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Año 1, N° 12, ABRIL de 2009, MAgAzINe de dIstRIBucIóN gRAtuItA, México Sin genes de miedo Mario Moraes, piloto brasileño, by yheilman.

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Sin genes México Año 1, N° 12, ABRIL de 2009, MAgAzINe de dIstRIBucIóN gRAtuItA, Mario Moraes, piloto brasileño, by yheilman.

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Año 1, N° 12, ABRIL de 2009, MAgAzINe de dIstRIBucIóN gRAtuItA,

México

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Año 1, N° 12, abril 2009. Tangente toca tu vida® es una publicación men-sual editada y distribuida por Imaginario Colectivo/ Agencia de Comu-nicación bajo la dirección internacional de Integral Media Arts Comu-nication para América Latina. Editor responsable Rodolfo Villagómez P. Reservas de derechos al uso exclusivo del título en trámite, Certificado de licitud de título en trámite, Certificado de licitud de contenido en trámi-te, ante la Comisión Calificadora de Publicaciones y revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. El contenido de los artículos firmados no refleja necesariamente la opinión del editor. Los artículos contenidos en esta publicación, con excepción de las imágenes, podrán ser reproduci-das siempre y cuando se cite la fuente, solicitándolo previamente por es-crito al editor. Impreso en Oaxaca, México, Formas Continuas España S.A. de C.V. Tangente toca tu vida® no realiza intercambios de publicidad, ni acepta cortesías a cambio de reportajes, garantizando un punto de vista independiente. Tangente toca tu vida® investiga sobre la seriedad de sus anunciantes, pero no se responsabiliza por las ofertas o informaciones expresadas por los mismos. www.tocatuvida.com

Pisa el acelerador

Lento, no demasiado, lo suficiente para no hacer caso a los límites de velo-

cidad impuestos en la ciudad de los 5 km/h o a las restricciones de una línea blanca dibujada sobre el pavimento que hace las veces de carretera. Rápido, sin prisa, atento al sonido que no controlamos, al sonido que está siendo, al sonido ágil, fuer-te, movedizo, de un berimbau que no se detiene, que induce a la magia. Miedoso, lo necesario para asustarse del fanatismo

religioso, lo conveniente para hacer un canto filmográfico de Alejandría y lo esencial para conducir a toda velocidad un Porsche robado mientras na-die te persigue. Así las cosas: en un mundo donde todo es como debe ser y no como qui-siéramos que fuere, mejor es ponernos lentes oscuros, subir-nos a un Fórmula Uno, pisar el acelerador y dejar que el viento despeine el cabello sin despun-tar al tiempo que escuchamos correr de ruedas en asfalto.

04 editorial

11 Sin genes de miedo

20 pockets y tunning16 condenados a oír

22 “¡tulio, estamos al aire!”

10 polizia

6 canto de un arte

14 youssef chahine

23 rupa & the april Fishes

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CapoeiraCanto mínimo de un arte que no se rinde

07chapulín

CapoeiraCanto mínimo de un arte que no se rinde

tocatuvida.com abril 2009

RodRigo Villegas “RusteR” >

La roda de capoeira es el círculo de la vida. El trance que del berimbau emana transporta a estados de conciencia míticos. Los dioses olvi-

dados protegen a los capoeristas que jogan mientras el ritmo no cesa. Una media lua en medio de la noche que se viene siempre amenazante. Giros apoyados en las manos y las piernas parten de una resistencia: por la libertad, por la expresión, por la vida.

Así ha sido este arte legendario desde su naci-miento. Cuando una vez los colonizadores europeos decidieron traer esclavos negros del África al nuevo mundo desde el siglo XVI, trajeron mucho más que fuerza de trabajo. En todo el territorio americano los africanos contribuyeron con su cultura y crearon ex-presiones únicas en distintas épocas. Desde el jazz, el blues y el rock en el norte, pasando por los ritmos

bailables en el Caribe y centro, como el son, la rum-ba o la cumbia, hasta llegar a la selva amazónica con una danza-ataque inasible, espontánea y poderosa: esa capoeira.

Los esclavos dominados por los portugueses en el Brasil del siglo XVII desarrollaban una danza frente a sus dominadores. Consistía en no ensuciarse los pan-talones blancos que lucían cuando eran llevados a la iglesia, y al salir se paraban con las manos y hacían pi-ruetas, apoyando la cabeza en el suelo y bailando casi al ras. Los capataces no se daban cuenta que el otro lado de esa danza respondía a una forma de ataque igualmente ágil, fuerte y movedizo.

De manera clandestina, el esclavo desfavorecido siempre tuvo la mandinga – espíritu sobrehumano o malicia– y el jogo, una comunicación física con el otro al ritmo del berimbau, del a gogo, del reco reco y del atabaque: la batería de capoeira. Dentro de una roda

09chapulín

o rueda, los capoeristas esperan su turno sentados en ese círculo animándose con las palmas, mientras al centro la batería o quienes tocan los instrumentos in-ducen toda la magia. El mestre se convierte en el guía que entona un canto de guerra y melancolía. La músi-ca vuela en altibajos, alerta sobre posibles intrusos o represores –sin importar de qué siglo se trate–, recuer-da la vida y produce un ritmo que induce al trance y a no detenerse nunca mientras se joga.

Como pantera escondida a la sombra de la jungla, la capoeira mantiene diálogo con la naturaleza. Los capoeristas recuerdan al jaguar que espera el ataque, a la araña que envuelve o a la zorra con su astucia. El movimiento básico es la jinga, que consiste en no de-jar de moverse: los ataques-bailes son suaves, amplios y precisos, utilizan recursos acrobáticos y volteretas como un arte marcial, pero son tan elegantes que el adversario apenas puede seguir el juego.

Prohibida durante 40 años en Brasil desde el ini-cio del siglo XX, la capoeira recuperó su aire de liber-tad cuando fue fundada la primera academia en la década de los treinta. Los mestres Bimba y Pastinha fueron sus dos más grandes impulsores. Desde en-tonces se expandió por todo el país, especialmente en la región de Bahia, y se convirtió en deporte na-cional. Se difundió por el mundo principalmente a través de dos estilos: angola y regional. La capoeira ahora es practicada en muchos países de Europa y América. A México llegó en la década de los noventa y en la actualidad hay distintas escuelas de los dos estilos principales.

Así la caporeira o el embrujo de una libertad que grita en silencio sin parar de jogar y bailar, que no cesará de acechar y no se detendrá mientras el berimbau recuerde que la naturaleza no vive con cadenas.

Fotos: capoeira Beija Flor by carf.

se enfrentaban los Toros Neza, en los tiempos de gloria

del “Turco” Mohamed, a los “Potros de Hierro” del At-lante por el pase a la final del futbol mexicano, en el estadio Azteca. La porra del Neza estaba rodeada por un cuadrado imperfecto de cuicos con escudos, de esos que llaman granaderos. A lo cual la porra, a grito pelado, se preguntaba: ¿Y la policía qué? ¿Y la policía qué? Y se respondían: ¡Qué chinguen a su madre! En Italia, segu-ramente la barra del Milán u otro equipo se pregunta: ¿Y la policía qué? Y respon-den lo mismo que la porra del Toros Neza, sólo que estos cuicos andan en Lam-borghini.

¿Y la policía qué?

10 Fz10

Fotos: agencias

11cest

EsE algo dE piloto

sin gEnEs dE miEdo

Mario Moraes, pilotobrasileño, by yheilman.

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PedRo tRinidad >

uno. Fuera en las calles de la colonia Sifón o la Sector Popular o Granjas san Antonio, la pista trazada con

gis blanco era de cinco metas --alrededor de 30 metros de extensión y diez centíme-tros de ancho--, con ríos y pits: si no pasabas aquéllos regresabas a la meta anterior, y si quedabas en medio de éstos perdías un tur-no de tres tiros, los reglamentarios. Cuando la pintaba el Charly era inmejorable: curvas pronunciadas, rectas perfectas, tréboles simétricos; complicada: del asfalto subía a la banqueta, también por las pendientes de las entradas de los garajes, pasaba por la orilla de las coladeras de fierro empotra-das en la guarnición; interminable: pasaban horas antes que alguien gritara: “¡Meta!” Los monoplazas de plástico y colores vivos los comprábamos en esas casetas de lámina que estaban afuera de todo mercado –los

construidos durante la época del “Regente de Hierro”, Ernesto P. Uruchurtu-- que se respetara: eran una copia perfecta de los Ferrari o Lotus; los “arreglábamos”: les qui-tábamos la tapa inferior, sobre la que colo-cábamos una barra pequeña de plomo, y los rellenábamos con plastilina, igual que las llantas. Debían ser pesados para que se deslizaran libres y rápidos sobre el pavi-mento o el cemento. Todos nos creíamos Emerson Fittipaldi o Gilles Villeneuve, ído-los de la Fórmula Uno de los años setenta; pero nadie –malinchistas como siempre-- alguno de los hermanos Rodríguez, los pi-lotos mexicanos trágicamente muertos en accidentes en las pistas.

Dos. Podrá ser discutible si es o no un deporte, pero todo el mundo respeta al automovilismo. En alguna ocasión, en la unidad del Instituto de Biología de la UNAM ubicada en medio de lo que sobrevive de la selva de los Tuxtlas, Veracruz, todos nos

disponíamos a dormir como Dios manda dentro de cada una de nuestros cuartos sencillos pero perfectamente acondiciona-dos para el lugar, cuando nos percatamos que un tipo sacaba catre y sábana al corre-dor, donde unos endemoniados zancudos comenzaban a picarnos y provocarnos unas ronchas marca diablo: “¿A poco vas a dormir afuera?”, le preguntamos. Nos contestó que sí, que los moscos no le hacían nada, que les daba asco su piel blanca, incolora, de pollo; después, en el Parque Nanciyaga, el que está dentro del perímetro del lago de Catemaco, como si nada se puso a llamar cocodrilos a orilla del agua plagada de lirio acuático, lo-grando que un par de ojos tenebrosos apa-recieran a dos metros, y durante el camino de regreso nos platicó lo siguiente: uno, que no tomaba, que una sola vez en su vida se había emborrachado y que no le encontró gracia alguna –el fotógrafo y su servidor, por supuesto, íbamos libando chelas bien

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helodias-- ; dos, que era el responsable del serpentario del zoológico de Guadalajara, que le gustaban esos animalitos venenosos; tres, que practicaba el paracaidismo, el alpi-nismo y el automovilismo. O sea, el tipo era el peligro andando. En este caso, como que no cabe la pregunta de si la persona nace o se hace para esas temerarias actividades, sencillamente hay que traer los genes nece-sarios o, quién sabe, carecer de los dizque indispensables para despertar nuestro ins-tinto de sobrevivencia: el miedo.

Tres. Entre los años setenta y ochenta, en tiempos del legendario Niki Lauda –quien sufriera un terrible accidente del cual mila-grosamente sobrevivió--, hubo un piloto de la Fórmula Uno en verdad temerario: Ville-neuve. De alguna manera representaba ca-balmente el espíritu del automovilismo: una combinación de ausencia de miedo y ob-sesión de triunfo. En un gran premio equis, el canadiense perdía segundos que en la

mentalidad de cualquier otro eran ya insal-vables, pero que en la de él no: si ocupaba el tercer lugar pero tenía que entrar a los pits y regresaba en 16º no importaba; ahí iba como loco rebasando rezagados, buscan-do los primeros lugares. También están los casos de Lauda y Ayrton Senna, el austriaco y el brasileño, el primero estuvo un rato del lado moridor y aun así regresó a las pistas, al segundo sólo lo paró la muerte. Quizá Villeneuve era una suerte de suicida. ¿No en los pilotos emerge esa especie de ins-tinto humano: la melancolía por irse antes? ¿No todos tenemos un algo de piloto: qué mueve interiormente a una persona que aparentemente lo tiene todo –dinero, mu-jeres, salud…-- para poseer un Lamborghini Diablo y correr el riesgo de manejarlo a 360 kilómetros por hora?

Cuatro. Quién sabe en qué tiempo los grandes premios de Fórmula Uno se tor-naron aburridos. Al menos en sus transmi-

siones televisivas. Tal vez cuando desapare-cieron pilotos del tipo Villeneuve. O quizá desde el momento en que el perfecciona-miento de la tecnología provocó que un prototipo dominara de manera irremedia-ble todas las carreras, de manera tal que si se apoderaba de la pole position –y eso sucedía muy seguido-- ya nada le impedía el triunfo. Antes que iniciara la temporada 2009 con el Gran Premio de Australia, los directivos de la Fórmula Uno propusieron cambiar las reglas del juego para que el campeón fuera el que más triunfos, y no el que más puntos, acu-mulara, con el fin de volver más competiti-vo y emocionante el asunto, pero a la mera hora pospusieron la medida para el 2012.

Cinco. Desde luego, hoy ya desapareció la “meta”: los niños juegan sus carreras auto-movilísticas en compu –incluso, si entran a Internet pueden competir con otro ciber-piloto que esté en Malasia, digamos-- o en cualquier videojuego. Como debe ser.

Foto: Indy car, auto número 19 de Mario Moraes, by yheilman.

tocatuvida.com abril 2009

Youssef Chahine

“Un misterio dentrode otro misterio”

Fotos: agencias

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Rodolfo Villagómez Peñaloza >

Youssef Chahine conoció el mundo sin salir de casa. Su ventana, como todas las ventanas que dan al mar, si es que existen, fue el espacio li-

mítrofe entre el viaje sedentario y la permanencia nó-mada. No perdió el tiempo en contemplar el universo o el todo cósmico según consejos paternales. Distraído como pocos, nada sabía de la contemplación imagina-tiva de la infinitud y prefirió ver el Mediterráneo o el lago Mareotis, desde ese espacio donde nada puede ser, donde todo es sueño. Cuando, al finalizar el día, Youssef cerró su ventana, olvidó todo aquello que no le permitía caminar y se fue. A su vuelta, mientras des-cansaba de un viaje que nunca hizo, del que siempre regresó, sólo se preguntó: Alejandría... ¿por qué?

Norte de Egipto, 1926: en una ciudad mejor cono-cida como Alejandría, nació Youssef Chahine, cineasta egipcio que siempre se asustó de los fanáticos pero no de mostrar su postura en contra de la ocupación francesa en Argelia. Con una vastísima carrera cinema-tográfica recibió el premio del jurado en el festival de Berlín de 1979 por la primera parte de una tetralogía autobiográfica, que desnudó sin ton ni son a su isla, también llamada Faros, y a toda una generación edu-cada bajo el sojuzgamiento de las colonias inglesas. Pero no “expliquemos la flor por el fertilizante”, que los veinticuatro cuadros por segundo del alejandrino es-tán libres de lianas, tarzanes y niños con pantaloncillos cortos a punto de entrar a African Safari.

Egresado del colegio Victoria College y más tarde del Pasadena Playhouse, Youssef Chahine cuenta con un extenso trabajo cinematográfico, no del todo acer-tado e importante, que se distingue por el melodrama, la crítica social y los contenidos propagandísticos que le valieron el exilio en Francia y Líbano. Frustrado su intento de ser actor, dio rienda suelta a su cámara y a principios de los años sesenta, con un musical titulado Papá Amin, comienza una labor fílmica que terminará en 2007 con El Caos, una crítica severa al régimen egip-cio de Hosni Mubarak.

Entre esos dos largometrajes, cuarenta cintas más y algunos sobresaltos, se hizo de una conciencia po-lítica radical cuando Israel ocupó el Sinaí egipcio; se unió al régimen socialista; propugnó por la conviven-cia armónica de diversas civilizaciones en un mismo territorio; celebró el panabarismo (movimiento político-social nacionalista que promueve la unificación política del mundo árabe); dio un voto por el amor y las rela-ciones humanas; no lo asustaron las cons-tantes amenazas recibidas del islamismo; la izquierda fue el lado por el que siempre le gustó caminar; la política genocida de los Es-tados Unidos le pareció aberrante, y terminó por describirse como “un misterio dentro de otro misterio”.

Hacedor de un cine cuyo elemento prin-cipal es el cuidado en la representación, los artificios y juegos interpretativos, el trabajo de Youssef Chahine nada tiene que ver con botas de cazador y jeep, jirafas asomándose por ventanillas de automóviles o cebras de-rribando volchitos. No, el cine del alejandrino no muestra esa África exótica, salvaje e incivi-lizada tan impuesta en la mente occidental.

Influenciado por el neorrealismo italiano, Youssef salió a las ca-lles de su natal Alejandría y grabó la desigualdad, la intolerancia y el fanatismo de ese lugar paradisíaco y cosmopolita. El resul-

tado: Alejandría… ¿por qué?, un filme situado entre los años 1942 y 1946 que narra la lucha de los egipcios por alcanzar la independen-cia de las colonias británicas a través de diversas historias que van de la homosexualidad al mediocre sueño americano y del Victoria College a Palestina; trabajo que representa el inicio de una tetra-logía que continúa con Una historia egipcia (1982), Alejandría aún y siempre (1989) y Alejandría-New York (2004).

Yehia es un joven culto, enamorado del teatro y admirador de Shakespeare que pronto se da cuenta del odio que sienten los egipcios por los ocupantes ingleses y de la esperanza que albergan de su pronta expulsión con la ayuda de Rommel, el famoso militar alemán que organizó campañas en el norte de África y terminó suicidándose por ser políticamente incorrecto para Hitller. Él deci-de participar mediante la organización de eventos y espectáculos que muestran, con sátira, las carencias de los diversos frentes, pero su deseo actoral es más fuerte y termina aceptando una beca de estudio que le ofrece el Pasadena Playhouse en los Estados Unidos. La judía Sara y el musulmán Ibrahim son dos jóvenes amantes a los que no les importa el ridículo. Sin saber que está embarazada, ella se aleja bajo la promesa sionista de la tierra prometida en Pa-lestina. A su regreso se encuentra con un escenario en donde los judíos y el amor árabe-israelí pueden deambular libremente por las calles alejandrinas, claro, antes del conflicto. Adel bey, es un disi-dente nacionalista que pretende derribar a Churchill y así alcanzar la deseada independencia, pero el amor por otro hombre termina seduciéndolo.

Estas historias que no se entrecruzan pero que sí comparten el espacio-tiempo egipcio, son la nostalgia de un Youssef por recupe-rar algo de ese paraíso perdido en una Alejandría que se dejó diez-

mar por los intereses alemanes y la corrupción inglesa.

Título: Iskandariya… ¿leh? (Alejan-dría… ¿por qué?)Dirección: Youssef ChahineGuión: Youssef Chahine, Mohsen Zayed, Hassan Abu RabboFotografía: Mohsen NasrMúsica: Fouad El ZahiriAño: 1978Duración: 133 minutos

informaciónDurante el III Festival de Cine Africa-no en América Latina, Africala, por efectuarse del 22 al 26 de abril en la Ciudad de México, podrá obser-varse parte del trabajo de Youssef Chahine.

Alejandría...¿por qué?

tocatuvida.com abril 2009

Condenados a oírMurray Schafer

Fabián Aranda Calderón de la Barca

un minuto de silencio, manda el protocolo cuando al-guien querido se marcha. Silencio en la sala, ordenan los magistrados cuando los ánimos desbordan. Silen-

cio para entrar al aire, para escuchar misa, para acechar la presa. Silencio pedimos, clamamos, reclamamos. Pero nunca llega. El sonido nos rodea, nos envuelve. Un suspiro, unos pasos, el aire filtrándose, un automóvil en la lejanía. Incluso en este momen-to: el chasquido del mouse, los dedos bailando sobre el teclado y hasta el susurro mental que acompaña a la lectura.

“No existe el silencio para los vivos. No tenemos párpados en los oídos. Estamos condenados a oír”, comparte Murray Schafer, uno de los grandes conocedores del sonido, en confe-rencia magistral efectuada durante el Foro Mundial de Ecología Acústica. Los años se le cuelgan de las barbas y su voz fluye has-ta los oídos de los presentes. Expone, busca y explica las ideas traduciéndolas a ese absurdo sistema que es la lengua.

“Nunca he visto un sonido”. Y ante la obviedad de la sen-tencia el público dibuja sonrisas. “En el mundo occidental, y por algún tiempo, la vista ha sido el referente para toda experiencia sensorial. Predominaron las metáforas visuales y los sistemas escalares. Se inventaron ficciones interesantes para pesar o medir sonidos: alfabetos, escrituras musicales, sonogramas. Pero todos saben que no se puede pesar un susurro o contar las voces de un coro o medir la risa de un niño”.

la pared hueca, la caja vacíaQue nuestra era es audiovisual, ya lo han dicho bastante. Castells, Mattelart, Sartori y un largo etcétera de autores que desmenuzan el imperio de la televisión y los medios electró-nicos. Haciendo justicia, debemos decir que el sonido, en esa imaginería, aparece siempre como segundo en la lista, como mero artilugio de soporte, pues su control escapa a nuestras posibilidades. Las paredes son quizá la ficción más palpable de nuestra intentona por mantenerle a raya.

No podemos controlar al sonido porque a él debemos la revelación de la vida. La vida misma es una extensión del so-nido. Los relatos religiosos coinciden en que Dios nombró al mundo y luego lo miró. El cuento de la ciencia inicia con una gran explosión. Incluso en la ficción, Tolkien recrea un universo creado a partir del sonido en El Silmarilion.

No podemos controlar el sonido porque es volátil, porque es inasible. “Ningún sonido puede ser repetido de manera exac-ta. Ni siquiera tu mismo nombre. Cada vez que se lo pronuncia es diferente. Y un sonido oído una vez no es lo mismo que un sonido oído dos veces, así como un sonido oído antes no es lo mismo que un sonido oído después. Todo sonido se suicida y no vuelve. Los músicos lo saben. Ninguna frase musical puede repetirse de manera idéntica dos veces. Los sonidos no pueden conocerse de la misma manera que puede conocerse lo que se ve”, apunta el creador del soundscape.

17Must

Condenados a oírNo podemos controlar el sonido porque su existencia es

más ubicua que nuestra voluntad: “Todo en este mundo tie-ne su sonido, incluso los objetos silenciosos. Conocemos los objetos silenciosos golpeándolos. El hielo es delgado, la caja está vacía, la pared es hueca. He aquí una paradoja: dos cosas se tocan pero sólo se produce un sonido. Una pelota rebota contra la pared, una baqueta golpea un tambor, un arco frota una cuerda. Dos objetos: un sonido. Otro caso en el que 1 más 1 es igual a 1”. El sonido no es como nosotros, no existe en la alteridad, no es: está siendo.

artilugiosAudífonos, discos, paredes aislantes, bocinas, tornamesas, Mp3, casetes, micrófonos, metrónomos, alfabetos, instrumen-tos musicales, grabadoras, teléfonos. Todos modernos artilu-gios para intentar amaestrar al sonido, para enjaularlo como a un loro y darle sobadísimas instrucciones de cuándo y cómo participar.

Lo cierto es que, a pesar de estar bajo su mando, nunca he-mos aprendido a oír. Desaprendimos a leer el mundo a través de sus susurros, de sus lamentos o de su risa. Sordos a causa de un ruido avasallador creado por nosotros mismos, conde-namos a los oídos a ser tan burdos como los ojos de un mur-ciélago.

Habría que reeducar a las orejas, porque “los sonidos me hablan de espacios, sean grandes o pequeños, estrechos o amplios, interiores o exteriores. Los ecos y la reverberación me brindan información acerca de superficies y obstáculos. Con un poco de práctica puedo comenzar a oír ‘sombras acústicas’, tal como hacen los ciegos. El espacio auditivo es muy diferente del espacio visual. Nos encontramos siempre en el borde del espacio visual, mirando hacia adentro del mismo con nuestros ojos. Pero siempre nos encontramos en el centro del espacio auditivo, oyendo hacia afuera con el oído”.

Quizá por eso la reflexión exige ojos cerrados. Los 180 grados ofrecidos por la vista nos colocan en el borde de un abismo policromo y multiforme que no puede generar sino vértigo. El oído nos convierte en el centro del universo, en el ojo de un huracán donde aprendemos a reconstruirnos en fu-sión con el resto.

Pero abrir los ojos no debería significar bloquear los oídos. El sonido puede contarnos más cosas de las que creemos: “En Ontario, la señal para parar de taladrar los arces es cuando se oyen las ranas de primavera; después de ello, el hielo se derrite, la savia es más oscura, el jarabe es inferior. Otro ejemplo: un hombre camina por la nieve. Se puede saber la temperatura a partir del sonido de sus pasos. Es una forma distinta de percibir el medio ambiente; una en el que los sentidos no están dividi-dos; una que reconoce que toda la información está interco-nectada”, comenta Schafer.

Apaguemos por un segundo los ojos para arrojarnos de cabeza en la sonoridad. No por mero ejercicio sensitivo, sino como una forma diferente de comunicarnos con lo otro que vive fuera de nuestro alcance visual, pues “cuando logramos liberarnos del predominio del mundo visual-analítico y lo rem-plazamos por la intuición y la sensación, comenzamos a descu-brir nuevamente la verdadera afinación del mundo y la exquisi-ta armonía de todas sus voces.”

tocatuvida.com abril 2009

trazos sonorosMurray Schafer: canadiense, 1933. Compositor, ambientalista. Creador de los conceptos soundscape y ecología acústica. Ge-nio vivo.

Sonido: revelación de la alteridad oculta a los ojos. Alteridad que se recrea en volatilidad y ubicuas ondas de ritmo. Cataclis-mo de la imagen, sobretodo de la vida cotidiana. Ruido: metamorfosis de armonía en pandemónium. Lupanar agreste donde convergen multitud y asco; verborrea y tor-menta. Véase también: guerra, mass media, viernes de quince-na, conciencia de diputado.Música: chistera repleta de trucos. Amaestramiento del hom-bre por el sonido. Soundscape o “paisaje sonoro”: reconstrucción puntillista del entorno auditivo. Pedacería de voces no escuchadas. Re-cetario espiritual para la mejor comprensión del myself.Silencio:

Fotos: toilet paper roll sculptures by Jacquet Fritz Junior

19Must

Murray schafer.

levísimo soundscapeDesterremos, por unos instantes, la música.

Con toda amabilidad mande usted al carajo los distracto-res visuales. Primero un paisaje relajante. El trino de un pájaro. Escuche. Sea capaz de aislar uno solo del tumulto de avechu-chos que charlan en aquel árbol… ahora intégrelos, uno a uno. Escuche el rozar de sus plumas, las patas que se aferran a las ramas, el canto.

Sumemos un poco de viento cálido. Su sonido: el de una caricia, el de una sábana tibia en domingo sin futbol. Ahora en-tra en el árbol. Mece las hojas que sedúcense entre sí. No olvide los pájaros.

En tercer plano, tintineos metálicos, quizá una campana de viento. Ya tenemos una cama sonora. Plácida. Agreguemos un poco de lo nuestro: el ritmo de nuestra respiración. El roce entre la piel y la tela del pantalón. El susurro de los párpados al cerrarse los ojos.

Un paisaje ingenuo hasta ahora. Aleatoriamente vaya su-mando:

Licuadora que se enciende Riña de perros Risas de anciano Fuga de gas Chillidos

de rata Vidrio que se quiebra Correr de ruedas en asfalto Orgasmo

femenino Pasos sobre grava Canto de galloCanicas que ruedan Ducha en pleno Cuchara entrando en azúcar

Amase cada sonido. Conózcalo. Cada uno guarda su histo-ria, cada uno revela un enigma. El goteo de un lavabo puede esconder una respuesta.

Retire los pájaros y el viento. Las ramas que crujen. Añada consignas. Una ráfaga de metralla y el correr de arroyuelos de sangre y lágrimas. No suenan igual que un arroyo de agua cla-ra. Ahora noticias, el bla bla de los líderes de opinión, el quejido de un micrófono fastidiado de recibir al figurín. Una botella que se quiebra, una naranja que se exprime, un maullido, un tic tac, un relámpago.

Gota que cae tras gota que cae. Aguacero porque la lluvia no suena a mil gotas que caen. En tercer plano, una ola, el mar. Se acerca. Va devorando al resto de sonidos. Segundo plano y se van las voces, la lluvia, la licuadora. Primer plano: el mar apa-bulla. Mar y sólo mar y sólo mar y una voz que se pierde: la suya. También el mar se pierde. Se va apagando. Ya no se escucha.

¿Silencio? No, sólo un pájaro.

tocatuvida.com marzo 2009

RetRos Y PosMos

Pockets y tunningRenato galicia miguel >

sean como Rápidos y furiosos, arrancones o tu-ning, siempre han estado ahí, nunca se han ido, siguen sucediendo clandestina y a veces

faltamente en las calles de la Ciudad de México, aun-que décadas atrás en Toluca estuvieron reglamenta-dos y a finales del año pasado se intentó lo mismo en Ecatepec con la “Noche de neón y arrancones”. Si eran los sesenta, las pandillas de “Los Nazis”, de Portales, y “Los Rojillos”, de la 201 y la Progreso del Sur, compe-tían en calles cerradas con sus Harley Davidson; si los ochenta, cuando inició la moda actual con los pione-ros pockets, los autos “tocados” corrían en Eje 3 Cafe-tales; si los noventa, aparecían en cualquier avenida o calzada: Tlalpan, Insurgentes, Patriotismo… igual que hoy. Vivencia festiva, nihilista, aderezada con alcohol, drogas, adrenalina, transgresión light de los otrora “juniors”, luego “fresas” y ahora simples “posmos” de-mocratizados, pues antes eran jóvenes de estatus eco-nómico alto y hoy se entremezclan de cualesquiera estratos sociales.

Todavía no acababan los años setenta, la década del fin del sueño roquero, aunque en la radio sobre-vivían estoicos programas como Rock a la Rolling, en Radio Capital, y La Hora de los Beatles, en Radio Éxitos, vino el reinado –quizá inducido para contrarrestar la contracultura de los sesenta-- de la insustancial y artifi-cial música disco: un ritmo casi de “corte marcial”, diría el escritor y difusor de jazz Alain Derbez; un dancing

que se bailaba con “la gracia de un huacal rodando por una escalera”, agregaría Jordi Soler, el conductor de Rock 101, aquella estación de época nacida en 1984. Había arraigado en cierta clase media agringada el “hijo de papi” versus el “naco”, una consecuencia de los personajes televisivos de Luis de Alba, “El Pirruris”; se hablaba de ir de shopping a Houston o a divertirse a Disneylandia; estaban de moda los sonidos y después las racistas discos. Eran principios de los ochenta, cau-saba furor el cubo de Rubik; nació el primer mall de la Ciudad de México: Perisur; comenzaban a surgir los bazares, que en un principio fueron un hobby precisa-mente de los “hijos de papi” de “artistas” de la televi-sión comercial y de políticos, dizque como una forma de incentivarles el “amor al trabajo” a sus hijos, en dis-tintos puntos de la ciudad, como el de atrás del enton-ces Hotel de México; grupos de estudio como Flans cantaban “Te conocí en un bazar un sábado a medio-día”. A mitad de esos mismos años, Raúl Velasco, el sempiterno conductor del programa televisivo Siem-pre en Domingo, inquisidor del auténtico rock, decreta-ba formalmente la muerte de éste con su aprobación y promoción de Timbirichi, un grupo de consola que cantaba lo que desde ese momento empezó a acep-tarse enajenantemente como “rock”. Aunque por ahí estaban Rod Stewart, Police, Bruce Springsteen. Era la sensación el Pac-Man. También vino la oleada de “rock en tu idioma”, donde hubo de todo, de Charly García a los Hombres G. Tiempos de la “Generación Perdida” y de la “Generación X”.

Foto: 68 Fastback by Paulo Keller

21chido

RetRos Y PosMos

Pockets y tunningDe esa época y ese ambiente es el testimonio del

“Checos”, uno de aquellos pockets, cuya identidad se reserva porque lo que relata simple y sencillamente es para él cosa del pasado:

“Los arrancones y el desmother nocturno no pa-san de moda, brother, pero en mis tiempos iban junto con el robo de autopartes y estéreos y, al último, el auto entero. Al final de los setenta íbamos a Rollera-ma, que estaba en División del Norte, o a los Estudios Churubusco, donde tocaban sonidos como UBQ y Chester, incluso fuimos a la Casa Popular, cuando surgió Polymarchs, pero ya no tanto, porque con éste eso empezó a llenarse de puro naco. Vestíamos pan-talones Sergio Valente o Jordache americanos de a un millón de pesos --todavía no les quitaban los tres ceros--, camisas Chemise Lacoste y zapatos Lorenz. Escuchábamos solamente música en inglés en Ste-reo Cien o Radio Hits, comprábamos discos importa-dos en el Sonido Discotheque, el de la calle Génova de la Zona Rosa, y Discos Zorba. Éramos sanos, sólo unos cuantos drinks, aunque ya comenzábamos a ir a las unidades habitacionales de Acoxpa y Miramon-tes en la noche, a robar biseles y espejos de volcho. Tenía un sonido que se llamaba Pockets –‘carteristas’, ‘rateros’, en el caló de nuestro ambiente--. Tocaba en Villa Coapa y la Narvarte, en el Pedregal de San Ángel y las Lomas de Chapultepec. Después, prefe-ría ir a reventar a la disco. Mi padre, empleado de la Chrysler de México, la que estaba en Paseo Tollocan, en Toluca, había comprado un Volare del año, 1981, también teníamos un Royal Mónaco automático, de doble garganta, que le arremangaba muy cabrón. Yo había aprendido mecánica, era excelente. Los sába-dos no salíamos de News y Satélite Rocks. Algunos brothers, yo no, inhalaban cocaína, que en ese tiem-po era carísima. El Volare lo convertí en Magnum, el

de la máquina 360, achaparrado, estaba poca madre, y también me compré un Volcho 1956, original, con rines de Porsche y quemacocos de capota. Eran tiem-pos en que ya robábamos más en serio. La Caribe GT, el Atlantic GLS y el Corsar traían estéreo Clarion de agencia: el auto lo abríamos con una segueta, luego el Clarion lo sacábamos en tres movimientos. No da-ñábamos nada, se trataba de ser limpios. El más rápi-do de nosotros era “El Centella”: de auto a auto llegó a tardar doce segundos. Entré a trabajar a la Porsche de México, pero ni así se me quitó el vicio. Al contrario, ahí empezó lo más cabrón: sacábamos copia de las llaves de los autos que nos interesaban y anotábamos los domicilios, después íbamos por ellos. Llegué a te-ner cinco autos robados para mí solo. Generalmente todo lo hacíamos de noche, era más fácil, aunque con los autos que usábamos, el Magnum y el Mónaco, de todos modos nadie nos alcanzaba. La velocidad era parte del debraye, adrenalina pura, igual que el tran-ce del robo. Luego, si nos daba tiempo, íbamos a los arrancones a Cafetales. Y los domingos en la maña-na a Toluca, cerca de su aeropuerto, donde estaban reglamentados, llegaban desde dragster hasta el campeón nacional de arrancones, un tal Marcelino, en un volcho con cuatro carburadores, uno para cada pistón, pero también autos ‘arreglados’, ‘tocados’, de todo tipo, un Volvo antiguo, un Mustang 68, y norma-les que competían entre sí. Nunca llegué ni siquiera a una delegación, pero me prohibieron radicar en el Defe. Luego me casé, tuve hijos y todo cambió. Ahora me platican que en Santa Fe los chavos revientan ca-brón, toman cinco pomos en un antro y se van a otro, suben a sus autos y los levantan de poca, también me entero que los arrancones clandestinos siguen ahí, en las calles nocturnas, y la verdad no puedo evitar una sonrisa, porque sé que fui pionero de todo eso.”

tocatuvida.com abril 2009

A un año de su estreno en tierras chilenas y después de un largo debate entre ex-hibidoras, canales de televisión y pro-

ductoras sobre si era pertinente su proyección, llega a estas tierras no tan contaminadas del orbe 31 minutos, la película. Y es que el noticia-rio que perturbó la conciencia de los perversos polimorfos y la de los adulterados adultos, con acontecimientos de importancia mundial y los buenos, buenísimos modales de Joe Pino, no podía quedarse enlatado, olvidado, empolván-dose en los sótanos de alguna filmoteca. Los impacientes que esperaban la película desde hace una año, pues ya pueden comprarse sus palomitas; los conformes no van al cine y el resto que no quiere hacer fila para ingresar a la playi-tas marcelianas prepárense para ver a un Juanín secuestrado por la malvada Cachirula, a Tulio

Triviño enfrentarse a Tío Pelado y a Juan Carlos Bodoque gritar: “¡Salgan de la jaula!, brutos, de eso se trata la libertad”. Quien espere el tradicio-nal set del noticiario o las andanzas por la ciudad Titiriquén puede quedarse en sus casa viendo la crucifixión, día del estreno.

Título: 31 minutos, la películaDirección: Álvaro Díaz, Pedro PeiranoGuión: Daniel Castro, Álvaro Díaz, Pedro Peira-no, Rodrigo Salinas.Reparto: Tulio Triviño, Ténnison Salinas, Policar-po Avendaño, Tío Pelado, Huachimingo, Mico el Micófono, Tramoyas, Patana Tufillo, Estrella de Lana, Juan Carlos Bodoque, Balon Von Bola, Joe Pino, Juanín Juan Harry, Cachirula, entre otros.Año: 2008Duración: 87 minutos

“¡tulio, estamos al aire!”

Los barbudos regresan a casadice Homero Simpson que “en teoría el

comunismo funciona, en teoría”. Anna, la protagonista del filme La culpa la tiene

Fidel, por circunstancias temporales, no conoce la declaración del famoso dibujo animado pero aún así se pregunta, con la sutileza de quien se ve envuelto en un conflicto ideológico que des-conoce: “¿Cómo sé cuál es la verdad? ¿Cuándo debo unirme a los demás y cuándo ir en contra de lo que dice la mayoría?” Acostumbrada a los lujos que le da la clase media a la que pertenece, la niña no comprende por qué sus padres tienen que emigrar a un departamento ajeno a la man-sión donde ella suele jugar a sus anchas, no sabe por qué noche tras noche la casa, su casa, se lle-na de barbudos que discuten sobre comunismo, igualdad, pobreza y espíritu de lucha; ignora por qué su nana le dice que la culpa la tiene Fidel. La ópera prima de Julie Costa Gavras es el activis-mo político de una niña que baja de su columpio para salir a las calles y marchar en favor de ideas revolucionarias que son de su absoluto desco-nocimiento, ideas que por otro lado definieron a sus padres en aquel mayo parisino; es el discurso que termina por definir todo un movimiento so-cial; es Fidel diciendo de viva voz: “Yo no soy un activista político, soy un revolucionario”.

Título: Blame i ton Fidel (La culpa la tiene Fidel)Dirección: Julie Costa GavrasGuión: Julie Costa GavrasReparto: Nina Kervel-Bey, Julie Depardieu, Ste-fano Accorsi, Benjamin Feuillet, Martine Cheva-llierAño: 2007Duración: 115 minutos

23relax

“¡tulio, estamos al aire!”

Los barbudos regresan a casa

Rupa &the April Fishes¿Cuántas veces comparamos el contenido

de un disco con un viaje por lugares in-sospechados, cuántas veces puede un

álbum convertirse en camión de redilas, cuántas nos entregamos enteros al bendito placer de deambular a través de audífonos? Tantas como la imaginación, el tiempo y los límites de nuestras egotecas nos lo permitan. Pero en ocasiones solemos encontrarnos con discos que resultan una verdadera travesía, esos que nos transpor-tan de un rincón a otro sin previo aviso.

eXtraOrdinary rendition es una excelente opción para desprenderse del ruido habitual y deleitarse con los más diversos ritmos del mun-do: coqueteos con el tango que nos hablan de arrabales bonaerenses; pasajes gypsie con sabor a Mediterráneo; deliciosas ragas conectándonos con la espiritualidad india; borbotones de sangre latina fusionándose con el fandango andaluz.

Una magnífica cena donde los comensales aportan las más exóticas especias: desde la sen-sualidad de una voz forjada en el jazz, hasta el diálogo entre acordeón, chelos y trompeta. Una charla de trotamundos que reconstruye el sen-timiento musical del mundo; recrea veredas, caminos, carreteras y relata historias sepultadas por el barullo del comercio a granel de la música desechable.

Recomendación de cinco estrellas para aquellos que gustan de saborear las cada vez más extrañas recetas, nacidas de la mezcla so-nora y el contacto entre corazones distantes.

eXtraOrdinary renditionRupa & the April Fishes2008

Fotos: Agencias