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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 92 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com EJEMPLAR GRATUITO Caricatura de Elena Ospina Un año difícil Aunque la crisis sacó a relucir lo mejor de la humanidad, también demostró que, como individuos y como sociedad, tenemos muchas asignaturas pendientes.

Un año difícil

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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 92 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com

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Un año difícilAunque la crisis sacó a relucir lo mejor de la humanidad,también demostró que, como individuos y como sociedad,tenemos muchas asignaturas pendientes.

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EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ —VLADD0—

Dibujan: Fontanarrosa, Bacteria, Betto, Elena Ospina, Mheo y Vladdo. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de El Papel Periódico y DW en Español.

Escriben: Juliana Bustamante, Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Santiago Londoño Uribe, Juan Manuel López Caballero, Ricardo Sánchez Ángel y Catalina Trujillo Urrego.

Edición 92 — DICIEMBRE DE 2020

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

Diseño de portada: Vladdo

Producción: VladdoStudio

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2020 VLADDOSTUDIO

E D I T O R I A L

Un año difícil

E l 31 de diciembre de 2019, nadie se imaginaba que la humanidad entera se encontraba en la antesala de una pandemia que iba a frustrar sueños, separar familias, sellar fronteras, cerrar escuelas y universidades, fracturar

relaciones, arruinar negocios, y, lo peor de todo, que iba a segar millones de vidas alrededor del mundo.

Lejos estábamos de pensar que un bicho invisible no sólo iba a poner a prueba la solidez de los gobiernos, sino la capacidad de respuesta de los líderes mundiales ante la devastación causada por el coronavirus, que puso el planeta patas arriba y alteró por completo nuestro modo de vida.

Pero la emergencia vivida en estos largos meses también ha servido para reconocer en su justa dimensión la labor heroica de todo el personal sanitario, empezando por médicos y enfermeros, que ha trabajado sin descanso para atender a los afectados por el virus, tarea en la que centenares de profesionales han sacrificado incluso su propia existencia, aun en medio de la incomprensión de algunos sectores de la comunidad.

Capítulo aparte merecen los investigadores de todos aquellos laboratorios, universidades y empresas farma-céuticas que, en tiempo récord, lograron desarrollar las diferentes vacunas contra el covid-19. Gracias a ellos se en-cendió una luz de esperanza en medio de la incertidumbre.

En contraste, es deplorable que al amparo de la emergencia, se haya incrementado el autoritarismo, con acciones que socavaron los derechos fundamentales de la ciudadanía en muchos países –incluido el nuestro–, en particular con los abusos de la policía.

Y en Colombia, como si fuera poco, durante el confi-namiento siguió imparable el asesinato de líderes sociales y excombatientes de las Farc y aumentaron las masacres, ante la indolencia del gobierno. Además, se dispararon los crímenes de género y la violencia intrafamiliar.

En síntesis, aunque la crisis sacó a relucir lo mejor de la humanidad en muchos aspectos, también demostró que que, como individuos y como sociedad, todavía tenemos muchas asignaturas pendientes.

A T R A Z O

L I M P I OLa objetividad es un mito; la libertad, un derecho;la transparencia, un compromiso yla independencia, una obligación.

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Y te vas, 2020, sin cerrar la puerta…

Opinión de Juliana González*, desde Berlín.

Entramos a un nuevo año llenos de expectativas y con la boca del estómago en muchos casos ardiendo.

N o recuerdo haber sentido alguna vez nostal-gia por un año que termina. A veces pienso que fui inmunizada desde antes de nacer por Néstor Zavarce. Y si ese nombre no le dice mucho, seguro que el estribillo de

su “faltan 5 pa’ las 12, el año va a terminar”, hará la magia restante. 31 tras 31 de diciembre. Esa canción es parte de mi paisaje sonoro.

Y en esta oportunidad también. Mis abrazos se-rán virtuales, a la distancia, desde el fervor del deseo. Quizá como muchos con una fugaz videollamada, múltiples whatsapps y memes burlándose de las pro-mesas de un año que esperemos no sea la gemela de “El resplandor”.

¿Qué balance hago de este 2020? Que, tanto en el corto como en el largo plazo, en el amor y en el traba-jo, la empatía hace la diferencia. En condiciones nor-males y en el estado excepcional en el que nos puso a vivir este coronavirus.

De este año mi admiración y gratitud va para quienes, desde la industria, los medios y la política se pusieron la camiseta para salvar tantos puestos de trabajo y por tanto tiempo como les ha sido posible. A ese personal de salud que han sacado lo mejor de sí en estas circunstancias para salvar vidas. A esas personas que han entendido que, para salir de este asunto con entereza y dignidad, no hay que meter tijera donde no la han pedido. Menos aun

cuando bajo el manto de la austeridad se esconde el inte-rés mezquino de postureo de la eficiencia.

2020 ha sido el año de llamar las cosas por su nombre, en el afán de darle un vuelco positivo a la historia. En estos meses hemos visto a la ola verde en Argentina reclamar la autonomía de las mujeres so-bre su cuerpo. Hemos presenciado el resurgimiento de “Black lives matter”. También vivimos en tiempos en los que se multiplican las campañas públicas que buscan proteger a las víctimas de la violencia de gé-nero y violencia intrafamiliar. Otra vez asuntos de empatía (o falta de ella).

Pero tampoco quiero machacar mucho el término, porque luego termina como “resiliencia”. Palabras tan manidas que han tenido un final descolorido. Como esas canciones que se vuelven paisaje. O como la ex-presión prohibida de cara al 2021: “¡sorpréndeme!”.

Entramos a un nuevo año llenos de expectativas y con la boca del estómago en muchos casos ardien-do. ¿Culpa del virus? No, creo mas bien que es porque nos estamos reacomodando al llamar a las cosas por su nombre. Con un ojo en el pasado y otro en el porvenir.

Hay un asunto bonito en 2021. Y es que llegó a su fin la era de Donald Trump. Y esto a pesar de que nos deja un inabarcable santuario de fauna social como los proud boys empoderados, conspiranóicos, anti-vacu-nas o supremacistas blancos. Para los medios se aca-

ba la era de comentar cualquier tuit del inquilino de la Casa Blanca. Y es que su estilo virulento distaba mucho de “llamar las cosas por su nombre”. Por el contrario, se trataba de menoscabar la confianza en la ciencia, en la ciudadanía responsable. Apelaba a las pasiones que se mueven en las cloacas de las redes sociales. Y eso, no es el mundo. Ni el mundo cambia si alguien sigue, a rajatabla, la etiqueta del insulto instantáneo.

Te vas, 2020, y aunque es larga la lista de los reproches, más larga se ha conver-tido la de los agradecimientos.

Te vas y me dejas el saborcito agri-dulce, pero te vas. Y me dejas los cariños lejos, pero robustecidos y con los brazos abiertos para esos abrazos postergados.

*Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo. @JuliGo4

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Opinión de Ricardo Sánchez Ángel*

La política vive artificialmente convertida en la sociedad del espectáculo en una ópera bufa, que divierte con el engaño e ilusiona con la representación de buenos y malos políticos, héroes y villanos.

En este año de la peste, la política en todo el mundo ha estado en las salas de cuidados intensivos. Algunos más atrevidos diag-nostican que su situación es mortuoria y que es un cadáver insepulto.

Me estoy refiriendo a la política como las propues-tas que las sociedades demandan, la promesa que se encarna en movimientos y partidos de distintos pro-gramas e intereses sociales diversos, con identidades precisas. Es el ideal del gobierno del pueblo, por el pue-blo y para el pueblo, de Lincoln.

Pues bien, esa política, como promesa, exige ideas y ética de responsabilidades como cosa pública, pero ha sido devorada por los afa-nes del mercado electoral y el botín del presupuesto y el Estado. La política devino en un negocio, como dice el di-cho popular: “interés cuánto valés”. Este proceso de mer-cantilización comienza por el sufragio, que se expresa en la promesa del derecho al voto, pero se convierte en una mer-cancía que se tranza en efec-tivo, en favores, en contratos, en licitaciones, en nóminas… Allí reina el gran dinero, legal e ilegal, aunque ambas fuentes de financiación se sue-len mezclar con los mismos beneficiarios. El voto libre deja de existir y su derecho queda como una ilusión, un espejismo de la simulación democrática.

Así las cosas, la política vive artificialmente conver-tida en la sociedad del espectáculo en una ópera bufa, que divierte con el engaño e ilusiona con la representa-ción de buenos y malos políticos, héroes y villanos. Sí, política como espectáculo, con sus rituales, ceremo-nias, jerarquías y la corrupción reinando en las costum-bres y los hábitos como algo natural. La política conver-tida en corrupción.

No parece exagerado, ni mera frase efectista, la conclusión de Don Corleone en El Padrino III: “Política y crimen son lo mismo”. Nada original, viene desde Sófocles, en Antígona; en Shakespeare, con Hamlet; en Balzac, con Un asunto tenebroso, y en centenares de obras más que incluyen la reflexión de los filósofos.

La discusión sobre el nuevo código electoral, sacado del magín por el Gobierno y el registrador Nacional, ca-reció de este debate sobre la podredumbre que se vive en los partidos y las elecciones. Se escogió aumentar la

burocracia, rodear con alambradas de garantías hos-tiles a los partidos y movimientos de oposición o inde-pendientes, además de mantener un censo electoral fraudulento. Es una democracia que va a ser más dudo-sa, que va a aumentar la gravedad de la Casa Dividida por las violencias y el desamparo de las mayorías. Es la Ley de Hierro de las Oligarquías, de Robert Michels, la que se aplica. Consiste en negar la alternación para los reales contradictores, con su circulación de élites, e im-poner a los mismos en cuerpo ajeno con las mismas. Se replicará que no se trata de la democracia perfecta, sino de la imperfecta, realmente existente. Pero aquí de lo

que se trata es de la anulación, por la simulación, de la demo-cracia.

Este es un punto crucial a superar, y por ello, es necesa-rio explicitar los diagnósticos y alternativas. Izquierdas y Derechas tienen allí un punto grande de diferencias progra-máticas, al igual que en las contradicciones ante la refor-ma agraria. Lo que se debe hacer es eliminar el latifundio, fortalecer los resguardos indí-genas, las comunidades afro, ampliar y consolidar las zonas de reserva campesina. Ejercer

una verdadera soberanía alimentaria, como parte del territorio y el ambiente. Erigir el derecho a la vida de manera efectiva será el punto de la dignidad que per-mitirá detener el genocidio en marcha y reverdecer la paz, convertida hoy en pacificación, reeditando los mis-mos procesos de 1953, de Rojas, el Frente Nacional, con Alberto Lleras, y de Virgilio Barco, con el M-19.

Pero son otros tiempos, y el pleito sigue vigente con la Casa Dividida. Es el tiempo de los programas, ya que eso es lo que está exigiendo una opinión descreída, es-pecialmente de jóvenes y mujeres que están diciéndole adiós a la política, como ya dijeron adiós a las armas. Es la oportunidad para la promesa de la política. Ante la magnitud de la crisis internacional y doméstica, no es el momento de simples programas mínimos, que suelen ser pactos efímeros de coyuntura electoral.

Consejo no pedido: Los que se proclaman del Centro bien pueden ubicarse como de centro-izquierda o de centro-derecha. Ahí tienen un sitio como modera-dos.

*Profesor emérito, Universidad Nacional. Profesor titular, Universidad Libre.

¿La política ha muerto?

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E l 2020 fue una experiencia errática en la que varias de las normas establecidas para afrontar la crisis mundial de la pandemia, parecen símbolos relacionados con nuestra realidad en Colombia. Esos mensajes repe-

titivos, intimidantes, destinados a quedar tatuados en la memoria del ciudadano como mandatos indiscutibles, parecen también hablarnos de otras cosas.

Desde que empezó la pandemia, el llamado principal ha sido al distanciamiento social, un concepto fácil de comprender en sociedades más desarrolladas, más frías y menos apasionadas que las latinas, que invita a rechazar el contacto físico, a desconfiar de la proximidad ajena, a relacionarnos a través de pantallas. Eso que se llamó ais-lamiento obligatorio, preventivo o ‘inteligente’, sofismas todos de lo mismo, fue el mandato a no mezclarnos, a no tocarnos, a no tener contacto humano como lo conocemos. Esto nos condenó a alejarnos de muchos y –paradójica-mente– a acercarnos demasiado a otros, a encerrarnos con esas personas queridas con las que compartimos un techo y una vida en común, pero con quienes jamás en la vida habíamos tenido que compartir la vida 24 horas al día 7 días a la semana por meses y meses. Se nos acabó ese deseo de volver a casa, al hogar, porque nunca volvimos a salir de él, porque se convirtió en nuestra cárcel y se nos quitó la posibilidad de extrañarlo y de extrañar a quienes más queremos.

Otra instrucción que hemos recibido desde el día uno de esta emergencia es la de lavarnos las manos muy bien. Esto, con una óptica política, en un país donde los errores y fracasos en política pública son culpa de todos menos del que debe-

rían ser, no puede ser más gráfico sobre la forma como en Colombia se ejerce hoy el poder:

liderazgos que se lavan bien las manos cuando de asumir responsabilida-

des se trata, echándose unos a otros las culpas de su

propia improvisación, miedo e inexpe-

riencia. Lejos de liderarnos hacia puerto seguro en la situación que actualmente vivimos, vemos m a n d a t a r i o s

haciendo política con la crisis, sin posi-

bilidades de responderle a la ciudadanía de una ma-

nera contundente, que invite a

la unión y determinación como nación para superarla, sino, por el contrario, enviando mensajes contradictorios y más ligados a vanidades personales que a estrategias con algún propósito público.

Después de la echada de para atrás de la OMS, que inicialmente lo consideró innecesario, la instrucción que vino fue la de volver obligatorio el uso del tapabocas. Este es el gran símbolo de la pandemia: qué mejor para unos gobernantes –cuestionados y cuestionables– que literalmente taparle la boca a los ciudadanos y obligarlos a representarse hacia fuera silenciosos, desconfiados, sin posibilidad de intercambiar ideas, de pensarse más allá de la supervivencia. Un estado de cosas donde la obediencia lo acapara todo porque el miedo es tal que estamos dispuestos a callar, a pasar dificultades, a no disentir, a no volver a tener relaciones sociales con tal de que se nos garantice la vida, que en Colombia, tra-dicionalmente vale tan poco, cuando no se trata de la propia. Y aunque en septiembre la olla explotó por los excesos de las autoridades -cada vez más cómodas con la represión que el miedo provoca en los ciudadanos- la represión no cedió y vimos un nivel de violencia de Estado que en otro contexto tal vez hubiera sido intole-rable. Y seguimos con el tapabocas puesto.

En tanto todo esto ocurría, la peor de todas las reali-dades se mantuvo incólume: la evidencia de una sociedad excesivamente desigual, injusta y excluyente en donde pedirle actuar pensando colectivamente es una muestra del desconocimiento de esas diferencias y una gran hi-pocresía, cuando ante las tragedias y carencias de otros menos afortunados y menos visibles, no existe ningún llamado que demande una postura ciudadana contunden-te. Siguen muriendo ciudadanos en el territorio y sobre eso, poco se dice y nada se hace. Por eso, esa retórica de protegernos entre todos, a costa de quitarnos todos nuestros derechos, mientras que ante tragedias menos pantalleras pero igualmente reales, no se hace nada, deja de tener sentido, al menos para quienes creemos en una sociedad donde todos quepamos.

Las órdenes de autoridades que promueven sacri-ficios y actos colectivos que silencian, limitan, coartan y seleccionan, simbolizan una época inédita en la que el poder público en Colombia pasará a la historia como ése que no supo encontrar caminos para resolver un momen-to difícil a través de la cohesión social, sino como aquél que pretendió esconder su ineptitud encerrando a los ciudadanos, intimidándolos, silenciándolos y haciendo exigencias que no se compadecen con otras realidades que también deberían importarle.

*Abogada, magister en Derecho Internacional y en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos. || @julibustamanter

Opinión de Juliana Bustamante*

La peor de todas las realidades se mantuvo incólume: la evidencia de que vivimos en una sociedad excesivamente desigual, injusta y excluyente.

Símbolos de pandemia

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C uatro años después de que el Gobierno y las FARC firmaran el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera se percibe en el ambiente un

vacío en su implementación. A pesar de que pública-mente el presidente Iván Duque manifiesta su voluntad de paz, su gestión y los discursos del partido que lo respalda van en la vía de ponerle trabas y confirmar la consabida frase de Fernando Londoño: «volver trizas ese maldito papel».

Entre los seis puntos del documento hay dos que se ven afectados por una realidad que ha acompa-ñado al acuerdo desde su firma: el exterminio de los miembros de las FARC que se acogieron al proceso de reincorporación. La falta de garantías de protec-ción y seguridad ha llevado a un promedio de un asesinato semanal de excombatientes, hecho que pone en riesgo los puntos 2 (participación política) y 3 (fin del conflicto), pues vulnera la confianza en el reintegro a la vida civil e incentiva la conformación de disidencias o fortalece las actuales.

En el mismo mes de la firma del acuerdo, no-viembre de 2016, fue asesinado Jorge Enrique Corredor González, primer exmilitante asesinado de los 249 que se cuentan hasta hoy. El último caso reportado fue el de Rosa Amalia Mendoza, víctima

de una masacre en la que también perdieron la vida su hija de dos años y otros tres miembros de su fa-milia.

Habrá quienes piensen que es exagerado pensar en un exterminio como el ocurrido con la Unión Patriótica, pero este panorama solo deja ver que es-tamos ante su inevitable repetición. Los continuos asesinatos, en vez de representar una alerta para el Gobierno y comprometerlo con promover meca-nismos para cuidar la vida de los firmantes, pare-cen una advertencia de «ya saben lo que va a pasar». Firmaron un acuerdo de paz que para muchos está significando una sentencia de muerte.

En medio de los incumplimientos de las partes estamos los colombianos que confiamos y creímos en la posibilidad de avanzar en la construcción de la tan anhelada paz de este país. ¿Qué podemos hacer para proteger el acuerdo e intentar frenar el exterminio que acabe con la voluntad de reincor-poración de los excombatientes? No nos queda más que seguir alzando la voz para que haya garantías de vida para los firmantes, exigir su protección y el cumplimiento del acuerdo, que no es solo entre las FARC y el Gobierno, es de este último con los colom-bianos, como promesa de una paz estable y durade-ra. También debemos insistir en que se promuevan nuevos acuerdos de paz con otras organizaciones subversivas y criminales vinculadas al terrorismo, la delincuencia y el narcotráfico. Igualmente, exi-girle al partido FARC que mantenga su compromiso con el acuerdo, no solo desde lo que debe deman-dar del Estado, sino en perspectiva de cumplirles a las víctimas con la verdad y la reparación.

Hay algo más que podemos hacer y que suma mucho en este camino de reintegración y reconci-liación, apoyar y visibilizar los proyectos producti-vos que hoy benefician a 4.807 excombatientes, de los 13.098 que están acreditados en el proceso de reincorporación. Son más de 1.500 los proyectos aprobados con diversidad de ofertas de productos agropecuarios, piscícolas y textiles, entre otros.

Hay que seguir cuidando el acuerdo de paz, exi-gir su legitimidad, protegerlo de quienes insisten en invalidarlo y unirnos para apoyar en las próxi-mas elecciones liderazgos que sí estén a favor de la paz. ¡Y que pare ya el exterminio!

*Editora. Comunicadora social–periodista, especialista en Mercadeo, magíster en Estética.

Opinión de Catalina Trujillo-Urrego*

Habrá quienes piensen que es exagerado pensar en un exterminio como el ocurrido con la Unión Patriótica, pero este panorama solo deja ver que estamos ante su inevitable repetición.

Que el acuerdo de paz no nos cueste más vidas

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S omos la única especie que hace balances; somos conscientes del paso del tiempo y los únicos entre los seres vivos que se saben condenados a morir. Esta consciencia de nuestra finitud nos empuja a revisar constantemente nuestro

actuar, a contrastar, comparar, analizar nuestro presente, a añorar el pasado y planear el futuro. Situaciones coyunturales y fortuitas (final de relaciones afectivas, trabajos, proyectos, enfermedades y muertes de seres queridos) o complejos ar-tificios como la medición del tiempo son los momentos ele-gidos para hacer nuestros balances. Precisamente por esta época en que terminamos el mes doce del calendario solar gregoriano, que coexiste con los calendarios hebreo, chino, hindú, musulmán, persa y budista, algunos occidentales nos sentamos a revisar el tiempo pasado y a planear la próxima vuelta al sol. Acá va uno corto.

La primera reflexión y, si somos optimistas, lección de este 2020 tiene que ser que, más allá de avances científicos y médicos sorprendentes, seguimos siendo una especie en extremo vulnerable. Según fuentes científicas hay más virus en la tierra que estrellas en nuestra galaxia (10 elevado a la 31 aproximadamente) y aunque muy pocos puedan hacer el tránsito para infectar células humanas (la mayoría de virus son necesarios para mantener la vida en el planeta) solo se requiere uno que tenga la capacidad de mutar y dar el salto a nuestro cuerpo para afectar y hasta destruir la vida como la hemos imaginado. Las posibilidades de infectarnos, adi-cionalmente, crecen cuando nos acercamos a ciertas espe-cies como los murciélagos, pangolines y ciertos roedores. Nuestro crecimiento poblacional y la consecuente ampliación de nuestro espacio vital nos hace y nos seguirá haciendo más vulnerables a virus letales.

El virus invisible que nos encerró a todos este año sig-nificó, paradójicamente, un pequeño respiro para nuestro planeta “agobiado y doliente”. Se calcula que en los meses de confinamiento la producción de dióxido de nitrógeno

(NO2) y de dióxido de carbono (CO2) cayeron 50% y 15%, res-pectivamente. El cierre de industrias mejoró la calidad del agua y la caída en el turismo global permitió que muchos ecosistemas tuvieran una nueva inyección de vida (la natu-raleza demostró una capacidad tremenda de recuperación). Esto, no obstante, será solo un dato curioso en los libros de historia que documenten nuestra destrucción ambiental si no somos capaces de tomar decisiones estructurales para la recuperación económica que vendrá a continuación. Los “ahorros” ambientales de pandemia nos permitieron llegar a niveles del año 2012, pero, debido a nuestro patrón de con-sumo (de combustibles fósiles, plásticos, agua) y de emisión de gases, aún continuamos en el camino doloroso y certero de destrucción de nuestro planeta. Esta especie nuestra puede ser un virus bastante letal.

El 2020 también nos tiene que reafirmar que la políti-ca y el Estado siguen siendo capítulos fundamentales de la novela humana. Que, más allá de los cuestionamientos y las críticas a los partidos, los personajes y las instituciones (siem-pre necesarias), los riesgos y amenazas que hoy vivimos nos exigen sistemas políticos y líderes en los que se combinen la legitimidad con la capacidad, la eficiencia (recursos limitados para problemas estructurales) y las decisiones basadas en la ciencia y los hechos. Los millones de infectados y muertos y los temas de sostenibilidad en EE.UU, Brasil, Reino Unido e Italia, por nombrar solo algunos ejemplos, nos demuestran que elegir bien y gobernar bien siguen siendo retos vigentes y que la política efectivamente hace la diferencia. En el tema de la vacuna, una luz que se prende al final de este túnel, po-demos ver que una mezcla entre Estado e iniciativa privada (en dinero y en conocimientos) puede permitir que lo que normalmente requería entre 8 y 10 años se haya podido hacer en 10 meses. La política es fundamental, pero no suficiente.

El balance en nuestro país desafortunadamente no es bueno. Terminaremos el año con 10 millones de personas más en situación de pobreza, el 48% del total de la pobla-ción, y con un 14% en pobreza extrema. Al 27 de diciembre, 42,117 personas perdieron la vida con el Covid y la curva no se aplana (somos el décimo país en muertes por cien mil ha-bitantes y en muertes por casos totales). A la misma fecha van 90 masacres con 375 víctimas y 248 desmovilizados de las FARC asesinados.

El primero de enero no desaparecerá ni el virus ni la pobreza ni las amenazas a la paz y a la convivencia. Hay, sin embargo, una nueva posibilidad (otra más) de buscar acuerdos fundamentales en la diferencia, de reconocer y defender la vida como principio fundante y de entender que los mayores esfuerzos de una sociedad deben encaminarse a mejorar la vida de los más necesitados. Suena acartonado y poco “inno-vador”, lo sé, pero es imprescindible. Feliz 2021.

*Abogado; magister en Derecho Internacional.

Opinión de Santiago Londoño Uribe*

El virus invisible que nos encerró a todos este año significó, paradójicamente, un pequeño respiro para nuestro planeta ‘agobiado y doliente’.

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C ada vez que alguien me dice que no se va a vacunar me da una alegría infinita.

“Que nos van a poner un chip para controlarnos”, “que no se sabe los efectos secundarios”, “que Bill Gates

nos quiere dominar. ”No importa cual sea el motivo que argumenten

para no vacunarse. Me da igual. Cada persona que se niegue, es una oportunidad más que tengo, para que una –de las pocas vacunas que habrá disponi-bles– alcance para mí.

Sobre el miedo de la gente a vacunarse he recibi-do chistes geniales. 

“Llevan toda la vida comiendo salchicha y ahora dicen que no se ponen la vacuna porque no saben qué tiene”. Cierto. Compran empanadas con relleno de dudosa procedencia, fritas en aceite negro que no cambian desde el día en que se inventó el aceite y que el vendedor les entrega con un guante “des-echable” que no se cambia hace 7 meses, pero les da miedo una vacuna desarrollada por las mentes más brillantes del planeta.

Otro chiste. Cuando Pfizer sacó al mercado Viagra, nadie cuestionó nada. Se la tomaron y ya. Ahora, en cambio, dudan de este laboratorio. 

Conclusión: para muchos parar el Covid no es tan importante como parar otra cosa.

Creen que una crema mágica les va a quitar la celulitis, la barriga y les va a sacar pelo a los calvos...

pero no creen en la comunidad científica. Eso, en se-rio, me mata de la risa.

Volviendo a la posibilidad real de poder vacunar-se pienso esto: en teoría van a empezar con todas las personas que trabajan en el sector de salud, luego a los mayores, luego a los que tienen comorbilidades y luego, luego, luego, a los demás. Con ese orden a mí me toca de última, por ahí en el 2022.

Pero si ese plan no se respeta y en cambio se va-cuna “ a la colombiana”, ahí sí que no me toca nunca.

“A la colombiana” quiere decir que vacunarán primero al presidente, los ministros, los senadores, los representantes a la Cámara, concejales, directo-res de instituciones, alcaldes, gobernadores, a los que salen en las fotos de las revistas de farándula y a las familias de todos estos; incluídos esposa, hijos, papás, hermanos, cuñados y amigos.

O sea que si usted no es político, familiar de polí-tico, amigo de político o lagarto de profesión, le re-comiendo que no se haga ilusiones. 

Hagamos cuentas. Supongamos que es verdad que al país llegan 40 millones de dosis –que alcan-zan para 20 millones de personas– y que ninguna se daña. Quedan 31 millones de compatriotas haciendo fila. ¿Cuántos políticos tendrá Colombia? ¿Cuántos lagartos? Haciendo un análisis exhaustivo de dos segundos, pienso que en este país hay más pseudo-mandatarios, lambones, sapos y expertos en “mo-ver palancas” que estrellas en el firmamento (para ponerle poesía a este escrito)... Así que no creo que la vacuna le vaya a llegar a usted. No tengo duda, en cambio, de que los Sarmiento y los Ardila estarán inmunizados en dos días.

Se sabe que la vacuna evita que uno se conta-gie, pero aún no se sabe si sigue siendo portador del virus; por eso, ahí viene lo peor, pues esos ilustres personajes que se colarán en la fila y serán vacuna-dos antes que los demás mortales, saldrán a pavo-nearse a restaurantes, cines, centros comerciales y fiestas. Irán sin mascarilla pues ya hacen parte del selecto grupo de los “incontagiables”.

El “yo ya estoy vacunado” será el nuevo “usted no sabe quién soy yo”.

Así que, cuando su tía le diga que no les cree a los científicos que llevan años trabajando en inmu-nización, póngase del lado de ella. Ayúdela a con-vencer a toda la familia y amigas para que no se va-cunen; solo así podemos soñar con que una de esas dosis añorada, llegue a nuestro brazo.

*Periodista.

Por favor, no se vacune

Opinión de Olgahelena Fernández*

Cuando Pfizer sacó al mercado Viagra, nadie cuestionó nada. Se la tomaron y ya. Ahora, en cambio, dudan de este laboratorio. Para muchos parar el Covid no es tan importante como parar otra cosa.

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TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén*

LOS El reciente hallazgo y consiguiente expulsión de Colombia de dos “espías rusos” muestran qué tan infla-mada está la imaginación de Iván Duque, quien hasta hace poco dejó de delirar con el 7, pues, así lo dijo, los enanitos de Blanca Nieves y las plagas de Egipto fueron siete. Lo considera un número mágico. Es debido a ello, explicó, que su juego infantil, una suerte de Monopolio al que llama “economía anaranjada”, tiene, por decisión de él, siete partes que todavía está por revelar. (En todo caso, aclaro: como todo el mundo lo sabe, las plagas egip-cias fueron diez).

ESPÍAS¿Qué pudo llevar a Duque a desvariar con la presencia de “espías rusos”? Por medio de sus servicios de “inteli-gencia” sospecha que tienen el ojo puesto en “nuestras reservas minerales y nuestro sistema político”. Temas que se esclarecen en dos minutos hablando con un ta-xista en Bogotá, por medio de Google o elevando un par de derechos de petición. Otros temas, como la corrup-ción que rige al país o el narcotráfico que sostiene su economía, son, aunque vergonzosos, inocultables, uni-versalmente conocidos y la mejor información posible al respecto no es secreta ni está en Colombia; la tienen organismos privados como WOLA, HRW, Amnistía Internacional, Transparencia Internacional…

RUSOSLa mejor, más precisa y útil información secreta sobre Colombia no la posee Colombia ni es secreta. Por ejem-plo, el único herbario colombiano propiamente dicho que existe en el mundo es un tesoro de la universidad de Harvard. Lo organizó el mítico profesor Richard Evans Schultes (discípulo y mentor del etnobotánico Wade Davis) a partir de 1915. Duque, quien durante sus eter-nos tiempos libres también le hace honores de jefe de estado al mendigo errabundo venezolano Juan Guaidó, no ha expulsado todavía a los norteamericanos, chinos, franceses, israelíes, británicos, alemanes, etcétera, que poseen, impecablemente clasificados, todos nuestros secretos. Si les resulta conveniente, a veces los compar-ten y canjean sin dificultades. Incluso con los rusos.

*Periodista

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H a sido no muy bien recibida la idea del Presidente Duque de convertirse en presentador de un programa de televisión.

Pudo tener razón de ser la hora diaria de ‘prevención y acción’, en la medida que suponía ser un instrumento para informar y educar a la ciudadanía sobre la evolución de la pandemia. Parcialmente si cumplió ese cometido, aunque sin saberse hasta dónde pudo ser útil.

La estadística diaria de aumento de contagiados, de enfermos en las UCI y de muertes, en últimas solo descri-bía el desarrollo conocido y esperado del proceso de una pandemia: señalar el crecimiento día a día no aumentaba el conocimiento que se tenía, y en cambio, producía el efecto pánico que justificaba las declaraciones de Estado de Excepción y las atribuciones que de eso se derivaban.

Así se justificaron las medidas que para unos eran necesarias pero fueron cortas; y para otros causaron un mal peor en los aspectos sociales y económicos.

Lo de analizar ahora es la propuesta –o decisión– de convertir ese espacio en la vía de comunicación del

mandatario con sus mandantes, del Presidente con la ciudadanía.

Lo primero a destacar es que implica el reconoci-miento de que algo en ese sentido estaba fallando.

En el mundo de hoy la comunicación es tan o más importante que las políticas y las medidas que se toman. El riesgo es  exagerar esa realidad y creer que con buen manejo de las formas de comunicación se puede crear una realidad paralela inconexa con la que la gente vive.

Da la sensación de que hacia eso podría encaminarse el proyecto presidencial.

En sus presentaciones ya parecía seguir el ejem-plo de Trump en el sentido de acompañar con una va-loración –o una sobrevaloración– cada tema que tocaba. Informaciones como la disminución de homicidios es más que natural cuando existe el confinamiento, por eso decir que es la menor de los últimos x años es solo darle a un hecho real un contenido desfigurado, como si fuera un éxito en el manejo de la seguridad una medida tomada para otros propósitos. 

Igualmente repetir y repetir qué sumas se destinan a uno u otro rubro, señalando que son más altas que los años anteriores, es lo menos que se puede esperar. Mencionar lo grandes que son las cantidades siempre impresiona aunque no se sepa si son apropiadas o no para el propósito que se presenta. Hacer énfasis en su tamaño no significa ni prueba que sea lo que se necesita. 

Da la sensación que se siguieran los pasos de Trump, cuando tuiteaba más con adjetivos que con verdades.

Probablemente el gobierno Duque va siendo menos malo de lo esperable, y tal vez las críticas son más basa-das en esto último que en lo que ha hecho. No se toman suficientemente en cuenta las promesas cumplidas –por ejemplo los nombramientos por fuera de cuotas políti-cas– y se le achacan o atribuyen cuestionamientos que corresponden a Uribe, mientras él intenta desmarcarse de esa tutela.

Pero si hasta ahora no ha sido acertado en mate-ria de comunicaciones (si es un ‘error de percepción’, es una falencia en la comunicación),  ni exitosos los nom-bramientos o las asesorías, lo peor que puede hacer es tratar ahora de convertir al país en un experimento a lo Trump, donde el negar la realidad y suplantarla por falsas o manipuladas informaciones puede polarizar la opinión pública y crearle un caudal de respaldo.

*Economista e investigador.

Presidente Duque: no vaya a imitar a Trump

Opinión de Juan Manuel López Caballero*

Hoy, la comunicación es tan o más importante que las políticas y las medidas que se toman.

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No estan difícil, ¿cierto?

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