O. Mink, Dominick La Capra, W. H. Gallie, H. Kelliner y otros

adherentes de la corriente inglesa llamada “teoría critica”1 , Hayden White y Paúl

Ricoeur.

Nuestro interés –en tanto pretendemos una historia de la narrativa y del

discurso historiográfico- se orienta mas sobre la delimitación histórica de la

vigencia de cada una de las dos corrientes en un campo de fuerzas determinado -

esto es las condiciones epistèmicas en que surgen las dos tendencias y cada una

impone su hegemonía en una coyuntura y fase teórica determinada-, que en la

justeza o no de cada una de las tesis. La discusión es, sin duda, valida para la

elección de una practica historiográfica determinada, con las tomas de partido y la

legitimación teórica correspondientes. Por otra parte la discusión en si es

interminable, en tanto cada una de las dos posiciones se funda en ámbitos

distintos, la una en la ciencia o en la epistemología de la ciencia, la otra en la

filosofía y la lingüística. Nosotros, dado el objeto de nuestra investigación, tenemos

interés en la configuración epistémica de cada uno de los “campos culturales” en

los cuales las dos formas de historiografía han alcanzado vigencia histórica.

Creemos que una entrada al problema es pensarlo a partir de dos procesos

fundamentales de la modernidad capitalista. El primero, referido a la

correspondencia entre la descomposición del relato mítico en uno histórico y otro

literario, y el correspondiente proceso de separación, propio de la modernidad, de

lo político y de lo social, de lo público y de lo privado.

El segundo, paralelo y ligado al anterior: la constitución del pensamiento

lógico-racional –y de su forma superior, la ciencia- como el eje y la matriz de la

1 Arostegui, en su libro de Teoría de la Historia, mención a además a Francis Jameson en Inglaterra y a Jacques Derrida y Jacques Ranciere, a “...quienes precedieron Roland Barthes, Michel Foucault, etc.”. Me

6

cultura moderna (Bacon y el Novum Organum). Pensamiento que se levantó sobre

la desarticulación del pensamiento mítico, en especial bajo su forma religiosa.

El conjunto de ese proceso, produjo una múltiple separación entre la

sociedad y el saber, entre saber lógico científico y saber mítico, entre ciencia y arte,

entre imagen y palabra, entre los distintos géneros artísticos y literarios, entre

filosofía y ciencia, entre las distintas disciplina científicas.

Separación y mutaciones. Los distintos saberes sociales, estimulados y aun

presionados, por la hegemonía de la legitimidad científica, se trasmutaron en

ciencias sociales hasta alcanzar su emancipación de la filosofía. Muchas veces bajo

la importación de métodos y técnicas de las ciencias naturales y, luego, intentado

construir métodos y técnicas propios. Marx vivió en ese cruce, a pesar de que sus

textos “históricos” tienen una forma épico-dramática.2

Las crecientes especialización de las ciencias sociales y de los géneros

literarios y artísticos, y autonomía del trabajo intelectual respecto a la vida social,

creó las condiciones para la plena configuración del campo cultural propio del

capitalismo contemporáneo, esto es, el campo de relaciones de fuerzas entre

disciplinas científicas, saberes distintos, géneros literarios, con una especial

configuración definida por la hegemonía múltiple de una disciplina, un genero, una

manera de escribir la historia, por ejemplo. Huelga decir que ese campo se sustenta

en una articulación social, una historia general y las historias especificas de las

ciencias, las artes, los saberes de una determinada región.

En una de las grandes novelas del Siglo XVIII, Tom Jones, se dice que

mientras la historia tiene como su objeto los acontecimientos públicos, la novela

tiende a narrar las historias privadas. Hayden White nos habla de tres tipos de

parece exagerado, por decir lo menos, la mención de Derrida y Barthes que se orientan por múltiples otros problemas. Mas aun, Hyden White señala a Bartes como critico del “narrativismo”. 2 En una nota sobre los 150 años de “El Manifiesto Comunista”. Humberto Eco, con un poco de mala fe, habla del tono bíblico, apocalíptico, épico de Marx como un gran recurso literario e incluso publicista. Se trata, por supuesto, de la visión de la historia que tenía Marx.

7

relato -mítico, histórico y ficcional- y de que los dos últimos emergen del relato

mítico. En Tom Jones se liga la separación de historia y novela, a la escisión entre

lo público y lo privado, formas que en el capitalismo asume la diferencia entre el

individuo y el género, los político y lo social, la esfera de lo universal y la de la

intimidad.

El proceso generó la descomposición del mito pues la épica, la forma más

importante del relato mítico, unía la vida individual y la colectiva - privada y la

pública en el capitalismo- en un solo proceso de formación y desarrollo de los

pueblos3. Es esa separación la que escindió también al relato mítico en un relato

histórico (lo público) y uno ficcional (lo privado).

La descomposición del relato mítico en Occidente, comenzó hacia el siglo 12

y culminó –luego de atravesar por diversas y ricas fases: el relato de caballería, el

Quijote, la novela del Siglo 18... - en una primera fase con Balzac y Michelet (la

escritura similar a la que se refiere Barthés. Tal vez por eso, la historiografía

moderna es paralela a la narrativa ficcional o literaria.

La historiografía surgió y desarrolló en el seno de ese proceso y no en el de

las ciencias sociales. A la vez, la conciencia histórica se forjó con la configuración

del Estado moderno, y la narrativa histórica asumió un carácter fundamentalmente

político4.

Nadie pone en duda que la narrativa histórica, luego de pasar por dos formas

previas –los anales y la crónica- predomino hasta el Siglo 19 y comienzos del Siglo

20. Sin embargo, el matrimonio entre narrativa de ficción e histórica, no duró

mucho tiempo.

3 En un sentido estrictamente moderno, la Ilíada surgiría de un triángulo amoroso.

8

Algunos partidarios de las tesis “cientifistas” postulan que el tránsito de la

historia del campo de las Bellas Artes y la Literatura al de la ciencia, se inició ya en

el Siglo 19, a partir de una suerte de una corriente historiográfica, influida

directamente por el positivismo, que, si bien era pragmática y critica de toda teoría,

estableció el método documental. Sería, sin embargo, la Escuela de los Anales, el

marxismo de corte positivista, y las teorías cuantitativas –esto es, ya en el Siglo XX-

las que habrían consolidado la tendencia cientifista de la historiografía.

Según Paúl Ricoeur, el eclipse de la narración histórica fue el producto de la

convergencia de dos procesos teóricos. El primero, el ocaso del acontecimiento en

la historiografía francesa, que surge del desplazamiento del objeto de la historia del

individuo-protagonista al hecho social global. El segundo, la agonía de la

concepción de la “comprensión” a partir del modelo “nomológico”, dominante en la

filosofía analítica de la lengua inglesa, en tanto ruptura epistemológica entre la

explicación histórica y la narración5. El momento de ese eclipse seria los años 30

con el surgimiento de la Escuela de los Anales.

Erick Hosbwabm sitúa en la segunda posguerra el predomino de las

corrientes “científicas” y lo localiza en el declive “... de la historia política y

religiosa, en el uso de las ideas para explicar la historia y un notable recurso a la

historia socioeconómica y a la explicación histórica en término de fuerzas sociales6.

Algunos protagonistas de las corrientes señaladas desplegaron toda su

fuerza en convertir a la historiografía no solo en un campo de estudio sino en una

disciplina científica, con un objeto teóricamente construido y sus propios principios

de formalización científica. En esas condiciones, como lo reconoce el propio

Hayden White: “Y en efecto podría argüirse plausiblemente que la transformación

de un campo de estudio en una verdadera ciencia siempre ha ido asociado al

abandono de algo parecido al interés por inventar una historia para narrar su

4 Hegel, señala en la configuración del Estado moderno, el momento de plenitud de la narrativa histórica. 5 Ricoeur Paúl, “Tiempo y narración ”, Ediciones Cristiandad, Madrid 1.987, págs 173 a 212. 6 Hobsbawm, Erik, op cit, pág 190.

9

objeto de estudia en favor de descubrir las leyes que la rigen”. Y, en otra parte el

mismo White insiste: “De acuerdo con esa perspectiva, la prevalencia de cualquier

interés por la narración en una disciplina que aspira al estatus de una ciencia

constituía evidencia prima facie de su naturaleza protocientìfica, por no decir

manifiestamente mítica o ideológica”.7

Se produjo así un doble cambio. En el contenido: del drama, la epopeya o la

tragedia, con actores, protagonistas o héroes individuales, a visiones estructurales,

fundadas en la idea de un proceso sin sujeto. En la forma: del relato al análisis y al

discurso demostrativo; de la historia como relato a la historia como discurso.

Cabe insistir en que el discurso que expone las leyes y funciones no es el

narrativo sino el analítico demostrativo, acompañado incluso de formas como la

estadística, la encuesta y otras técnicas de análisis cuantitativo.

Ese divorcio entre la historiografía y la forma narrativa –y la literatura, en

consecuencia- supuso, a la vez, una aproximación a las ciencias sociales. Lawrence

Storne señala que a partir de 1.930 y hasta los 70 hubo un acercamiento entre las

ciencias sociales y la investigación histórica. Según su análisis, por un lado, en las

ciencias sociales se desarrollaron las posiciones historicistas, y, por otro, la

historiografía francesa –la Escuela de los Anales- y buena parte de la británica y

americana salió al encuentro de ellas.

Esa relación no ha sido, sin embargo, eterna sino histórica y cambiante.

Muchos cientistas sociales han rechazado la pertenencia de la historiografía a las

ciencias sociales: Karl Popper y su critica a la “miseria del historicismo”, el

psicólogo Jean Piaget que la expulsa de la ciencia social “nomotética” capaz de

formular leyes, el antihistoricismo tanto de Parsons cuanto, y sobre distintas

bases, del marxismo de Althusser y del estructuralismo. Existen, por supuesto,

7 White, Hayden, op. Cit. , pág 181

10

muchas corrientes –las tradiciones marxista y weberiana, las tesis de Anthonny

Giddens, la sociología histórica- que postulan lo contrario, a saber, la pertenencia

con todo derecho de la historiografía a las ciencias sociales.

El proceso en el que la historia siguió su camino de ruptura con la filosofía y

la literatura y su encuentro con la ciencia no solo en los contenidos y en sus

pruebas de verdad, sino en la forma y organización de su discurso, desplegó el

segundo momento de la descomposición del pensamiento mítico: la emergencia del

saber y del discurso lógico-científico como la matriz de la cultura moderna. Mas,

ese proceso influyó también en la narrativa literaria.

En efecto, la literatura no ha dejado de alejarse de la narración balzaciana.

Desde Flaubert, que introdujo el estilo indirecto libre y el pretérito imperfecto8, la

narración objetiva en que los hechos hablan, no ha cesado de batirse en retirada: la

crisis del narrador omnisciente, el surgimiento del punto de vista, la polifonía

dostoyewskiana, el monólogo interior, la puesta en duda de la certidumbre de la

trama de la corriente objetalista o de la antinovela9. Luego del largo tránsito del

héroe épico al personaje balzaciano, adviene un segundo momento, en el que el

Ulises de James Joyce será el hito central de un gran ciclo histórico: del héroe, al

personaje balzaciano y al antihéroe joyciano, el hombre sin atributos-: del Ulises

homérico al Bloom de Joyce.

De manera pues que el proceso fue en doble dirección: tanto la historia como

la literatura rompieron con la “narrativa” sea histórica o ficcional.

Mas, la actual crisis teórica, filosófica y cultural, en tanto ha puesto en

cuestión todo el desarrollo de la cultura moderna, en particular la visión iluminista

8 Tanto que el propio Bienveniste señala que, a diferencia de la historia, la narrativa literaria tienen en el aoristo su verbo.

11

de las relaciones entre razón y mito, la ideología del progreso, la separación de

ciencia, arte, orden jurídico y normativa ética, ha tornado a reivindicar la forma

narrativa del discurso histórico como su necesidad ontológica10. La lingüística ha

sido sin duda el escenario que ha detonado el problema; pero el mismo ha tomado

carta de ciudadanía en el terreno de la historiografía, con trabajos como los Hayden

White y de la filosofía con Paúl Ricoeur.

Así, si en el periodo 30-70 se dio una aproximación de la historiografía con

las ciencias sociales, que produjo el ocaso de la narrativa histórica, en los últimos

tiempos se ha dado algo así como el “gran desquite”. Según Paúl Ricoeur, las

corrientes narrativistas surgieron de la confluencia de dos corrientes de

pensamiento: la critica del modelo nomológico de explicación y la reevaluación de

la narratividad por sus condiciones de inteligibilidad11.

A la vez, hay un claro agotamiento de la vanguardia en literatura. De hecho,

luego de la extrema experimentación, por ejemplo, del grupo Tel Quel y del

llamado objetalismo, hay una suerte de retorno a la narración clásica. Pensemos en

Paúl Auster, por ejemplo, y en el éxito de la literatura de mujeres, Isabel Allende o

Angeles Masstreta. Claro, no es una gran literatura, salvo la de Auster, pero en fin...

Sin embargo, la restauración de la relación entre historia y narrativa no

significa el reencuentro de Balzac y Michelett, dos siglos después. Es un problema

mucho mas complejo.

Sin duda, las intervenciones de White y Ricoeur, y otros partidarios de la

“teoría critica”, insertas en la vasta reorganización de los saberes que se está

produciendo en el curso de la crisis de la modernidad, pusieron sobre el tapete el

9 Michel Butor, Alain Robbe Grillet, Nathalie Sarraute. Robbe Grillet decía que no se trataba de acabar con la historia sino con su certeza, con su tranquila inocencia. 10Ricoeur, Paúl, “Tiempo y narración ”, ed. Siglo XXI, Madrid, 1.995.

12

problema de las relaciones entre historia y literatura en torno a la problemática de

la “narratividad”.

Pero algunos partidarios cuanto enemigos de la “narratividad” definen la

forma narrativa en términos arcaicos sino pobres, referidos a la narrativa

decimonónica. Así Lawrence Storne, en cuya visión, el relato narrativo consiste en

la ordenación básicamente cronológica del material en un solo relato coherente,

aunque con argumentos secundarios y concentrándose en el hombre y no en las

circunstancias. Una visión pobre sin duda.

Leer a algunos de los narrativistas y a sus opositores – amen de Storne,

Hosbabwm o Arosteguì por ejemplo-, uno cree que la narrativa literaria se petrificó

con Balzac o con la vieja narración prebalzaciana: un relato cronológico sin los

juegos del sentido de la temporalidad. Sin duda White y, sobre todo, Ricoeur tienen

una posición radicalmente distinta. El texto de Ricoeur, “Tiempo y Narración”,

cuyo segundo tomo analiza la narrativa de ficción, se entronca con las modernas

corrientes de la teoría literaria.

Analicemos un poco más el problema.

Fue Emilio Bienveniste quien estableció las estructuras gramaticales que

expresaban y definían la diferencia entre discurso y narrativa. Para el discurso, el

pronombre yo, los indicadores pronominales y, al menos en francés, tiempos

verbales como el presente, el pretérito perfecto, el futuro, es decir todas las formas

que encarnan la subjetividad – el “yo” del discurso-; mientras la narrativa se

distingue por el uso de la tercera persona, el pretérito indefinido y el

pluscuamperfecto..., esto es, la objetividad, la inexistencia del narrador personal, la

ficción de que los hechos hablan por sí mismos.12

11 Ricoeur, Paúl op, cit págs 213 a 294. 12 White, Hayden “El contenido de la forma”, pág 18-19

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A partir de esa concepción, Roland Barthes13 encontró una relación entre la

narración literaria y la historia de la época clásica, entre Michelet y Balzac, es decir

cuando la modernidad encontró su cristalización con el surgimiento de la novela y

de la historiografía modernas e incluso la filosofía de la historia, en su forma mas

desarrollada con Hegel. Para Barthes, el uso del indefinido era la demostración de

una burguesía que había coronado su ascenso histórico y se sentía dueña del

mundo: el pretérito indefinido configura un orden ya hecho, cierto, recortado y

delineado y en el cual los acontecimientos ocurren tal como se los narra, sin

ninguna duda o incertidumbre: la autoridad del narrador, sea novelista o

historiador, es absoluta.

Si White y Ricoeur insisten en la trama y sus formas14, y Storne en “el

hombre sin sus circunstancias”, la narrativa literaria iniciaba desde Flaubert la

destrucción ya no solo del héroe sino del personaje y de la trama: los dos ejes de la

vieja forma narrativa.

En la misma, la trama construía el sentido en tanto configuraba la unidad

temporal, la unidad de la secuencia cronológica. La trama fue también en la

narrativa histórica esa construcción de la unidad temporal de la diversidad de

acontecimientos, personajes, motivos, fines, medios, circunstancias –en términos

de Ricoeur, la transformación sintagmática de la diversidad paradigmática-, y que

dotaba de sentido a la vieja crónica.

Pero, con Proust, Joyce y Faulkner, la unidad temporal se hace pedazos. El

continuo desplazamiento temporal de “En busca del Tiempo perdido” –tan bien

estudiado por Genette- o los continuos paréntesis y fundidos de Faulkner y otros; el

realismo en bruto de la subjetividad y el monólogo interior, con Joyce; la

desestructuración del personaje15 a partir del héroe sin cualidades y sin fundamento

13 Barthés, Roland “El grado cero de la escritura”. 14 En “Tiempo y Narración”, Ricoeur centra su análisis de la narrativa de ficción en el tiempo 15 Ese proceso se dio incluso en la literatura de la generación del 98 español. Valle Inclán, por ejemplo, construía personajes degradados, inferiores al actor, al contrario de lo que sucedía en la tragedia griega, en la que el personaje superaba al actor.

14

de Musil y también de Joyce y K de Kafka, la destrucción de la certeza de la trama

con la diversidad de puntos de vista – “El cuarteto de Alejandría”, de Durrel, por

ejemplo-, la muerte del narrador omnisciente, hasta intentos por destruir

definitivamente la trama como en Becket o hacer del instante el absoluto de la

historia, tal que el Farabeuf de Salvador Elizondo o el José Trigo de Fernando del

Passo.

La restauración de las relaciones entre historia y literatura bajo la forma

“narrativa” es, pues, un problema mucho más complejo de lo que parece a primera

vista.

Ahora bien, tal como lo señalábamos al comienzo de este acápite, nuestro

interés no se centra tanto en el contenido de las tesis de cada una de las dos

corrientes sino en el desarrollo histórico –la vigencia en épocas precisas del

“narrativismo” y del “cientifismo” del discurso histórico y su correspondencia con

las formas prevalecientes de la literatura narrativa en tales épocas- y en las formas

de discurso que autoriza cada época. En ese sentido, podríamos ubicar las

siguientes fases:

1. La descomposición del pensamiento mítico, en el marco de la separación de lo

público y lo privado, y el surgimiento de la narrativa histórica (lo público) y la

narrativa de ficción (lo privado). Sería el momento de Balzac y Michelet.

2. El despliegue de la hegemonía del discurso lógico racional y la ruptura de la

unidad entre historia y literatura por su espacio formal común –la narrativa en su

estructura decimonónica-. Transición de la historia hacia las ciencias sociales y

nuevo tipo de discurso y de criterios de verdad. Renovación de las formas de la

narrativa de ficción hacia la desestructuración de la trama lineal, la certidumbre de

la historia, el personaje actor, el narrador omnisciente... La historia y la literatura

se desplazan, en términos de Bienveniste, de la narrativa al discurso.

15

3. Crisis de la modernidad y emergencia de la forma “narrativa”, tanto dentro del

discurso histórico como en la literatura.

En el Ecuador, esa periodización tiene otras pautas y otros tiempos. Con sus

peculiaridades distintivas, la primera fase se adentra hasta los 50 del presente

siglo, en especial con la generación del 30 que produjo una estrecha relación entre

la narrativa de ficción e histórica, el ensayo, la crítica literaria. La segunda fase

tiene su momento fuerte, a partir de los 75 cuando se consuma y despliega el

discurso de las ciencias sociales, entre las cuales, la historia, y la literatura

emprende, junto a la crítica estructuralista, su mayor esfuerzo de emancipación y

autonomía. Y la tercera fase, la de la crisis de la modernidad y la modernización,

empieza a abrirse paso en estos tiempos.

Esta tercera fase nos lleva al segundo de los problemas teóricos en debate: la

crisis de la modernidad.

A partir de lo que hemos señalado, podíamos proponer las

siguientes hipótesis para la historia de la narrativa y la narrativa de la historia en

el Ecuador del Siglo XX:

1. Por su especial configuración colonial, que quebró un posible desarrollo

autónomo, en el Ecuador no se dio la construcción de esa secuencia histórica

que va del pasado mítico a la Modernidad con la correspondiente bifurcación

del relato mítico en uno histórico y otro literario y la posterior imbricación de

la historiografía con las ciencias sociales emergentes. Nuestro nacimiento

como país, punto nodal de una eventual fundación mítica, se dio en plena

modernidad –la Ilustración-. La recuperación del pasado colonial en la matriz

del país-Ecuador tampoco podía construir su fundación mítica en el proceso

brutal de la conquista

16

Por otra parte, y por las mismas razones, tampoco se dio la plena

separación de lo público y de lo privado, a partir de la generalización de las

relaciones mercantiles. En realidad, lo público estatal se configuró de manera

previa a lo privado-mercantil. Tal característica peculiar incidió en la ruptura

de la dialéctica de habla, lengua y escritura. Empezamos a tener las

condiciones de posibilidad de una historia estatal antes que las del despliegue

de un habla mítica16.

Esa peculiar configuración de lo público y lo privado se inscribe en una

característica mayor: el surgimiento y desarrollo, a partir de la independencia

de un Estado –aparato estatal- sin la configuración de la nación y del pueblo

como sus substractum social y cultural. Tampoco la revolución liberal o el

proceso que desembocó en la revolución del 44 forjaron a plenitud esa

voluntad nacional-popular. Esas paradojas son, a la vez, expresión de una

profunda heterogeneidad estructural, de una realidad multicultural y de la

inserción del país en la economía y el mercado mundiales como continuidad-

ruptura del hecho colonial.

Tales circunstancias determinaron las condiciones de posibilidad de

una imbricación de todas esas formas: relato épico-mítico, narrativa histórica

y literaria, análisis social. En el Siglo 19, la narrativa, el ensayo y la historia

surgieron de manera paralela con Cumandá, nuestra novela fundadora – y que

ha sido comparada con la Atala de Chateubriand y la Maria de Jorge Isaacs-

un relato mítico-bíblico, bajo un formato romántico, y los relatos históricos de

Pedro Fermín Cevallos, González Suárez y los ensayos de escritores-actores

políticos como Juan Montalvo, Abelardo Moncayo o Roberto Andrade y otros

que pretendían configurar la conciencia nacional y patria -es decir aquellas

formas de legitimación de los grandes relatos míticos- bajo esa mixtura de

reflexión filosófica, histórica, social, literaria y política.

16 En “Las mitológicas”, Roland Barthés señala muy bien que el mito es un habla.

17

De manera pues que en el Ecuador no hubo un proceso de

descomposición del mito, sino por el contrario de la difícil, sino imposible,

creación en un solo proceso de relatos épicos, narraciones históricas y relatos

literarios y, aun, historias analíticas de pretensión científica. Casi como gestar

mito, historia y discurso científico al mismo tiempo. Esa amalgama híbrida de

significaciones que se corresponden a tiempos históricos distintos17 era de

alguna manera análoga a ciertas formas literarias europeas, en particular a la

novela gótica que articulaba las visiones mas avanzadas de la ciencia de la

época con pasiones y una ética antiguas, aun arcaicas.

Expresión de ese proceso, fueron las llamadas historias patrias o

nacionales, que se formaron en el siglo 19 y parte del 20 y que encontraron en

la narrativa y en ensayo la forma del discurso de la nación. De hecho, esas

historias patrias formaron parte importante de la “pedagogía de la nación”, a

la que se refiere Juan Carlos Garavaglia. Esas historias articularon en un solo

movimiento los 4 tiempos del desarrollo de la historiografía según Hyden

White: los anales, la crónica, la narrativa y el análisis social.

2. El Siglo XX emergió con el liberalismo en el poder, la realización de profundas

reformas, en especial en el terreno de la laicización del Estado y de la vida social,

y la ruptura final entre la gironda placista y el ala alfarista. A partir del arrastre

de Eloy Alfaro, en 1912, se formó el llamado régimen plutocrático, producto del

pacto entre la oligarquía exportadora-importadora y financiera de la costa y la

aristocracia latifundista serrana en proceso de configurarse como una fracción

junker, bajo la hegemonía de los banqueros.

En ese lapso, el liberalismo pasó de partido de la revolución a partido del orden.

La “sociedad jurídico-literaria” expresó ese proceso en el terreno de las ideas y

17 De hecho, esa es la constante del arte y la literatura. Así, por ejemplo, y en terrenos en que las formas parecen más inmunes a las determinaciones históricas, la pintura de Guayasamín inscribe en el cuadro de caballete, y bajo técnicas muy modernas, una visión propia de la pintura monumental y aun rupestre.

18

de las formas de representación y simbolización. Integrada por conspicuos

representantes de la aristocracia y de altas capas medias liberales, en especial de

la Sierra, representó el intelectual orgánico del nuevo poder. Poetas y juristas,

abogados y hombres de letras, expresaron las peculiares relaciones entre las

letras y el saber jurídico del Estado que, en su fase revolucionaria, fue el

escenario de las ideas mas avanzadas de la libertad, la igualdad, la fraternidad, la

democracia. Esa relación letras – saber jurídico, poetas y juristas, manifiesta la

importancia de la formación del Estado en el despliegue de la conciencia literaria

y, a la inversa, la función de las letras en la formación de lo público.

En el marco de ese pensamiento y como su vertiente crítica o autocrítica surgió

con Pío Jaramillo Alvarado y Belisario Quevedo, el ensayo sociológico

fuertemente impregnado de la metodología positivista y el ideario liberal pero

que, de alguna manera, abrirían el cauce para el surgimiento del pensamiento

socialista.

3. A partir de la primera crisis de la revolución liberal, hacia la década de los 20,

surgió un proyecto histórico social de gestación de un Estado nacional, a partir

del movimiento social y cultural de las clases subalternas: la creación de las

organizaciones populares, la formación de la izquierda y la actividad creativa de

la llamada “generación de los 30.

Ese proceso, que desembocó en la llamada revolución popular del 44, fue hasta

entonces el mayor esfuerzo por construir una voluntad nacional-popular desde

abajo. Una serie de razones –fuerza social y debilidad política de los actores

subalternos, carácter de la burguesía y del Estado, entre otros- determinaron el

fracaso de ese segundo ciclo de modernización del Ecuador.

El proceso cultural anterior mantuvo su forma general – imbricación de mito,

narrativa, análisis social- pero cambió de contenido, dado el proyecto nacional

de los sectores subalternos: literatura social, pintura indigenista y ensayo

19

histórico-literario. La contaminación de los discursos, la figura del intelectual –

ensayista, historiador, escritor, critico literario...- y del ensayo, centralidad de la

literatura son las imágenes que quizá mejor caracterizan la época.

La narrativa del “realismo social”, especialmente la de Jorge Icaza y algunos

miembros del “grupo de Guayaquil”, construyó tanto el inventario de los “tipos”

sociales del país de la época cuanto la forma dramática necesaria para expresar

el tejido contradictorio de la vida social. Y de la misma manera, que la historia

narrativa europea del siglo XIX, desarrolló la disertación –la interpretación,

personal del historiador, sociológica de los hechos narrados, intercalada en el

curso de los mismos-, el ensayo - histórico social y crítica literaria- acompañó a

la narrativa del realismo social. Los narradores del 30 fueron, a la vez,

ensayistas, críticos literarios, sociólogos e historiadores.

A partir del 48 y durante la década de los 50, el aliento de los 30 concluyó y

asistimos a una decadencia de la literatura del realismo social, a pesar de que se

produjeron algunos de los mejores textos de esa tendencia. La hegemonía del

campo literario se desplazó hacia la poesía y al ensayo literario e histórico social.

Posteriormente, a partir de los 60, en el interior de un proceso de reformas

estructurales para promover el desarrollo capitalista industrial y construir un

Estado Moderno, se propició la descontaminación de los discursos, la agonía de

la figura del intelectual y de la forma ensayo, la especialización profesional y

académica, el desarrollo de las ciencias sociales, entre las cuales la historiografía,

y la gestación de una literatura que rompa con la narrativa de denuncia social y

proponga una literatura centrada en el espesor existencial del sujeto, la

experimentación del lenguaje y las formas de vanguardia...

II. Ensayo y campo cultural del período

20

En el Siglo XX, asistimos a una suerte de emergencia de un sistema de

imaginar, simbolizar y pensar referido a la sociedad. La floración de la

heterogeneidad social y cultural que las reformas liberales y la propia diversificación

de la sociedad – urbanización, migraciones, ampliación y renovación de las capas

medias, gestación de un proletariado embrionario...- propiciaron, puso “lo social” en

el horizonte de visibilidad del conocimiento y de la imaginación simbólica.

En gran medida, el triunfo de la revolución liberal, abrió en el Ecuador un

proceso de formación de lo social, fenómeno que suponía tanto la separación de lo

político de lo social cuanto la formación de lo público y lo privado. Pero, el proceso

de generación de ese horizonte de visibilidad vino directamente de la activación de

la vida y de las luchas sociales y al calor de las fuerzas que ingresaban a la escena

social y política, a partir de la crisis de 1.920.

Producto de la dinámica que sacaba a la superficie las profundas

contradicciones de la sociedad y todos los tipos sociales y étnicos que la habitaban,

ese sistema de pensar y simbolizar tendió a reconocer y registrar la compleja

realidad contradictoria y a la vez lo que hemos llamado “vida cuotidiana social”18,

en la cual también las pasiones humanas. Empero, no tenía cauce formal de

expresión; esto es, un campo de formalización de saberes ya constituido. Por eso,

debió abrirse paso en el marco de estructuras epistémicas dominadas por los

discursos literario y jurídico oficiales, en una compleja dialéctica de negación-

afirmación, deconstrucción y reconstrucción.

Y, ese pensamiento logró abrirse paso, gestando una reorganización del

campo de los saberes y los géneros artísticos y literarios. Su eje central fue la

narrativa de denuncia social junto a la que se articuló, en un específico campo

18 Moreano, Alejandro: “Historia de la narrativa, narrativa de la Historia”, Subcapítulo 2, “La generación de los 30: Literatura, ensayo, historia”, del capítulo II: “El campo cultural de la primera mitad del siglo XX”. Tesis para el doctorado en Historia en La Universidad pablo de Olavide, Sevilla, España

21

cultural y teórico, el ensayo en todas sus variantes:, interpretación histórica,

biografía, historia social y literaria, crítica literaria...

2.1. El campo cultural del período

Hay quienes, Ángel Rama entre ellos, sitúan en el período 1.870-1.910

nuestra entrada en la modernidad: autonomía estética respecto de España,

especialización del escritor, despliegue de las influencias extranjeras y producción

para el mercado internacional, formación de un público culto... (19. Es decir, habían

surgido las dos figuras de la modernidad: el artista y el intelectual.

La tesis, sin embargo, debe ser matizada. En primer lugar, la modernidad

como experiencia cultural y artística implicó, sobre todo, dos procesos. El primero,

la diferencia entre ciencia, formas estéticas y mito, y su concreción en saberes y

géneros artísticos y literarios autónomos y diferenciados. (20) El segundo, la

autonomía estética, entendida como la validez del arte y la literatura por su propia

forma, independiente de sus contenidos o referentes políticos, éticos, sociales o

filosóficos. Emancipación estética que se produjo a partir de Baudelaire (poesía) y

Flaubert (narrativa). Fue Zola quien, además, inventó la figura del intelectual en su

famoso alegato del caso Dreyfus “Yo acuso”(21). Pero era el artista el que en su

independencia absoluta del poder, tenía la autoridad ética para acusar.

Chéster ton decía que el criminal era el artista creador y el detective no era

mas que el crítico. Pero en América Latina y el Ecuador de la época, el detective

19 “Al período que se extiende desde ese 1870 augural hasta las ostentosas celebraciones de 1.910 cabe denominarlo en literatura y arte, al igual que en los demás aspectos de la vida social, período de modernización”. 20 La plena configuración de la forma novela con Balzac, luego del largo tránsito desde la epopeya y que atravesara la historia europea desde el Siglo XII; la cristalización de la lírica, sobre todo en Inglaterra y Alemania, el teatro dramático...: los procesos son múltiples. 21 Ver Pierre Bordieu “ Las reglas del Arte”.

22

terminó por predominar sobre el criminal. Un detective sui generis, una suerte de

Lonnrot22, escritor, pensador, ensayista, político, sociólogo, a veces poeta y

novelista23 que, en muchos casos, encarnó el proceso de formación de nuestros

países y llegó a altos niveles de dirección política y de poder democrático : junto a

las figuras de Rómulo Gallegos, Juan Bosch, Mario Monteforte, Vasconcelos,

Mariátegui, en el Ecuador, Benjamín Carrión, Alfredo Pareja Diezcanseco...24

Mas aun, el crítico literario no fue el detective sino el criminal, y la crítica fue

percibida como literatura ella misma, y, en algunos casos, eje central de la cultura,

proceso importante en la afirmación política e histórica de los países. Alfonso

Reyes en México, Mariátegui en el Perú, Benjamín Carrión en el Ecuador fueron,

sin duda, ejes de la vida cultural y política de la época (25).

Sin duda, en la fase del llamado primer ciclo de modernización se construyó

la figura del artista sobre el mito romántico y simbolista europeo: la poesía de los

Románticos y de la vanguardia. En el Ecuador, la rica poesía de los decapitados –

Ernesto Noboa y Caamaño, Arturo Fierro, Ernesto Borja y Medardo Ángel Silva-

influidos por el simbolismo francés, y en especial por Verlaine y según Benjamín

Carrión, por Samain, un “maldito” de tono menor. Lírica de la intimidad, marcó

fuertemente la sensibilidad de la época. Fue el único momento en nuestra historia

literaria en que la figura del poeta – el artista en la literatura- tuvo peso e

influencia sociales26.

22 El singular detective de “La muerte y la brújula”, de Jorge Luis Borges. 23 En Europa hubo también la figura del intelectual múltiple, estilo Sartre. Pero aun en ese caso se mantenía la diferenciación de los discursos, los saberes y los géneros: Sartre era de manera distinta filósofo, novelista o dramaturgo. No era ensayista. Es mas bien ahora -Baudrillard, Barthés, Argullol y Trías en España- que hay una cierta validación literaria del ensayo filosófico. 25 La teoría y la crítica literarias de la época nunca configuraron los textos -narrativa o poética- como objetos puramente estéticos sino culturales y sociales, y cuya comprensión no debía ser solo el producto de una experiencia estética sino de un saber múltiple: social, filosófico, político, estético... 26 Esa figura del artista perduró en el imaginario popular pero ligada a la música popular y a la subliteratura. Por el contrario, la poesía devino en arte de elites-

23

Por otra parte, intelectuales, escritores y artistas de Latinoamérica han

tendido a formar una capa de notable influencia política. La mayoría de ellos

formaban cenáculos, capillas, organizaban revistas; y lo que es más singular, tenían

enorme peso político, en unos casos como líderes de la oposición democrática y aun

revolucionaria, en otros, en sitios importantes en la estructura de poder, en

especial en la educación o en el servicio diplomático. Cabe insistir en que, mas allá

de esas diferencias, fueron figuras importantes en la oposición a los regímenes

despóticos.

En el Ecuador, durante el segundo ciclo de modernización, los escritores de

la generación del 30 –Icaza y los del grupo de Guayaquil: Pareja Diezcanseco, José

de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera, Enrique Gil Gilbert-, su

ideólogo, Benjamín Carrión, los pintores llamados indigenistas, Guayasamín y

Kingman, y otros, formaron parte activa del proceso político que desembocó en la

revolución popular del 44.

A diferencia del campo cultural europeo y, sobre todo, norteamericano,

organizado y delimitado por la modernidad, y en el cual, la esfera de la literatura y

del arte se encuentra plenamente autonomizada de la esfera política de la sociedad,

el campo cultural ecuatoriano y latinoamericano del período comprendía una

activa relación entre ambas esferas.

La figura del intelectual fue, sin duda, decisiva en la época: en sus formas, la

tradición literaria y cultural de Latinoamérica, no mostraba esa precisa

delimitación de los discursos y de los géneros ni esa independencia de la literatura

de sus contenidos y efectos políticos, éticos, pedagógicos, filosóficos27, propias de la

modernidad euro norteamericana. Por el contrario, presentaba contaminación

de los discursos, cruce continuo de fronteras entre los géneros y su delimitación

ambigua, siempre fluida, cambiante. Móvil. Mas aun, la categoría literatura

27 Es interesante anotar que Alfonso Reyes que insistía en el valor estético de la obra -”... sin intencionalidad estética, no hay literatura”-, legitimaba tal exigencia en que, de esa manera, América Latina alcanzaría su universalidad.

24

estructuraba un ámbito distinto a la europea. El ensayo es quizá, en ese sentido, la

forma de mayor significación de ese flujo incesante de los discursos y de los

géneros. José Martí lo calificaba del género propio de nuestro subcontinente.

Nuestra manera de filosofar, reflexión política y social, crítica literaria y, sobre

todo, forma estética. Para algunos, la más importante de nuestra literatura.

Henríquez Ureña, por ejemplo, sostiene que “... la historia literaria de la América

española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombre centrales: Bello,

Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó”. (28)

El ensayo ha sido definido como un no-género, una “operación literaria, en el

decir de Juan Marichal, que no un continente expresivo”29, el limite movedizo de la

cristalización de los géneros, el lugar de lo fragmentario, inacabado, pulsátil,

discontinuo. Esa forma fluyente entre el pensamiento analógico, propio del discurso

literario, y el pensamiento lógico, característico del discurso científico, ese ir y venir,

entre distintos géneros, cruzando continuamente sus fronteras no lo define como una

forma de transición, indefinida, ambigua e impura, o una suerte de forma previa o

condición necesaria a la formación de las ciencias sociales. El ensayo es una forma

acabada.

Frente a los sistemas europeos del Siglo 19 y comienzos del 20 - grandes

totalizaciones ontológicas y metafísicas-, América Latina y el Ecuador han exhibido

un pensamiento social disperso y fragmentario en el que, según Arturo Roig, la

filosofía existía en estado práctico, presente bajo la forma de otros discursos y en

diálogo con ellos. Así, Roig provocó un desbloqueo epistemológico que permitió el

surgimiento de la historia de las ideas30.

28 Henríquez Ureña, Pedro, “Caminos de nuestra historia literaria” en “6 Ensayos en busca de nuestra expresión”. 29 Marechal Juan, antología de José Luis Campos Martínez. 30 De esa manera, el Ecuador se encontró dueño de una rica “tradición filosófica” y los estudios sobre Espejo, Montalvo, los “libelistas y panfletarios” del Siglo XIX, los fundadores de la sociología, empezaron a desplegar su saber. El ensayo ha sido también un puente entre ese “movimiento de las ideas” (nuestra filosofía) y la literatura. Entre la política, ciencias sociales y la literatura...

25

Por otra parte, las formas clásicas el arte y la literatura -en especial pintura y

narrativa-, de la época fueron formas no sólo estéticas sino políticas, concentraron

el pensamiento social que se abría paso en medio de la crisis del discurso liberal.

De allí el carácter sociológico de la literatura de denuncia social e incluso de la

pintura indigenista.

Además, toda vez que los vientos positivistas y sociológicos impregnaban la

atmósfera intelectual de la época, la indagación histórica y social exigían una dosis de

análisis. La solución de esa compleja relación entre literatura, historia y análisis social

fue la forma ensayo, considerada una forma literaria y validada por la riqueza de la

expresión. Quizá si el relato histórico sea, según White y Ricoeur, la forma necesaria

de la historicidad, el Ecuador y América Latina han desarrollado la forma ensayo

como la suma de ese proceso señalado por White: anales, crónica, historia, análisis

social.

A la vez, no podía ser sino una historia escrita por intelectuales –escritores,

narradores y ensayistas- como otra de las formas de invención popular y universal de

la nación.

2.2. El ensayo y la subjetividad de lo social

En los 30, el novelista ecuatoriano Joaquín Gallegos Lara publicó “Biografía de

un pueblo indio”31, un pequeño texto de análisis. Si bien, Gallegos Lara, en tanto

militante comunista, escribió ensayos, artículos políticos, participó en varios debates

31 Ficha bibliográfica.........

26

importantes de la época32, su actividad literaria –y su imagen- fue la de novelista y

narrador.

En los finales de los 20, José Carlos Mariátegui, escribió “La Novela y la Vida

(Siegfied y el profesor Canela)”33, extraña novelina que explora problemas de

identidad y transcurre en Italia. Dicha narración fue una suerte de pequeña digresión

en una fecunda actividad de teórico, polemista, articulista, crítico literario, ensayista

en una amplia gama de problemáticas que abarcaban la historia, la literatura del

Perú, la vanguardia artística europea, la realidad peruana, el movimiento

revolucionario mundial, la política internacional...

Es sorprendente, sin duda, la extraordinaria analogía entre dos grandes figuras

del Ecuador y del Perú de la época: Joaquín Gallegos Lara y José Carlos Mariátegui,

ambos escritores y dirigentes de izquierda –fundadores de sus respectivos partidos

comunistas-, ambos inválidos. En el uno, sin embargo, predominó su faceta de

ensayista, en el otro, su condición de novelista y narrador. Sin duda, el ensayo –

histórico, sociológico, político- guarda mayor coherencia con la condición de dirigente

comunista. ¿Cuáles las razones de la peculiaridad de Gallegos Lara?34.

En el Ecuador de los 30, la narrativa literaria dominó ampliamente el campo

cultural de la época. Fue la expresión concentrada del potente movimiento social y

político que se iniciara el 15 de Noviembre de 1922 y culminara con la revolución

popular del 44, movimiento en el que la literatura social y la pintura indigenista

formaba una estrecha unidad con la organización de los sectores subalternos y la

formación de los partidos socialista y comunista. Mas aún, su propia estructura

narrativa le convirtió en una de las formas fundamentales sino la central de

expresión del pensamiento social.

32 Dos, sobre todo, que marcaron época. El primero, en referencia a la narrativa de Pablo Palacio. Y el segundo con Jorge Hugo Rengel, militante e ideólogo del partido Socialista, sobre el carácter de la izquierda en países como los nuestros 33 Mariátegui, José Carlos: “La Novela y la Vida”, publicada después de su muerte. Biblioteca Amauta, Lima, 1955 34 Otro dirigente comunista, Enrique Gil Gilbert, fue un notable narrador de la época. A la vez, Manuel Agustín Aguirre, el principal pensador e ideólogo socialista del Siglo XX fue poeta en su juventud.

27

A la vez, sin embargo, el ensayo, predominantemente histórico y social, se

desplegó como su contrapartida, de alguna manera la conciencia de esa práctica.

De hecho, los ensayistas de la época fueron algunos de los propios narradores –

Pareja, Gallegos Lara, De la Cuadra, Rojas- o escritores, como Benjamín Carrión,

profundamente ligados a la poética de los 3035.

El ensayo y el intelectual, fruto de la “contaminación” de los discursos...

Leopoldo Benites Vinueza, narrador, historiador, ensayista36; Alfredo Pareja,

narrador, historiador ensayista; Ángel Felicísimo Rojas, novelista, ensayista,

periodista; Benjamín Carrión, crítico literario, novelista, historiador, libelista, autor

de ensayos sociales, históricos y literarios37; Raúl Andrade, periodista38, narrador,

autor de obras de teatro39 y ensayos literarios. La producción ensayística, amplia y en

extremo significativa40, comprendía un continuo desplazamiento de géneros y

disciplinas entre diversos textos de un mismo autor y a veces en el interior de un

mismo texto41.

En ensayo del período marcó un cambio significativo con el ensayo imperante

hasta entonces. Tanto en la fase ascendente como en la autocrítica –y de “coqueteo”

con el socialismo- del pensamiento liberal, el ensayo, tendía a la filosofía del derecho.

35 Benjamín Carrión fue el teórico, o si se quiere el ideólogo del movimiento cultural en su conjunto, incluida la narrativa social y la pintura indigenista 36 Obras de Leopoldo Benites Vinueza------ 37 Escribió dos novelas: “El desencanto de Miguel García”, en los 30, y “Porque Jesús no vuelve”, en los 60 38 Columnista de diversos periódicos. Reunió sus mejores artículos en Coctails 39 Andrade, Raúl, Suburbio. 40 Ensayo literario: “Gobelinos de Niebla”, de Raúl Andrade, “Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea” y “El Nuevo relato ecuatoriano” de Benjamín Carrión. Ensayo sociológico: “El montubio ecuatoriano” de José de la Cuadra. Ensayo político: Las “Cartas al Ecuador” de Carrión, los artículos periodísticos de Raúl Andrade, el combate periodista de Gil Gilbert y, sobre todo, Gallegos Lara. Ensayo histórico-social: la Historia del Ecuador de Alfredo Pareja Diezcanseco Ensayo histórico: “Los Argonautas de la Selva” de Leopoldo Benites Vinueza, y las numerosas biografías que describimos adelante 41 En la novela El Éxodo de Yangana” de Ángel Felícismo Rojas, hay todo un capítulo sociológico; en el ensayo “La novela ecuatoriana” del mismo autor, alterna la historiografía con la crítica literaria.

28

Sin duda, nunca alcanzó a cuajar como discurso científico y se mantuvo en el

terreno de esa forma subjetiva por excelencia que es en sí mismo, empero estuvo

muy influido por el positivismo en sus diversas variantes -en particular, el

krausismo- con pretensiones de cientifismo y objetividad. Mas aun, la importante

obra historiográfica y arqueológica de la derecha conservadora, y de autores tales

como Federico Gonzáles Suárez, Cevallos García, Jacinto Jijón y Caamaño.

La emergencia del potente imaginario literario social de los 30 creó

condiciones para un nuevo tipo de ensayo y de historiografía en el que ese

pensamiento social buscó expresarse en una forma narrativa con marcada voluntad

de legitimidad literaria.

Un pensamiento social rico y diverso que no encontraba el cauce objetivo para

ordenarse como una secuencia estructurada y objetiva de ideas sino en la vitalidad

dramática de la narrativa literaria; una dinámica de lucha social que sacaba a la

superficie la heterogeneidad estructural y las profundas contradicciones sociales; una

sobreacumulación de formas irresueltas y una extrema movilidad de los géneros

literarios: el ensayo fue la forma que resolvió todas esas contradicciones y

disfunciones.

En la formación de la conciencia histórica ecuatoriana como conciencia

narrativa, el ensayo jugó un papel decisivo. Hayden White nos dice respecto a la

forma discursiva que asumió la historia en el Siglo 19 y parte del 20: “Una vez que el

historiador descubre la verdadera historia de lo que sucedió y la representa con

precisión en una narrativa, podía abandonar la forma de hablar narrativa, y,

dirigiéndose directamente al lector, hablando con su propia voz, y representando su

opinión ponderada de estudioso de los asuntos humanos, hacer una disertación sobre

lo que la historia que acababa de contar sobre la naturaleza del periodo, lugar,

agentes, acciones y procesos (sociales, políticos, culturales, etcétera) que había

estudiado. Este aspecto del discurso fue denominado por los teóricos modo de

discurso disertativo. Y se consideró que incluía una forma y un contenido diferentes

29

de los de la narrativa”42. Extraña paradoja también que White no señala: el relato

histórico es considerado lo objetivo, y el análisis social, lo subjetivo.

El ensayo que acompañó a la literatura de denuncia social cumplió similar

función a la del discurso disertativo de los análisis sociales insertado en la estructura

narrativa de la historiografía. La diferencia radica en que el papel del relato que dona

forma y dota de sentido a los acontecimientos históricos –según Ricoeur y White- fue

cumplido por la literatura llamada de denuncia que configuraba el sentido dramático

de la vida social. El ensayo: el conjunto de opiniones sobre lo que la narrativa literaria

decía de otra manera.

El ensayo ha sido definido por su capacidad de continua digresión que lo libera

de una secuencia fuertemente estructurada y lo articula mas bien al flujo libre de la

conversación. El ensayo ecuatoriano predominante de la época, en especial el

histórico social, contuvo pocas digresiones. Empero, en el conjunto del campo

cultural fue una enorme digresión de la forma narrativa. La articulación de las dos

formas, ensayo y narrativa, se convirtió en la forma dominante del conjunto de las

formas del modo de representación, formalización y simbolización de la época.

El ensayo lograba ensamblar las formas literarias y las del discurso sociológico

aun no formado que el intertexto –ese pensamiento sobre la sociedad gestado por la

dinámica social y que comprendía formas de representación y simbolización- lo

demandaba. Tendía a un lenguaje analítico y a una ordenación estructurada del

análisis. De hecho, eran obras completas y unitarias. Marcaba de antemano el proceso

ulterior de formación de las ciencias sociales. Su diferencia, estribaba en la voluntad

de estilo que poseía y en el predominio de la interpretación sobre la investigación de

fuentes, es decir, en la presencia irrecusable del yo del ensayista. Quizá en la faceta de

critica literaria, el ensayo ecuatoriano acusaba una mayor similitud con la libertad

42 White, “El contenido de la forma”, pág 43.

30

formal del ensayo español. Tales los casos de Índice de la poesía ecuatoriana

contemporánea43, El nuevo relato ecuatoriano44 y los “santos del espíritu”45, de

Benjamín Carrión o en los ensayos de Pareja y de Benites Vinueza y los cócteles de

Raúl Andrade, suerte de ensayos breves. Sin embargo, en ese período se publicó la

“Historia de la literatura ecuatoriana” de Isaac J. Barrera que se movía entre la

retórica clásica y el positivismo sociológico y pretendía ser mas bien un Tratado.

A caballo entre la literatura y la ciencia, hay una tensa disputa entre ambos

códigos, y el ensayo, en su conjunto, se mueve tironeado en ambas direcciones,

pudiéndose establecer una topología de ensayos por el predominio de uno de los dos

códigos de verosimilitud. En unos casos, es la literatura la que le da, finalmente su

código de verosimilitud y su sistema de organización, sin que el código de verdad

lógica y científica pueda ser dejado a un lado: sin duda es un segundo código de

verdad, un subcódigo. En otros casos, ocurre a la inversa.

“El montubio ecuatoriano” de José de la Cuadra, o “Biografía de un pueblo

indio” de Gallegos Lara -el ensayista con frecuencia, era el propio novelista- se

encuentra estructurado en una lógica analítica mas que narrativo-literaria. En

“Ecuador, Drama y paradoja”, de Leopoldo Benites Vinueza, si bien hay una voluntad

de estilo – mas acusada empero en su obra anterior “Los Argonautas de la Selva”-, la

secuencia es analítica y hay una continua referencia a verdades fundadas en

documentos, datos y teorías sociológicas y antropológicas. Tal fue el primer tipo de

ensayo, en que se combinaron criterios de validez científicos tanto como literarios,

con el predominio de los primeros. En Carrión, junto a Pareja Diezcanseco, los

criterios literarios importaron mas que los empírico-científicos. Tal fue el segundo

tipo de ensayo que se encarnó sobre todo en las biografías...

43 Carrión, Benjamín: “Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea”, Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1937. 44 Carrión, Benjamín: “El nuevo relato ecuatoriano” (Crítica y Antología), 2 Tomos, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1950

31

Por otra parte, las relaciones entre la dramática de la vida social y la forma

narrativa se expresaron en un sui generis fenómeno: en el interior de ciertos ensayos

circularon entre si y devinieron equivalentes la critica literaria y el análisis social e

histórico. La critica literaria era, en ultima instancia, análisis de cómo la estructura

dramática de la narrativa configuraba y dotaba de sentido a la vida y lucha sociales; y

el análisis era, de alguna manera, la descripción del referente de la narrativa, su

materia prima. Así, uno de los libros más importantes de la época “La novela

ecuatoriana”, de Ángel Felicísimo Rojas, fue a la vez una historia de la literatura y una

historia social del Ecuador.

Detrás de esas diferencias, en torno a los criterios de legitimidad del discurso,

se encuentra, sin duda, la compleja relación entra conciencia mítica y conciencia

histórica en una fase fundamental, el período 20-50, en que el Ecuador vivió otro

momento de (refundación), bajo un proyecto nacional mestizo que puso en tensión

los imaginarios culturales históricos e hizo que la historia como proceso social y la

historia como discurso tendieran a aproximarse.

Los hombres de letras devinieron en políticos, y el ensayo fue uno de los

ámbitos de ejercicio de la política, el lugar de la democracia y de formación de la

nación. Las “Cartas al Ecuador” de Carrión, los artículos periodísticos de Raúl

Andrade, el combate de Gil Gilbert y, sobre todo, Gallegos Lara, la Historia del

Ecuador de Alfredo Pareja Diezcanseco fueron otros tantos instrumentos de combate

político. Eso hizo del intelectual una figura central de la vida política del país y de la

literatura, el topos de la modernidad ecuatoriana.

Los distintos tipos de ensayo que hemos señalado, diferenciados por la

relación entre literatura y saber y los criterios de validez, se inscribieron, a la vez, en el

desarrollo del pensamiento democrático-nacional, y en la gestación del proyecto

45 Carrión, Benjamín: “San Miguel de Unamuno”, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1954;

32

nacional mestizo de la sociedad ecuatoriana, cuyo punto de arranque fue la crisis del

liberalismo oligárquico detonada por la Gran huelga y la masacre del 15 de

Noviembre de 1922, y su momento cumbre, la revolución popular del 44. Proceso que

tuvo su antecedente en el movimiento cultural tendiente a generar una utopía

latinoamericana.

Analicemos ese proceso.

III. El proyecto nacional-mestizo y el movimiento

cultural de los 30

3.1. La utopía americana

En 1928, Benjamín Carrión escribió "Los Creadores de la Nueva América",

texto en el cual estudia con pasión el pensamiento de José Vasconcelos46, Francisco

García Calderón47, Alcides Arguedas48 y Manuel Ugarte49, figuras todas ellas del

“Santa Gabriela Mistral”, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1956. 46Vasconcelos, José: Teoría dinámica del Derecho, 1907; Gabino Barreda y las ideas contemporáneas, 1910; La intelectualidad mexicana, 1916; El movimiento intelectual contemporáneo de México, 1916: Prometeo vencedor, 1916;; Pitágoras: una teoría del ritmo, 1916; El monismo estético, 1918; Divagaciones literarias, 1919; La caída de Carranza. De la dictadura a la libertad, 1920; Estudios indostánicos, 1920; Ideario de acción, 1924; La revolución de la energía, los ciclos de la fuerza, el cambio y la existencia, 1924; La raza cósmica, 1925; Indología, 1926; Tratado de metafísica, 19296; Pesimismo alegre, 1931; Ética, 1932; La sonata mágica, 1933; La cultura en Hispanoamérica, 1934; Bolivarismo y monroísmo, 1934; De Robinsón a Odiseo, 1935; Estética, 1935; Ulises Criollo, 1935; La tormenta, 1936; Historia del pensamiento filosófico, 1937; Breve historia de México, 1937; El desastre, 1938; El proconsulado, 1939; Manual de filosofía, 1940; Hernán Cortés, 1941; El realismo científico, 1943; Apuntes para la historia de México. Desde la conquista hasta la revolución, 1943; Lógica orgánica, 1945; El viento de Bagdad, 1945; Los robachicos, 1946, Filosofía estética, según el método de la coordinación, 1952; Todología, 1952, La flama, 1959 47 García Calderón, Francisco: “Les démocraties latines de l'Amerique Latine”, París, 1912, traducido al castellano en 1979; y “La creación de un continente”, París, 1913.

33

proceso de trasmutación "americanista" del pensamiento burgués occidental; aquel

que, con pretensiones ambiciosamente universalistas, estuvo signado por la utopía

profética de Vasconcelos.

Toda profecía, a pesar de que solo habla del futuro y fin de los tiempos, expresa la

conciencia del Principio de la Creación. En este caso, la nada era América. Toda

utopía es siempre el sueño de una conquista: hasta el Siglo 19, América no había sido

conquistada por la cultura Occidental. El descubrimiento "filosófico" de América fue

producto de un segundo viaje de Cristóbal Colon, una nueva conquista y colonización

en las cuales, en lugar de la espada y la cruz, las Carabelas venían repletas de

mercancías e ideas de las libertades abstractas del hombre. Además, la diferencia

entre las dos empresas de la cultura dominante no se manifestó únicamente en los

contenidos de las bodegas de los barcos sino en el sentido de sus rutas. La primera

fue un perpetuo viaje de regreso, la segunda permanente viaje de ida.

En efecto, en la fase colonial, junto a las remesas de metales preciosos, la conciencia

de la aristocracia fluyó a Europa, a encontrar allí los contenidos y las formas de su (re)

producción cultural. Era conciencia fugitiva, exiliada en el Reino de Dios o en el

Reino de los Habsburgos y los Borbones, requería desconocer toda posibilidad

cultural o humana de América era una pausa del Verbo, el hueco de Dios, el desierto

de las meditaciones de Cristo, el limbo, ni siquiera el infierno. De allí la ausencia de la

novela o el eclesial, la arquitectura religiosa, formas todas ellas que suprimen el

tiempo y el espacio concreto para existir en la eternidad en reposo; la utilización del

lenguaje "castizo" de las cortes de España. Actividad cultural enajenada, que, en el

caso ecuatoriano se prolongó hasta las primeras décadas del siglo 20 como la

atmósfera ideológica del pensamiento social y político y de la creación literaria y

48 Arguedas, Alcides: Ensayos: Pueblo enfermo (1909), La fundación de la República (1920), Historia general de Bolivia (1922), Los caudillos letrados (1923), La plebe en acción (1924), La Dictadura y la Anarquía (1926) y Los caudillos bárbaros (1929). Novelas: Raza de bronce (1919), Pisagua (1903), Wuata Wuara (1904) y Vida criolla (1912). También, La danza de las sombras (1934), Memorias. 49 Ugarte, Manuel: Ensayos: La joven literatura hispanoamericana (1906), El porvenir de la América Latina (1910), La patria grande (1922), El destino de un continente (1923). Narraciones: Cuentos de la Pampa (1903), Cuentos argentinos (1910), (Las espontáneas, 1921.

34

artística. Así, la retórica montalvina, a pesar de su bautizo liberal y ecuatoriano, se

nutrió siempre de los contenidos de la ideología aristocrática y de las imágenes de

Francia o de la antigua Roma, a partir de las cuales realizo su demoledora labor de

enjuiciamiento de la aristocracia real; la generación decapitada percibió sus

vivencias como el desgarramiento existencial de una conciencia ajena...

La expansión del capitalismo industrial del Siglo 19, en cambio, necesariamente

debía producir una correlativa expansión geográfica del pensamiento occidental. Si

en la fase de la acumulación originaria, la explotación colonial se tradujo en una

mera y voraz succión de excedentes, la explotación de relaciones sociales, propia del

capitalismo contemporáneo, debía provocar la aclimatación y floración de la

ideología de la burguesía occidental. Además, a diferencia de la aristocracia, la

burguesía es siempre terrenal: América no fue entonces el limbo para la obra de

evangelización sino la barbarie que clamaba por la empresa civilizadora; no el lugar

del que había que evadirse para alcanzar el Reino de Dios sino un nuevo espacio para

la fecundación del espíritu europeo. La aristocracia buscó engendrar almas

purificadas por la culpa y el castigo; la burguesía, materia, cuerpos productivos

embellecidos por la filosofía.

El pensamiento, de Sarmiento fue, sin duda, la forma extrema del nuevo

descubrimiento, conquista y colonización de América por el capitalismo occidental.

Sin duda, la escasa densidad de la población nativa y los flujos migratorios que -bajo

la consigna de gobernar es poblar- trajeron consigo no solo capitales y empresarios

sino trabajadores, explican la concepción de Sarmiento: barrer con todos los

obstáculos para el libre desarrollo de la civilización capitalista. El capital no tiene

patria: en el pensamiento de Sarmiento, Argentina se ofrecía a Occidente como el

paraíso desnudo, libre de toda contaminación y pasado, para el perfecto

renacimiento. El resultado: el perfecto colonizado, res nullíus, tierra baldía.

Empero, en el resto de América, la barbarie era mucho más numerosa, sólida y

antigua. Se sabe: el capital comienza apoderándose de la producción en el estado en

que la encuentra; luego, adviene la transformación, el desarrollo, la universalización:

35

la creación de un mundo nuevo a partir del antiguo. La barbarie era, pues,

inevitablemente el punto de partida, el objeto de transformación y el útero del cual

debía surgir el "nuevo hombre y el nuevo espíritu".

Por otra parte, el capitalismo es totalizador y universalista. La generalización del

trabajo y las relaciones sociales, la transformación de las actividades productivas en

segmentos subordinados al aparato internacional de producción, la formación

consecuente del mercado mundial, generaron objetivamente en la superestructura en

proceso de unificación y de síntesis. Mas, al igual que en la estructura, ese proceso de

totalización tuvo un núcleo primordial, centro y matriz: el espíritu europeo.

"Los creadores de la Nueva América", especialmente Francisco García Calderón, y,

sobre todo, Vasconcelos, expresaron esa doble determinación. El descubrimiento,

conquista y colonización filosóficas de América se transformaron teóricamente en la

empresa de la creación de un continente -según el significativo título de uno de los

libros de García Calderón- y el proceso de unificación y de síntesis asumió la forma

de la profecía de la raza cósmica del futuro.

En la utopía vasconceliana, la barbarie se convierte en el gran útero del

engendramiento de la universapolis, la máxima síntesis de la historia de la

humanidad. El proceso de totalización de capitalismo se manifiesta bajo la forma de

la exaltación del contenido "cósmico" del mestizaje de la raza, la geografía y el

lenguaje. En América, el espacio y la raza son aun "naturaleza", lista a ser fecundada

por el espíritu. La Raza, es la gran matriz, la tierra -la india, la Malinche-, capaz de

receptar todas las simientes y posibilitar un proceso de mestizaje y síntesis

universales, la formación de la raza cósmica. El trópico “... que no ha sido vencido

aun por la actual civilización dominadora (...) "será la sede de la raza cósmica,

Canaan, la Tierra de Promisión de toda la humanidad. El Castellano americano, la

estructura de disolución final de la Torre de Babel. Tierra, raza y lenguaje la madre

receptora, la "matria", por oposición a la "Patria", producto de la inseminación del

espíritu. Menos épico y grandilocuente que Vasconcelos, Francisco García Calderón

36

construyó también su propia utopía: América, sede final de la civilización y del

superhombre.

Inseminación artificial al fin. Allí, en Vasconcelos, la ciencia de los blancos

permitirá el dominio civilizador del trópico y posiblemente los ingleses serán los

primeros en conquistar la cuenca del Amazonas, la sede de la raza cósmica. Francisco

García Calderón predicó una vigorosa inmigración europea, especialmente teutónica.

Y Alcides Arguedas, uno de los creadores de la Nueva América según Carrión,

inspirado en los ideólogos racistas Gobineau y Vacher de Lapuge y emparentado

directamente con Sarmiento, considera a la raza indígena incapaz de asimilar menos

aun producir la alta cultura.

Mas, en su propio nacimiento, a pesar de sus ambiciosas construcciones

utópicas, ese pensamiento se hallaba signado por la muerte. En efecto, sin considerar

la concepción racista y reaccionaria de Alcides Arguedas -a lo cual necesario es

decirlo, Benjamín Carrión impugna-, la mas avanzada de todas, la arquitectura

vasconceliana, confiesa su propia impotencia en el momento mismo en que se

esfuerza por fundar un sueño americano universal original: es el espíritu europeo -

dentro de una suerte de hegelianismo tropical y mestizo- la fuerza motriz de la nueva

universidad. América es solo la "naturaleza" para la realización de ese espíritu.

Recién llegada al escenario de la historia, forjada en el curso de la expansión del

capitalismo industrial europeo y norteamericano, sin vida material y social autónoma,

la burguesía latinoamericana carecía de tiempo y fuerza para construir su propio

"espíritu universal". De la misma manera que en el nivel de la estructura económica,

solo podía brindar materias primas y fuerza de trabajo barata para la inversión del

capital imperial; en el plano de la cultura únicamente fue capaz de ofrecer una gran

matriz, un inmenso útero para la fecundación del espíritu europeo.

Antes de llegar a la historia, la geografía, la gran selva amazónica, el trópico

pánico y vitalista, devoraron ese pensamiento. Fue la época de novelas como La

37

Vorágine o Doña Bárbara que terminaron también tragadas por la selva. Triunfo

final de la barbarie que exigía otro tipo de pensamiento.

Si bien ningún escritor ecuatoriano, ni siquiera Carrión que a los pocos años,

en los 30, asumió una concepción distinta, se inscribió en el santoral de los creadores

de la nueva América, dicho pensamiento influyó notablemente en el horizonte

intelectual del ensayo y de la poesía ecuatoriana de la época. Amén del Carrión de su

primera obra, Leopoldo Benites Vinueza fue también influido por dicho pensamiento.

En “Ecuador, drama y paradoja”, obra capital en la formación del pensamiento

nacional e histórico, es notable sin duda la ascendiente del mismo, en especial en el

relieve que la geografía asume en la interpretación histórica. En “Argonautas de la

Selva”, del mismo Leopoldo Benites Vinueza, biografía del descubrimiento del

Amazonas y calificada por José Vicente Trujillo como “... uno de los más grandes

poemas vegetales de América...”, esa concepción organiza la estructura dramática y

aun trágica de la obra. En la mitología de algunas obras del grupo de Guayaquil tales

como “La Isla Virgen” y “Don Goyo”, de Demetrio Aguilera Malta, “La Tigra” y “Los

Sangurimas” de De la Cuadra hay, mas bien, una inversión, una apología de la selva y

de los cholos que están mas cerca de ellas: Don Goyo, por ejemplo, es el mangle

tutelar y primordial de la selva.

Los poetas contemporáneos de la generación del 30, Gonzalo Escudero,

Jorge Carrera Andrade e incluso Alfredo Gangotena, exaltaron el trópico y los

farallones andinos, la inmensa y abigarrada geografía de América, su vasta

urdimbre mineral; hicieron el canto cósmico de la matriz ctónica, de la naturaleza

bárbara, del magma anterior a Dios, del hombre torrente y cataclismo, del hombre

ecuatorial.

38

Gonzalo Escudero, poeta de imágenes fuertes, un poco parnasiano, intentó -en

“Hombre de América”- una suerte de poesía americana de vuelo épico-cósmico50. En

Escudero, incluso sus poemas eróticos están atravesados por figuras ciclópeas –

huracán, dolmen, cataclismo, seísmos- - y por una amplia variedad de minerales,

una suerte de Eros de la materia inorgánica. Mas aun, en su primera fase, la

espacialidad gráfica es uno de los ejes compositivos de su poesía. En la misma línea,

otro buen poeta, Miguel Ángel León, escribió un canto cósmico al Chimborazo51.

En la gran poesía de Carrera Andrade52 esas tensiones adquieren una forma

insuperable. Su poesía es la peripecia del hombre del tamaño del planeta53, esa

figura premoderna de las leyendas antiguas -el hombre de Rabelais-, enraizada en

el centro del mundo y en incesante travesía por el espacio y tiempo modernos (54).

Hombre planetario y, a la vez, hombre equinoccial. A la manera de Pellicer, se

orientó por una poesía de las pequeñas cosas, reinventando el haikai japonés,

50 Escudero, Gonzalo: “Los poemas del arte”, 1919; “Las parábolas olímpicas”, 1922; “Hélices de Huracán y de sol”, 1933; “Altanoche”m 1947; Estatua de aire”, 1951; “Materia del Ángel”, 1953; Autorretrato”, 1957; “Introducción a la muerte”, 1957; “Réquiem por la luz”, 1971; “Nocturno de Septiembre”, 1971. 51 Zambrano Miguel A. ....... - 52 Carrera Andrade, Jorge: “Primeros poemas”(1917-20); “Estanque inefable”, 1922; “El ciudadano

de las gafas azules”, 1924; “Microgramas”, 1926; “La guirnalda del silencio”, 1926; “La hora de las ventanas iluminadas”, 1927; “Rol de la manzana”, 1928; “Tiempo de golondrinas”, 1928; “El gallo de la Catedral”, 1928; “El boletín del clima", 1928; “Cuaderno de poemas indios” (1928-29); “Registro del Mundo”; “Boletines de Mar y tierra”, 1930; "Dibujo de ciudades", 1930; “El tiempo manual”, 1935; “Noticias del cielo”, 1935; “Poemas de Pasado mañana”, 1935; “Biografía para uso de los pájaros”, 1937; “País Secreto", 1939; “Canto al Puente de Oakland”, 1941; “Ultimas noticias del cielo”, 1944; “Lugar de Origen” (1945-47); “Aquí yace la espuma (1948-50); “Familia de la Noche” (52-53); “ Nuevos poemas La visita del amor”; “El Hombre Planetario”, 19 57; “El Hombre Planetario” 19 59, “Boletines de la línea equinoccial” 1958; “Floresta de Guacamayos”, 19 63; “Crónica de la Indias”, 1965; “El alba llama a la puerta” 1966, “Misterios naturales”, 1972; “Vocación terrena”, 1972.

53 El hombre renacentista de las leyendas populares tenía un territorio pequeño, desde la perspectiva moderna. Luego vino la expansión del Mundo, la apropiación termina en el Siglo XX La poesía de Carrera Andrade es una incesante apropiación del lenguaje y del mundo. 54 Ese hombre se halla corroído por la fugacidad. La simultaneidad –categoría del hombre cósmico-, se ve afectada por la sucesión y la mutación, categorías modernas del tiempo. La copresencia, la ubicuidad, que suponen correspondencias, metamorfosis, universo pánico y panteísta, lo ilimitado, incluso la eternidad como categoría espacial, son socavadas por la finitud. El poeta intenta inútilmente atraparla en la imagen de la eternidad como simultaneidad en el tiempo: eternidad te busco en cada cosa, te busco en el espacio-, pero en vano. Esa tensión, se expresa en el juego de las formas poéticas: una metáfora –forma de la simultaneidad- en incesante sucesión, contigüidad, explosión y metamorfosis metonímica -forma de la sucesión y de la mutación-, tal que quisiera alcanzar infinitud y eternidad en el imposible inventario exhaustivo del mundo.

39

pretendiendo así una suerte de inventario del paisaje mineral, vegetal y humano del

país: “Ecuador, tú me hiciste vegetal y telúrico...55

Ese inventario, telúrico y panteísta, del Ecuador se transformó en un

inventario, animista y tectónico, del mundo. A diferencia de Vasconcelos y García

Calderón que pretendían importar el espíritu europeo a la matriz americana,

Carrera Andrade pretende exportar nuestra visión del mundo: Hombre de

cualquier tierra o meridiano/yo te ofrezco la mano_/Te doy en ella el sol

americano (...) Te doy la geografía (...) El sol americano/te lo entrego en mi

mano/hombre mundial, mi hermano56.

En la poesía de Carrera Andrade, a la inversa de la profecía vasconceliana

pero en el seno de la misma cosmovisión, la naturaleza inunda, cuestiona y

subvierte la civilización. Es sorprendente la ausencia de objetos mecánicos en el

imaginario de un hombre que vivió en Paris y viajó por el mundo toda su vida en la

era de las sucesivas revoluciones tecnológicas y del consumo industrial de masas.

En la época en que Rausemberg recorría incesante las calles de Nueva York

coleccionando día y noche la infinita variedad de objetos industriales, Carrera

Andrade, el poeta de los objetos, aquel que había escrito que cada objeto es un

mundo, solo ve las perfectas máquinas que reprimen el instinto vital, el automóvil

que aplasta una paloma y, lo que es mas aterrador, una vasta y perversa

uniformidad, la cruel dictadura de Lo Mismo. Por el contrario se detiene en los

estanques, los jardines, las playas y solo ve columnas, cedros, viñas, al hombre de

Vietnam o al vendedor de alfombras argelino y deviene en ...el hombre de Tokio

que se nutre / de bambú y pececillos,/el minero de Europa / hermano de la

noche/el labrador del Congo y de la arena/el pescador de ostiones polinesios...57

Carrera Andrade es un poeta panteísta, cuasi animista. Su poesía es la

expresión de la extrema tensión entre orígenes y modernidad, naturaleza y

55 Carrera Andrade, Jorge: “Obra poética”, Ediciones Acuario, Quito-Ecuador, Abril 2000, pág 442. 56 Ibíd. , pág 428 57 Ibíd. , pág 478

40

civilización, entre el hombre cósmico y equinoccial, la fugacidad del tiempo y los

seres de glacial mecanismo en que el dinamismo creador de las formas estéticas

proviene sin duda alguna del imaginario del espacio y del tiempo telúricos y

cósmicos que, en sorprendente paradoja estética, se transfigura en una implacable

crítica de la racionalidad instrumental de la modernidad imperante en Occidente.

De esa manera, la gran poesía ecuatoriana del período culmina y subvierte la

visión mesiánica de Vasconcelos.

3.2. El movimiento social y cultural del período.

"Los Creadores de la Nueva América" fue escrito en 1928. Esto es, pocos años antes

de que América Latina fuera estremecida por una inmensa marejada popular,

nacionalista y revolucionaria, que conmovió los cimientos de la dominación imperial

y los fundamentos de la concepción civilizadora de Sarmiento. Ese movimiento

pretendió provocar una síntesis mestiza, diferente a la de García Calderón y aun

Vasconcelos, y forjar países, económica y políticamente, soberanos.

En efecto, si bien la Revolución mexicana abrió el ciclo de las revoluciones

democráticas de América Latina -que se cerraría con la revolución cubana- fue a

partir de los 30 que los pueblos, independientemente de sus burguesías, ingresaron

en el escenario de la historia universal para afirmar el derecho de América a vivir su

propia vida y a crear su propia cultura. La lucha contra los déspotas del Caribe y los

desembarcos imperialistas, la heroica gesta de Sandino; las grandes movilizaciones

revolucionarias de las masas en la Guatemala del período de Arbenz, la Bolivia del 52,

la Venezuela del 58; los procesos menos espectaculares del peronismo, el Frente

Popular chileno. En el lapso 30-60 América Latina vivió la ilusión, gracias al

heroísmo de sus pueblos, del desarrollo de una sociedad burguesa, nacionalmente

libre y soberana y políticamente democrática, en el marco de la economía capitalista

41

internacional. En el Ecuador, a pesar del débil y raquítico desarrollo del capitalismo,

las masas también engendraron un vigoroso movimiento democrático cuyos signos

visibles fueron el desarrollo de la lucha y organización de los trabajadores y de los

partidos socialista y comunista.

Toda revolución burguesa tiene su Gironda y su club Jacobino. Carranza-Obregón

y Villa-Zapata en México; el MNR y el Movimiento obrero en Bolivia; el "nacional

reformista" Grau San Martín y el "nacional revolucionario" Guiteras en Cuba. Mas, a

pesar de que las burguesías latinoamericanas, atadas umbilicalmente al capital

internacional, fueron incapaces de llevar hasta el fin la revolución nacional y

democrática, esa contradicción solo maduró a partir de la revolución cubana. Hasta

entonces, dichas burguesías lograron contener y represar el movimiento democrático

general de la sociedad y transformarlo en el contenido hipostasiado de su propia

afirmación como clase universal.

Ese vasto movimiento popular creó la base objetiva para el desarrollo de un

proceso, también vasto y significativo, de creación de las culturas nacionales. De

hecho, la universalización burguesa de la producción cultural bajo la forma de una

unificación y síntesis mestizas no podía desarrollarse como el producto de la empresa

"civilizadora" de occidente y de la inseminación del espíritu europeo en la matriz, la

naturaleza étnico-geográfica, de América. La conciencia burguesa para afirmarse

como conciencia nacional y totalizante necesitaba reconocer a la barbarie derechos

similares a la civilización, calidad de afluente, igualmente valido, del proceso de

creación de la cultura nacional. Sarmiento y Vasconcelos necesariamente debían ser

superados.

La gran huelga del 15 de Noviembre de 1.922 -que fuera reprimida con un

saldo de 1.500 trabajadores y hombres del pueblo muertos- ha sido vista como el hito

y el punto de partida de la moderna lucha social en el Ecuador -el ingreso de los

trabajadores y otros sectores populares a la escena publica- del movimiento cultural

42

de los 3058, y, de un proyecto nacional mestizo que pretendió (re)fundar el Ecuador,

construir una voluntad nacional-popular que integre en un gran crisol a todos los

sectores, en particular a los pueblos indios, a cholos y montubios, a las masas

plebeyas de las ciudades. Forjar la nación, “volver a tener patria”59.

El Ecuador vivía entonces una profunda crisis económica, detonada por la baja

brusca de los precios del cacao60 en el lapso 1920-22 y el descenso también brusco del

volumen de las exportaciones61, de la cual no salió sino hasta fines de los 40, salvo el

interregno de la segunda guerra mundial, en el cual las exportaciones alcanzaron

mayores cifras no por un incremento de la producción sino por el alza de los precios

en el mercado internacional. Fue el fin del ciclo del cacao y el tránsito doloroso a la

era del banano en los 50, con un lapso de casi 30 años de profunda crisis económica,

inestabilidad política y agitación social.

La crisis hizo tambalear la hegemonía que la burguesía ligada al mercado

mundial había alcanzado con el liberalismo, en especial placista62, en el poder y

reanimó a la vieja aristocracia conservadora que incluso estuvo a punto de recuperar

el poder63. Pero el liberalismo perdió también su hegemonía en el conjunto de la

sociedad. La crisis lanzó a la escena a múltiples conjuntos sociales –trabajadores,

campesinos, pueblos indios, maestros, estudiantes- en un agitado proceso de lucha y

organización. En el lapso comprendido entre el 15 de noviembre de 1922 y la llamada

revolución popular del 44, el Ecuador vivió, en el seno del movimiento revolucionario

continental, una intensa conmoción social que reabrió la perspectiva de una

58 La huelga del 15 de Noviembre de 1.922 no solo es el contenido central de “Las cruces sobre el agua”, novela de Joaquín Gallegos Lara, sino un punto de referencia constante de la narrativa de la época, en especial del denominado Grupo de Guayaquil. 59 Clásica tesis de Benjamín Carrión escrita en “Cartas al Ecuador”, luego de la derrota del 41 en la guerra con el Perú. 60 Entre 1.920 y el 21 el precio de la libra de cacao descendía de 25 a 5 centavos de dólar 61 En 1.920, las exportaciones sobrepasaron los 20 millones de dólares, en 1.922 habían descendido a 7 y en 1.933 a 4 millones de dólares 62 Diferencias entre Eloy Alfaro, el héroe de la revolución, y uno de sus lugartenientes, Leonidas Plaza, quien se casara con una de las grandes damas de la aristocracia serrana. Algunos estudiosos han querido ver en esa oposición, la clásica entre la Gironda y los clubes jacobinos. La pugna culminó con el asesinato de Eloy Alfaro, en 1.912, a partir del cual se estableció el régimen llamado plutocrático que duró hasta 1.925. 63 El triunfo electoral de Neptalí Bonifaz y la insurrección de la “compactación obrera” que este condujo cuando le descalificaron en el Congreso y que al final, en la guerra de los “cuatro días”, fue derrotada.

43

revolución democrática, nacional y popular, planteada por la gesta alfarista y

traicionada por el liberalismo oligárquico y su matrimonio espurio con la aristocracia

latifundista. Cuatro fueron los procesos de esa intensa agitación social y política: la

organización sindical y gremial de amplios sectores populares, el despliegue de

corrientes democráticas y aun de izquierda en las FF.AA. que protagonizaron la

llamada “revolución juliana”, una insurrección de oficiales jóvenes en contra del

régimen plutocrático del Banco Comercial y Agrícola64, la organización de los Partidos

Socialista y Comunista y el movimiento cultural de los 30 –narrativa y pintura

sociales, ensayo, historia, biografía- que desarrolló un pensamiento referido a lo

social, presente en todas sus producciones. La revolución popular del 44, la Gloriosa,

en la cual los militares participaron junto al pueblo y eliminaron el cuerpo de los

Carabineros y las tendencias a formar una guardia pretoriana, cristalizó todos esos

procesos: la Asamblea Constituyente con una presencia decisiva de los partidos de

Izquierda, la legalización de las organizaciones nacionales de masas, la fundación de

la Casa de la Cultura.

En el Ecuador de la década de los 30, al calor del proceso democrático

general de la sociedad, se desarrolló un singular movimiento intelectual de creación

de una cultura auténticamente nacional que reconocía, aceptaba e integraba, en un

proceso superior de totalización, las distintas fuerzas históricas de la sociedad

ecuatoriana. Solo entonces, la conciencia dominante realizó su interiorización

nacional, el descubrimiento vivo de su movimiento real y profundo: la existencia

social, las vivencias, las formas, las imágenes, el habla del pueblo. La pintura

indigenista y a literatura social fueron los grandes movimientos de la fundación

cultural del Ecuador.

El movimiento cultural de los 30 postuló, además, una significativa

transformación de las relaciones entre cultura y sociedad, entre el intelectual, el

64 El gobierno militar, liderado por el Coronel Ildefonso Mendoza, luego militante socialista, dio fin a los gobiernos plutocráticos que funcionaban en las dependencias del Banco Comercial y Agrícola, puso preso al gerente general de este y abrió las condiciones para la creación del Banco Central.

44

pueblo y el poder. En adelante, la auténtica literatura no seria concebida como el

mero ornamento del movimiento institucional de las clases dominantes, sino como el

producto de una permanente búsqueda de los contenidos nacionales y populares de

una verdadera cultura. La generación del 30 abrió, así, un nuevo espacio, otra

perspectiva al quehacer artístico y literario.

Pero, por otro lado, ese mismo movimiento intelectual, proponía al poder una tarea

política. De hecho, la creación de la Casa de la Cultura fue un hecho político así como

política es la obra en que se contiene su teoría, las Cartas al Ecuador65, libro de

combate al despotismo de Arroyo del Río. Pero, esa teoría, se presentaba bajo otra

forma: la salvación del Ecuador por la cultura. Sustituida la antigua antinomia

civilización y barbarie, espíritu europeo y naturaleza"-trópico por la relación

cultura-pueblo, los intelectuales debían convertirse en los protagonistas de un nuevo

momento de la realización del espíritu universal: los grandes valores de la

inteligencia, la democracia, la libertad, debían encarnarse en el pueblo por mediación

de la acción cultural del Estado. La Casa de la Cultura, fundada bajo esa concepción,

no debía ser solamente el hogar de los intelectuales sino el eje de una promesa

mesiánica: la salvación del Ecuador por la cultura. La transformación del país en una

gigantesca Casa de la Cultura, en suma.

Esa contradicción entre una posición revolucionaria respecto a las relaciones entre

el escritor y la sociedad, y una posición moderad frente al poder, expresa la paradoja

surgida de la Revolución Liberal: el sobredesarrollo de un aparato de estado,

relativamente moderno y capitalista y que era efecto de una profunda revolución laica

y liberal, respecto a una sociedad con fuertes estructuras precapitalistas. El carácter

democrático del movimiento intelectual de los 30 lo condenaba a ser absorbido y

mediatizado por el Estado, como en efecto ocurrió después del 44. Es mas, sus

protagonistas y dirigentes confiaban en la capacidad democrática del Estado66.

65 Carrión, Benjamín: “Cartas al Ecuador”, Editorial Gutemberg, Quito, s/f. 66 La Izquierda entró el gobierno de coalición que surgiera del 44 bajo la presidencia de Velasco Ibarra, quien además apoyó la fundación de la Casa de la Cultura. Tuvo, además, influencia decisiva en la Constituyente de ese año. Por otra parte, miembros del Partido Socialista fueron Ministros de Estado en varios gobiernos del periodo en mención.

45

Una enorme vitalidad social y una profunda impotencia política hicieron que el

pensamiento dirigente del proceso acusara un carácter más social que político. En

el Ecuador nunca se estableció un régimen despótico, a pesar de las fuertes

tendencias en tal sentido67. Tal situación marcaría diferencias substanciales con otras

regiones y engendrarían imaginarios y formas simbólicas distintas.

En Centroamérica y Venezuela, por ejemplo, la existencia de fuertes y

asfixiantes regímenes despóticos – el famoso dictador caribeño- creó el horizonte

de visibilidad social para la novela política – cuyo gran exponente fue el “Señor

Presidente” de Miguel Ángel Asturias -. En el Ecuador, en cambio, un régimen de

libertades políticas para los ciudadanos – las capas urbanas, en especial- se

sustentaba en un régimen de cruel explotación social que estalló en la crisis abierta

por la huelga general de 1922.

Oposición al latifundio, a la explotación de las masas campesinas, a la

miseria del pueblo, antes que al poder estatal. Mas aun, sectores de las FF.AA. no

fueron los antagonistas del proceso sino sus partidarios y partícipes68. Ese carácter

fue también el dominante en la producción cultural. Critica y denuncias sociales,

explotación y recreación de las vivencias y los símbolos, los mitos y los personajes

populares en lugar de una literatura política. De allí desarrollo la narrativa69 -

recuérdese el carácter social y narrativo de la pintura indigenista -en detrimento

del ensayo político, dominante del siglo XIX, desplazado además por el

surgimiento de la sociología.

67 El régimen plutocrático que masacró a los trabajadores en el 15 de Noviembre de 1.922 fue derrocado por una insurrección militar “en defensa del hombre proletario”. El gobierno de Arroyo del Río que gobernó despóticamente y creó una suerte de embrionaria Guardia pretoriana, el Cuerpo de Carabineros, y que fue derrocado por la revolución del 44. 68 El gobierno del General Alberto Enríquez Gallo, la participación de los sectores del ejercito en contra del gobierno de Arroyo del Rio y su guardia pretoriana, el cuerpo de carabineros. Por supuesto, esos hechos fortalecieron el carácter propiamente burgués del Estado. 69 Por supuesto, ese desarrollo no se explica exclusivamente por esa causa. Hay una lógica social y una lógica de las formas literarias.

46

Crítica a la figura del terrateniente, dueño de vidas y haciendas antes que critica al

déspota o al tirano. Alfonso Pereira en lugar del señor Presidente. En esa diferencia

se manifiesta no solo la diferencia en la historia del Ecuador y de los países de

América Central y el Caribe, sino el limite político de la literatura social y la crisis

ulterior del movimiento intelectual de los 30.

La revolución del 44 clausuró la capacidad de creación social y cerró el espacio

abierto por el alfarismo. En adelante, la burguesía no solo que viviría y se

desarrollaría en el ámbito político e ideológico exclusivamente en el seno de aparato

estatal, sino que pretendería confiscar continuamente la energía creadora de la vida

social transformarla en política y cultura oficiales. La dualidad constitutiva de la

generación del 30 se volvió el dilema objetivo de la intelectualidad ecuatoriana a

partir de los años 50. La participación en la creación de una cultura necesariamente

opuesta al poder. O la incorporación a los ritos culturales del Estado.

3.3. Ensayo y narrativa mestizas

3.3.1. La narrativa

Personaje-tipo e inventario étnico-social del Ecuador.

La narrativa del 30 reconoció la pluralidad étnico-social del Ecuador, e hizo de

indios, cholos, montubios, negros, trabajadores, pescadores, vagabundos, prostitutas,

ladronzuelos los nuevos personajes del imaginario literario. Fue un acto de fundación

47

cultural del país, del fin de la exclusión y discriminación que la conciencia literaria

oficial había hecho del pueblo ecuatoriano.

La vieja conciencia literaria, de estirpe colonial y aristocrática, no había mirado

a la vasta y rica vida social que bullía en las profundidades del pueblo y de los pueblos

indios. Esa conciencia colonial y aristocrática, en un primer momento se negaba a

reconocerse como americana y pretendía afirmarse como española en exilio. Cuando

aceptó su condición geográfica, negó su condición histórica y social y construyó

paraísos españoles –o soñados a la española- en tierra americana.

Tal fue la razón, según el excelente análisis de Agustín Cueva 70, de que en era

colonial quiteña no haya habido ni novela ni teatro laico y popular ni haya influido la

gran literatura del siglo de oro español, el Quijote, la picaresca, la poesía de don

Francisco de Quevedo. Y el lenguaje literario no buscara en las hablas sociales y

populares su alimento y dinamismo sino en el diccionario de la Real Academia

Española.

La generación del 30 debió hacer ese reconocimiento. Un inventario de todos

los tipos sociales y étnico-sociales que la crisis hacía visibles y de sus hablas71. El

personaje-tipo era la forma obvia de ese reconocimiento

Jorge Icaza, por ejemplo, a la manera de Balzac, hizo el retrato de todos los

tipos étnico-sociales de la Sierra ecuatoriana desde el indio72 hasta el chulla mestizo

de la urbe, pasando por el huairapamushscas73, el cholo74...

70 Ver Cueva Agustín, “Entre la ira y la esperanza”, Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1.966. 71 Los coros populares y el llanto de la Cunshi en Icaza; los esfuerzos de De la Cuadra por establecer la tipo-grafía del habla montubia. 72 Icaza, Jorge.: “Barro de la sierra” (cuentos), Editorial Labor, Quito, 1933 “Huasipungo” (novela), Imprenta Nacional, Quito 1935 73 Icaza, Jorge: “Huairapamushcas” (novela) Editorial casa de la Cultura Ecuatoriana, 1948. El término quiere decir: Que se lo lleva el viento: el huérfano, el hijo sin padres. 74 Icaza, Jorge: “En las calles” (novela), Imprenta Nacional, Quito, 1.935; “Cholos” (novela), Litografía e Imprenta Romero, Quito 1.938.

48

El grupo de Guayaquil - Gallegos Lara, Gil Gilbert, José de la Cuadra, Alfredo

Pareja, Demetrio Aguilera Malta- hizo el registro de todos los tipos sociales, sobre el

fondo de la gran movilización y huelga del 15 de Noviembre de 1.922. “Las cruces

sobre el agua”, de Joaquín Gallegos Lara hizo el inventario de los tipos sociales y

humanos que fueron lanzados a la lucha social en esa fecha, los trabajadores de la

madera, los tranviarios, los estibadores, los del aseo de las calles...

Alfredo Pareja Diezcanseco quizá sea el equivalente guayaquileño de Icaza en

la voluntad de registro e inventario, aunque referido básicamente a la ciudad: los

trabajadores de los muelles que se desplazan incluso a los EE.UU.75 y la tragedia de la

esposa abandonada, el habitante pobre de las ciudades, los pescadores y marineros76

la chola guayaquileña77. José de la Cuadra, en cambio, es el gran poeta del montubio

costeño78, del cual hizo incluso un ensayo79. Enrique Gil Gilbert, hizo también el

retrato del montubio80 y de los trabajadores del arroz81. Demetrio Aguilera Malta

82inventarió también todos los cholos del campo y esa figura legendaria del monte,

Don Goyo

Para completar el registro, la novela negra esmeraldeña, el “Juyungo” –“la

historia de un negro, una isla y otros negros”- de Adalberto Ortiz, “Cuando los

guayacanes florecían” de Nelson Estupiñán Bass.

Una suerte de inventario de todos los tipos sociales y étnico-culturales del

Ecuador que la lucha social hacia emerger de manera contundente a la conciencia

social y a los modos de percepción, representación y creación literarias.

75 Pareja Diezcanseco, Alfredo: “El Muelle”, 1933, Quito. 76 Pareja Diezcanseco, Alfredo: “La Beldaca”, Santiago de Chile, 1935 77 Pareja Diezcanseco, Alfredo: “La Baldomera”, Santiago de Chile, 1938 78 De la Cuadra, José: “Guasinton (historia de un lagarto montubio y otros cuentos)“; “La Tigra”, “Los Sangurimas”, novelas cortas. 79 De la Cuadra, José: “El montubio costeño”. , op. cit. 80 En varios de sus cuentos de “Los que se van”, Imprenta de Zea y Paladines, Guayaquil 1930; y en “Yunga”, Editorial Trópico, Imprenta de la Sociedad Filantrópica del Guayas, Guayaquil, 1932 81 Gil Gilbert: Enrique: En “Nuestro Pan”, novela que obtuvo el segundo premio latinoamericano de novela, convocado por la editorial estadounidense Farrar & Rinehart, cuyo primer premio lo obtuvo “El mundo es ancho y ajeno”. De Ciro Alegría. 82 Aguilera Malta, Demetrio: “Don Goyo”, Ed. Cenit, Madrid .1933

49

La centralidad del mestizo

Si en el “Huasipungo”, la figura de la explotación de los pueblos indios, se

convirtió en su emblema, la narrativa de los 30 fue esencialmente mestiza. Temas

mestizos y conciencia mestiza, incluso en el Huasipungo y en la narrativa indigenista.

Los personajes-tipos de la narrativa del “grupo de Guayaquil” fueron cholos,

montubios y masas plebeyas de Guayaquil y de las ciudades costeñas..

Icaza, mas que indigenista, fue una suerte de explorador de la identidad y el

destino del cholo de los andes ecuatorianos. Frente al “Huasipungo”, y los cuentos

de “Barro de la Sierra”, cuyo protagonista son los indios, se alza una galería de

novelas –“Cholos”, “En las calles”, “Huayrapamuschas”, “El chulla Romero y

Flores” – que van desde los 30 a los 50 y que son una suerte de retablo de

variaciones del destino del cholo en la hacienda, la aldea y la gran ciudad.

El cholo para Icaza es una suerte de identidad en entredicho, oscilante entre

el polo blanco y el indio que configuran tanto el mundo objetivo cuanto su

desgarrada subjetividad. Clásico héroe problemático en un mundo degradado,

según la concepción luckaksiana. Producto de la violación originaria de la

conquista siempre reeditada en la violación del terrateniente a la longa huasicama,

el cholo es una fractura al parecer insuperable. ¿Hacia que polo de su identidad

rota se inclinará el cholo.?, parece ser la pregunta obsesiva de Icaza. En

Huayrapamuscas, en un final con pretensiones míticas, los dos hijos de la longa

Juana y del patrón asesinan a su padre nominal, el indio Pablo Taxi, cortan a Taita

Yatunyura, el gran árbol tutelar de los indios, para que les sirva de puente y

atravesar así la creciente y llegar al mundo de los blancos. En “Cholos”, en cambio,

el Guaccho, producto de una similar violación, y convertido en esbirro y sicario del

50

patrón Montoya, un cholo liberal, vive al final una violenta crisis de conciencia que

lo lleva a virar hacia el polo indio y buscar la fraternidad con Luquitas, su hermano

de padre, y el Chango, su hermano de madre. El Guaccho no sabe, por supuesto, de

ese doble parentesco y su nostalgia y anhelo finales pretende ser el símbolo de una

alianza histórica entre indios, cholos y blancos pobres. Lo que hora se llamaría

interculturalidad pero con un mayor sesgo político.

“El Chulla Romero y Flores”, publicado en 1.956, en la etapa de decadencia

de la narrativa de los 30 y en crisis el proyecto nacional mestizo, postula, en

cambio, la autonomía mestiza, afirmada en sí misma y no en ninguno de sus

orígenes. El chulla, rompe por fin su fascinación por el padre blanco, Su Majestad

y Pobreza, y su desdén por la madre india, mama Domitila, integra a la madre en

pie de igualdad y acepta con orgullo su identidad mestiza. Empero, ciertas

desarticulaciones de la trama y de la sintaxis muestran una suerte de una identidad

en crisis y entredicho, que no llegó a cuajar como tipo social particular menos aún

como forma universal de la identidad ecuatoriana, una identidad esquizoide.

El mestizaje no estaba tanto en las temáticas cuanto en la cosmovisión que

animaba la perspectiva de la enunciación, no en los personajes sino en el sujeto del

enunciado, y más aun en el sujeto de la enunciación. Se ha dicho que en la literatura

de los 30 lo indígena -al igual que lo montubio o lo cholo- no existe como sujeto sino

en tanto objeto, pura exterioridad de un realismo falso e igualmente exterior que

expropiaba al indio el alma al igual que el gamonalismo le succionaba la riqueza. De

hecho, no nos encontramos frente a un Dostoyevsky o un Van Gogh indígenas.

Mariátegui ha señalado la diferencia entre indígena e indigenista. No hay que

confundir temática con la conciencia literaria constitutiva del campo de significación

de sus objetos o temas. Sin duda, la conciencia artística de esas obras era una

conciencia nacional en la cual, lo indígena al igual que lo montubio o cholo, se

constituyen como momentos de su universalización. Pero, de eso precisamente se

trataba: la fundación del arte y la literatura nacionales del Ecuador.

51

3.3.2. El ensayo

En el ámbito del pensamiento liberal avanzado y crítico83, la obra capital de Pío

Jaramillo Alvarado y una de las más importantes de la época y del pensamiento social

ecuatoriano, “El indio ecuatoriano, contribución a la sociología indoamericana”,

abrió todo un espectro de estudios sobre la problemática indígena en lo que ha dado

en llamarse pensamiento indigenista84. En su estructura formal, “El indio

ecuatoriano es mas bien un tratado que un ensayo, como la mayoría de los estudios

sobre dicha problemática.

La publicación del texto fundamental de Pío Jaramillo Alvarado fue efecto de

ese horizonte de visibilidad de lo social que instauró la revolución liberal y que

provocó el desplazamiento de la forma y lenguaje jurídico-literario dominante en los

primeras años, y del viejo ensayo político decimonónico, a una suerte de pensamiento

sociológico –amén de Pío Jaramillo Alvarado: Belisario Quevedo, Julio E. Moreno,

Ángel Modesto Paredes, José Peralta, entre otros- fuertemente impregnado de

positivismo y que oscilaba entre el antiguo discurso liberal jurídico, la sociología

positivista y la filosofía del derecho.85

En el ámbito del campo cultural del período que analizamos, posterior –y a

veces paralelo86- al anterior, dominado por la literatura de denuncia social, y bajo la

forma de ensayo, característica del período, los textos se orientaron a la historia, la

biografía, la crítica literaria... El contenido central del pensamiento que los animaba

83 Ver capítulo II, “El campo cultural de la primera mitad del siglo XX” Moreano Alejandro. “Historia de la Narrativa y narrativa de la historia”, op. cit. 84 Las mitas en la Real Audiencia de Quito, de Aquiles Pérez; “El indio, cuestiones de su vida y de su pasión” de Luis Monsalve Pozo, la obra múltiple de los esposos Costales, textos de Gonzalo Rubio Orbe, Hugo Burgos. Algunos de ellos fueron recogidos en “Pensamiento indigenista ecuatoriano”, Volumen XXXIV de la Biblioteca Básica del pensamiento ecuatoriano. 85, Moreano Alejandro: “Historia de la narrativa, narrativa de la historia”, op. cit. 86 En términos cronológicos ese discurso sociológico fue anterior pero en algún momento ambos se desplegaron de manera paralela. En término del desarrollo de las corrientes teóricas y de las formas y

52

era la formación del Ecuador, como oscilación, hibridaje o, mas bien, mestizaje no

solo de etnias o identidades culturales diversos sino incluso de paisajes y de climas.

Ecuador, Drama y Paradoja, de Leopoldo Benites Vinueza, es una obra fundamental

en ese sentido, según luego veremos.

La pasión por explorar el personaje social, cuyo trasunto era el personaje-tipo

de la narrativa, fue acuciosa y dio lugar a varios ensayos, en una suerte de inventario

sociológico de los distintos tipos étnico-sociales del Ecuador. En 1.937, José de la

Cuadra escribió “El montubio ecuatoriano”87, ensayo de interpretación de una de las

figuras sociales fundamentales del Ecuador de aquella época; Demetrio Aguilera

Malta escribió sobre el cholo, otra forma de mestizaje, Joaquín Gallegos Lara

“Biografía de un pueblo indio”. Empero, esa exploración de la diversidad estaba al

servicio de la idea de síntesis, crisol o fusión que germinara el tipo y la identidad

definitivas del Ecuador.

En el ámbito del ensayo literario, histórico-social, “Atahuallpa” de Benjamín

Carrión fue uno de los más significativos esfuerzos por dotarle de historicidad y forma

teórica a la formación de la conciencia nacional mestiza. En dicha obra, la necesaria

totalización cultural e histórica, la unificación y la síntesis de la conciencia nacional,

encontraron en el momento de la conquista, la reivindicación de la civilización y la

barbarie como totalidades activas e iguales que la cultura actual del Ecuador debía

recuperar para engendrar una dialéctica viva y creadora de afirmación nacional88.

Ese proyecto nacional se reveló sobre todo en el ensayo histórico y la biografía,

muy importantes en el período.

mecanismos de verosimilitud, fue anterior. Ver sub. capítulo 2.7. Una línea paralela: Pablo Palacio y la narrativa de Vanguardia, en Moreano, Alejandro: de “Historia de la narrativa, narrativa de la historia”. 87 De la Cuadra, José: “El montubio ecuatoriano”, Ediciones Imán, Buenos Aires, 1937. 88 Fiel a esa posición, Carrión se convirtió en el mas apasionado exegeta y promotor de la llamada generación del 30 y de los grandes pintores indigenistas y en uno de los firmes combatientes del movimiento democrático.

53

IV. Historia, leyenda y nación: el ensayo histórico

3.1. La historia entre la memoria colectiva y el discurso cívico

Publicado en 1.968, es decir varias décadas después al período del auge de la

generación del 30 y del proyecto nacional mestizo, y mas bien cuando éste había

entrado en decadencia y se habían apagados los ecos de los 30, “El cuento de la

Patria” pertenece sin embargo a esa fase. Mas aun es el texto donde Carrión expone

con la mayor claridad posible su teoría de la historia como discurso; teoría que

orientaba una de las corrientes predominantes del ensayo histórico de la época.

“Pienso yo, dice Carrión en el Prólogo, que las Patrias se nutren mas de la

leyenda que de la historia. Singularmente en la edad niña de las Patrias, cuando el

misterio y el juguete, la magia y el mito, son indispensables para engrandecer e

iluminar la realidad”89. Apela a Herodoto, “gran fantaseador y Padre de la Historia”,

a los poemas épicos como la Ilíada y la Odisea, el Mahabarata y el Ramayana, la

leyenda de los Nibelungos, la Biblia, la Eneida donde Virgilio, por encargo del

Emperador Augusto, inventó la historia de las aventuras de Eneas, un héroe

troyano, y su hijo Anquises, fundadores de Roma, los romanceros castellanos y la

leyenda del Cid Campeador. Invoca al Padre Juan de Velasco, a quien llama el

primero y más grande de nuestros historiadores y el primer novelista

ecuatoriano90.

89 Carrión, Benjamín: “El cuento de la Patria “, Pág. 75 Edición de Libresa, 1955 90 op. cit. pág 79

54

Carrión ligó el discurso histórico a la formación de la nación. Se trataba de

refundar el país. Proponía la participación de toda la sociedad, y sobre todo los

sectores subalternos y populares, en la invención de la nación91. Y postulaba una

reinterpretación política, ética, emocional de la historia para destacar los

acontecimientos positivos que permitieran volver a tener patria. Frente a la

descripción empirista -a la cual ataca con frases de tono encendido92- e incluso a la

crítica de las estructuras del pasado, Carrión prescribe una historia positiva que forje

el orgullo nacional, combata el desánimo y el sentimiento de inferioridad, fragüe una

conciencia civil –la suave patria de López Velarde- y que, inclusive, combata “...el

mal mayor, la máxima dolencia de nuestro pueblo: la tristeza”93. Esto es, una

historia cívica. Una pedagogía de la nación, en suma.

Tal empresa suponía, de hecho, una selección de los acontecimientos

históricos y una interpretación positiva de los mismos, para formar la memoria

colectiva del Ecuador.

En diversos trabajos94, Yosef Hayim Yerushalmi ha establecido una clara

diferencia entre historiografía y memoria colectiva y las relaciones de continuidad y

ruptura entre ambas. Si a veces, en la era moderna, individuos o grupos han

provocado un renacimiento o renovación de la memoria colectiva; el conocimiento

exhaustivo del pasado - esa suerte de delirio de la anamnesis que busca

identificarse con la menme95- que buscan los historiadores modernos tiene un

sentido radicalmente distinto y se articula al problema del conocimiento, caro a la

91 Bajo la tesis de Anderson de la nación como comunidad imaginaria, Juan Carlos Garavaglia habla de la invención de la nación. 92 “Contra él (se refiere al Padre Juan de Velasco), se ha lanzado, en jauría, toda la mediocridad de los historiadores graves, austeros y verídicos. Y han querido que justifique con documentos -¡Oh la mística del documento!- ...”, op. cit. pag 77. Huelga decir que en sus obras anteriores, sin la furia de la presente, postuló las mismas tesis. 93 Op. cit, pag 84 94 Yerushalmi, Yosef Hayim: “Reflexiones sobre el olvido” en “Los usos del olvido”, pág 22. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1989 95 “ Por lo tanto haré una distinción provisional ente memoria (mnéme) y reminiscencia (anamnesis). Llamaré memoria a aquello que permanece esencialmente ininterrumpido, continuo La anamnesis designará la reminiscencia de lo que se olvidó”, op. cit. pág 16

55

modernidad, y no al de la renovación de la memoria colectiva96. A veces, sin

embargo, a la manera del historiador del siglo XIX que, según Yerushalmi, aun se

hallaba inserto en las redes de la vida de su pueblo, actor el mismo de su historia97-,

los historiadores de los países coloniales se interrogan sobre la memoria colectiva y

pretenden contribuir a activarla y transformarla98.

Hasta el advenimiento pleno de la Modernidad, la historia no se había

convertido en objeto de conocimiento y de investigación, en disciplina científica. El

historiador no se encontraba separado de su pueblo. Era su Voz, su Aeda, a veces,

paradójicamente, su profeta. En los comienzos de la vida los pueblos, en ronda y

junto al fuego, había alguien que comenzaba a contar: así como lo oí, lo cuento... El

historiador era, de alguna manera, ese contador de cuentos.

La complejidad de la vida moderna gestó la separación de saber y vida social

y la especialización de los saberes. Surgió así la historiografía, una disciplina

científica. Desde luego, se suponía que los canales de trasmisión de los saberes –en

particular el sistema educativo- corregirían la separación y el saber de la historia se

reintegraría a la sociedad como memoria colectiva.

Empero, la autonomía de la investigación historiográfica

cobró su propia lógica y, encontró su razón en la sed de conocimiento en lugar de

fundarla en la memoria colectiva. El criterio de verdad ya no fue la historia como

proceso social sino la verdad objetiva cuya máxima prueba existía en las fuentes,

los documentos. Una prodigiosa técnica se desarrolló y un conjunto de disciplinas

propias y conexas -arqueología, paleontología, paleografía, antropología,

sociología, economía, geografía, geología...- se ampliaron es esa perspectiva. Esa

lógica científica fue elevada a matriz de la cultura: la desmitificación, el imperio de

la verdad científica.

96 Op, cit. págs 23-3 97 “Era entonces un moldeador, un afinador, un restaurador de la memoria. Mas que hombre de ciencia y autor de la historia, el mismo se sentía, no sin razón, actor de la historia”. Op. cit., pág 23

56

Las sociedades modernas comenzaron a sufrir de un superávit de

historicismo y un déficit de memoria colectiva. Nietzsche fue el primero en advertir

el peligro del historicismo: el peso del pasado -el conjunto de significaciones que

constituyen la opresión social y la represión de los instintos... - agobiaba al hombre.

Salvo si la memoria se transforma en presente, esto es, acumulación de experiencia

y saber, identidad, un pueblo que no pudiera olvidar perdería su ser en el flujo

incesante del devenir.

Mas aún, el Estado asumió la difusión del saber historiográfico como uno de

los mecanismos de su legitimidad. La memoria colectiva, viva en el imaginario de

los pueblos, tendió a transformarse en política del poder y del Estado. La historia

la escriben los vencedores, después de todo. Yerushalmi nos recuerda que el terror

de los sabios al olvido de la historia no en tanto a los hechos sino al olvido de la

halakhah. ¿Pero, que es la halakhah?. Literalmente la ley pero en su sentido

etimológico y simbólico es “... el camino por el que se marcha, el Camino, la Vía, el

Tao...”99. El olvido de la halakhah deja a los acontecimientos desarticulados como

imágenes sueltas. El sentido simbólico de la halakhah ha sido sustituido empero

por su sentido literal: la Ley, el poder. En la tradición judeo-occidental desde luego:

Ya Franz Hinkelamert mostró el hábil escamoteo del sentido original del mito de

Abraham para volverlo un mito del poder y de la ley100.

En este sentido, la propuesta de Carrión fue ambigua. En la fase de los 20-50,

en el curso del ascenso popular que confluyera en la Gloriosa, habría sido, y fue de

alguna manera, la anamnesis, la reminiscencia de lo que había sido olvidado, y, a la

vez, la transformación de la historia en presente, en acumulación de experiencia y

saber. En los 68, fecha de su publicación, era, sobre todo, una propuesta de pedagogía

cívica.

98 Oswaldo Albornoz sería un ejemplo, Alfredo Costales también auque en otro sentido, 99 Op. cit. pág 22. 100 Hinkelamert, Franz: “El Edipo occidental”

57

En los 30, escindida entre el pueblo y el Estado, memoria colectiva y pedagogía

escolar, esta concepción de la historia se dividió entre el imaginario de formación de

la nación, cristalizada en una suerte de historia literaria, y una historiografía, cívica y

pedagógica, escrita por maestros y que se encarnaba en los textos escolares.

Las tesis de Carrión sobre historia, mito y poesía validaba, sin duda, la

primera forma. Las tesis de Jacobo Burckhardt101 y de Shopenhauer sobre las

relaciones entre la historia y la poesía, y la superioridad de esta sobre aquella

fundamentan sus tesis sobre la validez literaria del discurso histórico y sobre su

función mítica. No supone, por supuesto, la construcción de un mito fundante, puesto

que entre poesía y mito, como lo ha demostrado Yuri Lotman102, existe un abismo

epistemológico infranqueable. Según Lotman, conciencia no mitológica no puede

construir una visión mítica, pues esta supone una identificación, gnoseológica y

existencial, entre el hablante y el mundo, entre el hablante y el relato, en tanto la

conciencia moderna que se hace cargo del imaginario mítico, introduce la escisión,

y gesta una visión poética y simbólica antes que mítica. La poesía y lo simbólico

suponen un metalenguaje, distancia y trascendencia. La forma poética del discurso

histórico es la forma moderna de construcción simbólica.

3.2. La literatura de la historia

101 “Shopenhauer ha puesto fin a la disputa entre la historia y la poesía. Esta última nos permite penetrar mejor la naturaleza del hombre. Aristóteles decía ya: “La poesía es algo mas profundo y filosófico que la historia” (...) La poesía suministra a la historia una imagen de lo que es eterno en cada pueblo...”. Jacobo Burckhardt, citado por Carrión, B. op cit., págs 76-77 102 Lotman, Yuri. Y Boris A. Uspenskij “Mito, nombre, cultura” en “Semiótica de la cultura”, pág 125, Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, 1979.

58

En 1934, Benjamín Carrión escribió “Atahuallpa” –biografía de la conquista,

según su autor-, una de las obras de mayor impacto en la vida intelectual de la época.

Casi 25 años después, en 1959, publicó “García Moreno, el Santo del patíbulo”. En

1.945 se publicó “Los Argonautas de la Selva”, de Leopoldo Benites Vinueza, en

1.944 “La Hoguera Bárbara” y en 1.952 “Vida y Leyenda de Miguel de Santiago” de

Alfredo Pareja Diezcanseco. Dichas biografías son quizás las más importantes de una

amplia y variada producción del período103, que continuaba una fecunda tradición

iniciada en el siglo pasado104.

En “Panorámica de la literatura ecuatoriana”, Augusto Arias, escritor, crítico

literario y autor de cuatro biografías105, concedió a la biografía del período un rango

equivalente al de la novela: “De los géneros literarios, aparte del ensayo, dos son

los que prevalecen y cuentan con numerosos adeptos: la novela y la biografía”106.

También el reportaje novelado, muy cerca de la narrativa107, tuvo un cierto auge.

La difusa frontera entre literatura, historiografía y sociología concertaba a

muchos de sus cultores108 a la escritura de esa heterogénea gama de biografías que iba

desde la que participaba en la polémica ideológica entre liberalismo y conservatismo,

hasta la que pretendía formar a las nuevas generaciones en los valores del orden,

desde aquellas, influidas por el positivismo hasta aquellas en que se ensayaban las

primeras tentativas de interpretación marxista.

103 Si nos atenemos al volumen de publicaciones, hay una profusión de biografías similar a la de novelas. Ver nota 235 104 Lista .......... 105 Arias, Augusto: Biografías de Mariana de Jesús, Eugenio Espejo, Pedro Fermín Cevallos y Luis A. Martínez. 106 Arias, Augusto: “Panorámica de la Literatura ecuatoriana” pág 336. 107 Benjamín Carrión, al igual que Augusto Arias, inscribe estos dos subgéneros en la literatura de la época. Ver “El nuevo relato ecuatoriano, págs 284-287, y las referencias a las biografías de Alfredo Pareja y Leopoldo Benites en los capítulos dedicados a la obra completa de ambos y consideradas por Carrión los más representativos: “En fin, una cosecha rica en cualidades, en orientación y valor literario. Señalándose, en forma cimera, Argonautas de la Selva, de Leopoldo Benites y La Hoguera Bárbara, de Alfredo Pareja Diezcanseco...”: op, cit. pág 287. 108 Un examen de los escritores de las biografías del período nos muestra a algunos narradores literarios- Alfredo Pareja- e historiadores108 -Jorge Pérez Concha-. El grueso lo forman los ensayistas, estilo Carrión, que buscan su legitimidad en la literatura.

59

La biografía, aquella forma que Augusto Arias denominó “literatura de la

historia”109, fue quizá la forma privilegiada de la contaminación y circulación de los

discursos. En una época en que se mantenían los vasos comunicantes entre los

distintos ámbitos de la imaginación social, era obvio que al florecimiento de la

narrativa literaria corresponda un paralelo florecimiento de la biografía.

“Atahuallpa”, se proclamó la biografía de la conquista; “Ecuador, Drama y

Paradoja” fue o pretendió ser la biografía del pueblo ecuatoriano110. Sin duda, tal

como lo señala Simón Espinosa Cordero para el caso de la obra de Benites Vinueza,

esa concepción era, de alguna manera, continuidad-ruptura con “El método de la

historiografía tradicional, empleado incluso por Gonzáles Suárez y su escuela, (que)

fue el biográfico” (...)”El método de “Ecuador: Drama y paradoja” es también el

biográfico: pero no la vida de los caudillos sino la vida del pueblo ecuatoriano”111.

Empero, mas allá de esa continuidad-ruptura con la historiografía tradicional,

la determinación de la biografía como una de las formas dominantes del ensayo y la

historiografía del período, le vino, sin duda, de la compleja relación entre historia,

pensamiento social y literatura a la que nos hemos referido. Personaje-tipo de la

literatura y personaje-fuerza social de la historia, la vida cuotidiana social112 vista

como drama en la narrativa social, la vida de la sociedad percibida y construida como

proceso y drama históricos –conflicto, choque, lucha de clases son categorías

dramáticas113-, la narrativa como la forma de la escritura en tanto expresión de lo que

podríamos denominar la temporalidad dramática de la vida de los individuos y de

109 Arias, Augusto, op. cit, pág 337 110 Daniel Cocío Villegas, editor de la Colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica de México, pidió a Leopoldo Benites Vinueza, una biografía del pueblo ecuatoriano, para su colección. 111 Espinoza, Simón: “Estudio Introductorio” en Benites Vinueza, Leopoldo: Ecuador, Drama y paradoja”, Volumen 28 de la Biblioteca Básica del Pensamiento ecuatoriano, Gráficas San Pablo, 1986, Quito, Ecuador, págs 34-35. 112 Ver Moreano Alejandro: “Historia de la narrativa y narrativa de la historia”, subcapítulo 2.3. “Narrativa, pasiones humanas y vida social” 113 Los dos grandes análisis históricos de Marx “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” y “La Lucha de clases en Francia” tienen una forma narrativa, dramática.

60

los pueblos114. La vida del personaje-tipo de la narrativa social era el modelo

dramático por excelencia que imponía, a la concepción dramática de la historia, la

forma de biografía, sea de la conquista o sea del pueblo ecuatoriano.

Si la identidad verbal entre historia como proceso concreto e historia como

saber ha permitido significativas reflexiones, hay otra identidad no menos

significativa: la de historia en los sentidos señalados e historia como la trama de la

narrativa, en particular de la novela115. La novela moderna, a partir de Balzac,

centrada en un personaje central es la biografía no del héroe sino del personaje-tipo;

la biografía histórica de nuevo tipo, es la biografía no del caudillo, al decir de Simón

Espinosa propia de la historiografía tradicional, sino del pueblo o de los personajes-

tipo históricos. Volveremos mas adelante sobre este punto.

¿Qué papel jugaba entonces la interpretación histórica, más acusada en

“Ecuador: Drama y paradoja” que en “Atahualpa”, y que tiende mas al discurso

analítico sociológico que al narrativo?. Sin duda, desde el punto de vista de la

historiografía, el de la disertación señalada por Hyden White y al cual nos referimos

en páginas anteriores. Mas, desde la perspectiva literaria, funcionaba bajo la figura

del narrador omnisciente y de sus continuas intervenciones –o intromisiones-, figura

cara a la novela decimonónica de factura balzaciana116. La biografía del período era el

punto de intersección de la narrativa literaria y de la narrativa histórica, y, a la vez el

lugar de unidad-ruptura entre esa forma narrativa y el discurso sociológico de la

interpretación histórica.

114 La gran construcción teórica de Paúl Ricoeur en “Tiempo y narración” pretende definir a la narrativa como la inexorable forma de la temporalidad histórica, Es decir, entre tiempo y narración habría una correspondencia ontológica. 115 Cuando en el marco de la Primera Guerra Mundial, James Joyce declaró “La historia es una pesadilla de la que quiero liberarme”, jugaba audazmente con la ambigüedad del término: ¿Quería liberase de la política y de la guerra para edificar una catedral literaria pura?. ¿O quería superar la dictadura de la trama para emancipar la escritura novelesca?. 116 Las intervenciones del narrador balzaciano, dotado de una fantástica erudición, iban desde la descripción de los orígenes y la evolución de un mueble, un tipo de baile, una prenda de vestir hasta la interpretación de los grandes acontecimientos sociales e históricos.

61

Ruptura: tanto el ensayo sociológico como la narrativa social prepararon lo

que según Paúl Ricoeur provocó el eclipse de la narración histórica en Europa: el

desplazamiento del objeto de la historia del individuo-protagonista al hecho social

global y el consecuente ocaso del acontecimiento en la historiografía francesa. Tal

fue el primer proceso teórico que según Ricoeur gestó ese ocaso.

Unidad: el segundo proceso teórico, la agonía de la concepción de la

“comprensión” a partir del modelo “nomológico”, dominante en la filosofía

analítica de la lengua inglesa, en tanto ruptura epistemológica entre la explicación

histórica y la narración y que se concretó con la Escuela de los Anales117, no se

desarrolló, sin embargo, en ese período. En este punto se produjo una ruptura en la

confluencia señalada entre el ensayo sociológico y la narrativa social, en tanto si el

primero se expresó en un lenguaje no narrativo, la otra influyó en el ensayo

histórico precisamente en el ámbito de la forma narrativa.

“Ecuador, drama y paradoja” de Leopoldo Benites Vinueza, biografía del

pueblo ecuatoriano, marcó sin duda el punto de mayor confluencia posible entre

esos dos códigos, de suyo distintos y aun opuestos, moviéndose en al filo del

abismo que los separa.

Benjamín Carrión se remitía a Guedalla para resaltar esa íntima y conflictiva

relación entre biografía, literatura e interpretación (ciencias sociales): “...es una

región que limita al Norte con la verdad, al Sur con la ficción...”118. A partir de esa

relación-tensión desarrolló una clasificación de la misma en biografía-novela,

biografía-ensayo, biografía historiográfica119.

117 Ricoeur Paúl, “Tiempo y narración ”, Ediciones Cristiandad, Madrid 1.987, págs 173 a 212. Ver capítulo anterior del presente texto: “El estatuto del discurso historiográfico” 118 La cita completa es: “...es una región que limita al Norte con la verdad, al Sur con la ficción, al este con el elogio póstumo y al oeste con el aburrimiento”, Carrión, “El nuevo relato ecuatoriano”, pág 193. 119 Op. cit. pág 286

62

Los argumentos de Carrión muestran la oposición que existía en el período

sobre los criterios de legitimación del discurso histórico y, a la vez, la tendencia aun

débil a la separación de los discursos. Las diferencias –fundamento del criterio de

clasificación de Carrión- aludían, sin duda, al predominio del Norte o del Sur en la

metáfora de Guedella. Biografía-novela aquella en que predominaba el Sur, la ficción;

biográfica historiográfica, en la que prevalecía el Norte; y, biografía-ensayo, la que

combinaba ambos criterios subsumidos ambos en la interpretación y cuya validez se

bifurcaba entre la voluntad de estilo y su función política en la invención de la nación.

A la clasificación de Carrión se yuxtaponía aquella que hemos señalado entre la

narrativa orientada a la formación de la memoria colectiva y aquella que asumía fines

pedagógicos y cívicos. Si la biografía-novela se inscribía preferentemente en el primer

tipo, la biografía historiográfica era, sin duda, la forma predominante de la biografía

de finalidades cívicas. La biografía-ensayo pretendía, en cambio, la formación de la

conciencia crítica.

Analicemos esas diversas formas.

3.3. La biografía literaria

Huelga decir que a Carrión le interesaban las dos primeras, y en el caso de las

biografías de Alfredo Pareja, encontrará en “Hoguera Bárbara”, y, sobre todo en

“Vida y Leyenda de Miguel de Santiago”, la íntima relación entre historia y literatura.

De hecho, privilegiaba en la figura de Miguel de Santiago la relativa ausencia de

fuentes historiográficas120 como condición necesaria para la intervención de la

imaginación creadora en la construcción del personaje histórico.

120 “El pintor tan lejano. Cubierto casi siempre por la leyenda desnaturalizadora de frailecía y conventos, apenas si ofrece posibilidades de documentación, de ese tipo que exigen los bodegueros de la historia: acarreo y almacenamiento de hechos que tiene dudoso respaldo del “sello oficial”. Carrión, Benjamín, op. cit, pág 193.

63

De manera pues que, amén del problema de los criterios de verdad y de la

verosimilitud, la biografía planteaba el problema decisivo del estatuto del personaje y

de las determinaciones de su elección. En el primer terreno se entroncaba con el

estatuto del personaje literario.

3.3.1. La peculiaridad en el Ecuador:

Personaje-tipo y personaje histórico

El peculiar desarrollo moderno del Ecuador dificultó la plena separación de

lo público y de lo privado y, en consecuencia de historia y narrativa, héroe y

personaje. Uno de esos efectos, fue la persistencia del imaginario del héroe

histórico que dominó lo que Simón Espinoza designa la historiografía tradicional.

No se trataba, por supuesto, ni de la epopeya ni del héroe épico que no

cuajaron desde el nacimiento del país.

Sin duda, el mundo andino e indio tuvo y tiene una inmensa riqueza de

relatos míticos. Y el imaginario colonial de los conquistadores españoles primero, y

criollos después, se formó con esa estructura de percepción y donación de forma

propia de los relatos de caballería españoles121, una de las ricas formas del largo

proceso de descomposición del relato épico y mítico que va desde el Siglo XII al

XIX. Empero, la Real Audiencia de Quito, región surgida de la conquista no alcanzó

a elaborar socialmente un universo mítico-épico, a la manera del Imaginario Social

Central, conceptual izado por Marcel Mauss. El acontecimiento fundante de

nuestra primera historia fue la conquista, hecho demasiado brutal para

configurarse como gran mito fundador en el imaginario ya propiamente americano,

121 García Lara Fernando, apuntes de clase. Según Juan Marchena, el texto mas leído en la actual América Latina en el siglo XVI fue el Amadís de Gaula.

64

en la memoria colectiva – o mítica- de sus habitantes, incluidos los criollos y

mestizos de la colonia que prefiguraban la sociedad pos-independista. Los pueblos

indios, sin duda, gestaron relatos proféticos, figuras escatológicas de la conquista y

colonización pero no tenían capacidad para convertirlos en mitos universales:

después de todo, los mitos surgidos de toda conquista son forjados siempre por los

vencedores. Y los criollos con el Padre Juan de Velasco intentaron dotar a la

historia de Quito o de un pasado sino claramente mítico, por lo menos legendario.

Juan de Velasco, sacerdote del Siglo 18, y miembro de las elites que prefiguraban la

sociedad pos-colonial, imaginó un fabuloso Reino de Quito122. Sin embargo, esta

fábula no resistió el embate de la Independencia y solo fue recuperada mas de un

siglo después123.

El historiador colombiano, Diego Barros de Aranha, recordaba al “celebre

crítico Mackintosh que sostenía que los viajes de Colon no serían el tema de un

verdadero poema épico sino cuando el descubrimiento y la conquista estuvieran

envueltos en oscuridades legendarias”124 Huelga decir que ese momento surgió

tiempo después125.

La independencia fue sin duda pensada y vivida por amplios sectores de las

elites como una gesta pero tampoco alcanzó a plenitud ese nivel de fundación

mítica – o legendaria- del Ecuador en el imaginario social, pues no fue el producto

de una voluntad nacional popular que incluyera a la gran mayoría de la población

de entonces, los indios.

En cuanto al relato épico de las llamadas elites, tropezaba con un problema:

el pensamiento de la fundación de las repúblicas se dio en el marco del iluminismo

122 Juan de Velasco formaba parte de esa estirpe de criollos que, a partir del Siglo XVII, se apropiaron de los relatos caballerescos de las crónicas de los cronistas españoles para fundar un discurso americano. 123 Las tesis de Carrión que hemos señalado. 124 Citado por Germán Colmenares. 125 Amén de Orellana,, Atahuallpa y Pizarro, en el ámbito latinoamericano la figura de Lope de Aguirre, ha sido muy atractiva par el cine y la narrativa: Aguirre o la Ira de Dios, célebre película de Werner Herozog, “Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad”, de Miguel Otero Silva y “Daimón”, de Abel Posse.

65

y del pensamiento ilustrado, configurados como expresión del triunfo de la razón

frente a la religión y al pensamiento mítico.

En varias regiones de Latinoamérica, esa necesidad de una épica fundante

pretendió ser resuelta a través de la historia de los héroes de la Independencia.

Seguidores de Carlyle, quien creía que “... la historia es la esencia de innumerables

biografías”, procuraron escribir la historia de los llamados grandes hombres. Así,

Mitre, por ejemplo, con la biografía de San Martín. Empero, la obra no alcanzo a

configurar esa fuerza mítica, bárbara si se quiere, del héroe, precisamente por que

el pensamiento ilustrado se fundaba en la civilización de la barbarie. En San

Martín el genio racional –matemático- dominaba al genio bárbaro, el principio

claro de la razón al lado oscuro e irracional126. En el Ecuador, el problema se volvía

más agudo pues carecíamos de grandes héroes nacionales, y la Independencia se

nos presentaba dirigida por venezolanos, Bolívar y Sucre. El imaginario patriarcal

dominante en la época, no admitía además exaltar las figuras femeninas de la

Independencia, Manuela Cañizares y Manuela Sàenz.

José Joaquín Olmedo intentó hacer la épica de la Independencia, con dos

excelentes cantos, “La Victoria de Junín” y la “Oda a Miñarica”. Manuel J. Calle

escribió en prosa unas “Leyendas del Tiempo heroico” en el mismo sentido que

Olmedo pero con menor fortuna.

La poesía épica de fundación de la nación nunca llegó a ser parte

fundamental del imaginario popular. Ninguna de las odas de Olmedo fue cantada o

coreada por el pueblo o por los niños de escuela. Los Estados nacientes debieron

imponer a la fuerza el imaginario patriota bajo la forma de los himnos nacionales,

formas postizas que representan la transformación de la epica heroica de los

pueblos en ceremonia cívica del poder.

126 Colmenares, Germán, “Las convenciones de la cultura”

66

Mucho, muchísimo mas popular fue la poesía lírica e intimista. Rubén Darío,

Amado Nervo127, Porfirio Barba Jacob entre otros, y en nuestro país la llamada

poesía decapitada, cuyos mejores poemas se convirtieron en letra de pasillos.

Poesía cantada, declamada, soñada... formó la sensibilidad social de nuestros

países. En una fase de relativa desacralización y progresiva pérdida de los valores

morales del imaginario aristocrático, conservador y del Iglesia, esa poesía fue una

especie de escuela de la vida donde los adolescentes aprendieron a amar y vivir los

nuevos valores de la Modernidad. Así, esa lírica intimista ocupaba el lugar de la

poesía épica y se tomaba los escenarios públicos de la vida social. Esa extraña

paradoja que nos muestra la compleja contaminación de los discursos –la lírica

intimista, producto de su separación con la épica, convertida en poesía pública-.

Esa paradoja tuvo su forma provinciana: los juegos florales, ceremonia cívica en

que competían la lírica intimista y la poesía cívica, bajo la notable hegemonía de la

primera128.

No el héroe épico. ¿Cuál entonces su estatuto?.

La narrativa de los 30 realizó un inventario de los tipos étnicos y sociales de

todo el Ecuador. Su héroe fue el personaje-tipo, expresión, síntesis o suma de una

clase o tipo étnico y cuya vida, y su sentido, se inscribía en el drama social. No fue un

héroe pero tampoco el personaje flaubertiano que vive su rica vida interior en

desacuerdo con el mundo, menos aun el héroe sin atributos de la novela moderna,

inaugurada por Joyce y Musil. Tampoco el héroe problemático, esto es, una

127 Los funerales de Amado Nervo se convirtieron en movilizaciones masivas de la sociedad. Muerto en Montevideo, recibió el homenaje del pueblo uruguayo.Trasladado su cadáver a México, durante el trayecto de Veracruz a México fue saludado por millares de mexicanos a lo largo del camino, y en México concurrieron a entierro 300 mil personas, la tercera parte de la población total de la ciudad. 128 Muchos de los escritores de la época, entre ellos Carrión, se iniciaron en los concursos de los Juegos Florales

67

subjetividad en conflicto con un mundo degradado. Fue una suerte de instancia

intermedia entre el personaje colectivo y el individual.

El personaje de la biografía del período fue, de alguna manera, el equivalente

del personaje-tipo de la narrativa: exponente de la historia de una sociedad y un país,

el representante de ciertos valores, de un determinado pensamiento, posición

política, concepción artística. No el héroe épico. Pero, tampoco el individuo. De allí

que no haya surgido la novela histórica en ese período, a pesar de esa íntima relación

entre literatura e historia. Antes que novela histórica, historia novelada Es muy

sintomático que en la época de auge de la narrativa de los 30, las décadas de los 30 y

40, Alfredo Pareja Diezcanseco haya hecho historia novelada, biografía –, “La

Hoguera Bárbara”, 1944, “Vida y Leyenda de Miguel de Santiago, 1952, “Breve

Historia del Ecuador”, en 1946, – y en la de su decadencia, la década de los 50 en

adelante, amén de un texto de historia con pretensiones historiográficas más que

literarias, “La Historia del Ecuador”, 1954, haya escrito novela histórica: “La

Advertencia”, 1956, “El aire y los recuerdos”, 1958, “Los poderes omnímodos”, 1964.

La novela histórica europea fue siempre la narración de la vida íntima de los

personajes, generalmente no públicos, tal D¨Artagnán y los tres mosqueteros, que

se movían en el interior de la trama de acontecimientos históricos. Mas aun, a la

manera de la mejor novela de espionaje sigloventina, la de John Le Carré, la valores

de la vida individual se imponían a los valores históricos129.

A diferencia de los Tres Mosqueteros, los personajes de la novela histórica

latinoamericana que surgiera posteriormente al período que analizamos, en la

segunda mitad del Siglo XX, fueron los héroes de la historia o de la leyenda -Bolívar,

129 “Los Tres Mosqueteros” es una de las primeras novelas históricas. Se sitúa en la fase de tránsito de la epopeya a la novela moderna, en el curso de la separación de la historia oficial y la vida privada. Los mosqueteros luchan por preservar, contra las intrigas de Richeliu, la intimidad de los amores de la reina de Francia con el Canciller de Inglaterra. El amor frente al deber: Dumas, el narrador, reconoce el patriotismo de Richeliu pero condena la intromisión oficial en la vida privada. De hecho, los amores de la Reina con el Duque de Buckingham constituyen, en la mirada y lectura del Estado, un acto de traición a la patria. Mas, la historia de la novela no es la historia de los amores reales; la historia a secas queda en segundo plano, y saltan al primero, las pasiones y amores de los Mosqueteros, cuya vida privada está fuera de la vida pública.

68

Magallanes, Lope de Aguirre- y, en el caso del Ecuador, figuras de la historia oficial

como Marieta de Veintimilla o Mariana de Jesús, de la literatura como Joaquín

Gallegos Lara, César Dávila Andrade, el Fakir, de la leyenda como Naum Briones, la

Linares, Julio Jaramillo- pero vistos en ropas menores, en su dimensión interior130.

Atahuallpa, Francisco Pizarro, Francisco de Orellana, Miguel de Santiago,

Eugenio Espejo, Eloy Alfaro..., los personajes de las biografías del período, son

figuras históricas, públicas, no personajes privados a la manera de D¨Artagnán y

los tres mosqueteros. Pero, no fueron vistos en paños menores, en su drama

existencial, en su vida íntima. Tampoco fueron construidos como héroes cuyas

hazañas definieron la historia de sus pueblos. Asumieron una forma intermedia

entre el héroe épico y el “personaje sin fundamento” de la novela sigloventina, lo

que podríamos denominar personaje histórico-tipo, protagonista de episodios

históricos decisivos en la invención de la nación, dotado de una conciencia

personal que resume la conciencia social de su tiempo y portador de una vida

personal, íntima, una suerte de remanso o intersticio o tregua de la vida pública e

histórica.

El héroe épico no tiene subjetividad ni conciencia personales. Es solo una

voluntad, un destino, un valor –coraje, fidelidad, belleza, inteligencia- convertido

en un absoluto. El personaje flaubertiano vive una intensa subjetividad que no

encuentra el escenario social en el que realizarse, y, el héroe sin atributos, vive el

flujo de su conciencia, ajeno al mundo, ajena a la “pesadilla de la historia”131.

A diferencia de ellos, el personaje histórico-tipo, en cambio, tiene una

existencia objetiva que lo determina –es la pura forma de un proceso histórico- y su

singularidad se funda en percibir la objetividad y actuar en su seno en la mejor

perspectiva, en términos actuales: orientándose hacia el mejor escenario posible.

130 Con diferencias fundamentales frente García Márquez. Ver “Historia de la narrativa, narrativa de la historia”, el capítulo correspondiente a la narrativa de los 60 y 70. 131 “La historia es una pesadilla de la que quiero liberarme”: James Joyce.

69

Tal es la personalidad objetiva que, por supuesto, transubstancia su personalidad

subjetiva –el carácter moral, el tipo de inteligencia, lo predispone para la situación:

cada época se da los hombres que merece-. Tal situación le da una extrema lucidez

sobre la objetividad del mundo y sus tendencias posibles. A la vez su personalidad

subjetiva, transfigurada en la objetiva, moldea la época, el país, la actividad o el

sector en que le ha tocado vivir.

La compleja relación entre objetividad histórica, personalidad pública,

carácter moral e inteligencia personales, vida cuotidiana e intimidad, fue

construida de una determinada manera a partir de una compleja gama de recursos

que iban desde el tipo de narrador, la relación entre la época, la sociedad y el

personaje, el nivel y los ámbitos de presencia del protagonista y otros personajes y

la relación entre los hechos, la conciencia y la subjetividad, el manejo del punto de

vista, la construcción de la trama, la relación entre acontecimiento e interpretación.

Uno de los temas fundamentales, previa a todo lo anterior, fue sin duda la elección

del personaje histórico.

En ese terreno, varios fueron los determinantes. El primero, el nacionalismo

mestizo en formación y que estimulaba la elección de figuras indias de la

resistencia a la colonización española, tal el Atahullpa de Carrión, o las grandes

figuras mestizas como la de Eugenio Espejo, personaje de “El Zapador de la

colonia” de Leopoldo Benites Vinueza. El segundo, las posibilidades míticas del

personaje y el acontecimiento, tal el caso del descubrimiento del Amazonas y la

figura de Francisco de Orellana, en “Los Argonautas de la Selva” de Leopoldo

Benites Vinueza y que se correspondía con la mítica del trópico y la geografía de la

profecía americana de Vasconcelos o García Calderón. Ultimo determinante, la

ideología y el discurso liberal y que se expresará en “La Hoguera Bárbara” de

Alfredo Pareja Diez Canseco y en “García Moreno, el Santo del Patíbulo” de

Benjamín Carrión. Conciencia liberal que en Pareja siempre tendió a ser dominante

y que en Carrión era una recidiva que emergió preponderante en los 50, en la crisis

del proyecto nacional mestizo y del aliento de la generación del 30.

70

Analicemos las principales obras del período.

“La Hoguera Bárbara”,

Alfredo Pareja Diezcanseco

Biografía de Eloy Alfaro, el general de las derrotas, el caudillo de la revolución

liberal, “La Hoguera Bárbara” tiene una estructura absolutamente narrativa,

novelesca.

“La Hoguera Bárbara” fue publicada en 1943, el mismo año que“Las Tres

ratas”, a juicio de muchos la mejor novela de Pareja. A partir de entonces y hasta

1956 en que publica una nueva novela “La Advertencia”, la primera de la serie “Los

nuevos años”, Pareja se dedicó a su oficio de ensayista, historiador y biógrafo y

publicó amén de “La Hoguera Bárbara”, “Breve Historia del Ecuador”, 1946,

“Vida y Leyenda de Miguel de Santiago”, 1952, “Historia del Ecuador”, en 4

tomos, 1954, “Lucha por la democracia en el Ecuador” 1956, “Thomas Mann o el

nuevo humanismo”, 1956.

Las novelas de su primera fase tendieron, aunque con marcados desniveles, a

una estructura concentrada en una situación dramática que envuelve a los

personajes y los define humana, moral y aun políticamente. Tal era la forma propia

de la literatura del realismo social en la que las contradicciones sociales se

expresaban en la dramática del conflicto de los personajes. Mientras los narradores

de “Los que se van” -Aguilera Malta, Gallegos Lara y Gil Gilbert- y De la Cuadra

eran maestros de la escena, el diálogo, la forma casi teatral, Pareja no era un gran

constructor de situaciones sino de ambientes y, sobre todo, de personajes. Por eso

Pareja no escribió cuento, esa forma breve que se define por la extrema

condensación de la situación. Su narrativa tendía a las tramas abiertas, la novela-

río en que los acontecimientos se suceden sin mayor tensión interna, fundados en

71

el flujo de la vida y en la fuerte identidad de los personajes. Su narrativa no tendía a

la crónica literaria, esa forma que, aparentemente, sería la más apta para narrar los

hechos históricos con gran verosimilitud, tal como sucedieron...

La crónica literaria es una de las formas narrativas de mayor verosimilitud y

efecto realidad; preferida por lo mismo por el periodismo. Forma que pretende

una narración objetiva de los acontecimientos –que los hechos hablen por si

mismos- mediante la borradura del sujeto del enunciado -ausencia del narrador-, el

predominio de la escena sobre la panorámica, de la dramática teatral –los sucesos

acaecen ante los ojos del lector- sobre la narración, del pretérito indefinido sobre el

imperfecto. Forma avanzada en la novela, propia del Siglo XX –Hemingway, la

novela negra- era sin embargo, atrasada en la historiografía, según la periodización

de Hyden White, en tanto antecede a la interpretación. La crónica como forma

narrativa literaria supone el reinado de la perspectiva y el sujeto de la enunciación

sobre la disolución de la perspectiva y el sujeto del enunciado. La cosmovisión del

sujeto de la enunciación se expresa en la organización de los acontecimientos, en la

puesta en escena de la acción, en el juego denotativo-connotativo del lenguaje. La

crónica a la que alude White suponía la muerte del enunciado y la enunciación,

reducida ésta a la recopilación y aquel a la enumeración de la sucesión de los

hechos.

La crónica, esa dramática social, predominante en la narrativa de los 30 y,

sobre todo, del Grupo de Guayaquil, no era la adecuada al ensayo que, por el

contrario y tal como hemos señalado, era el lugar de la disertación, de la

subjetivación de lo social. Por eso, Aguilera Malta o Gil Gilbert, los maestros de la

crónica narrativa, de la escena en que los hechos golpean directamente nuestra

sensibilidad u nuestros sentidos, de una narrativa casi teatral, no hicieron ensayo

histórico. El historiador fue Pareja, el mas ensayista de los narradores de los 30,

aquel del narrador omnisciente en frecuente intromisión en el interior de lo

narrado, el de las panorámicas y el uso del imperfecto. O Carrión y Benites

Vinueza, ensayistas.

72

A diferencia de la novela realista europea y del realismo de Icaza que

conduce la trama hacia una situación límite que precipita las definiciones y la toma

de conciencia, la narrativa de Pareja –y en general del Grupo de Guayaquil

siempre fue mas abierta, mas orientada a la historia de una vida –La Baldomera,

por ejemplo- o de varias vidas. En“Las Tres Ratas”, la confluencia de varias

historias, hace más abierta aun la trama. Un poco, a manera de la famosa novela-

río, de Romain Rolland. La fase de historiador y ensayista, entre 1943 y 1956,

emancipó sus tendencias naturales hacia la construcción de tramas más abiertas.

De manera muy sintomática, a partir de entonces enfrentó el reto de la novela

histórica bajo la forma de una mixtura entre la novela-río y la novela-suma, un

intento –fracasado, sin duda- de construir un gran freso de la historia del Ecuador,

de los 25 a los 50 del Siglo XX.

Trama y tiempo histórico.

“La Hoguera Bárbara” no es una crónica desde luego. Su estructura

narrativa es decimonónica, realista. Construida con los clásicos recursos de la

construcción de la trama, comprende un narrador, grandes panorámicas,

descripciones, utilización del pretérito imperfecto.

La trama, decía Ricouer, es esa construcción de la unidad temporal de la

diversidad de acontecimientos, personajes, motivos, fines, medios, circunstancias –

la transformación sintagmática de la diversidad paradigmática-, y que dotaba de

sentido a la vieja crónica. Bajo la advocación aristotélica de la únidad mimesis-

mito, la trama, en tanto representación de la acción no solo construye sino

descubre el sentido de la acción histórica.

En Pareja, sin embargo, no es una trama estructurada dramáticamente a la

manera de la novela realista que erige una situación central –o un conjunto de

73

nudos que tienen hacia una situación límite- en la que se definen los personajes. Es

mas bien una trama abierta, una gran secuencia central. Priman las panorámicas,

recodos y remansos –la catálisis en el análisis de Barthés- que ofician como

respiraderos de distensión y momentos de condensación diseminados a lo largo

del texto como nodos neurálgicos sin que, empero, coagule una situación decisiva –

el célebre nudo teatral. La unidad es externa, cronológica, y las conexiones entre los

acontecimientos son débiles, sostenidas únicamente en el decurso, el curso, el río

de la vida y de la historia. En la construcción de la trama, el impulso narrativo se

halla subordinado a la visión historiográfica que no a la construcción dramática,

propia de la narrativa decimonónica132.

Sin duda, el título anuncia una situación trágica, pero la narración no está

construida como una tragedia. La escena de la muerte, a pesar de estar muy bien

escrita y con aliento trágico, no logra ser empero esa vorágine que arrastra todo

hacia su inmenso y despiadado agujero negro. Hacerlo habría significado

componer, a lo largo del texto, el ritmo del torbellino, la intensidad creciente que

arma el vórtice infinitésimo de infinita densidad. Sin duda, a Pareja le faltó

maestría, en el conjunto del texto, para construir la gran tragedia, a la manera de la

biografía de Trotzky, de Isaac Deutscher, uno de los más grandes textos trágicos del

Siglo XX.

La revolución liberal y la derrota y muerte final de Alfaro eran propicios para

la construcción de un gran freso dramático en que los hechos se anuden fatalmente

en el vértigo de la guerra, la revolución y la muerte. Pero, esa construcción

dramática habría requerido una mirada a lo Marx –el de “El 18 Brumario de Luis

Bonaparte” o el de “La lucha de clases en Francia”-, o a lo Deutscher, una visión

de la historia como un gran escenario de confrontación de fuerzas que gestan

132 No prima, por ejemplo, la estructura del cine de acción hooliwodense, fundado en la narrativa decimonónica, y en el que el vínculo sensorio motriz organiza la trama: la gran forma –sas°- a la que alude Deleuze, en que, durante la primera fase, la situación impregna de emociones al personaje hasta provocar la respuesta-acción o el conjunto de acciones que, a la postre, transforma la situación, sea que restablezca el orden perdido o, en el mejor de los casos, produzca la derrota, la caída. Tampoco expresa el aflojamiento del vínculo sensorio-motriz por la estética del vagabundaje a la manera del neorrealismo italiano. Es una trama propia, mas bien, del relato de aventuras, aunque al final se cierre trágicamente.

74

procesos que arrastran como un ciclón a los pueblos y los hombres. Habría sido

necesaria una percepción de la revolución como hecho excepcional que marca una

ruptura, un tajo decisivo en la historia y en la vida social e individual.

Alfredo Pareja era un liberal gobernado por la ideología del progreso regular

y la reforma continua de la sociedad. En su mirada no existían, no podían existir,

núcleos de ilimitada densidad sino una sucesión levemente ondulada sin grandes

abismos ni elevadas cordilleras ni escarpados farallones ni ríos tumultuosos. La

sintaxis estructural de “La hoguera Bárbara” fue la forma estética correspondiente

a dicha cosmovisión. Una forma en que los acontecimientos no se anudan en una

situación de fusión revolucionaria133 sino que se encadenan en una sucesión acorde

con la ideología del progreso lineal y continuo.

Tal vez por la misma razón, la obra de Pareja hunde sus raíces en un

cronotopo potencial de gran fuerza -el viaje de la selva a la ciudad, de la costa a la

Sierra: la selva y el mar, escenarios del combate, la guerra, la derrota, la libertad y

la vida; la ciudad, escenario del triunfo, el poder y la muerte-, sin embargo, no logra

plasmarlo en toda su proliferante vitalidad.

Sin duda la primera parte, “El General de las Derrotas”, es la mejor.

Asistimos, en ella, a la interminable rebelión del General de las derrotas, el

constante ciclo de aventura y derrota: el embarque desde Panamá o Tumaco en un

barco, tal que el Granmma134, el desembarco, el contacto con los círculos

revolucionarios clandestinos, la formación de un pequeño ejército, la marcha sobre

las ciudades intermedias, las capitales provinciales hacia Guayaquil en la

133 Althusser analiza la revolución rusa en tanto esa situación excepcional de condensación y ruptura en que la complejidad de las contradicciones de diverso nivel se anudan en un punto de fusión revolucionaria. En su excepcional “Historia de la Revolución rusa”, León Trotzky narra ese proceso a través de la creciente temperatura de la lucha de clases hasta llegar al punto de fusión. 134 El viaje en barco y el desembarco en una playa desierta a altas hora de la noche es una de las imágenes clásicas de las revoluciones latinoamericanas: así fue el Grana y así fue Manolo Tavares, líder revolucionario dominicano que realizó 14 desembarcos para derrocar a Trujillo, sin que, por supuesto, Vargas Llosa lo nombre –el personaje y sus aventuras son, literariamente hablando, muy poderosos-, interesado mas bien en mostrar la conspiración de las elites apoyadas por la Embajada americana.

75

perspectiva de la marcha final sobre Quito. En algún momento, la marcha triunfal

se interrumpía, a veces en el primer combate –solo en la insurrección en contra del

Gobierno de Veintimilla llegó y tomó Guayaquil135-, y comenzaba el itinerario del

fracaso, la huída, perseguido por las tropas gobiernistas, por la selva, en alguna

ocasión por las breñas de los Andes136, rumbo a Colombia primero y luego a

Panamá para recomenzar el ciclo siguiente.

La batalla naval de Jaramijó, narrada en el capítulo VIII, fue, sin duda, el

mayor desastre militar de la historia alfarista. Gracias a la fuerza narrativa de

Pareja, contemplamos la extraordinaria escena: en la tradición de Numancia137,

Alfaro, cercado por varios barcos del Gobierno con mejor equipamiento y un

número de tropas muy superior, incendia su nave, la Pichincha y la estrella contra

una de las naves oficiales, logrando sobrevivir por milagro. Aquel gesto magnificó

su leyenda y lo convirtió, al grito de “Viva Alfaro, carajo”, en la figura que

encarnaba el sentimiento general de rebelión138.

En esa primera parte, Pareja alcanza a dotar de fuerza a la selva y el mar

como los escenarios de la libertad, la guerra y la grandeza de la derrota. La ciudad

se presenta como el punto focal de la tentación, el poder, el peligro. En las partes

135 Pero, ya era un ejercito regular en una clásica guerra de posiciones y gracia a una vasta alianza que incluía el llamado Ejército Restaurador de los conservadores. 136 Uno de los episodios, sin duda, más heroicos de las tropas alfaristas. 137 Numancia, ciudad celtibérica famosa por su resistencia frente a Roma. Sus ruinas se hallan en Garray, a 8 Km al norte de la ciudad española de Soria. Fue capital de la tribu de los arévacos en el momento de la conquista romana si bien su poblamiento se remonta al menos a la edad del bronce. Lograron una paz favorable hasta el 143 a. C., en que apoyaron a Viriato, reanudándose la guerra. La ciudad sufrió el asedio romano durante 10 años, derrotando y ridiculizando a sucesivos ejércitos romanos. En el 133 a. C. fue destruida por Escipión Emiliano, suicidándose los defensores que no habían muerto por la lucha o el hambre. Augusto edificó una ciudad romana sobre sus restos. “Enciclopedia Encarta”. 138 “Ser Alfarista equivalía a ser valiente, a ser algo que desafiaba lo establecido, a ser una especie de iniciador, de poseedor de algún secreto de felicidad común. Y todo el mundo –el mundo de los jóvenes de clase media y de los hombres descalzos de los arrabales- quería ser valiente, desafiante, y dueño de aquel secreto. La sicología de inconformidad que caracteriza al pueblo ecuatoriano no encontraba mejor expresión que cuando, en cualquier momento de expansión o de embriaguez, a la luz de un débil farol parpadeante, en la desembocadura de una callejuela o durante la celebración de un velorio campesino, el brío y la altanería se compendiaban en este grito: ¡Viva Alfaro, carajo!. Pareja Diezcanseco: “ La hoguera Bárbara”, pág 93 Casi cien años después, un grupo guerrillero en formación se autodenominó “¡Alfaro Vive, carajo!”, en el intento de recoger el imaginario rebelde que aquella frase expresaba y/o convocaba. Un típico conjuro que pretendía invocar y desatar los manes de la guerra...

76

siguientes, la Segunda, “Ganador del Destino”, y, en especial en la Tercera, “La

Transformación”, el objeto de la narración no es ya la rebelión sino el ascenso, el

triunfo, el poder. Más, en ellas, Pareja no logra construir con fuerza el cronotopo de

la ciudad como escenario del triunfo y del poder, opuestos vital y estéticamente, a

la rebelión: su visión le impide y el texto decae y deviene un análisis liberal de las

reformas liberales.

La cuarta parte, “La Tarde”- es la contrapartida de la primera: tarde y

mañana, ocaso y alba. Ambas, sin embargo, están unificadas por la derrota. La

titulación de los capítulos de la parte cuarta –en especial el I “Vientos de Fronda, el

III, “Cuando la tarde empieza”, y el V “Tiempo cumplido”- pretende marcar la

progresión del fracaso. Pero, no alcanza a construir, a la manera del Profeta

Desarmado, el segundo tomo de la biografía de Trotzky de Isaac Deutscher, la

figura de la inapelable derrota del revolucionario cuando el nuevo orden que ayudó

a construir necesita estabilizarse. Derrota que en Deutscher alcanza la figura de la

caída del ángel rebelde.

El ordenamiento y la interpretación de los hechos, circunscriben la derrota

de Alfaro a una suerte de error circunstancial: su muerte es responsabilidad de

ciertos sectores de conservadores y liberales y no el efecto de la implacable lógica

del poder. El resultado formal es una narrativa sin progresión trágica, a pesar de la

intención confesada en los títulos. Y esa es su profunda diferencia formal con la

primera parte: en esta, la derrota expresa la grandeza de la rebelión, y la selva y el

mar alcanzan su calidad de símbolos libertarios, en la cuarta parte, en cambio,

reducida la derrota a un cúmulo de circunstancias, el cronotopo de la ciudad, el

poder y la muerte no logra cuajar, la narración pierde consistencia e intensidad y

se entrampa en la exposición de menudos equívocos y hechos circunstanciales.

En el capítulo final, “Éxodo”139, en cambio, logra construir la grandeza

trágica de Alfaro y el gran conflicto de fuerzas históricas en torno a su pequeño

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(enorme) cuerpo. Y el viaje en tren a Quito – significativamente por el rumbo

contrario al otro viaje del Ferrocarril cuando fue construido- alcanza el nivel

metafísico de la progresión del tiempo y el número hacia la muerte, se convierte en

el desplazamiento, por el interior del Ecuador profundo, de ese pequeño anciano,

débil y enfermo, símbolo empero de la libertad y de la rebelión, rumbo a Quito, el

escenario del poder y de la muerte.

Es, sin duda, el mejor capítulo del libro.

La construcción del personaje

Alfredo Pareja Diezcanseco, en su condición de novelista, fue un buen

creador de personajes. Quizá ese fue el carácter mas acusado –el fuerte- de su ethos

literario: la Baldomera es, sin duda, uno de los personajes mas ricos y mejor

construidos de la narrativa ecuatoriana, al igual que don Jesús Parrales.

Empero, la biografía de una figura como Alfaro como personaje tipo, es

decir, como una conducta y una personalidad –inteligencia, emociones, carácter

moral- que se define y despliega en el curso de los acontecimientos históricos

planteaba innumerables problemas. Las fuentes historiográficas registran sobre

todo actos, comportamientos y en algunas ocasiones –correspondencia,

confidencias, testimonios de personajes de su entorno- es decir, las fuentes no

oficiales, privadas, que prefería Pareja140- el repertorio de indicios que pueden

permitir intuir su carácter y personalidad. La relación entre el acontecimiento y la

subjetividad del protagonista supondrá siempre una labor de interpretación e

introspección atribuible la imaginación, personalidad, cosmovisión y hasta a las

afinidades electivas del biógrafo.

139 Sintomática coincidencia: el tomo III, el de mayor profundidad trágica de la biografía de Trotzky, se llama “El profeta en el exilio” 140 Ver el subcapítulo siguiente sobre la verosimilitud.

78

Para Benjamín Carrión mientras menos datos, documentos y fuentes existan,

mejor: la imaginación literaria tiene mayor libertad para desplegarse y volar141. Y es

allí donde “La Hoguera Bárbara” deviene en historia novelada. Pareja, el

biógrafo, a veces supera al novelista en la construcción literaria de la relación entre

la situación dramática –la trama como concreción del proceso histórico- y el

personaje.

La transformación del acontecimiento en indicio abre un hiato entre

significante -el acontecimiento indicial- y significado -subjetividad, conciencia,

sensibilidad- por el que el narrador se filtra. El narrador de Pareja llena ese

resquicio con la imaginación literaria y las destrezas y recursos del narrador de

historias de ficción. Tales eran las determinaciones para la inevitable presencia del

narrador omnisciente

La figura del narrador omnisciente, empero, presentaba dos riesgos de signo

opuesto: por un lado, empequeñecer o relativizar la figura del protagonista, por el

otro, exaltar la imagen del héroe a partir de la voz del narrador con el grave peligro

de deshumanizarlo o, peor aún, ridiculizarlo142

Hemos señalado, además, que la disertación, la interpretación, personal del

historiador sobre la naturaleza de los procesos sociales, políticos, culturales que había

estudiado, equivale a la figura de la intromisión del narrador omnisciente. Si durante

el período que analizamos, el conjunto del ensayo, incluido el histórico, fue una gran

disertación, digresión, de la narrativa social, había sin duda el peligro de que esa

forma se metiera dentro del enunciado y deviniera en la figura de la intromisión del

narrador.

141 Lo dice respecto a las biografías de Alfredo pareja, en especial a la de Miguel de Santiago- El nuevo relato ecuatoriano”, op. cit. pág 193 142 “La Hoguera Bárbara” está llena de expresiones altisonantes. Baste un ejemplo: la imagen del joven Eloy apasionado por oír las anécdotas del Libertador que le cuenta su madre y que concluyen con una expresión un

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Las intromisiones del narrador en su forma mas acusada -como opiniones

intercaladas en la acción- son frecuentes. Gran parte del juego literario del texto

estriba, sin embargo, en el esfuerzo de Pareja por ocultar las intromisiones del

narrador, narrativa, y sobre todo, políticamente criticadles, capaces de deslegitimar el

texto.

Una de las soluciones fue mantener la neutralidad objetiva en el aspecto

denotativo y cargar, lo que Pareja llama pasión, a la capacidad connotativa del

lenguaje: una continua calificación de los hechos, el tono de la voz cargado de

emociones, ética y políticamente, favorables a Alfaro, el juego de las figuras literarias

–desde la sinestesia a la metáfora y la metonimia-.

El empleo del punto de vista fue otra de las soluciones. Así, por ejemplo, en

“Las pastorales negras”, capítulo inicial de la Tercera parte “La transformación- la

concepción social de la revolución es presentada-problematizada como reflexiones

del caudillo frente a los problemas que enfrenta, una vez en el poder “¿Cuál sería el

destino sino se permitía que nuevas clases sociales, con más legítima dosis de

ecuatorianidad, llegasen al poder?, Los empleados, los artesanos, los

comerciantes tenían que ascender, La ley histórica empezaba a cumplirse”143.

Si el narrador balzaciano es una mirada ubicua y omnisapiente, colocada, a la

manera de Dios, por detrás y encima de los personajes, el punto de vista es una

técnica que pretende narrar desde el ángulo de visión –y cosmovisión- del

personaje. Lejos de la primera persona que supone una narración a partir de la

conciencia, la subjetidad y el lenguaje del protagonista, la técnica del punto de vista

se sitúa por fuera del personaje pero a su altura. Diferenciación de la mirada y del

habla, en el punto de vista, habla el narrador pero quien ve es el personaje.

Escisión interna de la conciencia, sin duda: ¿dónde se concreta la conciencia

poco pomposa: “-Cuando yo sea grande, voy a pelear por la libertad”. Solo la destreza narrativa de Pareja, salva esos escollos con la riqueza de la descripción de atmósferas y situaciones. 143 Op. cit. pág 155.

80

subjetiva: en el lenguaje o en la mirada?. ¿Cómo se articula la conciencia del

narrador y la del personaje?. ¿El narrador le da diciendo lo que ve al personaje?. ¿O

interpreta lo que el piensa o siente cuando ve?. ¿Es su portavoz o su intérprete?. ¿O

ambas cosas a la vez?.

El narrador de Pareja es intérprete, sobre todo. La figura del narrador-

intérprete parte del hecho de que la técnica del punto de vista opera a partir de la

continua recurrencia a la subjetivación de la trama. Sin duda, la presentación

objetiva de los acontecimientos- amén de la descripción del paisaje, la atmósfera-

corre a cargo del narrador omnisciente. Pero, con frecuencia, la narración se

desplaza a la conciencia, e incluso al estado de ánimo144, del personaje. Pero es una

conciencia referida, en la mayoría de los casos, a los hechos públicos. La figura del

narrador-intérprete plantea, con alguna frecuencia, el problema del triple

cortocircuito entre la perspectiva del sujeto de la enunciación, del sujeto del

enunciado (el narrador) y la del personaje. En algún momento, para legitimar el

análisis de clases atribuido a Alfaro, trascrito párrafos atrás, el narrador se ve

obligado a una rápida intrusión: “Alfaro no conocía las leyes de la determinación

económica en la historia de las nacionalidades, pero, en cambio, la intuición le

hacía tocar la verdad”145.

En el desplazamiento a la conciencia del personaje, la urdimbre de los hechos se

subjetiva y el relato adquiere calidad humana. Y una relativa ambigüedad, propia

del relato literario: la objetividad de los hechos se transforma en avatares de la

subjetividad. El recurso a la intimidad –lugar por excelencia de la subjetividad

literaria-, poco frecuente, no es eje importante en la construcción de los personajes.

Hay en esa elección una cierta reproducción del imaginario patriarcal que ubica a

los hombres en el espacio público y confina a las mujeres en el espacio privado: la

recurrencia de Alfaro a la vida doméstica emerge, en el terreno del contenido, como

144 Alfredo Pareja eleva a categoría de método dicho recurso: ”Ya se sabe que cuando el hombre escribe, entrega un pensamiento elaborado y. por lo mismo, alejado acaso de lo cierto. Si esto no siempre resulta verdadero, entonces hay que perseguir el estado de ánimo del protagonista del momento”. Op. cit. Introducción, sin/pág. 145 Op. cit. pág 155

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el reposo del guerrero, y en el ámbito de la forma, cumple la función de catálisis

que necesita todo relato.

En la concepción de Aristóteles, la construcción de la acción determina la “...

cualidad ética de los personajes146”. La narración histórica no puede partir de que la

subjetividad de los héroes define la historia. Por lo tanto, el carácter de los personajes

solo puede construirse en la trama: el personaje histórico es producto de la historia.

Empero, Pareja, en ocasiones, hace concesiones a la novela de caracteres y explora la

subjetividad del personaje. Pero, lo hace, no en el curso de los acontecimientos

históricos sino en las treguas, los remanso, los recodos –el reposo del guerrero- allí

donde puede florece la intimidad.

Verdad y verosimilitud.

En la Introducción, Pareja se mueve en el límite del doble criterio de verdad

que hemos señalado: la certidumbre histórica y la verosimilitud literaria. Tan pronto

habla de que “Escribir la vida de Eloy Alfaro vale tanto como escribir la historia de

la República del Ecuador...”147 cuanto de inmediato restringe la afirmación: “No he

pretendido esto, que sería afán de otras tareas. He querido presentar a un

hombre...”148. Si reconoce haber escrito una historia con pasión hace gala de una

extensa tarea de investigación para fundamentar la verdad y la objetividad de los

hechos narrados. Insiste en la austeridad y la sobriedad de su actitud narrativa frente

a los acontecimientos, mas, a renglón seguido confiere a esos hechos una significación

política per se de tal magnitud “... que solo narrarlos los vuelve peligrosos”149. A la vez

confiere a su obra una importancia cívica: “...procuro, con el ejemplo de una vida

146 Ricoeur, Paúl: “Tiempo y narración”., pág 94.95 147 Op. cit, s/pág 148 Ibid. 149 Ibid.

82

extraordinaria servir a los intereses nacionales de hoy”150. Y para cerrar la discusión

juega con la paradoja: “...lo inverosímil es lo cierto”151.

Ese mismo juego ya es un indicio o, si se quiere, prueba del nivel de

verosimilitud escogido. Pero, hay otros, por supuesto. Así, los documentos y fuentes

jamás son exhibidos como pruebas de verdad sino utilizados en la construcción de la

trama y de los personajes. Nunca, por ejemplo, hay pies de página. Y esa es, sin duda,

una exigencia de la forma literaria.

Por otra parte, Pareja admite desconfiar de los documentos oficiales y prefiere

los “privados que me proporcionaron la fuente inédita y sabrosa”152.

La desconfianza en los documentos oficiales y la opción por los privados

instala la verdad no en la objetividad de los hechos y de las fuentes sino en la

subjetividad del protagonista: una carta es mas sincera que un informe. ¿Cabe

preguntarse, además, si la elección de esas fuentes apunta a afirmar la verdad

histórica o a profundizar la calidez humana del relato, propio de la verosimilitud

literaria?. La elección de Pareja se parece menos a la objetividad del historiógrafo

que al simulacro de autenticidad de la literatura que utilizan algunas novelas, tal la

locuci ón “No me dejarán mentir”, presentado como protocolo de verdad que

autoriza a José de la Cuadra a escribir “La Tigra”.

“La hoguera Bárbara” no solo se ubica en el ambiguo y fluido territorio

fronterizo entre la historiografía y la literatura sino en el de las formas literarias:

epopeya, drama, tragedia y, a la vez, novela de personaje, novela-río construida sobre

toda la vida de un personaje, del nacimiento a la muerte. Expresa la compleja

personalidad de Pareja como escritor e intelectual -novelista, historiador, ensayista,

crítico literario-, y, a la vez, la complejidad del campo cultural de la época.

150 Ibid. 151 Ibíd.. 152 “Cientos de cartas de puño y letra de Alfaro han pasado por mis manos. Cartas de amigos y de enemigos que obtenía él con singular maña, he estudiado. Y hasta los telegramas de felicitación personal, han sido abiertos en mi mesa de trabajo, noche a noche.” Ibíd.

83

+

84

“Argonautas de la Selva”153

Leopoldo Benites Vinueza

Según Leopoldo Benites Vinueza “La conquista es la más fascinante novela

de caballería de la historia”. “Argonautas de la Selva” es una de las más

fascinantes novelas de la conquista.

Recordábamos páginas atrás al “celebre crítico Mackintosh que sostenía que

los viajes de Colón no serían el tema de un verdadero poema épico sino cuando el

descubrimiento y la conquista estuvieran envueltos en oscuridades legendarias”154.

Es decir, cuando el paso del tiempo amengüe su carácter brutal –genocidio, peste,

destrucción de la cultura-.

Esa época pareció haber llegado en el Siglo XX, a suficiente distancia de la

Independencia y del odio a España, la conquista y la colonia, de la mano de aquello

que hemos llamado la “trasmutación americanista del pensamiento burgués

occidental”, signado por la profecía utópica de Vasconcelos y que hacía de América

matriz, geografía, naturaleza, trópico. Sobre todo trópico. En ese imaginario

grandilocuente América no era la meseta o los valles menos aun las ciudades, sino

la selva o los altos farallones andinos, es decir, allí donde era virgen, matriz

inaccesible e impenetrable, y, sobre todo, singular, imponente, cósmica,

absolutamente distinta de Europa.

Gonzalo Escudero, en su primera fase, fue el poeta de esa cosmovisión.

Barroco y parnasiano, tanto en “Parábolas olímpicas” como y, sobre todo, en Hélices

de Huracán y de sol” y, en particular, en ese poema esencial que es “Hombre de

153 Benites Vinueza, Leopoldo: “Argonautas de la Selva”, Editorial del Fondo de Cultura Económica, México, 1.945 154 Véase el capítulo “La biografía literaria”, el subcapítulo “La peculiaridad en el Ecuador: Personaje-tipo y personaje histórico”.

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América”, su poesía buscará la sonoridad de las grandes convulsiones geográficas que

la atraviesan155 -huracán, dolmen, cataclismo, torrente, diluvio, cráteras, trombas,

cataratas, seísmos- y pretenderá alcanzar la infinitud del espacio.

Leopoldo Benites Vinueza es el equivalente de Escudero en la narrativa156.

Calificada por José Vicente Trujillo como “...uno de los más grandes poemas

vegetales de América...”, la biografía de descubrimiento del Amazonas –y de su

descubridor, Francisco de Orellana- “Argonautas de la selva”, fiel a su título es un

texto de narrativa histórica con pretensiones míticas y que elige la selva como el

escenario de la infinitud del espacio y de la eternidad del tiempo, de la realización

del espíritu promete hico, de la batalla entre naturaleza y cultura, civilización y

barbarie.

La selva más grande del mundo: después de todo, según la profecía de

Vasconcelos, la cuenca del Amazonas será la sede de la raza cósmica y los ingleses

serán los primeros en colonizarla. En ese sentido, “Argonautas de la selva” es una

suerte de memoria de la profecía: el descubrimiento que antecede a la conquista y

la colonización, aun cuando con cinco siglos de anticipación. Durante toda la

primera parte del texto, “La aventura”, Benites Vinueza enfatiza el cuidado de

Orellana por mantener la gran aventura en el registro del descubrimiento y no de

la conquista: “Ellos no han venido a conquistar esta tierra. Para tal aventura son

demasiado pocos y sería locura pretenderlo. Mas tarde regresará con tropas

numerosas y bien abastecidas. Ahora solo tienen que descubrir, informarse y

partir lo mas pronto posible para buscar la salida al mar157. Hace esta reflexión

para legitimar la orden de retirada que pronuncia en medio de un combate con los

indios en que los españoles sufren muchas bajas. Pero, también la medita cuando

están en las mejores condiciones: “Orellana da ordenes para que los aventureros

no cojan los objetos de oro y plata que existen el pueblo. No quiere que los

naturales se den cuenta de su afición por esos metales. Más tarde vendrán a

155 Ficha bibliografía de Escudero 156 “...se perdieron en las Indias ilimitadas”. Op. cit. pág 296 157 Op. cit. Capítulo “El asalto”, pág 103.

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conquistar los tesoros y a señorear en las tierras”158. Y cuando en la segunda parte,

“El retorno”, intenta la conquista, fracasa.

Orellana, descubridor español, es a los conquistadores ingleses –ahora las

corporaciones multinacionales- lo que Benites Vinueza es a Vasconcelos.

Dijimos selva y dijimos relato con pretensiones míticas. El título,

“Argonautas de la Selva”, no es solo una referencia poética. La analogía con el mito

de Jasón y el vellocino de oro159 es múltiple: la estructura narrativa organizada

sobre dos partes, la aventura y el retorno, y articulada sobre una sucesión de

aventuras, hasta la mítica transfiguración del vellocino de oro, la leyenda de “El

Dorado”, convertida en quimera, fetiche, sueño inalcanzable, pasando por ciertos

capítulos homólogos como De Scila a Caribdis, aunque en el mito de Jasón éste es

un episodio del retorno. Y en el límite del fuera de campo, la discreta homología

de doña Ana de Ayala con Medea, una Medea que no tiene artes de pitonisa ni de

bruja, pero que lo abandona todo por su amado.

Por supuesto, no se trata del relato mítico propio de etnias antiguas.

“Argonautas de la Selva” se sitúa en ese largo período de transformación del relato

y del personaje mitológicos en narrativa y personaje novelescos y, a la par,

históricos que transcurrió del relato en verso narrativo, los romances narrativos y

los fabliaux, a Balzac y Michelet, a través de diversas formas, entre ellas la

picaresca, la novela de caballería y el Quijote.

158 Op. cit. Capítulo “De Scila a Caribdis”, pág 113. 159 El tema del viaje de los argonautas ha sido uno de esos grandes mitos griegos que ha pervivido en el imaginario social de Occidente. Pertenece a los mitos de aventuras, tal que los trabajos de Hércules o “La ilíada”. Medea, en cambio, es de la estirpe de las grandes figuras trágicas –Edipo, Yocasta, Antígona, Clitemnestra, Electra, Orestes... El mito de Jasón ha inspirado varias obras literarias: la primera, la de Apolonio de Rodas (Las argonáuticas (215 a. C.), el poema de Valerio Flaco dedicado al emperador Vespasiano (70 d. C.. En tiempos modernos destacan la novela Argonautas (1897) de la escritora polaca Eliza Orzeszkova y el ensayo El mito de los argonautas del escritor español, traductor de Dostoyewsky, Rafael Cansinos Assens (1971.

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La autonconciencia por parte del narrador de esa correspondencia es

relativamente frecuente, sobre todo, en referencia la mirada de los españoles:

“Para estos hombres nutridos de la fantasía de la caballería, aquellos eran como

los endriagos y gigantes de las andanzas de caballeros”160. De hecho, Amadís de

Gaula fue el libro de cabecera de gran parte de los conquistadores que vivieron su

experiencia en la sensibilidad y la fantasía de aquella obra.

En el relato mítico, las aventuras no son excepcionales: forman parte de la

cotidianeidad del héroe y de la epopeya. La lectura actual del imaginario mitológico

está mediada por la distancia literaria que transforma la hazaña épica en fantasía.

Para nuestra sensibilidad, la verosimilitud de esas aventuras es, precisamente, su

carácter inverosímil.

El realismo mágico es, en cierto modo, la versión moderna del relato mítico.

En una época en que no hay conciencia mitológica -identificación, gnoseológica y

existencial, entre el hablante y el mundo, entre la narración y la narración – el

mundo mítico se transforma en simbólico. El realismo mágico juega con la

dialéctica de lo verosímil-inverosímil en un desplazamiento continuo de lo real a lo

fantástico, pronunciando hasta la desmesura los acontecimientos humanos. No es

ese, sin embargo, el género literario del texto de Benites Vinueza. El narrador de

“Argonautas de la selva” toma clara distancia frente a la leyenda: asume la

precaución de poner la de las amazonas en boca de un indio tomado prisionero y

precedida de la expresión “He aquí la singular conseja:161”. La leyenda contada por

el indio va en el capítulo “Las guerreras bárbaras”; empero, las indias guerreras

reales aparecen en un capítulo anterior, cuyo título “Infortunios de Fray Gaspar en

el país de las Amazonas”, construye un sentido distinto: el eje del capítulo no es la

aparición de las amazonas sino la herida de Fray Gaspar.

160 Dicha oración sucede a otra, en el mismo párrafo, que describe la imagen a la que se remite esa fantasía: “Los indígenas enviaron a sus hechiceros: en raudas canoas, lanzando maleficios y asperjando ceniza, vinieron hasta los bergantines los magos de la tribu, pintados de blanco los torsos desnudos”: “De Scila a Caribdis”, pág 105 161 op. cit. pág 140

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Presentadas a la manera de la mítica griega, blancas y desnudas, su

aparición es fugaz y no tiene nada que ver con las Amazonas de la leyenda ni por el

lugar ni por el nivel de desarrollo. Son figuras efímeras –casi alucinaciones- que

aparecen delante de la gran masa de indios, los verdaderos antagonistas de los

españoles. Es solo una discreta y escueta concesión a la leyenda. El texto se cuida

mucho de introducirlas en el curso de las aventuras, para desmesurarlas y volverlas

fantásticas, distanciándose así del realismo mágico.

Tampoco es, por supuesto, ese (su)realismo metafísico que atraviesa la

figura del otro gran descubridor del Amazonas, Lope de Aguirre, tanto en la novela

Daimón de Abel Posse cuanto y sobre todo en esa excepcional película, Aguirre o

la Ira de Dios del cineasta alemán Werner Herzog. ¿Cuál es entonces el estatuto de

“Argonautas de la Selva”?.

Lo real maravilloso propuesto por Alejo Carpentier es la forma artística a la

que más se aproxima “Argonautas de la Selva”, en tanto narración. "¿Qué es la

historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real?",

señalaba Alejo Carpentier quien precisamente escribió “Los Pasos perdidos”, la

novela de un músico cubano en el Amazonas. “¿No es lo milagroso que cobra

forma, lo irreal que se hace real, lo maravilloso que aparece con todas las

exactitudes de las cosas normales?162”, dice el texto de Leopoldo Benites Vinueza.

No es la imaginación la que magnifica y desmesura lo real. Por el contrario,

lo real desborda la imaginación. La estética de lo real maravilloso emerge en

Leopoldo Benites en función del imaginario vasconceliano de la grandeza

excepcional de América como naturaleza, selva, matriz. La geografía de América –

en especial el inagotable Eros de la selva virgen- excede al hombre como el infinito

y la eternidad desbordan al tiempo.

162 op. cit 143

89

“Argonautas de la Selva” es, sin embargo, un texto histórico, la biografía de

una persona de carne y hueso, en una aventura real y en un paisaje concreto. Quizá

esa sea la razón de que, a diferencia de Carpentier, el lenguaje de Benites Vinueza

no sea barroco. Se trata de un lenguaje muy rico en metáforas, exclamaciones,

apóstrofes y, sobre todo, personificaciones y sinestesias, pero que no persigue esa

autonomización del nivel connotativo del lenguaje respecto a su nivel denotativo,

propio del barroco. Sobredeterminado por la objetividad realista del carácter

histórico del texto, la riqueza connotativa del lenguaje está al servicio de su función

referencial. No incorpora la desmesura ciclópea de la selva a la dimensión interior

del lenguaje, despliega el lenguaje para mostrar esa desmesura. De hecho, es una

crónica. Una crónica de lo real maravilloso.

Consciente de la complejidad de las relaciones entre literatura e historia,

narrativa de ficción o historiográfica, Benites Vinueza recurre a la documentación

en su doble condición de materia prima de la narración y prueba de la verdad. Las

citas de documentos históricos se insertan en el flujo de la narrativa sin crear, a

pesar del uso de comillas, un segundo nivel semántico, anticipándose a ciertos

recursos narrativos muy modernos como el empleado por Humberto Eco en “La

Isla del día de antes”163. La dinámica literaria de la trama, del flujo de la narración,

y, lo que es más importante, del lenguaje, propia de la literatura, no se alteran. Mas

aun, en la mayoría de los casos, esas citas se inscriben en las reflexiones, dudas,

proyectos, esto es, en la subjetividad del personaje. Empero, el uso de las comillas,

el empleo de las citas intercaladas en varias ocasiones como prueba de la

honestidad de ciertos comportamientos polémicos de Orellana164 y la bibliografía

final en que se exhiben con cierta ostentación y minuciosidad la abundancia de

163 La narración en la novela de Eco se desplaza sin solución de continuidad del discurso del narrador –en lenguaje moderno- al discurso constante en las confesiones del protagonista, propio del Siglo XVI. Hay diferencias centrales, sin duda, con el mismo recurso utilizado en “Argonautas de la Selva”, entre ellas la supresión de las comillas, el juego magistral de tropos y de la maleabilidad del lenguaje moderno para empatarlo con el antiguo, y la posibilidad no desmentida de que aquellos documentos historiográficos sean también ficcionales. 164 Así, por ejemplo, la cita del documento en que los miembros de la expedición exigen a Orellana continuar el viaje sin esperar a Pizarro, utilizado para evidenciar la honestidad de Orellana en uno de sus actos mas cuestionados por sus contemporáneos y por la historiografía tradicional. Empero, el narrador no exhibe el

90

fuentes de primer grado, amén de las de segundo grado, son una clara concesión al

criterio de verdad de las fuentes, propia del discurso historiográfico.

La construcción de la trama es, sin embargo, mucho más próxima a la

literatura que “La Hoguera Bárbara”. Las intromisiones del narrador son menos

acusadas, en la medida, además, en que –salvo los primeros capítulos de la

segunda parte “El retorno”165- hay una menor presencia del análisis social,

legitimado a través de la voz y de la intrusión del narrador: la célebre disertación a

la que alude Hydhen White. Argonautas de la Selva es una crónica de aventuras

centrada en la acción y en la que todos los recursos están funcionalizados a

intensificar el ritmo trepidante de la aventura.

Trama abierta, novela de aventuras. Si bien, no hay una situación central

estructurada, las conexiones entre los acontecimientos –las aventuras- son más

fuertes que en “La Hoguera Bárbara”. El vínculo, mas allá de la organización de la

trama y de la continuidad de las aventuras, es el río, el gran Río de las Amazonas, el

cronotopo del viaje, ese desplazamiento incesante que bordea siempre la infinitud

del espacio y la eternidad del tiempo y que se convierte en metáfora del destino: la

fuerza irrevocable que los empuja hacia lo desconocido. El capítulo final de la

primera parte, “Velas sobre el mar”, en que el choque del gran río con el mar forma

un laberinto de torbellinos e islas flotantes, alcanza resonancias metafísicas y el río

cobra, ante el terror cósmico de los aventureros, cobra una presencia viva “... como

si tuviera un alma, una voluntad potente, y quisiera quedarse con los blancos

audaces que han desentrañado sus misterios y explorado el corazón palpitante de

sus selvas”166.

El viaje interminable establece una compleja relación entre dos momentos,

los combates con los indios, generalmente en tierra y que inmovilizan el incesante

movimiento, aguas abajo, y éste, el desplazamiento que oficia, a veces, de catálisis

documento como prueba fehaciente ni se refiere directamente al cuestionamiento. Lo inserta en el curso narrativo, lo que es un recurso literario. 165 “El arribo”; “La paradoja hispana”; “La primavera de los recuerdos”.

91

de la acción y de tregua de las aventuras. Empero, a pesar de la vívida descripción

de los combates, el relato no asume el carácter de escena, forma teatral la más apta

para narrar acontecimientos de tal intensidad como los combates. La forma

dominante es la narración, coherente con el cronotopo del viaje, el flujo inacabable.

En términos actanciales, los combates son obstáculos a la marcha ineluctable del

héroe en pos de su destino.

“Argonautas de la selva”, en especial en su primera parte, es un relato de

aventuras, forma premoderna, anterior a la novela balzaciana. Predomina pues la

narración sobre la escena. Ahora bien, esa forma es expresión de la visión de

América como geografía, naturaleza, matriz para la inseminación del espíritu

europeo.. Es esa cosmovisión la que se expresa no solo en sus contenidos sino en su

estructura formal.

La marcha implacable por el gran río es una metáfora doble, símbolo fálico

y, a la vez, símbolo del Progreso, de la oposición entre cultura y naturaleza,

civilización y barbarie. “Es una lucha dramática la del hombre obstinado y la

naturaleza insensible. Un duelo que significa para el hombre la muerte si se deja

vencer Y estos hombres acostumbrado a domesticar a la naturaleza hasta

someterla a sus designios...”167.

La época de la narración y la época en que se narra tienen sutiles analogías y

diferencias. En ambas está planteadas la conquista de la naturaleza por el hombre.

La de Orellana no solo inició la expansión del capitalismo occidental por todo el

orbe planetario sino que germinó el discurso del progreso, el del Novum Organum,

el de la razón instrumental en que el hombre somete a la naturaleza “...a sus

designios”. La época de Benites Vinueza es la del imaginario vasconceliano, la de

166 Op. cit pág 158. 167 Op. cit. pág 158

92

América que se ofrece soberbia y magnífica a la conquista de la ciencia de los

blancos168. La era de Vasconcelos y “Doña Bárbara”.

Símbolo fálico: “Es su tierra, la que él violó con su voluntad épica de

conquistador”169. Las referencias a la conquista como acto fálico expresan el

imaginario de la racionalidad instrumental que, a la manera del Novum Organum,

conciben a la naturaleza como matriz. La selva es así una matriz que se abre – a

veces de manera voraz, según el terror masculino- o se cierra, impenetrable; y los

bergantines por el gran río y los desembarcos fulgurantes para el combate y/o el

saqueo tiene, sin duda, una plasticidad fálica.

Ese símbolo del progreso, de la civilización que vence y domina e la

naturaleza, tiene, empero, resonancias de las teorías del determinismo geográfico y

aun racistas que acechan continuamente el imaginario de Benites Vinueza. “La

situación de los españoles es difícil. Los imprudentes soldados del bergantín

pequeño han desembarcado y los indios los tienen completamente rodeados. Por

más que pelan no pueden tomar contacto uno con otro. La masa los arrastra

lentamente hacia la espesura. Es como la lucha de un potente animal herido

contra las hormigas que lo atacan en compactos grupos le pican por

todas partes y lo van arrastrando hasta su guarida”170.

El imaginario racista siempre ve al Otro bajo la forma de plaga, de aquellas

especies – ratas e insectos como las hormigas- cuyo crecimiento es superior al de la

especie humana. La imagen del perpetuo desplazamiento por el río localiza a los

lados, en tierra firme, a la naturaleza voraz y peligrosa, la de las plagas de

mosquitos que pican –al que dedica el capítulo “Las nubes zumbadoras”- y la de la

masa de indios con lanzas, y más peligrosos aun, con flechas envenenadas que

también pican y matan.

168 Imagen de Vasconcelos. 169 Op. cit. pág 263 170 Op. cit. pág 135. El subrayado es nuestro.

93

En el capítulo “Las picotas sangrientas”, la distinta vara de análisis para

españoles e indios es francamente irritante. El capítulo comienza con una escena de

violación de indias, el combate con los indios y la furia de los españoles en tanto

“rabia del macho que ve que le disputan su hembra”171. Al final, los españoles

ahorcan a los indios prisioneros y dejan que sus cuerpos se balanceen, convulsos,

aun agónicos, pendientes de las ramas de los árboles. Una página mas adelante, y a

varios días de viaje por el río, ven árboles sin hojas de los cuales penden cabezas

humanas. Pero, si la primera imagen expresa pasiones humanas extremas, la

segunda es sólo signo de bestialidad inhumana172.

La percepción del narrador-personaje no llega, empero, hasta ontologizar la

diferencia. Hay una suerte de discreto criterio antropológico en la descripción de

los pueblos indios de la región. Los indios sedentarios, agrícolas o pescadores,

tiendes a ser pacíficos y, a veces, muy hospitalarios como los de las tierras de

Aparia, el Grande. Son los pueblos nómadas, bárbaros y salvajes, los peligrosos.

Los términos bárbaro y salvaje a veces son categorías antropológicas, la mayoría

de las veces, juicios éticos.

En esa confusión, se confunden tanto el antropólogo y el novelista cuanto los

niveles de la técnica del punto de vista del personaje. Se supone que en esa técnica,

el narrador es intérprete de la visión física y moral del personaje. La identidad de

las dos épocas –la del descubrimiento del Amazonas por los españoles y la de su

eventual conquista por el capital occidental- y la fuerza narrativa llevan a que

171 Op. cit pág 124 172 ¡Son cabezas humanas”. Hay siete picotas sangrientas llenas de cabezas cortadas. Esos son los frutos trágicos de los árboles sin hojas./ Sobrecogidos de espanto, los remeros fuerzas la velocidad de las naves para alejarse de esa cruenta Provincia de las Picotas. Deben ser tribus bárbaras y crueles las que señorean estas tierras y elevan sus signos aterrorizadores”. Op, cita. Pág 125-126. La escena recuerda escenas similares de “Apocalipsis now”, la película de Francis Ford Coppola, protagonizada por Marlon Brando. Pero si en “Apocalipsis now”, la escena no se remite a un supuesto salvajismo de las etnias camboyanas, sino al delirio paranoico del militar norteamericano que pretende evidenciar el horror de la guerra y llevar su lógica hasta el horror de Dios, en “Argonautas de la Selva” es un mero registro de la crueldad de indios salvajes.

94

narrador y personaje sean uno solo y los juicios éticos y los terrores de Orellana y

los suyos sean los mismos no solo del narrador sino del sujeto de la enunciación, el

autor.

Los personajes prestan mas atención a la figura de Tienamostón –“Un

salvaje peor aún, pues sus hombres se alimentan de carne humana”173- que a la de

las Amazonas. Sorprende, sin duda, que en un relato con pretensiones de construir

un mito o, por lo menos, una leyenda sobre el gran río, se haya escogido la figura

mítica de Jason y el vellocino de oro y no la de las Amazonas.

Desde el punto de vista del imaginario de la América descomunal, virgen y

matriz de la raza cósmica, la sorpresa se disipa. Tomar el mito de las Amazonas

habría significado convertir a los pueblos indios en protagonistas y no en el objeto,

la naturaleza que debe ser vencida y dominada por el Jasón occidental. Por eso,

“Argonautas de la Selva” deconstruye el mito de las amazonas, por el expediente

de confinarlo a la narración de un indio prisionero, estimulado por Orellana para

hacer más llevaderos los dolores del Pobre Fray Gaspar de Carvajal. Y construye la

figura de las peripecias y hazañas del descubridor y sus compañeros, los

argonautas.

La segunda parte, El retorno”, es la contrapartida de “La aventura”. Sin

duda, se mantiene la misma estructura actancial de la primera parte, propia de la

novela de aventuras: la marcha imbatible del héroe a través de múltiples

obstáculos. Hay imágenes similares: hambre, rostros famélicos, ojos hundidos en

las órbitas, fiebre, delirio, piel abierta, llagas, pus, la rigidez de los músculos, el

laberinto vegetal y acuoso que los enloquece, los zumbidos de los insectos que se

confunden con los zumbidos de los oídos, la sangre convertida en fuego devorador,

la sed...

173 Op. cit. pág 144

95

Pero, hay una diferencia decisiva: si la primera está marcada por el hálito del

triunfo, la segunda está signada por la derrota. La primera es un canto épico; la

segunda, una tragedia, la historia del héroe fracasado174. La primera supone la

victoria del hombre sobre la naturaleza, de la civilización sobre la barbarie; la

segunda, la revancha de la selva. Los obstáculos, franqueable ante la marcha

inexorable del héroe, se convierten en los hitos del destino, en los signos de la

creciente derrota.

Los nueve primeros capítulos ocurren en el viejo continente, el primero en

Portugal, los 8 restantes en España. Uno de ellos, el segundo, “La paradoja

hispánica”, tiene todas las características de una disertación, fundada en el análisis

que hace el narrador de las fuerzas históricas actuantes en la monarquía de Carlos

V y en la Colonización de América. En dicho capítulo, incluso la figura dominante

de Orellana hace mutis por el foro. En los siguientes capítulos, sin embargo, la

disertación progresivamente se integra a la subjetividad del personaje. así, el

tercero, en el que Orellana redacta su memorial al Emperador, “La primavera de

los recuerdos”, descrito con la mayor plasticidad posible –Orellana “(E)ncerrado

en su humilde cuarto de hospedería, toma en su mano dura y tostada de hombre

de espada, la pluma de ganso...”-, en medio de múltiples dudas y reflexiones, y en

que decide reconocer y mostrar sus ambiciones175

El capítulo que se titula “Obstáculos”, el cuarto, abre la progresión trágica.

En los cinco capítulos siguientes, salvo en el oasis amoroso, el personaje se hunde

en las redes de frailes, burócratas, comerciantes y usureros que lo conducen

permanentemente a la encrucijada: por un lado, la cárcel, la miseria, la deshonra;

el poder, la gloria, la riqueza, por el otro176. Si en el viaje por el gran río de las

Amazonas, Orellana representaba la cultura frente a la naturaleza, en esa mezquina

urdimbre de la Corte, la Casa de Contratación y Sevilla, representa, por el

174 op. cit. pág 295 175 “...y a no tener ambiciones encubiertas”. Op. cit, pág 190. 176 Op. cit, pág 208

96

contrario, el horizonte interminable del mar, el río y la selva. Es la grandeza de la

geografía del nuevo continente, viva en su imaginación, en su memoria, incluso en

el ámbito virtual de su mirada, lo que lo conduce a la irremediable derrota.

En esos capítulos, el gran pulso narrativo de Leopoldo Benites se ve, de

alguna manera, constreñido por las exigencias historiográficas (y caballerescas) de

salvar el honor de Orellana. A partir del décimo, “La fuga”, la narración, en

cambio, se convierte en un excepcional fresco trágico, gobernado por la fatalidad.

La idea misma de invertir el viaje anterior y penetrar en el Amazonas por la

desembocadura, y remontarlo luego a contracorriente, tenía algo de locura177.

El mar, el río y la selva son los escenarios de esa continua gradación hacia la

muerte. Las escenas sucesivas del viaje por el mar, la insoportable calma de las

aguas y los vientos, como un sueño de muerte de la naturaleza178, la tempestad que

sumerge a las frágiles embarcaciones en la turbulencia del mar, la ola gigantesca

con que los recibe el gran río en su desembocadura, el laberinto vertiginoso del

gran delta, el infierno verde179 que los aprisiona con sus “garras invisibles de

muerte”180, conforman los signos ese gran fresco trágico, los augurios del fin

ineluctable.

La progresión trágica se despliega en varios niveles. La aritmética del

desastre: los cuatro barcos que se hunden, la muerte paulatina de la mayoría de los

hombres, la perdida de la artillería usada como ancla y de todos los animales y

vituallas. La segunda es la creciente victoria de la selva y del gran río que se erigen

como seres vivos, dotados de voluntad181 e inteligencia182, convertidos en dioses o

demiurgos. En un tercer nivel, la tragedia se interioriza en la conciencia y en la

177 Sin armas ni bastimentos, sin frailes y, posiblemente, acusado de desobediencia y aun piratería por la corte imperial, la aventura de incorporar esas tierras a los Reinos de España no tenía probabilidad alguna de triunfo. 178 op. cit. pág 255 179 Es el título del decimotercero capítulo, donde se narran las peripecias en la selva, una vez traspuesto el delta de la desembocadura. 180 Op. cit. Cáp. “Garras invisibles”, pág. 278. 181 “Como si el río tuviera una voluntad maliciosa y perversa que se complace en jugar con sus esperanzas”. Op. cit. pág 269 182 “...por esta agua que parecen tener vida, un pensamiento astuto...”. Op. cit. pág 278

97

voluntad de Orellana que va de la implacable tenacidad en que, a la manera de

Simón Bolívar, se jura que “(S)i los elementos se tornan contra él, luchará contra

ellos” y decide que irá hasta el fin aunque sea solo, al principio entre dudas y

finalmente con la certidumbre en la derrota y la muerte. El texto pasa de la épica a

la tragedia y se convierte en una metáfora del sentimiento trágico de la existencia.

Leopoldo Benites construye un final de gran aliento. La imagen que conduce

a la muerte de Orellana es ciertamente excepcional: extraviados en la selva,

Orellana y los suyos han perdido todo objetivo, arrastrados por el dédalo del río,

dando infinitas vueltas sobre el mismo punto y a la vez descentrados, a la deriva,

sin presente ni futuro, solo la incierta memoria cada vez más inútil: “Una vida sin

futuro. Conducida por el azar. Llevada sin rumbo por el destino”183.

En ese momento, Argonautas de la selva” llega al nivel de la tragedia griega.

La derrota es, a la vez, la inversión final: mueren tragados por la selva, en el

límite de su existencia, llamada por ellos, civilizada. En el imaginario racista que

domina la visión de Orellana y los suyos –y que es compartida por Leopoldo

Benites Vinueza- ese fenómeno es visto como un retorno a la vida elemental: ”Ya

no queda otra cosa que volver a la animalidad primitiva. La selva enervante los

retrotrae a la simplicidad elemental del instinto. En medio de esta naturaleza

excepcional, no son hombres civilizados de Europa sino seres bárbaros y

primitivos que matan para comer y comen con las manos ensangrentadas de

sangre humana”184.

De retorno al animismo, Orellana atribuye el sino fatalista a la venganza del

gran río: “¿Está hechizado este río?. ¿También sus fuerzas ocultas, potentes se

conjuran contra él, que quiso arrancar sus secretos y violar su virginidad

183 Op. cit.pág 289 184 op. cit. pág 276.

98

selvática?”185. El imaginario occidental en el que la conquista de la naturaleza es

un acto fálico de violación de la hembra, se encuentra sobredeterminado por el

imaginario premoderno en el que la naturaleza es vida que, violentada y herida por

el hombre, celebra su venganza. Se explica así el paso de la primera a la segunda

parte del texto: la épica186 de “La aventura” cede así el paso a la tragedia de “El

retorno”.

En este nivel “Argonautas de la selva” se emparenta con “La Isla Virgen”,

novela de Demetrio Aguilera Malta, publicada en 1.942, tres años antes. La novela

de Aguilera Malta narra la historia de Néstor, el blanquito, el gran cacao del

imaginario social. En la primera fase, Néstor, salvo en su adolescencia en que

probó el aroma de la tierra, fue el típico propietario ausentista, un señorito

urbano, educado en Francia. En la segunda fase, cuando, abatido y empobrecido

por la crisis, intenta conquistar la isla virgen, fracasa: es el antihéroe de Kipling: un

conquistador fracasado. La novela es la épica de la derrota del hombre frente a la

naturaleza. En ese sentido, se aproxima, sin duda, el mismo sentido general de la

historia de Macondo que termina devorado por la incesante floración de la

naturaleza, literalmente tragado por la selva187.

La profecía de Vasconcelos, animada por el espíritu prometeico de la

expansión capitalista, es así contrarrestada por la visión trágico-apocalíptica del

catolicismo español mezclado con el animismo indígena. A la vez, contrapesada en

pequeña, pequeñísima escala, por la visión russonianana –contrapartida del mito

prometeico de la racionalidad instrumental- que solo aparece al final: “En una de

esas islas paradisíacas de naturaleza suave y de indígenas mansos- se quedaron

seis españoles renunciando a la vida civilizada”188

185 Op. cit. pág 269. El subrayado es nuestro. 186 “ES su tierra, la que él violó con su voluntad épica de conquistador. Op. cit. pág 263 187 Mas, tanto “Argonautas de la selva” biografía histórica, como “La Isla Virgen”, novela, poseen una forma distinta a la de “Cien años de Soledad”: una forma épica y aun lírica en el seno de una verosimilitud realista. Los Sangurima también. El Coronel Sangurima es notablemente parecido al Coronel Aureliano Buendía: también participó en treinta y dos guerras. Algún día habrá que escribir el “casi” realismo mágico de la narrativa del Grupo de Guayaquil, una suerte de larvario de la narrativa de García Márquez. Ver Moreano Alejandro: “Historia de la narrativa y narrativa de la historia” 188 op. cit. pág 296

99

Después de un gran final trágico, viene un lamentable Epílogo en que

Leopoldo Benites Vinueza –sujeto de la enunciación- intenta recuperar a Orellana

en el seno del mito prometeico: el triunfo de Guayaquil fundada por Orellana,

sobre el sino fatal, en contra del...manglar, el fuego, el fango y las pestes189.

Después de haber salido por la puerta grande del imaginario vasconceliano, retorna

al final por la tranquera.

“Atahuallpa”

Benjamín Carrión

“Atahuallpa”190, de Benjamín Carrión, se inscribe en el horizonte político y

artístico abierto por la revolución mexicana que hizo del muralismo su gran arte.

Opuestos a la pintura de caballete, iniciada en el Renacimiento, por su carácter de

propiedad y circulación privadas, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David

Alfaro Siqueiros, buscaron en la concepción y técnica de los frescos – de las

culturas minoica, etrusca, egipcia, renacentista, y, sobre todo, mesoamericana191- la

forma para su concepción artística y política.

Pintura pública para educación del pueblo, debía ser, además revolucionaria;

dedicada a “... la raza indígena, humillada durante siglos, a los soldados que

lucharon en pro de las reivindicaciones populares; a los obreros y los campesinos, y

los intelectuales no pertenecientes a la burguesía”, según rezaba el Manifiesto del

189 op. cit. pág 298 190 Carrión, Benjamín: “Atahuallpa”, Clásicos Ariel No 38, Guayaquil-Quito, S/f. 191 Mayas y teotihuacanos. Destacan los murales de Tetitla, Tepantitla y Atetelco, en México.

100

Sindicato de Pintores y Escultores, publicado en 1922, bajo los auspicios de

Vasconcelos, entonces Ministro de Educación192.

Bajo esa influencia, “Atahuallpa” aspiró a ser el gran fresco193 literario de la

conquista española del Tahuantinsuyu. Es decir, pintura monumental para la

educación del pueblo.

Tal la forma. El contenido comprendía construir un gran mito fundador, a la

manera de la Eneida de Virgilio, quien, por encargo del Emperador Augusto, creó el

mito de la estirpe romana originada en la antigua épica homérica, a partir de las

hazañas del Eneas194. Carrión que creía que la historia debía ser legendaria y

recoger-construir la memoria colectiva de los pueblos, siempre ensalzó en La

Eneida la voluntad política de fundar un mito y el proyecto de enlazar la cultura

romana con la cultura griega. “Atahuallpa” debía construir el mito del heroico

origen mestizo del actual Ecuador, fruto del choque de una gran cultura con una de

las mayores hazañas de la historia moderna, la de Pizarro y los aventureros

españoles en la Isla del Gallo.

La construcción de un gran fresco y de un mito de fundación: tan ambiciosos

designios excedían, empero, la forma de una biografía histórica. De hecho, la

dinámica del texto, se funda en la extrema tensión derivada de ese exceso. Conflicto

entre fresco monumental y narración historiográfica moderna; interpretación y

narración, ensayo y narrativa; historia y fábula, verdad científica y legitimidad

192 En dicho Manifiesto se proclama la nueva estética: “...repudiamos la pintura llamada de caballete y todo arte de cenáculo ultraintelectual por aristocrático, y exaltamos las manifestaciones de arte monumental por ser de utilidad pública. Proclamamos que toda manifestación estética ajena o contraria al sentimiento popular es burguesa y debe desaparecer porque contribuye a pervertir el gusto de nuestra raza, ya casi completamente pervertida en las ciudades. Proclamamos que los creadores de belleza deben esforzarse porque su labor presente un aspecto claro de propaganda ideológica en bien del pueblo, haciendo del arte una finalidad de belleza para todos, de educación y combate”. 193 Rodríguez Castello, Hernán: “Atahuallpa, la obra mayor de Benjamín Carrión”, Introducción op. cit. pág 10 194 Eneas, el protagonista central de la Eneida, es un héroe troyano que escapa de su patria, luego de su caída, y deambula - Tracia, Creta, Epiro y Sicilia, el odio de Juno que lo lanza contra las costas africanas, el amor de Dido, reina de Cartago, la muerte a Turno, rey de los rútulos, en una lucha por conseguir la mano de Lavinia, princesa del Lacio- durante siete años hasta su victoria militar en Italia y el nacimiento de Roma.

101

literaria y/o política; epopeya y/o tragedia y novela o relato de aventuras; rito y

juego, mito e historia.

Si bien basada en la exégesis de Luis Baudin sobre los incas195, “Atahuallpa”

no es un ensayo de interpretación sociológica ni tampoco, en rigor, histórica,.

Incorpora los procesos y hechos, determinados por la investigación sociológica de

Baudin y la historiográfica de William Prescott196, en una secuencia narrativa que

pinta atmósferas, narra acontecimientos, describe paisajes y rostros, muestra

comportamientos, pinta rituales. Las referencias historiográficas y sociológicas

devienen así en contenidos de la fábula, en su doble condición de trama e

invención. La interpretación se subordina a la narrativa, pero, a la vez, la narración

es la puesta en escena de la interpretación. Así, el ensayo se narrativiza, deviene en

dramática escénica.

La verdad se transforma en fábula. Pero, la inversa también es cierta: la

fábula se convierte en verdad. Así, los capítulos II y III, “El Intip Raymi” y “la

Profecía de Viracocha en que Carrión compone una secuencia narrativa con la

puesta en escena de los rituales del Intip Raymi y la leyenda contada por el Inca

Gracilazo de la Vega sobre el joven Inca Pachakutik y el Dios Viracocha. La

composición de la escena le permite a Carrión sumergir la figura de los

conquistadores españoles en el imaginario mágico de los pueblos indios y

prefigurar –a través del ritual del sacrificio, el augurio triste que resulta del mismo,

y la interpretación de los amautas y de los quipu-camáyoc narrada por el Vilac-

Umu a Manco Cápac- la gran tragedia de la conquista y la disgregación del imperio.

La dialéctica de historia y fábula se articula así a la de exégesis y narrativa: Una

gran leyenda y variada cantidad de información de hechos históricos e

interpretaciones sociológicas de la vida del incario son utilizadas en el armazón de

una Gran panorámica primero, y de una Gran escena después. Tal es, además,

según Ricoeur, “... la transformación sintagmática de la diversidad paradigmática”

195 Baudín, Luis: “El imperio socialista de los Incas”, 3era edición, Ed. Zigzag, Santiago, 1953. 196 Prescot, William: “Historia de la conquista del Perú”, Ediciones Imán, Buenos Aires, 1943

102

en una forma que permite integrar en el finísimo tejido de la sucesión discursiva la

complejidad de niveles simultáneos.

Esa dialéctica obedece, en última instancia, al referente histórico que

informa la sustancia textual y conforma la perspectiva de enunciación: el choque de

dos culturas distintas, la una ritual, mítica, tendiente a la epopeya, el augurio, la

tragedia, la otra, en los comienzos de la modernidad, tendiente a la historia, la

aventura individual, el juego, la guerra. Si la narrativa, sea histórica o ficcional –

Balzac y Michelet- fue el resultado de un largo proceso de descomposición de la

epopeya y del héroe mítico, “Atahuallpa” debía realizar la difícil tarea de

entramarlas –ambas: narrativa y épica- en una unidad formal.

La recurrencia a los cronistas197 como fuente informativa evidencia los

conflictos entre verdad historiográfica y sustancia literaria, historia y fábula, épica

y narrativa. Esa apelación a los cronistas es, en Carrión, la búsqueda no tanto de

una mayor certeza historiográfica cuanto de una mayor proximidad a la experiencia

vital que busca representar: acontecimientos, vivencias, emociones, sensaciones,

todo aquellos que forma la sustancia literaria de la narrativa, pero con un tinte de

verosimilitud realista, la más próxima a la verdad historiográfica.

Más, aquellos eventos se hallaban envueltos en un doble manto mitológico,

el de la cosmovisión india y el de la visión de aventureros españoles formada por

los libros de caballerías198 y por el cosmos legendario que se había tejido sobre estas

miseriosas tierras de fantasía y horror. Si ya de suyo las relaciones entre

historiografía y narrativa eran difíciles, atenuadas en algo por la pretensión realista

del enfoque literario, lo fueron mucho más con un relato con aspiraciones de

leyenda.

197 El Inca Garcilazo de la Vega, Agustín de Zárate, Pedro Cieza de León, y el testigo Francisco de Xerez...

103

A la manera de David W. Griffith, Carrión procuró construir el gran fresco

del nacimiento de una nación199. La poética de Griffith consistía en presentar todos

los conflictos de la formación de los EE.UU. –el Norte y el Sur, negros y blancos,

hombres y mujeres, ricos y pobres, ciudad y campo... - en una organización fílmica

estructurada por un montaje alternado paralelo200 que funcionaba perfectamente

al servicio de su concepción del cine y de la sociedad como grandes conjuntos

orgánicos donde las oposiciones se reconcilian finalmente al servicio de la unidad.

La movilidad de los filmes de Griffith provenía de las escenas sucesivas que

convergían o se enfrentaban para restaurar la unidad perdida: los planos se

sucedían, a veces en velocidad creciente, rumbo al conflicto o convergencia del

clímax. El cine, mas aún, el cine de acción norteamericano es un arte de la

movilidad, del vértigo, de la aceleración intensiva.

En el “Atahuallpa” de Carrión hay un cierto montaje alternado pero no es

paralelo ni vertiginoso. Es una composición en tiempos largos, correspondiente

con la visión de grandes fuerzas que se mueven lentamente –la una casi pautada

por siglos, la otra por años o decenas de años- en dirección a su inexorable

enfrentamiento. Construida en tres partes, la primera –del capítulo I al VII-

presenta el esplendor y el ocaso del incario; la segunda –del capítulo VIII al XIII, la

empresa de los conquistadores; la tercera –del capítulo XIV al XVII- el encuentro y

el enfrentamiento.

Tanto la concepción del nacimiento de una nación cuanto la propia forma

épico-trágica, requería que la primera parte exprese un proceso de decadencia, y la

segunda, un impulso de irresistible ascenso. Esa oposición de grandes presencias

históricas, tiene incluso una topografía: los Incas están en la cima de los Andes; los

otros, ascienden desde el mar, desde la isla de la Gorgona. El capítulo que inicia la

198 El Amaudís de Gaula era el libro más leído por los españoles que vinieron a América. 199 “El nacimiento de una nación” célebre película de Grifith estrenada en 1916 200 Ver Deleuze, Giles: “La imagen movimiento (estudios sobre el cine T.I). Ediciones Paidós, Barcelona 1994, págs 32-33.

104

tercera parte se llama “El paso de los Andes” y describe precisamente ascenso por

la Cordillera de los Andes rumbo a Caxamarca, la plaza del sacrificio...

La aventura de la forma tiene una secuencia tripartita: tragedia, la primera

parte, épica, la segunda, y la tercera, una suerte de simbiosis entre épica y tragedia.

Toda la primera parte está marcada por un aliento y un ritmo trágico. El

primer capítulo presenta al Gran Inca, Huayna Cápac, en el apogeo de su poderío y

de su grandeza. Pero, a la vez, muestra los signos del ocaso: lasitud, cansancio,

vejez, incertidumbre. En los capítulos II, II y IV, a la manera de la tragedia griega,

los signos –el oráculo, el augurio- del gran Dios-Sol anuncian la desgracia. Y, sin

llegar al nivel de la tragedia griega en la que ya existe el conflicto entre la libertad y

el destino, el individuo y la especie, Carrión nos muestra una suerte de

interpretación diferenciada de los vaticinios divinos que expresa intereses humanos

opuestos: los de la corte del Cuzco y los de la de Quito.

Hay una marcada presencia del imaginario greco-romano no solo por la

profecía, los rituales para consultar al oráculo, sino y sobre todo por la imagen de

la decadencia imperial. “El Cuzco, la Roma del Nuevo hemisferio, habiendo

llegado al clímax de su desarrollo, presentaba los estigmas inequívocos de una

capital imperial en decadencia”, afirma ya en el primer capítulo201. La simbólica

de Huayna Cápac es, sin duda, la de los emperadores romanos, en especial de la

dinastía de los Antoninos –Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio

– que gobernó Roma del 96 al 192 d.c., y que se caracterizó por dotar al vasto

imperio de una duradera paz interna, prosperidad y un sentido de romanidad de

todas las regiones. A partir del último de los Antoninos, Cómodo, comienza la

decadencia de Roma entendida como guerra civil, disgregación, ruptura de las

regiones con el centro imperial. ”Pero, el gran Inca veía más hondo y más claro. Su

fina penetración de gobernante, conocedor profundo de la organización de las

costumbres y, más que todo, del espíritu de las diversas naciones que componían

201 Op. cit. pág 21

105

el Tahuantinsuyu, le hacían sentir que la esencia disgregadora de su imperio, esa

fuerza que, desde la iniciación llevan en sí todos los procesos de integración

política, estaba ya en el momento de producir sus efectos y de salir a la superficie

en forma de recelos mutuos, de desconfianzas, de odios”202. Tal parece una

reflexión de Marco Aurelio.

Las similitudes con la atmósfera y las prácticas de la corte imperial romana

se multiplican. La imagen recurrente, -en las hazañas de Pachakutik y Huayna

Cápac- de una extrema e implacable crueldad en la guerra seguida de una enorme

generosidad en la fase de la integración política, es típica de la política romana.

Así también el viaje final –capítulo IV- e incompleto de Huayna Cápac rumbo al

Cuzco, repleto de signos romanos: la litera imperial, la alfombra de flores, las

poblaciones que lo aclaman al paso, las libaciones, las asambleas de notables en

los descansos.

Se ha señalado con frecuencia, la importancia que tuvo la red de caminos en

el imperio romano para garantizar el control y la unidad de mando de las vastas

regiones. En el incario, si los canales de riego o los grandes silos propiciaban la

integración económica, la infraestructura vial cumplía además una función de

control político y del imaginario social: el viaje imperial, a la manera de la era

barroca del Rey Sol, era la exhibición del fasto y la magnificencia del poder

imperial, el descenso –vertical- y el desplazamiento –horizontal- del Hijo del Sol.

Decadencia, paso de la épica a la tragedia. Y, a la vez rito, conciencia ritual.

No obstante es allí, precisamente, en la contradicción entre esos dos niveles, donde

emergen las fisuras que fortalecen su aliento literario. Huayna Cápac, sin duda, no

está imaginado en su singularidad sino en tanto personificación ritual del incario.

Si el imaginario indio construía una suerte de sistema solar cuyo centro final era el

Inca, el texto comienza con la imagen solar del Inca que, sin embargo, se plasma en

una figura típicamente novelística: viejo, y un poco cansado, en los brazos de

202 Op. cit. pág 32

106

Paccha. Más, aquella escena es solo un pretexto para presentar la preocupación del

Inca sobre los conflictos y los malos presagios que se ciernen sobre el incario. De la

misma manera, el ritual del Intip Raymi- pintado con magistrales tintas- se abre al

augurio de la tragedia. La dialéctica entre el imaginario ritual y el épico-trágico es

continua pero, en su conjunto, lo ritual se subordina y disuelve en la progresión

trágica.

La evolución trágica construye un montaje alternado no de situaciones ni

acontecimientos sino de percepciones, cuyo sentido es la tragedia final: la división

interna y la amenaza externa. Alternancia e indistinción. Los capítulos V y VI Y VII

construyen esa variación, pero la misma está presente continuamente en los

vaticinios trágicos, en la leyenda de Pachakutik, en las noticias que llegan

continuamente y que se inscriben en la continua confusión de los dos niveles.

En la construcción de la pulsión trágica, el factor catalizador que

desencadena ambos es la muerte del Gran Inca. El ocaso de la vida de Huayna

Cápac es el ocaso del Imperio. El viaje de retorno a Quito, casi un cortejo funeral203,

convierte a la enfermedad de Huayna Cápac en el verdadero trágico augurio que se

consuma con la partición del imperio y que abrirá las condiciones de posibilidad

para la tragedia final de la conquista española. Según Carrión, la partición del

Imperio facilitó la conquista española204, no solo porque debilitó al imperio en las

llamadas guerras fratricidas sino que además hizo de los “hombres blancos y

barbudos”, encarnaciones de Viracocha y aliados de cada uno de los bandos,

debilitando toda estrategia defensiva.

La oposición Huáscar-Atahuallpa –presentada a lo largo de la primera parte

pero concentrada en el capítulo VII, “Huáscar y Atahuallpa”-, se halla también

inserta en el imaginario romano e hispano y en el desarrollo trágico. Las

oposiciones a través de las que se caracterizan y se tipifican a los dos personajes

203 “El viaje de regreso, lento, silencioso, tenía más bien la apariencia de un cortejo funeral”. Op, cit, pág 64 204 “Ese Tahuantinsuyu, que unido bajo el mandato de un solo Inca habría, muy probablemente, resistido y triunfado del puñado de aventureros...” op, cit. pág 70

107

son propias del imaginario hispano –hombría-feminidad, actividad-pasividad,

valor-resignación, tosquedad-delicadeza; mas aún, las cualidades femeninas

cuando las asume un hombre son degradadas en la mayoría de los casos:

afeminamiento, indolencia, cobardía, y enaltecidas en otros: refinamiento, buen

gusto, sensibilidad205- y del romano: emperadores de la paz206 y de la guerra, de la

conquista y la expansión y de la creación de un orden y su afirmación. En la

secuencia de la tragedia, el capítulo VII, final de la primera parte, aparece como su

momento culminante, el de la disgregación del imperio y la guerra civil.

La Segunda parte, mas que un poema épico es un relato de aventuras. En el

largo período de transición de la epopeya a la novela y del héroe épico al personaje

novelesco, el relato de aventuras –las leyendas del Rey Arturo, las narraciones del

amor cortés, la novela de caballería- fue una de las primera formas de la

metamorfosis. El héroe ya no era la personificación de la formación de un pueblo

pero tampoco una subjetividad en desacuerdo con el mundo. De hecho, si el

personaje moderno –un yo que excede al mundo- nace con Madame Bovary,

obligada a encerrar su yo homérico en la estrecha vida rutinaria de la provincia, el

caballero de aventuras, sale al mundo a buscar el escenario para la realización de su

yo. La represión de la subjetividad y el conflicto son así evitados. Pero, la inserción

de la personalidad individual en los avatares de la comunidad –el pueblo- se ha

roto. El héroe y su historia han dejado de ser necesarios. Su historia pierde

entonces la coherencia y necesidad que había alcanzado en el relato homérico y

sobre todo en la tragedia griega, abandona su dramática interna. Ese héroe

anónimo, que ya no representa nada, se encuentra perdido en el mundo: el

205 “Huáscar fue el producto de ese ambiente. Noble, leal, cultivado, hábil descifrador, sabio intérprete y conocedor de las leyendas del incario; practicaba las artes de la orfebrería y del telar”. Op. cit, pág 74. 206 “Huáscar era, en suma, un príncipe preparado para la gobernación de la paz. Príncipe para épocas de remanso, de edades medias, pudiéramos decir: momentos de gran plenitud, en los que los pueblos, tras un potente y agotador esfuerzo fecundo, necesitan –con necesidad vital impostergable- una hora de respiro, de descanso para reponerse y volver a emprender, con nuevas fuerzas, la marcha hacia delante” Op. cit. pág 74

108

vagabundaje ha sustituido a la situación épico-trágica, el azar a la necesidad,

debilitándose así el vínculo sensorio-motriz207.

El vagabundaje ha debilitado el vínculo sensorio-motriz en tanto forma

universal de estructuración del drama. Pero, en cambio, dicho vínculo organiza

cada una de las aventuras que han perdido toda conexión dramática interna y se

articulan entre si por mera sucesión. La situación -la peripecia- global se ha

fragmentado en múltiples aventuras particulares.

El azar de las aventuras es el correlato de la voluntad puramente individual

del héroe que no está movido por ninguna determinación sea épica o trágica, el

destino y/o los dioses. Esa imagen de la extrema libertad individual se corresponde

a la fase expansiva de la nobleza –los segundones, los hidalgos pobres debían

conquistar su propia tierra- e iniciales de la apertura mercantil del cerrojo señorial.

Luego, la libertad individual será la pura forma existencial de la circulación

mercantil universal y de la autovalorización del valor. Alcanzado ese punto, y

correspondiente con una nueva estructuración del mundo en unidades económicas,

la libertad individual, existente de manera formal en el mercado, será confiscada

por la explotación en el orbe de la producción: conflicto que será resuelto por la

lógica de la situación dramática. Entonces, la libertad total solo existirá en los

vagabundos. Los hidalgos pobres y los vagabundos tendrán el mismo contenido de

libertad.

La segunda parte de “Atahuallpa” está en gran medida organizada bajo la

estructura del relato de aventuras. El primer capítulo, el VIII, Plus Ultra, nos pinta

precisamente una atmósfera de hidalgos pobres de la región más pobre de España

–Extremadura- atravesados por el sueño de la gran aventura por el mar y al otro

207 La novela decimonónica y el cine de acción norteamericano desarrollarán ese vínculo en la secuencia descrita por Giles Deleuze Situación-acción-situación inicial transformada (SAS´), en la que la situación violentada impregna al personaje que en determinado momento reacciona y desencadena el juego de acciones que lleva a la transformación de la situación. El neorrealismo italiano debilita el vínculo sensorio-motriz por una suerte de vagabundeo de la percepción. El vagabundeo del caballero de aventuras del medioevo rompió la necesidad interna de la épica y, sobre todo, de la tragedia griega, y la reemplazo por el azar del vagabundo.

109

lado del mar. Y será la moral y la visión de hidalgos208 pobres la que organice el

sentido de las aventuras y el curso y el ritmo del conjunto del libro.

Los capítulos siguientes narran aventuras que se sucedían al azar,

gobernadas por una implacable adversidad, un signo fatídico –malla burocrática,

inclemencia de la selva y del trópico, tormentas, lluvia, paludismo, cieno, los

farallones andinos, los dardos envenenados de los indios- y la voluntad

(sobre)humana que resistía y vencía. Sin la magnificencia vegetal y mineral de

“Argonautas de la Selva” se muestra la misma confrontación entre naturaleza y

hombre, voluntad trágica y libertad humana.

La pareja libertad-azar cristaliza sobre todo en los momentos decisivos de la

aventura. El primero, el más famoso de todos, el episodio de la Isla del Gallo,

cuando Pizarro trazó la línea divisoria entre el Norte del gusto y también de la

pobreza y el Sur de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de las desnudeces,

de los aguaceros y los desamparos209, pero también de la riqueza y de la gloria. El

segundo repitió la misma encrucijada cuando se disponían a trepar la Cordillera,

rumbo a Caxamarca, y Pizarro los obligó a escoger de nuevo entre seguir o retornar.

En ese instante, además, Pizarro al igual que Hernán Cortés se jugó el todo por el

todo. Sin esperar refuerzos, con sólo 177 hombres se lanzó al enfrentamiento

decisivo y definitivo, contra un poderoso imperio, cuyo nuevo emperador,

Atahuallpa, estaba en el momento triunfal de su poderío, luego de derrotar a

Huáscar: “Da frío al examinar este momento clímax de la conquista del

Tahuantinsuyu. Es inhumano, por lo demasiado heroico. Excede –como casi

siempre lo español en la historia- las posibilidades razonables y claras de la

lógica”210.

He allí el relato de aventuras en toda su magnitud: el azar y la voluntad

humana que se enfrenta a una fuerza abrumadoramente superior. La conquista

208 En “Ecuador: Drama y Paradoja”, Benites Vinueza realiza el elogio del hidalgo: op. cit. .pág 102 209 Expresiones de William H. Prescot en su libro “Historia de la conquista del Perú”y tomadas por Carrión. Op, cit, pág 122

110

española del Tahuantinsuyo fue, en ese relato de aventuras, una serie de

coincidencias que solo se sostuvieron en la libertad absoluta de Pizarro, ese

porquerizo de Extremadura que vivía la ética española en toda su profundidad –

siempre son los personajes marginales de las clases dominantes los que viven su

ideología en toda su pureza-.

Francisco Pizarro era la forma socialmente degradada del hidalgüelo pobre:

bastardo, porquerizo y analfabeto. Los hidalgos eran los dos Hernando, de Soto y

Pizarro, el hermano mayor de Francisco, el hijo “legítimo” del viejo capitán

extremeño, Gonzalo Pizarro. De allí que su relación con el azar de la aventura sea la

de la apuesta del tahúr-soldado de tercios211. Y de allí que, en el momento decisivo,

el de la resolución sobre la muerte de Atahullpa, sea la del bastardo frente a la

hidalguía de los dos Hernado, de Soto y Pizarro. Carrión, hidalgo él también, vacila

frente a su personaje, a quien describe como “Este hombre casi viejo, cuya

tenacidad ha sido pocas veces igualada en la historia del hombre”212, y a quien

intenta mostrarlo en principio capaz de morir para defender a Atahuallpa213 y luego,

participe del juicio grotesco en que se decidió su muerte pero, luego del cual, lloró

de vergüenza –“Pedro Pizarro ha visto a su hermano Francisco con los ojos en

lágrimas al salir del tribunal asesino...”214.

El imaginario del hidalgo pobre –el hidalgo por antonomasia- organiza el

sentido y la forma del texto. También, por supuesto de la tercera parte.

Caxamarca, la plaza del sacrificio. El paso del tiempo cíclico al tiempo

irreversible de la Modernidad, de la epopeya y la tragedia a la novela y al drama, de

210 Op. cit. 145 211 Op. cit. pág 181 212 Op, cit, pág 135 213 Después de gritar “El que estime en algo su vida, que se guarde de tocar al indio” es herido: “Y la única sangre vertida en esa jornada oscura y brutal, fue la del Gobernador don Francisco Pizarro, quien recibió un mandoble por proteger con su cuerpo el cuerpo del hijo del Sol”. Op. cit. pág 178. 214 Op. cit. pág 188

111

la categoría del destino al de la libertad humana, fue también el paso, según

Claude Levy Strauss, del ritual al juego. Estructuras opuestas los diferencian: en el

ritual hay dos antagonistas de fuerza disimétrica –víctima y verdugo- que se

enfrentan en un proceso cuyo texto está escrito de antemano. En el juego –quién

dice juego dice combate-, dos antagonistas iguales se enfrentan en una batalla de

resultado incierto.

La España de la conquista vivía la transición de una época a otra –el peculiar

comienzo de su Modernidad- y quizá el arte del toreo exprese de mejor forma esa

transición. En efecto, los toros son a la vez, ritual de sacrificio y combate.

El encuentro de Cajamarca enfrentó dos cosmovisiones distintas, la una

marcada por el ritual del sacrificio, la otra por el combate a muerte, el ascenso a los

extremos, el vértigo infinito en que, según Hegel, “vence quien no tiene miedo a la

muerte”: Pizarro fue, sin duda, una clásica metáfora de la tesis hegeliana.

Pero, los indios no fueron vencidos porque tuvieran miedo a la muerte. Su

cosmovisión era distinta a aquella que organiza la visión hegeliana del mundo. La

conciencia de la muerte es una categoría metafísica que funda al individuo.

Los indios no eran individuos sino pueblos, cuya humanidad entera cristalizaba en

la persona del curaca y del Inca. El imaginario indio se presenta como un universo

cerrado y extremadamente concéntrico, ordenado en círculos centrípetos en torno

al Sol y el Rey-Sol. La ruptura del núcleo concéntrico desata las fuerzas centrífugas.

Sin duda, una vez apresado Atahuallpa, los indios huyeron despavoridos “... como

rebaño de corderos, acosados por perros (...) la fuga medrosa, agazapada de los

indios desconcertados que nada comprendía, que acaso hacían subconsciente

resistencia para comprender”215...

Desde la perspectiva literaria, Carrión hizo un enorme esfuerzo por

presentar esa cosmovisión. Quizás una de las mejores partes del libro, sea aquella

215 Op. cit. pág 178-79

112

en que las dos cosmovisiones se ponen en contacto, se aproximan, pretenden

dialogar, se rozan... Fiel a la forma narrativa, Carrión no realiza interpretaciones de

las mismas, las muestra en escena, en especial en aquella que transcurre en el

barco en el que viajaban algunos indios de Esmeraldas y Tumpis216. Las muestra,

sin duda, a través de la percepción española que se asombra de lo que Yuri Lotman

denomina monolingüismo, propio de la cosmovisión mitológica, esto es “... los

objetos de este mundo se describen a través de este mismo mundo construido del

mismo e idéntico modo”217. Visión fundada en la identificación y el reconocimiento

inmediatos del hablante con su mundo y que le impide tomar la distancia frente al

mismo, propia del discurso occidental, la construcción de un metalenguaje para

referirse al objeto, la ironía, el humor, la pluralidad de las emociones. Entre el indio

y su mundo –el mismo como parte del mundo- existe una identidad ontológica y

necesaria que recusa la visión de lo contingente y del azar. El imaginario de los

indios se les aparece a los personajes-conquistadores del texto, y a través de ellos, a

nosotros, como un universo plano y simple y, a la vez, cerrado, cifrado e

indescifrable.

En Caxamarca, la audacia de los españoles rompió el universo cerrado y

concéntrico de los indios y desencadenó el hecho incomprensible de la derrota de

un vasto y poderoso imperio por la acción de un puñado de aventureros. Tal

parecería que el imperio se derrumbó por un tingazo como un castillo de naipes.

Allí en Caxamarca se habrían enfrentado el azar y la necesidad, la aventura

individual y el ritual de grandes masas, el inexorable derrumbe y la apuesta

triunfal.

Hernán Rodríguez Castelo se queja de la desproporción entre la figura de

Huayna Cápac y la de Atahuallpa “... muy pequeño, desproporcionadamente

216 Op. cit. Capítulo X, “Tierra Ajena”, págs 114-115 217 Lotman, Yuri: “Semiótica de la cultura”, Ediciones Cátedra, Madrid, 1979, pág 112.

113

pequeño ante su padre”218 y que, según él, impide que la tragedia –en especial su

capítulo final- alcance una mayor fuerza trágica.

Creo que la correcta apreciación de Rodríguez Castelo, expresa un equívoco

central de la obra. Atahuallpa no (re)construye personajes en su primera parte. En

términos de rigurosa composición narrativa, Huayna Cápac es el personaje central

de la primera parte. La narración se desarrolla desde su punto de vista. Más, desde

una perspectiva estrictamente narrativa, Huayna Cápac no es un gran personaje,

como sugiere Rodríguez Castelo. Por el contrario, es un personaje plano, el héroe

positivo del realismo socialista. Construido en términos apologéticos –el sabio, el

mas grande, el más valiente, generoso, clarividente, inteligente de la América

entera, etc., etc.219- no presenta matices ni facetas. Es de hecho, un héroe de

epopeya metido a la fuerza en una narración moderna. Sorprende, en verdad, el

exceso de epítetos que designan a Huayna Cápac, tal que las invocaciones bíblicas o

coránicas, que deben añadir al nombre evocado, una o varias jaculatorias a manera

de estribillo.

Huayna Cápac no es un personaje. Es la personificación del esplendor del

Incario. Atahuallpa, en cambio, es la personificación del derrumbe, el corolario

final, el apéndice. Rodríguez Castelo lo intuye: “A no ser que se tome ese nombre,

mas que como la personalidad del inca quiteño, como el momento histórico del

choque de dos mundos, del derrumbamiento del uno ante la audacia del otro”220.

Esa caracterización de Huayna Cápac, no es, por supuesto, una falta en la

capacidad narrativa de Carrión. Era la única posibilidad de construir una figura

histórica de una sociedad ajena al escritor y no configurada sobre una red de

relaciones intersubjetivas. Carrión pretende incluso singularizarlo en torno a la

oposición historia-intimidad: cuando Huayna Cápac, enfermo, decide regresar a

morir en Quito y designa a Atahuallpa emperador de estas tierras: “No, Huayna

218 op. cit. pág 11 219 “...del hombre mas de la América precolombina. (Y yo afirmaría simplemente: de la América)”. Op. cit, pág 69

114

Cápac no hizo testamento de conquistador. Menos aun un testamento de estadista.

Hizo obra de hombre; de hombre amoroso y sensible, grande en sus afectos como

en todas sus cosas. Y también –él estaba seguro de ello- obra de justiciero”221.

Francisco Pizarro es, por supuesto, desde una perspectiva narrativa, un

personaje más rico de matices, de mayor complejidad interior. Pero, tampoco

alcanza a ser un personaje redondo222. No es, por supuesto, un personaje moderno,

cuya tensión dramática surge del conflicto entre un mundo degradado y su

subjetividad que lo excede. Es el personaje de la novela de aventuras que busca un

mundo descomunal donde realizar su yo. Por eso no está construido en su

interioridad sino en la objetividad de los hechos. Carrión incluso inscribe esa

pecualiaridad de la forma del relato de aventuras en la idiosincrasia del personaje.

“Pizarro, como casi todos los grandes conductores de hombres a la muerte, -con

derrota o con triunfo-, era de pocas palabras. Solo los hechos hablan de la épica

gestión del capitán”223.

“Atahuallpa” enfrenta dos universos económicos, sociales y políticos, dos

imaginarios, dos cosmovisiones a través de la grandeza de dos personajes: Huayna

Cápac y Francisco Pizarro. Al final, la grandeza del bastardo se impuso sobre la

grandeza del Rey Sol. El mestizaje fue eso, según Carrión.

La escoria de España -en rigor, el único lugar donde se concretó la ideología

caballeresca224- fue el factor de universalización: “Fueron ellos: Hernando, el

orgulloso primogénito, fiero de su legitimidad; Gonzalo y Juan, bastardos como

220 op. cit. pág 12 221 op. cit.pág 65 222 La oposición entre personajes planos y redondos es de E.M. Foster y define a personajes caracterizados por una sola emoción o carácter, una suerte de estereotipo, a aquellos que viven una gama de emociones y sentimientos contradictorias, una compleja vida interior. 223 Op. cit. pág 145 224 Aquella referencia, hecha en términos despectivos y pretendidamente crítica, de que a Américo vino la escoria –analfabetos, porquerizos, presos y perseguidos- es una estupidez: la sola aventura del viaje y la conquista afirma una fuerza muy grande. La violencia de la conquista y de la colonización es un hecho

115

Francisco, pero hijos de distintas madres; y Francisco Martín de Alcántara, hijo

de la madre de Francisco Pizarro y de otro padre... Este enredo de sangre, esa

múltiple participación de semen y de útero para producir más amplia

fraternidad, nos prefigura ya la taumaturgia de la colonización y la conquista

por España, la nación generosa de su sangre; la que reconociendo la fuerza

de la tierra materna de América, le envió la fecundación viril para

universalizarla”225.

Al final, el gran fresco del mestizaje torna también al imaginario de

Vasconcelos.

La moderna historiografía ha cuestionado muchas de las tesis de

“Atahuallpa”, incluso una de las más importantes de todas, aquella de la

quiteñidad de Atahuallpa, quien habría sido del linaje cuzqueño226, y que fundó el

nacionalismo quiteño y ecuatoriano de Carrión y de la época. La obra, empero, no

se juega en ese nivel. La forma del libro -la primera parte, ritual y trágica, la

segunda, un relato de aventuras, en la tercera, el imaginario de la aventura se

impone sobre el ritual trágico- organiza su sentido: la pretensión de (re)fundar el

Ecuador en torno al proyecto nacional mestizo.

objetivo, no imputable al carácter individual de los conquistadores: también los sabios y letrados hicieron lo mismo. 225 Op. cit. pág 133. La negrita es nuestra. 226 Según María Rostworski, citado por Galo Ramón, Atawalpa “...pertenecía por su madre a la panaka de Hatun Ayllu del difunto inca Pachakutec d mientras Wascar pertenecía por su madre a la panaka Cápac Ayllu del difunto inca Túpac Yupangui. Ver Ramón, Galo: “El poder y los norandinos”, pág 218. Galo Ramón, resta importancia a la tesis, pues le parece más importante indagar las razones que crearon la leyenda de Atahuallpa, inca quiteño y las encuentra en la unificación de los pueblos indios norandinos en el marco de la lucha dinástica.

116

Biografía cívicas e Historiografía

Amén de los tres textos fundamentales que hemos analizado –“La Hoguera

Bárbara”, “Los Argonautas de la selva”, “Atahuallpa”- sus autores escribieron otras

biografías significativas sobre Miguel de Santiago”, Eugenio Espejo, José Mejía

Lequerica, García Moreno227.

Junto a dichas biografías, consideradas las mejores del género, el período

registra una abundancia significativa de las mismas.

Augusto Arias señaló que la biografía –la literatura de la historia- tuvo un

gran auge en el período, similar al de la novela. Las mismas condiciones sociales y

políticas que estimularon la novela promovieron la biografía.

Cabe señalar, sin embargo, que la biografía había alcanzado cierto desarrollo

para la época. La invención del país, empresa objetiva gestada por la Independencia y

la fundación del Ecuador, demandaba resaltar las figuras de la historia patria,

parte importante de la “pedagogía de la nación”. La fundación de la República y la

historia política del Estado eran la cantera que proveería de los personajes cívicos.

En el período de 1.900 a 1.930 se mantuvo la tendencia gestada en el siglo

anterior. Una mirada a las biografías del período de la generación del 30, muestra

varias diferencias, una de las cuales fue la elección del personaje. En efecto, en es

227 Pareja, Alfredo “Vida y leyenda de Miguel de Santiago”, México 1952 Benites Vinueza, Leopoldo: “El zapador de la colonia”, Edit. Vicente Rocafuerte, Guayaquil, 1941

“Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo”, Precursores, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito-Puebla, Cajica, 1960, “José Mejía Lequerica”, Precursores, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito-Puebla, Cajica, 1960

Carrión Benjamín, “El Santo del patíbulo”, Editorial Fondo Cultura Económica, México, 1959.

117

período, hubo un relativo desplazamiento de las figuras del aparato de Estado hacia

las de la sociedad.

Así, junto a la de los próceres clásicos se incluía por fin una de Manuelita

Sáenz228, y otras de los más significativos escritores del Siglo 19, en especial Juan

Montalvo, y, acorde con el insurgente nacionalismo mestizo de la época, las de los

jefes indios de la resistencia, Atahuallpa229 y Rumiñahui230, y junto a la de Leopoldo

Benites, otra de Orellana, la de Miguel Albornoz. Por otra parte, si bien, coherente

con el liberalismo triunfante, se escribieron las biografías del General Julio

Andrade231, Pedro Moncayo232 y, por supuesto, de Eloy Alfaro233; y, a la vez como

expresión de la revitalización del pensamiento conservador, las de García Moreno234,

gestándose una suerte de duelo entre las dos figuras; cabe insistir, sin embargo, en la

presencia, de manera peculiar, de un alto grado de biografías de escritores, artistas,

políticos y jurisconsultos, e historiadores: Montalvo, Eugenio Espejo, Miguel de

Santiago, Luis A. Martínez, Olmedo, Luis Felipe Borja, Manuel J. Calle, Fraile Vicente

Solano, Federico Proaño, Remigio Crespo Toral Gonzáles Suárez, Pedro Fermín

Cevallos... 235.

El santoral laico del Estado se fue colmando de figuras de la sociedad civil.

Esa original situación no debe llamarnos a engaño. En el Ecuador, el peculiar

sobredesarrollo del aparato de Estado respecto de la sociedad, gestaba esa suerte de

misión del Estado: educar a la sociedad. El movimiento cultural de los 30 que fuera

228 Varias, una de Alfonso Rumazo, otra de Jorge Pérez Concha. 229 La de Neptalí Zúñiga 230 Las de Rumiñahui de Gonzalo Rubio Orbe y Enrique Garcés. 231 Eduardo Martínez tiene una y José M. Leoro, otra, “El Bayardo”. 232 De José María Leoro. 233 Las de Alfredo Pareja, “Hoguera Bárbara”, de Jorge Pérez Concha, Wilfrido Loor, Francisco Guarderas. 234 De Wilfrido Loor y del cubano Roberto Agramonte 235 Las de Montalvo en especial, entre las que destacan la del historiador Oscar Efrén Reyes y las de los escritores Gonzalo Zaldumbide y Gustavo Vásconez Hurtado. Pero, también las de Luis, A. Martínez, de Augusto Arias, el “Eugenio Espejo, médico y duende” de Enrique Garcés, dos del jurisconsulto Luis Felipe Borja, de Alfredo Jácome y Gonzalo Rubio Orbe, la de Manuel J. Calle de Oscar Efrén Reyes, y sendos estudios biográfico-críticos de Fray Vicente Solano y Federico Proaño, de Victor Albornoz, y de Olmedo, Remigio Crespo Toral por Vicente Moreno Mora. La vida González Suárez, de Nicolás Jímenez, del período anterior, y del presente, la de Tarquino Idrobo y la citada de Pedro Fermín Cevallos, de Augusto Arias

118

parte decisiva del movimiento democrático-revolucionario que culminara en la

llamada revolución popular del 44, produjo una teoría sui generis: la salvación del

Ecuador por la cultura. La “pedagogía de la nación” se expresó así en una activa

política cultural del Estado. ¿Cabe mejor orientación de la misión del Estado que la de

educar a la sociedad en sus propias figuras?.

Hemos señalado que, de acuerdo a la clasificación de Carrión, si la biografía-

novela se inscribía preferentemente en los esfuerzos por desplegar la anamnesis, la

biografía historiográfica era, sin duda, la forma predominante de la biografía de

finalidades cívicas.

Si bien, a pesar de los esfuerzos por construir grandes mitos que sedimenten

la memoria colectiva del pueblo ecuatoriano, las grandes biografías de Pareja,

Benites Vinueza, Carrión no pasaron la prueba y, a la postre, fueron

funcionalizados por el memorial cívico oficial, la forma narrativa fue, sin duda, la

forma del imaginario de la sociedad, en tanto la historiografía era la forma del

imaginario del Estado.

119

V. La Escuela de Gonzáles Suárez

En “Historia de la narrativa y narrativa de la historia”, señalábamos el

hecho singular de que la principal historia escrita en los albores del siglo haya sido

la del Obispo de Quito, Federico Gonzáles Suárez, principal figura de la

reconciliación liberal conservadora.

La “Historia General de la República del Ecuador” de Gonzáles Suárez

marcó, según la actual historiografía académica, un hito decisivo. De hecho, fundó

la historiografía moderna del Ecuador. Signada por el positivismo, introduce el

análisis, las técnicas documentales, el criterio de objetividad fundado en la prueba

de los hechos. En las entrevistas constantes en los Anexos, el historiador Carlos

Landázuri señala que la “Historia General de la República del Ecuador” fue una

revolución en la historiografía de su época (...) una triple contribución./ En primer

lugar, renueva o propugna una revolución técnica de los estudios históricos, porque

es el que inicia en el Ecuador la Arqueología científica como método para estudiar

la historia antigua, la historia aborigen; es el que introduce la paleografía para

entender y criticar los documentos coloniales, especialmente de los dos primeros

siglos coloniales y junto con la paleografía, la crítica documental a la manera de la

historiografía europea del Siglo XIX positivista y el establecimiento explícito de un

criterio histórico” 236.

Luego de la “Historia del Reino de Quito”, escrita en el siglo XVIII por el

jesuita Juan de Velasco, singular intento por dotar de grandeza y de orígenes

míticos a los territorios de Quito y a la conciencia criolla, advino un período vacío

236 Ver Anexos, pág 31.

120

prolongado. La Independencia no gestó de inmediato una reflexión histórica o su

propia crónica. La historia de Pedro Fermín Cevallos –Resumen de la Historia del

Ecuador- cubre todo el Siglo XIX.

La historia surgiría de los informes de las figuras de los distintos regímenes

que pretendían justificar su actuación, de las biografías que empezaron a surgir a

partir de la segunda mitad del Siglo XX y que cobrarían fuerza en la época de la

Sociedad jurídico-literaria y de las reflexiones jurídicas. Pedro Fermín Cevallos fue

Ministro de Gobierno de Urbina, autor de unas “Instituciones de Derecho Práctico

ecuatoriano”, Ministro de la Corte de Justicia.

Gonzáles Suárez, además, organizó las estructuras institucionales y

académicas de la investigación histórica. Fundó el 24 de Julio de 1.909 la Sociedad

Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos que luego, mediante resolución de

1.922 del Gobierno Nacional, se convirtió en la Academia Nacional de Historia.

Luego de Gonzáles Suárez, la Academia ha sido presidida por notables intelectuales

conservadores y de la gran aristocracia quiteña: Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos

Manuel Larrea, Julio Tobar Donoso.

En su estudio “La historiografía ecuatoriana durante la República”237,

Gabriel Cevallos García si bien coloca a la “Historia General de la República del

Ecuador” de González Suárez como uno de los tres grandes monumentos de la

historiografía decimonónica –los otros dos son las Historias del Padre Juan de

Velasco y de Pedro Fermín Cevallos- describe la historiografía ecuatoriana del Siglo

XX casi en su totalidad en torno a lo que hemos denominado “escuela de González

Suárez”, sin nombrarla específicamente desde luego.

Cevallos García clasifica la historiografía sigloventina en una corriente

central y cuatro confluentes. La corriente central fue, según dicha taxonomía, la de

237 Varios: “Arte y Cultura (Ecuador 1830-1980)”, Corporación Editora nacional, 1980, pág 159-173

121

González Suárez y sus principales discípulos: Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos

Manuel Larrea, José Gabriel Navarro, Isaac J. Barrera. Julio Tobar Donoso y

otros238. Las otras escuelas, confluentes con el tronco central, habrían sido, la

historia religiosa, la historia de la cultura y el arte, “... la que realizaron los autores

de historias del Ecuador y, por fin, la que está constituida por textos de

enseñanza”239. Pero, contadas raras excepciones, la mayoría de autores

mencionados pertenecen también a la “escuela de González Suárez”, con notable

presencia de sacerdotes. Al final, hace mención a los documentalistas, a quienes

denomina trabajadores de la subestructura de la historia”, también de dicha

escuela.

Durante buena parte del Siglo XX, la Academia Nacional de Historia detentó

el monopolio de la investigación académica, de corte positivista, gracias a su

monopolio de acceso a los Archivos y a las fuentes. Frente a la misma, la historia

liberal y de izquierda aparece como mera reinterpretación, historiografía no

científica ni objetiva sin mayor investigación documental, historia ideológica

entregada al combate político. Gabriel Cevallos García no la registra siquiera.

5. 1. Historia colonial:

Revalorización de la herencia hispana y “prehistoria”.

238 Entre los miembros de la escuela se encuentran: Luis Felipe Borja, Alfredo Flor y Caamaño, Cristóbal de Gangotena y Jijón, Jacinto Jijón y Caamaño, Isaac J. Barrera, José María Lewy Rodas, Carlos Manuel Larrea, Luis Robalino Dávila, Aníbal Viteri, Wilfrido Loor Moreira, Alfonso y José Rumazo Gonzáles, Juan León Mera, José Gabriel Navarro, el padre José Maria Vargas, el padre Vacas Galindo, Carlos de la Torre Reyes... Ver Anexos. Jorge Núñez coloca a Isaac J. Barrera, Luis Robalino Dávila, a pesar de su pertenencia a la Academia Nacional de Historia, en una generación intermedia entre conservadores y liberales que “... mas que justificar una tendencia política quiere entender los orígenes de la nación...” 239 Op. cit. pág 167.

122

En el siglo XIX y por el recuerdo fresco de las batallas de la independencia, el

imaginario aristocrático y conservador, tomó distancia frente a la herencia hispánica.

Juan León Mera, uno de los más brillantes escritores conservadores, autor del Himno

nacional, cuya letra es una dura critica de la España colonial, es quizá el ejemplo de

esa desgarradora ruptura en la formación hispanista de la aristocracia y de los

conservadores ecuatorianos. Uno de los mas conocidos historiadores conservadores e

hispanistas del Siglo XX, Gabriel Cevallos García240, responsabiliza al “...

antiespañolismo generado durante las querellas independistas...” que “ el máximo

constructor del país, don Gabriel García Moreno, (quien) sin reparo llegó a tratar con

un diplomático el protectorado de Francia sobre el Ecuador”241.

Sin embargo, en el Siglo XX, una vez que las heridas de la Independencia

habían cicatrizado y la aristocracia conservadora tenía nuevos y más inmediatos

oponentes, el hispanismo resurgió como el horizonte de afirmación e identidad de las

elites aristocráticas y conservadoras. Mas aun, el hispanismo fue convertido en arma

de batalla contra el americanismo y nacionalismo mestizos que surgían por toda

América y que en el Ecuador tomaban una extendida carta de naturalización en la

generación de los 30.

En las entrevistas constantes en los Anexos, Jorge Núñez señala que “... casi

todos esos jóvenes discípulos de Gonzáles Suárez son prominentes miembros de las

familias conservadoras y terratenientes de la Sierra. ¿Qué es lo que está ocurriendo?.

Ocurre que los liberales les han quitado el poder político, entonces los conservadores,

la clase terrateniente, privados del poder político y sin posibilidad de ganar en lo

militar porque eran sucesivamente derrotados por el ejército alfarista en todas las

rebeliones y alzamientos que ellos planteaban. Entonces, la clase terrateniente, los

intelectuales de esta clase se proponen rescatar para sí el poder intelectual, el poder

de la cultura y en ese afán crean la escuela de Estudios Americanos. / Es decir, se

240 Gabriel Cevallos García es una suerte de heredero y continuador de la escuela de Gonzáles Suárez. Su obra fundamental es “Reflexiones sobre la historia del Ecuador”. Otros textos “Filosofía de la Historia”, “De aquí y de allá” “Entonces fue el Ecuador”,”Sacrificio”, “Federico Gonzáles Suárez”, “Evocaciones” y múltiples artículos en libros y revistas.

123

dicen, ustedes tendrán el poder, ustedes serán dueños de la cotidianeidad pero

nosotros vamos a ser dueños de la Nueva Historia. Nosotros vamos a meternos con

detenimiento a estudiar nuestro país. No es una cosa maniquea, no vamos a falsificar

la historia pero, nosotros tenemos el intelecto, ustedes tienen la fuerza y vamos a

construir una cultura histórica alrededor del país”242.

En dichas entrevistas, y en una perspectiva en algún modo distinta, Carlos

Landázuri señala que lo que él denomina la Escuela histórica conservadora,

dominante durante toda la primera mitad del Siglo XX, fue un producto del pacto

liberal-conservador “... los gobiernos liberales en una jugada muy curiosa, pero

típicamente muy ecuatoriana, lejos de apoyar a una serie de intelectuales e

historiadores progresistas, liberales, contestatarios, que hubieran estado mas bien de

acuerdo con la teoría de los liberales, apoyan y pactan, precisamente, con

historiadores que son menos peligrosos, mas tradicionales y entonces, son los

gobiernos liberales quienes auspician la creación de una historiografía conservadora”.

Es la primera razón del triunfo de la dominación de la Academia Nacional de

Historia”243.

En esa perspectiva podríamos señalar que mientras el ala derecha, oficial, del

liberalismo apoyaba la historiografía conservadora, el ala izquierda emergía en el

seno de los imaginarios mestizos y narrativos de la “generación del 30” que se

autoconsideraba socialista. Así, en tanto la derecha afirmaba la identidad

nacional en el hispanismo244, la izquierda –alfarista y socialista- lo hacía

en el americanismo y el nacionalismo mestizos.

En las entrevistas constantes en los Anexos, la historiadora Rosemary Terán

señala con gran agudeza que la ““Historia General de la República del Ecuador” es

241 Cevallos García, Gabriel: “Reflexiones sobre la historia del Ecuador”, Edición conjunta de la Universidad del Azuay y de la Casa de la cultura, Núcleo del Azuay, Cuenca 1960, pág 85. 242 Ibíd. Pág. 5 243 Ver Anexos, pág 32

124

una historia colonial: “Es impresionante lo que él hace porque se plantea hacer una

Historia General de la República del Ecuador, y esa historia general se convierte en

realidad en una historia de la época colonial y esto es muy ilustrativo”245. A la par,

señala que la reivindicación de la colonia fue el eje de la estrategia conservadora:

“Los liberales mas bien valoraron el tiempo de la independencia situada en otro

escenario, la superación de la época colonial (...) y los conservadores adoptan la

época colonial como tema de estudio”246.

Esa paradoja o contrasentido entre las categorías de Historia de la República

del Ecuador e historia colonial, época en la que en rigor no existía la República

del Ecuador, nos revela el proyecto político-ideológico de la “Escuela de Gonzáles

Suárez”: se traba de fundar la identidad ecuatoriana en la herencia hispana. Varios

miembros de la escuela realizaron actividades tendientes a ese objetivo: Julio Tobar

Donoso escribió “La Iglesia modeladora de la nacionalidad” que se remite a las

instituciones hispánicas y eclesiásticas surgidas en la colonia, cuando no existía la

supuesta “nacionalidad ecuatoriana”; la tesis del centro histórico de Quito como

patrimonio cultural, fue promovida por Jacinto Jijón y Caamaño247 cuando era alcalde

de Quito248.

Si bien central, la temática colonial no fue la única. Importante papel

desempeñará la historia antigua, denominada “prehistoria” por Gonzáles Suárez y

que dio lugar a los estudios arqueológicos de la escuela, entre los que destacan los de

Jacinto Jijón y Caamaño. Galo Ramón249 ha señalado los cambios entre la visión

americanista del Padre Juan de Velasco y del primer Gonzáles Suárez250 y la del

244 Y en el cosmopolitismo en general. Gonzalo Zaldumbide arremetía contra el “americanismo” en nombre del carácter cosmopolita de la literatura. Por entonces, el epicentro cosmopolita residía en París. 245 Ver Anexos, pág 23 246 Ver Anexos, pág 23. 247 Jacinto Jijón y Caamaño, historiador, arqueólogo, pensador brillante, jefe del Partido Conservador y de la aristocracia, fue uno de los defensores más brillantes de la herencia y la tradición hispanas, consideradas por él como la sustancia de nuestra nacionalidad. 248 Rosemary Terán en la entrevista citada señala que buen Guillermo bustos quien propuso esa interpretación de la “revalorización del Centro Histórico”. 249 Ramón, Galo: “El poder y los norandinos”, ED. Centro Andino de Acción Popular, Quito, 1990. 250 El que publicó en 1878 “El estudio histórico sobre los Cañaris”. Ver Ramón, Galo: op. cit. pág 42

125

Gonzáles Suárez maduro251 y subraya varias razones para ese cambio: la influencia del

pensamiento europeo, en su vertiente de liberalismo católico y de Jiménez de la

Espada y el Marqués de Nadaillac en especial, y que le “... prestarán la categoría

buscada: “La prehistoria... ”; la imposibilidad de aplicar el criterio historiográfico de

las fuentes escritas que fueron prescritas como una de las condiciones por la

concepción europea surgida en el siglo XVIII para calificar a una sociedad de

histórica; y su convicción de que la historia del Ecuador y de América comienza con la

“... subyugación de los indios por los españoles”252

El resultado de esa doble tenaza – valorización de la herencia hispánica forjada

en la colonia – y desvalorización de los pueblos indios por su inexistencia histórica,

tanto en el pasado como el presente, fue la de enfrentar, con la revalorización de lo

hispano, el nacionalismo mestizo que reivindicaba la herencia india y la participación

de los pueblos indios en la construcción del Ecuador. El racismo de Gonzáles Suárez

fue extremo: “En cambio, los indios ni son católicos ni tienen iniciativa, su destino

final será su incorporación a la civilización o su envilecimiento total”. Ramón cita

una Pastoral de Gonzáles Suárez en las que dice “... mientras el indio conserve su

lengua materna propia, su civilización será moralmente imposible...”253.

Proyecto político y disciplinas científicas

Ahora bien, ese proyecto político fundado en la revalorización de lo hispánico

se expresó de manera categórica en el problema de los métodos de la historiografía

llamada científica. En primer lugar promovió el nacimiento y desarrollo de la

Arqueología, de la Paleografía y de lo que Gonzáles Suárez denomina “crítica

histórica ilustrada”254 . El surgimiento de la Arqueología en el Ecuador, bajo el

251 El que publicó en 1902 “Polémica sobre el estado laico”. Op. cit. pág 43 252 Op. cit. pág 44-47. 253 Ramón, Galo, op. cit, pág 47- 48 254 Carlos Landázuri la denomina “crítica documental a la manera de la historiografía europea del Siglo XIX positivista” que junto con el establecimiento explícito de un criterio histórico” forma una de las tres

126

estímulo de la escuela de González Suárez, correspondió a esa visión, pues la

prehistoria requiere de “... las investigaciones de las ciencias auxiliares de la

historia”255, y solo la arqueología permite el estudio de las sociedades sin historia

(escrita). A la vez, la paleografía era la ciencia que permitía estudiar los documentos

coloniales. Y la “crítica histórica ilustrada” era el criterio histórico que permitía

discriminar la validez y el auténtico sentido de los documentos. Las tres

contribuciones a “... la revolución de la historiografía de la época” que, según Carlos

Landázuri, gestó la obra y la escuela de Gonzáles Suárez, fueron una exigencia del

proyecto político conservador.

La argumentación de Gonzáles Suárez y su escuela es, sin duda, sorprendente:

Traducen la violencia, el genocidio real y cultural de la conquista y de la colonización

españolas, y la opresión nacional a los pueblos indios durante la República tanto en

un discurso historiográfico cuanto en categorías metodológicas y disciplinas

científicas: la Arqueología, la Paleografía y la Crítica documental. El cientificismo

positivista de la escuela de Gonzáles Suárez fue al arma de legitimidad académica de

la aristocracia conservadora. No hay como separar las disciplinas y la metodología y

técnicas historiográficas de la concepción y del proyecto políticos, elogiar los unos y

cuestionar los otros: ambos están indisolublemente unidos. Huelga decir que tal

verdad no cuestiona los grandes desarrollos y contribuciones que las investigaciones

arqueológicas y de los documentos coloniales hicieron al conocimiento del Ecuador.

Gabriel Cevallos García, conspicuo heredero de la escuela, si bien partió de ese

horizonte político-metodológico trató de relativizarlo. En principio sostiene que “... La

arqueología es, pues, el brazo secular o la palanca de primer género de la

prehistoria...”256 y que “... pocas como la arqueología pueden mantenerse tan

rudamente separadas de la entraña lógica de la historia”257. Mas aún, la arqueología –

¿ciencia natural?- produce clasificaciones que “... nada tienen que ver con los juicios

contribuciones de Gonzáles Suárez a la historiografía ecuatoriana. Las otras dos son la Arqueología y la Paleografía. 255 Gonzáles Suárez, Federico: “Defensa de mi criterio histórico” (1911), Talleres Tipográficos Municipales Volumen XII, 1937, pág 38, Quito; citado por Galo Ramón, op. cit. pág 46. 256 Op. cit. pág 94

127

de valor que formula la historia, ni con las opiniones del historiador o con las

doctrinas historiográficas que tenga”258. Si la historia, ciencia humana, se funda en

juicios de valor y aun opiniones, la arqueología no: estudia sociedades muertas -

¿mineralizadas?- sin importancia en el presente. El sesgo ideológico de esa visión, en

la era de la “sociología indigenista”, es muy claro.

De todas maneras, no fue tan lejos como Gonzáles Suárez. Introdujo una

categoría metodológica, historificar, para describir el proceso por el que el

historiador puede interpretar esas clasificaciones para extender el horizonte pretérito

de una sociedad259. Así, gracias a la arqueología inaugurada por Gonzáles Suárez,

Jacinto Jijón “... retira mil años hacia atrás el lindero preciso de nuestra vida

colectiva”260 y Emilio Estrada Icaza lo “... lleva dos milenios hacia atrás...”. Extraños

cortocircuitos de la relación entre vida y pensamiento: si con González Suárez los

pueblos indios perdían, por mediación de la categoría de prehistoria, su existencia

concreta en el presente y en el futuro; a partir de Cevallos García, la categoría de

historificar los reintroducía en la historia pero por la puerta trasera del pasado.

En Jijón y Caamaño y Cevallos García lo prehistórico se transformó en

prehispánico261. Fue un desarrollo del pensamiento hispanista de la escuela. Lo

histórico ya no estaba signado por la escritura sino por la conquista española por la

que “... nuestro espíritu adquirió conformación definitiva y entró ya en la historia,

completándose al contacto y mezcla con la cultura y la raza hispana que, a mas de

darnos lo suyo peculiar –que fue incalculable- nos trajo lo europeo universal”262.

257 Op. cit. pág 95 258 Op. cit. pág 96 259 “Vade retro: he allí el programa definitivo de las ciencias prehistóricas. Pero la arqueología al remontarse en el tiempo, o transportar cada vez más atrás su tienda de campaña, tiene la irrefragable obligación de ir cediendo a la Historia las parcelas mejor conquistadas o las claramente logradas. El enriquecimiento de la arqueología es causa de su incesante y sucesivo empobrecimiento. Op. cit. pág -97 260 Op. cit. pág 103 261 Ver Ramón, Galo: op. cit. pág 48-49 262 Cevallos García Gabriel: “Visión teórica del Ecuador”, 1960 en “Teoría de la cultura Nacional”, BCE, CEN, 1986. Citado por Ramón, Galo, op. cit. pág 49

128

La reproducción a escala del Archivo de Indias

El estudio de los documentos coloniales fue el arma central en la batalla

político-académica contra el liberalismo y la concepción liberal independentista sobre

la colonia. A la par, la ausencia de documentos escritos fue el principal argumento

para privar a los pueblos indios de existencia histórica. Gonzáles Suárez lo dice con

toda claridad:

“Hay una diferencia inmensa entre la historia del Ecuador en

tiempos de la colonia, y la historia antigua de los aborígenes

ecuatorianos antes del descubrimiento y conquista: para la

historia de la época colonial no solo no faltan ni escasean, sino

que abundan y aun sobran documentos; y esos documentos

tienen todos los requisitos morales que una crítica histórica

ilustrada exige para darles fe; en la narración de los sucesos

acaecidos en el tiempo de los aborígenes andamos muy a

tientas, por entre una densa oscuridad, expuestos a tropezar

con el error y darle crédito, sobre todo cuando se presenta

autorizado con el testimonio de los antiguos historiadores y

cronistas americanos”263.

Fiel a dicha concepción, la escuela de González Suárez decidió levantar en

Quito una suerte de reproducción a escala del Archivo de Indias de Sevilla. Y con la

misma finalidad: contrarrestar la leyenda negra de España en América creada por la

Ilustración, mostrando el carácter “civilizatorio” de esa presencia.

Rosemary Terán señala una serie de actividades de los miembros de dicha

escuela tendientes a dicho objetivo: Cristóbal Gangotena y Jijón, se dedicó a realizar

263 González Suárez, “Polémica sobre el estado laico”, op. cit. pág 11-68.

129

archivos coloniales, analizar la sociedad colonial y traducir sus tesis en Leyendas

populares; el Padre José María Vargas, estudió del arte, la Iglesia y la economía

coloniales; Gabriel Navarro, fue historiador del Arte colonial, interesado en la

revalorización de los archivos coloniales; los historiadores de las órdenes religiosas

que “... se forman como paleógrafos con el afán de rescatar las fuentes de la época.

Ahí, aparece el Padre Vacas Galindo, es el que va a Sevilla y trae copiada a mano

tomos de documentación sobre la Historia de la Real Audiencia de Quito que ahora

reposan en el archivo de Santo Domingo; los paleógrafos formados por Gonzáles

Suárez como Enrique Garcés que escribe textos de paleografía”264. Añadiríamos las

investigaciones arqueológicas de Jacinto Jijón y Caamaño y Emilio Estrada...

Varios de los miembros de la escuela cumplieron la tarea ingente de la

formación del Archivo sin preocupaciones por la interpretación de sus documentos. Si

se analiza la bibliografía del Padre José María Vargas se encuentra una profusa

investigación documental. Pero, incluso en sus textos analíticos, asistimos a una

suerte de superávit de investigación e información de fuentes de primera mano y un

déficit de interpretación: en algunos casos, la interpretación se aproxima al grado

cero. Uno de sus textos claves, “La economía política de la Colonia” es puramente

descriptivo, una yuxtaposición de información, fruto de una prolija investigación de

fuentes de primera mano, de la superficie económica, sin establecer ninguna

cadena causal ni conexiones estructurales. Es la apoteosis del empirismo. En rigor,

es una base de datos de gran utilidad.

Unos fueron los copistas265 y otros los teólogos.

5.2. Lectura e interpretación de las fuentes

264 Ver Anexos, pág 24-25

130

El historiador cuencano y heredero de la Escuela de Gonzáles Suárez, Gabriel

Cevallos García266, profundizó la argumentación en torno a la importancia de los

documentos coloniales en el proyecto político conservador hispanista. Así, desarrolló

la teoría de la interpretación histórica de la derecha ecuatoriana.

Según Cevallos García, el conocimiento discriminado de las fuentes coloniales

–en especial de los escritos de los cronistas- permite contrarrestar los dos males que

impiden el conocimiento de la historia – léase historia colonial -: el discurso

romántico-liberal de la Independencia y el sociologismo indigenista que confunde la

causalidad de la sociología con la finalidad, privativa de la historiografía, ciencia de

los fines267.

El fundamento de las tesis de Cevallos García fue negar las relaciones de

explotación entre España y América. Doble opresión: entre metrópoli y colonia y en el

interior de la colonia entre blancos e indios. El error romántico liberal aludía a la

primera y el de la sociología indigenista, a la segunda. Perteneciente a la escuela

organicista de filiación toynbeana, Cevallos García insistió en la unidad orgánica de

América y España268 y en el carácter civilizatorio del imperio español. América no fue

una colonia sino una región. En tal virtud, Cevallos García recusó la categoría de

colonia269 para definir esa estructura. De hecho, tendió a utilizar la categoría de

América que establece una delimitación territorial, la de una supuesta región del

Imperio español.

265 “Consagrados trabajadores de la subestructura de la Historia”, los denomina Cevallos García 266 Si bien dentro de la misma concepción ideológica y proyecto político, Cevallos García pretende partir de una visión más teórica que la de González Suárez. En la clasificación por corrientes teórico-epistemológicas que realizara Rodolfo Agoglia, Gonzáles Suárez se encuentra registrado en la historia explicativa mientras Cevallos García en la historia interpretativa que comporta un nivel teórico y filosófica mas alto. 267 Cevallos García, Gabriel: “Reflexiones sobre la historia del Ecuador”, Edición conjunta de la Universidad del Azuay y de la Casa de la cultura, Núcleo del Azuay, Cuenca 1960, pág 20 268 “Eran una totalidad que, mirada desde cualquiera de las orillas del Atlántico, se presentaban como una serie de retazos vinculados cada cual, directamente, con España, antes bien como un cuerpo orgánico bien formado... ” 269 “Encontramos, casi sin excepción, englobados en el ambiguo término colonia, tres siglos de existencia no uniforme... ”. Op. cit. pág 29

131

Son argumentos conocidos. Lo que importa en la perspectiva del presente

análisis es el mecanismo de la argumentación, propio de la escuela de González

Suárez; esto es, el de traducir tesis ideológico-políticas en categorías metodológicas y

técnicas. Así, el error del nacionalismo liberal habría sido erigir la categoría de país,

engendrado por la Independencia, como la unidad de análisis. Confundió así, con

mucha habilidad, nacionalismo como proyecto político con nacionalismo como

categoría metodológica. El nacionalismo de la época de Cevallos García, fue un

proyecto político que pretendía fundar un estado soberano y organizar una economía

autosustentada, y no una categoría metodológica, el nacionalismo histórico270, a

partir de la que analizar la historia de un país como si no existiera el resto del mundo

y proyectar sobre la época colonial las configuraciones jurídico-territoriales –países-

surgidas de la Independencia. Criticando con razones la segunda concepción,

terminó cuestionado la primera. A la inversa, si “Nada hay más dependiente que la

llamada Independencia”271, ello no autoriza elogiar la dependencia, tal como Cevallos

lo hizo respecto a la era colonial.

Y es esa crítica al nacionalismo histórico y la defensa de la tesis del Imperio

Español la que lo llevó a valorizar los escritos de los Cronistas como la más

importante fuente de conocimiento de la era colonial. En esa perspectiva, los

Cronistas no solo vivieron de primera mano la experiencia sino que no estuvieron

prejuiciados por la categoría de país. Escribieron la historia de España en América y

fueron los mediadores en la universalización de América y de la americanización de

lo español-universal272.

En el capítulo “Lectura e interpretación de las fuentes”, Cevallos García

realizó una prolija taxonomía de cronistas: oficiales y oficiosos, seglares y religiosos,

primitivos y elaborados, entre los cuales los hubo “... desde el humanista clásico,

hasta el gongorista abultado; desde la ingenua relación del primer viajero lleno de

270 Op. cit pág 49. 271 Op. cit. pág 28. Sin embargo, Cevallos García no alude con la categoría de “dependencia” a lo que entendemos a partir de la teoría de la dependencia y del imperialismo. De hecho, la confunde con la de “interdependencia” de las partes entre sí y con el todo. 272 Op. cit. pág 55

132

asombro hasta la engolada del científico investigador del Siglo XVIII; desde la

humanísima y sesuda crónica del que fue al Nuevo Mundo a trabajar y crear, hasta la

pedantesca del turista que pasó a América para criticar negativamente”273. Esa

taxonomía se convirtió así en parte decisiva de la metodología de la investigación

histórica.

La sola recurrencia a los escritos de los cronistas no era suficiente, sin

embargo. Se hacía necesario discriminar su sentido para no caer en la tesis del

oscurantismo colonial. Cevallos señaló tres razones para la abundancia de datos

negativos: la primera, bajo la forma de metáfora -la de la crónica roja y del arte

social o de denuncia-, la segunda, la autocrítica, “pasión española por excelencia”,

y la hipérbole, la tercera. Una suerte de “realismo mágico” en negativo al que

habría de depurar, no ponerlo de pie.

He allí las técnicas metodológicas para la lectura de las fuentes que parte del

reconocimiento de que no dicen la verdad per se sino que la misma hay construirla

mediante una lectura de las mismas que elimine los elementos perturbadores

descritos.

5-3. Teoría de la historia

Los dos ejes teóricos más importantes de la historiografía de la derecha

ecuatoriana fueron, sin duda, Federico González Suárez y Gabriel Cevallos García.

La lectura e interpretación de las fuentes, practicada y promovida por dicha

escuela, estuvo fundada, por supuesto, en una teoría. Según el propio Cevallos

García dicha teoría supone pasar de la visión bidimensional a una tri y aun

cuatridimensional. Descubrir la tercera dimensión significa considerar el objeto en

273 Op. cit. pág 53

133

“... forma estereoscópica, iluminando todos sus planos y rodeando todas sus caras,

mensurándolas en forma estereométrica”. Y la cuarta dimensión representaba una

visión cultural de las cosas que comprendía “... dos coordenadas mas: la de la

atmósfera externa y envolvente y la de la atmósfera interior o capacidad espiritual

creadora”274.

Si bien, y de cuerdo a la clasificación de Rodolfo Agoglia, Cevallos García

pretende una hermeneútica de la historia o historia interpretativa, su concepción

matriz, es en rigor, una concepción culturalista cuya categoría central es la de

civilización. De hecho, provino de la teoría histórica de Arnold Toynbee, quien en

su monumental obra analizó el pasado como una sucesión de civilizaciones más

que de entidades políticas o formaciones económico-sociales.

No es éste –la discusión de las teorías de la historia- el objetivo de la presente

investigación pues hemos intentado mostrar, más bien, el lazo entre las concepciones

metodológicas de la Escuela de Gonzáles Suárez y de Cevallos García con su proyecto

político antes que con una concepción teórica. Queremos, empero, destacar su noción

de la civilización hispanoamericana, su categoría teórica central, fundada, en gran

medida, en las tesis del historiador venezolano Eduardo Arcila Farías que

consideraba que “... la historia de América es en gran parte un episodio de la historia

de Europa de aquellos siglos...”275.

Cevallos García recusó la categoría de imperialismo para caracterizar la

presencia y prácticas de España en América y prefirió la categoría de Imperio276.

Sostuvo que, salvo la fase inicial de la transferencia masiva de oro americano –y que

ha oscurecido la comprensión del verdadero carácter del Imperio español-, la

economía hispanoamericana no se organizó sobre bases imperialistas. El Imperio

español fue un ámbito territorial en el cual se desplegaron intercambios regionales

274 Op. cit. pág 62 275 Op. cit. pág 50 276 “Intencionalmente he puesto la palabra imperial, para no confundirla con el moderno imperialismo, cuyos matices, técnicas, procedimientos y fines son incompatibles con la política imperial que España instituyó sobre sus reinos de ultramar”.. Op, cit. pág 35

134

mas o menos justos y equilibrados. Mas aun, España impulsó el desarrollo comercial

de pueblos que no habían rebasado la fase de trueque.

Sin que nos detengamos a cuestionar las afirmaciones concretas277 –no es el

objetivo del presente trabajo- cabe señalar la enorme similitud entre esa concepción

de Imperio y la que sostiene y legitima la actual globalización278.

5.4. Conservadores y liberales: historiografía y literatura.

Respecto a las crónicas del Inca Gracilazo sobre el Incario, Gonzáles Suárez

sostiene que “... ha trazado de los monarcas del Cuzco una historia, tan seguida, tan

llena, tan candorosa, que ese mismo candor, esa misma prolijidad, esa misma

encadenación de los hechos la hacen sospechosa y la convierten en

novela o poema”279.

Cevallos García participa también del mismo criterio de desvalorización de la

historiografía de la izquierda de la época . Cita a Lummis para señalar que “Ningún

hombre estudioso se atreve a citar a Prescott o a Irving o a cualquiera de sus

seguidores, como autoridades de la historia; hoy sólo se les considera como brillantes

noveladores y nada más.”280

277 En ese terreno, la afirmación de Cevallos García no solo es equivocada sino monstruosa: la monetización del excedente, antes socializado por el Incario, que instauró el imperio español, y la consecuente voracidad de trabajo excedente convertido en factor estructural del dinamismo económico provocó una violencia social sin límites, la opresión y humillación de los pueblos indios, una hecatombe demográfica que redujo la población india a menos de la tercera parte. 278 Así, por ejemplo, la concepción de Henry Kiessinger en su libro “La Diplomacia”: “Para la mayor parte de la humanidad y en los más largos períodos de la historia, el imperio ha sido el típico modo de gobierno. Los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional; aspiran a ser ellos el sistema internacional” E incluso una obra crítica y radical como “Imperio”, de Tony Negri y Michel Hardt, parte de una concepción similar para distinguir Imperio de Imperialismo. 279González Suárez, “Polémica sobre el estado laico”, op. cit. pág 11-68. citado por Ramón, Galo: op. cit. pág 43. El subrayado es nuestro. 280 Op. cit. pág 52

135

Resulta interesante el que mientras en Europa el positivismo haya sido el

discurso de las elites liberales en tanto las elites aristocráticas representaban una

visión no científica, pre-científica, sometida aun al imaginario mitológico o

legendario, en el Ecuador se diera el fenómeno inverso y fueran los conservadores los

partidarios del positivismo y lo utilizaran como arma contra el “romanticismo-liberal”

y la “sociología indigenista”.

Clara demostración de que la historia de los géneros, las ideas y los saberes es

peculiar a cada región, dicha realidad no fue sino la expresión de proyectos políticos

diferentes. La izquierda de la época –alfaristas y socialistas- se habían embarcado en

un proyecto de (re)fundación del Ecuador que requería de un gran imaginario mítico

y legendario que cohesionara a la sociedad en su torno. Los conservadores que

pretendían, por el contrario, reconstituir ese imaginario, invocaban las disciplinas

científicas de la investigación historiográfica.

La escuela de Gonzáles Suárez fue, desde luego, antagónica a la literatura

social de la generación del 30. Representaba para ellos, una obra fundada en

antivalores281, una visión tenebrista y negativa del orden social. Cevallos García

propone al “arte social o de denuncia como equivalente tanto de la crónica roja

cuanto del discurso romántico-liberal que solo ve y encuentra datos negativos en el

orden colonial: “Novela de la realidad ecuatoriana se llama a un relato donde no

ocurren sino violaciones, estupros, incestos, extorsiones y más muestras de la

maldad”282.

Dicha escuela tuvo el poder en el ámbito del discurso y el saber historiográficos

y dominó la escena intelectual pertinente durante la primera mitad del siglo. Para

Carlos Landázuri, ese poder fue producto del pacto liberal-conservador que convirtió

a un ente privado, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos en Academia Nacional

281 “... los antivalores que alientan en lo bajo del compuesto sociológico, tales como el dolor, la miseria, la enfermedad, la fealdad, la mezquindad, las pasiones negativas, etc.” Op. cit. pág 57 282 Op. cit. pág 57

136

de Historia y le dio el apoyo estatal necesario. Pero, además, según Landázuri283, por

dos razones más. La primera, el monopolio que obtuvo de todos los Archivos y

Museos religiosos y aun estatales como el del Ministerio de Relaciones Exteriores o

del Municipio de Quito siempre en manos conservadoras. Poseen además el acceso a l

las imprentas del clero y de la propia Academia. Y la segunda, el poder económico, en

su condición de hacendados y rentistas, que les permitió no solo educarse en Europa

sino disponer de todo el tiempo y los recursos para dedicarlo a la tarea investigativa.

La escuela de Gonzáles Suárez tuvo, por supuesto, enorme influencia en la

formación cívica de la sociedad a través del aparato escolar laico y eclesial. La

“Historia General de la República del Ecuador” de Federico Gonzáles Suárez y

“Reflexiones sobre historia del Ecuador”, de Gabriel Cevallos García son textos

oficiales en el sistema educativo ecuatoriano. Tal como señala Rosemary Terán “...

son los años de auge de producción de la educación normalista que crea maestros,

intelectuales del magisterio, que escriben textos, hacen novelas y que son de peso en

le educación”284. E incluso, a través de las leyendas de “Al margen de la Historia” de

Cristóbal Gangotena y Jijón, contribuirán a consolidar el imaginario conservador de

la ciudad de Quito.

283 Ver Anexos, pág 32-33-34 284 Ver Anexos, pág 26

137

VI. La transición entre la historia narrativa y la

moderna historiografía.

5.1. Interpretación e investigación empírica.

Durante ese período de hegemonía de la forma narrativa, hubo una corriente

que en principio corrió paralela a la historia narrativa, el de una historiografía

escrita por maestros y pedagogos y que se movía entre el empirismo y la pedagogía,

el espíritu de reforma social y la ciencia. Esta corriente se prolongó hasta la fase de

la hegemonía de las ciencias sociales, en la cual jugó también como corriente

paralela de tono menor, y junto a los textos de Benites Vinuesa, Rojas, Pareja

marcó el período de transición de los 50 y comienzos de los 60.

Esa corriente produjo, sin duda, obras notables y autores muy significativos,

entre los cuales destacan Aquiles Pérez, los esposos Costales285,, Oswaldo

Albornoz286. y otros287 .

La característica central de estos textos es la existencia de un superávit de

investigación e información de fuentes de primera mano respecto de su

interpretación, la misma que fue reemplazada por el espíritu de la reforma social y

la pedagogía cívica que instauró la denuncia social como el horizonte, la atmósfera,

285 Los esposos Costales escribieron varios tomos de una “Historia social del Ecuador”, diversos estudios sobre la problemática agraria, campesina e indígena, varias biografía entre las cuales la de Fernando Daquilema. 286 Oswaldo Albornoz realizó múltiples estudios sobre las luchas indígenas, la historia de la Iglesia terateniente, el pensamiento de Peralta, la revolución liberal, el período juliano, etc. 287 Jorge Núñez señala varios otros, entre los cuales Pío Jaramillo Alvarado, en tanto historiador, y autor de “Estudios Históricos”, “Historia de Loja y su Provincia; Edmundo Dávila, autor de “Orígenes del Ecuador de Hoy”; Abel Romeo Castillo, autor de “Los Gobernadores de Guayaquil; Isaac J. Barrera y “La Interpretación histórica”; Wilfrido Loor, autor de “Eloy Alfaro”; Alfredo Pareja. Núñez los define como “... historiadores académicos o de vocación académica que empiezan a escribir por primera vez a partir de fuentes documentales” Ver Anexos, Pág. 1.

138

el objetivo y el sentido de la investigación. Así, dicha corriente fue la contrapartida

de la literatura de los 30: la certificación empírica de la misma, la prueba

extraliteraria de su verdad.

El carácter de denuncia social le dio gran influencia. Recuérdese el enorme

impacto que “Las Mitas en la Real Audiencia de Quito” produjo en César Dávila

Andrade, estremecimiento decisivo, según confesiones del autor, en la elaboración

del “Boletín y elegía de las Mitas”, uno de los textos cenitales de la poesía

ecuatoriana de todos los tiempos; y la influencia de los estudios de los esposos

Costales en la atmósfera política e intelectual proclive a la reforma agraria y social

de los 50 y aun 60. Por su parte, la obra de Albornoz fue muy influyente en la

formación de la izquierda ecuatoriana.

En Oswaldo Albornoz, la interpretación ideológica ocupa un primer plano, al

punto que crea la impresión de que los hechos destacados y recopilados por la

investigación, sirven sobre todo para ejemplificar la interpretación y comprobarla.

Es, sin duda, la antítesis del padre Vargas que realizaba sus investigaciones sin

ninguna hipótesis previa. Animados por el espíritu de denuncia y de reforma

social, Aquiles Pérez y los esposos Costales rendían tributo, sin embargo, al

fetichismo empirista de la objetividad pura de la investigación supuestamente sin

ideologías ni preconcepciones. Pretendían organizar su discurso de manera que los

“hechos hablen por si solos”, aunque la impronta moral estaba siempre a flor de

piel y de lengua.

A pesar de todo, Albornoz pertenece con pleno derecho a esta corriente. En

primer lugar porque sus libros son fruto de prolijas investigaciones, en el espíritu

de los otros autores. En gran medida, Albornoz es tanto empirista como militante

de izquierda. En ese sentido, sus investigaciones han servido también como base de

datos de permanente aplicación, a la manera de las investigaciones de los esposos

Costales.

139

A la vez, su interpretación está subsumida en la denuncia, horizonte que lo

emparenta de lleno con los esposos Costales y el profesor Aquiles Pérez. Lo que

ocurre en que, en Oswaldo Albornoz, la denuncia deviene en apasionado juicio,

acusación, imprecación que transforman sus textos en herederos del libelo y el

panfleto del Siglo XIX, está vez dirigido contra las clases dominantes en la sociedad

mas que contra los gobiernos y las figuras políticas.

Gracias a su importancia historiográfica –la investigación prolija en fuentes

de primera mano- esta corriente fue un antecedente de la moderna historiográfica.

El otro antecedente fueron los ensayos de exégesis histórica que desarrollaron la

importancia de una teoría de la historia, necesaria para dicha interpretación.

5.2. Los ensayos de interpretación histórica.

Si en el período de la generación del 30, la narrativa fue la forma del

imaginario de la sociedad, y la historiografía, la forma del imaginario del Estado, la

biografía-ensayo, y el ensayo en general, pretendían ser, en cambio, la forma de la

conformación de la conciencia crítica.

“Ecuador: Drama y Paradoja”, biografía del pueblo ecuatoriano, de

Leopoldo Benites Vinuesa, fue, sin duda, la obra que expresó de mejor manera ese

objetivo. Junto a ella, “La novela ecuatoriana”, de Ángel Felicísimo Rojas; ambos

textos culminaron la fase de la historia narrativa y del matrimonio entre literatura e

historia, y marcaron el tránsito hacia la moderna historiografía, articulada a las

ciencias sociales.

“Ecuador: Drama y Paradoja”

140

Publicado en 1950, “Ecuador: Drama y Paradoja”, de Leopoldo Benites

Vinuesa es un libro de transición en varios niveles.

En un primer nivel, es un texto de transición entre la narrativa, el ensayo y

las ciencias sociales, entre un discurso cuya legitimidad le viene de la forma, de la

voluntad de estilo, y el discurso científico. Pero, incluso como discurso científico, se

mueve entre la interpretación fundada en una concepción teórica, y la objetividad

fenoménica, cuyo criterio de valor es el de las fuentes, el de la investigación

empírica.

Pero, es también un texto de transición entre las concepciones a lo

Vasconcelos, el proyecto nacional mestizo, y el pensamiento socialista de las clases:

la geografía, los confluentes étnicos y las clases se suceden, yuxtaponen y combinan

para construir la biografía del pueblo ecuatoriano.

Es también un puente y una fisura entre concepciones culturalistas y cierta

sociología marxista que empezaba a formarse en la época, entre la historia de los

grandes hombres y la de las grandes fuerzas sociales. Y también una cierta

oscilación, mas que tránsito, entre el liberalismo y el socialismo de la época.

Sin la gravitación que tuvieron en “Argonautas de la Selva”, las tesis de

Vasconcelos y de los creadores de la nueva América, en especial bajo la forma de la

apoteosis de naturaleza y trópico, también están presentes en “Ecuador: Drama y

Paradoja”, libro posterior. El primer capitulo “Escenario”, que comprende tres

subcapítulos -“Trasunto del paisaje”, “Una encrucijada de la geografía”, “Duelo

entre la selva y la montaña”-, se mueve en el marco de las teorías de un absoluto

determinismo geográfico.

Pero, el peso de la geografía es gravitante en todo el libro. Así, por ejemplo,

en la emergencia, económica y política, de la Costa, a partir de la Independencia.

“El Ecuador, recién nacido, no tenía los elementos para formar una estable

141

unidad. La geografía comenzó a actuar como un factor dispersante. La

colonialidad no sintió fuertemente el contragolpe de la geografía divisoria puesto

que el litoral no tuvo casi función económica”.288

Empero, gracias al contrapeso de las categorías histórico-sociales y

económicas, la geografía –naturaleza, selva y montaña- abandona la magnificencia

épico-trágica de sus primeras visiones - y adquiere una forma mesurada,

dramática, a veces patética... Tal que el imaginario del autor hubiera trasegado de

la visión de la naturaleza ciclópea y descomunal de la amazonía –correspondiente

al de una burguesía recién llegada que creía descubrir un continente vacío, pura

matriz lista a ser fecundada por el espíritu europeo- a una geografía en parte

dominada por la sociedad, visión correspondiente al de una burguesía ya

terrenalizada, aunque también solo parcialmente.

Benites Vinueza historiza la evolución de las concepciones de la burguesía

latinoamericana: “El determinismo geográfico es más intenso mientras menor es el

desarrollo técnico. En un principio, la geografía es primordial. Lo telúrico, el

paisaje, la posición en el mundo, determinan de modo absoluto el destino del

hombre. Es un drama patético: o la naturaleza vence al hombre y lo sojuzga en su

imperio sombrío e inconsciente, o el hombre vence a la naturaleza y la somete a su

designio. El determinismo geográfico ha dominado el escenario ecuatoriano

durante siglos. Solo ahora comienza la lucha por vencerlo. Y es en esa lucha en

donde radica el patetismo de sus dramas políticos, de sus revoluciones sangrientas,

de su inestabilidad social. El Ecuador es un en nebulosa que busca todavía sus

núcleos condensadores. Un país en formación económica. Y toda su vida está aun

regida por las determinaciones de su medio geográfico”289. El pensamiento de

Benites Vinueza está totalmente dominado por la ideología del progreso que

instaurara Francis Bacon en Novum Organum290 y lo desarrollara el Iluminismo.

Pero, es una visión peculiar, dominada por la idea de la degradación patética.

288 Op. cit. pág 238 289 op. cit pág 75 290 Bacon, Francis: “Novum Organum Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza (1620.

142

La estructura del libro pone en juego esa concepción de una naturaleza

(parcialmente) humanizada, una geografía (en parte) domeñada en sociedad e

historia. La secuencia del desarrollo de las formas, a partir de la naturaleza-matriz

va de la geografía, a la raza, a la sociedad y a la historia.

En efecto, la ruptura-continuidad entre una visión geográfica –o

etnogeográfica- de América y una social e histórica, organiza el libro. En los tres

primeros capítulos “Escenario”, “Dramatis personae”, “Crisol”, - se produce el

tránsito de la geografía como sujeto y protagonista tanto del drama como de la

paradoja, a la formación étnico-social, conflictiva y desgarrada, del Ecuador y del

pueblo ecuatoriano. La geografía deviene así en raza y sociedad. Y luego en historia:

A partir del 4to capítulo, “Entre dos mundos”, ese crisol geo-étnico-social se pone

en movimiento, se hace historia. Pero, es un crisol incompleto, a medio hacer, no

fraguado del todo, tironeado por fuerzas centrífugas y tensiones contradictorias –el

drama- que amenazan romperlo o desmigajarlo, y apenas contenido por una forma

endeble, nebulosa –la paradoja-. La historia es así drama y paradoja, la tentativa

siempre fracasada de engendrar la fusión definitiva de las razas y el dominio

definitivo sobre selva y montaña y su oscura y trágica confrontación.

Si la naturaleza es épico-trágica, las formas de su desarrollo son dramas

patéticos. En sintomática la utilización que Benites Vinueza hace del término

patético para caracterizar la batalla del hombre con la naturaleza que recién se

habría iniciado en el Ecuador. Dicho término es una forma degradada de la

categoría de tragedia291. Tal que el hombre que vislumbrara la grandeza excesiva,

monstruosa, exorbitante de la naturaleza americana, se habría desencantado con

los menudos dramas de los hombres. En otras palabras, en la visión de Benites

Vinueza, la geografía es grandiosa, la historia es patética, tragedia en tono menor.

291 He señalado en otra parte el poliedro de la distancia –que es solo un paso- entre la gran imagen literaria y la fracasada: lo romántico y lo cursi, lo trágico y lo patético, lo sublime y lo solemne –o pomposo y grandilocuente-, lo mítico y lo folklórico, lo rabelesiano y lo vulgar...

143

Ese tránsito del imaginario majestuoso de “Argonautas de la selva” al

patético de “Ecuador: Drama y Paradoja” fue la expresión de la traducción

fatalista de la ideología del progreso por el imaginario de un país, cuyo capitalismo

se desarrollaba frágil y anquilosado, y que no había producido la figura del

coronelo de la plantación. En este nivel, “Ecuador: Drama y Paradoja” es la

contrapartida ensayística del imaginario de la narrativa del Grupo de Guayaquil, en

especial de la de Demetrio Aguilera Malta y José de la Cuadra.

En “Historia de la narrativa y narrativa de la historia”292 he señalado que

el imaginario de buena parte de la narrativa del “grupo de Guayaquil” fue mas

legendario (no mítico) que social: La magia, las abusiones de los campesinos... El

viejo pleito entre Marx y Freud. La oposición entre Eros –la selva, el cuerpo, el deseo-

y el principio de realidad –la cultura, el progreso- fue mas fuerte que la lucha de

clases.

Pero, el patrón o el capataz montubio menos aún el cholo o el campesino del

imaginario literario no fueron triunfadores293: esa narrativa estuvo atravesada por

una suerte de visión trágica, el destino fatal en que el hombre sucumbe a la selva y a

su propia naturaleza, a la fuerza primitiva de su cuerpo y sus pasiones. Eso lo

diferencia del conquistador de Kipling, según la certera observación de Ángel

Felicísimo Rojas294. El héroe de Kipling es un héroe del progreso, de la conquista-

destrucción desde fuera de la selva. El héroe de la narrativa del Grupo de Guayaquil

es el viejo Don Goyo que se funde con los mangles. En Aguilera Malta, esa será la

visión central de su cosmovisión narrativa. Pero, incluso los Sangurimas, insertos en

292 Moreano, Alejandro: “Historia de la narrativa y narrativa de la historia”, Tesis de Doctorado, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España 293 La narrativa del “grupo de Guayaquil” se desarrollo cuando el cacao había entrado en una crisis irreversible, gracias a la caída de los precios internacionales y a las plagas: la monilla, la peste de la bruja. 294 Ver prólogo a “La Isla Virgen”.

144

una visión menos trágica y agonística y más social –la de De la Cuadra frente a la de

Aguilera Malta295- terminarán dominados por la tragedia y la muerte.

Mas que el predominio de la una cara del coronelo, la del hombre que se

enfrenta a la naturaleza, es otra visión del mundo. Es una mirada pretecnológica, en

la cual la tragedia surge en la medida en que la naturaleza, Madre todopoderosa,

celebra su venganza sobre el hombre que, hijo y parte substancial de la Madre,

pretende dominarla. Es la tragedia de la imposible superación del Edipo y de la

imposible fundación de la cultura: la selva devora al hombre, la madre reabsorbe al

Hijo y el continuum hombre-naturaleza no llega a romperse. “Los mangles se tiran a

las islas”, dice uno de los personajes de “Don Goyo”. Al final don Goyo muere –

retorna a la tierra- fundido con el mangle mas viejo de la Isla: el Hijo vuelve a la

madre a través del Padre y el Edipo se vuelve infinito.

La derrota final de don Néstor, el blanquito de La Isla Virgen, literalmente

devorado, tragado, por la selva y la fusión final de Don Goyo, transfigurado en el

mangle mas viejo de la isla296, configuran la metáfora del fracaso de la conquista de

la selva y que se correspondería con el fin del ciclo del cacao y la larga crisis de casi

tres décadas en que la agricultura de exportación de la costa perdió dinamismo297.

Hasta los 60, el mundo de las representaciones, en el proceso de formación

de la agricultura para el mercado mundial en la costa ecuatoriana, no se desplegó en

torno a las figuras y la leyenda del gran hacendado, las barracas, la tienda de raya,

los conatos de organización y de huelga que hubiera dado lugar a novelas como

“Mamita Yunai”298 o las del coronelo de las novelas de Jorge Amado. La figura del

295 De hecho, la isla y los “cholos de Aguilera Malta son más primitivos que los montubios de José de la Cuadra: representan distintos momentos de la “conquista de la selva”. 296 “ Estaba sumergido en el agua, totalmente desnudo, prendido de las ramas vigorosas del mangle caído” Aguilera Malta, “ Don Goyo”, Clásicos Ariel, pág 193 297 El azúcar, amén del oro de las minas de Portovelo, palió en algo la crisis del cacao; pero, a pesar de la gravitación de los ingenios azucareros en algunas regiones, los mismos no llegaron ni mucho menos a imponer la plantación como sistema hegemónico. 298 Novela de Calors Luis Fallas sobre la vida y lucha de los trabajadores de las plantaciones bananeras centroamericanas

145

poder era el patricio, el señorito distinguido, el petimetre educado en París, y que

brillaba en los salones del club de la Unión. Una figura poco literaria y que, en

efecto no dio lugar a ningún personaje significativo. Los patrones de la literatura

del Grupo de Guayaquil eran o figuras míticas, campesinos, marginales a las elites

del poder, como los Sangurima, o figuras sórdidas, urbanas, que no se habían

enfrentado a la selva sino fraguado su fortuna en la usura, el comercio expoliador,

la estafa, los pequeños negocios sucios, también marginales299. El Gran Patrón no

existe.

Esa realidad impidió la formación de la visión prometeica del coronelo o de

dona Bárbara, grandes señores de vidas y haciendas y que se enfrentaban y

vencían a la naturaleza. El imaginario prometeico expresaba un proceso real.

Históricamente en América Latina, esa conquista se consumó cuando se formó el

sistema de la gran plantación –en algunos casos una sola gran plantación, la United

Fruit, dueña de casi la mitad del territorio de un país- como eje de la vida del país y

en cuyo seno se desplegarían las imágenes de “Mamita yunai” o del coronelo. En el

Ecuador de esa época, en cambio, la plantación no llegó a convertirse en el eje de la

vida económica y social y el proceso de conquista de la tierra estaba en

germinación. Sin duda, como Manuel Chiriboga lo ha mostrado, la gran propiedad

fue el eje de la producción cacaotera en su período de oro, 1.880 a 1920. En su

formación se emplearon los clásicos métodos de la acumulación originaria: remate de

hipotecas, denuncias de “sitios de montaña”, supuestas tierras vírgenes que en

realidad estaban ocupadas por pequeños propietarios sin título, remate de resguardos

y ejidos indígenas300. Sin embargo, la gravitación de esa propiedad no se extendió mas

allá de la Cuenca del Guayas ni ejerció una influencia comparable con la de la

hacienda serrana. No llegó a ser el referente de la vida del conjunto del país y su lapso

de vida fue mas bien corto. Además, si bien entrelazada con la gran banca fue está la

299 Son los verdaderos malos, en una “ética de la selva”: Frente a Don Nicasio o el coronel Sangurima, e incluso de Don Néstor, conquistadores y seductores, la sordidez de Ángel Mariño, el patrón de “El Muelle”, José Luis Paredes, el hijo del dueño del Astillero, en La Baldomera, Armando Vélez de “La Beldaca, todas novelas de Pareja. 300 Manuel Chiriboga, “Emergencia y consolidación de la burguesía agro exportadora en el Ecuador durante el período cacaotero, en Revista de Ciencias Sociales N. 10-11, pág 31.

146

que asumió la hegemonía económico-social301, política302 y cultural303. Mas aun, entró

en crisis antes de consolidarse304 y, de esa manera, a diferencia de la hacienda, no

logró gestar un rico imaginario menos aun una simbólica, a la manera de las

generadas por la plantación de Brasil o Centroamérica. Tanto que la naturaleza aun

no se había convertido en tierra. El imaginario de la costa hablaba de selva, el de la

sierra de hacienda. Las relaciones con la selva eran más fuertes en el imaginario

social que las relaciones sociales internas305.

“Argonautas de la Selva” narra la batalla épico-trágica de Francisco de Orellana

con el Gran Río y la selva inconmensurable. “Ecuador: Drama y paradoja” es la

reflexión de las pequeñas, descoyuntadas, parciales y patéticas victorias del

hombre ecuatoriano para dominar una geografía que se le resiste con una fuerza, a

veces, abrumadora.

El tránsito de la una a la otra se expresa en la forma: el desplazamiento de la

narrativa al ensayo, de “... uno de los más grandes poemas vegetales de América...” a

una prosa nostálgica de la poesía y que se expresa, sobre todo, en títulos de los

capítulos, sobre los que Simón Espinosa ha dicho con acierto: “... el equilibrio

científico-poético de esos títulos, no superado por otros ensayistas ecuatorianos.

Preguntado sobre el por qué de tales nombres, respondió: “Porque en el fondo yo no

soy otra cosa que poeta”306.

Benites Vinueza trata de construir una prosa poética, similar a la que

adjudica a Carrión: “Benjamín Carrión, en su libro Atahuallpa escrito en una

301 . El problema no estaba, en ese terreno, en si los terratenientes participaban directamente en las exportaciones sino en cual de las dos fases, la productiva o la circulatoria era la hegemónica. Andrés Guerrero insiste en que el eje de la economía y del poder estaba en manos de la fase circulatoria y que solo un reducido grupo de la clase terrateniente cacaotera era agente de la circulación. 302 El peso político del Banco Comercial y Agrícola y de Francisco Urbina Jado está fuera de toda discusión. 303 Leopoldo Benites Vinueza lo señala lateralmente: “Económicamente, (el liberalismo) como no correspondió a un capitalismo industrial –que hubiera requerido amplias masas consumidoras y un salario diestro- sino un capitalismo bancario...”. Op. cit. pág... 304 Chiriboga reconoce que la narrativa del Grupo de Guayaquil se corresponde a la fase de crisis y que, por supuesto, se corresponde a la realidad. Op. Cit pág 35-36* 305 La novela del campo montubio es mas bien mítico-legendaria, en tanto la del capo serrano es social. El “realismo social” de la Costa es mas bien urbano.

147

prosa elevada y bella como una cinceladura de artista del Renacimiento...”307. El

resultado es una prosa vigorosa de frases cortas, enfáticas, que se aproximan a la

sentencia.

Ensayo de interpretación histórica, mas que texto historiográfico fundado en

la investigación de fuentes, se funda no en la organización, a partir de la pareja

hipótesis-verificación, típica del discurso analítico de las ciencias sociales, sino en

la pareja aserción-crítica, propia del discurso teórico y filosófico. Expone no

prueba, afirma no verifica. Con frecuencia, explica. El discurso asertivo –cuya

forma mas descarnada son las Tesis-, teórico y filosófico, es mucho más congruente

con la forma ensayo, en la que el ensayista está presente con su voz, que el discurso

analítico de las ciencias sociales en las que el autor se borra en la supuesta

objetividad del objeto descrito. La frase corta, un poco proverbial, casi un aforismo

es la forma literaria del discurso asertivo.

La máxima es, digámoslo así, la metáfora del axioma científico. Frente a la

compleja tensión entre discurso literario y científico, el poeta que fue Leopoldo

Benites Vinueza postuló una solución intermedia: una suerte de traducción literaria

del discurso teórico: adagios por axiomas, imágenes teóricas –“la mística de la

espada”, por ejemplo-, anáforas y paradojas conceptuales, una organización un

tanto bíblica de la secuencia discursiva como correlato del recorrido expositivo del

discurso asertivo.

Sin embargo, debió hacer varias concesiones al discurso analítico de las ciencias

sociales. Así, a diferencia de “Argonautas de la Selva”, las referencias bibliográficas

-las citas- abundan y están separadas, delimitadas, en el flujo discursivo. En la

prosa narrativa de las biografías –“Atahuallpa”, “Argonautas de la Selva”, “La

hoguera Bárbara”- dichas referencias se inscribían en el seno del flujo narrativo

como parte de la sustancia narrativa. Aquí funcionan en el seno de la secuencia

expositiva, aunque indirectamente como certificación de la verdad historiográfica,

306 Op. cit. pág 39. En el texto y en nota 36 se alude a una entrevista del autor con Enrique Ayala.

148

función que también la cumplían aunque mucho mas discretamente en el discurso

narrativo. Mas, a pesar de la separación gráfica de la cita respecto al discurso del

escritor, la utilización de minúsculas al comienzo del párrafo citado, busca

mantener la continuidad de la travesía discursiva.

Es sintomático que conforme la cronología histórica avanza de la colonia a la

República y, al final, se adentra en el siglo XX, el discurso deviene en más analítico

que expositivo, más sociológico que teórico, más económico que culturalista. El

capítulo, el penúltimo, que da el título al libro, “Drama y Paradoja”, aunque

mantiene el tono poético de los títulos –“Becerro de oro”, “Hombres sin tierras,

tierras sin hombres”, abunda en datos y cifras y ofrece explicaciones técnico-

políticas.

Las múltiples transiciones que expresa el texto, se articulan formalmente de

una manera sorprendente.

Hacia la época en que fue publicado el libro, el Ecuador vivía una ttransición de

época, marcada por la revolución del 44 y sus límites: el fin del aliento de la

revolución liberal y del proyecto nacional-mestizo y la emergencia, sobre el fondo

de un capitalismo endeble pero ya definitivamente dominante, de una sociedad de

categorías sociales mixturadas entre el fundamento étnico y el económico.

Dicha época abrió un proceso de transición entre un campo cultural dominado

por la narrativa, el ensayo, la figura del intelectual, la contaminación de los

discursos, a otro, emergente en los 60, y que pretendía instaurar la modernidad y

su específica separación entre pensamiento lógico y analógico, discurso científico y

literario. “El Éxodo de Yangana”, publicado en 1948, marcó el fin del aliento de la

generación del 30.

307 Op. cit. pág 102

149

En ese marco, asistimos al comienzo del fin de la narrativa histórica y el paso a

una historiografía articulada a las ciencias sociales. La forma intermedia de esa

transición fue el ensayo de interpretación histórica.

La época también estuvo caracterizada por el fin de las grandes utopías

culturalistas y el tránsito a las ciencias sociales, organizadas sobre una visión de la

sociedad en torno a las determinaciones económicas y políticas. En “Ecuador:

Drama y Paradoja” ese desplazamiento deviene en organización del libro como

paso de la geografía a la economía y a la historia, de selva y montaña a etnias y a

clases.

Empero, ese tránsito fue vivido por Benites Vinueza en el interior del

imaginario de las grandes construcciones utópicas que otorgaban grandeza épico-

trágica a la naturaleza americana, y, en cuyo seno, los dramas históricos fueron

percibidos como mezquinos dramas patéticos.

Benites Vinueza no alcanzó a mirar la grandeza de la historia. La explicación,

sin duda, la tiene la revolución del 44: “ El 28 de mayo de 1944, en que se hizo una

revolución popular, fue el día de la decapitación de la última esperanza”308. Los

pobres resultados de la revolución, y, más aun, las escasas ambiciones de las

fuerzas que participaron en la misma, incluidos los partidos y dirigentes de

izquierda, influyeron sin duda en la atmósfera intelectual de la época. Frente a la

fuerza épico-trágica de la conquista o del descubrimiento del Amazonas que

aquellos intelectuales (re)vivieron, las turbulencias del 28 de mayo debieron

parecer patéticas

Lo curioso del caso es que esa degradación de lo épico-trágico de la geografía a

lo patético de la historia, se expresó en la emergencia progresiva del discurso

analítico de las ciencias sociales que sofrenó no sólo el ímpetu del ephos narrativo

308 Op. cit. pág 297

150

–presente aún en determinados pasajes del texto- sino la forma sintética del

discurso asertivo. Los datos y cifras prosaicas reprimen el aliento poético.

El tono bíblico, apostrófico y profético al que tiende el discurso de frases cortas,

estilo adagios, termina, sin embargo, contagiándose de la vivencia de lo patético. El

último Capítulo, “Desenlace”, en lugar de profético termina en moraleja: consejos

para hacer una revolución pacífica y gradual. Patético.

“La novela ecuatoriana”, del Ángel Felicísimo Rojas

Se supone que en los narradores, los libros de crítica literaria son siempre

posteriores a sus grandes obras narrativas. En unos casos, porque se cree -fieles al

espíritu romántico- que la escritura narrativa es ímpetu, pasión, creación ex-nihilo

en la que su poética se encuentra en estado práctico. La reflexión crítica sería la

toma de conciencia de esa poética que ha sido creada en el proceso; sería, por lo

tanto, un momento posterior, no previo. En esa perspectiva, cuyo modelo es el

artista puro, no hay nada más cuestionable que la obra escrita a partir de una tesis,

de una teoría. Mas aún, en el caso de la generación de los 30, cuya poética fue una

sociología puesta en acción. “El montubio ecuatoriano”-publicado por Ediciones

Imán, Buenos Aires, 1937- fue una obra posterior a los grandes cuentos de De la

Cuadra.

“La novela ecuatoriana” fue publicada en 1948, un año antes de la

publicación de “El Éxodo de Yangana”, la novela fundamental de Ángel Felicísimo

Rojas. Es difícil, por supuesto, colegir el orden de su elaboración; pero, es

indudable suponer que, por lo menos, marcharon juntas. El crítico literario fue

151

coetáneo del novelista. Y, tanto como el crítico literario, el sociólogo y aun el

historiador.

La presencia del sociólogo en “El Éxodo de Yangana” es indudable. El

segundo capítulo “Cuando Yangana era pura” es un análisis sociológico de

Yangana en la fase anterior al Gran Crimen que motivó su éxodo. Pero, hay

también otras correspondencias con el análisis sociológico predominante en “La

novela ecuatoriana”: la pasión enumerativa, por ejemplo. En “El Éxodo de

Yangana”, esa pasión, cuando enumera los habitantes de Yangana que marchan en

el éxodo, adquiere un tono casi bíblico; en “La novela ecuatoriana” expresa el

extremo excesivo de la descomposición analítica del objeto, propia de la sociología.

En “La novela ecuatoriana”, aun presente la exposición asertiva, sintética,

de la interpretación, el discurso analítico cobra preeminencia. Mas aún, la

descripción empirista, presente en “Cuando Yangana era pura”, que en “La

novela ecuatoriana” se convierte en el eje organizador, tanto en el plano diacrónico

cuanto en el sincrónico. En el diacrónico es de una precisión extrema, lindante con

la cronología; a veces, parece devenir en la vieja crónica, que luego de los anales,

fue la forma anterior al nacimiento de la narrativa histórica moderna, en especial

cuando cataloga cronológicamente las novelas de un período: en esos momentos la

enumeración pierde todo nivel de interpretación y análisis.

En el nivel diacrónico, hay también una enumeración temática que

yuxtapone las descripciones analíticas de los diversos temas tratados. En la Tercera

Parte (1925-45), por ejemplo, cuando presenta la estructura social, enumera las

diversas categorías sociales: el campesino y el obrero, soldados, pesquisidores y

gendarmes, arrieros, montubios, la clase media otra vez, la clase militar, la

universidad, el clero, la clase dominante. Solo al final, y en un subcapítulo

152

yuxtapuesto a los anteriores, habla de las luchas sociales y las enumera también

por formas sociales: la huelga, la revuelta de campesinos, la masa, la cooperativa309.

El predominio de la enumeración –forma límite del discurso analítico y

empirista de la sociología- se expresa incluso tipográficamente en la introducción

de los títulos de los subcapítulos bajo la forma de una suerte de acotación en el

margen izquierdo, para diferenciarlo del título clásico. La enumeración no separa

ni diferencia: establece los nudos de una cadena, los eslabones de una secuencia,

las partes de un discurso continuo único.

A veces, la numeración expone el problema a ser analizado; tal el caso de la

cronología política del liberalismo en el poder, desde el 5 de junio de 1895 hasta la

revolución juliana de 1925, al final de la cual, señala “En la breve enumeración que

acabamos de hacer no puede darse cuenta del hondo drama que ha tenido el

Ecuador como escenario”310. Empero, cuando luego de una referencia a Benjamín

Carrión, postula la interpretación del hondo drama, ésta torna a ser una

enumeración de problemas y causas, aun cuando se anota con poca fuerza, el

problema del indio y del feudalismo como el fundamental.

La interpretación se encuentra, pues, subsumida en el análisis y en la

descripción empirista de la fenomenología social, en la descomposición del objeto y

en la enumeración cuasi exhaustiva de sus partes. Esa metodología se encuentra

articulada a otra: una suerte de aproximación, en espirales concéntricas, al objeto:

la novela ecuatoriana. Primero la época en sus determinaciones más generales –

sociales y políticas-, luego las formas culturales en su interpretación no

antropológica sino tradicional: así, en la Segunda Parte (1895-1925) y forma

enumerativa: la educación, el diarismo, las revistas, el libro nacional, los

afrancesados, los cenáculos literarios, los espectáculos públicos, el pensamiento

político, el pensamiento sociológico...

309 Rojas, Ángel Felicísimo: “La novela ecuatoriana”, Clásicos Ariel No 23, Guayaquil-Quito, Ecuador s/f, págs 166-167 310 Op. cit. págs 75-76

153

En una segunda fase se pasa de la época a la obra, en la que, luego de un

breve, brevísimo, esbozo de presentación de escuelas y corrientes, se entra de lleno

en la enumeración de autores y en el análisis descriptivo de sus obras, por lo

general también en orden cronológico. Sorprende la obsesión exhaustiva de Ángel

Felicísimo Rojas. No hay selección ni jerarquía: quiere nombrar a todos los autores

y a todas las novelas. Al final, hay una lista de novelas, ordenada por época y año.

La crónica, en fin.

En esa suerte de Ojeada -¿hojeada?311-, la crítica literaria se reduce a definir

rasgos característicos y distintivos de los textos literarios, acompañada de una

cierta calificación –bien o mal escrita- que ha conformado la peor tara de la crítica

literaria ecuatoriana.

Hernán Rodríguez Castelo elogia el método: “...enseña a estudiar el hecho

literario dentro de grandes contextos políticos, económicos, sociales. Y vistas las

obras literarias sobre ese complejo y rico cañamazo, adquieren nuevas

dimensiones y perspectivas”.

De ser así, nos encontraríamos frente a una sociología deductiva que infiere

el sentido del texto literario de la época y de la sociedad. Esa sociología de la

literatura hace tiempo que ha sido cuestionada. Pero, “La novela ecuatoriana”, ni

siquiera es esa sociología.

La frase de Rodríguez Castelo tiene una palabra, cañamazo, que induce a

error. En efecto cañamazo es la tela de cáñamo sobre la cual se borda, quedando el

bordado entretejido en la tela. En “La novela ecuatoriana”, la época y la sociedad

mas que cañamazo son un simple telón de fondo. Entre uno y otro universo no hay

ninguna relación. Son dos ordenes paralelos, cada uno de los cuales es descrito en

su especifidad fenoménica. Mas aun, tal como está analizada-descrita la época, es

154

imposible inferir de la misma ni los contenidos menos aun las formas de los textos

literarios. Y tal como se halla analizada-descrita la obra, es imposible pensar, en

ella, a la época o a la sociedad.

La moderna sociología de la literatura, a partir de Luckácks o Lucien

Goldmann, no establecen la correlación entre la fenoménica social y los temas de

los textos literarios sino entre los imaginarios culturales –sus modos de

representación y simbolización- y la forma del texto. No deduce, de la época o la

sociedad, el tema y el sentido del libro; descubre en el texto esos modos de

simbolización y representación imperantes en una época y una sociedad.

Empero, el sentido dominante de la frase de Rodríguez Castelo tiene

validez“... enseña a estudiar el hecho literario dentro de grandes contextos

políticos, económicos, sociales” (...) así, “... vistas las obras literarias (...)

adquieren nuevas dimensiones y perspectivas”. De hecho, Rodríguez Castelo

emplea ese método: yuxtapuestos los dos ordenes, el uno dimensiona al otro.

Tal es la validez de dicho análisis, en particular en la época en que fue escrita

“La novela ecuatoriana”.

La enumeración es una forma literaria generada por contigüidad

sintagmática antes que por juego paradigmático a la manera de la metáfora. Es el

delirio del sintagma, la supresión del aspecto connotativo del lenguaje, el frenesí de

la función referencial, lo que Barthés denominaba “el grado cero de la escritura”.

En “La novela ecuatoriana” no hay ninguna voluntad de estilo, no hay figuras

literarias, exploración de imágenes, juego del lenguaje. El criterio de verdad es por

entero el denotativo, el de la correspondencia de las palabras con los hechos, el de

la (supuesta) verdad historiográfica, mas aun, en algunos casos, el de la

311 Ojeada según el diccionario significa mirada atenta y ligera. Se corresponde al acto de pasar las páginas,

155

cronología. A diferencia de los otros narradores-ensayistas-historiadores, la

“transformación sintagmática de la diversidad paradigmática”, a la que alude

Ricoeur termina por disolver esa diversidad en la continuidad implacable de la

sucesión enumerativa. Se trata de un ordenamiento de hechos y problemas.

Ángel Felicísimo Rojas es fin de época en sus dos niveles. “El Éxodo de

Yangana” marcó el punto final de la narrativa de los 30. “La novela ecuatoriana”,

el paso brusco de la forma y la legitimidad literaria del discurso histórico, a la

forma y legalidad del discurso historiográfico, en una curiosa simbiosis de sus

formas iniciales, la crónica, con su forma positivista, el análisis social, pasando por

encima de la forma narrativa.

Pero, el desplazamiento de la forma es un desplazamiento de concepción y

sobre todo de tono. De la gran tonalidad épico-trágica de “Argonautas de la Selva”

o “Atahuallpa” a un discurso sin connotaciones y, por supuesto sin tono: la

aspiración del discurso empirista es borrarse ante los hechos de la realidad que solo

existen en su sucesión. Detrás de ese no-tono hay, sin duda, una visión de la muerte

de la épica y de la tragedia y la emergencia de la facticidad pura de los hechos. Es

curioso como en el imaginario de Rojas, el discurso sociológico es el que mejor

sirve a la descripción del paraíso. Así en “Cuando Yangana era pura”, la sociología

permite describir las costumbres idílicas de sus habitantes. La sociología, en la

visión de Rojas, es el discurso de la supresión de las contradicciones o de su

reconciliación, y la forma del mismo es la descomposición analítica del objeto y la

enumeración de sus partes.

De acuerdo a la concepción de la obra, el paso de la Primera Parte (1830 a

1895), a la Segunda (1895-1925) y a la tercera (1925-1945) corresponde al paso del

conservadurismo, al liberalismo y al socialismo. Pero, ese paso, no comporta

las hojas, con rapidez.

156

grandes conmociones históricas ni una visión épica, que se cree propia del

socialismo. Por el contrario, comporta una degradación del espíritu épico y su

tránsito a la banalidad de los hechos comunes y corrientes.

El grado cero de la escritura, representó a una burguesía conservadora que

había culminado, en 1848, su fase revolucionaria y, luego de masacrar a las milicias

obreras y populares en Junio del 48, entrado de lleno en su fase conservadora. La

revolución del 44 fue nuestro 48: el ímpetu de la gran utopía americanista de

Vasconcelos o del proyecto nacional mestizo había concluido: la burguesía

necesitaba describir la superficie fenoménica, registrar y ordenar los hechos y

fenómenos. “La novela ecuatoriana” es una suerte de anticipación del espíritu de

los censos y programas de desarrollo que introdujo el placismo en el Ecuador.

Es curioso, empero, que ese nuevo espíritu se presente bajo la forma de

socialismo. Un socialismo de abogados, profesores y burócratas. Es sintomático

como en Rojas, y, mas aun, en Benites Vinueza, el tono final del discurso, el de la

moraleja, se apoca, se atenúa tanto y se convierte en una jaculatoria del progreso y

la paz. En Rojas deviene en el canto laudatorio de los EE.UU.312, de Rooselvelt y del

vicepresidente Wallace313.

312 “La Carta del Atlántico despertó muchas esperanzas./ Cómo las despertó la segunda y luego tercera elección de Roosevelt y la paladina declaración de Cordel Hull de que había fenecido la era de imperialismo. La luna de miel entre las dos Américas comenzaba. Por nuestra parte, proporcionamos a los Estados Unidos, el territorio costanero que necesitaban en las Islas Galápagos y en la Península de Santa Elena, donde están nuestras minas de petróleo, y le vendimos a precio de costo gran copia de los llamados materiales estratégicos: caucho, palo de balsa, cascarilla, Era nuestro modesto aporte a la noble causa. Y cuando estuvo por aquí unos días el vicepresidente Wallace hubo mucha gente que pensó que si alguna vez tuviéramos que elegir un mandatario común a las dos Américas, su candidato indiscutible sería el bronco, sencillo y cordial maicero de Iowa”. Op. cit. pág171 313 Lo de Wallace era lo menos comprometido. Después de todo Henry Agard Wallace era un político muy progresista: secretario de Comercio (1945-1946) en los gabinetes de Roosevelt y Harry S. Truman, dimitió en el cargo por oponerse a la política antisoviética de este ultimo, y, en desacuerdo con las plataformas de política exterior de los dos partidos mayoritarios, junto con otros muchos demócratas liberales, fundó el Partido Progresista en 1947, con el que se presentó, sin éxito, a las elecciones presidenciales de 1948. Ver Enciclopedia® Microsoft® Encarta 2001. © 1993-2000 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos. Tampoco el nombre de Cordell Hull, Secretario de Estado durante la guerra y uno de los fundadores de las Naciones Unidas.

157

El fin de la narrativa de los 30 y del ensayo y narrativa histórica que le

acompañaron, se configuró junto a la formación del ala derecha del Partido

Socialista ecuatoriano, aquella que se sumó al Gobierno de Galo Plaza, verdadero

punto de ruptura en el proceso de formación de la izquierda ecuatoriana314.

Los avatares de “El Santo del Patíbulo”, de Benjamín Carrión

Resulta interesante analizar los avatares de la forma y de la legitimidad

textual en “El Santo del Patíbulo” como corolario de esa compleja relación entre

literatura e historia y que encontró en la biografía su forma de fluencia.

“El Santo del Patíbulo” fue publicado pocos años antes de la época de las

“novelas de los dictadores”315. Vargas Llosa le dijo a Carrión que con unos ligeros

retoques, el texto pudo haber sido una gran novela. A la vez, publicada en 1959, en el

curso final de la ruptura total entre literatura e historiografía, tuvo poco éxito. Poco

después, vino la hegemonía de las ciencias sociales y de una historiografía que

validaba el texto historiográfico por la precisión de las fuentes, terreno en que “El

Santo Patíbulo” no parecía pasar la prueba. En el terreno literario de la narrativa

histórica, en cambio, la obra se presentaba como muy rica. Años antes, cuando

imperaba la forma narrativa de la historia, habría tenido un gran éxito. Todas las

tensiones y contradicciones entre literatura e historiografía se hicieron presentes para

certificar el fracaso de un esfuerzo de veinte años, según declaraciones de su autor,

una obra de casi mil páginas.

314 Es sintomático que mientras los narradores de los 30 se mantuvieron fuera del placismo, Gil Gilbert militante comunista, Icaza en la CFP, nuestros biógrafos e historiadores, con la notable excepción de Benjamín Carrión, confluyeron en el placismo. El caso de Alfredo Pareja Diezcanseco es sintomático: descrito como simpatizante comunista por Ángel F.Rojas –op. cit. pág 186- devino en ferviente partidario del placismo en los 50, cuando había terminado la generación del 30 y él, Pareja, se orientaba a la historiografía y a la novela histórica.

158

5.4. La transición en la perspectiva académico-profesional de

la historiografía.

Varios de los historiadores protagonistas de lo que ha dado en llamarse

“nueva historia del Ecuador” han delimitado una línea de continuidad-ruptura con la

vieja historia del Ecuador organizada en torno a la disputa liberal-conservador, y,

sobre todo, al eje de la Academia Nacional de Historia, escuela dominante durante

toda la primera mitad del Siglo XX. La continuidad estribaría en la base documental y

el despliegue de las correspondientes técnicas de recopilación, lectura y archivo aun

cuando haya diferencias en torno a la valoración de la misma316. La ruptura se localiza

en la teoría que supone no solo una interpretación distinta de las fuentes sino

preguntas y temas nuevos que demandan nueva documentación. De todas maneras,

el historiador es definido en el nivel técnico: “Ahí empezamos a crear los paradigmas

del historiador contemporáneo, ya cualquier persona no puede ser historiado. Es

decir si puede ser, si es que domina las técnicas del oficio”, señala Carlos Landázuri en

la entrevista constante en los Anexos del presente trabajo317.

El mismo Landázuri señala cuatro causas para la transición hacia la nueva

Historia. La primera, los trabajo de historiadores extranjeros318, académicos y

315 “Yo, el Supremo”, de Roa Bastos: “El recurso del método”, de Alejo Carpentier; “El otoño del Patriarca”, de García Márquez. La “novela de los dictadores” tiene ilustres antecedentes como “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias. 316 Jorge Núñez, en la entrevista constante en los Anexos, señala que “Modernamente sabemos que esa historia pretendidamente objetiva, que planteaba la escuela positivista tiene también huecos por donde hace agua, porque de los primero que se trata-se lo plantea hoy desde las modernas escuelas historiográficas- es saber con qué criterio se construyeron esas fuentes, con qué criterio se reunieron las fuentes, por qué se las conservó, con qué afán se escribió el documento”. Ver Anexos, pág 5. Cevallos García, desde la otra vertiente, también postula una lectura específica de los documentos coloniales, en especial de los textos de los Cronistas, que elimine las perturbaciones por él señaladas. 317 Op. cit. pág 41 318 En dicha entrevista señala a.

- John L. Pelan: “Una historia del Reino de Quito en el siglo XVI - Michael Hamerly y su Historia social y Económica de la antigua provincia del Guayas - Robert E. Norris, autor de “Guía Bibliográfica para la historia Ecuatoriana” y varios otros textos,

muchos de ellos inéditos - Adam Száazdi - Demetrio Ramos Pérez, que escribe sobre la Independencia - Mark Van Aken, “El Rey de la noche”, biografía de Juan José Flores, - Kent B. Mekum

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profesionales, y las redes académicas establecidas que trajeron nueva documentación,

nuevos temas y un “nuevo profesionalismo”. La segunda, es el fin del peso histórico

de los Partidos Liberal y Conservador y de su larga controversia; el tercer la

modernización de la sociedad ecuatoriano, y, derivada de la anterior, la

modernización académico-institucional del Ecuador: se crean y desarrollan las

escuelas de historiografía, en especial la de la Universidad Católica, se establecen

redes ínter universitarias con otros países, se promueve la investigación

historiográfica archivos privados pasan a ser estatales. La cuarta causa, el desarrollo

de las ciencias sociales y los trabajos de sociólogos, economistas, politólogos, filósofos

que transformaron la visión del Ecuador y plantearon nuevas preguntas a la

investigación historiográfica.

Pero, esta ya es otra historia y se remite al nuevo campo cultural del Ecuador

que se instaura a partir de los 60 y comprende nuevas disciplinas y géneros, la

autonomía de las ciencias y de las artes, la separación de literatura e historia, el fin del

ensayo del intelectual y el advenimiento de las especializaciones y los expertos.

Campo cultural que, empero, ha entrado en crisis en los 90.

- Nicholas P. Cusner, que escribe sobre la economía jesuita de la época colonial - Lawrence Clayton, que escribe sobre el astillero de Guayaquil - Ubo Oberem, antropólogo que hace historiografía - Frank Salomón, antropólogo, autor de “Los señoríos étnicos de Quito”. - Linda Alexander Rodríguez, que escribe sobre Finanzas públicas del Ecuador. - Javier Ortiz de la Tabla - Luis Ramos Gómez que destruye los mitos sobre “Las noticias secretas de América”, el célebre texto

de Antonio Ulloa y Jorge Juan Ver Anexos, pág 42.43

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