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Índice Introducción 2 Capítulo 1 La cultura argentina y su “gran tradición”: los viajes a Europa 8 Capítulo 2 Modernismo: el arte en los márgenes del peronismo 17 Capítulo 3 La Revolución Libertadora y el desarrollismo de Frondizi 29 Capítulo 4 La Fundación del Instituto Torcuato Di Tella. Los primeros años: 1958-1963 39 Capítulo 5 El desarrollo de los Centros a partir de 1963 46 Capítulo 6 Repercusión en los Centros de los acontecimientos políticos y económicos desde 1966: Anticipaciones del fin 54 Capítulo 7 El cierre del Instituto Torcuato Di Tella 63 Conclusiones 69 Lista de Referencias Bibliográficas 75 Documentos en Internet 79 Bibliografía 80 1

Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

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Page 1: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Índice

Introducción 2

Capítulo 1La cultura argentina y su “gran tradición”: los viajes a Europa 8

Capítulo 2 Modernismo: el arte en los márgenes del peronismo

17

Capítulo 3La Revolución Libertadora y el desarrollismo de Frondizi

29

Capítulo 4La Fundación del Instituto Torcuato Di Tella. Los primeros años: 1958-1963

39

Capítulo 5El desarrollo de los Centros a partir de 1963

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Capítulo 6 Repercusión en los Centros de los acontecimientos políticos y económicos desde 1966: Anticipaciones del fin

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Capítulo 7El cierre del Instituto Torcuato Di Tella

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Conclusiones 69

Lista de Referencias Bibliográficas 75

Documentos en Internet 79

Bibliografía 80

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Page 2: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Introducción

Con el presente Proyecto de Graduación se apunta a resignificar la experiencia artística

argentina durante los años ’60, en particular la que tuvo lugar desde los Centros de Arte del

Instituto Torcuato Di Tella, a partir de una metodología de lectura e investigación sobre

contexto histórico y social en el cual se crearon las condiciones de posibilidad de su

aparición en Buenos Aires así como de aquellas que determinaron su final.

A partir del trabajo de búsqueda de material relacionado con el Instituto Torcuato Di Tella

y las experiencias artísticas que tuvieron lugar en su seno, así como la lectura del mismo,

se pudo advertir que los distintos relatos acerca de dichas experiencias dejaban leer

posiciones a favor y en contra de lo que se consideraba – en un principio – un hecho

artístico relevante que había tenido lugar en nuestro país.

Luego del trabajo de lectura, se comenzó a considerar que las producciones artísticas se

encuentran atravesadas por una serie de factores que hacen a su contexto: historia,

tensiones sociales, economía y política no resultan ajenas a la obra de arte.

La experiencia del Instituto Torcuato Di Tella resulta un claro ejemplo acerca de esta

modalidad de significar e interpretar la producción artística; una producción que siempre se

origina en un momento y un lugar en particular.

Entre las motivaciones que condujeron al abordaje de este tema para la elaboración del

Proyecto de Graduación, más allá del interés personal por el espíritu que marcó la

producción innovadora de los Centros de Arte – en particular el Centro de Artes Visuales –

durante la década del ’60 en Buenos Aires, fue la casi nula referencia al Instituto Torcuato

Di Tella a lo largo de los años de estudio en esta Facultad.

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Page 3: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

El presente trabajo considera que dicha experiencia constituye un eslabón ineludible para

un profesional del Diseño, y que el tema que aquí se aborda permite ahondar en esta

cuestión con vistas al enriquecimiento y madurez profesional.

En cuanto a su tipología, el presente Proyecto de Graduación consiste en un Ensayo, y

como tal, se encuentra centrado en reflexiones en torno del arte argentino durante la década

del ’60, particularmente las producciones artísticas que tuvieron como marco el trabajo en

los Centros de Arte del Instituto Torcuato Di Tella, a la luz de las condiciones histórico-

sociales que caracterizaron a la tradición de la cultura argentina que antecede, da origen y

ocasiona el cierre de dicha institución.

El objetivo general del presente Proyecto de Graduación apunta a dilucidar e interpretar las

actividades de los Centros de Arte del Instituto Torcuato Di Tella durante la década del

’60. Para alcanzar dicho objetivo resulta pertinente considerar el contexto social y cultural,

ya que el mismo permite entender por qué hizo su aparición en nuestro país en dicho

momento, y también iluminar las reacciones a favor y en contra que tuvieron sus

actividades.

Por otro lado, como sostiene John King, «los Centros tenían una historia específica que al

mismo tiempo estaba ligada con las otras historias que configuraron el desarrollo argentino

de los años 60 en su totalidad». (2007, p.35). Estas otras historias pueden rastrearse no solo

durante la década del gobierno de Juan Domingo Perón (1946–1955) y los años que la

sucedieron, marcados por el golpe de estado del 23 de septiembre de 1955 y la asunción

del General Eduardo Lonardi como Presidente, su renuncia a menos de dos meses de haber

asumido y su reemplazo por el General Pedro Eugenio Aramburu, quien presidió durante la

autodenominada Revolución Libertadora, sino que habrán de considerarse aquellos rasgos

claramente definidos de la cultura argentina procedentes del siglo anterior.

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Page 4: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

El espíritu que se encontraba presente en la fundación del Instituto Torcuato Di Tella, y

que se puede advertir en los testimonios brindados por Guido Di Tella en entrevistas con

John King durante 1980, era el de convertir a Buenos Aires en uno de los centros de arte

reconocidos del mundo.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, París – de acuerdo con dichos testimonios – había

perdido su lugar de centro indiscutido de movimientos artísticos y culturales; a partir de

entonces se creyó posible incorporar a Buenos Aires al grupo de las grandes ciudades con

movimientos artísticos propios y reconocidos.

Es en este rasgo que se puede advertir una relación de continuidad con aquello que John

King denomina “la tradición dominante de la cultura argentina”, y que el autor ubica en el

texto sarmientino, Facundo: civilización y barbarie de 1845.

La idea de Domingo Faustino Sarmiento era que sin la presencia de intercambios con

Europa, la Argentina sólo podía aspirar a ser un remanso cultural condenado al

provincialismo introspectivo. «Pero, dadas las condiciones apropiadas, la brecha de

conocimientos y la distancia geográfica podían franquearse satisfactoriamente y Buenos

Aires conseguiría ocupar su lugar como ciudad con liderazgo en el mundo». (King, 2007,

p.36).

Este tema es presentado en el primer capítulo del Proyecto de Graduación, y permite ubicar

la continuidad de esta tradición cultural durante las primeras décadas del siglo XX; en

particular, el patrocinio de la aristocracia de Buenos Aires brindado al nuevo arte en la

Argentina con la fundación de la organización Amigos de Arte en 1924.

Proa, la revista literaria de esta institución patrocinante comentaba en su primer número:

«Cuando las clases dirigentes de un país buscan la convivencia con los artistas, ese país

está llegando a un grado apreciable de civilización». (1924, pp.28-29).

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Page 5: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

El segundo capítulo se introduce en la continuidad que tuvieron los distintos movimientos

artísticos durante los años del peronismo. Es Andrea Giunta (2008), en su texto

Vanguardia, internacionalismo y política: el arte argentino en los años sesenta, quien

presenta el modo en que los mismos entraron en tensión con el gobierno, en particular a

partir de la posición asumida por el entonces ministro de cultura, el Dr. Oscar Ivanissevich.

Para Andrea Giunta, la posibilidad de indagar en el período peronista permite considerar de

qué modo las confrontaciones de esos años actuaron como una fuerza que activó un

conjunto de iniciativas que confluyeron en los inmediatos tiempos que se presentaron

luego de la caída del peronismo. «Para algunos sectores – escribe la autora –, los tiempos

de una revancha histórica». (2008, p.38).

El siguiente capítulo, permite ubicar el posicionamiento asumido por el sector de las artes

visuales ante la nueva situación política marcada por el derrocamiento de Juan Domingo

Perón por un gobierno de facto en 1955. Dicha posición saldría a la luz durante la

inauguración del Salón Nacional en 1956, el cual contó con la presencia del interventor del

Museo Nacional de Bellas Artes designado por las nuevas autoridades, Jorge Romero

Brest.

Definido así el contexto social, histórico y político que lo antecediera, el cuarto capítulo se

adentra en la fundación del Instituto Torcuato Di Tella en el año 1958. Presenta las

características económicas que, con la Revolución Libertadora, incentivaron iniciativas

hacia la creación de fundaciones por las favorables leyes impositivas introducidas.

Particularmente, se hace referencia al desarrollo del programa de artes cuyos precursores

fueron Guido Di Tella, como presidente del Instituto Torcuato Di Tella, y Enrique Oteiza,

como director ejecutivo; con ambos colaboró Jorge Romero Brest, quien se desempeñaba

entonces como director del Museo de Bellas Artes.

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Page 6: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Lo que se perseguía era alcanzar una actualización, ya que se consideraba que el desarrollo

cultural y científico argentino se encontraba rezagado con respecto a los centros

metropolitanos. Así, se organizaron premios anuales, donde los ganadores resultaban

acreedores de becas de estudio y perfeccionamiento en el extranjero.

El siguiente capítulo intenta ubicar un momento particular en la vida del Instituto Torcuato

Di Tella. Parcialmente concretados sus objetivos, Jorge Romero Brest se aleja

definitivamente de la dirección del Museo de Bellas Artes en 1963 para pasar a dirigir a

partir de entonces el Centro de Artes Visuales (CAV) del Instituto Torcuato Di Tella.

Paralelamente, y con la mudanza a la calle Florida, la organización del Premio

Internacional de ese año dio el puntapié inicial para el posicionamiento del Instituto

Torcuato Di Tella como fuente de conflicto en el arte. El Instituto, a diferencia de otras

organizaciones, contaba con generosos recursos los cuales le permitían estimular las

vanguardias.

El año 1966 marca otro punto de inflexión. Siam-Di Tella, la empresa familiar, se enfrenta

con problemas económicos y esto repercute en la situación económica del Instituto

Torcuato Di Tella.

Es a partir de entonces, y esto es abordado por el capítulo siguiente, que el Instituto

Torcuato Di Tella es percibido como una manifestación abiertamente contestataria. Guido

Di Tella expresaría en las citadas entrevistas realizadas por John King en 1980 que «en los

sectores más tradicionales empresarios y militares, se generalizó la impresión de que

estábamos lanzados a la destrucción de los valores morales y culturales de nuestra sociedad

occidental y cristiana». (King, 2007, p.163).

Es a partir de entonces que las condiciones del contexto vuelven a impactar, no solo sobre

la esfera de la producción artística, sino también sobre el campo político, social y

económico.

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Page 7: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Los siguientes capítulos ahondan en las repercusiones que en el Instituto Torcuato Di Tella

tuvo el golpe militar que colocó a Juan Carlos Onganía en el gobierno. Andrea Giunta

señala que en el año 1968 todo parecía indicar que el arte argentino no ocuparía los

escenarios internacionales anhelados, «la realidad ofreció cada vez mayores pruebas de que

Buenos Aires no brillaría como París ni como Nueva York». (2008, p.284).

Es el mismo año en que se monta la obra colectiva de un grupo de artistas de Rosario,

Buenos Aires y Santa Fe, con el título Tucumán Arde, la cual viene a inscribirse en un

territorio demarcado por múltiples rupturas que se produjeron en la avanzada artística de

vanguardia como consecuencia de un conjunto de acciones que hicieron del campo

artístico y de sus instituciones un virtual campo de batalla.

Lo cierto es que el costo financiero y social de las actividades que se desarrollaron en el

Instituto Torcuato Di Tella era muy elevado, y no podían sostenerse en un clima de

bancarrota y creciente inquietud política y social.

En las Conclusiones de este ensayo, se intenta una interpretación que permita explicar,

tomando posición, las condiciones que permitieron la apertura, dieron lugar al desarrollo y

motivaron el cierre del Instituto Torcuato Di Tella.

Considerando el optimismo de principios de los años ’60, el Instituto Torcuato Di Tella

tuvo una estrategia viable, pero escasas defensas contra la radicalización política de los

años posteriores.

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Page 8: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Capítulo 1.

La cultura argentina y su “gran tradición”: los viajes a Europa

Este capítulo presenta algunos de los rasgos característicos de la tradición cultural

argentina. Dichos rasgos configuraron el marco histórico-social que, años más tarde,

acogería la actividad en los Centros de Arte del Instituto Torcuato Di Tella.

En su texto El Di Tella, John King escribe: «los Centros tenían una historia específica que

al mismo tiempo estaba ligada con las otras historias que configuraron el desarrollo

argentino de los años 60 en su totalidad». (2007, p.35).

Estas otras historias pueden rastrearse no solo durante la década del gobierno de Juan

Domingo Perón (1946–1955) y los años que la sucedieron – marcados por el golpe de

estado del 23 de septiembre de 1955 y la asunción del General Eduardo Lonardi como

Presidente, su renuncia a menos de dos meses de haber asumido y su reemplazo por el

General Pedro Eugenio Aramburu, quien presidió durante la autodenominada Revolución

Libertadora –, sino que se pueden advertir en los rasgos de la Cultura Argentina

procedentes del siglo anterior.

El espíritu de la Fundación del Instituto Torcuato Di Tella, como se puede advertir en los

testimonios brindados por Guido Di Tella en entrevistas con John King durante 1980, era

convertir a Buenos Aires en uno de los centros de arte reconocidos del mundo.

Luego de la Segunda Guerra, París – de acuerdo con dichos testimonios – había perdido su

lugar de centro indiscutido de movimientos artísticos y culturales; a partir de entonces se

creyó posible incorporar a Buenos Aires al grupo de las grandes ciudades con movimientos

artísticos propios y reconocidos.

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Page 9: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Es en este rasgo que se puede advertir una relación de continuidad con aquello que John

King denomina “la tradición dominante de la cultura argentina”, y que el autor ubica en el

texto sarmientino, Facundo: civilización y barbarie de 1845.

La idea de Domingo Faustino Sarmiento era que sin intercambios con Europa, la Argentina

sólo podía aspirar a ser un remanso cultural condenado al provincialismo introspectivo.

«Pero, dadas las condiciones apropiadas, la brecha de conocimientos y la distancia

geográfica podían franquearse satisfactoriamente y Buenos Aires podía ocupar su lugar

como ciudad con liderazgo en el mundo». (King, 2007, p.36).

La tesis original, de base sociológica, que aporta Domingo Faustino Sarmiento con su

Facundo es la división del desarrollo social nacional en dos etapas: barbarie y civilización.

El hombre, de acuerdo con su concepción, evolucionaba desde lo más simple hacia lo más

complejo. En su estadio más simple el hombre era un ser salvaje, mientras que en su

estadio más complejo alcanzaba el estado de civilización. En cuanto a la barbarie, se

caracteriza por ser un estadio intermedio del desarrollo a partir del cual el hombre podría

retroceder hacia el salvajismo o progresar hasta convertirse en un ser civilizado.

Desde esta concepción, los gauchos y los caudillos eran los representantes de la barbarie;

los indígenas, que habitaban el extenso territorio del sur del país, eran considerados

salvajes, y, desde su perspectiva política, Domingo Faustino Sarmiento no los consideraba

miembros legítimos de la Nación.

En aquellos años la Argentina era un país demográficamente desequilibrado; la mayor

parte de sus habitantes vivían diseminados en una gran extensión de territorio muy poco

poblado, constituyendo una sociedad rural. En sus primeros capítulos, el Facundo aborda

la descripción de la formación de un tipo humano particular: el gaucho, resultado de la

naturaleza del país, su gran extensión y sus características geográficas. Este tipo humano

era un paisano que se había adaptado a la vida difícil e inhóspita de llanuras y montes.

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Page 10: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Ante la soledad del territorio, la escasez de población y la diseminación de los habitantes,

Domingo Faustino Sarmiento consideraba imposible la vida civilizada. Es que en su

concepción, civilización era equivalente a vida urbana moderna, mientras que la barbarie

se emparentaba con la vida rural primitiva.

Solo la vida urbana moderna, tal como se daba en Europa Occidental y en Norteamérica,

podía propiciar focos de civilización. La concentración urbana constituía una condición de

posibilidad de acceso a una educación común, democrática, y generadora de relaciones

humanas civilizadas, a partir de lo cual el hombre podría formarse sus propias ideas y

tomar decisiones políticas responsables como miembro de la civilización.

Domingo Faustino Sarmiento consideraba que el ser civilizado debía ser un ciudadano

educado y vivir en sociedad. Para fomentar este tipo de hombre, educado en las modernas

disciplinas del saber europeo – artes, ciencias, historia, humanidades, literatura –, había

que crear, de acuerdo con la concepción sarmientina, la sociedad liberal que, en 1845, con

Juan Manuel de Rosas en el poder, no existía en Argentina.

La educación se destaca en la visión de Domingo Faustino Sarmiento como aquel canal

que habría de transferir la cultura desde lo individual hacia lo social, que haría del saber

una institución, volviéndolo útil tanto para el pueblo como para la patria.

Para el autor del Facundo el poder de producción de la cultura se asienta en la esencia del

hombre y del pueblo: así como existe la literatura del hombre letrado, hay de la poesía

campesina del pueblo pastor. Esta última es vinculada por Domingo Faustino Sarmiento

con la labor del bardo medieval como cronista de su tiempo.

En 1845 Domingo Faustino Sarmiento advierte en el país, con su campaña bárbara y sus

núcleos urbanos civilizados, una sociedad polarizada que vive en dos tiempos. Escribe:

En la República Argentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un

mismo suelo: una naciente, que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza

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Page 11: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin

cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la

civilización europea: el siglo XIX y el XII viven juntos; el uno dentro de las

ciudades, el otro en las campañas. (1990, Pág.91).

La sociedad moderna es concebida por Domingo Faustino Sarmiento como una sociedad

inclusiva y abierta, con proyección orgánica hacia el futuro. El deber del gobernante es

conducir un proceso racional y ordenado de gobierno. El crecimiento del Estado, de

acuerdo con su concepción, se debe a un plan que sólo puede ser implementado por elites

educadas en beneficio del conjunto de la población.

El Estado moderno, con inserción en el mundo y en la historia, no puede constituir una

entidad aislada y cerrada en sí misma. Siguiendo este criterio, Domingo Faustino

Sarmiento considera que las sociedades líderes son las europeas.

Lo esencial, para el pensamiento liberal de Domingo Faustino Sarmiento, era devolver al

pueblo la libertad coartada por las dictaduras de los caudillos. La sociedad argentina sólo

tendría proyección hacia el futuro cuando dicha libertad fuese recuperada y fuese

sancionada una ley fundamental que constituyera, de manera definitiva, al país como

Estado común.

Domingo Faustino Sarmiento advierte en Facundo que, paradójicamente, el caudillismo

había colaborado a unificar el territorio de la Nación; la barbarie había contribuido a la

civilización por venir, formando parte del proceso histórico de los pueblos. El gaucho,

desde esta visión, sería socialmente superado, y constituiría el testimonio de la nación

primitiva y bárbara. El argentino del futuro, a diferencia del gaucho de 1845, sería un ser

civilizado, urbano, educado y trabajador.

A partir de estas referencias al Facundo de Domingo Faustino Sarmiento se puede

esclarecer cuáles eran las “condiciones apropiadas” que permitirían franquear la brecha de

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Page 12: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

conocimientos y la distancia geográfica con Europa y hacer de Buenos Aires una ciudad

con liderazgo en el mundo, como se señalara anteriormente.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se consolidó la nación-estado de acuerdo con la

visión sarmientina. Los grandes terratenientes de las provincias del Litoral controlaban el

crecimiento económico a partir de la exportación, que se transformó en un enorme

provecho una vez que se alió con el capital y la tecnología europeos, en particular

británicos.

En la obra de David Rock (2001) se encuentran algunas cifras que dan cuenta del

crecimiento y desarrollo a partir de la consolidación del estado liberal: desde 1860, el total

de la producción nacional se había incrementado en un 5% anual en promedio; el valor de

las exportaciones se sextuplicó entre 1880 y 1910; la población había crecido en 3,4% en

igual período; las zonas de cultivo aumentaron en un 8,3%; el sistema ferroviario en un

14,4%.

Por otro lado, entre el primer censo nacional de 1869 y el tercero de 1914, la población de

Buenos Aires había aumentado nueve veces, de 177.787 habitantes a 1.576.597. Como

afirma Francis Korn (1981), Buenos Aires, en 1895, ya podía considerarse una ciudad

moderna.

En lo referente a la esfera de la cultura, John King (2007) enfatiza dos características

particulares surgidas del desarrollo económico y social de esos años: la necesidad de

afianzar contactos con Europa y el crecimiento de diversos movimientos artísticos en la

ciudad de Buenos Aires.

La primera de estas características es analizada por David Viñas (1975) en su libro Apogeo

de la oligarquía, quien le otorga un lugar preponderante a la fascinación porteña por los

viajes a Europa como medio de perfeccionamiento cultural. A diferencia de Mark Twain,

quien viajó a Italia y padeció sus ruinas y sus obras de arte, confirmando – de acuerdo con

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Page 13: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

el autor – una característica de estabilidad norteamericana que consideraba las

convenciones culturales europeas como representantes de una estructura social ajena, la

gran mayoría de los viajeros argentinos, en sintonía con la visión de Domingo Faustino

Sarmiento, consideraban a Europa cuna y fuente de civilización.

Victoria Ocampo (1980) narra, en el segundo volumen de su Autobiografía, sus visitas

familiares a París que incluían no sólo la totalidad de la servidumbre, sino también vacas y

aves como alimento para la travesía en barco. Una vez en París, las familias ocupaban

hoteles enteros o alquilaban departamentos en las zonas más de moda: Passy, Neuilly y

L’Etoile.

El regreso de los visitantes se caracterizaba por la gran cantidad de recuerdos parisinos que

acompañarían el resto de sus vidas y la incorporación de los usos y costumbres franceses:

desde respetar la hora de la cena, hasta sus vinos, objetos de lujo, vestidos y libros. Los

visitantes argentinos se transformaban en los mejores embajadores franceses tras su

regreso a Buenos Aires.

Las costumbres aprendidas e incorporadas a partir de estos viajes a Europa eran aplicadas

en el país de origen, ya que una de las aspiraciones más importantes de los grupos

culturales argentinos era entablar puentes entre Europa y Argentina para permitir un fluido

intercambio de información.

Sin embargo, pronto se advirtió que el flujo de dichos puentes resultaba casi siempre

unidireccional. Buenos Aires recibía información y visitas ilustres del viejo continente,

mientras tanto, los artistas viajaban a Europa para formarse y perfeccionar su estilo.

Como se advertirá más adelante, esta característica se mantendrá inalterable durante la

década de 1960.

La segunda de las características a las que hace referencia John King, y que como se señaló

más arriba consistió en el surgimiento en la ciudad de Buenos Aires de diversos

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Page 14: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

movimientos artísticos, se relaciona con un aspecto tradicional de índole institucional de la

organización cultural en la Argentina: el Estado nunca actuó como benefactor de las artes,

por lo que «las instituciones y grupos culturales significativos siempre han requerido

alguna forma de financiación privada». (King, 2007, p.39).

Las familias acomodadas de la aristocracia de Buenos Aires fueron las que patrocinaron

los primeros grupos culturales como «El Ateneo» (1892), «El Conservatorio» (1893), y el

«Círculo de Prensa» (1896), una tradición que iba a tener continuidad durante el siglo

siguiente, y alcanzaría su punto más significativo con la fundación de la organización

«Amigos de Arte» en 1924, organización que se transformó en el principal benefactor del

arte en el país.

Proa, la revista literaria de la «Asociación Amigos de Arte», publicaba en su primer

número: «Cuando las clases dirigentes de un país buscan la convivencia con los artistas,

ese país está llegando a un grado apreciable de civilización». (1924, pp.28-29).

Entre las actividades que desarrollaba esta Institución se cuentan las invitaciones a Buenos

Aires dirigidas a intelectuales extranjeros, la organización de exposiciones de arte

itinerantes, el respaldo económico brindado a artistas jóvenes, así como la realización de

conciertos y conferencias de diversas ramas de saber.

En el campo de la literatura, Victoria Ocampo fundaría con sus propios recursos

económicos una de las revista más significativas de la historia de la literatura argentina,

Sur, que se proponía actuar como puente entre las culturas del mundo. En su primer

número, la escritora se preguntaba irónicamente: «Volver la espalda a Europa. ¿Siente el

ridículo infinito de esa frase?». (Ocampo, 1931, p.4).

Si bien se encuentra presente la pretensión de diversos grupos porteños de convertir la

ciudad en Centro Cultural Internacional, la Buenos Aires de fines de siglo XIX albergó

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Page 15: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

numerosos y variados movimientos artísticos. De hecho, fue una de las pocas ciudades de

América Latina capaces de generar una vanguardia artística.

Al respecto, Beatriz Sarlo señala:

La vanguardia sólo es posible cuando tanto el campo intelectual, cuanto el mercado

de bienes simbólicos han alcanzado un desarrollo relativamente extenso. Es decir,

cuando el escritor siente a la vez la fascinación y la competencia del mercado, lo

rechaza como espacio de consagración, pero secretamente espera su juicio. (Sarlo,

1982, p.50).

Durante los primeros años del siglo XX, particularmente en los años ’20, se puede ubicar

en la literatura una crítica dirigida contra una de las revistas consagradas de ese momento,

Nosotros, por algunos jóvenes escritores que se agrupaban en pequeñas revistas tales como

Martín Fierro.

En cuanto al arte, la escuela realista de pintura, sintetizada en la obra de Eduardo Sívori,

resultaba cuestionada por varios jóvenes artistas que se encontraban viviendo en el

extranjero, como Pettoruti en Italia, o Spilimbergo y Xul Solar en París. Estos últimos

artistas fueron asimilando técnicas modernizantes en Europa previamente a su regreso al

país.

Con relación al teatro, los intelectuales de la época lo consideraban una forma de

entretenimiento popular y, consecuentemente, más allá de los límites de la civilización. Sin

embargo, resultaba atractivo para un público cada vez más numeroso.

En cuanto a la música, la misma se encontraba respaldada tanto por orquestas y salones

como por escuelas; su importancia se encuentra simbólicamente puesta de manifiesto por

el Teatro Colón, inaugurado en su actual ubicación en 1908, siendo una de las salas de

ópera más grandes del mundo.

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Page 16: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Si bien John King señala que estos movimientos resultaban en esencia conservadores, al

mismo tiempo daban cuenta del dinamismo cultural, «una forma de nacionalismo argentino

que afirmaba que los artistas locales podían desarrollarse mediante la fusión de “formas”

europeas y “contenidos” americanos». (2007, p.39).

Para el autor, existen ciertas constantes en el liberalismo cultural argentino aplicables tanto

a instituciones como «Amigos del Arte» y Sur como al Instituto Torcuato Di Tella. Por un

lado, el verse a sí mismos como agentes de ruptura con el pasado, el interés por modernizar

la cultura nacional a través de una fusión de influencias nacionales y extranjeras, y el haber

sido blanco de críticas por los sectores nacionalistas. Para John King, la historia de la

cultura argentina se encuentra marcada por una polaridad entre el liberalismo y alguna

forma de autonomía en la que ambos grupos esgrimen un programa “auténtico” de

desarrollo nacional.

De todos modos, el liberalismo – asimilado con Europa – continuó siendo el modelo

cultural predominante hasta la primera época del gobierno de Juan Domingo Perón. Los

cambios que este nuevo gobierno aparejó son presentados en el siguiente capítulo.

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Page 17: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Capítulo 2.

Modernismo: el arte en los márgenes del peronismo

En cuanto al abordaje sobre la continuidad que tuvieron los distintos movimientos

artísticos durante los años del peronismo; Andrea Giunta (2008) presenta el modo en que

estos movimientos entraron en tensión con el gobierno, en particular a partir de la posición

asumida por el entonces Ministro de Cultura, Dr. Oscar Ivanissevich.

De acuerdo con la autora, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón se articuló

un programa artístico opuesto a aquel que se podía reconocer en la escena oficial. Este

proyecto se encontraba relacionado, de múltiples maneras, con el que se venía elaborando

desde otros escenarios de la cultura, entre los que se destacaba el círculo en torno a la

revista Sur y, específicamente en el campo del arte, por la revista Ver y estimar cuyo

director era Jorge Romero Brest.

Para Andrea Giunta, la posibilidad de indagar en el período peronista permite considerar de

qué modo las confrontaciones de esos años actuaron como una fuerza que activó un

conjunto de iniciativas que confluyeron en los inmediatos tiempos que se presentaron

luego de la caída del peronismo. Para algunos sectores se trataría de tiempos para una

«revancha histórica». (2008, p.38).

Ahora bien, un año antes de la asunción de Juan Domingo Perón a la Presidencia, los

titulares de los diarios difundían las alternativas de la inevitable victoria de los aliados

sobre las fuerzas del Eje. Paralelamente, surgía en la Argentina una situación que, de

alguna manera, trasladaba las tensiones del conflicto mundial a la escena nacional.

En septiembre de 1945, la nueva coyuntura internacional ponía de manifiesto la

imposibilidad de sostener la experiencia de corte fascista iniciada por los coroneles

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Page 18: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

argentinos en 1943; amplios sectores de la ciudadanía se volcaban a las calles para exigir la

inmediata normalización institucional y el cese del aislamiento diplomático.

Una serie de actos y manifestaciones culminaron en una multitudinaria movilización, la

denominada Marcha de la Constitución y la Libertad, que tuvo lugar en la Plaza del

Congreso el 19 de septiembre de 1945, y que había sido convocada por una amplia

coalición política que reunía a radicales, socialistas, comunistas, demócrata-progresistas,

conservadores y algunos sectores militares.

Los artistas no permanecieron ajenos a este clima de posiciones públicas y proclamas. Dos

días antes, el 17 de septiembre de 1945, abría sus puertas el Salón Independiente en una

sala de la calle Florida – que había sido cedida por la Sociedad Rural Argentina –, en clara

oposición al Salón Nacional, que pasó a ser sinónimo de adhesión al oficialismo y a todas

aquellas fuerzas que se quería erradicar. Públicamente los artistas explicaban que la

apertura del Salón Independiente respondía a un mismo sentido convocante: la asunción de

la responsabilidad ciudadana y el reclamo del retorno a la democracia.

En el catálogo del Salón Independiente de 1945 los 144 artistas participantes – entre los

cuales se encontraban Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Lucio Fontana, Raquel

Forner, Emilio Pettoruti, Enrique Policastro, Raúl Soldi y Line Eneas Spilimbergo –

suscribieron la siguiente Declaración transcripta por Andrea Giunta:

Las obras que aquí se exponen estaban destinadas al Salón Nacional de este año.

Los artistas que las firman realizan esta muestra en adhesión a los anhelos

democráticos manifestados por los intelectuales del país. Con esta actitud, los

expositores quieren significar que no son indiferentes a los problemas que afectan a

su desenvolvimiento de artistas y de ciudadanos. («Declaración de los Artistas»,

1945).

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La autora señala que este posicionamiento público, en uno de los momentos más

convulsionados y críticos de la historia nacional, marcó y anticipó el clima de conflictos

presente en la relación entre el campo artístico y el peronismo hasta 1955.

Mediante el envío al Salón Independiente de obras que aludían al fin de la guerra, estos

artistas se sentían verdaderos defensores de la libertad; sus producciones – suponían – no

serían del agrado de las autoridades oficiales de entonces.

Los artistas no dudaban en renunciar a consagraciones y en utilizar sus obras como

instrumentos de proclamas civiles. Fue lo que hizo Antonio Berni, por ejemplo, en ocasión

del acto de homenaje a Domingo Faustino Sarmiento convocado por la Confederación de

Maestros, al pintar un enorme retrato del prócer que presidía el escenario con la frase:

“¡Bárbaros, las ideas no se matan!”.

A partir de esta exposición pública y colectiva, los artistas lograban reconciliarse con el

mundo triunfante y con aquella parte de la sociedad con la que se sentían identificados. De

todas maneras, y a pesar de todo este optimismo, hubo un factor que en su momento no fue

suficientemente tenido en cuenta: la acción desarrollada por las organizaciones obreras que

se habían mantenido al margen de la confrontación que se daba entre la oposición y el

gobierno.

El 9 de octubre de 1945 se produce el alejamiento de Juan Domingo Perón del gobierno

como consecuencia de la fugaz victoria lograda por la alianza entre la oposición y algunos

sectores militares. Una semana más tarde recupera el poder gracias a la acción del

movimiento obrero y de las masas que avanzaron por las calles de la ciudad. El 17 de

octubre abrió un nuevo período para la historia y la cultura de la Argentina.

Las tensiones de esta coyuntura crítica habían disminuido y los artistas resolvieron disolver

su frente. Hacia comienzos del año 1946, y considerando que las recientes elecciones

indicaban el retorno a la democracia, la Sociedad de Artistas Plásticos levantan su

19

Page 20: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

abstención a concurrir a los Salones Nacionales. De esta manera, volvieron al Salón

Oficial, a los premios y a todo aquello a lo que habían renunciado públicamente. Sin

embargo, el conflicto no había desaparecido; los salones fueron a lo largo de esos años el

escenario de la disputa entre el gobierno y los artistas.

Andrea Giunta señala que las relaciones del gobierno de Juan Domingo Perón con los

Estados Unidos fueron tan difíciles como los vínculos con los sectores que

tradicionalmente habían ocupado el poder. Dichas relaciones estuvieron marcadas por los

reiterados intentos norteamericanos de evitar que la Argentina tomara parte en las

reuniones interamericanas para discutir el nuevo orden mundial.

La autora ubica una alianza entre la cultura y la política instrumentada en América Latina

durante la década de 1940 como un modo de combatir la expansión del nazismo por el

continente. Esta alianza se puso de manifiesto en las exhibiciones organizadas por la Office

of the Coordination of Inter-American Affaire a instancias de Rockefeller: en 1940 la

Oficina organizó la gran exposición de Arte Mexicano en el Museo de Arte Moderno de

Nueva York, y el año siguiente envió en una gira por el continente la exhibición La pintura

contemporánea norteamericana.

En 1945, y a pesar del malestar que afectó en un primer momento las relaciones entre

ambos países, Buenos Aires fue incluida en la gira continental de la exposición La acuarela

– EE.UU., planeada por la International Office y la National Gallery of Art de Washington.

Las 45 obras que incluía esta exposición no resultaron demasiado novedosas en términos

de arte moderno. Sin embargo, la convicción se dejaba leer en las páginas del texto del

catálogo: en la genealogía de la acuarela norteamericana que allí se presentaba, se afirmaba

que el desarrollo había sido paralelo al impresionismo francés. Andrea Giunta señala que si

los espectadores de Buenos Aires tomaban en cuenta esa afirmación «tendrían que tratar de

descubrir entre estas pinceladas los orígenes del arte moderno, algo que, por cierto,

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Page 21: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

contradecía la (…) versión que ubicaba su lugar primigenio en la prestigiosa escuela de

París». (2008, p.43).

En síntesis, las obras seleccionadas y enviadas para la exposición no respaldaban las

políticas desde las que se había diseñado la gira continental.

En la Argentina, esta particular relación entre arte y política tuvo en las elites intelectuales

a su más fiel representante. La prioridad, en esos momentos, era «mantener bien encendida

la llama de la más elevada cultura» (Giunta, 2008, p.44), y para lograrlo resultaba

necesario establecer de manera clara qué era arte y qué no. Los intelectuales sostuvieron un

sistema de exclusiones y pertenencias que funcionó en los ámbitos de las artes plásticas y

la literatura.

Un árbitro poderoso en ambos sentidos resultó ser la revista Sur. Habiendo asumido una

posición a favor de los aliados durante la guerra, adoptó durante el peronismo una posición

coincidente con muchas de las ideas en las que se fundaba la política norteamericana hacia

la Argentina.

John King, en este sentido, destaca que durante la guerra, la revista Sur «se benefició

directamente del deseo estadounidense de estimular el desarrollo de elites intelectuales

modernas» (1989, p.123) en países de América Latina con el fin de consolidar el

liberalismo. Así, tanto el nacionalismo como el comunismo constituían, para los Estados

Unidos y para Sur, «los demonios a expurgar». (Giunta, 2008, p.44).

Ahora bien, en 1945, mientras los artistas del Salón Independiente se proclamaban

públicamente en defensa de las libertades civiles, otros grupos apartaban sus obras de la

inmediatez de la política nacional. Los grupos de la abstracción geométrica se oponían a

toda forma de realismo buscando instalarse como baluartes de la verdad absoluta y el

conocimiento acerca del único y legítimo sentido de la creación, del arte y de la historia.

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Page 22: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Los ideales de Sur coincidían con los de los artistas concretos, quienes representaban el

modelo de cultura incontaminada al que aspiraba la revista de Victoria Ocampo. Lo central

en el arte concreto era su oposición a toda forma de ilusión; su objetivo no era la

abstracción sino la invención, la presentación de realidades nuevas, lo cual no implicaba

estar al margen de la realidad.

Al igual que Sur, los artistas abstractos defendían el arte moderno y un modelo de Cultura

Internacional. Ambos coincidían en la defensa de una estética opuesta a la retórica

populista que el gobierno peronista apoyaba desde los festivales de la cultura, con las

carrozas que se diseñaban para la celebración del 1º de mayo, hasta la ritualización que se

generó en torno de la imagen de Eva Perón, todas estas, manifestaciones que, para estos

sectores, no se incluían en la esfera “legítima” de la cultura.

Jorge Romero Brest fue un actor fundamental, durante los años del gobierno peronista,

para el establecimiento en la Argentina del arte moderno. Entre sus antecedentes, que

respaldarían a partir de 1956 la centralidad que adquirió su figura como promotor de la

“vanguardia”, se cuentan el haber formado parte del directorio del Colegio Libre de

Estudios Superiores, una institución opositora al gobierno peronista que funcionó, durante

esos años, como espacio de formación de intelectuales que, luego de la caída de Juan

Domingo Perón, se desempeñarían en diversos circuitos oficiales, tanto en el ámbito

universitario como en el político.

Desde 1946, Jorge Romero Brest fue víctima del “exilio interior” del que fueron objeto

numerosos intelectuales. Desde su puesto de profesor de la Universidad de La Plata

estableció vínculos con los sectores más opositores al ascenso de Juan Domingo Perón. En

agosto de 1945, y en su reclamo de normalización institucional, la universidad suspendió

sus clases, los estudiantes se declararon en huelga y protestaron por los profesores

destituidos, llegando a tomar las facultades el siguiente mes de septiembre.

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La universidad terminó clausurada y fue parte del itinerario de los manifestantes del

sindicato de la industria de la carne de Berisso, quienes el 17 de octubre caminaron por las

calles de la ciudad de La Plata entonando los cánticos de “alpargatas sí, libros no”. De

acuerdo con Daniel James, el descontento de los obreros para con la universidad creció a lo

largo de esa jornada y terminó con el saqueo de la residencia del rector. (1995, pp.117-118)

Al año siguiente, las tensiones no disminuyeron. El decreto de intervención firmado por

Farrell, conjuntamente con el nombramiento del Dr. Oscar Ivanissevich como delegado

interventor a escasos días de la asunción de Juan Domingo Perón como Presidente, en

junio de 1946, prologaron un año de despidos de algunos profesores, renuncias de otros

que se solidarizaron, suspensiones y expulsiones de alumnos, todo ello con el propósito de

lograr una Universidad sin política, según los deseos de Juan Domingo Perón.

Luego de la huelga de estudiantes hacia fines de dicho año, particularmente fuerte en La

Plata, las cesantías continuaron iniciado el año 1947; entre los perjudicados se encontraba

Jorge Romero Brest. De esta manera, el peronismo en el poder logró forzar las decisiones

más radicales que Jorge Romero Brest pudo asumir en cuanto a vinculaciones con la

política, como afiliarse al Partido Socialista y concretar, de alguna manera, una conversión

a la izquierda.

El trabajo de Jorge Romero Brest por aquellos años perseguía el objetivo de “iluminar las

conciencias”; de esta manera, se sumaba a la acción del Partido Socialista de iniciar un

programa cultural y político que se opusiera a la confusión en la que, para estos sectores, se

vivía en ese momento.

Durante los años de gobierno peronista, Jorge Romero Brest se desempeñó como fundador

y profesor de “Altamira. Escuela Libre de Artes Plásticas” en 1946; fue cofundador de la

editorial Argos durante ese mismo año; brindó conferencias y cursos en Buenos Aires y en

el resto de América Latina; fundó y dirigió la revista Ver y Estimar desde 1948. Su

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Page 24: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

actividad resultó ser lo suficientemente diversificada y sostenida como para resistir el

“oscurantismo” que, según él, se había instalado en la escena oficial durante esos años.

Desde 1946, los Salones Nacionales fueron los espacios en los que el peronismo actuó de

manera decisiva en el terreno de las artes visuales. El Gran Premio de Pintura y el Gran

Premio de Escultura pasaron a denominarse “Presidente de la Nación Argentina”, y se

crearon, además, premios ministeriales destinados a proveer de obras acordes a las

funciones que cada uno de los despachos oficiales desempeñaba.

El Salón Nacional, considerado aún el acontecimiento artístico del año, incorporó temas y

estilos diversos. En 1946 incluyó a artistas que habían formado parte del Salón

Independiente, y mezcló en sus salas obras de tendencia abstracta, con otras realistas.

La relación que el gobierno mantenía con España constituía uno de los puntos más

irritantes para la oposición, que recordaba las fotos de las cenas de Eva Perón con

Francisco Franco tomadas durante su gira europea. En octubre de 1947, el gobierno

español envió la Exposición de arte español contemporáneo, que fue presentado en el

Museo Nacional de Bellas Artes. Y si bien en el término “contemporáneo” se anunciaba en

el título, la selección de obras dejaba afuera a artistas destacados como Juan Gris, Maruja

Mallo, Joan Miró y Pablo Picasso.

La misma exposición había sido rechazada en los Estados Unidos y en Londres por excluir

a Joan Miró y a Pablo Picasso. En la Argentina fue duramente criticada desde la revista

Sur por Julio Payró, pues, a su olfato, olía a nacionalismo, y si bien no caía en la

“propaganda”, las obras no alcanzaban a justificar su título.

En su artículo “Exposición de arte español contemporáneo”, Payró escribía:

Decapitado el arte español – sin su gran cabeza imaginativa y creadora –,

extirpados muchos músculos, vísceras, nervios, glándulas vitales, quedó tendido en

el Museo su enorme cuerpo yerto (…). En tales condiciones, la muestra del

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esfuerzo artístico “contemporáneo” de España era decepcionante, abrumadora. Nos

recordaba los Salones Oficiales Europeos de hace cuarenta años. (1948, p.121).

Para las elites intelectuales, si éstos eran los contactos internacionales a los que se podía

acceder, mejor era perderlos. A esta decepción se sumó el conflicto en torno al arte

abstracto, que tuvo como actor protagónico al ministro de Educación, Dr. Oscar

Ivanissevich.

De acuerdo con el Dr. Oscar Ivanissevich – médico cirujano de profesión –, el arte

abstracto no tenía cabida en ese momento del país. El diario La Nación, en su edición del

22 de septiembre de 1949, transcribió las palabras textuales del Ministro de Educación en

ocasión de celebrarse la inauguración del 39º Salón Nacional de Artes Plásticas:

El arte morboso, el arte abstracto, no cabe entre nosotros, en este país en plena

juventud, en pleno florecimiento. No cabe en la Doctrina Peronista, porque ésta es

una doctrina de amor, de perfección, de altruismo, con ambición de cielo

sobrehumano. No cabe en la Doctrina Peronista, porque ella nace en las virtudes

innatas del pueblo y trata de mantenerlas, estimularlas, exaltarlas. (1949, p.4.)

En 1949 hacía irrupción en Buenos Aires el arte moderno con la inauguración en el Museo

Nacional de Bellas Artes, el 23 de junio de ese año, de la exposición de pintura francesa

De Manet a nuestros días, y, un mes después, el Instituto de Arte Moderno abría sus salas

con la muestra Arte Abstracto, organizada por el crítico belga residente en París, León

Degand.

Estas exposiciones reunían obras abstractas que indignarían al ministro de Educación,

aunque también, y por diferentes motivos, a la crítica especializada. Julio Payró, desde las

páginas de Sur, hizo manifiesta su irritación ante lo que consideraba una muestra

constituida por piezas de “segunda categoría”, y que sin el aporte de coleccionistas

argentinos hubiera constituido un rotundo fracaso.

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Page 26: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Durante los años siguientes comienzan a producirse transacciones entre el peronismo y el

arte abstracto. Al respecto, Andrea Giunta señala que para un país que buscaba la apertura

económica, atraer capitales extranjeros y orientarse en el sentido que marcaban las nuevas

fuerzas del progreso, las representaciones de gauchos y planicies no podían presentarse

como estandarte. Así, el arte abstracto ganaría un lugar emparentado con el uso político: la

obra de los artistas más representativos conformaban el envío oficial a la Bienal de San

Pablo de 1953.

Este reposicionamiento del arte abstracto durante el gobierno peronista no había sido sin

esfuerzo. Una larga y dura confrontación requirió de diversos frentes simultáneos entre los

que se destacó el organizado por Jorge Romero Brest desde las páginas de Ver y Estimar a

partir de 1948.

Habiendo sido expulsado de los ámbitos oficiales, el escenario que le ofrecía el Partido

Socialista no parecía el más adecuado para hacer avanzar la empresa que habría de llevar

adelante en el futuro, cuando los años del peronismo pasaran. La audiencia de los foros

socialistas no resultaba capaz de una acción efectiva en el campo de las artes visuales. Esos

espacios estaban mezclados con la política, y desde ahí resultaba imposible contar con el

apoyo de los sectores influyentes en el campo cultural, como el grupo de la revista Sur. Era

necesario, por lo tanto, trabajar desde una plataforma aislada de la política, abonada

exclusivamente por el interés en el arte puro y no contaminado.

Desde la presentación de la revista Ver y Estimar, Jorge Romero Brest dejó de manifiesto

su posicionamiento al describir un panorama ante el cual la única salida para los

intelectuales en minoría parecía ser el refugio en el terreno de las ideas puras, aisladas de

las contingencias de la realidad inmediata. Proponía a la minoría intelectual estar «cada vez

más desenraizados de la realidad (…), porque el horror que ella les produce, a causa de su

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barbarie y falta de sentido, los lleva a mirar con exclusividad hacia fuentes del

pensamiento universalista». (Romero Brest, 1948, p.12).

Jorge Romero Brest armó, desde las páginas de Ver y Estimar, aquello que la realidad no le

permitía hacer. Su objetivo era traer, por medio de la palabra escrita, aquellas imágenes

que no podían verse en Buenos Aires a causa del aislamiento internacional en el que se

encontraba el país en esa época. Esto fue lo que se propuso al comentar las exhibiciones y

publicaciones internacionales.

Ahora bien, su idea no era solo dar cuenta de lo que pasaba en el exterior, sino también

mostrar que, desde sus colecciones de obras europeas, Buenos Aires integraba el circuito

del “gran arte internacional”.

Sin embargo, había algo que la realidad no ofrecía: la Argentina se encontraba al margen

de los certámenes internacionales. Esta ausencia hizo doblemente relevante la acción

llevada adelante por Jorge Romero Brest al ocupar un lugar en el jurado de la Bienal de

San Pablo de 1951 y del Concurso Internacional de Escultura, El Prisionero Político

Desconocido, organizado por el Instituto Internacional de Artes Contemporáneas de

Londres en 1953.

La invitación cursada a Jorge Romero Brest, representante de un país que era sospechado

de simpatías fascistas y de colaboración con las Fuerzas de Eje durante la Guerra, para

conformar el jurado de estos certámenes donde se celebraba la libertad, simultáneamente a

su expulsión de los circuitos oficiales en la Argentina de Juan Domingo Perón, hizo recaer

en su figura la misión de restablecer el prestigio nacional. «A partir de este accionar él era

todo lo que el país no era: moderno, internacional, abierto al mundo, defensor de la

libertad». (Giunta, 2008, p.61).

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Jorge Romero Brest se sentía en el umbral de un cambio – sostiene Andrea Giunta –, de

una cercana transformación que podría dar lugar al estilo de este siglo; toda la

responsabilidad en la representación del futuro recayó, para él, en el arte abstracto.

Tanto los temas como las propuestas que ocupaban las páginas de Ver y Estimar

delimitaron su accionar: trabajar desde las sombras en la definición de un modelo para el

arte, lo suficientemente sólido y articulado como para que, llegados los tiempos de la

“liberación”, se encuentre tan aceitado que sólo sea necesario ponerlo en marcha.

El golpe militar que derrocó a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955 ubicó a Jorge

Romero Brest en el lugar que había esperado. En octubre de ese año cerró de manera

definitiva la revista Ver y Estimar para pasar a desempeñarse como Interventor del Museo

Nacional de Bellas Artes.

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Page 29: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Capítulo 3.

La Revolución Libertadora y el desarrollismo de Frondizi

Derrocado Juan Domingo Perón por un golpe de estado el 23 de septiembre de 1955, el

General Eduardo Lonardi asumió la presidencia con la consigna: “ni vencedores ni

vencidos”. Esta posición conciliadora no pudo sostenerse ante las presiones de los sectores

más antiperonistas de las Fuerzas Armadas, cuyo representante era el contralmirante Isaac

F. Rojas, vicepresidente de la Nación en ese momento. Eduardo Lonardi renunció el 13 de

noviembre y asumió el General Pedro Eugenio Aramburu.

De acuerdo con Andrea Giunta, el contexto internacional de posguerra permitió modificar

ciertas condiciones para América Latina. Las tensiones de la Guerra Fría, la apertura de los

mercados de Occidente impulsada por las nuevas pautas del Fondo Monetario

Internacional, y la formulación de una política elaborada en el ámbito de la Comisión

Económica para América Latina (CEPAL), constituyeron elementos que colaboraron para

una mejor inserción internacional. «Esto sucedió en especial con las reformas elaboradas

por la CEPAL, que abrían la posibilidad de que los países desarrollados dieran apoyo a los

subdesarrollados para que éstos pudieran progresar, mediante adecuadas inversiones en

sectores clave y reformas estructurales.» (2008, p.66).

Estas nuevas condiciones resultaron en beneficio del nuevo gobierno argentino: apertura

económica y modernización fueron los valores compartidos por sectores diferentes, y una

de las problemáticas centrales durante los años siguientes consistió en diseñar estrategias

para atraer capitales extranjeros.

Ahora bien, esta modernización implicaba llevar adelante algunas modificaciones en

desmedro de las conquistas sociales logradas por los trabajadores durante el gobierno

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Page 30: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

peronista. La proscripción del peronismo en las elecciones fue el requisito de la

transformación que los sectores vencedores deseaban llevar adelante.

La posición asumida por el sector de las artes visuales ante la nueva situación política

quedó de manifiesto durante la apertura del Salón Nacional de 1956, cuya inauguración

contó con la presencia del presidente de facto y su vicepresidente, el almirante Rojas, Jorge

Romero Brest, en calidad de interventor del Museo Nacional de Bellas Artes, y los

embajadores de Francia e Italia; todos asistieron al acto como si se tratase de la celebración

del renacimiento de la democracia.

El Diario El Mundo, en su edición del 6 de diciembre de ese año, publicó las declaraciones

que para dicha ocasión pronunció el entonces Ministro de Educación de la Nación, Dr.

Carlos Adrogué:

Las tiranías aherrojan los miembros, pero jamás las ideas, y toda la violencia de que

son capaces con el cuerpo no llega al ámbito sagrado del alma, a la que no han

logrado nunca arrancarle una flor para su triste gloria; todo atentado a la libertad es

un crimen contra la inteligencia. (…) La Revolución Libertadora nos ha colocado

ante un nuevo Renacimiento: he ahí la responsabilidad de los hombres consagrados

a la cultura. (1956, p.8).

Jorge Romero Brest, uno de estos hombres consagrados a la cultura, hacía pública la visión

de los sectores liberales acerca del peronismo y de los tiempos inaugurados para el arte con

la Revolución Libertadora.

En ocasión de la Bienal de Venecia de 1956, el envío de las obras argentinas fue

acompañado por las Palabras Liminares escritas por Jorge Romero Brest:

El país acaba de pasar por una dura prueba: más de diez años de una dictadura que,

además de entorpecer el progreso social y diezmar la economía, trató de aniquilar el

espíritu por todos los medios posibles, tergiversando la historia, enalteciendo falsos

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Page 31: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

valores y fomentando bajos instintos. Lo que significó un encerramiento suicida.

Pero las fuerzas vitales no estaban agotadas, como lo prueba la magnífica

Revolución Libertadora de septiembre, que le permitirá volver a ponerse a tono con

los países civilizados del orbe y, en el campo del arte plástico, esta exposición que

revela cuáles han sido los esfuerzos de los jóvenes pintores y escultores para hablar

el libérrimo lenguaje de la modernidad. (Romero Brest, 1956, pp.7–8).

El nuevo Estado se transformó en un impulsor de las artes y se abocó a una tarea de

promoción e incentivos que tomó un camino diferente del que había tenido durante el

peronismo. Los ejes a partir de los cuales se irían organizando los proyectos institucionales

fueron: novedad, juventud e internacionalismo. En poco tiempo fue surgiendo en el espacio

de las artes visuales un requisito indispensable para la promoción del renacimiento cultural

de la nación: dadas, con el nuevo gobierno, las condiciones propicias para la creación, lo

que se necesitaba eran artistas cuyas obras fuesen tan originales y de una calidad tan

incuestionable como para poder instalar en la escena internacional al arte argentino.

Dos exposiciones oficiales, entre abril y junio de 1956, se organizaron por iniciativa del

Estado en las cuales quedaba articulado el frente internacional que apuntaba a mostrar en el

exterior a los artistas argentinos. Era la primera ocasión en la que se presentaba un

panorama amplio del arte nacional en el exterior.

Washington fue el escenario de la primera de las exposiciones. En la Galería Nacional se

daba comienzo a una gira que incluía distintos museos de Nueva York y de otras ciudades

norteamericanas. La exposición no se agotaba en una representación artística; el tono

político de la misma resultaba evidente y podía leerse en distintos artículos periodísticos

que reseñaban el acontecimiento.

El diario La Prensa publicaba en su editorial del 17 de abril de ese año las apreciaciones

del director de la Galería Nacional de Washington, David Finley:

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Page 32: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Además del valor intrínseco de las obras, el señor David Finley señala un aspecto

relacionado con la política internacional. “La colección – dice el señor David

Finley – ha llegado en momento oportuno, dado el creciente interés por la historia y

la cultura de la Argentina. Hoy, como nunca, existe la sensación de una mayor

solidaridad entre los pueblos de nuestros países (…).”

De las palabras del señor David Finley es permitido deducir que los artistas también

pueden ser genuinos y eficaces embajadores. Adonde van con sus cuadros llevan

ecos y visiones del país nativo, al que presentan con sus especiales e inconfundibles

modalidades. (1956, p.4).

En este sentido, Andrea Giunta señala que terminados los tiempos de aislamiento

internacional durante el gobierno de Juan Domingo Perón, una nueva era parecía abrirse

para las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos, donde las imágenes eran

interpretadas como emisarias de un país transformado y como instrumentos de los nuevos

tiempos de la política internacional.

Aquellos que se habían sentido desplazados durante los años del peronismo, contaban con

elementos que les permitía pensar que se había tomado el camino correcto y que, al igual

que en el terreno político y económico, resultaba necesario diseñar políticas de apertura, el

programa cultural de la nueva nación debía girar en torno a la difusión del arte argentino y

a su confrontación con lo más avanzado del arte mundial.

Pero en tales circunstancias, ¿cuál era el arte argentino?, ¿cuáles sus rasgos distintivos? Si

bien las imágenes gauchescas y los paisajes campestres quedaban fuera, las selecciones de

obras se caracterizaron por tratar de reunir un amplio panorama en el que no estuvieron

ausentes ni el realismo, ni la abstracción geométrica, ni tampoco aquellas representaciones

que aludieran a la continuidad de las tradiciones prehispánicas.

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Page 33: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

De acuerdo con Andrea Giunta, en 1956 la abstracción geométrica ya no era considerada

vanguardista, no podía ser presentada de manera excluyente. Las representaciones del arte

argentino ofrecían soluciones de compromiso en las que se organizaba una selección

variada, exenta de los rasgos del nacionalismo tradicional, pero a la vez carente de una

apuesta hacia una imagen capaz de representar un arte argentino diferente, claramente

definido. «Lo que se estaba montando era un escenario en el que pronto tendrían que

aparecen los actores». (2008, p.71).

Con motivo de la Exposición Bienal Internacional de Arte de Venecia durante julio de

1956, la selección de las pinturas y esculturas por parte de Jorge Romero Brest y de Julio

Payró generó rápidos enconos y enemistades.

Jorge Romero Brest pensaba que si lo que se quería exhibir en la Bienal era la cultura de

un país renovado, esto no era viable seleccionando imágenes del pasado. Lo que había que

mostrar era la esperanza en el futuro y la confianza en la juventud como su depositaria.

Los artistas no tan jóvenes, que se habían sentido excluidos durante los años de gobierno

peronista, sufrían ahora una renovada marginación y, nuevamente, la imposibilidad de

participar de encuentros internacionales. «Borrados por el peronismo – escribe Andrea

Giunta –, estos artistas volvían a ser aislados por causas generacionales». (2008, p.72).

Jorge Romero Brest explicaba en el catálogo que lo determinante en la selección que

habían llevado conjuntamente con Julio Payró fue la apuesta por los jóvenes, en quienes

creía que recaía la tarea de construir el espíritu que aspiraba para el arte nacional en las

décadas siguientes.

El descontento en el que quedaron sumidos los artistas vinculados a los sectores liberales,

en ocasión de la selección de obras para la Bienal de Venecia de 1956, despertó la

sensación de que la “promisoria” juventud pasaba a ser un condicionamiento en el terreno

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Page 34: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

de las artes visuales, de la misma manera que durante los años del peronismo en el

gobierno lo habían sido los temas nacionales.

Durante su intervención en el Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Romero Brest intentó

cubrir aquellas necesidades apuntadas con anterioridad desde las páginas de Ver y Estimar.

Mejorar la colección del museo, traer exposiciones internacionales importantes, y hacer de

ese espacio un lugar educativo, capaz de formar el gusto estético de las generaciones

futuras.

Sin embargo, el crítico se encontró con un museo prácticamente abandonado, inactivo y sin

dinero suficiente para mantener abiertas sus puertas. Si bien el nuevo Estado manifestaba

su apoyo hacia la cultura, dicho apoyo no implicaba el financiamiento indispensable: el

sustento no significaba otra cosa que la libertad para crear sin los condicionamientos

establecidos durante el período peronista.

Ante estas circunstancias, su visión proyectada hacia el futuro del arte nacional era inviable

en el marco de su intervención en el Museo Nacional de Bellas Artes. Jorge Romero Brest

tenía su cargo, pero poco era lo que podía hacer con él. La colección del museo carecía de

piezas importantes y representativas del arte antiguo, y contaba apenas con algunos

ejemplares del arte moderno y ninguno del contemporáneo. No le resultaba fácil organizar

aquel relato progresivo del desarrollo del arte moderno que había planteado desde las

páginas de Ver y Estimar.

La solución a la falta de recursos tuvo lugar a partir de la sanción de una nueva Ley de

Cinematografía, que le permitiría al museo contar con unos 3 o 4 millones de pesos para

adquisiciones.

Luego de meses de arreglos de las salas y de la restauración de varias obras, el Museo

Nacional de Bellas Artes reabrió sus puertas en junio de 1957, con la inauguración de la

exposición Arte Moderno de Brasil, con la muestra de la donación de la colección

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Page 35: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Santamarina, y con una selección de cuadros del museo presentados de manera cronológica

y ordenados por escuelas e influencias.

De esta manera, Jorge Romero Brest lograba generar un triple impacto: una exposición

internacional que presentaba ante los embajadores de numerosos países, la presentación de

una importante colección de arte argentino, y una lectura de la evolución de la historia del

arte desarrollada a partir de una selección de obras.

El proyecto internacionalista de Jorge Romero Brest apuntaba, por esos momentos, a la

ruptura del aislamiento internacional; consecuentemente, su política consistió en llevar

exposiciones internacionales al museo con el fin de propiciar la actualización del arte local.

El programa modernizador se realizó en un contexto político favorable a los principios del

director del Museo Nacional de Bellas Artes. Después de las elecciones de febrero de

1958, que llevaron a la Presidencia al Dr. Arturo Frondizi, se organizó un proyecto

desarrollista cuya característica fue una intensa expansión económica, producida, sin

embargo, en un clima permanente de conflictos militares, políticos y sociales.

Luis Alberto Romero (1994) señala en su Breve historia contemporánea de Argentina que

el gobierno de la Revolución Libertadora se encontraba, hacia 1957, cercado por

dificultades económicas, hecho que precipitó el llamado a elecciones para comienzos del

siguiente año.

El autor sostiene que el discurso moderado de Dr. Arturo Frondizi, y sus claras referencias

a los problemas estructurales del país en términos nacionales y populares, abrió una

alternativa para las fuerzas progresistas y para un amplio sector de la izquierda. La

relevancia que tuvo en su discurso la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas y el

papel de los empresarios, junto a la línea de negociación que abrió con Juan Domingo

Perón – quien le dio su apoyo –, le permitieron ganar las elecciones.

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Page 36: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Su gobierno se extendió entre mayo de 1958 y marzo de 1962. Su discurso desarrollista,

asociado con las inversiones extranjeras y convocando a todas las fuerzas capaces de

construir un país moderno, desde la burguesía nacional hasta los sindicatos y los militares,

no logró, sin embargo, una conciliación apropiada.

El punto central de su política económica fueron las leyes de radicación de capitales

extranjeros y de promoción industrial, sancionadas en 1958, que garantizaban a los

inversores extranjeros libertad para remitir ganancias y para repatriar el capital. Se

establecía así un régimen especial para las inversiones en sectores considerados clave para

la nueva etapa del desarrollo: siderurgia, petroquímica, celulosa, automotriz, energía y

petróleo.

Como resultado, las inversiones extranjeras, que en 1958 eran de unos 20 millones de

dólares, alcanzaron los 248 millones hacia 1959, y a 348 en los dos años siguientes. De

acuerdo con Luis Alberto Romero (1994), hubo un vertiginoso crecimiento de la

producción de acero y de automotores, y casi se llegó al autoabastecimiento de petróleo. La

inflación y las dificultades en la balanza de pagos llevaron al lanzamiento de un Plan de

Estabilización que dio lugar a medidas liberales de devaluación de la moneda,

congelamiento de salarios y supresión de los controles y regulaciones estatales, aplicados

por el nuevo ministro de Economía, el Ingeniero Álvaro Alsogaray.

Esta política liberal se oponía al desarrollismo inicial. A partir de entonces, siguiendo a

Luis Alberto Romero (1994), se agudizaron las relaciones entre los sindicatos y el gobierno

nacional. Frente a las huelgas, el gobierno respondió interviniendo los sindicatos y

empleando al ejército para reprimir. 1959 se transformó en un punto de inflexión. (pp. 183-

193).

Mientras tanto, la recepción que tuvo la actividad que Jorge Romero Brest desarrolló desde

la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes puso de manifiesto que, en el campo

36

Page 37: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

artístico, el eje del conflicto no era el enfrentamiento entre distintos sectores políticos.

Antes bien, en un bloque marcadamente antiperonista como el que ocupó el centro de la

escena de las artes visuales, las escisiones se produjeron por el enfrentamiento entre grupos

modernizadores y tradicionalistas.

En marzo de 1958, después de hacer pública su propuesta de renovación, Jorge Romero

Brest recibía, a modo de respuesta, la crítica de Carlos Foglia desde su libro Arte y

mistificación. Carlos Foglia era un defensor de la tradición nacional arraigada en temáticas

locales. Ya en 1951 había publicado El Riachuelo inspirador de artistas. No apoyaba la

propuesta de renovación de Jorge Romero Brest, acerca del cual expresaba que aconsejaba

mal a los jóvenes artistas.

De acuerdo con Giunta, Carlos Foglia defendía una estética conservadora y nacionalista

que podía encontrar representantes tanto en el peronismo como en el antiperonismo. «Su

definición estética – escribe la autora - tenía que ver menos con su adhesión o

enfrentamiento al régimen depuesto que con su oposición a todo aquello que se propusiera

enfrentar el arte basado en la tradición nacional». (2008, p.75).

Desde las páginas de Arte y mistificación, Carlos Foglia denunciaba:

La intemperancia de los propagandistas del Arte Contemporáneo, unida al

desmedido afán de imponer impresiones plásticas de avanzada, después de haber

copado prácticamente los más altos cargos públicos del ramo y la casi totalidad de

los modernos medios de difusión, nos obligan a servir a una causa que

consideramos de bien común, porque comienzan a negarse sistemáticamente, a

vista y paciencia de todos, las manifestaciones más sinceras y espontáneas de

nuestra cultura. (1958, pp.7-8).

A comienzos de 1960, a pesar de las esperanzas despertadas con la revolución de 1955,

Jorge Romero Brest advirtió que no lograría darle forma definitiva a ninguno de sus

37

Page 38: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

objetivos, razón por la cual presentó su renuncia al cargo de director del Museo Nacional

de Bellas Artes, aduciendo las imposibilidades con las que chocaba su gestión. Este hecho

tuvo como consecuencia la extensión de su programa: su renuncia no fue aceptada, en

cambio, fueron posibles la remodelación del edificio, la habilitación de la sala de

conferencias, la reactivación de la biblioteca, la publicación de un boletín mensual,

conciertos, visitas guiadas y conferencias públicas. Sin embargo, el director del museo sólo

pudo alcanzar algunos de sus objetivos.

Jorge Romero Brest pronto se dio cuenta de que no serían los organismos dependientes del

Estado los que permitirían llevar adelante la transformación que él entendía necesaria en el

campo artístico. Su gestión como director del museo concluyó en 1963; para entonces

había comprendido que las nuevas fundaciones e instituciones privadas, con las que ya se

encontraba ligado, le ofrecerían la posibilidad de avanzar hacia sus objetivos.

38

Page 39: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Capítulo 4.

La Fundación del Instituto Torcuato Di Tella.

Los primeros años: 1958-1963

Habiendo presentado en los capítulos anteriores los antecedentes históricos, sociales y

políticos que delimitaron el contexto de su surgimiento, el presente capítulo aborda la

fundación del Instituto Torcuato Di Tella y el modo en que se organizó durante los

primeros años las actividades artísticas que en su seno se fueron desarrollando.

La Fundación Di Tella y el Instituto Torcuato Di Tella fueron creados el 22 de julio de

1958 al cumplirse el décimo aniversario del fallecimiento del fundador del complejo

industrial Siam-Di Tella. La empresa cultural que recibía su nombre iba a servir como

recordatorio, a la vez que socializaría la riqueza que había creado su capacidad

empresarial. John King señala que la forma que adoptó dicho recordatorio reflejaba el

pensamiento moderno de fines de los años ’50 «antes que una anticuada filantropía».

(2007, p.61).

Torcuato Di Tella había sido el responsable de su empresa en todos los niveles. El trabajo

de sus hijos, especialmente el de Guido Di Tella – que era economista y había concluido

sus estudios de posgrado en el Massachussets Institute of Technology en Boston –, se

relacionó con la transferencia de estructuras tradicionales a las de la administración

moderna. El modo en que los fondos privados se canalizaron hacia las actividades

culturales y sociales fue el de una fundación moderna, organizada de acuerdo con el

modelo norteamericano de financiación corporativa.

La Fundación Di Tella tenía el propósito modernizador que se basaba en la certeza de que

era posible trasladar al plano cultural los objetivos del desarrollismo en el terreno

económico. En la concepción de Guido Di Tella, tanto la cultura como la economía tenían

39

Page 40: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

un rol transformador. En su proyecto institucional se encontraba implícito el postulado

básico de que, si se creaban las condiciones materiales necesarias, la calidad de las

producciones culturales podía elevarse.

Si bien las fundaciones no resultaban conocidas en la Argentina antes de la experiencia

inaugurada en 1958 por el Instituto Torcuato Di Tella, existían condiciones impositivas

favorables para este tipo de iniciativas que habían sido introducidas por el gobierno militar

de 1955. (King, 2007, p.63).

La idea de un instituto de investigación independiente fue gestada por Guido Di Tella,

quien compartía la opinión de varios académicos – en particular Gino Germani – que

sostenían que resultaba preferible el progreso investigativo y científico en institutos más

pequeños, alejados del control de las universidades donde tanto la enseñanza como la

investigación resultaban afectadas por cada cambio de gobierno.

Torcuato Di Tella (hijo), en cambio, para esa época se encontraba más interesado en el

desarrollo de las ciencias sociales en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires.

Consideraba que era importante hacer un esfuerzo dentro de la estructura de la universidad

estatal y no desarrollar universidades privadas ni grupos de investigación independientes.

La fundación del Instituto preveía la creación de un programa para las artes, aunque

originalmente la principal finalidad era la exhibición de las colecciones privadas de

Torcuato Di Tella.

Básicamente, a nivel organizacional, la Fundación Di Tella recibía un porcentaje de las

acciones de la empresa Siam-Di Tella y suministraba ingresos para el Instituto Torcuato Di

Tella. No se trataba de subsidios fijos anuales aportados por la Fundación Torcuato Di

Tella, sino que el grueso de sus ingresos, provenientes de la sociedad Siam-Di Tella, era

transferido al Instituto. Por otro lado, la Fundación Torcuato Di Tella conservaba la

totalidad de la colección de arte de Torcuato Di Tella.

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Page 41: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

El Instituto Torcuato Di Tella no contaba con recursos económicos propios; en tanto

institución académica sin fines de lucro, recibía un subsidio de la Fundación Di Tella y de

otras fuentes, entre las que se destacaron las fundaciones Ford y Rockefeller.

John King señala que si bien la Fundación Di Tella se creó en 1958, no se formuló ningún

programa claro para el Instituto, excepto que su trabajo estaría abocado a la investigación

independiente en el campo de las ciencias sociales y las artes. «Se consideraba que en los

primeros años la Fundación amasaría su capital antes de iniciar ninguna actividad». (2007,

p.68).

Hacia marzo de 1960 Guido Di Tella realiza una veloz recorrida por una decena de galerías

de arte de Londres, París y Nueva York. Andrea Giunta señala que tal empresa no estaba

dirigida a subsanar las falencias y ausencias que podía tener la colección de su padre. Lo

que «era absolutamente imprescindible que, cuando la presentara al público, su colección

contara con un conjunto de obras que permitieran deslumbrar por su contemporaneidad».

(2008, p.103).

El proyecto cultural trazado por Guido Di Tella estuvo, en un primer momento, signado

por la necesidad de completar y actualizar la colección de arte familiar. Para esto decidió

continuar con el asesoramiento del crítico italiano Lionello Venturi, a quien su padre había

elegido como consejero desde sus primeras compras.

Luego de estos viajes, fueron añadidas varias obras modernas significativas a la colección

de la – para entonces ya creada – Fundación Di Tella: Henry Moore, Pablo Picasso,

Amadeo Modigliani, Jackson Pollock, entre otros. La rapidez por completar dicha

colección no respondía a un capricho personal. La oportunidad de presentar en sociedad

una serie de obras que contemplara todas las expectativas de los medios culturales y

políticos nacionales no podía desecharse.

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Page 42: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

La meta inicial del Programa de Artes del Instituto Torcuato Di Tella era contar con una

galería moderna que permitiera montar una exhibición de las obras que componían la

colección y organizar, a su vez, muestras ambulantes. (King, 2007, p.69). La galería

también organizaría un premio anual para artistas nacionales e internacionales, y las obras

de los ganadores serían compradas con el fin del incrementar dicha colección. Así, se

esperaba obtener una colección tan amplia y representativa como fuera posible.

Ahora bien, la estrategia de irrupción en el medio cultural de Buenos Aires desarrollada

por Guido Di Tella no se limitó a la presentación de su colección. Junto con ésta, organizó

el primer premio de pintura; introdujo, además, su programa institucional, y, de manera

simultánea, creó una serie de centros de investigación dependientes del Instituto Torcuato

Di Tella dedicados a diferentes ramas del arte y la cultura. Los iniciales fueron el Centro

de Investigaciones Económicas y el Centro de Artes Visuales.

El Centro de Artes Visuales desarrolló inicialmente su actividad en el primer piso del

Museo Nacional de Bellas Artes, cedido por su director, Jorge Romero Brest. Los

propósitos del Centro fueron publicados en los catálogos y en diarios de la época: primero,

contribuir a la promoción y difusión de las artes visuales; segundo, desarrollar contactos

con centros extranjeros similares. Estos propósitos reflejaban las teorías de modernización

que influyeron en el pensamiento de Guido Di Tella y Enrique Oteiza durante esa primera

época.

La premisa principal de Guido Di Tella – señala John King – era que el desarrollo cultural

argentino estaba atrasado con respecto a los centros metropolitanos, «la meta del Instituto

era franquear de algún modo esa brecha informativa y geográfica». (2007, p.73).

Los objetivos de los premios anuales del Instituto Torcuato Di Tella consistían en evitar el

aislamiento cultural y provocar la intercomunicación con los centros mundiales de la

cultura. En las ciencias sociales, los investigadores eran enviados al extranjero a estudiar,

42

Page 43: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

pues se creía que sólo una educación de avanzada permitiría garantizar el cumplimiento de

los objetivos. En el terreno de las artes, inicialmente se adoptó el mismo modelo. Se

pensaba que el artista aprendería durante ese período lo necesario, establecería contactos

con galerías y críticos del exterior, y regresaría para estimular el mundo artístico local.

El primero de los premios se organizó en 1960, año del sesquicentenario de la Revolución

de Mayo. Fueron invitados veinticinco artistas argentinos para que participaran; el jurado

estuvo compuesto por Jorge Romero Brest y Lionello Venturi. El ganador fue Mario

Pucciarelli, «un artista que ya gozaba de cierto reconocimiento, que había residido en

exterior y que, a pesar de su juventud, había elaborado un imagen identificable, acorde con

(…) el informalismo». (Giunta, 2008, p.112).

El premio de 1961 fue ofrecido no sólo a artistas argentinos sino a chilenos y uruguayos. Si

bien el Instituto Torcuato Di Tella no estaba particularmente interesado en la promoción

del arte latinoamericano, dicha iniciativa era calificada en el catálogo como el primer paso

hacia la dimensión internacional.

«En los años siguientes – sostiene John King – la competencia internacional provino de

centros metropolitanos de Europa y de América del Norte». (2007, p.75). Los contactos

que posibilitarían la modernización se encontraban más allá de los confines del continente

latinoamericano.

Paralelamente, en 1962 se concreta la iniciativa de presentar la colección Torcuato Di Tella

en diversas ciudades del interior. Para esa ocasión, los centros urbanos elegidos para la

instalación de esa muestra itinerante fueron: Córdoba, Mar del Plata, Santa Fe y Rosario.

Además, fue expuesta también en la ciudad de Montevideo.

En esta línea también se organizó una unidad audiovisual móvil que recorrió diversas

zonas de las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba, San Luis y Santa Fe. Entre

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Page 44: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

los meses de julio y diciembre de 1962 se proyectaron películas y cortometrajes sobre arte,

y un audiovisual propio, Candonga.

Buenos Aires siempre fue el centro cultural de la Argentina, y así como se quería franquear

el aislamiento con exterior, las muestras itinerantes organizadas por el Instituto Torcuato

Di Tella buscaban estimular una red de grupos locales en actividad en las principales

ciudades del interior del país, evitando sostener “hacia adentro” la brecha cultural existente

con los centros metropolitanos europeos y norteamericanos.

John King afirma que se alcanzó a concebir una red grupos que llegó a abarcar cerca de

cien ciudades en la región central del país. La unidad audiovisual móvil «durante su breve

tiempo de vida fue un éxito». (2007, p.77). Al año siguiente, la camioneta que transportaba

ese cine circulante se estrelló en un accidente durante la gira, y nunca fue reemplazada. Es

que ese mismo año el Instituto Torcuato Di Tella se trasladó a un edificio en la calle

Florida y empezó a producir un impacto tal en la vida de la ciudad que el interés por las

provincias se disipó rápidamente.

El edificio alquilado por la empresa Siam-Di Tella fue desocupado y de inmediato se

percibió la posibilidad de instalar y desarrollar allí el programa de artes. Al mismo tiempo,

avanzaban las negociaciones que se mantenían con la Fundación Rockefeller para lograr el

subsidio que permitiría crear el Centro de Altos Estudios Musicales, por lo que se decidió

albergar la música y las artes junto con la oficina del director en la calle Florida.

La idea era atraer a un público numeroso. «El edificio era invitante, tenía una entrada

bastante transparente y un gran “lobby” que facilitaba el ingreso. (…) El edificio estaba

bien calefaccionado en invierno y ofrecía buenas condiciones para exposiciones y

acontecimientos artísticos de diversa índole». (King, 2007, p.80)

En esa época, Roberto Villanueva – un actor y director de teatro, amigo de la familia Di

Tella – había sido convocado para dirigir el programa de artes del Centro. Por otro lado,

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Page 45: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Jorge Romero Brest, que cada vez sentía más las limitaciones institucionales y la ausencia

de fondos para el Museo Nacional de Bellas Artes, presentó la renuncia al cargo de director

del museo – esta vez fue aceptada – y ofreció sus servicios al Instituto Torcuato Di Tella,

con quienes venía relacionándose y colaborando desde hacía algunos años.

Si el objetivo del Centro era – como escribe John King – producir un impacto en el mundo

del arte, Jorge Romero Brest era el indicado para desempañarse como director del Centro

de Artes Visuales: era uno de los principales críticos de arte de Buenos Aires que había

formado a una generación desde las páginas de su revista. Su discurso enérgico y elocuente

le sumaría peso personal al Centro.

La instalación en el edificio de la calle Florida marcó un punto de inflexión en la vida del

Instituto Torcuato Di Tella. Su actividad se concentró en la ciudad de Buenos Aires, de

cara al puerto, mirando y exhibiendo hacia el exterior. Se abandonaron las muestras y

exhibiciones itinerantes, características de los primeros años. La presencia de Jorge

Romero Brest influyó, de allí en más, y fue determinante en el desarrollo de las artes

visuales.

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Page 46: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Capítulo 5.

El desarrollo de los Centros a partir de 1963

Contar con un edificio como el que a partir de 1963 ocupó el Instituto Torcuato Di Tella en

la calle Florida, hizo posible darle curso tanto a la experimentación como al desarrollo de

las diferentes artes que se agregaban a los dos Centros que originalmente abarcaba el

programa del Instituto Torcuato Di Tella.

En el caso del Centro de Artes Visuales, el impulso que aportaron la mudanza a la calle

Florida y la designación de Jorge Romero Brest como director permitió avanzar en función

de los objetivos principales: crear lazos entre Buenos Aires y otros centros culturales de

mundo, promover el arte argentino, educar y ampliar el público de arte en dicha ciudad. De

acuerdo con John King, las memorias de 1963 publicadas por el Instituto Torcuato Di Tella

permiten ubicar una serie de factores que contribuyeron en este sentido: «la ubicación

estratégica en nuestra ciudad; un horario amplio; el mantenimiento de una programación

continua de las muestras». (2007, p.87).

El Centro se propuso aprovechar al máximo las nuevas posibilidades edilicias ofrecidas por

el edificio de la calle Florida, que se inauguró en agosto de 1963 con la organización del

Premio Internacional.

Un año antes, Jorge Romero Brest, en calidad de integrante del jurado, desplegó una serie

de argumentos para explicar aquellos aspectos en juego y a los que el Premio debía dar

respuesta: resultaba importante que la obra ganadora no fuese una promesa o un anticipo

de lo que podía llegar a ser, sino un logro; había que privilegiar que la obra fuese actual y

no conservadora, y, finalmente, resultaba crucial que el Premio Di Tella lograra su propio

lugar y no quedara reducido a la confirmación de otros premios.

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Page 47: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

A partir de la organización del Premio Internacional del año 1963, el nuevo escenario

brindó un marco más espectacular tanto a dicho premio como al Instituto Torcuato Di

Tella, en consonancia con los argumentos vertidos por Jorge Romero Brest un año antes.

Durante la entrega de premios de ese año, Enrique Oteiza enfatizó el interés del Instituto

Torcuato Di Tella en la innovación. Sus palabras quedaron reflejadas en el comunicado de

prensa de dicha ocasión: «Lo importante ahora, para nosotros, es construir, crear; la

tradición vendrá por añadidura. Esta es la mejor terapéutica». (Oteiza, 1963).

El primer premio fue otorgado a la obra de Rómulo Macció, lo cual implicaba un fuerte

respaldo al grupo de los neofigurativos que empezaba a producir impacto en Buenos Aires.

Este grupo ofrecía imágenes perturbadoras, que sugerían – de acuerdo con John King –

«violencia, terror y angustia, o un humor brutal». (2007, p.88).

En esta misma línea, Andrea Giunta (2008) señala que el premio otorgado a Rómulo

Macció constituyó un acto de osadía del jurado – integrado por Jacques Lassaigne, William

Sandberg y Jorge Romero Brest – que, al mismo tiempo, logró ponerle un broche de oro al

acto de inauguración de la sede del Instituto Torcuato Di Tella en la calle Florida.

El respaldo a las nuevas tendencias en el arte fue rechazado por la prensa cuya exigencia

de valores se refería siempre a un conjunto existente de monumentos culturales. En

respuesta, Hugo Parpagnoli escribió en el número de diciembre de ese año en la revista

Sur: «Los que conservan algo de memoria reconocerán que las reacciones del público en

contra de las ‘novedades’ artísticas sólo significan que los artistas aparecen con sus obras

siempre un poco antes de que la gente esté preparada para recibirlos». (1963, p.120).

Los premios nacionales e internacionales resultaban muy significativos a nivel local. Los

artistas argentinos podían ver las obras de sus contemporáneos extranjeros en Buenos

Aires, exponer sus obras en una galería muy amplia que atraía la atención de la crítica y del

público en general, y tenían, además, la posibilidad de ganar una suma importante.

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Sin embargo, el internacionalismo resultaba aún un camino de una sola dirección: los

mercados europeos y neoyorquinos no eran muy receptivos para con los artistas argentinos.

El Premio Internacional Di Tella no significaba que el artista sería celebrado y recibido por

las galerías de Nueva York.

Si bien el Instituto Torcuato Di Tella contaba con una sala central de exposiciones que

permitió estimular el debate en Buenos Aires, ello no bastó para lanzar a los artistas

argentinos a la escena internacional. Cualquier progreso en esa vía sería gracias a los

esfuerzos individuales del artista, por lo general luego de varios años de residencia en los

centros metropolitanos, y a la promoción – en contadas ocasiones – por parte de algún

crítico extranjero.

Las exposiciones montadas en el Centro de Artes Visuales de la calle Florida sirvió, según

refiere John King, «para educar al público porteño (…) un público suficientemente grande

y suficientemente numeroso y poco familiarizado con la observación directa del arte

moderno, que podía beneficiarse con los premios y otras exhibiciones» (2007, p.92).

A partir de 1963 se comenzaron a forjar lazos importantes con otros institutos

internacionales tales como el Consejo Internacional del Museo de Arte Moderno de Nueva

York, que se había expandido de manera notable desde 1955 y deseaba extender sus

contactos en América Latina, donde el Centro de Artes Visuales ofrecía buenas

instalaciones, pericia organizativa y críticos de la talla de Jorge Romero Brest. Era una

época de inversión, Estados Unidos buscaba aliados domésticos y enlaces.

Este espíritu estuvo encarnado, años más tarde, en el Centro de Relaciones

Interamericanas, un organismo que fue creado en Nueva York con fondos de Rockefeller

en 1967, y cuyo objetivo principal fue el desarrollo de intercambios culturales. El Centro

de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella hizo uso de dicha entidad para varios

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Page 49: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

conciertos y muestras argentinas en el exterior; la más importante de las celebraciones tuvo

por acontecimiento el décimo aniversario del Instituto Torcuato Di Tella en 1968.

Estas organizaciones sostenían la intención de llevar adelante intercambios culturales, pero

lo cierto es que resultaba muy difícil montar exposiciones de arte argentino en capitales

europeas o norteamericanas, donde se sabía poco acerca del continente y menos aún de sus

artistas.

El año 1964 marcó un viraje en este sentido; en realidad, ya sobre fines del año anterior se

había inaugurado la exposición L’art argentin “actuel” en el Museo de Arte Moderno de

París, con la participación de 56 artistas argentinos. El éxito de la misma se comprobó por

el impacto que tuvo en la prensa parisina.

Luego, el Centro de Artes Visuales llevó adelante una importante muestra de manera

conjunta con el Walter Art Center de Minneapolis: New Art in Argentina. La selección

estuvo a cargo de Jorge Romero Brest y Samuel Paz. La exposición obtuvo el apoyo

entusiasta de los artistas argentinos, y la crítica fue – en los términos de John King –

«razonablemente favorable».

El crítico John Canaday, del New York Times, se centró en las aportes neofigurativos de

Rómulo Macció. Sin embargo, pocos artistas lograron irrumpir en el mercado

internacional. De todos modos, la exposición fue bastante concurrida y viajó a distintos

centros. En definitiva, el Centro de Artes Visuales pudo darse por satisfecho con su

incursión internacional.

En el ámbito local, los Premios Nacional e Internacional de 1964 volvieron a despertar

polémicas. Enrique Oteiza fue quien atacó de manera abierta a los críticos en su discurso

inaugural del Premio Internacional, tal como refleja el comunicado de prensa por él

elaborado: «En el caso de nuestro país, cada vez me convenzo más, la crítica de arte –

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Page 50: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

salvando algunas excepciones – no se encuentra en un nivel de desarrollo comparable con

el movimiento artístico con que tenemos la suerte de convivir». (Oteiza, 1964).

En ocasión de la entrega del Premio Nacional de ese año a Marta Minujín por su obra

Revuélquese y viva, el diario La Prensa tildó a los artistas del Instituto Torcuato Di Tella

de estar siempre tras «esa búsqueda ansiosa, casi desesperada de lo sensacional». (King,

2007, p.95).

Luego de la polémica, el Centro de Artes Visuales volvió de manera deliberada a exhibir

exposiciones mesuradas que resultaron muy populares: bronces de Jacques Lipchitz

enviados por el Museo de Arte Moderno de Nueva York; Henri de Toulouse-Lautrec,

organizada por la Alianza Francesa, y Joaquín Torres García. Estas muestras atrajeron una

concurrencia de quince a vente mil personas por mes y aplacaron las críticas de la prensa.

Las cifras de concurrencia demostraron la trayectoria del Centro de Artes Visuales a partir

de su instalación en la sede de la calle Florida; incrementó el número de muestras y logró

mantener un público bastante constante que parecía aumentar con cada exposición. Si en

1964 los concurrentes llegaron a ser 150.000 personas, dicho número creció de manera

sostenida hasta llegar casi a los 400.000 visitantes en 1967, cuando se pudo decir que se

había cumplido con uno de los propósitos básicos: formar el hábito del público hacia la

frecuentación de las obras de arte. Sin embargo, la indiferencia de vastos sectores del

público hacia el trabajo del Instituto Torcuato Di Tella se convertiría en creciente

hostilidad después de 1966. (King, 2007, pp.100-103).

Ese año marcó un punto de inflexión. Por un lado, el golpe de estado del General Juan

Carlos Onganía intervino, de manera absoluta, sobre los terrenos políticos, sociales,

económicos e intelectuales. Se pensaba que solo los militares podían llevar adelante una

verdadera modernización, «terminando con la inflación, el bajo crecimiento económico y

los disturbios laborales». (King, 2007, p.166-167).

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Page 51: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Así, se revertía nuevamente la política “normal” de las intervenciones militares en la cual

éstos se retiraban para dejar el gobierno en manos de los políticos. La desilusión imperante

con el proceso democrático introdujo un gobierno con ideas firmes en cuanto a la

administración del país, pero escasa experiencia en el campo de la cultura. La universidad

fue atacada salvajemente por el gobierno dictatorial.

La Universidad de Buenos Aires fue la primera institución que se manifestó en contra del

golpe de estado. Las universidades fueron intervenidas a las pocas semanas de manera

violenta. El 13 de julio se publicó un documento que daba a conocer los objetivos de la

denominada Revolución Argentina. Estas “actas revolucionarias”, como se las

denominaba, atacaban a los políticos civiles y apuntaban a frenar la decadencia espiritual

del país erradicando la amenaza del marxismo.

En su edición del 13 de julio, el Diario Clarín publicaba la declaración de propósitos en

materia de política interna: «Reestructurar y actualizar la enseñanza en todos los niveles y

campos, para la consolidación de la cultura nacional (…) Neutralizar la infiltración

marxista, erradicar la acción del comunismo e impedir la acción de todo otro extremismo».

(King, 2007, p.167).

Como consecuencia de la intervención militar, muchos de los profesores de las

universidades renunciaron. El Instituto Torcuato Di Tella sirvió como protección para los

académicos que se negaban a seguir con su trabajo en el sector público. Entre ellos, dio un

marco al Centro de Estudios Urbanos y Regionales, dirigido por Jorge Hardoy, que había

sido cerrado en la universidad. Los Centros de Investigación se encontraban en el barrio de

Belgrano, lejos de la vista pública, y continuaban sus actividades en la investigación antes

que en la enseñanza.

Por su lado, los Centros de Arte de la calle Florida se encontraban muy expuestos. Sus

artistas y el público que acudía resultaban sospechosos para los funcionarios del gobierno y

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los grupos derechistas. El gobierno de Juan Calos Onganía atacó diversas áreas de

expresión cultural; sus funcionarios secuestraron revistas, clausuraron teatros por razones

morales, ordenaron que textos políticos importados, tales como obras de Karl Marx y

Friedrich Engels, fuesen quemados por el Correo, cerraran radios y clausuraron programas

de televisión.

En ese marco, «el Di Tella era vigilado atentamente porque, ante todo, se había

transformado en el centro de la cultura juvenil que se expresaba a través de la moda».

(King, 2007, p.168).

Por otro lado, La empresa Siam-Di Tella se enfrentó con problemas económicos y esto

repercutió en la situación económica del Instituto Torcuato Di Tella. Éste había sido

fundado en 1958, un momento en que la empresa se encontraba en franca expansión de sus

líneas de producción tradicionales, y a las que sumaba la industria automotriz luego de un

acuerdo con la British Motors para la producción de modelos de la línea Austin-Morris.

Tres años después, en 1961, el gobierno de Arturo Frondizi revocó la legislación que

protegía a la industria local contra las importaciones de Ford, General Motors y Chrysler.

Como consecuencia, el país se saturó de modelos competitivos que gozaban de una buena

comercialización y ofrecían un buen mantenimiento. El desarrollismo de esos años estuvo

estrechamente relacionado con el respaldo a las empresas extranjeras.

Ante estas circunstancias, resultó cada vez más difícil para Siam mantener su papel en un

mercado que se contrajo durante la recesión de 1962 y 1963. Como alternativa para evitar

la bancarrota y el despido de los empleados de la línea automotriz de la empresa, la opción

fue vender a IKA, que se proponía instalar una planta en el país para la producción de

automóviles.

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El acuerdo, cuyas negociaciones se extendieron hasta 1965, dejó a Siam con deudas por

varios millones de pesos, acciones declinantes, una base industrial expandida en exceso y

sin fondos para destinar a la consolidación de las líneas más rentables.

Esta situación impactó sobre el Instituto Torcuato Di Tella que, como se había referido

anteriormente, recibía sus fondos de las acciones de Siam pertenecientes a la Fundación Di

Tella. «Desde 1966 la base financiera del Instituto era extremadamente precaria (…) El

clima financiero, pues, afectaría directamente el trabajo del Instituto. El optimismo de fines

de la década de 1950 fue reemplazado por las crudas realidades de fines de la década de

1960». (King, 2007, p.165).

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Capítulo 6.

Repercusión en los Centros de los acontecimientos políticos y económicos desde 1966:

Anticipaciones del fin

Luego del golpe de estado de 1966, las actitudes políticas e ideológicas se radicalizaron

cada vez más. Se prohibieron las elecciones y se implementaron medidas económicas

tendientes a frenar la inflación y aumentar el flujo de capitales extranjeros. Estas medidas

afectaron de manera directa a los sindicatos – que las vieron como un ataque al salario y al

consumo – y a los pequeños empresarios – quienes temieron que dichas medidas de

estabilización fueran causantes de recesión.

El clima creciente de descontento ante esas medidas fue contrarrestado con la intimidación

y el uso de la fuerza. Sin embargo, John King señala que «el gobierno tambalearía en mayo

de 1969 ante una ola de disturbios estudiantiles en el interior, en Corrientes, Rosario y

Córdoba. En Córdoba, especialmente, los estudiantes se juntaron con un gran número de

obreros y hubo manifestaciones violentas y enfrentamientos». (2007, p.172). Los planes de

estabilización de los militares fueron resistidos radicalmente; el “Cordobazo”, como se

llegó a conocer a estas manifestaciones, derivó en la caída del régimen del General Juan

Carlos Onganía en 1970.

Los Centros del Instituto Torcuato Di Tella tuvieron este trasfondo de creciente

radicalización, y en ese clima su trabajo fue atacado cada vez más desde sectores de la

derecha y de la izquierda. La policía patrullaba de manera regular el sector de la ciudad

donde el Instituto Torcuato Di Tella se encontraba instalado, y eran frecuentes las

intimidaciones y detenciones de artistas.

En ocasiones, los ataques provenían de los grupos de derecha, como cuando se produjo la

invasión rusa a Checoslovaquia y, en respuesta, militantes nacionalistas de “Tacuara”,

54

Page 55: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

entonando consignas anticomunistas, rompieron las vidrieras del local de la calle Florida.

En otra oportunidad se lanzaron bombas lacrimógenas en el edificio.

Hacia fines del año 1969, una bomba fue instalada frente a la sede del Centro para la

Economía del Instituto Torcuato Di Tella que fue desactivada por la policía. Este hecho

hizo que Enrique Oteiza firmara un memorándum interno dirigido al personal del Instituto

Torcuato Di Tella:

Una vez más, el Instituto es víctima del ataque de grupos interesados en dificultar

su tarea. Esto prueba nuevamente que el desarrollo y consolidación de las ciencias

sociales en su versión moderna y del arte contemporáneo, es percibido como una

amenaza por parte de algunos sectores de nuestra sociedad con capacidad para

actuar en forma violenta. (Oteiza, 1969).

John King señala que para los sectores de la derecha el Instituto Torcuato Di Tella

resultaba decadente, y que dicha decadencia daba origen a toda una serie de reacciones por

parte de un gran abanico que abarcaba desde sectores del comunismo y la subversión hasta

del terrorismo. «Una juventud y una cultura corruptas eran presa fácil de estos tumores

cancerosos de la sociedad. Este fue el fundamento del mito negro del Di Tella». (2007,

p.173).

De acuerdo con este autor, desde los sectores de la izquierda, la crítica resultaba coherente

con los grupos de derecha, aunque los razonamientos esgrimidos fueran diferentes y más

complejos. John King se refiere a la película de Pino Solanas, La hora de los hornos de

1967, para dar sustento a esta afirmación:

El filme (…) funciona dentro de una serie de contrastes simples: lo nacional, la

conciencia nacional, lo humano, la identidad latinoamericana definida por la

explotación y el sufrimiento, versus el imperialismo, la oligarquía dependiente y

extranjerizante y el medio pelo. El filme habla de la violencia cultural perpetrada

55

Page 56: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

por quienes imitan modelos universales en vez de preocuparse por los problemas

nacionales. (King, 2007, p.173).

En la película de Pino Solanas, el Instituto Torcuato Di Tella era presentado como el

ejemplo más sofisticado de una elite extranjerizante que trabajaba en contra de las

tradiciones populares. Mostraba imágenes de Jorge Romero Brest rodeado por jóvenes a la

moda, mezcladas con luces psicodélicas, música de rock y slogans publicitarios,

contrastadas con otras donde se presentaban el analfabetismo, la pobreza, el hambre y la

guerra.

Otra de las críticas al Instituto Torcuato Di Tella provenía del grupo de artistas de Rosario,

quienes empezaron a cuestionar toda la base institucional del arte y su función social,

pensando que el artista no sólo era responsable ante otros artistas, galerías y coleccionistas,

sino ante las formas de lucha popular que se estaban intensificando hacia fines de la década

del ’60.

El Di Tella era considerado cada vez más irrelevante para formas más populares de

lucha ideológica y cultural. La experimentación con diversos medios combinados y

las teorías de la comunicación sólo se consideraban relevantes en un trabajo como

Tucumán arde (1968), que procuraba alertar a la opinión pública sobre las

condiciones de pobreza, analfabetismo y neofeudalismo de esa región. (King, 2007,

p.176).

En esta misma línea, Andrea Giunta plantea que una serie de sucesos internacionales

marcaron, ya hacia 1965, que las promesas de la Alianza para el Progreso se habían

derrumbado: las invasiones norteamericanas a Bahía de los Cochinos en 1961 y a Santo

Domingo en 1965 demostraban que el diálogo que dicha alianza propiciaba no podía a ser

llevado adelante sin conflictos. Los golpes de estado de 1964 en Brasil, y en 1966 en la

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Page 57: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Argentina, constituyeron una prueba de que las democracias modernizadoras de América

Latina estaban llegando a su fin.

Tulio Halperín Donghi (1986) señala que en 1964 el secretario adjunto de asuntos

latinoamericanos de los Estados Unidos, Thomas Mann, anunciaba una rectificación de la

política norteamericana hacia América Latina: más importante que establecer la

democracia representativa en la región, era contar con aliados seguros. Los ejércitos fueron

vistos como una herramienta más eficaz en la contención del temido avance comunista en

el continente. (Halperín Donghi, 1986, p.412).

En un contexto sensibilizado por las invasiones militares y la escalada norteamericana en

Vietnam, las críticas de los sectores de la izquierda hacia una institución como el Di Tella

– acusada de importar modas, de propiciar el colonialismo y que, además, contaba con los

recursos de fundaciones como la Rockefeller y la Ford – no se hicieron esperar.

Paralelamente se produce lo que Andrea Giunta (2008) define como una ruptura entre la

“vanguardia” politizada y la “vanguardia” institucionalizada. Acerca de esta escisión, la

autora plantea que los rasgos de la misma pasaron menos por una discusión sobre los

estilos o por una disputa generacional, que por la necesidad de vincular su obra a la política

y, también, por el grado de adhesión o de enfrentamiento a las instituciones que hasta ese

momento los habían legitimado. Una de estas instituciones era el Instituto Torcuato Di

Tella.

La escena artística de Buenos Aires hacia 1965 se dirimía entre grupos como Espartaco,

que proponía salir de las instituciones artísticas para hacer murales en los sindicatos con un

lenguaje heredero del muralismo mexicano, y otros que pretendían cuestionar el sistema

desde el interior de estas mismas instituciones, todo lo cual daba cuenta de la vinculación

del arte con la política.

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Durante ese año, Jorge Romero Brest había invitado a León Ferrari a participar del Premio

Nacional del Instituto Torcuato Di Tella. El crítico, de acuerdo con Andrea Giunta,

«esperaba que Ferrari presentara el tipo de obra que le había valido un incipiente y rápido

reconocimiento» (2008, p.275). La autora se refiere a las escrituras del artista, tales como

“Carta a un general”, y a las esculturas con alambre, como “Trampas para generales”,

que habían sido expuestas varias veces en Buenos Aires y con las que había sido invitado a

participar en 1964 en la exposición organizada por Hugo Parpagnoli en el edificio Pepsi-

Cola de Nueva York.

León Ferrari, en lugar de mezclar sus abstracciones con alusiones a la realidad, de referirse

a ella de manera enmascarada, decidió trabajar con la realidad misma. La estrategia

compositiva se arraigaba en una práctica ya utilizada por el surrealismo y el dadaísmo, la

fusión de dos realidades en una misma y nueva situación.

La obra, que se tituló “La civilización occidental y cristiana” presentaba la réplica en

escala reducida de un avión FH 107, sobre la que colgaba la imagen de un Cristo de

santería crucificado. Esa crucifixión contemporánea tenía como referente inmediato la

guerra de Vietnam.

Es de destacar que, si bien esa obra nunca llegó a exponerse al público, y que su existencia

sólo quedó registrada en una foto incluida en el catálogo, representó un marcado quiebre

en los discursos que hasta entonces dominaban en el ámbito del Instituto Torcuato Di

Tella. León Ferrari, de acuerdo con el texto de Andrea Giunta, retiró la pieza luego del

ofrecimiento de Jorge Romero Brest de dejar las otras tres cajas que integraban el envío.

«Para el crítico, implicaba evitar la piedra del escándalo y, para el artista, sacrificar la pieza

más fuerte pero dejar las otras en las que los temas y los objetivos eran los mismos:

introducir una denuncia en la institución más importante de la vanguardia». (2008, p.277).

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En 1966 se realizó en Córdoba el Primer Festival Argentino de Formas Contemporáneas.

El mismo resultó significativo porque demostró que no había solo una forma de entender el

arte “nuevo” (el Festival se realizó como un hecho paralelo y enfrentado al programa

estético avalado por la Bienal Americana de Arte, organizada por IKA), y porque actuó

como ámbito de disputas donde se produjo el primer contacto de importancia entre los

sectores que militaban por un arte de “vanguardia”: aquellos que pretendían convertir a la

“vanguardia” en una fuerza de choque y dotarla de un sentido de avanzada.

De esta manera, la relación entre sectores de “vanguardia” de Rosario y Buenos Aires

provocó la gestación de un espacio de debate acerca del sentido del arte, en el que los

artistas generaron formas de intercambio que fueron apurando, estética y políticamente,

una ruptura hacia el año 1968.

En el Festival de Córdoba se perfilaron los sentidos y los sectores sobre los que se iba a

gestar una colaboración entre los artistas de ambas ciudades, y se produjo la primera

acción conjunta en el happening “En el mundo hay salida para todos”, generado a partir

de las intercambios compartidos durante esos días.

El año 1968 hizo sentir que en distintas ciudades del mundo se estaba jugando una partida

crucial capaz de determinar el decurso de la historia. Las acciones de los estudiantes y de

los obreros se conjugaron en una serie de insurrecciones urbanas que tuvieron lugar en

París, Berlín, Madrid, Río de Janeiro, México, Montevideo y Argentina, cuyo epicentro

fue, como se anticipara al comienzo del presente capítulo, la ciudad de Córdoba.

El proyecto de modernización del capitalismo argentino, administrado en ese momento por

el Estado represor del General Juan Carlos Onganía, agudizó la crisis social, cultural y

política, creando las condiciones para que la sociedad avanzara contra el gobierno con la

insurrección popular conocida como el “Cordobazo”.

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A comienzos de ese año el Instituto Torcuato Di Tella había organizado la exposición

“Experiencias Visuales 1968”. A partir de esa ocasión quedó de manifiesto que si la

“vanguardia” pretendía seguir siendo un elemento perturbador, si quería trastornar el orden

de las cosas, no habría de hacerlo en el marco de las instituciones.

Una de las obras expuestas en dicha muestra, Baño, de Roberto Plate, fue la que mayor

atención convocó. Se trataba del simulacro de un baño público al cual la gente ingresaba y

se encontraba con paredes blancas. «Allí, como había esperado Roberto Plate, el público

produjo una serie de “descargas emocionales no físicas” y se puso a garabatear en las

paredes. Lamentablemente – señala John King –, (…) se garabateó una obscenidad sobre el

General Juan Carlos Onganía (…), el 22 de marzo, la policía, clausuró la exposición

alegando que afectaba la moralidad pública». (2007, p.199)

Enrique Oteiza declaró que no se podía clausurar toda la muestra por una sola estructura

que, además, no podía ser supervisada constantemente, y que su autor no era responsable

de los graffiti. Como solución de compromiso, la policía cerró la estructura de la polémica

y montó guardia frente a ella. Esto, de todos modos, provocó que al día siguiente todos los

artistas retirasen sus obras del Instituto Torcuato Di Tella y las destruyeran en la puerta del

Instituto. Esta reacción provocó el arresto de algunos de los artistas participantes y el

enjuiciamiento de Enrique Oteiza como director, acusado de los cargos de desacato al

Presidente de la República y atentado contra la moral y las buenas costumbres.

Andrea Giunta, al referirse a este episodio, señala que esta acción por parte de los artistas,

de retirar sus obras y destruirlas en la calle, implicó una ruptura pública con la institución

que había sido el escenario privilegiado de la vanguardia en los años precedentes.

Lo particular del caso que ocasionó la clausura por parte de la policía no fue el tenor de la

obra en sí, como no lo fueron tampoco los temas aludidos por el resto de las obras de la

exposición, sino la respuesta del público. Esta participación espontánea – señala la autora –

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Page 61: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

fue censurada más que la obra. «El público (…), era considerado un elemento activo que

podía llegar a ser determinante para quienes estaban decididos a hacer del arte un factor

capaz de intervenir en la realidad». (Giunta, 2008, p.286).

Durante el mes de noviembre de ese mismo año se montó la obra colectiva de un grupo de

artistas jóvenes del Instituto Torcuato Di Tella e integrantes del grupo Rosario llevaron a

cabo una campaña de comunicación colectiva de alto contenido político y compromiso con

las problemáticas sociales. La propuesta, titulada Tucumán Arde, hacía uso de distintas

estrategias de los medios masivos de comunicación buscando crear conciencia acerca de la

pobrísima realidad tucumana.

Durante la primera etapa de la campaña, los artistas pintaron la leyenda “Tucumán arde”

en diversos lugares públicos, repartieron calcomanías y pegaron una gran cantidad de

afiches. Para evitar la censura política, la muestra se publicitó, irónicamente, como

“Primera bienal de arte de vanguardia”.

La muestra se inauguró en la sede de la Confederación General del Trabajo de los

Argentinos de Rosario, incluyendo fotografías, afiches y material fílmico que denunciaban

la grave situación económica y social que sufría la provincia de Tucumán. De esta manera,

los artistas atrajeron la atención de la prensa nacional esquivando la censura ejercida por el

gobierno de facto de Juan Carlos Onganía.

Entre sus objetivos, “Tucumán arde” buscó manifestarse en contra de la

institucionalización del arte experimental y los discursos de la “vanguardia”

institucionalizada y del internacionalismo.

A la fractura abierta en el campo de la “vanguardia” artística se le sumaron las limitaciones

económicas, cada vez mayores, que padecía el Instituto Torcuato Di Tella. Resultaba

imposible conservar el presupuesto en el nivel existente y había que encontrar una manera

de reducir los costos.

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Guido Di Tella expresaría años más tarde, en ocasión de algunas entrevistas mantenidas

con John King durante 1980:

Nadie sugirió jamás que yo debía cerrar el Centro a cambio de nada. Yo había oído

algunos comentarios despectivos de funcionarios del gobierno y empresarios, pero

nadie decía: esto por aquello. La razón básica del cierre fue que estábamos gastando

un millón de dólares y en ese momento no teníamos ingresos. (King, 2007, p.283).

En el capítulo siguiente se presentan algunas de las explicaciones que se han considerado

en torno al cierre de los Centros. Como se podrá advertir, no es posible señalar un solo

factor que sea determinante; antes bien, se trató de la confluencia de una serie de

condiciones, desde locales hasta internacionales, propias al campo artístico y externas a él,

las que confluyeron hacia ese desenlace.

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Capítulo 7.

El cierre del Instituto Torcuato Di Tella

El cierre de los Centros estuvo precedido por una serie de situaciones que excedieron el

marco del trabajo que se llevaba adelante en el Instituto Torcuato Di Tella desde fines de la

década de los años ’50.

Se han dado al menos tres explicaciones diferentes acerca del cierre de los Centros;

Enrique Oteiza afirmaría que se trató de la condición impuesta por el gobierno militar para

evitar la quiebra de las empresas de la familia Di Tella. Para el director del Instituto,

existió una negociación entre la familia y el gobierno a partir de la cual se terminó

decidiendo el futuro de la institución.

De acuerdo con Andrea Giunta, Enrique Oteiza consideraba que «nunca debería haberse

accedido al cierre voluntario del Di Tella (…) las mismas fuerzas militares deberían

haberlo hecho en un acto de público autoritarismo y censura». (2008, p.299). De acuerdo

con la autora, ese hubiese sido un verdadero “broche de oro” a la historia del Instituto

Torcuato Di Tella.

Para Guido Di Tella, la explicación – como anticipaba la cita que cierra el capítulo anterior

– fue exclusivamente económica. Hacia 1969 la declinación de los ingresos de la

Fundación resultó dramática e irreversible. Como se señalaba en capítulos anteriores, el

Instituto Torcuato Di Tella no contaba con recursos propios, recibía una suma anual

proveniente de la Fundación Di Tella, que, a su vez, dependía de un porcentaje de las

acciones de las empresas de la familia y de subsidios obtenidos de otras fundaciones (como

la Fundación Ford y la Fundación Rockefeller).

Por su parte, Jorge Romero Brest entendía que las causas definitivas no respondieron ni a

razones políticas ni económicas, sino a la transformación del campo artístico. Al respecto,

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John King, al hacer referencia a este argumento, plantea que el ciclo productivo de los

Centros había llegado a su fin.

En entrevistas realizadas por el autor durante el mes de agosto de 1978, Jorge Romero

Brest señalaba:

Al Di Tella lo enterré yo, sin darme cuenta (…) La parte destructiva de la

creatividad yo la había impulsado, originado, y habíamos logrado lo que queríamos:

el planteo de fondo del sentido de la creatividad artística. Pero no podíamos

continuar en la misma línea, no podíamos continuar en el cuestionamiento, había

que hacer algo de signo no destructivo. (King, 2007, p.291).

Andrea Giunta sostiene que las causas del cierre fueron, fundamentalmente, estructurales,

y estuvieron relacionadas con la crisis nacional, una crisis que no fue ajena al contexto

internacional: el fracaso de la Alianza para el Progreso – tema abordado en capítulos

anteriores –, junto con el agravamiento de la crisis económica, política y social de la

segunda mitad de la década del ’60, anularon la posibilidad de concebir un desarrollo

gradual para América Latina.

Ante la nueva situación – escribe la autora –, el gobierno norteamericano no dudó

en buscar nuevos aliados: no ya políticos vulnerables, ni representantes de las

nuevas burguesías industriales ligadas al proyecto modernizador, sino los militares

y las dictaduras que dominaron el sistema político latinoamericano durante los años

setenta. (Giunta, 2008, pp.300-301).

Al examinar el impacto político e ideológico de los Centros, John King (2007) hace

referencia a las críticas provenientes de los sectores de la derecha y de la izquierda (tema al

que se hizo referencia en el capítulo anterior). Lo cierto, para el autor, es que el proyecto

cultural del Instituto Torcuato Di Tella había despertado la hostilidad del gobierno militar

desde 1966.

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Siguiendo al autor, Guido Di Tella habría recibido insinuaciones de que en algún momento

las fuerzas de seguridad iban a intervenir. Hubo, efectivamente, visitas de funcionarios del

gobierno al Instituto Torcuato Di Tella que no tuvieron mayores consecuencias en ese

momento; luego, se produjo la clausura de la obra de Roberto Plate seguida de detenciones

de algunos artistas y de las acusaciones contra Enrique Oteiza. Hubo acosos por parte de la

policía a jóvenes en las cercanías de la sede de la calle Florida, y hasta redadas policiales

en dicho local con el pretexto del consumo de drogas. Todos estos eran indicadores del

clima imperante en torno al Instituto Torcuato Di Tella.

Cuando los Centros se cerraron, a partir de 1970, surgieron los rumores de presión política.

De acuerdo con John King, resulta erróneo sostener que fue Juan Carlos Onganía quien

cerró el Instituto Torcuato Di Tella, afirmación lanzada por Jorge Romero Brest durante

una entrevista en 1980. De todos modos, «el gobierno no lamentó el cierre de los Centros».

(2007, p.295).

Lo cierto es que a esta situación de tensión con el gobierno militar se sumaron las

dificultades económicas de las empresas Siam, que había solicitado ayuda al gobierno y

había comenzado las negociaciones con el ministro de Economía Jorge Néstor Salimei en

1966. Estas negociaciones continuaron durante el año siguiente con Krieger Vasena: la

compañía estaba en deuda con el gobierno y necesitaba más préstamos para reinvertir en

algunas de sus empresas.

John King señala que una solución parcial devino de la Ley de Rehabilitación de octubre

del ’67, la cual fue considerada una medida para ayudar a la compañía Siam en particular.

Sin embargo, «se acordaron pocos términos específicos y las tratativas continuaron durante

1968 y 1969 con la compañía al borde de la bancarrota». (2007, p.296).

Recién hacia febrero de 1970 hubo algún progreso de las negociaciones con el gobierno

iniciadas en el ’66: se consiguió el anticipo de un crédito y se llegó a un acuerdo sobre las

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Page 66: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

deudas a pagar. Sin embargo, este proceso de negociación quedó interrumpido y el asunto

sólo pudo resolverse un año y medio después con la intervención de la compañía por parte

del gobierno de Alejandro Agustín Lanusse.

La crítica situación económica de las empresas Siam tuvo su impacto sobre el Instituto

Torcuato Di Tella, básicamente porque el gobierno no diferenciaba entre ambos. John

King, en su libro, transcribe una declaración de Sorensen, un industrialista de Siam, donde

éste afirmaba:

El problema de Siam era mirado con sumo cuidado por los militares en general y

por Levingston en particular (…) Esto ocurría porque se identificaba a Guido Di

Tella con el Instituto Torcuato Di Tella, o sea, con los “hippies”, la marihuana y la

destrucción de la moral y las buenas costumbres. (2007, p.296).

Si bien no existen pruebas que demuestren un trato que implicara el cierre de los Centros a

cambio de salvar a la compañía, es posible admitir que ciertas actividades desarrolladas por

el Instituto Torcuato Di Tella y la participación del público, que tanto irritaron a los

militares, obstaculizaron las negociaciones entre el grupo empresario y el gobierno de

facto.

Guido Di Tella siempre negó de manera enfática las acusaciones acerca de un acuerdo con

los militares en ese sentido, y había resuelto renunciar a su puesto en la compañía si en

alguna oportunidad las autoridades intervenían el Instituto.

Dentro de la compañía también había una fuerte oposición hacia el proyecto cultural; John

King señala que muchos consideraban absurdo que se financiara tales actividades cuando

la empresa se encontraba en un estado tan delicado financieramente. Y, como se expuso en

el capítulo anterior, el debate crítico dentro del Instituto Torcuato Di Tella fue simultáneo a

las negociaciones con el gobierno. «Había pues muchas presiones indirectas (…) para

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echar por la borda lo que se podía, sobre todo si centros como el Centro de Artes Visuales

se presentaban como blanco ideal». (2007, p.297).

El argumento económico resulta bastante consistente: se pensaba que la actividad en los

Centros de Arte no compensaba los costos. Mientras que los científicos sociales siempre

podrían atraer contratos, ningún dinero podría provenir de las artes después del auge del

interés de las fundaciones norteamericanas a principios de 1960. De acuerdo con John

King (2007), el arte nunca se había solventado a sí mismo, ni podía esperarse que lo hiciera

en términos de concurrencia.

El reemplazante de Enrique Oteiza en el cargo de Director del Instituto, Roberto Cortés

Conde, aportó un punto de vista solidario con este argumento, que fue el esgrimido

siempre por Guido Di Tella: «Si alguien tiene un cáncer y después tiene un disgusto y se

muere, ¿quién tiene la culpa? Son dos hechos que se asocian, pero no son causales». (King,

2007, p.297). La falta de recursos económicos era el cáncer; los otros síntomas eran

irritaciones menores que quizás contribuyeron a agravar la situación, pero que en sí

mismos no resultaron fatales.

Sin embargo, lo cierto es que la rehabilitación financiera de la compañía requería de una

decisión política por parte del gobierno que venía atacando los programas de arte del

Instituto Torcuato Di Tella desde diversos ángulos. Desde este punto de vista, el cierre de

los Centros permitió ayudar en las negociaciones con el gobierno.

Finalmente, al considerar el decurso de los acontecimientos que siguieron a las reducciones

presupuestarias y al cierre de la sede de la calle Florida: las renuncias de Jorge Romero

Brest, Roberto Villanueva y Enrique Oteiza, y la asunción de Roberto Cortés Conde como

el nuevo Director - quien se ocupó de reorganizar el Instituto -, se advierte que «hacia fines

de 1971 ya no se realizó ningún trabajo nuevo en artes». (King, 2007, p.300).

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La experiencia del Instituto Torcuato Di Tella puso de manifiesto el alto costo financiero y

el marcado impacto social de sus actividades a partir del golpe de estado de 1966. Si bien

tuvo una estrategia viable para el optimismo de principios de los años ’60, hacia fines de

esa década se hizo evidente su debilidad frente a la radicalización política imperante.

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Conclusiones

Una de las primeras conclusiones que arroja el trabajo es que en la Argentina de los años

’60 resultaba necesario, para llevar adelante cualquier empresa relacionada con el arte, el

mecenazgo privado o la financiación corporativa. Si bien el Estado nunca había subsidiado

proyectos artísticos como el que tuvo lugar en esos años en el Instituto Torcuato Di Tella,

tampoco es posible desconocer que en las últimas décadas ha estado cada vez más presente

en el patrocinio, protección y difusión de las artes.

Por ejemplo, el Fondo Nacional de las Artes, dependiente de la Secretaría de Cultura de la

Nación, brinda subsidios, becas y préstamos en distintas ramas del arte, además de

organizar concursos con premios en efectivo.

Además del Fondo Nacional de las Artes, la Secretaría de Cultura de la Nación ofrece

anualmente becas y organiza diversos concursos, como por ejemplo el Salón de Artes

Visuales que tiene lugar en el Palais de Glace de la ciudad de Buenos Aires, y que abarca

ocho disciplinas diferentes: Nuevos soportes e instalaciones, Fotografía, Dibujo, Pintura,

Grabado, Textil, Cerámica y Escultura.

El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), dependiente del Estado,

también fomenta la experimentación en esta rama del arte ofreciendo subsidios y

organizando concursos como el Concurso Raymundo Gleyzer que este año celebra su 3era

edición.

Por su parte, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cuenta con el Fondo Cultura BA,

una iniciativa destinada a fomentar las producciones y proyectos culturales de la ciudad. Se

destaca, en particular, la línea denominada Arte Joven que ofrece subsidios para las artes

plásticas y la realización de cortos cinematográficos.

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En cuanto a la financiación privada, la Fundación Antorchas es una de las instituciones que

ofrecen subsidios a la creación artística. Los mismos tienen por finalidad apoyar a los

creadores jóvenes ayudándolos a financiar la producción de obras originales.

Así, es posible decir que aquel rasgo particular de la historia de la cultura nacional, según

el cual el desarrollo de las artes estuvo casi siempre emparentado con alguna iniciativa

privada de las familias más pudientes de Buenos Aires, parece haber perdido exclusividad.

El Estado brinda apoyo a los artistas a partir de la organización de distintos concursos, y

fomenta la actividad y producción artísticas brindando subsidios y becas.

Ahora bien, retomando los objetivos iniciales del presente trabajo, referidos a la

experiencia artística durante los años ’60 en el país, es posible decir que la idea de

convertir a Buenos Aires en uno de los centros culturales del mundo, comparable a las

metrópolis europeas y norteamericanas, se encuentra presente ya en el espíritu con que

Domingo Faustino Sarmiento escribió su Facundo. Quizás allí se encuentre también

definida la fuente de los distintos posicionamientos respecto de esta aspiración: liberalismo

o nacionalismo, internacionalismo o aislamiento internacional (lo cual hace recordar el

provincialismo introspectivo denunciado por Domingo Faustino Sarmiento).

Tanto el artista como su obra de arte se encuentran atravesados por los límites y

proyecciones de su tiempo. Es posible ubicar una serie de reediciones de muchas de las

actividades vinculadas al arte en el país durante las primeras décadas del Siglo XX entre

los proyectos llevados adelante desde el Instituto Torcuato Di Tella. Por ejemplo, las

muestras itinerantes que la organización «Amigos de Arte» promovía desde 1924 y las

invitaciones a intelectuales extranjeros para que participen de actividades culturales como

conferencias o para ofrecer conciertos, en el caso de los músicos que visitaban el país.

Esas muestras itinerantes fueron sucedidas por la unidad audiovisual móvil del Instituto

Torcuato Di Tella que recorrió numerosas ciudades del interior del país.

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Aquí es oportuno ubicar un momento particular que vino a suspender este proyecto. Como

se señaló anteriormente, el año 1963 no fue un año más en la vida del Instituto Torcuato Di

Tella. La llegada de Jorge Romero Brest al Centro de Artes Visuales, la mudanza a la calle

Florida y la organización de los premios Di Tella de ese año marcaron de manera indeleble

el decurso de la actividad artística.

Ese mismo año, la unidad audiovisual móvil, verdadero representante del proyecto de

construcción y estimulación de redes entre grupos de artistas en las principales ciudades

del interior, sufrió un accidente: destruida, jamás fue reemplazada. El proyecto de

promoción de dichas redes fue abandonado.

A partir de entonces, prácticamente la totalidad de la actividad de concentró en Buenos

Aires, por no decir en la persona de Jorge Romero Brest. La misión: hacer de Buenos Aires

uno de los centros de avanzada del arte en el mundo como Nueva York, Londres o París.

Otra de las reediciones que es posible encontrar es la promoción y el apoyo brindado a los

artistas jóvenes. El Centro de Artes del Instituto Torcuato Di Tella, conducido por Jorge

Romero Brest, privilegió la experimentación y el desarrollo de nuevas generaciones. Una

decisión que el crítico sostuvo en cada oportunidad en la que en sus manos recayó esta

responsabilidad. Se recordará la reacción de un grupo de artistas ante la selección de obras

para la Bienal Internacional de Arte de Venecia de 1956, donde el criterio excluyente fue la

edad y no la calidad de las obras.

Directamente relacionado con la promoción y apoyo a los artistas jóvenes se encuentran

los viajes que estos últimos realizaron a Europa o Estados Unidos con el fin de formarse,

actualizarse y perfeccionarse. Las formas, lo actual, la perfección, podría decirse, a los ojos

de Jorge Romero Brest se encontraban aún en el exterior; lo cual podría relacionarse con la

discontinuidad de la anteriormente mencionada unidad audiovisual móvil en sus recorridas

por el interior del país.

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Ahora bien, en este punto resulta necesario precisar que el trabajo desarrollado en los

Centros fue posible gracias a una serie de factores que son los mismos que determinaron su

cierre.

De acuerdo con lo expuesto en el capítulo 4, no es errado decir que sin el financiamiento

corporativo de la compañía Siam, el proyecto de la Fundación y del Instituto Torcuato Di

Tella no hubiera sido posible.

Hacia fines de la década del ’50, en un momento de expansión, hubo disponibilidad

económica para destinar generosas sumas de dinero a la investigación científica y el

desarrollo de las artes.

Más allá de las críticas a favor y en contra que dicho trabajo despertó, sobre todo en los

Centros de Arte, lo cierto es que dicho trabajo fue posible gracias a la disponibilidad

económica que ofrecía la expansión de Siam. Cuando las políticas económicas pusieron en

aprietos al grupo Di Tella, la merma en los fondos destinados al Instituto Torcuato Di Tella

devino en una muerte anunciada. Un cáncer, como definiera Roberto Cortés Conde,

sucesor de Enrique Oteiza en la dirección del Instituto.

De todos modos, se puede pensar que las experiencias que tuvieron lugar en los Centros

marcaron algunas discontinuidades. La obra de arte, que tradicionalmente se exponía para

la contemplación por parte del público, comenzó a generar la participación activa de los

concurrentes a las muestras.

La escena tradicional de un museo, donde las personas acuden para admirar las obras

pasivamente se trastocó a partir de la puesta de objetos que generaban una actividad por

parte de la concurrencia. Dicha respuesta del público, como se refirió en el capítulo 6, fue

lo que provocó la clausura por parte de la policía de una de las obras expuestas en la

muestra Experiencias Visuales 1968.

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Page 73: Temática, núcleo de los contenidos, aporte profesional y

Otra de las particularidades que promovió el Instituto Torcuato Di Tella fue la difusión del

arte a un número creciente de personas. Hacer de la obra de arte algo accesible y cotidiano,

fue uno de los objetivos que se propuso la institución a partir de la definición de su

Programa para las Artes desde su fundación en 1958.

La radicalización de las críticas en contra del Instituto Torcuato Di Tella resultó paralela a

la instauración de la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1966 y las medidas

desfavorables para la industria nacional que promovían el flujo de capitales extranjeros.

Al mismo tiempo, se puede pensar que no sólo el público asumía una posición activa a

partir del encuentro con los objetos expuestos, sino que también los artistas trascendieron

los límites institucionales de entonces para participar activamente del escenario político y

social. Una participación que se puede entender como solapada en tiempos del Salón

Independiente, y de la renuencia a mandar obras de arte a los salones oficiales.

La muestra Tucumán Arde resulta uno de los ejemplos en ese sentido, donde los artistas,

sin el amparo institucional, participaron denunciando y haciendo públicas realidades

sociales críticas.

Se podría pensar que, quizás, no haya sido azaroso que la muestra colectiva Tucumán Arde

fuera montada por algunos jóvenes artistas del Instituto Torcuato Di Tella e integrantes del

grupo Rosario.

Como se apuntó en el capítulo 6, hacia 1966 se realizó en Córdoba el Primer Festival

Argentino de Formas Contemporáneas; allí se produjo el primer contacto importante entre

los sectores de vanguardia de Rosario y Buenos Aires. Esto devino en la creación de un

espacio de debate acerca del sentido del arte y de intercambio entre los artistas; un espacio

de debates e intercambios que bien podría compararse con una red entre grupos de artistas.

Si la idea de crear y alimentar redes de esta índole se encontraba presente en los orígenes

del Instituto Torcuato Di Tella hacia fines de los años ’50 (representada, real y

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simbólicamente, por la mencionada unidad audiovisual móvil), puede decirse que las

consecuencias del trabajo de intercambio entre grupos de artistas de ambas ciudades

trascendieron a la institución. Vale decir, si bien el Instituto Torcuato Di Tella a partir del

’63 no continuó apostando a la creación de dichas redes, las mismas – y su producción – se

hicieron lugar más allá del amparo institucional.

En este punto del trabajo vuelve a presentarse una de las razones que lo motivó, la casi

nula referencia a la experiencia del Instituto Torcuato Di Tella durante la carrera en esta

Facultad. Quizá sea solo una extraña paradoja, pero es posible encontrar la siguiente

resonancia: la muestra Tucumán Arde tuvo lugar a partir de lo que el Instituto Torcuato Di

Tella “dejó por fuera”: la promoción y el estímulo hacia la conformación de redes entre

grupos de artistas de distintas ciudades del país. El presente Proyecto de Graduación tuvo

su origen, parcialmente, a partir del abordaje de un tema que la Facultad “dejó por fuera”.

Ojalá que la lectura del presente trabajo motive, aunque sea en parte, el acercamiento y la

familiarización con una porción de la historia del arte y de la cultura de nuestro país.

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