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Un fin de fiesta
inesperadoeducación para la salud
Un fin de fiesta
inesperadoeducación para la salud
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Lola Gil Esteban
Texto: Lola Gil EstebanIlustraciones: Luis Roca
Edita: CECOVA - Consejo de Enfermería de la Comunidad ValencianaTexto: María Dolores Gil EstevanIlustraciones: Luis RocaDiseño editorial: AROA D&CImprime: Gráficas SenénISBN: 978-84-09-12413-8Dep. Legal: V-1873-2019© Todos los derechos reservadosEjemplar gratuito. Prohibida su venta
Un fin de fiesta
inesperadoeducación para la salud
Texto: Lola Gil EstebanIlustraciones: Luis Roca
Por fin vacaciones. Fiestas, playa, amigos… Había
sido un largo curso y pronto habría que matricularse
de nuevo, pero en qué… Luis aún no se había
decidido. Aunque sabía lo que le gustaba no lo
tenía claro del todo. Pero bueno, esa noche lo que
tocaba era pasarlo bien con los amigos y celebrar
el fin de curso.
A Luis le habían regalado unas entradas para una
fiesta en La Cresta, y decidieron ir toda la panda.
Habría mucha marcha, barra libre, y toda una
noche por delante. Había quedado con Carlos un
poco antes para ir en la moto, y así, llegar antes
para evitar la cola.
Llegaron los primeros, aparcaron la moto y
engancharon los cascos a una de las ruedas.
Había mucha gente y una cola interminable.
Enseguida llegaron los demás. Luis con las
entradas, y Pilar, Miriam y Manuela. Una vez
dentro, las chicas intentaban llegar a empujones
al centro de la pista, mientras que los chicos se
ofrecieron a pedir algo en la barra para todos.
El grupo que estaba sonando ¡era una pasada!
Aquella seguro que iba a ser una noche inolvidable.
–Pero no pasaros que la noche es larga y luego
hay que volver a casa, y a mí pídeme una cola cero
–dijo Pilar, siempre tan prudente.
–¡Venga! Que esta noche es nuestra, después de
un duro año de intentar aprobar –bromeó Luis
guiñándole un ojo a Carlos.
A los cinco minutos Luis había desaparecido del
mapa…
Estuvieron buscándolo durante una media hora
más o menos. Cuando se cansaron, supusieron
que estaría con alguien más interesante que ellos
y decidieron seguir su marcha. Además, llevaba el
móvil, así que, si quería algo ya les avisaría.
Un sorbo por aquí, una calada, otra,
un caramelo… Luis ya no recordaba
qué es lo que había tomado entre
canción y canción. Estaba tan lle-
no de energía, y todo era tan di-
vertido… El corazón le iba a dos-
cientos y la cabeza no paraba de
girarle como si fuera montado en
un tiovivo… Tenía tantos amigos, y
¡¡tan buenos!! De repente sintió como
si su estómago quisiera ir por libre y no
pudo contener las náuseas.
Mientras vomitaba, en me-
dio de la pista, el resto de
sus “mejores amigos” se
marchaban entre risas y
aromas de alcohol y hier-
ba. En unos minutos, que le
parecieron interminables,
pudo recomponerse y se dio
cuenta de que estaba solo.
Entre el barullo pudo
distinguir la voz de Carlos que
le llamaba y le preguntaba
que cómo estaba.
Lo agarró del hombro y lo
acompañó a la calle.
Se sentaron en el borde de la
acera, sin hablar, y cuando
pudo ponerse de pie, Carlos
le colocó el casco y le ayudó
a subir a la moto para llevarlo
a casa.
Se puso el suyo, pero estaba
tan pendiente de su amigo
que se le olvidó comprobar
que estuviera bien abrochado.
Cuando se pusieron en
marcha, a Luis le entraron de
nuevo ganas de vomitar, y
comenzó a tambalearse
agarrando a Carlos, tan
fuerte, que casi les hizo
perder el equilibrio.
Un policía que observó de lejos los extraños
movimientos de los chicos, les gritó para que
se detuvieran, pero Carlos ya no pudo
hacerse con el control y se lanzó calle abajo.
Al girar la esquina, todo desapareció ante
sus ojos. Un gran estruendo, y la lluvia
sobre su rostro, es lo último que sintió
antes de perder el conocimiento.
Lo único que Carlos pudo recordar, cuando despertó
en el hospital, era una calle mojada y el ruido del
motor de su moto cuando salieron zumbando
mientras un policía les hacía el alto.
FIN
CECOVAColegio de Enfermería
de Alicante