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1 Una propuesta de conversación ilustrada Por Juan José García Posada Diez capítulos del texto de Periodismo de Opinión Temario El escaramujo y el porqué de preguntar 2 El camino de la comprensión 10 La distancia crítica del intelectual 19 Karl Popper, el amigo de la sociedad abierta 24 El porqué de la diferencia entre información y opinión 32 La decisión editorial 37 El Editorial, un modelo de inteligencia compartida 40 El virus de la impertinencia 46 El ensayo, género de géneros del Periodismo de Opinión 51 La crítica, función capital del Periodismo de Opinión 60

Una propuesta de conversación ilustrada

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Una propuesta de conversación ilustrada Diez capítulos del texto de Periodismo de Opinión.

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Una propuesta

de conversación ilustrada

Por Juan José García Posada

Diez capítulos del texto de Periodismo de Opinión

Temario

El escaramujo y el porqué de preguntar 2

El camino de la comprensión 10

La distancia crítica del intelectual 19

Karl Popper, el amigo de la sociedad abierta 24

El porqué de la diferencia entre información y opinión 32

La decisión editorial 37

El Editorial, un modelo de inteligencia compartida 40

El virus de la impertinencia 46

El ensayo, género de géneros del Periodismo de Opinión 51

La crítica, función capital del Periodismo de Opinión 60

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El escaramujo

y el porqué

de preguntar

Yo vivo de preguntar: saber no puede ser lujo.

(Silvio Rodríguez, El escaramujo).

¿Serían posibles la información y la opinión periodísticas sin la pregunta? Tiene un profundo sentido la explicación del porqué de preguntar como punto de partida del ejercicio hermenéutico.

La información no se presenta por generación espontánea. No se nos da en estado silvestre. La plétora de los hechos sociales necesita un tratamiento racional, una deliberación y un proceso de calibración y selección que es de la responsabilidad del periodista. En la calle y en los escenarios de la sociedad están los hechos dispersos, en esa suerte de nebulosa de los temas, los personajes, los motivos, los incidentes, los eventos de la cotidianidad. Es al periodista a quien le está asignada la misión de captarlos y someterlos a decantación, para, con criterio de responsabilidad social, escoger aquellos que a su juicio se sintonicen con el interés público y puedan presentarse como constancias del "aquí y ahora", es decir como ejemplos representativos de un momento y una situación propios del discurrir social.

No todos los hechos sociales poseen importancia periodística. La concurrencia desaforada de sucesos de todos

los órdenes y niveles de interés ha ocasionado una

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tergiversación del trabajo periodístico. Suele pensarse que todo es de interés noticioso y por consiguiente que todo debe difundirse. Esta creencia errónea ha convertido el

derecho a la información en pretexto para vencer fronteras legítimas y eludir hasta la sindéresis en la difusión de los sucesos, con la falsa idea de que tiene que ser colmada a

toda costa la presunta avidez de información de los ciudadanos. Es una actitud abusiva, que entraña también el arrogarse la facultad de bombardear a los perceptores con

toda clase de mensajes indiscriminados. Un ejemplo de esta forma de comportamiento lo aporta la radiodifusión

colombiana de los tiempos actuales. Transmite noticias día y noche, sin interrupción, sin pausa y en no pocas ocasiones

sin deliberación manifiesta sobre el verdadero interés de las noticias en cascada y sin someter las versiones transmitidas

a la necesaria verificación. Al oyente se le satura de noticias. La televisión acusa también esa tendencia. Y los medios impresos, entre tanto, no pueden superar la fase

noticiosa de la evolución del periodismo para dedicarse a la explicación y a la presentación de los hechos en

profundidad, porque está primando el concepto de la instantanidad, que parece el supremo regulador de la

competencia informativa.

Lo paradójico está en que en virtud de la manía noticiosa el periodismo está renunciando al deber de efectuar la selección de los asuntos de interés que detecte en la plétora de los hechos sociales y al derecho de emitir sólo aquellas informaciones que se juzguen de importancia de acuerdo con un razonable criterio selectivo.

El llamado radioperiodismo posmoderno está empeñado en revaluar viejos lemas y en desmontar paradigmas. Ya no se defiende la función de presentar todos los hechos que merezcan ser divulgados. Cualquier hecho, no importa su

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calidad e importancia intrínsecas, tiene que ser transmitido al instante y en el término de la distancia. En tales condiciones, la iniciativa de escoger los hechos después de someterlos al proceso de selección y cualificación previo al de difundirlos, se diluye en forma de peligrosa renuncia a las atribuciones periodísticas.

Dejar que todo aquello que suceda se convierta de modo automático en tema de interés público no sólo es una necedad sino también una negación de la prerrogativa esencial del periodismo de seleccionar con criterio de responsabilidad social los hechos que merezcan ser divulgados, pues lo contrario sería admitir que la información surge en estado silvestre y se presenta por generación espontánea y por consiguiente que no es necesaria la participación reflexiva de ningún periodista en la condición de mediador.

La función periodística, en tales condiciones, sería irrelevante. Los periodistas no serían necesarios. Sería como volver al estado natural de la eliminación de las funciones sociales. Cada función social se justifica en la medida en que sea indispensable la administración de un derecho fundamental. El de informar requiere la función periodística y necesita el filtro selectivo del periodista. Pero si todo lo que sucede debe ser divulgado, no es indispensable la actuación selectiva ni hace falta que alguien, dotado de las aptitudes y destrezas profesionales, asuma la función correspondiente, pues todos los ciudadanos -al menos en forma hipotética- tendrían posibilidad de conocer todos los hechos sin necesidad de que se cualifiquen mediante el tratamiento informativo. Es obvio suponer que una ciudad y un mundo así serían ingobernables. La anarquía informativa sería tal que el descontrol y la confusión imperantes crearían una situación de caos incontrolable.

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De hecho, la posibilidad de acceder a la información no regulada que llega por las vías de Internet y de las señales televisivas de parabólica está planteando serios interrogantes de índole moral.

Si en la actualidad hay millones de seres humanos que pueden obtener cualquier clase de información por medio del computador y mediante la conexión con Internet y si la proporción de usuarios del revolucionario servicio crece en progresión geométrica, en pocos años toda la faz de la tierra estará cubierta por una red sobrecogedora de informaciones indiscriminadas, no selectivas, que pueden captarse con entera libertad en los hogares y en las escuelas.

Y si además no hay legislaciones nacionales que puedan impedir la invasión del espectro electromagnético por las señales de televisión extranjeras que llegan por medio de la parabólica, tampoco hay mecanismos eficaces para evitar la penetración de teleaudiciones que rompen todos los cánones de la moral e incluso del buen gusto y subvierten el orden de la pedagogía escolar y familiar. En repetidas ocasiones los más importantes medios periodísticos del planeta han dedicado amplios trabajos informativos a señalar los riesgos de las publicaciones pornográficas que pueden ser halladas por menores de edad en el menú de la red de redes de Internet y de las producciones de video de igual índole que transmiten canales internacionales de televisión como Cinemax.

El periodismo no se arroga la facultad de seleccionar. Es una atribución inherente a la delegación tácita dispuesta por los perceptores de los medios de comunicación que esperan la administración, por los profesionales calificados, del derecho a la información, del mismo modo que delegan los otros derechos fundamentales en quienes en virtud de la

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especialización de las funciones tienen la capacidad de administrarlos. Cada profesional tiene a su cargo la función de formular, de emitir conceptos, de orientar, para dosificar la administración del respectivo derecho. El periodista dosifica la información, de tal suerte que la plétora de los hechos sociales sea sometida a un proceso de razonable decantación, pues de lo contrario sería en absoluto insoportable y el bombardeo noticioso originaría perturbaciones síquicas y sociales de magnitud descomunal.

En este sentido, quien ejerce una función especializada, entendida como una profesión destinada a la administración de un derecho fundamental, actúa -también en virtud de la delegación tácita, del mandato implícito que recibe- como partícipe en la regulación de la vida social. Es un factor de orden y estabilidad. Si el derecho en su acepción amplia es el instrumento regulador de la convivencia, parece obvio que la administración de un derecho -como el de la información- implique una acción análoga a la de contribuir, en cierto grado, a la regulación de la vida en sociedad. La selección periodística es una forma de asignarles un orden razonable a los hechos dispersos para atribuirle una función social a la información.

Y esa selección se emprende al aguzar la facultad periodística de inquirir. El periodismo es, ante todo, una disciplina desocultadora, reveladora, llamada a responderle al hombre contemporáneo los grandes y medianos interrogantes sobre la ciudad, el país y el mundo y sobre los temas que afectan su existencia. Pero muy en particular, con referencia a los interrogantes legítimos que el individuo en actitud de informarse plantea ante los hechos que le son descubiertos luego del proceso de selección y decantación periodística. Es en este punto en donde se cuestiona -valga la redundancia- la capacidad cuestionadora del periodismo.

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El periodista debe ser un preguntador por excelencia. Indagar es su actividad primordial. Sin la pregunta, sin el cuestionario intenso que permite la profundización en la búsqueda de sentido en las interioridades del laberinto fáctico es imposible que puedan reunirse las condiciones indispensables para la interpretación y por consiguiente para efectuar el planteamiento hermenéutico.

Hay una canción del cubano Silvio Rodríguez que bien podría catalogarse como una suerte de himno del Periodismo de interpretación y alabanza de la facultad de preguntar. Es El Escaramujo:

Escaramujo

(Silvio Rodríguez)

¿Por qué la tierra es mi casa? ¿Por qué la noche es oscura? ¿Por qué la luna es blancura que engorda como adelgaza? ¿Por qué una estrella se enlaza con otra, como un dibujo? ¿Y por qué el escaramujo es de la rosa y el mar? Yo vivo de preguntar: saber no puede ser lujo. El agua hirviente en puchero suelta un ánima que sube a disolverse en la nube que luego será aguacero. Niño soy tan preguntero, tan comilón del acervo,

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que marchito si le pierdo una contesta a mi pecho. Si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo. Yo vine para preguntar flor y reflujo. Soy de la rosa y de la mar, como el escaramujo. Soy aria, endecha, tonada, soy Mahoma, soy Lao-Tsé, soy Jesucristo y Yahvéh, soy la serpiente emplumada, soy la pupila asombrada que descubre como apunta, soy todo lo que se junta para vivir y soñar: soy el destino del mar: soy un niño que pregunta. Yo vine para preguntar flor y reflujo. Soy de la rosa y de la mar, como el escaramujo.

Nuestro periodismo adolece de una falla original: No tiene por costumbre y por rutina la indagación exhaustiva. Si la realiza no avanza hasta el esclarecimiento de las verdades verdaderas. Opta por una postura pasiva, contemporizadora y dependiente. Suele ser medroso y cauto en exceso y se deja vencer por la complejidad de los hechos. De ellos sólo presenta las versiones aparentes y superficiales. Si emprende indagaciones las suspende al tropezar con las primeras dificultades. Acusa una tendencia irresistible a la credulidad

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y a la aceptación facilista de las explicaciones ajenas, no siempre exactas ni veraces y muchas veces amañadas y regidas por la falsa ley de las verdades de conveniencia.

Si no se cuestiona la validez aparente de los hechos es imposible comprenderlos. El núcleo de la actividad pertinaz de preguntar está en el horizonte de comprensión que despeja y en lo que permite suponer o deducir. Valga decir, en la diversidad de posibilidades de interpretación que brinda, no sólo al periodista sino al lector, el oyente o el televidente.

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El camino de la comprensión

Apuntes para una lectura de la Teoría de la acción comunicativa_ asociada al periodismo como factor del diálogo social. La dimensión comprensiva del

Periodismo de Opinión. Esta lectura será complementada con la exposición del profesor sobre el texto y la interpretación, en la tesis de Gadamer (Verdad y

Método).

Hay una fundamentación implícita de las funciones periodísticas a la que sólo de paso se le atribuye sentido. Es la comprensión. El propósito de informar -y las actividades conexas de orientar y recrear- se agota y no alcanza a justificar un proyecto coherente si no está respaldado en el concepto de comprender. Todavía el fin general de educar, al cual se pretende que tienda la acción del periodista, es incompleto si carece de una profunda y radical intención comprensiva. ¿Por qué y para qué se informa -y se orienta y se entretiene y además se educa- si los contenidos correspondientes no representan factor de comprensión?

Cuando se trata acerca de las finalidades éticas del periodismo y de la importancia de asignarle una contribución eficiente al diálogo social, el planteamiento se queda en la mitad del camino. Más aún, fortalecer los tejidos del diálogo es una pretensión bondadosa, en sociedades que, como la nuestra, van adoptando los rasgos y las formas de vida que las identifican como abiertas. Y es casi redundante insistir en el aporte que se le impone al periodismo en la construcción de la democracia participativa. Asimismo lo es reclamar su papel de motor del pluralismo y la convivencia tolerante basados en la aceptación de la diferencia y el respeto por el disentimiento.

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Sin embargo, lo que de verdad les infunde credibilidad a las funciones periodísticas no es la sola rectitud de intención. Lo es la garantía de que el ejercicio de esas funciones sí conduce a la consecución de los fines éticos propuestos. Y esa seguridad puede verificarse en la medida en que el diálogo propiciado mediante la difusión de los mensajes periodísticos no se diluya en la proposición inicial y alcance a efectuarse hasta que genere las consecuencias buscadas.

Valga decir que no basta con proponer el diálogo social si al mismo tiempo no se crean las condiciones indispensables para llegar a la comprensión y al acuerdo y no se comprende el porqué del diálogo. Las propuestas informativas y de opinión deben despojarse del cálculo egocéntrico de resultados cifrado en las claves del éxito -observable, por ejemplo, en diversos matices del periodismo político- y es necesario que estén dotadas de sentido y orientadas al entendimiento.

En su Teoría de la acción comunicativa, Jürgen Habermas dice que "un acuerdo alcanzado comunicativamente tiene que tener una base racional; es decir, no puede venir impuesto por ninguna de las partes, ya sea instrumentalmente merced a una intervención directa en la situación de acción, ya sea estratégicamente, por medio de un influjo calculado sobre las decisiones de un oponente". En términos más claros, las funciones periodísticas no se acoplan a las exigencias de la ética social si no se ejecutan con una invocación convencida e invariable del juego limpio. No puede ser el periodista un interlocutor confiable del lector, ni estará proponiéndoles una nueva interlocución seria y decente a los lectores si al ejercer sus funciones procede con la intención de forzar acuerdos.

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El mismo Habermas -de quien puede obtenerse una guía muy lúcida, con todo y el riesgo de simplificar su complejo razonamiento- sostiene que el acuerdo se basa en convicciones comunes, pues el acto de habla de un actor -que en este caso sería el periodista- sólo puede tener éxito si el otro acepta la oferta que ese acto de habla entraña: "Tanto ego, que vincula a su manifestación una pretensión de validez, como alter, que la reconoce o rechaza, basan sus decisiones en razones potenciales". Por eso concluye que si el oyente, en efecto, acepta la oferta que un acto de habla lleva implícita, se produce un acuerdo entre dos sujetos -al menos- capaces de lenguaje y acción.

Habermas cataloga los elementos de la intención comunicativa del hablante. Por asociación, esa condición de hablante puede asimilarse -guardadas, claro está, las proporciones- a quien ejerce una función periodística:

A. Realizar un acto de habla que sea correcto en relación con el contexto normativo dado, para poder con ella establecer una relación interpersonal con el oyente, que pueda considerarse legítima.

B. Hacer un enunciado verdadero para que el oyente pueda asumir y compartir el saber del hablante.

C. Expresar en forma veraz opiniones, intenciones, sentimientos, deseos, para que el oyente pueda fiarse de lo que oye.

Esos tres elementos propician un consenso y por consiguiente una comunidad intersubjetiva, al rededor de un acuerdo normativo, un saber proporcional compartido y una mutua confianza en la sinceridad subjetiva de cada uno.

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Es obvio -y esta aclaración resulta muy pertinente- que en la práctica la relación comunicativa entre el periodista y el lector no es interpersonal, en sentido estricto. Tampoco suele ser directa. No obstante, plantearla así, con todo y el carácter impersonal que suele poseer el mensaje periodístico en su forma y su contenido, reafirma para el periodista el criterio ético y la actitud de responsabilidad social en el ejercicio de una función que es pública, sin atenuantes, y que no puede realizarse como un acto privado y de lucimiento egoísta animado por el solo protagonismo individual o del medio.

Entre el periodista y el lector se presume el principio de una relación comunicativa, así no se consolide sino en situaciones excepcionales. Si se hace esta asociación entre las relaciones deseables entre dos interlocutores y las que se dan entre periodista y lector, lo que se pretende es identificar en las primeras un valor ejemplarizante. Los "casos puros e idealizados" de actos de habla a los que se refiere Habermas ofrecen orientaciones interesantes de las cuales pueden extraerse ilustraciones para la explicación del deber ser de la acción comunicativa inherente a las funciones periodísticas. Y el distanciamiento del periodista de esas formas de interrelación supondrá la aparición de fenómenos de distorsión que obstruirán la consecución de los fines éticos a los cuales deben orientarse las funciones periodísticas.

¿Y la comprensión enunciada al comienzo como fundamento de las funciones periodísticas? Volvamos a ese concepto. El tratamiento periodístico de los hechos sociales conflictivos debe estar orientado por la finalidad primordial de comprenderlos y en tal medida se logrará al menos una aproximación a la posibilidad de resolverlos, sin que por ello se sobreestimen los alcances de las funciones del

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periodismo. Pero no es la comprensión referida sólo a la interpretación -de ahí que no se hable sólo del texto interpretativo, como suele suceder en el artículo de opinión-, pues, como aclara Agnes Heller, toda interpretación es también comprensión, pero no toda comprensión es interpretación: "Existe -dice- una buena cantidad de comprensión compartida entre gentes de la misma cultura que permanece sin reflejar, y por tanto no interpretada, no sólo en la comunicación cotidiana sino también en las ciencias sociales. Aunque, desde luego, este consenso de fondo también puede abrirse a la interpretación". El significado de la comprensión no se limita a tener sentido, sino que se extiende -como dice Agnes Heller- a "tener sentido de algo que tiene sentido, o al menos tener sentido de ciertos aspectos que también tienen sentido".

En Políticas de la posmodernidad y en particular en el capítulo referente a la hermenéutica en las ciencias sociales, Agnes Heller ofrece estas orientaciones que permiten comprender el sentido de la comprensión. Cuestiona la posición de Habermas cuando dice que una persona comprende algo al adquirir la aptitud para hacer ese algo. Por ejemplo, para cumplir una regla. Y argumenta que en la esfera de lo cotidiano no basta con comprender que hay reglas y deben cumplirse, sino que es necesario comprender el porqué de las reglas:

"Si un amigo me da consejo, yo comprendo que me da consejo, porque comprendo el juego de lenguaje de dar consejo. Sin embargo, de esto ciertamente no se deriva que yo tenga que comprender también por qué me da este tipo concreto de consejo, y por qué me lo da sobre este asunto y no sobre otro. También es posible que una persona siga las reglas pero al mismo tiempo se rebele contra ellas en su mente y su corazón. Si la regla es que los padres pegan a sus

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hijos para educarlos moralmente, y si el hijo está familiarizado con este procedimiento y en este sentido entiende por qué se le pega regularmente, puede aún formular preguntas acerca del porqué, lo cual muestra que su comprensión es simultaneamente no comprensión. Además, dado que la vida social no está regulada sólo por reglas sino también por normas, las mismas normas pueden cumplirse de maneras distintas y, dentro de ciertos límites, cumplirse igualmente bien, de la manera correcta. Comprender por qué se ha hecho esto y no lo otro en una situación concreta es una tarea que aún está en curso, un tema lleno de conjeturas, en contraste con el caso de la mera regulación a base de reglas".

Más interesante es todavía -en este razonamiento sobre la comprensión como fundamento de las funciones periodísticas- seguir el ritmo de la explicación de Agnes Heller cuando plantea que la comprensión es relacional en el sentido de que es relativa al proyecto del actor o los actores. El mismo nivel de comprensión puede resultar suficiente en un caso e insuficiente en otro, pues con todo, sea cual fuere el nivel de comprensión, siempre hay algo que permanece incomprendido: "Tal como sabemos desde los tiempos de Sócrates, cuanto más alto sea el nivel de comprensión, más se verá la mente humana obsesionada por la carencia de ella. Detrás de lo que se ha comprendido está siempre el misterio, el interrogante, la oscuridad, el territorio desconocido de la atracción y la repulsión. Un pariente remoto puede ser comprendido muy bien, pero la mente del amigo más íntimo nos elude, siendo siempre un eterno enigma. Cuanto más cercana a nuestro corazón esté una obra de arte, menos la comprenderemos. Mientras las instituciones sociales o los acontecimientos históricos se den por sentados, los comprenderemos hasta cierto punto. En el momento en que los sometemos a examen, empezamos a

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comprender de qué tratan, comenzamos nuestro estudio y ya no nos detendremos nunca. Cuanta más importancia tenga una institución, una forma de vida o un acontecimiento histórico para la conciencia histórica de nuestra época, menos podrán ser totalmente comprendidos, independientemente de las frecuentes explicaciones finales y definitivas que aportan los científicos sociales".

Si se habla de la vocación radical de comprensión, de la que debe dar testimonio el periodista en el ejercicio de sus funciones, para aspirar a la credibilidad y la confiabilidad, es porque la comprensión en las ciencias sociales -lo dice Agnes Heller- implica "hacerse comprender uno mismo". Debe aceptarse, entonces, una suerte de reciprocidad simétrica, de tal modo que al poner en común el texto periodístico no sólo se pretenda que el lector lo comprenda sino que también comprenda el porqué de su emisión y por consiguiente comprenda con claridad la motivación del periodista, quien, a su vez, debe comprender la motivación que asiste al lector. No obstante, son incontables las limitaciones y las posibilidades de malentendidos. En el periodismo, como en las ciencias sociales en general, opera la dialéctica de la comprensión y el malentendido.

Habermas habla de "patologías de la comunicación como resultado de una confusión entre acciones orientadas al éxito y acciones orientadas al entendimiento". Ese cuadro es tan aplicable a las acciones interpersonales como a las que tienden a establecer una mínima interlocución confiable entre el periodista y el lector. El diario escrutinio de la actividad periodística es suficiente para comprobar la frecuencia del engaño y el autoengaño, por parte del periodista -o del mismo lector-, cuando no advierte que obra en actitud orientada sólo al éxito -o a la imposición de un criterio- y mantiene sólo una apariencia de acción

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comunicativa. Tal es el problema de las estrategias encubiertas, que implican comunicación distorsionada en forma sistemática, engaño consciente y manipulación.

Habermas dice -y este concepto es aplicable a lo que acaba de afirmarse- que "la integración de los miembros de la sociedad que se efectúa por medio de procesos de entendimiento, encuentra sus límites no sólo en la violencia de los intereses en pugna, sino también en la presión que ejercen los imperativos de la autoconservación del sistema, los cuales desarrollan objetivamente su poder penetrando a través de las orientaciones de acción de los actores afectados".

En esas condiciones, el porqué de las interferencias que surgen día tras día cuando se adelantan procesos de diálogo dirigidos a la consecución de acuerdos, puede originarse, al menos de modo parcial, en comportamientos periodísticos que desvirtúan proyectos de acción comunicativa. Es así como, por ejemplo, por causa de un ejercicio distorsionado de las funciones periodísticas, puede influirse en la aceleración del fracaso de acciones comunicativas que en principio se habían trazado como estrategias para la reconciliación de fuerzas sociales o políticas opuestas.

El periodismo puede ser factor de convivencia y de diálogo social, pero también puede actuar -y de hecho ha actuado en múltiples ocasiones- como instrumento de disociación y discordia. Si, como lo expresa Habermas, la idea de reconciliación se posibilita por una intersubjetividad sin violencia y el entendimiento precisa de la apostilla de no coaccionado, pues se trata de "comunicación enderezada a un acuerdo válido", no son pocas las situaciones de acentuada incomprensión en que el ejercicio periodístico en nuestro país ha entorpecido acciones comunicativas dirigidas

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al entendimiento entre diversos contradictores, así como también, claro está, cuando ha asumido sus responsabilidades en la prosecución de la paz ha cumplido tareas notables en la confección del tejido sutil del diálogo social y la construcción de la democracia. Con estas bases apenas bosquejadas es posible avanzar en un trabajo dirigido a conceptuar los medios periodísticos y de comunicación como instrumentos de comprensión.

Fuentes de consulta

Teoría de la Acción Comunicativa, de Jürgen Habermas.

Políticas de la posmodernidad, de Agnes Heller.

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La distancia crítica del intelectual

Independiente ante la política, pero no indiferente. Antagonista del poder, pero en virtud de una posición de distancia crítica. Son dos condiciones que debe observar el intelectual contemporáneo.

¿Es capaz el periodista de hacer valer la condición de intelectual, ajustada a esos dos criterios básicos? ¿Por el contrario se sale de ese marco para ejercer una función instrumental que podría asimilarse al trabajo manual distinto del de la inteligencia o al de quien renuncia al uso de su libertad para someterse a dictados ajenos?

Ese es uno de los dilemas actuales: Ejercitar una función rutinaria que bien podría ser desempeñada por cualquiera otro individuo apoyado en los recursos tecnológicos de la información, o comprometerse con una misión trascendente, para la cual se necesita reunir calidades distintivas y hasta cierto punto excluyentes.

Lo primero implica una conformidad con el esquema tradicional de las funciones periodísticas, reducido sobre todo a los deberes de informar y entretener y en una mínima proporción el de orientar. Lo segundo entraña la asunción de una responsabilidad social que vincula con la búsqueda de sentido y la comprensión del aquí y ahora de los individuos y las organizaciones sociales y la consiguiente interpretación de la realidad.

Debo insistir en esta presentación en los conceptos que expresé en el libro La dimensión hermenéutica del Periodismo y en particular en el capítulo relativo a la responsabilidad de los intelectuales.

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En el discurso de Norberto Bobbio sobre la naturaleza y los alcances del trabajo intelectual, está implícito el reconocimiento, en tal categoría -como quehacer de la inteligencia- de la reflexión y la acción que desarrolla el periodista. Un periodista puede ser creador de ideas, generador de pensamiento, orientador de costumbres y comportamientos sociales. La sola tarea de formación ideológica, cuando es asumida por el periodista, es de suficiente entidad como para asociarla con el ejercicio intelecctual. La misma política, sin la participación creadora o difusora del periodista, sería una simple figura de la imaginación. También la cultura requiere la intervención mediadora o coordinadora del periodista para ganar entidad y permanencia en el escenario social. Cultura y política son inseparables del periodismo. Es ilusorio hablar de una sociedad en la cual las ideas y los sentimientos permanezcan aislados en sus propios crisoles. El periodista, en ejercicio crítico, los pone en común, los analiza, los transforma o los decanta. Entre los de su clase -es decir entre los intelectuales- es el periodista el más llamado a tomarles el pulso a los hechos del "aquí y ahora", a ponerse a su ritmo y, en los términos de Bobbio, a estar "en horario". "Respecto al desarrollo del curso histórico -dice el pensador italiano-, los intelectuales a veces están anticipados, a veces están en retraso, raramente están en horario. Por lo demás, su función no es aquella de decir qué hora es. Esto es, de registrar lo que pasa, sino de inventar el futuro o de redescubrir el pasado". Y quizás lo que diferencia al periodista frente a los otros intelectuales es esa necesidad de sincronización con los hechos sociales. Los demás pueden andar con adelanto o con retraso. En el campo extenso e intenso de las disciplinas del espíritu, los poetas, los novelistas, los profesores, los científicos sociales y, en fin, todos los demás intelectuales, pueden invocar el derecho a

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tomarse su tiempo. Los periodistas, no tanto, porque la actualidad -la actualidad, dentro de lo razonable- es factor inherente a su pensar y hacer profesionales.

También es cierto que si se evalúa de modo severo el trabajo del periodista por el testimonio corriente, no es fácil demostrar que va más allá de "decir qué hora es". Tanto el concepto convencional del periodismo como el método que suele adoptarse indican que es una actividad que no siempre supera los límites de la función inherente al registro notarial. Como si bastara, en la generalidad de los casos, con dejar constancia de los hechos, declararlos y consagrarlos como ajustados a la actualidad y el interés público. Al periodismo -sobre todo al de información- suele asignársele más una función declarativa. Y es verdad que no resulta pertinente anticiparse a los hechos, ni obtener conclusiones sin haber aprehendido antes la realidad. Sin embargo, los hechos tales cuales no representan constancia definitiva. Se necesita, fuera de exponerlos del modo escueto que se aconseja para la presentación de las noticias, encontrarles una conexión con los antecedentes y localizarlos dentro del contexto actual y cercano para hallarles un sentido que, en otra forma, permanecería oculto.

Explorar en busca del sentido de tales hechos, hallarles explicaciones y exponer esos porqués para responder los innumerables interrogantes del individuo y la sociedad, es parte de las responsabilidades inherentes al pensar y el obrar periodísticos. Sin embargo, hay quienes piensan en contrario y juzgan que esas atribuciones son ajenas a las tareas impuestas al periodista. Así se mira desde otros ángulos parciales.

En una interpretación cómoda y fácil de los términos de Bobbio, se justificaría la presencia más o menos indagativa

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del periodista por la sola solución del problema simple de informar "qué hora es", sin que importara el significado de esa hora, de ese momento del discurrir social. Para hacerlo no se requerirían ni las aptitudes ni las actitudes diferenciales del periodista. Cualquier ciudadano, dotado de una cierta destreza para el manejo de los elementos básicos de la información, estaría en condiciones de ejercer la actividad periodística, mediante el dominio conveniente de las técnicas y los recursos e instrumentos indispensables para la elaboración y la difusión pública de las noticias.

Es que en realidad así lo entienden, en la práctica, en no pocos medios de comunicación. De la apreciación del modo de hacer periodismo con mínima exigencia de profundidad se colige que esta actividad no implica, en muchos casos, el compromiso de realizar una misión, sino la simple ejecución de unas funciones cuyo artífice bien podría ser un técnico avezado, un ciudadano hábil para hablar y escribir en público, un individuo versátil y capacitado para desempeñar diferentes oficios con éxito. Podría inferirse que para informar y distraer, e incluso para orientar, dentro de esas condiciones laxas, no se necesita ser periodista. Ni siquiera se hace ineludible demostrar capacidades para el desempeño de un trabajo intelectual.

Más todavía, podría tolerarse en quien ejecute esas funciones simples la dependencia ante la política y la cancelación de la distancia crítica. No tendría caso insistir en una lucha por la independencia y por la asunción de una posición distante frente a los hechos. Tampoco, en el nuevo imperativo ético de desvincular el periodismo del poder y ponerlo frente a él en situación antagónica. Esta concepción anacrónica desliga al periodista de las facultades de crear, portar y difundir ideas y lo relega a la condición subalterna de registrador acrítico de realidades, de transmisor

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indiferente de presuntas verdades, con o sin sentido, pero, eso sí, útiles para mantener la prevalencia de la actualidad, de la oportunidad y de lo inmediato y urgente sobre lo importante y trascendente. Y para sostener un nivel competitivo que impida descensos del aparente nivel de audiencia y del beneficio comercial.

La categoría de interlocutor distante y crítico, tan venida a menos en el formato espectacular de los noticiarios de televisión, es la que garantiza la independencia del periodista y su ruptura fructífera con los órganos del poder. Y asegura, así mismo, la asunción de la responsabilidad social. La dependencia, en cambio, somete el tratamiento de los hechos a la frivolidad de lo inmediato y superficial y a los criterios utilitarios que orientan el mercadeo, la publicidad y las ventas.

Volvamos a la jerarquía que debe hacer valer el periodista en atención al desempeño de una tarea intelectiva. Bobbio plantea un principio de definición de intelectual así: "Los intelectuales son todos aquellos para los cuales el transmitir mensajes es la ocupación habitual y consciente, y para decirlo de un modo que puede parecer brutal, casi siempre representa también el modo de ganarse el pan". Mas no se queda ahí la función intelectual en la sola transmisión de mensajes para subsistir, pues sería recortarla. Tiene un alcance mayor, pues es ejercida por sujetos que son creadores, portadores y difusores de ideas, como quedó dicho atrás.

El mismo Bobbio es reiterativo al tratar de la responsabilidad de los intelectuales y los hombres de cultura. "El intelectual -dice- no hace cosas sino que reflexiona sobre las cosas, no maneja objetos sino símbolos y sus instrumentos de trabajo no son las máquinas sino las ideas".

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Karl Popper, el amigo

de la sociedad abierta

Si no fuera porque ya Voltaire se había autoproclamado en su tiempo como El Patriarca de la Tolerancia, ese título u otro semejante podría atribuírsele al profesor austriaco Karl Popper, quien fuera uno de los pensadores más representativos del Siglo Veinte.

Popper no fue un inventor. Ha trascendido porque tuvo el sentido de la oportunidad suficiente para lanzarse contra la corriente de su época y elaborar una suerte de teoría de la verdad y la tolerancia en tiempos de intolerancia y mentira. Fundamentó sus tesis en la idea de acercamiento a la verdad y alejamiento del error por medio de la falsabilidad. Su distinción entre ciencia y seudociencia causó natural escozor entre los dogmáticos de todos los frentes: Es seudocientífica una idea cuando se apoye en afirmaciones que se juzgan categóricas, definitivas e incuestionables. "Una teoría que no es refutable por ningún suceso concebible (dijo), no es científica". En consecuencia, concluyó que la irrefutabilidad no es una virtud de una teoría, como suele creerse, sino, por el contrario, un vicio.

Las formulaciones de Popper tuvieron por lo general un acento ético. Constituyeron interpelaciones constantes a la clase intelectual y a los científicos. Fue insistente en señalar que la responsabilidad del hombre de ciencia consiste en exponer sus hipótesis a condiciones límites, a experimentos en los que se pusieran a prueba afirmaciones que se han

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creído definitivas. Defensor persistente del pluralismo crítico, retomó las lecciones de los maestros que a lo largo de la historia de la filosofía han enseñado a despojar las ideas de la ciencia de rigidez excesiva y de formalismo innecesario. La sinonimia entre hipótesis y conjetura quedó resaltada en su crítica a todos aquellos que han querido atribuirle a lo científico un carácter de certeza absoluta, cuando las ideas deben circular con libertad y provisionalidad, como aproximaciones sucesivas y continuas a la verdad, mas no como la verdad misma. Lo científico, según Popper, no puede sostenerse si no puede ser refutado, puesto que "lo que no es refutable tiene que ver con la magia o la mística".

Para Popper, la tarea del sabio debería consistir no tanto en demostrar la fortaleza de una teoría, sino más bien en someterla a una crítica tan rigurosa, tan implacable, que incluso pueda llegar a destruirla mediante la multiplicación de los experimentos dirigidos a establecer su falsedad. Y sólo en el momento en que la teoría supere todas las pruebas posibles podría llegar a calificársele de verdadera, pero con la condición de que en cualquier instante pueda llegar a ser sustituida gracias a la sucesión de pruebas, verificaciones y búsquedas de errores. Una de las claves para la comprensión de las ideas de Karl Popper reside en el reconocimiento del valor trascendental del error. En cierta forma podría haber sido el responsable del consejo según el cual el ser humano sólo puede acertar cuando aprende del tesoro de las equivocaciones.

Popper fue un crítico de las ideologías. En su obra más conocida, La sociedad abierta y sus enemigos, cuestionó a Platón, Marx y Hegel. De Platón dijo que había fundado la sociedad abstracta y que esta saltó al oscurantismo en el Siglo Diecinueve, por obra de los filósofos alemanes Hegel y

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Marx. A los tres los puso contra la pared y los acusó de ser los enemigos de la sociedad abierta, como fabricantes de ideologías, que suprimen la facultad de reflexionar. Por eso llegó a sostener que los ideólogos han obtenido éxito al hacerles creer a los espíritus sencillos que el mundo puede comprenderse repitiendo fórmulas rituales envueltas en un aire vagamente científico.

A pesar de que hoy en día, cuando llevamos más de dos años del Siglo Veintiuno, sigue proclamándose el fin de las ideologías, todavía hay mucha gente, más de la que nos imaginamos, que se niega a admitir la extinción de esas camisas de fuerza constrictivas y sofocantes que han alienado a millones de seres humanos, para el disfrute de minorías arbitrarias y mediocridades insolentes, así como también para el usufructo de camarillas despóticas.

De las ideas de Karl Popper apenas puede alcanzarse a formular una síntesis apretada, en los límites estrictos de este comentario. Lo fundamental está en rememorar la obra de este filósofo, tal vez prolongador del talante socrático, sobre todo en los textos en que le asigna una gran importancia a la ignorancia (pero a la docta ignorancia, aclaro, la del sólo se que nada se) y al carácter conjetural del conocimiento, que nunca puede alcanzar la certeza absoluta, aunque es presumible que siempre va avanzando hacia lo mejor.

A mi modo de ver, la aportación más valiosa de Popper, desde el punto de vista ético, se centra en su concepto de búsqueda de la verdad y el sentido con espíritu de tolerancia y con una aceptación constante de la otredad o alteridad racional, en cuanto a que el interlocutor también pueda tener razón. Entre falibilidad y honradez intelectual hay una conexión lógica. Incluso se ha llegado a sindicar a Popper de

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observar una suerte de relativismo alcahueta. Sin embargo, el filósofo marcó la diferencia entre su pluralismo critico y el relativismo que surge de una tolerancia laxa. Mientras la tolerancia en la comprensión popperiana posibilita la controversia civilizada y la convivencia pacífica, puesto que pretende la aproximación a la verdad, en el relativismo la verdad puede pasar a convertirse en un valor irrelevante. Y la tolerancia laxa, con el consiguiente dejar hacer y dejar pasar, termina por precipitar soluciones desesperadas de fuerza y autoritarismo.

En fin, es probable que en nuestro medio no falte quien señale que a Popper le quedaba muy fácil pensar en una sociedad armoniosa, basada en la tolerancia y en el respeto de las ideas contrarias, así como también en la renuncia al dogmatismo irracionalista, si parte de su obra la concibió y la escribió en el entorno ideal de Nueva Zelanda y después al retornar a Europa, hacia 1945, prefería mantenerse largo tiempo aislado (en los últimos años de su vida se refugiaba en su casa de las afueras de Londres), por lo regular al margen de la conflictiva realidad concreta. Tal objeción podría ser valedera, si al menos intentáramos demostrar por vía de ensayo (en un ejercicio de falseamiento como el que proponía el mismo Popper), que el pluralismo crítico, la tolerancia y la búsqueda de la verdad por medio de la conciencia del error, fueran métodos falsos y descartables.

Popper se definió de muchos modos: Falibilista, racionalista crítico, realista epistemológico y metafísico, agnóstico, evolucionista, demócrata liberal, pluralista y demás. Todas esas categorías son aplicables a su pensamiento. Pero debo precisar: El mérito de Popper consiste en la actualización y organización de un pensamiento civilizador, pero no fue el inventor de la tolerancia, un problema nuclear que puso a pensar más de lo normal a Locke, Bayle y Bernard y, como

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queda dicho, a Voltaire (Tratado de la Tolerancia). ¿No fue un pensador original, entonces? Por supuesto que en el campo de las ideas no hay poseedores exclusivos ni excluyentes. La historia de la Filosofía en Occidente, como dijo alguien, ha sido un diálogo de siglos entre Platón y Aristóteles. ¿Y de qué modo influyó Popper en su época, en las costumbres humanas, en la construcción de la sociedad abierta? Mostrar resultados no es finalidad propia de un filósofo. Menos, todavía, de alguien como Karl Popper. El mismo Voltaire escribió: "Desde Tales hasta los más quiméricos charlatanes, no hubo ningún filósofo que influyera ni siquiera en las costumbres de la calle donde vivía".

Doce principios para una nueva

ética profesional del intelectual

De Karl Popper

1. Nuestro saber conjetural objetivo va siempre más lejos del que una persona puede dominar. Por eso no hay ninguna autoridad. Esto rige también dentro de las especialidades.

2. Es imposible evitar todo error o incluso tan sólo todo error en sí evitable. Los errores son continuamente cometidos por todos los científicos. La vieja idea de que se pueden evitar los errores, y de que por eso se está obligado a evitarlos, debe ser revisada: Ella misma es errónea.

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3. Naturalmente sigue siendo tarea nuestra evitar errores en lo posible. Pero precisamente, para evitarlos, debemos ante todo tener bien claro cuán difícil es evitarlos y que nadie lo consigue completamente. Tampoco lo consiguen los científicos creadores, los cuales se dejan llevar de su intuición: La intuición también nos puede conducir al error.

4. También en nuestras teorías mejor corroboradas pueden ocultarse errores, y es tarea específica de los científicos el buscarlos. La constatación de que una teoría bien corroborada o un proceder práctico muy empleado es falible puede ser un importante descubrimiento.

5. Debemos, por tanto, modificar nuestra posición ante nuestros errores. Es aquí donde debe comenzar nuestra reforma ético-práctica. Pues la vieja posición ético-profesional lleva a encubrir nuestros errores, a ocultarlos y, así, a olvidarlos tan rápidamente como sea posible.

6. El nuevo principio fundamental es que nosotros, para aprender a evitar errores, en lo posible, debemos precisamente aprender de nuestros errores. Encubrir errores es, por tanto, el mayor pecado intelectual.

7. Debemos, por eso, esperar siempre ansiosamente nuestros errores. Si los encontramos debemos grabarlos en la

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memoria: Analizarlos por todos lados para llegar a su causa.

8. La postura autocrítica y la sinceridad se tornan, en esta medida, deber.

9. Porque debemos aprender de nuestros errores, por eso debemos también aprender a aceptar agradecidos el que otros nos hagan conscientes de ellos. Si hacemos conscientes a los otros de sus errores, entonces debemos acordarnos siempre de que nosotros mismos hemos cometido, como ellos, errores parecidos. Y debemos acordarnos de que los más grandes científicos han cometido errores. Con toda seguridad no afirmo que nuestros errores sean habitualmente perdonables: No debemos disminuir nuestra atención. Pero es humanamente inevitable cometer siempre errores.

10. Debemos tener bien claro que necesitamos a otras personas para el descubrimiento y corrección de errores (y ellas a nosotros); especialmente personas que han crecido con otras ideas en otra atmósfera. También esto conduce a la tolerancia.

11. Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica; pero que la crítica por medio de otros es una necesidad. Es casi tan buena como la autocrítica.

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12. La crítica racional debe ser siempre específica: Debe ofrecer fundamentos específicos de por qué parecen ser falsas afirmaciones específicas, hipótesis específicas o argumentos específicos no válidos. Debe ser guiada por la idea de acercarse en lo posible a la verdad objetiva. Debe, en este sentido, ser impersonal.

Les pido que consideren mis formulaciones como

propuestas. Ellas deben mostrar que, también en

el campo ético, se pueden hacer propuestas discutibles y mejorables.

(Extracto de la Conferencia pronunciada por Karl Poppper el 26 de mayo de 1981 en la Universidad de Tubinga, Alemania. Repetida el 16 de marzo de 1982 en el Ciclo de Conversaciones sobre la Tolerancia en la Universidad de Viena, Austria. Tomada de internet, en esta dirección:

http://www.uco.es/~q22momof/kpopper.htm

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El porqué de la diferencia

entre información y opinión

Nociones sobre el círculo hermenéutico y el diálogo de horizontes.

Uno de los objetivos más difíciles en la formación del periodista consiste en convencer de que la insistencia en separar la información y la opinión, los hechos y los conceptos, no es una necedad ni un capricho, sino el reconocimiento de una norma de razón natural que siempre ha formado parte de la normatividad ética del periodismo.

Alguien la expresó en estos términos: "Los hechos son sagrados y el comentario es libre". En realidad puede sonar un poco exagerada la sacralización de los hechos. Sagrados no son. Más bien podríamos decir que los hechos merecen respeto, que son como son y no como quisiéramos que fueran.

Algunos ensayistas y colegas han dicho que la objetividad es una palabra que debería ser erradicada del lenguaje periodístico. Es una apreciación desproporcionada e inaceptable. La objetividad es un concepto filosófico, un ideal ético y una ventaja metodológica.

Busquemos en el Diccionario de la Real Academia las definiciones de objetividad y objetivo:

www.rae.es

(Sobre este tema de la objetividad, recomiendo la lectura de INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA, de Marc Bloch, en lo

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referente a la verificación. También, más adelante volveremos sobre el asunto, con la lectura comentada de textos atinentes a la conciencia histórica, al papel del intelectual y a la ética del buscador de sentido, en obras de Benedetto Croce, Karl Popper y Hans Gadamer).

La presentación informativa de los hechos debe ser objetiva. En cambio, la lectura comprensiva, la interpretación que podamos hacer de los hechos es libre por cuanto al efectuarla procedemos en ejercicio de nuestra facultad de hacer lo que debe hacerse para expresar nuestra individualidad crítica, si vamos a escribir un artículo con sello individual, o para elaborar una constancia del pensamiento rector del medio de comunicación, si de lo que se trata es de la redacción de un Editorial.

Ustedes sabrán comprender que no puedo abstenerme de repetir el viejo ritornelo: En la información no debemos ni incluir comentarios de modo intencional ni dejar que se filtren.

Nuestros conceptos no les interesan a los lectores cuando estamos informando. Les interesan los hechos escuetos, presentados con la mayor exactitud posible, expuestos con el máximo de veracidad.

Volvamos al Diccionario y busquemos las definiciones de veracidad, veraz y verdad, las más sencillas y universales:

www.rae.es

Veracidad que, por ser una cualidad de la que debe estar dotado el periodista, supone el compromiso de hacer que la versión sobre los hechos corresponda en la forma más precisa posible (dentro de las humanas posibilidades) a lo que en realidad ha sucedido.

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La verdad, en la definición clásica, se ha entendido como el ajuste o la conveniencia o la conformidad entre el objeto de conocimiento y el concepto o la figuración que nos formemos sobre ese objeto de conocimiento. Es decir, la conformidad de la copia con el original, de la situación de la vida real con el relato que de ella escribamos.

Una apreciación subjetiva, un juicio de valor, un punto de vista, agregados a ese relato de los hechos, pueden distorsionarlos. En la tarea informativa, nuestro compromiso es con la realidad y por consiguiente nuestra responsabilidad primordial consiste en exponer los hechos como nos consta que ocurrieron.

En cambio, en el ejercicio de la función de opinar, si bien es cierto que debemos guardar, como periodistas, fidelidad a los hechos y a la realidad, no podemos eludir la oportunidad y a la vez la responsabilidad de expresar nuestra individualidad crítica, para decir qué opinamos sobre esos hechos, de qué modo los evaluamos en el contexto histórico, para nosotros qué significan y qué pueden significar para nuestros lectores, cómo pueden influir en la vida propia o ajena y cuál ha de ser su trascendencia.

Y a partir de la explicación, en la cual enfatizaré más adelante, sobre el círculo hermenéutico y el diálogo de horizontes, el hecho objetivo es la fuente originaria de interpretación. Sigue después una segunda fuente, o fuente mediatizada, que está en la versión del mismo hecho, realizada por el periodista como informador. Pero la primera interpretación como tal es la que hace el periodista al comentar, no al informar, que en este caso no interpreta sino que proporciona elementos para que otros interpreten.

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En seguida, viene una sucesión de interpretaciones sobre interpretaciones previas. Es a esto a lo que se denomina el círculo hermenéutico. Al mismo tiempo, si yo tengo mi propio punto de vista, mi propio campo visual para apreciar los hechos y fenómenos, mi interlocutor, mis interlocutores o las personas que están distantes, tienen sus propios campos de observación.

De todos modos, cuando se abre el llamado diálogo de horizontes, quiere decir que cada lector (o perceptor) tiene un horizonte propio, particular, distinto del que posee el interlocutor. De la interlocución, del intercambio y el cruce de campos de observación surge entonces el diálogo de horizontes. Diálogo de horizontes y círculo hermenéutico que serán más claros, más transparentes, en la medida en que la versión informativa que el periodista dio al principio sobre los hechos se ajuste a unos criterios básicos de veracidad, es decir que sea tan aproximada como resulte posible, desde lo humano y razonable, a los hechos originales.

En otros términos más sencillos, de la fidelidad de la versión o la copia al original dependerá que las interpretaciones que sigan haciéndose de ese original sean ajustadas a la realidad.

Hay entonces una línea divisoria, invisible e intangible, entre la información y el comentario. Debemos mantenerla presente, así pueda convertírsenos en presencia obsesiva. Es preferible esta sana obsesión a la otra obsesión, la de emitir conceptos donde estamos llamados a dejar constancia exacta de los hechos.

Como aplicación de este tema:

Donde se borra la línea divisoria

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Buscar y comparar ejemplos de periodismo de opinión con marcado acento informativo y de periodismo informativo con marcado acento de opinión.

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La decisión editorial

El momento de la decisión editorial es crucial para el periodista. Es el de las definiciones sobre si un contenido se publica o se descarta y va a dar al famoso cesto de la basura. Esta decisión comprende en general todos los textos e imágenes que se difunden en el medio impreso, así como los visuales y sonoros en los demás medios. Sin embargo, para nuestro caso la limitamos de modo particular a la publicación de contenidos de opinión.

En la decisión periodística deben considerarse motivos de sindéresis (sentido común, razón natural), morales y éticos y jurídicos.

Suele decirse, por desinformación, ignorancia o desconocimiento del manejo interno de las decisiones en los medios, que estos ejercen censura. La censura es una figura que supone la supresión arbitraria de contenidos por un funcionario que no pertenece al periódico y está cumpliendo órdenes. Es diferente del autocontrol legítimo, razonable, necesario, de la actividad periodística. Este se ejerce en lo interno, de acuerdo con las diversas instancias de la jerarquía del medio. No se trata de censura. Tampoco significa la aplicación de un régimen represivo en detrimento de la libertad de prensa y el derecho a la información. Es, sin más ni menos, la obvia actuación selectiva que es normal no sólo en los medios periodísticos sino en cualquier organización, donde no todo puede hacerse, no todo puede aprobarse, no todo puede ejecutarse.

Entre la decisión editorial y la decisión judicial, por ejemplo, puede haber cierta analogía. En la Filosofía del

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Derecho, John Rawls ha escrito un tratado sobre la decisión judicial. No son frecuentes ni comunes en la teoría del periodismo, ni en la deontología, los textos referentes a la decisión editorial. Sugiero que se consulten obras de Luka Brajnovic (Deontología del Periodismo), Carlos Soria y Alfonso Lopera, donde hay referencias al tema, si bien es cierto que éste no se trata de modo específico y explanado en todos ellos.

Aunque la decisión ùltima en un medio le corresponde a quien ejerce la Dirección, se adopta por lo general el procedimiento de la consulta y la asesoría, de tal suerte que de algún modo la decisión no es sólo individual sino corporativa.

Hay una frase que suele inscribirse en las páginas editoriales de los periódicos. Dice, más o menos, así: "Los artículos que se publican en esta sección no comprometen el pensamiento editorial del periódico y son de la exclusiva responsabilidad de sus autores". Esto es cierto, pero en forma relativa. No comprometen el pensamiento editorial, es verdad. Pueden discordar de las opiniones del periódico, y en la medida en que discuerden esto puede redundar en beneficio de la respetabilidad del propio medio. Sin embargo, no puede hablarse de una exclusividad de la responsabilidad en materias penal y civil. En este caso la responsabilidad es solidaria, entre el medio y el respectivo autor, que son los llamados, dadas las circunstancias, a responder ante la autoridad judicial competente, por ejemplo si se presenta una denuncia de alguien que se sienta lesionado en alguno de sus derechos personalísimos (por calumnia e injuria, por ejemplo), o si se produce una demanda para exigir responsabilidad civil, que comporta, a la hora de la decisión judicial, el pago de una suma de dinero, en forma de

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indemnización, lo que les correspondería a los dos o más responsables solidarios de la publicación impugnada.

El examen de situaciones inherentes a la decisión judicial debe hacerse mediante el sistema de análisis casuístico. De este se infieren conclusiones que pueden llegar a convertirse en normas o políticas generales. Tales son los casos planteados en las clases respectivas.

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El Editorial, un modelo de inteligencia compartida

Aunque la responsabilidad por la expresión y la defensa del pensamiento editorial del medio periodístico es individual y le corresponde a quien tiene a su cargo las funciones de dirección, es en la realización de este género esencial del periodismo de opinión en la que se requiere un ejercicio continuo de inteligencia compartida, valga decir de trabajo intelectual en grupo. El filósofo José Antonio Marina hace una digresión sobre el tema de la inteligencia compartida en su libro El vuelo de la inteligencia. Sostiene que en los tiempos actuales prima el método de pensamiento en equipo como garantía de consistencia de la labor intelectual. Hace algunos años, en Colombia se hizo insistencia en la llamada Hipótesis del Almendrón, coincidente con las ideas relativas al pensamiento en grupo. Varios investigadores sociales y politólogos llegaron a la conclusión de que el hombre colombiano es muy inteligente, pero tiene, por paradoja, la enorme capacidad de dilapidar el tiempo y las energías por falta de disciplina para afrontar sus labores con otros colegas y llevar a cabo proyectos significativos. En el libro se partía de un ejemplo: Si se pregunta quién parece más inteligente, comparados un colombiano y un japonés, la respuesta favorece al primero, al colombiano. Pero si se hace una nueva pregunta y se indaga por cuál grupo de trabajo es más inteligente, si un grupo colombiano o un grupo japonés, no cabe duda de que el segundo aventaja al primero.

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La falta de método para el trabajo en equipo es fuente de frustraciones y descalabros en nuestro país. Somos excelentes para el trabajo individual, para el lucimiento personal, pero pésimos para compartir la búsqueda de objetivos y la realización de propósitos comunes. Lo dicho es importante para respaldar las consideraciones siguientes sobre el trabajo intelectual en grupo, del cual puede tomarse como modelo el Editorial como género del periodismo de opinión. En el trabajo periodístico es común plantear el trabajo en grupo cuando se trata de la investigación. Un equipo investigativo con funciones definidas, con alcances y limitaciones determinadas, con repartición adecuada de tiempos y espacios y demás recursos y con unidad de dirección y orientación puede responder con mayor eficiencia por un proyecto. La investigación, en lo que respecta al periodismo informativo. De igual modo puede procederse cuando se habla de la organización de la línea editorial y el desarrollo de estrategias de opinión representativas del pensamiento corporativo, es decir del criterio propio del medio sobre los fenómenos de actualidad e interés público. Con todo, como queda dicho, la responsabilidad por el artículo llamado Editorial es individual. Le corresponde a quien dirige la publicación. Esta responsabilidad es ante la ley, ante los lectores, oyentes o televidentes y ante el mismo medio como organización periodística y empresarial. El Editorial es un artículo que expresa el pensamiento corporativo. La titularidad por la expresión de ese pensamiento es personal.

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La gente suele pensar que el Editorial está escrito en forma exclusiva por quien dirige el medio. No es así, salvo en determinados casos. Por supuesto que el visto bueno, la autorización para publicar, es decir la decisión editorial, la toma quien tiene la responsabilidad de dirigir. Pero no es necesario que haya escrito el texto correspondiente. Así como puede escribirlo, también puede asignárselo a un asesor o colaborador, a un editorialista, que se encarga de elaborar el correspondiente proyecto, de interpretar el pensamiento de la dirección y de someter su texto a la aprobación o improbación de quien dirige. Que sea el director quien escriba el Editorial o que lo escriba otro editorialista depende de condiciones muy específicas de la publicación: De la disposición del director, de la capacidad de organizar un equipo de trabajo o de asumir la redacción en forma individual, y, por supuesto, del grado de madurez y la competencia del medio para adoptar un método que permita la incorporación y la aplicación rutinaria del concepto de inteligencia compartida para el trabajo intelectual en equipo. Lo recomendable en los medios periodísticos modernos es la formación de un equipo, que puede denominarse Comité Editorial, Consejo Editorial, Grupo Editorial, etc. Debe estar integrado por escritores de opinión especializados en los temas que deban tratarse en desarrollo de la línea editorial. Un equipo de asesores de esta índole debe contar con expertos en cuestiones políticas, económicas, jurídicas, humanísticas y culturales, internacionales y, en fin, en los temas que deban ser tratados por la vía del Editorial como expresión del pensamiento corporativo.

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El Consejo Editorial debe sesionar cada día, para cada edición, y mantenerse en permanente comunicación con la Redacción, donde se maneja la agenda informativa y de donde pueden surgir las propuestas de temas de interés público para los consiguientes artículos representativos de la opinión editorial del medio. El estudio y la definición de los temas editoriales es la primera de las atribuciones inherentes al Consejo Editorial. ¿Cuáles son los criterios por seguir y cómo se procede, en forma habitual, en el trabajo en grupo? La definición de las condiciones está relacionada, claro está, con los modos de trabajo propios de cada medio. Lo normal es que una vez instalada la reunión se presenten las más diversas propuestas temáticas para desarrollar en la edición próxima o en las siguientes. Cada uno de los integrantes del grupo, conforme con su respectiva especialidad, hace las recomendaciones que en su opinión sean pertinentes, para lo cual debe llegar con suficiente ilustración y con unas ideas más o menos claras sobre el contenido del artículo propuesto, los argumentos que va a esgrimir y las conclusiones que se propone hacer explícitas. El proponente de un tema editorial debe estar, primero que todo, bien informado. Debe ser consciente de la pertinencia de su propuesta y de que la suya no ha de ser la única. Por lo tanto, debe tener la suficiente capacidad dialéctica para defender su recomendación y al mismo tiempo la comprensión suficiente para reconocer que puede haber otros temas de mayor sentido de la oportunidad.

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Un buen tema puede ser de tratamiento urgente o puede dar espera. Más todavía, hay ocasiones en las cuales puede justificarse el aplazamiento de un tema urgente, por motivos de conveniencia, de necesidad de mejor documentación, de insuficientes elementos de juicio para elaborar un concepto claro e inequívoco en nombre del medio. En este aspecto, para un Consejo Editorial es lo más conveniente que sus integrantes exhiban una gran capacidad de reacción inmediata, una destreza especial para escribir con rapidez y una excepcional maestría para escribir conceptos que no contraríen la línea editorial del medio y que, así sean expuestos con agilidad y al compás de los acontecimientos actuales, tengan la trascendencia y la profundidad que no deben faltar en un comentario editorial respetable. ¿Debe el Editorial tratar sobre un tema de gran actualidad, o por el contrario no es indispensable que haya esa sintonía entre el pensamiento del medio y los hechos informativos? Esta es una cuestión recurrente en las discusiones periodísticas. Lo más razonable es plantear que el Editorial, en lo posible, constituya una propuesta oportuna para los lectores, oyentes o televidentes: Aunque hay ocasiones en las cuales pueda juzgarse que no hay ningún tema del día que deba ser tratado como Editorial, la concepción del medio como una obra integral es motivo suficiente para que no se acepten disparidades frecuentes entre la opinión y la información, es decir entre el tema editorial y los temas informativos. Si la discrepancia entre unos y otros se vuelve crónica, se produce un distanciamiento inconveniente, un conflicto que

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puede originar confusiones o actitudes de extrañeza entre los lectores. El Editorial no depende de lo que está informándose, ni está sujeto a los vaivenes de la información. El Editorial y el Consejo Editorial deben ser testimonios de la autonomía, la libertad de opinión y el sentido de responsabilidad con que la dirección del medio piensa y actúa. Sin embargo, es obvio que esas tres facultades no deban estar separadas del contexto general del medio: Más todavía, si en el campo informativo se tratan temas de actualidad, no es porque las decisiones se tomen sólo desde la Redacción sin contar con la Dirección, sino porque la dirección traza criterios y métodos que permitan mantener un profundo sentido de lo actual en todas las secciones, incluida, por supuesto, la correspondiente al Editorial.

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El virus de la impertinencia

Debo decir primero que para un periodista no puede ser cómodo vivir en una atmósfera en la cual se amontonan potentes arsenales dialécticos para criticar el periodismo, a veces con una pertinacia contumaz y en algunas ocasiones con un desconocimiento casi culposo de lo que es esta profesión por dentro, de todo lo que se ha evolucionado en el interior de los medios, en especial en nuestra ciudad, en las deliberaciones sobre el porqué, el para qué y el cómo de esta actividad y de la seriedad y honradez intelectual con que la mayoría de los colegas piensa y actúa, en consecuencia con los criterios filosóficos, los principios y valores éticos y los procedimientos metodológicos aprendidos a partir del estudio, la observación y la experiencia e incluso aquí mismo en la Universidad.

¿Pero nada puede hacerse, fuera de lamentarlo, para evitar que los periodistas seamos vistos como individuos que estorban, como sujetos impertinentes a quienes hay que mantener vigilados, aunque, por supuesto, conviene tenerlos ahí como un mal necesario?

De todas maneras, esa actitud ante el periodismo y los periodistas parece muy arraigada en distintos sectores de la sociedad. Es cierto que hay una percepción generalizada del periodista, que, si no es del todo adversa, por lo menos sí es inquietante. Y esa percepción hay que afrontarla con entereza y con la certidumbre de que el periodismo no es el culpable de todos los males.

Claro que la incomprensión es uno de los llamados gajes del oficio: De una profesión expuesta en todos los instantes al escrutinio público, unas veces acertado y otras disparatado.

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En un país en el cual rondan la malicia y la mala fe, los radicalismos y las manías sectarias y en donde la crítica suele ser entendida como una tarea de destrucción y no como una labor constructiva, lanzarse contra esa corriente es incluso arriesgado cuando se trata de asumir posiciones de justo medio, de equilibrio razonable, de neutralidad respetable, porque los de un extremo catalogan de enemigos a quienes no sean sus amigos y sindican al periodista o al medio que representa de simpatizar con el contrario.

Sin embargo, no pretendo hacer una nueva justificación del periodismo (ante un auditorio que, por obvias razones de colegaje, debe tener muy claro que el periodismo se justifica, a pesar de todo). Además, creo que la autocrítica hay que aceptarla y practicarla, no como una forma de táctica astuta para salirles al paso a los críticos intransigentes, sino como un método inteligente y honorable para buscar la verdadera excelencia en el desarrollo de un proyecto cultural de futuro que debe permanecer con su vocación de historicidad y trascendencia.

Y pienso, por consiguiente, que es muy sensato advertir acerca de amenazas ciertas, patentes, observables y audibles todos los días, que están desvirtuando el periodismo como actividad esencial y están acelerando su desnaturalización. Tales amenazas pueden encuadrarse en una sola denominación: La impertinencia, como falta de correspondencia con la realidad para comprenderla y si es posible transformarla. En la clase de Periodismo de Opinión, en la cual mis alumnos trabajan no sobre la base de un periodismo hipotético, imaginario, como sería el que pinta el profesor en el tablero, sino a partir del periodismo de cada día que se lee en las ediciones de la Internet que circulan por todo el mundo, realizamos desde hace tres semestres una actividad consistente en establecer el grado de

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pertinencia de los diarios nacionales, en la agenda temática de sus secciones de opinión.

Escogemos las páginas de opinión, porque son las que nos competen en ese curso del décimo semestre y porque lo que pase en ellas puede ser significativo de lo que suceda en las demás secciones.

Los estudiantes han leído editoriales y comentarios de diez periódicos colombianos. Han evaluado la pertinencia de acuerdo con estos factores:

Actualidad, proximidad a los intereses de los lectores y sintonía con sus expectativas de orientación, sentido de la oportunidad, relación con las circunstancias socioeconómicas y políticas, conocimiento y manejo autorizado del tema, documentación y validez de las referencias, calidad de la argumentación expuesta, universalidad y capacidad de contextualización, claridad en el uso del lenguaje, calidad de las conclusiones y recomendaciones planteadas y de las opciones de solución.

Las calificaciones en los distintos ejercicios no favorecen a los diarios en sus secciones de opinión. Dejan constancia de un mediocre sentido de la pertinencia.

¿La falta de pertinencia significa impertinencia? También es muy posible que así sea. Está extendiéndose la moda de un periodismo impertinente por su modo abusivo de brincarse los límites justos de la sindéresis, la moral y la ética y el orden jurídico y de violentar la dignidad humana y enajenar o diferir el derecho colectivo a la paz, para ponerse al servicio del espectáculo de las noticias y someter a los lectores, oyentes o televidentes, a la tiranía de la actualidad. Un periodismo que, en su prepotencia desafiante, desconoce que el derecho a la información tiene

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fronteras legítimas y que el periodista primero que todo tiene que ser un ciudadano, un sujeto de derechos y deberes.

Impertinente, así mismo, cuando cede con suma docilidad a la tentación de escaparse de la realidad, eludir el tratamiento de los fenómenos y problemas reales y concretos, hacer a un lado la responsabilidad de buscar el sentido verdadero de los hechos del aquí y ahora (para comprenderlos, al menos) en el contexto histórico de lo político, socioeconómico y cultural. Hace algunos días, cuando el país debió sentir el impacto de la voladura de torres de energía y la escalada del terrorismo y casi todos los periódicos fijaron sus posiciones sobre el tema, en marcado contraste un importantísimo diario de Bogotá (aunque sea un pleonasmo) dedicó nada menos que su Editorial a la telenovela Pasión de Gavilanes.

Impertinente, el periodismo, si se deja envolver por la corriente de lo light, lo frívolo, lo liviano. En un artículo que leí el sábado en una revista de farándula de circulación nacional dice, sobre los telenoticieros y lo que hay "detrás del montaje informativo"... se celebra cómo "lo que era una emisión fría, estática y plana, se convirtió en un show visual lleno de colores y movimiento".

Aunque no deban hacerse concesiones, ni puedan aceptarse actitudes consensuales y contemporizadoras ante el dominio del mercado, que altera el equilibrio conveniente entre el servicio y el beneficio, la tendencia a la farándula y lo espectacular, a la puesta en escena del show de las noticias, está prosperando en el periodismo. Y por supuesto no hace prosperar el periodismo: Muy por el contrario, menoscaba su credibilidad, deteriora su respetabilidad, lo convierte en actividad carente de pertinencia y lo envilece. Y acabará no

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sólo por volverlo dedicación excéntrica y ahistórica, sino por hacerlo desaparecer del escenario social.

(Nota: Los asuntos esenciales tratados en esta ponencia siguen siendo vigentes para su consideración en el curso actual de Periodismo de Opinión.

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El ensayo, género de géneros

del Periodismo de Opinión

Individualidad crítica del autor

El ensayo es el género de géneros del Periodismo de Opinión. Es el que posibilita la expresión de la individualidad crítica del autor, así como también la demostración de su capacidad investigativa y su facultad dialéctica para argumentar en defensa de una tesis y en demostración de una hipótesis inicial.

Exigencias de fondo y de forma

Sin descartar los demás géneros o subgéneros del Periodismo de Opinión, que forman parte de la rutina de la actividad diaria, el ensayo plantea exigencias de fondo y de forma, todas ellas relacionadas, claro está, con el requisito primordial de la pertinencia.

De fondo…

Exigencias de fondo, en cuanto a la profundidad de los contenidos, la calidad de la documentación reunida, la consistencia de la argumentación, el sentido de la actualidad, el criterio humano y social en el tratamiento de los hechos y fenómenos y, en fin, la acreditación de una visión intelectual amplia, universal y confiable.

Opiniones originales y coherentes

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El autor debe dejar plena e inequívoca constancia de que sus opiniones, que expresan, como queda dicho, su individualidad crítica, son originales y coherentes y no corresponden a la reproducción velada o manifiesta de puntos de vista ajenos.

De forma…

Y en lo referente a la forma, el ensayo debe ser claro, correcto en el manejo del estilo redaccional, rico en el aspecto lexicográfico y directo en la exposición de sus distintos puntos.

Desde Montaigne

Se considera como pionero de este género periodístico-literario al escritor francés Michel Eyqueme, el Señor de Montaigne, autor de piezas literarias catalogadas como magistrales, en las cuales trata sobre los más diversos asuntos de la vida.

Amenidad y profundidad

Montaigne se refiere a temas como la amistad, el amor, la guerra, la violencia, la buena mesa, las costumbres sociales de su época y cuantos asuntos juzgara interesante analizar, con un estilo llano, ameno, pero de ascendente profundidad.

Magia y magnetismo

El lector va quedando envuelto en la magia y el magnetismo de los ensayos de Montaigne, escritos, además, con una sencilla elegancia o una elegante sencillez. Aunque

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no corresponden sus modelos de ensayos a lo que con el paso del tiempo se ha estructurado como arquetipo, puesto que muchas veces ni siquiera llegan a conclusiones precisas, sí puede afirmarse que los ensayos de Montaigne constituyen antecedentes de primer orden para los estudiosos de este fascinante género de géneros.

Recomendación

Hay ensayistas franceses, ingleses, españoles, norteamericanos -y algunos colombianos- en quienes pueden basarse para afrontar el conocimiento de este género.

Difusión del pensamiento

El ensayo ha sido un medio extraordinario para la propagación del pensamiento y la difusión de la creación intelectual. Pensador que se respete escribe y publica sus ensayos, por lo general en los medios periodísticos o en revistas universitarias o culturales. Puede afirmarse que en la actualidad todos los pensadores de prestigio en el mundo escriben ensayos.

Una lista extensa

Podemos hacer una extensa lista de escritores que, desde el ámbito universitario en especial, contribuyen a la creación de pensamiento, al debate de las ideas, a generar controversias civilizadas, a abrirle fronteras al horizonte intelectual de sus lectores, mediante la explotación del género de géneros del ensayo.

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Steiner

Uno de los ensayistas más importantes de nuestro tiempo es el británico George Steiner, autor de Pasión intacta, colección excelente de ensayos sobre cuestiones de actualidad contemporánea. También ha publicado Nostalgia del Absoluto, una serie de conferencias radiofónicas dictadas hace algunos años, en las que refulge su calidad de intelectual comprometido con el tratamiento de los problemas capitales de nuestra época. En Lecciones de los maestros hace un lúcido recorrido por la historia de la educación y la relación entre maestro y discípulo.

Otros para leer

Ensayista de renombre es también Harold Bloom, norteamericano, autor del Canon de Occidente y quien sobresale como crítico literario. De igual modo podemos citar a Bernard Henri Levy, Ignacio Ramonet, Jean Francois Revel y Alain Touraine, franceses. Entre los españoles, no podemos ignorar a Fernando Savater, Emilio Lledó, Joaquín Estefanía, Rafael Argullol, Daniel Innerarity, Victoria Camps y Adela Cortina, sólo para citar a unos pocos, pues en los años recientes es abundante la nómina de ensayistas en lengua castellana.

Hispanoamericanos

Entre los hispanoamericanos, Mario Vargas Llosa, Arturo Uslar Pietri, Alfonso Reyes y Octavio Paz merecen ser nombrados. En Colombia, el ensayo no ha sido un género fundamental.

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Sin embargo, ha habido en diversas épocas buenos ensayistas: En el pasado, Baldomero Sanín Cano, Alberto Lleras Camargo, Hernando Téllez. En el presente, es muy famoso el ensayista William Ospina. También pueden ser citados Darío Ruiz Gómez y Fernando Cruz Kronfly, entre otros intelectuales.

Punto de partida

Estas notas sólo representan un punto de partida para el estudio analítico y comparativo del ensayo, como decía antes, género de géneros del Periodismo de Opinión.

Lo esencial

Lo esencial está en advertir cómo se trata de un texto que debe ser original y corresponder a las experiencias, observaciones y conclusiones del autor. No se trata de una monografía basada sólo en citas bibliográficas. Es, en gran síntesis, un artículo ampliado, en el cual el autor se solaza en la argumentación, en la explicación de asuntos generales y si se quiere de detalles importantes y, en fin, en la exposición de puntos de vista personalísimos, en gracia de discusión.

Cualidades, criterios y características del ensayo

Tanto desde el punto de vista del autor, como desde el de quien lee, el ensayo está cualificado por cinco factores, que

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a la vez representan criterios de análisis y lectura evaluativa. Son las condiciones o cualidades que debe reunir un buen trabajo periodístico en este género: Un trabajo con pertinencia.

Bases de un buen ensayo

1. Originalidad.

2. Actualidad.

3. Documentación.

4. Argumentación.

5. Estilo.

Originalidad

El ensayo tiene marcado el sello de carácter del autor. Es él quien se expresa, quien expone sus pensamientos y sentimientos. Piensa con voz propia. Es ilegítimo e inaceptable el ensayo en el cual el autor recurra a ideas prestadas.

Dice José Luis Gómez-Martínez en su Teoría del Ensayo: El subjetivismo es, según lo indicado, parte esencial del ensayo. Es esta motivación interior la que elige el tema y su aproximación a él; y como el ensayista expresa no sólo sus sentimientos, sino también el mismo proceso de adquirirlos, sus escritos poseen siempre un carácter de íntima autobiografía. El "yo" del autor se destaca en todas las

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páginas, como estandarte que anuncia una fuerte personalidad.

Actualidad

El periodismo tiene una vocación esencial por lo actual, por la lectura interpretativa de lo que está pasando, del discurrir de una sociedad en un aquí y ahora, en un momento y un sitio determinados. Recordemos los tres ritmos de la actualidad: Diaria, contemporánea e histórica. La actualidad es fundamental para consultar el interés público. Un texto periodístico sin actualidad no es pertinente.

Documentación

El ensayo debe ser el resultado de una labor investigativa. Aunque en él se expresa la individualidad crítica, para conseguirla es preciso reunir suficiente documentación, que respalde los conceptos personales. Se evalúa la calidad de las fuentes consultadas, la validez de las referencias, la relación con el tema que está tratándose.

Argumentación

El argumento es la expresión dialéctica del ensayo. El ensayo debe exponer, por consiguiente, unas premisas básicas y una conclusión. La libertad de opinión comporta un ejercicio lógico. Sin una aceptable argumentación no es posible acreditar la calidad interpretativa de un ensayo.

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El Periodismo de Opinión tiene una dimensión hermenéutica: La búsqueda del sentido inédito, oculto, de los fenómenos de actualidad.

Estilo

La dignidad del idioma. (Vive el Español en la UPB) Somos lo que decimos, somos lo que hablamos y escribimos. El buen uso del español: El equilibrio entre escribir como se piensa y pensar como se escribe. Corrección idiomática: Revisar, corregir, eliminar frases y palabras innecesarias. Mantener a la mano el Diccionario y otros auxiliares del idioma. Recordar el Acuerdo del Consejo de Facultad: Se rebaja una décima por cada error de ortografía.

El carácter dialogal del ensayo

Dice el autor citado (JL Gómez-Martínez): Si hay alguna expresión común a los ensayistas de todos los tiempos, es aquella que hace referencia al carácter dialogal del género. El ensayista conversa con el lector, le pregunta sus opiniones e incluso finge las respuestas que éste le da. El ensayo es, entonces, el género que permite realizar de modo más completo la propuesta de conversación ilustrada del Periodismo de Opinión.

Dos textos para consultar

En internet, en la dirección siguiente, pueden encontrar el libro sobre Teoría del Ensayo, del español José Luis Gómez-Martínez:

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http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/gomez/

En la Biblioteca: El ensayo, de Jaime Alberto Vélez.

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La crítica, función capital

del Periodismo de Opinión

El derecho a la crítica

“Después del derecho a crear, el derecho a criticar es el don más

valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede

ofrecer”.

(Vladimir Nabokov).

La palabra crítica no goza de buena acogida en el léxico

ordinario. Se le asocia con una actitud enemistosa o con un

prurito de desconceptuación.

Pero esa percepción negativa que se tiene del vocablo puede

originarse en la insuficiente preparación para asumir la llamada

cultura de la discordancia, así como también en la creencia

errónea, estimulada por la costumbre, en que la crítica es

siempre destructiva, iconoclasta, dirigida a crear malestar y

causar mortificación.

En realidad la crítica, entendida como actividad intelectual, para

que lo sea en el más exacto sentido del vocablo debe estar

acompañada de la ponderación, valga decir del equilibrio y una

sapiente imparcialidad, sin necesidad de que se observe una actitud

neutral.

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El crítico debe ser un individuo caracterizado por su

independencia y su transparencia.

Valga decir, por su honradez intelectual a toda prueba. Si

defiende intereses particulares o acusa ignorancia en relación

con el tema acerca del cual trata, su trabajo estará viciado.

Antes de proseguir y de mostrar algunos ejemplos que pueden

tomarse de periódicos y revistas en la red, veamos cuáles son las

definiciones de crítica en el Diccionario de la Real Academia:

Crítica es…

crítico, ca. (Del lat. critĭcus, y este del gr. κριτικός).

1. adj. Perteneciente o relativo a la crítica.

2. adj. Perteneciente o relativo a la crisis.

3. adj. Se dice del estado, momento, punto, etc., en que esta se

produce.

4. adj. Dicho del tiempo, de un punto, de una ocasión, etc.: Más

oportunos, o que deben aprovecharse o atenderse.

5. adj. Fís. Se dice de las condiciones a partir de las cuales se

inicia una reacción nuclear en cadena.

6. m. y f. Persona que ejerce la crítica.

7. m. y f. coloq. Persona que habla culto, con afectación.

8. f. Examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el

que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una

obra artística, etc.

9. f. Conjunto de los juicios públicos sobre una obra, un

concierto, un espectáculo, etc.

10. f. Conjunto de las personas que, con una misma

especialización, ejercen la crítica en los medios de difusión. Al

estreno de esa comedia no asistió la crítica.

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11. f. murmuración.

12. f. censura (ǁ reprobación).

crítica textual. 1. f. Ecd. Estudio de las técnicas conducentes a la

reconstrucción de un original perdido.

Los ordinales 8 y 9 son los que más nos interesan, por obvias

razones. Los números 11 y 12 aparecen aceptados en el

Diccionario, pero corresponden más a deformaciones o

distorsiones de lo que en realidad es la crítica.

Para los filósofos (recordemos la Crítica de la Razón Pura, de Kant

y la Crítica de la razón dialéctica, de Sartre), la crítica entraña un

ejercicio de examen, de escrutinio, de interpretación, de

comparación de argumentos, de verificación de la veracidad de los

juicios, de búsqueda de sentido.

Así, la crítica literaria es análisis, interpretación y evaluación de

las obras literarias a la luz de unos patrones existentes o con el

fin de crear otros nuevos.

La crítica teórica es el estudio de los principios por los que se rigen

la narrativa, la poesía y el teatro y su objetivo es definir la naturaleza

particular de la literatura. La crítica práctica es el triple acto de leer y

experimentar la obra literaria, emitir un juicio sobre su valor e

interpretar su significado. Algo similar puede afirmarse acerca de la

crítica de arte o de otras especialidades de la crítica.

Confundir la crítica con una actividad de destrucción, de

demolición verbal, es algo equivocado y se debe más bien, como

se sugería antes, a un mal uso del término, prolongado en el

habla popular.

El periodismo, en su dimensión hermenéutica, es decir como

actividad destinada a la búsqueda del sentido oculto de los

fenómenos y los hechos de actualidad, es una disciplina de crítica.

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La crítica le es inmanente. No puede concebirse el buen periodismo

sin una dosis razonable de crítica. Perdería su razón de ser.

Después de la interpretación

Pero es preciso aclarar:

La crítica puede ir más allá de la interpretación. Cuando se interpreta

se explica, se comprende. Cuando se critica se valora, se califica. Se

emiten juicios (de valor) sobre la calidad de una obra, de un acto, de

un objeto de estudio.

Y la crítica supone criterio independiente, sinceridad y

transparencia, capacidad de comprensión y explicación,

ponderación en el juicio, espíritu de lo razonable y, aunque rara

vez se entienda así, un ánimo de construir y de ayudar a edificar,

a hacer, a crear, muy al contrario de destruir, desbaratar o

demoler.

Por supuesto que el ejercicio crítico, dada su íntima relación con el

deber de decir la verdad sin contemplaciones ni concesiones,

despierta con frecuencia la animadversión de quien se siente no sólo

criticado sino también lesionado en sus propios intereses. De ahí que

sea tan común lanzar denuestos contra los críticos. Unas veces se los

han ganado por su insolencia o su errónea forma de concebir y

practicar la función crítica. Y otras, por atreverse a evaluar y a decir

en voz alta lo que la mayoría de la gente dice en privado, acerca de

una obra literaria o artística, de una producción intelectual y, por

extensión, de algún acto o alguna omisión de funcionario, dirigente,

personaje o persona sobresaliente en el sector público o en el

privado.

Funciones del crítico

1. Revelar: Mostrarles a los lectores obras o autores

desconocidos.

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2. Llamar la atención sobre una obra o un autor que se habían

subestimado por una lectura ligera.

3. Relacionar obras y autores de diferentes tiempos y lugares.4.

Profundizar en la comprensión de una obra.

5. Calificar la calidad intelectual y estética de la obra o el autor.

6. Asociar la obra (literaria, artística, etc.) con la vida, con la

ciencia, la economía, la ética, la religión, etc.

7. Establecer la actualidad de la obra o el autor: Relacionarlos

con lo que pasa y lo que nos pasa.

(Catalogación de funciones basada en el texto de C. Auden, citado

por Miguel García-Posada en El vicio crítico, Edit. Espasa, Madrid,

2001).