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Reproduzco los siguientes artículos aparecidos en EL PAÍS a cerca de Pedro Salinas RICARDO GULLON Pedro Salinas el poeta como novelista 14/11/1976 CARLOS GURMÉNDEZ El 27, una generación revolucionaria 29/05/1977 ENRIC BOU El registro de sus cartas 27/11/1991 PEDRO SORELA Un polizón del sentimiento 27/11/1991 JUAN GARCÍA HORTELANO La línea recta de Pedro Salinas 04/12/1991 MIGUEL GARCÍA POSADA Enemistades 06/08/1998

Sobre Pedro Salinas; artículos periodísiticos

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Crítica literaria

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Page 1: Sobre Pedro Salinas; artículos periodísiticos

   

Reproduzco los siguientes artículos aparecidos en EL PAÍS a cerca de Pedro Salinas RICARDO GULLON Pedro Salinas el poeta como novelista 14/11/1976CARLOS GURMÉNDEZ El 27, una generación revolucionaria 29/05/1977ENRIC BOU El registro de sus cartas 27/11/1991PEDRO SORELA Un polizón del sentimiento 27/11/1991JUAN GARCÍA HORTELANO La línea recta de Pedro Salinas 04/12/1991MIGUEL GARCÍA POSADA Enemistades 06/08/1998  

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PEDRO SORELA

Un polizón del sentimiento

Hoy hace 100 años nació en Madrid Pedro Salinas, autor de 'La voz a ti debida'

27 NOV 1991

Jorge Guillén, su mejor amigo, habló de él como el poeta niño, que se entusiasmaba con un artefacto o con un postre y se ruborizaba con una alusión "subida de tono", como recuerda, no sin regocijo, Solita Salinas, su hija. Para algunos, es el más europeo de la Generación del 27, además del decano: los más jóvenes le llamaban don Pedro. Para otros, es la imagen del exilio como Lorca lo es de la guerra. Todo lo fue de una forma discreta: sólo una vez, en su última conferencia, habló de su poesía. Frente a la visión de Juan Ramón, para quien el poeta cabalga, él, dice su hija, era como un polizón en la poesía. Hoy hace 100 años que nació Pedro Salinas, autor de una de las cimas españolas de la lírica amorosa.

Salinas tenía 48 años cuando estalló la guerra de España, había escrito buena parte de la obra por la que hoy le conocemos -notablemente los poemarios La voz a ti debida y Razón de amor-, y sin embargo, su biografía entera gira en torno al exilio, que, para su hijo Jaime, fue el hecho intelectual decisivo de su vida. Hasta el 4 de diciembre de 1951, año de su muerte, Salinas vivió el extrañamiento en Estados Unidos, como profesor del Wellesley College, una universidad femenina que le había contratado desde antes, y luego, de la John Hopkins University, en Bal-timore, con largos viajes, a lo largo de los años cuarenta, por las principales rutas del exilio es-pañol en tierras del Sur, donde recobró el placer de oír castellano en la calle. Pese a morir en Boston, fue enterrado frente al mar de Puerto Rico, donde había pasado los tres años más felices de su destierro. Ese día la radio de la isla transmitió su grabación de El contemplado.

Al principio estuvieron muy aislados: sólo una parte pequeña del exilio republicano había en-contrado refugio en Estado

Unidos, pero principalmente en Nueva York, donde residía, por ejemplo, la familia de García Lorca. Allí vivían tan unidos que en cierta ocasión una muchacha puertorriqueña le dijo a su señora: "Señora, la llaman al teléfono. Uno que habla inglés".

Salinas admiró mucho de EE UU -las bibliotecas universitarias, por ejemplo, o una mayor mo-dernidad en la educación de la mujer-, y detestó otros aspectos: la cultura de la coca-cola; la bomba atómica, que le hizo escribir 400 angustiados versos casi de golpe, o la caza de brujas del senador McCarthy, en quien reconoció viejos fantasmas, y que seguía a la frustración que supuso el que, tras la II Guerra Mundial, los aliados no forzaran la retirada de Franco. Por lo demás, miraba la sociedad americana con los ojos sorprendidos del poeta niño.

América insólita

Entre sus papeles, que hoy guarda la Universidad de Harvard, figura un cajón entero con recor-tes de periódicos que reflejan el aspecto insólito de 1a sociedad norteamericana: algo parecido a lo que hizo en España Luis Carandell con Celtiberia show, pero en Estados Unidos.

Para un purista de la expresión lo que se puede apreciar no sólo en sus escritos o en los recuer-dos de sus alumnos, sino también en el castellano de cristal que hablan sus hijos, Jaime y Solita-, el principal escollo del exilio fue para Salinas el inglés, idioma que no dominaba y que se em-peñó en perfeccionar. El dramatismo de esa sed de comunicación se puede observar en la abun-dante correspondencia entre Salinas y Guillén, dice Jaime Salinas, que en principio debería ser publicada en los próximos meses. Quizá esa comunicación imperfecta fue la base de la enfer-medad de Flaubert que sufrió más tarde: la incapacidad de soportar a los tontos.

El perfeccionamiento del inglés le permitió entonces integrarse plenamente en la sociedad uni-versitaria, pero, señala Juan Marichal, su yerno, profesor muchos años en Harvard, no encontró

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ese matiz de la palabra amigo cuyo secreto Ortega atribuía a los españoles. Le hacían falta las tertulias y el intercambio intelectual de la primera parte de su vida, algo muy comprensible si se piensa que ese tiempo fue el irrepetible de la II República: los años extraordinarios de la Resi-dencia de Estudiantes, de las esperanzas puestas en las ideas de la Institución Libre de Enseñan-za o de la Universidad Internacional de Santander, la madre de la actual Menéndez y Pelayo, que él ideó sobre la base de ideas nuevas por completo: pocos alumnos, españoles, hasta 200, que dialogaban con profesores extranjeros, y éstos entre sí, con la intención "de atender a las necesidades espirituales del momento, sin propósitos inmediatamente utilitarios", según escribió Salinas después. Era algo por completo revolucionario, en un tiempo de revoluciones que había de detenerse de golpe. Allí le sorprendió el 18 de julio.

Un viajero

Nada más lejos de Salinas que la imagen del español aislado en el extranjero. Era uno de los más cosmopolitas intelectuales españoles de su tiempo, tras haber sido profesor de literatura española en París, durante la I Guerra Mundial y profesor visitante en Cambridge en 1922 y 1923, puntuaciones de una vida de profesor que le hizo enseñar literatura española en Madrid, Burgos, Sevilla (casi 10 años, con gran influencia entre los jóvenes, según Cernuda) y Santan-der. Quienes le conocían cuentan que Salinas tenía esa capacidad de sorpresa y entusiasmo que comparten los viajeros.

Para explicar la llegada del Renacimiento a España, Salinas -evoca su hija Solita- les explicaba a sus alumnas americanas, aquel romance en el que los monaguillos, ante la llegada a misa de la bellísima dama enjoyada, trastocan el "amén, amén" por un "amor, amor".

Era un excelente profesor, recuerda Isabel García Lorca, hermana menor ("la niña") del poeta que, a su vez, era uno de los menores de la generación de la que su profesor era el mayor. Para Isabel García Lorca, que en todo momento insistió en tener mucho que decir sobre el poeta, la figura de Salinas no cabe en tan poco espacio". Evocó a Margarita Bonmatí, la argelina hija de alicantinos que Salinas conoció porque justo en su generación los españoles cambiaron la moda de las playas del norte por la del Mediterráneo. Se encontraron en el verano de Santa Pola. Tro-zos de su correspondencia (Alianza Tres, 1984), seleccionados casi al azar, reflejan el tono de su relación:

"Sigo sin tener carta, mi Margarita, pero estoy esperando, lleno de fe y de tranquilidad. Ayer leí dos de aquellos papelitos que tú me pusiste en el sobre. Vida, ¡cuánto me alegro de que los hayas dado! Uno se refería a tus dudas sobre mi partida y la llegada de tu padre. Otro era una exaltada comprensión del dolor y su nobleza .."

En otro momento le cuenta una excursión a la sierra de Guadarrama: "Si vieras cómo pensaba yo en ti viendo a las muchachas que resbalaban sobre la nieve en los esquís. Y sobre todo pen-saba que tú no habrás visto nunca, probablemente, un paisaje así, y que mientras yo estaba en las montañas nevadas tú pasearías bajo el sol de África. Hubiera querido poder guardar un pu-ñado de nieve y habértelo mandado; pas possible; te envío en su lugar estas ramas de pino, un pino oculto entre la nieve, unas nieves que han estado cargadas de nieve. Margarita, esta blancu-ra que me rodeaba me hacía pensar en ti...".

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MIGUEL GARCÍA POSADA

Enemistades

6 AGO 1998

La primera gran enemistad literaria de la modernidad se produce en los años setenta del siglo pasado cuando en Bruselas, en un hotel ya desaparecido, cerca de la Grande-Place, Paul Verlaine dispara contra su amigo Jean-Arthur Rimbaud. Éste, bastante más joven que aquél, denuncia al primero, que es detenido. Así, entre el fuego de las pistolas y el escándalo de las denuncias, concluía una de las relaciones más singulares de la historia literaria. Rimbaud desapareció después en las arenas de Abisinia, pero Verlaine fue fiel a su memoria: habló siempre bien de su amante y editó con fervor sus poemas. Vinien-do a España: la enemistad literaria más conocida de este siglo es la que enfrentó a Juan Ramón Jiménez con los poetas del 27, en especial con Pedro Salinas y Jorge Guillén, quienes habían sido antes fervorosos discípulos suyos, como todo el grupo, pero a partir del III centenario de Góngora (1927) estas relaciones comenzaron a torcerse y durante los años republicanos desembocaron en la franca hostilidad. Fue entonces cuando Juan Ramón envió a Guillén el telegrama en el que retiraba "poemas y amistad" a propósito de una colaboración, y cuando decidió excluirse de la segunda edición de la antología de Gerardo Diego (1934).

La llegada de Pablo Neruda a España sólo sirvió, según Juan Ramón, para enturbiar las cosas: Lorca y el chileno le habrían ladrado por teléfono a altas horas de la madrugada. El hecho es que este clima de hostilidades no se quebró ya nunca: Jiménez atacó violen-tamente a Vicente Aleixandre, ya en el destierro, y prosiguió su particular vindicta con-tra el tándem Guillén-Salinas. La reacción no se hizo esperar: Dámaso Alonso excluyó al creador de Platero y yo de su libro Poetas españoles contemporáneos, publicado en los años cincuenta, y por la misma época Luis Cernuda descalificó buena parte de la escritura de aquél en sus estudios sobre poesía española, además de zaherirlo en alguno de sus últimos poemas. De esta querella deriva en buena medida la mala imagen que Juan Ramón ha tenido en los últimos años.

La amistad cohesionó el grupo del 27. Fueron proverbiales los vínculos de amistad de muchos de sus miembros. Pero no faltaron, con todo, tampoco las discordias. El princi-pal agente de ellas fue el difícil Luis Cernuda -tan difícil en lo humano como grande en lo poético-. Cernuda, que tuvo en Pedro Salinas a su primero y decisivo mentor literario, no le perdonó, sin embargo, determinadas actitudes existenciales de buen burgués y escribió a su muerte un durísimo poema, que no hace justicia al más que correcto com-portamiento de Salinas para con él. Tampoco fueron buenas sus relaciones con Dámaso Alonso, con quien polemizó a propósito de algunos juicios históricos de aquél.

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JUAN GARCÍA HORTELANO

La línea recta de Pedro Salinas

4 DIC 1991

"¡Que fácil, sí, perderse en una recta!" es un endecasílabo perteneciente a uno de los poemas del libro de Pedro Salinas Todo más claro y otros poemas, que apareció en 1949 y en Buenos Aires, en congruencia con la ubérrima miseria de la España de pos-guerra. El poema se titula Nocturno de los avisos, es sumamente representativo del pe-riodo de madurez del poeta y ha suscitado específicos estudios críticos. No sólo para mi gusto contiene este libro la más valiosa poesía de Salinas, aquella que soporta la relectu-ra sin una arruga del tiempo. Para algunos jóvenes que en 1949 estábamos a punto de terminar los estudios, serpenteando por las quebradas y curvas de la ignorancia, de los prejuicios y de la información tendenciosa, nos fue fácil, efectivamente, perdernos en el recto camino del conocimiento de la obra de Salinas. Así sucedió, aunque ahora la me-moria se sonroje. El pasado 27 de noviembre se cumplió el centenario del nacimiento en Madrid de Pedro Salinas y apenas una semana después, el 4 de diciembre, se cumplen los 40 años de su muerte en Boston. Los seguros azares de la cronología carecen por sí mismos de significado relevante para el estudio de una obra literaria, pero bienvenido sea el fetichismo de las cifras redondas para compartir la novedad con la historia y re-cordar, al menos, que de algunas parte venimos, rehaciendo el camino por el, que hemos llegado a donde estamos. Las peripecias y avatares del aprecio y del gusto pueden ense-ñarnos algo más sobre nosotros mismos y sobre la obra de un escritor que el análisis crítico, que paulatinamente va petrificándose en las historias de la literatura y en los manuales de enseñanza. ¿Qué representó Salinas para los jóvenes durante la década de los años cuarenta en aquel barranco de cultura borriquera que fue la España clausurada?

Para algunos, el principal atractivo de Salinas radicaba en ser el traductor de Proust. Su condición de exiliado republicano y su pertenencia con todos los honores a la Genera-ción del 27 no eran motivos suficientes para esforzarse en buscar sus libros, ni para compartir la devoción que sus poemas suscitaban en las compañeras y compañeros de aula más sensibles que intelectualizados. Posiblemente, con la excepción del Romance-ro gitano de Lorca, los poemas de La voz a ti debida eran los más conocidos de la ya famosa generación y no resultaba raro oír a alguna amiga o amigo recitarlos de memo-ria. Por lo mismo, a una minoría viriloide y cacasena se nos hacía sospechosa aquella refinada popularidad de una lírica amorosa, de apariencia cristalina y en exceso conver-sacional. Para quienes nadar contra corriente constituía la primera exigencia estética, mal podíamos valorar aquel libro, que desde hacía 15 años venían regalándose las pare-jas de novios.

Cuando años más tarde, y partiendo de sus últimos libros, llegué por fin a leer la poesía más difundida de Salinas, me asombró reconocer en ese universo poético el mundo de mi infancia. Con independencia de su precisión, de la originalidad' de la voz y de la sen-sualidad, espontánea y simultáneamente cribada por la reflexión, los correlatos objetivos de esos poemas pertenecen a la época del final de la dictadura y de la república. En esos poemas de Salinas, la ciudad, por supuesto, pero también las actitudes, la visión, iróni-ca, la autenticidad emotiva, el comportamiento con la nueva mujer que ha surgido y que establece un sistema de relaciones más libre, la presencia, en suma, de la mejor España del siglo constituyen el escenario y el decorado de esa lírica peculiar. España ha cam-

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biado desde el 98 y en estos primeros años treinta ha cuajado ya una sociedad civil que autoriza la esperanza. En su sentido más riguroso, la modernidad sólo se produce en nuestro país durante los diez años que precedieron a la guerra.

En 1939, aquel proyecto de civilidad es aniquilado. Una vez más salta por los aires en pedazos una España moderna. En los inacabables años del exilio se consumirán hasta las cenizas los restos desperdigados tras la derrota. Por mucho que se pretenda asumir la herencia de aquellos hombres que iluminaron fugazmente las tinieblas de la tradición, su legado pertenece al museo de las experiencias frustradas. Aunque la nostalgia de aquella empresa remedase las voces y enmascarase el rostro de la realidad en los tiem-pos de realidad insufrible, nada fue ya igual a lo que nunca pudo ser.

Conforme identificaba mi infancia en un jardín apenas entrevisto y bruscamente trans-formado en campo de batalla, fui comprendiendo la obra de Pedro Salinas. De aquel mundo perdido surgía además una imagen del hombre. Salinas, que vivió entre los me-jores de su tiempo siendo uno de ellos, se distinguió por sus méritos personales sin pre-tender sobresalir por los méritos del grupo. Laborioso, afable e inteligente, ingenioso hasta la adversidad y responsable en la desgracia del destierro, Pedro Salinas, a causa de su generosidad, planeó sobre las rencillas tribales de su generación y practicó la amistad con una maestría en la que pudieron mirarse años después otros escritores, también con-vencidos de que la vanidad únicamente resulta útil para afianzar el pulso ante el espejo a la hora del afeitado.

A pesar de la reiterada edición de sus libros, no contamos con una obra completa que fije críticamente su producción, y que se correspondería con la labor de investigador y catedrático que ejerció Salinas. Si a la poesía, el ensayo, la narrativa y el teatro se incor-porase la correspondencia, se habría completado con una parte esencial la obra de quien supo, como escribió en El Defensor, "que el primer beneficiado por una carta puede serlo el que la escribe", en días en que el género epistolar estaba ya mortalmente herido por la comunicación instantánea.

Una fotografía tomada ante el palacio de la Magdalena, en los años en que, como secre-tario general, regía los cursos internacionales de la Universidad de Santander, me hizo adivinar que Pedro Salinas, como no suele ser frecuente en los poetas, había nacido des-tinado para la felicidad y en una época calculada para la dicha y el progreso. En nada contradice esta adivinación que la historia la negara, porque la predestinación no exime de la prueba de la realidad, ni tampoco impide extraviarse en la recta previamente traza-da. Si cuando el día acaba releo algún poema de Salinas, he de admitir, sin más, que la tarde que en el poema declina es la misma tarde que en la ventana está dando por aca-bado este día.

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ENRIC BOU

El registro de sus cartas

27 NOV 1991

Las conmemoraciones centenarias ofrecen motivo para promocionar la relectura de un autor, recuperándolo del olvido, para plantear nuevos acercamientos, o sirven también para organizar un concierto de voces en su memoria. Algo de. esto sucederá con Pedro Salinas en éste, el primer centenario de su nacimiento. Su poesía tiene lectores fieles; a la narrativa y al teatro les vendrá bien algún golpe de efecto; la parte ensayista fue, es y será uno de los hitos del cultivo del género en este siglo XX. Después de los fastos conmemorativos resultará, no una imagen nueva, sino una ampliada y matizada por los múltiples ejercicios de revisión, y, en especial, cuando se publique en breve plazo, se tendrá, conocimiento más amplio de la voz que se descubre en las cartas. Lo que se ha salvado del Epistolario saliniano conforma una colección impresionante de material: más de 3.000 cartas, escritas desde 1912 hasta poco antes de su muerte, acaecida el 4 de diciembre de 1951. Las dimensiones, casi apabullantes, han de contribuir a modificar, por fuerza, esa media verdad de la poca tendencia del español hacia los autobiográficos. Y su lectura por la calidad excelente del material, ha de provocar nuevas. vocaciones de lectores atentos hacia este tipo de textos. ¿Vale la pena leer todas las cartas? Pregunta baldía, que nos hacemos con frecuencia ante estos textos y que admite múltiples res-puestas. Vincent Kaufmann ha investigado la situación de la carta en relación con la obra de grandes escritores (Kafka, Proust, Flaubert), y ha opinado que tienen un interés secundario, en relación con la obra central del artista. En el caso de Salinas eso es, cuando menos, matizable, porque a falta de otros relatos memorísticos más directos, esta ingente cantidad de material presenta un primer interés inexcusable: el. documental, ya que es posible ver desde dentro la historia de un proyecto común, el de la llamada Generación del 27. Recogemos ahí una impresión de primera mano sobre coincidencias y desplantes o disidencias. Pero, por otra parte, estas cartas ganan un estatuto literario autónomo, y admiten una lectura, feliz, una a una o en serie.

Cabe distinguir entre dos momentos de la escritura epistolar de Pedro Salinas (y, por extensión, de todos los miembros de su generación): antes de la guerra civil, cuando se escribía por placer, o por cumplir con deberes más o menos profesionales, para mante-ner un lazo vivo. Así sucede en las cartas a Juan Ramón Jiménez, a Juan Guerrero o a Jorge Guillén, que funcionan como vínculo entre visitas, conversaciones o favores, en un momento en que la relación personal era frecuente y fácil. Cada una del estas series, con sus particularidades, dibuja unas variantes de la amistad: la devoción, agradeci-miento y respeto iniciales hacia Juan Ramón; la camaradería complaciente, las deudas con el cronista y cónsul de la poesía, en el caso de Guerrero; el tono de intensa fraterni-dad, con Guillén.

Desde el exilio Ya en el exilio, las cosas cambian radicalmente, y los ritmos de las relaciones se alteran. Salinas escribe por necesidad íntima. Y por imperativo ético. Buscando soluciones para los amigos (Dámaso Alonso y Guillén), opinando, y muy duramente, sobre los eventos inciviles de España o el espectáculo de demencia de la civilización occidental. El carác-ter de esa necesidad se adivina en el acertado juicio de Juan Marichal: "El cartearse con

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los amigos y colegas de España y de las dos Américas fue, probablemente, en su origen un sustituto de la tertulia y otras formas de expansión oral". Esta precisión es importante porque nos sitúa ante la verdadera naturaleza de muchos de estos textos: explosiones verbales que se ven reducidas al papel, misivas con deudas importantes con el registro oral y que resultan bancos de prueba de sus expansiones en prosa. En las cartas apunta desde el chascarrillo hasta la anécdota más completa, una pequeña narración, en la que prima el' diálogo rápido y sincopado, que favorece la irrupción de lo cómico y lo satíri-co, y el predominio de un estilo lacónico y epigramático. Saltamos, en algunos casos, de las conversación a la charla, como un anuncio de los temas y obsesiones de la impor-tante serié El defensor.

El propio Salinas escribió una notable Defensa de la carta misiva y de la corresponden-cia epistolar, en la que subrayaba la facilidad del género para suscitar la convivencia íntima, puesto que -decía- las cartas, como las miradas son sólo para dos: "Es la carta pura. Privada, pero no solitaria, compartida, convivida". quizá por ello, en el caso de este escritor, las cartas son vehículo de la amistad y se convierten en multiplicadoras de atenciones. "La atención de Salinas", escribió su amigo Jorge Guillén, "se manifestaba en atenciones, gentilismo plural castellano. Curiosidad juego, conciencia, servicio: mu-chas fuentes formaban aquellos caudales de atención". Así podríamos aludir a una de las constantes más fecundas del epistolario: mantener un contacto o expresar preocupación por los amigos necesitados. De ahí su protesta, airadísima, contra el intento de su pre-sión de la carta que le parecía leer en el anuncio " Wire, dont write ", por su parquedad, el telegrama no podía sustituir la temperatura emocional de la carta.

Salinas practicó hasta límites insospechados una especie de travestimiento, acomodati-cio al corresponsal a quien escribía. La multiplicidad y variedad de registros viene acompañada en su caso por la constancia, el uso muy frecuente (¿excesivo?) de este tipo de comunicación, y por una querencia: la de sustituir algo distinto y perdido, la comunicación oral. Los tipos de las cartas de Safinas se corresponden con puntualidad con los ciceronianos: "uno familiar y jocoso, el otro severo y grave". Son las cartas íntimas, las dirigidas a su mujer, Margarita Bonmatí, durante el noviazgo, entre 1913 y 1915, o en las separaciones circunstanciales; y las cartas a los amigos, aquéllas en que se reacciona, con humor o dolor, ante la locura del mundo. Ni en esas situaciones insí-pidas que suscitan las cartas oficiales, los textos nunca perdieron su punto de chispa, la reacción cordial y de afecto. En cartas familiares o de amistad, utilizando recursos gra-ves o persiguiendo la sonrisa irónica, las cartas de Pedro Salinas se nos revelan como textos apasionantes. Textos que sustituyen con creces el vacío dejado por la. distancia y por la falta de conversación.

La intimidad

Las cartas de Pedro Salinas son de una gran variedad. Son notables por la combinación y manipulación de registros, así como por su función estricta de registro: el recuerdo para el porvenir de evenios acaecidos. El fijar, desde la intimidad de la comunicación entre dos, cosas dichas y sentidas. De la vida a la muerte. En la vida y hasta. la muerte. Las cartas nos presentan, no a un nuevo Salinas, sino á uno con voz complementaria dé las ya conocidas, que repregunta una indagación en el otro que todo escritor lleva consi-go. La voz epistolar estará siempre supeditada a lo central en su obra, la voz lírica de la poesía amorosa y la reflexiva de los ensayos, pero nos ilustra con agudeza sobre aspec-tos de su arte, y nos provoca y resuelve interrogantes.

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CARLOS GURMÉNDEZ

El 27, una generación revolucionaria

29 MAY 1977

La burguesía liberal y reformista se demostró incapaz de conquistar el poder político y de reali-zar una auténtica desmitificación teórica de la sociedad española. Sin embargo, introdujo el espíritu europeo, avivó el ansia de cambiar las vetustas estructuras e influyó decisivamente en la formación de la generación de 1927. Ortega y Gasset, en su obra juvenil, esboza la estructura de una España moderna, europea, universal. Los jóvenes de su generación acogieron con entusias-mo este mensaje y lo personalizaron. Sin embargo, esta generación nació bajo el signo de la contradicción. Si de un lado expresa un espíritu de vanguardia, de otro permanece subyugada por la generación del 98, que había elevado a mito trascendente los valores metafísicos de la España campesina. El conflicto entre tradicionalismo y vanguardia es patente en todas sus obras. La ruptura entre una España que muere y otra que nace, se resolvió por el triunfo del espíritu revolucionario. Fue, para ellos, la Revolución una idea sublime y apareció como la úni-ca realización posible de todas las aspiraciones del hombre. Este idealismo se expresó en Lito-ral, revista de la revolución literaria, y en Octubre, revista de la revolución política. Desasose-gados por la lenta agonía de un mundo que les agostaba, clamaron desde la raíz de su ser por innovaciones estéticas, teatrales, poéticas y políticas. A todos les une vivir y sufrir, con grande-za patética, la contradicción íntima por no haber podido llevar a cabo la ruptura total con un pasado idealizado. Y, «para atormentarme los contrarios se me juntan», dice John Donne. Lo veremos en cada uno de ellos. Cernuda

La poesía de Cernuda parte de la beatitud agraria, que representa la eternidad que desea y sueña. Andalucía es la tierra donde respira sosiego, hondura, concierto armonioso. Esta verdad feliz y la inquietud del anhelo revolucionario, que se enfrenta con la realidad para hacerla suya y trans-formarla, entablan una lucha decisiva. Pero, «la revolución renace siempre, como fénix llamean-te, en el pecho de los desdichados», dice. También entre su poema a El Escorial, nostalgia del pasado, y el poema 1936. canto de fidelidad al futuro. la contradicción íntima salta a la vista.

Bergamín

Bergamín el sutil es un pensador que se lo juega todo, al decir de Salinas. Ya muy joven afirma audazmente: «Pensar es comprometerse». adelantándose al pensamiento existencialista moder-no. En todas sus obras, especialmente en El pozo de la angustia, aproxima las dialécticas de San Pablo y Pascal a la de Lenin. Al marxistizar el cristianismo o cristianizar el marxismo. su pen-samiento busca incorporar el pueblo cristiano a una lucha por la transformación del mundo. En ese sentido se anticipó a los actuales intentos de unidad problemática entre cristianismo y marxismo. Desde sus Sonetos a Cristo crucificado, que entusiasmaron a Machado, hasta Clari-dad desierta, encontramos los sentires más profundos de la poesía moderna española.

García Lorca

El Romancero gitano, de García Lorca, es la suprema categorización del cante popular. su poes-ía culmina con Oda a Walt Whitman y Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y consti-tuyen la explosión lírica de su sentimiento trágico de la vida. Su teatro, grito de temblor y san-gre derramada, simboliza el horror sombrío de la castidad, la desoladora furia de la esterilidad y la pasión creadora del amor. A través de su obra denuncia una sociedad rural y represiva. Pero no apunta solución didáctica ni apotegma salvador. Poeta de raíz popular. ángel de tinieblas que anuncia el fin de un mundo, es un profeta de la esperanza.

Alberti

Su primo Rafael Alberti, desde los primeros versos en Marinero en tierra, es un poeta geomé-trico, cabal, de áurea proporción y claridad marítima. Después de su obra Sobre los ángeles, su

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poesía se debate entre el sentimiento lírico puro y la belleza formal. Para salir de este conflicto, se aproxima al pueblo, escucha su cantar dolorido y escribe su primer poema político, Elegía cívica. Más tarde, aparece Consignas, poesía imprecatoria con fulminaciones quevedescas. Poe-ta en la calle y De un momento a otro son gritos de combate, protesta, dolor. Pero su poesía no pasa de pura a comprometida, pues desde siempre reveló un sentimiento lírico colectivo. Esta socialídad de suyo, le lleva a comprometer se con las luchas y esperanzas mesiánicas, redentoras del pueblo español.

Gerardo Diego

La poesía de Gerardo Diego es el prodigio imaginativo que se desata libre, voluntariamente en Imagen. Su obra típica del creacionismo, Manual de espumas, es el sueño de la razón que inven-ta imágenes diferentes a las turbulentas creadas por el deseo corporal. Del creacionismo evolu-ciona a un conceptismo neoclásico de orfebre perfecto del verso, corriendo el riesgo de perder su hervor revolucionario. Más tarde, vuelve al creacionismo básico con Biografía incompleta. El admirable poema «Valle Vallejo», al poeta revolucionario, es bien significativo de su fideli-dad. Trotskismo poético, cosmopolitismo urbano, siempre permanece vivo el recuerdo de Hui-dobro.

Aleixandre

Vicente Aleixandre nos asoma al horror de lo desconocido. Pasión de la tierra es una explora-ción en el abismo de la existencia, con imágenes que brotan del inconsciente más puro. La des-trucción o el amor es el poema de la conciliación, pero la riqueza oscura de la imagen se con-serva. Y llega el gran día con Sombras del paraíso, este gran poema espinozista es un canto a la aurora del universo. Su poesía nos anticipa un proyecto del hombre armonioso por sumisión humilde a su destino terrestre. La contradicción entre acción y contemplación pasiva, intenta resolverla con una poesía meditativa, densa en descubrimientos trágicos de la sucesividad tem-poral y de la consumación. Su anchuroso discurso poético es el más metafísico de la generación del 27.

Guillén

Para hacernos olvidar las miserias melancólicas terrestres, Jorge Guillén nos describe el aura que nimba las cosas. Esta abstracción poética no se radicaliza hasta suprimir la contingencia ni pretende, como Mallarmé, «la aniquilación -burguesa del mundo visible» (Sartre). La palabra poética de Guillén es apofántíca, descubridora de lo real invisible. Poesía abstracta aunque con-creta, ideal pero terrestre, de ciclo y lunas, estrella y rosa. Cántico es satisfacción plena. acepta-ción. Pero el mundo no es solamente el natural, sino también la realidad histórica. En Clamor denuncia la sociedad capitalista, el mal, la injusticia, la selva del convivir atropellado. Es un poeta en rebeldía contra el mundo endemoniado.

Salinas

Pedro Salinas es un razonador del amor y, como Petrarca, reflexiona sobre él como un astro independiente. Este gran tema lo desarrolla en La voz a ti debida, Razón de amor, Largo lamen-to, y descubre que amar es un trabajo paciente, una autocreación. Quizá el amor, como para Rilke, es el gran pretexto para llegar a ser uno mismo. Su poesía es una interrogación permanen-te, va más allá de lo inmediato, hacia la realización completa del hombre, al cumplimiento de¡ fin de la historia.

Dámaso Alonso

En sus poemas Hijos de la ira, el erudito Dámaso Alonso busca la certidumbre donde aferrarse o un Dios desconocido. El poeta anhela la salvación y, aunque no sabe dónde encontrarla, la busca. Por esta inquietud, que le hace salir de su sabiduría racional a gritar su dolor y desconten-to, muestra el espíritu revolucionario de su generación.

Todos soñaron crear una España nueva, justa y que Un día será el mundo como un inmenso anillo abierto. (Emilio Prados)

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RICARDO GULLÓN

Pedro Salinas el poeta como novelista

14 NOV 1976

En 1926, y como primer volumen de la colección Noya Novorum. publicó la Revista de Occi-dente un libro de Pedro Salinas titulado Víspera del gozo, aparecieron después relatos de Ben-jamín Jarnés y Antonio Espina, y, paralelamente, en distinta serie, obras de poesía que marcaron la época, Cántico y Romancero gitano, entre otros. Por esos años de la tercera década, un aire de experimentación y aventura recorría el mundo occidental y no fue en España donde menos se hizo sentir. Salinas escribió Víspera del gozo cuando acababa de traducir los cuatro primeros tomos de A la recherche du temps perdu, y esta circunstancia facilitó a la crítica el encasilla-miento de su novela (o narraciones), atribuyéndole filiación proustiana, que yo no veo.

A medio siglo de distancia, la ficción salinesca tiene inconfundible perfil de época y se adscribe a un vanguardismo irrealista (entonces se decía deshumanizado), inclinado a sutiles juegos de lo que Ortega llamó «álgebra superior de las metáforas». Reducción de la anécdota a su esencia, imaginación verbal, inventora de primorosos cuadros, en que frágiles figuras pugnan por adqui-rir consistencia en la palabra; prosa cargada de sugerencias-, páginas que crecen de sí mismas. Todo esto, y una supeditación del concepto de la imagen, caracteriza los siete relatos o capítulos de la obra primeriza de Salinas.

Veinticinco años después, con su obra de poeta y crítico prácticamente conclusa, sintió la ur-gencia de volver a la narración y escribió, en tiempo relativamente breve, los cuatro relatos aco-gidos en El desnudo impecable (1951) y una novela, La bomba increíble (1950), que se inscribe en la corriente de las antiutopías que desde Nosotros, de Zamiatin, pasando por Un mundo feliz, de Huxley La granja de los animales y 1984, de Orwell, y Parábola del náufrago, de Delibes, llega hasta el presente. (La versión cinematográfica de La naranja mecánica, de Burgess, está proyectándose hoy en una sala madrileña.)

Parábola

La bomba increíble, escrita en Baltimore entre febrero y abril de 1950, cuando la enfermedad amenazaba seriamente al autor, es una narración en forma de parábola, una protesta contra la condición a que son reducidos los humanos por un progreso científico culminante en Hiroshima y Nagasaki. Como se recordará, la explosión de la bomba atómica produjo en Salinas impresión tremenda, de ello dejó testimonio en el poema «Cero».Novela de anticipación, pero relativa: pesimista, mas todavía esperanzada, cuenta la misteriosa aparición, en cierto templo o museo del ETC o Estado Técnico Científico, país regulado por la Ciencia más avanzada: la razón man-da y las emociones están proscritas. En la Rotonda o Templo de la Paz donde, como su nombre indica, se exhiben las armas inventadas a lo largo de los siglos, aparece de pronto una bomba que nadie ha llevado y cuya procedencia se ignora, «Aparición» es la palabra indicada para su-gerir la sobrenaturalidad del suceso; el modo de describirla planta en la mente del lector semilla de ideas que la narración desarrollará.

Que la bomba es diferente, salta a la vista: «Más bien oval que esférica color tirando a cárdeno, parece o está «dotado de un movimiento asemejable a un inflado globo que empieza a desinflar-se y entonces se dilata otra vez a su plenitud y torna a encogerse, con rítmico subir y bajar». Sin mencionar el nombre, se describe forma y funcionamiento de un corazón.

Con infatigable ironía que alcanza a situaciones, personajes, y lenguaje, y con ingenio, se refie-ren reacciones de los políticos, científicos y sabios, Perdidos ante el suceso insólito que no con-siente en amoldarse a la teoría, en ser vencido por el experimento. Irreductible a la aprehensión científica, ni pesable, ni adaptable a los instrumentos con que se pretende escrutar su interior, el

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misterioso objeto desespera y enloquece a los analistas. Uno, exasperado y demencial, le asesta siete cuchilladas, abriéndole otras tantas heridas.

Razón y fe

Siete y dolorosas, datos a retener, pues ellos configuran lo alegórico del relato. Los personajes más que individualidades o «caracteres», son figuras necesarias para la exposición y desarrollo de un combate entre la razón y la fe, encarnadas en el científico, figura inhumana, de rasgos satánicos, y en el creyente, asistido por instintiva voluntad de convivencia y fraternidad. Apunta la novela a un apocalipsis sin sangre. La bomba herida por el científico se queja sin fin, llora, con llanto humano, acumulación del vertido por las víctimas de tantos siglos. De las heridas brotan oleadas de quejas, un ulular tremendo que cambia de tono, «elevándose hasta el alarido, para luego bajar al sollozo ahogado», clamor irresistible que todo lo invade y obliga a huir a las gentes, nada puede oponerse a su avance. Guerra sin combates, huída para ganar tiempo y un final previsible para quien haya ido registrando los no escasos signos que lo anuncian.

Derrotados los científicos, queda el creyente, la intuición de una muchacha capaz de penetrar el misterio acudiendo a las seguridades de la fe. Reconociendo lo sobrenatural y advirtiendo la ausencia del corazón en una imagen de la Dolorosa, marcha en busca de «la bomba», y al en-contrarla, se ciñe a ella cerrando con sus brazos las heridas y acallando así las irresistibles que-jas.

La bomba salinesca del Horror y el Amor cayó aquí en pleno auge de la llamada novela social, y los practicantes de ésta no la reconocieron por una de las suyas, aun estando ligada a los más tremendos problemas de nuestro tiempo. ¿Cómo pudo ocurrir tal desencuentro y mala lectura? Quizá por la calidad de la escritura, por la fusión de ingenio e ironía, por lo sutil de las imágenes que surgen y se encadenan para reforzar con su gracia las posibilidades del literalismo.

Salinas tenía la elegancia de la sencillez, la distinción de la transparencia y una imaginación habituada a traducir en términos figurativos las cuestiones que le preocupaban. ¿Quién no re-cuerda aquella primorosa viñeta dedicada a la «lectura de Excelsior» en Los nuevos analfabe-tos? Narración intelectualizada y ensayo en forma dramática, simbiosis que en La bomba in-creíble alcanza un nivel de fusión muy convincente.

Ultimo libro

Cinco novelas cortas se juntan en El desnudo impecable, último libro que Salinas llegó a ver publicado, meses antes de su muerte, en 1951. Las experiencias iniciales contribuyeron a agili-zar y sutilizar su estilo, haciendo de su prosa instrumento precioso de insinuación y alusión. Entre las páginas de Víspera del gozo y las de El desnudo, además de años, se interponen expe-riencias, literarias y de las otras. El autor ya no se deja arrastrar por la metáfora: la incorpora al texto y la sujeta a su servicio. Estas novelitas tienen fábula y no sólo signo: si no son tan deter-minadamente «artísticas», no fueron menos cuidadosamente organizadas. Reaparecida la intriga, las ficciones finales parecen más desenfadadas, incursas sin empacho en la gracia del lenguaje, sin rehuir a la página costumbrista (de España o de Estados Unidos) o el misterio leve y hasta el paralelo mitológico. Toda la obra narrativa de Salinas ha sido ahora reunida por su hija Soledad en un volumen al que puso discreta nota preliminar y añadió una excelente cronología biográfi-ca. Para resumir lo esencial de mis impresiones, diré que este libro es oportuno por actual y necesario por aleccionador. Gran delicia leer la prosa de un profesional para quien escribir y escribir bien eran una y la misma cosa.

Pedro Salinas:

Narativa completa. Edición de Soledad Salinas de Marichal Barral Editores Barcelona, 1976.