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Toribio, veinte años después Publicado por Maria Teresa Herran 12/11/2014 jueves, 4 de diciembre de 2014 Nosotros ya estamos en posconflicto” Mural de Jafeth, Casa cural Veinte años después de haber viajado a Toribio cuando escribía una novela sobre el Padre Álvaro Ulcué Chocué, asesinado hace treinta años, busco su huella. Quiero saber qué ha pasado desde entonces y quiero saber también cómo ha transcurrido su tercera vida, el rastro entremezclado que deja la muerte ofrendada por el líder indígena y sacerdote. Un episodio de la llamada guerra ha postergado el plan inicial de asistir a la conmemoración de ese aniversario. Dos indígenas de la Guardia Nasa han muerto por las balas de otros indígenas de las FARC, por haberse opuesto a que se pusieran avisos del también muerto Alfonso Cano. La guerra se ha vuelto eso: matarse unos a los otros mientras, allá en la Habana, las negociaciones parecen no tener más cronograma que la lentitud y más luz que los reflectores mediáticos.

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Toribio, veinte años después Publicado por Maria Teresa Herran 12/11/2014 jueves, 4 de diciembre de 2014

Nosotros ya estamos en posconflicto”

Mural de Jafeth, Casa cural

Veinte años después de haber viajado a Toribio cuando escribía una novela sobre el Padre Álvaro Ulcué Chocué, asesinado hace treinta años,

busco su huella. Quiero saber qué ha pasado desde entonces y quiero saber también cómo ha transcurrido su tercera vida, el rastro entremezclado que deja

la muerte ofrendada por el líder indígena y sacerdote.

Un episodio de la llamada guerra ha postergado el plan inicial de asistir a la conmemoración de ese aniversario. Dos indígenas de la Guardia

Nasa han muerto por las balas de otros indígenas de las FARC, por haberse opuesto a que se pusieran avisos del también muerto Alfonso Cano. La

guerra se ha vuelto eso: matarse unos a los otros mientras, allá en la Habana, las negociaciones parecen no tener más cronograma que la lentitud y más luz

que los reflectores mediáticos.

Sede dela Guardia Indígena

La comunidad y la Guardia Indígena, con el carácter invencible de una voluntad colectiva desarmada y dispuesta a morir por ella, rastrearon a los

que habían disparado hasta localizarlos, juzgarlos, condenarlos a 60 años y remitirlos a Popayán. ¿Resultado? En la lejana Bogotá, da

para macabro chascarrillo de periodistas y políticos: “ojalá fuera tan expedita la justicia en Colombia”. Aquí, en cambio, solo la tensión del ambiente empieza

a mostrarme la primera faceta del llamado posconflicto: las ideas generales plasmadas en los acuerdos deben llegar hasta los focos reales de esa

Colombia tan grande y diversa, tan contradictoria y maltratada.

Desde el aeropuerto de Cali, y hacia la cordillera, recorro un mar verde de caña. Kilómetros y kilómetros interminables que se han tragado al Valle y a los seres humanos. Los todopoderosos ingenios, escondidos de la

carretera, son invisibles, pero siempre presentes. Cali les debe mucho, pero el resto, muy poco. Terminaron por recortar los resguardos y los territorios afros,

empujándolos hacia las altas montañas. El Minuto de Dios les agradece por televisión, pero Dios, no lo creo.

Quienes predican las bondades agroindustriales sin más contemplación que el

desarrollo económico, ¿habrán hecho un examen de lo que ello implica para las comunidades? Tampoco lo creo.

Dejamos Puerto Tejada y Villarrica, pueblos afro. El air está pesado de

humedad y de tierra caliente. Luego llegamos a Caloto, donde crecieron, gracias al plan Páez, fábrica de pañales, productos químicos, y en donde, me

dicen, a pesar de las promesas, se contrata a gente de Manizales y de Cali; de Santander, pero no de Quilichao. Una nueva inquietud: ¿Qué implica la

desmovilización? ¿Basta con espichar un botón para que la reinserción a la vida civil se haga en un santiamén? ¿Qué van a aprender los chicos que se enrolaron por maltrato familiar o por desempleo? ¿Qué queda cuando ya no

tienen importancia las ideologías políticas sino sus mañas, como, por ejemplo, manipular a los medios?

Poco a poco desaparecen los últimos coletazos de la caña invasora. Dejamos la

finca Emperatriz y su macabra historia de masacres, ahora con caña y ganado, cercana a la base militar. La vereda afro el Robledal, en las estribaciones del

territorio indígena, me empieza a mostrar una tercera faceta del pos conflicto

: dos etnias unidas por un destino de esclavitud y desesperación, que poco se mezclan pero que – luz de esperanza- van a veces resolviendo sus conflictos de

tierras, porque se han dado cuenta de que a la brava nada se logra. ¿Será esta la solución?

La "chiva Bomba". ¿Superar sin olvidar?

Subimos con una velocidad, impensable veinte años atrás, por la ruta antes destapada y ahora pavimentada, que serpentea, descubriendo el terciopelo

verde claro de la cordillera. Pero los de peligro anuncian también que, por el invierno, la naturaleza se traga a dentellazo limpio pedazos de calzada, como si

no quisiera que se conectaran los pueblos altos con el mal desarrollo del Valle y las desigualdades que arrastra.

Las montañas quieren recuperar lo que les ha quitado el asfalto desde el 2005, el mismo año en que la FARC hizo estallar la "chiva” bomba, que no sólo destruyó la estación de policía, sino parte de la sacristía de Toribio.

Llueve. Cruzamos el río Palo, que desemboca en el Cauca y, antes, se engorda

con los ríos San Francisco, Tacueyó y Toribío. Un río mancillado ahora por los febriles buscadores de oro, no solo individuales, sino de

poderosas multinacionales al acecho, como la AngloGold Ashanti, que solo la impenetrable terquedad de los Nasa ha logrado trancar, impidiendo que

expolien sus territorios. Y seguimos serpenteando, a través de ese verde de todos los verdes como diría Aurelio Arturo, un verde que parece tan

apacible, mientras cruzamos la quebrada que marca el límite entre Toribio y Caloto.

Coca, pero también marihuana

En los dos enormes municipios, se entremezclan cultivos de lo legal y lo ilegal. Me cuentan que en tiempos de sol, La marihuana, ahora en auge, se seca en la

vía pavimentada, a los ojos de todo el mundo. Los indígenas jóvenes son desmoñadores, como antes se hablaba de los raspachines. Me extraña

que en los medios bogotanos o caucanos nadie hable de esa nueva bonanza, la de la marihuana, menos interesante para los Estados Unidos, pero de

consecuencias quizás más difusas e impredecibles. Aquí se acepta - como en otros puntos de la geografía colombiana se aceptó la coca- algo que no es tema inmediato de conversación, un mal inevitable que da empleo y que

lleva aún a considerarse como parte del paisaje. En la montaña se ven los “invernaderos”, ahora a plena luz del día, como si fueran floricultura.

Reemplazan los escondidos laboratorios. De noche, me describen en un tono acostumbrado a ver el paisaje circundante, “se prenden como lucecitas y los

alrededores de Toribío parecen un pesebre”.

Surge entonces la cuarta inquietud: ¿Cómo desentrañar las ambiciones voraces de los que se lucran mafiosamente del negocio? Nuevamente, la voluntad de los

Paeces de sacar esa plaga, me anima, con todo y que parte de sus integrantes ha caído en la tentación de esa nueva esclavitud.

Por lo pronto, llego a Toribío, con la bienvenida de un aviso que señala que ahora “es digital”.

Toribío vive digital

¿Qué trae uno de los pocos adelantos tecnológicos que conecta a ese

pueblo hundido en las entrañas de la cordillera, abandonado su suerte, pero en el que aparecen en las tiendas los letreros que anuncian venta de minutos y

en el que el celular es de uso cotidiano? Aquí como en Cafarnaúm, la tecnología es solo un vehículo y su buen o mal uso es propio de los seres

humanos. En todo caso, junto con la radio, ha servido de medio esencial de comunicación para que el pueblo Nasa reaccione como lo hizo con el indignante asesinato por las FARC de dos de los miembros dela Guardia

Indígena. .

Llego a una escena que me parece familiar. Están en misa en la Iglesia. Casi todos indígenas, como antes, pero ahora sus mujeres ya no usan faldas

cortas y amplias, sino bluyines ajustados. Consultan sus móviles o tienen actitudes menos dependientes.

Salgo y recorro las calles , en las que veo a la gente , impasible, que me

mira sin mirarme, pero a sabiendas que soy una extraña. Abundan las motos. Muchas motos, conseguidas por el camino ilegal que no necesita papeles.

De pronto, uno a uno, me asombra el rastro multicolor de una

solidaridad artística , iniciativa internacional : brigadas de pintores chilenos, holandeses, y de otras nacionalidades se dedicaron a adornar los muros de las

casas del pueblo, no como un pesebre , sino como el testimonio vivo de la existencia de una cultura que lucha por sobrevivir. Tuvieron que salir a la carrera cuando se presentó el incidente, uno más de los que muestran que la

calma es solo aparente.

Artistas holandeses y chilenos entre otros mostraron su solidaridad

Pero a los testimonios de los muros del pueblo se une otra sorpresa , en el

propio presbiterio, los murales del pintor Jafeth Gómez : en forma magnífica relata la historia y el mensaje del Padre Ulcué ,que sobrevive también

gracias a la presencia de sacerdotes misioneros Consolatos que han contribuido a mantener el mensaje pero que guardan la discreción y la humildad de los que se comprometen a fondo con sus semejantes .

Y me sigue sorprendiendo Toribío, ahora más que hace veinte años:

Por un lado, la digna tenacidad de una etnia Páez que ha sabido darle a la paz una realidad territorial sin más armas que bastones con cintas de colores y la

invencible certeza de que su fuerza radica en mantenerse como un solo bloque, inspirado por líderes y por la presencia del Padre Ulcué en su

tercera vida .

Por el otro lado , la fractura de las familias, el maltrato familiar, el

reclutamiento de los jóvenes , el auge de los atracos, el pulpo de mil cabezas ahora liderado por nuevas generaciones de mafiosos, un par de pick

up estridentes desde inconfundibles camionetas que se instalan a una cuadra de

la plaza frente a sitios de venta de licores y de música norteña. Una nueva generación que vuelve aparceros o jornaleros de la marihuana o de la coca

a jóvenes indígenas y campesinos, o les paga a los habitantes de las montañas para que siembren y cosechen. Percibo que La Habana está muy lejos.

todos se miran con desconfianza

En un ángulo cruzo a tres soldaditos solitarios , jóvenes que son mirados con

desconfianza, como bien lo dijo el general Alzate, y que en este caso , desperdician su juventud en circunstancias ambiguas. Sé, por otros

testimonios, que los ojos invisibles de los milicianos de la FARC condena por sapas a las que se metan con ellos. No las matan, pero las intimidan.

Pero las veredas de Toribio son también cicatrices: Tacueyó, Santo domingo, la Cruz, Belén, la Mina, cerró Verlín. Cicatrices de esfuerzos frustrados, de culturas

resquebrajadas, de odios acumulados, de silencios que son en sí mismos constancias.

Y recojo en Toribio, la frase que es una advertencia y una premonición:

“Nosotros aquí ya estamos padeciendo el pos conflicto”. Aumento de los atracos, asesinatos, inseguridad, amenazas, milicianos que se confunden con la población

y reparten comunicados en la penumbra de la noche que todo el mundo lee, pero sin que nadie se entere, amenazas imperceptibles con las que se tiene que

convivir.

Aquí, no creemos en el proceso de paz, me dicen algunos. Con el frente sexto allá arriba- y me señalan la cordillera cercana-, con la

bonanza de la marihuana, con las ONG internacionales que imperceptiblemente se retiran de ese foco de violencia.

Aquí, donde el cuarenta por ciento de las FARC es indígena, no se

hacen teorías sobre el diálogo o la constituyente.

Aquí no se cree en los diagnósticos sino que se viven. Día a día se apagan los incendios. Aquí, dos jóvenes indígenas que

aparecen muertos y que sus familiares entierran sin preguntar mucho y, sobre todo, guardándose la tragedia.

Aquí, con una innegable mejoría en salud y educación, con una serie de alcaldes Nasa que vencieron a la politiquería, que representan el

mensaje del proyecto NASA ideado por el padre Ulcué, pero un Toribío cuyos habitantes están subsidiados en un ochenta por ciento por

un estado sin duda mucho más presente que hace veinte años.

El mural completo

Por eso, como me lo expresa un anciano sabio “El problema es recibir gratis

lo que costó tanto. Si uno no abre espacios, si uno no quiere luchar, la vulnerabilidad aumenta”. En ese sentido, la fortaleza de la Guardia Indígena,

de los cabildos y de los hombres y mujeres que creen en su destino común es un emblema que plasma otra frase de

Ulcué Chocué : “si no queremos agonizar, no nos instalemos.

Como en el mural que lo recuerda, la tercera vida del Padre Álvaro Ulcué se ramifica, se consolida , se aglutina , se reproduce en la unión de los cabildos de Norte del Cauca y con otras comunidades amenazadas, en el espíritu de la

reacción de supervivencia colectiva, en la necesidad de revisar el proyecto de vida.

“SOY, PORQUE SOMOS”

El poder de los bastones de la Guardia

Cuando le pregunto a un miembro – amenazado- de la Guardia Indígena Nasa, por qué no se dedica a otra labor, es contundente:

-Porque si me voy de la Guardia, me matan. Su respuesta, en una sociedad individualista, puede parecer egoísta. En una comunidad sólida - a pesar de sus quebrantos- como la Nasa, cuando observo la dignidad del Guardia que así me habla , el sentido es muy distinto: encuentra en la valoración colectiva e pertenencia el fortalecimiento y el apoyo a su propia valentía.

“Soy porque somos”- decía el asesinado padre Álvaro Ulcué Chocué, como ahora también lo sienten los liderazgos de la comunidad.

La libertad cuesta (mural de Jafeth)

Por eso, el bastón de cedro y sus cintas de colores tienen una simbología tan fuerte, que ha sido capaz de imponerse no solo a las FARC sino, también, a los paramilitares y a los militares. No se ha impuesto, en cambio, a los cultivos de marihuana, por una razón sencilla: porque se han ido infiltrando insidiosamente en la comunidad, como los milicianos de las Farc (“dos o tres por cada vereda”, -me dicen), o como las consecuencias del asistencialismo estatal, que empiezan a preocuparlos.

Sobre la marihuana, que los jóvenes han empezado a consumir y que se ha vuelto un cultivo a cielo abierto sin connotaciones morales, no se debate aquí si es o no medicinal: es una evidencia. Me pone de presente que el problema no es ya de conexidad política, como lo quiso plantear la chispita mariposa lanzada por Santos en su entrevista de RCN. En muchos sitios urbanos pero, sobre todo rurales, es una conexidad social.

A diferencia de la coca y para Estados Unidos, la marihuana está en transición, puesto que ha sido legalizado su cultivo en varios

estados norteamericanos. Pero aquí, en este Toribío que reencuentro después de veinte años, las mafias de afuera (que empezaban a gestarse, en ese entonces, coligadas con el paramilitarismo) convertidas hoy en bandas criminales, son ahora las que ponen el precio, las que pagan a los jornaleros y a los cultivadores que han caído en la tentación.

Mujeres y paz

En veinte años, estos y otros quebrantos se han multiplicado

tanto como las evidentes fortalezas- mejoramiento del nivel educativo, apoyo estatal en salud con una EPS indígena, ejercicio a lo largo de 19 años de alcaldías indígenas sin corrupción, después del clientelismo y la corrupción de las alcaldías de los partidos políticos en el pasado.

Los Consolatos han sido fundamentales

Pero, sin duda, hay grietas que se van abriendo entre los más ricos y los más pobres, aunque sin la desigualdad general en Colombia, y con una diferencia: en vez de pelear , terminan aglutinándose cuando la comunidad está en riesgo. Así sucedió luego de que asesinaran en noviembre a dos miembros de la Guardia Indígena.

Ayer como hoy, sigo admirando la discreción del apoyo de los misioneros Consolatos, aunque han crecido también otras religiones cristianas. También – y a eso vine- observo que el rastro del Padre Ulcué Chocué se ha proyectado de variadas maneras. Algunos rechazan su faceta de sacerdote y prefieren resaltar su liderazgo Páez. Otros también lo consideran “políticamente” muy tímido. Pero para todos es un referente indispensable como lo es Quintín lame, y como lo son otros sacrificados – Cristóbal, Ezequiel- por la causa indígena. También, incuestionables, el fortalecimiento organizativo de los cabildos del Norte y del CRIC, la multiplicación

en los resguardos de programas concretos del proyecto Nasa,

la Asociación de Cabildos del Norte del Cauca ACIN.

“Ahora es imposible retroceder a lo que había antes”- me resumirá luego con evidente alivio el padre Etzio, cuando le pregunto qué ha cambiado en estos treinta años.

¿CÓMO ES UN PROYECTO DE VIDA COLECTIVO?

Gran cambio: mujeres en la Guardia

Cuando hablo con los unos y con los otros surge una inquietud: ¿Cuál será el referente en el posconflicto que se cocina en la Habana? Mientras aquí en Toribío la política es secundaria, en Habana, todo parece en fin de cuentas girar alrededor del poder político tradicional: una constituyente, un referendo, qué miembros de las FARC podrán ser candidatos. Y dentro de poco, todo girará alrededor de una justicia transicional, todavía mal definida, de perdones colectivos como el que se planeó para el 9

de diciembre, cuya validez queda por demostrar.

El proyecto Nasa sigue dinamizando

De allí otra diferencia que me suscita Toribío. Durante tres días en Cecidichttp://bit.ly/1z7OGmp y en sus resguardos se reunieron los indígenas de Toribio, Tacueyó y San Francisco con una finalidad que el eufemismo de la paz no contempla: revitalizar el proyecto colectivo de vida. No para mañana, ni para pasado mañana, no con la inmediatez de unos acuerdos todavía teóricos, sino desde “el adentro” de lo colectivo, en el marco de la conmemoración de los treinta años del asesinato de Álvaro – como lo llaman a veces- y para abordar problemas concretos.

Casi todos son jóvenes

Con esta constatación se inicia el evento, citado para las 10 de la mañana pero que apenas arranca al mediodía, con el ritmo propio de la lentitud indígena, que es también una de sus fortalezas.

-“Hay dificultades que necesitamos volver a pensar con la

comunidad, que es lo que las familias están demandando en las veredas: la parte humana, el reencuentro de la armonía y equilibrio, de nuestros valores”- dice un orador.

“Nosotros no podemos negar que vivimos un conflicto social. Aquí tenemos un conflicto social interno; estamos involucrados en un conflicto armado, estamos involucrados en narcotráfico, pero hay otro problema más grave, que es la consolidación de una economía de mercado. Hoy prácticamente aquí manda el factor dinero. Hemos perdido

un valor muy importante que es el del trueque, el valor de uso: hoy a todo se le quiere poner precio. Por eso tenemos que revitalizarnos, buscar esa gente Nasa que hoy sigue practicando lo propio de las comunidades indígenas. Darnos un nuevo aire, colocar en operación mandatos aprobados. Que los planes de desarrollo de la alcaldía sean sustraídos de la comunidad, que lo que tenemos sea proyectado a 30 y 40 años. Que no sea fortalecer los mandatos del gobierno nacional sino fortalecer nuestros planes de vida, nuestro cuerpo político”- agrega otro.

"Aqui lo que vale es la gente, no los títulos"

Aquí no valen títulos, ni que usted haya estudiado en la universidad -me dice Hernando Mesa Medina del cabildo de apoyo en el campo político. Es la gente la que decide lo que vale. Aquí la organización no es piramidal sino en espiral. Y los propios líderes Gabriel Paví, Jaime Díaz, Esneider Gómez, reaccionan contra el adormecimiento colectivo como lo hacía en su momento el padre Ulcué: “hagámoslo pero rápido”. “Eso nos toca

una alarma a todos: nos quitan el apoyo de servicios públicos,

familias en acción, adulto mayor, en educación, en transporte, y caemos en una crisis profunda”.

Ahora motorizados

Pero hay otro mensaje, apenas esbozado por el Padre Ulcué, que sobrevive al transcurso de los años. Lo logrado necesita nuevos dinamismos, en particular de los jóvenes.

“Antes, la antropología Nasa solo reconocía a niños y adultos”-

observa el Padre Etzio. Hoy los Nasa saben que su destino depende de cómo los jóvenes van a recuperar el sentido del proyecto de su vida colectiva. ¿Y qué va a pasar con los jóvenes de la guerrilla, que solo saben disparar?- se preguntan.

Revitalizar viene de adentro

Los Nasa de Toribío, Tacueyó y San francisco, saben que si bien se ha reconocido –por decreto- los territorios ancestrales, se sobrepone a ellos como una amenaza sobre ese mismo territorio el proyecto FARC de zonas de reserva campesina.

Saben que deben moverse en un mundo globalizado, y saben cuál es su mayor reto: que la revitalización del plan de vida no se la hagan los demás.