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psicoterapias
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TERAPIAS POSTMODERNASHacia un nuevo cuerpo de metáforas para la psicoterapia.
Gilberto Limón Arce. Facultad de Psicología, UNAM
El título de la conferencia es “Terapias postmodernas. Hacia un nuevo cuerpo de
metáforas para la psicoterapia”, por lo cual en la primera parte les hablaré de cómo ciertas
formas de ser y de pensar han venido a caracterizar algunos de los momentos de nuestra
historia, para destacar las dos que predominan en el momento actual, una identificada con la
modernidad y otra con la postmodernidad. Posteriormente hablaré de la manera como han
influido en nuestras formas de hacer terapia, para finalizar mostrándoles lo que he considerado
la emergencia de un nuevo cuerpo de metáforas para la práctica profesional de la psicoterapia.
Es en este contexto donde expondré la manera en que he venido articulando un conjunto de
planteamientos elaborados para ayudar a las personas que enfrentan problemas.
Para empezar, nos conviene recordar que a lo largo de la historia la humanidad ha
atravesado por ciertos períodos que han estado caracterizados por diferentes formas de ver y
entender la realidad, por sistemas de creencias compartidos por los pueblos y culturas que han
venido poblando nuestro planeta. Y aunque estas formas de ser en algunos casos llegaron a
adquirir una fuerte caracterización como civilizaciones, conviene destacar, de entrada, que no
siempre fueron extensivas a todo el planeta. Difícilmente podríamos equiparar las formas de
ver y entender la realidad de la Edad Media europea, por ejemplo, con los sistemas de
creencias que en ese momento predominaban en China o en el continente americano. Aunque
al mismo tiempo también considero importante destacar que desde el siglo XVIII, o incluso
antes, a mí me parece percibir que el mundo ha venido experimentando una fuerte tendencia
hacia la uniformidad. Pero se trata de una tendencia bastante más compleja de lo que
pudiéramos imaginar, sobre todo porque al mismo tiempo se ha venido produciendo una
suerte de “mestizaje cultural” (entre otras cosas). Y no obstante la fuerte ascendencia que ha
tenido el pensamiento occidental europeo en todo este proceso, al mismo tiempo habría que
considerar que el propio pensamiento europeo también es producto de una rica mezcla de
formas de ser y de pensar de muchos otros pueblos y culturas, incluida, de manera por demás
preponderante, la prestigiosa cultura griega, que, también habría que decirlo, en su momento
1
igualmente fue enriquecida por la influencia de otras valiosas culturas de la antigüedad, como
fue el caso de la civilización babilónica.
Pero dejemos por el momento de lado nuestras disquisiciones sobre las características
adquiridas por las civilizaciones del pasado lejano, y pasemos la página de la historia al siglo
XX, que es cuando el mundo empieza a experimentar una cada vez más fuerte y rápida
“globalización”, misma que se vio ampliamente extendida, a finales del mismo, por el
desmantelamiento de los sistemas de economía planificada del llamado bloque socialista, lo
cual, por cierto, dio pie para que las formas moderadas que conocíamos del capitalismo se
radicalizaran en lo que ahora conocemos como “economía neoliberal”, que, dicho sea de paso,
no es otra cosa que un capitalismo desbocado que está produciendo terribles consecuencias
para el futuro de nuestro planeta. [Pero este es un asunto que no me corresponde platicar aquí
con ustedes, en un congreso de terapia familiar y de pareja.]
De cualquier manera, e independientemente de las características adoptadas por los
pueblos de la antigüedad, lo que sí valdría la pena acotar es la manera en que las diferentes
formas de pensar se han venido modificando a lo largo de la historia, pero, además, que se
trata de estructuras que pueden llegar a configurarse en un complejo sistema de significados
compartidos. Y también considero importante destacar que, aunque en el momento actual
conviven diferentes formas de ser y de pensar, que, al parecer, están produciendo otro
interesante mestizaje cultural, aquí trataré de abordar básicamente dos de ellas.
Esto es, por un lado tenemos la forma de pensar característica de la modernidad, que,
como lo señalan algunos historiadores, tuvo sus inicios en el movimiento ilustrado del siglo
XVIII (aunque otros destacan los “avances científicos” logrados en siglos anteriores). Y por
otro lado tenemos la gradual emergencia de nuevas formas de pensar que, sin poder ubicar con
precisión sus inicios o siquiera aceptarlo como otro “punto de inflexión” en la historia, como
los señalados por Isaiah Berlin (1996), algunos teóricos se han atrevido a situarlas a mediados
del siglo XX. Aunque también aquí, como en el caso de la modernidad, al mismo tiempo
habría que considerar el surgimiento de importantes planteamientos realizados con
anterioridad. Es el caso, entre otros, de los planteamientos sobre el lenguaje que Ludwig
Wittgenstein ya estaba elaborando, o de las aportaciones de Michel Foucault sobre las
diferentes formas de subjetivación adoptadas en la historia, aunque a ninguno de ellos se le
había ocurrido pensar en el término “postmodernidad”.2
Como ha sido ampliamente señalado, el movimiento científico identificado con la
modernidad se caracteriza por un marcado énfasis en la razón, esto es, sobre las facultades
personales del hombre (sic) y en el poder de la observación. Así, el mundo y la realidad
estaban ahí, y sólo era necesario aplicar el método científico para acceder a él, para
descubrirlo, lo cual llegó a verse como un camino adecuado para, en un momento dado, llegar
a conocer la realidad en su totalidad. De aquí, por ejemplo, la idea de las “grandes narrativas”.
Por ello, para la ciencia de corte moderno la realidad tenía un estrecho vínculo con la verdad.
Y como la idea modernista de la verdad no admitía que esta pudiera ser compartida ni que
fuera transitoria (la verdad, como la madre, sólo hay una y para toda la vida), la consecuencia
lógica de esta manera de pensar era que cualquier otra explicación tendría que ser falsa. Por
eso también algunas personas siguen hablando de verdades absolutas y universales, por eso su
resistencia a ver la posibilidad de la existencia de otros puntos de vista o perspectivas. Y no
obstante de que podría ser una buena manera de aproximarse a la realidad del mundo físico o,
incluso, para diseñar fórmulas que pudieran favorecer el desarrollo de una economía más
“efectiva” (aunque aparentemente ya está haciendo aguas por ambos lados), en su
aproximación hacia los asuntos humanos las dificultades se han venido multiplicando. Pero,
para complicar todavía más el asunto, pensando que los problemas humanos estaban
relacionados con la mente y ésta con el cerebro, que es, por lógica, donde se alojaba la
racionalidad, fue que se dio pie para que el modelo médico pudiera eventualmente incursionar
en los ámbitos de la vida cotidiana. Fue así como este modelo eventualmente llegó a
apropiarse de la autoridad científica para decidir sobre todos los comportamientos de las
personas, abarcando, con ello, muchas otras áreas y aspectos que, en principio, no eran de su
competencia (seguramente sin una clara conciencia al respecto), como es el caso de la ética, de
la moral, de los problemas de la vida cotidiana o, incluso, en algunos casos, apropiándose de la
“autoridad científica” para decidir sobre uno mismo, que es, en mi opinión, el asunto más
controvertido de esta particular manera de pensar. Sin embargo, y a pesar de que parece
formar parte de una controversia históricamente rebasada, también tendríamos que reconocer
que muchas de las psicoterapias contemporáneas ha seguido afiliadas a esta manera de pensar,
hablando, por ejemplo, de formas de ser “normales” o “patológicas”, “correctas” e
“incorrectas”, pero, además, como si éstas fueran formas de ser “científicamente
comprobadas”. Son concepciones que nos están impidiendo ver otras posibilidades de vida 3
(independientemente de que puedan tener resultados exitosos, que seguramente también los
tienen), pero que nos colocan de lleno en la lógica de la modernidad, y dentro de una
perspectiva que nos constriñe a ver el mundo en blanco y negro, de sanos y enfermos, de
buenos y malos, de triunfadores y perdedores; de una perspectiva que nos está impidiendo ver
el mundo rico y complejo de la diversidad.
Se trata de una experiencia del mundo que no está tomando en cuenta que todas las
formas de ser y de pensar están inevitablemente articuladas a un contexto cultural, y que éste,
a su vez, está configurado por un conjunto complejo de creencias y valores construidos por
nosotros mismos, que fue lo que hizo reaccionar de manera furibunda al movimiento
romántico de finales del siglo XIX, sobre todo porque pensaban que la “racionalidad” que
pregonaba la ilustración estaba adquiriendo demasiados poderes y, además, porque amenazaba
al individuo y a sus libertades, a la especie y a su supervivencia. [Pero el caso del movimiento
romántico y sus repercusiones en las estructuras culturales posteriores, aunque fascinante, es
otro tema que no me corresponde analizar aquí.]
No obstante, el punto que sí me gustaría dejar en claro es que nosotros, los terapeutas,
no sólo estamos tratando con frías formas de ser y de pensar (como parece reflejarlo el
discurso de la modernidad), sino que se trata de todo un sistema complejo de significados
con un importante trasfondo de creencias, de valores, de emociones, o de “principios” éticos y
morales, que es, por cierto, uno de los valiosos legados heredados del romanticismo (Berlin,
1999). Pero, aunque parezca una obviedad, me gustaría dejar en claro que se trata de sistemas
de significado que forman parte de este particular momento de la historia, no de otro, pero que
además pueden ser completamente diferentes a los que podrían llegar a surgir en un futuro
cercano, como es el caso de los valores y creencias que están emergiendo con las generaciones
que, literalmente, nos están pisando los talones. Por lo tanto [y aquí está una de las claves de lo
que quería yo subrayar], pienso que no deberíamos dejar de considerar que se trata de formas
de pensar relativas, esto es, relativas a un contexto histórico y social en particular, que no es
otra cosa que las “formas de vida” que se generan en los contextos particulares en donde nos
desenvolvemos. Pero, además [y esta es otra parte interesante del asunto], que se trata de
“formas de vida” o “juegos de lenguaje” que pueden ser alteradas por nosotros mismos, junto
con ese cuerpo complejo de valores y sentimientos que los acompañan.
4
Grosso modo, lo que yo creo que está empezando a caracterizar al momento actual, en
parte debido a la globalización, es precisamente la emergencia de una amplia gama de formas
de vida que vienen acompañadas de una carga compleja de valores y emociones. Es el caso,
por ejemplo, de la homosexualidad, que sólo recientemente fue excluida de su clasificación
psiquiátrica como “enfermedad” (aunque algunos “especialistas” sigan sosteniendo lo
contrario), o de las recientes iniciativas de algunos países para legalizar los matrimonios entre
personas del mismo sexo (con la esperada oposición del clero y de las “conciencias” más
conservadoras). Pero, ¿es que antes estábamos equivocados y ahora no? ¿Hemos “avanzado”
lo suficiente como para afirmar que ahora sí hemos logrado reflejar la realidad “tal cual es”?
¿Estamos ante la presencia, ahora sí, de verdades absolutas, objetivas y universales, o estamos
hablando de creencias y valores existentes en este particular momento de la historia? (…)
Piénsenlo ustedes un momento.
Lo que yo creo es que el contexto contemporáneo está repleto de perspectivas, y que
éstas han venido a alterar la rígida configuración de las tradicionales estructuras sociales, lo
cual, a su vez, está favoreciendo la emergencia de un nuevo y complejo cuerpo de premisas y
de significados. Jugando con las metáforas, no es que estas personas hayan “salido del closet”,
sino que por fin pudieron desprenderse de una “clasificación psiquiátrica” que las hacía ver
como enfermas y anormales, para poder sustentar estas formas de ser en “principios” que les
proporcionaran mayor legitimidad como personas. De aquí la controversia existente, por
ejemplo, entre los argumentos de la biología, de la religión, de la sociología o, incluso, del
derecho. Como también es significativo que estas personas, para sustentar las particularidades
de estas formas de ser y de pensar, hayan recurrido a los “principios” esgrimidos en las
estructuras democráticas contemporáneas o a la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, y no a la clasificación psiquiátrica del DSM4R de la APA.
Evidentemente que no se trata de pensar que antes estábamos equivocados y ahora no,
o de creer que ahora sí se trata de formas de pensar sustentadas en “la realidad” y antes no, y
tampoco se trata de buscar en la biología una distinción que justifique instrumentar medidas
legales para seguir manteniendo su marginación. La cuestión de fondo, desde la perspectiva
con la que estoy enfocando este asunto, es que se trata de formas de ser y de pensar
construidas socialmente a lo largo de la historia, de complejas estructuras sociales que surgen, 5
se modifican o desaparecen, y que ahorita estamos experimentando la emergencia de nuevas
formas de ser y de pensar que, entre otras cosas, nos están exigiendo su derecho a la
existencia. Pero también por eso deberíamos tener mucho cuidado, pues no todo es tan
sencillo (como pudiera parecerlo la situación antes mencionada), porque el trastocamiento de
las creencias y valores tradicionales también está produciendo conflictos a los que tendríamos
que prestarles una especial atención. Es el caso, por ejemplo, de España, donde estamos
viendo un alarmante incremento de personas que han asesinado a sus parejas y después se han
suicidado, incluso en algunos casos arrastrando con ellos a sus hijos. O los brutales asesinatos
de mujeres en nuestra República Mexicana, eufemísticamente mencionadas como “las muertas
de Juárez”1. Se trata de “fenómenos” que nos están conminando a ponerle mayor distancia a
los modelos que hablan de “enfermedades mentales”, que no nos dicen nada, para empezar a
buscar formas más efectivas de enfrentar los “problemas de la vida” (Szasz, 1960) que están
emergiendo en este nuevo mundo globalizado, en esta “aldea global” que ya nos adelantaba
Marshall McLuhan.
A final de cuentas, lo que tenemos es un mundo en constante transformación, como
también es posible que se trate de una época de transición, como lo fue el renacimiento
europeo para el surgimiento de la ilustración. Esto es, por un lado seguimos teniendo presente
las formas de ser y de pensar de la modernidad, que se resiste a ser echada de la historia, y por
otro lado tenemos las perspectivas que están emergiendo como formas de vida alternativas.
Sin embargo, lo interesante de todo esto es que las formas de pensar de la
postmodernidad, al no ser excluyentes, al mismo tiempo contemplan la posibilidad de la
convivencia con aquélla, como también a veces me parece que rescata algunas preocupaciones
del movimiento romántico del siglo XIX. Es el caso, por ejemplo, de su noción acerca del
carácter imperfecto de los arreglos humanos, o de que ninguna respuesta puede hacer reclamos
de perfección y verdad, o de la existencia de una pluralidad de valores, o su convicción de que
el logro de los seres humanos no consiste en conocer los valores, sino en crearlos. Con todo, a
diferencia de los pensadores alemanes que impulsaron este interesante movimiento, a mí me
parece que algunos de los teóricos de la postmodernidad han venido elaborando argumentos
1 Porque se trata de jóvenes mujeres que fueron humilladas como personas y brutalmente asesinadas, para después tirarlas al campo como si fueran despojos.
6
más convincentes para enfrentar (o complementar) el “discurso duro de la modernidad”, y
porque ésta, en su vínculo con un sistema económico perverso, está dejando en ruinas nuestro
planeta.
¿Saben ustedes cuántos niños mueren al día por causas que podrían ser evitables?
Según el informe sobre desarrollo humano 2005, del Programa para el Desarrollo de las
Naciones Unidas, la cifra es de 30,000 niños. ¿Pueden ustedes imaginarse esta cifra? Para que
se den una idea, sólo en la hora que dura esta conferencia estamos hablando de 1,250 niños
que van a morir por causas que pueden ser evitables. Como lo señaló un editorial de un
periódico de circulación internacional, estas cosas “… son la vergüenza de nuestra
civilización, el espejo que refleja la imagen más repugnante de nosotros mismos, de nuestra
ineficacia, dejadez y abandono”2. [Pero este es otro asunto que tampoco me corresponde
analizar aquí, aunque a veces me parece fuera necesario.]
¿Cuáles son los escenarios que nos presenta la postmodernidad y cuáles serían esas
“formas más efectivas” que podríamos incorporar a nuestro quehacer profesional como
terapeutas? ¿De qué nuevos elementos conceptuales podríamos disponer para enfrentar las
configuraciones sociales que están emergiendo? Piénsenlo otro momento.
Por principio de cuentas, como ya lo apuntan algunos teóricos sociales
contemporáneos (como Pablo González Casanova, Immanuel Wallerstein, o Boaventura de
Souza Santos), me parece que tendríamos que empezar a considerar que la realidad es mucho
más compleja de lo que nos lo hacían ver algunos planteamientos anteriores. Y, como también
lo han venido mencionando algunos otros importantes autores (como Michel Foucault,
Kenneth Gergen o Tomás Ibáñez), que más que tratar de describir cómo es la realidad o cómo
son las cosas del mundo, lo que tendríamos que hacer es pensar en cómo nos gustaría que
fueran, lo cual, como se podrá ver, nuevamente nos coloca en un contexto de valores, como
para ponernos seriamente a pensar en qué tipo de valores podríamos o deberíamos incorporar
a nuestra práctica profesional como terapeutas. De aquí la importancia, creo yo, de buscar
2 Esto lo menciona el editorial del periódico El País (Agosto 24, 2005) cuando describe la grave situación por la que está atravesando uno de los países del continente africano.
7
nuevas analogías y nuevos conceptos que nos permitan enriquecer nuestro quehacer como
terapeutas.
Como lo señalé en otro momento (Limón, 2005), si nos diéramos a la tarea de
investigar el mundo de las ideas, seguramente podríamos observar cómo a lo largo de la
historia han surgido ideas y formas de acción derivadas de diferentes áreas del conocimiento o
formas de expresión humana, y, con ello, constatar que es común recurrir a este mecanismo
para darle forma a un pensamiento, para buscarle coherencia a una idea, para comunicarnos
con los demás en nuestra vida cotidiana, o para derivar un modelo terapéutico o científico que
nos ayude a configurar una explicación.
Particularmente me refiero a la utilización de conceptos provenientes de otras áreas del
conocimiento, por ejemplo de la filosofía hermenéutica o del construccionismo social, con lo
cual, en mi opinión, se está favoreciendo la configuración de un nuevo “marco teórico” o
“sistema de inteligibilidad” para la psicoterapia. Pero también me estoy refiriendo a un nuevo
cuerpo de metáforas que bien podría proporcionarnos mejores elementos para ayudar a las
personas con problemas, como es el diálogo en lugar de la violencia, la negociación en lugar
de la imposición, el respeto y la tolerancia en lugar de la exclusión, o el derecho a ser
diferente, que es, permítanme señalarlo, una de las tantas formas de pensar que se han venido
consolidando en este particular momento histórico que nos tocó vivir. Y aclaro que se trata de
una de las tantas formas de pensar, porque existen otras que aparentemente están produciendo
lo contrario, pero que desafortunadamente también forman parte del contexto histórico
contemporáneo, como es el caso de aquéllas que han relacionado la teoría de la evolución
darwiniana a la supuesta “evolución” de la sociedad, pues son formas de pensar que
promueven la competencia y la “supervivencia del más apto”. Que es, por cierto, el trasfondo
ideológico de la engañosa distinción entre “ganadores” y “perdedores” que hace pocas
décadas empezó a colarse en la estructura lógica de las sociedades contemporáneas (sobre
todo a través de las series de televisión y películas norteamericanas), “donde los niños crecen
con la idea de que el que nada tiene es porque no ha sabido hacerlo, esa mentirosa cantinela de
que el triunfo sólo depende del empuje personal”3. [Que se lo digan a uno de los 30,000 niños
que mueren al día por causas que podrían ser evitables. Y aunque este es otro asunto que 3 Elvira Lindo, periódico El País, septiembre 7 del 2005, p.56.
8
tampoco me corresponde comentar aquí, sí creo que es un buen ejemplo de cómo “emigran” y
se “asimilan” formas de ser y de pensar provenientes de otros contextos culturales, y también
es un buen ejemplo de la forma como está operando la globalización.]
Regresando a mi planteamiento, y sin pretender desacreditar otras propuestas
terapéuticas (tanto de la terapia familiar como de las llamadas “narrativas” o “postmodernas”,
pues estoy plenamente convencido de que todas ellas cuentan con mecanismos efectivos para
ayudar a las personas con problemas), pienso que sería interesante ponderar la posibilidad de
incluir más abiertamente algunos de estos elementos en nuestras formas contemporáneas de
hacer terapia.
Con todo, y no obstante que algunos teórico contemporáneos hablan de la
postmodernidad como una nueva “conciencia colectiva”, o se refieren a ella como “una
manera diferente de ver el mundo”, o que incluso nos han proporcionado interesantes
reflexiones al respecto, me parece que todavía no disponemos de indicios más precisos para
conocer por dónde tendríamos que caminar. Que son, tengo que reconocerlo, cuestiones
difíciles de abordar.
“¿De qué manera se encuentran relacionadas estas experiencias fundamentales de la
locura, el sufrimiento, la muerte, el crimen, el deseo, la individualidad?” se preguntaba
Foucault allá por los años 70, para posteriormente responder que estaba convencido que jamás
hallaría la respuesta, pero que eso no significaba que debiéramos renunciar a plantearnos la
pregunta. No obstante, para el caso de la psicoterapia, quizá algunas de estas preocupaciones
podrían estar tentativamente dirigidas a liberar a las personas de esas formas de ser y de
pensar que les están impidiendo ver otras posibilidades de vida, a liberarlas de esas formas de
subjetivación que, como lo señala Vattimo (1994), las tienen atrapadas… como peces en una
red.
No obstante que estos han sido algunos de los temas a los que les he dedicado buena
parte de mi trabajo, me gustaría dejar muy claro que no estoy presentando una propuesta para
dejar de hacer lo que estamos haciendo, o que descalifique otras formas de hacer terapia. Y
tampoco pretendo presentar mi punto de vista como una alternativa para todos los problemas. 9
Sería una pretensión desmesurada, sobre todo cuando estoy hablando de la existencia de
múltiples perspectivas y del respeto por la pluralidad. Solamente les estoy presentando algunas
de mis preocupaciones, lo cual, como le ocurrió a Foucault, me han llevado a interesarme en la
manera como se han venido alterando los sistemas de significado a lo largo de la historia, a ver
la forma en que éstos pueden llegar a incorporarse a nuestra vida cotidiana, y a analizar la
manera en que podrían estar involucrados en una problemática en particular. Pero al mismo
tiempo son preocupaciones que me han permitido reparar en ciertos mecanismos
conversacionales que podrían ayudarnos “ampliar los márgenes de libertad” de algunas
restringidas formas de pensar que, habría que subrayarlo, pueden estar produciendo un
problema. De aquí que me haya atrevido a trasladar a los ámbitos de la terapia algunos
planeamientos de la postmodernidad, de la filosofía hermenéutica y del construccionismo
social.
Me refiero, en concreto, a la posibilidad de involucrarnos con las personas en un
diálogo interpretativo que les permita ampliar sus propios márgenes de libertad, para, entre
otras cosas, tratar de ver con ellos las posibilidades de llegar a pensar de una manera diferente
(penser autrement). Pero, sobre todo, para involucrarnos con ellos en una conversación
creativa que les permita ponderar la posibilidad de realizar un proyecto de vida alternativo.
Pero ¿qué proyecto de vida alternativo? me preguntarán ustedes [lo cual, tengo que
confesarlo, representa uno de los puntos críticos de lo que estoy queriendo desarrollar].
Evidentemente que sería pretencioso de mi parte sugerir que nosotros les dijéramos a las
personas cuál es o cómo tendría que ser ese proyecto de vida. Y tampoco sería una postura
muy postmoderna que digamos. Pero ¿entonces, por dónde tendríamos que conducir una
conversación terapéutica de esta naturaleza? No obstante que existen posturas que califican de
“experto” al “cliente”, como lo han destacado Anderson y Goolishian (1992) (con quienes
comparto una gran afinidad teórica, y con Harlene, incluso, un afecto especial), a mí me
parece que también habría que considerar la posibilidad de lo contrario, esto es, de que “el
cliente” no sólo no sea un experto, sino que incluso pueda estar atrapado en una manera de
pensar muy restringida, o en un contexto relacional limitante (como el pez en la red de
Vattimo), o que ignore, como nosotros, cuáles son las posibilidades disponibles en este nuevo
contexto de creencias y valores. Lo cual, como podrán ver, nos coloca en una postura muy
delicada y de gran responsabilidad. No obstante, la idea, aunque planteada de manera muy 10
escueta, es involucrarnos con ellos en una conversación creativa pero respetuosa, en un
diálogo hermenéutico que les permita acceder a nuevas maneras de interpretar la experiencia,
a nuevas formas de subjetivación que les permita considerar la posibilidad de la existencia de
formas de vida alternativas, de “juegos de lenguaje” más satisfactorios o menos conflictivos.
Pero ¿cuáles serían los elementos pertinentes para acceder, como diría Foucault, a esas
“nuevas formas de subjetivación”? Aunque ésta tampoco es una pregunta sencilla, la idea a la
que he llegado, por lo pronto, es a tratar de incluir en mis “conversaciones terapéuticas”
aquéllos “sistemas de significado” que en este particular momento de nuestra historia han
estado proporcionándole sentido a las formas emergentes de ser y de pensar. Esto es, a
privilegiar el diálogo en lugar de la violencia, la negociación en lugar de la imposición, el
respeto y la tolerancia en lugar de la exclusión, el derecho que todos tenemos a ser como
somos o a ser de una manera diferentes, y a aceptar y respetar la diversidad, entre otras
muchas creencias y valores que han venido a pasar a primer plano en este particular momento
de la historia.
Es aquí donde yo he pensado contemplar las “prácticas de libertad” que se ejercían
en la antigua civilización griega como una tentativa guía metafórica para mi manera de ejercer
la psicoterapia, pero, sobre todo, incluyendo en mis conversaciones terapéuticas aquéllos
“ejercicios” que estaban estrechamente relacionados con el “cuidado” o “cultivo de uno
mismo” a los que se refería Foucault. Son ejercicios, ahora parafraseando a Wittgenstein, en
donde están involucrados los “juegos de lenguaje” de las personas que acuden con nosotros a
terapia. Pero como se trata de “juegos de lenguaje” que están incrustados en particulares
“formas de vida”, como también lo señalara este autor, me parece que el vehículo
privilegiado para realizar estas “prácticas de libertad” está coherentemente identificado con
el lenguaje, esto es, con las conversaciones terapéuticas de corte hermenéutico o
interpretativo. Que es, también (ni siquiera habría que decirlo), el vehículo privilegiado para
el ejercicio profesional de nuestra disciplina.
En este sentido, como lo menciona Foucault (1994a), en el mundo griego antiguo el
“cuidado de uno mismo” era el modo mediante el cual la libertad individual contenía un
importante contenido ético, pero de una ética que tenía que ver con la manera de conducirse en
sociedad. Y para que esta práctica de la libertad pudiera adoptar la forma de un ethos bueno,
11
bello, honorable, estimable, memorable, y que pudiera servir de ejemplo, era necesario todo un
trabajo sobre uno mismo.
Por ello, para conducirse bien y practicar la libertad como era debido, para los griegos
de la antigüedad era indispensable ocuparse y cuidar de sí para conocerse, formarse y
superarse a sí mismos, así como para controlar los apetitos que podían dominarlos. Por eso la
libertad, a decir de Foucault, era un tema fundamental para los griegos y, sobre todo, no ser
esclavo (no ser esclavo de otra ciudad, de los que los rodeaban, de los que los gobernaban y de
sus propias pasiones). Y así como ser libre significaba no ser esclavo de sí mismo ni de los
propios apetitos, esto al mismo tiempo implicaba establecer una cierta relación de dominio con
uno mismo.
Es por eso que en mi práctica profesional he considerado fundamental incluir en la
conversación algunos sesgos discursivos que contemplen las formas de ser y de pensar
existentes en el momento actual (lo válido, lo permitido, lo ético, etcétera), diferenciándolo de
épocas y contextos del pasado. Esto es importante sobre todo si estamos de acuerdo con Sluzki
(1984) en que muchas de las "enfermedades" del pasado ahora son una peculiaridad o una
idiosincrasia; o si pensamos que algunas de las patologías o pecados del pasado ahora se han
convertido en derechos humanos (Limón, 1997).
Es en este sentido donde he pensado que quizá nuestro papel como terapeutas pudiera
estar más cercano al papel considerado por Foucault para los intelectuales, esto es, a cambiar
algo en el espíritu de la gente. Esto es, a enseñarles que son mucho más libres de lo que se
sienten, y que lo que ellos aceptan como verdad o evidencia ha sido construido durante cierto
momento de la historia. Pero, además, que esa pretendida evidencia puede ser alterada por
nosotros mismos (Foucault, 1988)4.
La idea es poder involucrarnos con ellos en un proceso conversacional, de corte
interpretativo, que podría facilitarles analizar sus propias prácticas discursivas, y de una
sagaz pero cautelosa conversación que nos ayude a ver hasta qué punto es posible penser
autrement, pero, sobre todo, de un proceso que les permita a las personas ampliar sus
4 En la referencia original Foucault dice que “esa pretendida evidencia puede ser criticada o destruida”, refiriéndose, en general, al papel que deberían jugar los intelectuales, aunque en su traslado hacia los ámbitos de la terapia yo le hice algunos ajustes pertinentes.
12
propios márgenes de libertad para, con ello, considerar la posibilidad de promover "el
cuidado de sí mismo" que se practicaba en el mundo griego antiguo.
Con todo, e independientemente de la valiosa herencia cultura que nos legó el mundo
griego de la antigüedad, también habría que tomar en cuenta que para ellos el conocimiento y
la racionalidad eran una característica individual. Pero ojo: era una característica individual del
hombre, no de la mujer, que fue el sesgo conceptual que retomó el movimiento ilustrado del
siglo XVIII, pero, además, que sigue estando presente en muchas formas de pensar
contemporáneas. Y no obstante que durante el romanticismo se empezaron a cuestionar esos
extraordinarios poderes que estaba adquiriendo la “racionalidad científica” de la ilustración, es
básicamente con el advenimiento del pensamiento postmoderno cuando empieza a
cuestionarse la preeminencia de la razón como vehículo privilegiado para hablar acerca de la
realidad, y cuando empieza a considerarse al mundo como una creación nuestra. Me refiero a
esta nueva forma de pensar que considera que la realidad es una construcción social, y donde
las relaciones que se gestan entre nosotros suelen ser uno de los elementos cruciales para,
precisamente, la construcción social de la realidad, que es, permítanme señalarlo, algo que
ya venía apuntando Gregory Bateson y que posteriormente vino a recalcar Kenneth Gergen
(1994). Aunque también me estoy refiriendo a un contexto relacional en donde el lenguaje
está jugando un papel crucial, pues, como antes lo señalé, es precisamente éste el vehículo
privilegiado…, pero no “para reflejar la realidad tal como es” (como dirían los modernos),
sino para su construcción (como dicen los postmodernos).
Por eso, aunque en un principio llegué a considerar la idea del “ cultivo de uno mismo”
como una posible “guía metafórica” para la psicoterapia, ahora, en el contexto relacional
antes descrito, he preferido ampliarla para incluir algunos elementos sustantivos al contexto
social contemporáneo, mismos que podrían llegar a configurar un proyecto de vida alternativo
que contemple, en su desarrollo, el cuidado, cultivo y disfrute de sí mismo, en pareja y con
la familia (Limón, 2005), lo cual ya incorpora las inquietudes relacionales de Bateson y
Gergen. Pero, además de lo anterior, al mismo tiempo me parece una “guía” conceptualmente
cercana a la idea de “calidad de vida” que ha empezado a hacerse presente en nuestros
escenarios cotidianos. Aunque también podríamos hablar de ciertas “prácticas de libertad”
que, como lo llegó a plantear Foucault (1994b) en sus últimos años, podría involucrarlos en un 13
proceso de vida que les permitiera acceder a lo que este autor identificó como “estética de la
existencia”.
Se trata, en concreto, y ya para terminar, de una manera de ejercer la psicoterapia que,
aunque con dificultades, me ha permitido incorporar algunos elementos discursivos para
ayudar a las personas a liberarse de ciertas inercias culturales inmovilizantes, desfavorables o
peligrosas, para uno mismo o para terceras personas. Pero también se trata de una
conversación terapéutica, de corte interpretativo, que les pueda permitir encontrar nuevas
formas de subjetivación (penser autrement) y nuevas formas de relacionarse, como para
ayudarles a ponderar las ventajas, riesgos y posibilidades de un proyecto de vida alternativo,
que son, en mi opinión, algunos de los elementos que deberían merecer nuestra atención como
terapeutas.
Referencias- Anderson, H. y Goolishian, H. (1992) El experto es el cliente: la ignorancia como enfoque
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