Sperber, Dan - El Simbolismo en General

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  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

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    7RAL7A

    I II

    SRn94 

    AUTORES TEXTOS Y TEMAS

    ANTROPOLOGÍA

    El autor, Dan Sperber, investigador, miembro

    del Laboratorio de Etnología y de Sociología

    comparada de la Universidad de París X

    Nanterre), estudia en esta obra el simbolismo

    en general. Busca sus manifestaciones a través

    de diversas disciplinas y toma sus ejemplos

    de lo exótico y de lo cotidiano. Para él,

    el simbolismo crea una orientación cultural

    común a los miembros de una sociedad sin

    excluir las diferencias de interpretación

    individual.

    Como el simbolismo es uno de los

    fundamentos antropológicos de la libertad,

    el poder, en todas sus modalidades, procura

    obstinadamente reprimirlo. La exégesis

    tradicional y su moderno avatar, la semiología,

    reflejan estas tentativas de represión: la crítica

    científica termina implícitamente en una crítica

    política. Repensar el simbolismo como este

    libro lo intenta es también revisar críticamente

    los cuadros ideológicos de nuestra sensibilidad.

    EL SIM BO LISM O

    EN GENER L

    Dan Sperber

    \ ,

    Aólogode M. J. Buxó

    ISBN 4-7658-094

     

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    EL SIMBOLISMO EN GENERAL

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    Dan Sperber

    UTORES, TEXTOS Y TEMAS

    NT RO P O L O G Í

    Dirigida por M. Jesús Buxó

    3

    EL SIMBOLISMO

    EN GENERAL

    Prólogo de M. Jesús Buxó

    F

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    EDITORIAL DEL HOMBRE

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    En la actualidad, el estudio del simbolismo qued a en-

    marcado dentro de la tradición teórica de dos escuelas

    antropológicas: la Antropología Estructural y la Antropo-

    logía Simbólica. Cada una representa la confluencia de

    diversas posiciones teóricas y metodológicas polarizadas

    esquem áticamente en la escuela francesa énfasis estruc-

    turalista) y la norteamericana y británica (énfasis empi-

    rista y dinamicista respectivamente). Y procedente de

    ambas, pero superando en gran medida sus limitaciones,

    se encuentra una nueva aproximación al simbolismo: la

    que está inserta en la Antropología Cognitiva, cuyo

    máximo representante es Dan Sperber.

    La A ntropología Cognitiva surge de premisas y princi-

    pios latentes en ambas tradiciones. A la vez es el resul-

    tado de la evolución de dos fenóm enos simultáneos en la

    Antropología Cultural: 1) si la diferenciación en la espe-

    cialización produ ce énfasis diversos tales como, el homo

    economicus, loquens, ludens, signans y otros, 2) por otro

    lado, y como consecuencia de la primera, se recurre a la

    interdisciplinariedad. En última instancia, cuando quiere

    explicar el fenómeno h uman o en su totalidad, se dirige a

    la unidad sistemática biológica-ecológica-cultural.

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    La A ntropología Cog nitiva consiste de una dialéctica

    formada por una aproximación interdisciplinaria consti-

    tuida por dos ámbitos, uno biológico y el otro cultural.

    Su objeto es el estudio de la naturaleza de la mente y de

    las formas en que dicha mente afecta a la cultura y a su

    vez es afectada por ésta.' De este modo, la Antropología

    Co gnitiva tiene en cuenta conjun tos de cuestiones episte-

    mológicas, en lo cual entiende que sólo la síntesis para-

    digmática-sistémica de las d isciplinas relativas al ser hu-

    mano tiene capacidad para producir una idea aproxi-

    mada y predictiva de la naturaleza y relaciones del hom-

    bre con su ambiente físico y social.

    Por lo tanto, la Antropología C ognitiva viene a repre-sentar la superación de una tradición de pensamiento

    que mistifica la realidad humana. Esta última tradición

    ha estado apoyada en una epistemología antropocéntrica,

    esto es, se ha fundado en el supuesto de una dicotomía:

    naturaleza y cultura. En tales condiciones, el ser human o

    estaba colocado por encim a del reino de la naturaleza. Y,

    la naturaleza se manifestaba por ser un material del que

    el hombre disponía a voluntad, de manera que el pro-

    greso consiste en modificarla y superarla. Como conse-

    cuencia de este enfoque dicotómico h a existido la tenden-

    cia a enfatizar la sociedad o la cultura con lo cual el estu-

    dio del ser humano se ha reducido a considerar su com-

    portamiento en función de las instituciones sociales. En

    lo fundamental, esto es una tradición típicamente durk-

    heimiana: lo social sólo puede ser explicado por lo so-

    1. Cabe asimismo señalar, a este respecto, la existencia de una particula-

    ridad diferencial significativa. Me refiero al hecho de que la Antropología

    Cognitiva no es propiamente una Etnociencia, ni tampoco es una Etnose-

    mántica, pues si ambas afirman interesarse por la cultura como sistema de

    conocimiento humano, sin embargo, dichas disciplinas se limitan al estudio

    de un saber que consideramos insuficiente porque entienden que el cono-

    cimiento solo tiene existencia en la lengua. En este sentido, la Antropología

    Cognitiva tiene como rasgo fundamental todo el conocimiento y los compor-

    tamientos humanos. Por lo mismo, la lengua es un fenómeno más a conside-

    rar, no una excepción.

    cial, o puramente culturológica: la cultura sólo puede ser

    explicada por lo cultural.

    El énfasis reduccionista ha oscurecido el hecho de

    que la morfología y el comportamiento son productos de

    la interacción continuada entre biología, ecología y cul-

    tura. Y, a la vez, ha oscurecido otro hecho: el de que la

    separación de estos niveles supone una consideración de

    los medios con exclusión de los fines.

     

    Paradójicamente, los primeros pasos dados en la di-

    rección de crear una ciencia unificada del hombre p roce-

    den, en parte, de las premisas puestas por Boas. Años

    más tarde, Lévi-Strauss impondrá este conocimiento ho-

    lístico a partir de la búsqueda de rasgos invariables disi-

    mulados bajo los hechos empíricos. En

    Las Estructuras

    Elementales del Parentesco

    (1969), este autor afirma la

    importancia de una realidad universal, colectiva, interna,

    que genera todas las apariencias. Pero, a diferencia de

    las tradiciones filosóficas idealistas anteriores, funda su

    método sobre una base naturalista. En contraste con el

    idealismo trascendental kantiano, Lévi-Strauss propicia

    un materialismo trascendental: el cerebro inconsciente.

    El cerebro hum ano, inconsciente y universal, es el funda-

    mento de los datos etnográficos y las inferencias etno-

    lógicas significativas. Así, la comprensión antropológica

    sólo es posible a través del cono cimiento de la estructura

    inconsciente de la mente hum ana. No obstante, este argu-

    mento se q ueda en los límites de lo social, y, a manera de

    una influencia durkheimiana, queda separado de los da-

    tos biológicos. En este caso, el mism o Lév i-Strauss es un

    producto de un subconsciente particular: el transmitido

    por Durkheim.

    Desde otro ámbito, el de la Lingüística Generativa, y

    en

    Language and Mind

    1968), Chom sky propone que el

    verdadero problema del mañana será describir hipótesis

    concernientes a lo estrictamente innato. En ninguno de

    los dos casos, sin embargo, estos autores van m ás allá de

    proponer que el cerebro infraestructural consiste de una

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    serie de principios universales reguladores, relacionales

    y sintéticos. El que no se haya dado este paso se debe, se-

    gún Sperber (L Unité de l Homme,

    1974) a la confusión

    existente entre lo innato y lo adquirido, o sea se debe a la

    idea de que lo innato puede calificar a los órganos o a los

    comportamientos; o que la parte de lo innato y lo adqui-

    rido varía necesariamente en proporción inversa; o que

    ambos son mutuamente exclusivos. Por el contrario, los

    estudios bio-cognitivos ponen en evidencia que lo innato

    no es un programador, como puede serlo un instinto o un

    aprendizaje conductista, sino que es la aptitud para cons-

    truir, transformar y reprogramar.

    Así, pues, la Antropología Cognitiva recoge en sus ,

    premisas el supuesto de que la variabilidad cultural tiene

    ciertos límites (lo pensable posible), y que el carácter sis-

    témico de los principios que la gobiernan remite a las po-

    tencialidades y restricciones de la mente humana. Pero, a

    la vez este equipo mental humano no es el determinante

    de la cultura, sino que es su instrumento. Como dice Sah-

    lins en

    Colours and Cultures

    (1977): «las estructuras de la

    mente... constituyen un conjunto de medios organizati-

    vos y posibilidades a disposición de la empresa cultural

    humana, que posee la libertad de ponerlas o no en fun-

    cionamiento, así como de investirlas con un contenido

    significativo.» Por ello, es fundamental distinguir y tra-

    bajar con los dispositivos mentales humanos y las cultu-

    ras como sistemas de conocimiento y significación.

    Esto

    presupone la apertura

    General

    de las ciencias del hom-

    bre, y de ahí el título de este libro.

    El Simbolismo en

    General.

    Sperber representa una posición neo-estructura-

    lista inserta en la corriente de la Antropología Cognitiva

    con énfasis en el simbolismo. Y sobre este particular,

    este libro es la aportación inicial más brillante, intuitiva

    y prometedora de que disponemos para la elaboración de

    una teoría cognitiva del simbolismo.

    A fin de colocar a Sperber en el contexto de los estu-

    dios simbólicos, vamos a presentar, brevemente, los

    contrastes que su aproximación ofrece respecto a las

    orientaciones semiológicas representadas por la freudia-

    na, la estructuralista y la criptológica.

    (La tradición freudiana representa una concepción se-

    miológica del simbolismo como código inconsciente. Si

    bien su influencia ha sido muy importante, no obstante,

    al pasar por el tamiz de la crítica lévi-straussiana, esta

    considera al freudismo incapaz de trascender las premi-

    sas historicistas e individualistas precisamente porque

    su concepción del inconsciente se basa más en el conte-

    nido que en la forma, lo cual es impropio para la cons-

    trucción de una teoría del simbolismo.

    2

    En relación con

    la exégesis freudiana, Sperber señala que, al aseverar

    que todos los símbolos son interpretados según un có-

    digo y que todos los humanos lo comparten, sin adver-

    tirlo, Freud elimina todas las exégesis para ver solamen-

    te desarrollos metafóricos. Se establece una generalidad

    pero no se explica cómo y por qué ciertas culturas lo

    aceptan y otras no. Dentro de una perspectiva freudiana,

    Sperber tendería a ser, de algún modo, lacaniano en el

    sentido de que no es posible asimilar la estructura del

    discurso psicoanalítico a las estructuras de los lingüistas,

    y por ello se reconocen solamente significantes, símbolos

    y leyes inmanentes que los articulan.

    La segunda tradición, representada por Lévi-Strauss,

    propone que las culturas son sistemas de símbolos com-

    partidos. Éstos son creaciones acumulativas de la mente.

    Por ello, lo interesante es el conocimiento de los princi-

    pios mentales que generan elaboraciones culturales: por

    ejemplo, lenguas, mitos, símbolos. El significado simbó-

    lico se entiende semiológicamente en un contexto rela-

    cional sin referencias semánticas o intenciones mediado-

    2. Sobre este particular, en

    The Method of Ethnology

    (1920), Boas seña-

    la el poco parecido que existe entre el inconsciente lingüístico y psicoana-

    lítico. En lugar de tratarse de un

    id

    psicodinámico y libidinal, el incons-

    ciente lingüístico sería lógico-sincrónico y neurológico.

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    ras. Esto es, se define en términos de su posición lógica

    en sistemas paradigmáticos y en cadenas sintagmáticas

    de rasgos asociativos y oposicionales. A este autor se le

    reprocha el que haya construido m odelos sin objeto. Pero

    Sperber subraya que esto es especialmente notoriocuando el mismo Lévi-Strauss afirma que este objeto es

    semiológico. A modo referencial, lo que esta crítica su-

    pone es el rechazo de las estructuras neo-platónicas del

    estructuralismo ortodoxo — mecánica deductiva que va de

    lo social a lo men tal— p ara, por el contrario, apoya r una

    alternancia inductiva-deductiva del cerebro-cognición-

    cultura.

    La tercera tradición corresponde a la denominada A n-

    tropología Simbólica. Sus representantes más destaca-

    dos son: Geertz, Schneider, Wilson, Turner y Sahlins. En

    principio, éstos afirman que las culturas son sistemas de

    símbolos y de significados compartidos. Empero, en esta

    orientación, el significado del símbolo no se remonta a

    las operaciones mentales, sino a la acción misma, esto

    es, la praxis simbólica. Dentro de esta dinámica de la ac-

    ción simbólica, Turner, por ejemplo, indica que el orden

    viene del propósito y no del conocimiento. De manera

    que el estudio de los símbolos va unido a la práxis. Pero,

    a la vez, en

    The F orest of Symbols

    1967 ), a diferencia de

    otros antropólogos que se limitan a la interpretación na-

    tiva, este autor dice encontrar significados de los cuales

    los nativos no son conscientes. Según él, esto es posible

    porque el significado tiene su origen en la organización

    de las instituciones y no en la mente humana. De aquí

    que, la significación del hecho simbólico debe conside-

    rarse en términos d e tres niveles: 1) la significación exe-

    gética (interpretación endógena nativa), 2) la significa-

    ción operacional uso)

    y

    3) la significación posiciona l re-

    laciones estructurales entre los símbolos).

    En relación con la orientación de Turner, Sperber su-

    giere que el problema reside en aproximar el uso de los

    símbo los a la exégesis de éstos. Aunq ue la considera una

    aproximación justa, dista de evidenciar que el uso inter-

    prete a la manera de la exégesis. En este sentido, Sperb er

    propone q ue la exégesis no es una interpretación, sino un7

    desarrollo del símbolo que debe a su vez ser interpreta-1

    do. Así, los com entarios exegéticos de ciertas sociedades

    no constituyen interpretaciones, sino más bien datos su-

    plementarios por interpretar. Por ello, antes de entrar en

    el campo de la m otivación de los símbolos, que no es ge-

    neralizable sino que debe a su vez ser interpretada, es

    imprescindible determinar lo que está bajo la apariencia

    de lo natural, esto es, poner en evidencia la constitución

    de la forma simbólica, o infraestructura semiótica, para

    luego considerar la interpretación de su contenido, no

    como una descodificación, sino como una improvisación

    fundamental del conocimiento implícito.

    Por su parte Turner dice de Sperber que su compren-

    sión del significado es meram ente su significado posicio-

    nal, esto es, un significado colocado esen cialmente al ni-

    vel de los significantes y en las estructuras mudas que

    los componen. Y que, por otra parte, no se interesa por

    la exégesis nativa.

    Sin embargo, como se leerá en el libro, a diferencia

    del descifraje semiológico, o idea de que los símbo los sig-

    nifican de la misma manera que las palabras, Sperber

    considera que 1) la interpretación del fenómeno sim bóli-

    co no es una significación,

    y

    2) no se trata de interpretar

    los fenómenos simbólicos a partir del contexto, sino de

    interpretar el contexto a partir de los fenóm enos simbó li-

    cos. Es absurdo, pues, la idea de que los símbolos sig-

    nifican ya que si éstos tuvieran sentido se sabría, aparte

    de que éste varía según la cultura, el individuo y la si-

    tuación particular.

    Y,

    por otra parte, se interesa por

    el simbolismo como expresión de una cultura, y desde el

    punto de vista del individuo. Así asevera que el simbo-

    lismo crea una orientación cultural común a los miem-

    bros de la sociedad que no excluye diferencias de inter-

    pretación individuales.) En resumen, se preocupa por el

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    punto de vista del proceso, la inferencia es formalmente 

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    sólo un sistema interpretativo de la realidad; es también 

    4

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    10/96

    un sistema productivo y creativo.

    En

    todo caso, el poten-

    cial simbólico es como un radical de libertad humana,

    en el sentido de que en

    él

    tiene existencia una posibilidad

    creadora.

    Por último, este libro enfatiza otra dimensión del sim-

    bolismo que forma parte, asimismo, de la problemática

    de la Antropología Simbólica. Ciertos antropólogos sim-

    bolistas denuncian la manipulación de la producción

    simbólica, esto es, cómo los símbolos sirven de instru-

    mentos en la distribución, mantenimiento y ejercicio del

    poder. Sperber, por su parte, enfoca este problema desde

    la crítica de los fundamentos cognitivos de la interpreta-

    ción antropológica. Según éste, el semiologismo, funda-

    mento de nuestra ideología científica actual, domina la

    interpretación de los datos y como tal representa una

    tentativa de represión de la libertad de pensamiento.

    Esto nos recuerda, de algún modo, aquel consejo de

    A. Einstein sobre la consideración y aplicación de los mé-

    todos de otras disciplinas, cuando afirma:

    «Si se quiere aprender cualquier cosa sobre los métodos

    que usa el teórico físico, le daría el consejo siguiente:

    No escuche sus palabras, examine sus logros. Para el

    descubridor en ese campo, las construcciones de su

    imaginación parecen tan necesarias y tan naturales que

    él es capaz de tratarlas no como las creaciones de sus

    pensamientos, sino como realidades dadas».)

    M. JESÚS Buxó REY

    Profesora de Antropología Cultural

    Universidad de Barcelona

    16

    Prefacio

    ¿Qué es una teoría del simbolismo? ¿Qué condiciones

    debe cumplir? ¿Con qué propiedades ha de contar?

    En este libro propongo una respuesta a tales pregun-

    tas. La noción misma de simbolismo no será definida,

    sino sólo circunscrita en el curso del argumento: se hará

    ver cómo un conjunto de diversos fenómenos (desde los

    mitos hasta las figuras del lenguaje, desde los ritos reli-

    giosos hasta los gestos de la cortesía) depende de un

    mismo tratamiento.

    Este trabajo está dominado por una toma de partido,

    por una concepción de la antropología que expongo bre-

    vemente sin justificarla aquí de nuevo: las capacidades

    humanas de aprendizaje son filogenéticamente determi-

    nadas y culturalmente determinantes. Están determina-

    das del mismo modo para todos los miembros de la espe-

    cie; no son, pues, determinantes de las

    variaciones

    cultu-

    rales, sino sólo de la

    variabilidad

    cultural. La variabilidad

    cultural es a la vez posibilitada y limitada por las capaci-

    dades humanas de aprendizaje. La antropología tiene por

    objetos esta posibilidad y estos límites.

    En tal perspectiva, el saber cultural más interesante

    es el saber tácito, es decir, el que no es explicitado.

    17

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    11/96

    Cuando los que detentan ese saber sean capaces de expli-

    citarlo, se hablará de saber implícito. Cuando sean inca-

    paces de ello, se hablará de saber inconsciente. El saber

    explícito y expresamente impartido podría, en principio,

    ser aprendido de memoria, y, por tanto, sólo atestigua di-

    rectamente unos límites cuantitativos de las capacidades

    humanas de aprendizaje. A la inversa, el saber tácito no

    podría en ningún caso adquirirse mediante un simple re-

    gistro: ha de ser reconstruido por cada individuo; atesti-

    gua, pues, directamente unas capacidades de aprendizaje

    específico, una competencia creativa cualitativamente

    determinada.

    Los datos fundamentales para el estudio del saber

    tácito son datos intuitiyos, son los juicios que los miem-

    bros de un grupo cultural expresan sistemáticamente sin

    desarrollar el argumento que los fundamenta. Por ejem-

    plo, los miembros de una misma sociedad concuerdan en

    juzgar que determinado dicho es insultante en determi-

    nada situación, pero son incapaces de definir cabalmente

    los criterios en que se basa su juicio. El saber cultural ex-

    plícito sólo es interesante porque es el objeto de un sub-

    yacent,e saber tácito. Así los refranes, cuyo enunciado

    forma parte del saber cultural explícito, son objeto, por

    un lado, de una glosa generalmente implícita; por otro

    lado, de un saber inconsciente que determina las condi-

    ciones precisas en que su empleo resulta apropiado y los

    matices simbólicos que conviene dar a su interpretación.

    La tarea del etnógrafo consiste en explicitar este género

    de saber tácito. La tarea del antropólogo, en explicar la

    posibilidad de tal saber, o sea, en describir las condicio-

    nes universales de su aprendizaje.

    El simbolismo constituye, a este respecto, un ámbito

    ejemplar, puesto que sus formas explícitas son ininteligi-

    bles por sí mismas y su estudio ha presupuesto siempre

    la existencia de un saber tácito subyacente. Pero ¿de qué

    naturaleza es este saber y cuál es su relación con el saber

    explícito? La respuesta más generalmente admitida es la

    siguiente: las formas explícitas del simbolismo son signi-

    ficantes asociados a significados tácitos, según el modelo

    de las relaciones que hay entre sonido y sentido en la len-

    gua. Los tres primeros capítulos los dedico a refutar esta

    concepción semiológica. En los dos últimos desarrollo

    una concepción cognitiva y muestro, en particular, que la

    interpretación simbólica no es una descodificación, sino

    un improvisar que se apoya en un saber implícito y obe-

    dece a unas reglas inconscientes.]

    Al afirmar que el simbolismo es un dispositivo cogni-

    tivo, quiero decir que se trata de un dispositivo au-

    tónomo que, junto con los mecanismos de la percepción

    y con el dispositivo conceptual, participa en la constitu-

    ción del saber y en el funcionamiento de la memoria. Me

    opongo, en este punto, a las concepciones semiológicas

    que ven ante todo en el simbolismo un instrumento de la

    comunicación social. Ciertamente —y se verá— el simbo-

    lismo interviene de manera decisiva en la comunicación

    social, pero no es ésta una función constitutiva del sim-

    bolismo que permitiera prever su estructura.

    Además, sugiero como hipótesis posible que los prin-

    cipios básicos del dispositivo simbólico no son inducidos

    de la experiencia, sino que, por el contrario, forman

    parte del equipo mental innato que hace que sea posible

    la experiencia. Me opongo en esto al behaviourismo en

    psicología y al relativismo cultural en antropología (por

    lo menos bajo sus formas más dogmáticas), dos concep-

    ciones según las cuales no solamente el saber, sino tam-

    bién los principios de su organización son determinados

    únicamente por la experiencia. Estas concepciones estri-

    ban en dos aprioris injustificables. Si los principios gene-

    rales del simbolismo son tales como yo los describiré, no

    se ve qué es lo que, en la experiencia o en la instrucción,

    podría determinar su adquisición; la hipótesis de su in-

    natismo nada tiene, por lo tanto, de inaceptable.

    No he pretendido hacer obra de erudito, y no se ha-

    llará en estas páginas una historia de las teorías del sim-

    18

    19

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    12/96

    bolismo. Muchos autores importantes ni siquiera son

    mencionados, y uno de ellos —Sigmund Freud— sola-

    mente es citado por una parte mínima y marginal de su

    contribución al estudio del simbolismo. He utilizado las

    concepciones de mis predecesores cuando su crítica me

    parecía provechosa, sin intentar por ello hacerles justi-

    cia; ni he tratado tampoco de analizar profundamente los

    ejemplos concretos que sirven de ilustración. Esto lo ad-

    vierto, en especial, por lo qu e toca a los datos tom ados de

    la cultura de los dorzé de la Etiopía meridional, de quie-

    nes he sido huésped.* De estos datos me ocuparé con

    mayor detenimiento en otra obra.

    No he intentado construir un argumento formalmente

    riguroso. En el desarrollo se han simp lificado, en particu-

    lar, las consideraciones de lógica, de lingüística y de psi-

    cología. El lector avisado podrá verificar por sí mismo si

    una presentación más rigurosa habría reforzado o debili-

    tado el argumento, o si, como yo creo, sólo habría hecho

    más indigesta la exposición. Un argumento no tiene

    nunca más fuerza que la que tengan sus partes más débi-

    les, que aquí son las partes propiamente antropológicas.

    Este estado de cosas refleja tanto mis insuficiencias

    como el carácter embrionario de la antropología teórica.

    Debo expresar mi gratitud a cuantos me han ani-

    mado, criticado y acon sejado a lo largo de este trabajo: a

    * Los dorzé son un grupo de unas 20.000 personas que hablan un dia-

    lecto ometo. Viven en Etiopía, en los montes Gamu, al oeste de la depresión

    del Rift, al nivel del lago Abaya. Practican el cultivo de los cereales y del

    en-

    seto edulis

    [banano de Abisinia], crían algún ganado y sobre todo tejen,

    siendo sus tejidos lo que les ha hecho célebres en su país. Están organizados

    en catorce distritos que se gobiernan por asambleas y en unos cuarenta pa-

    tri-clanes exógamos no localizados. Sus instituciones político-rituales se di-

    viden en dos grupos: unas tienen por base la p rimogenitura genealógica de

    una jerarquía de sacrificadores perm anentes; otras, el cumplimiento indivi-

    dual sancionado por ritos de transición muy elaborados y por el acceso a

    títulos honoríficos y a posiciones temporales. Los grandes sacrificadores

    (demutsa) y

    los dignatarios

    (halak a), de los que nos ocuparemos páginas

    adelante, proceden respectivamente del primero y del segundo grupo de ins-

    tituciones (cfr. Sperber,

    1974).

    Ginette Baty, Pierre Berés, Franois Dell, Marcel De-

    tienne, Remo Guidieri, Jean Mettas, David Sapir, Pierre

    Smith, Jenka y Manés Sperber, Tzvetan Todorov, Te-

    rence Turner, Daniéle Van de Velde y Deirdre Wilson.

    21

    0

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    13/96

    1 Simbolismo y lenguaje

    Dos criterios han servido, alternativamente, para deli-

    mitar el campo del simbolismo. Según el primer criterio,

    lo simbólico es lo mental menos lo racional; conforme al

    segundo, es lo semiótico menos la lengua. En ambos ca-

    sos, un residuo.

    El criterio de irracionalidad, hoy pasado de moda, ha-

    brá sido concebido principalmente de dos maneras. En la

    concepción de un Taylor o de un Frazer, las creencias

    primitivas son el fruto de razonamientos defectuosos, de

    inferencias ilícitas hechas a partir de datos insuficientes.

    Así, según Taylor, el hombre primitivo, reflexionando so-

    bre la experiencia del sueño, habría inferido de ella la no-

    ción de una entidad inmaterial, el 'alma', y la habría atri-

    buido enseguida a otros seres, a animales y aun a objetos

    inanimados, para prestarle en fin una existencia indepen-

    diente de todo soporte material, bajo la forma de 'espíri-

    tus'. Según Frazer, la magia tendría dos formas, la ho-

    meopática y la contagiosa, fundadas en la confusión, de

    la similaridad por una parte y la contigüidad por otra,

    con la causalidad efectiva. Las creencias, con las prácti-

    cas a las que sirven de fundamento, serían, pues, un con-

    junto de errores por defecto de racionalidad.

    A tenor de la segunda concepción racionalista, cuyo

    defensor más conocido sigue siendo Lucien Lévy-Bruhl

    (aunque él mismo la criticase al final de su vida —véanse

    sus Carnets,

    1949—), las creencias de los primitivos no se-

    rían el producto de una racionalidad deficitaria, sino el

    de una actividad mental que vuelve la espalda al princi-

    pio básico de toda racionalidad: el de no-contradicción.

    El totemismo, según el cual la pertenencia de un indivi-

    duo a la especie humana no excluye el que pueda pertene-

    cer simultáneamente a una especie animal, no procedería

    de una aplicación defectuosa del principio de identidad,

    sino de la aplicación regular de un principio de participa-

    ción.

    Según la primera de estas concepciones, el hombre

    primitivo en sus creencias trata de ser racional, pero le

    falta el ser sistemático; para la segunda, es sistemático,

    pero no trata de ser racional. Ahora bien, la noción

    misma de 'primitivo', que estas dos concepciones opues-

    tas tendían a desarrollar, se ha diluido entre tanto, y, con

    ella, la teoría de un simbolismo-dinosaurio, conjunto de

    medios de expresión y de acción adaptados a las condi-

    ciones de una humanidad balbuciente, irracionales en

    comparación con nuestros medios actuales, condenados

    ya, a perpetuidad, a las microfichas: el dinosaurio se en-

    cuentra bien.

    El vigor del simbolismo en nuestra propia cultura y la

    indudable presencia de un pensamiento racional en toda

    sociedad invalidan, sin duda, la concepción de una hu-

    manidad primitiva irracional, o por insuficiencia o por

    sistema; pero no por ello invalidan la concepción de un

    simbolismo irracional. La objeción está en otra parte; la

    concepción racionalista peca más por falta de elabora-

    ción que porque ésta sea defectuosa. Estudiar el simbo-

    lismo es postular que constituye sistema y buscar los

    principios que lo rigen. Afirmar que los principios de la

    racionalidad intervienen en él insuficientemente o no in-

    tervienen en absoluto sólo tendría interés si estuviese de-

    22

    23

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    14/96

    finida la racionalidad misma, y en todo caso no equival-

    dría a una definición del mismo simbolismo.

    ¡Ah Una cosa es postular el carácter sistemático del

    simbolismo y otra demostrarlo; una cosa es rechazar en

    principio el criterio de irracionalidad y otra poder pres-

    cindir de él.

    Convivo con los

    dorzé

    de la Etiopía meridional y estu-

    dio su simbolismo. Se me explica cómo cultivar los cam-

    pos. Escucho distraídamente. Se me dice que si el cabeza

    de familia no arroja él mismo las primeras semillas, la

    cosecha será mala. Tomo nota en seguida.

    Miro el bullicio y ajetreo del mercado; el espectáculo

    es agradable y me recuerda el mercado de la

    rue Mouffe-

    tard. Llega un grupo de dignatarios que, sin fijarse en los

    comerciantes, van recorriendo la plaza en sentido inver-

    so al de las agujas del reloj. Pregunto, y me informan de

    que el recorrido solamente pueden hacerlo en esa direc-

    ción. ¿Por qué? Es lo tradicional. Insisto: caminan en el

    sentido del curso del sol; ¿por qué esto? Pues sí, de dere-

    cha a izquierda. Y yo importuno a mis informantes con

    más y más preguntas.

    Mi asistente se declara fatigado a media tarde y se va

    a echar. ¡Qué pérdida de tiempo Al levantarse se siente

    mal y sospecha que alguien le ha hecho mal de ojo. El

    tiempo que me lleve escucharle esto no me parecerá ya

    tan perdido.

    ¿Por qué unas cosas me enfadan, me distraen o me irri-

    tan, y otras me interesan, me atraen y me alegran? Yo sé

    muy bien que la posición genealógica del sembrador no

    influye nada en la germinación de las simientes; que entre

    el trópico de Cáncer y el Ecuador no hay razón ninguna

    para considerar que el sol va de derecha a izquierda más

    bien que de izquierda a derecha; que el ir andando «con el

    sol» le deja al sol indiferente; que recorrer el mercado y

    volver al punto de partida sin haber comprado ni vendido

    nada, sin nada que decir ni escuchar, no es en modo algu-

    no económico; y, en fin, sé que el mal de ojo, el aoja-

    24

    miento, no existe. O, por poner aún otro ejemplo, cuando

    un amigo

    dorzé

    me dice que el embarazo de las mujeres

    dura nueve meses, pienso: «Bien. Lo saben». Cuando

    añade «Pero en tal clan dura ocho o diez meses», pienso:

    «Esto es simbólico». ¿Por qué? Porque es falso.

    Hay que precisar. No todo error me parece a la vez

    simbólico, ni todo discurso simbólico necesariamente

    erróneo. Si, por ejemplo, en vez de decirme que las estre-

    llas son todas pequeñas, los

    dorzé

    me afirman que son

    más grandes que la tierra, que algunas quizá tengan habi-

    tantes, etc., entonces, y sólo entonces, conjeturaría el

    simbolismo. La economía del error no difiere esencial-

    mente de la economía de la inferencia válida. Una y otra

    tienden a dar cuenta de un máximo de datos mediante un

    mínimo de hipótesis, y se someten a la refutación de la

    experiencia; el esfuerzo intelectual, tanto si se logra

    como si fracasa, es racionalmente proporcionado a su

    fin, que no es otro que el conocimiento. Por el contrario,

    el discurso simbólico ignora esta economía; sólo con-

    serva, de la experiencia, un mínimo de fragmentos para

    establecer un máximo de hipótesis, sin cuidarse de some-

    terlas a prueba: si su fin es el conocimiento, entonces el

    esfuerzo intelectual efectuado no guarda proporción ni se

    aplica debidamente.

    Yo anoto, por tanto, como simbólica toda actividad

    en la que los medios puestos en juego me parecen neta-

    mente desproporcionados respecto al fin explícito o im-

    plícito, ya sea este fin de conocimiento, de comunicación

    o de producción; es decir, toda actividad cuya razón de

    ser se me escapa. Abreviando: el criterio que utilizo so-

    bre el terreno es, si se quiere, un criterio de irracionali-

    dad. Y no sé que los demás etnólogos procedan de otro

    modo.

    Una de tres cosas: o bien el criterio de irracionalidad

    no vale para nada,

    y

    creyendo delimitar

    el campo del

    simbolismo no hacemos más que amontonar el baratillo

    de nuestras ignorancias; o bien, como quisieran los es-

    25

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    15/96

    píritus místicos, el criterio de irracionalidad es el bueno,

    y el simbo lismo no con nota discurso científico; o bien el

    criterio de irracionalidad delimita —aunque sea aproxi-

    madamente— el simbolismo sin que por ello lo defina, y

    esto habrá que explicarlo.

    El segundo criterio mantenido —el de que el simbo-

    lismo es lo semiótico menos la lengua— parece hacer jus-

    ticia del primero — del de lo mental menos lo racional. En

    efecto, dícese que no hay simbolismo irracional, sino

    sólo un simbolismo m al interpretado. Esta interpretación

    defectuosa es la primera en acudir a la mente de quien,

    siendo extraño a una sociedad, lo es por tanto a su simb o-

    lismo. Parece irracional, pero no es más que superficial.

    En efecto, junto a su significado o a su destino mani-

    fiesto, los fenómenos simbólicos tendrían una significa-

    ción oculta.

    Según esta concepción, el simbolismo no tiene seña-

    les propias; utiliza como señales unos signos constitui-

    dos en otra parte. Se tiene, pues, un signo, es decir, la

    asociación de una señal y un sentido usual de un signifi-

    cante y un significado) que entra globalmente y en cuanto

    señal en una asociación con un sentido simbólico. El

    error consiste en tomar el sentido usual, que no es aquí

    más qu e un aspecto de la señal, por el único sentido sim-

    bólico pertinente. El simbo lismo es un sistema de signos

    y, por ello, como la lengua propiamente dicha, depende

    de una semiología. Pero, en tanto que la lengua tiene se-

    ñales propias que só lo se definen por su recíproca articu-

    lación y por su referencia al sentido lingüístico, el simbo -

    lismo utiliza como señales elementos, actos o enuncia-

    dos, que existen y se interpretan también independiente-

    mente de él/

    Así un mito se presenta ante todo como un discurso

    ordinario. Para quien conoce la lengua en q ue se le narra,

    no resulta más difícil de parafrasear que cualquier otro

    relato, y su interpretación no plantea ningún problema

    lingüístico

      particular. Pero e sta interpretación lingüística

    no agota su sentido; constituye más bien una señal com-

    pleja que debe ser objeto de una segunda interpretación,

    esta vez simbólica. El sentido m anifiesto y a menudo ab-

    surdo del mito no es m ás que un instrumen to de la signi-

    ficación simbólica.

    Los cultos dedicados a los dioses de un panteón pare-

    cen a primera vista un hom enaje rendido a unos seres so-

    brenaturales cuya existencia ningún dato empírico viene

    a confirmar racionalmente. Pero una interpretación sim-

    bólica mostraría por ejemplo (a la manera de Dumézil)

    que esos dioses funcionan com o señales que, en sus rela-

    ciones recíprocas, tienen po r sentido un con junto de cate-

    gorías mediante las cuales se representan los hombres su

    propia sociedad.

    Podrían multiplicarse los ejemplos, tomándolos de la

    teoría de los tropos, de la teoría de los sueños, d e las lite-

    raturas etnológica, psicoanalítica o semiológica, en las

    que abundan. Es indudable que esta concepción ha per-

    mitido expresar numerosas intuiciones, plantear gran

    cantidad de problemas, sugerir muchas hipótesis. Pero

    sería erróneo creer por eso que haya sido demostrada al-

    guna vez la naturaleza semiótica del simbolismo.

    Con los símbolos sucede igual que con los fantasmas.

    Si éstos hablan y hacen que se muevan las mesas, lo

    cierto es que, por desgracia, no tienen gran cosa que de-

    cir. Si los símbolos significan algo, este algo no son casi

    nunca más que banalidades. La existencia de los fantas-

    mas y la sobreabun dancia de los símbolos son más fasci-

    nantes que sus entecos m ensajes acerca de la lluvia o del

    buen tiempo.

    Si se interpreta, por ejemplo a la manera de Mali-

    nowski (1926) un mito de emergencia de la humanidad,

    rico y complejo, que abarca nacimientos milagrosos y

    otros sucesos inverosímiles, como significando que tal

    clan particular tiene derecho a los privilegios que de he-

    cho ejerce, se plantean más problemas que los que con

    ello se resuelven. El relato ¿ sign ifica ese derecho, o lo de-

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    27

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

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    muestra? Si lo significa, lo que hay, a buen seguro, que

    explicar es por qué no se han contentado con enunciarlo

    (¡tantas sociedades se dan por satisfechas con decir «es

    tradición», «los antepasados lo decidieron así», etc... ),

    por qué se ha recurrido a un discurso largo, complicado

    y oscuro. Por el contrario, si el relato mítico demuestra el

    derecho, entonces la creencia en su verdad desempeña

    un papel fundamental y el problema de la irracionalidad

    no hace sino agudizarse: no sólo lo inverosímil ha de te-

    nerse entonces por verdadero, sino que, además, entre la

    interpretación narrativa y la interpretación simbólica se

    establece una relación deductiva a la que, para ser lógica-

    mente admisible, le falta el que pueda ser generalizada.

    La crítica será más nítida aún si se muestra que vale

    no sólo para la teoría, bastante decepcionante, de Mali-

    nowski a la que acabamos de aludir, sino también para la

    interpretación más rica y más intuitivamente satisfacto-

    ria que jamás se haya dado de la mitología, como es la de

    Claude Lévi-Strauss.

    Si los mitos tienen un sentido simbólico, las proposi-

    ciones que expresan este sentido pueden ser de dos espe-

    cies: sintéticas o analíticas, es decir, pueden incidir so-

    bre el mundo de la experiencia o bien sobre las catego-

    rías del pensamiento. Mientras que sus antecesores vie-

    ron en el contenido simbólico de los mitos la expresión

    de algunas banalidades acerca del mundo natural o

    acerca de la sociedad, Lévi-Strauss ha sido el primero

    que ha explorado sistemáticamente el otro camino» El

    uso ordinario del lenguaje utiliza las categorías para

    enunciar proposiciones acerca del mundo. El pensa-

    miento simbólico, por el contrario, utilizaría proposicio-

    nes acerca del mundo para establecer relaciones entre ca-

    tegorías. De ahí que todos los elementos del mito se ha-

    gan pertinentes desde el momento en que se halle al me-

    nos otro elemento con el que estén en una relación de

    identidad, de implicación o de contradicción. El conjunto

    de estas relaciones analíticas constituiría, si no la totali-

    dad, por lo menos lo esencial de la interpretación simbó-

    lica del mito.

    En la concepción malinowskiana, el mito es dema-

    siado rico con respecto a su interpretación, y esta redun-

    dancia queda inexplicada. En la concepción lévi-straus-

    siana, la redundancia de la señal (el relato mítico) con

    respecto al sentido (la interpretación simbólica) no pare-

    ce rebasar el nivel indispensable a todo sistema de signos

    para que pueda funcionar. Pero la redundancia interna

    en la interpretación simbólica es extrema: las mismas re-

    laciones entre categorías se encuentran ahí cada vez más

    enredadas.

    O bien el sistema de categorías analizadas y reanali-

    zadas a lo largo de los mitos es un subsistema de las ca-

    tegorías del lenguaje, y en tal caso no se ve qué es lo que

    el discurso simbólico añada —con tantos rodeos— a lo

    que todo hablante sabe ya y puede expresar mucho más

    sencillamente; o bien las categorías simbólicas constitu-

    yen un lenguaje propio y este lenguaje no habla sino de

    sí mismo. Sé que la idea de un lenguaje que no hable

    más que de sí mismo seduce a muchos de mis contempo-

    ráneos, pero confieso que, por lo que a mí toca, soy insen-

    sible a sus encantos y no encuentro en ella sino un pícaro

    problema más, en todo caso cuando se trata de un pro-

    ducto de la evolución humana.

    La desproporción entre medios y fin, manifiesta en el

    caso de la mitología, llega a ser exorbitante en el caso del

    ritual. Cuando se sabe cuánto tiempo, cuántas tensiones,

    pasiones y dedicaciones consume necesariamente el po-

    ner en marcha el menor ritual, ¿cómo creer que la incier-

    ta atribución de una interpretación semántica —y por lo

    tanto parafraseable en la lengua ordinaria al precio de un

    gasto de energía comparativamente nulo— podría en

    modo alguno dar cuenta de la naturaleza del fenómeno?

    El argumento según el cual la redundancia del mensaje

    simbólico le daría una fuerza de convicción que el simple

    mensaje lingüístico no tendría, es sólo una petición de

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  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

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    principio. La redundancia por sí sola ha creado, más que

    la convicción, la lasitud, el fastidio.

    Así pues, la concepción semiológica del simbolismo

    no elimina el problema de la irracionalidad: lo único que

    hace es desplazarlo, cambiarlo de sitio. La aparente irra-

    cionalidad del simbolismo no se debe a un error de apre-

    ciación de los hechos ni a faltas de razonamiento, sino a

    una desproporción entre los medios puestos en juego y

    los fines confesados o supuestos: estos fines no explican

    racionalmente aquellos medios. Ahora bien, precisa-

    mente,' según la concepción semiológica, el simbolismo

    pone eh juego unos medios de expresión considerables

    para expresar simplezas o para enredar más aún liosos

    juegos de palabras...

    Hasta aquí he mó-

    strado que la concepción según la

    cual los fenómenos simbólicos tendrían una significación

    propia elude pero no resuelve el problema de la irracio-

    nalidad. Hay algo más grave: ¿puede decirse útilmente

    que los símbolos significan?

    La palabra «significación» tiene tantas significaciones

    que es todo un embrollo el que resulta cuando no se

    puede dejar de utilizarla. Se dice indiferentemente que la

    palabra

    luna

    significa la luna, que « ¡tipejo » significa

    desprecio, que la fiebre significa enfermedad y que la

    elección de nuevo presidente no significa nada bueno. Se

    confunde la significación con la referencia, la significa-

    ción y la connotación, la significación y el diagnóstico, la

    significación y el pronóstico, y me da igual. Pero lo que

    pueda confundirse sin gran perjuicio en el hablar ordina-

    rio debe ser cuidadosamente distinguido en la exposición

    filosófica o científica. En esta última es preciso no intro-

    ducir la noción de significación sin haberla circunscrito

    suficientemente, sin haber patentizado que se aplica bien

    y que permite efectuar un trabajo mejor.

    La única disciplina en que la noción de significación

    responde (y tampoco siempre) a estas condiciones, es la

    lingüística. Considérense, p. ej., las siguientes frases:

    30

    (1) (a) Julieta es más querida por mí que Justina.

    (b)

    Julieta es más querida por mí que por Justina.

    (c)

    Yo quiero más a Julieta que Justina.

    (2) (a) José es el marido de mi tía.

    (b)

    José es mi tío.

    (c)

    El marido de mi tía es mi tío.

    (3) (a) José es el marido de mi tía.

    (b)

    José es soltero.

    (c)

    El marido de mi tía es soltero.

    Todo el que hable nuestro idioma, sin saber nada ni

    de la gente de que se habla, ni de la persona que habla

    diciendo eso, sabe no obstante que no se puede afirmar

    (1-a) y negar (1-c), ni afirmar (1-b) y negar (1-c), que se

    puede afirmar (1-c) y negar ya sea (1-a) ya sea (1-b), pero

    no las dos a la vez. Sabe, por tanto, que (1-c) tiene dos

    significaciones, de las que (1-a) y (1-b) son respectiva-

    mente las paráfrasis. Sabe que no se puede afirmar (2-a)

    y negar (2-b), o, lo que viene a ser lo mismo, que (2-c) es

    verdad en virtud de su sola significación; es una tautolo-

    gía analítica. Sabe también que no se puede afirmar si-

    multáneamente (3-a) y (3-b), o, lo que viene a ser lo mis-

    mo, que (3-c) es falso por su sola significación: es una

    contradicción analítica.

    Una teoría del lenguaje ha de dar cuenta de este tipo

    de intuiciones compartidas por todos los hablantes. Estas

    intuiciones versan sobre relaciones entre frases o entre

    elementos de frase. La existencia de estas relaciones sis-

    temáticas justifica la adopción de un concepto teórico,

    el de significación. Así como la noción de temperatura,

    utilizada en el lenguaje corriente como si designara un

    aspecto sensible de todas las cosas, no cobra un sentido

    preciso y útil más que si se la refiere, por ejemplo, a la

    relación entre la altura variable de una columna de mer-

    curio

    y

    una escala fija que sirve para medir ésta, así tam-

    bién la noción de significación sólo adquiere estatuto

    científico al referírsela a las relaciones intuitivamente

    31

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    18/96

    p

    erci

    bida

    s en

    tre u

    nos 

    sign

    os, 

    es de

    cir,

     enp

    arti

    cula

    r, de

     

    pará

    fras

    is o 

    de a

    nali

    ticid

    ad; 

    desc

    ribir

     el s

    enti

    do d

    e un

    a

    fra

    se

    o de

     una

     exp

    resi

    ón)

    no e

    s sin

    o p

    ropo

    rcio

    nar

    los

    m

    edi

    os de

     ide

    ntifi

    car

    esas

     rela

    cion

    es.

    Par

    a qu

    e do

    s fra

    ses

    no p

    uedan ser consideradas ya

    com

    o p

    aráfr

    asis

     o do

    s ex

    pres

    ione

    s com

    o s

    inón

    imas

      bas

    ta

    con

    que

    exis

    ta un

     con

    text

    o en

     el q

    ue  a

    l su

    stitu

    ir un

    a po

    r

    ot

    ra, s

    u va

    lor d

    e ve

    rdad

     qu

    ede a

    fect

    ado.

     Así

    : «M

    i tío

    » y

    «El

     mar

    ido

    de m

    i tía

    » e

    xpre

    sion

    es eq

    uiva

    lent

    es e

    n gra

    n

    núm

    ero 

    de co

    ntex

    tos

    no l

    o so

    n ya

    en lo

    s ca

    sos s

    igui

    ente

    s:

    4

    ) a)

     Mi

     tío

    es so

    lter

    o.

    b)

    El m

    arid

    o d

    e mi

     tía

    es so

    lter

    o.

    4-b

    ) es

     con

    tradi

    ctor

    ia, m

    ien

    tras

    que

    el va

    lor

    de v

    erda

    d

    de

    4-a)

     dep

    end

    e de

    l est

    ado

    civil

    P

    ara

     que 

    una 

    fras

    e no 

    pued

    a se

    r ya

     con

    sider

    ada 

    com

    o

    an

    alític

    a, b

    asta

    conc

    ebir

     dos

     uni

    vers

    os e

    n los

     que

     su v

    a-

    lo

    r de

    verd

    ad c

    amb

    ie si

    n qu

    e su

     sign

    ifica

    ción

     se

    encu

    en-

    t

    re af

    ecta

    da. A

    sí: «

    El c

    aba

    llo e

    s un 

    anim

    al»

     es v

    erda

    d en

     

    todos los universos, incluso en un universo en el que no 

    ex

    istie

    ran

     los c

    aba

    llos

    cf.

    «el u

    nico

    rnio

     es u

    n an

    ima

    l»),

    mie

    ntra

    s qu

    e «e

    l cab

    allo

     es u

    n an

    ima

    l dom

    ést

    ico»

     no s

    e-

    ría

     ver

    dad

     en u

    n u

    nive

    rso

    en e

    l que

     tod

    os l

    os c

    abal

    los

    fu

    esen

     salv

    ajes

    . Re

    sum

    iend

    o: la

     pará

    fras

    is no

     deb

    e af

    ec-

    tar

     al v

    alor

    de v

    erda

    d de

    l con

    text

    o en

     que

     se i

    nser

    ta y

     el

    cont

    exto

     no d

    ebe

     afec

    tar a

    l va

    lor d

    e ve

    rdad

     de l

    a tau

    tolo

    -

    g

    ía o 

    de la

     con

    trad

    icci

    ón a

    nalí

    tica.

     

    Tales condiciones puestas a la interpretación y al em-

    pleo

     de

    la no

    ción

     de s

    igni

    ficac

    ión

    no s

    on e

    n mo

    do a

    lgun

    ar

    bitra

    rias

    . Est

    án m

    otiv

    ada

    s po

    r la

    nece

    sida

    d de

     des

    cri-

    bir a

    decu

    ada

    men

    te la

    s int

    uicio

    nes

     siste

    mát

    icas 

    de lo

    s ha

    -

    bla

    ntes

    . Dis

    pón

    ese 

    de o

    tras 

    intu

    icion

    es s

    obre

     las

     fras

    es

    que

     el le

    ngu

    aje 

    corri

    ente

     des

    crib

    e tam

    bié

    n en

     térm

    ino

    s

    de

     sig

    nific

    ació

    n. A

    sí la

     con

    trad

    icció

    n: «

    el m

    arid

    o de

     mi

    tía

     es s

    olte

    ro» 

    pued

    e se

    r co

    mpr

    endi

    da c

    omo

     que

    rien

    do 

    decir que mi tía está de viaje. Pero, si se quiere analizar 

    est

    a int

    erpr

    etaci

    ón,

    sería

     equ

    ivoc

    ado

     pos

    tular

     par

    a «so

    l-

    tero»

     un

    a seg

    und

    a sig

    nifi

    cació

    n q

    ue fu

    ese

    «ma

    rido

     cuy

    a

    e

    spo

    sa e

    stá 

    ause

    nte»

    . E

    n es

    te ca

    so,

     por

     una

     par

    te e

    l

    e

    fec

    to de

     iro

    nía

    del

    que

    se tr

    ata

    prec

    isam

    en

    te de

     dar

     

    cue

    nta s

    e ha

    bría

    perd

    ido

    por

    com

    pleto

      y 

    por otra parte

    «Fu

    lano

     es s

    olte

    ro»

    jamá

    s ex

    clui

    ría q

    ue F

    ulan

    o es

    té c

    a-

    sa

    do.

     Nin

    gun

    o de

     los

     efe

    ctos

     exp

    resi

    vos

    de e

    ste

    tipo

    p

    ued

    e an

    aliza

    rse s

    i no

     se t

    iene

    en c

    uent

    a la

    sign

    ifica

    ción

     

    en

     el

    sent

    ido p

    rec

    iso e

    n qu

    e se

     la

    ha c

    ircu

    nscr

    ito p

    ara

    mo

    stra

    r en

     qué

     se a

    part

    a de

     este

     sen

    tido

     el e

    fect

    o bu

    s-

    ca

    do.

    Hay

    , pue

    s, d

    e tod

    os m

    odo

    s, p

    or lo

     me

    nos

    dos

    no-

    cion

    es b

    ien 

    disti

    ntas

    , y e

    l afá

    n de

     cla

    rida

    d ex

    ige q

    ue s

    e

    las designe diferentemente.

    Sin

    pará

    frasi

    s y a

    nali

    ticid

    ad 

    y otr

    as re

    laci

    ones

     intu

    i-

    tiva

    men

    te pe

    rcib

    idas

     que

     aqu

    í pas

    o po

    r alt

    o cf

    . J.J.

     Kat

    z

    197

    2),

    no h

    ay s

    igni

    ficac

    ión

    . ¿Se

     da,

     pue

    s, p

    aráfr

    asis

     o 

    a

    nali

    ticid

    ad e

    n el

     sim

    boli

    smo

    Si la

     sim

    boli

    zaci

    ón f

    uese

     una

     form

    a d

    e sig

    nifi

    cació

    que

     no

    difir

    iera

    de la

     sig

    nific

    ació

    n de

    l len

    gua

    je m

    ás qu

    p

    or e

    l tip

    o de

     seña

    les q

    ue e

    mp

    lea  y

     si e

    l co

    njun

    to d

    e los

     

    símbolos  de una cultura determinada) constituyese un 

    le

    ngu

    aje,

     deb

    ería

     pod

    erse

     sus

    titu

    ir sis

    tem

    átic

    ame

    nte

    cie

    rtos

     sím

    bolo

    s si

    mple

    s o 

    com

    plejo

    s p

    or ca

    da s

    ímb

    olo 

    en

     todo

    s lo

    s con

    text

    os c

    omo

     se p

    ued

    e en

     la le

    ngu

    a ree

    m-

    pla

    zar

    una

    pala

    bra p

    or u

    na d

    efini

    ción

    . O b

    ien

    si se

     con

    si-

    d

    era q

    ue l

    os sí

    mbo

    los s

    igni

    fican

     sin

     con

    stitu

    ir po

    r ell

    o un

     

    len

    guaj

    e pr

    opio

    , se 

    debe

    ría p

    ode

    r su

    stitu

    ir la

     exp

    resió

    n

    v

    erba

    l de

     sus

    igni

    fica

    ción

    , sin

     que

     est

    as s

    ustit

    ucio

    nes

     

    afectaran, a buen seguro, al sentido global. Todo aquel

    que 

    se h

    aya 

    inte

    resa

    do a

    lgun

    a ve

    z po

    r lo

    s fe

    nóm

    eno

    s

    si

    mbó

    licos

     sab

    e qu

    e su

     inte

    rpre

    taci

    ón d

    epen

    de d

    el c

    on-

    te

    xto

    y qu

    e cu

    alqu

    ier s

    usti

    tució

    n ge

    nera

    lme

    nte

    la m

    odi-

     

    fic

    a. Y

     aun

     si s

    e die

    ran

    caso

    s de

     sím

    bolo

    s cu

    ya in

    terp

    re-

    tac

    ión f

    uese

     esta

    ble e

    n to

    dos

    los c

    onte

    xtos

      o b

    ien c

    onte

    x-

    tos

     en l

    os q

    ue u

    na su

    stitu

    ció

    n no

     afec

    tase

     a la

     inte

    rpre

    ta-

    c

    ión 

    simb

    ólic

    a glo

    bal

      ¿cu

    ándo

      de

     sati

    sfac

    erse 

    esta

    s dos

     

    condiciones a la vez, podría hablarse de sinonimia o de

    3

     

    33

  • 8/19/2019 Sperber, Dan - El Simbolismo en General

    19/96

    p

    ar

    áfr

    as

    is?

     E s

    ta

     s e

    ría

    , d

    e t

    od

    os

    mo

    do

    s,

    la

    ex

    cep

    ci

    ón

     y  

    no

     

    l

    a r

    eg

    la,

     y 

    la 

    sig

    ni

    fic

    ac

    ión

     n

    o p

    od

    ría

     te

    ne

    rs

    e p

    or

     in

    trí

    n-

    s

    eca

     a

    la

    sim

    b

    oli

    za

    ció

    n./

     

    I

    ma

    ne

    nse

     d

    os

     m

    ito

    s a

     lo

    s q

    ue

     se

     di

    er

    a la

     m

    is

    ma

     in

    -

    t

    er

    pre

    ta

    ció

    n, 

    po

    r e

    jem

    p

    lo

    , q

    ue 

    fu

    nd

    am

    en

    tan

     e

    n d

    er

    ec

    ho

     

    los privilegios de un determinado c

    la

    n. 

    ¿S

    e d

    irí

    a e

    nt

    on

    -

    c

    es

     d e

     a l

    gu

    ien

     q

    ue  

    rec

    on

    oc

    ies

    la  v

    er

    da

    d d

    un  

    mi

    to  

    pe

    ro  

    no

     l a

     d

    el o

    tr

    o, 

    que

     e

    se  

    alg

    ui

    en  

    se  

    co

    ntr

    ad

    ice

    ? ¿

    O

     q u

    e s

    ól

    o

    co

    mp

    re

    nd

    e a

     m

    ed

    ia

    s e

    l s

    im

    bo

    lis

    m

    o d

    e

    su

    cu

    ltu

    ra

    ? S

    e-

    g

    uro

     q

    ue

     no

    ; n

    i h

    ay

     p

    ará

    fr

    asi

    s e

    nt

    re 

    est

    os

     m

    ito

    s, 

    ni,

     po

    r

    l

    o t

    an

    to,

     co

    nt

    rad

    ic

    ció

    en

     es

    tas

     cr

    ee

    nc

    ias

     o

    pu

    est

    as

    .

    L

    co

    nc

    ep

    ció

    n

    de 

    vi

    -St

    rau

    ss

     pl

    an

    tea

     a

    lgu

    no

    s p

    ro

    -

    ble

    m

    as  

    s i

    nt

    ere

    san

    te

    s.  

    Seg

    ún

     e

    lla

    , el

     p e

    ns

    am

    ie

    nto

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    -Strauss   son de h omología y 

    n

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     qu

    sug

    iere el estudio del lenguaje, ni a nin-

    gu

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    te,

     es

    cribe: «Cuando hablamos de la 

    4

     

    sig

    nif

    ica

    ci

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    ac

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      2

    ) l

    a significación operacional; y 3) la sig-

    n

    ifi

    ca

    ció

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    al

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    19

    67

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    La

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    so

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    etc

     

    p.

     51

    ).

    La

     «

    sig

    nif

    ica

    ci

    ón

     po

    sic

    io

    na

    de

    pen

    de

     d

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    re-

    lac

    io

    ne

    s e

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    uc

    tur

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    s q

    ue

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    s

    sím

    b

    olo

    s m

    a

    nti

    en

    en

     en

    tre

     

    ellos.

    L

    a

    sig

    ni

    fic

    ac

    ión

     ex

    eg

    ét

    ica

     co

    m

    po

    rta

     ad

    em

    á

    s t

    res

     as

    -

    pe

    ct

    os:

     u n

     a

    spe

    ct

    o «

    no

    m

    ina

    l»  

    qu

    e d

    ep

    en

    de

     d e

     l a

    s a

    so

    cia

    -

    c

    ion

    es

     de

    l n

    om

    b

    re

    de

    l s

    ím

    bo

    lo;

     un

     as

    pe

    cto

     «

    su

    sta

    nc

    ial

    »,

    q

    ue

     d e

    pe

    nd

    e d

    las

     p r

    op

    ied

    ad

    es

     n a

    tu r

    ale

    y m

    at

    er i

    ale

    s d

    l

    os

     ob

    je

    tos

     ut

    ili

    zad

    os

     co

    m

    o s

    ím

    bo

    lo

    s; f

    in

    alm

    en

    te

    , u

    n a

    s-

    p

    ec

    to

    «te

    cn

    oló

    gi

    co»

     

    ar

    ti f

    act

    ua

    l]

    e

    el

    cas

    o

    de

     sí

    mb

    ol

    os

     

    fab

    ric

    ad

    os

      v

    éa

    se

    tam

    b

    ién

     T

    ur

    ner

    , 1

    96

    9:

     pp

    .1

    1-1

    3)

    Este inventario de las propiedades de los símbolos,

    q

    ue

     T

    urn

    er

     de

    sa

    rro

    lla

     e

     ilu

    str

    a,

    es

     sin

     d

    ud

    a ú

    til

    ; s

    ub

    ray

    a

    d

    is

    tin

    cio

    ne

    s g

    en

    er

    alm

    e

    nt

    e p

    oc

    o a

    te

    nd

    ida

    s.

     Re

    su

    lta

     p

    or

    el

    lo  

    s p

    ar

    ad

    óji

    co

     v e

    r q

    ue

    , a

     m

    ed

    ida

     q u

    se  

    mu

    lti

    pli

    ca

    y a

    fin

    an

     la

    cat

    eg

    orí

    as

     de

    sc

    rip

    tiv

    as

    , e

    l c

    on

    cep

    to

     m

    ism

    o

     

    de

     sig

    ni

    fic

    ac

    ión

     s e

     d

    isti

    en

    de

    , en

     e

    ste

     es

    tud

    io

    , h

    ast

    a e

    ng

    lo-

    ba

    r si

    n d

    is

    cri

    mi

    na

    ció

    tod

    as

     l a

    s p

    rop

    ie

    da

    des

      c

    on

    ceb

    ib

    les

     

    d

    e

    los

     sí

    mb

    ol

    os

    , p

    or

     m

    ás

    he

    ter

    og

    én

    ea

    s q

    ue

     se

    an

    .

    Esta v aguedad en e l e mpleo d e «significación», parti-

    cu

    lar

    me

    nt

    e l

    lam

    a

    tiv

    a e

    n T

    u

    r