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IMER / UCSJ Cuéntanos... sobre laberintos

Sobre laberintos

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En busca del cuento perdido ¨(IMER/UCSJ) Colaboraciones del público Programa 54 Laberintos Lunes 4 de julio de 2011

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IMER / UCSJ

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Cuéntanos...

sobre laberintos

En busca del cuento perdido

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LaberintoJohnatan Alburo

¿Por qué estoy huyendo? ¿Y de qué estoy hu-yendo? No lo sé. Sólo corro. Corro lo más veloz que puedo, tanto como mis piernas, delgadas y débiles, me permiten. Volteo atrás, atemo-rizado. La oscuridad es total, densa, y tene-brosa. Avanza. Me persigue. Abro una puerta, a prisa, sin detenerme a cerrarla. Y otra más. Cruzo un largo pasillo, iluminado solamente por un frágil candil en un rincón. El sudor, pa-rece, empieza a correr por mis mejillas. Tengo miedo. Esta casa es oscura, medito. Lúgubre y gran-de, como salida de una cinta de terror. En qué

momento pensé esto, si estoy huyendo desesperadamente, no lo sé. Pero lo hago. Atravieso una recámara grande, y una pequeña, hasta llegar a una escalera. Desciendo de dos en dos, de tres en tres los escalones, y caigo estrepitosamente. Sin saber cómo, me levanto y sigo corriendo. Hacia la puerta, o donde imagino - sé - que ésta se halla. Llego a ella, cansado, respirando por la boca, agotado. Volteo y sonrío. Te vencí, murmu-ró hacia la oscuridad. Mi mano busca la chapa, que no está. Ya no está. Miro atrás, y sólo hay un muro. La oscuridad me abraza, me devora. Despierto con un grito.

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La salidaJorge Luis Bravo

Estaba decidido a salir. El comienzo fue incierto y violento sobre todo por el veloz descenso que le permi-tió alojarse temporalmente en esa cueva para continuar por el intrincado laberinto viajando ahora por un espacio amplio aunque húmedo pero con temperatura ideal. El sabía que a la salida su vida sería diferente quién sabe si mejor o peor pero debía hacerlo. La luz al final del túnel. El último pasadizo y el último esfuer-zo: por fin había nacido.

En busca del cuento perdido

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LaberintoCecilia Díaz de León

Ya terminé. Ya lavé la ropa, lavé los trastes, limpié y ordené la casa, sacudí las sala, enceré la mesa del comedor, limpié los vidrios de las ventanas... aún me queda tiempo pero, el péndulo de mi corazón golpea presagiando tormentas. Sé que ya no soporto ser en quien me convierto: una nada, un fantasma, una rata en su laberinto. Cada día pierde su brillantez y los muros son más altos. ¿Qué hago? ¡Una enfermedad! No, mejor no porque, tendría más que lavar y limpiar al recuperarme. Recorro las orillas de la casa, busco qué más puedo escombrar... suspiro y sollozo, recorro de nuevo las orillas de la casa. ¿No queda nada más qué hacer? ¡Por dios! ¿Qué hago? ¡Ah! ya sé, pienso. Me encierro en el baño, llevo conmigo mis cigarrillos y mi encendedor, bajo la tapa del inodoro, me siento en el suelo y recargo mi codo sobre la tapa. El lugar perfecto, estoy entre el inodoro y la tina así, si me da ataque de pánico, solo levanto la tapa y desecho el miedo pero, si me da terror, puedo darme una ducha de agua fría y quitarme los restos del polvo. Enciendo mi cigarrillo, mi boca se

abre al inhalar el humo, entro por mi boca y recorro las paredes rojas donde ahogo los gritos, me voy em-briagando con el humo y desciendo suavemente hasta llegar al fondo de mi caracola. Aquí nadie me puede ver, nadie me escucha, sola, embarrada en mis paredes de caracola, doy rienda suelta a mi locura de ser. Sí soy yo, el humo. ¿Quién habla? Estoy enredada entre los hilos del humo, soy yo “el terror”, tu terror! ¡Ya lo sabía! estoy sudando, huelo a polvo y a humo de tabaco. Manoteo al aire pero, no puedo despegarme de mi caracola, la luz que entra por las rendijas me deja ver la nata de humo, despido olores de persona sucia. ¿Ya me enfermé? No, por dios, ¡no! Y el grito se ahoga, una mancha más en mi garganta enrojecida. Inhalo otra bocanada enorme de mi cigarrillo. El terror se ha alimentado y, mi péndulo enmohecido me dice que está bien, ya pasó la tormenta, ya puedo salir, los sentidos se han adormecido. Puedo seguir siendo la rata en su laberinto.

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Sin mapaMario Ramírez Monroy

En el pueblo de Santiago Laberinto es muy fácil perderse entre sus calles. Vis-to desde el cielo, la Avenida Mayor tiene forma de espiral, la cual desemboca en el centro de la plaza. Quien no conozca el mapa toma este camino para no perderse cuando busca alguna dirección; de lo contrario, se verá envuelto en una enredada maraña de calles que nunca termina, o que terminan en don-de no deberían terminar, como si estuviera dentro de un laberinto, de ahí su nombre. Los niños y turistas se pierden al menos por tres días antes de encon-trar el destino que buscan. Sin embargo, para muchos es una gran experiencia porque conocen lugares que jamás pensaron que existieran, y que sólo habían escuchado en conversaciones de la gente, como si fueran mentiras inventadas para asustar a los cobardes. De todas formas, los niños y turistas siguen sin memorizar el mapa, tal vez con el afán de volverse a perder. Y de encontrar el camino por su cuenta.

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