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THURYILL Ferabolÿ

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THURYILLFerabolÿ

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© Copywrite: Ferabolÿ

ISBN 978-987-46957-5-8Hecho el depósito que indica la ley 11.723

Primera edición: Octubre de 2020

Imágenes de tapa, contratapa e interior: Cindel Garcia NiezbryckiDiseño: VISUMMaquetación: Duotono

Todos los derechos reservados.Esta publicación no puede ser reproducida, en todoni en parte, ni registrada en o transmitida por un sis-tema de recuperación de información, en ningunaforma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquí-mico, electrónico, magnético, electroscóptico, por fo-tocopia o por cualquier otro medio sin el permisoprevio por escrito del editor.

FerabolÿTuriyll / Ferabolÿ ; ilustrado por Cindel García

Niezbrycki. - 1a ed. - Lanús Oeste : Brause, 2020.

Memoria USB, DXReader

ISBN 978-987-46957-5-8

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos Fantásticos. I.García Niezbrycki, Cindel, ilus. II. Título.

CDD A863

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INDICE

Me llamo Thuriyll ................4

Sabes a qué vine .................8

Por fin se fue .....................13

Regresaste........................18

Plenilunio..........................23

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ME LLAMO THURIYLL

"Esta mina me pudrió, que se vaya y listo... ¡Quese quede con todo!...".

El pensamiento llena toda su realidad, mientrasmaneja. Son las once y media de la noche y una pe-queña lunita icterítica, en cuarto menguante, na-vega solitaria en el cielo sin estrellas de las zonasfabriles. La vieja ruta de mano y contramano estávacía como un bolsillo roto.

De pronto, cuando inconscientemente se acercaal puente que ayuda a salvar el arroyo, la sombraocupa toda su visión, durante un instante tan brevecomo un destello, pero suficiente para que, instin-tivamente, tire del freno de mano y dé un volan-tazo. El auto se cruza en la ruta y queda, detenido,a las puertas del puente.

El ruido le devuelve la realidad de frente húmeday manos pegajosas. Una moto viene tomando lacurva mil metros más allá del puente; por el tamañodel haz de luz, es de gran cilindrada. Otra vez el ins-tinto le hace poner marcha atras y describiendo unarco se mueve hasta la banquina derecha.

Una exalación roja y plata pasa por donde, antes,estuvo el coche. Se baja y libera la presión de la ve-jiga entre los pastos altos de la ribera del arroyo,tranquilizandose apenas. Con manos todavía vaci-lantes, enciende un cigarrillo con las nalgas apoya-das en el guardabarros y marca el 101 en el celular.

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–Policia, buenas noches.–Buenas noches. Estoy en la ruta vieja... Si... A

la altura del puente... Creo que hay animales suel-tos... Si..., no alcancé a distinguir, pero se me cruzódelante de mi coche... No, no estoy herido, pero nodeja de ser peligroso...

–Muy bien . Ahí mandamos un movil. Buenasnoches.

–Gracias. Buenas noches.Cuando mete el celular en el bolsillo, siente la

presencia detrás suyo. Desde el otro lado de la trompa del auto lo ob-

servan unos bellos ojos del color del aguamarinabarridos por largas y profusas pestañas negras. Unahilera de parejos dientes marfilados le sonrien entrefinísimos labios pálidos. El cigarrillo comienza a le-vantar una ampollita sobre el capot al abandonar laboca fláccida. El grito se le enrieda el la campanita,ahogándolo.

–Discúlpeme, por favor. No quise asustarlo. Yotambién estoy asustada y algo aturdida y confun-dida. Unos hombres me descubrieron y están bus-cándome para herirme. Parece Ud. una buenapersona ¡Por favor, no me delate! ¡Necesito de suayuda! - Una cristalina lágrima rueda, impóluta,mejilla abajo.

En medio de su estupor y tratando de tragar elgrito que pugna por abandonar su garganta, piensaen cómo podría el ayudarla, donde podría esconderla.

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–Soy la única sobreviviente. Y pensar que fuimosamos y señores. Quienes habitaban por aquí nosrendían pleitesía. Y hoy me están cazando como auna alimaña.

"¡No me puede estar pasando esto a mí! ¿Dedónde salió?"

–¡Por favor, ayúdeme! ¡Se están acercando...!–¡Pep...pep...pero! ¿Dondé podría esconderte?–En... ¡En el baúl!–¿En el baúl?Mira el cuerpo del otro lado del auto y un infimo

terremoto sacude el suyo."¿Cómo pensará acomodarse?" Su pensamiento

se interrumpe al ver , a lo lejos, una disrítmica danzade haces de linternas.

–¿Son ellos?–Son ellos.Involuntariamente abre el baúl.Con movimientos sinuosos, impensables para

ese cuerpo, lentamente se introduce en el pequeñoespacio. Cuando ya queda poco se detiene un se-gundo.

–Gracias. Me llamo Thuriyll y, si, soy una dragónLe sonríe con la perfecta y pareja hilera de mar-

filadas estalactitas gigantes, pliega las sedosas alasy desaparece en el baúl.

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SABES A QUÉ VINE

–El reflejo se ve desde la casa, cuando el Sol estásaliendo y pega en el puente. – El manotazo ahu-yenta levemente a la insidiosa mosca siestera. Elmovimiento deja a la vista la axila mal afeitada–. SiUd. arranca a seguirlo a esa hora, no es dificil encon-trarlo. Es por el camino de la Estancia y ya cerca hayuna huella en el pasto, que arranca desde el curvón.Desde ahí se ve el puente de fierro y, del otro lado,algo que parece una tapera. Acompañé a mi maridouna vez. Fui porque creía que tenía otra mina. ¿Ustedpiensa que mi marido anda en algo raro, ilegal?

–¡No, no! ¡No se preocupe! Es que hay un par decazadores extraviados. - Siente la gota resbalardesde la axila, cruzar la cinta del corpiño y seguir ca-mino a la cintura; mira, por la sisa de la musculosa,la sobada cinta del corpiño, ya totalmente mojada,de la otra y un temblor de asco le sacude el cuerpo.-Hace un par de días que salieron y no volvieron. Su-pimos que su esposo conoce el lugar y pensamosque, por ahí, el los vió. Quédese tranquila, no es a sumarido a quien buscamos. Disculpe la molestia.Hasta luego.

–Hasta luego. - Saluda dudosa, mientras la parejasube al auto.

–¿Se habrá avivado de que no somos canas?–No. –La mujer mira por el espejo retrovisor iz-

quierdo antes de meterse de lleno al camino–.Tiene

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la suspicacia de las mujeres de su tipo. Cree que elmarido le está escondiendo plata o tiene otra mina,que viene a ser lo mismo. No le interesa que seacueste con otra, siempre y cuando no la mantenga.

–¿Vos no tenés esas suspicacias?–No, pero tengo dos hermanas y dos hermanos,

cuñadas y cuñados. Es un buen laboratorio de expe-rimentación. Ahora ocupate de lo que tenés quehacer ya que sos mal chofer y peor interrogador...Llegamos a la curva que dijo la mujer, pero no se vela huella.

El tipo saca un brazo por la ventanilla y coloca unpequeño drone en el techo del auto. Conecta vía wifila cámara con la pantalla multifunción del autodonde aparece un mancha gris. Activa el radio con-trol y, lentamente, la mancha se convierte en el pa-rabrisas, primero, y en el capot, luego, al tomaraltura el artefacto.

–Nada, esto es todo pasto. –Se seca el sudor de sobreel labio con un pañuelo descartable–. ¡Andá a saber quése fumaron esos dos! –El desprecio del ex pobre por suscongéneres es evidente y se hace acreedor de una des-pectiva mirada de parte de su compañera.

De pronto, la mujer señala la pantalla. –¡Esperá! Volvé hacia atrás y levantá el drone.

¡Eso! Ahora aplicá zoom. ¡Ahí! ¡Ahí está la huella! –Mira la cara de desconcierto y confusión de su com-pañero y se pregunta en qué estaba pensandocuando lo eligió. Ni siquiera es buen amante.

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–¡Ahí está la huella marcada! ¿No la ves? Todo espasto duro verde oscuro y hay dos franjas de pastoverde brillante y nuevo, pero anormalmente alto.Eso oculta la huella. Ahora avanzá siguiendo la líneade pasto nuevo.

–No puedo seguir mucho más. El wifi se cortacinco metros más adelante.

–Listo. Volvamos a buscar un drone satelital y uncamión 4×4.

El inmenso camión se sumerge en el pastizal, quele llega a la mitad de la puerta y semeja un mons-truoso tiburón patrullando un verde mar. De pronto,los bellisimos ojos verde esmeralda chispean ante eldescubrimiento.

–¡Ahí! ¡Ahí está el puente de fierro! La gigantesca letra D del cuarto menguante ilu-

mina el campo con espectralidad lunar.–¡Hola Sabonaris! ¿O preferís Yaguarón?- se dá

vuelta y mira al hombre que la llevó hadta allí en suauto- Así la llamaban los lugareños ¿Sabías?- vuelvela vista alos recién llegados -¡Qué buen mozo es tuacompañante! ¿Le prometiste, ya, darle hijos? ¿Sabeque tenés debilidad por la carne humana y te co-miste a todos tus amantes?

–Hola Thuriyll. –No hay alegría en la voz–. Sabésa que vengo, ¿no?

–Si. Nesesitás mi cadaver para incubar tus hue-vos. Yyy..., si te dijera que voy a tener crías y necesitoel tuyo para alimentarlas, ¿qué harías?

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–¡¿Huevos?! ¡Las mujeres humanas no ponenhuevos!

–¿No te lo dijo? Sabonaris no es humana, es unamitulana. Hace 4000 años la llamaban gorgona yhace 700, en París, gárgola. También vampira, lobi-zona; aquí yaguarón. Yo soy una virindona.

"¡Dios mío! ¡Estuve durmiendo con un mons-truo...!" el pensamiento se corta al girar el cuerpo yver, en todo su espantoso esplendor, el verdaderoaspecto de su amante. Entre los bellos ojos esmeral-das aparece un tercer ojo, rojo, cual tika hindú,donde impactó la bala de gran calibre del fusil decaza mayor que el desesperado disparó casi por ins-tinto. El pesado cuerpo se desploma, produciendoun escalofrío en la tierra.

–¡Iba...! ¡Iba a comerme! –Una convulsión de vó-mito le sacude el cuerpo.

–Si. Y gracias. Ahora mis crias creceran fuertes– En unrápido movimiento devora al tirador, escupiendo el fusil.

Luego se da vuelta y mira fijamente a su compa-ñero, el que la salvara de quienes la perseguían, conesos bellos y tiernos ojos aguamarina.

–Tu mujer te espera; no querrás que piense queandás con otra... –Le sonríe con la perfecta hilera deestalactitas marfiladas manchadas de sangre–. Ygracias por ayudarme el otro día.

Cuando cruza corriendo, desesperado, el puente,escucha la explosión del camión.

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POR FIN SE FUE

""Por fin se fue", el pensamiento es dulce y le en-tibia el corazón. "Si no hubiesen terminado comoterminaron, debería agradecerles", esta vez sienteun leve sismo de terror.

–Disculpe. –La voz a su espalda le eriza los pelosde la nuca–. ¿Puedo hacerle unas preguntas? –lemuestran unas borrosas fotos–. ¿Qué sabe de esto?

–Primero, buenas tardes. Segundo. ¿Quienes son Uds.?–Gendarmería. –Señala a uno con el pulgar–

Fauna. –Al tercero con el mentón–. Guardaparques.¿Podría responder?

Vuelve a pensar en su ex. "Si se hubiera dadocuenta, la estaría velando. Mejor que haya creidoque le metí los cuernos. Después de todo algo de esohubo" . Piensa en los bellos ojos aguamarina y se leescapa una risita histérica.

–Perdón. ¿Le causa gracia todo esto? –La gen-darne lo mira seria, casi con furia.

–Yyyy... ¿Son concientes de lo que me están mos-trando?

–No se haga el desentendido. ¿Sabe algo de esto?Su felicidad empieza a evaporarse. Encima el

calor siestero es insoportable. El Sol cae a plomo yla humedad pegotea sobacos y entrepiernas. Segu-ramente habrá tormenta al anochecer.

–Escúcheme, en esas fotos no se ve nada. Y noentiendo por qué una gendarme, uno de Fauna y ¿un

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guardaparques? No hay un parque nacional como enmil kilómetros, me vienen a prepotear con fotos bo-rrosas, como si me hubiera comido un yaguareté enextinción.

–No se haga el gracioso. Su mujer–Ex mujer. Cuando Uds. llegaron estaba feste-

jando que, por fin, me abandonó.–Su ex mujer declaró que llegó sucio de sangre y

asustado la noche que desapareció un camión condos ocupantes, una femenina y un masculino.

Mira con cansansio al de Fauna y al guardapar-ques, como buscando complicidad de género.

–Mi ex mujer intenta sacarme algo. No tenemoshijos y, ni siquiera, estamos casados. Tenemos el papeldel concubinato, por la obra social, ¿vieron? Busca laforma de apretarme para sacarme unos pesos.

–Se resiste a colaborar.–¿Qué van a hacer? ¿Meterme preso? –El simple

recuerdo del final del hombre del fusil lo envalen-tona–. ¿Porque no puedo distinguir nada en unasfotos borrosas?

El guardaparques reacciona. La única pista se lesestá yendo de las manos.

–Disculpe. Empecemos de nuevo. ¿Sería tanamable de guiarnos hasta el puente de fierro?

–No es difícil llegar. Es por el camino de la Estancia.–No somos de acá. No conocemos.Esta acorralado. Ahora no puede negarse. Si se

niega, van a sospechar.

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–Vamos.Al llegar al curvón hace detener la camioneta do-

blecabina que maneja el de Fauna. Para su asombro,la huella se ve clarita, enmarcada por los altos cardosy los duros espartillos.

–Listo. Llegamos. Nada más tienen que seguir lahuella. Al final está el puente de fierro.

–Perfecto. Sigamos.–BuehhhAl otro lado del puente de fierro solo queda el

manchón carbonizado que enmarca los restos de loque fuera un camión de gran porte.

El alivio le corre por el espinazo y tiene que hacerun esfuerzo para sujetar la vejiga.

"¡Se fue! ¡Borró todas las huellas y se fue!" El pen-samiento le desboca la alegría. "No hay sangre ni elcadaver de, de... esa...esa... lo que fuera" Juntandoapenas coraje encara a la gendarme.

–¿Encontraron lo que buscaban? Ahí está el ca-mión. Pareciera que los ladrones lo quemaron y serajaron.

El guardaparques revisa la zona a la menguanteluz de la tarde.

–Ni una huella. Limpiaron todo. Ni las del camión.Como si lo hubieran bajado ahí con un helicóptero.

–¿Cómo es que conoce este lugar?–Venía a pescar, de pibe, con mis amigos. Y, des-

pués, más grandes, usabamos la tapera de telo.–¿Y la pareja que habló con su mujer, ex-mujer?

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–Yo no vi que mi ex-mujer hablara con ningunapareja. –No es, técnicamente, una mentira, ya queimagina quienes eran, pero no vivían para refutarloy su ex no podía asegurar que lo habían contactado–.¿Podemos volver? Pinta que va a haber tormenta.

Lo dejaron en la puerta de su casa ya de noche.Entró desesperado al baño.

"Este asunto me va a reventar la próstata". Se lavó las manos, agarró una lata de cerveza de

la heladera y salió al oscuro patio trasero a fumar uncigarrillo. Se rió. Su ex no lo dejaba fumar adentro.

El primer relámpago iluminó la sonrisa de parejasestalactítas marfiladas y arrancó destellos iridiscen-tes en las sedosas alas.

–Hola. ¡Gracias por no delatarme! Te debo otra –Los ojos aguamarina de Thuriyll, la virindona, brilla-ban con cada latigazo de luz.

–¡Aaahaa! ¿No podés tocar timbre, como todo elmundo? –El cigarrillo se le cae, siseando, en el pastohúmedo– ¿A quién buscaban esos tres? ¿Tu novio,marido o lo que sea el padre de tus hijos? –enciendeotro cigarrillo–. La foto era borrosa pero se notabaque era uno de los tuyos.

–Es mejor que no lo sepas. Ignorancia creible.–Si me querés devolver favores, lo mejor es que

desaparezcan y me dejen en paz. Por un momentocreí que, por fin, vos también te habías ido.

Pampa Húmeda, Verano '20

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REGRESASTE

––¡Hola! ¡Mi amor! –El tono de burla es un golpede guante en el rostro–. ¡Regresaste!

–No regresé–. Los bellos ojos turquesa muestranel enojo mal contenido–. No fui a ningún lado. Vosdesapareciste.

–Y tardaste algún tiempo en notarlo. Pasaron,¿cuántos?, ¿como ciento cincuenta años desde quenos vimos por última vez?

–Te escapaste.Mira a sus hijas corretear bajo la hoz plateada del

cuarto creciente.–¡Ehh! ¡Dejá en paz a tu hermana! –Gira y mira,

de frente, a los hermosos ojos de largas pestañas–.¿Qué esperabas? ¿Que me dejara matar? –Un tonode suficiencia inunda la sensual voz–.Te estás vol-viendo viejo y perdés reflejos. Te están buscando. In-cluso circulan fotos tuyas.

–Internet está plagado de mis fotos. –Intenta serdespectivo pero el fracaso es resonante, delatandola alarma que la noticia activa.

–No me refiero a las payasadas esas del lago deEscocia. Son fotos actuales, de mala calidad, perotomadas hace pocos días atrás.

–¿Quién te contó?–Un amigo. –¿Quién es? ¿Tu amante?–Tal vez. No lo había pensado. –La noche los en-

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vuelve en tul negro al pasar una nube errante, convir-tiéndose en cómplice del inocultable brillo de los fe-meninos ojos–. Si, quizás sea como mi amante. Unossoldados o algo así lo interrogaron y le mostraron tusfotos. Hasta me describió tus ojos. ¿A qué viniste?

–Vine a ver a mis hijas.–¡Ahh! Pero tus hijas no están acá. –Al desco-

rrerse el telón de la nube, la marfilada sonrisa se des-pliega en todo su esplendor–.Estás mal informado.

–¿¡Cómo que no!? –Señala despectivamente a lasmellizas.

–¡Tan machos! ¡Qué ignorantes son a veces! Teencerraste en tu cómodo y provecto lago caledonioy te creíste las leyendas que se contaron de vos. –Mira con sorna los fascinantes ojos–. ¿Cuántotiempo creés que dura tu simiente? Son hijas deotro.

–¡Ahh! ¡Entonces es cierto lo que me dijo Sabo-naris! Pero él quería a mi hermana y vos lo sabías.

–¡Claro! ¡Si, Wurilörz! ¡Tu hermana! ¡Otra que en-contró un idílico lago en la Patagonia! ¡Hasta toma-ron su nombre los lugareños! Y Sabonaris, laexpulsada de Mitulene, correveidile de cualquieraque le arrimara un hueso para roer.

La tristeza toma por asalto los ojos del color dela aguamarina.

–No. Él no la quería. En realidad, nunca quiso anadie más que a sí mismo. Pero en el último mo-mento algo pasó, algo lo cambió.

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Otra pequeña nube tapa la Luna, como hacién-dose cómplice de la nostalgia de la virindona.

–No, Kugolvart. Vidhelgaazk y Elzbêth no son tushijas, son hijas de Äsdurvolf. El venía a buscar a Wu-rilörz y nos encontramos en Krakatoa, donde me re-fugié, huyendo de vos. Cuando la erupción, él yahabía abandonado la isla. Yo quedé atrapada en unacueva y el volvió a rescatarme. Le rogué que sefuera, que era muy riesgoso. El mar ya invadía la chi-menea del volcán.

“Pero se quedó y me sacó de la cueva. Cuandoabandonábamos la isla una roca que voló en la ex-plosión final, lo malhirió. –Lágrimas aguamarinasruedan mejilla abajo–. Conseguimos llegar a Suma-tra, pero estaba muy débil. Me entregué a él. Fue suúltimo acto. Al amanecer estaba muerto. –Escurrelas salinas gotas con dedos inseguros.

“Le hice un funeral a la vieja usanza. En aquelcaos, nadie le prestó atención a la pira funeraria. Yesparcí sus cenizas en el mar que tanto amaba. Nin-guna mitulana incubaría en su cuerpo. No me dijopor qué volvió, por qué se arriesgó y perdió la vida.El me odiaba por haberlo hecho expulsar de Virin-dland. Por eso le di descendencia y un funeral dignodel soberano que yo le negué ser.

–¡Entonces tus hijas tienen sangre real! Eso lascondena. No pienso discutir derechos con nadie. ¡Nise te ocurra acercarte a mis hijas! –Un fulgor celestedestella en las furiosas pupilas.

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–¡Vamos Thuriyll! Estás débil por la maternidad.Y esto no es Virinland. Estás mal alimentada, nopodés salir a cazar sin arriesgar a que las encuentren.¿Cómo me vas a impedir que les haga algo?

La detonación asustó a Thuriyll y sus hijas. El agu-jero del disparo formó un triángulo perfecto con loshermosos ojos turquesa, tan llenos de asombro antela inesperada muerte.

–¡Regresaste! ¿Cómo sabías que estaría acá?El hombre limpia prolijamente, con un trapo, el

fusil de caza mayor, para borrar todas las huellas yprende un cigarrillo.

–Tus hijas van a necesitar una figura paterna. ¿Enqué otro lugar podías esconder a tus crías y el cadá-ver de la otra bicha? La tapera es ideal. Menos malque a los milicos no se les ocurrió revisar entre losrestos del camión. Encima voy a tener que cavar unpozo enorme para hacer desaparecer el cadáver.

–No te preocupés, de eso me encargo yo. ¿Puedodarte un beso?

–¡Ni se te ocurra! Ya vi como terminó el dueño deesta cosa, el tipo que mató a tu amiga.

Litoral del Paraná, Otoño '20

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PLENILUNIO

El plenilunio platea la corona de cerros que ciñela frente del Lago de los Vuriloches y da una luz fan-tasmal a la Isla del Nahuel.

–Hola Wurilörz. Vengo a traer una prenda de paz.–¡Asesina! ¡Mataste a mi hermano y te presentás

tan oronda! ¿Creés, acaso, que no voy a tomar repre-salias?

–Dejá el teatro de lado. No, no vas a tomar repre-salias. Yo no maté a tu hermano. Kugolvart muriópor su propia violencia y estupidez. Y, encima, te fa-voreció, ya que sos la única adulta con derecho real.

–También está Äsdurvolf.–Me ocupé de que el funeral de Äsdurvolf estu-

viera a la altura de su dignidad. Vidhelgaazk y Elz-bêth son sus hijas.

–No te entiendo–Llevás tanto tiempo recluida en este cómodo

lago que ignoras casi todo. Guruvkhöld tuvo un fu-neral fastuoso. El cetro está vacante. Solo tenés queir y reclamarlo.

–¿Y las mellizas?–Educalas. Serán tus herederas. Son las únicas de

sangre pura, sin mestizaje.–¿Quién es la madre?–No importa. Solo mirale los ojos y te vas a dar

cuenta de que sólo tienen sangre virindona. No haycruza con orguikanios ni grugereas. Es sabido que

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eras infértil cuando huiste de Virinland. Ellas serántus hijas.

Por primera vez, el hombre toma conciencia delo que siempre lo maravilló. Los ojos. Los fantásticosojos. Los de las mellizas son de un azul profundo,como las imágenes que NatGeo muestra de losmares lejanos. Los hipnóticos ojos turquesa de lafoto borrosa. Los violetas que lo miran con descon-fianza en las sombras de los arrayanes.

–¿Y él? ¿Qué hace él acá?–Él es el Custodio. Gracias a él llegamos a este

punto. Y podrás reclamar tus derechos. Él es intoca-ble, ya lo sabés.

Un sismo de terror le sacude el espinazo. “¿Eranecesaria la aclaración? Me parece que acabo desalir del menú de la cena”.

–Vamos. “Los alucinantes ojos aguamarina lomiraban tiernamente, los hermosos y hechizantesojos violeta lo miraban con ¿hambre? no, quizásfuera furia. Si, ojalá fuera furia.”

–Tus hijas…–Son las hijas de Äsdurvolf y se quedan con su

madre.

El plenilunio baña con luz fantasmal la tapera yel viejo puente de fierro.

Apoyado en el capot del coche prende un cigarri-llo que le alumbra la nariz con reflejos sanguíneos.

–No entiendo. Abandonaste a tus hijas

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–No abandoné a nadie. Somos diferentes a Uds.Esas crías eran necesarias para que me dejaran enpaz. No tengo sangre real, pero soy una de las últi-mas virindonas fértiles racialmente pura

–¿Dónde queda Virinland?–Como todos los grandes imperios, Virinland no

es un lugar específico, es una idea. En Egipto reina-ron egipcios, nubios, macedonios, en China gober-naron emperadores mongoles, manchúes.Germanos, íberos, ítalos en Roma; turcos, árabes,griegos en Constantinopla. Virinland es el planeta, loque Uds. llaman Tierra. Virindonos, orguikanios, gru-gereas, incluso mitulanos, luchan desde hace eonespor el cetro.

–¿La Tierra? ¿Toda la Tierra?–Si. O creés que Uds. son, realmente, los amos

del planeta. Solo son otra especie que evoluciona unpoco, estropean y se van, como los dreadornios.

–¿Dreadornios?–Hace algunos eones, no sé bien, antes de que yo

naciera, los dreadornios se desarrollaron, contami-naron, destruyeron, desarrollaron tecnología ycuando ya no podían hacer más daño, abandonaronel planeta. Lo mismo harán Uds. En unos cientos deaños van a tener tecnología para abandonar el pla-neta y deberemos reconstruir lo que destruyeron. Esel ciclo. Y seguiremos con nuestra civilización.

–¿Y yo? ¿Qué papel cumplí? ¿De qué soy custo-dio?

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–Cada tanto ocurre una crisis como la que acaba-mos de pasar. Y, como no somos invulnerables, aveces hace falta un agente externo, que custodie lasangre imperial hasta que llegue al cetro. Por algunarazón fortuita te tocó a vos y nadie puede tocarte.Es una ley que todos respetamos, incluso en Mitu-lene. Sos único en el planeta. Tu antecesor vivióantes que los dinosaurios.

–¿Qué vas a hacer?–Convertirme en Yaguarón. Sabonaris dejó el

puesto vacante. Como Wurilörz fue Nahuelito; Ku-golvart, Nessie y Äsdurvolf, Godzillah. Voy a conver-tirme en leyenda. Eso somos fuera de Virinland;dragones, furias, arpías, monstruos. Chau. Me voy adescansar.

El plenilunio ilumina la azabache trenza de laGendarme, cuando toca el timbre. Se siente tontaante esa puerta, de minifalda y, apenas, maquillada.

El Custodio abre y no muestra sorpresa.–Pasá. Hace días que te espero.Se acerca a la mesa, destapa una botella de buen

vino y sirve dos vasos.Cuando le ofrece uno a la Gendarme se da cuenta

de lo que nunca había notado.Ella tiene ojos azul profundo

FIN.

Litoral del Paraná, Otoño '20

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