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TEORIA, FUENTES Y METODO EN HISTORIA REGIONAL Arístides Medina Rubio Universidad Central de Venezuela La historia es la memoria colectiva de una sociedad cualquiera, a partir de la cual los hombres tratan de comprender y de explicar el pa- sado en todas sus dimensiones y expresiones, descubriendo sus constan- tes —espacios de leyes sociales— y proponiendo líneas para el desarro- llo ulterior de esos mismos hombres. Ya quedó muy atrás el tiempo de la historia episódica, la que sólo quería conservar la memoria de los grandes hombres, la que pretendió esconder, detrás de una desmedida valoración de sus héroes, los procesos sociales, y la que pretendió des- merecer e ignorar, por cotidianos y repetitivos, los hechos vinculados a las masas anónimas. Quedó igualmente sepultada la hisloria cuya me- moria sólo aspiraba a una erudita descripción de los hechos y de los fe- nómemos, descarnada de cualquier intento de comprensión y explica- ción en beneficio de los hombres mismos. Hoy, la ciencia de la historia se ha desembarazado de toda tentativa de reproducción del pasado, porque sabe que en el mejor de los casos, sólo podría reproducir la ideo- logía de los dominadores; por eso ahora busca la comprensión y expli - cación del “d o en ir de los hombres en el tiempo”, planteando lo que se pudiera llamar la necesidad de la historia y agregando a esta un papel mucho más significativo en el concierto de las ciencias del hombre. Sin embargo, para llegar a esta proposición prospectiva la ciencia histórica hubo de engarzarse estrechamente con las otras ciencias del hombre, y agregar al criterio temporal que siempre manejó —el pasado \ ese pasado mientras más remoto más histórico— una nueva magnitud (*n donde el t iempo histórico, sin perder su carga de pasado y asociándo- se cada \ez más con la noción de espacio, debe dar cabida a lo presente, \inculando sus interpretaciones ton el porvenir de los hombres. Este presente t iene en la historia un sentido muy prec iso; quiere ev itar cual- quier intento de convertirla en una sociología, una economía o en otra

Teoría, fuentes y método en historia regional

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TEORIA, FUENTES Y METODO EN HISTORIA REGIONAL

Aríst ides Medina Rubio

U niver s idad C en tra l d e Venezuela

La historia es la mem oria colectiva de una sociedad cualquiera , a partir de la cual los hom bres tratan de co m p re n d er y de explicar el pa­sado en todas sus d im e n s ion e s y expresiones, d escub rie nd o sus constan ­tes —espacios de leyes sociales— y p ro p o n ie n d o l íneas para el desarro­llo ulterior de esos m ism os hombres. Ya q u e d ó muy atrás el t i em p o de

la historia ep isódica, la que sólo quería conservar la mem oria de los

grandes hombres, la q ue p re te n d ió esconder , detrás de una desmedida valoración de sus héroes, los procesos sociales, y la que p retend ió des­merecer e ignorar, por co t id ianos y repet it ivos , los hechos vinculados a las masas anónimas. Quedó igu a lm en te sepul tada la his loria cuya m e ­moria sólo aspiraba a una erudita descripción de los hechos y de los fe- nóm em os, descarnada de cualquier in te nto de com p rens ió n y explica­ción en beneficio de los h om b res mismos. Hoy, la ciencia de la historia

se ha desembarazado de toda tentativa de r e p ro d u c c ió n del pasado, porque sabe que en el mejor de los casos, sólo podría reproducir la ideo ­logía de los dominadores ; por eso ahora busca la c o m p r e n s ió n y exp l i - cación del “d o en ir de los hombres en el t i e m p o ”, p la ntean do lo que se pudiera llamar la necesidad de la historia y agregando a esta un papel mucho más s ignif icativo en el concierto de las c iencias del hombre.

Sin embargo , para llegar a esta prop osic ión prospectiva la ciencia

histórica hubo de engarzarse es trecham en te con las otras ciencias del hombre , y agregar al criterio temporal que s iempre m anejó — el pasado

\ ese pasado mientras más remoto más h is tór ico— una nueva magnitud (*n d on d e el t ie mpo histórico, sin perder su carga de pasado y asoc iándo­se cada \ e z más con la noción de espacio, deb e dar cabida a lo presente, \ in c u la n d o sus in terpretac iones ton el porvenir de los hombres. Este

presente t iene en la historia un sent ido muy prec iso; q uiere ev itar cual­quier intento de convertirla en una sociología, una ec onom ía o en otra

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c ienc ia soc ial. Ese presente se relaciona con la ut i l idad de la historia:

¿para q ué serviría esta cienc ia, si su comprensión y explicac ión 110 ayu ­dan al h om b re q ue cada vez es actual?

Cuando, por otra parle , reiv indic amos para la ciencia de la h is to ­ria el derecho de poseer una ventana desde la cual se pueda escrutar el futuro del hombre , no es que pretend am os convertirla en una ciencia al servicio de \a f u tu ro lo g ia , s ino por la carga nonibtét ica que puedan ex ­traer las c ienc ias soc iales en general y la propia ciencia históric a en par­ticular, de la reconstrucción y valoración diacrònica que la historia ha­ce de los hechos y de los fen ó m e n o s del pasado. Por lo demás, en esta

carga n om olé t ica descansa en buena med ida la defensa que se p ue de

hacer de la historia co m o ciencia, pues son sus registros — los de la his ­toria— los únicos que podrían permit ir la predicción — aun relativa —

en el desarrol lo social, y co m o se sabe, sin predicción no hay ciencia.

¿ P u e d e ex is t i r una h is tor ia re g io n a l?

La historia es la historia de los hombres, y estos concretados his tó ­ricamente en las s o c i e d a d e s — planetaria o mun dia l , cont inenta l , su-

pranacional , nac ional , regional y local— estab lecen v ínculos im pe re ce ­deros con el espac io d o n d e se desarrol lan susactividades. Son estos v ín ­culos, c*on exp resiones co h eren tes y particulares en cada una de las esca­las en que las quis iera observ ar el historiador, los que producen la id en ­tidad local, regional, nac ional o más, de los hom bres obje to de la h is to ­ria. Por todo lo anterior, d ec im os q ue la historia es la mem oria co lec t i ­va de los hombres, enmarc ada s iempre entre las magnitudes de un t i em ­po y un espacio definidos. Y así en tendid a , la reconstrucción e in te rpre ­tación con la que los hombres p retend em os c o m pren der y explicarnos

los hec hos y los f en óm e n os del pasado, p uede en tonces expresarse en

muc has esc alas — desde la microhistoria o historia parroquial , hasta la

historia m undial o universal— siendo todas el las abso lu tam ente váli- I¡das. Y, sin querer desmerecer ninguna de aquel las prácticas, expresa­das ya en historia nacional o historia mundial , q uerem os hacer ahora

algunas consideraciones en torno a la llamada historia regional.E 11 primer lugar, historia regional no p ue de confundir se c on his ­

toria loc al, aun c uando ambas mantengan una estrec ha relac ión. M ie n ­tras esta últ ima se agola en las localidades y quizá en las parroquias

—de ahí que también se hable ele historia parroq uia l— la primera aspi ­ra a superar los l ímites y c ri terios de una c omarc a, l legando inc luso a v e- ces a rebasar los propios l ímites ele un país. Desde el p unto de vista del espacio, la región suele asoc iarse a criterios muy dis ímiles , pues por

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igual se contrae a un p eq ue ño valle fluvial, que bien se podría atrapar

en una carta a escala de 1:50, o a una extensa llanura que configuraría lo

que Dollfus den om in a una provincia geográfica, y aun a d om in io s espa ­ciales y humanos mayores. En ten dem os , sí, que el criterio espacial de

región sobre el que q uerem os asentar la noción de región histórica, es

un criterio subnacional. Igualm ente es necesario recordar que la prác­tica profesional alrededor de la historia local y regional qu iere explica ­ciones globales y coherentes , d ond e se com b in en en dialéct ica art icula­ción todos los análisis sectoriales a que hubiera lugar; por lo tanto es

frecuente ver a la historia local rebasar sus propios objet ivos y co nver ­tirse pro nta m en te en historia regional. Con lo anterior no se ha p reten ­dido desvirtuar a la historia local, descarnándola de cualquier in tento de totalización, sino enmarcarla dentro de sus propios límites , es djecir, local idades y parroquias.

Aunque muchas son las razones que se podrían aducir en defensa de la hisloria regional, so lamente nos refer iremos a las que se relacio­nan con sus motivaciones, y con sus posibi l idades co m o alternativa vá­lida en la reconstrucción e interpretación histórica.

I na primera motivación podría encontrarse en el e s t im u la nte re­conocimiento que le vienen haciendo las c iencias sociales sistemáticas, particularmente la de los geógrafos, sociólogos, economis tas y an tr opó ­logos, a una de las nutr ie ntes de la historia regional , al reclamar de la ciencia histórica, y para llegar a una mejor apreciación de los f e n ó m e ­nos nacionales, el conoc im iento de la vida cotid iana de “muchos de esos

átomos que son las microsoc iedades”. No importa cuán discut ible y te­meraria pueda parecer la anterior presunción , lo cierto es que ha provo­cado la vuelta hacia una historia de tono m enor que, al descender un

poco de la m onum enta l idad de los fen óm enos universales y nacionales, quiere reencontrarse con lo que se recoge en ámbitos tem porales y es ­paciales más pequeños. Y es que el reclamo 110 es gratuito, sino que se relaciona es trechamente con una fie las necesidades más perentorias que aquellas ciencias acusan, particularmente referidas a sus c o m p r o ­misos con las tareas inherentes a la planificación del desarrol lo soc ial, que debería partir de una justa y objetiva apreciac ión histórica de las

porc iones espaciales v humanas que se proponen estudiar.En otro sentido, la historia local, parroquial o microhistoria,

constituye una motivación indudable para llegar al con oc im ien to , al c ult ivo y al uso de las historias mayores. Ya lo ha d ibujado claramente

ese maestro americano de la microhistoria, Luis González y González, c uando en su discurso de incorporación a la Academia Mexicana de la Historia, le reconoce a la microhistoria “la virtud de ser un buen ap er i ­

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tivo para las criaturas que padecen de inapetencia histórica m o n u m e n ­tal”. Y es que el alecto por la llamada patria chica, el que busca m ante ­ner la vinculación de los hombres con sus raíces, es verdaderamente un

camino seguro para aprender a amar y com prender el pasado. El cu lt i ­vo de esta historia anticuaría y men uda se convierte en una nueva m o t i ­vación para la historia subnacional y aun la nacional.

Por ú lt imo, las fuentes , con toda su carga de aparente inexpresión, son otro camino de motivaciones para la historia local y la historia re­gional porque , si bien la historia nacional y la de más al lá de lo nacional t ienen m últ ip le s y organizadas huel las para el docto ejercicio del h isto­riador, la historia m en ud a y cotidiana de las local idades, comarcas y re­giones t iene sus “papeles de famil ia, registros parroquiales, libros de

notarios, crónicas de viajes, censos, informes de autor idades locales, p e ­riódicos, tradiciones orales” y otros discretos pero valiosos test imonios

del ayer. Y en mucho, el historiador local y el historiador regional d e ­ben avanzar or ientados por la luz de sus partic ulares fuentes , que se

convierten así 110 sólo en un motivo para la historia local y para la histo ­ria regional, s ino en una alternativa de primera importancia en la re­construcción histórica de aquel m odesto al iento.

El desarrollo con tem por áne o de las ciencias sociales ha posib i l i ta ­do la organización de una compleja trama de inst i tuciones y corpora ­ciones, que al localizar, recuperar y catalogar fuentes de información, han propiciado un notable desarrol lo de todas las discipl inas que es tu ­dian al hombre. Pero ese desarrol lo a su vez ha producido , al menos en nuestro país, una especie de m etro po li tan i sm o de las ciencias, que e n ­tonces deben mantenerse con frecuencia en torno a los centros urbanos

de primer orden, en d o n d e se han ido concentrando inst i tucional y cor­porat ivamente, fuentes , teoría y práctica en los d iferentes ejercicios

profesionales, dejando en cierto m odo de lado, en el olvido, la pos ib i l i ­dad regional , provincial y local de acometer invest igaciones de cierta magnitud. Es aquí d o n d e las fuentes regionales y locales adqu ieren una

singular s ignificación para la reconstrucción histórica. Circunscritas a cortas tem poral idades y, mejor aún, al reseñar sucesos, f en óm e nos y

procesos que no exceden los l ímites espaciales de una local idad, una co ­marca o una región, son el soporte indispensab le de una com prensión y una explicación que no quiere llevar sus vuelos más allá de aquel los lí­mites. De manera que las fuentes circunscritas a la historia regional, 110 son sólo un motivo que conduce a esa novedosa práctica sino que

también se cons ti tuyen en una alternativa provechosa para la práctica

profesional del historiador.Una segunda alternativa que puede señalarse en relación con las

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posibi l idades reales de esa práctica que se viene d en o m in a n d o hisloria

regional, t iene que ver con el po lémico y discutido concepto de región. Tan d i fu nd id o en las ciencias sociales, particu larmente en la geografía y en la economía , 110 es prec isamente una noción inequívoca, au nq ue

con frecuencia se dice que el conc epto es ambiguo . La inicial a m b ig ü e ­dad del concepto se ve inc rementada cuando observamos que su co n d i ­ción sustantiva se califica con criterios como los de región natural , re­gión geográfica, región h omogénea o región histórica, para hablar sólo de algunas de ellas.

La noción de región, con 1111 co n ten id o teórico y s istemático, co­menzó a desarrollarse en la coyuntura de los siglos XIX y XX, con los

trabajos de Vidal de la Blache y sus seguidores, aun cuan do d esde muy

antiguo se habló de región, part icu larmente natural. Durante los ú lt i ­mos treinta o cuarenta años, a las originales co nce pc io nes vidal ianas de

espacio e historia humana, se han venido ad ic ionando prob lem as de desarrol lo ec onóm ic o o de subdesarrol lo , de conform ación de polos , de d om in io del espacio por los capitales, de conformac ión de iden tidades

locales, regionales y nacionales, hasta convertir a la categoría región en

el campo d on d e deben debatirse no sólo c onc epc iones geográficas, sino hasta concepc iones globales de las ciencias sociales. Para algunos geó ­grafos la c ategoría región es inc apaz de atrapar las real idades totales a

las que quieren llegar, y para otros, apenas es una abstracción q ue sólo

sirve a los intereses de expansión de las grandes empresas.Sin embargo, in d e p e n d ie n t e m e n te de la agria po lémica que p u ­

dieran sostener seguidores y detractores de la escuela vidal iana de re­gión, c om o la llama Yves Lacoste, las loc al idades y las regiones existen

para los historiadores, como también existen las c omarcas y los espacios

nac ionales y supranacionales . Preci samente en esos espacios — las loca­lidades, las c omarc as y la regiones- es d ond e el hi storiador local y el re­gional deben busc ar los f un dam en tos de su trabajo profesional , porq ue

como dice Dol lfus “la región históric a nace de un d i la tado pasado vivi ­do en com ún por una colectividad que ocupa un territorio, ya q ue por varias generaciones los hombres se han guiado por las mismas reglas,

han exper im enta do las mismas vicisi tudes h is tóricas. . . , y de ahí el naci ­m iento de unas costumbres y, a veces, de una voluntad de vivir colectiva

que da su identidad al grupo de personas que viven en dicho territorio”. Así, el discutido c ri terio de región se c onst i tuye en un nuevo ac icate pa­ra el historiador que lo quiere ser de las loc alidades, las comarcas y las

regiones.Al lado de las fuentes —orientadoras del camino y salvadoras de

las identidades loc ales y regionales— y de un c onvenc ional acuerdo con

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relación a lo que es región histórica, una nueva proposición debe co n ­sol idar todavía las posibi l idades reales de la historia regional. La histo­ria de hoy, la que no se conten ta con meras rec onstrucciones s ino que

aspira a explicaciones y usos, t iene el intransferible com promiso de des ­cubrir to tal idades coh er en tem en te combinadas. No en vano las c ien ­cias sociales desd e el ú lt imo tercio del siglo pasado — vale decir desde su

n ac im ie nto— se han d ebatido en una in term inable lucha por su u n i ­dad, sin menoscabo de una vigorosa marcha hacia las especial izaciones. Igualmente, en las ciencias sociales ocurre un particular fenómeno: el constante préstamo e intercambio de procesos técnicos entre ellas, lo

que contr ibuye a mantener las en una estrec ha cooperación. T od o el lo t iene su génesis en el obje to común de todas las c iencias sociales, el hombre mismo, que es una totalidad cuyas real idades sólo es posible d i ­vidir y separar en los procesos de abstracción.

Por el lo, cuando se trata de estudiar un f en óm e no hum ano , histó-

rico-social, no importa desde cuál ángulo pretenda operar el c ientíf ico, deben concurrir todas las ciencias sociales. Ahora bien, ¿qué nivel (es­cala) de la real idad espacial y temporal del h om b re p uede ofrecer m e ­jores perspectivas y pos ib i l idades para atrapar total idades conexas, que

las local idades, comarcas y regiones? Por últ imo, hay todavía otro razo­nam iento en defensa de la historia regional y que, como el anterior, t i e ­ne que ver con el prob lem a de la unidad y la plural idad de las ciencias sociales.

La invest igación s istemática que desarrol lan las d iferentes c ien ­cias sociales les ha ven id o plantean do , cada vez más, la necesidad de

cooperación e in tercambio entre ellas. Han surgido así las invest igacio­nes mult idiscipl inarias e interdiscipl inarias , que t ienen ya más de dos

decenios ofrec ie ndo extraordinarios residtados. Las primeras co nst i tu ­yen una suerte de agregado de ciencias sociales en las q ue cada una de

éstas, sin perder su prop io perfi^ofrece su perspectiva m etodo lógica y sus aplic aciones para luego proceder a una síntesis. Dist intas son las in­vest igaciones interdiscipl inarias , porque en éstas cada una de las disci ­plinas sociales d eb e proceder con una proposc ión metodológica co ­mún, y el intercam bio entre ellas, y aún entre los propios participantes

en la invest igación, d eb e ser muchís im o más estrecho. Median te las prácticas inter y mult idisc ipl inar ias hay una nueva instancia en la cual la escala regional vuelve a ofrecer una perspectiva promisora. En es tu ­dios históricos locales y regionales —y ya hay experiencias de el los en

Venezuela— las posibilidades de integración son prácticamente ilimitadas.Para terminar estas consideraciones relativas a las motivac iones y

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alternativas de la historia regional en Venezuela, no p od e m os dejar de hacer referencias a las proposic iones que desde los nuevos postu lados y

programas de la Escuela Básica, vienen haciendo las autor idades e d u ­cativas del país, al reclamar de los historiadores y de los organismos y

corporaciones que los agrupan, los trabajos de valoración e in terpre ta ­ción histórica de alcance local y regional, q ue sin abandonar su interés

y vinculación con lo nacional , continental y mun dia l , sin embargo co n ­tribuyeron a una mejor comprens ión de las real idades concretas d ond e

se desenvuelve la vida cotidiana de los hombres.

Fu en tes e h is to r ia regional

Las fuentes consti tuyen la materia prima del historiador. Sin caer

en la exageración positivista y neoposit ivi sta de creer que las fuentes por sí solas explican los prob lemas que d eb e abordar el hi storiador, sa­bem os que en el las están inertes todos los datos necesarios para e n c o n ­trar la coherencia, y con ella el camino para la explicación y la c o m p r e n ­sión de los fenóm enos. Historia sin fuentes , parece una fábula o un m i ­to y, en el mejor de los casos, un su b li m e ejercicio de creación, pero

nunca historia. En sent ido contrario, pretender ir en busca del pasado

para pre tender lo y explicarlo, sin la asistencia de fuentes , no es otra co­sa que hacer metahis tor ia o cualquier otro ejercicio imaginativo y por

cierto que así lo han hecho muc hos creyendo que de ese m o d o cult iva­ban una ciencia humana. Suponer que los d o cu m e n to s y las fuentes en general const i tuyen la esencia de los hechos históricos, y, en co n secu en ­cia, em p re nd er una in te rm in able carrera por su recuperac ión y p u b l i ­cación, es quedarse en la puerta anterior, en el umbral de la c iencia de

la historia.Dado que se p ueden considerar fuentes históricas a un am pli o es­

pectro, que incluye a todo tes t im on io , d oc u m e n t o “u obje to que sin ha­ber sufrido ningu na reelaboración, sirva para transmit ir un conoc i ­m ie n to parcial o total de los hechos pasados”, se les suele clasificar en fuentes escritas (docum entos, prensa, memor ias, correspondencia, l i te ­ratura, etc.), iconografías (gráficas y obras plásticas), t e s t im onio s orales

(grabados o no) y fuentes varias. Esta l imitada clasif icación de las f u e n ­tes históricas perm ite percibir que t ienen un c o m p o rta m ien to particu­lar, según sea su naturaleza: entre nosotros, por e jem p lo , la prensa es

una fuente histórica cuyas pos ib i l idades reconstructivas se agotan a

principios del siglo XIX, época en que apareció el prim er per iódico ve­nezolano; por otra parle, la estadíst ica oficial no va más allá de f ines del siglo XIX, pues en Venezuela éstas empezaron después de 1870.

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Desde el punto de vista de las operaciones que d eb e cumplir el his­toriador con sus fuentes , son bien conocidas todas las precauciones que

desde hace ya m ucho t i em po señaló W il hem Bauer en relación con la heuríst ica, la crítica externa y la crítica interna a que deb en ser so m et i ­das, en ten d ie n d o , claro está, que las funciones de organización, l im p ie ­

za y preparación de las fuentes que debe cu m plir el historiador, d e p e n ­den m ucho de su naturaleza.

El historiador local y el hi storiador regional d eb en estar adiestra­dos en el uso de cualquier t ipo de fuentes , pues su tarea con seguridad

lo va a enfrentar por igual con docu m entac ió n histórica de archivo, con prensa, correspondencia privada, mapas, planos, obras de arte, test i ­m onio s orales y hasta con ob jetos y piezas de la vida cotidiana, que le

i lustrarán sobre los f en ó m e n o s q ue deba estudiar. En ese sent ido, va­mos a referirnos a algunos aspectos de las principa les fuentes a las que se debe aproximar el histor iador regional y el hi storiador local.

Las fuentes escritas para el con oc imien to histórico, suelen estar

en la hemerotec a,Jas bibl iotecas y los archivos. En cuanto a las p r im e ­ras, nuestro país acusa una severa deficienc ia, por no hablar de ausencia total, pues sólo existen en tocio el territorio nacional tres hemerotecas , que p ueden considerarse tales, con el agravante —o con la for tun a— de

enc ontrarse todas ellas en Caracas. No ignoramos que en algunas b ib l io ­tecas de la provincia, sean éstas públicas o privadas, suelen existir im ­portantes , grandes y peq ueñas colecciones de publicaciones periódicas nacionales y loc ales, pero su acceso continúa s iendo casi im pos ib le y su

aprovec ham ie nto más q ue disc reto. Por otra parle , apenas se inic ia e n ­tre nosotros la im porta nte tarea de recuperación de ejemplares y co lec­ciones hemerográficas locales y regionales que tan buenos frutos of re ­cen al hi storiador de loc al idades, comarcas y regiones, de m odo tal que

por ühora y quién sabe por cuánto t iem po , habrá que contentarse c on lo que pueda existir en las hemerotecas Nac ional, de la Academia N a ­cional de la H is to r ia , ) las q ue existen en esc ondidas bibl io tecas pro \ i n- cianas y aun en manos de c uidadosos o aprovechados anticuarios.

La prensa es una fuente histórica de primerís ima importancia, 110

sólo por lo que intrínsec am en te signific a, sino porque bajo esa d e n o m i ­nación debe incluirse 1111 am plí s im o conjunto de pub licaciones p er iód i ­cas, que se const i tuyen en el asiento más accesible de numerosas y varia­das op in iones sobre problemas co ntem poráneos a la prensa misma, y aun sobre problemas anteriores a su t iempo. Las limitac iones más im ­portantes que se podrían señalar a la prensa como fuente histórica, se

refieren a su vulnerabil idad frente a los procesos de aprec iac ión “obje-

tiva” q u e tratan de hac er las téc nic as de invest igación, y a su relativa j u ­

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ventud. Entre nosotros al menos, ya hemos dicho que la con tem pora ­neidad de la prensa no penetra más allá de comienzos del siglo X IX y

excepcionalmente, si se admit ie se a la Gaceta d e T r in id a d com o el pri ­mer periódico venezo lano, esa contem porane idad retrospectiva podría avanzar hasta f ines del XVIII. Esto s ignif ica q u e los f en ó m e n o s y proce ­sos reseñados por la prensa venezolana como hechos de su t i em po, se

agotan re lat ivamente temprano . D esde luego, si bien la prensa se cons ­t i tuye n orm alm e n te en fuente de d ocu m entac ió n sobre los hechos de

su t iem po también p ue de dar cabida — y así ocurre con frecuencia a re­señas, memorias, polémicas y juicios sobre fen óm e n os anteriores , pero, en este caso, la prensa deja de ser, al m en os para los historiadores, una

fuente primaria. Más relevante que toda esta consideración sobre la re­lativa juventud es, sin embargo, la que se refiere a las delicadas formas en que suele uti l izarse a la prensa como fuente de documentac ió n . En este sentido, la prensa no sólo lo es de los hechos —que puede recoger parcialo tota lmente, veraz o in te resa dam ente— sino q ue lo es ta mbién de eso

que suele denominarse op in ión pública; la prensa p u e d e ser consc ien ­tem en te la expresión de los partidos pol í t icos , grupos de op in ión o de

presión, contr ibuyendo con todo el lo a configurarse una condic ión que parece inherente a la prensa en todas sus lat itudes: su heterogeneidad

y, en consecuencia, su vulnerabil idad com o fuente histórica. Por el lo, con las fuentes hemerográficas el historiador d eb e proceder con suma

prudencia, no porque esté obl igado a cuidar una supues ta o falsa obje ­t ividad, sino porque tergiversaciones, op in ione s interesadas y otros ses­gos,pudieran introducir igualmente distors iones en su labor de recons­trucción y explicación.

Los periódicos y demás publicaciones locales y provinciales , que

en términos genéricos suelen d en omin ars e prensa regional , const i tu ­yen un importante soporte para la invest igación histórica de aquel la es­cala. En Venezuela apenas están com enzando los trabajos de recupera­ción, catalogación y hasta de publicación de estas fuentes , pero no d u ­damos de sus futuros servicios. La prensa local y regional recoge y rese­ña con frecuencia aquel los hechos y f enóm enos, que por su brevedad, poca monta, e intrascendencia, no ocupan las páginas de la prensa na­cional. Los periódicos locales y regionales se vinc ulan con frecuencia

con la vida cotidiana de los pueblos y de sus personajes, transmit iendo

así la mejor y más cercana visión de los p eq ueños f en óm e n os de la vida

pueblerina y provinciana, en versiones q ue nunc a o casi nunca podría

recoger la prensa nacional. Y prec isamente allí, en esos m od estos sema­narios y quincenarios , en esas revistas de p om p oso nom bre , de las cua­

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les a veces no salen sino uno o dos números, es d ond e el historiador re­gional deb e buscar el pulso de su historia.

No debe el historiador local ni el historiador regional despreciar

ni la más e lem enta r prueba de la act ividad de los hombres por d im i n u ­ta que parezca.

En lo que se refiere a bibl iotecas, la s i tuación mejora n o ta b le m e n ­te, pues no sólo existe ya un n úm ero considerable de carácter univer­sitario, sino que la red nacional de bibl iotecas, creada en 1978, ha esta­blecido una estrecha vinculac ión entre ellas. D esde luego que, cuando

admitimos una sustancial mejora en el sistema y en las posibi lidades del sistema bibl io tecario del país, lo hacemos porque en ten d e m os lo que

las bibl iotecas s ignif ican como lugar de asiento de las más variadas

fuentes de in formación para todos los campos del conocimiento . No ig­noramos que, en cuanto a bibl iotecas especial izadas en fuentes hi stóri ­cas, el país ta mbién acusa serias def ic iencias , pues apenas la B ib l ioteca

de la Academia Nacional de la Historia, la discret ísima del Archivo G e ­neral de la Nación, la Bib l i o teca Arcaya y la de la Fun dac ió n Boulton , son las únicas que entre nosotros se podr ían considerar especial izadas. Desde luego que bibl io tecas como la del Banco Central de Venezuela, la

Central de la Universidad Central de V enezue la y otras, cont ienen va­liosísimos fondos de interés para la historia, pero no pueden co nside ­rarse especial izadas, lo que configura una lamentable s i tuación en lo que a fuentes bibl iográficas especial izadas se refiere. Y esta circunstan­cia no deja de ser importante , pues, si bien las fuentes primarias son bá­sicas en la reconstrucción histórica, porque constituyen el mejor sus­tento en la búsq ueda de original idad, las fuentes secundarias y tercia­rias —cuyo lugar de reposo es n orm alm e n te una b ib l io te ca— son tam­bién fuentes obl igadas para los historiadores. Cualquier invest igación

comienza por una aguda e intenc ionada localización de fuentes b ib l io ­gráficas, de ahí la importancia de las bibl iotecas.

El historiador regional y local t iene en las fuentes secundarias

(monografías, ensayos,tesis) y en las fuentes terciarias (enciclopedias, diccionarios, atlas) un im porta nte nutriente de su trabajo. Esas fuentes —consultadas antes, después o s im u ltán eam en te con las fuentes pr im a­rias— ayudarán con garantía al invest igador en esa m onu m enta l tarea

de escudriñar en la historia sectorial (económica, pol ít ica, social) y so­

bre todo en la de encontrar, descubrir y explicar la combinac ió n y la co ­herencia con los que esos dist intos factores se expresan en los procesos

histórico-sociales que son objeto de su estudio.Al entrar a considerar los archivos venezolanos, ten em os que co­

menzar d ic ien do que la s i tuación mejora francamente. P o s ib le m e n te

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por el hecho mismo do que los archivos históricos son repositorios de

fuentes para el uso casi exclusivo y preferente de los historiadores, las

posibi l idades que éstos ofrecen se nos presentan mucho mejores y como

casi il imitadas.

La docu mentac ión histórica de archivo continúa s iendo la varie­dad más importante de las fuentes que p ue de uti l izar el historiador. S uponen un trabajo previo de l impieza, restauración si fuere necesario, organización y opcional men te de catalogación, operac iones q ue no

siempre se cumplen por los organismos dest inados para el lo , lo que sue­le agregar una meticulosa labor al historiador.

Los archivos venezolanos nacieron con la organización jurídico-

administrativa de la Colonia. D e acuerdo a la legis lación de Indias y con las paulas organizativas que la iglesia hispánic a admitía, los pape les de

valor históric o, polí t ico, soc ial, religioso, etc., deb ían depos itarse en las Escribanías Públic as, y en los Despac hos Eclesiást icos , q ue en Ven ezue ­la, surgieron desde los comienzos del proceso colonizador.

Los papeles que correspondían a los Despac hos Eclesiást icos han

perman ecido en aquel las dep en dencia s sin otras m od if icacion es que

las que impuso en el pasado la natural expans ión de la iglesia diocesana, y las que ha im pues to nuevam ente la reciente preocupación de la iglesia episcopal venezolana por sus pape les históricos. Pero los pape les co­rrespon dientes a las Escribanías Públicas tuv ieron durante el siglo XIX

una accidentada vida, que en un m o m e n t o dado incluso los l levó hasta

su fusión con los fondos de la B ibl io teca Nacional (1833) y posterior­m en te a su separación en dos ramos (1836-38), q ue se d en om in aron Pa­peles de Registro Públic o y Arc hivo Nacional . F u e sólo a partir de 1877, cuando Guzmán le otorgó base jurídica al Archivo Nacional , q ue los an­t iguos papeles de archivo, ya en el Archivo Nacional — después Archivo General de la N ac ión — o ya en el Archivo del Registro Público , que ha­bía sido creado desde 1836. Hoy, los pape les históricos venezolanos de interés más general, se consiguen en cuatro archivos fundamenta les

q ue serían el Archiv o General de la Nación, el Archiv o del Concejo Mu­nicipal de Caracas, el Archivo del Registro P úb li co de la Prop iedad del Distrito Federal y el Archivo Arquidiocesano de Caracas, a los que se

deberán agregar el Archivo del Congreso Nacional, el de la Universidad Central y los Archivos de los Ministerios , pero todos el los con fondos

muc ho más recientes, y, si se quiere, m en os generales.

Al lado de estos archivos que p udiéram os l lamar centrales , en

cuanto q ue su docu mentac ión se refiere a todo el ám bito temporal y es­pacial venezolano, hay otros d isem in ados en todo el territorio nacio-

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na!, que, sin m enosprec io de los archivos generales, const i tuyen la cé lu ­la básica para los cult ivadores de I \ historia local y regional. Son los ar­chivos q ue se suelen d en om in ar igualmente locales y regionales , y cuyo

listado incluye archivos públicos —estatales, distritales, m un ic ip a le s -

eclesiástico —obispales metro po li tanos o parroquiales— y los archivos privados. En cuanto a los primeros, se sabe que en cada entidad federal funciona un Registro Púb lico Principal de la Propiedad, e igualmente

un Archivo Oficial del Estado. Tam b ién existe en cada uno de los dis ­tritos que conforman la respectiva ent idad federal, un Archivo del R e ­

gistro P úb lico subalterno de la propiedad y un archivo que conserva los papeles que corresponden a las cuest iones municipales , que ,en m uc hí ­simos casos, es un im portante repositorio de obl igada consulta.

Existen todavía a nivel de las alcaldías y juntas comunales , algu­nos archivos dignos de consideración. En general, éstos han sido poco

uti l izados hasta ahora.Los archivos eclesiást icos son considerados desde el punto de vis­

ta corporativo como archivos privados. Dada su importancia q uerem os

referirnos a el los separadamente. En cada obispad o se conserva un ar­chivo con todo lo de interés en su diócesis y cada una de las parroquias

debe igua lm en te conservar su archivo, lo que ha prod uc ido los im por ­tantís imos archivos parroquiales. Es de recordar que, a n i i e l de las d ió ­cesis, existen tres arc hivos, el de la Curia, el del Cabildo Metropoli tan o

y el Secreto del Obispo, l lamado también archivo secreto, y, si bien este

último se conserva in franqueable para los invest igadores, no ocurre así con los dos primeros, que ya se sabe, son un invalorable tesoro para la

investigación histórica. En general, estos archivos eclesiásticos — ob is ­pales, de curias, catedral ic ios y parroquiales— encierran un verdadero

venero de noticias. Por una parte, es conocido el cuidado y celo con el que la iglesia s i empre manejó y maneja sus asuntos, y, por otra, sólo en t iempos muy recientes han comenzado a ser explotados por los invest i ­gadores, lo que les otorga un carácter verdaderamente original a sus fondos. El invest igador de historia regional y local t i ene en los archivos

eclesiásticos un apoyo invalorable que no p ue de ignorar.

Por ú lt imo , los archivos privados const i tuyen el mejor af luente

para la invest igación de historia regional y local. Entre el los los hay de

partidos pol í t icos , asoc iac iones, grupos económicos y en general de cor­poraciones, así com o también los hay individuales . Estos últ imos, con

frecuenc ia no son otra cosa q ue una d esu nif orm e masa de papeles v ie ­jos, que sus propietarios han conservado más por interés personal vin ­culado a fortunas perdidas o conservadas, o a algún venerable antepasa ­do que por cualquier otra circunstancia.

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Por el lo casi s iempre sus propietarios tratan de m an ten er los en un ámbito tan privado que su acceso y aprovechamiento resulta de ord in a ­rio muy difícil .

Los archivos privados pueden conservar com ple t ís imas coleccio ­nes de legajos, ex ped ientes y otros papeles , de naturaleza f inanciera o

polít ica, o de cualquier otro aspecto. P u e d e n ta mbién ser discret ís imos

papeles personales, cuyas consideraciones no trascienden del ámbi to

de las famil ias que los han producido, pero en am bos casos t ienen el ma­yor interés para los historiadores locales y regionales . Conviene desta­car que en el ámbito de los archivos privados sobresalen los q ue se con ­servan de antiguas f irmas y fondos mercanti l es y las de propietarios de

hatos, plantaciones y haciendas, que todavía esperan una concienzuda

labor por parte de los historiadores.

En Venezuela se sabe de honorables famil ias que conservan los ar­chivos de sus antepasados. Igu a lm en te se conocen archivos de antiguas firmas comerciales, alguna de las cuales lo ha puesto a dispos ición de los invest igadores. Pero todavía no existe entre nosotros una verdadera disposición para franquear estos archivos privados, de ponerlos a dis­posición de los historiadores que qu ieren buscar en el los algunas vías

para las expl icaciones y com pre nsiones de fen ó m e n o s globales. Es in­imaginable la contribuc ión que los papeles de antiguos propietarios de

hatos, haciendas y comercios , pudieran ofrecer a la invest igación histó­rica en general, y particu larmente a la de vocación local y regional , por lo que la búsqueda de éstos d eb e ser una labor infat igable para quienes investigan en esa escala.

Aparte de las fuentes bibl iográficas, hemerográficas y d o c u m e n ­tales, el historiador local y regional p uede contar y d eb e acudir de he­cho a otra amplia variedad de fuentes , en la que se incluye la l iteratura, la plástica, la fotografía y, desde luego, los test im onio s orales. Estos úl­t imos, som et ié nd olo s a todos los cu idados y precauc iones q ue han suge­rido Eugenia Meyer y sus seguidores, p ue de n propiciar verdaderas in­vestigaciones, y, en ese sentido , a nadie escapa que los acon tec imientos locales y provinciales genera lm ente se d et ien en en la anécdota y en el recuerdo del personaje pue ble r ino , del cronista local, y es allí precisa­m en te donde estos te st imonios orales alcanzan su verdadera magnitud. Los test igos presenciales y test imoniales y los conservadores y transmi­sores de tradiciones son un const ituye nte preferencial de los historia­dores locales y regionales.

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M é todos y técnicas en la in vest igación his tórica regional y local

La invest igación histórica a escala regional y local, como cualquier

otra práctic a profesional en el ejercicio de la ciencia de la historia, debe

efectuarse según las or ientac iones del m étod o histórico, el cual opera a su vez con las pautas generales del m étod o científ ico, incluyendo desde

luego las particularidades técnicas y p roced im ien to s que im pon e su

cultivo. Podr ía decirse de manera más precisa y con T u ñ ón deLara, que

el m étodo histórico es el con junto de operac iones inte lectuales de or d e ­nación y evaluac ión de la materia prima de la historia (las fuentes) , para aplicar unas técnicas que perm itan conocer los objetos históricos cuyo estudio ha sido propuesto con form e a algunos supuestos e hipótesis.

El m é t o d o histórico com o camino que aspira a descubrir una ver­dad referida a hechos peculiares — los hechos soc iohistóricos— tienen

también su peculiaridad. La búsqueda de leyes científicas sobre acon­tec imientos, procesos y f en ó m e n o s cuya característica más incues t io ­

nable es la i r r e p e t i b i l i d a d , no tendría éxito si no se realiza con un m é t o ­do capaz de atrapar total idades y cuya única restricc ión es la de no p o ­der ex tender la val idez de sus leyes más allá ele los l ímites espaciales y

temporales p rev iam ente definidos . Cuest iones como la producc ión y la

reproducción de la vida y para la vida y todas sus complejas consecuen ­cias (clases sociales, desarrol lo social, propiedad , trabajo, etc.), las rela­ciones entre la estruc tura econ óm ica de la sociedad y el conjunto super­estructura!, así como su determin ación , y la c ausalidad últ ima del m o ­vimiento histórico, son particu laridades de los f en óm enos y procesos

históricos que p ue de n ser a tendid os ú nicamente con un m étodo cons­truido con una c om ple ta trama de noc iones y c ategorías, q ue permitan

atrapar esas total idades. Por el lo se e n t ien d e que la proposición m e t o ­dológica implica m ucho más que deci s iones téc nic as y de p r o ce d im ien ­to, pues to que estas últ imas prácticamente p ueden servir a cualquier

método.Así e n ten d id o , la noc ión del m éto d o histórico no p u e d e asimilar­

se a la noción de técnicas históricas. Si bien estas últimas equivalen a

procedimientos def in idos con arreglo a los princ ipios del m étodo , se

agotan en la o b te nc ió n de los resultados inmediatos que en c ada caso se hubiesen propues to. Esta ac laratoria no sobra, p orque es muy frecu en ­te que el uso cu idadoso y de excelentes resultados con algunas técnicas

conduzca al invest igador por caminos inúti les e intrascendentes , des ­virtuando los verdaderos obje t ivos de la c iencia de la historia.

En el orden m etodo ló g ico , que en la cienc ia de la historia — re pe ­t imos— t iene una estrecha relación con los obje t ivos de la ciencia en

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cuest ión, es también muy importante dejar claro los propósi tos que verdaderamente animan a la llamada historia regional y local. En pri ­mer lugar, la invest igación regional que se propugna desde esta posi ­ción m etodológica no se asocia a la idea de def in ir regiones en función de los propósitos expansionistas o co lonizadores — implíc itos o expre­sos— que puedan animar a los grandes centros m etropo li tanos de po ­der, o a los grandes consorcios económicos; la invest igación regional que desarrolla la cienc ia histórica es con el propósi to de encontrar los

fun dam en tos que puedan explicar y permitan co m p re nd er el pasado en función de las identidades y realidades regionales y locales, para des­de el las em p rend er el camino para explic aciones más generales. Si bien entre geógrafos, economistas y planif icadores parec e expl icab le la crisis

conceptual que surge cuando se percibe q ue la región lo es, en la m ed i ­da que lo dec iden fac tores extraños y externos a la región misma, para

los historiadores el problema está prec isamente en encontrar los subs­tratos del com p ortam ien to anterior, tanto de lo e n d ógen o como de lo

exógeno, y sobre lod o del resultado, de la s imbiosi s de esos dos fac tores, para de allí derivar líneas de desarrol lo ulterior. Quizá mientras para

las demás c ienc ias sociales la región es como una abstracción m e t o d o ló ­gica, la c ual habría que admitir previamente, para desde ella av anzar en la invest igación, para la historia la región es un producto, es una rea­lidad c oncreta q ue hay que describir, expl icar y co m p re nd er en su co m ­portamiento global anterior.

T am b ién desd e el p un ió de visla metodológic o existe el riesgo de

asimilar la historia de las parroquias y de las local idades — la microhis-

toria— al cult ivo de una prác tica apologétic a que registra un im portan ­te desarrol lo en los Estados Unidos, como es la historia empresarial . En

realidad, no se pre tende desvalorizar a la historia empresarial q ue bue­nos frutos también ha dado en nuestras lat i tudes, s ino desvincularla de una prác tic a que creemos más glohalizadora, más trasc e n d e n te co m o es la microhistoria. Con el la también se p uede llegar a exp licac iones de fe­n óm enos humanos que es difíci l v incular con estructuras mayores, pero

que explican con una gran propiedad el pulso local.Volv iendo al problema de la v oc ac ión global que destac a en los es­

tudios históricos regionales , conv iene recordar q ue estos es tudios se

vinculan con las orientaciones hacia nuevos campos de interés que ge­neraron los maestros franceses de l o s / í nnnles, cuando l lamaron la aten­ción sobre los estudios históricos de estructura, de c oyu ntura y regiona­les. Estos úl t imos pudieron encontrar un im porta nte aliado en el inte­rés que, a partir de los años in term ed io s de la segunda postguerra, de­mostraron algunas ciencias soc iales, com o la econom ía y la sociología,

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por los es tudios regionales com o un fun dam en to necesario para la pla­nificación. Fue así com o los es tudios históricos regionales , cuyas raíces

más remotas pudieran encontrarse en los trabajos de Vidal de laBlache. lomaron nuevos bríos, hasta alcanzar con Brande! y Labrousse los m e ­jores horizontes , integrando en un todo abigarrado los es tudios de te­rritorio, con los grupos hum anos y sus activ idades y consecuencias , es

decir, la interrelación de las estructuras geográficas, económicas, socia­les, pol ít icas y hasta mentales , en un conjunto com binado y cuyo carác­ter debe describir el historiador regional.

A pesar de la acerva crítica que particu larmente desde la ciencia

geográfic a se avanza sobre la c ategoría región y de la desc onfianza que inspiran algunos nuevos historiadores hacia la tradición francesa de

análisis histórico regional, estos estudios ofrecen una proniisora pers­pectiva metodológic a e invest igativa en los países d ond e todavía pr ed o ­mina una interpretac ión histórica que ignora su verdadero pasado, y

que con frecuencia lo substituye con valorac iones extrañas a sus pro­pias realidades.

I n ú lt imo problema es el de las parí icularidades de la región his­tórica, cuya real idad y conc rec ión es condic ión sino qua non en cual ­quier prop ósito investigativo de esta naturaleza.

La primera noc ión q ue habrá de tenerse presente es que la región

históric a es un produc to, y, a diferenc ia de lo que oc urre con cualquier otra posib i l idad de conoc im ie nto regional , en ese producto p uede ha­ber coherenc ia ju n to con hom ogene id ad , rasgos que son prec isamente

parle de lo q ue debe descubrir el investigador*. Como quiera que la re­gión histórica es un produc to, explic ará también el asentamiento de los

núcleos básicos q ue se hubiesen desarrol lado como resultado de los

proc esos hum anos que ocurr ieron en la región, pero el inv esl igador d e ­

berá buscarlos, inducirlos o inferirlos si fuese necesario. Precisar esos núcleos y sus modos y explic ar su ase ntam ien to es abrir el camino para

las otras particularidades que el historiador regional está obl igado a desc ubrir y a desc ribir: los l ímites de la región y sus criterios conceptua ­les, el s istema o los s istemas (o subsistemas) internos de cohesión regio­nal y en general el espac io humano, con lodo lo cual se establece c oh e ­rencia y h om ogene id ad que son los rasgos básicos de la región histórica. Así, para el hi storiador la región es una totalidad en la que se refleja el com p ortamien to de m últ ip le s factores, todos los cuales deben ser abor­

dados para poder llegar a una explicación global.

Al entrar a considerar c uáles serían los aspectos o tópic os que d e ­ben ser a tendid os y es tudiados por el historiador regional , y local, se

percibe con mayor claridad la vocación globalizadora de aquellas prácti-

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ras profesionales . D eb e el historiador regional comenzar por una apro­ximación a las act ividades que el h om b re ha desarrol lado durante una est ala temporal def inida, para lograr así la pr imera aproximac ión al es­pacio de su región. En esa aproximación se precisarán los cambios que

ha acusado la región en función de las actividades económicas desarro­lladas por el hombre , y se obtendrá un primer perfi l global.

Un segundo tópico a considerar por el historiador regional y local se ref iere a los aspectos demográficos, los cuales p u e d e n ser abordados

como estudios de estados y de dinámica de la poblac ión . En el primer caso, el invest igador deberá seleccionar o elegir m o m e n t o s s ignif icat i ­vos a lo largo de todo el ám bito tem poral de su tem a y en cada uno de

el los estudiará el crec imiento , las migraciones y el co m p o rta m ien to ge­neral de la población. En conjunto, se examinarán variables como total de habitantes, dens idades de poblac ión , d istribución geográfica en mi- croregiones, comarcas y local idades así com o en áreas urbanas y rura­les, si fuese necesario; di stribución de la pobla c ió n por act ividades, edad, sexo, educac ión , estructuras famil iares y cualesquiera otras varia­bles a que hubiere lugar. Es indisp ensa b le el e s tu dio del m ov im ien to

natural de la poblac ión , que obl igará a la confrontac ión de dos f e n ó m e ­nos básicos del com p ortam ien to demográfico: la natal idad y la morta l i ­dad. Por últ imo los desp lazamientos y los aportes migratorios insigni ­f icantes o m as ivos— que perm it irán una lúcida apreciación de las ca- racterísticas^demográficas, p orq ue se expresan con mayor precis ión en

la escala de localidades, comarcas y regiones, sobre todo en los países su bd esarrollados.

Las act ividades económicas han de const ituirse en una p r o b le m á ­tica muy im portante para quien realiza es tu dios de historia regional. Para llegar a un contexto global del aspecto ec onóm ic o a escala regional es necesario examinar con c ien zu d am en te los f e n ó m e n o s relat ivos a los

recursos naturales, la fuerza de trabajo, las técnicas y tecnología — que podrían estudiarse tambié n en un cap ítulo aparte del anál isis e c o n ó m i ­co— y los capitales. Igu a lm en te debe aproximarse a un exam en exhaus­t ivo del com p ortam ien to de los sectores de la producción y cerrar con el es tudio del comerc io y de todas las formas y exp resiones de la c ircula­

ción.Las estructuras sociales, p roducto del desarrol lo y de la co m b in a ­

ción dialéct ica de los factores ec onóm ic os y los demográf icos, deberán

dar lugar a es tudios de clases sociales, sectores de clases, grupos de pre­sión y de otras manifes tac iones de la organización social a escala regio­nal o local.

Las estructuras ins t i tuc ionales — estado, leyes, corporaciones pro­

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vinciales, distritales y munic ipales , escuela y educación, cultura y c ien ­cia— t ien en que ser abordadas por el historiador local y regional . Aun

las expresion es más subjet ivas, aquel las q ue pudieran llamarse es truc­turas menta le s — ¿idiosincrasia?— t ien en q ue convertirse en un obje to y en un tema de averiguación en la b úsq ueda de las exp l icaciones globa­les a q ue aspira el historiador.

Del examen deta l lado de las act ividades económicas surgirán d e f i ­niciones muy signif icativas, part icu larmente las referidas a los f lujos de

intercambios internos y externos, q ue contribuirán a dibujar con la m a ­yor precis ión los verdaderos l ímites de la región. Las estructuras geo ­gráficas, considerando a éstas desde las con dic iones físicas y naturales

hasta las más humanizadas no d eb en ser olvidadas. Las apreciaciones y

valoraciones de las razones geológicas, edafológicas, de fitografía y otras, podrían ser el comienzo, para avan zariuego hacia la def inición del pa i ­saje y concluir con los f u n dam en tos de los l ímites o fronteras de la lo ­cal idad, comarca o región.

Se com p re n d e fác i lmente que, para abordar todos los prob lemas

y tópicos cuyo inventario se ha ven ido glosando, se requieren algunas

condiciones indispensables . En primer lugar, es necesario que existan

fuentes y d ocu m entac ió n capaces de sostener una acometida de tal na ­turaleza. Igu a lm en te se requieren trabajos monográficos capaces de apoyar toda una serie de prelaciones, dé orden geográfico, dem ográf i ­co, económ ic o y otros, sobre los que deb e avanzar el historiador, y so ­bre to do se requ iere un gran profes ional ismo del invest igador, qu ien, además de cu m pli r cabalm en te las tareas que son propias de su of ic io, debe, con una honest idad a toda prueba, apoyarse en otros especial is ­tas cuando las tareas le resulten extrañas.

En relación a las tareas que debe realizar el historiador regional y local para cu lminar con éxito sus invest igaciones, conviene recordar

que éste ha de estar profesional y t écnicamente capacitado para las d e ­f iniciones y las apl icaciones técnicas que esta práctica plantea. Es nece ­sario un f luido manejo de las técnicas de documentac ió n durante el acopio de fuentes , y de técnicas de selección y análisis de textos en las

fases de crítica. Se debe tener cierto ad iestramiento para la recupera­ción y recolección de datos y por supuesto un buen manejo de las técni ­cas de composición de textos y de preparación de recursos estadíst icos y

gráficos, así com o en el manejo de las técnicas propias de la erudición. Dejamos fuera de este lugar cualquier p la nteam ie nto relat ivo al m a n e ­jo de técnicos en función de modas o preciosismos inútiles.

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Pasos técnicos en la apl icación de un m o d e lo

Tras haber intentado la formulación de un cuerpo teórico y m e t o d o l ó ­gico de historia regional, capaz de ser apl icado en cualquier invest iga­ción de historia regional o local, nos atrevemos a sugerir ahora un m o ­delo de pasos técnicos — uno más entre varios que se pudieran ofrecer—

de cómo podría conducirse una invest igación de aquel la naturaleza.l ina vez que se ha decidido cuál será la local idad o región q u e se

desea estudiar — decisión en la que actúan todos los mecanismos y alter­nativas de selección de tema o p rob lem a— se d eb e proceder a un arqueo

inicial de fuentes. Este arqueo está lejos de ser el inventario de fuentes , pues sólo se requiere para una primera aproximación al problema, y pa­ra ofrecer al invest igador una vinculación inicial con las fuentes y otros

medios de docu mentación relat ivos a la local idad o región de estudio. Como se apreciará más adelante, esta aproximación q ue cu m p le el in ­vestigador durante el arqueo inicial de fuentes , será indispensab le para

la definición del espacio y del t iempo, que deberá ser su siguiente decisión.

El primer gran problema que deb e enfrentar el invest igador es el de la def inición prel iminar de sus l ímites espaciales y temporales. Esa ta­rea exige el cu m pli m ien to de una profesional tarea de acercamiento a las fuentes , en d ond e se ¡lustre pro l i jamente de las posib i l id ades inves-

tigativas de que d ispone su propósito, cu m p l i e n d o así una función es­trictamente de documentac ión . Para def in ir el espacio p re l im in ar m e n ­te podría partir de una selección de azar, intuit iva o típica. En cual ­quier caso, se en t ie n de que esta decis ión q ue toma el invest igador, de

pronunciarse por una determinad a local idad, comarca o región no está to ta lmente desasistida de criterio, pues n v ' h a s deb ieron ser las consi ­deraciones que hizo antes de tomar la decisión. El decidirse por una lo­calidad o región requiere una cuidada confrontación de posibi l idades, y todo eso a su vez exigió un m ín im o de docu m entac ió n e información

científica que deb ió manejar el invest igador a lrededor de las varias al­ternativas que fueron confrontadas.

La def in ic ión de los términos temporales en los q ue se habrán de

encuadrar los l ímites de la investigac ión, también const ituyen un pro­blema que deb e enfrentar y resolver el invest igador. Deberá dec idir

hasta cuándo penetrará re trospect ivamente en el análisis de sus proce­sos y fenómenos y hasta qué magnitud de con tem porane id ad suya la

traerá. En invest igaciones loc ales y regionales se puede c omen za r c on lo

más antiguo de los periodos p rop ia mente históricos, dejando la proto-

historia y la prehistoria com o un piso — hecho o por hacer— y adelan ­

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tarlas hasta lo más con tem por áne o que resulte posible . En sent ido con ­trario, podría comenzarse en esa misma contem porane idad , y penetrar de manera retrospec tiva, preci samente hasta las bases históricas.

Las def in ic io nes prel iminares de espacio y t iem po que ha d ec id i ­

do el invest igador las debe formular en el entendido de que contribuyen a no permit ir una lam en ta b le di spersión del invest igador, que sin esos lí­mites prel iminares de espacio y t iempo , podría di spend iar t iem po en

una in te rm in able tarea de gambusino.En la etapa de recopilación de datos es muy im por tante q ue el in­

vestigador tenga s iempre presente los l ímites que estableció a su tema, con el fin de no dejarse conduc ir inconsc iente m ente en una larga, ex te ­rior e inúti l recuperación de datos q ue de nada servirán a su invest iga­ción. S iem pre den tro de los alcances propuestos se deben tomar todos

los datos posibles, no despreciando así ni las más mínimas e insignif i ­cantes referencias. En la historia regional y local los croquis, planos, le vantamientos topográficos y mapas t ienen una extraordinaria s ign if i ­cación. Si los datos cuantitat ivos consti tuyen un universo de considera­ción, deb en recogerse en cédulas especiales que el invest igador diseña

de acuerdo a la naturaleza, organización y complej idad de aque l los da­los.

El Ira bajo cu m p l id o durante la fase de recopilación de datos t iene

también un signific ado externo a su valor intrínseco, y es que perm ite

definir , ahora con alcances de mayor precisión, los l ímites espaciales y

temporales del prob lem a que se investiga. No se trata de inval idar la

etapa anterior de arqueo y eva luación de fuentes , sino de reconocer que

cuando el invest igador vuelca todo su esfuerzo sobre éstas, obtendrá una visión muc ho más precisa de las pos ib i l idades que verdaderam en te

ofrecen las fuentes de información , y esto prec isamente le permitirá ajustar hasta aq ue l los límites , sus propósitos invest igativos, así como

igualmente le or ienta para un primer ajuste en el es quem a inicial. E n ­t iéndase, pues, q ue en historia regional y en historia local más que en

cualquier otra práctica profesional de los historiadores, la fase de reco­pi lación no sólo pone al hi storiador en posesión de sus datos — cuanti ­tativos y cuali tat ivos, seriados o no seriados, gráficos o de cualquier

otra natura leza— sino q ue posibi l i ta los ajustes necesarios al e squ em a y a los l ímites del trabajo.

Cuando el invest igador ha concluido la fase de recopilación y ha

realizado los ajustes necesarios en sus hipótesis y p lanteam ientos , debe

proceder al p rocesam iento de los datos. El procesamiento incluye va­rias fases o m om entos. Una vez ordenados y clasif icados los datos se pro ­cede a la preparación de cuadros y tablas, matrices, series, curvas, gráfi­

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cas, mapas, resúmenes y otros recursos qu e constituirán parte de la in ­vest igación misma en la mayoría de los casos o por lo m en os serán e l e ­m en tos de apoyo. Desde luego que la preparación de estos recursos re­q uiere un dep urado uso de las técnicas específ icas en cada caso, pero el producto resu ltante demostrará la excelencia de la invest igación y el profesion al i sm o del invest igador.

El ú lt imo paso que debe cu mpl ir el invest igador —ya en oualquier

t ipo de invest igación histórica— se refiere a la presentación escrita de

los resultados de su labor de invest igación. Para el lo deberá hacer un

ajuste f inal al e squem a de invest igación — que ya ha acusado un primer

ajuste al concluir la fase de recopilación y que se le convierte así en lo que corri en temente suele den omin arse plan de obra. Este plan o esq u e ­ma final p ue de presentarse como una estructura cronológica, co m o una

estructura lógica y s istemática o c om b inan do las dos posib i l idades, es

decir, cons iderando cronología, diacronía, grandes prob lem as y articu­lación de esos grandes problemas. En general la historia regional a d m i ­te con más éxito la forma combinada.

En la presentación escrita de los resultados de la invest igación, se tendrá presente que el discurso histórico profesional se ajusta perfec­tamente a la l lamada estructura monográfica, y a u n q u e se p u e d e recu­rrir al ensayo, es prefer ib le un trabajo d o n d e estén separadas las partes

constitutivas del trabajo — introducc ión , textos o cuerpo del trabajo, conclusiones, fuentes y anexos— y sobre todo , pro fes ion a lm en te de­mostrado el uso oportuno y prol i jo del aparato erudito.

Para concluir es b ueno recordar que a pesar de la ordenada suce­sión de pasos que aquí se ha sugerido, en la realidad el historiador o p e ­ra la mayoría de las veces, cu m p l i en d o varias de aquel las tareas de m a­nera s imultánea, es decir, que al m ism o t i em p o q u e avanza en crítica de las fuentes , o en la preparación de tablas matrices o gráficas, ta mbién

p ue de estar acopiando nuevas fuentes — regresando al c o m ie n z o — o

redactando resúmenes o subcapí tu los de su discurso final.