Michael Shermer nació en Glendale (California) en 1954. Doctor en
Historia de la Ciencia, es profe- sor del California Institute of
Technology, colum- nista y ed itor asociado de la revista
Scientific Ame- rican, fundador de la Skeptics Society y de la
revista Skeptic, comentarista de ciencia de la Radio Nacional
Pública estadounidense, y productor y presentador de la
serie Exploring the Unknown para la cadena de televisión
Fox. Su primer libro de divulgación cien- tífica, Por qué
creemos en cosas raras ( T r a y e c t o s núm. 105), se
publicó primeramente en 1997, enseguida alcanzó gran popularidad y
no ha dejado de ree- ditarse y actualizarse desde entonces. Otras
obras suyas son How We Believe: The Search for God in
an Age of Science (1999), Denying History:
Who Says the Holocaust Never Happened and Why Do They
Say It? (2000), Why Darwin Matters: The Case against
Crea tionism (2006) y TheMind oftheMarket: How
Biology and Psychology Shape Our Economic
Lives (2009).
Notas__________________
Bibliografía ________________
Para David Ziel Shermer,
con amor de padre y la esperanza de que encuentres ese exquisito
equilibrio
entre ortodoxiay herejía, la amplitud de miras suficiente para
considerar
ideas nuevas y radicales y el escepticismo necesario para que no te
engatusen
las sandeces, y, en el viaje, descubras el istmo de tu estado
medio...
En el istmo de un estado medio
un ser de sabiduría oscura y tosca grandeza
demasiado docto para el bando escéptico,
demasiado débil para el orgullo estoico,
en medio suspendido; duda entre la acción y el reposo,
duda si pensarse bestia o dios;
duda po r qué optar, si por cuerpo o mente;
no ha nacido sino para morir, no razona sino para errar;
[...] Creado para alzarse y creado también para caer,
dueño y víctima de todas las cosas,
juez único de la verdad, en el interminable error
sumido,
gloria, burla y enigma del mundo.
Introducción: lineas borrosas y conjuntos difusos La demarcación de
las fronteras de la ciencia
Afínales de septiembre de 1999 visité Stonehenge, las majestuosas
ruinas druídicas en la campiña del sur de Inglaterra. Es decir,
visité Stonehenge... más o menos, porque viajé hasta allí con la
imagina- ción, como parte de un experimento relacionado con un
fenóme- no llamado «visión remota», la creencia de que uno puede,
en palabras de mi maestro de visión remota el doctor Wayne
Carr, del Instituto Occidental de Visión Remota de Reno, Nevada,
«experimentar, sentir y ver con detalles muy precisos cualquier
acontecimiento, persona, ser, lugar, proceso u objeto que haya
existido, exista o existirá». Según el doctor Carr:
Históricamente, la visión remota fue desarrollada en el Instituto
de Investigación de Stanford por encargo del Ejército y en la
Agencia de Inteligenci^del Departamento de Defensa. Fue utilizada
en un programa de espionaje secreto durante veinte años. Por
eso tan pocas personas habían oído hablar de la visión remota
hasta hace unos tres años, cuando el gobierno la dio a conocer a la
opinión pública a través de Nightline, el programa
de televisión. Los proto- colos se han ido retinando y ya permiten
que los videntes consigan imágenes muy precisas. Se podría decir
que la visión remota es prima lejana de otras disciplinas
telepáticas, con la diferencia de que está dotada de una precisión
extraordinaria y es muy coheren- te. Una sola sesión puede durar
una hora o más. En ese tiempo es posible estar «biubicado» y
mantener, con los cinco sentidos, un intenso contacto con el
«objetivo». Este puede encontrarse en el pasado, en el
presente o en el futuro. Y no se trata de una «red de videncia»,
sino de una técnica de investigación científica muy seria 1
seria.1
12 Las fronteras de la ciencia
Puesto que soy un científico social y un historiador de la ciencia
que estudia zonas fronterizas para determ inar si son científicas,
pseudocientíficas o acientíficas y vi el reportaje
de Nightline sobre el programa experimental de
visión remota de la CIA (pensado origi- nalmente para localizar
bases militares soviéticas secretas), quería probar. Me
matriculé en el seminario de fin de semana del doctor Carr sobre
visión remota «Servicios profesionales de selección de objetivos,
consultoría empresarial y privada, y contratación de obje- tivos.
Calidad garantizada» y me u ní a un a docena de personas
esperanzadas a quienes, según decía el folleto, habrían de enseñar-
nos a descubrir «el paradero y estado de cualquier persona, niño u
objeto desaparecidos, potenciales mercados futuros en zonas
determinadas, la causa de algún acontecimiento o desastre, posi-
bles diagnósticos médicos, historias familiares y personales
y sus hechos, anécdotas y misterios sin resolver, las consecuencias
de una decisión personal, la localización de yacimientos de
petróleo y mineral», y mucho más.2
Como su nombre indica, la visión remota consiste en sentarse en una
sala y «ver» algo remoto, algo que se encuentra fuera del alcance
de los sentidos. Algunas personas dicen que los poderes de la
visión remota son limitados y otras afirman lo contrario. Jim
Schnabel, autor especializado en literatura científica, fue el prim
er escritor ajeno a este mundillo que dedicó un libro
exclusivamente a la visión remota. Schnabel hablaba de la relación
de la administración esta- dounidense con videntes remotos como
Russell Targ, Hal PuthofF, Uri Geller, Ed Dames yjoe McMoneagle,
que se encuentran entre los más famosos del mundo.3 El volumen
recoge numerosas anécdo- tas que normalmente confirman otras
anécdotas que cuentan testi- gos que creen firmemente en el
fenómeno. Por ejemplo:
Un vendedor de árboles de Navidad tuvo una visión remota en la que
se adentraba en las dependencias más recónditas de una instala-
ción subterránea y supersecreta de la Agencia de Seguridad Nacio-
nal situada en las montañ de Virginia
Introducción 13
de otra instalación, esta vez soviética y dedicada a la
investigación militar, detalles que más tarde confirmó un satélite
espía.
Un vidente del Ejército fue el primer miembro de los organis- mos
de inteligencia estadounidenses que describió el úlúmo subma- rino
soviético de la nueva clase Tifón, y lo hizo mientras éste
todavía se encontraba en un astillero protegido y en fase de
construcción.
Una mujer de Ohio encontró en una visión el lugar de la jungla
de Zaire donde se había estrellado un bombardero soviético, lo cual
contribuyó a que un equipo de la CIA recuperase los restos antes
que los soviéticos. Y la mujer se ganó los elogios del presidente
Cár- ter: «Entró en trance. Y mientras estaba en trance, nos dio la
latitud y la longitud. Enfocamos las cámaras de los satélites a ese
punto, y allí estaba el avión»4.
En breve comentaremos ciertos inconvenientes de los procedi-
mientos de visión remota que desembocaron en la errónea convic-
ción de que el número de «blancos» era superior al que resultaría
del más puro azar. Ray Hyman, profesional de la psicología experi-
mental de sólida formación, experto en protocolos de investiga-
ción y único observador externo a quien la CIA permitió consultar
los resultados de los experimentos, llegó a la siguiente
conclusión: «Según los parámetros científicos y parapsicológicos
normales [...] la visión rem ota no sólo tiene u na base muy frágil
sino práctica- mente inexistente. Da la impresión de que la gran
valoración de que goza entre muchos de sus defensores se debe a las
afirmacio- nes extraordinariam ente exageradas que se hicieron tras
los pri- meros experimentos y a la subjetivamente atractiva pero
ilusoria correspondencia que los experimentadores y las personas
que par- ticiparon en tales experimentos encontraron entre algunos
deta- lles de las descripciones y los lugares que fueron objeto de
las visio- nes»5. Como veremos, estas declaraciones sobre el poder
de la visión remota se quedan cortas si las comparamos con lo que
se ha dicho en los últimos años e incluso con la siguiente
observación de
14 Las fronteras de la ciencia
Mi mayor preocupación es: «¿Se apoderarán de mí los espíritus del
mal? Tal vez, pero estoy capacitado para protegerme» [...]. Otras
personas dicen: «Vale, pero protégete con la luz blanca», y
cosas así. Y todo con muy buenas intenciones. Y, si yo tengo buenas
intencio- nes, no me preocupa que tú [seductor espíritu del mal]
seas una prostituta de la calle 14, porque no quiero tener
nada que ver conti- go... y no tienes la menor oportunidad, y el
precio que pongas da igual. Porque yo no quiero. Yo creo que dentro
de esta línea de tra- bajo sucede algo muy parecido.6
Conversaciones tan absurdas como ésta se produjeron a lo largo de
veinte años a cuenta del contribuyente con la excusa de que eran
necesarias para la seguridad nacional. Y eso que las declaraciones
que recojo en estas páginas son relativamente sensatas. En cierta
ocasión y en el marco de mi programa semanal de radio Science
Talk [Habla la ciencia], que realizaba para la NPR,
emisora de la cadena KPCC del sur de California, dediqué una hora a
una charla sobre visión remota con u no de sus máximos exponentes
en la década de 1990, Courtney Brown, profesor de Ciencias
Políticas de la Universidad de Emory (aunque no pude presentarle
como tal por un acuerdo contractual con Emory por el que
Brown tenía prohibido aludir a su cargo cuando hablaba de
visión rem ota). Para este profesor, localizar aviones siniestrados
y personas desapa- recidas es un juego de niños. El persigue peces
mucho más gordos, como los que menciona en su libro Cosmic Voyage:
A Scientific Disco very ofExtraterrestrials
VisitingEarth [Viaje cósmico: el descubrimien- to científico
de los extraterrestres en sus visitas a la Tierra], publica- do en
1996: marcianos y alienígenas de otros planetas, seres
multidimensionales de otras galaxias, líderes espirituales como
Jesús y Buda, e incluso al mismísimo Dios (quien, según dice, mora
en verdad en cada uno de nosotros). Courtney Brown afirma haber
mantenido conversaciones con Jesús sobre la vida en la Tie- rra y
la venidera vida multidimensional. Sin embargo, en sus libros
Introducción 15
y tan sólida como cualquier otra. De hecho, ha rebautizado el fenó-
meno y lo llama «Visión Remota Científica», o, para abreviar, SRV,
en sus siglas en inglés; en la segunda parte de su libro, Cosmic
Explo- rers [Exploradores del cosmos], publicada en 1999,
explica en detalle los procedimientos de recogida de datos y los
protocolos de la SRV, la forma de identificar las coordenadas del
objetivo y la cla- sificación de los datos por categorías. Según
Brown, el fenómeno entra dentro de los conocimientos comprobables.
Pero, como veremos, sus protocolos adolecen de tan diversos y
graves defectos, que la visión remota no supera ni una sola
prueba.
Pero, dejando aparte las pruebas, la propia extravagancia del fenóm
eno debería hacer saltar todas las alarmas. Los siguientes
párrafos de Cosmic Explorers son más propios de una
película de ciencia ficción de serie B de los años cincuenta que
del profesor de una renombrada universidad estadounidense
(adviértase el estilo científico y la insistencia en hablar de
datos):
Al parecer, Buda y la Federación Galáctica están totalmente com-
prometidos en una lucha ardua que tiene todas las
características de una contiendatmportante, tal vez de una guerra.
Los datos de esta sesión no me permiten constatar si esa lucha es
exactamente la misma que la de los reptilianos renegados, pero
sospecho que ambos conflictos guardan cierta relación.7
Según mi interpretación de tales datos, parece que los extraterres-
tres reptilianos tienen planes de aprovechar el stock genético de
la humanidad para crear una nueva raza parcialmente humana y par-
cialmente reptiliana. Pero de ninguno de los datos de esta sesión
se puede deducir qué plan exactamente tienen los reptilianos
para la humanidad.8
16 Las fronteras de la ciencia
pió camino. Respeta nuestra libertad para aprender, para
crecer y para errar. Y sospecho que espera con impaciencia,
por nuestra capacidad para contribuir a la expansión de la
civilización galáctica, el momento en que de nuevo nos elevemos por
encima de la super- ficie de este planeta más sabios, más
afectuosos y con un profundo deseo interior de explorar nuestro
universo, que va madurando paulatinamente, y de prestarle
servicio.9
Con estos antecedentes, imagine el lector con cuántas expectativas
acudía yo a mi primera experiencia de visión remota. Puesto que
todos los presentes éramos neófitos, el doctor Carr nos explicó que
no esperásemos ver, por ejemplo, el lugar donde se encuentra
enterrado Jimmy Hoffa o quién mató a jo n Benet Ramsey aquella niña
que fue reina de la belleza a la que hallaron muerta en el sóta- no
de su casa y mucho menos hablar con Buda. Al fin y al cabo era sólo
nuestro primer día. Antes teníamos que aprender los princi-
pios básicos. En el atril situado en la parte delantera de la
sala, Carr colocó un sobre opaco con la fotografía de un lugar
famoso. Nues- tra tarea consistía en ver el contenido del sobre sin
abrirlo. Nuestro anfitrión explicó que no sólo podríamos ver
mentalmente el conte- nido del sobre, sino viajar al lugar de la
fotografía por medio de la visión remota, es decir, «verlo con el
ojo de la mente».
Para conseguirlo empezamos con una serie de breves «planti- llas»
de visión remota que consistían en una lista de términos des-
criptivos seguida de un «ideograma», o dibujo de lo que estábamos
viendo. No tenía por qué tratarse necesariamente de un dibujo del
objetivo, prosiguió Carr. En realidad, muy probablemente
no fuera el objetivo, pero con varias de aquellas listas
descriptivas y varios dibujos ideogramáticos podríamos aproximamos
al objetivo y qui- zás, con el tiempo, llegar a concretarlo. Eramos
principiantes, nos recordó, y la visión rem ota era una disciplina
muy seria que, en consecuencia, requería una práctica muy seria.
Empezamos por la «Fase 1», la de los términos descriptivos. Entre
los descriptores primi-
ral, artificial, biológico, movimiento, energía», etcétera; entre
los descriptores avanzados, «construcción, personas, tierra
seca, ciudad, movimiento, montaña, agua, tierra mojada, arena,
hielo, colinas», etcétera. En la «Fase 2» iniciamos descripciones
más detalladas (y las anotamos e hicimos bosquejos) como:
Texturas: «suave, blando, brillante, áspero, apelmazado,
afilado», etcétera; Tiempo climático: «cálido, fresco,
caliente, congelado, glacial», etcétera; Dimensiones:
«elevado, bajo, alto, altísimo, hondo, llano, ancho, abierto,
grueso, estrecho», etcétera; y Energías: «vibración,
pulsión, zumbido, tem- blor, movimiento, enérgico, penetrante
, emanante, que retuerce, que empuja, que tira, de atracción»,
etcétera.10 Nos dieron instruc- ciones de dejamos llevar por
los términos descriptivos y a mí la últi- ma lista de descriptores
dimensionales me sugirió el objeto remo- tamente visto de la Figura
1.
En mi «Página resumen de la sesión», que se encontraba a con-
tinuación de la página en la que dibujé la Figura 1, escribí: «He
empezado con algo sexual y que me excita, tal vez dos personas,
pero entonces he cambiado a una estatua, he
entrevisto El beso, luego, a vista de pájaro desde más
de cien metros de altura [nos dieron instrucciones de movemos
alrededor y por encima de nues- tro objetivo], parecían personas en
una especie de m onumento, tal vez un parque de Londres, Hyde Park
con estatuas, o tal vez en un cine. Muy nebuloso».
Continuamos afinando nuestro objetivo y al cabo de una hora, Carr
se preparó para revelarnos el contenido del sobre. Antes de
hacerlo, sin embargo, recorrió la sala observando cuidadosamente
los numerosos bosquejos y descripciones que habíamos hecho. Delante
de algunos hizo comentarios muy favorables, a otros les insistió en
que éramos principiantes, que no podíamos esperar hacerlo bien el
primer día. Tuve la impresión de que mis dibujos y mi explicación
le interesaron mucho. ¿Me habría convertido yo en un maestro en
visión remota ya en mi primer viaje?
Resultó que el objetivo era Stonehenge. Yo ni siquiera me apro-
ximé. ¿O sí? Carr afirmó que yo tenía un gran potencial como
Sttp« <S4) (MirtCUMBwW
. i in omm .
^ ^ f * 1*
;
Figura 1. Resultados experimentales de la visión remota del
autor.
cual, en su opinión, guardaba una relación muy estrecha con Sto
nehenge. Y aquí nos topamos con el primer obstáculo de los expe-
rimentos de visión remota, determinar qué constituye un «blaijco» y
qué no. La respuesta depende de lo ancha que sea nuestra manga. Las
definiciones de la forma de operar y los criterios de selección,
que tan esenciales son para quienes, dentro de las cien- cias
sociales, se dedican a la investigación, faltan en la visión remo-
ta o están concebidos de tal manera que el investigador dispone de
un margen suficiente para determinar subjetivamente si un
experi-
r f l t t t á f
que creen firmemente en el fenóm eno, lo cual basta para po ner en
duda su criterio.
Dentro de nuestro grupo, sin embargo, había un hombre cuyo
bosquejo no requería una interpretación forzada: había
dibujado unas piedras grandes colocadas en círculo y había escrito
«Stone henge». ¡Blanco! No cabía manipulación subjetiva posible. Yo
esta- ba confuso, no sabía qué pensar, hasta que descubrí que
aquel caballero era un buen amigo de Carr y que esa misma mañana se
había desplazado desde Reno, donde vivía, hasta San Francisco,
donde se desarrollaba el seminario. Cuando, más tarde, Carr me
pidió una explicación alternativa al «blanco de Stonehenge»,
me
20 Las fronteras de la ciencia
cer, acerté, no se defendió de mi acusación. En un experimento de
verdad, le dije, nadie sabría el blanco con anterioridad: sólo en
tal caso podría hablarse de auténtico experimento de visión remo-
ta. Y ése fue el siguiente paso. Yo había llevado mi propio sobre
opaco con la fotografía de un objetivo. Así podríamos comprobar qué
resultados obtenían Carr, su amigo el experto en visión remota y
otro vidente remoto que, según Carr, era uno de los mejores del
mundo. Este sí sería un experimento controlado.
Para poder escoger un «buen» objetivo de visión remota me ha-
bían facilitado unas «instrucciones detallas» en las que se
decía: «Es importante que siga el siguiente procedimiento SIN
PRISAS, relaja- damente; necesitará el MONTON de páginas del
objetivo (una pági- na del objetivo consiste en una fotografía del
objetivo y una descrip- ción de éste) y una mesa o un escritorio
que se queden VACÍOS (no pueden tener nada excepto la página
del objetivo) durante todo el proceso de visión remota».
Seguí escrupulosamente los diecinueve pasos como si se
tratara de un ritual de magia simpática analogía muy apropiada de
todo el proceso y leí con mucha atención una hoja que llevaba por
título: «Características ideales de los objetivos de visión
remota». Entre otras aparecían las siguientes:
1. Necesariamente, tienen INTERÉS y LLAMAN LA ATENCIÓN (no son
aburridos). Bien: pirámides de Giza, el géiser de Oíd Faithful,
etcétera. Mal: un par de tijeras de la mesa del señor Carr, una
goma de borrar.
2. SIEMPRE están BIEN DEFINIDOS EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO, o lo
más posible, valiéndose de DATOS ESPACIALES Y TEMPORALES como
LUGAR, CIUDAD, ALTURA, DISTAN- CIA, ACTIVIDAD, NACIÓN, PERSONA(S),
ÉPOCA, FECHA. Bien: la gran pirámide de Giza. Mal: las pirámides
egipcias.
3. Si el objetivo es un ACONTECIMIENTO, hay que escribir
«/acontecimiento» a continuación del mismo. Bien: el primer
trasplante de corazón humano hecho por... en el
hospital.../acontecimiento (fecha). Mal: el primer trasplante
de
hospital.../acontecimiento (fecha). Mal: el primer trasplante de
corazón.
4. Son CONCRETOS, no difusos ni inconclusos. Bien: Arco de
Triunfo/París/Francia. Mal: un puente romano.
5. Se pueden SEÑALAR físicamente, tanto si se trata de un objetivo
como si se trata de un acontecimiento. Bien: Empire State Build
ing. Mal: el crash bursátil de 1982.
6 . Tienen LÍMITES CONCRETOS PROPIOS en el tiempo y el espacio.
Tienen más límites que los puramente conceptuales como las
fronteras estatales o nacionales. Bien: isla de Alcatraz. Mal: el
estado de Nebraska.
7. Existe un buen CONTRASTE «FIGURAFONDO» entre la activi- dad u
objeto de la figura del objetivo y la actividad u objeto del fondo
que se encuentra detrás del objetivo. Bien: Monte Shasta. Mal: el
centro del océano Pacífico.11
La lista se prolongaba con un sinfín de puntos más y en todos ellos
se sugerían objetivos buenos y malos. Y aquí tenemos un segundo
defecto importante de los experimentos de visión remota: las
opciones forzadas. Los profesionales de la magia las reconocerán de
inmediato como lo que son. Por ejemplo, en muchos trucos de cartas
las instrucciones son tan detalladas que el sujeto acaba meti- do
en una situación que o bien garantiza que el mago coja la carta
acertada o bien reduce extraordinariamente el número de posibili-
dades del objeto. Por ejemplo, se le dice a éste que piense en un
número de dos cifras entre el 50 y el 100 en el que las dos cifras
sean pares (así eliminamos las decenas del 50, el 70 y el 90 y
todos los números impares de las del 60 y del 80), como 62 u 82,
pero no iguales, como 6 6 y 88 (con ello se le está
sugiriendo al sujeto que no piense en esos números, lo cual
deja pocos de dos cifras que escoger). La ilusión consiste en que
el sujeto cree que su elección es libre. La realidad es que la
elección es del mago. La lista de características ideales de los
objetivos de la visión remota se propo- ne reducir el número de
objetivos potenciales básicamente a luga- res, monumentos y
edificios famosos.
Para conseguir un experimento imparcial de visión remota,
22 Las fronteras de la ciencia
de características distintas a las que aparecían en la lista, pero
que, según afirmaba en uno de los textos escritos por él que yo
había leído con anterioridad, Carr ya había «visionado»: las
galaxias. Sen- tado a mi mesa y mientras reflexionaba, me fijé en
una fotografía que tengo colgada en el despacho: la imagen de u n
pequeño trozo de cielo situado cerca de la cola de la Osa Mayor,
ciento cuarenta veces menor que la Luna llena a simple vista. Ese
pequeño trozo de cielo, fotografiado por la Cámara Planetaria de
Gran Angular n.Q2 del telescopio Hubble, contiene literalmente
varios millares de galaxias. En vista de que Carr afirmaba que los
videntes remotos podían ver galaxias y la fotografía a la que
me refiero es una de las más famosas y publicitadas en ese campo
(aparece en un sinfín de portadas de libros y revistas), di
por supuesto que el objetivo era correcto.
Un tercer problema de los experimentos de visión remota, que además
está relacionado con la lista de selección de objetivos, es el tipo
de dibujos de la gente. Cuando hacen un bosquejo, los dibu-
jantes aficionados apenas recurren a unos pocos elementos
sobre todo líneas rectas y curvas para describir, toscamente, el
objeto en cuestión. Pero unas cuantas líneas rectas y curvas mal
trazadas sobre un papel se pueden interpretar de cualquier manera,
espe- cialmente cuando la lista de objetivos potenciales se limita
a edifi- cios, monumentos y objetos naturales con rasgos llamativos
y reco- nocibles. Dicho de otro modo, sólo existe un número
determinado de variaciones sobre un tema; e incluso con una manga
no tan ancha, casi de cualquier conjunto de rectas y curvas puede
decirse que es un objetivo.
Y empezó el experimento. Dos colegas de Carr (el propio Can
renunció a participar) estuvieron una hora dibujando y elaboran- do
listas de palabras. Llenaron por lo menos una docena de folios cada
uno. Cuando terminaron, Carr exigió que les revelara el obje-
tivo.
N o, no expliqué . El propósito de este experimento es que
Introducción 23
remota, sobre lo subjetiva y nebulosa que a veces puede ser, y dijo
que aquello no era un auténtico experimento científico con sus
pertinentes mecanismos de control, etcétera.
P ero su amigo acaba de ver Stonehenge insistí yo y lo ha dibujado,
descrito y nombrado correctamente. Sin subjetivismos ni
palabrería. Si la visión remota funciona, tendría que ser
capaz de decirme ahora mismo qué hay en ese sobre.
Transcurrieron varios minutos de pesca especulativa en todos los
dibujos, con explicaciones de si el objetivo podría ser
estoo tal vez aquello, etcétera. Seguíamos allí esperando
y los videntes pare- cían incómodos, presa de la ansiedad. Me
preguntaron qué conte- nía el sobre y yo volví a decirles que les
correspondía a ellos decír- melo. Pasaron otros tantos minutos
hasta que decidí poner fin al suplicio.
Antes de abrir el sobre, dejen que les diga lo que van a hacer
ustedes cuando yo desvele su contenido. Van a repasar todas esas
docenas de dibujos, van a elegir el que más se parece a la foto y
van a declarar que lo han conseguido.
Cuál no sería mi asombro cuando Carr explicó que, en efecto, así
funcionaban lo? experimentos de visión remota. Yo le repliqué que,
si pretendía llamarse ciencia, tenía que operar a la inversa. Y eso
nos lleva al cuarto obstáculo de la investigación con visión
remota, un inconveniente que tiene que ver con el sesgo de confir-
mación y con el sesgo de retrospectiva. Los especialistas en
psicolo 1
gía cognitiva y pensamiento crítico saben que las personas sólo
prestamos atención a las pruebas confirmativas e ignoramos
las pruebas que están en disconformidad con nuestras
creencias pre- concebidas, y que, desde el presente, consideramos
en retrospecti- va y con el propósito de justificar el proceso por
el que hemos lle- gado a creer lo que creemos. Pero esto es algo
que, en ciencia, no está permitido.
Tras terminar mi breve lección de filosofía de la ciencia, abrí el
sobre y revelé el objetivo. Sin perder un segundo, Carr empezó
a
24 Las fronteras de la ciencia
entonces cuando constaté que la visión remota no es una ciencia
normal y que ni siquiera se encuentra próxima a las fronteras de la
ciencia. Es una pseudociencia, algo que definí en Por qué
creemos en cosas raras del siguiente modo: «principios y
teorías presentados de tal modo que parecen científicos aunque no
sean plausibles y no existan pruebas que los respalden». ¿Cómo
llego yo a determinar qué constituye y qué no una pseudociencia?
Por medio de una serie de preguntas que me hago sobre todas las
teorías que investigo para la revista Skeptic, publicación
científica de la que soy director, y para Exphmng the
Unknoum [Explorar lo desconocido], serie de televisión del Fox
Family Channel de la que soy copresentador y coproductor y
para la cual grabamos una parte del experimento de visión
remota al que vengo refiriéndome. Al explorar lo desconocido nos
topamos muchas veces con las fronteras del conocimiento en esa
difusa área entre ortodoxia y herejía, así que recordar algunas
verdades con- cretas puede ayudamos a establecer el límite entre
ciencia y pseudo- ciencia, entre lo que es científico y lo que
no.
Explorar lo desconocido Como hasta los telespectadores que sólo
encienden muy esporá-
dicamente el televisor saben, algunos documentales de la Fox no se
caracterizan precisamente por su adhesión a la política de
veracidad de que la cadena hace gala. Por si su documental sobre la
autopsia de la un alienígena no hubiera sido bastante ridículo, dos
años más tarde emitió para desmentirlo otro especial que recurría
al mismo cebo e incurría en la misma falsedad: los «secretos»
revelados corres^ pondían en realidad a otro documental
totalmente distinto ¡que ni siquiera había sido mencionado en el
prim er programa! Pero, no hay que extrañarse. En esa misma cadena
un comentarista especiali- zado en boxeo presenta documentales
dedicados a los animales más peligrosos del mundo, a las
persecuciones de coches más impresio- nantes de la Tierra, al
examen «riguroso» de las fuerzas de lo para normal y, de rondón
como los virus informáticos, a máquinas que
Introducción 25
Lo cierto es que hay documentales que tienen un coste de pro-
ducción muy bajo (los vídeos de otros son siempre m ucho más
baratos que los que se realizan con equipos de producción
pro- pios) y generan beneficios ingentes. No nos engañemos,
la televi- sión no es más que una ristra de anuncios con espacios
en blanco entre medias que hay que rellenar con programas lo
suficiente- mente interesantes para que el telespectador siga
pegado a la pan- talla hasta la siguiente ristra de anuncios. «No
se vayan», «No cam bien de canal» y «A la vuelta de la publicidad»
son frases cui- dadosamente pensadas que lanzan el siguiente
mensaje: «¡Ni se le ocurra tocar el mando!». Bajo la superficie del
negocio televisivo subyace la fobia al mando a distancia. Ningún
segmento de progra- mación debe durar más de siete u ocho minutos
el período medio de atención del público estadounidense; las
entrevistas se han reducido a bocados de ruido de no más de tres o
cuatro fra- ses; la música de fondo tiene que ser animada; el
montaje, ágil nada de largas y pausadas panorámicas de lagos y
montañas como los de los documentales de Ken Bums para la PBS. Los
segmentos «extensos» de catorce o quince minutos se dividen en dos
partes y al final de la prirrífera se insinúa de qué trata la
segunda para que el telespectador ponga sus deditos bien lejos del
mando.
La televisión es un negocio y los directivos de las cadenas quie-
ren ganar dinero. Así de sencillo. Estamos en Estados Unidos. De
modo que no nos metamos injustamente con la cadena Fox. No debería
extrañamos que, cuando la NBC emitió un «documental»
presentado por Charlton Heston en el que se decía que las
pirámi- des de Egipto fueron constmidas por una civilización mucho
más antigua hace unos diez mil años, no apareciera un solo
arqueólo- go, científico o escéptico de credibilidad y prestigio
académico contrastados para manifestar una pizca de disconformidad.
Por- que aquel programa no era un documental. Era lo que yo llamo
un entretenimental, un programa de entretenimiento disfrazado
de documental. Y no sólo ocurre en la NBC. En 1993, la CBS
emitió
26 Las fronteras de la ciencia
del arca de Noé]. David Balsiger, productor del programa, explicó
la filosofía del tiempo en televisión: «Lo que pasa es que procura-
mos que salga el mayor número de entrevistados como sea posible,
así que hemos resumido sus intervenciones. Si antes hablaban un
minuto, ahora sólo hablan treinta segundos. Cortamos una frase o
dos al final o donde sea. No por cambiar el punto de vista ni nada
parecido, sino para que la opinión que dura más, dure
menos»12. Tal vez si Sun Pictures hubiera dedicado un poquito más
de tiempo a escuchar lo que decían los entrevistados, no se habría
dejado tomar el pelo por George Jammal, actor de Long Beach,
Califor- nia, que convenció a los productores de que tenía en su
poder un auténtico m adero del arca en realidad, un trozo de
traviesa que había arrancado cerca de su casa y que luego había
metido en el horno y empapado de salsa teriyaki con especias.
Cualquier arqueólogo se habría dado cuenta nada más verlo, pero no
consul- taron a ninguno. Balsiger reaccionó con furia, sobre todo
tras la atención que el timo concitó en los medios de comunicación:
«Algo debe de ir mal en la ética periodística cuando se glorifican
los actos de embaucadores que pretenden y consiguen engañar a
cuarenta millones de telespectadores y luego se culpa al productor
del programa y a la CBS por no descubrir sus elaborados trucos»13.
¿Elaborados? Aunque no hubieran consultado con un experto,
podrían haber reparado en algunas pistas que inducían a
pensar que todo era un montaje, como los nombres del ayudante
fantas- ma de Jammal, «señor Asholian», de su falso amigo polaco,
«Vladí mir Sobitchsky», y el de su inexistente yerno, «Allis Buls
Hitian»14. Como el buen libro advierte, no hay más ciego que el que
no quie- re ver.*
Criticar la televisión y protestar contra los programas que emite
es uno de los pasatiempos favoritos de científicos y escépticos y,
en ese sentido, yo no estoy libre de culpa. Pero fiel a ese dicho
que
* Los nombres son una burla patente: «míster Asholian» es
adaptación de asshole, «gilipollas»; «Sobitchsky» contiene
bitch, «zorra»; y «All Buls Hitian» no puede ser
Introducción 27
afirma que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad,
desde la fundación en 1992 de la Sociedad de Escépticos y de la
revista Skeptic quise vender la idea de un documental para
escépti- cos. A la mayoría de los productores de la mayoría de los
progra- mas a los que asistía como invitado les comentaba mi idea
de una serie que serviría de escaparate a las ideas de
creyentes y de escépti- cos. En 1994 y 1995 aparecí
varias veces en un programa de la NBC dedicado a lo paranormal
titulado The Other Side [El otro lado] (presentado p or un
amable cómico y ex ministro, combinación multifacética que no es
rara en el siempre incierto negocio del espectáculo) y entablé
amistad con los productores. Pocos años después presenté un
proyecto a su empresa (las grandes cadenas de televisión rara vez
producen sus programas, casi siempre los compran o alquilan a
productoras independientes que en el sur de California proliferan
por centenares), pero no salió adelante.
Varios años después, uno de los ejecutivos de esa productora empezó
a trabajar en el recién formado Fox Family Channel (Rupert Murdoch,
el dueño de la Fox, compró Family Channel al telepredicador Pat
Robertson; como parte del trato, Robertson mantiene su programa The
700 Club, que se emite inmediatamente después
de Explxmngthe Unknown. ¡Qué ironía!). A ese ejecutivo
le gustó mi proyecto, así que me pidió que se lo ofreciera al Fox
Family Channel. Así lo hice, y con gran entusiasmo. Tras varios
meses de negociaciones (los contratos de televisión son bastante
complejos y requieren los servicios de abogados especializados en
el mundo del espectáculo, oficio que en Hollywood tiene un número
de practicantes muy considerable), cerramos el trato y la empresa
que produjo más de doscientos episodios de la serie Sigh
tings [Observaciones], dedicada a lo paranormal, fue la
elegida para producir mi programa, que acabaría
llamándose Exploring the Unknown. (Elegimos este
equívoco título para no desvelar ni a los espectadores ni a los
posibles invitados la naturaleza del programa; imagine el lector la
respuesta de algún potencial invitado al recibir la llamada de nu
dantes de producció Qué t l? Nos
28 Las fronteras de la ciencia
programa del Fox Family Channel que se titula “Desacreditando
lo desconocido”».)
Trabajar en ese programa ha sido una experiencia maravillosa y muy
ilustrativa no sólo porque he aprendido cómo se produce una serie
de televisión, sino por las investigaciones que hemos llevado a
cabo. Exploring the Unknown amplía la labor de la
Sociedad de Escépti- cos y de la revista Skeptic, pero con un
presupuesto de doscientos mil dólares por episodio (normal en la
televisión por cable, bajo para las cifras normales en las grandes
cadenas) podemos hacer mucho más de lo que la Sociedad nos permite.
Y llegar a mucha más gente. Por ejemplo, la revista Skeptic
se distribuye en casi todas las librerías impor- tantes y en
la mayoría de los quioscos de Estados Unidos y vende un número muy
respetable de ejemplares: cuarenta mil, un orden de magnitud más
que la mayoría de las publicaciones científicas y uno o dos órdenes
de magnitud menos que las revistas que más venden. Y, según los
parámetros del negocio editorial, mis libros se venden bien. De,
por ejemplo, Por qué creemos en cosas raras se vendieron
unos trein- ta mil ejemplares en tapa dura y a fecha de hoy la
edición en rústica va por los cincuenta mil. W. H. Freeman,
mi editor, está muy satisfecho con estas cifras, que están, como
Skeptic, un orden de magnitud por encima de la mayoría de los
libros que se publican y uno o dos órde- nes de magnitud por debajo
de los grandes supervenías.
Pero comparemos estos datos con los de nuestra pequeña serie
televisiva de un canal por cable de alcance medio. El programa se
emite los viernes a las diez de la noche hora no especialmente
buena en la televisión estadounidense y normalm ente tiene un
índice de audiencia de 0,7 o 0,8 puntos, lo cual quiere decir
que todas las semanas lo ven en ¡setecientos mil u ochocientos mil
hogares! Es un orden de magnitud más que el de mi revista y mis
libros juntos, y eso que, según los parámetros televisivos, son
cifras muy magras en comparación con programas como Who Wants to
be a Millionaire? [¿Quién quiere ser millonario?], que
todas las noches ven más de veinticinco millones de personas. La
primera tempora-
Introducción 29
dores. El hecho, simple y poderoso, es que si quieres que tu mensa-
je alcance a mucha gente, tienes que difundirlo por
televisión.
30 Las fronteras de la ciencia
El problema de los límites y su complicada solución Ésa es la
cuestión: ¿cómo saber si una afirmación determ inada
tiene sentido o no es más que una tontería? ¿Siempre se puede dis-
tinguir con claridad la realidad de la fantasía, los hechos de la
fic- ción? Todos los episodios de Exploring the
Unknonm empiezan con una teatral frase pronunciada por el
actor Mitch Pileggi (que inter- preta a Skinner, el
subdirector del FBI, en Expediente X, serie que también
investiga estos temas pero en formato dramático y con menos dosis
de escepticismo): «La cosas no siempre son lo que parecen a
la hora de explorar lo desconocido». Las cosas no siem- pre
son lo que parecen porque no vivimos en un mundo en blanco y negro
de síes y noes, en un mundo sin ambigüedades. Es el «pro-
blema de los límites»: dónde trazamos la frontera entre
ortodoxia y heterodoxia, entre ciencia canónica y ciencia herética,
o entre ciencia y pseudociencia, en tre ciencia y aciencia, en tre
ciencia y sandez.
El límite es una línea de demarcación, la frontera trazada en la
geografía del conocimiento, en los países de las afirmaciones. Pero
esta analogía geografía/política tiene un inconveniente: no es
completa. Ríos y cordilleras, mares y desiertos contribuyen a que
geógrafos y políticos delimiten (aunque sea artificialmente) las
fronteras de países y zonas geográficas (necesariam ente precisas
por motivos legales y a veces justo en mitad de un paisaje
sin rasgos definidos), pero los conjuntos del conocimiento son más
difusos y las líneas fronterizas que los separan más borrosas. No
siempre, ni siquiera con frecuencia, está claro dónde hay que
establecer los límites. Que una afirmación en particular reciba el
calificativo de científica o pseudocientífica dependerá tanto de la
propia afirma- ción como de la definición del conjunto al que
pertenece. Aquí la lógica difusa, en oposición a la lógica
aristotélica, puede ayudamos a resolver este clásico problema de la
filosofía de la ciencia.
La lógica aristotélica dice que A es A y que A no puede ser noA. Un
varón está definido por una serie de rasgos: cromosomas XY
Introducción 31
incluso este clásico y simple ejemplo depende de los límites que
separan los conjuntos formados por los elementos varón y no varón.
Es verdad que los conjuntos varón y novarón (hembra) contienen a la
mayoría de los individuos, pero hay algunas perso- nas que no se
integran claramente ni en uno ni en otro y que en realidad estarían
mejor en un tercer conjunto, el de las personas transgénero.
También existen hermafroditas. Hay varones con cro- mosomas XXY
(padecen el llamado síndrome de Klinefelter), que les hacen
estériles y que les dan una apariencia visiblemente más femenina.
Pero, por otro lado, también existen «supervarones», con cromosomas
XYY, y, al parecer, manifiestan niveles más eleva- dos de violencia
y agresividad.15 Además, hay varones con niveles de
testosterona tan bajos que sus cuerpos son más fláccidos, su piel
suave y sin vello, y su voz afeminada. En el otro extremo, hay hem-
bras con niveles de testosterona tan elevados que, según los
pará- metros de género del Comité Olímpico Internacional, para el
que no basta una simple comprobación de cromosomas XX o XY, no son
mujeres. (Por ejemplo, en la competición ciclista Race Across
America [Carrera a través de Estados Unidos], de la que soy cofun
dador, que dirigí o codirigí durante trece años y en la que
participé en cinco ocasiones, el laboratorio IOC, de la Universidad
de Cali- fornia en Los Angeles, estaba encargado de los análisis
antidopaje. Cierto año sonó la voz de alarma porque los análisis de
la ganadora femenina dieron unos niveles de testosterona
peligrosamente cer- canos a los de un varón, lo cual habría
supuesto su descalificación. Pero aquella mujer no tomaba
testosterona; sus niveles eran eleva- dos por naturaleza.) Y estos
ejemplos sólo se refieren a definicio- nes físicas de masculinidad.
También hay ejemplos conductuales, como los de esos varones que se
visten de mujer y disfrutan más desempeñando roles de mujer que de
varón. Estos factores sociales y psicológicos desdibujan todavía
más los límites.
La lógica difusa aporta una solución a este problem a al evitar los
conjuntos binarios y asignar a los sujetos o materias
fracciones
32 Las fronteras de la ciencia
cielo como ejemplo.16 La lógica aristotélica afirma que tiene
que ser azul o no serlo, pero no ambas cosas. Pero, hablando en
propie- dad, del cielo no se puede decir que sea una cosa o la
otra. Según la forma de razonar de la lógica difusa, dependiendo de
la hora del día y de la parte del cielo, lo idóneo es hablar de
fracciones difusas. Al amanecer, el cielo próximo al horizonte
puede ser 0,1 azul y 0,9 no azul (o 0,9 naranja). Asimismo, a la
mayoría de los varones se les puede asignar una fracción
difusa de, por ejemplo, 0,9 o de 0,8 de masculinidad, pero todos
sabemos que, según los criterios a que recurramos para definir la
masculinidad, hay hombres a quienes les correspondería una fracción
de 0,7 o de 0,6 y unos pocos a los que les vendría mejor una de 0,2
o de 0 ,1 .
Cuando dejamos conjuntos tan simples como cielos y hombres y nos
introducimos en fenómenos mucho más complejos y social- mente
condicionados como el saber y las creencias, los conjuntos se
superponen en mayor medida y las zonas fronterizas son más anchas y
confusas. En tales condiciones, es mucho más complicado trazar los
límites. La lógica difusa es básica para nuestra forma de enten der
cómo funciona el mundo y, particularmente, para asig- nar
fracciones difusas no sólo a los conjuntos de saberes y a los indi-
viduos que los conocen, sino para definir nuestro grado de certi-
dumbre sobre ambos. Y aquí nos encontramos en un terreno de la
ciencia que nos resulta muy familiar: el de la probabilidad y la
esta- dística. Por ejemplo, en las ciencias sociales decimos que
rechaza- mos la hipótesis nula cuando el nivel de confianza es 0,05
(es decir, estamos un 95 por ciento seguros de que el resultado
encontrado no se debe al azar), o cuando es 0,01 (un 99 por
ciento), o incluso cuando es 0,0001 (cuando la probabilidad
de que el resultado se deba a la suerte no es más que de un uno por
diez mil). Es la lógica difusa en su máxima expresión, y es esta
difusa forma de razonar (en el mejor sentido) la que nos ayudará a
resolver la incógnita de los límites en ciencia.
En mi libro Por qué creemos en cosas raras señalé cuán
difícil es
Introducción 33
Definir lo que es raro es como definir el arte, o la pornografía:
los reconozco cuando los veo gracias a una profunda y larga
experien- cia y un parejo estudio, pero form ular una definición me
resulta muy difícil. No soy capaz de precisar ni la rareza ni la
frontera que la separa de lo que no es una rareza con la exactitud
semántica de una sola definición que abarque todos los fenómenos; y
no soy capaz por la variedad y complejidad de las afirmaciones y la
diversi- dad de los conjuntos de conocimiento a que las creencias
pueden pertenecer. Sencillamente, no es justo reducir las
creencias y a quienes las defienden a una sola definición
categórica. No obstan- te, podemos solventar esta dificultad
examinando con detalle una serie de creencias concretas para
extraer principios en los que basamos para trazar las líneas
de demarcación. Lo hemos hecho ya con la visión remota y ha quedado
definitivamente claro que no es ciencia. En breve examinaremos otro
ámbito donde las fronteras no son tan claras.
En mi libro Denying History [Negar la historia], que
escribí en colaboración con Alex Grobman, formulé una lista de
preguntas que se pueden plantear ante cualquier afirmación
histórica con el propósito de distinguir si ésta es un caso
de revisionismo histórico legítimo o de ilegítima negación de la
historia (en mi libro, concre- tamente, se trataba de la negación
del Holocausto). La llamé «lista de detección de la
negación»17 y podemos aprovecharla para dife- renciar ciencia
de pseudociencia y de lo que no son más que tonte- rías. Cuando las
formulamos a propósito de un grupo de creencias en particular,
tales preguntas nos pueden ayudar a determinar dónde trazar los
límites entre conjuntos difusos o qué fracción difusa se le asigna
a una creencia en particular. En su libro El
mundo y sus demonios, Cari Sagan expuso lo que llamó su «kit
de detección de estupideces»18. Puesto que
en Las fronteras de la ciencia me ocupo de muchas
afirmaciones que en justicia no entran den- tro de la categoría de
«estupideces», por deferencia a Cari, llamaré al mío «kit de
detección de límites».
al mío «kit de detección de límites».
34 Las fronteras de la ciencia
Kit de detección de límites Como en cualquier kit que se precie,
hay que leer las instruccio-
nes con detenimiento para aprovechar todas las venteas del produc-
to. Lo primero que exige el kit es que quien vaya a usarlo examine
todos los detalles, que llegue a conocerlos con la profundidad
sufi- ciente para responder a sus preguntas. Y hay un compromiso
tácito de ser justo y honrado, de no iniciar la investigación
habiendo dicta- do el veredicto de antemano. Es difícil,
naturalmente, porque nadie se enfrenta a los datos con la cabeza
inmaculada, libre de teoría. La ciencia está cargada de teorías.
Todos nos sentamos a la mesa de juego con un conjunto de
ideas preconcebidas nacidas de los para- digmas con que crecimos o
fuimos educados.
Sin embargo, todos podemos elevamos por encima de nuestros
prejuicios, si no hasta un punto de Arquímedes de impoluta
objetivi- dad, sí al menos hasta cierto nivel donde la persona que
defiende la idea que investigamos sienta que recibe un trato justo.
De hecho, el principio de imparcialidad de nuestro kit de
detección de límites podría traducirse, entre otras cosas, en
la siguiente pregunta que yo llamo pregunta de
imparcialidad, que habría que plantear antes que ninguna
otra: si les preguntara a los defensores de la afirmación que
investi- go si tienen la impresión de que ellos y sus
creencias reciben un trato justo, ¿ qué
responderían ? En realidad, siempre que sea posible, ¿por qué
no pre- guntárselo directamente? Así lo he hecho en diversas
ocasiones y para mi considerable sorpresa he comprobado que
no había sido justo, particularm ente porque podaba las
creencias investigadas hasta convertirlas en un puñado de
principios simplificados que me resultaba más fácil analizar (y,
normalmente, desacreditar). Es lo que en lógica a veces se llama
«falacia del hom bre de paja», en la cual uno se enfrenta a un
hombre de paja que puede derribar con facili- dad pero que en
realidad no representa la postura de nadie. Me he dado cuenta de
que aprendo mucho más cuando no olvido la pre- gunta de
imparcialidad. En muchos casos, preguntar al defensor de la
creencia es complicado, pero, en tal caso, la pregunta de
imparcia-
Introducción 35
Con estas salvedades, voy a enumerar las diez preguntas útiles que
se pueden hacer para determinar la validez de una afirmación:
1 . ¿Hasta qué punto son fiables las fuentes en que se
sustenta la nueva afirmación ? Personas como el
historiador David Irving, una de las figuras más relevantes del
movimiento de negación del Holocaus- to, parecen de fiar porque
citan hechos y datos, pero, a menudo, cuando los estudiamos más de
cerca, esos hechos y datos están dis- torsionados, sacados de
contexto y a veces incluso son inventados. Los científicos suelen
ser fiables, los pseudocientíficos no. Natural- mente, es cuestión
de grado, porque todos cometemos errores. Como Daniel Kevles
demostró con tanta brillantez en su libro The Baltimore
Affair [El caso Baltimore], cuando se investiga un
posible fraude científico nos encontramos ante un conflicto de
límites, porque hay que detectar una señal fraudulenta sobre
el fondo de ruidos que constituyen los errores y descuidos normales
que for- man parte del proceso científico.19 El análisis de un
conjunto de notas de investigación de Thereza ImanishiKari
(colaboradora del premio Nobel David Baltimore) por parte de
un comité indepen- diente del Congreso organizado para investigar
un posible fraude, reveló un núm ero de errores sorprendente. Pero,
como sabe muy bien Kevles, que está especializado en historia
de la ciencia, la cien- cia no es tan pulcra como la mayoría de la
gente cree. En primer lugar, la investigación en biología molecular
es mucho más com- pleja que, por ejemplo, la de la física de
partículas. Los experimen- tos de biología molecular se complican
po r el hecho de que las células y los virus son mucho más
inestables que, por ejemplo, los átomos de hidrógeno. Se plantea
entonces la siguiente cuestión: ¿cómo distinguir la distorsión
intencionada de los datos o de la interpretación de los datos de la
que no es intencionada? En reali- dad, éste fue uno de los temas de
discusión centrales del famoso proceso a los negacionistas
del Holocausto que se desarrolló a principios del año 2000, y
en el que los abogados de Deborah Lips tadt y los peritos
convocados como testigos intentaron demostrar
36 Las fronteras de la ciencia
ces normales de la investigación, sino una distorsión deliberada de
los documentos históricos. Demostraron (y el juez dictó sentencia a
favor de Lipstadt) que los errores de Irving siempre apuntaban a la
exoneración de Hitler y de los nazis.
2. ¿Suelen hacer esas fuentes afirmaciones
similares'? Extremistas, negacionistas y pseudocientíficos
tienen la costumbre de ir mucho más allá de los hechos, así que,
cuando un individuo hace una gran cantidad de afirmaciones de este
género, es señal de que no sólo se trata de u n revisionista o de
un iconoclasta. Nos encontramos, de nuevo, ante una cuestión de
grado, porque hay grandes pensado- res cuyas creaciones
especulativas prescinden de los datos. Thomas Gold, científico de
la Universidad de Comell es famoso por la radi calidad de sus
ideas, pero ha tenido razón en tantas ocasiones que otros
científicos le escuchan con atención y tienen en alta conside-
ración su pensamiento. Por ejemplo, el libro de Gold The Deep
Hot Biosphete [La biosfera candente] propone
la herética idea de que el petróleo no es un combustible
fósil, sino el derivado de un masiva colonia subterránea de
bacterias que viven en las rocas.20 Casi nin- gún científico
con quien haya hablado se toma en serio esta tesis, pero
ninguno considera tampoco que Thomas Gold se haya vuelto loco. ¿Por
qué? Porque acepta las reglas del juego de la ciencia. El objetivo
del escéptico, en cambio, es un modelo de pensamiento marginal que
desecha y distorsiona datos constantemente no con un propósito
creativo, sino por adscripción a una ideología.
3. ¿Han sido verificadas las afirmaciones por otra
fuente? Normal- mente los pseudocientíficos y los acientíficos
hacen afirmaciones no verificadas o verificadas únicamente por
alguna fuente de su propio círculo. Debemos preguntamos quién
verifica las afirma- ciones e, incluso, quién verifica a quien las
verifica. Por ejemplo, la clave del desastre de la fusión fría no
fue que Stanley Pons y Martin Fleischman se equivocasen, sino que
anunciaran su espectacular descubrimiento antes de que otros
laboratorios lo verificasen (en rueda de prensa nada menos) y lo
que es peor, que, cuando nadie
Introducción 37
abandonaron las reglas de la ciencia y, por el camino, su ciencia
se convirtió en su fe. Gary Taubes, autor de libros científicos,
dijo de esta forma de proceder que era «mala ciencia»21. El físico
Robert Park habla de «ciencia vudú»22. Sea cual sea la
denominación, que una fuente ajena a nuestro ámbito verifique
nuestras hipótesis es esencial para toda ciencia digna de este
nombre.
4. ¿ Cómo casa la afirmación con lo que sabemos del mundo y su
funcio- namiento? Es necesario situar una afirmación
extraordinaria en un contexto más amplio para ver dónde y cómo
encaja. Cuando los negacionistas elaboran complejas teorías de la
conspiración sobre la forma en que los judíos se han inventado la
teoría del Holocaus- to a fin de conseguir indemnizaciones de
Alemania y el apoyo de Estados Unidos a Israel, interpretan con
ingenuidad o de manera engañosa el com portamiento de los regímenes
políticos moder- nos. Las indemnizaciones de guerra que pagaba
Alemania se calcu- laron basándose en el núm ero de supervivientes,
no de víctimas; y Estados Unidos apoyan a Israel sobre todo por
razones políticas y económicas interesadas, no por altruismo, culpa
o simpatía.23
Cuando los pseudoarqueólogos afirman que las pirámides y la esfinge
de Giza fueron construidas hace más de diez mil años por una raza
avanzada (porque los egipcios no pudieron mover los pesados
sillares y porque la esfinge muestra señales de erosión hídrica que
no han podido producirse después de la última glacia- ción) , no
ofrecen ningún contexto en el que esa raza pudiera pros-
perar .24 ¿Por qué esa civilización no ha dejado
más vestigios? ¿Dónde están sus obras de arte, sus armas, sus
prendas de vestir, sus herramientas, su chatarra? Sencillamente, no
es así como proce- den la arqueología o la historia.25
5. ¿Se ha tomado alguien, incluida la persona que la defiende,
la moles- tia de buscar pruebas que refuten la afirmación, o sólo
ha buscado pruebas que la confirmen ? Nos topamos aquí
con el sesgo de confirmación, o tendencia a buscar pruebas
confirmatorias y despreciar las pruebas refutatorias.26 El
sesgo de confirmación es poderoso y omnipresen- te, y casi nadie lo
puede evitar. Es la razón de que el método cientí-
38 Las fronteras de la ciencia
verificación y en la réplica, y en esto es especialmente importante
el intento de falsar una afirmación. Los libros de David Irving son
ejemplos clásicos de una ideología en busca de hechos. En todo lo
que se refiere al Holocausto, rara vez intenta falsar o rebatir sus
interpretaciones (aunque sí lo hace con gran presteza con otros
aspectos de la guerra). Celebra con entusiasmo las pruebas refuta-
torias del Holocausto (testimonios de supervivientes nazis que lo
niegan, anomalías triviales de las pruebas físicas), pero prescinde
hábilmente de la mayoría de las pruebas refutatorias de sus
teorías. Lo mismo sucede con la fusión fría. Existen tantas pruebas
en con- tra que todo el m undo menos un puñado de físicos, químicos
y futuristas perdidamente entusiastas ha descartado hace tiempo
nuevas investigaciones. En cambio, los defensores de la «energía
infinita» (que hasta se ha convertido en el título de una revista)
se aferran a los más nimios resultados experimentales para barrer
todas las pruebas refutatorias bajo la alfombra de teorías conspira
tonas, las cuales, por ejemplo, sostienen que las industrias del
petróleo y la electricidad son las que evitan que la opinión
pública estadounidense conozca las pruebas positivas.27
6 . En ausencia de pruebas definitivas, ¿las que existen
convergen en las conclusiones de la nueva teoría o en otras
? Los negacionistas no buscan pruebas que converjan en
alguna conclusión, sino pruebas que confirmen su ideología. Al
estudiar los diversos testimonios ocula- res del gaseamiento de
prisioneros en Auschwitz, por ejemplo, se forma un relato
coherente, hasta el punto de que hoy entendemos con bastante
detalle lo que sucedió. Por su parte, los negacionistas se
concentran en las pequeñas discrepancias de los testigos y las tie-
nen por incoherencias o lagunas que refutan la teoría ortodoxa. Por
el contrario, y aunque al principio pueda parecer contraintuiti vo,
esas divergencias en minucias confirman la teoría, porque
nadie recuerda perfectamente los detalles del pasado y, por
supuesto, sólo los aspectos generales de un acontecimiento son
similares, no sus pormenores, que varían según las circunstancias.
Los ufólogos
Introducción 39
y en las visiones distorsionadas de testigos desinformados, al
tiem- po que, interesadamente, prescinden del hecho de que la
gran mayoría (yo calculo que entre el 90 y el 95 por ciento) de los
testi- monios de ovnis son perfectamente explicables mediante
razones muy prosaicas.28
7. ¿Recurre quien defiende una teoría a las normas de la
razón y a las herramientas de investigación generalmente
aceptadas o las sustituye por otras que le permiten llegar a
las conclusiones deseadas ? La mayoría de los nega cionistas
ni siquiera conocen las reglas comúnmente aceptadas de la
investigación y mucho menos las aplican debidamente. Pero los que
las conocen o deberían conocerlas como Mark Weber, Robert Fau
risson y David Irving las infringen en beneficio de su ideología. Y
no me refiero sólo a citar las fuentes en artículos de
publicaciones pre- suntamente académicas como el Journal
of Historical Review o en esos gruesos volúmenes con
docenas de páginas de referencias bibliográ- ficas. Hablo del uso
honrado de estas herramientas, es decir, de recu- rrir, a la
hora de examinar un documento en particular o traducir una palabra
o frase concretas en la tranquila soledad de la investiga- ción, a
cuanto está en su mano para considerar el dato y el contexto
históricos. Los crea^ionistas a quienes yo prefiero llamar negacio
nistas de la evolución constituyen el mayor ejemplo de esta falta
de honradez; adolecen, por lo demás, de falta de pensamiento
conver- gente. Los creacionistas (sobre todo los partidarios de la
historia breve de la Tierra) no estudian la historia de la
vida. En realidad, no les interesa lo más mínimo la historia de la
vida porque ya la cono- cen, la tienen escrita en el libro del
Génesis. Ningún fósil, ningún vestigio biológico o paleontológico
lleva escrita la palabra «evolu- ción», pero existen decenas de
miles de ellos y todos convergen en la misma conclusión: la
historia de la evolución de la vida. Los creacio- nistas no sólo
ignoran conscientemente esa convergencia, sino que tienen que
prescindir de las reglas de la ciencia, lo cual no les resulta
difícil, porque, en realidad, la mayoría no son científicos. Los
crea- cionistas leen publicaciones científicas poruña sola razón:
encontrar fallos en la teoría de la evolución o acomodar ideas
científicas a sus
40 Las fronteras de la ciencia
8 . Quien defiende la afirmación ¿aporta también una
explicación dis- tinta de los fenómenos observados o se limita a
negar la explicación existen- te1? Normalmente, los
negacionistas no tienen ninguna teoría o his- toria alternativa que
ofrecer y, simplemente, se concentran en atacar las doctrinas
aceptadas. Es una estrategia clásica en los deba- tes: critica a tu
oponente pero no concretes nunca tus creencias para evitar
las críticas. Pero esta estratagema es inaceptable en ciencia y en
historia de la ciencia. El revisionismo puede aportar críticas
legítimas del paradigma existente y ofrecer un nuevo para- digma,
pero el negacionismo rara vez conlleva algo más que un simple
ataque al statu quo. Los creacionistas sólo sugieren una «teoría»
para sustituir a la de la evolución: «Es obra de Dios»30. Quienes
dicen que las pirámides las construyó una civilización pre- via a
la egipcia no aducen la menor prueba y se limitan a destacar las
anomalías de los arqueólogos. Los críticos del Big Bang prescin-
den de la convergencia de pruebas que conduce a este modelo cos-
mológico y se centran en sus escasos fallos, pero todavía no han
ofrecido ninguna alternativa viable sustentada en pruebas.
9. Si quienes postulan la nueva afirmación sí plantean una
teoría alter- nativa, ¿explica ésta tantos fenómenos como la
anterior? Alguna que otra vez aparecen nuevas teorías (por
ejemplo, el afrocentrismo radical y el feminismo más extremista),
pero éstas no suelen ofrecer una explicación tan completa del
pasado como la teoría a la que pre- tenden sustituir. Es en estos
detalles del pasado donde pueden encontrarse pruebas refutatorias
en forma de acontecimientos inexplicados. Si no hubo Holocausto,
¿qué ocurrió con los millo- nes de jud íos desaparecidos durante la
guerra? Si no hubo Holo- causto, ¿cómo explican los negacionistas
la multitud de referencias al ausrotten (exterminio) de los
judíos en los documentos nazis? No las explican. Hacen caso omiso,
argumentan, niegan. De igual modo, los escépticos de la existencia
del virus VIH sostienen que es el estilo de vida (el consumo de
drogas o la promiscuidad, que inci- den en un sistema inmunitario
ya debilitado de manera natural) y
el VIH lo que el sida. Pero tp n
Introducción 41
convergen en apoyo de que el VIH es la causa del sida y, simultáne-
amente, prescindir de pruebas tan patentes como el hecho de que se
produjera una significativa propagación del sida en hemofilicos
justo después de que el virus VIH se les in trodujera por
descuido en la sangre. Y encima, la teoría alternativa ni mucho
menos consi- gue dar cohesión a tantos datos como la teoría del
VIH.31
10. Las creencias y prejuicios de los que defienden cierta
teoría ¿ se basan en las conclusiones de esta teoría o, al
contrario, en los propios prejuicios? Todos tenemos
prejuicios, nadie es totalmente imparcial. Todos los científicos e
historiadores tienen convicciones sociales, políticas e ideológicas
que, potencialmente, pueden imprimir un sesgo deter- minado en su
interpretación de los datos. Teniendo esto en cuen- ta, cabe
hacerse la siguiente pregunta: ¿en qué medida afectan
principios y prejuicios a la investigación? Es cierto que
incluso los científicos e historiadores mejor intencionados pueden
caer en la búsqueda de hechos que confirmen ideas
preconcebidas, pero en algún momento, norm almente en la fase de
revisión y cotejo con sus pares (bien informalmente, cuando uno
encuentra colegas que leen el manuscrito antes de enviarlo a la
editorial, bien formal- mente, en privado euando esos colegas leen
y critican el manuscri- to o en público, tras la publicación), los
prejuicios salen a la luz y se extirpan o la revista o la editorial
rechazan el artículo o el libro en cuestión y no lo publican. Ese
es el motivo de que no se deba traba- jar en el vacío. Sin
mirada crítica, el intelecto tropieza y cae. Si el autor no es
capaz de percatarse de sus propios prejuicios, otros ojos se los
señalarán.
Con este kit de detección de límites podemos ampliar la heurística
de la lógica difusa a tres conjuntos que llamaremos ciencia
normal, ciencia fronteriza y aciencia, sistema tem
ario de conjuntos mucho menos restrictivo que el sistema binario. A
continuación enum ero algunos ejemplos extraídos de mi experiencia
al hacer las diez pre- guntas anteriores durante el estudio,
considerablemente detalla- do, de determinadas afirmaciones que
entran difusamente en una
42 Las fronteras de la ciencia
tivamente he asignado a cada teoría o afirmación (0,9 es el máxi-
mo y 0 ,1 el mínimo grado de validez científica):
Ciencia normal. En el lado científico de la frontera:
Heliocentrismo, 0,9 Evolución, 0,9 Mecánica cuántica, 0,9
Cosmología del Big Bang, 0,9 Tectónica de placas, 0,9
Neurofisiología de las funciones cerebrales, 0,8 Equilibrio
puntuado, 0,7 Sociobiología/psicología evolutiva, 0,5 Teoría de la
complejidad y del caos, 0,4 Inteligencia y tests de inteligencia,
0,3
Aciencia. Al otro lado de la frontera: aciencia,
pseudociencia y sandeces
Creacionismo, 0,1 Revisionismo del Holocausto, 0,1 Visión remota,
0,1 Astrología, 0 ,1
Código bíblico, 0,1 Abducciones alienígenas, 0,1 BigFoot, 0,1
Ovnis, 0,1 Teoría del psicoanálisis freudiano, 0,1 Recuperación de
recuerdos, 0,1
Ciencia fronteriza. En la zona fronteriza entre la ciencia
normal y la aciencia:
Teoría de supercuerdas, 0,7 Cosmología inflacionaria, 0,6 Teorías
de la conciencia, 0,5
Teorías de la conciencia, 0,5 Grandes teorías de la economía
(objetivismo, socialismo, etcé-
tera) , 0,5
Búsqueda de inteligencia extraterrestre, 0,5 Hipnosis, 0,5
Quiropráctica, 0,4 Acupuntura, 0,3 Criogenia, 0,2 Teoría del punto
omega, 0,1
Puesto que estas categorías son difusas com o lo son también sus
valoraciones fracciónales, en función de las pruebas que vayan
apareciendo pueden cambiar de grupo y recibir una nueva valora-
ción. En realidad, todas las teorías que ahora pertenecen a la
cien- cia normal fueron acientíficas o estuvieron en los márgenes
de la ciencia. Cómo pasaron de la aciencia a las fronteras de la
ciencia y de ahí a la ciencia normal (o cómo algunas teorías de la
ciencia normal volvieron a las fronteras e incluso a la aciencia)
es uno de los aspectos más importantes del estudio de la historia y
filosofía de la ciencia.
La SETI, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre en sus siglas en
inglés, no es pseudociencia porque todavía no afirma haber
encontrado nada («i a nadie): la practican científicos profesiona-
les que publican sus descubrimientos en revistas que leen otros
científicos profesionales, supervisa sus declaraciones y no vacila
en examinar todo indicio de error en los datos, y casa
perfectamente con nuestra comprensión de la historia y estructura
del cosmos y de la evolución de la vida. Pero la SETI tampoco es
ciencia normal, porque el tema central de sus investigaciones
todavía tiene que salir a la luz. A día de hoy, ningún
extraterrestre nos ha llamado todavía por teléfono y, por mucho que
yo la apoye, esta actividad aún se mueve en los márgenes de la
ciencia. La ufología, en cam- bio, es pura y simple aciencia
(y a veces pseudociencia). Sus defen- sores no juegan según las
reglas la ciencia, no publican sus hallaz- gos en revistas leídas
por otros especialistas de igual rango, hacen caso omiso de los
testimonios, entre el 90 y el 95 por ciento, que son completam ente
explicables, se centran en las anomalías, no
44 Las fronteras de la ciencia
que hablan de engaños del gobierno, naves espaciales ocultas y
alienígenas encerrados en cuevas del estado de Nevada.
Asimismo, la teoría de supercuerdas y la cosmología inflacionaria
se encuentran muy próximas a las fronteras de la ciencia pero son
ciencia y, muy pronto y dependiendo de las pruebas que actualmente
empiezan a aparecer de estas ideas hasta ahora no probadas, o bien
entrarán por pleno derecho en el grupo de las ciencias normales o
bien tendrán que abandonar esta pretensión definitivamente.
Son ciencias fronterizas y no pseudociencia ni aciencia porque las
desa- rrollan científicos profesionales que publican trabajos en
revistas y boletines serios y que intentan descubrir métodos
de comprobar sus teorías. En cambio, los creacionistas, que idean
cosmologías con la intención de que se adapten al libro del
Génesis, normalmente no son científicos profesionales, no publican
en revistas donde otros científicos juzgan la calidad del artículo
antes de ser publicado y no tienen ningún interés en comprobar sus
teorías si no es para contras- tarlas con lo que a su parecer es la
palabra divina del mismísimo Dios.
Las teorías de la conciencia son ciencias fronterizas y las teorías
psicoanalíticas son pseudociencia porque las primeras se
hallan en vías de comprobación y se basan en datos sólidos de la
neurofisio logía, mientras que las segundas han sido puestas a
prueba una y otra vez, no han superado ningún examen y se basan en
desacredi- tadas teorías decimonónicas de la psique. De igual modo,
la teoría de recuperación de los recuerdos está desacreditada
porque hoy sabemos que la memoria no es como una cinta de vídeo que
uno puede rebobinar y volver a ver y que el propio proceso de
«recupe- ración» contamina el recuerdo. La hipnosis, en cambio,
tiene que ver con otros aspectos del cerebro y podría haber sólidas
pruebas científicas que apoyen algunas de las tesis asociadas a
ella. Así que vamos a terminar el pequeño tratado de las fronteras
y los límites difusos de la ciencia analizando con detalle esta
ciencia fronteriza.
La exploración de las fronteras
La exploración de las fronteras Con frecuencia, la filosofía de la
ciencia se enreda en los mato-
Introducción 45
laciones teóricas sin ninguna correspondencia con el mundo real.
Por este motivo he ilustrado con breves ejemplos las diez pregun-
tas del kit de detección de límites y ofrecido casos concretos de
ciencia normal, ciencia fronteriza y aciencia. Por seguir uno de
estos ejemplos al detalle y a fin de explicar mejor el dilema de
los límites en ciencia, voy a recordar ahora cierta investigación
que lle- vamos a cabo para Exploring the Unknown.
El sábado 13 de mayo del año 2000 fui hipnotizado por James Mapes,
especialista en hipnosis y terapia motivacional, para un epi- sodio
del programa dedicado a la hipnosis. Nos proponíamos estu- diar el
siguiente interrogante teórico: ¿es la hipnosis un estado alte-
rado de conciencia o el hipnotizado sólo fantasea interpretando
determinados papeles de tácito acuerdo con el hipnotizador? Nos
movemos en el ámbito de la ciencia fronteriza porque por un lado
contamos con resultados experimentales muy relevantes que indu- cen
a pensar que se trata de un estado alterado de conciencia,
pero, por otro lado y a pesar de que es un fenómeno que se
lleva investigando más de un siglo, los científicos son incapaces
de ponerse de acuerdo sobre lo que en realidad sucede durante
el trance hipnótico. Los escépticos sostienen que el hipnotizado no
hace nada duran te el trance hipnótico que no pueda hacer una
persona no hipnotizada, bien por engaño, bien lo cual es más
probable sumiéndose en fantasías e interpretaciones de
papeles dirigidas por el hipnotizador .32 En otras
palabras, un actor puede reproducir cualquier cosa que un presunto
hipnotizado haga y un observador sería incapaz de distinguir entre
ambos. De hecho, Kreskin, el famoso mago, ofrece cien mil dólares a
quien sea capaz de demostrar lo contrario y de momento nadie lo ha
conseguido.
Los fieles de la hipnosis, en cambio, apelan a los trabaos en
psico- logía experimental de Emst Hilgard, investigador de la
Universidad de Stanford, y a su descubrimiento del llamado
«observador oculto». En un experimento de Hilgard, un grupo de
personas sumergían los brazos en un cubo de agua tan fría que
al cabo de unos minutos sen- tían un dolor muy intenso. Después de
hipnotizarlas, a otro grupo
46 Las fronteras de la ciencia
daño y, en efecto, mientras estaban bajo los efectos de la hipnosis
sólo sentían un dolor muy leve. Pero, tras haber salido del estado
hipnótico, cuando se Ies pedía que hicieran una valoración del
dolor que habían sentido hablaban de un grado de dolor similar al
que habían sentido las personas no hipnotizadas del primer grupo.
Dicho de otra manera, bajo los efectos de la hipnosis una parte de
su cerebro percibía un nivel bajo de dolor y otra parte un nivel
alto. Hil gard llama a esta parte del cerebro «observador oculto».
Este obser- vador oculto está disociado de la otra zona del
cerebro, la que se sume en el estado hipnótico. El experimento de
Emst Hilgard apoya la llamada teoría disociativa de la hipnosis,
que el propio Hilgard define como «una multiplicidad de sistemas
funcionales que están organizadosjerárquicamente pero se pueden
disociar»33.
Los críticos de esta teoría afirman que Hilgard dio instrucciones a
los sujetos de su experimento de crear un «observador oculto», que
en realidad es un concepto muy metafórico, como lo es tam-
bién la idea premodema del homúnculo (un hombrecito que, pre-
suntamente, se encuentra dentro de las células del esperma y que
tras la fecundación crece hasta convertirse en un ser humano com-
pleto). ¿Es el observador oculto, al igual que el homúnculo,
un ente inexistente? Esto es lo que dijo Hilgard a las personas que
colaboraron en su experimento:
Cuando le ponga la mano en el hombro (después de que lo haya
hipnotizado), podré hablarle a una parte oculta de usted que sabe
lo que le está ocurriendo a su cuerpo, algo que desconoce la parte
de usted a la que ahora le estoy hablando. La parte a la que ahora
le estoy hablando no sabrá lo que usted me diga, no sabrá ni
siquiera que usted me habla. [...] Usted recordará que tiene dentro
una parte que sabe que están ocurriendo muchas cosas que
pueden ocultarse a su conciencia normal o a su parte
hipnotizada.34
¿Se inventó Hilgard la idea del «observador oculto» y luego
la
Introducción 47
dos? Tal vez, pero parece improbable o m&aa