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Le bonheur n’a pas de rides: traducción al español de seis
capítulos y comentario
Dánae Bohigues García
Tutora: Lourdes Bigorra Seminari 109: Traducció francès
Curs 2018-2019
ABSTRACT
This paper provides the first translation into Spanish of six chapters of Le bonheur n’a
pas de rides, by Anne-Gaëlle Huon, a not very well known contemporary French
author. The novel tells the story of Paulette, an eighty-five-year-old woman.
Unfortunately, she has to move to an inn in the middle of the countryside in France.
There she will discover what the guests are hiding and, despite the disagreements they
have with Paulette, her happiness.
This work aims to offer my proposed translation of the passage mentioned into Spanish
and to help readers follow the story. Furthermore, it could help to introduce her work to
a wider public. This translation tries to show the natural spontaneity of the dialogues,
this novel’s main feature, and the empathy and optimism that readers feel thanks to the
descriptions and characters experiences. Later, I have provided a commentary based on
possible difficulties that appear in the text. Keeping in mind the distinctive features of
French, this analysis focuses on those which are more frequent in the chosen text:
phraseology, on and vous pronouns, possessives, participles and some terms, more or
less technical, about gastronomy and equestrianism.
To do this, I have explained some different examples in this paper with which it is
shown, through several translation techniques, how fluency has been achieved in the
target text and the following solutions explained with reference to the translation into
Spanish.
Key words: French translation, on, vous, possessive, participle
RESUMEN
Este trabajo presenta la primera traducción al español de seis capítulos de Le bonheur
n’a pas de rides de Anne-Gaëlle Huon, una escritora francesa contemporánea poco
conocida. La novela narra la historia de Paulette, una anciana de ochenta y cinco años
que, desgraciadamente, acaba en un albergue en la campiña francesa donde descubrirá
los secretos que esconden los huéspedes y, a pesar de las desavenencias que tienen con
Paulette, la felicidad.
El objetivo del trabajo consiste en ofrecer la propuesta de traducción al español del
fragmento en cuestión e incitar al lector a entender la obra, además de poder dar a
conocer a la su autora. La traducción trata de reflejar la naturalidad que se muestra en el
diálogo, característica principal de la novela, y la empatía y el optimismo que siente el
lector gracias a las descripciones y las vivencias de los personajes. Seguidamente, se
presenta un comentario realizado a partir de las posibles dificultades que presenta el
texto. Teniendo en cuenta las diferentes particularidades de la lengua francesa, este
análisis se centra en aquellos aspectos más frecuentes en el fragmento que se ha
escogido: la fraseología, los pronombres on y vous, los posesivos, los participios y
algunos términos más o menos especializados relacionados con la gastronomía y la
hípica.
De este modo, en el trabajo se explican varios ejemplos con los que se muestra, a través
de diferentes técnicas de traducción, cómo se ha conseguido la fluidez del texto meta y
las posteriores soluciones argumentadas de la traducción al español.
Palabras clave: traducción francés, on, vous, posesivo, participio
RESUM
Aquest treball presenta la primera traducció a l’espanyol de sis capítols de Le bonheur
n’a pas de rides d’Anne-Gaëlle Huon, una escriptora francesa contemporània no gaire
coneguda. La novel·la narra la història de Paulette, una dona gran de vuitanta-cinc anys
que, per un infortuni, arriba a un alberg en un poble rural francès on descobrirà els
secrets que amaguen els hostes i, malgrat les discrepàncies que tenen amb Paulette, la
felicitat.
L’objectiu del treball consisteix en proposar la traducció a l’espanyol del fragment en
qüestió i convidar el lector a comprendre l’obra, a més de poder donar a conèixer la
seva l’autora. La proposta de traducció tracta d’assolir la naturalitat que es mostra al
diàleg, característica principal de la novel·la, i l’empatia i l’optimisme que sent el lector
gràcies a les descripcions i les vivències dels personatges. Tot seguit, es presenta un
comentari realitzat a partir de les possibles dificultats que presenta el text. Tenint en
compte les diferents particularitats de la llengua francesa, aquesta anàlisi se centra en
aquells aspectes amb més freqüència al fragment escollit: la fraseologia, els pronoms on
y vous, els possessius, els participis i alguns termes més o menys especialitzats
relacionats amb la gastronomia i la hípica.
D’aquesta manera, al treball s’expliquen diversos exemples amb els quals es mostra,
mitjançant diferents tècniques de traducció, com s’ha aconseguit la fluïdesa del text
meta i les posteriors solucions argumentades de la traducció a l’espanyol.
Paraules clau: traducció francès, on, vous, possessiu, participi
0
ÍNDICE
1. Introducción y contextualización .................................................................................. 1
2. Propuesta de traducción ................................................................................................ 3
2.1. Historia 1 ............................................................................................................... 3
2.2. Historia 2 ............................................................................................................. 12
3. Comentario de la traducción ....................................................................................... 24
3.1. La fraseología ...................................................................................................... 24
3.2. Los pronombres personales on y nous ................................................................. 31
3.3. El voseo y el tuteo ............................................................................................... 33
3.4. Los posesivos ....................................................................................................... 35
3.5. Los participios ..................................................................................................... 38
3.6. El vocabulario en Le bonheur n’a pas de rides ................................................... 40
4. Conclusiones ............................................................................................................... 43
5. Bibliografía ................................................................................................................. 45
6. Anexos ........................................................................................................................ 46
6.1. Anexo 1: texto original en francés ....................................................................... 46
6.2. Anexo 2: conversación con pronosticador profesional ........................................ 67
1
1. INTRODUCCIÓN Y CONTEXTUALIZACIÓN
El trabajo que he realizado abarca la traducción literaria, ámbito por el que siempre he
mostrado gran interés, de seis capítulos de la novela francesa Le bonheur n’a pas de
rides de Anne-Gaëlle Huon. La escogí principalmente por dos razones: nunca se ha
traducido al español y está protagonizada por una mujer de la tercera edad,
característica fuera de los cánones de la literatura.
Proponer una primera traducción era una gran ocasión para poner en práctica los
conocimientos que he ido adquiriendo durante los cuatro años del grado. Decidí buscar
novelas en francés, la lengua extranjera que personalmente mejor domino, que no
tuvieran su versión en español, mi lengua materna. Encontré varias obras de la escritora
Anne-Gaëlle Huon, una francesa treintañera que actualmente vive en Nueva York. Al
investigar sobre la autora, me llamó la atención que tres de sus cuatro obras estuvieran
protagonizadas por mujeres mayores; la que elegí es su segunda novela publicada en
2017. Además, combina narraciones con descripciones y diálogo, lo que resulta
exigente y al mismo tiempo gratificante para el traductor. Ambientada en el sur de
Francia, cuenta la historia de Paulette, una mujer de ochenta y cinco años con mucho
carácter que finge haber perdido la cabeza para que la ingresen en la residencia de sus
sueños y poder vivir tranquila de una vez. No obstante, la suerte le juega una mala
pasada y su hijo la lleva a un albergue en medio de la nada. Al principio, la relación
entre la anciana y los huéspedes no es afable, pero poco a poco todos entablan grandes
amistades. Finalmente, Paulette acaba sus últimos días con quien menos esperaba y es
cuando comprende que nunca es tarde para ser feliz.
La novela es muy extensa y tuve que seleccionar un número de capítulos que se ajustara
a la longitud de este trabajo. Además, los capítulos narran las vivencias de cada
personaje, por eso la mayoría de las veces el capítulo siguiente no continúa con el final
del anterior. Teniendo en cuenta todo esto, escogí tres capítulos que contaran una misma
historia y otros tres con otra para tener mínimamente un planteamiento, nudo y
desenlace. La primera historia —capítulos 9, 12 y 17— la protagonizan el señor Yvon,
el dueño del albergue, y Nour, la cocinera. Una noche, Nour y el señor Yvon se
encuentran el restaurante destrozado y creen que les han robado. No obstante, en los
siguientes dos capítulos se descubre que no es así. La segunda historia —capítulos 13,
19 y 24— transcurre en un bar del pueblo donde el señor Georges, un veterano huésped
del albergue, va a apostar en las carreras de caballos. Una mañana, Paulette va al bar y,
2
viendo que puede ganar mucho dinero, le pide al señor Georges que le enseñe a ganar
en las apuestas.
Este trabajo incluye la traducción al español de los seis capítulos escogidos, separados
en las dos historias que se han comentado anteriormente, y un análisis donde se explican
los problemas de traducción que he considerado más relevantes del texto original, como
la fraseología, los posesivos o el vocabulario. Las traducciones más significativas que
acompañan estas explicaciones se muestran en recuadros, a la izquierda con el texto en
francés y a la derecha con el texto en español, subrayando la palabra o el sintagma que
se analiza. Además, en algunas ocasiones he utilizado tablas para mostrar claramente
mis decisiones de traducción. Por último, este trabajo se cierra con una breve conclusión
sobre la traducción y el comentario realizados.
3
2. PROPUESTA DE TRADUCCIÓN
2.1. Historia 1 9
Nour abrió los ojos.
La luz de la luna acariciaba los pies de la cama. Se incorporó y aguzó el oído. Se oyó
el ruido de unas cazuelas caerse desde el patio.
Léon, tumbado a su lado, ni se inmutó. El reloj marcaba las cinco de la madrugada.
Pero, ¿quién podría estar haciendo tanto escándalo tan temprano? Además, ¿quién
estaría en su cocina?
Nour sintió que se le aceleraba el corazón.
Cogió su bata y bajó las escaleras con pies de plomo. Los escalones crujieron bajo
sus pies. Contuvo la respiración.
Una puerta se cerró de un portazo sin que pudiera adivinar de dónde venía. Léon, que
no era muy valiente, la observaba desde el rellano de la habitación con los ojos
brillantes en la penumbra.
Nour cogió un objeto alargado y metálico que el señor Yvon había colgado en la
pared del pasillo a modo de decoración. Oyó un fuerte ronquido que venía de la
habitación de Marceline.
Se paró antes de llegar a la planta baja. En la penumbra se distinguían las mesas, que
ya estaban preparadas para el desayuno.
—¿Señor Yvon? —dijo en voz baja.
Después, más fuerte:
—¿Hay alguien ahí?
Solo le contestó el gran silencio del restaurante. A medida que sus ojos se
acostumbraban a la oscuridad, miró fijamente el espejo grande de detrás de la barra que
le daba una mayor visión de toda la sala. Los cuadrados rojos y blancos de los manteles
se reflejaban sin parar.
Atravesó la sala del restaurante antes de abalanzarse sobre el interruptor. Al mismo
tiempo, Léon pasó entre sus piernas desnudas. Nour gritó.
—¡Léon, algún día me matarás! Si te…
Se detuvo, estupefacta, y gritó:
—¡Señor Yvon! ¡Señor Yvon! ¡Nos han robado! ¡Venga rápido, señor Yvon!
El señor Yvon, con su camiseta blanca arremangada por la barriga, estuvo a punto de
caerse por las escaleras.
4
—¿Qué? ¿Qué pasa? Pero, por Dios, Nour, ¿qué hace con mi cuerno de caza a estas
horas?
Nour levantó la cabeza hacia el señor Yvon. Señaló la nevera de postres donde unas
horas antes había media docena de mousses de chocolate. Se habían llevado el mantel
de una de las mesas. Dos pastelillos de queso yacían en el suelo y las tartas de limón,
medio devoradas, estaban tiradas sobre las baldosas blancas y negras. Una silla volcada
completaba la escena de este singular campo de batalla.
Les llegó una corriente de aire desde la cocina. La contraventana estaba abierta de
par en par. La hojarasca se metió en la pequeña sala. Nour tiritó bajo su camisón.
El señor Yvon se lanzó sobre la caja. Estaba intacta, igual que la puerta de entrada
que daba a la calle y las ventanas del escaparate. Con el bigote despeinado, el dueño se
limitó a sacudir la cabeza. Evidentemente, el culpable ya se había ido.
—Venga, cierre la ventana, Nour, por favor. Seguro que son unos niños que jugaban
a asustarse. Mañana cambiaré el cerrojo y me aseguraré de hablar con los padres del
pueblo.
Nour levantó una ceja disimuladamente mientras recogía los trozos de los pastelillos.
—No hablemos más de esto —insistió el señor Yvon, aparentemente con prisa de ir a
dormir—. No deberíamos asustar a los huéspedes.
Una vez todo limpio, subieron a sus respectivos pisos para aprovechar la última hora
de sueño que les ofrecía el sol.
Nour se metió en la cama. Afuera, unos pájaros comenzaban a cantar.
El robo la atormentaba. En sus quince años en el albergue nunca había pasado algo
así. ¿Quién robaría un restaurante a las cinco de la madrugada? ¡No tenía ningún
sentido! ¿Y por qué parecía que era la única que se preocupaba?
Dio vueltas en la cama sin parar, nerviosa por pensar que el señor Yvon pudiera
conciliar el sueño sin problemas.
En el piso inferior, bajo el parqué desgastado que separaba su habitación de la del
dueño, tampoco era posible dormir. Con los ojos bien abiertos en la penumbra que ya
desaparecía al amanecer, el señor Yvon miraba fijamente el techo, incapaz de dormirse.
El robo era una advertencia del autor de las cartas anónimas. ¿Qué otra cosa podía
ser? Hoy el carrito de postres, mañana la caja, ¿y luego qué? ¿Hasta dónde estaba
dispuesto a llegar? El señor Yvon tragó saliva, tenso.
5
Volvió a pensar en la carta que había recibido la noche anterior. Una más que añadir
a la serie de amenazas que se dirigían a él desde hacía casi un mes. El último mensaje
no podía ser más claro: el señor Yvon no era la víctima del chantajista.
La víctima, era Nour.
¿Por qué? ¿Cómo? Solo Dios lo sabía. Y la cocinera probablemente también. El
autor de las cartas les debía haber observado durante un tiempo antes de deducir que el
señor Yvon era la víctima ideal. Él era el propietario del albergue. El que estaba en la
caja. El que no mataría ni una mosca, y menos aún si de esta dependía la supervivencia
del restaurante. El que, al fin y al cabo, se sentía responsable de todo y de todo el
mundo. Y sobre todo de Nour.
El señor Yvon se acurrucó en la cama. Se sentía terriblemente solo. ¿Cómo se
suponía que iba a afrontar todo eso? Las cartas, las amenazas. Y ahora, el robo. ¡El
primero en treinta años de servicio! ¡Y encima las ausencias de Paulette! ¡No hacían
falta! Le daba un poco de pena. Abandonada por su familia, perdida en su mundo
imaginario que hacía agua. Y su hijo, ¡que parecía que no le importara un comino!
No, no se suponía que iba a afrontar todo eso solo. El recuerdo de Roland le vino a la
mente. Su saxo sobre el hombro. Siempre sonriendo. Nunca nada era un problema para
él. «¡No te preocupes, hermanito!» decía él. «¡Todo se arreglará!».
Un gallo cacareó en la lejanía.
¡Y si encima alguien pudiera torcerle el cuello a ese animal! ¡Vaya! ¡Haría un buen
estofado y lo pondría en el menú del día! El señor Yvon suspiró bajo el bigote gris y, al
día siguiente, decidió con gran pesar levantarse.
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Los huéspedes dormían a pierna suelta cuando Léon maulló aterrorizado.
Nour se sobresaltó. Con los sentidos en vilo, se aseguró de que no había soñado.
Dormía con un ojo abierto desde el robo, asustada por la idea de que alguien entrara en
su habitación en plena noche para degollarla.
Se oyó un ruido sordo desde el patio. Tembló y se levantó a toda prisa de la cama. Se
arrodilló sobre el parqué sabiendo que era fino y susurró hacia la habitación del señor
Yvon que dormía unos metros más abajo:
—¡Señor Yvon! ¡Señor Yvon! ¡Levántese, han vuelto! ¡Señor Yvon!
Pegó su oreja al suelo, pero solo le respondió el silencio.
6
Armada con el cuerno de caza, bajó las escaleras y se detuvo a pocos pasos de la
planta baja.
De pie, delante de la nevera de postres y ligero de ropa, el señor Yvon miraba
fijamente la hilera de natillas de chocolate, como aturdido.
—¿Señor Yvon?
No reaccionó, contento de coger una cuchara sopera de la bandeja de cubiertos.
Ella se acercó sin hacer ruido.
El señor Yvon le dio un mordisco a una tarta de limón, con la mirada perdida. Unas
migajas cayeron a sus pies. Su boca estaba cubierta de crema pastelera.
—¡Señor Yvon!
Nour se quedó boquiabierta.
El dueño del albergue comía deprisa y a lo bruto. Parecía un oso hurgando en una
colmena en busca de miel. Cuando ya se había comido la tarta de limón, cogió
torpemente una natilla de chocolate. El corazón de Nour empezó a latir otra vez con
normalidad. Entonces era eso, un sonámbulo glotón…
Le hizo mucha gracia la idea de que alguien pudiera sorprenderlos, ella en camisón y
con un cuerno de caza en la mano, y el señor Yvon en calzoncillos y con la cabeza
metida en la nevera de postres.
Recordó que había leído en algún sitio que no hay que despertar a los sonámbulos.
Pero los postres desaparecían a la velocidad de la luz. Se deslizó hasta el otro lado de la
nevera e intentó salvar las cremas catalanas que había preparado para el día siguiente.
Dos horas de trabajo que el señor Yvon engullía sin escrúpulos.
—Señor Yvon, estos postres son para los clientes —le susurró.
El quincuagenario no reaccionó.
—¡Señor Yvon! ¡Vuelva a la cama o ya no tendremos nada para servir mañana!
El hombre bigotudo no pareció escucharla. No obstante, unos minutos más tarde,
dejó la cucharilla, se frotó su mejilla inerte y fue a su habitación pisando huevos.
Nour se dejó caer en una silla. Por lo que ella recordaba, nunca había sido testigo de
semejante escena. Ya era hora de que ella y el señor Yvon se sentaran a hablar en serio.
Algo iba mal.
7
17
La tarde caía en el albergue.
El rocío del atardecer se posó gratamente sobre las plantas. Sentado en el jardín, el
señor Yvon miraba fijamente el cielo con un aire pensativo. Su corazón aún latía deprisa
sin que pudiera regularlo. ¿Cuándo se había vuelto tan complicado el mundo? Se
acordaba de su padre sirviendo patatas fritas, como también lo hizo su abuelo en otro
tiempo, en verano en la terraza y en invierno cerca de la chimenea. Se dirigía a los
huéspedes por su nombre, con su sonrisa peculiar y un plato de aceitunas verdes. ¡En
aquel entonces nadie iba a amenazarte a tu casa por un puñado de billetes!
Preguntó a su padre en busca de una señal. ¿Qué había que hacer? Las estrellas lo
miraban fijamente en silencio. ¿Qué habría hecho Raymond en su lugar? El cielo del
señor Yvon estaba lleno de estrellas que lo calmaban; desaparecieron demasiado pronto.
El señor Yvon recordó los años felices cuando, junto con su hermano gemelo, iban
en monopatín cabeza abajo para impresionar a las niñas del barrio. También los vasos
de limonada, a la sombra de los tilos. La cintura delgada de sus admiradoras, que
escuchaban embelesadas sus historias de aventureros. Las noches en que jugaban a
cartas y que Raymond y él siempre ganaban. Su complicidad valía todas las artimañas y
una sola mirada les permitía ganar cualquier partida.
Le invadió una gran nostalgia. Sabemos cuándo la felicidad llama a la puerta. Eso es
lo que dicen, ¿no? Deslizando la mano por la gabardina, rebuscó su pipa lentamente y la
sacó. Fue entonces cuando Nour decidió reunirse con él, con una infusión entre las
manos. Se sentó en silencio.
El rostro del señor Yvon era inexpresivo, con cara de cansado. Crujía los dientes sin
parar.
—¿Va todo bien? —dejó caer ella dulcemente.
El señor Yvon no se inmutó, concentrado en la oscuridad que ya cubría los campos
en el horizonte. Los contornos de las siluetas se hacían más confusos. Solamente los
ojos coloridos del señor Yvon brillaban en la penumbra; dos bolitas brillantes y de
diferente tamaño.
Ella se disponía a darle las buenas noches cuando el señor Yvon rompió el silencio:
—Hay que regar la menta. Tiene sed.
Nour asintió en silencio. Un perro ladró a lo lejos.
—Menudo día… —soltó el señor Yvon sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
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Se levantó y cogió la manguera. El agua fría salpicó el pequeño huerto. Un olor a
tierra mojada se mezcló poco a poco con el aire de la noche. El señor Yvon regó una a
una las plantas aromáticas. Un perfume agradable de menta y albahaca cosquilleó la
nariz de la cocinera.
El señor Yvon refrescó el tallo de lilas, los dos manzanos, la mimosa. Y acabó con el
peral que siempre dejaba para el final. El sonido cristalino del agua, ensordecido por la
tierra que se sorprende y se empapa, lo llevó al origen del ser humano. ¿Cuántas
generaciones antes que él habían refrescado en silencio sus plantas, rindiéndose a la
contemplación de la naturaleza? Este gesto dulce y reconfortante, en la intimidad de la
noche, llevaba consigo la promesa de unos días mejores. No obstante, esta vez la
perfección del momento no logró ahuyentar los demonios que rondaban el pensamiento
del jardinero.
Nour, acostumbrada a este ritual, lo observaba en silencio. El señor Yvon le parecía
tan frágil, con la espalda encorvada, pendiente de hacer feliz a sus plantas como si todo
lo demás ya no tuviera importancia. Pero ella lo conocía demasiado bien como para no
darse cuenta de la angustia que lo acompañaba esa noche. Se le puso un nudo en la
garganta.
Como un encantador de serpientes, el señor Yvon enrolló con cuidado la manguera
sobre la base. Después se dejó caer en la silla. Un cansancio evidente entorpecía sus
movimientos.
Se quedaron así durante un buen rato mirando el cielo. En silencio. Sus oídos eran
tan finos como el de Léon que podrían oír a las estrellas susurrar a lo lejos.
—Señor Yvon —dijo ella de repente—, sé quién es el ladrón de la vitrina de postres.
Y no le va a gustar.
El señor Yvon, con el ceño fruncido, se enderezó.
Se sacó la pipa de la boca.
—¿Quién? ¿Quién es?
Nour lo miró fijamente sin responder.
—¿Los hijos de Mireille? ¿El de Violaine Parmentier?... Los hijos de Mireille, ¿no?
¡Lo sabía! ¡Les voy a…!
Nour lo detuvo.
—No, señor Yvon. Es usted.
El señor Yvon la miró como si hubiera perdido la razón.
—¿Cómo que «es usted»?
9
—Señor Yvon, ¿ha padecido alguna vez algún episodio de sonambulismo?
Se acarició el bigote, desconcertado.
—No, no, no que yo sepa, bueno, puede que de niño, pero de eso hace mucho…
—Señor Yvon, ¿le preocupa algo?
Suspiró. Una lechuza ululó en la lejanía. Un grillo le respondió.
—Ya nos vamos conociendo un poco —dijo Nour—. No estamos siempre de
acuerdo con la comida que poner en el menú, pero…
—Nour, no creo que haga falta que la meta en todo esto.
Nour fingió ignorar el tono firme del señor Yvon.
—¿Quién le ha escrito esas cartas que se empeña en esconder?
El señor Yvon se estremeció. Los secretos nunca seguían siéndolo durante mucho
tiempo en ese pueblo minúsculo. Le dio una calada a la pipa antes de suspirar con
pesadez.
—No tengo ni idea… Todo lo que sé es que ese hombre la conoce. Dice saber cosas
sobre su pasado que no nos conviene dejar que se sepan.
Nour se quedó sin respiración. Su corazón latía a más no poder.
—Escúcheme, Nour… —continuó—. No me quiero meter donde no me llaman. El
albergue la necesita y quiero que sepa que puede contar conmigo para…
—Le ha pedido dinero, ¿no?
—Sí.
—¿Mucho dinero?
—Creo que se podría decir que sí.
Nour tragó a duras penas.
—Para serle sincero, ya habría pagado a ese hombre si la caja del albergue estuviera
un poco más llena —dijo el señor Yvon.
—¡Vaya, señor Yvon! —gimoteó Nour.
Acababa de abrirse un abismo bajo sus pies. Lo miraba, tirado sobre la silla de jardín,
de normal tan grande, y de repente tan frágil, en medio de ese pequeño mundo de
clorofila. Se sorprendió al temer por él antes que por ella misma.
Se armó de valor.
—Señor Yvon, le debo una explicación… En fin, yo… No sé muy bien por dónde
empezar… Puede que por el final. ¿Se acuerda de cuando llegué por el anuncio? ¿De
cuando buscaba una cocinera nueva?
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—Sí, claro… Hace un siglo. Fue justo antes de que llegara Hippolyte. Ese invierno
había hecho mucho frío, los junquillos…
No se tomó la molestia de acabar la frase.
—Exacto… y bueno… Y bueno, ese día me salvó la vida. Acabábamos de… En fin,
acababa de dejar a mi marido. Un hombre violento, física y moralmente. Un día era la
más guapa, me regalaba joyas, me hacía cumplidos, le gustaba cómo cocinaba y el color
de mis ojos. Al día siguiente, bueno… al día siguiente me ofendía delante de nuestros
amigos y me insultaba delante de mi madre. La noche antes de irme, con la excusa de
que la mesa no estaba puesta al volver del trabajo, me tiró a la cara una sartén llena de
aceite hirviendo. Conseguí taparme los ojos, pero aún tengo heridas en los brazos.
Se apretó el jersey sobre el pecho. El señor Yvon notó que estaba temblando.
—Por un montón de excusas, me quedé mucho tiempo esperando a que cambiara. Y
un día, decidí marcharme. Ya no tenía otra opción.
Dejó pasar el silencio.
—Pero allá de donde vengo, en mi país, es un hombre poderoso. Conoce a mucha
gente. Sabía que nunca lo olvidaría. Temía que me estuviera buscando. Y si todavía
estoy para contarlo es porque usted, señor Yvon, usted quiso confiar en mí. El albergue
era bastante discreto. Un pueblo en el que hay más vacas que habitantes… ¿Quién iba a
venir a buscarme aquí? Me cambié de nombre, de peinado. Y pasé desapercibida. Al
menos es lo que pensaba.
Se estremeció. El señor Yvon le puso la mano sobre el hombro. No sabía qué decir.
Y entonces, de hecho, claro que lo sabía.
—Nour, vamos a encontrar ese dinero. Se lo daremos a ese hombre para que se calle
y olvidaremos todo esto.
Con la mirada, el señor Yvon le rogaba que aceptara. Para pasar página. Para decirse
que la tranquilidad aún existía. Para, al fin y al cabo, vivir.
Nour sabía que nunca nada era tan simple. Pero esa noche, bajo las ramas del peral
que ocultaban las estrellas, decidió confiar en el señor Yvon y en su mejilla inerte.
—Lo que nos hace falta son ideas, Nour. Ideas productivas.
El hombre esbozó una media sonrisa y le cogió la mano.
El corazón de Nour se llenó de gratitud. Rezaba cada noche por ese hombre que le
había salvado la vida, incluso cuando se peleaban por unos calabacines o unas patatas
fritas. Dio las gracias a Dios por haberlo puesto en su camino.
Se oyó un maullido en la oscuridad.
11
—Creo que Léon está esperando la leche de cada noche…
—Buenas noches, Nour.
—Buenas noches, señor Yvon. Y gracias.
El señor Yvon se quedó un rato en la oscuridad de la noche para escuchar los
insectos. Normalmente hablaba a las babosas. Las amenazaba amablemente con
ponerlas en el plato del día si atacaban a las lechugas. Pero esa noche lo hizo a desgana.
12
2.2. Historia 2 13
Paulette metió el sobre en su bolso.
Se calzó un par de zapatos cómodos y salió a toda prisa con el sombrero puesto.
¡Tenía que tomar el aire! Ya no podía soportar estar encerrada aquí, con la sola
compañía de Marceline que comentaba todo el día la sección de sucesos del periódico,
cuando no se obsesionaba con los boletos de rasca y gana. ¡Y qué calor hacía! Ni un
soplo de aire en el restaurante, solamente un ventilador en un rincón que removía el aire
caliente.
Todavía era pronto. A buen paso, se fue al pueblo vecino, el que presumía de tener
una peluquería y una pequeña oficina de correos.
Léon la observaba desde lo alto de un pequeño muro. Meneó la cola y maulló.
Paulette trató de espantarlo sacudiendo el abanico. Léon, lejos de la mujer, no se
inmutó. Paulette odiaba a ese animal; no paraba de husmear por doquier. ¡Incluso
encontraba pelos del gato en su cojín! Parecía que se apresuraba a informar a la cocinera
de todos y cada uno de sus movimientos y gestos. Maldijo al gato hasta que desapareció
de su vista. ¡Maldito bicho!
Se volvió a poner el bolso en el hombro. El cheque para la reserva de la residencia
Hauts-de-Gassan lo enviaría hoy. En el contrato, había falsificado la firma de Philippe
para asegurarse de que las próximas facturas llegaran a su domicilio.
A su paso, una vaca mugió y cazó una mosca con el típico golpe de cola. Los rayos
del sol ya reverberaban en el asfalto. Paulette se limpió el sudor de la frente. Se oyó un
claxon detrás de ella. Unos segundos más tarde, una furgoneta blanca se paró a su lado.
En la parte lateral del vehículo, unas letras grandes indicaban el nombre del negocio
PETITJEAN Père et Fils. Alrededor, un festival de colores de frutas y verduras estaba
medio recubierto de polvo.
—¿La llevo a algún sitio? —le dijo Paolo por la ventanilla.
Por una vez que el pobre chico era útil, ¡no tenía por qué rechazarlo!
Paulette subió al estribo y se deslizó detrás del parabrisas. Suspiró. Paolo, que le
rozaba el pantalón blanco inmaculado, le sonrió antes de poner primera.
—Hoy va a hacer calor, ¿eh?
Ella se abanicó.
—¡A mí me lo va a decir!
—¿Dónde va?
13
—A la oficina de correos.
Paolo arrancó mientras silbaba.
En la radio, un periodista anunciaba las noticias internacionales. Un tsunami en una
isla del Pacífico, un accidente de tráfico en las montañas, un escándalo político en las
urnas. Y al final, el deporte, lo único un poco agradable en este mundo en vías de
extinción. Paolo protestó:
—Se pasan el día dándonos malas noticias. La muerte de uno por aquí y el colmo de
no sé qué por allá. Aunque, sinceramente, cuando buscamos noticias buenas, ¡las hay!
Verdad, ¿no?
Paolo, que empezaba a conocer a Paulette, no esperó respuesta. Le dio al botón de la
radio y cambió de frecuencia. Un clásico de Jean-Jacques Goldman empezó a sonar.
Para sorpresa de la mujer, Paolo tarareó. La furgoneta redujo la velocidad al acercarse a
un resalto. Entraron en un pequeño pueblo florido. Paolo saludó tocando el claxon a
media docena de personas antes de detenerse delante de un sendero arbolado.
—Pues hale, ya ha llegado.
Paulette buscó por dónde se abría la puerta.
Paolo soltó:
—Por cierto, le quería decir…
—¿Qué? —gritó la mujer, más bruscamente de lo que habría querido.
Paolo la miró fijamente antes de desviar sus ojos hacia la carretera.
—Nada, olvídelo… Adiós, señora Paulette.
La mujer se esperó un momento en el asiento agujereado. Después, al notar el calor
que entraba en el vehículo, cogió su bastón y desapareció bajo la sombra de un castaño.
La oficina de correos aún no estaba abierta. Maldijo la holgazanería provincial antes
de ver a lo lejos un bar con terraza con parasoles rojos y blancos.
En el interior hacía fresco. Del techo colgaba una cinta adhesiva llena de moscas
negras y grandes. Sus alas batían lentamente por el movimiento de las aspas que giraban
en el techo. La mujer se puso detrás de una pequeña mesa y pidió un té helado. «¡Y un
cruasán!» le dijo a la dueña del bar que estaba detrás de la barra. Esta le dio un paquete
de tabaco a un joven que llevaba un peto. Tenía la piel morena del sol y llevaba una
gorra descolorida clavada en la cabeza.
—Y dos boletos para la quiniela —añadió el joven.
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El bar parecía ganar dinero tanto con los boletos de rasca y gana como con los
cigarros. Paulette pensó que eso, indudablemente, tenía que ver con la melancolía
ambiente de ese rincón olvidado de Francia. Dio un sorbo al té, saboreando la frescura
que apareció por sorpresa en su paladar. Poco importaba que la mesa estuviera pegajosa
y la silla coja: los cubitos que chocaban en su vaso lo excusaban todo. Mordió el
cruasán un poco seco. En ese mismo momento, la dueña del bar gritó dirigiéndose al
hombre al que le había dado el boleto:
—¡Tres y cuatro caballos en orden! ¡Quinientos ochenta y cinco euros! ¡Por haber
apostado cuarenta y cinco euros! ¡Toma!
Un cliente con la cara roja del alcohol aplaudió:
—¡Bravo, señor! A este ritmo, ¡nos va a arruinar la casa de apuestas de caballos!
—¡Póngame un poco más! —le dijo el de al lado al camarero, con el pantalón a ras
de la cintura—. ¡El señor Georges invita!
Paulette levantó la ceja. Cerca de la barra, el señor Georges brindaba a su pesar con
esos dos clientes del bar. Apretaba en su mano el recibo, muy molesto.
—¡Entonces, dinos, Joe! Te podemos llamar Joe, ¿no? —preguntó uno de los dos al
señor Georges—. ¿Qué hace para ganar tanto? ¿Qué tenemos que apostar nosotros hoy?
—Bueno… —dudó el hombre.
—Venga, ¡no te hagas el interesante y dale al pico!
Le arrebató al señor Georges el último número de la revista de las apuestas de
caballos que tenía bajo el brazo.
—Mire, este por ejemplo, Prince du Verger, ¡es un bonito nombre! El número 4.
¿Este va a ganar, Joe?
—Si fuera usted, no apostaría por ese… —dijo el señor Georges.
—¿Entonces por cuál? Venga, ¡te escuchamos!
—Bueno… El hipódromo de Cagnes-sur-Mer consta de una ruta de 1 600 metros,
pista de arena… Le recomendaría sobre todo Aticus que quedó tercero en una apuesta
de los cinco primeros en orden del Premio de Cagnes en césped. Es una carrera de
referencia que le hace justicia y…
—¿Pero tú entiendes algo de lo que dice? —preguntó el borracho al de al lado.
El otro, con la nariz en el vaso de vino, negó con la cabeza.
El señor Georges cogió una pequeña hoja cuadriculada y tachó algunos números
antes de dársela a sus interlocutores.
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—Ya está. Son 2 € la apuesta por los cinco primeros caballos en orden. Si yo fuera
usted, eso es lo que jugaría.
Los dos hombres miraron fijamente el papel asintiendo con la cabeza. El señor
Georges aprovechó para escabullirse procurando recuperar el periódico.
Se sentó en la mesa y pidió un café. Cuando la camarera desapareció, Paulette
apareció en su campo de visión. El señor Georges se puso pálido. Ella le regaló su
mejor sonrisa.
—¡Parece que le gustan los caballos! —exclamó la mujer.
—Eh… ¡buenos días, señora Paulette! —dijo el señor Georges antes de desaparecer
detrás del periódico.
—Yo también conocí bien a un caballo en mi juventud… Se llamaba Bourdon.
Bueno, más bien era un poni. ¿También apuesta por ponis?
Sin esperar respuesta, cogió su sombrero y se sentó en la silla enfrente de él.
—¡Todas esas moscas arman un escándalo insoportable! Aquí no hay quien se oiga.
El señor Georges miró a su alrededor antes de recordar el estado mental de esa
mujer. Se calmó. Paulette levantó el vaso, invitándolo a brindar con su taza de café.
—¡Por la victoria y las herraduras! Porque todo está en manos de los caballos,
¿verdad? —exclamó ella.
El señor Georges brindó de mala gana, preocupado por si se le caía el café sobre el
mantel de papel por el ímpetu de la mujer.
—¿No se come la galleta? —preguntó Paulette.
Se apresuró a comérsela. Ahora comprendía la importancia que el señor Georges le
daba al periódico. Y el ojo que siempre tenía pegado a la televisión del señor Yvon: al
señor Georges le gustaba el juego.
—A mí me encantaba ir al trote—continuó ella—. ¡Uno, dos! ¡Uno, dos! Me acuerdo
de que tenía que apoyarme bien sobre la pata del poni… ¿Le suena de algo?
El señor Georges negó con la cabeza. Parecía más concentrado en las hojas que en la
conversación con la mujer.
—¿Gana mucho dinero con las apuestas? —preguntó inesperadamente.
El señor Georges bajó el periódico y enrojeció. Había dado en el clavo.
—No, no precisamente, bueno, eso depende de lo que entienda por mucho…
Cambió de tema.
—¿Ha venido a pie?
16
De repente, Paulette se acordó de la carta que tenía que enviar antes de las doce del
mediodía a la residencia Hauts-de-Gassan. Entonces sonrió pensando en la cantidad del
cheque.
—¡Me alegra haberlo encontrado aquí! —dijo levantándose—. ¡Que pase un buen
día, señor Georges! Ah, ¡y buena suerte con sus ponis!
Le guiñó el ojo y desapareció dejando un olor de rosas y de flor de azahar.
El señor Georges suspiró y reflexionó. Con todas las mentiras que Paulette contaba,
no había nada que temer. Tendría que pasar mucho tiempo antes de que el señor Yvon y
los demás supieran lo que hacía con el dinero que le prestaban. Después, cogió el
periódico y se sumergió en las estadísticas de las últimas carreras de caballos.
19 Paulette le pidió un café a la dueña del bar. Su voz se perdió entre la barra y la
cafetera.
En el fondo, el señor Georges, con la camisa blanca remangada por los codos, estaba
inmerso en la lectura de la revista de las apuestas. Se estaba acabando el cruasán sin ni
siquiera levantar los ojos del periódico, pero con cuidado de que no se le cayeran
migajas al pantalón. Todas las mañanas, iba al pueblo vecino y apostaba en las carreras
a salvo de las miradas ajenas. Paulette se acercó a la silla vacía de delante de él.
—Buenos días, señor Georges.
El hombre se sorprendió.
—Eh… Buenos días, señora Paulette. ¡Resulta extraño verla por aquí de buena
mañana! ¿Cómo está?
La mujer cortó las formas de cortesía como si nada. Se inclinó hacia él y lo miró
fijamente a los ojos para asegurarse de que la entendiera bien.
—Necesito que me enseñe a jugar. No, rectifico: necesito que me enseñe a «ganar».
El señor Georges bajó lentamente el periódico. Sonrió.
—¿Usted? ¿Apostar en las carreras? Pero, ¿por qué?
—Eso no le incumbe.
El señor Georges se llevó la taza de café a los labios.
—Em, bueno, señora Paulette, así es un poco complicado, ¿por qué no juega usted a
la lotería? ¿O al tres en raya, como Marceline?
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El tono vagamente paternalista del señor Georges acabó por molestar a Paulette.
Cogió el periódico y lo dejó en la mesa de un golpe seco. Por un momento, se hizo un
silencio en las mesas de alrededor. La dueña y algunos clientes la miraron de arriba
abajo. Paulette continuó con voz más calmada:
—Señor Georges, aunque venga a pedirle consejo, no crea que siento admiración por
usted. Si fuera tan listo, me apostaría lo que fuera a que no viviría en ese nido de ratas
donde come las patatas fritas muy grasosas del señor Yvon y aguanta los chistes malos
de Marceline. En mi opinión, creo que está jugando con dinero que, en gran parte, no es
suyo. Y también imagino que esos prestamistas no tienen ni idea de lo que hace cada
mañana con su dinero. ¿Me equivoco, señor Georges?
El hombre se estremeció.
—Entonces, escúcheme bien. Si siente tanto aprecio por su reputación como por su
habitación en el albergue, le aconsejo que me enseñe lo que sabe para ganar mucho en
poco tiempo. ¡De lo demás ya me encargo yo!
Dejó el periódico en la mesa antes de dejar atrás la silla.
El señor Georges se quedó sin habla. ¡Paulette parecía haber recuperado la razón!
¿Qué mosca le había picado? Pero sobre todo, ¿cómo había llegado a sus oídos las
deudas que acumulaba en el pueblo?
Estaba perdido. Se enderezó en la silla y carraspeó.
—Señora Paulette, se equivoca, yo…
La mujer levantó la cabeza con un aire amenazante. El señor Georges se batió en
retirada.
—¿Pero cómo lo quiere hacer? Enseñarle llevaría un tiempo, meses, por no decir
años, y…
«¡Y tiene que estar en su sano juicio!» pensó para sí mismo.
—¡Oiga! Pare, ¡eh! ¡Si hiciera falta un título para venir a jugar aquí, las apuestas de
caballos tendrían que echar el cierre!
El señor Georges suspiró. Hizo sitio en la pequeña mesa de aluminio y pidió prestado
un lápiz a la camarera que pasaba por su lado. Después sacó una hoja blanca de una
pequeña bandolera. Se secó la frente con su pañuelo de tela antes de volver a metérselo
delicadamente en el bolsillo. A Paulette le gustaban esas formas que contrastaban
extrañamente con el bar anticuado donde se preparaba para recibir su primera clase de
hípica.
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El señor Georges se rascó la cabeza con el lápiz. No sabía por dónde empezar.
Además, ¿qué es lo que quería saber? Le mostró un boleto. Al menos eso era lo que le
podía enseñar. El rectángulo de papel estaba lleno de pequeñas casillas amarillas y
blancas, marcadas con un número. En la izquierda, el apostador tenía que elegir el tipo y
la cantidad de apuesta y la estrategia de juego antes de elegir los caballos.
—Pues mire. Hay que apostar por cinco caballos en orden cuando hay dinero en el
fondo de juego, generado por el trío y la apuesta de cuatro caballos en orden, o ver el
colocado, la sucesión de apuestas o la gemela colocada.
Paulette lo escuchaba con los ojos centrados en el extremo del papel de color.
—Y entonces, te tienen que gustar los caballos, las estadísticas, o aún mejor: las dos
cosas. Algunos apostadores disfrutan jugando con artimañas conocidas. La más simple
consiste, por ejemplo, en dividir las ganancias del favorito entre el número de
participantes…
Dicho esto, rodeaba las cifras en el periódico abierto. Sin previo aviso, Paulette cogió
su bastón y lo dejó caer sobre la mesa. El señor Georges se sobresaltó.
—¡No entiendo ni papa de lo que me está contando! —dijo la mujer enfadada.
El señor Georges levantó la mirada sin comprender nada.
—¿Por quién me toma? ¿Por una matemática y una veterinaria que se ha pasado la
vida en los hipódromos? ¡Ni siquiera sé jugar al bingo! Así que, por favor,
¡explíquemelo como Dios manda! ¡Me está irritando!
El señor Georges se disculpó. Es que no tenía la costumbre de que alguien le
preguntara por ese tipo de cosas. Por consejos y por números sí, pero para explicar así
todo eso a una novata, nunca.
—Pues va, ¡inténtelo! ¡Y sería mejor para usted que lo consiguiéramos!
La camarera se acercó. El señor Georges pidió un agua con sabor a melocotón.
Paulette echó a la joven con un gesto de la mano.
El señor Georges se secó de nuevo la frente.
—Bueno, pues… Las carreras son con caballos…
Paulette puso los ojos en blanco.
—Mejor dicho, con purasangre, para ser exactos. Hay caballos que corren en carreras
cortas, los velocistas, y otros en más largas, los de medio fondo o los fondistas. Corren
al trote o a galope, según su especialidad.
Le echó un vistazo a la mujer para asegurarse de que lo seguía. Dio un buen sorbo al
agua azucarada antes de continuar:
19
—El total del dinero que se gana depende, por supuesto, de la cantidad que se
apuesta… Pero eso depende también de las posibilidades del caballo.
—Sí, si se apuesta por un caballo en una carrera de cinco se gana menos que
apostando por uno en una de treinta. Eso lo sé, gracias.
—Exacto.
El señor Georges pensaba. ¡Tenía tanto que decir! ¿Cómo explicar que, más que una
cuestión de pronósticos, las carreras eran arte? Estudiar el rendimiento del caballo, su
capacidad dependiendo de la distancia, el tipo de entrenamiento y de yóquey, las
condiciones del hipódromo…
Su padre siempre había tenido caballos. Unos purasangre que confiaba a un criador
al que le hacían ganar mucho. El señor Georges había crecido con la emoción de las
carreras, el entusiasmo de los apostadores y el miedo a la salida en falso. El chasquido
de los boxes al abrirse, la aceleración de las pezuñas en la pista y los gritos de los
aficionados.
Paulette estaba perdiendo la paciencia. El juego ya le aburría.
—Entonces —continuó el señor Georges—, puede jugar con la posición de los
caballos, en orden o no…
De repente, los dos borrachos de la última vez irrumpieron en el bar. Uno de ellos le
dio una palmada en la espalda al señor Georges. Este último estuvo a punto de tirarse el
vaso encima.
—¡Caramba, Joe! ¿Qué tal, amigo mío?
El señor Georges, avergonzado, echó un vistazo a su compañera.
—¿Sabes que Gérard y yo hemos ganado? ¡Treinta y dos con quince euros! ¡Por
haber apostado dos euros! Va, Gérard, ¡enséñale el boleto!
Su amigo buscó en los bolsillos del pantalón, uno azul del trabajo desgastado y
manchado que llevaba demasiado bajo de las caderas. Paulette desvió la mirada.
—¡Bueno, Joe! ¿Cuándo nos dirás lo que necesitamos para apostar? ¡Encima
acabamos de cobrar la paga! ¡Esta vez vamos a jugar fuerte!
Desde la barra, la dueña les sermoneó:
—¡Eh, tranquilito, Jean-Claude! ¿Pero tú sabes qué pensaría tu pobre mujer de esto?
—Bah, ¡ya está, Mireille! Si tú no se lo dices, ¡no se enterará de nada! ¿Y quién te ha
dicho que no le voy a hacer un regalo con lo que gane? ¿Ah?
Le guiñó un ojo al señor Georges y le dio de codo a su amigo.
—¡Venga, va, Joe, dale caña!
20
—Em, bueno… —dijo el señor Georges—. Hay una carrera en Chantilly. Acaba con
una cuesta, así que hay que evaluar bien a los caballos. Yo prefiero a Divine
Charentaise. Cannelle des Prés, el del yóquey de chaqueta amarilla, está bastante bien
valorado, yo…
—¡Espera, Joe! ¡No volverás a hacer tu numerito! Gérard y yo solo queremos las
posiciones. Tú nos dices lo que tenemos que marcar y nosotros lo marcamos. ¿No,
Gérard?
Gérard rio escandalosamente, dejando ver los dientes que le faltaban.
—¡Pues sí! ¡Nosotros marcamos y nosotros ganamos el bote!
De repente, Paulette tuvo una idea.
—Señores —les interrumpió—, el señor Georges no tiene tiempo que perder con
gente como ustedes.
Los dos hombres se miraron, desconcertados.
—¿Qué le pasa a la vieja esta? ¿Es tu chica, Joe? ¡Nos la tenías que presentar!
¡Mírala toda enfadada!
El señor Georges enrojeció. Paulette, firme, continuó:
—Si quieren pronósticos, tienen que pagar. La última vez era de prueba. Han visto
que el señor Georges es un apostador de primera calidad. Si quieren un consejo, ya
saben lo que tienen que hacer.
Los dos juerguistas se miraron. ¿Les estaba tomando el pelo?
Gérard estaba muerto de risa. El otro lo cortó con un codazo en las costillas:
—¿Y cuánto por las previsiones de «el señor Georges»?
Jean-Claude alardeó al pronunciar su nombre.
—La mitad de vuestras ganancias, con un adelanto del primer juego que me tienen
que dar en efectivo.
Los dos hombres la miraron de arriba abajo, desconcertados.
—O lo toman o lo dejan.
La mujer cogió el periódico y fingió que se ponía a leer.
Jean-Claude y Gérard se miraron. Después, en señal de aprobación, cogieron una
silla y se sentaron respetuosamente alrededor de la mesa.
En su interior, Paulette sintió una gran alegría. A falta de entender las reglas, ella
sabía dictarlas. Y era una apuesta segura que, con ese sistema, ella tenía todas las de
ganar.
21
24
Paulette volvió a contar los billetes.
Después, anotó con su lápiz el nombre de los jugadores y la apuesta en cuestión.
—¡Siguiente!
Fuera, delante de la puerta del bar, se había formado una multitud de apostadores con
gorras. La camarera estaba agobiada.
—Por favor, ¡poneos en fila india! ¡Ya no podemos movernos! La señora Paulette se
ocupará de vosotros.
Los habitantes de los pueblos vecinos se habían puesto de acuerdo enseguida. ¡Había
dinero que ganar en la casa de apuestas en la plaza de la iglesia! ¡Dinero fácil, y además
sin hacer nada! Y encima tenían que estar listos para enfrentarse al mismísimo demonio
vestido de mujer que recibía una parte de sus ganancias.
—¿Pero cómo lo hace la vieja para saber quién va a ganar? —preguntó uno con un
cigarro en los labios.
—No te preocupes por nada, Jeannot —le respondió el otro—. No es la vieja, es Joe
allí en el fondo, el que está detrás de la pantalla. Es el que nos hace ganar la pasta; la
vieja es la que nos cobra…
—¿Ella nos cobra?
—Pues sí, ella nos cobra…
Le lanzaron una mirada desafiante a Paulette, un poco más lejos.
—No provoques, amigo mío, ¡al final todo el mundo gana! Eso es lo que cuenta.
Venga, dale tu pasta.
La camarera se acercó con tres chupitos de anís que se bebieron a la salud de Joe
mientras Paulette marcaba en su tablón sus nombres y la cantidad de su contribución.
Trazó una raya bien definida con la regla y tecleó en la calculadora.
—¡Siguiente!
Desde que habían comenzado su pequeña empresa unos días antes, cada vez eran
más las apuestas en el bote y Paulette lo gestionaba todo con gran destreza. El señor
Georges daba los números, Paulette apostaba en nombre de todos y después se repartían
las ganancias, procurando que ella se quedara con una parte generosa a cambio de las
predicciones buenas y fiables.
En el fondo del bar, protegido de la multitud y del ruido, el señor Georges estaba
atento a la retransmisión del Gran Premio de París en una pantalla de ordenador. Paolo
22
le había instalado una estación de control de última generación, con la máquina
conectada a Internet. Paulette puso fin a la conversación cuando Paolo le intentaba dar
más detalles sobre la instalación técnica. Eso no le interesaba. Lo que ella quería era que
el señor Georges tuviera acceso a toda la información necesaria.
—¿Qué tendríamos que hacer para ganar más? —le preguntó la mujer la noche
anterior, cuando sus ganancias batían el récord.
—Bueno, ¡para eso podríamos ir a los hipódromos! —soltó el señor Georges
bromeando.
—¿Para qué? —preguntó Paulette muy en serio.
—¡Pues para ver a los caballos!
Paulette reflexionó en esa frase mientras movía el té con la cuchara. Y al día
siguiente, Paolo llegó con todo su revoltijo de cables y su charlatanería interminable.
Desde entonces, el señor Georges, con el ceño fruncido, examinaba la silueta de los
purasangre, la actitud de los yoqueis, la calidad de la pista. Rehacía mentalmente el
recorrido, estudiaba los pasos de los équidos, vigilaba el pesaje de los corredores y las
nubes que se amontonaban en el cielo parisino. Sus ojos iban y venían entre la revista de
apuestas, los comentaristas del Gran Premio y su bloc notas en un vaivén tenso e
inquieto.
—Bueno, ¿y cuándo nos toca jugar a nosotros? —refunfuñó Gérard impaciente en la
barra.
Paulette le lanzó una mirada sombría. Bajo los ojos del señor Georges, los caballos
se presentaban al público. Los yoqueis, acuclillados en la silla de montar, hablaban en
voz baja con su entrenador sobre los desafíos de la carrera.
La mirada de Paulette se detuvo en el hombre. Parecía preocupado. Metió los fajos
de billetes en su bolso, dejó su sitio y fue con él. Se empezó a oír un griterío de
desaprobación en la fila.
—¿Le falta mucho para acabar? —preguntó Paulette.
El señor Georges levantó la cabeza.
—¿Cuánto hemos recaudado?
Paulette le susurró una cifra. Se quedó boquiabierto. La mujer le preguntó con una
mirada. Él le dio un papel.
—Aquí están los cinco caballos en orden por los que yo jugaría. No tengo ninguna
duda de que estos caballos…
Pero no estaba seguro; ella se enfadó.
23
—¡Va, venga! ¿Por qué esa cara de tonto? ¡Desembuche, hombre!
—Tengo un buen presentimiento con Belle-de-jour. Es muy joven, pero ya ha
ganado otras dos carreras antes. Buenas piernas, un trote experimentado. No es de los
favoritos y con todo lo que vamos a apostar… Podríamos ganar un buen pellizco.
Los ojos de Paulette brillaron.
—¡Pues adelante!
—¡Pero también podemos perder mucho! Un golpe demasiado fuerte de fusta y
queda descalificado…
Paulette lo hizo callar. No entendía ni una palabra de esas historias de fusta y de
caballos con nombres rebuscados. Todo lo que sabía era que, en negocios, no había que
dudar nunca.
—¡Señor Georges! A nuestra edad, podemos decir y hacer lo que queramos.
El hombre cogió aire y garabateó unas líneas en el papel; la mujer las cogió y volvió
a su escritorio improvisado. Echó un vistazo al reloj. Al hombre le quedaba menos de
un cuarto de hora para recaudar el dinero de las apuestas y entregar su apuesta en
común a la dueña del local.
En el bar, la cerveza corría a raudales. Una mezcla de emoción con un toque de
miedo vagaba en el aire mientras los clientes brindaban acechando a Paulette y al señor
Georges de refilón. ¡Les habían dado una tremenda cantidad de dinero!
De repente, una furgoneta aparcó delante de la terraza. Paolo bajó corriendo.
—¡Señora Paulette! ¡Señora Paulette! ¡El señor Yvon la busca por todos lados!
—¿Le ha dicho dónde estaba? —preguntó, dispuesta a tirársele al cuello.
—¡Claro que no! Pero he pensado que le interesaría saberlo.
—¡Saber qué, por Dios!
—Su hijo ha llamado. La estaba buscando.
Paulette se puso pálida. ¡Con todo ese frenesí de apostadores borrachos casi había
olvidado su misión!
—¿La llevo? —preguntó Paolo.
No estaba segura.
—¡Venga a por mí dentro de una hora!
Después, cogió los billetes que le daba un hombre mayor con peto y la nariz
enrojecida por el vino.
24
3. COMENTARIO DE LA TRADUCCIÓN
La traducción al español de Le bonheur n’a pas de rides presenta diversos problemas de
traducción lingüísticos y extralingüísticos que merecen una explicación detallada para
este trabajo: la fraseología, los pronombres personales on y nous, el voseo y el tuteo, los
posesivos, los participios y el vocabulario de gastronomía e hípica.
3.1. La fraseología
En primer lugar, cabe destacar la cantidad de fraseología, modismos e idiotismos que
aparecen en el texto original. La mayoría de estas expresiones presentan una
información mediante una imagen, una comparación o una metáfora que el lector debe
interpretar. Es por eso que cada lengua, según su cultura, sus costumbres y su historia,
las construye de forma diferente y, en muchos casos, no existe un equivalente en otras
lenguas que corresponda palabra por palabra, pero muchas veces sí en cuanto al
significado. Por lo tanto, para este trabajo he detectado todo tipo de fraseología en los
capítulos que he traducido de esta novela y he buscado su equivalente en español
teniendo en cuenta su significado. A continuación, se muestra la tabla 1 que recoge
alfabéticamente las expresiones en francés, su equivalente en español y el significado.
Más adelante, he comentado la traducción de otras expresiones que me han resultado un
poco complicadas.
Francés Español Significado
À contrecœur A su pesar Con disgusto o repugnancia
de hacer algo
À défaut de A falta de En caso de ausencia de
algo
À flots A raudales En abundancia
À l’abri des regards A salvo de las miradas
ajenas
Sin detrimento de los
demás
À tout rompre Hasta más no poder Al máximo
Avoir les yeux dans le
vague
Tener la mirada perdida No mirar a ninguna parte
por estar abstraído
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Francés Español Significado
Avoir tout sa tête Estar en su sano juicio Estar cuerdo, lúcido
Avoir tout à gagner
Tener todas las de ganar Tener muchas posibilidades
de ganar algo
Avoir vent de
Llegar a oídos de Llegar la información a
alguien
Battre en retraite Batirse en retirada Irse para evitar algo
C’est la fin des haricots Es el colmo Todo está perdido
Ça fait un bail Hace un siglo Hace mucho tiempo
Claquer la porte
Dar un portazo Cerrar la puerta de un
golpe
D’un bon pas A buen paso Aceleradamente, deprisa
D’un aire songeur
Con un aire pensativo Pensativo, que está absorto
en sus pensamientos
D’un revers de la main Como si nada Muy fácilmente
De l’eau a coulé sous les
ponts
Pasar el tiempo Muchas cosas han sucedido
desde entonces
Descendre à pas feutrés
Andar con pies de plomo Andar despacio, con
cuidado y precaución, con
movimientos lentos y
pisando fuertemente
Donner un coup de coude à
Dar de codo Avisar a quien está cercano
y advertirle de algo
tocándole recatadamente
con el codo
Dormir à poings fermés Dormir a pierna suelta Dormir profundamente
En faire son affaire Encargarse de Ocuparse de alguna cosa.
En guise de A modo de Como, a manera de
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Francés Español Significado
En petite tenue
Ligero de ropa Que viste únicamente ropa
interior o con poca ropa
Envoyer la sauce
Dar caña Aumentar la velocidad o la
intensidad de algo
Être tout grand
Estar de par en par Dicho de abrir las puertas o
ventanas: enteramente
En toute hâte A prisa Rápidamente
En éveil En vilo Estar atento, alerta
Jeter un coup d’œil à
Echarle un vistazo a Mirar algo sin mucho
detenimiento
Jouer gros
Jugar fuerte Aventurar al juego grandes
cantidades
Le cœur n’y est pas Hacer a desgana Realizar algo sin placer
Lever les yeux au ciel Poner los ojos en blanco Denotar gran asombro
Manquer de Estar a punto de Faltar poco para que se
haga u ocurra algo
Mettre la clef sous la
porte
Echar el cierre Cerrar un negocio
Mettre en garde
Poner en guardia Advertir de un peligro, en
actitud de prevención o
sobre aviso
Ne dormir que d’un œil
Dormir con un ojo abierto No poder dormir por estar
intranquilo, pendiente de
lo que pueda suceder
Ne pas bouger
No moverse ni un pelo No realizar ningún
movimiento bajo ningún
concepto
27
Francés Español Significado
Ne pas comprendre un
traître mot de
No entender ni papa de No entender nada de lo
que se dice
Ne pas faire de mal à une
mouche
No matar ni una mosca Ser una persona inofensiva
Ne pas tourner rond No estar bien de la cabeza Estar loco
On aurait dit Parecía Para hacer una comparación
On ne peut plus clair No poder ser más claro Evidente, patente
Perdre la raison Perder la razón Volverse loco
Pour tout dire Para ser sincero Para hablar francamente
Prendre l’eau
Hacer agua Presentar debilidad o
síntomas de ir a fracasar
Prendre la peine de
Tomarse la molestia de Obligarse a hacer algo,
hacer el esfuerzo necesario
para hacer algo
Prendre son courage à
deux mains
Armarse de valor Decidirse por fin,
utilizando toda su energía,
a hacer algo pese a una
dificultad o al miedo
Quelle mouche l’a piqué ?
¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué se enfurece de
repente y sin razón aparente?
Rester bouche bée Quedarse boquiabierto Estar muy sorprendido
Retrouver la raison Recuperar la razón Recobrar la lucidez
Rouler les mécaniques Alardear Jactarse de algo
Sauter à la gorge Tirársele al cuello a Atacar a alguien
S’en soucier comme de sa
première chemise
Importarle un comino No preocuparse en absoluto
por algo
28
Francés Español Significado
Se donner de la peine Hacer grandes esfuerzos Esforzarse mucho
Se faire (tout) petit
Pasar desapercibido Evitar que se hable de uno
mismo, no llamar la atención
Se mêler de ce qui ne le
regarde pas
Meterse donde no lo
llaman
Entrometerse en lo que no
le incumbe
Se passer le mot Ponerse de acuerdo Entenderse
Se mettre sur le chemin de
quelqu’un
Interponerse en el camino
de alguien
Impedir a alguien que haga
su voluntad
Se retourner dans son lit
Dar vueltas en la cama Ir de un lado para otro en la
cama por preocupación o
insomnio
Sentir le ventre se nouer
Ponérsele un nudo en la
garganta
No poder hablar por susto,
pena o vergüenza
Tendre l’oreille
Aguzar el oído Afinar un sentido para que
preste más atención
Trancher la gorge
Degollar Matar a alguien cortándole
la garganta o cortándole y
separando totalmente la
cabeza del cuerpo
Tabla 1. Fraseología francés-español. Fuente: Elaboración propia a partir del Diccionario temático de
locuciones francesas con su correspondencia española y del Diccionario de la lengua española.
Uno de los fragmentos que merecen especial atención es la oración que me dispongo a
comentar en el ejemplo 1. Contiene la expresión coloquial à vitesse grand V, según el
diccionario Le Trésor de la Langue Française informatisé (2002). Hay diferentes
opciones de traducción, entre las que destacan el adverbio rápidamente o la locución
adverbial a prisa. Con la primera se pierde una expresión del original que no se
reproduciría en el texto meta, y con la segunda se repite una locución que ya se ha
utilizado anteriormente con en toute hâte, recogida en la tabla 1. Por este motivo,
descarté ambas opciones. Mi elección final, a la velocidad de la luz, es una frase que no
29
está documentada en el diccionario, pero aparece en más de noventa ejemplos del banco
de datos CREA, Corpus de Referencia del Español Actual, lo que significa que su uso
es bastante frecuente.
Elle se rappela avoir lu quelque part
qu’il ne fallait pas réveiller les
marcheurs de nuit. Mais les desserts
disparaissaient à vitesse grand V.
Recordó que había leído en algún sitio
que no hay que despertar a los
sonámbulos. Pero los postres
desaparecían a la velocidad de la luz.
Ejemplo 1
En el ejemplo 2, la expresión en español a pasos de oso no es de uso común porque no
aparece documentado en ninguno de los corpus más extensos de la lengua española. En
este momento, la imagen que la narración nos regala es la del señor Yvon que vuelve a
su habitación tambaleándose como si fuera a caerse y yendo poco a poco porque está
inmerso en su somnolencia. A paso de tortuga o de buey podría ser una opción válida,
ya que está recogida en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia
Española (2018), de ahora en adelante DRAE, y significa «con mucha lentitud», pero se
perdería el matiz de la pesadez del personaje y de los movimientos a un lado y a otro.
Por lo tanto, me decanté por la locución adverbial andar o ir pisando huevos, cuyo
significado es «caminar lentamente, o mejor, con una lentitud desesperante», como
recoge Buitrago (2002: 49) en el Diccionario de dichos y frases hechas. 5.000 dichos y
frases hechas diferentes y 3.000 variantes de los mismos. Me pareció acertada porque la
imagen del adjetivo desesperante se puede aplicar a esos movimientos tambaleantes
propios de un sonámbulo.
Le patron moustachu ne sembla pas
l’entendre. Pourtant, quelques minutes
plus tard, il lécha sa petite cuillère,
gratta sa joue invalide et s’en retourna
dans sa chambre de son pas d’ours.
El hombre bigotudo no pareció
escucharla. No obstante, unos minutos
más tarde, dejó la cucharilla, se frotó su
mejilla inerte y fue a su habitación
pisando huevos.
Ejemplo 2
Otro caso es el de sentir son ventre se nouer en el ejemplo 3. Nos encontramos en una
escena en la que Nour observa detenidamente al dueño del albergue, preocupada por lo
que le pueda atormentar. El Dictionnaire de la langue française de Larousse (2019), de
ahora en adelante DLF, recoge la expresión nouer la gorge, l’estomac, cuya definición
30
es «serrer la gorge, l’estomac, en parlant d’une émotion». Dada la similitud en cuanto a
significado y ubicación corporal entre las palabras estomac y ventre, decidí dar como
válida esta definición y trasladar el significado al español. Ponérsele un nudo en la
garganta es mi propuesta de traducción porque, según el DRAE, se refiere a una
persona que no puede hablar por susto, pena o vergüenza; aquí es el miedo y la
preocupación que Nour siente por lo que pueda estar pensando el señor Yvon.
Mais elle le connaissait trop bien pour
ne pas percevoir la détresse qui
l’accompagnait ce soir. Elle sentit son
ventre se nouer.
Pero ella lo conocía demasiado bien
como para no darse cuenta de la angustia
que lo acompañaba esa noche. Se le puso
un nudo en la garganta.
Ejemplo 3
Por último, me parece relevante explicar la traducción del ejemplo 4. Mettre tout ça
derrière eux se podría traducir palabra por palabra porque en francés se trata de una
imagen y se entendería fácilmente en español: dejar todo eso atrás. Otra opción sería
traducirlo por el verbo olvidar, ya que sería conveniente en este caso por el contexto,
pero ya aparece en el texto meta una línea más arriba y, además, no es una imagen —Se
lo daremos a ese hombre para que se calle y olvidaremos todo esto—. No obstante, he
decidido traducirlo como pasar página porque, según el DRAE, significa «dar por
terminado algo».Otra locución posible sería hacer borrón y cuenta nueva, pero es una
expresión coloquial y, aunque en otros fragmentos del original aparecen coloquialismos,
he creído conveniente no utilizarlo para respetar el registro estándar de este fragmento.
Du regard, Monsieur Yvon la priait
d’accepter. Pour mettre tout ça derrière
eux. Pour se dire que l’insouciance était
encore possible. Pour vivre, enfin.
Con la mirada, el señor Yvon le rogaba
que aceptara. Para pasar página. Para
decirse que la tranquilidad aún existía.
Para, al fin y al cabo, vivir.
Ejemplo 4
31
3.2. Los pronombres personales on y nous
La lengua francesa se caracteriza por el uso constante del pronombre personal on, cuya
interpretación y traducción varía dependiendo de la situación comunicativa porque no
existe un pronombre equivalente en español.
Tomando como obra de referencia la Grammaire du français contemporain de Larousse
(1980), de ahora en adelante GFC, se explicarán los diferentes valores del pronombre on
y se ejemplificarán con un fragmento del original y mi propuesta de traducción.
El principal valor del pronombre on es su equivalencia con el pronombre de primera
persona del plural nous. El ejemplo 5 muestra este valor y resulta interesante
comentarlo para explicar la interpretación que he hecho de la escena. Nour le está
contando a su jefe por qué dejo su hogar. Balbucea —acción representada con puntos
suspensivos— porque le cuesta hablar. Entonces, utiliza el pronombre on para referirse
a que, en un primer momento, la ruptura con su pareja había sido decisión de los dos.
Luego lo rectifica al utilizar la primera persona del singular, je venais de quitter. Este
cambio de pronombre personal es lo que he querido reflejar en la lengua meta y, en este
caso, he hecho que Nour cambiara la conjugación verbal.
— Voilà… eh bien… Eh bien ce jour-là
vous m’avez sauvé la vie. On… Enfin je
venais de quitter mon mari. Un homme
violent. Physiquement et moralement.
—Exacto… y bueno… Y bueno, ese día me
salvó la vida. Acabábamos de… En fin,
acababa de dejar a mi marido. Un
hombre violento, física y moralmente.
Ejemplo 5
Otro valor del pronombre on es referirse a un individuo cuya identidad no se conoce. En
el ejemplo 6, el emisor es el señor Yvon y se queja del cacareo de un gallo, al que
desearía que matara fuera quien fuera. Teniendo en cuenta esto, lo he traducido por
alguien.
Un coq cria au loin. Si on pouvait lui
tordre le cou à celui-là aussi. Tiens ! Il
mettrait un coq au vin au menu du jour !
Un gallo cacareó en la lejanía. ¡Y si
encima alguien pudiera torcerle el cuello
a ese animal! ¡Vaya! ¡Haría un buen
estofado y lo pondría en el menú del día!
Ejemplo 6
En el ejemplo 7, aparece el pronombre on en dos frases seguidas y con un valor
diferente en cada caso. En el primero, el pronombre engloba una totalidad porque hace
32
referencia a una generalización que todo el mundo conoce. El emisor es el narrador y da
a entender que lo que está diciendo es una verdad universal. En el segundo caso, hace
referencia a un grupo de gente cuya identidad no es del todo precisa, como ocurre con
los rumores y las habladurías. El emisor es el narrador y con esta pregunta se refiere a la
frase anterior como algo que se dice y se oye habitualmente entre la gente.
On reconnaît le bonheur au bruit qu’il
fait en claquant la porte. C’est ce qu’on
dit, n’est-ce pas ?
Sabemos cuándo la felicidad llama a la
puerta. Eso es lo que dicen, ¿no?
Ejemplo 7
Por el contrario, el pronombre nous aparece muy puntualmente en el texto original. En
la segunda historia abunda mucho más el pronombre on, ya que los personajes que
aparecen tienden a utilizar coloquialismos y tonos informales. El único personaje que lo
utiliza poco más de tres veces es el señor Yvon en la primera historia, concretamente en
situaciones donde quiere expresar seriedad, como en el ejemplo 8, ya que con este
pronombre el lenguaje es más serio y formal.
— N’en parlons plus, insista Monsieur
Yvon, visiblement pressé d’aller se
recoucher. Il ne faudrait pas effrayer les
locataires.
—No hablemos más de esto —insistió el
señor Yvon, aparentemente con prisa de ir
a dormir—. No deberíamos asustar a los
huéspedes.
Ejemplo 8
33
3.3. El voseo y el tuteo
El pronombre personal tu «désigne explicitement un interlocuteur unique (que celui-ci
soit présent ou absent)», según Charaudeau (1992: 123) en la Grammaire du sens et de
l’expression. Si comparamos esta definición con la del pronombre vous de esta misma
gramática, descubrimos que hay un ligero matiz: «désigne explicitement un
interlocuteur unique (ou multiple) aux mêmes condition que tu, lorsque le locuteur
s’adresse à celui-ci avec politesse». A partir de estas definiciones, se puede concluir que
vous es una forma de cortesía y de formalidad, mientras que tu designa todo lo
contrario. Dicho esto, a continuación he analizado las apariciones de estos pronombres
en el fragmento que he traducido.
Los personajes que intervienen en los capítulos 9, 12 y 17 son el señor Yvon, el dueño
del albergue, y Nour, la cocinera. A pesar de conocerse desde hace muchos años,
siempre utilizan el pronombre vous por la relación profesional jefe-empleada que los
une. Además, Nour se dirige al hombre con la forma señor, apelación que refleja y
recuerda su avanzada edad, además de ser un aspecto característico de la formalidad y
del voseo. He decidido mantener en español este trato con la forma usted, como se
muestra en el ejemplo 9, porque así se pueden diferenciar las situaciones en que otros
personajes utilizan el pronombre tu, como Nour cuando se dirige a su gato.
Qui vous écrit ces lettres que vous vous
obstinez à cacher?
¿Quién le ha escrito esas cartas que se
empeña en esconder?
Ejemplo 9
Respecto a la segunda historia, Paulette siempre se dirige con el pronombre vous, ya sea
hacia Paolo, los borrachos del bar o el señor Georges. Por eso, en los tres casos he
decidido mantener en la traducción la forma de usted, como se muestra en el ejemplo 10
al dirigirse a Gérard y Jean-Claude, los borrachos del bar.
— Si vous voulez des pronostics, il faut
payer. La dernière fois, c’était pour
essayer. Vous avez vu que monsieur
Georges est un parieur de qualité. Si
vous voulez un conseil, vous savez ce
qu’il vous reste à faire.
—Si quieren pronósticos, tienen que
pagar. La última vez era de prueba. Han
visto que el señor Georges es un
apostador de primera calidad. Si quieren
un consejo, ya saben lo que tienen que
hacer.
Ejemplo 10
34
Un caso especial es el de Gérard y Jean-Claude porque, aunque entre ellos se tuteen,
mezclan las formas de vous y tu cuando se dirigen al señor Georges, además de llamarlo
Joe. He supuesto que esto sucede porque están borrachos y en lo último que piensan es
en cómo hablarle. Así pues, he decidido mantener esta discordancia en la versión en
español para también reflejar la actitud indiferente de estos dos ebrios. En los ejemplos
11 y 12 se puede comprobar cómo utilizan el voseo y el tuteo, respectivamente.
Comment qu’vous faites pour gagner
autant ?
¿Qué hace para ganar tanto?
Ejemplo 11
— Attends Joe ! Tu vas pas nous refaire
ton show là !
—¡Espera, Joe! ¡No volverás a hacer tu
numerito!
Ejemplo 12
35
3.4. Los posesivos
Según la GFC (1980: 247), la función del adjetivo y del pronombre posesivo es
«marquer un rapport d’appropriation et d’être ainsi l’équivalent de compléments du
substantif introduits par de». No obstante, este valor se utiliza con mucha más
frecuencia en la lengua francesa que en la española. Por eso, es de especial interés
comentar la traducción de los posesivos que aparecen en los capítulos que he traducido.
A continuación, he escogido diferentes ejemplo para mostrar las diferentes opciones de
traducción y evitar la excesiva repetición del posesivo en español.
Como se muestra en el ejemplo 13, he mantenido el posesivo en español porque va
acompañado del adjetivo respectifs y, por su significado de correspondencia, resulta
necesario conservar el posesivo para una mejor comprensión del texto.
L’affaire nettoyée, ils remontèrent à
leurs étages respectifs pour profiter de la
dernière heure de sommeil que leur
offrait le soleil.
Una vez todo limpio, subieron a sus
respectivos pisos para aprovechar la
última hora de sueño que les ofrecía el
sol.
Ejemplo 13
La siguiente oración, en el ejemplo 14, hace referencia a la miel que el señor Yvon está
buscando. El francés utiliza el posesivo porque refleja que este alimento es de su
posesión porque se lo va a comer. En español no se utiliza en este contexto porque se
daría a entender, por ejemplo, que en el tarro de miel hay una etiqueta con el nombre del
señor Yvon.
On aurait dit un ours en train de fouiller
une ruche pour y chercher son miel.
Parecía un oso hurgando en una colmena
en busca de miel.
Ejemplo 14
En el ejemplo 15, he optado por omitir el posesivo en francés y utilizar el pronombre
personal le porque, además de no repetir innecesariamente el posesivo, no se pierde el
matiz de referirse a Nour.
Elle frissonna. Monsieur Yvon posa une
main sur son épaule.
Se estremeció. El señor Yvon le puso la
mano sobre el hombro.
Ejemplo 15
36
En la siguiente oración, en el ejemplo 16, se sobreentiende que el felino toma leche cada
noche como de costumbre. El posesivo en francés denota esta práctica que Nour expresa
con el verbo attendre, ya que el gato no esperaría que le diese de beber si no fuera lo
habitual. Por lo tanto, en español he utilizado el adjetivo cada para mostrar esa rutina.
Je crois que Léon attend son lait du
soir…
Creo que Léon está esperando la leche de
cada noche…
Ejemplo 16
Los ejemplos 17, 18 y 19 reflejan el análisis en conjunto que he hecho de las
apariciones del sintagma son voisin, que permite encontrar la mejor opción de
traducción en cada caso.
La primera aparición de este sintagma se muestra en el ejemplo 17, escena en la que un
cliente del bar grita entusiasmado al haber ganado una apuesta de caballos. Entonces
intervienen Gérard y Jean-Claude, aunque en este momento el lector no los conoce. Así
pues, he decidido eliminar el posesivo son, pero dar a entender que los personajes están
uno al lado del otro como se sobreentiende en francés con voisin.
— Vous m’en remettez un petit ! ordonna
son voisin au serveur, le pantalon au ras
des fesses.
—¡Póngame un poco más! —dijo el de al
lado al camarero, con el pantalón a ras
de la cintura—. ¡El señor Georges invita!
Ejemplo 17
En el siguiente capítulo, el lector reconoce a estos dos personajes en la narración: «les
deux ivrognes de la dernière fois». En el diálogo que sigue a esta escena, se descubre el
nombre de uno de ellos, Gérard. En el momento que continúa la narración, aparece un
posesivo acompañado del sustantivo collègue, y entonces se da por hecho que Gérard y
el otro personaje tienen una mínima relación de amistad. Por esta razón, en el ejemplo
18 he optado por dejar el posesivo en español y acompañarlo del sustantivo amigo.
Son collègue fouilla les poches de son
pantalon, un vieux bleu de travail taché
qu’il portait bien trop bas sur les
hanches.
Su amigo buscó en los bolsillos del
pantalón, uno desgastado y manchado de
color azul del trabajo que llevaba
demasiado bajo en las caderas.
Ejemplo 18
37
Esto me lleva al comentario del ejemplo 19. Al contrario que en el anterior ejemplo con
el sustantivo voisin, esta vez lo he traducido como amigo porque en el texto original ya
ha quedado claro con la apelación collègue que Gérard y Jean-Claude, el otro personaje,
son amigos.
Il fit un clin d’œil à monsieur Georges et
donna un coup de couse à son voisin.
Le guiño un ojo al señor Georges y le dio
un codazo a su amigo.
Ejemplo 19
A modo de resumen, he creído conveniente ilustrar en la tabla 2 el proceso de
traducción que he seguido en estos tres ejemplos para esclarecer cómo me ha
condicionado cada decisión de traducción de este sintagma nominal.
Tabla 2. Resumen de la traducción del sintagma son voisin. Fuente: Elaboración propia.
Por último, en la oración del ejemplo 20 se utiliza el posesivo para expresar que algo es
característico de la personalidad de Paolo. Es un chico de pueblo que trabaja en el
negocio de frutas y verduras de su padre. En esta frase, el primer posesivo se utiliza
efectivamente para designar no solo que los cables son suyos, sino también ese
desorden que se da a entender en francés con fatras. Además, con el segundo posesivo
se sobreentiende que Paolo es un charlatán.
Et le lendemain, Paolo était arrivé avec
tout son fatras de fils et son bavardage
incessant.
Y al día siguiente, Paolo había llegado
con todo su revoltijo de cables y su charla
interminable.
Ejemplo 20
Primera aparición Son voisin El de al lado
Condicionamiento Son collègue Su amigo
Segunda aparición Son voisin Su amigo
38
3.5. Los participios
La lengua francesa posee dos tipos de participio: el participe présent y el participe
parfait. En este apartado he explicado, con la ayuda de diferentes ejemplos, las
decisiones que he tomado a la hora de traducirlos al español.
El participe présent, según la GFC (1980: 374), «s’appuie (sauf cas d’emploi absolu)
sur un substantif ou un pronom qu’il qualifie, à la façon d’une subordonnée relative.
[…] Il fonctionne comme un adjectif». Teniendo en cuenta esta definción, en la oración
del ejemplo 21 he traducido el participio donnant por una oración subordinada de
relativo en función de adjetivo.
Celle-ci était intacte, tout comme la
porte d’entrée donnant sur la rue, ainsi
que les fenêtres de la devanture.
Estaba intacta, igual que la puerta de
entrada que daba a la calle y las ventanas
del escaparate.
Ejemplo 21
Además, este participio «peut marquer un temps différent de l’époque du verbe
principal. Le sujet du participe est différent du sujet du verbe principal», según la GFC
(1980: 375). En el ejemplo 22, el sujeto del verbo principal es el señor Yvon y la acción
ocurre en el presente, mientras que el sujeto del participio es el padre del señor Yvon y
se refiere al pasado. Para traducirlo, he utilizado el gerundio porque posee carácter
adverbial.
Il se souvenait de son père, servant des
pommes de terre frites, comme son
grand-père auparavant, l’été en terrasse,
l’hiver au coin du feu.
Se acordaba de su padre sirviendo
patatas fritas, como también lo hizo su
abuelo en otro tiempo, en verano en la
terraza y en invierno cerca de la
chimenea.
Ejemplo 22
El participe parfait expresa una acción o proceso finalizado y manifiesta simultaneidad
con el verbo principal, como se explica en la GFC (1980: 377). Este valor temporal
corresponde al participio de la lengua española, razón por la que he traducido allongé
por el participio tumbado en el ejemplo 23.
39
Léon, allongé près d’elle, ne se donna
pas la peine de bouger.
Léon, tumbado a su lado, ni se inmutó.
Ejemplo 23
En los capítulos que he traducido me he encontrado en diferentes ocasiones con una
misma estructura de participio: un sintagma entre comas que describe el sustantivo al
que se refiere, cuyo núcleo es el verbo en participio. Así pues, en la oración del ejemplo
24 he decidido traducirlo por la preposición con y el participio en cuestión.
Au fond de la salle, monsieur Georges,
chemise blanche retroussée sur ses
avant-bras hâlés, était tout à la lecture
de Tiercé Magazine.
En el fondo, el señor Georges, con la
camisa blanca remangada por los codos,
estaba inmerso en la lectura de la revista
de las apuestas.
Ejemplo 24
Por último, dado su valor temporal de acción acabada, otra de las posibles traducciones
es utilizar el adverbio cuando o el sintagma una vez y el participio en español, como se
muestra en el ejemplo 25.
L’affaire nettoyée, ils remontèrent à
leurs étages respectifs pour profiter de la
dernière heure de sommeil que leur
offrait le soleil.
Una vez todo limpio, subieron a sus pisos
respectivos para aprovechar la última
hora de sueño que les ofrecía el sol.
Ejemplo 25
40
3.6. El vocabulario en Le bonheur n’a pas de rides
En las dos historias que he traducido aparecen diferentes referencias a comidas y
bebidas francesas, y en la segunda destaca el vocabulario referente a las apuestas de
carreras de caballos y a la hípica en general.
En primer lugar, cabe decir que la gastronomía es una característica cultural de cada
país. Teniendo en cuenta esto, he utilizado diferentes técnicas de traducción
dependiendo del contexto, de las connotaciones de la comida o bebida en cuestión y del
conocimiento del futuro lector de la versión en español. A continuación, en la tabla 3 se
muestran las técnicas de traducción que he utilizado con estos términos gastronómicos,
ordenados alfabéticamente. Como obras de referencia, he consultado La gastronomía
francesa de la A a la Z: diccionario gastronómico francés-español de Temmerman y
Chedorge (2001), de ahora en adelante DGFE, y Traducción y traductología.
Introducción a la traductología de Hurtado (2014), de ahora en adelante TYT. Más
adelante, he comentado aquellas palabras que, a mi parecer, han sido interesantes a la
hora de traducirlas, marcadas con un asterisco.
Francés Español Técnica de traducción
Coq au vin* Buen estofado Adaptación
Crème au chocolat Natilla de chocolate Adaptación
Crème brûlée Crema catalana Adaptación
Crème pâtissière Crema pastelera Traducción literal
Mousse de chocolat Mousse de chocolate Préstamo y traducción
Pastis* Chupito de anís Amplificación y adaptación
Porto Vino Generalización
Ramequin Pastelillo de queso Descripción
Spéculoos Galleta Generalización
Tarte au citron Tarta de limón Traducción literal
Vittel pêche* Agua con sabor a melocotón Descripción
Tabla 3. Técnicas de traducción de comidas y bebidas franceses. Fuente: Elaboración propia a partir de
DGFE y de TYT.
41
Para la traducción de coq au vin he decidido utilizar en español buen estofado. Ambos
platos se caracterizan por su proceso de elaboración —lo que en español he enfatizado
con el adjetivo buen—, típicos en sus países y cuya connotación podría ser una comida
en familia un domingo. La traducción de pollo al vino habría resultado extraña para el
lector en español, ya que no hubiera identificado este plato con un gran acontecimiento
o una reunión familiar, tal y como se sobreentiende en el texto original.
La palabra pastis en francés corresponde en significado a la española pastís, recogida en
el DRAE como «bebida alcohólica, a base de anís, típica de la región francesa de
Provenza, que suele consumirse mezclada con agua». Al traducirlo al español, he
pensado que la palabra chupito encajaría en el contexto porque, en mi opinión, el verbo
vider hace pensar que los personajes se beben el alcohol rápidamente. Además, en
español he especificado el tipo de alcohol para que no se pierda este matiz que en el
texto original ya se expresa con pastis.
Para la traducción de Vittel pêche he utilizado la técnica de descripción al traducirlo
como un agua con sabor a melocotón. He creído conveniente explicar que el señor
Georges no había pedido una simple botella de agua, ya que a lo largo de la novela se da
a entender que es un señor refinado, metódico y con carácter.
En segundo y último lugar, en la tabla 4 he recopilado el vocabulario específico de
apuestas de carreras de caballos y de hípica. He encontrado la información sobre las
apuestas en las páginas webs oficiales del PMU, empresa que se encarga de las apuestas
de carreras de caballos en Francia, y del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid, el que
tiene más juego en España. Además, estuve en contactado con un pronosticador
especializado en carreras de caballos para poder conocer de primera mano este mundo.
Francés Significado Español
Casaque Chaqueta de seda de los yoqueis Chaqueta
Coupé placé Apostar por dos caballos que lleguen
entre los tres primeros, con once o más
participantes
Gemela colocada
Jockey Jinete profesional de carreras de caballos Yóquey
Miler Caballo especializado en carreras de entre
1 600 y 2 400 metros de distancia
Caballo de medio
fondo
42
Francés Significado Español
PMU Pari Mutuel Urbain. Apuestas de carreras
de caballos a escala nacional en Francia
Casa de apuestas de
carreras de caballos
Pur-sang Caballo de una raza que es producto del
cruce de la árabe con las del norte de
Europa
Purasangre
Quarté dans l’ordre Apostar por cuatro caballos en el orden
exacto de llegada
Apuesta por cuatro
caballos en orden
Quinté+ Apostar por cinco caballos en el orden
exacto de llegada
Apuesta por cinco
caballos en orden
Report placé Sucesión de apuestas de cualquier tipo en
diferentes carreras en un mismo día
Sucesión de apuestas
Simple placé Apostar por un caballo que llegue entre
los tres primeros si participan más de
once; entre los dos primeros si participan
menos de once
Colocado
Sprinter Caballo especializado en carreras de
menos de 1 600 metros de distancia
Velocista
Stayer Caballo especializado en carreras de más
de 2 400 metros de distancia
Fondista
Tiercé dans l’ordre Apostar por tres caballos en el orden
exacto de llegada
Trío
Turfiste Persona interesada en las carreras de
caballos, sobre todo para apostar en ellas
Aficionados
Tiercé Magazine Revista francesa especializada en
apuestas de carreras de caballos
Revista de apuestas
de carreras de
caballos
Tabla 4. Vocabulario de apuestas de carreras de caballos e hípica. Fuente: Elaboración propia a partir de
las páginas webs oficiales del PMU y del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid, del DRAE, del DLF y de
preguntas a un pronosticador profesional.
43
4. CONCLUSIONES
Como se muestra en el trabajo, he traducido al español seis capítulos de Le bonheur n’a
pas de rides y, seguidamente, he comentado los seis aspectos del francés con más
concurrencia en el texto original.
Este trabajo es el resultado de mis cuatro años de estudios de traducción, una ocasión
que he aprovechado para trabajar en las dos lenguas que mejor domino, el francés y el
español. El texto que he traducido presenta diferentes dificultades, pero cabe decir que
la más conflictiva ha sido el vocabulario relacionado con la hípica. Era todo un reto que
podía resolver gracias a este trabajo, pero el camino hasta llegar a las soluciones que he
propuesto no ha sido fácil. Investigué varias páginas web en francés y en español sobre
apuestas de carreras de caballos y, después de descifrar los términos en francés, contacté
con un pronosticador profesional que me facilitó algunos términos en español. Para mí,
fue todo un desafío académico y personal porque, a pesar de no conocer el mundo de las
apuestas ni de la hípica, tuve que indagar sobre el tema. Este es uno de los encantos que
ofrece la traducción literaria, ya que el traductor que se dispone a traducir una obra
nunca sabe qué tipo de lenguaje encontrará en esas páginas.
Asimismo, creo que con este trabajo se ha conseguido aunar las principales dificultades
de traducción del francés al español. Por un lado, el pronombre on, el tratamiento de
vous y la constancia con la que se utilizan los posesivos y los participios son algunas de
las principales cuestiones que he estudiado a lo largo del grado. Por el otro lado, la
fraseología y el vocabulario son propios de cada lengua como consecuencia de su
cultura, por lo que supone una dificultad de traducción en cualquier combinación
lingüística. Gracias a este trabajo, he podido comprobar de primera mano que,
efectivamente, todas estas cuestiones son un verdadero problema en la traducción del
francés al español. Igualmente, he tenido el privilegio de traducir un texto de mi
elección y poder ponerme en la piel de una traductora que tiene en sus manos un
encargo de traducción real.
En relación con este hipotético encargo, no he podido traducir toda la obra por falta de
espacio y limitación de este trabajo. Por este motivo, más adelante me gustaría
continuar con esta traducción para poder tenerla completa en español, e incluso podría
proponer su publicación en una editorial. Aparte de las dificultades que acarrearía este
futuro trabajo, tendría que traducir su carta de presentación: el título. Le bonheur n’a
44
pas de rides es una clara metáfora de la historia de Paulette, quien encuentra por fin la
felicidad a su avanzada edad. Mis propuestas de traducción para el título de la novela en
su versión en español serían La felicidad no tiene arrugas, La felicidad no entiende de
edad o Nunca es tarde para ser feliz. También son metáforas en la lengua meta, ya que
la primera es una traducción literal y las otras dos muestran paralelismo con las
expresiones populares españolas el amor no entiende de edad y nunca es tarde para
[hacer algo].
Este trabajo ha conseguido finalmente sus objetivos: proponer una traducción natural y
fluida en la lengua meta siendo fiel al texto original, y un comentario donde se han
analizado las principales dificultades de traducción con sus respectivas soluciones y
explicaciones. A raíz de estos resultados, los ejemplos pueden ayudar a personas de este
ámbito de estudio a comprender las posibles traducciones que puede tener un aspecto
lingüístico. Además, el trabajo puede incitar a plantear nuevos trabajos de investigación.
La búsqueda que he hecho sobre la terminología de las apuestas podría dar el
pistoletazo de salida para, por ejemplo, completar la base de datos terminológica
Termium Plus del gobierno de Canadá. En este extenso glosario se recopilan términos
en francés que aparecen en el texto original pero clasificados en otro ámbito, otros se
recogen en inglés y en francés, pero no en español, y otros simplemente no aparecen.
Por último, cabe destacar que este trabajo me ha ofrecido la oportunidad de poner en
práctica mis conocimientos de traducción, despertar mi parte investigadora y disfrutar
de las dos lenguas que más me apasionan, el francés y el español, a las que quiero
dedicarme profesionalmente en un futuro.
45
5. BIBLIOGRAFÍA
Buitrago, A. (2009). Diccionario de dichos y frases hechas: 5.000 dichos y frases
hechas diferentes y 3.000 variantes de los mismos (3ª ed.). Madrid: Espasa.
Charaudeau P. (1992). Grammaire du sens et de l’expression. París: Hachette
Éducation.
Chevalier, J. C., Arrivé, M., Blanche-Benveniste, C. y Peytard, J. (1964). Grammaire
Larousse du français contemporain. Paris: Libraire Larousse.
Dictionnaire de la langue française. (2019). Consultado en
https://www.larousse.fr/dictionnaires/francais-monolingue
Hipódromo de La Zarzuela. (s.d.). Hipódromo de La Zarzuela de Madrid. Consultado
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Hurtado, A. (2014). Traducción y traductología: Introducción a la traductología (7ª
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46
6. ANEXOS
6.1. Anexo 1: texto original en francés
Historia 1
9
Nour ouvrit les yeux.
Un rayon de lune caressa le pied de son édredon. Elle s’assit dans son lit et tendit
l’oreille. Un bruit de casseroles renversées lui parvint de la cour.
Léon, allongé près d’elle, ne se donna pas la peine de bouger. Le réveil indiquait cinq
heures. Qui pouvait donc faire autant de vacarme à une heure si matinale ? Dans sa
cuisine qui plus est ?
Nour sentit son cœur s’accélérer.
Elle attrapa sa robe de chambre et descendit à pas feutrés dans l’escalier. Les
marches craquèrent sous ses pieds. Elle retint son souffle.
Une porte claqua sans qu’elle puisse dire d’où cela provenait. Léon, peu téméraire,
l’observait depuis le palier de la chambre, ses yeux luisant dans la pénombre.
Nour se saisit d’un objet oblong et métallique que monsieur Yvon avait fixé au mur
du couloir en guise de décoration. Un ronflement puissant lui parvint de la chambre de
Marceline.
Elle s’arrêta à l’approche du rez-de-chaussée. Dans le clair-obscur se dessinaient les
tables, déjà dressées pour le déjeuner.
— Monsieur Yvon ? souffla-t-elle.
Puis plus fort :
— Qui est là ?
Seul le silence boisé de la brasserie lui répondit. Alors que ses yeux s’habituaient à
l’obscurité, elle fixa le grand miroir derrière le bar qui lui donnait une vue sur toute la
salle. Les carreaux rouges et blancs des nappes s’y reflétaient à l’envi.
Elle traversa la salle de restaurant avant de se ruer sur l’interrupteur. Au même
moment, Léon glissa entre ses jambes nues. Nour poussa un cri.
— Léon ! Tu me tueras un jour ! Si je te…
Elle s’arrêta, stupéfaite, et hurla :
— Monsieur Yvon ! Monsieur Yvon ! On a été cambriolés ! Venez vite ! Monsieur
Yvon !
47
Monsieur Yvon manqua de tomber dans les escaliers, son marcel blanc retroussé au-
dessus du ventre.
— Quoi ? Qu’y a-t-il ? Que se passe-t-il ? Mais enfin Nour ! Que faites-vous avec ma
corne de chasse à une heure pareille ?
Nour leva la tête vers monsieur Yvon. Elle tendit le bras vers le frigo à desserts où
quelques heures plus tôt trônait une demi-douzaine de mousses au chocolat. Une nappe
avait été arrachée de l’une des tables. Deux ramequins brisés gisaient au sol tandis que
les tartes au citron, à moitié dévorées, s’affalaient sur le carrelage en damier. Une chaise
renversée complétait le tableau de cet étrange champ de bataille.
Un courant d’air leur parvint de la cuisine. La porte-fenêtre était grande ouverte.
Quelques feuilles mortes s’engouffrèrent dans la petite salle. Nour frissonna dans sa
chemise de nuit.
Monsieur Yvon se rua sur la caisse. Celle-ci était intacte, tout comme la porte
d’entrée donnant sur la rue, ainsi que les fenêtres de la devanture. La moustache
ébouriffée, le patron se contenta de secouer la tête. De toute évidence, le coupable était
déjà parti.
— Allons, fermez la fenêtre Nour s’il vous plaît. C’est probablement un groupe
d’enfants qui a joué à se faire peur. Je mettrai un verrou supplémentaire demain et
m’assurerai de parler aux parents du village.
Nour leva un sourcil circonspect tout en ramassant les bris de ramequins.
— N’en parlons plus, insista monsieur Yvon, visiblement pressé d’aller se recoucher.
Il ne faudrait pas effrayer les locataires.
L’affaire nettoyée, ils remontèrent à leurs étages respectifs pour profiter de la
dernière heure de sommeil que leur offrait le soleil.
Nour se glissa dans son lit. Dehors, quelques oiseaux s’éveillaient.
Ce cambriolage la tourmentait. En quinze ans passés à l’auberge, cela n’était jamais
arrivé. Qui cambriolait un restaurant à cinq heures du matin ? Ça ne faisait aucun sens !
Et pourquoi semblait-elle être la seule à s’en inquiéter ?
Elle tourna et retourna dans son lit, agacée à l’idée que monsieur Yvon puisse
terminer sa nuit sans souci.
Un étage plus bas, sous le parquet usé qui séparait sa chambre de celle du patron,
l’heure n’était pas non plus au repos. Les yeux grands ouverts dans la pénombre déjà
48
déclinante du petit matin, monsieur Yvon fixait le plafond, incapable de trouver le
sommeil.
Le cambriolage était une mise en garde du corbeau. Qu’est-ce que ça pouvait être
d’autre ? Aujourd’hui le chariot à desserts, demain la caisse, et après ? Jusqu’où était-il
prêt à aller ? Monsieur Yvon déglutit, crispé.
Il repensa à la lettre qu’il avait reçue la veille. Une de plus à ajouter à la série de
menaces dont il était l’objet depuis bientôt un mois. Le dernier message était on ne peut
plus clair : monsieur Yvon n’était pas la cible du maître-chanteur.
La cible, c’était Nour.
Pourquoi, comment, Dieu seul savait. Et la cuisinière aussi probablement. L’auteur
des lettres devait les avoir observés un moment avant de déduire que monsieur Yvon
ferait une victime idéale. C’était lui le propriétaire de l’auberge. Lui qui était derrière la
caisse. Lui qui n’aurait pas fait de mal à une mouche, et encore moins si d’elle
dépendait la survie du restaurant. Lui, enfin, qui se sentait responsable de tout et de tout
le monde. Et surtout de Nour.
Monsieur Yvon se recroquevilla dans son lit. Il se sentait terriblement seul. Comment
était-il supposé faire face à tout cela ? Les lettres, les menaces. Maintenant le
cambriolage. Le premier en trente ans de service ! Et puis la Paulette avec ses absences !
Ça aussi, on s’en serait bien passé. Elle lui faisait presque de la peine. Abandonnée par
sa famille, perdue dans son monde imaginaire qui prenait l’eau. Et son fils qui semblait
s’en soucier comme de sa première chemise !
Non, il n’était pas supposé faire face à ça tout seul. L’image de Roland s’imposa à
lui. Son saxo sur l’épaule. Toujours souriant. Rien n’était jamais grave pour lui.
« T’inquiète frérot ! » qu’il disait. « Ça va s’arranger ! »
Un coq cria au loin.
Si on pouvait lui tordre le cou à celui-là aussi. Tiens ! Il mettrait un coq au vin au
menu du jour ! Monsieur Yvon soupira sous sa moustache poivre et sel et, le jour
venant, se résolut à contrecœur à sortir de son lit.
12
La maisonnée dormait à poings fermés quand Léon poussa un miaulement terrifiant.
Nour sursauta. Les sens en éveil, elle s’assura qu’elle n’avait pas rêvé. Elle ne
dormait que d’un œil depuis le cambriolage. Terrifiée à l’idée que quelqu’un
s’introduise dans sa chambre en pleine nuit pour lui trancher la gorge.
49
Un bruit sourd lui parvint de la cour. Elle frissonna et sortit en toute hâte de son lit.
S’agenouillant sur le parquet qu’elle savait fin, elle souffla en direction de la chambre
de monsieur Yvon qui dormait quelques mètres plus bas :
— Monsieur Yvon ! Monsieur Yvon ! Réveillez-vous, ils sont revenus ! Monsieur
Yvon !
Elle plaqua son oreille au sol, mais seul le silence lui répondit.
Armée de la corne de chasse, elle descendit les escaliers avant de s’immobiliser à
quelques marches du rez-de-chaussée.
Debout devant le frigo à desserts et en petite tenue, monsieur Yvon fixait la rangée
de crèmes au chocolat, comme hébété.
— Monsieur Yvon ?
Ce dernier ne réagit pas, se contentant de saisir une cuillère à soupe dans le casier à
couverts.
Elle s’approcha sans un bruit.
Monsieur Yvon croqua dans une tarte au citron, les yeux dans le vague. Des miettes
s’écrasèrent à ses pieds. Sa bouche était couverte de crème pâtissière.
— Monsieur Yvon !
Nour resta bouche bée.
Le patron mangeait vite et salement. On aurait dit un ours en train de fouiller une
ruche pour y chercher son miel. La tarte au citron engloutie, il saisit maladroitement une
crème au chocolat. Le cœur de Nour se remit à battre plus lentement. C’était donc ça.
Un somnambule gourmand…
Elle pouffa à l’idée que quelqu’un puisse les surprendre, elle en chemise de nuit, une
corne de chasse à la main, et monsieur Yvon en slip, la tête dans le frigo à desserts.
Elle se rappela avoir lu quelque part qu’il ne fallait pas réveiller les marcheurs de
nuit. Mais les desserts disparaissaient à vitesse grand V. Elle se glissa de l’autre côté du
frigo et entreprit de sauver les crèmes brûlées qu’elle avait préparées pour le lendemain.
Deux heures de travail que monsieur Yvon engloutissait sans scrupule.
— Monsieur Yvon, ces desserts sont pour les clients, lui souffla-t-elle.
Le quinquagénaire ne réagit pas.
— Monsieur Yvon ! Retournez vous coucher ou nous n’aurons plus rien à servir
demain !
50
Le patron moustachu ne sembla pas l’entendre. Pourtant, quelques minutes plus tard,
il lécha sa petite cuillère, gratta sa joue invalide et s’en retourna dans sa chambre de son
pas d’ours.
Nour se laissa tomber sur une chaise. D’aussi loin qu’elle s’en souvienne, elle n’avait
jamais été témoin d’une telle activité nocturne. Il était temps qu’elle et monsieur Yvon
aient une sérieuse discussion. Quelque chose ne tournait pas rond.
17
Le soir tombait sur l’auberge.
Une rosée bienvenue perla bientôt sur les plantes. Assis dans le jardin, monsieur
Yvon fixait le ciel d’un air songeur. Son cœur battait encore à un rythme soutenu sans
qu’il puisse le mettre au pas. Quand le monde était-il devenu si compliqué ? Il se
souvenait de son père, servant des pommes de terre frites, comme son grand-père
auparavant, l’été en terrasse, l’hiver au coin du feu. Il accueillait les clients par leur
prénom, avec son sourire de travers et une coupelle d’olives vertes. En ce temps-là,
personne ne venait vous menacer chez vous pour une poignée de billets !
Il interrogea son père en quête d’un signe de sa part. Que fallait-il faire ? Les étoiles
le fixaient en silence. Qu’aurait fait Raymond à sa place ? Le ciel de monsieur Yvon
était peuplé d’étoiles bienveillantes, parties trop tôt.
Monsieur Yvon se rappela les années tendres où, avec son jumeau, ils faisaient de la
planche à roulettes sur les mains pour impressionner les filles du quartier. Puis les
verres de limonade, à l’ombre des tilleuls. La taille fine de leurs admiratrices, qui
buvaient leurs récits d’aventuriers. Les soirées où on jouait aux cartes et où Raymond et
lui raflaient toujours la mise. Leur complicité valait tous les stratagèmes et un seul
regard leur permettait de remporter n’importe quelle partie.
Une vague de nostalgie le submergea. On reconnaît le bonheur au bruit qu’il fait en
claquant la porte. C’est ce qu’on dit, n’est-ce pas ? Glissant sa main dans sa gabardine,
il en tira sa pipe qu’il fourragea lentement. C’est le moment que choisit Nour pour le
rejoindre, une tisane au creux des mains. Elle s’assit en silence.
Le visage du patron était fermé, ses traits tirés. Ses mâchoires se contractaient à
intervalles réguliers.
— Tout va bien ? glissa-t-elle doucement.
Monsieur Yvon ne cilla pas, concentré sur l’obscurité qui déjà recouvrait les champs
au loin. Les contours de leurs silhouettes se faisaient plus flous. Seuls les yeux vairons
51
de monsieur Yvon luisaient dans la pénombre ; deux petites billes brillantes et de tailles
inégales.
Elle s’apprêtait à lui souhaiter bonne nuit quand monsieur Yvon brisa le silence :
— Faut arroser la menthe. Elle a soif.
Nour acquiesça en silence. Un chien aboya au loin.
— Foutue journée… lâcha monsieur Yvon en secouant la tête de droite à gauche.
Il se leva et saisit le tuyau d’arrosage. L’eau fraîche éclaboussa le petit potager. Une
odeur de terre mouillée remonta dans l’air du soir. Monsieur Yvon arrosa les plants
d’aromates un à un. Un parfum gourmand mêlé de menthe et de basilic chatouilla le nez
de la cuisinière.
Monsieur Yvon désaltéra le pied de lilas, les deux pommiers, le mimosa. Et termina
par le poirier qu’il gardait toujours pour la fin. Le bruit cristallin de l’eau, assourdi par
la terre qui sursaute et s’abreuve, le ramenait à l’origine de l’Homme. Combien de
générations avant lui avaient désaltéré en silence leurs plants, s’abandonnant à la
contemplation de la nature ? Ce geste doux et rassurant, effectué dans l’intimité du soir,
portait en lui la promesse de jours meilleurs. Pourtant, cette fois-ci, la pureté de l’instant
ne réussit pas à chasser les démons qui peuplaient l’esprit du jardinier.
Nour, habituée de ce rituel, l’observait en silence. Le patron lui semblait si fragile, le
dos voûté, attentif à rendre ses végétaux heureux comme si tout le reste n’avait plus
d’importance. Mais elle le connaissait trop bien pour ne pas percevoir la détresse qui
l’accompagnait ce soir. Elle sentit son ventre se nouer.
Tel un charmeur de serpents, monsieur Yvon enroula avec soin le tuyau sur sa base.
Puis il se laissa retomber sur sa chaise. Une lassitude palpable alourdissait ses
mouvements.
Ils restèrent ainsi un long moment à regarder le ciel. Sans bruit. Leur ouïe eût-elle été
aussi fine que celle de Léon, qu’ils eussent pu entendre les étoiles chuchoter au loin.
— Monsieur Yvon, lâcha-t-elle soudain, je sais qui est l’auteur des cambriolages de
l’armoire à desserts. Et ça ne va pas vous plaire.
Monsieur Yvon se redressa, les sourcils froncés.
Il sortit la pipe de sa bouche.
— Qui ? Qui est-ce ?
Nour le fixa sans répondre.
— Les petits de la Mireille ? Le fils de Violaine Parmentier ?... Les petits de la
Mireille ! Ah ! J’en étais sûr ! Je vais m’en…
52
Nour l’arrêta.
— Non, monsieur Yvon. C’est vous.
Monsieur Yvon la regarda comme si elle avait perdu la raison.
— Comment ça : « C’est vous » ?
— Monsieur Yvon, avez-vous déjà fait des crises de somnambulisme auparavant ?
Il se caressa la moustache, perplexe.
— Non, non, pas que je sache, enfin peut-être étant enfant, mais ça remonte à loin…
— Monsieur Yvon, est-ce que quelque chose vous tracasse ?
Il soupira. Une chouette hulula dans le lointain. Un grillon lui répondit.
— On commence à se connaître un peu, dit Nour. On n’est pas toujours d’accord sur
les légumes à mettre au menu, mais…
— Nour, je ne pense pas qu’il faille que je vous implique dans tout ça.
Nour feignit d’ignorer le ton ferme de monsieur Yvon.
— Qui vous écrit ces lettres que vous vous obstinez à cacher ?
Monsieur Yvon tressaillit. Les secrets ne le restaient jamais longtemps dans ce
village minuscule. Il tira lentement sur sa pipe avant de soupirer lourdement.
— Je n’en ai aucune idée… Tout ce que je sais c’est que lui vous connaît. Il prétend
savoir des choses sur votre passé que nous n’aurions pas intérêt à laisser s’ébruiter.
Nour ne respirait plus. Son cœur battait à tout rompre.
— Écoutez, Nour… reprit-il. Je ne veux pas me mêler de ce qui ne me regarde pas.
L’auberge a besoin de vous et je veux que vous sachiez que je suis là pour vous…
— Il vous demande de l’argent, c’est ça ?
— Oui.
— Beaucoup d’argent ?
— Je crois qu’on peut dire ça, oui.
Nour déglutit péniblement.
— Pour tout vous dire, j’aurais déjà payé cet homme si les caisses de l’auberge
étaient un peu plus remplies, dit monsieur Yvon.
— Oh monsieur Yvon ! gémit Nour.
Un gouffre venait de s’ouvrir sous ses pieds. Elle le regardait, avachi sur la chaise de
jardin, lui d’habitude si grand, et soudain si fragile, au milieu de ce petit monde de
chlorophylle. Elle se surprit à craindre pour lui davantage que pour elle-même.
Elle prit son courage à deux mains.
53
— Monsieur Yvon, je vous dois une explication… Voilà, je… Je ne sais pas trop par
où commencer… Peut-être par la fin. Vous vous souvenez de quand je suis venue pour
l’annonce ? Quand vous cherchiez une nouvelle cuisinière ?
— Oui, bien sûr… Ça fait un bail. C’était juste avant l’arrivée d’Hippolyte. Il avait
fait très froid cet hiver-là, les jonquilles…
Il ne prit pas la peine de finir sa phrase.
— Voilà… eh bien… Eh bien ce jour-là vous m’avez sauvé la vie. On… Enfin je
venais de quitter mon mari. Un homme violent. Physiquement et moralement. Un jour
j’étais la plus belle, il me couvrait de bijoux, de compliments, adorait ma cuisine et la
couleur de mes yeux. Le lendemain, eh bien… le lendemain il me dénigrait devant nos
amis et m’insultait devant ma mère. La veille de mon départ, sous prétexte que la table
n’était pas mise à son retour du travail, il m’a jeté au visage une poêle pleine d’huile
bouillante. J’ai réussi à protéger mes yeux, mais mes bras en gardent encore la trace.
Elle resserra son chandail sur sa poitrine. Monsieur Yvon remarqua qu’elle tremblait.
— Pour plein de mauvaises raisons, je suis restée longtemps en espérant qu’il
change. Et puis un jour, j’ai décidé de partir. Je n’avais plus le choix.
Elle laissa passer un silence.
— Mais là d’où je viens, au pays je parle, c’est un homme puissant. Il connaît
beaucoup de monde. Je savais qu’il ne laisserait jamais tomber. Je me doutais qu’il me
chercherait. Et si je suis encore là pour en parler, c’est parce que vous monsieur Yvon,
vous avez accepté de me faire confiance. L’auberge était suffisamment discrète. Un
village qui compte plus de vaches que d’habitants… Qui allait venir me chercher ici ?
J’ai changé de nom, de coiffure. Et je me suis faite petite. Enfin… C’est ce que je
pensais.
Elle frissonna. Monsieur Yvon posa une main sur son épaule. Il ne savait pas quoi
dire. Et puis en fait, si, il savait.
— Nour, cet argent, on va le trouver. On va le donner à cet homme pour le faire taire.
Et ensuite on oubliera tout ça.
Du regard, monsieur Yvon la priait d’accepter. Pour mettre tout ça derrière eux. Pour
se dire que l’insouciance était encore possible. Pour vivre, enfin.
Nour savait que rien n’était jamais aussi simple. Mais ce soir, sous les branches du
poirier qui cachaient les étoiles, elle décida de croire monsieur Yvon et sa joue
immobile.
— Tout ce qu’il nous faut, c’est des idées Nour. Des idées lucratives.
54
Il sourit à demi et lui prit la main.
Le cœur de Nour s’emplit de gratitude. Elle priait chaque soir pour cet homme qui lui
avait sauvé la vie. Même quand ils s’accrochaient sur une histoire de courgettes ou de
pommes de terre frites. Elle remercia à nouveau le ciel de l’avoir mis sur son chemin.
Un miaulement se fit entendre dans l’obscurité.
— Je crois que Léon attend son lait du soir…
— Bonne nuit Nour.
— Bonne nuit monsieur Yvon. Et merci.
Monsieur Yvon resta un moment dans le noir à écouter les insectes. D’habitude il
parlait aux limaces. Il les menaçait gentiment de les mettre au plat du jour si elles
s’attaquaient aux laitues. Mais ce soir, le cœur n’y était pas.
55
Historia 2
13
Paulette glissa l’enveloppe dans son sac à main.
Elle enfila une paire de chaussures confortables et se dépêcha de sortir, son chapeau
sur la tête.
Il fallait qu’elle prenne l’air ! Elle n’en pouvait plus d’être enfermée ici, avec pour
seule compagnie une Marceline qui commentait du matin au soir la rubrique des chats
écrasés, quand elle ne s’escrimait pas sur ses tickets à gratter. Et cette chaleur ! Pas un
brin d’air dans le restaurant, tout juste un ventilateur posé dans un coin qui brassait de
l’air chaud.
Il était encore tôt. Elle partit d’un bon pas en direction du village voisin, celui qui se
targuait d’avoir un salon de coiffure et un petit bureau de poste.
Léon l’observait du haut d’un muret. Il secoua la queue et miaula. Paulette tenta de le
chasser d’un coup d’éventail. Léon ne bougea pas, hors d’atteinte de la vieille dame.
Paulette détestait ce greffier. Sans cesse à fureter partout. Elle retrouvait même des poils
de chat sur son oreiller ! On aurait dit qu’il s’empressait de rapporter à la cuisinière ses
moindres faits et gestes. Elle maudit le chat jusqu’à ce qu’il disparaisse de sa vue. Sale
bête.
Elle remonta son sac à main sur son épaule. Le chèque d’engagement pour les Hauts-
de-Gassan partirait ce jour. Sur le contrat, elle avait imité la signature de Philippe en
s’assurant que les prochaines factures soient envoyées à son domicile.
Une vache meugla sur son passage ; elle chassa une mouche d’un coup de queue
habitué. Le bitume réverbérait déjà les rayons du soleil. Paulette s’épongea le front. Un
Klaxon se fit entendre derrière elle. Quelques secondes plus tard, une camionnette
blanche s’arrêta à son niveau. PETITJEAN Père et Fils s’affichait en grosses lettres sur
le flanc du véhicule. Autour, une farandole de fruits et légumes multicolores était
partiellement recouverte de poussière.
— Je vous dépose ? lui lança Paolo par la portière.
Pour une fois qu’il savait se rendre utile celui-là, c’était pas de refus !
Paulette escalada le marchepied et se glissa derrière le pare-brise. Elle poussa un
soupir sonore. Paolo, rasé de près dans son jogging blanc immaculé, lui sourit avant
d’enclencher la première.
— Va faire chaud aujourd’hui hein !
Elle s’éventa.
56
— À qui le dites-vous !
— Vous allez où ?
— À la Poste.
Paolo démarra en sifflotant.
Dans la radio, un journaliste égrenait les nouvelles du monde. Un tsunami dans une
île du Pacifique, un accident de la route dans le Larzac, un scandale politique dans les
urnes. Et enfin, le sport, seule touche de légèreté dans ce monde en voie d’extinction.
Paolo protesta :
— Ils passent leur temps à nous donner de mauvaises nouvelles. Et la mort d’untel
par-ci, et la fin des haricots par-là. Alors que franchement, quand on en cherche des
bonnes nouvelles, il y en a ! C’est vrai c’que j’dis non ?
Paolo, qui commençait à connaître la Paulette, n’attendit pas de réponse. Il tourna le
bouton et changea de fréquence. Un classique de Jean-Jacques Goldman se fit entendre.
À la surprise de la vieille dame, Paolo chantonna. La camionnette ralentit à l’approche
d’un dos-d’âne. Ils entrèrent dans un petit bourg fleuri. Paolo salua d’un coup de
Klaxon une demi-douzaine de personnes avant de s’arrêter devant une allée arborée.
— Et voilà, vous y êtes.
Paulette chercha comment ouvrir la porte.
Paolo lâcha :
— Au fait j’voulais vous dire…
— Quoi ? aboya-t-elle, plus brusquement qu’elle ne l’aurait voulu.
Paolo la fixa avant de détourner ses yeux vers la route.
— Non, laissez tomber... Au revoir madame Paulette.
Elle s’attarda un instant sur le fauteuil troué. Puis, sentant la chaleur qui s’insinuait
dans l’habitacle, elle attrapa sa canne et disparut à l’ombre d’un marronnier.
Le bureau de poste n’était pas encore ouvert. Elle pesta contre la paresse provinciale
avant d’apercevoir un troquet et sa terrasse aux parasols rouges et blancs.
La salle était fraîche. Au plafond pendait un ruban adhésif recouvert de mouches
noires et grasses. Leurs ailes s’agitaient doucement sous l’effet des pales qui tournaient
au plafond. Elle se glissa derrière une petite table et commanda un thé glacé. « Avec un
croissant ! » ajouta-t-elle à l’intention de la patronne derrière le comptoir. Celle-ci tendit
un paquet de cigarettes à un jeune homme en salopette. Il avait la peau brunie par le
soleil et une casquette décolorée vissée sur le crâne.
57
— Et deux tickets de Loto, ajouta ce dernier.
Le bar-tabac semblait débiter autant de tickets à gratter que de cigarettes. Paulette
songea que cela avait sûrement à voir avec la morosité ambiante de ce coin oublié de la
France. Elle prit une gorgée de son thé, savourant la fraîcheur qui prenait d’assaut son
palais. Peu importait que la table fût poisseuse et la chaise bancale : les glaçons qui
s’entrechoquaient dans son verre excusaient tout. Elle croqua dans un croissant un peu
sec. Au même moment, la patronne s’exclama à l’attention de l’homme qui lui avait
tendu son ticket :
— Tiercé et Quarté dans l’ordre ! Cinq cent quatre-vingt-cinq euros ! Pour quarante-
cinq euros de mise, tiens !
Un habitué au visage rougeaud applaudit :
— Bravo monsieur ! Vous allez nous siphonner le PMU à ce rythme-là !
— Vous m’en remettez un petit ! ordonna son voisin au serveur, le pantalon au ras
des fesses. C’est le ‘sieur Georges qui paye sa tournée !
Paulette leva un sourcil. Près du comptoir, monsieur Georges trinquait malgré lui
avec les deux piliers du bar. Il serrait dans sa main son reçu, mal à l’aise.
— Alors, dites-nous Joe ! On peut vous appeler Joe hein ? demanda l’un d’eux à
monsieur Georges. Comment qu’vous faites pour gagner autant ? Faut qu’on mise quoi
nous autres aujourd’hui ?
— Eh bien… hésita le vieil homme.
— Allez, soyez pas pansu quoi ! Faites donc voir vot’ baveux là !
Il s’appropria le dernier numéro de Tiercé Magazine que monsieur Georges tenait
sous son bras.
— Tenez, c’ui là par exemple, Prince du Verger, c’est un beau nom ça ! Numéro 4. Y
va gagner c’ui là Joe ?
— Si j’étais vous, je ne parierais pas sur lui… dit monsieur Georges.
— Lequel alors ? Vas-y, on t’écoute !
— Eh bien… Cagnes-sur-Mer c’est un parcours en seize cents mètres, piste en sable
fibreuse... Je vous recommanderais plutôt Aticus qui était 3e d’un Quinté+ du Prix de
Cagnes sur gazon. C’est une course de référence qui plaide bien en sa faveur et…
— Tu comprends c’qui dit toi ? demanda le rougeaud à son voisin.
L’autre, le nez dans son verre de porto, secoua la tête.
Monsieur Georges saisit une petite feuille quadrillée et cocha quelques numéros
avant de la tendre à ses interlocuteurs.
58
— Voilà. C’est 2 € le Quinté. Si j’étais vous, c’est ce que je jouerais.
Les deux hommes fixèrent le papier en hochant la tête. Monsieur Georges en profita
pour s’éclipser en prenant soin de récupérer son journal.
Il s’attabla et commanda un café. Lorsque la serveuse disparut, Paulette apparut dans
son champ de vision. Monsieur Georges blêmit. Elle lui décocha son plus beau sourire.
— Vous aimez les chevaux on dirait ! s’exclama la vieille dame.
— Oh bonjour madame Paulette ! lança monsieur Georges avant de disparaître
derrière son journal.
— J’ai bien connu un cheval moi aussi dans ma jeunesse… Il s’appelait Bourdon.
Enfin, c’était plutôt un poney. Est-ce que vous misez sur des poneys aussi ?
Sans attendre de réponse, elle attrapa son chapeau et se glissa sur la chaise en face de
lui.
— Toutes ces mouches, ça fait un vacarme insupportable ! On ne s’entend plus
parler.
Monsieur Georges regarda autour de lui avant de se rappeler l’état mental de la
vieille dame. Il se détendit. Paulette leva son verre, l’invitant à trinquer avec sa tasse de
café.
— À la victoire et aux fers à cheval ! Car tout est dans le sabot, non ? s’exclama-t-
elle.
Monsieur Georges trinqua de mauvaise grâce, soucieux de ne pas voir son café
s’étaler sur le set en papier sous l’engouement de la vieille dame.
— Vous ne mangez pas votre spéculoos ? demanda Paulette.
Elle s’empressa de croquer dans le biscuit. Elle comprenait maintenant l’importance
que monsieur Georges accordait à son journal. Et l’œil qu’il avait rivé en permanence
sur le téléviseur de monsieur Yvon : monsieur Georges avait le goût du jeu.
— Moi j’aimais bien le trot, reprit-elle. Une, deux ! Une, deux ! Je me rappelle qu’il
fallait caler le lever de fesses sur la patte du poney… Ça vous dit quelque chose ?
Monsieur Georges secoua la tête. Il semblait plus absorbé par ses feuillets que par la
conversation de la vieille dame.
— Vous gagnez beaucoup d’argent avec vos paris ? demanda-t-elle subitement.
Monsieur Georges abaissa son journal et rougit. Elle avait tapé juste.
— Non, pas vraiment, enfin ça dépend ce que vous appelez beaucoup…
Il changea de sujet :
— Vous êtes venue à pied ?
59
Elle se rappela soudain la lettre qu’elle devait faire partir avant midi aux Hauts-de-
Gassan. Puis elle sourit en pensant au montant du chèque.
— J’étais ravie de vous rencontrer ici ! lança-t-elle en se levant. Bonne journée à
vous monsieur Georges ! Oh, et bonne chance avec vos poneys !
Elle lui fit un clin d’œil et disparut dans un sillage de rose et de fleur d’oranger.
Monsieur Georges poussa un soupir et se raisonna. Avec toutes les salades que cette
Paulette racontait, il n’y avait pas grand-chose à craindre. De l’eau coulerait sous les
ponts avant que monsieur Yvon et les autres aient vent de ce qu’il faisait de l’argent
qu’ils lui prêtaient. Puis il saisit son journal et se plongea dans les statistiques des
dernières courses hippiques.
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Paulette commanda un café à la patronne du troquet.
Sa voix s’égara entre le comptoir et le percolateur.
Au fond de la salle, monsieur Georges, chemise blanche retroussée sur ses avant-bras
hâlés, était tout à la lecture de Tiercé Magazine. Il finissait son croissant sans même
lever les yeux de son journal, en prenant soin néanmoins de ne pas mettre de miettes sur
son pantalon. Tous les matins, il partait au village voisin et misait sur les courses à
l’abri des regards. Paulette avisa la chaise vide face à lui.
— Bonjour monsieur Georges.
Le vieil homme sursauta.
— Oh bonjour madame Paulette. C’est drôle de vous voir ici de bon matin !
Comment allez-vous ?
Elle chassa ces formules de politesse d’un revers de la main. Puis elle se pencha vers
lui et le regarda droit dans les yeux, pour être sûre de bien se faire comprendre.
— J’ai besoin que vous m’appreniez à jouer. Non, je reprends : j’ai besoin que vous
m’appreniez à gagner.
Monsieur Georges baissa lentement son journal. Il sourit.
— Vous ? Jouer aux courses ? Mais pourquoi ?
— Ça, ça ne vous regarde pas.
Monsieur Georges porta une tasse de café à ses lèvres.
— Et bien, madame Paulette, c’est un peu compliqué comme ça, pourquoi ne
joueriez-vous pas plutôt au Loto ? Ou au Morpion comme Marceline ?
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Le ton vaguement paternaliste de monsieur Georges acheva d’énerver Paulette. Elle
attrapa le journal et l’abaissa d’un coup sec sur la table. Le silence se fit
momentanément aux tables alentour. La patronne et quelques habitués les dévisagèrent.
Paulette reprit d’une voix mesurée :
— Monsieur Georges, si je viens vous demander conseil, n’allez pas croire pour
autant que je vous tiens en admiration. Si vous étiez si malin, il y aurait fort à parier que
vous n’habiteriez pas dans ce trou à rats, à manger les frites trop grasses de monsieur
Yvon et à endurer l’humour douteux de Marceline. Il m’est d’avis que vous devez jouer
de l’argent qui pour une grande partie n’est pas le vôtre. Et j’imagine aussi que les
prêteurs concernés n’ont aucune idée de ce que vous faites chaque matin avec leur
argent. Est-ce que je me trompe, monsieur Georges ?
Le vieil homme tressaillit.
— Alors, écoutez-moi bien. Si vous tenez à votre réputation autant qu’à votre
chambre à l’auberge, je vous conseille de m’apprendre ce que vous savez pour gagner
vite et bien. Le reste, j’en fais mon affaire !
Elle jeta le journal sur la table avant de se laisser aller en arrière sur sa chaise.
Monsieur Georges resta sans voix. La Paulette semblait avoir retrouvé la raison !
Quelle mouche l’avait donc piquée ? Et surtout, comment avait-elle eu vent des dettes
qu’il accumulait dans la commune ?
Il était perdu. Il se redressa sur sa chaise et se racla la gorge.
— Madame Paulette vous vous trompez, je…
La vieille dame leva le menton d’un air menaçant. Monsieur Georges battit en
retraite.
— Mais comment voulez-vous qu’on s’y prenne ? Vous former prendrait du temps,
des mois, si ce n’est des années et…
Et il faut avoir toute sa tête ! ajouta-t-il en lui-même.
— Oh ! Arrêtez, hein ! S’il fallait un diplôme pour venir jouer ici, le PMU pourrait
mettre la clef sous la porte !
Monsieur Georges soupira. Il fit de la place sur la petite table en aluminium et
emprunta un crayon à la serveuse qui passait à leur hauteur. Puis il sortit une feuille
blanche d’une petite sacoche à bandoulière. Il s’épongea le front avec son mouchoir en
tissu avant de le remettre délicatement dans sa poche. Paulette appréciait ces manières
qui contrastaient étrangement avec le bar-tabac défraîchi où elle s’apprêtait à recevoir sa
première leçon de turfiste.
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Monsieur Georges se gratta la tête avec son crayon. Il ne savait pas par quoi
commencer. Que voulait-elle savoir d’ailleurs ? Il avança un ticket de jeu devant elle.
C’était toujours ça qu’il pouvait lui montrer. Le rectangle de papier était rempli de
petites cases jaunes et blanches, marquées d’un numéro. À gauche, le parieur était invité
à choisir le type de pari, la mise et la formule de jeu avant de miser sur les chevaux.
— Alors voilà. Au Quinté, il faut jouer quand on a de la cave, elle-même générée par
le Tiercé, le Quarté, ou voire le Simple placé, le Report placé ou le Coupé placé.
Paulette l’écoutait, les yeux rivés sur le bout de papier coloré.
— Ensuite, il faut aimer les chevaux, les statistiques, ou encore mieux : les deux.
Certains parieurs aiment à jouer des martingales connues. La plus simple consiste par
exemple à diviser le rapport du favori par le nombre de partants…
Ce disant, il entourait les chiffres sur la double page de son journal. Sans prévenir,
Paulette saisit sa canne et l’abattit sur la table. Monsieur Georges sursauta.
— Je ne comprends pas un traître mot de ce que vous racontez ! s’énerva-t-elle.
Monsieur Georges leva vers elle un regard plein d’incompréhension.
— Pour qui me prenez-vous ? Pour une mathématicienne doublée d’une vétérinaire
qui aurait passé sa vie sur les champs de courses ? Je ne sais même pas jouer au Bingo !
Alors, bon Dieu, expliquez-moi ça correctement ! Ah ! Vous m’agacez déjà !
Monsieur Georges s’excusa. C’est qu’il n’avait pas l’habitude qu’on lui demande ce
genre de choses. Des conseils, des numéros, ça oui, mais tout expliquer comme ça à un
néophyte, jamais.
— Et bien, essayez ! Et ça vaudrait mieux pour vous qu’on y arrive !
La serveuse s’approcha. Monsieur Georges commanda un Vittel pêche. Paulette
chassa la jeune femme de la main.
Monsieur Georges s’essuya à nouveau le front.
— Bon eh bien… Les courses se font avec des chevaux…
Paulette leva les yeux au ciel.
— Enfin, avec des pur-sang plus exactement. Il y a des chevaux qui courent des
courses courtes, les sprinters, et d’autres plus longues, on les appelle les milers ou les
stayers. Ils courent au trot ou au galop, selon leur spécialité.
Il jeta un coup d’œil discret à la vieille dame pour s’assurer qu’elle suivait. Il aspira
une longue gorgée d’eau sucrée avant de poursuivre :
— Le montant du gain dépend bien évidemment de la somme que l’on mise… Mais
ça dépend aussi de la cote du cheval.
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— Oui, à cinq contre un, on gagne moins qu’à trente contre un. Ça, je connais, merci.
— Bon.
Monsieur Georges réfléchissait. Il y avait tant à dire ! Comment expliquer que bien
plus qu’une affaire de pronostics, les courses relevaient de l’art ? Étudier les
performances du cheval, l’aptitude à la distance, la forme de l’entraînement, celle du
jockey, la nature de l’hippodrome…
Son père avait toujours eu des chevaux. Des pur-sang qu’il confiait à un éleveur et
qui lui rapportaient beaucoup. Monsieur Georges avait grandi avec l’excitation des
courses, l’enthousiasme des parieurs et la crainte du faux départ. Le claquement des
stalles à l’ouverture, l’accélération des sabots sur la piste et les cris des turfistes.
Paulette s’impatientait. Déjà, le jeu la barbait.
— Donc, reprit monsieur Georges, vous pouvez jouer des numéros de chevaux, dans
l’ordre ou le désordre…
Soudain, les deux ivrognes de la dernière fois firent irruption dans le bar. L’un d’eux
tapa dans le dos de monsieur Georges. Ce dernier manqua de renverser son verre sur ses
genoux.
— Et bien Joe ! Comment ça va mon ami ?
Monsieur Georges jeta un coup d’œil gêné à sa voisine.
— Tu sais qu’avec Gérard on a gagné ? Trente-deux euros et quinze centimes ! Pour
deux euros de mise ! Vas-y Gérard, montre-z’y voir le ticket !
Son collègue fouilla les poches de son pantalon, un vieux bleu de travail tâché qu’il
portait bien trop bas sur les hanches. Paulette détourna les yeux.
— Alors Joe ! Quand c’est que tu nous dis c’qui faut qu’on joue encore ? On a reçu
not’ paye en plus ! On va jouer gros c’te fois-ci !
Depuis le comptoir, la patronne les harangua :
— Hé mollo Jean-Claude ! Tu sais c’que ta femme elle penserait de ça ?
— Oh ça va la Mireille ! Si tu lui dis pas, elle en saura rien ! Et pis qui c’est qui t’dit
que j’vais pas lui faire un cadeau avec c’que j’vais gagner hein ?
Il fit un clin d’œil à monsieur Georges et donna un coup de coude à son voisin.
— Allez vas-y Joe, envoie la sauce !
— Et bien… dit monsieur Georges. Il y a cette course à Chantilly. Ça se termine par
une montée, donc il faut bien jauger les chevaux. J’ai une préférence pour Divine
Charentaise. Cannelle des Prés en casaque jaune est plutôt bien cotée, je…
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— Attends Joe ! Tu vas pas nous refaire ton show là ! Nous avec Gérard, on veut
juste les numéros. Tu nous dis c’qui faut cocher, et puis nous on coche. Hein Gérard ?
Gérard rit bruyamment, découvrant deux dents manquantes.
— Ouais ! Nous on coche et on empoche !
Soudain, Paulette eut une idée.
— Messieurs, les coupa-t-elle, Monsieur Georges n’a pas de temps à perdre avec des
gens comme vous.
Les deux se regardèrent, interloqués.
— Qu’est-ce qu’elle a la vieille là ? C’est ta gonz’ Joe ? Fallait nous la présenter,
regarde elle est toute contrariée !
Monsieur Georges rougit. Paulette, inébranlable, poursuivit :
— Si vous voulez des pronostics, il faut payer. La dernière fois, c’était pour essayer.
Vous avez vu que monsieur Georges est un parieur de qualité. Si vous voulez un
conseil, vous savez ce qu’il vous reste à faire.
Les deux noceurs se regardèrent. Est-ce qu’elle plaisantait ?
Gérard explosa de rire. L’autre le coupa d’un coup de coude dans les côtes :
— Et c’est combien les prévisions de « monsieur Georges » ?
Jean-Claude roula des mécaniques en prononçant le nom du vieil homme.
— La moitié de vos gains, avec une avance pour le premier jeu à me régler en
espèces.
Les deux hommes la dévisagèrent, perplexes.
— À prendre ou à laisser.
Elle attrapa le journal et feignit de se plonger dans sa lecture.
Jean-Claude et Gérard se regardèrent. Puis, en signe d’assentiment, ils attrapèrent
une chaise, et s’assirent respectueusement autour de la table.
Intérieurement, Paulette jubilait. À défaut de comprendre les règles, elle savait les
dicter. Et il y avait tout à parier que dans ce système, elle avait tout à gagner.
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Paulette recompta les billets.
Puis à l’aide de son crayon, nota le nom des joueurs et la mise concernée.
— Au suivant !
Dehors, devant la porte du bar-tabac, un attroupement de parieurs en casquettes
s’était formé. La serveuse était débordée.
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— S’il vous plaît, mettez-vous en ligne ! On ne peut plus circuler ! Madame Paulette
va s’occuper de vous.
Les habitants des communes voisines s’étaient vite passé le mot. Il y avait de l’argent
à gagner au PMU de la place de l’Église ! De l’argent facile, et rien à faire en plus !
Encore fallait-il être prêt à affronter le cerbère en col de dentelle qui encaissait une
partie de vos gains.
— Mais comment qu’elle fait la vieille pour savoir qui va gagner ? demandait l’un,
un mégot collé aux lèvres.
— T’inquiète de rien Jeannot, lui répondit l’autre. C’est pas la vieille, c’est le Joe là-
bas au fond, celui qu’est derrière sa téloche. C’est lui qui ramène les fafiots, la vieille
elle, elle encaisse…
— Elle encaisse ?
— Ouais, elle encaisse…
Ils coulèrent un regard méfiant vers Paulette quelques mètres plus loin.
— Cherche pas mon vieux, au final tout le monde est gagnant ! C’est ça qui compte.
Vas-y, donne-z-y tes pépettes.
La serveuse s’approcha avec trois pastis qu’ils vidèrent à la santé de Joe tandis que
Paulette marquait dans son tableau leur nom et le montant de leur contribution. Elle tira
un trait bien net à la règle et pianota sur sa calculette.
— Au suivant !
Depuis quelques jours qu’ils avaient commencé leur petite entreprise, les mises au
pot avaient pris une belle ampleur et Paulette gérait le tout d’une main de maître.
Monsieur Georges donnait les numéros, Paulette pariait en leur nom à tous, puis ils se
répartissaient les gains, la vieille dame prenant soin de s’en attribuer une part généreuse
en échange de ses bons et loyaux calculs.
Au fond du café, à l’abri de la foule et du bruit, monsieur Georges était tout à la
retransmission du Grand Prix de l’Étoile sur un écran d’ordinateur. Paolo lui avait
installé une station de contrôle dernier cri, reliant l’engin à Internet. Paulette avait mis le
holà quand Paolo avait tenté de lui donner plus de détails sur son installation technique.
Ça ne l’intéressait pas. Tout ce qu’elle voulait, c’était que monsieur Georges ait accès à
toutes les informations nécessaires.
— Qu’est-ce qui ferait qu’on gagnerait plus ? lui avait-elle demandé la veille, alors
que leurs gains atteignaient des records.
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— Ah ! Pour ça il faudrait se rendre sur les champs de courses ! avait lancé monsieur
Georges en plaisantant.
— Pour quoi faire ? avait demandé Paulette, le plus sérieusement du monde.
— Eh bien pour regarder les chevaux !
Paulette avait médité sur cette phrase en tournant sa cuillère dans son thé. Et le
lendemain, Paolo était arrivé avec tout son fatras de fils et son bavardage incessant.
Depuis lors, monsieur Georges, le front plissé, scrutait la silhouette des pur-sang,
l’attitude des jockeys, la qualité de la piste. Il refaisait mentalement le parcours, étudiait
le pas des équidés, guettait la pesée des coureurs et les nuages qui s’amoncelaient dans
le ciel parisien. Ses yeux faisaient des allers et retours entre le Tiercé Magazine, les
commentateurs du Grand Prix et son carnet de notes dans un va-et-vient tendu et fébrile.
— Bon, quand c’est qu’on joue, nous autres ? râla Gérard, qui s’impatientait depuis
le bar.
Paulette lui jeta un regard mauvais. Sous les yeux de monsieur Georges, les chevaux
se présentaient au public. Les jockeys, accroupis sur la selle, discutaient à voix basse
avec leur entraîneur des enjeux de la course.
Le regard de Paulette glissa vers le vieil homme. Il avait l’air soucieux. Elle fourra
les liasses de billets dans son sac à main et abandonna son poste pour le rejoindre. Une
clameur de réprobation se fit entendre dans la queue.
— Vous êtes bientôt prêt ? demanda Paulette.
Monsieur Georges leva la tête.
— Combien avons-nous récolté ?
Paulette lui murmura un chiffre à voix basse. Il ouvrit de grands yeux ahuris. La
vieille dame l’interrogea du regard. Il lui tendit un papier.
— Voilà le Quinté que je jouerais. Je n’ai aucun doute sur ces chevaux…
Il hésitait. Elle s’agaça.
— Bon et bien alors ! Pourquoi cette tête de merlan frit ? Accouchez, que diable !
— J’ai un très bon pressentiment sur Belle-de-jour. Elle est toute jeune, mais elle a
déjà remporté deux courses à Enghien. Belle jambe, un trot avancé. C’est un outsider et
avec tout ce qu’on a à miser… Ça pourrait rapporter très gros.
Les yeux de Paulette brillèrent.
— On y va.
— Mais on peut perdre beaucoup aussi ! Un coup de cravache de trop et c’est la
disqualification…
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Paulette le fit taire. Elle ne comprenait pas un mot à ces histoires de cravaches et de
canassons aux noms alambiqués. Tout ce qu’elle savait, c’est qu’en affaires il ne fallait
jamais hésiter.
— Monsieur Georges ! À notre âge, on peut tout dire et tout tenter.
Le vieil homme prit une grande respiration et griffonna quelques signes sur le
papier ; la vieille dame s’en saisit et retourna à son bureau improvisé. Elle jeta un œil à
l’horloge. Il lui restait moins d’un quart d’heure pour encaisser les mises et transmettre
leur pari commun à la patronne.
Dans le bar, la bière coulait à flots. Un mélange d’excitation teintée d’appréhension
traînait dans l’air alors que les buveurs trinquaient en guettant Paulette et monsieur
Georges du coin de l’œil. C’est qu’ils avaient lâché une sacrée somme !
Soudain, une camionnette se gara devant la terrasse. Paolo en descendit en courant.
— Madame Paulette ! Madame Paulette ! Monsieur Yvon vous cherche partout !
— Vous lui avez dit où j’étais ? demanda-t-elle, prête à lui sauter à la gorge.
— Non bien sûr ! Mais je me suis dit que ça vous intéresserait de savoir.
— Savoir quoi, bon Dieu de bois !
— Votre fils a appelé. Il cherchait à vous joindre.
Paulette se décomposa. Avec toute cette frénésie de parieurs alcoolisés, elle en avait
presque oublié sa mission !
— Je vous emmène ? demanda Paolo.
Elle hésita.
— Passez me prendre dans une heure !
Puis elle saisit les billets que lui tendait un vieil homme en salopette, le nez rougi par
le vin.
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6.2. Anexo 2: conversación con pronosticador profesional
A continuación, se muestran las capturas de pantalla de la conversación que mantuve
vía Twitter con un pronosticador profesional de carreras de caballos en España. He
incluido las partes del chat donde aparece la información más relevante para este
trabajo.
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