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1 SOBRE EL PLURALISMO TEORICO Y EL IMPERIALISMO EN LAS CIENCIAS CRITICAS 1 Frederic Munné ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 1. LA FORMALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO TEÓRICO Puestos a salvar o a condenar, parece que es más digerible hacerlo de alguna teoría suelta que de toda una gran familia de teorías. Por ello, pienso que pocos lectores esperarán que una vez expuestos los diferentes marcos teóricos que integran el panorama actual de la psicología social se consideren todas las tendencias totalmente inválidas menos una, y ésta totalmente válida. En cuanto a los que tal esperan, si la tendencia salvada de la hoguera no coincidiera con la del respectivo lector, seguramente éste sacaría la impresión suspicaz de que el autor, no él, ha llevado el agua a su molino y es simplemente el dogmático de turno. Lo antenor caricaturiza la problemática que subyace en estas páginas. Y puestos a adelantar soluciones añadiré, en el mismo tono, que de la valoración que se hace de cada marco, el lector optimista o confiado puede sacar la impresión de que todos son verdaderos y el pesimista o incrédulo de que ninguno lo es. Pero si quiere afinar, probablemente concluirá que en parte son válidos y en parte no lo son. Este preámbulo suena a eclecticismo, se dirá despectivamente más de uno. Hace años, y desde la psicología, Gordon A llport (1964), de un modo realista y mesurado como era habitual en él, en una conferencia dada en el XVII Congreso Internacional de Psicólogos (Washington, 1963). después de matizar agudamente que la gente es ecléctica cuando se trata de almacenar hechos y hacer generalizaciones empíricas pero está menos dispuesta a serlo a la hora de considerar las categorías y los conceptos así como de aceptar cualquier teoría, puntualizaba que el eclecticismo tiene mala prensa porque connota la carencia de un punto de vista propio. Además, decía, tiene la debilidad de que es difícil encontrar principios orientadores para seleccionar lo que se conceptúa verdadero de cada enfoque y unificar todo ello. Y en busca de tales principios apelaba a la autoridad de este ilustre historiador de la psicología que fue Boring (1930), quien después de subrayar que los eclécticos son muy numerosos y tal vez constituyan la mayoría de los psicólogos, aconsejaba acudir como orientación a la historia, sin excluir toda evidencia válida sobre la naturaleza humana que provenga de cualquier fuente dado que esto es basarse en la prueba pragmática de la fertilidad. No sé si lo que se sostiene en estas páginas debe ser calificado, sin más, de eclecticismo. Porque «toda reunión de elementos doctrinales en un conjunto armónico se llama eclecticismo pero cabe distinguir entre la selección de doctrinas atendiendo sólo a su posible conciliación y en virtud de las preferencias subjetivas del ecléctico, y la selección producida por un principio superior, que da a cada uno de los elementos conciliados un sentido nuevo, y en este último caso toda nueva doctrina filosófica es ecléctica» (Ferrater Mora, 1958, 393). Y es que lo importante no es la etiqueta sino los argumentos o razones esgrimidos. LOS NIVELES DE FORMALIZACIÓN Exponer las teorías que forman el actual panorama de la psicología social requiere dos tareas, 1 El presente texto corresponde al capítulo 1 del libro de Frederic Munné (1996) titulado “ENTRE EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD. Marcos y teorías actuales sobre el comportamiento interpersonal”, E.U.B., Barcelona. Ha sido editado en el presente formato digital por Claudio Acuña para fines pedagógicos en el ramo de Psicología Social 2010.

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SOBRE EL PLURALISMO TEORICO Y EL IMPERIALISMO EN LAS CIENCIAS CRITICAS1 Frederic Munné

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1. LA FORMALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO TEÓRICO Puestos a salvar o a condenar, parece que es más digerible hacerlo de alguna teoría suelta que de toda una gran familia de teorías. Por ello, pienso que pocos lectores esperarán que una vez expuestos los diferentes marcos teóricos que integran el panorama actual de la psicología social se consideren todas las tendencias totalmente inválidas menos una, y ésta totalmente válida. En cuanto a los que tal esperan, si la tendencia salvada de la hoguera no coincidiera con la del respectivo lector, seguramente éste sacaría la impresión suspicaz de que el autor, no él, ha llevado el agua a su molino y es simplemente el dogmático de turno. Lo antenor caricaturiza la problemática que subyace en estas páginas. Y puestos a adelantar soluciones añadiré, en el mismo tono, que de la valoración que se hace de cada marco, el lector optimista o confiado puede sacar la impresión de que todos son verdaderos y el pesimista o incrédulo de que ninguno lo es. Pero si quiere afinar, probablemente concluirá que en parte son válidos y en parte no lo son. Este preámbulo suena a eclecticismo, se dirá despectivamente más de uno. Hace años, y desde la psicología, Gordon A llport (1964), de un modo realista y mesurado como era habitual en él, en una conferencia dada en el XVII Congreso Internacional de Psicólogos (Washington, 1963). después de matizar agudamente que la gente es ecléctica cuando se trata de almacenar hechos y hacer generalizaciones empíricas pero está menos dispuesta a serlo a la hora de considerar las categorías y los conceptos así como de aceptar cualquier teoría, puntualizaba que el eclecticismo tiene mala prensa porque connota la carencia de un punto de vista propio. Además, decía, tiene la debilidad de que es difícil encontrar principios orientadores para seleccionar lo que se conceptúa verdadero de cada enfoque y unificar todo ello. Y en busca de tales principios apelaba a la autoridad de este ilustre historiador de la psicología que fue Boring (1930), quien después de subrayar que los eclécticos son muy numerosos y tal vez constituyan la mayoría de los psicólogos, aconsejaba acudir como orientación a la historia, sin excluir toda evidencia válida sobre la naturaleza humana que provenga de cualquier fuente dado que esto es basarse en la prueba pragmática de la fertilidad. No sé si lo que se sostiene en estas páginas debe ser calificado, sin más, de eclecticismo. Porque «toda reunión de elementos doctrinales en un conjunto armónico se llama eclecticismo pero cabe distinguir entre la selección de doctrinas atendiendo sólo a su posible conciliación y en virtud de las preferencias subjetivas del ecléctico, y la selección producida por un principio superior, que da a cada uno de los elementos conciliados un sentido nuevo, y en este último caso toda nueva doctrina filosófica es ecléctica» (Ferrater Mora, 1958, 393). Y es que lo importante no es la etiqueta sino los argumentos o razones esgrimidos. LOS NIVELES DE FORMALIZACIÓN Exponer las teorías que forman el actual panorama de la psicología social requiere dos tareas,

1 El presente texto corresponde al capítulo 1 del libro de Frederic Munné (1996) titulado “ENTRE EL INDIVIDUO Y LA

SOCIEDAD. Marcos y teorías actuales sobre el comportamiento interpersonal”, E.U.B., Barcelona. Ha sido editado en el presente formato digital por Claudio Acuña para fines pedagógicos en el ramo de Psicología Social 2010.

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analíticamente diferenciables. De un lado, la descripción, lo más aséptica posible, de cada teoría; de otro su valoración lo más explícita e intencional que sea posible. Este último aspecto, dificultado por la multiplicidad de teorías existentes plantea la cuestión fundamental de las relaciones entre las teorías y obliga a reflexionar seriamente sobre el significado epistemológico de la multiplicidad teórica existente en nuestro campo. En la base de esta cuestión está el proceso de construcción de la psicología social como ciencia teórica, del que ya me he ocupado en otro lugar (Munné, 1986) y del que aquí se recogen, revisan y desarrollan aspectos relacionados con el contenido del presente libro. Para más detalles, remito a dicho lugar al lector interesado . Se ha escrito que el ámbito de la teoría es la parte de la ciencia, sobre todo de la ciencia social, que más se acerca a los principios sobre la concepción del mundo (Andréieva, 1979 b). Esta cuestión, que es absolutamente fundamental para la ciencia, es mucho más compleja de lo que aquella afirmación da a entender. Es preciso, pues, profundizar en ella, lo que nos lleva a analizar ciertas características que presenta el conocimiento como generador de teorías. En la construcción de éstas, en nuestro caso de las teorías psicosociales, intervienen varios niveles de formalización del conocimiento. Su naturaleza epistemológica es muy diferente. En los dos primeros niveles, próximos a la realidad concreta se generan las teorías micro y de medio alcance. Son teorías que dan sentido a los datos empíricos, datos que de este modo pueden ser integrados en conjuntos significativos. Pero ¿cómo o a partir de qué ellas tienen sentido? Estas teorías, que por definición tienen un carácter sectorial, reciben sentido merced al marco que le sirve de referente paradigmático. Este marco, de naturaleza asimismo teórica, constituye otro nivel, que supone unos determinados modelos del hombre cada uno de los cuales genera un paradigma. Dicho marco tiene también un sobremarco referencial, dado por las concepciones de la ciencia, que constituye el nivel de los metaparadigmas. Finalmente, estos metaparadigmas encuentran el referente último específico en el campo psicosocial mismo, o sea en la psicología social entendida como marco epistemológico sustantivo. Como veremos, el término paradigma no es empleado en el mismo sentido que Kuhn. E igual ocurre con el de metaparadigma en relación con Masterman (1970), que lo entiende como la carga metafísica aneja a mi paradigma kuhniano.

La siguiente figura visualiza todo ello:

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Las microteorías están muy pegadas a los datos, que en general y en términos cualitativos son muy pocos. Por ello, tienen un corto alcance. Son, en consecuencia, teorías muy puntuales. Pueden darse aisladas, esto es, confundidas con las hipótesis formuladas para el trabaja empírico, en cuyo caso no dependen (aún) de los otros niveles. O pueden darse también integradas en alguna teoría de medio alcance, que tratan de desarrollar en algún punto específico. No es preciso que entremos en ellas. Así, las teorías de alcance medio constituyen el primer nivel teorizador verdaderamente importante. Veamos el nivel paradigmático. El científico, en las ciencias humanas, trabaja teniendo in mente una determinada imagen-modelo del hombre (Simon, 1957; Searing, 1969; Hollis, 1977; Chapman y Jones, 1980), que puede llegar a constituir una teoría informal. Y es que, a diferencia del hombre de la calle, en él esta imagen intuida tiende a ser racionalizada generando un modelo implícito pero lleno de significado, que constituye un paradigma. Esto no es todo. La cuestión se complica porque interviene en el conocimiento otra imagen-modelo, relativa a la ciencia, o sea la concepción más o menos explicitada que uno tiene del conocimiento científico, especialmente la vía y la forma de acceso al mismo. Son los casos, por ejemplo, del positivismo y del antipositivismo. Lo dicho con respecto al modelo del hombre se repite aquí, aunque al ser el hombre un fenómeno mucho más complejo que este producto cultural suyo que es la ciencia, las concepciones sobre ésta son también menos complejas, pudiendo coincidir diferentes modelos del hombre con un modelo determinado de la ciencia, que constituye un metaparadigma. Lo anterior introduce sustanciales modificaciones conceptuales a la teoría de Kuhn (1962, 1970, 1974) sobre los paradigmas, teoría que sin pretenderlo su autor aviva la discusión sobre la dicotomización de la ciencia y el pretendido abismo entre la naturaleza y la cultura. Dejando para después el concepto de paradigma, una modificación es que el contenido esencial de los paradigmas es distinto en las ciencias naturales y en las humanas, pues en aquéllas viene dado por los diferentes modelos del mundo y en éstas por los del hombre. No es de extrañar que se haya dicho que es difícil encontrar algún paradigma, en sentido kuhniano, en sociología (Eckberg y Hill, en Gutting, 1980). Y es que cuando se trata de ciencias cuyo objeto no sea el ser humano, la imagen-modelo del hombre apenas parece tener relevancia, adquiriendo en cambio trascendencia la imagen-modelo que el científico tiene del mundo material, imagen-modelo que al igual que en el caso del hombre lleva adherida una determinada concepción de la ciencia, o sea del conocimiento de este mundo. Las ideas de Aristóteles y Galileo pueden ser ilustrativas al respecto (ver la tesis de Lewin sobre ellas en el cap. 4). En los términos antes mencionados, esto quiere decir que en la ciencia natural los paradigmas responden a sendos modelos del mundo. Pues en las ciencias naturales y en el nivel paradigmático, el modelo de hombre no es directamente relevante. Otra modificación se refiere a la distinción que hemos hecho entre paradigma y metaparadigma, como dos entidades epistémicas que no deben ser confundidas, por darse en un diferente nivel de formalización. Las confunde Kuhn. Y también su crítico Laudan (1977) cuando formula el constructo alternativo de «las tradiciones de investigación» relativas a familias de teorías que comparten unas mismas metodología y ontología. Pero el contenido de un metaparadigma está constituido por un modelo de conocimiento de la realidad, no separable de la concepción que se tiene de ésta o sea del mundo como globalidad. Obsérvese, además, que en la ciencia natural no se plantea, al menos con tanto vigor, o mejor dicho, necesidad, como en las ciencias humanas, el tema metaparadigmático. Esto es lógico, ya que aquélla es la que definió el concepto de ciencia frente a la filosofía, y en cambio fue desde la ciencia humana que se ha tenido que cuestionar tal definición. Como es sabido, el teorema que Godel formuló en 1931, enuncia en su forma simple que en todo sistema axiomático S, que formalice la teoría de los números, puede demostrarse que hay proposiciones materialmente o intuitivamente verdaderas, formuladas en lenguaje de S, pero que no

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pueden ser reducidas ni refutadas a partir de la sintaxis, o sea de los axiomas y reglas de inferencia, del mismo sistema (cfr. Garrido, 1971; Hasenjäger, 1971). Y se deriva de este teorema que un sistema no puede explicarse por entero a partir de sí mismo, es decir que contiene proposiciones que únicamente pueden ser probadas desde otro sistema. Este otro sistema, sea existente o creado, ha de ser englobante al menos parcialmente del primero. Pues bien, ello permite entender mejor la relación entre las microteorías, las teorías del alcance medio, los paradigmas y los metaparadigmas, así como el que estos últimos necesiten, a su vez, para ser correctamente aprehendidos, de una referencia al campo científico específico en el que los paradigmas adquieren sentido, campo que en nuestro caso viene generado por el objeto psicosocial. En último término, estamos ante una serie de estructuras cognitivas en cierto modo sujetas a dependencia. Seria interesante su análisis sistémico como estructuras jerárquicas (sobre dicho análisis, ver Law White, Wilson y Wilson, 1969). El mencionado campo científico resulta estar constituido por el marco disciplinar. La existencia en la psicología social de varios marcos paradigmáticos que, como veremos a lo largo del libro, coinciden en no poder ser valorados -estrictamente desde otras ciencias humanas, en especial desde la psicología y la sociología, evidencia la sustantividad de la psicología social. En efecto, se verá que lo singular del psicoanálisis, social (cap. 2) es no ser psicoanálisis, que el conductismo social (cap. 3), es confundible con el conductismo al focalizarse en ciertos aspectos internos de la conducta rechazados por este último, y que el sociocognitivismo (cap. 4) no es mera psicología cognitiva. Todo esto por el lado de la psicología. En cuanto a la vertiente que mira a la sociología, el interaccionismo simbólico (cap. 5) está considerado por la sociología como una corriente extraña y secundaria, a la que contradictoriamente no se quiere renunciar, y el marxismo sociológico es del todo insuficiente para construir una psicología social marxista (çap. 6). No es raro que vista desde la psicología, así como desde la sociología, la psicología social siembre herejías por doquier. Pero a lo que íbamos: Sólo desde el mencionado nivel disciplinar, esto es desde una visión integral del comportamiento interpersonal de los sujetos, parece posible ver la insuficiencia a la par que el interés de cada metaparadigma. De lo expresado hasta aquí cabe hacer varias observaciones. La primera es sobre la diferencia entre él conocimiento vulgar y el conocimiento científico En lo que concierne a las ciencias humanas, en el conocimiento vulgar subyace una imagen del hombre, mientras que en el conocimiento científico esta imagen es elaborada a través de un proceso de racionalización generador de un modelo. Además, los niveles de formalización intervienen inversamente en lo relativo a su grado de importancia. En efecto, en el conocimiento vulgar aquella imagen no parece estar supeditada al modo de conocer, o lo está muy poco En cambio en el científico el modelo de hombre queda condicionado o sujeto al método y en definitiva a la ciencia. De ahí, el papel metaparadigmático de esta Pero esto no debe llevar a un equívoco un metaparadigma es «meta» por ser más abarcador que el paradigma, pero no por prevalecer sobre éste. Por otra parte, el método y la ciencia no son libres sino que responden y reflejan una determinada concepción, y por lo tanto una interpretación y una valoración, de la realidad. Otra observación, referida ésta al conocimiento científico, es que los niveles de formalización teórica recuerdan los niveles quánticos de la microfísica. Quizá, como había dicho a mitades del XVIII el naturalista sueco Linné en Philosophia botánica, «natura non facit saltus». Pero otra cosa hay que decir del conocimiento científico, el cual es elaborado de una manera discontinua y opera por saltos; esto es, a través de dichos niveles, que no son sino referentes dota dores de significación. Su función es de anclaje, para usar un término grato a algunos psicólogos sociales como Sherif o Moscovici. Finalmente el estudio de las relaciones entre los productos teóricos de cada nivel muestra palpablemente que son muy frecuentes las teorías cuya pertenencia paradigmática puede ser discutida. Y hay menos rechazo a las incursiones entre paradigmas (el conductismo sociocognitivo o el sector cognitivo del marxismo con las aportaciones de Luna y de Usnadzé, pongamos por casos) que entre metaparadigmas. Estos últimos constituyen bandos apriorísticamente irreconciliables, como lo encarnan, por ejemplo, las discusiones a muerte entre los dialécticos y los estructuralistas.

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ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL El panorama actual de la psicología social como ciencia teórica, visto como una estructura de formalización tal como ha sido descrita en el anterior apartado, puede representarse gráficamente según el siguiente modelo (fig. 1.2):2

El centro del polígono está ocupado por el objeto global de referencia, esto es, por el comportamiento psicosocial (Cps). A su alrededor, quedan sectorizadas paradigmáticamente las teorías de alcance medio, en las que pululan las microteorías. En el nivel paradigmático, correspondiente al contorno poligonal, figuran los marcos teóricos principales y secundarios. El cuadrado exterior sitúa estos marcos metaparadigmáticamente, dicotorniza el nivel en dos grandes metaparadigmas e indica matizadamente las disciplinas externas hacia las que tiende cada metaparadigma. Su posición revela, además, la multidisciplinariedad del comportamiento psicosocial y las tendencias al respecto de las distintas teorías particulares y paradigmáticas.

Los paradigmas y metaparadigmas han sido inferidos por inducción a partir de los rasgos

comunes y diferenciales de las teorías particulares y sus críticas que se verán a lo largo de los capítulos siguientes. (Desde luego, esto no descarta la posible delimitación empírica de tales entidades epistemológicas, tal como sugieren para la piscología Peiró y Salvador, 1987.) Por

2 Nota del Editor: Observar anexo 1 con el mismo cuadro pero actualizado por el autor al año 2008. Se replica cuadro

presente en edición digital de Frederic Munné (2008), La psicología social como ciencia teórica, http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf.

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supuesto, representa una interpretación del estado actual tanto como histórico de la psicología social, interpretación que afecta a las ciencias humanas e incluso a la ciencia en general. Su valor reside en hasta qué punto puede aclarar e integrar los datos que maneja. Ahora bien, en tanto los aclara e integra, es obvio que estos datos destilan nuevos sentidos. Por ello, esta interpretación tanto puede tomarse como una conclusión del material a que se refiere como una fundamentación del mismo.

Aunque este libro se centra en los dos primeros niveles importantes de teorización, es necesario conocer las características del nivel metaparadigmático y su contenido. Los diversos paradigmas se integran en dos macrotendencias, opuestas en la explicitación del objeto propio de la psicología social como ciencia, esto es, del comportamiento interpersonal: una centrada en la interacción, que llamaremos por ello interaccionismo psicosocial, y otra en la persona en su dimensión social, que llamaremos personalismo psicosocial. Veamos las características propias de cada metaparadigma (Munné, 1986).3

En síntesis, las teorías que responden a los paradigmas integrables en el interaccionismo psicosocial centran la psicología social en el estudio de las interinfluencias comportamentales. Analizan las relaciones a través de pequeñas unidades de la interacción. Enfocan sus análisis sobre todo de un modo estructural y/o funcional. La pequeña escala en la que operan las hace aptas para emplear a fon do la experimentación y ser fieles a los presupuestos positivistas. Se acercan a la psicología, evitando entrar generalmente en temas lindantes con la sociología. Tienen una visión esencialmente atomística del hombre, visión que encierra el peligro de caer en el individualismo. En fin, ideológicamente, están a la derecha de la otra tendencia genérica, tendiendo a defender posiciones de significado conservador. Las teorías de los paradigmas que tienden al personalismo psicosocial presentan características de carácter opuesto. Procuran analizar la conducta social, a menudo llamada acción social, de un modo integral, esto es, como la manifestación de un sujeto, el cual es llamado actor, self, ego o persona. Interesados por la dimensión social del individuo humano, aprehenden este último como un microsistema de interacción sociocultural, sistema que adoptan como unidad mínima de análisis. Trabajan principalmente mediante observaciones sistemáticas, en parte obligadas por la escala relativamente grande en la que se mueven. Suelen adoptar posiciones antipositivistas. Su perspectiva mira, más o menos directamente, hacia el humanismo, uno de cuyos aspectos es el de las relaciones entre la conducta real y la conducta ideal. De ahí la dimensión crítico-ética inherente a esta tendencia. El enfoque analítico es más bien genético, histórico o dialéctico. Los teóricos personalistas están más próximos a la sociología que a la psicología, cosa bien visible en la temática tratada. El personalismo representa la visión holística en psicología social, la cual entraña el peligro de caer en la especulación filosófica y el sociologismo. Ideológicamente se sitúa a la izquierda del interaccionismo y presenta una connotación como mínimo progresista.

Desde cada metaparadigma se percibe de un modo opuesto la ciencia propia y la ajena. El

interaccionismo psicosocial, rigiéndose por el patrón de la ciencia natural, ve como psicología social dura (hard science), la producida por las teorías propias y como psicología social blanda (soft science) la ajena o sea la de los personalistas. En cambio, desde éstos el énfasis en las características diferenciales de las ciencias humanas provoca la percepción de una psicología social cálida frente una psicología social fría, debido al clima o rapport que proporcionan al lector los estudios o las investigaciones llevadas a cabo, respectivamente, desde el personalismo o desde el interaccionismo. Ambos pares de calificativos no deberían tomarse como peyorativos. Es indudable que la lectura de un trabajo metaparadigmáticamente interaccionista ofrece más garantías metodológicas de rigor conceptual y de control pero es también indudable que un trabajo personalista

3 Nota del editor: en el anexo 2 se encuentra un cuadro comparativo entre las dos grandes tendencias

metaparadigmáticas citadas por F. Munné, extraído de: F. Munné (2008), La psicología social como ciencia teórica, edición on-line en http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf

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proporciona más resonancias humanas. De ahí, el carácter técnico de aquél, y el atractivo y aún la popularidad de muchos trabajos y teorías personalistas. (Compárense, por ejemplo, el libro de Thibaut y Kelley con uno de Fromm).

Es muy importante señalar que, aunque el metaparadigma personalista es más específico de

las ciencias humanas, esto no significa que el otro metaparadigma no responda al comportamiento interpersonal. Este, como comportamiento humano que es, es prismático (ver Munné, 1986). El «naturalismo» de las teorías construidas a la sombra del metaparadigma interaccionista psicosocial se refleja en el hecho de que son aplicables a lo no humano, cosa que no ocurre con las del otro metaparadigma. De ahí que, en general, las teorías conductistas sociales puedan emplearse tanto en el aprendizaje humano como animal. Y que en las sociocognitivas, especial mente en las formales, suceda lo mismo en relación con las máquinas, singularmente las computadoras. Y de ahí también que, en el nivel metaparadigmático, sea legítimo y coherente el positivismo en las ciencias críticas, en la medida en que éstas estudien aspectos del sujeto cercanos a los objetos naturales.

Lo que básica, pero no exclusivamente, determina la filiación metaparadigmática de un

paradigma determinado es la congruencia entre el modelo de hombre que presupone y las características descritas. Por ello, el sociocognitivismo y el conductismo social son paradigmas netamente interaccionistas. Y la psicología social marxista es personalista. En el personalismo tiene cabida también el paradigma humanista, pero en psicología social y en comparación con los otros grandes marcos paradigmáticos su desarrollo es, al menos hasta hoy, bastante pobre (Maslow, Rogers y poco más) y con tan escasa entidad en la construcción global de la disciplina que no le dedicaremos ningún capítulo del libro.

Dos paradigmas más son fundamentales. Su naturaleza epistemológica es muy peculiar,

porque intentan salvar el abismo producido por el corte epistemológico entre los dos metaparadigmas existentes. En efecto, a caballo de uno y otro, aunque con formulaciones polares, se desarrollan el psicoanálisis social y el interaccionismo simbólico o mejor dicho las teorías del rol, que agrupan varios marcos teóricos en un sólo paradigma. Su carácter intermetaparadigmático explica la fuerte y doble reacción que sufren constantemente ambos paradigmas, procedente de los partidarios de cada uno de ellos, carácter que asimismo les viene creando un grave problema de identidad. Aprovechemos para señalar que no deben confundirse los marcos intermetaparadigmáticos con los marcos intermedios, situados no entre dos metaparadigmas sino sólo entre dos paradigmas, como son la teoría del campo o el freudomarxismo (ver figura 1.2).

Las características de cada paradigma serán objeto de estudio al tratar el respectivo marco

teórico. Para otras características específicas de cada nivel de formalización y otras propiedades descriptivas y/o explicativas del modelo expuesto me remito a la fuente antes indicada. Los MARCOS TEÓRICOS COMO PARADIGMAS CIENTÍFICOS

Transcurridos varios decenios del estimulante trabajo de Merton (1957) contraponiendo las que desde entonces se conocen como teorías de alcance medio (middle range) y las grandes especulaciones que abarca un sistema conceptual dominante, un pequeño balance lleva a dos conclusiones. La primera es que no ha sido errónea su creencia en que había llegado el momento de aquéllas, por lo que durante varios años proliferarían las teorías especiales, aplicables a campos limitados de datos. Aparte de que sus palabras fueron, para muchos, casi un dictum, hay que reconocer que incluso más allá de la sociología a la que directa y explícitamente él se refería, aquella proliferación respondió a una necesidad histórica. La segunda conclusión es que hoy se siente clara y reiteradamente la necesidad, en cierto modo contraria de elaborar y prestar atención a la teoría más básica.

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En el sentido que aquí damos al término, un mejor conocimiento de los marcos paradigma ticos pueden contribuir a elaborar la teoría básica Pero esos marcos no son el contrapunto al que se refería Merton en su trabajo. En efecto, en sí mismos, no son propiamente teorías, al menos en el sentido usual y estricto del término. No son estructuras conceptuales integradas y suficientes para construir con ellas las teorías de alcance medio existentes o nuevas. No son simples sistemas conceptuales generales, unificadores de grupos de teorías de alcance medio Ni lo que conecta éstas entre si, porque esto resulta de la naturaleza de los hechos, a nivel factico, y a nivel conceptual de constructos más amplios La teoría de la acción de Parsons (ver cap 5) no es por ejemplo, mi marco paradigmático

Tampoco son simples marcos teóricos La entidad epistemológica de un marco meramente

teórico consiste en ser nada más que un marco de referencia. Claro es que, por lo mismo, es nada menos que significante; o sea, que sin tales marcos, las teorías particulares no podrían ir más allá de si mismas, faltándoles sentido con respecto a la totalidad de la realidad humana a la que en último término siempre se refieren. Pues bien, como simple marco de referencia, el contenido de un marco teórico está formado por un con junto, más o menos vasto y multiforme, de teorías particulares que, a pesar de su pluralismo, presenta una fuerte cohesión, revelada paradójicamente en las constantes y vivas discusiones habidas en su seno Por ejemplo, la teoría (teorías) del intercambio (cap 3) constituye un marco teórico dentro de un paradigma. Pero como paradigma, un marco es algo más.

Por marco paradigmático entiendo todo conjunto coherente y relativamente autónomo de premisas referentes a un determinado modelo de hombre, que proporciona un fundamento a diferentes teorías de alcance medio, y eventualmente a vanos marcos simple mente teóricos. Estas teorías o marcos obtienen su pleno sentido al tomar explicita o casi siempre, implícitamente dicho modelo como fuente ultima de significado En definitiva, no es su carácter referente sino su carácter fundamentante, lo que otorga al marco un rango paradigmático.

No desconocemos los más de veinte sentidos que Masterman (1970) ha encontrado en el

concepto de paradigma de Kuhn. Tampoco ignoramos las críticas sobre su ambigüedad y relativismo (ver Shapere, 1971). Ni los desarrollos postkuhnianos (para una síntesis, ver Cerezo, 1987). A todo ello hay que señalar que, aunque nos inspiramos en el concepto de Kuhn no entendemos que lo básico de todo paradigma esté constituido por un logro empírico. Porque conceptualmente considerado, este logro es un constructo construido desde las ciencias naturales, siendo vago su significado en las ciencias humanas (quizá en éstas habría que referirse a un «logro conceptual empíricamente significativo».) Si, en principio, nos basamos en la acepción sociológica dominante en Kuhn (1962; 1974), para ser paradigmático un marco teórico tiene que generar una comunidad científica, informal, pero bien diferenciada, caracterizada por disponer de unos canales de comunicación propios, por compartir un mismo enfoque epistemológico, por emplear una terminología conceptual común, por utilizar un método o métodos particulares, e incluso por asumir una similar escala de valores.

Pero el núcleo de un paradigma, en las ciencias humanas, está en la asunción de un

determinado modelo del hombre, modelo que es, a la vez, sede y fuente de aquellos valores, y que implica a los valores que por su parte conceptualizan a la ciencia4. Ahora bien, dicho modelo, aún siendo el elemento nuclear, no es suficiente para que un paradigma se constituya fácticamente en un marco teórico. De ahí las anteriores características kuhnianas, y que operativamente éstas sean susceptibles de ser tomadas como indicadores sociales cuya confluencia integra un índice revelador de la existencia de un marco paradigmático. Del mismo modo que antes se ha dicho que no todo marco teórico es paradigmático, no todo paradigma aboca en un marco fundamentante de teoría.

4 Nota del editor: en el anexo 3 se ha incluido una tabla con diferentes modelos del ser humano considerados en algunos

de los marcos paradigmáticos de la psicología social. Extraído de F. Munné (2008), La psicología social como ciencia teórica, Edición on-line: http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf

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Como ocurre con el fenómeno de las clases sociales, y salvando todas las diferencias, la

entidad de los marcos paradigmáticos puede ser fácilmente ocultada y en consecuencia negada. Basta simplemente con moverse de un modo ahistórico y a microescala. Pero si consideramos toda la complejidad del objeto y del conocimiento del mismo, incluyendo sus procesos de génesis, formación y desarrollo epistemológicos, hay indicios más su suficientes para afirmar la entidad de los paradigmas Lo mismo puede afirmarse de los metaparadigmas.

Para identificar un paradigma es preciso poner de manifiesto las fuentes de las que mana el

marco. Se trata de elementos no arqueológicos, sino esenciales y vivos. Por tal razón puede afirmarse que el enfoque paradigmático permite recuperar le temps perdu. Quiero decir que obliga no a regresar al pasado sino a ir volviendo la vista hacia atrás. En un delicioso trabajo, aún no publicado y al que he tenido acceso gracias al profesor Federico Javaloy, Aronson (1988) con ocasión de denunciar el arrinconamiento en que hoy se tiene a la teoría de la disonancia cognitiva se queja de que muchas ideas importantes de nuestra ciencia se han desvanecido en la oscuridad no por estar equivocadas ser inadecuadas, o ser mutiles, sino simplemente porque dejan de estar de moda, es decir porque se prefiere lo más nuevo a lo mejor. Sin entrar en la cuestión de qué es o no mejor, lo cierto es que hoy tendemos a sentirnos sugestionados por los últimos diez años, como dice Aronson. Creo que está claro que ver tan sólo el último decenio es una tremenda miopía. Y esto me recuerda la famosa frase del filósofo Whitehead de que una ciencia que vacila en olvidar a sus fundadores está perdida. Y es que olvidar las raíces es tanto como perder la propia identidad. O si se quiere decir de otro modo, echar por la borda nuestro patrimonio. Yo diría que estamos ante una manifestación más del despilfarro contemporáneo, de lo que Vance Packard calificó muy gráficamente de la «civilización del desperdicio».5

Un marco paradigmático es, en este sentido, el poso que va dejan do inexorablemente la

historia. Justo lo acumulativo, que Gergen (1973) se empeña en no ver, y que Schlenker (1974) confunde con la ciencia. Gergen, contradictoriamente, unidimensionaliza la historia, lo cual es grave porque del mismo modo que sin los marcos son irrelevantes las raíces y los fundadores, sin éstos es difícil sino imposible ver los marcos. Y, valga el juego de palabras, la historia queda comprimida en un presente sin historia.

El tempus histórico de los distintos productos teóricos y meta teóricos no parece ser el mismo,

sino que se corresponde con su amplitud o generalización, es decir con el nivel en que se encuentran situados. Concretamente, en cuanto a los marcos, debería ser una obviedad señalar que del mismo modo que emergen marcos con vocación paradigmática, otros, alcanzada esta vocación, desaparecen o se transforman. (Hoy no tienen sentido, pongamos por caso, el asociacionismo o el funcionalismo psicológicos.) En cualquier caso y debido a su mayor generalidad y fundamentalidad, los marcos paradigmáticos son más resistentes al cambio que las teorías particulares, aunque no sabemos todavía en qué condiciones ocurre esto.

La naturaleza histórica de los marcos permite discutir cuántos han de considerarse

paradigmáticos en psicología social, pues en último término el grado de madurez que ha de tener un marco para merecer el calificativo de paradigmático no es ningún punto fijo. Depende, naturalmente, del criterio que se adopte al aplicar los indicadores antes mencionados al proceso de formación paradigmática. Piénsese que sociocognitivamente considerado (si se estima lícito aplicar un paradigma para aclarar el propio proceso paradigmático) estamos ante un proceso más de categorización, con los sesgos inherentes al mismo.

5 Por esto es de agradecer al prof. Amalio Blanco la incursión que hace en los clásicos de nuestra materia, presentada en

su libro «Cinco tradiciones en psicología social» (Madrid, Morata, 1988). Desgraciadamente, ha aparecido una vez cerradas ya las presentes páginas.

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En relación con lo anterior, se podría recurrir al concepto de «preparadigma», que emplea por ejemplo Caparrós para ubicar, dentro de la psicología contemporánea, al psicoanálisis en el que «las ideas de Freud se han convertido en un auténtico a priori cultural» (1980, 105). En este sentido, por su potencial o intenciones quizás se podrían considerar preparadigmáticas algunas de las corrientes teóricas epistemológicas tanto actuales como emergentes.

Entre las actuales estarían tendencias como la sociobiología y la psicofisiología social, e

incluso la teoría general de sistemas, la dialéctica y la teoría de los juegos. A pesar de enmarcar varias teorías particulares, no tratamos como marco paradigmático a la socio biología, ya que aparte de los esfuerzos realizados (ver Clutton Brock y Harvey, 1986; Crawford, Smith y Krebs, 1987) y de su situación interparadigmática, no parece contar al menos en psicología social con la suficiente teoría que responda al claro modelo de hombre que subyace en ella. Ni a la psicofisiología social (Cacioppo y Petty, 1983; Wagner, 1988), contrapunto de aquélla, de la que además se diferencia por haber nacido sin vocación paradigmática. En fin tampoco tratamos como marcos teóricos paradigmáticos a la teoría de los juegos o a la dialéctica ya que, a pesar de que son importantes tendencias generales psicosociales, su entidad parece ser más relevante metodológica que teóricamente.

Pasemos a los marcos emergentes. En los últimos decenios, ha habido múltiples y constantes

propuestas de nuevos «paradigmas» en el campo de las ciencias humanas y, más particularmente, en el de las ciencias sociales. La situación empieza a sentirse sobrecargada y está esperando un análisis en profundidad, apenas iniciado (ver Ibañez, 1985 y 1988). Son propuestas de alto interés por lo que re presentan de denuncia y necesidad de alternativa más que por lo que realmente aportan, ya que al menos hasta hoy no acaban de solidificar.

Quizás lo más interesante es que, vistas en conjunto y pese al distinto punto de mira de cada

una, parecen apuntar hacia una misma dirección. Simplificando las cosas y limitándonos a la psicología social, a mi modo de ver, la base se sitúa decididamente en la vieja y conocida tesis elaborada por Dilthey, antecedentes aparte, de que en las ciencias humanas (él se refirió a las Geisteswissenschaften) el conocimiento va más allá de la explicación (Erklären) y es esencialmente una comprensión (Verstehen). Pues bien, a partir de aquí, en la actualidad hay un desarrollo que va enfatizando diferentes aspectos de este comprender, aspectos que están interrelacionados desde el punto de vista lógico:

a) Comprender es explicar en términos propositivos. Esto lleva a un análisis de la conducta

como acción social. De ahí, la teoría de la acción (sólo en parte desvinculable de la sociología: Weber, Parsons, Touraine,…). En este apartado hay que situar la aportación psicosocial de von Cranach (1982; von Cranach y Harré, 1982). Este último nombre, indica que hay cierto enlace entre esta corriente y la etogenia.

b) Comprender el comportamiento social supone interpretar. A la sombra de pensadores como Habermas y Gadamer, así como el segundo Wittgenstein, nace un movimiento hermenéutico, dirigido ya al análisis de textos (Taylor, 1985; Ricoeur, 1986), ya al análisis del discurso (Potter y Wetherell, 1987; Antaki, 1988), con cierta repercusión psicosocial.

c) Comprender, esto es interpretar, implica construir, cuando no deconstruir, la realidad social. Esto, a su vez, puede ser entendido poniendo el énfasis en el contexto (contextualismo de Sarbin, 1977 y 1986; McGuire, 1983; Rosnow y Georgoudi, 1985; Georgoudi y Rosnow, 1955 a y b) o en la historia (socioconstructivismo de Gergen, 1972, 1973, y especialmente 1982, aunque últimamente este autor, dicho sea con palabras apestadas que he oído decir a Torregrosa, «autonomiza el lenguaje frente a la realidad, de la que curiosamente partió». De las tres vertientes señaladas, esta última es la que está intentando hacer, hasta hoy, aportaciones más directas a la psicología social.

Unas breves palabras sobre la teoría general de sistemas. Es muy posible que estemos ante

un intermetaparadigma emergente. Piénsese que el carácter abierto de un sistema facilita la

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integración del concepto de estructura, que le es consustancial, con el de génesis. En este sentido, podría llegar a explicar algunos aspectos fundamentales de la temporalidad, como el cambio por evolución inter(sub)sistemas. Esto es importante si se considera que el análisis científico requiere la aprehensión sistemática de la totalidad a través del tiempo. No es casualidad que de esta teoría se haya dicho que puede constituir un puente entre la psicología científica y la psicología comprometida (Rapoport, en Bassin, 1968, 304 trad.). Por otra parte, no hay que ocultar el contenido relativamente puntual y repetitivo que presenta, al menos hasta hoy. Y es que sus planteamientos, ya que no sus presupuestos, vienen siendo básicamente formales. Además, poco espacio propio le dejan, en principio, los intermetaparadigmas actuales. En fin, todo lo dicho da cuenta de la novedad, y de las posibilidades y limitaciones explicativas y aplicativas, así como de la atracción o la indiferencia con que la teoría general de sistemas es recibida por los diferentes sectores epistemológicos.

2. LOS SESGOS EPISTEMOLÓGICOS Desde un empirismo epistemológico hay que reconocer, como una situación de hecho, que en

la psicología social malconviven o conviven, según se mire, una gran diversidad de teorías y familias de teorías. Pero esto no basta. Tal reconocimiento exige también preguntar por la cuestión de derecho o razón de ser, y la consiguiente validez o invalidez, de todas, algunas o una sola de dichas teorías. En otras palabras ¿debe asumirse el pluralismo teórico o debe re chazarse en pro de un monismo?

El monismo defiende a ultranza la propia posición teórica frente a cualquier otra, o sea como

la única válida. Rechaza, pues, toda teoría no «incardinada» en su paradigma y/o metaparadigma. El pluralismo interpreta el hecho de la pluralidad teórica, en términos de que, en principio, cualquier otra teoría puede ser tan válida como la nuestra, aunque en otro aspecto. Pues bien, el rechazo o asunción de una en otra posición epistemológica dependerá del sesgo o sesgos que produzcan en el conocimiento de la realidad, sesgos que tendrán un carácter fundamental dado el plano epistemológico de que se trata

Hay que subrayar que ambas posiciones no se corresponden con los dos metaparadigmas.

Pueden darse en cualquier nivel de formalización y dependen menos de contenidos que del grado de radicalismo con que es sostenida la posición propia. No son, por consiguiente, posiciones metaparadigmáticas.

En principio, se rechaza el pluralismo por entender que responde a un conocimiento poco

desarrollado metodológicamente. En este caso, pues, se considera que el pluralismo resulta de la inmadurez del conocimiento científico. En relación con ello, se ha distinguido (Royce, 1985) dos clases de pluralismo, el secuencial o sucesivo y el simultáneo, considerando que aquél es propio de las ciencias maduras, por lo que en general es menos preocupante y más preferible que el simultáneo. Este último, al que normalmente se alude cuando se habla sin más de pluralismo, es concebido, en consecuencia, como un resultado de la inmadurez de una ciencia.

Como es sabido, Kuhn, en su teoría de los paradigmas supuso originariamente (1964) que en

las ciencias maduras y en cada momento histórico hay un acuerdo, más o menos implícito y práctica mente general, acerca del paradigma aceptado como válido, el cual pasa a constituir la ortodoxia vigente. Según esto, el panorama científico quedaría dominado por un solo paradigma. Esto abrió un animado debate sobre la madurez y la inmadurez en las ciencias, o en otras palabras sobre los estadios preparadigmático, paradigmático y pluriparadigmático de las mismas. Insistentes e importantes voces han argumentado en favor del pluralismo, sosteniendo que es el estado normal de las ciencias, necesario para el progreso de las mismas (Campbell, 1960; Popper, 1963 y 1974; Lakatos, 1968; Feyerabend, 1970; Ness, 1972). Aunque este debate no está cerrado, ha perdido

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buena parte de su interés a partir del reconocimiento, por el propio Kuhn (1970; 1977), no sólo de que en las primeras etapas de una ciencia ya pueden formarse paradigmas y que un paradigma no requiere forzosamente muchos partidarios, sino también de que una ciencia madura puede tener simultáneamente varios paradigmas. Lakatos (1978) ha aportado datos a favor de esto último en el campo de la ciencia física.

Así las cosas, parece innecesario, al menos a nuestros efectos, proseguir esta discusión. Y la

distinción entre el pluralismo secuencial y el simultáneo pierde trascendencia. Pero es que, además, esa distinción olvida que las formalizaciones teóricas no son todas

iguales. Proponemos, en cambio, diferenciar el pluralismo horizontal, relativo a la diversidad de productos teóricos en cada nivel, del pluralismo vertical, que alude a la diversidad de los niveles que originan entidades teóricas epistemológicamente diferentes. Este último tiene una base cualitativa, mientras que aquél responde a un fenómeno de orden cuantitativo. Cuando se habla del problema del pluralismo teórico, la horizontalidad del fenómeno se da por supuesta. Sin embargo, no puede aclararse la cuestión si no se considera el aspecto vertical del pluralismo. Esto es, hay que tener en cuenta tanto la existencia de varias teorías como a de varios niveles de formalización.

Es entonces cuando se advierte la relatividad de la cuestión. Porque el pluralismo depende,

esencialmente, del nivel de formalización: La pluralidad, que prolifera en las teorías de alcance medio, está muy reducida en el nivel paradigmático, es dicotomía en el metaparadigmático, y monismo en el disciplinar. Así, hay una progresiva síntesis en el abanico epistemológico, formado por los niveles de formalización que ya han sido descritos (fig. 1.3).

Por de pronto, en relación con el grado de desarrollo y formalización del conocimiento

científico, el pluralismo no desmenuza el campo científico. Recordemos que lo plural encuentra godelianamente su inteligibilidad en algo englobante que, como tal, constituye otro nivel. Por lo mismo, el nivel disciplinar, que en nuestro caso corresponde a la concepción sustantiva de la psicología social, es monista. Más tan sólo lo es internamente. En sus relaciones con otros campos científicos, es un subsistema abierto que se encuentra inmerso en el cosmos del pluralismo disciplinar.

No parece que el pluralismo pueda imputarse a la inmadurez del conocimiento. Quizás pueda explicarse desde el objeto de este cono cimiento.

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LA INABARCABILIDAD DEL OBJETO Limitándonos al pluralismo en el nivel de los marcos paradigmáticos, constituye problema a

partir del momento en que se considera que tales marcos son simultáneamente incompatibles entre sí, cosa que ocurre en la medida en que los supuestos epistemológicos en que se basan los diferentes marcos sean mutuamente excluyentes. Y no siempre lo son. Por ello pudo observar Merton (1975 cit. por Blau, 1982, prefacio, XX), que ternas diferentes requieren, con frecuencia, explicaciones a cargo de teorías diferentes, al menos en un principio, por más que la meta última sea la de reducir el número de las teorías diferentes que se requieren en un campo, de acuerdo con el principio de Ockam.

Esto introduce la cuestión de la complementariedad de las teorías, que ha dado lugar a otra

discusión reciente El autor antes cita do, Royce (1978; 1980; 1985), observa que el pluralismo secuencial puede ser complementario, lo que es preferible, o contradictorio. Pero el problema de fondo y ahora si que importa la distinción entre lo secuencial y lo simultáneo, viene dado por la complementariedad en este último. Hyland (1985) dice al respecto que no hay que las confundir entre la complementariedad explanandum, que es a la que se refiere Royce y en la que dos teorías intentan explicar dos conductas diferentes aunque relacionadas entre sí, con la complementariedad explanans, en la que dos teorías intentan explicar una misma conducta.

Esta distinción no es certera. Porque el meollo del asunto no está entre dos conductas

diferentes, ni simplemente en una misma conducta, sino que afecta a dos o más aspectos diferentes de una misma conducta. Una buena ilustración de a dónde lleva lo anterior nos la ofrece el psicólogo social Vander Zanden (1984, 31) al comentar su propia afirmación de que «distintas teorías l1aman nuestra atención sobre distintos aspectos del mismo fenómeno» por lo que no necesariamente unas contradicen a otras, resultando útiles «al presentarnos una parte de la información en el rompecabezas extremadamente complejo del comportamiento humano», añadiendo que las teorías conductistas se centran en la forma en que un organismo adquiere determinadas respuestas, las cognitivas en cómo la gente percibe o interpreta y elabora las conductas, las del interaccionismo simbólico en cómo los sujetos definen las situaciones y acomodan conjuntamente sus cursos de acción mediante el uso y la manipulación de símbolos, esto es de los significados sociales, etc.

La verticalidad del pluralismo complica más las cosas. Porque, en rigor, únicamente puede

hablarse de «lo mismo» dentro de cada marco. Ilustremos también esto. La explicación de los prejuicios en términos psicoanalíticos de un mecanismo de defensa del yo o en términos sociocognitivos de disonancia no tratan lo mismo. La primera se basa en los fenómenos afectivos, mientras que la segunda en los procesos cognitivos. Y es altamente probable que en unos casos la explicación clave esté más en la dimensión afectiva del fenómeno y en otros se encuentre en la dimensión cognitiva. Una y otra explicación no tienen por qué ser incompatibles. Igual podría decirse de las relaciones intergrupales tratadas desde el sociocognitivismo, el marxismo o el interaccionismo simbólico. No son, estrictamente hablando, lo mismo. Etcétera.

La deducción a sacar es clara: no podemos explicarlo todo desde un marco único o desde una

sola teoría. Dado un marco o teoría no es posible desde él y sólo con él describir, explicar, ni predecir del todo ni todos los aspectos de la realidad y sus fenómenos, sino únicamente aquéllos que son congruentes con la fundamentación epistémica del marco o teoría en cuestión. El objeto de conocimiento conduce al pluralismo porque es inabarcable. Para entendemos, en esta cuestión rige un principio de inabarcabilidad parecido al principio de indeterminación o incertidumbre en la microfísica, que formuló Heisenberg en 1936.

Esta inabarcabilidad afecta, desde luego, al selvático mundo de las teorías de alcance medio.

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Es posible, por ejemplo, explicar una determinada acción en términos atributivos o en términos categoria les. Similarmente, en relación con las teorías del aprendizaje hoy se tiende a superar la idea de que sólo puede ser cierta una única teoría general del aprendizaje. Más bien, se admite que tareas diferentes pueden poner en juego distintos mecanismos de aprendizaje así como que individuos diferentes pueden aprender una misma tarea median te distintos mecanismos, y que una teoría puede postular un proce so de aprendizaje que utilice fases diferentes y sucesivas, todo lo cual aisladamente considerado podría ser incluido en perspectivas generales divergentes entre si (Reuchlin, 1979, 187 trad., donde pue den verse ejemplos detallados al respecto.)

La inabarcabilidad implica un perspectivismo epistemológico, que cuenta con una importante

tradición en el pensamiento filosófico, social y científico, con nombres como Leibniz, Simmel, Ortega, Russell o Whitehead. Esto significa que el conocimiento aprehende la realidad por ángulos, como un tomavistas. Y me apresuro a aclarar que, por ser parciales todos los ángulos, unos son mejores que otros, o sea que no todos tienen el mismo valor. Pero esta ya no es una cuestión del objeto, como veremos. La inabarcabilidad im plica también un relativismo epistemológico en el sentido de que la validez descriptiva de una teoría o marco depende no tanto del ob jeto como del aspecto determinado del mismo al que específicamente se refiere. Puede darse, pues, la paradoja de que lo que parece objetivamente cierto o significativo desde un determinado aspecto, no lo sea o lo sea en menor grado contemplado desde otro aspecto.

La inabarcabilidad significa que el pluralismo teórico no con lleva dar a todos los marcos un

mismo valor y alcance, ni menos afirmar que cualquier teoría vale. Exactamente, es lo contrario. El pluralismo teórico supone dar a cada marco y teoría una validez diferente, única. Reconocerle un valor específico, y por lo mismo absoluto, dado por su congruencia con el aspecto de la realidad que trata directamente de conocer. Por ello, puede escribir Morales (1981), con referencia a las teorías del intercambio social, que no hay que escoger entre una u otra teoría según sus méritos respectivos, sino que hay que partir de los aspectos relevantes del fenómeno a estudiar para llegar al conocimiento de los requisitos que debe cumplir la teoría que trate de explicarlo, añadiendo este autor que lo contrario corre el peligro de caer en la escolástica.

Lo anterior permite sentar dos conclusiones generales sobre la explicación teórica, que la

crítica ha de tener muy en cuenta: La primera es que puede no ser incoherente acogerse a distintos mar cos en cuestiones distintas. Y la segunda que puede no ser incoherente combinar varios marcos para explicar un fenómeno determinado. Esto contesta, respectivamente, a dos acusaciones posibles contra el pluralismo, hechas (tómese nota) desde lo absoluto del monismo. En lenguaje coloquial, son: a) el pluralismo justifica los cambios de chaqueta; y b) el pluralismo proporciona una patente de corso.

En cuanto a la primera conclusión debe señalarse que implica asumir la inabarcabilidad o

parcialidad del objeto en el respectivo nivel formalizador. Y esto representa poder pasar de una teoría paradigma o metaparadigma a otra. Cabe, pues, emplear ya uno ya otro marco, y aquí hay que tener en cuenta que, como decía el filósofo existencial Gabriel Marcel y sabemos desde Sócrates, en toda pregunta ya está contenida la respuesta, lo que en nuestro caso per mite afirmar que toda cuestión (específica) contiene ya el marco o teoría para explicarla. Desde la metodología, lo dejó bien claro Newcomb (en Festinger y Katz, 1953, 18 trad.) al escribir que «toda ver dad o falsedad inherente a nuestros hallazgos en una investigación es tanto función de las preguntas que decidimos hacer a través de nuestra selección de los métodos como de la lógica aplicada a los datos obtenidos mediante nuestras preguntas». Pues bien, justamente cuando uno no asume aquella parcialidad, situándose en lo absoluto del monismo, es cuando ve el pluralismo como un cambio de chaqueta.

La segunda conclusión se refiere a que el pluralismo facilita las combinaciones entre marcos

distintos. De la inabarcabilidad se des prende que el pluralismo teórico no implica forzosamente incompatibilidad. Así, los distintos marcos no sólo son combinables sino que puede ser conveniente

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combinarlos. Pero evitemos malentendidos. El pluralismo teórico no debe ignorar las diferentes bases ni los diferentes datos obtenidos desde ellas, al intentar aprehender toda la multidimensionalidad del comportamiento, en la vida social. En este sentido, sólo bajo ciertas condiciones pueden combinarse marcos o teorías diferentes para integrar la explicación de un fenómeno dado. Con todo, las posibilidades parecen sobrepasar las previsiones.

Obviamente, son más fáciles las combinaciones intra que inter metaparadigmáticas. Von

Cranach y Harré (1982), por ejemplo, recurren a la teoría general de sistemas, al interaccionismo simbólico, a la sociología fenomenológica y a la teoría de los roles-reglas. Pero también ha habido valientes construcciones teóricas, como la teoría interpersonal de la psiquiatría (ver cap. 2) que han integrado elementos más allá del metaparadigma de base. E incluso intentos lími te de unir el estructuralismo con la dialéctica, y viceversa, como los de Lévi-Strauss (ver cap. 6) y Althusser, respectivamente. Claro es que el precio que se paga por tales hazañas es muy elevado. En el caso de Sullivan, ha sido quedar en una atipicidad, tan exótica que le ha colocado fuera de « las grandes rutas turísticas» de la ciencia psicológica y social, lo que le ha cerrado prácticamente las puertas a cualquier influencia directa. Y en el caso de los otros dos autores, tanto la iracundia de las críticas y el doble frente de las mismas como el mutismo absoluto con que otros sectores críticos han premiado tales matrimonios multiparadigmáticos, revelan el carácter «contra natura» que se otorga a los mismos.

En fin, los paradigmas no son moldes. Son marcos epistemológicos, o sea continentes a

rellenar, lo que no significa puras formas moldeadoras puesto que medularmente contienen un modelo del hombre. Son algo más que meros dintornos que encierran un contenido seminal. Todo marco teórico enmarca, valga la redundancia, la realidad. Por lo tanto, sólo es referente y significante, y fundamentante si es paradigmático, en el aspecto de la misma que ha quedado delimitado.

Pero demos paso a la moderación. No hay que radicalizar ni las posibilidades ni los límites del

pluralismo. Ningún marco es un compartimento blindado, que impida llegar desde el aspecto que le es propio hasta los restantes y viceversa. Esto se debe, sencilla mente, a la indestructible unidad del objeto de conocimiento. Responde, pues, al principio de totalidad. El obstáculo parece salvable, pues generalmente esos otros aspectos son aprehensibles de un modo indirecto. Sin embargo, esto conlleva inevitables, y a menudo angustiosos, problemas metodológicos y de verificación, con el gravoso coste adicional de una pérdida de significado y un aumento del grado de incertidumbre del conocimiento. (Hemos estudiado algunos de estos problemas en el ámbito disciplinar, concretamente sobre la relación entre la psicología, la psicología social y la sociología: Munné, 1971; 1986.)

Y ya que hablamos de métodos, aprovechemos para señalar que el objeto del conocimiento

también introduce el pluralismo en el plano metodológico de la investigación científica. En este plano. el pluralismo parece ser mucho menos discutible. Según Schlenker (1977), al que sigue Jones (1985), los psicólogos sociales no confían exclusivamente ni en una metodología rigurosamente cuantitativa ni en una más sensible de carácter cualitativo, porque cada una tiene su lugar y las contribuciones de un Goffman o un Garfinkel pueden enriquecer, sin necesidad de prescindir de las contribuciones de un Kelley o Zajonc. Aunque Schlenker generaliza por cuenta ajena, su afirmación es plausible. Los fenómenos sociales complejos pueden ser entendidos en una variedad de niveles por análisis conceptuales, complementados con una metodología apropiada que comprende la introspección, las observaciones controladas, la observación participante, el archivo de datos, la investigación epidemiológica, los es tudios de casos, las simulaciones, los análisis sistémicos, los estudios transculturales, los experimentos de campo no reactivos y los de laboratorio (Zimbardo, 1988). No es difícil aceptar, con Patton (1980), que diferentes métodos y técnicas son apropiados para diferentes situaciones. Y hay marcos, como el interaccionismo simbólico, que defienden explícitamente un pluralismo metodológico.

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LA DOMINACIÓN EPISTEMOLÓGICA Después de lo expuesto, puede afirmarse que el pluralismo teórico se encuentra en la base de

un conocimiento válido del objeto, al menos en las ciencias humanas. La existencia simultánea de varios paradigmas, con múltiples teorías cada uno, parece ser una condición indispensable para el avance del conocimiento científico en dicho ámbito.

En cambio, el monismo entraña graves riesgos. Expresiva es, al respecto, la conocida fábula

hindú (recordada por Allport, 1964) de los tres ciegos y el elefante: uno le toca el rabo y cree que es una soga, otro confunde la pata con un pilar y el tercero la oreja con una silla de montar.

Es lógico que Lindholm (1985) sostenga que lo que es problema no es el pluralismo teórico

sino el monismo. Por añadidura, si la ciencia es adecuación del método al objeto y no al revés, después de lo explicado no cabe duda que el conocimiento científico es el proporcionado por el pluralismo. Pero si todo esto es así, ¿por qué se defiende y cómo se mantiene el monismo? Pregunta que se formula menos en términos del objeto que de lo que dirige o se pretende con el conocimiento del mismo. El objeto únicamente puede llevar nos a un primer acercamiento o aproximación a la cuestión del pluralismo teórico. Para tocar fondo en esta cuestión hay que pasar del objeto al objetivo del conocimiento.

Aunque un marco toma un determinado aspecto del objeto como clave, esto no significa que

no podamos convertir un aspecto determinado en hegemónico e incluso en absorbente del resto. A menudo es empleado de tal forma que se intenta a través suyo explicar toda la conducta. Esto sugiere la posibilidad de efectuar manipulaciones y, en último término de generar relaciones de poder.

Se discute mucho, desde siempre, si el conocimiento científico debe estar o no libre de valores

(ver Krasner y Houts, 1984), sin embargo, apenas se discute si la ciencia está o no libre de dominación. Y cuando, excepcionalmente, esta se denuncia, se olvida el plano epistemológico. No se trata sólo, como en Foucault (1978), de que el saber es poder, y viceversa. Antes, están la vía y el modo del saber, como diligencias previas del poder. ¿Por qué se critica la colonización estadounidense en psicología social (por ejemplo, Israel y Tajfel, 1972) y no se critican las posiciones monopolísticas adoptadas desde cada uno de los marcos constitutivos de la psicología social?

Del objetivo puede hablarse en varios sentidos. Pero siempre en relación con los valores.

Ahora interesa menos como objetivo disciplinar que como el objetivo de cubrir todo el objeto en exclusiva, esto es corno pretensión de abarcar el objeto. El objetivo conduce a comparar, pero no con criterios objetivos, como en el caso del objeto, sino subjetivos, esto es, de escala de valores. Y como discutir sobre valores es ideológico, sea dicho no en sentido peyorativo, por ahí entra la ideología como instrumento crítico. Esto es así, por que «objetivamente», quiero decir realmente, no conocemos objetos desnudos (a no ser que los desnudemos), neutros, sino sobrecarga dos, enriquecidos axiológicamente. Es decir, conocemos sujetos.

En principio, la ideologización del conocimiento y más concreta mente de la tendencia a la

exclusividad de un marco o teoría hay que buscarla en el propio ser humano. El diagnóstico de Allport (1964, 18 trad.) es frontal: «los problemas se presentan cuando un investigador afirma que su parámetro preferido o el modelo que elige abarca la totalidad de la personalidad humana». Pero, al menos en las ciencias críticas, la ideologización lleva adherida además la epistemología. El mismo Allport debió de intuir esto al escribir que cada teórico suele ocuparse de un parámetro de la naturaleza humana y construye un modelo limitado que se ajusta a sus datos especiales y a su estilo personal. Por su parte, Zimbardo (1988, 175) pare ce ir más lejos: «Una de las lecciones de la psicología social moderna, especialmente de la tradición lewiniana, es que el hombre es menos racional y más “racionalizador” de lo que él mismo imagina.»

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El ansia del científico, especialmente en las ciencias humanas, a dar explicaciones

monopolísticas, a explicarlo todo desde un único punto de vista, plantea una importante cuestión, de lo que podría llamarse epistemología antropológica. Mejor dicho, se trata de una cuestión situada en el trasfondo de la epistemología, donde ésta se adentra en el mundo de los valores y de su predominio, o sea de la ideología. Y es que en el problema del monismo y el pluralismo están inextricablemente unidas la cuestión epistemológica y una cuestión de relaciones de dominio.

No se trata de analizar aquí estas relaciones como lo hace la sociología de la ciencia. Hay que

recordar que un marco está constituido también por una comunidad humana. Pero ésta no debe ser confundida con los «colegios invisibles» (ver, sobre estos, Price, 1961 y 1963; Crane, 1972). Estos son comunidades informales que en términos de política científica, vienen a representar sendos lobbys con intereses de alcance medio. En la comunidad paradigmática se intenta, de un modo más o menos autoinconfesado, hacerse con el dominio del ámbito paradigmático, ámbito que a menudo suele con fundirse con el metaparadigmático e incluso con el disciplinar. Pues bien, lo que interesa es identificar los procesos de dominación ideo lógica que ocurren en estas comunidades, derivados de la propia naturaleza y estructura del conocimiento científico. Porque ello re presenta descubrir el soporte epistemológico con que puede contar la ideología como imperialismo. Interesa, por lo tanto, menos el imperialismo sociológico que el imperialismo, digamos, epistemológico.

El monismo como empeño en la unificación de las diferentes teorías o marcos, y sobre todo

como creencia en una teoría o marco únicos, que siempre son los que uno sostiene, se basa en la creencia de que otras teorías tratan de explicar «lo mismo». En consecuencia, la pluralidad teórica es percibida como una amenaza, lo que genera una necesidad de defensa. Esta cuestión presenta varias vertientes.

En primer lugar, el perspectivismo o relativismo ínsitos al pluralismo introducen una dosis de

ambigüedad, lo que hace que tiendan a rechazarlo quienes, como los autoritarios, toleran mal la ambigüedad (Frenkel-Brunswick, 1949). La reacción es dar valores absolutos a los marcos y teorías, y/o eventualmente a los métodos y técnicas. Esto representa pretender imponerlos a los demás.

Para compensar su propia limitación se hace desempeñar al mar con lo que he llamado una

contrafunción (Munné, 1980b), esto es una función de carácter generalizador, que desnaturaliza la que le es propia. Con ella, el monismo mantiene incólumes los supuestos epistemológicos de los que implícitamente parte y absolutiviza un aspecto o vertiente de la realidad. Posiblemente, interviene aquí un mecanismo igual o parecido a la completitud gestáltica. Esto es diáfano en las posiciones más radicalizadas. El monismo recurre a la dominación epistemológica para superar los límites que presenta el objeto para ser globalmente aprehendido. Como no se puede globalizar este objeto, se universaliza el conocimiento y la vía del mismo. Esta dominación convierte al monismo en un imperialismo.

Por lo que se refiere a la radicalización de las posiciones, en términos adlerianos responde a

la sobrecompensación de un «complejo de inferioridad» (por percibir la propia posición como reduccionista o como reacción a ataques a la misma). Hay un ocultamiento o negación de aquellos aspectos de la realidad que no se pueden aprehender epistemológicamente por razón de la inabarcabilidad del objeto, y cuyo reconocimiento denunciaría la ideologización del objetivo.

El monismo teórico funciona como un instrumento de poder y dominación científicos.

Radicalizado, no es otra cosa que un Iluminismo que institucionaliza su propio Tribunal de la Inquisición, y que interiorizado se convierte en pura soberbia. Moderado, plantea sus relaciones con el entorno fácticamente plural en términos de tolerancia y coexistencia. En el primer caso, por lo menos, hay que hablar de imperialismo científico. Como acaba de insinuarse, este imperialismo cumple una función de encubrimiento de la existencia y orientación de unos valores, reflejados en

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otros modelos del hombre y de la ciencia. Esta orientación de valor explica que el análisis de tales productos no pueda quedarse en el mero objeto de que tratan, ya que ello afecta a la dirección que se da al conocimiento científico.

La relación entre el objeto y el objetivo no es de mera coherencia. Es dialéctica: Tiende a

generar una contradicción interna en el sentido de que, como hemos visto, el objeto está limitado, en cambio el objetivo aspira a ser globalizante y a monopolizar. A partir de ahí, el monismo intenta suprimir la contradicción, alterando el objeto para adecuarlo al objetivo. En cambio, el pluralismo procura sintetizarlo.

Un modo de sobrepasar los límites del objeto ya hemos visto que es universalizar el aspecto

del objeto, o sea confundir aquél con éste. Otro modo es universalizar el objetivo. Una forma de lograr esto es mediante uno o varios saltos (ilegítimos por ser epistemológicamente desnaturalizadores) en el nivel de formalización: la teoría de alcance medio se presenta como paradigmática (por ejemplo, la teoría de la atribución); el paradigma pretende ser metaparadigmático o incluso se endiosa identificándose con la misma ciencia de la psicología social de un modo explícito (por ej., la psicología so cial marxista) o implícito (por ej., el sociocognitivismo europeo), etc.

No insistiremos en la diferencia crucial entre objeto y objetivo (ver Munné, 1986). Muchos

intentan prescindir del objetivo para alcanzar un conocimiento, valga el juego de palabras, objetivo, esto es, axiológicamente neutro. Sin embargo, más que un conocimiento objetivo lo que se alcanza en tal caso, es un conocimiento objetiva do, distante del objeto tal como se da. Pero no distante del objetivo.

Para realizar un análisis desde el objetivo, hay que evaluar las teorías, como dice Lindholm

(1985), considerando los intereses que dirigen el conocimiento. Pero entiendo que es más importante la clase de los mismos que intervienen en el fenómeno según la tríada habermasiana (1968a) formada por el interés técnico, el hermenéutico y el emancipador. Mientras buena parte de los paradigmas actualmente emergentes apuntan hacia el interés hermenéutico, el in terés emancipador se encuentra en la psicología social marxista y poco más. Pero en otro sentido, muy preocupante, este mismo inte rés alimenta paradójicamente el monopolismo imperialista.

Hasta aquí me he referido al imperialismo en los niveles de las teorías de alcance medio, los

paradigmas y los metaparadigmas. Más allá, esto es en lo concerniente al mencionado marco disciplinar, podemos extrapolar lo dicho pero teniendo en cuenta que ahora el imperialismo pasa a ser un fenómeno externo, o sea entre disciplinas. En este caso, genera graves problemas de identidad, provocados sustancialmente por el psicologismo y el sociologismo. LA CRÍTICA EN LAS CIENCIAS CRÍTICAS

El hecho del pluralismo teórico, en su doble vertiente del objeto y el objetivo, introduce el tema

constante de la crisis en las ciencias que tienen por objeto el ser humano como tal, desde la psiquiatría o la ciencia política hasta la psicología o la sociología, y por supuesto la psicología social. El mismo hecho conlleva, por otra parte, el ejercicio, asimismo constante, del cuestionamiento, de una crítica a fondo. Las crisis, en plural, y un hipercriticismo son dos características de las ciencias humanas frente a las ciencias que no tienen por objeto el estudio del ser humano como tal. En consecuencia, aquellas ciencias son calificables, por doble partida, de ciencias críticas.

Por supuesto, no hay que deducir que las ciencias de la naturaleza sean dogmáticas, porque a

todo conocimiento científico le es consustancial la crítica. Pero en las ciencias humanas, se está ante un objeto que siempre es un sujeto y corno tal es multiinterpretable. Esto las hace ciencias críticas por antonomasia. Olvidar o ignorar tal cosa, aparte de desnaturalizarlas las convierte, a ellas sí, de

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críti cas en dogmáticas. Pues bien, en las ciencias humanas como ciencias críticas la crí tica está estrechamente

relacionada con el problema del monismo y el pluralismo. En estas ciencias, la función de la crítica no puede ser la de llegar a una teoría unificada. En cualquier caso, si tiene algún sentido referirse a dicha teoría en las ciencias críticas, tal estado de cosas sólo puede llegar, paradójicamente, por vía del pluralismo teórico. Lo que resta de capítulo intenta explicitar esta afirmación.

En las ciencias humanas, la crítica de una teoría puede apuntar hacia tres ámbitos

epistemológicos distintos. Estos ámbitos se refieren al tema específico de la respectiva teoría, por ejemplo, la atracción social; al modelo de hombre que subyace a la teoría, por ejemplo, un homo oeconomicus; o al asimismo subyacente concepto de ciencia, reflejado en la vía de conocimiento y su metodología. Tales ámbitos generan diferentes tipos de crítica, revelando la existencia de un pluralismo crítico. ¿Cómo se ve, desde este pluralismo, la tarea crítica?

Un planteamiento reciente vuelve sobre la cuestión popperiana de la falsabilidad, que en este

contexto temático es la de la crítica por rechazo o por aceptación. Royce (1985), coherente con su negación del monismo, en una posición opuesta a la de Popper, afirma que el problema no es refutar las teorías inaceptables (léase, recha zar las falsas) sino identificar las mejores. Para resolverlo propone un análisis dialéctico constructivo, que exige considerar el contexto dado por el conjunto de teorías disponibles. Pero Kitchener (1985) le replica que no queda claro el significado que aquí recibe el término dialéctica ni el empleo del mismo.

En cualquier caso, hay que buscar y disponer de unos criterios para evaluar cada teoría.

Allport y Boring, citados más arriba, sobreentienden que fuera del eclecticismo esos criterios no son, necesarios. Lo que ocurre es que, en el monismo, cada uno quiere imponer sus criterios frente a los de los demás.

El mismo Royce se había referido, con anterioridad (1978), a la verificación empírica, el grado

de adecuación empírico-formal, la comprehensión, la parsimonia, la formalización, la cohesión, la conceptualización, etc. Kitchener (1985) comenta que el problema es menos cuáles hay y más cuáles tienen que prevalecer. Por ejemplo, qué hacer si una teoría es más parsimoniosa y otra más comprehensiva, como es el caso respectivamente de las teorías de Skinner y de Chomsky. La idea de Royce no es desatendible, si se advierte que sólo en un contexto, que es plural y. porque es plural, tiene sentido la contradicción. Y en cuanto a los criterios de evaluación es importante observar que se refieren a aspectos internos de la teoría. Dado su carácter formal, estos criterios pueden ser aplicados a cualquier teoría, pero sólo desde los supuestos propios de ésta. Únicamente valen, pues, para la crítica interna hecha tanto desde posiciones monistas como pluralistas.

La distinción, que suele olvidarse por incómoda, entre la crítica interna y la crítica externa, es

fundamental. Porque explícita o implícitamente y se quiera o no, siempre se crítica desde la misma desde otra posición en relación con el referente de contenido que es la realidad. Volviendo a la cuestión en la que estábamos, el fon do del asunto está en la crítica. Ésta, que es del máximo interés en este libro, tiene una problemática muy compleja, apenas estudiada. Por de pronto, hay una serie de prácticas, en general inadvertidas por los mismos que las llevan a cabo, que son sospechosas de monopolismo. A título de ilustración, y a lo largo de los restantes capítulos sobrarán ejemplos, veamos tres supuestos distintos; a) Los ámbitos críticos ya mencionados, a pesar de que se refieren a cuestiones epistemológicamente diferentes por corresponder a diferentes niveles de formalización, son mezclados en las valoraciones, pasándose de una manera indiscriminada de uno a otro. Así, desde una determinada teoría de alcance medio, enmarcada dentro del conductismo social, se intenta valorar otra de igual alcance, pero sociocognitiva. Esto es grave, porque se ataca una teoría no por ella misma sino porque se inspira en un paradigma que no es el propio sin plantear la cuestión frontal o paradigmáticamente. Pues lo que, en realidad, se está criticando es el sociocognitivismo

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desde el conductismo social. b) Otra práctica extendida es rechazar por una parte, una teoría ajena porque implica un determinado modelo reductor, como todos, del hombre, por ejemplo a un ser mecánico, mientras el propio crítico, por otra parte, no autoaplica a la teoría que defiende el mismo argumento reduccionista o sea a su modelo pongamos por caso inspirado en un hombre lúdico. c) En fin, una tercera práctica es valorar negativamente una teoría ajena y, acto seguido, aprovecharla adaptando elementos sueltos de la misma a la nuestra.

Son prácticas frecuentes, que únicamente desde el pluralismo cobran todo su significado. No

es en el pluralismo, por lo tanto, sino en el monismo donde están las patentes de corso para eliminar o saquear al adversario. Su función latente es proteger del pluralismo. Pero contradicen los supuestos monistas, por lo que constituyen una pseudocrítica. En cambio, tales prácticas no van contra el pluralismo, pudiendo generar auténtica crítica externa (el caso de Bandura, por ejemplo, se acerca a este último supuesto). Piénsese que sin crítica externa no hay pluralismo, del mismo modo que sin reconocer éste no puede hablarse propiamente de aquélla.

La existencia de varios niveles de formalización relativiza lo que es crítica interna y lo que es

crítica externa. En principio, la diferencia entre una y otra es clara, ya que la crítica externa es siempre comparación. O sea, que en ella hay una valoración desde otra teoría, paradigma, metaparadigma o incluso desde otro marco disciplinar, como la psicología o la sociología, marco que entonces pasa a ser el referente, pero en cualquier caso se trata de un producto no perteneciente al conjunto teórico de lo que se valora. Pero el carácter interno o externo de la crítica depende del punto de referencia del que se parte. Y esto queda desdibujado por las pertenencias múltiples y los cruces de nivel.

Justo es por ahí que el monismo intenta hacer crítica interna como si fuera externa. Interesa

aclarar esto. En principio, está más claro lo que constituye crítica interna, a saber, la valoración des de la propia teoría o marco de su propia consistencia formal y adecuación al objeto. Pero más allá, es decir cuando se trata de comparar una teoría o marco desde otro diferente, el corte entre la crítica interna y la externa no es absoluto. En efecto, comparar dos entidades teóricas distintas (por ejemplo, dos teorías de alcance medio) puede constituir tanto una crítica externa como una crítica interna, ya que será esto último si se comparan con base en un nivel englobante compartido por ambos (por ejemplo, un paradigma o incluso un metaparadigma común a ambas teorías).

La crítica externa plantea el problema de la incomparabilidad de los marcos paradigmáticos, y

por supuesto de los metaparadigmas. Una de las acusaciones más frecuentes contra Kuhn viene siendo que basa el reinado de un paradigma no en la verdad sino en el consenso (y por esto es importante la dimensión sociológica en su constructo), y por lo tanto implica que el conocimiento científico se hace descansar sobre un elemento no racional (Stegmuller, 1976; McGuire, 1982; Palermo, 1984).

En nuestra formulación, paradigmas y metaparadigmas descansan también sobre un elemento

que no es racional, aunque tampoco es irracional. Pero, precisamente es por ello que puede ser fundamentante. Consiste en los implícitos paradigmáticos, metaparadigmáticos e incluso disciplinares, según el nivel epistemológico desde el que valora quien ejerce la crítica. Se trata de los modelos del hombre, o en su caso del mundo, y de la ciencia, que intervienen en la crítica con una exigencia de coherencia axiológica. (El caso de las teorías de alcance medio es distinto, puesto que los elementos suelen explicitarse en hipótesis contrastables con la realidad empírica.) Estos implícitos se utilizan, unas veces, como dadores de significado y otras, como receptores del mismo. Un tanto camaleónicamente, tan pronto un paradigma confiere significado y fundamenta a la teoría de turno, que así pasa a apoyarse en él, como ésta trata de mostrar y confirmar el modelo en cuestión. Esto sugiere que estamos ante un proceso retroalimentado relativo a quién dota de sentido a quién. De todos modos parece haber aquí un empleo comodín tanto por parte de la teoría como por la del modelo, que merecería ser estudiado.

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La incomparabilidad afecta a las pruebas. Cada paradigma con tiene en semilla sus propios

criterios y modos de validación, a partir de las características del material empírico que nutre a las teorías. No se puede probar de igual modo desde uno u otro paradigma. Quiero decir que una misma forma de prueba no puede tener idéntico significado ni la misma potencia explicativa o interpretativa desde un modelo que desde otro, aunque formalmente lo tenga den 1ro de un mismo metaparadigma. En principio, entendemos por prueba tanto la validación teórica, que se mueve en el plano de los conceptos, y a la que aquí nos estamos refiriendo, como a la validación empírica, agarrada a los hechos elaborados como datos. Lakatos (1968; 1978) ha desvelado un interesante puente entre ambos aspectos al distinguir en un «programa de investigación científica» que él entiende como un constructo alternativo al paradigma kuhniano, entre unos presupuestos de carácter nuclear (hard core) y unas hipótesis (protective belt), las cuales cumplen una función inmunológica al proteger a aquellos presupuestos de los ataques empíricos basados en los fracasos experimentales. Esta función es otro aspecto del tema que merecería un estudio a fondo. Pero los niveles de formalización ayudan a entender su alcance. El abanico epistemológico muestra que lo que se contrasta empírica y directamente sólo son las microteorías y probablemente también las teorías de alcance medio. En rigor, la refutación empírica sólo es aplicable al nivel de estas teorías. En los niveles paradigmático y metaparadigmático la fuerza de la validación empírica es indirecta, o sea no es nula pero si débil.

En principio, la incomparabilidad, especialmente la paradigmática y la metaparadigmática,

convierte a la crítica externa en impenetrable. La convierte en una discusión entre sordos o, en el mejor de los casos, en una conversación banal. La eterna disputa metaparadigmática entre positivistas y antipositivistas ilustra esto perfectarnente. Tal crítica carece, pues, de sentido. Sin embargo, esto sola mente es así desde las posiciones monistas, las cuales intentan valorar el objeto desnudo, desprendido de sus implícitos, con los que se encubren los valores anejos a los mismos. En realidad, con su juicio más allá del bien y del mal, el monismo impone sus implícitos como los únicos capaces de generar teorías válidas, tratándolas como si fueran realmente comparables.

Pero la crítica externa adquiere un profundo sentido, cuando se asume aquella

incomparabilidad. Entonces, la discusión y la valoración externas no recaen directamente sobre el objeto, sino sobre los objetivos, plano en el que los implícitos pueden explicitarse y ser comparados.

Esto significa que la crítica externa es válida si, y sólo si, se asume la inabarcabilidad y en

consecuencia el pluralismo. Claro que esto conlleva asumir la incomparabilidad, y por consiguiente también la ideologización como inherente al conocimiento propiamente científico. Así, la crítica externa es, por sí misma, ideológica. Supone una evaluación a partir de los propios valores e intereses, o sea de la propia aprehensión y entendimiento de la realidad. Y lejos de invalidarla, esto es lo que la autentifica como conocimiento. De ahí, el valor que la crítica externa posee como reveladora de diferentes aspectos o dimensiones conferibles al objeto, al menos en las ciencias humanas, que por esto son críticas per se. Y aunque esto ha de ser modulado en las ciencias de la naturaleza, la historia de la ciencia en general muestra las variaciones esenciales, a través de las épocas y modas, en otorgar la primacía definitoria del carácter científico a uno u otro criterio: unas veces se ha privado la objetividad, otras la formalización, otras el carácter económico de una teoría, otras su rigor metodológico, etc. Es obvio que tal primacía, aparte de evidenciar que la ciencia no deja de ser una convención, muestra el papel de los valores e intereses temporales en la configuración y avance del conocimiento científico.

La crítica externa cumple, pues, un cometido insustituible. Gracias a ella lo ideológico puede

entrar en el santuario del objeto, y pone de manifiesto el objetivo que le confiere un sentido pleno. Es, en definitiva, más importante que la crítica interna. Sin la crítica externa, el campo científico queda en manos del monismo. Y el imperialismo sería indesbancable.

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3. ALGUNAS CONCLUSIONES

Sin necesidad de recurrir a paradigmas interpretativos de moda hoy en día como el prigogiano

de la complejidad, es una evidencia que sería insensato intentar aprehender la realidad material única mente desde un campo científico, sea éste el de la física, la geología, o la astronomía, pongamos por caso, ya que está bien claro que cada campo científico aborda un aspecto diferente de la realidad. Y lo mismo puede afirmarse, en el plano del comportamiento humano.

Pues bien, dentro de cada campo científico, que en nuestro caso es el marco disciplinar que

llamamos psicología social, debería de resultar igualmente evidente y es también insensato por no decir ingenuo pensar que es posible agotar todo su contenido desde un único enfoque, tanto metaparadigmáticamente como paradigmática mente. Es decir, que el comportamiento interpersonal, comporta miento que está en el justo medio entre el individuo y la sociedad, donde se da la persona en sus interacciones, presenta un contenido multiforme que requiere pertrechar múltiples enfoques para ser aprehendido en su totalidad.

A partir de ahí, el presente capítulo ha pretendido mostrar el sentido que tiene el pluralismo

teórico en la psicología social, y por extensión en las ciencias humanas. Se ha visto que epistemológicamente no es posible abarcar todo el objeto propio de estos

campos científicos ni comparar los paradigmas sobre el mismo. Sin embargo, el monismo exige, por definición ambas cosas. Y para imponerse, recurre a una serie de estrategias epistemológicas, que fundamentalmente se basan en una doble reducción: reducir el objeto a una entidad monolítica en la que todo es lo mismo, y reducir el contenido de las entidades teóricas a lo manifiesto. Son sendos sesgos epistemológicos, que posibilitan el prescindir de los aspectos del objeto, de una parte, y de los implícitos epistemológicos, de otra. Y es que ambos elementos únicamente pueden ser asumidos por el pluralismo.

Desde el pluralismo es como puede mostrarse que cada marco lleva sobre sí sus propias

grandeza y servidumbre, o sea, un cúmulo de posibilidades y de limitaciones de las que no puede desprenderse, porque son consustanciales a su naturaleza epistemológica La tarea de la crítica externa, sojuzgada por el monismo, consiste en valorar y especificar esas posibilidades y limitaciones.

La conclusión última es que fuera del pluralismo teórico, no es posible hacer de la psicología

social una ciencia verdaderamente crítica.

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ANEXO 1: ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL COMO CIENCIA TEORICA.

Nota original:

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ANEXO 2: TENDENCIAS METAPARADIGMÁTICAS EN PSICOLOGÍA SOCIAL

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ANEXO 3: MODELOS DEL SER HUMANO EN LOS DIFERENTES PARADIGMAS DE LA PSICOLOGIA SOCIAL