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Quiero compartir con Uds. la ofrenda de la vida y parte del caminar del Hermano Ignacio Rull Llebaria, que se enamoró del Perú desde su llegada aquí, a muy temprana edad y “Paso haciendo el Bien” a todos los que se acercaban a él en esta bella tierra del sol naciente, al modo y estilo de Don Bosco, su Fundador y amigo, porque siguió a Cristo desde la espiritualidad salesiana. Fue en la ciudad imperial del Cusco del año 2000; que tuve la oportunidad de compartir la misión, el servicio que la Congregación Salesiana responsabilizaba al Hermano Ignacio Rull, la formación integral de la niñez y juventud, provenientes de hogares rotos o sin familia. La casita de Don Bosco brindaba la acogida cariñosa y gozosa, para que la niñez y juventud que se albergaban ahí se sintieran en un hogar feliz donde pudieran experimentar la alegría de ser tratados como hijos de Dios. En nuestro Centro Educativo “Fe y Alegría Nº 20 estudiaban varios de estos niños y jóvenes. En ese entonces, yo, la ayuda para apoyarlos en el seguimiento de sus estudios. El resto del grupo estaban distribuidos en otros Centros Educativos de la ciudad, y se le veía al Hermano Ignacio empeñado no solo en dar lo mejor de sí, sino que buscaba, solicitaba y pedía colaboración a diversos profesionales para impartir una formación integral y de calidad a estos seres queridos con predilección por Dios y por él. Desde el primer momento descubrí en el hermano Ignacio su gran capacidad de formarlos en la vida y para la vida. Los acogió con entrañas de padre y madre, se sumaron a él mucha gente de buena voluntad e hicieron causa común de este servicio brindando ayuda material y al mismo tiempo espiritual.

Un Hombre Y Un Mensaje

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Page 1: Un Hombre Y Un Mensaje

Quiero compartir con Uds. la ofrenda de la vida y parte del caminar del Hermano Ignacio Rull Llebaria, que se enamoró del Perú desde su llegada aquí, a muy temprana edad y “Paso haciendo el Bien” a todos los que se acercaban a él en esta bella tierra del sol naciente, al modo y estilo de Don Bosco, su Fundador y amigo, porque siguió a Cristo desde la espiritualidad salesiana.

Fue en la ciudad imperial del Cusco

del año 2000; que tuve la oportunidad de compartir la misión, el servicio que la Congregación Salesiana responsabilizaba al Hermano Ignacio Rull, la formación integral de la niñez y juventud, provenientes de hogares rotos o sin familia. La casita de Don Bosco brindaba la acogida cariñosa y gozosa, para que la niñez y juventud que se albergaban ahí se sintieran en un hogar feliz donde pudieran experimentar la alegría de ser tratados como hijos de Dios.

En nuestro Centro Educativo

“Fe y Alegría Nº 20 estudiaban varios de estos niños y jóvenes. En ese entonces, yo, la ayuda para apoyarlos en el seguimiento de sus estudios. El resto del grupo estaban distribuidos en otros Centros Educativos de la ciudad, y se le veía al Hermano Ignacio empeñado no solo en dar lo mejor de sí, sino que buscaba, solicitaba y pedía colaboración a diversos profesionales para impartir una formación integral y de calidad a estos seres queridos con predilección por Dios y por él. Desde el primer momento descubrí en el hermano Ignacio su gran capacidad de formarlos en la vida y para la vida. Los acogió con entrañas de padre y madre, se sumaron a él mucha gente de buena voluntad e hicieron causa común de este servicio brindando ayuda material y al mismo tiempo espiritual.

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Al hermano Ignacio así lo he visto vivir:

� Ayudaba con esperanza y de manera incondicional en todo momento, tanto para el que

tenía necesidad material como para quien requería un acompañamiento personalizado.

� Puso en práctica la frase del Evangelio “No hay amor más grande que dar la vida por los demás con audacia y valentía". De espíritu sereno y a la vez enérgico.

� La Eucaristía y su total confianza en Dios, así como su gran capacidad de sufrimiento y perdón, fueron la fuerza de su entrega a Cristo Crucificado y Resucitado, para sacar adelante el hogar Don Bosco.

� Hermano de gran fe, humano y humanizador para ofrecer recursos y procesos sanadores, con gestos al alcance de todos, una mirada tierna, una palmadita, una palabra reconfortante, en una palabra, fue un SAMARITANO BUENO.

� Hombre trabajador en el campo, la carpintería, talleres de panificación, confecciones, mecánica, cocina, etc. De una gran capacidad e inteligencia, humilde, constante, luchador, solidario, hospitalario, cordial, entre otras virtudes evangélicas. Simplemente Ignacio pasó por mi querido Perú haciendo siempre el BIEN en las misiones de: Arequipa, Ayaviri, Puno, Huancayo, Cusco, Ayacucho y finalmente Lima.

� María Auxiliadora fue su Madre y compañera de camino, solía decir en todo momento: “Prometo hacer de mi parte todo cuanto pueda hacer, aun con grandes sacrificios y silencio, para que tu Hijo sea conocido, amado y para reparar las ofensas de todos los que no te aman”. Si amamos a Jesús nuestra vida es diferente.

Antes de terminar esta breve reseña de testimonio, doy gracias al DIOS DE LA VIDA por el regalo que nos hizo la Familia Rull Llebaria en la persona del Hno. Ignacio, fiel discípulo de Cristo, digno hijo de la Iglesia y hermano, amigo y maestro de corazón y vocación para todas las personas que recibieron sus enseñanzas. Desde acá decimos:

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¡Que el Dios de la Vida sea su felicidad en la vida eterna! ¡Hermano Ignacio, descansa en paz!, porque el Señor te dijo:

“¡VEN, bendito de mi Padre, a recibir la corona de gloria!”

El hermano Ignacio, a los 64 años de edad se preparaba para ir al encuentro del Señor, aunque su familia de sangre no sabía de la gravedad de su enfermedad, sin embargo él luchaba por seguir anunciando el Reino de Dios a todas las personas con quienes se relacionaba, pero Nuestro Dios ya

tenía otros planes para él.