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Trilling Wolfgang - El Nuevo Testamento Y Su Mensaje 01 - El Evangelio Según San Mateo - Parte 2.pdf

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  • EL NUEVO TESTAMENTO Y SU MENSAJE

    Comentario para la lectura espiritual

    Serie dirigida por WOLFGANG TRILLING

    en colaboracin con KARL HERMANN SCHELKLE y HEINZ SCHRMANN

    1/2

    EL EVANGELIO SEGN SAN MATEO

    WOLFGANG TRILLING

    EL EVANGELIO SEGN SAN MATEO

    TOMO SEGUNDO

    BARCELONA EDITORIAL HERDER

    1980

  • Versin castellana de J. M.' QUEROL, de la obra de WOLFGANG TRILLING, Das Evangelium nach Matthaus 1/2

    dentro de la serie Geistliche Schriftlesung Patmos-Verlag, Dusseldorf 1965

    Tercera edicin 980

    IMPRMASE: Gerona, 24 de septiembre de 1975 JOS M. CARDELS. vicario general

    Patmos-Verlag, Dusseldorf 1965 Editorial Herder S.A , Provena 388, Barcelona (Espaa) 1970

    ISBN 84-254-1116-5

    Es PROPIEDAD DEPSITO LEGAL: B. 3.701-1980 PRINTED IN SPAIN GRAFESA - aples, 249 - Barcelona

    SUMARIO

    PARTE SEGUNDA: ACTIVIDAD DEL MESAS EN GALILEA (continuacin)

    VI. Las parbolas (13,1-52). 1. Seccin primera (13,1-23).

    a) Parbola del sembrador (13,1-9). b) Finalidad de las parbolas (13,10-17). c) Explicacin de la parbola del sembrador (13,18-23).

    2. Seccin segunda (13,24-43). a) Parbola de la cizaa (13,24-30). b) Parbola del grano de mostaza (13,31-32). c) Parbola de la levadura (13,33). d) La enseanza por medio de parbolas (13,34-35). e) Explicacin de la parbola de la cizaa (13,36-43).

    3. Seccin tercera (13,44-52). a) Parbola del tesoro (13,44). fe) Parbola de la perla (13,45-46). c) Parbola de la red barredera (13,47-50). d) Conclusin del discurso de las parbolas (13,51-52).

    VII. El misterio del Mesas (13,53-17,27). 1. Revelacin gradual (13,53-16,12).

    a) Incredulidad en Nazaret (13,53-58). b) Degollacin del Bautista (14,1-12). c) Primera multiplicacin de panes (14,13-21). d) Jess camina sobre las aguas (14,22-33). e) Curaciones en Genesaret (14,34-36). f) Controversia sobre la pureza (15,1-20). g) La mujer cananea (15,21-28). h) Curacin de muchos enfermos (15,29-31).

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  • i) Segunda multiplicacin de panes (15,32-39). j) Los fariseos piden una seal (16,1-4). k) Prevencin contra la doctrina de los fariseos (16,5-12).

    2. Anuncios de la pasin (16,13-17,27). a) Profesin de fe de Pedro (16,13-20). b) Primer anuncio de la pasin (16,21-23). c) El seguimiento de Cristo (16,24-28). d) Transfiguracin de Jess (17,1-9). e) El retorno de Elias (17,10-13). /) Curacin de un luntico (17,14-21). g) Segundo anuncio de la pasin (17,22-23). h) Jess y la contribucin para el templo (17,24-27).

    VIH. El discurso sobre la fraternidad (18,1-35). 1. La verdadera grandeza (18,1-5).

    a) El mayor en el reino de los cielos (18,1). b) Respuesta de Jess (18,2-5).

    2. La solicitud por los pequeos (18,6-14). a) Prevencin contra el escndalo (18,6-9). b) Dios tiene en gran aprecio a los pequeos (18,10). c) La salvacin de los extraviados (18,12-14).

    3. La correccin fraterna (18,15-20). 4. El perdn de las ofensas (18,21-35).

    a) Regla del perdn (18,21-22). b) Parbola del siervo despiadado (18,23-35).

    PARTE TERCERA: EL MESAS EN JUOEA (captulos 19-25). I. En camino hacia Jerusaln (19,1-20,34). 1. Matrimonio y celibato (19,1-12). 2. Jess y los nios (19,13-15). 3. El rico y las riquezas (19,16-30).

    a) La pregunta del joven rico (19,16-22). b) Peligro de las riquezas (19,23-26). c) Recompensa por renunciar a todo (19,27-30).

    4. Parbola de los obreros de la via (20,1-16). 5. Tercer anuncio de la pasin (20,17-19). 6. La ambicin de los discpulos y el precepto de servir (20,20-28).

    a) Los hijos de Zebedeo (20,20-23) b) El precepto de servir (20,24-28).

    7. Curacin de dos ciegos (20,29-34).

    6

    II. Entrada en Jerusaln (21,1-22). 1. Llegada de Jess a la ciudad santa (21,1-17).

    a) La entrada del Mesas (21,1-11). b) Jess en el templo (21,12-17).

    2. Maldicin de la higuera estril (21,18-22). III. ltimas confrontaciones con los adversarios (21,23-23,3^ 1. Polmicas (21,23-22,46).

    a) Pregunta sobre la autoridad de Jess (21,23-27). b) Parbola de los dos hijos (21,28-32). c) Parbola de los viadores homicidas (21,33-46). d) Parbola del banquete de las bodas reales (22,1-14). e) Cuestin del pago de tributos (22,15-22). /) Pregunta sobre la resurreccin (22,23-33). g) El mandamiento mayor (22,34-40). /)) De quin es hijo el Mesas (22,41-46).

    2. Gran discurso contra escribas y fariseos (23,1-39). a) Acusacin fundada en principios (23,1-7). b) Reglas para los discpulos (22,8-12). c) Las siete conminaciones 23,13-36. d) Apostrofe a Jerusaln (23,37-39).

    IV. Instruccin sobre el fin del mundo (captulos 24-25). 1. Las seales del fin (24,1-36).

    a) La destruccin del templo (24,1-2). b) Los comienzos de las tribulaciones (24,3-8). r) Exhortacin a la perseverancia (24,9-14). d) La gran tribulacin de Jerusaln (24,15-22). e) La parusa del Hijo del hombre (24,23-31). /) Parbola de la higuera (24,32-36).

    2. Incertidumbre del tiempo (24,37-45,13). o) El ltimo da vendr inesperadamente (24,37-42). b) El dueo vigilante de la casa (24,43-44). c) El criado fiel y sensato (24,45-51).

    3. El juicio del Hijo del hombre (25,14-46). a) Parbola de los talentos (25,14-30). b) El juicio definitivo (25,31-46).

    PARTE CUARTA: MUERTE V RESURRECCIN DEL MESAS (captulos 26-28.

    I. En vsperas de la muerte (26,1-56). 1. Acuerdo de matar a Jess (26,1-5).

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  • 2. Uncin en Betania (26,6-13). 3. Traicin de Judas (26,14-16). 4. ltima cena de Jess (26,17-29).

    a) Preparativos para la cena pascual (26,17-19). b) Designacin del traidor (26,20-25). c) Institucin de la Eucarista (26,26-29.

    5. Jess en Getseman (26-30-46). a) Prediccin de las negaciones de Pedro (26,30-35). b) Oracin de Jess en su agona (26,36-46).

    6. Prendimiento de Jess (26,47-56). II. Condena de Jess (26,57-27,26). 1. Jess ante el sanedrn (26,57-68). 2. Negaciones de Pedro (26,69-75). 3. Jess entregado a Pilato (27,1-2). 4. Fin de Judas (27,3-10). 5. Juicio ante Pilato (27,11-26). 6. Escarnio del rey de los judos (27,27-31). III. Muerte y sepultura de Jess (27,32-66). 1. La crucifixin (27,32-38). 2. Burlas contra el crucificado (27,39-44). 3. Muerte de Jess (27,45-56). 4. Sepultura de Jess (27,57-66).

    a) El entierro (27,57-61). b) Los centinelas del sepulcro (27,62-66).

    IV. Glorificacin del Mesas (28,1-20). 1. Resurreccin de Jess (28,1-10). 2. Los centinelas sobornados (28,11-15). 3. Misin de los discpulos (23,16-20).

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    TEXTO Y COMENTARIO

  • Parte segunda

    ACTIVIDAD DEL MESAS EN GALILEA Continuacin

    VI. LAS PARBOLAS (13,1-52).

    Conocemos ya dos grandes discursos en el Evangelio de san Mateo ', a saber, el sermn de la montaa (cap-tulo 5-7), y la instruccin de los discpulos (captulo 10). Ahora llegamos al tercer gran discurso, al captulo 13. que refiere las parbolas 2. San Marcos ya ofrece una pe-quea compilacin de parbolas que l mismo haba pre-parado o acaso adoptado de otra (Me 4,1-34). San Mateo acoge esta pequea compilacin y la ampla. Este precioso captulo est construido y ordenado tan artificiosamente

    1. Las explicaciones de este lomo segundo suponen las del primero (Barcelona 1970) en muchos pormenores y temas importantes, sin (jue cada vez se llame la atencin sobre ello.

    2. Sobre las parbolas de Jess hay bibliografa moderna de buena ca-lidad, a la que remitimos: W. MICHAELIS, Die Gleichnisse Jesu, Hamburgo '1956; J. JEREMAS, Die Gleichnisse Jesu, Gotinga M962; F. MUSSNEK. Die Botschaft der Gleichnisse Jesu (Schriften zur Katechetik 1), Munich 1961; H. KAHLEFELD, Gleichnisse und Lehrstcke im Evangelium, I / I I Francfort del Meno 1963; Leipzig 1965; [A. HERRANZ, Las parbolas. Un problema y una solucin, Cultura Bblica 12 (1955) 129-139; F. PLANAS. Parbolas paralelas, Cultura Bblica 17 (1960) 211-213; A. OATE, La parbola de la cizaa (Mt 13,24-30); Cultura Bblica 18 (1961) 242-246.] Aqu no tratamos de textos, a lo que se han dedicado con gran acierto J. JEREMAS y H. KAHLEFELD. Aqu tenemos que basar nuestra explica-cin en el texto y la composicin del Evangelio de san Mateo; por consi-guiente, tambin en la especial manera de entender que el evangelista quiere que prevalezca en todo su libro. En Marcos y en Lucas tendrn prepon-derancia otros acentos.

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  • como las otras secciones de discursos. Sin violentar el texto se divide en tres partes. La seccin primera contiene la parbola del sembrador, un fragmento intermedio sobre el sentido del lenguaje de las parbolas y la explicacin de la parbola (13,1-23). La seccin segunda empieza con la parbola de la cizaa, a continuacin siguen las dos parbolas del grano de mostaza y de la levadura, unas frases de carcter general con una cita del profeta, y final-mente la explicacin de la parbola de la cizaa (13,24-43). La seccin tercera contiene tres parbolas ms breves, la del tesoro, la de la perla y de la red barredera (13,44-50). La instruccin se concluye con una parte que redondea y que al mismo tiempo coloca todo el captulo a la luz que intentaba dar el evangelista (13,51s). En este discurso se han reunido en total siete parbolas y dos explicaciones de parbolas, adems un nmero de importantes textos intermedios que se refieren por regla general al modo de hablar usado en las parbolas. Mediante dichos textos intermedios el captulo viene ms bien a ser como una compilacin de textos instructivos semejantes, tambin se convierte en una pequea teora sobre el lenguaje de Jess en las parbolas y su importancia para la Iglesia.

    El reino de Dios es el gran tema que enlaza entre s todas las parbolas. Antes ya hemos odo hablar de este tema fundamental del mensaje de Jess 3. Ahora lo encon-tramos expresado en forma de parbola, lo cual es carac-terstico de Jess. Todava hay muchas otras parbolas, que han sido transmitidas en los Evangelios. Todas las aqu reunidas se refieren en sentido ms estricto al mis-terio del reino de Dios. Esto se dice algunas veces con claridad en la introduccin (el reino de los cielos se pa-rece... 13,24, y as en otros pasajes)*. El lenguaje de

    3. Cf. tomo i, 76s. 84s. 90^ .

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    las parbolas puede muy bien esclarecer el carcter del reino, futuro y, sin embargo, tambin presente, oculto en los designios salvficos de Dios y, sin embargo, mani-fiesto en el tiempo presente. En efecto, la parbola emplea la manera de hablar de la comparacin, no la directa in-mediatez. Toma los modos de ver de algn sector de la realidad, las parbolas de Jess los toman principalmente de la vida y de los trabajos de la gente sencilla en el cam-po o en la ciudad. Pero la realidad aludida siempre es el reino de Dios. Est en el oyente descubrir esta relacin, reconocer lo que propiamente se alude. El oyente no slo tiene que oir bien, sino que ha de ser capaz de captar el sentido propuesto. Debe aplicarse a meditar y, sobre todo, ha de encontrar el mbito de la fe. Slo puede entender ntegramente lo que quieren decir las parbolas el que escucha con fe, por tanto el que se abre a Jess y pone su confianza en las palabras de Jess. Slo eso ya distingue las parbolas de las visiones apocalpticas del tiempo futuro, en las que se dan pormenores precisos sobre la vida en el infierno o en el reino de los cielos, sobre el tiempo del fin del mundo y los acontecimientos que entonces tendrn lugar. Pero Jess quiere que el hom-bre sea afectado por la realidad de Dios y crea, y con la fe recorra el camino de la conversin y de la nueva vida. sta es su doctrina del reino de Dios.

    La parbola es una forma de ensear antiqusima y corriente en muchas literaturas. Jess enlaza esta forma instructiva con los profetas y con las enseanzas de la sabidura en Israel, pero tambin con los rabinos que han expuesto especialmente el reino de Dios con bellas y pro-

    4. Estamos acostumbrados a esta traduccin literal. Pero detrs de esta frmula hay un arraigado modismo rabnico, que siempre expresa con una forma abreviada la comparacin entre dos cosas y siempre quiere decir: en el reino de los cielos ocurre como en... Cf. JEREMAS, Glcichnisse, p. 85-88.

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  • fundas parbolas. Se conserva gran nmero de estas pa-rbolas rabnicas. Se puede aclarar lo comn y lo dis-tintivo entre ellas y las parbolas de Jess. Las parbolas de Jess sobresalen por su gran sencillez y concisin, por su aspecto simple y por su profundo significado. Para entender una parbola no se requiere haber estudiado ni tener mucha ciencia. La parbola es sencilla y fcilmente accesible a cualquier hombre. El que se orienta en la forma debida, comprende el sentido de la parbola, tanto si es persona culta como si tiene una manera sencilla de pensar.

    1. SECCIN PRIMERA (13,1-23).

    a) Parbola del sembrador (13,1-9). 1 Aquel da sali Jess de casa y fue a sentarse a la

    orilla del mar. 2 Un gran gento se reuni en torno a l, de forma que tuvo que subirse a una barca y sentarse en ella, mientras todo el pueblo permaneca de pie en la orilla. 3a Y les habl de muchas cosas por medio de pa-rbolas, diciendo:...

    Al principio el evangelista traza un cuadro escnico que ha de aplicarse a todo el discurso: Jess sale de la casa y se sienta a la orilla del lago de Genesaret, mientras confluyen las multitudes para orle. La casa se concibe con frecuencia en el Evangelio como el ambiente de la intiminad familiar o tambin de la instruccin especial para los discpulos o para un grupo todava ms reducido de los apstoles. Hay enseanzas especiales para un pe-queo grupo y la proclamacin dirigida a todos. A todos hay que aplicar lo que ahora sigue.

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    La aglomeracin es tan grande que Jess sube a una barca, para poder hablar a todos. Qu escena! Jess est sentado en la barca, a suficiente distancia de la orilla, para poderlos ver a todos. All se coloca el pueblo for-mando una mezcla abigarrada; todos estn pendientes de los labios de Jess, para que nada se les escape. Qu ham-bre de la palabra! Qu inters por la salvacin! Qu fuerza de atraccin deba de tener Jess! Los hombres acuden donde realmente puede orse la voz de Dios, donde su Espritu da testimonio eficaz de s mismo, aunque tenga que servirse de palabras humanas...

    En el sermn de la montaa Jess estuvo sentado como maestro enaltecido sobre el pueblo y por lo mismo sacado de su medio ambiente (5,ls). El mensaje de Jess procedi de arriba. Ahora est sentado frente al pueblo, pero separado por la barca y el agua. Habla a los hom-bres desde la otra orilla.

    Jess habla por medio de parbolas. Con esta locucin el evangelista dice en seguida de qu manera de ensear se sirve Jess en lo que sigue y cmo se establece la uni-dad de toda la composicin del discurso. Con esta locucin tambin se indica el otro tema junto al tema del reino de Dios , que tambin debe tratarse objetivamente en las prximas secciones: qu sentido tiene en general el len-guaje parablico de Jess. Desde el principio hemos de prestar atencin a ello y aceptar la instruccin que contiene este captulo sobre las parbolas de Jess. Es una ins-truccin que recibimos de labios del evangelista y por tanto del corazn y pensamiento de la antigua Iglesia.

    3b Sali el sembrador a sembrar. 4 Y segn iba sem-

    brando, parte de la semilla cay al borde del camino, y vinieron los pjaros y se la comieron. 5 Otra parte cay en terreno pedregoso, donde haba poca tierra; brot en

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  • seguida, porque la tierra no tena profundidad; 8 pero, en cuanto sali el sol, se quem; y como no haba echado races, se sec. 7 Otra parte cay entre zarzas, y como las zarzas tambin crecieron, la ahogaron. 8 Otra parte cay en tierra buena y dio fruto: una al ciento por uno, otra al sesenta, otra al treinta. 9 El que tenga odos, que oiga.

    La narracin empieza con sencillez: Sali el sembra-dor a sembrar. Lo que llegar a ser la semilla, no se decide por su calidad o cantidad, sino por el suelo en que cae. Porque la semilla de nada es capaz sin este suelo. Slo lleva fruto, cuando puede echar races y lograr el suficiente alimento.

    Para comprender la parbola se tienen que conocer las circunstancias de Palestina. All el labrador con un saco, en que est la simiente, va al campo que todava est yermo desde la ltima cosecha. No ha sido labrado para recibir la nueva simiente. La labranza se hace des-pus de la siembra. As se explica ms fcilmente por qu muchas semillas caen en el camino, otras entre zarzales, otras en un suelo pedregoso, privado de tierra a causa de la lluvia. Despus de la labranza queda decidido defi-nitivamente lo que llegar a ser la semilla. La que cay al borde del camino no dar fruto, porque los granos des-pus de algn tiempo son comidos a picotazos por los pjaros sobre el suelo endurecido por las pisadas. Lo que cay entre zarzas (es decir, en medio de la maleza), no puede desarrollarse, porque la simiente de la mala hierba crece con mayor rapidez y ahoga el tallo tierno. Lo que cay en suelo pedregoso hace ya tiempo que se sec. Pero tambin hay semillas que cayeron en terreno bueno.

    Estas semillas son las que fructifican: al treinta, al sesenta, al ciento por uno. La semilla se ha multiplicado de una manera maravillosa. Es pequea y contiene en

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    apariencia exigua virtud, pero de ella procede el tronco robusto con sus espigas y granos. No todos los troncos dan el mismo fruto, las tierras de pan llevar especialmente frtiles dan tambin abundante rendimiento. En otros pa-rajes, que son pedregosos o estn mal abonados, el ren-dimiento resulta ms exiguo. Eso lo sabe cualquier cam-pesino de Palestina.

    Qu significado debe tener esta narracin? No se nos ha dado ninguna ayuda. Quizs esta ayuda nos la debera dar la breve frase final: El que tenga odos, que oiga? Entonces la historia slo tratara de la conveniente audi-cin y describira la esterilidad o el xito de la adecuada audicin.

    Pero esta breve frase slo hay que entenderla como exhortacin a escuchar bien y hacer reflexionar sobre lo que se ha odo. Al principio de la parbola nunca se dice que se trate de una comparacin con el reino de Dios. Tampoco llegamos a conocer quin puede ser el sembrador y qu es la semilla. Pero el evangelista ha insertado la narracin en la gran serie de las parbolas del reino de Dios. Evidentemente ha de darse algn conocimiento sobre este tema.

    Preguntmonos qu debe llamar la atencin en la historia y qu debe hacer reflexionar a los oyentes. Podra ser el diferente destino de la semilla, la distinta calidad de la tierra de labranza o tambin la actividad del sembrador. Nada de eso es el punto esencial. Antes bien lo esencial es lo que acontece en la siembra. Debe mostrarse cmo se efecta la siembra y cmo se dan juntos el fracaso y el xito. Hay que notar un triple fracaso que va en aumento: primeramente ya se consume el grano, luego se destruye la nueva simiente, finalmente la planta. Tres veces no se consigue xito. Hasta aqu podra parecer que el esfuerzo del campesino haya sido en balde.

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  • Pero entonces viene la otra parte: el xito sorprendente. El fracaso se compensa con el abundante fruto. Contra toda apariencia y, a pesar de las circunstancias adversas, se manifiesta ahora finalmente el verdadero sentido de la siembra. La simiente germina y da un beneficio ubrri-mo. Debemos entender: aunque el fracaso podra aparecer como regla, al fin triunfa el xito. La obra cunde. El sem-brador en ltimo trmino no se siente defraudado.

    Qu clase de obra es la que cunde? La realizacin del reino de Dios. Ahora en el tiempo decisivo de Jess, penetran las fuerzas del reino. Pero es muy poco lo que puede percibirse del dominio y la majestad divinas. La respuesta son los odos sordos y la resistencia de corazones duros. No obstante, dice Jess, el xito decisivo es se-guro. La obra y la palabra de Dios no pueden resultar estriles. Eso no lo dice una fe optimista, sino el cono-cimiento del ser divino de Dios y la llegada inapelable de su reino. Debemos llenarnos de esta confianza, cuando leemos este relato.

    Todava resuena otra idea. Si se habla del sembrador, de la semilla, del campo labranto, del definitivo fruto y, por tanto, tambin de la cosecha, entonces el hombre de antao perciba al mismo tiempo, lo que es el ltimo objetivo de la historia, el juicio de Dios. Simiente, fruto y cosecha son imgenes corrientes de la accin de Dios con el gnero humano y de la separacin del juicio final, al fin de los tiempos. El fruto que debe producirse es pro-piamente el de nuestra vida, lo que nuestra existencia terrena llegue a rendir, con la posibilidad de almacenar este fruto en los graneros eternos. En la explicacin de la parbola (13,18-23) se insiste de forma especial en que es el hombre mismo quien ha de producir el fruto vlido ante Dios. La misma parbola ya insina esta aplicacin monitoria. Por tanto no slo omos el mensaje alentador

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    de que el plan de Dios consigue con seguridad su objetivo, sino simultneamente la advertencia a procurar no encon-trarnos sin el fruto el da de la cosecha...

    b) Finalidad de las parbolas (13,10-17). 10

    Y acercndose a l los discpulos le dijeron: Por qu les hablas por medio de parbolas? nY l les res-pondi: A vosotros se os ha concedido conocer los mis-terios del reino de los cielos, pero a ellos, no. n Porque, al que tiene, se le dar y tendr de sobra; pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitar.

    Difcilmente podemos imaginar cmo los discpulos se acercan a Jess en el lago, y pueden dirigirle sus pre-guntas. El evangelista ya no presta atencin al cuadro que antes ha delineado (13,1-3^. Le interesa referir por sepa-rado la doctrina enseada al pueblo y la instruccin dada a los discpulos. Lo que ahora sigue son palabras dirigidas al grupo ntimo, a los entendidos e iniciados que estn a distancia del pueblo.

    Los discpulos empiezan preguntando por qu les habla en parbolas. Este pronombre se refiere, sin duda, a las multitudes (13,2). Con este pronombre se indica que el lenguaje parablico es considerado como una especie de lenguaje secreto, no como abierta instruccin sobre el reino de Dios. Es una pregunta que solamente poda origi-narse cuando la proclamacin de Jess no daba los frutos que deba dar. Quizs la recusacin, la actitud cerrada y la incredulidad se deban a que Jess no hablaba abier-tamente y con bastante claridad, sino que envolva su men-saje con parbolas?

    Jess contesta con la frase difcilmente inteligible de

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  • que a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Se habla de los misterios. No se manifiesta espontneamente lo que es en realidad el reino de Dios, no se impone ni supera al hom-bre. Es un misterio, que solamente lo conoce el oyente so-lcito y por l es reconocido. Jess llama a todos y no olvida a nadie, su palabra va dirigida a todos los grupos de hombres sin distincin. Pero all, en diferentes campos de labranza, se decide si se acepta o se rechaza la pala-bra de Jess, si puede echar races y dar fruto, o si se pierde en seguida o en el curso del tiempo.

    Pero todava queda un residuo. No se dice qu son los misterios del reino de Dios. En nuestro contexto se sus-cita en primer lugar el pensamiento de que con la palabra misterios se hace alusin a las explicaciones de las par-bolas. El captulo contiene dos explicaciones circunstan-ciadas (13,18-23; 13,36-43). Estos textos evidentemente des-empean un gran papel para san Mateo y para su manera de entender el captulo, Dos veces se dice que la explicacin slo se confa a los discpulos: Escuchad, pues, el sen-tido de la parbola del sembrador (13,18), y tambin: Entonces dej las muchedumbres y se fue a casa (13, 36a). En estas explicaciones debe exponerse el verdadero contenido de los relatos, la realidad aludida. sta slo se da a conocer a los que no solamente se han abierto al mensaje de Jess, sino que ya son discpulos. La rela-cin entre la parbola y la explicacin de la misma aparece como la relacin entre la catequesis preparatoria y la propiamente dicha. En la frase final del captulo tambin se dice del verdadero escriba que est instruido sobre el reino de los cielos y como tal se asemeja al dueo de una casa (13,52). El iniciado e instruido, el discpulo de Jess, conoce el reino de Dios, es decir sus misterios, su verdadera realidad.

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    Los v. 16 y 17 todava llevan algo ms lejos. Se alaba a los discpulos como bienaventurados, porque ven y oyen, es decir, aqu ven y oyen tal como conviene. Pero lo que ven y oyen es la persona y la palabra de Jess. En su palabra y en su persona est el misterio ms profundo del reino de Dios. Ya no hay que formularlo con ninguna frase instructiva, ni tampoco con ninguna explicacin de parbolas. Pero este misterio central ha resplandecido ante los ojos de los discpulos y sus odos lo han percibido. Por consiguiente pueden y tienen que ser discpulos, porque el reino de Dios se les ha abierto en la per-sona del maestro. La separacin pasa tambin necesaria-mente por entre los discpulos (los que estn dentro y entienden) y las muchedumbres, o sea, los que estn fuera y son sordos.

    Suena con dureza en nuestros odos que aqu se diga: A vosotros se os ha concedido, pero a ellos no se les ha concedido. Hay en esta distincin un supremo misterio, que tampoco es aclarado por esta frase, un misterio de la vocacin y de la eleccin sobre el cual el hombre en ltimo trmino no puede dar informes. Este misterio est encerrado slo en Dios y en su soberana voluntad do-minadora, y no le conviene al hombre preguntar a Dios sobre este particular ni pedirle cuentas \ Lo que es cierto es que el camino para dar fruto slo est abierto al oyente bien dispuesto. Pero eso no puede ser mal entendido como una relacin entre una condicin necesaria y una conse-cuencia, de tal modo que el hombre por s mismo pudiera calcular o incluso exigir, si cumple la condicin. Entonces el conocimiento del reino de Dios y la admisin entre los discpulos sigue siendo un misterio de Dios. Entonces tambin siguen siendo eleccin y gracia, puro obsequio.

    5. Cf. Rom 9,19ss.

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  • Yo usar de misericordia con quien quiera, y har gra-cia a quien me plazca (x 33,19)...

    Aqu el evangelista aade acertadamente la frase por-que, al que tiene, se le dar y tendr de sobra... Esta frase recuerda la conclusin de la parbola con su grada-cin del fruto, segn que ste sea del ciento, del sesenta o del treinta por uno (13,8). Esta frase muestra que Dios tiene amplias miras y espera otorgar sus dones profusa-mente. Recibimos gracia sobre gracia hasta conseguir el tesoro exuberante de la vida eterna, el cual es superior a toda ponderacin.

    No tiene nada que esperar el que no tiene nada, quien nada trae consigo, es decir, segn el v. 11, aquel a quien Dios no ha dado nada, y segn el v. 13 aquel que no se abre con el odo ni con la vista. Por el contrario, as como al otro se le aade, a l se le quita incluso lo poco que tiene. Ms an, por fin se le quitar todo, cuando llegue el da del juicio. Entonces su vida se encoger, y ser vaciada hasta llegar a carecer por completo de sentido. ste es el destino del infierno que Jess describe muy a menudo ponindolo ante nuestra mirada. Este destino aqu relampaguea desde lejos. Con todo cualquiera entien-de que se trata de una decisin radical y que esta decisin queda en manos de Jess.

    13 Por eso les hablo por medio de parbolas: porque

    viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 Y en ellos se cumple aquella profera de Isaas que dice:

    Con vuestros odos oiris, pero no entenderis; y vien-do veris, pero no percibiris. 15 Porque el corazn de este pueblo se ha endurecido y con sus odos pesadamente oyeron, y cerraron sus ojos; no sea que perciban con sus ojos y oigan con sus odos y entiendan con su corazn y se conviertan, y que yo los sane (Is 6,9s).

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    Ahora Jess contesta directamente a la pregunta de por qu les habla por medio de parbolas. Lo hace refi-rindose a las palabras del profeta Isaas, que se citan in-mediatamente con bastante extensin (13,14s). El profeta haba recibido directamente de Dios el encargo de endu-recer el corazn de este pueblo. Este corazn est maduro para la completa aniquilacin, porque es obstinado, nunca sigui realmente el llamamiento de Dios ni obedeci al Seor de la alianza. La aniquilacin empieza con el endu-recimiento del corazn, que ya no puede oir ni entender, y por consiguiente no puede capacitarse para la curacin. Dios encarga al profeta que anuncie el juicio sobre el pueblo, juicio que ya tiene lugar con sus palabras. Se tiene que conocer este punto de partida para comprender la res-puesta de Jess. Slo un desengao que perdur a travs de los siglos, y una desobediencia que se haba ido acumu-lando, hacen que llegue a ser comprensible este juicio de Dios, pronunciado por el profeta contra el pueblo.

    Jess haba empezado de nuevo y acababa de procla-mar el mensaje de la gracia. Cualquiera poda acercarse y nadie estaba excluido. Pero tambin aparece en la gene-racin de Jess el misterio de la obstinacin. Slo un pequeo grupo se le haba unido y haba credo en l. Pero los dems han visto y, sin embargo, no han visto; han odo y, sin embargo, no han entendido. As pues, ya est dictada la sentencia contra ellos, as como antes contra la generacin de los profetas. No se les anuncia abierta-mente el misterio, sino con un encubierto lenguaje en pa-rbolas, porque han permanecido estriles y han desper-diciado la oportunidad e.

    6. E! texto de san Marcos (Me 4,l is) todava es ms duro, cuando dice qi'.e Jess habla en parbalas (apara que viendo, vean, pero no per-ciban... Aqu no se designa la obstinacin como motiva, sino como fina-lidad del lenguaje parablico. Sobre este particular, cf. sobre todo J. SCHMID. El Evangelio segn san Mateo, Herder, Barcelona 1967, p. 316s.

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  • As se vieron las cosas ms tarde: Las comunidades creyentes, que haban conocido el misterio real de Jess despus de su resurreccin, volvieron sus ojos a los tiem-pos de Cristo. Pero el conocimiento pleno propio de aque-llas comunidades no es adecuado para medir aquella predicacin en parbolas, que, naturalmente, se limita a insinuar y envuelve su contenido en imgenes. Los judos de aquel tiempo no eran dignos de este conocimiento, porque no haban credo. De aqu conocen los fieles (y ello puede servirles de ejemplo) que la misma Palabra que trae la vida, puede convertirse en perdicin. La ocasin desperdiciada puede tener consecuencias irreparables para la vida. La decisin ya se abre camino al primer momento en que uno se abre con prontitud o se cierra con dureza de corazn...

    16 Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros

    odos, porque oyen. 17 Porque os lo aseguro: muchos pro-jetas y justos desearon ver lo que vosotros estis viendo y no lo vieron, y oir lo que vosotros estis oyendo y no lo oyeron.

    En estos versculos tenemos la llave para todo este pasaje, a partir del v. 10. Jess dirige la palabra directa-mente a los discpulos, y los alaba llamndolos dichosos. Sus ojos son felices, porque ven, y sus odos lo son, porque oyen. Hay una doble accin de ver y oir. Es una percepcin y acogida meramente ptica y acstica y una concepcin de la realidad, que se da a conocer con imgenes y pala-bras. Muchos profetas y justos han deseado ver lo que veis, y oir lo que os.

    Qu es lo que vemos y omos? En primer lugar lo que ocurri cuando vino Jess. La actuacin preparatoria del Bautista con su enorme amplitud. Y luego el mismo

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    Jess con la proclamacin de su mensaje, la anuencia de la multitud, las seales prodigiosas y las palabras llenas de Espritu.

    Se dice con prudencia lo que vosotros estis viendo, sin que se den pormenores. Antes hemos odo hablar de los misterios del reino de los cielos (13.11). En el fondo se alude a lo mismo: a Jess. La realidad del reino de Dios, de su venida misericordiosa y de su manifestacin en Jess, el Mesas. Eso se poda ver y oir. Los unos per-manecieron ciegos y sordos, los otros llegaron a ver y entender.

    Jess les llama dichosos. Salvacin para vosotros, los que habis encontrado el camino y las huellas. Habis encontrado el propio, el verdadero objetivo, no solamente para vuestra vida personal y para su ltima consumacin, sino el objeto final del mundo y de la historia. Los profetas y los justos han vivido siglos antes que vosotros y han esperado con ansia esta manifestacin de Dios, de la cual ellos no. fueron testigos, sino que permanecieron en el ad-viento. Ahora el adviento se ha trocado en la verdadera venida.

    Hay pocas palabras de Jess que irradien y resplan-dezcan como stas. Es el tiempo de la consumacin, tiempo decisivo y tiempo de gracia, tiempo de la visitacin de Dios, nica e irrepetible. En la plenitud y fuerza de esta conciencia se hace presente el Seor. Y podemos decir que es cierto que quien se ha hecho cargo de esto y, en consecuencia, puede aplicarse a s mismo estas palabras, es tambin dichoso: el que ve y conoce, el que oye y entiende. Dichoso el que cree y ha experimentado en Jess el misterio de Dios. Es el misterio fundamental del mundo, que estaba escondido y ahora se ha manifestado en Cristo Jess (cf. Col l,24ss).

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  • c) Explicacin de la parbola del sembrador (13,18-23). 18

    Escuchad, pues, el sentido de la parbola del sem-brador. 19 Cuando uno oye la palabra del reino sin pro-fundizarla, viene el malo y arrebata lo sembrado en su corazn; ste es lo sembrado al borde del camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso representa al que oye la palabra y de momento la recibe con alegra; 21 pero no echa races en l, porque es hombre de un primer impulso, y apenas sobreviene la tribulacin o la persecucin por causa de la palabra, al momento falla. M Lo sembrado entre zarzas figura al que oye la palabra; pero las preocupaciones del mundo y la seduccin de las riquezas ahogan la pala-bra, y no da fruto. 23 Lo sembrado en tierra buena re-presenta al que oye la palabra y la entiende y da fruto y llega al ciento por uno, al sesenta o al treinta.

    Despus de todo lo dicho, resulta evidente que la expli-cacin slo se da a los que entienden. Ellos llegarn a conocer el verdadero sentido de la parbola. Aunque no estuviera aqu est exposicin o se diera de una forma algo distinta, en el fondo entenderamos as la parbola basndonos en la fe. Pero la explicacin es un ejemplo de cmo es acogido el discurso de Jess por el creyente, la Iglesia y su proclamacin apostlica, y cmo es aplicado a la situacin propia de ellos. Es una disertacin para los que estn dentro, y no para los que estn fuera. Es una especie de declaracin de s mismo y un resultado de la experiencia misional, tal como pudo inferirse de la prctica de la Iglesia.

    Sorprende el rigor con que la explicacin se adapta a la estructura de la parbola. En conjunto ambas discu-nen paralelas. Segn san Marcos al principio de la exposi-

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    cin estaba la frase lacnica: El sembrador va sem-brando la palabra (Me 4,14). Con esta frase se interpret exactamente la importancia de la semilla en el sentido de la parbola. Se trata de la palabra, del mensaje del reino, de la nueva de la venida de la salvacin. San Ma-teo pasa en seguida a describir los sucesos y en ellos hace recaer dos acentos importantes: se trata del oyente (cuando uno oye...) y de la palabra del reino (13,19). Con las dos expresiones Jess ya establece la direccin de lo que ha explicado. Deben presentarse diferentes clases de oyentes del mensaje de salvacin del reino de Dios. Esta direccin no coincide exactamente con la de la parbola. En sta se encuentra en primer trmino lo que sucede en la siembra, es decir la obra de Dios en la proclamacin de Jess. En la explicacin est en primer trmino la re-cepcin subjetiva y la diferente respuesta que se da a la palabra. En la parbola hay que robustecerse con la es-peranza del xito otorgado con seguridad. En la explicacin hay que precaverse del riesgo que amenaza, de la completa destruccin de la semilla. As pues, el peso fuerte de un estmulo confiado en vista del menguado xito se cambia en una exhortacin a dar buena acogida al mensaje. Escu-charemos, pues, esta explicacin, y nos daremos por alu-didos con ella. De este modo los dos textos parbola y explicacin se complementan ventajosamente.

    El camino, al que ha sido echada la semilla, y del que ha sido quitada a picotazos por los pjaros, es com-parado con una persona, que ha escuchado, pero no ha entendido. Slo las palabras llegaron a su odo, pero el sentido de las palabras no penetr en su corazn. Ha per-cibido exteriormente el sonido, pero no ha abierto de veras su manera de pensar al contenido de la palabra, y por tanto al mismo Dios. Satn se acerca rpido y arrebata lo que se ha odo superficialmente. Un segundo grupo de

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  • hombres lo forman los que al principio escuchan y reciben con entusiasmo, pero no se mantienen firmes. El terreno es demasiado tenue, la semilla no puede echar races. Vienen las tribulaciones y la persecucin. Se cansan, se escandalizan y recusan. As como el grano se seca por los rayos del sol. as tambin perece su fe, que todava no se ha fortalecido. Un tercer grupo tambin escucha la palabra y la acepta, pero no puede defenderla contra las exigencias y los dems ofrecimientos seductores de la vida. Las preocupaciones y las riquezas impiden el crecimiento de la palabra, y permanece estril. Tambin aqu haba una fe autntica, pero ni pudo imponerse ni tomar a su servicio toda la vida. Pero el Evangelio exige la completa disposicin y el primer derecho. No podis servir a Dios y a Mammn (6,24c). No os afanis por vuestra vida: qu vais a comer; ni por vuestro cuerpo: con qu lo vais a vestir... (6,25).

    Por fin el ltimo grupo, del que todo depende y que debe ser expuesto principalmente en la parbola, son los que oyen y entienden. Estos entienden bien, no slo al principio e imperfectamente, ni tan slo por algn tiempo o mientras resulte fcil y d alegra creer, sino en las tri-bulaciones e indigencias, en la dura polmica con las otras fuerzas que quieren dominar nuestra vida. Entender en estas condiciones es entender plenamente, es una com-prensin de que Dios quiere ser Seor por completo, siem-pre y en todas partes, es comprender que el hecho de ser discpulo importa un compromiso para toda la vida en su altura y amplitud. Al que as ha entendido se le da cons-tantemente, se le provee ubrrimamente con dones de Dios, lleva mucho fruto. A cada cual segn la medida de su conocimiento se le da el ciento por uno, el sesenta o el treinta.

    La Iglesia apostlica sabe que hay diferencias en la

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    manera de entender. No consiguen la plena madurez del conocimiento todos los que se han adherido a la fe. La fe da en germen el conocimiento y la sabidura de Dios. Pero, con la medida de amor y renuncia aportada por el individuo, se decide cuan profundamente es introducido l en el conocimiento de Dios. San Pablo fue uno de los que Dios obsequi con un conocimiento inusitado. La carta a los Hebreos tambin distingue entre la fe incipiente una verdad primordial (la leche), y una sabidura ms elevada (la comida slida) para los perfectos (Heb 5,1 lss). La misma manera de ver encontramos tambin en la parbola de los talentos (25,14-30). Son diferentes los dones que el Seor de la casa reparte antes de partir de viaje. Tambin es proporcionalmente distinta la ganan-cia que obtienen los criados. A los que han tenido xito segn la medida de sus dones, se les aaden nuevos dones en la rendicin de cuentas. Pero el criado perezoso que haba enterrado su talento, no slo es arrojado a las ti-nieblas exteriores, sino que se le quita lo poco que tena y se aade al que ya posea la mayor parte: Quitadle ese talento, y ddselo al que tiene los diez. Porque a todo el que tiene, se le dar y tendr de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitar 25,28s). Los dones de Dios son diferentes, y el hombre no tiene derecho a in-terrogar a Dios sobre ellos o a quejarse de l. La comu-nidad debe admirar y recibir agradecido la riqueza de Dios y la variedad de sus dones. Se alegra de todos los que no slo dan fruto al treinta por uno, sino al sesenta o al ciento por uno, como los santos de entre ellos.

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  • 2. SECCIN SEGUNDA (13,24-43).

    a) Parbola de la cizaa (13,24-30)'. Sigue otra parbola basada en la vida del campo. Es similar

    a la del sembrador por pertenecer al mismo mbito de vida, por la contemplacin del campo, de la sementera y de la cosecha. Tambin est estrechamente ligada con la parbola de la red barredera (13,47s). Las dos constituyen como una doble parbola N son raros tales ejemplos 8.

    24 Les propuso esta otra parbola: El reino de los cielos

    se parece a un hombre que siembra buena semilla en su campo. 25 Pero, mientras la gente dorma, vino su enemigo, sembr cizaa en medio del trigo y se fue. 26 Luego, cuan-do brot la planta y se jorm a espiga, entonces apareci tambin la cizaa. 27 Los criados del padre de familia fueron a avisarle: Seor, no sembraste buena semilla en tu campo? Cmo es que tiene cizaa? 28 l les respondi: Esto lo ha hecho algn enemigo. Los criados le dicen: Quieres que vayamos a recogerla? 29 Pero l les contesta: No; no sea que, al querer recoger la cizaa, arranquis con ella el trigo. 30 Dejad crecer los dos juntos hasta la siega; y al tiempo de la siega dir a los segadores: Re-coged primero la cizaa y atadla en gavillas para que-marla, y el trigo, almacenadlo en mi granero.

    Tenemos que representarnos, en forma viva, lo que aqu se nos narra. Un campesino ha estado durante el da

    7. En la parbola de la cizaa vale de una manera especial lo que se' dijo en la nota segunda de un modo general sobre la relacin de las palabras originales de Jess con la manera de entender del respectivo evan-gelista. En la parbola de la cizaa no es posible prescindir de la manera como san Mateo entendi la parbola, sobre todo por causa de la subsi-guiente explicacin en 13,36-43.

    8. Cf. el grano de mostaza y la levadura en 13,31-33; el tesoro y la perla en 31,44-46, la oveja perdida y la dracma perdida en 15,4-10, etc.

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    en el campo, para sembrarlo. Un vecino que le odia mor-talmente, lo ha observado. Se le ocurre un pensamiento abominable y lo realiza aquella misma noche. Pasa disi-muladamente y sin ser visto por el mismo campo y esparce la semilla de cizaa. El vecino duerme tranquilo y, al prin-cipio, no se nota nada, pero cuando el trigo germina, aparece tambin la cizaa, en cantidad tan grande que sorprende. El hecho de que no fuera notada antes, puede ser debido a que una determinada cizaa, el joyo, al co-mienzo tiene un parecido sorprendente con el trigo. Pero ahora por primera vez se puede ver todo el infortunio. Los criados proponen al campesino la cuestin en s razonable de si no se tiene que arrancar la cizaa. Pero quizs ya es demasiado tarde para ello, dado que ya se forma la espiga (13,26). No obstante sorprende que el campesino rechace la propuesta. Quiere que ambos crezcan juntos, para que el trigo no sufra ningn perjuicio, escardando el terreno. No tiene ningn sentido que se escarde ahora. En lugar de esto habr pronto la siega, y entonces los segadores cumplirn el encargo del campesino de poner aparte la cizaa y atarla en gavillas para quemarla. En Palestina la madera es escasa, por eso se desea tener ma-terial suplementario de combustin. Pero el trigo se guar-dar en el granero.

    La conducta del campesino es extraa de suyo. Cual-quier hombre razonable, primero se ocupar en quitar la cizaa para que el grano tenga ms aire. No ha de temer el agricultor que la cizaa crezca ms aprisa y ms alta que el trigo, y lo ahogue, como se describe en la parbola precedente? (13,7). Esta sorpresa ya indica la direccin, en que hay que buscar la declaracin, el sentido de la par-bola. Lo que se quiere declarar, lo transparenta ms esta parbola de la cizaa que la del sembrador. Se nota ms claramente a quin se alude, cuando se habla del padre

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  • de familia (13,27). El vocablo es caracterstico de san Mateo y se emplea con frecuencia de tal modo que el oyente haya de pensar en Dios o en Jess, el padre de la familia de los discpulos 9. Pero adems hay otro sem-brador, un enemigo (13,25.28). De las condiciones exis-tentes en el campo no es responsable solamente el padre de familia. Si cuando se habla de l se seala a Dios, al hablar del enemigo se seala a su gran antagonista y rival, el malo y enemigo por antonomasia (cf. 13,19.38). Aqu se hace resaltar la siega con ms fuerza que en la primera parbola. Al fin el juicio est en perspectiva.

    Pero lo principal consiste en otra cosa. Es la decisin del padre de familia. Se rechaza la propuesta de los criados, que es reemplazada por la decisin del seor de la casa. Esta decisin ha de respetarse, es decir, la cizaa y el trigo han de permanecer juntos hasta la siega. Toda separacin y juicio antes de tiempo es una intromisin en el plan del seor de la casa. l se ha reservado el juicio. Soporta la cizaa y tambin el perjuicio que causa al trigo. Cuanto ms lejos del hombre est esta manera de pensar, tanto ms ha de aceptarla. Esta decisin no se revoca...

    Para el discpulo del reino la situacin del mundo es difcilmente soportable, es una constante tentacin de su confianza o de su propia voluntad de poner orden antes de tiempo. El da de la siega se quitar el tormento de los corazones de los buenos, y a los malos les sobrevendr el destino que les corresponde. Dios tiene los hilos sujetos en la mano. Sabe que todo es llevado a la finalidad que l y ningn otro ha establecido. Dios sabe que el trigo no se perder, sino que se conserva para ser recogido en el granero divino. Deben observar una actitud como la de Dios los que se han subordinado al dominio de la voluntad divina.

    9. Cf. 10,25; 20,1.11; 21.33.

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    Se requiere una gran fe y mucha bondad y madura sabidura para poder pensar as. Dios se ha reservado el juicio para s solo, a m me corresponde la venganza; yo dar el pago merecido, dice el Seor (Rom 12,19). Cuando los discpulos quisieron hacer bajar fuego sobre una aldea samaritana que rehus alojar a Jess y a los suyos, Jess se lo prohibi (Le 9,54s). No juzguis y no seris juzgados (7,1).

    b) Parbola del grano de mostaza (13,31-32). 31

    Les propuso esta otra parbola: El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tom y sembr en su campo. 32 Con ser sta la ms pequea de todas las semillas, cuando crece es la mayor de las hortali-zas y se convierte en rbol, de modo que los pjaros del cielo pueden venir y anidar en sus ramas.

    La pregunta de la que proviene la parbola, puede haber sido semejante a la pregunta de la parbola del sembrador. Cmo debe representarse el poderoso reino de Dios en unos principios tan raquticos? Qu debemos conservar en este pequeo nmero, en la exigua eficacia del aposto-lado de Jess, en el tenue eco del llamamiento de Jess? Es todo eso digno de Dios y del tiempo incipiente de la salvacin?

    En Palestina es proverbial que el grano de mostaza es la ms pequea de todas las semillas. Pero el arbusto desarrollado de la mostaza crece rpidamente hasta una altura de dos o tres metros, y es visible desde lejos. Es verdad que no se convierte en un rbol, como se dice en la parbola. Aqu se introduce otra imagen, que es familiar al Antiguo Testamento, la imagen del rbol un-

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  • versal: As dice el Seor Dios: Yo mismo tomar de la cumbre del cedro, de sus ramas ms altas yo arrancar un tierno ramo. Lo plantar sobre una montaa muy elevada. Sobre un monte elevado de Israel lo plantar. Echar ramas y dar frutos. Se convertir en un magnfico cedro. Todos los pjaros habitarn a la sombra de sus ramas (Ez 17,22s). El profeta menciona la antigua ima-gen del rbol universal, el vetusto smbolo de la fertilidad, de la vida y de la estabilidad. El mismo Dios plantar de nuevo el rbol en el tiempo futuro 10. Jess hace apare-cer la imagen y habla del rbol, al que vuelan los pjaros del cielo y anidan en sus ramas. As suceder al fin con la obra de Dios, que empieza humildemente como una insignificante semilla.

    Poniendo la mirada en este tiempo futuro el discpulo soporta con alegra el tiempo presente. Sabe que los pe-queos principios actuales y las sencillas seales no pue-den compararse con la obra consumada. El discpulo confa en Dios enteramente y sin reserva, confa en que Dios puede hacer grande una cosa tan exigua. Dios pue-de sacar de estas piedras hijos de Abraham, es decir, puede formarse un pueblo de la nada (cf. 3,9). Dios tiene nor-mas distintas de las que tenemos los hombres. Lo exi-guo ante l es grande, y lo grande que tienen los hombres, ante l es horrible.

    En la parbola todava resuena otro pensamiento, el del crecimiento. No slo debe aparecer grficamente la relacin entre la pequea semilla y el gran rbol, sino tambin la ndole dinmica del reino de Dios, en cons-tante crecimiento y progreso, siempre encaminado a su objetivo. El reino prosigue y adelanta, Dios conduce los

    10. En otros pasajes del Antiguo Testamento, tambin se emplea este rbol como smbolo del poder de un soberano o reino, que se opone al poder de Dios y por eso es condenado; cf. Ez 31,lss; Dan 4,oss.

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    acontecimientos hacia su glorioso objetivo. El creyente est seguro de esta meta y de la accin de Dios, eficaz e impulsora de la historia, a pesar de que con frecuencia no aparezca como tal, sino que, por el contrario, d la impresin de deterioro y no de mejora, y aun cuando otras veces el hombre se crea envuelto en el eterno girar del retorno de lo idntico.

    c) Parbola de la levadura (13,33). 33

    Otra parbola les dijo: El reino de los cielos se pa-rece a un poco de levadura que una mujer tom y mezcl con tres medidas de harina hasta que ferment toda la masa.

    Esta parbola se cuenta con mucha llaneza y conci-sin en un versculo. Una mujer quiere cocer pan. A la gran cantidad de harina se aade una porcin insignifi-cante de levadura, la mujer mezcla las dos, las cubre con un pao y las deja. Despus de algn tiempo ha ocu-rrido algo admirable: toda la harina ha fermentado. La pequea cantidad hizo un gran efecto. Como en la pa-rbola del grano de mostaza tambin aqu se trata, en primer lugar, de lo sorprendente, del cambio brusco, de la comparacin asombrosa entre el principio y el fin. As sucede con el reino de Dios. Por sus humildes indicios no se puede juzgar su pleno poder, desarrollo y grandeza.

    Pero aqu todava es ms importante el pensamiento de la eficacia. La pequea parte de levadura tiene en s una vigorosa fuerza vital. La levadura puede hacer fer-mentar una gran masa de harina, de forma que pueda cocerse y producir pan. Es, por as decir, el principio vital del conjunto.

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  • El pequeo nmero y la cantidad minscula no pue-den engaar. Ante Dios no slo tiene validez otra medida en la relacin entre lo grande y lo pequeo, sino tam-bin entre lo eficaz y o dbil. Interiormente est lleno de fuerza vital lo que exteriormente puede parecer dbil e indigente. Con la debilidad externa del mensajero se des-arrolla la fuerza interna del mensaje11. Son realmente di-vinos el nuevo corazn y el nuevo espritu, que Dios ha prometido y que ahora quiere formar en la plenitud del tiempo.

    La persona que se subordin por completo al domi-nio de Dios y se dej transformar por l es como una levadura para su ambiente. La efectiva fuerza vital, que fluye y palpita en esta persona, comprende todo lo que es-t alrededor de ella y se le confa. No slo los grandes acontecimientos, sino nuestra pequea vida cotidiana nos muestran esta fuerza vital, si est incorporada en per-sonas vivientes. Tambin nos muestran su eficacia y su capacidad de irradiacin sobre los dems.

    Jess ha dicho al pequeo grupo de sus discpulos: Vosotros sois la luz del mundo..., vosotros sois la sal de la tierra..., no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte (cf. 5,14-16). Conocemos el te-soro que Dios ha insertado en nuestra vida? Creemos que estamos llamados para dedicarnos a nuestro ambiente con esta fuerza, para hacerlo fermentar con la vida de Dios, aunque lo hagamos con tentativas muy humildes, poco vistosas y quebradas por nuestras debilidades y fragilidad? Esta es la vida de Dios.

    11. Cf. Gal 4,13; ICor 1,25.27; 2,3; 2Cor 12,8s, y G. RICHTER, Devt-sches Wrterbuch lum Neuen Testament, Ratisbona 1962, p. 799s.

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    d) La enseanza por medio de parbolas (13,34-35). 34

    Todo esto lo dijo Jess a las muchedumbres por medio de parbolas, y sin parbolas no les deca nada. 35

    Para que se cumpliera lo anunciado por el projeta: En parbolas abrir mi boca, declarar lo que desde la crea-cin est oculto.

    A continuacin siguen dos versculos sobre el sen-tido del lenguaje de Jess en las parbolas. Estos ver-sculos concluyen esta seccin de enseanza del pueblo, que se contrapone a la parte siguiente, que slo se di-rige a los discpulos. Con relacin al pasaje anterior (13,10-15) estos dos versculos tienen otra direccin. De-ben mostrar que el modo de hablar de Jess en las par-bolas corresponde a la Escritura. Las palabras del An-tiguo Testamento no estn en ningn profeta, sino en el libro de los salmos, aunque de una forma algo dis-tinta: Yo abrir a las parbolas mi boca. Expondr los arcanos de los tiempos idos... (Sal 77,2). Jess slo habla al pueblo con parbolas, porque el pueblo no presta atencin al mensaje y no cree. Las parbolas slo pueden ser aclaradas a los que les gusta escuchar y ya han en-tendido. Aqu el evangelista sigue utilizando este pensa-miento de 13,10-15. El embotamiento de Israel no se debe a Dios ni a Jess, su causa no es la manera enigmtica de la proclamacin del Seor. Este posible error est excluido por la palabra de la Escritura, segn la cual el elegido de Dios ha de hablar con parbolas. Eso quiere decir el evangelista, as lo pudieron entonces entender los judos, a quienes era familiar esta manera de expre-sarse de la Escritura.

    Se reconoce claramente que estos versculos (como

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  • tambin 13,10-15) incluyen la experiencia del tiempo pos-terior. La misin entre los judos en conjunto haba fra-casado. Israel no slo haba rechazado al Mesas, sino tambin a los misioneros despus de pentecosts. Se vuelve la mirada a los acontecimientos y se procura dilucidar la recusacin, que difcilmente se puede comprender. Un me-dio para entender es la explicacin del lenguaje para-blico del Seor. Aqu se introduce la separacin entre oyentes solcitos y embotados. A los primeros se les hace comprender las parbolas aadindoles la explicacin de las mismas (cf. las explicaciones de las parbolas del sem-brador y de la cizaa). Pero los dems, los que estn fuera, slo llegan a conocer las parbolas sin la clave, es decir sin la explicacin, porque se han colocado fuera.

    Tenemos que esforzarnos por separar entre s las dos cosas: la parbola primitiva, tal como Jess la ha con-tado y nos la transmite inmediatamente, y por otra parte la explicacin de las parbolas en general, que son un fragmento de la teologa cristiana primitiva y que deban ayudar a poner en claro el endurecimiento de Israel para la Iglesia de aquel tiempo. Dios ofrece el pleno sentido y la verdadera comprensin de sus misterios slo a los que han abierto su espritu y su corazn para entenderlos. As suceda en Israel, as sucede en la Iglesia.

    e) Explicacin de la parbola de la cizaa (13,36-43). 36

    Entonces dej a las muchedumbres y se fue a casa. Y se le acercaron sus discpulos para decirle. Explcanos la parbola de la cizaa del campo. 37 l les respondi: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38

    el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaa son los hijos del malo; i9 el enemigo que

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    la siembra es el diablo; la siega es el final de los tiempos; los segadores son los ngeles.

    Jess regresa a la casa de donde (13,1) haba salido. La predicacin oficial a todos est separada de la instruc-cin especial a los discpulos. Ahora los discpulos piden expresamente una explicacin: Explcanos la parbola de la cizaa del campo. Luego sigue una explicacin, que en esta forma est una sola vez en toda la tradicin evan-glica. En primer lugar casi todas las personas y acciones del relato son transferidas a la realidad religiosa, y son enumeradas como en una lista n. El Hijo del hombre es el sembrador; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaa son los hijos del malo; el enemigo es el diablo; la siega es el final de los tiempos; los segadores son los ngeles. En esta enumeracin ya se ve que en la explicacin se pretende algo esencialmente distinto de lo que se pretenda en la parbola. En sta se trataba de la decisin del padre de familia de dejar crecer ahora la cizaa y el trigo, aqu se trata de la siega futura, de la muerte definitiva de la cizaa y del trigo.

    Por la parbola se descubre el drama del juicio final. Este drama debi realmente inducir a explicar y nombrar las distintas figuras. Pero la explicacin manifiesta un pro-fundo deseo de la antigua Iglesia. Los predicadores tenan inters en impugnar una temeraria seguridad que poda difundirse entre los llamados a la salvacin. Al mismo

    12. Hoy da se reconoce casi generalmente que esta explicacin de la parbola de la cizaa no procede de labios de Jess, sino que reproduce la predicacin de la antigua Iglesia, que, sin embargo, no slo tiene que considerarse como palabra inspirada, sino que tambin tiene derecho por s misma a una alta consideracin. Un conjunto de observaciones lings-ticas hacen incluso probable que sea una explicacin original del evange-lista san Mateo. Cf. ms pormenores en J. JEREMAS, Die Gleichnisse Jesu, p. 69-72; sobre todo H. KAHLEFELD, Gleichnisse und Lehrstcke im Evan-gelium i, p. 65-72.

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  • tiempo se puso ante la mirada la gravedad y el terror del juicio, hacia el que tambin se dirigen los que se han sal-vado, con la esperanza de ser tambin salvados le se-gunda vez.

    Se revela el drama del fin del mundo. Quien domina el mundo y en todas partes arroja su semilla es el Hijo del hombre. No el humilde peregrino de Galilea, ni el supuesto revolucionario fracasado y condenado a muerte, ni tampoco el rey del tiempo final, que venia sobre las nubes del cielo y fue contemplado por el profeta como uno que pareca el Hijo del hombre (Dan 7,13); sino el Seor del tiempo actual del mundo, computado desde la presentacin de Jess hasta su segunda venida para el juicio, el Seor de las comunidades y de todas las na-ciones.

    El campo puede significar simplemente el mundo. No se hace ninguna diferencia entre el terreno laborable pri-mitivo, el pueblo de la alianza del Antiguo Testamento (el pueblo primeramente destinado a la salvacin), y los pueblos paganos que se agregan. Todos ellos son ahora sin distincin terreno laborable para la semilla del divino sembrador. De l procede la buena semilla, stos son los hijos del reino. Reino aqu es una diccin abreviada de la forma ms completa reino de los cielos o reino de Dios. Los hijos del reino son los que a l estn llamados y han seguido este llamamiento por propia decisin. Ahora ya forman parte del reino, pero conseguirn un da la plena filiacin, si de su actual vocacin tambin dimana la definitiva eleccin 13. As pues, los hijos del reino son los aspirantes a poseerlo definitivamente. Aunque no ten-gan ninguna garanta, tienen una esperanza justificada

    13. Sobre la diferencia entre vocacin y eleccin, cf. lo que se dice a propsito de 22,14; sobre la filiacin al fin de los tiempos, cf. lo que se dice a propsito de 5.9.

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    de conseguir esta posesin, porque han sido llamados y han seguido este llamamiento. Es un honroso ttulo ser hijo del reino de Dios.

    Se oponen con violencia los hijos del malo, que el demonio ha diseminado y de l proceden. Aqu no se distingue entre los que slo estn comprometidos en parte con el malo, y otros que estn enteramente a merced de l. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los hijos del reino tambin son tentados y pueden caer, es decir, estn constantemente amenazados por el malo. La mi-rada se dirige al fin, en el que cada uno ha obtenido su forma definitiva y su decisin ha madurado plena-mente para una cosa o la otra.

    Incluso entre los miembros de la comunidad los hay propiamente malos. Hay quienes han pretendido des-truir, sembrar discordia, causar confusin, seducir y atraer a la apostasa. Aqu no se ha de preguntar si dichos miembros son enteramente malos y ya no son capaces de conversin o si slo se han convertido temporalmente en el instrumento del malo. En cualquier caso cooperan con el malo y contra Dios y su obra. Los que tienen el nombre y la dignidad de hijos del reino, pueden ser inte-riormente hijos del malo. Esto se hace patente al fin. La segunda parte de la explicacin cuenta cmo se llevar a cabo la separacin.

    40 Pues lo mismo que se recoge la cizaa y se quema

    en el fuego, as suceder al final de los tiempos: 4l el Hijo del hombre enviar a sus ngeles, y recogern de su reino a todos los escandalosos y a todos los qu cometen la maldad, 42 y los arrojarn al horno del fuego; all ser el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos, en el reino de su Padre, resplandecern como el sol. El que tenga odos, que oiga.

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  • Lo que sucede en el campo, cuando se recoge la ci-zaa y se quema en el fuego, eso tambin ocurrir al fin del mundo. El Hijo del hombre es el que juzga. En esta segunda parte de la parbola se habla sobre todo del destino de los malos. Se los debe prevenir. Solamente al final se les opondrn los justos: brillarn como el sol, en el reino del Padre (13,43a). Los malos ya no tendrn ninguna esperanza, sino que sern arrojados muy lejos de Dios. Las expresiones corresponden al tiempo y son corrientes para los rabinos como para todos los contem-porneos de Jess. All est el horno del fuego, y reina el llanto y el rechinar de dientes. Estas expresiones tienen que ser explicadas para que las comprendamos. Porque no se trata de tormentos fsicos, sino de la exclu-sin definitiva de la gloria y de la vida de Dios. Por esta exclusin los condenados se sumergen en la desesperacin y en la rabia impotente.

    En este pasaje llegamos a conocer mejor la ndole de estos hijos del malo. Se nombran dos grupos, los escan-dalosos y los que cometen la maldad.

    En san Mateo se habla con frecuencia de los escn-dalos y de los que los provocan. Esta expresin no debe ser privada de su fuerza. El escndalo afecta siempre a la totalidad de la persona y principalmente a la fe. El que se escandaliza, pierde la fe, se aleja de Dios y de su llamamiento, quizs por un motivo insignificante. Dar escndalo a un tercero significa ser motivo de cada para el otro, que deja de cumplir con su dignidad de cristiano. Tales escandalosos son los peores seductores, contra los que se previene con las ms graves amenazas (cf. 18,6s). En este pasaje pueden entenderse los escndalos en sen-tido personal u objetivo. Cabe suponer que se ha in-cluido en ellos todo lo que la comunidad cristiana con-sideraba como tal: los que se escandalizan y caen, y por

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    este motivo se convierten, a su vez, en ocasin de tro-piezo para sus propios hermanos en la fe y para los ex-traos, y los que, como escndalos vivientes, merodean por la comunidad y, mediante sus doctrinas errneas y sus graves extravos, seducen a otros. Una fuerza real-mente inquietante.

    El segundo grupo lo forman los que cometen la maldad. Qu clase de gente es sta? En el sentido del evange-lista son personas sin ley, porque ellos mismos se cons-tituyen en ley: son sus propios legisladores. La verda-dera ley del nuevo pueblo de Dios es la perfecta ley del amor (22,40) cumplida por Jess (cf. 5,17), la perfecta ley de la libertad (Sant 1,25). En esta ley se ha perfec-cionado la ley del Antiguo Testamento. Esta ley ahora ha venido a ser la norma competente para los discpulos de Jess. Se puede contravenir a esta ley, si se recae en el servicio de la ley del Antiguo Testamento y cada uno por su parte procura cumplir puntualmente los manda-mientos que all se dan, y quiere obligar a los dems a cumplirlos. ste era el peligro de una direccin que pro-ceda de la Iglesia madre de Jerusaln y contra la cual san Pablo se resisti apasionadamente. Pero tambin se puede contravenir a esta ley, rechazndola en general y si uno se llena de ilusiones y se entrega a una falsa libertad y, con ello, al desenfreno y a la disolucin (cf. Gal 6,13s). Ambos grupos son culpables. Ambos hacen traicin a lo propio de la obra de Jess, a la nueva vida del amor en la perfeccin de la nueva ley. No tienen esperanza de ser liberados, si han conducido a la comu-nidad por caminos errneos y se colocaron fuera de la salvacin, que Jess tambin a ellos les haba trado.

    Se puede desacertar en la Iglesia la voluntad de Dios y el orden de vida establecido por Jess, si se recae en la manera legal de pensar del Antiguo Testamento o si

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  • se rechaza por principio la manera de pensar perfeccio-nada por Jess, la ley de Cristo (Gal 6,2). Tambin hoy da se dan las dos tentaciones, tambin hay porta-voces y seductores para una u otra de las dos clases de corrupcin.

    Estos dos grupos ya muestran que se piensa sobre todo, aunque no exclusivamente, en las relaciones dentro de la Iglesia. La cizaa tambin crece en las propias filas. En ellas hay traidores, embusteros, personas insensibles, pecadores de toda clase, herejes y seductores. Cmo es esto posible, si la Iglesia es el pueblo santo de Dios, y los creyentes son discpulos de tal maestro? El espanto de-bido a esta causa fue al principio mucho ms intenso del que hoy da sentimos, aunque agobie gravemente a todos los que adoptan una actitud seria. Los creyentes de todos los tiempos lo han experimentado como carga y prueba, a menudo como una prueba mayor y ms mo-lesta que las tribulaciones provenientes de un poder es-tatal corrompido o de artes de seducir en tiempos de inmoralidad. Cuntas veces se intent salir de esta socie-dad poco selecta, y fundar una Iglesia de los limpios y santos! Estas palabras aqu nos dicen que tambin el otro sembrador est constantemente actuando, y que no es de la incumbencia de los hombres el juicio ni la sepa-racin por la violencia; se nos dice que el hombre debe esperar ansiosamente el gran juicio que lleva a cabo el Hijo del hombre por encargo de Dios. Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los ngeles con l, entonces se sentar en su trono de gloria. Todas las na-ciones sern congregadas ante l, que separar a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos (25,3 ls).

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    3. SECCIN TERCERA (13,44-52).

    a) Parbola del tesoro (13,44). 44

    El reino de los cielos se parece a un tesoro escon-dido en el campo; un hombre lo encontr y lo escondi, y se va lleno de alegra, vende cuanto tiene y compra el campo aquel.

    El vocablo tesoro suscita imgenes misteriosas. Le-yendas y fbulas giran alrededor de tesoros que desde hace milenios de aos yacen en alguna parte, y azuzan la curiosidad y el deseo de aventuras. Los hombres dejan su casa, lo abandonan todo y se ponen a buscar la gran fortuna, se imponen toda clase de privaciones, solamente tienen ante su vista un nico objetivo: encontrar el gran tesoro, la mina de oro, el diamante fabuloso, en la espe-ranza de que entonces toda su vida discurrir por otros cauces, en la esperanza de liberarse de todas las preocu-paciones y molestias que atosigan a los mortales. El gran descubrimiento habr de cambiar el rumbo de la vida.

    Jess habla de este tesoro. Alguien lo halla casual-mente, cava ms, reconoce el valor. Entonces hace algo que los dems observan meneando la cabeza. Vende cuan-to tiene, y adquiere aquel campo. El precio de compra es tan alto, que tiene que arriesgarse todo lo que se posee, por modesto que sea. Se ha de vender todo, hay que entregarlo todo por causa de este valioso objeto. Este tesoro requiere una inversin alta, ms an, una inversin total.

    Todava se aade otro pensamiento. Es la alegra in-mensa de haber encontrado el tesoro. Esta alegra induce a la inversin inusitada. Ya no se calcula con sobriedad

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  • ni se sopesa en fro. En comparacin con este tesoro todo lo dems que se posee es escaso, su valor no tiene propor-cin con el tesoro. Las cosas que se tienen, por muchas que sean, se vuelven insignificantes ante el verdadero valor por cuya causa vale la pena vivir.

    Este tesoro es el reino de Dios, y por tanto el mismo Dios. El que ha encontrado a Dios mediante el mensaje de Jess, renuncia con alegra a todo lo dems. Ha en-contrado la verdad y la vida.

    El que tiene a Dios, lo tiene todo. Slo Dios basta. Esta verdad nicamente puede aprenderse en la vida real. Nuestra mentalidad mundana, el temor de perder o des-atender algo y el programa que nos fijamos para nuestra propia vida tropiezan una y otra vez con esta verdad.

    b) Parbola de la perla (13,45-46).

    45 Tambin se parece el reino de los cielos a un comer-

    ciante en perlas finas; ^encontr una de mucho valor, fue a vender cuanto tena y la compr.

    Esta breve parbola juntamente con la anterior forma una doble parbola y versa sobre el mismo tema. La pa-labra perla no slo suscita la idea de un altsimo valor, sino tambin de la belleza inmaculada. El reino de Dios no solamente es el ms excelso valor, sino tambin el bien ms bello y perfecto que se puede conseguir.

    Con respecto a la parbola del tesoro hay una no-vedad y es que se trata de un hombre que se dedica a buscar perlas finas. En el tesoro del campo se poda pensar en una persona que lo halla casualmente y luego saca las consecuencias. As tambin muchos pueden haber encontrado a Jess sin tener el afn ni la intencin de

    A6

    encontrar el tesoro. Pero fueron dominados por l. Aqu se podra pensar en alguien que busca la verdad, como Nicodemo, que viene a Jess de noche (Jn 3,lss). Aqu se habla de un gran comerciante que trafica en joyas. Nunca ha encontrado una perla tan preciosa y fina. Sin reflexionar va a vender cuanto tiene, todo el inventario de su negocio para adquirir esta perla. Por su experiencia sabe que la perla recompensar la inversin.

    El corazn del hombre se queda intranquilo, hasta que la ha encontrado. Pero cuando la ha encontrado, est dispuesto a entregarlo todo por causa de este nico ob-jeto valioso. Qu inversin se exige, qu exigencia tan profunda! Jess no la suaviza en nada, pero tambin mues-tra el atractivo y la alegra que produce el hallazgo de la valiosa salvacin. Cuando lo hemos encontrado, hemos de procurar permanecer con la fascinadora alegra inicial del descubrimento. Cuando nos dedicamos a la bsque-da, no podemos descansar hasta haber encontrado lo que buscbamos.

    c) Parbola de la red barredera (13,47-50).

    47 Tambin se parece el reino de los cielos a una red

    barredera que fue echada al mar para recoger de todo; 48

    cuando estuvo llena, los pescadores la sacaron a la orilla, se sentaron y recogieron lo bueno en canastos, y echaron afuera lo malo.

    Las dos ltimas parbolas hablaban del tiempo pre-sente, de la oferta que ahora obtiene el hombre, y de la puesta que ahora debe hacer. Esta parbola de la red habla del tiempo futuro. Se echa al lago una red barre-dera y recoge muchos peces de diferente clase y calidad.

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  • La red tiene que ser extendida entre dos barcas y arras-trada sobre el lago. Cuando los pescadores estn en tierra, sacan despacio la red con el hervidero multicolor, ponen los peces en la orilla y los clasifican. Slo se clasifican en dos grupos, buenos y malos, aprovechables y sin valor. Los buenos se recogen en cubos, y los malos se echan afuera.

    Antes se emple la metfora de la siega, en la que se separan el trigo y la cizaa. Aqu es una pesca de peces, en la que se recoge sin distincin todo lo que la red barre, y luego es clasificado. Al fin, tiene lugar la verdadera se-paracin. Aqu ahora no estn separados, sino juntos, y la mirada del hombre est oscurecida para llevar a cabo la separacin; sobre todo no tiene derecho ni poder para efectuarla. La separacin slo es de la incumbencia de Dios, l es el gran pescador, que ha echado la red y nadie se escapa de ella. Entonces se har justicia, de acuerdo con el valor de cada uno.

    La parbola habla de Dios como del Seor del juicio. San Mateo tambin conoce que Dios ha traspasado el juicio al Hijo: Porque el Hijo del hombre vendr en la gloria de su Padre con sus ngeles, y entonces dar a cada uno conforme a su conducta (16,27). El Hijo del hombre ejercer el juicio de Dios, su gloria (cf. 25,31) ser la gloria del Padre...

    49 As suceder al final de los tiempos: saldrn los n-

    geles, separarn a los malos de entre los justos 50 y los echarn al horno del juego; all ser el llanto y el rechinar de dientes.

    La aplicacin est estrechamente ligada con la ante-rior explicacin de la parbola de la cizaa. La doctrina es la misma, tambin se describen los mismos sucesos,

    48

    aunque con una forma mucho ms breve y primitiva. Al fin del mundo los ngeles saldrn y separarn a los malos de entre los justos y sern echados al horno del fuego, al infierno. Nada ms se dice de la suerte de los justos (cf. 13,43: resplandecern como el sol). Las palabras deben hacer resaltar el juicio, suscitar el temor de la re-probacin. Aunque en la vida de un hombre en el mundo no salga a luz lo malo cuando tiene xito y prestigio, cuan-do es estimado, cuando exteriormente aparece intachable y excelente, sin embargo no perdamos de vista que el da del juicio sacar a luz la verdadera calidad. Todos de-bemos pensar en eso, especialmente los cristianos que un da han encontrado la perla preciosa y el tesoro en el campo. Tambin ellos pueden encubrir su propia vida bajo la mscara de la piedad. Interiormente pueden ser malos, cuando no buscan a Dios, sino a s mismos.

    d) Conclusin del discurso de las parbolas (13,51-52). 51

    Habis entendido todo esto? Ellos le responden: S. 52 Entonces les dijo: Por eso todo escriba convertido en discpulo del reino de los cielos se parece a un padre de familia que saca de su almacn lo nuevo y lo viejo.

    No solamente importa oir, sino entender. La pregunta del Seor se refiere a si los discpulos han entendido el verdadero tema y sentido de las parbolas. Esta com-prensin es lo que importa. Los discpulos obtienen la ayuda de las explicaciones circunstanciadas, que deben tra-ducir un lenguaje metafrico al sentido que se intentaba. La accin depende de la adecuada inteligencia. Slo quien interiormente acepta lo que se ha proclamado, puede pro-ceder debidamente guindose por este conocimiento. Puedo

    49 NT, Mt II, 4

  • oir la parbola del tesoro en el campo, y no quedar afec-tado por ella, a lo sumo considerarla como saludable o necesaria para otros. Si me esfuerzo por entender esta parbola, entonces noto que se refiere a m y que no pue-do desviarme de lo que ella reclama. El hecho de entender lo que aprovecha a mi persona, deja libre el camino para la accin conforme con la palabra.

    La respuesta de los discpulos no solamente es im-portante para su salvacin personal, sino tambin para su posterior tarea en la Iglesia. Deben aprender lo que han odo. Slo pueden ensear con el mismo derecho que Je-ss, si han entendido, si se han identificado con lo que oyeron, si han credo.

    El captulo de las parbolas tambin es una parte di-dctica. El evangelista lo ha concebido as, y al final lo dice claramente una vez ms (13,52). El que quiere en-sear, tiene que estar bien instruido. El que quiere anun-ciar el reino de Dios, tiene que haber aprendido la verdad sobre este reino. El captulo de las parbolas tambin debe servir para aprender esta verdad. Dice a los predi-cadores y catequistas cmo debe expresarse la verdad del reino de Dios y cmo se puede mostrar el camino que conduce a la autntica comprensin. Es un modelo para la enseanza de la Iglesia.

    En el seno del nuevo pueblo de Dios se forma una nueva categora de escribas. En Israel hay escribas a los que est confiada la palabra de Dios, para que la expon-gan y hagan aplicaciones. Pero no han acertado el verda-dero sentido y no han conocido la verdadera voluntad de Dios. Ahora habr verdaderos escribas, a quienes se con-cede la conveniente comprensin. Tambin habr una nue-va Sagrada Escritura, la recopilacin de las palabras y acciones de Jess, que ponen por escrito los primeros heraldos. Se debe aprender y estudiar, exponer y aplicar

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    esta Escritura. Cada uno de los telogos es primeramente y en el fondo intrprete de la Escritura, cada uno de los telogos instruidos debe ser un escriba. Aqu hay que descubrir en medio del Evangelio una de las fuentes de la teologa y de su configuracin cientfica.

    El maestro de la Iglesia debe estar en la comunidad, como padre de familia, as como un padre de familia cuida de los suyos, da a los que viven en la casa lo que necesitan, y lo da en la medida y de la manera como lo necesitan. Saca lo nuevo y lo viejo del arca de su te-soro. No solamente lo nuevo, lo atractivo y actual, lo moderno y chocante sino tambin lo viejo, lo transmitido y acreditado, que debe unirse con lo nuevo. Jess no ha suprimido la ley del Antiguo Testamento ni en su lugar ha colocado una ley nueva. Ha conservado lo viejo con profundo respeto, pero lo ha perfeccionado con lo nuevo 14. As tambin en el captulo de las parbolas estn aunados lo viejo y lo nuevo. Lo antiguo es el gran tema del reino de Dios, desde que Dios empez la historia con Israel. Lo nuevo es la ltima perfeccin de lo viejo mediante la venida y el mensaje de Jess. Dios no quiere la ruptura radical con el tiempo pasado, sino la unidad del tiempo pasado, presente y futuro. As debe ensearse en la Igle-sia, as se debe proceder en ella. Lo viejo siempre es ac-tual en la tradicin a travs de las generaciones, pero siempre ha pretendido una comprensin ms profunda, un conocimiento de causa ms perfecto, una realizacin mejor.

    14. Cf. el comentario a 5,17-19, volumen i, p. 107ss.

    51

  • VII. EL MISTERIO DEL MESAS (13,53-17,27).

    1. REVELACIN GRADUAL (13,53-16,12).

    Desde aqu en adelante san Mateo sigue exactamente el curso de los acontecimientos en san Marcos. En la gran seccin de 13,53-17,22 (= Me 6,1-9,32) solamente faltan e san Mateo unas breves palabras sobre la misin (Me 6,6-13), que san Mateo ya haba transmitido en su discurso a los discpulos (10,1-42), y el relato de la curacin de un ciego (Me 8,22-26), que san Mateo omite en este pasaje. En cambio el primer evangelista tiene dos relatos, cada uno de los cuales narra la curacin de dos ciegos (9,27-31; 20,29-34). Con los puntos esenciales de las dis-tribuciones milagrosas de alimentos, de la confesin mesinica de Pedro, de la transfiguracin en el monte, de los anuncios de la pasin del Mesas, se puede designar esta seccin como gra-dual revelacin mesinica. Siempre aparece con mayor fuerza la creciente separacin entre la gran masa del pueblo, que conti-na en la incredulidad, y el grupo de discpulos que es con-ducido a una inteligencia ms profunda. As pues, las revela-ciones del Mesas tienen un efecto que al mismo tiempo separa y gua.

    a) Incredulidad en Nazaret (13,53-58). 53

    Cuando Jess termin todas estas parbolas, se fue de all. 54 Y, llegando a su patria, les enseaba en la sina-goga, de modo que quedaban sorprendidos y decan: Pero de dnde le vienen a ste esa sabidura y esos prodigios? 55

    No es ste el hijo del carpintero? Y no se llama su madre Mara, y sus hermanos Santiago y Jos y Simn y Judas? 56 Y no viven entre nosotros todas sus herma-nas? De dnde, pues, le viene a ste todo eso?

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    Jess va a Nazaret, a la que se llama su patria. All se haba establecido y domiciliado Jos con Mara y el nio despus de regresar de Egipto. Esta manera de pro-ceder estaba de acuerdo con la voluntad de Dios, como lo demuestra lo que dice la Escritura (2,23). Jess tam-bin propone all su mensaje durante la normal asamblea del sbado en la sinagoga. La gente queda sorprendida, como tambin se inform despus del sermn de la mon-taa (cf. 7,28s). Pero aqu no es la sorpresa por la propia insuficiencia, no es la conternacin por la alta reivindica-cin de Dios, sino la sorpresa de la irritacin, de la pro-testa y de verse heridos en la propia estimacin. Existen las dos posibilidades, las dos respuestas en cierto modo instintivas, que pueden darse a la proclamacin del men-saje. Los unos estn conmovidos hasta el fondo de su alma y perciben el llamamiento a cambiar la vida; los otros se sienten amenazados y se colocan a la defensiva por el orgullo ofendido.

    Sus paisanos preguntan: Pero de dnde le vienen a ste esa sabidura y esos prodigios? Reconocen la sabi-dura, pero como algo ajeno y ms excelso, que cae fuera de su horizonte de comprensin o no puede ser procla-mado con obligatoriedad, ya que Jess es uno de los suyos y no puede evadirse de esta solidaridad. Las ac-ciones vigorosas de Jess les producen la sensacin de desafo y no de seal propicia. La razn de su altiva pre-gunta es el hecho de que le conocen. Por lo menos saben de dnde procede. No puede haber trado nada extra-ordinario, ya que su familia pertenece a la clase pobre del lugar, su madre, sus hermanos y hermanas son muy conocidos y todava viven all. Quizs hayan evitado inten-cionadamente decir el hijo de Jos, para expresar la relacin que le una a l, y as han dicho el hijo del car-pintero. Tal vez Jos sea el nico carpintero del lugar,

    53

  • pero en todo caso sta es una profesin normal, social-mente incorporada a la colectividad del pueblo. Qu hace por iniciativa propia este hijo, que procede de con-diciones normales, de una casa sencilla y de una profe-sin honorable?

    Adems dan algunos nombres de hermanos y tambin mencionan a sus hermanas, todos los cuales viven entre ellos y todava estn con ellos 15. Semejantemente subra-yan tambin que estn entre nosotros. No han salido del marco en que se les haba puesto, no han abando-nado el medio de vida ni la comunidad del pueblo, sino que han permanecido en el lugar y en el redil gozando de simpata. Pero qu pensar de ste?

    Tras esta sensacin de que sea un extrao un hijo del pueblo que ha salido de la comunidad, y ahora tam-bin es rechazado de la comunidad, se advierte tambin otra cosa. El problema fundamental es ste: De dnde le viene a ste todo eso? Solamente el lector del evangelio sabe la respuesta, a saber, que Jess estaba engendrado por obra del Espritu Santo (cf. 1,18) y que el Esp-ritu de Dios haba descendido sobre l (3,16). Pero los habitantes de Nazaret se cierran el acceso a Jess, por-que hacen la segunda pregunta antes de la primera. La primera pregunta se formula as: Qu se dice aqu?, y no: De dnde viene eso? Slo si se ha escuchado y en-tendido de la forma debida, se puede preguntar por el

    15. Acerca de la cuestin de las personas a quienes se llama herma-nos de Jess (la cual, por desgracia, siempre grava el dilogo confesio-nal entre catlicos y protestantes), cf. los artculos de J. BLINZLER, Zum Problem der Brder des Herrn, en Trierer Theol. Zeitschr. 67 (1958), p. 129-145.224-246; Theol. Jahrbuch, Leipzig 1960, p. 68-101; Brder Jesu, en Lexikon fr Theologie und Kirche, Herder, Friburgo de Brisgovia 21958, p. 714-717; S. SHEARER, LOS hermanos del Seor, en B. ORCHAHD, Verbum Dei m , Herder, Barcelona !1960, p. 314-319; W. GROSSOUW, Hermanos de Jess, en H. HAAG - A. VAN DEN BORN - S. DE AUSEJO, Dic-cionario de la Biblia, Herder, Barcelona "1967, col. 829-831; J. SCIIMID, El Evangelio segn san Marcos, Herder, Barcelona 1967, p. 126-128.

    54

    origen. La pregunta por la procedencia de dnde? ya muestra que no quieren oir y que en la sinagoga en realidad no han odo.

    57 Y estaban escandalizados de l. Pero Jess les dijo:

    A un projeta slo lo desprecian en su tierra y en su casa. 58

    Y por aquella incredulidad no hizo all muchos milagros.

    Para la actitud de los hombres ante Jess slo existen dos posibilidades: abrirse con la fe o cerrarse por el es-cndalo. Los paisanos estaban escandalizados de l. Eso es exactamente lo contrario de la actitud de la fe. El es-cndalo procede de abajo, del hombre y del malo, des-truye la fe y no la deja medrar. El mismo Jess se con-vierte en motivo de escndalo, sin que l haya contribuido en nada al mismo. Slo se decide en el hombre qu ca-mino y qu direccin toma su vida.

    La pregunta por la procedencia de dnde? para muchas personas, incluso modernas, se convierte en mo-tivo de escndalo. Especialmente para los que han estu-diado y conocen la historia. Ellos tambin piensan que saben. Entonces Jess pasa a ser el fundador de una re-ligin como Buda o Mahoma. La doctrina de Jess se interpreta como un sistema doctrinal religioso o sola-mente como la experiencia originaria de un corazn genial; se ve a sus discpulos como un crculo de entusiastas adep-tos, semejante al que se forma siempre en torno a la per-sonalidad de promotores religiosos. Pero nada ms. Se piensa que se puede contestar la pregunta sobre la pro-cedencia, de dnde?, por el Antiguo Testamento, por la tradicin religiosa de los pueblos circundantes, por el movimiento resurgente de la comunidad de Qumrn, por el apocalipsis del judaismo posterior y por la tradicin escolar rabnica. Pero nada ms. No se puede hacer la

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  • segunda pregunta antes de la primera, antes que se haya realmente odo lo que se dice.

    El mismo Jess cita un proverbio, segn el cual nin-gn profeta vale nada en su tierra ni en su familia. Parece ser como una ley que se inicie el escndalo donde menos se le deba esperar. En el propio ambiente es donde ser ms fcil al hombre recusar, porque difcilmente distin-gue entre lo que viene de abajo, de la tradicin de la fa-milia y del pueblo, y de la virtud de la sangre, y lo que se dice desde arriba y penetra en el mundo. Esta disposicin defectuosa ya es incredulidad por la raz de donde pro-viene. La incredulidad no la propia impotencia hace que sea imposible que Jess pueda efectuar acciones mi-lagrosas. Porque el milagro se enlaza con la franqueza y la confianza del hombre. Slo se da por aadidura todo lo dems a quien ha dado el primer paso, y ha cumplido la condicin fundamental de escuchar con el nimo dispues-to. Har obras... an mayores que las del maestro (Jn 14,12).

    b) Degollacin del Bautista (14,1-12). 1 En aquel tiempo lleg a odos del tetrarca Herodes

    la fama de Jess, 2 y dijo a sus cortesanos: Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y de aqu que por l se realizan esos milagros.

    Con escasa conexin se menciona una observacin del prncipe reinante, Herodes Antipas ie. Ha odo hablar

    16. En estos dos versculos se puede percibir ciaramente (lo cual es corriente que tambin pueda observarse en otros pasajes de san Mateo) que el primer evangelista enlaza entre s distintas partes. En ello preva-lece de una manera constante el inters objetivo por encima de un inters histrico cronolgico.

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    del movimiento que haba surgido en torno a Jess y le da una notable explicacin. Debe haber resucitado Juan el Bautista y debe haber reanudado sus actividades en Jess. Las energas de Juan actan en Jess. Estas afirmaciones atestiguan el gran prestigio que entonces tena Juan en general, y en particular en la opinin de Herodes. Al mis-mo tiempo se da a entender aqu el temor ante el juicio de Dios, que experimenta el que hizo dar muerte a Juan. Herodes se haba apoderado del hombre de Dios, y Dios ahora triunfaba sobre la malicia y violencia humanas me-diante la resurreccin de los muertos? Le amenazar tambin a l algn mal? Herodes da una opinin, que puede haber sido compartida por otros17. An se conser-vaba un recuerdo demasiado fresco de la actuacin enr-gica de Juan, la semejanza entre la proclamacin de Juan y la de Jess poda llevar a esta confusin. En Juan y en Jess se perciben fuerzas prodigiosas de arriba, prue-bas de poder divino. Ni siquiera Herodes puede hacerse sordo ante ellas. Aqu Herodes est ms cerca de Jess que los mismos paisanos de Nazaret, que no perciben nada divino, sino solamente lo humano.

    3 Efectivamente, Herodes haba arrestado a Juan y lo

    haba encadenado y metido en la crcel por causa de He-radas, mujer de su hermano Filipo; 4 pues Juan le deca: No te es lcito tenerla! 5 Y aunque quera matarlo, tuvo miedo al pueblo, porque lo tenan por profeta. 6Pero en el cumpleaos de Herodes, sali a bailar la hija de Hero-das delante de todos, y le agrad tanto a Herodes, 7 que le prometi bajo juramento darle cuanto le pidiera. 8 Ella, instigada por su madre, le dijo: Dame aqu, en una ban-deja, la cabeza de Juan el Bautista. 9 El rey se puso muy

    17. Cf. 16,14; Me 8,28; Le 9,19; cf.. tambin Me 9,9-13 y Mt 17,9-13.

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  • triste; pero, por los juramentos y por los comensales, or-den que se la dieran, 10 y envi a decapitar a Juan en la crcel. n Trajeron su cabeza en una bandeja y se la entregaron a la muchacha, y ella se la llev a su madre. 12

    Acudieron luego sus discpulos a recoger el cadver y lo enterraron. Despus fueron a contrselo a Jess.

    En este pasaje el evangelista inserta el relato sobre el fin del Bautista, como tambin lo haba hecho san Marcos (Me 6, 17-29). Este relato en ambos evangelistas est preparado por la referencia del juic