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SECUNDA PARTE Los límites y las negociaciones de género

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SECUNDA PARTE

Los límites y las negociaciones de género

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Las fronteras corporales de género:

las mujeres en la negociación de la

masculinidad Matthew C. Gutmann1

Estaba hablando con Juan sobre nuestras experiencias como taxistas y victimas

de robos; él en la ciudad de México y yo en Chicago. Me ofreció una cerveza en

la banqueta fuera de su casa en la calle Huehuetzin en la colonia Santo Domin­

go, en la capital mexicana. Juan, un abuelito de unos cincuenta años, se acordó

de un tipo que se subió a su taxi alguna noche hace unos años, justo al caer el

sol.

Luego otro caso me pasó también en el taxi. Venia por la colonia Malinche.

Me hace la parada un joven. Se veía bien vestido, traía una maleüta. «¿A dónde

lo llevo?» «Me puedes llevar aqui a la Zona Rosa». «Si, como no». Habíamos

avanzado unas cuatro cuadras y me dice, «Oye, ¿no me das permiso de que me

cambie?» «¿Qué? ¿Vienes desnudo?» «No», dice, «tú no más aguanta». Yo le digo,

«¡Ándale!» Yo lo veía por el espejo. No alcanzaba a ver para abajo. Llegamos por

Insurgentes. Yo venia preocupado. Le tuve miedo porque pensé que podía ser

asaltante. Asi que cada ratito veía por el espejo. En una de esas que volteo y ob­

servo que traía una peluca de mujer rubia. Le digo, «¿Y ahora, qué?» «Tú, aguan­

ta. Espérate». Llegamos a las calles de Genova y me dice, «Déjame ahi. ¿Cuánto

debo?» Eran como cuatro pesos. Que volteo y digo, «¿Dónde se me subió esta

La revisión de la versión en español escrita por el autor estuvo a cargo de Mará Viveros y Paola Vargas.

El autor agradece a la American Anthropological Association por su autorización para tra­ducir y publicar partes de su artículo "The Ethnographic (G) Ambit: Women and the Negó tiation of Masculinity in México City", American Ethnologist 24 (4), noviembre de 1997. El presente no puede ser reproducido. Igualmente agradece a Stanley Brandes, Daniel Cazés, Teresita de Barbieri, Mary Goldsmíth, Benno de Keijzer, Carlos Monsiváis, Nancy Scheper-Hughes y Lynn Stephen sus comentarios en relación con este ensayo.

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mujer?» Y era una mujer preciosa. Estaba transformada en mujer. Que me lo

quedo viendo y que me da diez pesos y que me lo quedo viendo y digo, «¡Qué

cuerpo tan bonito!».

La Zona Rosa es un sido muy popular en la ciudad de México, donde los

hombres pueden buscar a otros varones para el sexo, aunque vestirse de mujer

no signifique necesariamente tener preferencias o prácticas sexuales del tipo de

aquella tarde en el taxi de Juan. Más interesante es cómo interpretan los demás

el cambio de vestido del individuo. La Zona Rosa también es un lugar turístico y

por la estación del Metro Insurgentes, en esta zona, pasan más personas que por

cualquier otro lugar; además, es un lugar visitado en las noches y los fines de

semana por los jóvenes más aventureros de las colonias populares como Santo

Domingo. Juan continuó con su historia:

Otro pasajero que me agarra y que me dice: «¿De dónde conseguiste esta

muchacha? ¡Qué mujer! Mira no más». Nos quedamos parados viendo que se

fue. Que me comienzo a reír y el pasajero me preguntó, «¿Por qué se ríe?» Y que

comienzo a platicar. «No la amueles. ¿Cómo crees? No creo. Mira qué bonitas

piernas. Qué bonito cuerpo.» «Pero qué le digo, cuando se subió a mi coche era

hombre. Y se bajó como mujer.» Y así platiqué con él. Y no lo creía. Conocí la

vida de mucha gente en el taxi.

En los barrios como el de Santo Domingo, los hombres y las mujeres de la

ciudad de México tienen contacto constante con personas de orientaciones cul­

turales diferentes, incluyendo hombres que tienen relaciones sexuales con otros

hombres y hombres que se ponen ropa de mujeres. U n desbordamiento (para

emplear la formulación de Joan Scott (1988:49)) de esta índole, pluri-cultural y

pluri-sexual, es una parte importante de la vida diaria en la ciudad de México,

quizás a diferencia de las provincias y de algunas otras partes de América

Latina.2

Juan vive hoy en la colonia de ttabajadores que se llama Santo Domingo, en

el sur de la capital mexicana, donde por varios años he estado estudiando a los

hombres mexicanos como padres e hijos, adúlteros y célibes, alcohólicos y abs­

temios. Al rastrear su historia personal en nuestra charla, Juan me hizo pensar

en una cuestión más amplia en cuanto a cómo se hace un hombre y, al menos

implícitamente, en la influencia que tienen en este proceso, no sólo los demás

hombres, sino también las mujeres. Las preocupaciones de Juan estaban ligadas

también a una cuestión más general y recurrente en el trabajo de campo etnográ­

fico que trata de la masculinidad, una cuestión directamente relacionada con el

En México sin embargo existen situaciones semejantes frecuentemente en áreas como Ti-juana, Ciudad Juárez y Guadalajara.

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tema centra! de este artículo: el problema conceptual de clarificar, de una mane­ra no trivial, la relación cultural que tienen las mujeres con los hombres, con la masculinidad y con las identidades masculinas cambiantes.

CÓMO SE HACEN LOS HOMBRES DE LAS MUJERES

Algunos autores han hablado recientemente del evidente descontento en toda América Latina, durante las dos últimas décadas, en relación con la vida pública y con la distinción entre "lo público" y "lo privado". Entrar al estudio de género requiere algo más que hablar de hombres y mujeres: se necesita investigar y en­tender las formas en que son comprendidas, discutidas, organizadas y practica­das por las sociedades, las diferencias y semejanzas relacionadas con la sexuali­dad física. Deberíamos esperar encontrar entonces, una diversidad de significa­dos, instituciones y relaciones de género dentro y entre diferentes agrupaciones sociales. Al mismo tiempo y más allá de lo que normalmente se reconoce, lo que significa físicamente ser hombre o mujer no debe darse por sentado, sino ser ex­plicado.

Es necesario examinar ciertos factores culturales e históricos para tener una comprensión del cuerpo y de la sexualidad, pues no basta con limitarnos a una descripción basada en los órganos genitales. En la vida social, nunca es transpa­rente la calificación de género, de sexualidad o de fronteras corporales. El ser hombre y el ser mujer (por no mencionar la femineidad) no son estados de exis­tencia originales, naturales ni embalsamados; son categorías de género —cuyos significados precisos se modifican a menudo— que finalmente se transforman en entidades nuevas y completas.

Mientras que ciertas nociones sobre la innata y esencial sexualidad masculi­na son desconstruidas todos los días en las colonias populares y en los espacios académicos de la ciudad de México, surgen significados, relaciones de poder e identidades sexuales en nuevas configuraciones; esto es una muestra más de la creatividad y la capacidad de cambio en relación con el género por parte de mu­chos actores y críticos de la modernidad.

Uno de los propósitos centrales de esta ponencia es demostrar que los cam­bios que están sucediendo con respecto a la masculinidad y a las relaciones de género en las colonias populares de la ciudad de México abarcan cada uno de los aspectos de la vida social moderna: los movimientos sociales, el trabajo de ser padres, las tareas domésticas, las políticas sexuales y las prácticas lingüísticas. Además, pretendo demostrar que donde ocurre y ha ocurrido dicho cambio, el estímulo proviene de dos fuentes principales: primero, de las transformaciones sociodemográficas y económicas, que han creado un escenario para que las mu­jeres y los hombres puedan desarrollar sus dramas. Segundo, en el caso de las

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relaciones de género, proviene de la instigación de las mujeres tanto en las fami­lias y hogares como en los grandes campos de la lucha social.

Claro, se puede argumentar que al menos desde Lévi-Strauss (1964) todo lo anterior ha sido obvio: utilizando el marco teórico de Le cru et le cuit, Sherry Ortner (1974) construyó su modelo de naturaleza/cultura que definió explícita­mente a los hombres en relación con las mujeres. Sin embargo, este modelo también se basa en la noción de que mientras las mujeres pueden "controlar" a los niños varones, entre los adultos son los hombres quienes siempre controlan culturalmente a las mujeres.

Un ejemplo contemporáneo; en los últimos 25 años en América Latina los antropólogos y otros investigadores han documentado de manera convincente el esfuerzo de las mujeres en Brasil, México, Bolivia y otros lugares, por desafiar las redes de poder sin importar si se trataba de los órganos gubernamentales o sim­plemente de los órganos masculinos.

Pero, en la literatura etnográfica, ha sido soslayada la reacción de los hombres, en años recientes, a la participación de las mujeres en las luchas por terrenos, servicios sociales y derechos indígenas en la región.

También propongo que las investigaciones sobre los hombres y la masculi­nidad deben incluir las ideas y las experiencias de mujeres en relación con los hombres. Mi argumento se extiende más allá de la simple afirmación estadística de que con una muestra más amplia de población, en algunos casos se puede entender mejor un asunto. Tampoco es totalmente correcta la idea de que mu­chas veces las mujeres no están de acuerdo con lo que dicen los hombres sobre la masculinidad. A pesar de que este argumento tiene muchos méritos, quisiera demostrar también que la manera como se desarrolla y se transforma la mascu­linidad —en el sentido del cuerpo masculino individual, social y político—, tiene muy poco sentido si no es en relación con las mujeres, las identidades y prácti­cas femeninas, en toda su diversidad y complejidad.

Otros investigadores e investigadoras han llegado a conclusiones opuestas; por eso presento aqui un análisis crítico de los resultados de algunos etnógrafos, que postulan unas divisiones entre mujeres y hombres duraderas, ubicuas y, pa­ra los etnógrafos, insuperables. Es decir, son divisiones basadas fundamental­mente en cuerpos totalmente distintos.

En México, escribe Octavio Paz (1950 [1959]:32): «En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer mas­culinos». En México, insiste, «hacen invulnerable a la mujer. Tanto por la fatali­dad de su anatomía 'abierta' como por su situación social —depositaría de la honra, a la española— está expuesta a toda clase de peligros..» (p. 34) ¿Biología como destino? Sin embargo, en México como en cualquier otro lugar, no hay

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nada inherentemente pasivo, o privado, en las vaginas, como no hay nada inhe­

rentemente activo, o público, en los penes.

Últimamente algunas teóricas feministas han insistido en la mutabilidad de

las identidades relacionadas con el género y la sexualidad, no para evitar los

términos "hombre" o "mujer", por ejemplo, sino para describir de una manera

más precisa y más flexible estas clasificaciones culturales como procesos y no

como entidades fijas. Joan Scott, por ejemplo, escribe:

"Hombre" y "mujer" son, al mismo tiempo, categorías vacias y de desbor­

damiento. Vacías porque no tienen un sentido final y trascendente. Se desbor­

dan porque aún cuando parecen estar fijas, todavía contienen dentro de si mis­

mas definiciones alternativas, negadas o suprimidas. (1988:49)

Ya tenemos un siglo de historia de la antropología, en la cual "el estudio del

hombre" ha sido el sujeto central de la etnografía —tanto el hombre corporal

como el hombre que nunca está marcado, como dicen los lingüistas, cultural­

mente—. Desde luego, hoy en día no debemos hacer hincapié en los hombres en

vez de hacerlo en las mujeres. En lugar de dar por supuestas las fronteras corpo­

rales entre los hombres y las mujeres, valdría la pena preguntarse por la relación

entre diferencia y desigualdad, entre la producción culuiral y la creatividad cultu­

ral, entre los juegos dicotómicos como naturaleza y cultura, sexualidad y género

y, sobre oodo, entre mujeres y hombres.

EL (G)AMBITO ETNOGRÁFICO'

Lo que llamo "un debate" —frecuentemente implícito— sobre el alcance permiti­

do y necesario a los etnógrafos varones empezó en los Estados Unidos con un

articulo de James Gregory en 1984. Desde entonces, este ensayo ha sido un

punto de partida sobre la posibilidad e importancia de trabajar con mujeres en

relación con la problemática de la masculinidad. O sea, con respeto a los gambi­

tos utilizados por los antropólogos para definir el ámbito de su trabajo de campo

sobre los hombres y la hombría. En su artículo escribe Gregory:

Sin duda, los etnógrafos varones seguirán encontrándose en situaciones

donde es casi imposible aprender de y sobre las mujeres, así como habrá situa­

ciones en las cuales las etnógrafas mujeres no van a poder aprender de y sobre

los hombres. Pero sencillamente, ya no se puede ignorar el mundo de las muje­

res como si no tuviera importancia en sí mismo y fuera irrelevante para entender

el mundo de hombres. (1984:326)

El autor hace un juego de palabras entre ámbito y gambito (maniobra, estrategia).

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Si Gregory sobreestima la dicotomía en las diferencias de género —"el mundo

de mujeres", "el mundo de los hombres"— el articulo en general insiste en otra

orientación para el estudio de los hombres y de la masculinidad. Sin embargo,

hay otros que no están de acuerdo. En su estudio sobre las imágenes culturales

de la hombría a nivel mundial, David Gilmore dice que él escribe desde «una

perspectiva masculina, usando datos recogidos usualmente (si no siempre) por

antropólogos hombres simplemente porque —dice Gilmore— son los únicos que

tenemos todavía». A mi parecer, al contrario, ya hay montones de datos sobre

los hombres recogidos por mujeres. En un articulo sobre la amistad masculina y

el alcohol en España, Gilmore también insiste en que:

Por ser hombre sólo pude compilar datos útiles de observación-participación

sobre las actividades de los hombres... A pesar de lo que dicen algunos etnógra­

fos demasiado optimistas en cuanto a la disminución de las diferencias de géne­

ro en las sociedades hispánicas (Gregory 1984), todavía es problemático para los

trabajadores de campo varones entrar al mundo de las mujeres, sobre todo en la

Andalucía rural. (1991:29, n. 2. El subrayado es mío)

En esta cita son más aparentes algunas de las implicaciones de la formula­

ción "el mundo de las mujeres", pues se plantea que no se puede eliminar la se­

paración entre los "mundos" de los hombres y las mujeres. Quizá se puede decir

que el descubrimiento de etnógrafos como Gilmore sobre diferencias de género

tan tajantes, se refiere a contextos y lugares que son cualitiva y culturamente dis­

tintos entre sí. Además, quizá los antropólogos, al menos parcial e inconscien­

temente, participan en la construcción de barreras culturales. Stanley Brandes,

después de trabajar en la misma "sociedad hispánica" de Andalucía rural, con­

cluyó en cambio que:

Claro, ciertas situaciones estructuradas dentro de la cultura tienen que ver;

los roles apropiados para hombres y mujeres ejercen invariablemente influencia

en el acceso a los datos del trabajador de campo. Sin embargo, al mismo tiempo,

los trabajadores de campo pueden operar inocentemente según suposiciones

etróneas acerca del pueblo que están investigando... De esta manera, los antro­

pólogos —hombres y mujeres— pueden limitar sus propios canales de informa­

ción, atribuyendo, de forma defensiva, restricciones a la cultura estudiada en vez

de culparse a si mismos. (Brandes 1987:359)

Es u n grave error imputar semejanzas injustificadas de u n contexto cultural a

otro. Se debe poner mucha atención al hacer generalizaciones para cientos de

millones de personas (como en el término "sociedades hispánicas" de Gilmore),

y a las conclusiones con respecto a las tajantes diferencias entre mujeres y hom­

bres, basadas, al fin y al cabo, en análisis superficiales de los cuerpos masculinos

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y femeninos. Por ejemplo, independientemente de si los hombres y las mujeres están juntos o no en ocasiones rituales, con frecuencia intetactúan en otras cir­cunstancias, tienen opiniones el uno sobre el otro y se afectan mutuamente en su vida, identidades y actividades. No debemos confundir los roles y las defini­ciones formales con la vida diaria; normalmente hay algo más en la vida que las prohibiciones normativas.

Por medio de un examen de los materiales de ciudad de México, propongo también un acercamiento comparativo distinto para estudiar las diferencias de género, fundamentado en la comprensión de que, aunque las mujeres estén físi­camente presentes o no, las identidades femeninas desempeñan muchas veces el papel de punto de referencia para los hombres en el desarrollo, mantenimiento y transformación de lo que significa o no ser hombre para ellos. En particular, con respeto al estudio de la masculinidad, tenemos que hacer un esfuerzo para evitar los argumentos cuantitativos y las recetas etnográficas que implican que «las mu­jeres ya han tenido su oportunidad; entonces, ahora, nos toca». El género no se puede reducir al formulario «hombres + mujeres = género». Aún más, si una de las lecciones claves de la antropología feminista es que no debemos confiar de­masiado en que los hombres nos brinden opiniones sin prejuicios sobre las mu­jeres, ¿por qué va a ser diferente en el caso de las opiniones de los hombres so­bre ellos mismos?

LAS MUJERES CATALÍTICAS DE SANTO DOMINGO

Regresemos entonces a la colonia Santo Domingo, un barrio rudo que se en­cuentra en la roca volcánica del sur de la capital mexicana, donde comencé a vi­vir con mi familia en 1992. Una colonia de más de 100.000 personas a princi­pios de los noventa, Santo Domingo es una de las docenas de colonias de ciu­dad de México en donde los movimientos populares por servicios sociales han tenido un profundo impacto en las políticas culturales de los últimos 25 años. De hecho, una de las características notables de estos movimientos urbanos po­pulares en Santo Domingo y en otros lugares ha sido la participación de las mu­jeres como militantes, y a veces líderes, en las exigencias comunitarias por agua, luz, calles pavimentadas y otras necesidades.4

En América Latina, estos movimientos sociales han surgido por varias razo­nes, incluyendo las migraciones sociodemográficas, el fracaso simultáneo de los proyectos de modernización y una serie de crisis bancarias y financieras desde inicios de los setenta. Es por ello que Foweraker, invocando un marco haberma-

Sobre la participación de las mujeres en estos movimientos, véase Massolo 1992; Stephen 1997.

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siano, escribe que en América Latina «la acción colectiva responde al desafecto a

la vida pública y privada (especialmente familiar)».

En la colonia Santo Domingo, como en otras partes del continente, los cam­

bios en las identidades y en las relaciones de género en este período están tam­

bién, inmediata e íntimamente relacionados con la necesidad económica. Pre­

gunté a mi amiga doña Fili, una abuelita y líder comunitaria de larga trayectoria

en la colonia, si para ella la decisión de trabajar fuera de la casa era suya, de su

esposo, o compartida. Me contestó directamente:

Por mi parte fue la necesidad. Porque estábamos pagando el terreno. Había

que pagar la tierra, pagar los postes de luz. Había que hacer muchos pagos y eso

nos obligó a la mayoría de las mujeres. Nuestros hijos casi se criaron solos como

Dios les dio a entender, ¿verdad? Como dice mi comadre, la necesidad obliga.

«¿Y si no está de acuerdo el esposo?» pregunté. «Pues, sí. Si no le alcanza a una

para más, pues a fuercita.»

Decidí vivir y trabajar en Santo Domingo especialmente porque allí las muje­

res habían desempeñado un papel activo como organizadoras y líderes desde

cuando se fundó la colonia por "paracaidistas" (invasores) en 1971. Existen va­

rios estudios pioneros sobre las mujeres en los movimientos sociales en América

Latina, pero ninguno ha examinado detalladamente el impacto de la participa­

ción de las mujeres en esas luchas sobre los hombres. Además, en ia coyuntura

histórica por la cual han pasado los hombres y las mujeres en México en las úl­

timas dos décadas, frecuentemente fueron las mujeres las primeras afectadas por

los retos políticos, culturales y económicos, retos que han desafiado las identida­

des y relaciones de género. A menudo, los hombres han sido afectados de mane­

ra más directa por la iniciativa consciente e inconsciente de las mujeres quienes,

a propósito o no, han jugado un papel que llamo "catalítico" en el cambio de la

población con respecto a las cuestiones de género y a otros asuntos.

SER PADRE Y SER HOMBRE

En cierto sentido, la relación —psicológica o corporal— de las mujeres con la

construcción de las masculinidades ha sido extensamente discutida en la litera­

tura sobre el vínculo estrecho entre madre e hijo, el complejo de Edipo y la sepa­

ración dolorosa entre madre e hijo. A mi parecer, es indispensable asociar estos

estudios y preocupaciones psicológicas a cuestiones políticas, de poder y desi­

gualdad. Se debe hacer hincapié tanto en la influencia de las mujeres adultas so­

bre los hombres adultos como en la influencia de las madres sobre sus hijos va­

rones. Por mucho tiempo, la suposición implícita en las ciencias sociales ha sido

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básicamente que las mujeres no tienen influencia sobre los hombres después de

su infancia y niñez.

En el sentido más obvio, las mujeres de la colonia Santo Domingo son inte­

grantes de las construcciones de la masculinidad pot medio de la crianza de los

niños. Pero por qué a los hombres les importan menos los bebés no es un asun­

to fácil de explicar. La creencia de que las mujeres son naturalmente más capaces

de cuidar a los niños muy pequeños es una manifestación ideológica del sistema

de valores de la mayoría de los hombres y las mujeres de Santo Domingo. Sin

embargo, tampoco se piensa que los hombres son necesariamente menos tiernos

o considerados. La percepción de muchos es que hay un sistema dc restricciones

por el cual se asocia el cuidado de los bebés al cuidado materno. Las normas de

la sociedad dentro de las cuales la gente se percata que nació y creció —es decir,

la conciencia heredada— interactúan con la toma de decisiones individuales y la

conciencia práctica, lo que conduce a la gente a aceptar o a desafiar el estatus de

cuidadores tanto en la vida de sus hijos como en la suya. El interés ideológico es­

tá intimamente ligado al práctico.

Por ejemplo, en Santo Domingo es más común que las madres amamanten a

sus hijos durante el primer año, en lugar de darles leche de fórmula.5 Esto re­

quiere de la presencia constante de la madre y establece, desde un principio, una

división bastante rígida del trabajo, que sienta un ptecedente para los primeros

años de vida de los niños. No obstante, como nos lo tecuerda Laqueur (1994),

el destino es anatomía: en los casos en los cuales se les da fórmula a los niños

desde el principio, la participación de los hombres en el cuidado de los hijos no

muestra ningún aumento considerable. El cuerpo - e n este caso, la incapacidad

que tienen los hombres para lacrar— afecta mas no dicta la cultura y, sin embar­

go, se emplea para justificar y explicar los destinos culturales.

Aun si uno se inclinara a hacerlo, debatir las normas del sistema sobre el

cuidado materno de los bebés seria considerado un desafío incluso por los ico­

noclastas más devotos.

Según Faye Ginsburg y Rayna Rapp (1995), en la vida social, la reproduc­

ción es clave, nunca estática y ciertamente no es un sinónimo simple de repeti­

ción. Asi que podemos comprender que la relación que tienen las mujeres con

los hombres y la masculinidad varia significativamente según los momentos y

procesos personales e históricos. Si no enmarcamos en un contexto histórico las

teorías de la reproducción social, éstas se vuelven rápidamente conclusiones na-

Mis generalizaciones sobre la alimentación infantil se basan en preguntas y observaciones informales en la colonia, más que en una encuesta sistemática. En lo que se refiere a la ali­mentación con leche materna, no sé de ninguna red sistemática de nodrizas; tampoco es muy popular la alternativa de extraer la leche para que otras personas, como los papas, pue­dan dársela a los bebés.

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turalizadas sobre los hombres y mujeres. La masculinidad tampoco es cualquier cosa que hacen los hombres —no se puede, o no se debe, rastrear el significado cultural de las prácticas sociales únicamente en los cuerpos masculinos o feme­ninos—. ¿Se considera por ejemplo, que la fuerza es algo inherentemente mascu­lino? ¿Según quién? ¿Y qué decir de ser reflexivo? ¿de mostrar afecto? Cuando los hombres actúan de manera tierna con los niños, ¿entendemos su actuación como una simple imitación masculina de ias mujeres y las madres?

Las mujeres de esta colonia dicen actualmente que los hombres no pueden ayudarlas cuando se encuentran en ptesenda de los menores y esto no se debe simplemente al hecho de que las mujeres dedican más tiempo a los niños sino a que las madres tienen usualmente mayor responsabilidad sobre los castigos físi­cos de los pequeños y a que los padres demuestran mayor indulgencia hacia los menores. No obstante, esta muestra de afecto no es una consecuencia absoluta de una ausencia relativa. Los hombres mayores insistieron con frecuencia en que los hombres necesitaban mantenerse apartados de sus esposas y los hijos para conservar su autoridad sobre ellas.

Además, como nos señala Pat Caplan (1993:20), el que los etnógrafos sean casados o solteros, jóvenes o mayores, con o sin hijos, tiene un impacto profun­do sobre los individuos que se pretende encontrar y de quienes se quiere apren­der durante el trabajo de campo.

DEBATES DOMÉSTICOS Y MACHISMO

Ángela me estuvo explicando una tarde cómo era su esposo Juan —el tipo que antes me habia hablado de sus experiencias como taxista— con sus cuatro hijos cuando estos eran pequeños. «Cuando Juan fue papá era muy diferente. En ese entonces los papas no tenían nada que ver con los bebés». Juan interrumpió pa­ra reportarnos que ahora le encanta estar con los niños y que juega todo el tiem­po con sus nietos. Angela estaba de acuerdo. Más tarde, en la misma discusión y sin pretexto obvio, Ángela lanzó una crítica fuerte en contra de algunos esposos. Empezó con los hombres que no participan en los quehaceres y que no permi­ten a sus esposas salir de la casa sin el permiso de ellos. «No les permiten salir ni a la misa», me informó con tono de ponerlos en ridiculo. Criticó aun más a las mujeres que toleran a estos hombres. Para Ángela se trataba del control de los cuerpos de las mujeres, no por la fuerza masculina precisamente, sino por la autoridad de los varones.

El hermano de Ángela, Héctor, un soltero empedernido, entró a la cocina donde estábamos hablando y nos miró sospechosamente mientras buscaba los pescuezos de las gallinas para darles de comer a sus gatos. «Héctor es otra cosa. Los hombres como él pueden ser muy machos». Héctor protestaba, insistiendo

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en que aunque nunca se habia casado hacia las compras (y por eso no podía ser

un macho de verdad). Juan añadió; «En el pasado las mujeres no permitían a los

hombres hacer las compras porque temían que los iban a llamar..J> Angela inte­

rrumpió, «¡Maricones!».

Aunque pueda parecer extraño, en la colonia Santo Domingo, para mí fue

muchas veces difícil convencer a los hombres de hablar en sus casas delante de

las mujeres. No necesariamente porque los hombres quisieran ocultar secretos

varoniles de ellas, sino porque ellos son frecuentemente "callados" por sus espo­

sas y otras mujeres en la casa. En vez de confrontarlas, los hombres preferían

esperar hasta cuando nos encontráramos afuera, en la calle, físicamente lejos de

las mujeres, para explicarme "las verdaderas razones" por las cuales los hombres

participan o no en los quehaceres domésticos, las compras y el lavado.6

Los usos y significados de la palabra macKo en Santo Domingo (como tam­

bién maricón y otras expresiones relacionadas con la masculinidad) tienen que

ver con este fenómeno «bien conocido» —pero muy poco estudiado— del

"machismo".7 Generalmente, en la dudad de México no solamente dicen a cier­

tas mujeres marimachas (o marimachos), sin importar los usos y significados múl­

tiples de machismo, sino que además la calidad de ser macho está en general in­

timamente conectada con el tipo de relaciones que tienen con otras mujeres (es

significativo que el término marimacha también se refiere a las mujeres que tie­

nen relaciones sexuales entre ellas). Para los hombres y las mujeres mayores, el

término macho denota una cualidad positiva de un hombre que mantiene eco­

nómicamente a su familia. En cambio, muchos de los hombres jóvenes no quie­

ren llamarse machos, aunque abiertamente usan este término para sus amigos.

El hecho de que "ser macho" muchas veces constituya un insulto para los hom­

bres de esta edad está conectado con la historia reciente de las relaciones entre

hombres y mujeres en México.

En cuanto a las expresiones macho y machismo en si mismas, quisiera clarifi­

car algunas cosas. Como equivalente a la palabra sexismo, por ejemplo, macho

tiene una etimología extraordinariamente corta, que aparece por primera vez en

Así podemos entender por qué un policía en Zamora, Micboacán, al oeste de México, dijo a Arizpe (1989:210), "Yo no soy macho. Soy común y corriente". Trató de explicarle no sólo por qué no quería llamarse macho sino algunas de tas consecuencias de su decisión para sus oportunidades de casarse:

En Zamora los hombres son muy machos y celosos de sus mujeres. Muchas de las muje­res son jijas de la mala vida. Les gusta que las traten grotescamente. El día que no las tratan mal no están a gusto. Yo llegué a Zamora con otras costumbres. Trataba con deli­cadeza a las mujeres y no les gustaba. Por eso no me he casado". (Arizpe 1989:210-11)

1 Entre los estudios cuidadosos sobre los hombres se encuentran los de Ramírez 1993; Vive­ros y Cañón 1997.

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México en los años treinta y en Estados Unidos, una década después.8 Hoy en dia en México, la palabra machismo todavía se usa como una expresión propia del periodismo o de las ciencias sociales y es menos empleada en el discurso dia­rio que al norte de la frontera, a pesar de que en Estados Unidos dan por su­puesto que la palabra tiene un parentesco sociolingüistíco largo y uniforme- en México. Por el contrario, en este último, los términos macho y machismo tienen significados más diferenciados según las personas que en el caso de los Estados Unidos (véase de Barbieri 1990; Gutmann 1995, 1996, 1997, 1998).

EL PODER Y LA REPRESENTACIÓN

En su exquisito y sensato análisis sobre el machismo y las luchas por el poder asociado con el género en Managua, Roger Lancaster declara que en los años ochenta el machismo «se fundaba» principalmente en las relaciones sexuales en­tre hombres (1992:237). A pesar de interesarse fundamentalmente por las rela­ciones exclusivamente masculinas, Lancaster examina con mucho cuidado en su etnografía, la vida de las mujeres en el barrio donde trabajaba y explora profun­damente las teorías feministas sobre la diferencia y la desigualdad. Aun en los hogares de jefatura femenina, donde las mujeres habían sido abandonadas por sus compañeros, las relaciones entre mujeres y hombres eran comunes en la vi­da cotidiana.

Al mismo tiempo, Lancaster se estaba planteando algunas preguntas sobre el machismo un poco distintas a las mías. Entre sus mayores preocupaciones esta­ba el mejorar nuestra comprensión sobre las relaciones entre hombres en Nica­ragua. Por eso, Lancasrer argumentaba que el machismo era más que nada una manera de estructurar el poder entre los hombres (1992:236). Sin embargo, mientras se puede hablar analíticamente del "mundo de los hombres" y del "mundo de las mujeres" en Managua y México, es mucho más problemático dis­tinguir las esferas del conocimiento, la experiencia y la práctica como si fueran compartimentos incomunicados. Así es que prefiero hablar de conocimiento y de práctica asociados con el machismo en términos de ambos, mujeres y hom­bres dentro de una variedad de situaciones.

Los residentes de Santo Domino también hacen estas distinciones: categori-zar socialmente no es sólo la prerrogativa de los antropólogos. De hecho, mu­chas veces se refieren a las disputas (y acuerdos) en tomo a los quehaceres y de­beres, en un lenguaje de labores "de hombres" versus labores "de mujeres", a pe­sar de que no es nada raro que en la práctica diaria estas tareas a veces coinci-

8 Véase Paredes 1967; Monsiváis 1981.

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dan.9 No sólo las representaciones de las mujeres y los hombres son contradic­

torias, sino también sus actividades y algunas de estas contradicciones están re­

lacionadas con las diferencias intergeneracionales.

Lo que más me llama la atención es que los argumentos sobre quién va a ha­

cer qué trabajo abundan en la colonia, al igual que son temas de discusión y de­

bate interminables quién gana dinero y quién decide cómo gastarlo. En la nego­

ciación de lo que quiere decir ser hombre y mujer muchos problemas están

planteados y sólo unos pocos están resueltos.

Llegué a la casa de Juanita una tarde y la encontré hablando con mi esposa.

Michelle y yo teníamos cita, y mi impaciencia por irme probablemente fue evi­

dente. Juanita sonreía mientras me aconsejaba: «Si quieres que Michelle y yo nos

callemos, enójate y dinos que dejemos de comadrear». Felipe, el esposo de Juani­

ta, estaba parado cerca de la mesa donde estábamos hablando. Me miró, son­

riendo también, y me informó que de vez en cuando se enoja y le dice a Juanita

y a sus comadres que dejen de comadrear.

Aquí tenemos un claro ejemplo de cómo se utiliza el lenguaje de las diferen­

cias de género para decir lo contrario. En este caso, Juanita se burlaba de mí con

su insistencia en que usara el término comadrear, sabiendo de antemano que si

hubiera tratado de usarlo con ellas, al mofarse de mi, hubieran desestabilizado el

"orden".

Las tentativas de los hombres de actuar de otra manera en relación con sus

representaciones de la masculinidad requieren no sólo confrontaciones con

ortos hombres sino también desafiar las expectativas de las mujeres con respeto

al comportamiento masculino.

En otra ocasión mi buen amigo Gabriel, mecánico de profesión, estaba cam­

biando el tambor de freno de un carro cuando se quejó de la hipocresía de su

esposa y me reveló algunos de sus propios sentimientos acerca de la intimidad

física con ella:

A veces tengo ganas de platicar con ella. Pero no puedo platicar porque so­

mos muy diferentes. Vemos la vida desde otro punto de vista. Ella cae más a lo

comercial, más al sistema que yo. Y eso para mi, a veces es traumante. Las cues­

tiones íntimas entre ella y yo, por ejemplo los besos, las caricias, para mí juegan

un papel muy importante porque deben de ser en el momento preciso y ade­

cuado, cuando el ser humano lo sienta. Que no sea por hipocresía, que no sea

por amor falso. Porque ella a veces quisiera que anduviéramos abrazados en la

calle como novios, de la mano.

' Véase de Barbieri 1984; Gutmann 1998.

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Gabriel continuó con descripciones de personas hipócritas que actúan de una manera en la calle pero pelean ferozmente en la casa. Sin embargo, parecía reservar su verdadera rabia para su esposa, quien insistía en que él se presentaba en público como si fuera un hombre que siempre quisiera tocarla. En cierto sen­tido, la confesión de Gabriel nos ofrece un contrapunto particular al estereotipo del hombre que busca proyectar una imagen pública de su esposa como sumisa hacia su marido, inclusive físicamente.

Las múltiples imágenes pueden dar lugar a confusión y crear inconformidad entre algunos analistas. Una colega, entrenada cuantitativamente, se quejó una vez de que los estudios de género hacen demasiado hincapié en las identidades y prácticas marginadas. «Si sólo me bajar- )S pantalones», me aseguró, «yo po­dría resolver todo el misterio de quién es hombre y quién es mujer». Parece que su irritación provenía en particular de lo que para ella significaba un enredo in­necesario en los asuntos relacionados con la sexualidad y otras cosas íntimas de género. Sin embargo, para otros, los múltiples significados de los genitales y de los cuerpos en general, son aspectos centrales en su vida y en sus representacio­nes.

No son únicamente los etnógrafos quienes se encuentran confundidos con respeto al género y a la sexualidad. Por ejemplo, entre los jóvenes de varias colo­nias populares en la ciudad de México, la bisexualidad representa para algunos una manera de expresar la ambigüedad sexual y una etapa experimental por la cual pueden pasar algunos. La falta de interés sexual también es importante para algunos hombres, como muestra un amigo mío en Santo Domingo, a quien después de conocerlo bien, me confesó: «Te digo la verdad, para mí el sexo nun­ca ha sido tan importante como lo es para los otros». A mi amigo, como hom­bre, este sentimiento le produjo mucha vergüenza.

Los encuentros y diálogos engañosamente sencillos como éstos ocurren cada dia en los hogares de ciudad de México y dan muestra de los complejos esfuer­zos psicosociales tanto de mujetes y de hombres por comprender y transformar las fronteras corporales de género.

INTERROGAR LAS MUJERES Y LA DIFERENCIA

A pesar de lo anterior, entre los etnógrafos de la masculinidad todavía se da por supuesto que las mujeres, al referirse a los hombres o a cualquier asunto son, en el mejor de los casos, inaccesibles y en el peor, no son generalmente confiables. La práctica común de los varones etnógrafos continúa refiriéndose casi exclusi­vamente a los hombres sobre la hombría —y también sobre la femineidad—. Como Gilbert Herdt admitió recientemente con respero a sus influyentes estu­dios en Nueva Guinea de lo que ahora llama "Boy/nseminating Practices" («las

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prácticas de inseminación de los muchachos varones»): «En mi primer trabajo de campo (1974-1976) trabajaba poco con mujeres, y mis escritos hasta la fecha han sido basados principalmente en los puntos de vista que tienen los hombres en cuanto a todo, incluyendo a las mujeres» (Herdt y Stoller 1990:152; véase por ejemplo Herdt 1981). Según Michael Young (1983) —quien trabaja en la Isla Goodenough en el suroeste del Pacífico cerca de Papua, Nueva Guinea— para muchos, una razón fundamental para ignorar a las mujeres en el trabajo de campo proviene de lo que se denomina la cuestión del "mutismo" (véase tam­bién Ardener 1975). Específicamente, Young argumenta que en los círculos an­tropológicos «la [dizque] incapacidad dc expresarse de las mujeres en las socieda­des tradicionales se ha vuelto un dogma» (Young 1983:478).

En vez de considerar como obstáculos desafortunados los problemas metodo­lógicos de ser hombre y trabajar con mujeres sobre la masculinidad, convendría más entenderlos como indicadores claves de asuntos más amplios y de contra­dicciones estructurales de los cuales podemos extraer perspectivas e indicadores para investigaciones fatutas.

Tampoco debemos pensar de manera sobresimplificada que «el género del antropólogo» equivale «al género de las ideas» (Scheper-Hughes 1983:110). No se puede, o no se debe, reducir automáticamente las experiencias de los cuerpos individuales a categorías de género en general. Los problemas que tienen las mu­jeres con los etnógrafos varones son pocas veces el resultado de sus relaciones antefieres con otros etnógrafos; en cambio, revelan problemas en sus relaciones con padres, hermanos, maridos y otros hombres. Sí, existen numerosos obstácu­los y riesgos para los etnógrafos varones que hablan con las mujeres para com­prender a los hombres y la masculinidad. Sería mejor seguir a Brandes (1987) y buscar las maneras de trabajar dichas limitaciones, en particular si son parcial­mente creadas por nosotros mismos, que asumir de antemano el intento como inútil. Ningún etnógrafo puede trabajar exclusivamente con hombres o con mu­jeres, lo cual tiene importantes consecuencias teóricamente.

El intento antropológico de dividir cualquier población en dos mundos ne­tamente dimorfizados: "de hombres" y "de mujeres", con el propósito de enten­der mejor esta "natural" separación, es responsable de predeterminar lo que jus­tamente estos estudios pretenden averiguar, razón por la cual, pueden tener un "impacto naturalizador" de las detetminaciones y categorías de género. Al refe­rirse a este asunto, Anthony Giddens escribe perceptivamente que «las teorías y los resultados de las investigaciones en las ciencias sociales tienen consecuencias prácticas (y políticas) sin importar si el observador sociológico o el político deci­de que estos aspectos se pueden 'aplicar' a un asunto dado» (1984:xxxv). A veces los etnógrafos pueden hacer más tajantes las divisiones de género, al sobreinter-pretarlas. No tiene nada de malo revelar cualquier aspecto oculto de la vida cul-

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tural. Pero se equivocan cuando los resultados de sus investigaciones se originan más en sus propias preconcepciones de las fronteras corporales, que en las cul­turas que estudian.

Tratar a las mujeres y a los hombres como seres absolutamente separables cultural y físicamente puede llevamos muy fácilmente a negar que las -relaciones de género son sistémicas e inseparables del conjunto de las relaciones sociales.

El juicio implícito de que los etnógrafos varones sólo pueden estudiar legíti­mamente a los hombres está relacionado con el argumento de que las mujeres sólo pueden estudiar a las mujeres. A propósito o no, dicha opinión le hace eco a un enfoque más general de la diferencia cultural como una búsqueda de «la al­teridad radical». Muy celebrada en algunas corrientes de la antropología interpre­tativa, como observa justamente Roger Keesing (1990), estos conceptos no son capaces de describir la interpenetración de las diferencias culturales que abarcan clase, género, etnicidad, jerarquía y más. Esta critica está ligada al énfasis de Joan Scott (1990) sobre la interdependencia mutua de "diferencia" e "igualdad" en las relaciones de género.

Mientras prefiero las etnografías específicas sobre los hombres y la masculi­nidad —porque es demasiado complejo representar la vida a partir de generaliza­ciones superficiales— el hecho de que la vida y los hombres sean difíciles de aprehender no significa que debamos abandonar nuestras etnografías sobre el género a la posición nihilista de que la verdad (y la opresión) son relativas y que únicamente existen en el lenguaje y en el texto. Junto con di Leonardo, tenemos que insistir en «la existencia de un mundo material real, de seres vivos, de seres humanos viviendo en una variedad de formaciones sociales y luchas políticas en la historia en torno al poder» (1991:27). En otras palabras, no debemos matizar tanto nuestros estudios hasta el punto de que ya no existan políticas.

Por medio de una documentación cuidadosa y un análisis de los contextos históricos particulares, y no de genetalizaciones demasiado amplias, hoy en día las mejores etnografías de los hombres y de la hombría no huyen de la teoria, sino que enfadzan la ambigüedad, como tema central de los aspectos relaciona­dos con el género en la vida de los hombres y las mujeres y no como algo histó­ricamente periférico y analíticamente molesto.

EPÍLOGO: ACTUANDO COMO HOMBRES

A través del examen de diversas formas conceptuales y metodológicas de estudiar a los hombres y la masculinidad en la antropología, y con ilustraciones etnográ­ficas de la ciudad de México, he planteado aqui una critica general de la "alteridad exótica" en la disciplina. En los estudios de género y más allá de ellos, las construcciones y los estereotipos de categorías culturales fijas han sido un

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componente central en el estudio de la diferencia. Sin embargo, al rechazar esta alteridad exótica, tan de moda, y en su lugar emplear un método comparativo basado en la historia, podemos evitar conclusiones esencialistas y reificadas con respeto a las acciones o pensamientos de cualquier género, etnicidad, clase u otro grupo social. Como Keesing escribe, «permitir a las mujeres, o a los hom- • bres, hablar por sí mismos no representa una solución mágica para nuestras di­ficultades epistemológicas y teóricas al interpretar el género... Tenemos que ubi­carnos criticamente dentro de un mundo experimental como nos es revelado al interior y al exterior de sus propias historias de vida» (1987:33).

Como me explicó un vecino de la calle Huehuetzin en Santo Domingo: «Nosotros los hombres mexicanos somos violentos, en el campo del fútbol y en el matrimonio». Otro amigo no estuvo de acuerdo: «Pues, es lo que ellos dicen que somos, pero la verdad es que somos cariñosos». "Ellos" son los expertos, los periodistas y comentaristas, políticos y antropólogos. Los expertos dentro y fuera de México con regularidad hacen conexiones estereotipadas entte la violencia y la hombría en México. Por ejemplo, los expertos me dijeron que por ser hombre sólo podría trabajar con hombres. ¿Y por ser gringo?

Como hombre y como gringo descubrí que los significados y las implicacio­nes de las diferencias y divisiones culturales no eran tan sólidas ni determinadas de antemano. Cuando me dijeron, sonriendo, «el pinche gringo», no creo que fuera tanto una manera de distanciarse como de expresar familiaridad y acepta­ción. Solamente se trata así a uno de los cuates.

De igual manera, la exotización de «la mujer como la otra» no es un reflejo exacto de las ideas o actividades de los hombres en Santo Domingo. Esto no significa que «las mujeres actúan como hombres» o que no hay diferencias de género, ni mucho menos que no hay desigualdad. La cuestión es que mencionar las diferencias corporales o de otra índole no agota la discusión de género. Tam­poco el concepto de "diferencia" es necesariamente más claro que el de "similitud". Con razón se critica como ingenua hoy en día la actitud «Ellos son como nosotros». Pero no es tan fácil establecer la aparente oposición de las de­claraciones sobre la diferencia, ya que están sobrecargadas de suposiciones pre­vias e implícitas.

Hemos aprendido mucho en los últimos 25 años con respeto a las mujeres en diversos contextos. Los estudios de las identidades y las prácticas masculinas se encuentran rezagadas. Esto no quiere decir que necesitemos percibir, entender o utilizar las etnografías de hombres como complementarias a las de mujeres. Por el contrario hay que desarrollarlas y nutrirlas como un aspecto crítico para entender la ambigua relación entre las múltiples igualdades y desigualdades, dife­rencias y semejanzas que produce el género.

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La inequidad y la perspectiva de los

sin poder : construcción de lo social

y del género Jaime Breilh

La vida de las mujeres en las sociedades inequitativas se construye en un proceso de distribución desigual del poder. No sólo áeY poder que controla la propiedad y el uso de las riquezas materiales, sino del poder que se requiere para definir y expandir la identidad, los proyectos y los sueños.

Los hombres de las clases subalternas y de las etno-naciones subordinadas también experimentan en nuestras sociedades explotación, desventaja y discri­minación, pero como formas de inequidad distintas, puesto que es diferente pa­decer dichas inequidades en condición de varón dado que los padecimientos de género y el sufrimiento de las consecuencias negativas del machismo son dife­rentes para los hombres.

Las mujeres han avanzado y retrocedido, en medio de profundas contradic­ciones sociales, entre la solidaridad y la dominación, entre la resistencia y la re­signación, entre la autarquía y el tutelaje. Sus vidas se construyen en sociedades estructuralmente injustas, étnicamente injustas e injustas para lo femenino, y só­lo un análisis cuidadoso puede separar lo que en la realidad va entrelazado, que es esa triple inequidad: de género, de lo social, y de lo emo-nacional.

Como polo dominado, sea cual sea el grupo socioeconómico o étnico al que pertenezcan, han visto sus diferencias biológicas convertidas en una supuesta in­ferioridad natural y su espacio doméstico y de trabajo, degradados intelectual y socialmente. Pero, a su vez, la estructura clasista que reproduce y alimenta todas las formas de inequidad y se nutre al mismo tiempo de ellas determina que todo el mundo se vea afectado por los rasgos anti-humanos de los modos de vivir que giran alrededor de la concentración del poder y de la inequidad que ésta produ­ce, motivo por el cual, si bien todas las personas padecen las consecuencias de esa estructura, más lo hacen quienes sufren directamente las otras dos formas de inequidad. Por tanto, de las múltiples y complejas combinaciones de inequidad

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que pueden padecerse, la más dura, desde todo punto de vista, es la triple ine­quidad que apabulla a las mujeres de las clases populares, que pertenecen al mismo tiempo a los grupos étnicos afro e indígena.

No se trata aquí de idealizar lo femenino, ni de señalar para las mujeres un • vacío total de poder; de hecho, el que existan en la sociedad grupos dominantes no significa, en primer lugar, que los dominados carezcan de todo poder; en se­gundo lugar, que los que ahora carecen de poder para definir y conducir una so­ciedad tengan armas para subvertir ese orden y construir un proceso de disolu­ción del poder dominante; y por último, que no sean pocas las mujeres que per­tenecen a la estructura de poder, aunque para sobrevivir en esas cúpulas deban asumir los roles del dominador.

Lo que queremos situar con la figura de los sin poder es ese estado predomi­nante de subordinación o de menor poder que afecta a la mayor parte de un grupo -de clase, étnico y de género- que impide su dominio sobre la propiedad de los bienes y riquezas, sobre las formas de convocatoria de la colectividad en su conjunto hacia los intereses propios, sobre la posibilidad real de modelar la cultura y las formas de subjetividad, sobre el manejo del saber y, como conse­cuencia, sobre el acceso autárquico al bienestar y libertad plenos. El que existan mujeres empresarias o ejecutivas, por ejemplo, no altera por varios motivos la condición predominante de subordinación femenina, de la misma manera que la ocurrencia excepcional de enriquecimiento súbito de algunos pobres no alteta el carácter subalterno de la estructura de clases. Esas son posibilidades muy limi­tadas que topan las barreras estructuradas de una conformación social. Soñar con el empoiferment femenino a través del acceso individual de algunas mujeres al éxito es tan ilusorio como sostener, tal como lo expresa el ideólogo neoliberal De Soto, que el camino para salir de la pobreza es que cada pobre se convierta en un empresario.

La vida humana se construye entre los intereses y presiones de quienes do­minan y quienes luchan para superar su propia subordinación. Dominación que es esencialmente destructiva y sublevación que es promesa de vida. Sin embargo, en esa dialéctica permanente e intensa entre las fuerzas de la vida y las de la muerte, entre los recursos del amor y los del desamor, las mujeres han estado más cerca del polo de la vida y el amor.

La proximidad mayor de lo femenino con la mejor parte de la utopía huma­na no es el fruto, como a lo mejor podría creerse, de una constitución biológica y afectiva innata; es la compensación en la subjetividad, una compensación acumulada en siglos de construcción inequitativa de la historia, bajo un proceso milenario, que si bien redujo los papeles femeninos al ámbito maternal y domés­tico, recortó el espacio de construcción y valoración de la feminidad a lo privado doméstico, y redujo las tareas femeninas a funciones económicas sometidas, in-

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visibles o inferiores para la escala machista, y le otorgó en cambio la perspectiva más humana de los sin poder.

El punto de vista de los sin poder tiene mayor penetración en la realidad ya que, como lo dijéramos hace muchos años, «necesitan utilizar al máximo grado posible la capacidad de autoconocimiento de su sociedad» para transformar una situación que los afecta. Lo que la lucha femenina aportó, en un sentido episte­mológico, a las ciencias sociales y a la teoria de la organización -desde antes dis­puestas a reconocer el carácter liberador del punto de vista de los pobres para el conocimiento-, es la constatación de que un aspecto clave de esa perspectiva de los subordinados es la perspectiva de género. Porque en el enfrentamiento desi­gual, quienes se ubican en el lado menos fuerte de la contradicción se ven com-pelidos a reproducirse en resistencia ante los amos, que los hay de diverso orden -el amo económico, el amo masculino, el amo étnico-, y en ese proceso adquie­ren coherencia y viabilidad conservando valores contrapuestos a la hegemonía y constíuiyéndose en depositarios, en reserva de antívalores, que han sido siempre la levadura de una nueva propuesta para la humanidad. Eso es lo que expresa Franca Basaglia cuando sostiene que «la mujer no fue corrompida por la ideolo­gía. Fue objeto de las ideologías, poco a poco fue identificándose con lo que el poder hacía de ella, pero como no disponía de poder, jamás fue corrompida por la ideología con la que el poder se cubre».

Es por eso que quienes nos hemos forjado como aliados masculinos cíe ia lu­cha de género provenimos también, en la gran mayoría de casos, de las filas de lucha junto a los otros sin poder -el económico-, y aprendimos del movimiento femenino que la lucha era incompleta si enfrentábamos sólo una de las formas de dominación, dejando intocadas otras como la de género. Ésta es decisiva para el conjunto no sólo porque produce efectos de injusticia en sí misma, sino por­que entrena, alimenta y reproduce las otras formas de concentración de poder, y porque deforma también nuestro propio proceso de socialización como varones, creando una masculinidad fantoche. Por tanto, como lo hemos sostenido insis­tentemente en varios foros, la lucha de género atañe a todo el mundo y no sólo no debe desestimarse, sino que debe fomentarse también una lucha intergenéri­ca con la más amplia participación masculina, donde todas y todos, sin perder de vista nuestras propios y particulares espacios de reivindicación, aportemos pa­ra la forja de un mundo humano popular, donde no sólo haya un trabajo equita­tivo y humano, seguridad en el consumo, plena capacidad de organización y amplio espacio para la reproducción de nuestra identidad cultural en medio del reconocimiento de la diversidad pluricultural, sino donde los géneros encuen­tren óptimas condiciones para desarrollarse a plenitud, sin discriminación y desventaja alguna.

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DIVERSIDAD, INEQUIDAD Y DESIGUALDAD

En muchos campos, pero sobre todo en el de los estudios sociales, existe confu­sión entre categorías y conceptos que guardan íntima relación, pero que tienen significados substancialmente distintos, como sucede con: diversidad; inequidad; desigualdad y diferencia.

Si bien las acepciones pueden variar, éstas son las interpretaciones que pro­ponemos para entendernos:

La diversidad de los atributos humanos, naturales y sociales de distintos gru­pos de una sociedad, es una característica consustancial de la vida humana y nos ayuda a explicar el modo de devenir o la génesis de la variación de característi­cas. Se concreta en procesos como los de diferenciación de género, étnicos y cul­turales. Los distintos géneros, etnias y grupos de edad que hacen parte de la di­versidad surgen de diferencias biológicas, como el sexo, la raza y la edad biológi­ca, alrededor de las cuales se dan construcciones culturales y de poder.

En una sociedad equitativa, lo diverso fructifica como una característica enri-quecedora y se constituye en potencia favorable, porque las relaciones intergéne-ro, interétnicas y entre edades, son solidarias y cooperativas. Es decir, el carácter heterogéneo de la realidad y su movimiento es un principio que hace parte de la esencia humana, donde los vínculos y determinaciones mutuas entre los grupos ocurren por la interdependencia y porque, a la par que existe la diversidad, tam­bién existen concatenaciones profundas que explican el principio de unidad en­tre los procesos humanos sociales. La diversidad y la unidad se mueven e interre-lacionan dinámicamente.

Pero cuando aparece históricamente la inequidad, es decir la apropiación de poder y la concentración del mismo en unas clases, en uno de los géneros y en algunas etnias, entonces la diversidad, en lugar de ser fuente de avance humano, pasa a ser un vehículo de explotación y subordinación.

En un capítulo del libro Eí género entrefuegos1 argumentamos que «la concen­tración de poder se remonta hacia los comienzos de la humanidad, pero se con­solida y expande en la etapa histórica de las sociedades clasistas, donde quedan conformadas en su unidad e interdependencia las tres fuentes de inequidad so­cial: la condición de género; la ubicación etno-nacional; y la situación de clase».

Es un proceso de larga data, que comienza con la división sexual del trabajo y la acumulación masculina de poder, que existieron antes del surgimiento de la inequidad étnica y de las clases sociales. Pero no es menos cierto que el apode-ramiento masculino sólo es posible en gran escala en sociedades cuyas condicio­nes estructurales permiten un excedente apropiable y una concentración de po­der. Es decir, la relación histórica entre la inequidad de género y la inequidad

' BREILH, Jaime. El género entre/uegos: inequidad y esperanza. Quito: Ediciones CEAS, 1996.

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clasista no es una mera secuencia temporal, ni constituye una relación apenas extema, sino que son procesos donde las formas de acumulación de poder co­rresponden a una misma esencia. La exclusión sistemática y predominante de las mujeres sobre los recursos productivos; la formación de una cultura patriarcal que restringe y deforma la construcción de la sexualidad femenina y del género en su conjunto; la reproducción de nexos opresivos dados en el marco de rela­ciones laborales y familiares que operan como una camisa de fuerza, hacen parte de una opresión social global. «El patriarcado, por tanto, tiene una base material que organiza la reproducción de la especie, la sexualidad, los comportamientos y normas, la crianza de los hijos y un conjunto de construcciones culturales liga­das al poder, bajo un mismo proyecto estratégico de control de la propiedad y de los recursos para la reproducción cultural y política».2

De ahí que sea verdad que la base objetiva sobre la que descansa el patriarca­do es fundamentalmente el control que los hombres ejercen sobre distintas for­mas de poder, tanto el poder de control sobre los bienes materiales, como el que se aplica para modelar las ideas, los valores, las formas de subjetividad, las orga­nizaciones, los conceptos científicos y, en fin, hasta los proyectos de vida y so­ciedad. Precisamente, la construcción de ideas y valoraciones acerca del cuerpo y la diversidad biológica está inmersa en escenarios históricos con dichas comple­jas relaciones de poder.

La inequidad no se refiere a la injusticia en el reparto y acceso, sino al proce­so intrínseco que la genera. La inequidad alude al caráctet y modo de devenir de una sociedad que determina el reparto y acceso desiguales (desigualdad social) que es su consecuencia. Esta distinción es muy importante porque si nuestro análisis estratégico se queda en el nivel de la desigualdad, estaríamos reduciendo o desviando nuestra mirada a los efectos, en lugar de enfocar sus determinantes. De hecho, la vertiente hegemónica de las ciencias sociales en todo tiempo ha impuesto ese tipo de distorsiones, y su expresión actual posmoderna reproduce el reduccionismo anotado, porque ahora, como lo anota acertadamente Fassin, la ideología posmoderna de la planificación social ha desplazado categorías que aluden a la esencia social inequitativa del capitalismo, trasmutándolas por cate­gorías que lo justifican o presuponen; asi por ejemplo, en Francia, la agencia es­tatal de planificación ya no habla de una jerarquía social desigual (estructura de­sigual vertical) en la que hay propietarios dominantes y desposeídos subordina­dos, sino que ahora la sociedad es vista como una organización horizontal donde la categoría exclusión demarca los de adentro con respecto a los de afuera. Enton­ces, para los grupos subordinados es crucial reivindicar categorías como inequi-

2 Ibid. p. 90

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dad, que permiten construir la idea sobre el origen de las formas de desigualdad o exclusión al acceso, y no quedarse únicamente en estos efectos.

La desigualdad, como queda explicado, es más bien una expresión típica y grupal de la inequidad. Expresa un contraste —de una característica o medida-producida por la inequidad. Es el caso de la desigualdad de salario entre clases sociales o entre géneros, que corresponde a la inequidad en el proceso de pro­ducción y distribución económica; o es el caso de la desigualdad de acceso a un servicio de salud apropiado entre dichas clases, entre grupos etno-nacionales o entre los varones y mujeres, que corresponde a la inequidad del mercado o del comportamiento distributivo del Estado. Entonces, la categoría desigualdad es la expresión observable de una inequidad social.

La inequidad es una categoría analítica que da cuenta de la esencia del pro­blema, mientras que la desigualdad es una evidencia empírica que se hace osten­sible en ios agregados estadísticos, para cuya adecuada comprensión es necesario desentrañar la inequidad que la produce. La desigualdad es una injusticia o ini­quidad (i.e. con i) en el acceso, una exclusión producida frente al disfrute, una disparidad de la calidad de vida, mientras que la inequidad (i.e. con e) es la falta de equidad, es decir la característica inherente a una sociedad que impide el bien común, e instituye la inviabilidad de un reparto humano que otorgue a cada quien según su necesidad y le permita aportar plenamente según su capacidad.

Por último, lo que nosotros llamaremos diferencia es un producto combina­do de la diversidad y la inequidad, y se expresa en el dominio de la vida indivi­dual y biológica. Para el caso del estudio comparativo de la vida y la salud entre los géneros, es importante comprender que las diferencias observables que llegan a registrarse son producto de la combinación de una distinta configuración del genotipo y fenotipo que se desarrolla en las personas y sus cuerpos, así como de las formas de deterioro experimentadas.

Hay diferencias de género para procesos semejantes —la regulación de la he­moglobina sanguínea y los niveles consecuentes de anemia entre varones y muje­res— así como se dan diferencias de género entre procesos que son distintos en los cuerpos con diferente geno-fenotipo, como son las del aparato reproductor.

Cada fenotipo tiene ventajas y desventajas. El fenotipo femenino muestra su­perioridad en ciertos elementos y vulnerabilidad mayor en otros. Si tomamos la capacidad de rendimiento muscular medida por la capacidad física para carga limite, en la época actual, en promedio, todavía la mujer ostenta una menor ca­pacidad debido a su menor masa muscular promedio (aunque por cm2 de mús­culo tengan semejante capacidad muscular.) Ese es el tipo de característica que podría desaparecer en otra etapa histórica. Respecto del estrés, el fenotipo feme­nino tiene unos rasgos que lo protegen (como es la mayor proporción de grasa respecto a músculo y mayor capacidad de regulación neuro-endocrina que le

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permiten controlar mejor la agresividad y la disponibilidad de reservas en fases de estrés), mientras que, por otro lado, esa misma configuración nerviosa-endocrina y las demandas propias de su aparato reproductor lo exponen a la in­fertilidad, a la sobrecarga premenstrual, labilidad cardio-vascular comparativa y psicoendócrina. Asimismo, algunas condiciones cerebrales y de coordinación motora son distintas en la mujer, lo cual le ofrece ventajas para unas actividades y desventajas para otras.

En todo caso, esas capacidades y limitaciones relativas no son un problema en sí mismas, sino que se convierten históricamente en problemas cuando la vida se desarrolla en modos de vivir inequitativos. En una sociedad escindida y enfrentada por el poder, la inequidad es estructural y al asumir la forma de un sistema complementario de concentración-exclusión, termina convirtiéndose en la fuente primaria y sustentable de desigualdades constatables entre los grupos dominantes y los subordinados. En algunos casos, la desigualdad sobredetermina una diferencia humana. Por eso cuando sometemos a estudio los cuerpos, con sus diferencias y desigualdades tenemos que contextualizar el análisis en las relaciones que esboza el siguiente cuadro:

CONTEXTO

(Oposición Básica)

Solidarlo

Concentrador

(acumulación de poder)

PROCESO GENÉTICO

(Modo de devenir)

Diversidad Igualdad (en medio de la diversidad)

Inequidad Desigualdad

EXPRESIÓN

Particular Individual

Diferencias

Configuración del geno-fenotipo

Diferencias por deterioro desigual

En nuestras sociedades, las mujeres comparten muchos sufrimientos con los varones de su misma clase y grupo étnico, pero también son muchas las particu­laridades de su modo de experimentar la inequidad. De ahí que hemos acuñado el término triple carga para traducir la combinación de tres formas interdepen­dientes de deterioro que producen consecuencias en los cuerpos femeninos: las contradicciones del trabajo remunerado, con sus discriminaciones y desventajas específicas; las contradicciones de la vida familiar y cotidiana, que conforman lo que antes denominamos práctica social doméstica, entre las cuales el reparto in­justo de la llamada segunda jornada es determinante; y por último, las contra­dicciones que operan sobre el geno-fenotipo femenino, su reproducción biológi­ca y las funciones de sostén de la misma.

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La era actual es reconocida como la globalización. Lo que realmente vivimos en esta época neoliberal es una totalización del mercado que impide el avance de una globalización humana y equitativa, donde haya amplia cabida para la diver­sidad. Son tiempos donde los grandes monopolios del mundo capitalista pa­triarcal y eurocéntrico aglutinan todo en el cálculo de las utilidades y expanden al máximo posible las ganancias.

En ese escenario adverso —o digámoslo mejor, perverso— se ha forzado un re­troceso profundo de los derechos humanos, económicos y culturales. Mientras los países son signatarios de un pacto formal que desde hace más de tres décadas reconoce retóricamente dichos derechos, en realidad su conculcación permanen­te y creciente demuestra que el poder necesita de la violación de los derechos y la violación se sustenta en el poder. Y claro, como lo hemos argumentado antes, donde la inequidad social es mayor, también es más profunda la de género, y no debe llamar la atención lo que se ha denominado una /emini^ación de la pobreza y el sufrimiento por todas las razones expuestas. Basta tomar cualquier empresa de esas que forman e¡ milagro económico neoliberal y analizar el sufrimiento hu­mano y la violación de derechos a partir de los cuales se arrancan las ganancias a la fuerza de trabajo, ofreciéndole a cambio pingües mejoras salariales, para cons­tatar que no hay violaciones aisladas y que el sistema social, en su conjunto, es un gran reproductor de inequidad.

EL CUERPO Y LA CULTURA SOMÁTICA

Lja lucha por la equidad de género enfila sus mejores armas hacia los temas del cuerpo y los derechos reproductivos. No es de extrañatse que esas tesis hayan ocupado sirio preeminente en la agenda femenina porque, como lo explica Fran­ca Basaglia, «si la esclavitud se fabricó sobre su naturaleza diversa o sobre su cuerpo, había que liberarse de ésta naturaleza que encarcela, para apropiarse de una existencia autónoma. Por ello los primeros temas de la liberación son los que atañen al cuerpo enajenado, expropiado: maternidad voluntaria, contracep-ción, violencia sexual y violación».3

No cabe duda que para quienes han debido "vivir en este mundo con un cuerpo de mujer", los retos básicos han sido superar la agresión y la discrimina­ción patriarcal y a la vez, asumir desde el horizonte de los subordinados y sin po­der, la construcción de la identidad propia.

Pero para que la reivindicación de los derechos reproductivos y del cuerpo se fortalezca y pase a ser parte de la agenda global contra la inequidad y comprome-

BASAGLIA, Franca. Una voz: reflexiones sobre la Mujer. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla, 1986, p. 69.

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ta otras fuerzas, no debe ser desconectada de las otras reivindicaciones sociales de los sin poder. De ahí la importancia de trabajar estas categorías con una pro­yección integral.

La conformación biológica del cuerpo, es decir, la de sus características geno-típicas (normas de reacción genética) y fenotipicas (patrones fisiológicos y el psi-quismo) no es un producto únicamente biológico, ni tampoco es una conse­cuencia mecánica de influencias sociales externas. En realidad, existe una cone­xión esencial o interna entre lo biológico y social en el ser humano, puesto que la vida humana presupone una realidad social más compleja y jerárquicamente determinante frente a los fenómenos de la biología. Por consiguiente, lo social y lo biológico forman una unidad compleja y dinámica que es el resultado de rela­ciones de transformación permanentes, que ocurren en un contexto histórico de­terminado entre los procesos singulares de los cuerpos y las procesos colectivos del grupo al que se pertenece.

Cuando se mira esta relación con objetividad, no se asume el cuerpo como biológico y lo colectivo como lo social, pues en verdad, el carácter social no sólo rodea externamente a los cuerpos, sino que hace parte de su movimiento intrín­seco, pues en los seres humanos no hay sólo una base animal moviéndose, sino una unidad biosocial. No se concibe un cuerpo humano regido y funcionando por instintos, la mente y los fenómenos biológicos del organismo se interpene-tran e interactúan, manteniéndose en independencia sólo relativa.

Una mujer o un hombre, no sólo son cuerpo de mujer o cuerpo masculino, son individuos conscientes en los que la base anima) está determinada por los procesos de la mente y el psiquismo primario. Arturo Campaña desarrolla en su libro una amplia explicación de estas relaciones, pero aquí cabe únicamente des­tacar algunos de sus argumentos científicos centrales.

Nuestra subjetividad personal requiere, para producirse, de una base psico-biológica real; sólo asi pueden generarse los neurodinamismos superiores que corresponden al psiquismo secundario o forma para si de los humanos. Lo men­tal que nos caracteriza implica un mayor desarrollo cortical que factibilice una mayor variedad de nexos e interacciones sostenidas, que permitan registrar en la memoria orgánica, huellas duraderas, condición ésta que facilita la expresión de comportamientos más apartados de las simples reacciones de estímulo-respuesta de los animales. En el ser humano se funden el organismo y la personalidad. La naturaleza bio-neuro-psíquica del ser humano es resultado del accionar — productivo y reproductivo— en condiciones y relaciones históricamente determi­nadas.1

CAMPAÑA, Arturo. Conciencia vs. seducción por la locura, Quito; Ediciones CEAS, 1995.

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Tales son los fundamentos de las diferencias que marcan tajantemente el or­den animal y el social y las determinaciones del cuerpo y la sexualidad en los dos órdenes. Como lo ha expuesto Florence Thomas,5 los cuerpos animales están regidos por un programa de instintos, mientras que en el orden social humano opera una determinación psíquica consciente. Por eso, la sexualidad animal está regida por atracciones cíclicas orgánicas y un control sexual instintivo, sin mar­gen para la libertad y el deseo por demanda; mientras que en la sexualidad hu­mana el deseo está subsumido bajo la consciencia y las relaciones sociales, pa­sando la afectividad a ocupar una importancia crucial, haciéndose posible que el amor subsuma al sexo y que la sexualidad se inscriba en los condicionamientos históricos de género.

Y es justamente el caráctet histórico de la sexualidad y de la afectividad lo que expone dichos procesos a la penetración de la lógica del poder. Son las for­mas de poder y dominación las que bregan para definir los límites y formas de la sexualidad, de acuerdo con sus intereses estratégicos. La sexualidad termina con­figurándose, entonces, según la lógica del poder económico, del poder patriarcal y de la cosmovisión emo-cultural dominante, que son las que hegemonizan la formación de necesidades, las licencias y las prohibiciones. Eso no significa que los sin poder no tengan posibilidades de ejercer sus propias formas, pero lo tie­nen que hacer en resistencia a las expresiones dominantes.

Asi, encontramos que los derechos reproductivos se realizan y conceptualizan de acuerdo con la correlación de fuerzas y relaciones de poder. Las concepciones sexuales, las propias ¡deas sobre los cuerpos y el comportamiento, opciones de práctica sexual, las responsabilidades y licencias, la estabilidad del embarazo y el acceso a recursos de control de la fecundidad, son el resultado de ese complejo sistema de relaciones económicas, culturales y aun políticas, que determinan el modo de vivir de cada grupo con sus condiciones de clase y étnicas, en cada te­rritorio o espacio socioeconómico.

Pero las contradicciones del poder también afectan a las mujeres y sus cuer­pos en el sitio de trabajo, en los dominios del consumo, como son las condicio­nes nutricionales, de vivienda y recreación, en las relaciones ecológicas... Es de­cir, en los distintos dominios de la reproducción social donde se repiten los pro­cesos destructivos que afectan la calidad de vida de género.

En las formas de saber se expresan estas contradicciones, puesto que los conceptos, juicios y razonamientos con los que se construyen las interpretacio­nes y valoraciones de género también se modelan en un ambiente cultural mar­cado por las ideas y confrontaciones, así como por los paradigmas que operan en los espacios científicos y académicos. En cada época y lugar ocurren confron-

' THOMAS, Florence. Los estragos del amor. Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1994.

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(aciones ideológicas concretas que perfilan la rrama epistémica, los paradigmas y aun las ideas que predominan en el saber popular, todo lo cual confluye para de­finir las ideas hegemónicas, tanto como las posiciones contrahegemónicas sobre el género.

El pensamiento científico convencional no se libra del condicionamiento del poder y de la visión androcéntrica. Existe un sesgo masculino en un amplio sec­tor de la producción científica, tanto en el modo de hacer ciencia como en el de construir las ideas científicas. Cuántos textos y obras de medicina, por ejemplo, introducen una construcción errónea y peyorativa de la capacidad biológica fe­menina; cuántos libros de psicología introducen subrepticiamente una visión distorsionada de la psicología de la mujer; cuántas obras de ciencias sociales in-visibilizan los problemas de género y menosprecian las reivindicaciones de las mujeres.

Tomando el caso de la menstruación, se puede ilustrar la convergencia de va­rias de estas determinaciones. Siendo la menstruación un proceso normal, cuando grupos de mujeres trabajan bajo inequidad e imposición de procesos destructivos como el frío extremo, el estrés laboral, se producen alteraciones co­mo la irregularidad, aumento de frecuencia y sangrado, prolongación del ciclo, alteración de los síntomas premenstruales, etc.. Así producido el padecimiento, el poder empresarial y la hegemonía de un pensamiento patriarcal determinan no sólo que se desproteja a las trabajadoras de un problema que acarrea múlti­ples consecuencias como la anemia por pérdida de sangre, sino que además la ciencia occidental y sexista lo pretende catalogar como diagnóstico psiquiátrico ("desorden disfórico de la fase tardía del cuerpo lúteo") por los síntomas emo­cionales que lo acompañan, como son: el nerviosismo, la irritabilidad y la depre-sión, estableciéndose una clara complicidad del mundo académico con la cons-tnicción deformante y peyorativa de lo femenino, como antes se hizo con los de­sórdenes histéricos.

En su obra clásica Los usos sociales del cuerpo, Boltanski acuñó con el concep­to de cultura somática la dimensión social de los comportamientos corporales, incluidos los de la sexualidad, de la fecundidad, de las prácticas lúdicas y de las conductas cosméticas. Dicho autor recrimina a quienes tienden a fragmentar el cuerpo según sus objetos específicos de preocupación, ligados a demandas fun­cionales, y reclama la compresión del sistema de relaciones entre el conjunto de los comportamientos corporales de los miembros de un mismo grupo y, luego, del sistema de relaciones que enlazan dichos comportamientos corporales con las condiciones objetivas de existencia. Creo que esa admonición es válida tam­bién para una vigilancia epistemológica y política de la lucha de y por la mujer.

Debemos insertar las reivindicaciones femeninas en los proyectos globales de los sin poder para que la diversidad opere en favor de la liberación integra de los

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seres humanos y para que una lucha unitaria refleje la interdependencia de las formas de dominación y consolide un mundo humano donde quepan todos y todas en el seno del bien común.

BIBLIOGRAFÍA

BREILH, Jaime. El género entrefuegos: inequidad y esperanza. Quito: Ediciones CEAS, 1996.

BASAGLIA, Franca. Una voz: reflexiones sobre la Mujer. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla,

1986.

CAMPAÑA, Arturo. Conciencia vs. seducción por la locura. Quito: Ediciones CEAS, 1995.

THOMAS, Florence. Los estragos del amor. Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1994.

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Cultura reproductiva y sexualidad

en el Sur de Brasil Ondina Fachel Leal, Jandyra M. C. Fachel

INTRODUCCIÓN

Brasil tiene una población *de 150 millones de habitantes de acuerdo con el úl­timo Censo Nacional (1991), donde la mayoría de la población es urbana (75%). De 1950 a 1980, hubo una disminución significativa de la fertilidad: en los años cincuenta, la tasa anual de crecimiento demográfico fue del 3% compa­rado con el 2.5% en los setenta. Ha habido un marcado descenso en la tasa de fertilidad, de 6.3 hijos por mujer en los años cincuenta, a 2.5 en los ochenta.

El descenso de la fertilidad tuvo lugat a pesar de que el gobierno brasileño nunca tuvo una política específica respecto de la fertilidad. Además, el aborto es ilegal en Brasil, excepto cuando la vida de la madre está en peligro o cuando el embarazo es producto de una violación. El 70% de las mujeres entre los 14 y los 54 años que viven en pareja usan anticonceptivos. (PNAD-IBGE 1987). La este­rilización quirúrgica femenina como opción anticonceptiva también es ilegal, ex­cepto en condiciones clínicas específicas. Aun así, la esterilización quirúrgica es el método anticonceptivo que prevalece en Brasil (44%, mientras el 41% usa an­ticonceptivos orales). El Estado de Rio Grande do Sul, donde se realizó la pre­sente investigación, es el único lugar donde la pildora anticonceptiva es el méto­do más usado, seguido* por la esterilización masculina.

Los cuatro barrios tuguriales en los cuales se llevó a cabo la investigación cuentan con una población total de cuarenta mil personas. Están situados en el área metropolitana de Porro Alegre (con una población de 3 millones de habi­tantes), capital del estado situado en la parte sur de Brasil. El estado, así como el atea estudiada, tiene una población proveniente de diversos orígenes étnicos: principalmente brasileros/portugueses blancos, inmigrantes europeos provenien-

La traducción de este artículo estuvo a cargo de Patricia Prieto. Se agradece la colaboración de Paola Vargas en la versión preliminar de esta traducción.

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tes de la migración regular e intensa que se dio durante el siglo pasado

(campesinos alemanes e italianos, originalmente agricultores, ahora recién llega­

dos a la ciudad), negros de la esclavitud colonial (en menor número) y muy po­

cos nativos brasileros.

LA INVESTIGACIÓN

Una agenda metodológica

Esta investigación constituye un estudio sobre el conocimiento y las prácticas

que una población dada tiene sobre sus propios cuerpos, su representación so­

cial de la sexualidad, de las funciones reproductivas y sus prácticas actuales con

respecto a la reproducción y /o anticoncepción, bl comportamiento sexual fue

concebido como resultado de un contexto socio-cultural que comprende valores

específicos de identidad de género y patrones particulares de organización fami­

liar. El objetivo de la investigación es el de identificar los diferentes factores, mo­

tivaciones y situaciones sociales que llevan a un individuo —un individuo de los

sectores populares de un área pobre (favelas) en Porto Alegre, Brasil— a escoger

un método anticonceptivo determinado y a tomar la decisión tener hijos y cuán­

do. O cuándo y por qué él o ella adopta lo que hemos denominado un compor­

tamiento de riesgo con relación a las ETS, principalmente el SIDA.

Desde una perspectiva antropológica no es posible abordar un objeto de es­

tudio como el de la sexualidad o los comportamientos reproductivos en forma

aislada de la totalidad de la vida social, del contexto de la vida cotidiana o de los

patrones de la estructura familiar y la organización de parentesco. Lo mismo se

puede decir de las prácticas y representaciones masculinas con respecto a la cul­

tura sexual y reproductiva.

Contrario a la idea de que los hombres y las mujeres son portadores de natu­

ralezas reificadas y discretas, nuestro enfoque asume el género desde una pers­

pectiva relacional en la cual cada miembro de la pareja, de diferente sexo bioló­

gico, construye sus roles de género en un proceso continuo de negociación con

el otro. En otras palabras, cada acto, intencional o virtual, tiene en cuenta el

comportamiento actual o esperado dc los dos miembros de la pareja.

El proyecto en mención, Body, Sexualily and Reproduction: A Study of Social

Représentations fue financiado por la Organización Mundial de la Salud.1 En

primer lugar, esta investigación tuvo la peculiaridad de trabajar tanto con hom-

Special Programme of Research, Development and Research Training in Human Repro­duction (OMS/HRP Projeet 91398 BSDA Brasil).

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bres como con mujeres, en calidad de sujetos de investigación (se realizaron en­trevistas etnográficas profundas a un total de 103 hombres y 99 mujeres). En se­gundo lugar, la investigación construyó una metodología de investigación, desa­rrolló un software específico y una base de datos etnográfica computarizada, de fácil acceso tanto para el análisis estadístico como para el análisis antropológico. Combina los análisis antropológicos con los estadísticos, aplicados a datos cuali­tativos y multivariados relacionados con la sexualidad y el comportamiento re­productivo.

La población estudiada está conformada por una muestra total de 202 per­sonas en edad reproductiva (de 13 a 60 años para hombres y de 13 a 50 años para mujeres). Como ya lo mencionamos, es una población urbana de bajos re­cursos, que vive en un barrio de tugurio en Porto Alegre. Esta población tiene la peculiaridad de tener servicios comunitarios de salud efectivos. En otras pala-bras, cuenta con un acceso fácil y continuo a servicios médicos orientados hacia la prevención. Tiene acceso a programas de planificación familiar, a métodos an­ticonceptivos que son de distribución gratuita y, en general, a medios masivos de comunicación. Podemos decir entonces que están integrados a la sociedad mo­derna, aun si en términos de recursos económicos y de poder, esta integración es estructuralmente inequitativa.

El tema de la investigación es la salud reproductiva y la pregunta fundamen­tal es: ¿Cuino podemos aproximamos a la sexualidad; Es un tema que en nues­tra tradición cultural pertenece al ámbito de lo íntimo y lo privado, que hace parte de lo que llamamos subjetividad e individualidad, nociones que por sí mismas son valores apreciados en nuestra sociedad. Dicho de otra manera; ¿Cómo podemos usar los procedimientos clásicos del trabajo de campo etnográ­fico para mantener la confidencia de los datos que se refieren a asuntos íntimos sin que pierdan representarividad y posibilidades estadísticas de generalización? El reto central ha sido preservar la naturaleza cualitativa de nuestros datos den­tro de un universo de estudio más amplio.2 De un lado, la naturaleza íntima de los datos sobre comportamientos sexuales requiere de la metodología de campo etnográfica y de unos vínculos bien establecidos con los informantes. Por otro lado, contar con investigadores bien entrenados, realizar un trabajo de campo prolongado, disponer de material antropológico denso y rico pero asistemático, son hechos usualmente insignificantes en términos numéricos y las generaliza­ciones son imposibles. Más aún, puede existir una cantidad enorme de materia­les de encuestas sobre la sexualidad y la reproducción, y sin embargo tener poca

2 Ver Pickering, 1988, 1994; Wadsworth et ai , 1993; Wadsworth et al, 1994, para una dis cuslón sobre los problemas metodológicos en la investigación con el tema de la sexualidad.

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credibilidad, a pesar de que con ese material sea posible hacer generalizaciones estadísticas.

Nuestra propuesta es combinar dos métodos: trabajar con un número de ca­sos estadísticamente significativo y preservar todo el contenido cualitativo de los datos y el -procedimientos etnográfico en la recolección de los datos. Las combi­naciones de los datos etnográficos con análisis factorial de correspondencia y otras técnicas estadísticas para variables categóricas, llevan a los antropólogos a refinar la sistematización de su material descriptivo. Más aún, el uso de técnicas de investigación no convencionales —tales como dibujos del cuerpo, cuadros de análisis de parentesco, esquemas de unidades domésticas, análisis de redes socia­les o escalas de actitudes estructuradas, a partir de un material etnográfico y del folclor— hizo posible la creación de escalas de categorías referidas, por ejemplo, a las circunstancias sociales estandarizadas que llevan a un individuo a tomar dife­rentes decisiones con respecto a la reproducción.

Este proyecto ha sido un intento de tratar metodológicamente este problema. Hemos desarrollado una investigación sistemática integral que puede ser resu­mida así: 1. El uso de técnicas etnográficas de campo establecidas, tales como la observación directa y las entrevistas a profundidad, orientadas hacia la sistemati­zación del mismo tipo de información referida a diferentes sujetos. 2. Trabajo de campo prolongado (dos años) llevado a cabo por investigadores con nivel de profesionales en antropología. 3. La creación de un programa de entrada para los datos que permite el manejo de toda la información, desde notas de campo (datos cualitativos), hasta categorías codificables de datos. 5. El material sistema­tizado es organizado por computador en una base de datos cualitativos, desde donde es posible ubicar diferentes materiales a través de palabras clave. La base de datos ha sido organizada de tal manera que pueda ser de fácil acceso desde di­ferentes programas de computador como Z&Y, SPPS y SPHINX. Un programa de manejo que permite una rutina de inferíase. 6. Las palabras clave — descriptores— como categorías analíticas son un paso para la construcción de las variables categóricas que compondrán las tablas de oposiciones para análisis es­tadísticos. 7. El número de variables y de análisis que se puede generar es ilimi­tado. Los análisis en si, permiten crear las principales asociaciones finales.

En otras palabras, la combinación de datos etnográficos con el análisis de co­rrespondencias múltiples nos ha permitido refinar la sistematización del material descriptivo básico. Posteriormente, se ha desarrollado un análisis antropológico para preservar la dimensión cualitativa de los resultados. El uso de técnicas esta­dísticas nos ha permitido además, medir los grados de asociación (correspondencia) entre conjuntos de variables, que van mucho más allá de la inferencia de relaciones causa-efecto entre variables. Las gráficas del análisis de correspondencia multivariada muestran atracción y repulsión entre categorías, lo

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cual en último término indica un patrón de correspondencia o asociación entre la situación social y/o visión global de las personas y sus opciones reproductivas.

El diseño general de la investigación y sus procedimientos metodológicos pueden resumirse en el esquema presentado en la Gráfica l.3

Gráfica I. Procedimientos metodológicos

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Las entrevistas requirieron una interacción cara a cara y una familiarización anterior profunda del investigador con la comunidad; fueron diseñadas para re­colectar marerial de observación descriptivo. Cada entrevista tomó un mínimo de 10 horas, dividida en cuatro encuentros distintos, cada uno centrado en un tema diferente. Calculamos un tiempo total de 20 horas por cada entrevista. Es importante anotar que no trabajamos con parejas; nuestra unidad de análisis es el individuo, su historia, su organización familiar y sus redes sociales.

Dado el carácter intimo de esta investigación, con preguntas relacionadas con el comportamiento sexual, y para poder mantener una coherencia frente al sesgo de género de los datos, decidimos que los investigadores hombres solamente en­trevistarían hombres y que investigadoras mujeres solamente entrevistarían mu­jeres.

Para una explicación detallada del procedimiento, ver Lea! y Fachel 1995 y Fachel et al. (1995).

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En temas específicos, tal como el de las prácticas sexuales, se emplearon

acercamientos innovadores como el trabajo con materiales del folclor (chistes,

proverbios, rimas... recogidos previamente en esta región).

Cada entrevista está compuesta de 70 memos4 referidos a preguntas abiertas

y notas de la observación de campo, edemas de preguntas cerradas precodifica-

das. La muestra total de 202 entrevistas generó un banco de datos de 14.000

textos (campos de caracteres) de las preguntas abiertas.

Los hallazgos: estructuras de parentesco, formas de sexualidad y cultura

reproductiva - anticonceptiva.

Para contextualizar los principales temas investigados mencionaremos los hallaz­

gos globales de la investigación en cuestión;

Dinámicas de género y tensiones. A pesat de que esta población es socioeco­

nómicamente homogénea —es homogéneamente pobre— las diferencias entre se­

xos (femenino y masculino) indican distinciones radicales con respecto a las

ptácticas y valores sexuales. El parrón de la relación masculino-femenino se esta­

blece como resultado de los aspectos constitutivos de la identidad de género que

son propios de cada sexo. Muchos de estos aspectos —como el significado de

asumir las responsabiliaddes parentales, sus modalidades y prácticas y distintas

preferencias sexuales— interfieren directamente en el comportamiento reproduc­

tivo. A pesar de ser la mujer quien tiene la última palabra sobre tener o no el hi­

jo, el rol del hombre es esencial, pues la decisión de ella se basa en sus expecta­

tivas subjetivas con relación a la actitud del hombre de reconocer (asumir o no)

al hijo. El patrón de descendencia es un elemento deflnitorio para una alianza

matrimonial y una estrategia femenina para comprometer a un hombre a formar

una familia.

Estructura familiar. La estructura familiar que predomina en esta población

es la de la familia extensa, de orientación matrifocal y uxorilocal/matrilocal. La

virilocalidad aparece claramente como una etapa de arraigo temporal asociado al

inicio de una nueva alianza. Nuestros datos revelan una población socialmente

subordinada, que vive en una situación extremadamente precaria (favela), y man­

tiene una sólida organización familiar, por cuanto una estructura de parentesco

amplia cumple un papel permanente y fundamental en este tipo de organización

social, donde otros elementos otganizacionales tales como la materialización de

la unión doméstica, el lugar de habitación, el empleo, y las fuentes de ingreso,

son efímeros.

Los memos hacen referencia a la estructtira del programa Etnograpfi. [N. de las CJ

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Adopción de niños. Hay una intensa circulación de niños —un sistema infor­mal de adopción de niños— dentro de una gran red de parientes y vecinos, con relaciones que se superponen, donde el niño en si mismo, es un vinculo clave. Dar para criar, que podría literalmente traducirse como "entregar [un niño] para que sea criado", significa que un recién nacido resultado de un embarazo no planeado siempre puede ser entregado para ser criado por algún orro miembro de la familia extensa. Este argumento está especialmente presente en los discur­sos de los hombres (y solamente como argumento masculino) como una alterna­tiva anticonceptiva a la paternidad.

Representaciones corporales. Nuestros datos acerca de la representación social del cuerpo femenino y sus funciones reproductivas sugieren que: primero, por un número de razones simbólicas, los periodos menstruales y reproductivos se conciben como superpuestos. En la perspectiva masculina, esto refuerza el hecho de evitar las relaciones sexuales durante el período menstrual. Segundo, cada mujer piensa en su cuerpo como algo único y singular en el que un principio o procedimiento biomédico general no siempre es aplicable. Estas creencias tienen un efecto directo en la elección y efectivo uso de anticonceptivos.

Prácticas abortivas. Hemos encontrado una prevalencia del 34% de prácticas abortivas para esta población. Las mujeres con uno o más abortos en su historia reproductiva tenían más posibilidades de haberse sometido a una esterilización quirúrgica. También están estadísticamente asociadas con ei conocimiento dei Cytotec. La definición y el reconocimiento social de un embarazo son posteriores al evento biológico y están directamente relacionados con la actitud del padre del niño. Tanto desde la petspectíva femenina como desde la masculina, cuando el aborto es autoinducido (la mayoría mediante procedimientos orales como té o Cytotec), no se identifica como tal. El aborto se percibe como un recurso anticon­ceptivo. Hay una resistencia muy fuerte hacia el uso de la planificación anticon­ceptiva preventiva antes del inicio de prácticas sexuales regulares principalmente por: a) El estar embarazada le confiere a la mujer un inmenso poder sobre el hombre o sus parientes para comprometerlo a casarse, b) Para el hombre y su grupo de pares, el embarazar a una mujer es signo de virilidad y el estar com­prometido en matrimonio (compartir una residencia) es un indicador importan­te de madurez y hombría, c) Estas opciones son importantes en ciertos períodos de la vida de cada individuo. Los ciclos socio-vitales y períodos de paso masculi­nos no necesariamente corresponden con las etapas de vida femenina. Cuando coinciden, el embarazo es bienvenido. Cuando no, la mujer buscará alternativas para abortar. A nivel del discurso (opiniones hechas públicas), los hombres tienden a expresarse en contra del aborto. No obstante, en relación con las res­puestas femeninas o masculinas acerca del conocimiento de métodos anticon­ceptivos o sobre el aborto, no hubo diferencias significativas. Esto indica que

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tanto hombres como mujeres están bastante bien informados sobre los métodos en general, sobre su propia opción anticonceptiva y la de su pareja y sobre los abortos realizados.

Comportamientos sexuales. Las preferencias y prácticas sexuales masculinas y femeninas presentan una drástica disparidad de género. Nuestro interés por las modalidades de comportamiento sexual está directamente relacionado con la in­cidencia de prácticas tales como las relaciones heterosexuales anales, las cuales pueden ser más favorables a la transmisión del SIDA. Hemos concluido que la práctica de relaciones anales está bastante extendida en el grupo investigado. Más aún, determinadas prácticas sexuales, como la relación sexual anal, están inequitativamente disttibuidas en cada género (o al menos así se verbaliza) y nuestros datos nos han llevado a entendet este hecho como un indicador de la violencia sexual masculina sobre la mujer.

Servicios de salud y planificación familiar. Los cuatro barrios estudiados pre­sentan diferencias en el uso de métodos anticonceptivos, tasas de abono y el tipo de sistema preferido para el cuidado de la salud (curandería tradicional o servi­cios médicos). Esto revela las especificidades de los servicios ofrecidos por cada unidad de salud y el periodo de tiempo en que estos se establecen en cada co­munidad. Nuestros datos mostraron que: 1. Los programas de planificación fa­miliar existentes están diseñados para un grupo de edad que ya ha obtenido in­formación sobre prácticas anticonceptivas a través de otras fuentes y por medio de su propia participación en prácticas sexuales; 2. Los servicios médicos enfati-zan los métodos anticonceptivos sobre los cuales se mantiene un control médi­co, a veces en detrimento de los métodos tradicionales de control natal; 3. El punto más relevante: los métodos anticonceptivos se fotmulan sin tener en cuenta la comprensión y la lógica que la gente tiene del cuerpo femenino y de las prerrogativas procreativas.

Prevención del SIDA. La población está consciente de las maneras de prevenir el SIDA. No obstante, recomendamos como estrategia de salud pública el man­tener una saturación de la infotmación, aún si los cambios de comportamiento son muy lentos. A diferencia de lo que ha venido pasando, sugerimos que el contenido de la información resalte la distinción entre el SIDA y otras enferme­dades, porque hemos observado que el modelo de transmisión de enfermedades vi­gente en esta población es que la transmisión ocurre de muchas formas (equivalentes al viejo modelo de transmisión de la tuberculosis) además de aque­llas que son especificas para el SIDA. Las formas en que se cree que la enferme­dad se transmite son tan diversas, que conducen a conclusiones erróneas como: 1. Nada puede hacerse para evitar la contaminación; 2. Cuando hay un modelo amplificado de transmisión y la contaminación no es necesariamente verificada, el modelo de transmisión exclusivamente médico pierde credibilidad. 3. Todas

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las campañas públicas han puesto énfasis en el tema del prejuicio hacia los pa­cientes de SIDA; sin embargo, nosotros hemos observado más bien un mayor temor hacia la enfermedad a causa de la ampliación popular del modelo médico de transmisión, que un prejuicio generalizado hacia los pacientes con SIDA. Es necesario tener en cuenta que el uso médico de la noción de prejuicio en las campañas públicas es en si mismo parcial, porque infiere un prejuicio existente, tal vez en los grupos de clase media pero no en éste de clase trabajadora.

Drogas y SIDA. Uno de los barrios (vilas) que estudiamos es un punto impor­tante de comercio de drogas para la ciudad de Porto Alegre. Una porción signifi­cativa de la población local tiene una relación directa o indirecta con este nego­cio y los niños desempeñan un rol fundamental en esta organización con fun­ciones específicamente asignadas (advertir a los traficantes sobre el arribo de ex­tranjeros al barrio y el esconder u ofrecer la droga mientras se realizan los con­tactos de venta). Dada la fuerte presencia de drogas en el área, es usual encontrar niños (en su mayoría pequeños) jugando con jeringas o agujas usadas, asi como con otros desechos. Deben realizarse acciones preventivas dirigidas específica­mente a esta situación. Hay además una falta de información sobre la enferme­dad del SIDA en grupos específicos, donde detectamos una confusión; algunos de ellos creen que es la droga y no la jeringa —o los residuos de sangre presentes en la jeringa y en la aguja— lo que causa la transmisión del SIDA. Nuestros da­tos etnográficos indican que en algunas situaciones, aunque son conscientes del peligro de prestarse agujas y jeringas (aún sin tener una clara razón del por qué), evitan hacerlo. Sin embargo, se observó que suelen diluir la droga en su propia sangre para compartirla. Existe una serie de representaciones acerca de la sangre (como fuerte, caliente, como fluido mediador) que nos ayuda a explicar este he­cho. Esta cuestión debe abordarse de forma más directa y específica a nivel de es­te grupo; también deben enfatizarse las otras vías de transmisión del SIDA, tales como las relaciones sexuales. De acuerdo con lo anterior, debe insistírse en la necesidad de usar condón en la relación sexual. Este punto termina ocupando un lugar muy secundario en la información.

CULTURA ANTICONCEPTIVA-REPRODUCTIVA MASCULINA

A pesar de que el enfoque de este articulo se centra en el comportamiento mas­culino relacionado con prácticas reproductivas y anticonceptivas, creencias y va­lores sexuales -lo que hemos llamado cultura sexual-, es importante anotar que nuestros materiales y comentarios sólo adquieren sentido si se relacionan con la misma clase de material relativo al comportamiento femenino, obtenido en las mismas circunstancias. Además, al concebir este campo -sexualidad y reproduc­ción- a partir de una perspectiva relacional de género, como recurso analítico,

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una perspectiva de género comparativa es necesaria para la presentación del ma­terial. Además, como se mencionó arriba, no podremos entender cómo se to­man las decisiones reproductivas si no es en el contexto de las complejas alian­zas establecidas al interior de un sistema de parentesco cognático (familia exten­sa) con patrones de residencia orientados hacia la matri-uxorilocalidad (unidades centradas en la mujer).

Al trabajar con dibujos del cuerpo hechos por los informantes, a quienes se les pidió hacer un dibujo del sistema reproductivo femenino y se les animó para que explicaran cómo funciona, hubo una clara diferencia de género: los dibujos de los hombres enfatízaban los órganos sexuales (vagina, vello púbico) y la cara (ojos y boca); las mujeres se centraban en las funciones reproductivas (útero, trompas de falopio, embrión). Es necesario trabajar aun más para analizar este material, aunque desde ya nos ofrece pistas claves sobre las diferencias de géne-

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ro. Nuestro material muestra que hay un entendimiento generalizado de que tan­

to hombres como mujeres perciben que el período fértil femenino se sobrepone o se encuentra inmediatamente conectado con el periodo menstrual, haciendo equivalentes en forma directa la fertilidad y la sangre menstrual. En este punto no hay diferencias considerables enrre la comprensión femenina y la masculina, pues el 75% de los hombres y el 76% de las mujeres dijo que el periodo fértil femenino coincide con el periodo menstrual o que también puede suceder du­rante el periodo menstrual. Eso sí, el 14% de los hombres declaró "que ellos no saben" mientras únicamente el 3% de las mujeres dijo no saber.6

La equivalencia simbólica entre la sangre femenina y el semen masculino es un tema clásico en antropología. La novedad aquí es la relevancia estadística de este hallazgo para una población urbana que a pesar de su privación económica, tiene acceso a servicios médicos preventivos y programas de planificación fami­liar.

El embarazo se percibe como un riesgo, como un hecho que puede o no ocu­rrir, sujeto a una setie de eventos aleatorios. En relación con esta idea de riesgo, no es accidental que el término usado para quedar embarazada, sea "agarrar" o "cargar niño" (pegar filho), que es el mismo término utilizado para agarrar una enfermedad o ser víctima de una aflicción. La fertilización se concibe como una forma de contagio donde los fluidos corporales hacen contacto. Algunas afirma­ciones típicas son:

Hay más riesgo [de quedar embarazada] en los tres días que siguen a la menstruación.

5 Ver Victora, 1995 y Leal y Fachel, 1995. 6 Ver Leal, 1995.

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Justo después de la regla, cuando la sangre no está totalmente seca.

Justo después de que todo [la regla] se desecha, inmediatamente después del

período, cuando el cuerpo está limpio.

La relación sexual es representada como una situación de intercambio de

fluidos corporales. La sangre y el semen son vehículos de transmisión, de con­

taminación, asi como de vida, emociones y elementos morales. El acto sexual es

esencialmente una interacción social donde ocurre el intercambio. El fluido va­

ginal femenino más evidente es la sangre menstrual, considerada como prueba

de la substancia y naturaleza de la mujer.

Los datos de la investigación mostraron, en general, una serie de hechos cul­

turales diseminados, arraigados en el sistema de creencias, los cuales sugieren

una asociación directa entre el flujo menstrual y la fertilidad. Ambos procesos

son concebidos como condiciones corporales, humedad y calor, que constituyen

condiciones necesarias para la procreación.

Las reglas para evitar la menstruación o el embarazo, al igual que las prácti­

cas abortivas, están regidas por el principio de que la sangre que está dentro del

cuerpo debe salir, debe fluir. Esto sugiere la idea del balance, basada en un mo­

delo de los humores donde hay una circulación constante de fluidos, básica para

el funcionamiento del cuerpo. Según esta lógica, cuando la sangre menstrual se

encuentra con el semen, se da la procreación:

La impregnación, no estoy seguro de cómo funciona, la esperma va allí y ha­

ce el feto.

La forma más arriesgada [de dejar a una mujer embarazada] es el mismo dia

de la menstruación, cuando la sangre se desecha y el semen se queda dentro de

ella. Fuera de esto, solamente cuando los dos tienen el orgasmo (gozam) al mis­

mo tiempo.

Las dos afirmaciones anteriores son de informantes hombres. Ellos ilustran

la asociación existente entre sangre y semen como substancias generativas. Sin

embargo, la sangre' menstrual es también vista, en su mayoría desde la perspecti­

va masculina, como contaminada, sucia, desecho que debe ser eliminado. Adi­

cionalmente, en las conversaciones masculinas exclusivamente, hay referencias

recurrentes al temor de volverse sexualmente impotente por contacto con la san­

gre menstrual, a pesar de la percepción de que ésta es simbólicamente potente,

poderosa, fuerte y fértil. La noción principal es que la sangre menstrual es un

fluido que limpia el cuerpo femenino, ya sea como un desecho, ya como un fil­

tro. Esto funciona como otra representación del cuerpo de la mujer en la cual

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inmediatamente después de la menstruación, éste se encuentra purificado y por

tanto listo para la gestación.

En la interacción de significados que se refieren a los humores corporales

con relación a la menstruación y a la concepción, la representación del cuerpo

femenino como algo que se abre y se cierra- sobre si mismo domina todas las

otras representaciones y es la clave para entender la lógica de la reproducción. El

cuerpo es siempre imaginado como algo lleno de movimientos internos, en una

dinámica de fluidos responsables de la vida, en oposición a la muerte, donde la

circulación de fluidos se detiene. El cuerpo femenino tiene una cavidad vacia, el

útero, el espacio donde crece el feto. La sangre menstrual es una condición espe­

cíficamente femenina que indica la fecundidad. En el ciclo vital de una mujer,

cuando ella empieza a producir sangre menstrual, está en capacidad de concebir;

cuando deja de producirla, ya no tiene capacidad reproductiva. El fluido de san­

gre es limpio mientras produce vida; sucio, cuando actúa como agente purificador,

como filtro y saca cosas que no son buenas para e¡ cuerpo. En este caso debe des­

cargarse y es necesario hacer cuarentena. U n embarazo no deseado es como un

producto desechable, sangre que debe eliminarse.

La idea de que el cuerpo se abre para dejar salir la sangre menstrual y luego

se cierra de nuevo, es una noción básica tanto en el discurso masculino como en

el femenino. El contacto vaginal debe evitarse durante los días fuertes de la

menstruación, pues el cuerpo está abierto, y los órganos internos se perciben

como expuestos —a enfermedades, infecciones, contaminación—. Sin embargo,

como ya se mencionó, la sangre menstrual es vista como la substancia fértil. Por

lo tanto, los días inmediatamente anteriores y especialmente los posteriores son

percibidos como ideales para la concepción. En otras palabras, hay una creencia

muy extendida de que hay más probabilidad de que la concepción ocurra duran­

te o inmediatamente después de la menstruación. Esto es posible solamente en

un modelo cultural basado en una percepción especifica de los límites del cuerpo

donde las ideas acerca de movimientos corporales como abrirse y cerrarse, calor

y humedad, juegan un papel importante. Además, este modelo se basa en el en­

tendido de que la concepción requiere la presencia de fluidos conductores como

la sangre menstrual. En términos de algunos informantes:

Uno no debe tener relaciones sexuales durante el período menstrual, porque

el cuerpo está todo abierto, dejando que todo el sangrado salga.

Tres días antes del periodo, el útero se mantiene abierto y entonces casi

cualquier cosa te puede dejar embarazada y después de la menstruación, cuando

el útero no se ha cerrado aún.

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La mujer puede quedar embarazada justo después de la regla, porque está limpia.

Las mujeres evitan las relaciones sexuales durante los días de mayor mens­truación, ya sea por el riesgo de quedar embarazadas o porque son vistas como sucias, desagradables, dan asco. Los hombres evitan la sangre menstrual femenina porque es contaminante, pero no se abstienen del contacto sexual. Aunque no ha sido posible establecer un patrón claro del comportamiento sexual en el gru­po, se han indicado preferencias y modalidades de prácticas sexuales. Esto se re­fleja en la declatación de un hombre:

Cuando la mujer está embarazada o cuando está menstruando, el sexo anal debe [practicarse] para no echar a perder el bebé.

Aunque este concepto puede contener algunas ambigüedades, el punto es que la misma sangre que se percibe como contaminada -porque "limpió" el cuerpo— es asimismo procreadora cuando el flujo e ligero o discontinuo, al final del período menstrual.

Para resumir vemos que: 1. La concepción es percibida como un proceso fí­sico íntimo de cosubstanciación entre la sangre y el semen; 2. Las condiciones del cuerpo tales como la temperatura y la humedad juegan un papel importante en este modelo; 3. El cuerpo es regulado por una construcción cultural que fun­ciona como un operador binario de un cuerpo que se abre y se cierra por sí mismo, para permitir que los fluidos circulen, ofreciendo la posibilidad de que el mundo fisiológico interno establezca una relación con el mundo social exter­no; y 4. El proceso de concepción en su totalidad está sujeto a la influencia de lo que podríamos llamar una lógica situacional que tiene que ver con los eventos fortuitos de la vida. En este sentido, el que la relación sexual tenga como resul­tado la reproducción depende de diversas circunstancias, tales como la intensi­dad y la calidad de las relaciones sexuales, el tiempo y lugar donde el acto sexual ocurre, y otra serie de condiciones sociales (como período del año, voluntad, de­seo, etc.).

En términos prácticos, la evidencia de dicho sistema de representación sobre el periodo fértil de la mujer puede conducir a prácticas reproductivas y anticon­ceptivas de limitada eficacia médica. No es sorprendente que haya informes re­currentes de concepciones que supuestamente ocurrieron durante el período menstrual (especialmente en el intervalo entre dos series de pastillas anticoncep­tivas) o mientras la mujer estaba usando el DIU (dispositivo intrauterino).

Otra cuestión importante referente al uso de anticonceptivos es que en esta lógica, no tiene sentido dejar de usarlos precisamente durante la menstruación, cuando se cree que la mujer tiene más riesgo de quedar embarazada. Además, las mujeres consideran problemático el hecho de que el uso de hormonas reduce el

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el flujo menstrual, porque "mantiene sangre adentro que se supone debía salir" interrumpiendo la circulación necesaria de fluidos corporales. Con esta lógica, la prescripción médica sobre el uso diario de la pildora anticonceptiva no tiene sentido en el universo investigado, lo cual pone en jaque la eficacia de este mé­todo en forma permanente. Adicionalmente, el hecho de tomar las pildoras anti­conceptivas en intervalos irregulares afecta su eficacia.7

Los hombres rechazan el uso del DIU en las mujeres en gran parte potque generalmente produce flujos menstruales más largos y abundantes. Es visto con recelo: ¿cómo puede evitar el embarazo si en realidad produce más sangre, que es catalogada como fértil? Además, el hecho de que la sangre menstrual implica que los hombres evitan las relaciones vaginales (y tal vez la insistencia del hombte en sostener relaciones novaginales que pueden incluir violencia sexual), no debe ser subestimado como factor que lleva a que la mujer evite el uso del DIU como mé­todo anticonceptivo.

CULTURA SEXUAL

Opciones anticonceptivas (contracepción)

Interrogamos tanto a hombtes como a mujeres sobre el método anticonceptivo actualmente empleado, sobre el método utilizado por la persona o por su cónyu­ge. La consistencia y comparación entre las respuestas de hombres y mujeres no pueden ser contrastadas entre si excepto en tétminos generales, porque los con­juntos de datos para hombres y mujeres son independientes: no trabajamos con parejas. En general, no hay mucha diferencia entre las respuestas masculinas y femeninas sobre los métodos anticonceptivos. La única diferencia significativa encontrada está en que los hombres parecen sobreestimar el uso femenino de los anticonceptivos orales, y que un número significativo de mujeres, comparado con las respuestas masculinas, declara que no usa ningún método anticoncepti­vo. Es claro que un número mayor de mujeres que de hombres ha dicho que no está usando ningún anticonceptivo potque están dispuestas a quedar embaraza­das.

Sin embargo, solamente podemos presuponer la falta relativa de información de los hombres -de hecho apenas el 3%- dado que el total de la muestra mascu­lina afirmó que no conocía cuál era la opción anticonceptiva de sus esposas o compañeras. También observamos que la participación masculina en la decisión

Sobre la práctica y la incidencia del aborto, ver Llovet y Ramos, 1988; Silva, 1992; Leal y Lewgoy 1995, 1998.

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sobre el método anticonceptivo es bastante significativa. Muchos hombres indi­caron, por ejemplo, que sus parejas usaban anticonceptivos orales (pildoras) así como el nombre farmacéutico del producto. Conocían la historia de los cambios de métodos y marcas empleadas por sus esposas. En general, los hombres invo­lucrados en uniones conyugales estables también estaban familiarizados con las quejas femeninas relacionadas con los efectos secundarios o la supuesta inefica­cia del método empleado.

En relación con los datos masculinos sobre el uso del condón (12% para el grupo masculino en comparación con el 1% de las respuestas del grupo femeni­no), es importante señalar que se refiere a un método que se usa simultánea­mente con otros métodos y no necesariamente como un artefacto anticonceptivo. El condón es usado en la relación sexual con otras parejas casuales, no con el esposo o la esposa. Dentro del total de la población estudiada (hombres y muje­res) apenas el 9% afirmó haber usado el condón ocasionalmente; el 29% afirmó haber intentado usar un condón una o dos veces en su vida; y el 61% nunca han usado o intentado usar un condón.

Como ya se describió, esta pesquisa tuvo una orientación cualitativa y se tra­bajó con una muestra que, aunque estadísticamente representativa de esta pobla­ción pobre para esta región, es relativamente pequeña. Era la más grande posible de abordar etnográficamente. Dada esta limitación, es interesante observar que nuestros datos sobre el uso de métodos anticonceptivos se ajustan a los datos de una encuesta epidemiológica reciente hecha exactamente en la misma área (con 803 mujeres, Takeda 1993). Nos llamó la atención el número relativamente bajo de esterilizaciones quirúrgicas femeninas en comparación con las tasas naciona­les (para Brasil, según PNAD-IBGE 1987, tenemos una tasa de 27% de esterili­zaciones quirúrgicas para mujeres entre los 15 y los 54 años, PNAD-IBGE 1987). Encontramos una tasa de 6.9% (incluidas las respuestas masculinas), la cual es muy cercana a la tasa de PNAD para el estado: 8% de esterilizaciones quirúrgicas femeninas. En este caso, la frecuencia de cerca del 7% para esta po­blación especifica, que habita un tugurio, puede considerarse no tan alta. No obstante, esta frecuencia no se distribuye uniformemente entre los cuatro barrios tugúriales estudiados, lo cual indica las pequeñas diferencias existentes en el tipo de servicios de salud ofrecidos en cada área.

Un hallazgo estadístico interesante es que al trabajar solamente con los datos correspondientes a las respuestas masculinas sobre el uso de métodos anticon­ceptivos, utilizando la técnica de análisis de correspondencia observamos que la opción anticonceptiva está asociada con la movilidad social. Una trayectoria de vida en ascenso social está claramente asociada con la opción por el anticoncep­tivo oral; una trayectoria de vida en descenso está vinculada con la esterilización quirúrgica femenina y el uso del condón; las personas con una trayectoria de vi-

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da regular se asocian con la no utilización de artefactos anticonceptivos, ya sean métodos médicos o tradicionales. Estos datos confitman algunas de nuestras hi­pótesis iniciales relacionadas con la reproducción como una estrategia para esca­lar en la jerarquía social, ya sea porque el estatus de casado tiene mayor signifi­cación social o porque una determinada unión representa "casarse bien" o in­cluso porque como unidad productiva la organización alianza-descendencia tam­bién representa un aumento del ingreso familiar o del espacio de residencia. El análisis antropológico sobre este punto específico puede ampliarse y lo haremos en otro articulo.

Encontramos una tasa de 34% de prácticas de aborto en esta población (respuestas masculinas y femeninas sobre el aborto). En términos más específi­cos, el 15.4% afirmó haber tenido al menos un abotto inducido (o en el caso de los hombres, una de sus parejas habia tenido un abotto) en su vida. En el 19% de los casos había evidencia de que el aborto se habia practicado, pero la perso­na entrevistada no identifica el método utilizado como una práctica abortiva; es el caso del uso de infusiones abortivas tradicionales (chapoeiradas) combinadas con medicamentos prostaglandineos (Cytotec). Para propósitos del análisis, con­sideramos ambos casos como prácticas de aborto. Otro tema interesante es que el 18% de las mujeres tiene conocimientos sobre el medicamento C>totec (prostaglandina) y sus efectos abortivos. El Cytotec se usa tanto en forma oral como vaginal. Los hombres tienen poco o ningún conocimiento acerca de estos procedimientos. Respecto de los datos sobre el aborto, también podemos obser­var que tanto las respuestas masculinas como las femeninas básicamente tienen una distribución correspondiente, con apenas un margen de posible informa­ción errónea de los hombres acerca de las prácticas reales de las mujeres.

Las prácticas de aborto o la opinión sobre el aborto no presentaron correla­ciones significativas con otras variables (tales como "condiciones de la vivienda" o "trayectoria de vida" tomadas como indicadores socioeconómicos dentro de una muy homogénea población pobre). Tampoco presentaron correlaciones con otras variables con mayor capacidad discriminativa, tales como "práctica religio­sa", "origen étnico" u "origen social (rural o urbano)". Creemos que la novedad del hallazgo se 'debe precisamente a ello.

En relación con la opinión sobre el aborto, hay una gran discrepancia entre los hombres y mujeres estudiados. Vale la pena recordar que el aborto es ilegal en Brasil y que en los medios de comunicación en general se presenta como un tema altamente controvertido.

A primera vista, las opiniones sobre el aborto parecen expresar un punto de vista muy conservador, especialmente si reconocemos solamente la respuesta di­recta dada por los informantes a la siguiente pregunta cerrada durante la entre­vista: «¿Está usted a favor o en contra de la legalización del aborto?». Sin embar-

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go, los comentarios de los informante sobre el asunto siempre presentan argu­mentos que relativizan el problema e indican muchas condiciones y situaciones diversas en las cuales se debe permitir. Si analizamos estas sutilezas del discurso, tenemos para el total de la muestra, que el 61% acepta el aborto bajo ciertas cir­cunstancias, tales como "falta de condiciones-para criar el hijo" o la falta de "alguien que pueda hacerse cargo (assumir) el hijo" dentro de la red extensa y densa de familiares, vecinos y amigos. El 37% está "en contra" del aborto y no lo acepta bajo ninguna circunstancia, a excepción de las que prevé la ley (aborto terapéutico o en caso de violación). Es claro que los hombres son menos favora­bles al aborto en contraste con las mujeres (53% de los hombres está a favor del aborto "bajo determinadas circunstancias", en comparación con el 70% de las mujeres).

Hay un grupo de hombres (5%) que, pese a que una de sus parejas ha tenido un aborto a lo largo de sus vidas, persisten en una oposición radical contra el aborto. Al examinar las historias de vida de estos hombres, vemos que la deci­sión de abortar dependió exclusivamente de la voluntad de su pareja y terminó convirtiéndose en la causa de un conflicto matrimonial importante y, en algunos casos, en la terminación de la unión.

Los análisis mulrivatiados de correspondencia muestran que la variable hom­bre adulto está claramente asociada con una opinión desfavorable del aborto, mientras que hombre joven es un poco más favorable que los hombres mayores. En el universo femenino, tanto mujeres jóvenes como mujeres adultas son más favorables y se practican el aborto.

Dentro de la discusión sobre el aborto, la afirmación "dar el hijo para que [alguien] lo críe" ha surgido espontáneamente en el raciocinio masculino como una alternativa frente al aborto en un sugestivo número de casos (cerca del 20%). No se hizo una pregunta o una sugerencia en este sentido. Esto coincide con la literatura antropológica existente sobre grupos obreros urbanos en rela­ción con los patrones de organización familiar basados en el grupo de parentes­co extenso.

Otra cuestión que puede plantearse acá es que una mujer embarazada que no vive con su pareja y que no tiene* intención de hacerlo, y que no desea criar a su hijo, puede darlo a la familia del padre biológico, estableciendo así un vínculo entre el hombre y su familia de orientación matrifocal. Esta es una cuestión clave para la definición del lugar de residencia del hombre.8

En otro artículo' discutimos los matices relativos a estar embarazada indican­do que se da una intensa negociación social previamente al reconocimiento del

1 Ver Fonseca, 1993. 'LealyLewgoy 1995, 1998.

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hecho de "estar embarazada". El aborto auto-inducido (mediante procedimientos orales combinados con el uso de medicamentos prostaglandíneos) no se identifi­ca como "aborto" sino como un procedimiento para "inducir que baje una menstruación retrasada" (para baixar as regras), considerado como una rutina anticonceptiva. Es claro que el embarazo le confiere a la mujer poder de negocia­ción frente al hombre, para obligarlo a establecer una unión.

Como ya se mencionó, aunque el patrón familiar que prevalece es el matrilo-cal, la virilocalidad aparece como una "etapa" y un arreglo doméstico temporal asociado con el inicio de una alianza nueva. Al ttabajat con las historias de vida de este grupo tratamos de identificar lo que denominamos como "estrategias de alianza". Pudimos construir tres categorías: 1. "Virginidad" o "la pareja no esta­ba esperando un hijo cuando se casaron"; 2. "Se casaron porque la mujer estaba embarazada"; 3. Fugarse con el amante, "escaparse del hogar".

El análisis estadístico muestra una data asociación entre neolocalidad y ma­trimonio sin embarazo prenupcial, dentro de un patrón en el cual la pareja ha­bia tenido un compromiso largo, y un proyecto común de alianza en una casa propia. Muestra también una asociación entre "casarse por embarazo" y viriloca­lidad, es decir, el establecer residencia en el lugar de residencia del hombre. Ello tiende a ser un arreglo temporal mientras se logra el reconocimiento general de la nueva alianza. Refleja el reconocimiento del hombre de su paternidad y su apoyo (o el de su familia) a la pareja o al hijo. Además, hay una asociación entre "escaparse del hogar", con lo cual se quiere decir que la mujer se va de! hogar paterno/materno para constituir una nueva alianza y la matrilocalidad. Aparen­temente, el "fugatse" sugiere la no aceptación de la unión por parte de la familia de la mujer, pero en la realidad es un patrón culturalmente establecido, una es­trategia tácita para legitimar la nueva alianza. La pareja puede vivir en otra parre durante un corto periodo de tiempo (en la casa de amigos o parientes) y regresa­rá al lugar de residencia de la mujer generalmente cuando ésta quede embaraza­da.

Sexualidad

Dentro del alcance de lo que hemos denominado cultura sexual, un conjunto de creencias, significados y prácticas relacionadas con la sexualidad, evaluamos que nuestras estrategias de estudio etnográfico tuvieron éxito. El reto consistía en descifrar este mundo íntimo y privado. Mediante un riguroso control de calidad de cada informe-entrevista y luego de aplicar varias mrinas para controlar la con­sistencia de las respuestas, consideramos que los datos obtenidos son confiables y correctos.

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La frecuencia de la relación sexual en esta población se concentra en el inter­valo de dos a siete relaciones por semana, con un 63% de los casos. El 20% del total de la muestra indica un mínimo de cinco relaciones por semana; acá se presenta una diferencia entre el comportamiento masculino y femenino (o res-puestas): el 23% de los hombres, frente al 17% de las mujeres, indicó esta fre­cuencia para las relaciones sexuales. Podemos plantear como hipótesis que los datos masculinos pueden estar un poco sobreestimados, pero decidimos emplear como procedimiento el escoger siempre el límite numérico inferior de todas las respuestas. Nuestros datos etnográficos confirman que las prácticas sexuales, la sexualidad en genetal, el cortejo y los juegos de seducción, son elementos impor­tantes y además, que una considerable cantidad del tiempo diario de estas per­sonas - hombres y mujeres- es dedicada a estas actividades.

Hemos construido divetsas categorías de variables relacionadas con las mo­dalidades de actividad sexual, a partir del material cualitativo. El proceso de cate­gorización del material descriptivo sobre la sexualidad fue realizado por diferen­tes investigadores que compartían propósitos similares —o en otras palabras, que hicieron preguntas análogas al mismo material-. El propósito de este procedi­miento fue el de confirmar (o no) la precisión del análisis de contenido que se hizo de las respuestas, para poder validar las categorías creadas. Terminamos con algunas variables que demostraron en forma detallada, mediante el análisis de datos categóricos, distinciones y sutilezas acerca ue ias activiuaues y preieren-cias sexuales. '

En lo concerniente a la variable "prácticas sexuales posibles", clasificamos las prácticas reales, expectativas, deseos y posibilidades de las actividades sexuales en "convencionales", "permisivas" y "restrictivas": el 34% del total de los casos se encuentra en la categoría de "prácticas sexuales convencionales" (cuando el in­formante solamente tiene una relación genital con una pareja del sexo opuesto). El 46% de los casos se ha clasificado como "permisivo", cuando respondieron que "todo es permitido" y se tenían indicadores claramente observables de con­ducta sexual no testrictiva. El 19% de los casos está en la categoría de prácticas "restrictivas", definidas como aquellas que tienen restricciones frente a alguna modalidad de práctica sexual (tal como sexo homosexual, sexo oral, sexo en gru­po, etc.). Obsérvese que las preferencias sexuales muestran una distribución de­sigual según el género: los hombres tienen o están dispuestos a tener actividades sexuales menos restrictivas, y las mujeres, a diferencia, tienen "prácticas conven­cionales".

La práctica del sexo anal heterosexual también tiene una disttibución divetsi-ficada entre hombres y mujeres: 28% de los hombres manifiesta llevar a cabo tal práctica en tanto que apenas el 8% de las mujeres declara practicar sexo anal. Para la totalidad de la muestra (tanto hombres como mujeres) tenemos que a pe-

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sar de que el 40% afirma no practicar el sexo anal, sin embargo lo considera como "parte de las posibilidades". El análisis de sus respuestas muestra que no solamente es "parte de las posibilidades", sino que esta práctica es parte de su experiencia sexual. En el discurso femenino esto aparece como una demanda masculina, indicando con frecuencia que se empleó violencia masculina.

Tal como se mencionó anteriormente, nuestro interés en las modalidades de las prácticas sexuales está directamente relacionado con el conocimiento sobre la existencia de prácticas que faciliten la transmisiórt del SIDA y que ayuden a jus­tificar el incremento significativo de casos de mujeres con SIDA.10 Una de nues­tras hipótesis iniciales, basada en un trabajo anterior, planteaba que la relación anal es una práctica ampliamente difundida entre los grupos populares de esta región de Brasil (Leal, 1989). Nuestros datos actuales confirman esta hipótesis, aun cuando estos datos solamente tienen sentido cuando se com patán con la frecuencia de esta práctica en otro grupo, datos que definitivamente no parecen existir en relación con la población en general —solamente hay referencias al res­pecto en contextos médicos que tratan poblaciones muy especificas, tales como mujeres con VIH positivo (Naud et.al., 1993) —. Sin embargo, en contravía con nuestra hipótesis inicial, la relación anal heterosexual no aparece como una práctica anticonceptiva, ni como algo concerniente a la virginidad. Está relacio­nada con el placer masculino y solamente con el placer masculino (o el discurso masculino a este respecto). Si tenemos en cuenta que las tasas son muy desigua­les según las respuestas de cada sexo, podemos sugerir que las mujeres tienen di­ficultades en relación con el tema o que los hombres le ponen demasiado énfasis a estas prácticas. Claramente se percibe la existencia de un patrón de moralidad sexual doble respecto de la sexualidad masculina y de la femenina, y se presenta una asociación entre sexo anal y una sexualidad más promiscua: los hombres siempre sostienen prácticas sexuales permisivas con otras mujeres, las prostitutas, por fuera de la unión central. Es importante señalar que el tema de la relación anal es frecuentemente asociado con la violencia masculina contra las mujeres, puesto que en el discurso femenino aparece como un acto involuntario y no de­seado.

La variable "placer", creada a partir del material proveniente de diversos tópi­cos de la entrevista, intenta identificar las prácticas o modalidades consideradas como las que proporcionan mayor placer. También acá, al igual que sucede con otros remas relacionados con la sexualidad, se presenta una data disparidad de género. El análisis estadístico (Gráfica 2) muestra que los hombres y las mujeres se distribuyen en forma desigual en un "mapa de placer sexual", donde ocupan espacios opuestos. Pata las mujeres, el placer sexual se centra en las actividades

' Ver Naud et.al., 1993; Goldstein, 1994.

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previas al coito: La "ternura" (carinho) aparece como una categoría fuerte, en tan­to que los hombres mencionan otras modalidades, tales como el contexto en el cual se realiza la relación, o que depende del desempeño de la pareja, del nivel de afinidad o afecto con la otra persona, etc., como los condicionantes del placer sexual. Además, la respuesta "no obtengo placer" (en la relación sexual) es emi­nentemente femenina y se ubica en el lado "femenino" de la gráfica, mientras que "penetración", "orgasmo" y "actividades sexuales no vaginales" se encuen­tran en el lado "masculino".

G r á f i c a 1 . Mapa de placer sexual.

does not have pleasure with intercourse

woman (younq and adult) Axe 1 93.5%) " y

' - — f l * — foreplay

Axe 2 (6.6%) • f - J young man

¡—i penetration

-B I - ] non vaginal sox

csnraxt DTtns swuiii reranon

Y • adult man

i i orgasm

• u

L abéis:

Sex and age-group •fh l l

Most pleasurable sexual

practices

' t

Un análisis antropológico detallado y completo de este material en el cual se exploran las especificidades de género ha sido desarrollado en otro artículo (Leal y Boff, 1994). Para resumir, señalemos que existen expectativas de género dife­rentes con respecto a lo que debe ser el desempeño sexual de hombres y muje­res. Por una parte, tenemos que para las mujeres, el compañero sexual ideal es aquel que es "cariñoso", "tierno", una noción que asume muchos matices se­mánticos tales como contacto físico no genital, oportuno, densidad de la interac­ción, experiencia subjetiva, etc.. También revela la inclusión de otros elementos' tales como "cortejo" (namoro), el acto de complacer al otro con palabras y rega­los. Por otra parte, para los hombres, la pareja sexual ideal es aquella que "tiene iniciativa sexual", "que disfruta el sexo". Además, vemos en el discurso femeni­no que la mujer ideal es "aquella que sabe cómo complacer al hombre", "aquella que hace lo que él quiere" (aquellas que corresponden los deseos sexuales del hombre), la que es "comprensiva" con las necesidades sexuales del hombre. En la gramática del sexo-género incluso la intimidad (o la mayor parte de ella) está constituida como una diferencia cultural.

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Orden corporal y esterilización

masculina Mará Viveros Vigoya

El cuerpo es a un mismo tiempo la cosa más sólida, más elusiva, iíwioria, con­

creta, metafórica, siempre presente y siempre distante: un sitio, un instrumento,

un entorno, una singularidad y una multiplicidad'.

(Bryan Turner 1989:33)

I N T R O D U C C I Ó N

Aproximarse al cuerpo es, en buena medida, intentar dar cuenta de él como te­

rritorio privilegiado de signos y símbolos, medidas, evaluaciones y disciplina-

mientos, pero también de gestos y posturas, temores y placeres. Es también con­

siderar que el cuerpo es una realidad que problematiza y define contextualmente

oposiciones binarias como naturaleza y cultura, subjetividad y objetividad, espa­

cio individual y social, masculinidad y femineidad, entre otras. El cuerpo es una

de esas nociones que por su carácter polisémico y complejo es irreductible a la

presentación parcial que de él pueden hacer los distintos discursos, ya sean b i o

médicos, culturales o sociales. Según Bryan Turner (1989), para el individuo y el

grupo, el cuerpo es simultáneamente un entorno (parte de la naturaleza) y una

expresión del yo (parte de la cultura), la subjetividad de la experiencia corporal y

la objetividad del cuerpo institucionalizado. Es una realidad que da cuenta de la

articulación entre el orden natural del mundo y su ordenamiento cultural y una

Este articulo presenta algunos de los primeros resultados de la investigación titulada Las re­presentaciones y prácticas sociales de la esterilización masculina. Un estudios de caso en Bogotá que hace parte del subprograma de investigaciones del Programa de Género, Mujer y Desa-rrolllo de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. En es­ta investigación se contó con la colaboración de Fredy Gómez y Eduardo Otero. La autora agradece a Thierry Lulle y Ana Cristina González sus valiosos comentarios sobre la versión preliminar de este artículo.

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vivencia personal mediada en gran parce por el lenguaje, el entrenamiento y el

contexto social.

El cuerpo como objeto del poder y del saber ha sido colocado en el punto de

mira más agudo de la teoria social. Siguiendo a Foucault, en las sociedades mo­

dernas el poder tiene un objetivo específico, el cuerpo. El poder sobre 4a materia­

lidad del cuerpo puede dividirse en dos cuestiones separadas y, no obstante, re­

lacionadas: la regulación de las poblaciones (el cuerpo de la colectividad, la espe­

cie) y las disciplinas del cuerpo (de los individuos.)1 Siguiendo a Featherstone

(1982) citado en Turner (1989), es igualmente importante llevar a cabo una di­

ferenciación entre la interioridad del cuerpo y el exterior del mismo como un

medio por el cual un individuo representa al yo en público. Estas cuatro dimen­

siones, que no pueden distinguirse claramente a nivel empirico pero si diferen­

ciarse para fines analíticos —la reproducción de las poblaciones a través del

tiempo, su regulación en el espacio social, la restricción del deseo como un pro­

blema interior del cuerpo y la representación de los cuerpos en el espacio social—

constituyen cuatro subproblemas dentro del problema general del orden corpo­

ral (ver figura 1).

Figura l i a s cuatro dimensiones del orden corporal

TIEMPO

ESPACIO

(Foucault)

Poblaciones

Reproducción

(Malthus)

Regulación

(Rousseau)

(Featherstone)

Cuerpos

Restricción

(Weber)

Representación

(GofTman)

INTERNO

EXTERNO

Figura construida a partir de la matriz diseñada por Bryan Turner: "El cuerpo y la sociedad. Exploraciones en teoria social", México: Fondo de Cultura Económica, 1989, pg 124.

Con base en la combinación de estas cuatro distinciones, T u m e r construye

un modelo que sirve como base para una reflexión2 en tomo a las dimensiones

que conforman la geometría del cuerpo presente en la'esterilización masculina,

entendida ésta como una intervención quirúrgica en el cuerpo masculino pero

Según plantea Foucault (1991), esta organización del poder sobre la vida se desarrolló en dos formas principales: la primera, centrada en el cuerpo-especie, una biopolitica de las po­blaciones, ejercida a través de una serie de intervenciones y controles reguladores y la segun­da, enfocada en el cuerpo como máquina, la anatómopolitica, cuyo objeto es el disciplina-miento de los cuerpos singulares.

El material sobre el cual se elabora esta reflexión proviene de las entrevistas realizadas a quince oferentes de un servicio de vasectomía (médicos y orientadores), veinte varones vasec-tomizados y cinco esposas de varones esterilizados.

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también como una decisión que se toma en un contexto social que define y limi­ta las opciones anticonceptivas de varones y mujeres, los modelos de masculini­dad y feminidad, el significado de la paternidad y la maternidad, las relaciones con la sexualidad y el deseo.

LA ESTERILIZACIÓN MASCULINA Y LA REPRODUCCIÓN POBLACIONAL

Según Foucault, una de las formas en las cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida desde mediados del siglo XVIII fue la que se centró sobre el cuerpo de la especie (soporte de procesos biológicos como los nacimientos y las muertes), ejerciendo así una biopolítica de las poblaciones a través de una serie de intervenciones y controles reguladores. De esta manera, la reproducción dejó de ser un asunto privado y los Estados se convirtieron en administradores del potencial reproductivo de la población.

Durante la década de los cincuenta a nivel mundial y de los sesenta en Co­lombia, empieza a ser evidente la inquietud por el acelerado crecimiento pobla­cional puesto en relación con el desarrollo económico. Numerosas organizacio­nes internacionales (como el Club de Roma, la Cepal y la OEA) muestran inte­rés por la discusión y la búsqueda de soluciones a dicho problema y la demogra­fía se erige en una de las disciplinas científicas con mayor injerencia en el terre­no político, afectando e! curso y la orientación del desarrollo a partir del diag­nóstico demográfico.

La problemática poblacional empieza a circunscribirse gradualmente: de ser un tema relacionado con el conjunto de metas y estrategias del desarrollo, se convierte con el tiempo en una serie de acciones de planificación familiar (Miró 1971). En ese contexto surgen en América Latina, a mediados de la década de los sesenta, entidades privadas de planificación familiar con el objetivo de poner a disposición del mayor número de personas, en especial las de recursos más ba­jos, métodos anticonceptivos fundamentalmente femeninos.3 El énfasis de los programas de planificación familiar en el uso de métodos anticonceptivos como eje de las acciones dirigidas a regular el crecimiento demográfico empezó a mos­trar serias limitaciones tanto en el campo de la intervención como en el explica­tivo de la reproducción. En el campo de la intervención, después del éxito ini­cial, medido en número de usuarias de anticonceptivos, aparecieron problemas de usuarias insatisfechas y pérdida de prestigio de los servicios de planificación familiar que exageraban las ventajas y subestimaban las desventajas de la anti­concepción. (Hardy 1997). En el campo explicativo, la mayoría de los programas

Este objetivo se explica por dos razones: el primero, el acceso de las mujeres de sectores medios y altos a una tecnología anticonceptiva a través de las consultas privadas y la falta de disponibilidad de métodos anticonceptivos masculinos.

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de planificación familiar brindó información impregnada de fuertes sesgos ideo­lógicos y normativos (arquetipos de la familia conyugal, asignación exclusiva de las funciones reproductivas a las mujeres, atribución de las malas condiciones socioeconómicas de la población únicamente al crecimiento de la población, etc.).

Para relacionar este control poblacional con la esterilización masculina es importante considerar, como lo señala Juan Guillermo Figueroa (1995), que las interpretaciones demográficas reflejan un proceso de construcción social y de responsabilidades reproductivas diferentes por sexo, en donde la mujer sigue siendo el centro del análisis alrededor de la reproducción. Esto se expresa en el tipo de indicadores utilizados pata interpretar el comportamiento reproductivo de la población y en el tipo de políticas definidas para tales propósitos. Por ejemplo, la fecundidad, a diferencia de la mortalidad y la migración, es el único factor demográfico cuyos indicadores son mayoritariamente calculados en fun­ción de las mujeres. En efecto, la tasa global, la tasa general y las específicas de la fecundidad, el promedio de hijos nacidos vivos, tienen como referente a la po­blación femenina. La participación del varón en el proceso reproductivo aparece diluida y se incluye como otra más de las variables socioculturales que influyen en la fecundidad de la mujer (como apoyos de sus parejas).

La reproducción humana es un ámbito en el que se manifiesta en forma im­portante la desigualdad entre los géneros. Para las mujeres, la desigualdad se tra­duce en impedimentos para tomar decisiones en materia de sexualidad y repro­ducción, en la presión para cumplir con las expectativas sociales frente a la ma­ternidad y se sustenta en la orientación casi exclusiva de los programas de plani­ficación familiar hacia ella. Para los hombres, se traduce en una escasa participa­ción en las prácticas anticonceptivas y en el menor desarrollo de la tecnología anticonceptiva dirigida hacia ellos, entre otros efectos. En Colombia, la práctica de la esterilización masculina empezó a realizarse en Profámilia* desde 1971. Mientras el primer programa de esterilización quirúrgica tuvo inicialmente poca aceptación entre la población masculina, el de ligadura de trompas, por el con-ttatio, fue exitoso desde el principio (Ordóñez y Ojeda 1994). Con la apertura de las Clíntcas'para el Hombre en 1985 en Bogotá, Medellín y Cali, aumentó considerablemente el número de esterilizaciones masculinas realizadas. Así, de 10.312 esterilizaciones masculinas realizadas entre 1970 y 1984, se pasó a 44.618 en 1993, de las cuales el 40% se realizó en Bogotá. Llama la atención,

La Asociación Probienestar de la Familia, Profamilia, es una entidad privada fundada en 1965 cuyo objetivo actual es brindar servicios en el área de salud sexual y reproductiva a las mujeres de clase media y baja, a lo largo de todo el territorio nacional. Para esto proporciona más dei 65% de todos los métodos anticonceptivos en el país de manera directa o indirecta (Plata 1996 citada en González 1997).

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sin embargo, la baja proporción de esterilizaciones masculinas (5%), en relación con el total de esterilizaciones de ambos sexos realizadas por Profamilia desde el inicio de su programa (Ordóñez y Ojeda Op. cit.), sobre todo si se tiene en cuen­ta que la esterilización masculina es un método anticonceptivo tan eficaz como la esterilización femenina, técnicamente más simple de efectuar, sin necesidad de anestesia general y sin riesgos biológicos reconocidos (Population Repons 1984). Las reticencias de los varones y de los proveedores de servicios de planificación frente a la utilización de métodos anticonceptivos masculinos pueden ser expli­cadas como efecto de la asignación diferencial de responsabilidades a mujeres y varones en distintos ámbitos de la vida cotidiana y particularmente en la repro­ducción.

Para entender el bajo porcentaje de la esterilización masculina —pese a ser presentada como una opción anticonceptiva sencilla, eficaz y económica— en re­lación con la altísima proporción de mujeres que acude a la estetilización como método anticonceptivo, desde un enfoque más integral del análisis de la repro­ducción, es necesario indagar sobre las interacciones y las relaciones de poder entre hombres y mujeres en la sociedad colombiana, sobre la reproducción de roles y expectativas definidas socialmente para unos y otras, y sobre las estructu­ras y redes de relaciones sociales en las cuales están inmersas la sexualidad y la reproducción humanas. Esta perspectiva permiritia cuestionar los valores que hombres y mujeres asignan a los eventos reproductivos y «reconstruir el proceso histórico que ha llevado a la asignación diferencial de derechos y responsabilida­des» (Figueroa 1996:6).

Aunque se han desarrollado estrategias para involucrar al varón en la esfera de la reproducción, éstas parecen haber estado más orientadas a buscat resulta­dos —el incremento en la utilización de métodos anticonceptivos como el con­dón o la vasectomía— que a indagar sobre las causas de las reticencias masculi­nas al uso de estos métodos. La pretensión de los programas de planificación familiar de asegurar el derecho de toda persona «a decidir libre, responsable e in­formadamente sobre el número y espadamiento de los hijos» no ha podido con­vertirse en realidad debido a que la definición de los programas no ha incorpo­rado la idea de que la anticoncepción conlleva, a menudo, un proceso de inte­racción y negociación entre varones y mujeres. Esro implica, por supuesto, una crítica de las relaciones varón-mujer y un replanteamiento de los pilares sobre los cuales se construye la identidad masculina y se fundamenta la exclusión de los varones de los ámbitos propios de la reproducción.

Recientemente ha surgido el enfoque de salud reproductiva y derechos repro­ductivos, a partir del cual se ha planteado un cuestionamiento al orden corporal vigente en las decisiones reproductivas. Dicho enfoque ha consistido en un des­plazamiento de la regulación y el control de la fecundidad como eje articulador

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de este orden, hacia una linea axial alrededor de las prácticas sexuales y repro­

ductivas. El desplazamiento ha implicado, en primer lugar, u n debate sobre el

papel asignado a las mujeres como principales responsables de la reproducción,

ámbito cuyo tiempo y espacio son teconocidos como naturalmente femeninos por

ambos sexos. En segundo lugar, la articulación entre la salud, la reproducción y

la sexualidad con los derechos de los individuos (derechos sexuales y reproducti­

vos). En tercer lugar, una exploración de las múltiples interrelaciones entre los

procesos reproductivos y los procesos sociales, culturales e institucionales tele-

vantes. A pesar de las fisuras en este orden corporal, es necesario recordar con

Foucault (1980) que la impresión de que el poder que lo sustenta titubea puede

ser un espejismo, pues éste puede replegarse, desplazarse e investirse en otros lu­

gares: sin embargo, las luchas actuales por los derechos sexuales reproductivos

deben entenderse como puncos de resistencia que pueden dar origen a nuevos

reagrupamientos en dicho orden.

LA ESTERILIZACIÓN MASCULINA Y LA REGULACIÓN DE LOS CUERPOS

En efecto, nada es más material, más físico, más corporal que el ejercicio del

poder...

(Michel Foucault 1990: ¡05)

La presión de la acumulación de los cuerpos en el espacio urbano demandó un

orden institucional de prisiones, asilos, fábricas, escuelas y hospitales, una densa

red de regulaciones para convertirlos en cuerpos útiles y seguros, saludables y

dóciles, aptos para que el capiral y el ensanchamiento de los mercados puedan

sacar provecho de ellos (Turner 1989). Como ha sido señalado por este autot, la

ciencia médica ha tendido el puente, desde el campo del saber, entre la discipli­

na de los cuerpos individuales efectuada por los distintos gmpos profesionales y

el control de las poblaciones.

El ejercicio del poder sobre el cuerpo en las sociedades modernas ha adopta­

do desde inicios de los sesenta formas menos estrictas. En el campo de la repro­

ducción de la población, por ejemplo, ese control sobre los cuerpos singulates

no ha tenido que recurrir a la utilización forzada de métodos anticonceptivos,

con fines eugenésicos, por ejemplo,5 sino que ha sido desarrollado por los profe-

El movimiento eugenista propugnó en la primera mirad de este siglo, por la práctica de la vasectomía y otros métodos de anticoncepción forzada o voluntaria para hombres y mujeres en las personas que presentaban determinadas enfermedades o presentaban ciertas caracte­rísticas indeseables, como debilidad mental, locura, impulsos criminales, creyendo con ello reducir la aparición de tales enfermedades en generaciones futuras (OMS).

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sionales de la salud, a través de la institucionalización de las prácticas de regula­

ción de la fecundidad y la creación de la pareja malthusiana, según la expresión

dePuleo(1994) .

Al respecto cabe preguntarse por las razones por las que se les asignó esta

tesponsabilidad a estos profesionales. Figueroa (1996) sugiere que una de las •

motivaciones subyacentes para encargarle en las sociedades contemporáneas el

control demográfico de la población a los médicos fue la búsqueda de la acepta­

ción de los métodos anticonceptivos con base en el prestigio y autoridad científi­

ca y moral de la que gozan dichos profesionales.

Parece pertinente interrogarse también sobre los efectos que ha podido tener

su injerencia en este campo. En un attículo bastante reciente, Figueroa (1997a),

refiriéndose al caso mexicano, considera que la medicalización6 de la regulación

de la fecundidad —al ignorar las relaciones de poder presentes entre varones y

mujeres— termina por validar las especiaíiz.aciones y exclusiones basadas en la

pertenencia genérica. Por ejemplo, los esquemas implícitos de interpretación de

la fecundidad ubican a los varones como agentes que obstaculizan o facilitan la

regulación de la fecundidad, pero no como seres que pueden regularla. De la

misma manera, en la normatividad y práctica institucional se pueden observar

elementos sexistas que se expresan en el estímulo a la presencia femenina en los

programas anticonceptivos y en la sobreprotección de los varones. Ejemplo de

ello es la consideración ue que ia vasectomía sóio pueue ser practícaua en sujetos

maduros biológica y psicológicamente, seguros de una decisión tomada con base

en una información correcta y suficiente, sin temor con relación a los posibles

efectos de la operación sobre su salud mientras que la oclusión tubaria bilateral

representa una oferta sin mayores contraindicaciones para la población femeni­

na (Figueroa 1997a).7

El quehacer de los programas de vasectomía ha estado claramente enmarcado

en una concepción medicalizada de la reproducción: por una parte, los orienta­

dores han dirigido su labor a brindar información técnica sobre los posibles

riesgos, ventajas y desventajas de los distintos métodos anticonceptivos; por otra,

se ha acudido a médicos especializados en urología" para efectuar las interven-

Entendemos por medicalización, en primer lugar, el proceso por el cual la sociedad asigna a los médicos la competencia profesional y la legitimidad social y cultural sobre ciertos aspectos de la vida como la reproducción, el control de la fecundidad, la crianza y educación de los niños, la higiene, etc.; en segundo lugar, la institucionalización de estas dimensiones, es de­cir, el proceso por el cual se definen y toman forma en la sociedad, como objeto de la profe­sión y de las instituciones médicas.

Desde hace muy poco tiempo estas contraindicaciones para la vasectomía fueron práctica­mente anuladas en Profamilia.

Al tespecto es interesante recordar que la vasectomía es presentada pot la OMS como un método anticonceptivo que tiene la ventaja de disminuir el costo de los servidos al poder

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ciones quirúrgicas. Este énfasis institucional en la utilización de médicos e n tal

servicio, por su competencia profesional y por la imagen de autoridad y morali­

dad que se tiene de estos profesionales, ha sido una forma de contrarrestar, en el

contexto colombiano, la incidencia de la Iglesia Católica en la opinión pública

frente a la planificación familiar.

La medicalización de la reproducción ha significado varias cosas. En primer

lugar, la transformación de una vivencia que durante latgo tiempo perteneció al

ámbito privado de las parejas, en objeto de la medicina institucionalizada. La ex­

propiación de los comportamientos reproductivos por parte de los programas de

planificación familiar se ha traducido e n la incorporación de u n orden normati­

vo en relación con dichos comportamientos. La sociedad, al autorizar —a través

de una de sus instituciones— a u n grupo de personas especializadas a utilizar sus

conocimientos y habilidades para afectar su nivel de fecundidad, le ha conferido

el poder de convertir en normas ios juicios asociados a su quehacer profesional;

«(...] a través de lo que dicen (o no dicen) comunican la visión legítima de las

formas aceptables de conducit una vida sexual y procreativa» (Tuirán 1988). De

esta manera, desde la institución médica se está modelando el comportamiento

teproductivo de las poblaciones, se está percibiendo a la población civil como

población potencialmente usuaria de los servicios de planificación familiar y se

está determinando el tamaño ideal de la familia, y el momento en que se deben

tener los hijos (ni muy temprano ni muy tarde en función de normas biomédi-

cas). Si hoy se considera que un número de hijos superior a dos excede el nivel

ideal de fecundidad de la población, y que una madre de quince años hace parte

de la categoría problemática de madres adolescentes, hace sólo 30 años una mu­

jer colombiana podía iniciar su vida reproductiva antes de los 18 y tener por lo

menos seis hijos9 sin generar mayor preocupación.

En segundo lugar, la sumisión a los criterios de las instituciones médicas

(edad del solicitante, número y edad de los hijos, edad de la compañera, estabili­

dad conyugal, etcétera) para determinar si el potencial usuario es idóneo o no

para utilizar este método. Aunque es comprensible que la vasectomía poí su ca­

rácter irreversible suponga un proceso particular de elección, los criterios defini-

emplear personal paramédico en la práctica de la intervención, liberando a los médicos para la prestación de otros servicios, recomendación que se dirige especialmente a los países en desarrollo. Sin embargo, en el caso colombiano esto no ha sucedido nunca. El médico es el supervisor y responsable técnico de la intervención quirúrgica y uno de los principales atrac­tivos del programa. En efecto, una de las estrategias empleadas por la entidad para aumentar la aceptabilidad del programa de vasectomía ha sido la de emplear personal médico altamen­te calificado para la realización de esta intervención quirúrgica (Viveros, Gómez y Otero 1997). 9 La tasa total de fecundidad bajó de 7.04 en 1960-1964 a 4.6 en 1972-1973, a 3.6 en 1980 y a 2.9 en 1985 (Ordóñez 1985).

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dos por las instituciones para la selección de los pacientes responden más a una lógica defensiva —que pretende disminuir el número de usuarios insatisfechos con su decisión—10 que a una búsqueda de decisiones libres y responsables por parte de éstos. Por otra parte, se está ignorando que las motivaciones que llevan a un varón o a una pareja a acudir a la esterilización masculina pueden respon­der a una racionalidad que no siempre está en concordancia con los supuestos institucionales en tomo al usuario ideal de este método.11

En tercer lugar, la pérdida de auronomía en ciertos casos al delegar en un ex­perto la capacidad de decidir qué es lo mejor para si. «La relación entre el usuario y el profesional de la planificación familiar oculta una relación de poder en la cual los juicios y el conocimiento inherentes a la práctica profesional se convier­ten en reglas establecidas que ototgan autoridad absoluta a los portadores del saber» (luirán citado por Figueroa 1996: 297). Esto implica para el usuario la remisión a una posición en la cual no tiene criterios suficientes para tomar la decisión anticonceptiva más adecuada pata sí (inmaduro) o de la que no sabe nada (ignorante). La organización de la prestación de servicios de planificación familiar no está diseñada para estimular una toma de decisiones autónomas en la población usuaria sino para orientarla hacia una elección, cumpliendo de esta manera con las metas de cobertura buscadas por las instituciones.

En cuarto lugar, un reduccionismo en la comprensión de la reproducción. En efecto, para la institución médica, la reproducción es concebida exclusiva­mente en relación con el nivel de la fecundidad y, por consiguiente, privilegia la anticoncepción, ignorando las dimensiones psicológicas, sociales y culturales presentes en el comportamiento sexual y reproductivo de las poblaciones. En consecuencia, el alcance de sus actividades se reduce a posibilitar la reproduc­ción en condiciones saludables sin poder incidir en los factores socioeconómicos y culturales que determinan en buena medida el nivel de salud de la población y su comportamiento reproductivo (Figueroa 1994).

Esta intromisión del poder médico en el escenario privado de la reproduc­ción no significa que el usuario de los servicios de planificación familiar sea un actor totalmente pasivo y no haga uso de sus recursos personales para resistir a los efectos de este poder sobre su cuerpo. Los reclamos contra la restricción de las opciones anticonceptivas e incluso la inconstante e incorrecta utilización de los métodos anticonceptivos pueden ser interpretados como formas de resisten-

En efecto, los criterios institucionales para la selección de los pacientes intentan evitar que éstos lamenten en un (uturo la decisión. El asesoramiento individual del paciente ofrece a los orientadores la posibilidad de sopesar estas siwaciones, detectando los pacientes considera­dos de alto riesgo por razones médicas o sicológicas. 11 Es el caso de. parejas o de varones que aunque no tienen restricciones económicas ni limi­taciones para cuidar los hijos no desean tenerlos por opciones de realización personal.

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cia contra esta voluntad reguladora de la reproducción. Estos comportamientos, que pueden ser considerados corno conductas de riesgo,12 están basados en elec­ciones que responden n o a una racionalidad utilitaria, sino a una lógica en la que se entreveran elementos culturales, sociales y subjetivos (Douglas 1986, Kendall 1993 y Pravaz 1995, citados en González 1998). Igualmente, cada vez se han hecho más evidentes los límites del conocimiento y de las prácticas de los médicos para resolver los problemas reproductivos de las poblaciones. En este contexto surge la necesidad de considerar los vínculos existentes entre la repro­ducción, la sexualidad y la salud de los individuos y la influencia del entorno institucional, político y cultural cn las practicas sexuales y reproductivas (Viveros y Gómez 1998).

LA ESTERILIZACIÓN MASCULINA Y LA RESTRICCIÓN DEL DESEO

Sí los humanos necesitan un régimen que tenga en cuenta, con íantü minucia,

todos los elementos de su fisiología, la razón es que tienden sin cesar a apañar­

se de ella por cl efecto de sus imaginaciones, de sus pasiones y de sus amores

(Michel Fcucault 198 7: 126)

La estabilidad de las relaciones sociales ha sido buscada a través de la disciplina y la restricción del deseo de los cuerpos y la regulación dc las pasiones. «Tanto para Weber (1962) como para Foucault (1980, 1991), los modelos religiosos de pensamiento y practica proporcionan un sitio histórico para el desarrollo y la di­fusión de la vigilancia racional de las poblaciones» (Turner 1989: 202). Desde esta perspectiva, se puede señalar que la vida cotidiana ha sido convertida en ob­jeto de constante escrutinio, y que el individuo, liberado de la autoridad religio­sa, se ha sometido a puntillosas regulaciones de su comportamiento. En efecto, la vida de hoy se orienta cada vez más hacia fines racionales de acuerdo con normas de comportamiento claramente pautadas y con regímenes de control ejercidos incluso sobre sus espacios más íntimos.

En este sentido, la vasectomía puede ser entendida como un método que por su carácter irreversible permite un control absoluto sobre el número de hijos y un modo de vida ordenado hacia fines diferentes a la procreación y la crianza. Dicho de otro modo, el recurso de la vasectomía puede set experimentado como una forma de protegerse del relativo desorden y el azar de los métodos anticon­ceptivos temporales, orientando las metas hacia el trabajo disciplinado y regula-

La definición epidemiológica de comportamientos de riesgo ha s ido bastante criticada por las ciencias sociales que señalan sus limitaciones al desconocer los contextos sociales y culturales e n los cuales se inscriben dichas actuaciones.

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do, y los objetivos de bienestar familiar. Esta moderación reproductiva puede ser considerada también como una expresión del ejercicio de la racionalidad y del predominio de la voluntad sobre los impulsos genésicos. Es importante recordar que el control racional es considerado una virtud propia de los varones ya que la dificultad de dominar los impulsos'3 puede ser asimilada a una •posición de debi­lidad del individuo y, por lo tanto, asociarse a la dependencia y pasividad que caracteriza la situación de la feminidad e n el orden social y sexual vigente.

A modo de ilustración (preservando el anonimato de las personas y las orga­nizaciones a las que hago referencia), quiero analizar el proceso de toma de deci­sión de la esterilización masculina en una pareja de profesionales de mediana edad.

Juana y Jorge constituyen una pateja de profesionales exitosos y estables en sus carreras, aspecto que ha configurado uno de los rasgos más relevantes en su trayectoria de pareja. Se casaron hace 13 años y tienen dos hijos varones: el pri­mero de 11 años y el segundo de 8 años de edad. Algunos de sus datos biográfi­cos son de una llamativa similitud: tienen la misma edad, ejercen profesional-mente en el campo de la salud desde hace 15 años y han tenido una trayectoria y un desarrollo laboral comparables y paralelos, aspectos que resultan determinan­tes en el tipo de comunicación que han establecido entre ellos.

Desde el punto de vista de Juana, su pareja se puede definir a partir de la ca­pacidad y habilidad para ia planeación, características que ha demostrado espe­cialmente su esposo, a lo largo de los años. La organización y previsión más o menos detallada de sus actividades profesionales, familiares y de recreación, y el control de las finanzas familiares son prácticas constantes en su vida cotidiana. Esta manera de construir la convivencia familiar ha ido consolidándose a lo lar­go del tiempo, particularmente por iniciativa de Jorge. Juana afirma: «El me construyó, porque yo antes era muy desorganizada en mi casa. Yo creo que él me ayudó mucho, porque él siempre ha sido muy metódico... él ayudó a que yo cambiara... yo tenía la forma de ser de él, pero me faltaba un empujondto». Es decir, para Juana, su marido le dio forma organizada a su materia desordenada.

La búsqueda del éxito profesional y las metas de bienestar económico consti­tuyen el terreno sobre el cual se ha construido buena parte de las decisiones re­productivas de esta pareja. Es en este contexto en el que se puede ubicar el pro­ceso mediante el cual adoptaron como método de anticoncepción la vasectomía. Desde siempre, habían considerado que su expectativa reproductiva estaría cu­bierta con dos hijos (preferiblemente del mismo sexo). Jorge expresa; «Yo he sido un tipo pragmático y un poco obsesivo en eso. Yo me pongo metas y las cum-

13 Es interesante señalar que paralelamente al estereotipo del varón racional coexiste el este­reotipo de una sexualidad masculina irrefrenable.

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pío. Con mi esposa dijimos que dos hijos y no más, y ella estaba de acuerdo. Siempre coincidimos en el número de hijos y que fueran del mismo sexo: ella quería hombres y yo mujeres...». Consideraba el entrevistado, al igual que su pa­reja, que «dos hijos, pues... listo,... pero uno más... tiene uno que empezar a criar y eso son cinco años más. Mi esposa pensaba en esto. Para mí la parte fi­nanciera pesaba en un 80% y la emocional en un 20%». Su testimonio ilustra las distintas perspectivas desde las cuales los varones y las mujeres evalúan la lle­gada de un hijo y la forma como las decisiones procreativas pueden inscribirse de forma coherente, en una historia de vida y en el ámbito de una pareja.

Se puede establecer una continuidad entre su representación de la paternidad y la decisión de adoptar un método contraceptivo definitivo. Si atendemos a la siguiente de sus tespuestas, observaremos cómo el entrevistado extiende, desde su propio relato, un camino lógico de consideraciones entre su forma de enten­der y vivir la paternidad y la vasectomía: «En ese momento en que nosotros de­cidimos tener dos hijos, a mí la paternidad se me volvió un problema, cuando el segundo, porque en cualquier momento salta la liebre y podría venir un tercero. Esa es la razón principal por la cual yo me vasectomicé... mi esposa usó disposi­tivo durante un año después de la vasectomía, por pura seguridad, porque a mi sí me daba pánico un tercer hijo. Es más, yo soñaba, tenia pesadillas con tener un tercer hijo, para mí era una pesadilla tener tres hijos [...] Representaba fun­damentalmente una sobrecarga económica, no emocional...».

Asi que una vez que se produce el segundo embarazo, la posibilidad de la es­terilización se erige con claridad, es decir, que una vez cumplida la meta procrea-tiva la decisión cobra para ambos plena vigencia. La eventualidad de continuar empleando métodos temporales estaba de por sí descartada. Dada las contrain­dicaciones médicas de la esposa para practicarse la esterilización, corresponde al esposo proceder en consecuencia. Esta decisión se apoya además en el sencido del deber del que hace gala el marido. La vasectomía es significada entonces co­mo una exptesión de tesponsabilidad, aspecto muy valorado socialmente: «Los hombtes que se practican la vasectomía son muy conscientes de la responsabili­dad que tienen sobre sus hijos y ésta es una forma de participar activamente en la planificación».

Dice el entrevistado que la decisión propiamente dicha fue realmente tapida y «pudo haber durado un par de horas». Expresa no haber comentado acerca de su decisión ni haber buscado información con otras personas, ya que su condi­ción profesional le otorgaba pleno conocimiento sobre el procedimiento. Repor­ta que durante el proceso de toma de la decisión, la actitud de su esposa consti­tuyó un apoyo importante y cree que el acuerdo existente en aquel entonces se ha mantenido invariable: «Nosotros hicimos la vasectomía y jamás volvimos a hablar de eso, como si hubiera llovido el 28 de diciembre y no más. La opinión

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de mi esposa no ha cambiado, porque nunca se ha vuelto a tocar el tema, ni pa­ra bien ni para mal. Mi opinión tampoco ha cambiado». Podría pensarse que di­cha decisión expresa el deseo de Jorge de planear y vigilar el curso de la vida fa­miliar y hace parte de los ámbitos que como varón debe mantener bajo control.

En este mismo orden de significados, el entrevistado valora su decisión, co­mo una muestra de responsabilidad, pero también como expresión de sus ideas progresistas: «Para mí es un orgullo hacerme la vasectomía y dentro de un grupo machista latino, en el que la gente le huye a eso y tiene muchos tabúes, es un or­gullo... porque mucha gente le tiene miedo a eso y no lo hacen por falta de ve­rraquera o por esos tabúes. A mí me enorgullece el hecho no de ser vasectomi-zado, sino de haber tomado una decisión, que para mí refleja cierta madurez |...| Yo creo que la decisión es fácil, mientras uno tenga el carácter y la personalidad para hacerlo...». La decisión supone para él características comportamentales y actitudinales —la templanza en el carácter, la univocidad de las decisiones— que no sólo son percibidas como atributos individuales, sino como rasgos conven­cionalmente adjudicados a los varones.

El conjunto de elementos expresados puede conducirnos a pensar que la va­sectomía puede ser percibida como una prueba de virilidad14 en el marco de la adhesión al discurso moderno igualirarista. La idea de igualdad entre hombres y mujeres es históricamente reciente, sobte todo en el ámbito privado. Y aunque efectivamente se esté lejos de esa tealidad, no se puede subestimar la fuerza social de esta idea ni la rapidez y amplitud de los cambios (Kaufmann 1992). Si bien todas las parejas entrevistadas no tienen pactos conyugales igualitarios, todas ha­blan de éstos, como si un imperativo social las obligara a tomar posición y justi­ficarse frente a éstos. El hombre que no adhiere a este modelo se siente culpable de no aplicar el derecho y las reglas morales unánimemente reconocidas. Los hombres que han resuelto practicarse la vasectomía no describen en forma neu­tra su decisión: la vanidad permea sus palabras, y se pueden percibir algunos rasgos de exageración en su relato que los describe como héroes modernos. Las mujeres mismas hablan con orgullo de estos hombres, sobredimensionando el valor de su decisión. La vasectomía se convierte entonces en una forma de con­firmar el acceso del varón al estatus de la masculinidad adulta en las sociedades modernas, en la cual se privilegia la responsabilidad en relación con la mujer y los niños y la respetabilidad en el ámbito público sobre el desempeño sexual (Viveros y Gómez 1998).

14 Es importante recordar con Gilmore (1994) que la masculinidad como «la forma aceptada de ser un varón adulto en una sociedad concreta» es algo que debe ganarse, y que una vez que se logra debe mantenerse porque se puede perder nuevamente.

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LA ESTERILIZACIÓN MASCULINA Y LA REPRESENTACIÓN EN EL ESPACIO SOCIAL

Si bien el rostro social puede ser lo que de más personal posea cualquiera y el

centro de su seguridad y placer, sólo lo recibe en prc'suimo de la sociedad; le se­

rá retirado a menos que se conduzca de manera que se lo merezca. Los atribu­

tos que le han merecido aprobación y su relación con el rostro de cada quien

hacen de todo ser humano su propio carcelero; se trata de un constreñimiento

social básico, aun cuando a cada quien le pueda gustar su celda.

(Goffman 1955 citado en Hannerz 1986: 240)

La cuarta dimensión por analizar es la de la representación del cuerpo exterior y se inspira en la propuesta de Goffman (1959) de utilizar el modelo dramaturgia) como instrumento analítico para examinar la interacción social. Desde este mo­delo, la vida social se piensa corno una represeniai-ión de actores en el escenario, en el cual es posible distinguir entre la región frontal (el escenario mismo) y los espacios posteriores (entre bastidores). La primera remire a las situaciones o en­cuentros sociales en los que los individuos juegan papeles formales o instituidos, los segundos se refieren a los momentos y circunstancias en los cuales los acto­res dan rienda suelta a sus emociones y se preparan para la representación.

Para mostrar la utilidad de la metáfora dramatútgica en el análisis de la re­presentación del cuerpo masculino —en el contexto de la decisión de la vasecto­mía como método anticonceptivo— acudiré a dos ejemplos. El primero, la des­cripción de la interacción entre el médico y el paciente en el momento de la este­rilización quirúrgica, mostrando las distintas escenas de la trama y la variación de los papeles de los actores involucrados en dichas escenas.15 El segundo, el contraste entre los temores frente a la vasectomía expresados por los varones (a los orientadores de un Programa de Planificación Familiar y a sus cónyuges) y la presentación de sí que exige el modelo hegemónico de la masculinidad.

El procedimiento quirúrgico o la conversión,de un usuario varón en paciente

i) El prólogo as la entrada del varón a la sala de espera, en donde en compañía de otros varones se distiende hablando de fútbol o de generalidades políticas, temas que confirman su pertenencia al género masculino y permiten ocultar sus temores y ansiedades frente al papel de paciente que pronto tendrá que asumir con limitados elementos de información previos sobre el procedimiento quirúr­gico. Durante el prólogo, este varón, a pesar de su aparente tranquilidad, desa-

' Esta descripción se inspira en la interpretación de las interacciones entre las mujeres y el médico durante el examen ginecológico realizada por Henslin y Briggs (1971) cicada por Sa­lles y l u i r á n (1995:41-42).

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rrolla una intensa actividad imaginaria y emocional, pero no se permite expresar sentimientos asociados a la pasividad como la inseguridad, las aprensiones, las dudas y contradicciones.

ii) El primer acto se inicia una vez que el varón entra al área de cirugía y adopta el papel de paciente. El enfermero o- enfermera desempeñan un rol muy importante en esta escena. En primer lugar, intentan calmar, en función de su género, cualquier preocupación de su paciente. El enfermero acude a la compli­cidad de los apuntes humorísticos, la enfermera actúa como posible y maternal confidente. En segundo lugar supervisan que el paciente se desvista (en este caso particular que se quite los pantalones,16 ptenda de vestir asociada a la masculini­dad) y le suministran la ropa adecuada para su nuevo rol de paciente y una ma­nilla de identificación del procedimiento y del paciente. En tercer lugar el pacien­te vuelve y sale a la recepción acompañado por el enfermero para el procedi­miento de rasuración. En cuarto lugar el enfermero lo guia hasta la camilla, le rasura el área de sus genitales (gesto que resulta embarazoso en un contexto cul­tural en el cual los hombres —como las mujeres— han aprendido que los genita­les son la parte más privada de su cuerpo y que su manipulación está asociada a los contactos sexuales) y lo cubre con una sábana, preparándolo para el siguiente acto: la vasectomía propiamente dicha. En este proceso, el varón no sólo pierde temporalmente su identidad social al transformarse en paciente y pasa de ser humano completo a convertirse en un cuerpo identificado con una bata y una manilla, sino que extravía su identidad genérica al adoptar un rol absolutamente pasivo. Al respecto, es importante considerar que la pasividad siempre ha estado asociada a la feminidad y que el cuerpo masculino se define como tal en tanto cuerpo activo que debe exponerse a riesgos,17 ser resistente y buscar respeto a través de la violencia y el enfrentamiento a los ottos (Fagundes, 1995).

iii) El acto central da comienzo en el momento en que el médico urólogo, con la indumentaria propia del cirujano y con los modales fríos y corteses que caracterizan su quehacer profesional entra al escenario. El enfermero o la enfer­mera desempeña el papel de tramoyista18 en esta escena. Su presencia se justifica para asistir al médico en lo que sea necesario y asegurar que el paciente le cola­bore al reducir sus movimientos, permitiéndole realizat con precisión y celeridad la operación. El médico pregunta a sus pacientes a qué vienen. El sentido de esa pregunta, que parece fuera de lugar en una sala de cirugía, tiene por objetivo

16 Ponerse los pantalones significa, según el diccionario de Maria Moliner, «hacer alguien afir­mación de su autoridad en un sitio; particularmente el marido en la casa». Por extensión, quitarse los pantalones podría entenderse como perder esa autoridad. " Estos riesgos no incluyen, por supuesto, la posibilidad de perder la potencia se>cual. 8 Tramoyistas son los empleados de teatro que manejan las máquinas con que se realizan

en el escenario del teatro los cambios de decoración y los efectos prodigiosos.

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confirmar, a través de la respuesta del paciente, el carácter unívoco e incuestio­nable de esta intervención. El intercambio de palabras, si lo hay, discurre de manera desigual y se circunscribe a la demanda de los antecedentes médicos y quirúrgicos del paciente. El tiempo de las dudas y temores ha debido quedar atrás. No es el momento para realizar el ejercicio pregunta-respuesta, ni para dis­cutir la naturaleza y los efectos del procedimiento. El paciente en busca de in­formación ha desaparecido al igual que el interlocutor-informante. Son otros los personajes que se disponen a actuar, con reglas de juego y comportamiento apropiadas para un evento que se materializará en tan sólo diez minutos (Viveros, Gómez y Otero 1998).

iv) En el intervalo entre esta escena y la siguiente, el enfermero o la enferme­ra vuelve a jugar el papel de tramoyista, ayudando al paciente a recobrar su iden­tidad de varón. Con su acritud profesional enfatiza el hecho de que el momento de! cojitacto íntimo con el cuerpo del paciente ha concluido. En este proceso, ei paciente se recupera en la sala destinada a tal efecto, sólo o con otros vasectotni-zados, el enfermero o la enfermera lo levanta de la camilla y lo invita a sentarse; poco tiempo después, el paciente se viste, recobra su indumentaria varonil y el control de la situación, experimentando alivio de que la operación haya conclui­do, y se prepara para enfrentarse al mundo exterior.

v) El epilogo de la trama se representa cuando el paciente abandona la insti­tución y vuelve a jugar su rol en el escenario habitual tanto público como priva­do. En este último escenario, se desarrollan distintos actos que podrían dar lugar a descripciones como la que aquí hemos realizado. Sin embargo, para continuai en la misma línea de atgumentación, deseo hacer referencia a una escena de gran resonancia emocional para el varón vasectomizado, en la cual participan únicamente él y su cónyuge. Esta escena, el primer acto sexual después de la in­tervención quirúrgica, es la oportunidad esperada para comprobar la veracidad de la información recibida, es decir, si la eyaculación y su erección se producen normalmente, si su deseo sexual ha sufrido o no alteraciones y si conserva todas sus características sexuales sin ninguna disminución

Los temores masculinos frente a la vasectomía

Ser valiente, es decir "loco", era la forma suprema de la Hombría, y ser cobarde,

la más abyecta y vil.

(Mario Vargas Llosa 1993: 104)

Los temores de los usuarios pueden ser clasificados según el ámbito en el cual se expresen. Un grupo importante de aprensiones está relacionado con los pocos conocimientos que poseen los usuarios en relación con la anticoncepción y la

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vasectomía propiamente dicha," y tiene que ver con la carencia d e una cultura

anticonceptiva en su sentido más amplio. Esta se refiere a una tradición y a una

producción de significados —en la cual intervienen numerosos actores sociales

como los medios de comunicación, el sistema educativo y los agentes de salud—

que se transmite de una generación a otra, legitimando las decisiones -sobre re­

producción como opciones aceptables socialmente (Balan y Ramos 1989).

Otro grupo de temores que influyen e n la aceptación o rechazo de la vasec­

tomía es el de que ésta afecte negativamente su masculinidad o potencia sexual,

o ambas cosas. Esta inquietud se expresa en la confusión corriente entre castra­

ción y vasectomía. La fuerza de esta asociación n o puede explicatse por fuera de

la consideración de que la vasectomía en tanto que es un método definitivo,

afecta radicalmente la vida del individuo, pudiendo llegar incluso a modificar su

identidad (incluyendo la ineludible pregunta sobre la identidad d e género). A

pesar de que los usuarios potenciales son previamente informados por los orien­

tadores sobre la diferencia entre cada uno de estos procedimientos, la asociación

entre vasectomía y castración persiste obstinadamente, incluso en el momento

de la operación. Así lo comenta un orientador haciendo referencia a un pacien­

te, que conjura con humor sus propios temores y los de sus pares:

(...) Sale (el vasectomizado) de la operación, pero hay tres o cuatro señores

más ahí en cirugía, y sale a comentar: «Tranquilos muchachos que eso es lo más

fácil, eso le sacan a uno un testículo y eso lo castran a uno rapidísimo». Enton­

ces les toca a los enfermeros decirle: «Perdón señor, esos comentarios no se ha­

cen, porque realmente eso no fue lo que le hicieron a usted»...

Algunas inquietudes se refieren a los efectos que puede tener la vasectomía

sobre el cuerpo. Constantemente efectúan la ecuación vasectomía = castración =

aumento de peso, en la cual el término intermedio —castración— se oculta detrás

de la alusión al aumento de peso. Es probable que para el usuario sea difícil ha­

cer explícito su temot a la castración, y que sea menos costoso emocionalmente

hablar de la apariencia física que de los posibles efectos de la castración sobre su

identidad. Este temor, que se alimenta no sólo d e su subjetividad, sino de las

experiencias de otros, manifiesta también su preocupación por la visibilidad so­

cial del procedimiento. Siguiendo con las inquietudes relacionadas con los cam­

bios corporales, los oferentes comentan que otra de las preguntas comunes en

los usuarios se refiere a los efectos de la opetación sobre el tamaño del pene.

Esta situación ha sido reforzada por las políticas de planificación familiar que, en conso­nancia con los valores sociales imperantes, privilegiaron durante largo tiempo a las mujeres como usuarias principales de estos servicios. Es decir, las instituciones prestatarias tuvieron una tradición educativa volcada fundamentalmente hacia ellas, propiciando una cultura anti­conceptiva femenina que excluyó a los varones de las decisiones reproductivas.

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Teniendo en cuenta que el tamaño del pene se asocia a la potencia sexual, cual­quier efecto sobre éste, en particular su reducción, se percibe como altamente riesgoso para el usuario. Igualmente, se manifiesta preocupación por la huella de la operación, la cicatriz que, ubicada en esta región corporal, los genitales mascu­linos, adquiere un fuerte valot simbólico.

Finalmente, se teme perder la posibilidad de la erección y de no volver a eya­cular. Ver modificada la apariencia de la eyaculación —entendida como la marca visible del orgasmo masculino— puede significar para el usuario, cuestionar su performance y potencia sexuales, uno de los ejes alrededor de los cuales construye su identidad masculina. Pata los varones, el desempeño sexual es una prueba de su virilidad y por lo tanto, cualquier alteración en él, representa el riesgo de ser descalificado como varón.

En síntesis, los temores masculinos frente a la vasectomía se refieren cons­tantemente y no por azar, a ¡a pérdida de, a ia disminución de, y a la alteración de la apariencia (en forma negativa). Esto puede asociarse al hecho de que la masculinidad ha sido construida socialmente en torno a significantes de poder, razón por la cual no puede ser representada como una reducción y un empobre­cimiento, sino como una ganancia y un incremento. Por otra parte, la masculi­nidad no es vivida como una identidad natural y por lo tanto obvia, sino por el contrario, como una identidad precaria que debe ser constantemente probada (Badinter 1992; Gilmore 1994). No basta ser un varón, es necesario parecerlo y demostrarlo públicamente en cada terreno y en cada momento. De esta manera, la vasectomía, equiparada con la castración o la impotencia, resulta ser un ele­mento amenazante y cuestionador de una identidad masculina centrada en la capacidad para engendrar hijos.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El cuerpo en la tradición cultural occidental ha sido percibido como fuente de desorden e irracionalidad y por lo tanto ha hecho necesario su control en los ni­veles individual y colectivo y en las cuatro dimensiones —reproducción, regula­ción, restricción y representación— del orden que según Turner (1989) es uni­versal a las formaciones sociales. Estas cuatro dimensiones de la geometría de los cuerpos se superponen en la realidad y sólo pueden ser separadas para fines ana­líticos, ya que están estrechamente relacionadas entre sí y, podríamos decir, se relevan unas a otras. La reproducción poblacional exige una regulación de los cuerpos en el espacio y la imposición de un régimen del deseo que puede oscilar entre el ascetismo y el hedonismo, según las metas buscadas. Además, el orden social, las jerarquías que lo atraviesan y los valores que lo sustentan se represen-

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tan en el espacio exterior, y se traducen en las formas, usos y códigos que adop­tan los cuerpos en la interacción social cotidiana.

En este artículo he planteado una reflexión en tomo al cuerpo como territo­rio de las políticas, prácticas y representaciones especificas de la regulación de su uso reproductivo. El orden corporal presente en la esterilización masculina per­mite entenderla como una práctica que involucra el cuerpo masculino pero no se reduce a su contenido biológico. En este sentido, esta decisión reproductiva se construye en conexión con un orden social y cultural de género que permite po­ner en evidencia la valoración, el uso y las atribuciones diferenciadas que se da a los cuerpos masculinos y femeninos (Lamas 1994).

Este régimen del cuerpo ha generado reacciones y protestas. En el ámbito de la reproducción poblacional, y su regulación por parte de la institución médica, los movimientos feministas han constituido puntos de resistencia. En este con­texto deben entenderse las luchas que se libran actualmente por los derechos se­xuales y reproductivos: éstas han criticado la justificación del control de la fe­cundidad en función de la salud, la equiparación de la salud de las mujeres con la salud materno-infantil, la búsqueda de homogeneización del comportamiento de la población a través de las políticas y programas en el área reproductiva y la expropiación de las decisiones reproductivas por parte de los expertos en el cui­dado de la salud; igualmente, han denunciado las relaciones de poder que mode­lan ei espacio de las decisiones reprouuctivas y ia ausencia uei varón en ios pro­cesos reproductivos.

Escoger la esterilización masculina como soporte de la reflexión sobre el or­den corporal tiene varias implicaciones: permite pensar en los varones como ac­tores marcados y orientados por su pertenencia de género y cuestionar la lógica de poder que ha determinado la asignación diferenciada de responsabilidades y derechos para hombres y mujeres; desplaza el foco de atención al interior del ámbito reproductivo, concebido como un espacio naturalmente femenino, visibi-lizando la forma de participación del varón en los eventos reproductivos; por úl­timo, desvincula lo masculino de la racionalidad, la producción y el dominio público y posibilita abordar temas que han sido poco explorados en los varones como el cuerpo, la subjetividad, las emociones y la reproducción.

Para finalizar, quisiera señalar una de las limitaciones del modelo propuesto por Turner para interpretar la decisión de la esterilización masculina. La tercera dimensión de este orden corporal, la restricción del deseo, no da cuenta de la to­talidad de posibilidades que permite analizar el régimen del deseo implícito en esta decisión. Si bien se puede hablar de la vasectomía como un método que or­dena y regula el proyecto de vida, también se puede pensar en la vasectomía co­mo una decisión que libera y estimula el hedonismo. Así es ofrecida por algunos prestadores de servicios de salud como la promesa de un ejercicio ilimitado de la

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sexualidad. La vasectomía, ai despojar definitivamente a las parejas del temor a un embarazo no planeado, permite separar la sexualidad de la reproducción vin­culándola con la búsqueda del placer y el erotismo (cí. Viveros y Gómez 1998).

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Cuerpos construidos para el

espectáculo: transforrnistas,

strippersy drcig c/ueens' José Fernando Serrano Amaya

INTRODUCCIÓN

Los bares y discotecas exclusivos para personas homosexuales han sido por va­rias décadas u n espacio privilegiado para su encuentro y socialización; allí, ade­más de la posibilidad de conocer nuevos compañeros ycompartir con los grupos de amigos, se construyen formas de identidad y se pone e n escena la cultura gflj. En este texto abordaré tres tipos de espectáculos que suceden e n dichos lugares en los que el manejo del cuerpo ocupa lugar fundamental; antes de seguir son necesarias algunas aclaraciones.

Son muchas y muy diversas las discusiones con respecto a los términos usa­dos para hablar de quienes tienen relaciones erótico-afectívas con personas d e su mismo sexo. El término homosexual se acuñó a fines del siglo pasado cuando la sexualidad pasaba de ser u n asunto esencialmente moral y filosófico para volver­se una preocupación médica; con dicho terminóse buscaba hablar dc un tipo de sujetos que poseían una naturaleza particular, a diferencia de denominaciones anteriores como la de sodomía que se referían más una práctica (Foucault, 1978), Por otra parte, si bien fue un término aplicado a personas de ambos sexos, ten­dió a referirse más a los hombres; a la par surgió la expresión Leshianismo e n el contexto déla literatura romántica.

Diversos movimientos políticos y reivindicativos han rechazado el término homosexual por sus asociaciones con la clínica y la patología y por su énfasis en

Agradezco a Betty Sánchez, colega y amiga con quien he compartido muchas de las ideas y experiencias que sustentan este texto. En la actualidad ella se encuentra realizando su trabajo de grado con hombres transformistas. [En el cuadernillo a color al final del libro se encuen­tran imágenes de las DragQueens. NI. El

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el aspecto sejcual, por lo cual han preferido otras denominaciones; la palabra

gay,1 cuya deft nición en inglés alude a algo alegre, festivo, jovial o llamativo, h a

sido usada paxra referirse más a la participación e n formas culturales que les son

propias a los sujetos q u e se identifican c o n la condición homoerórjca. Dicho

término se -ha generalizado incluso e n países que no s o n de habla inglesa y s e

asimila o reemplaza expresiones latinoamericanas como entendido, o de ambien­

te, que tienen la importancia d e ser construidas p o r los sujetos mismos para ha­

blar de su part icularidad. En este texto uso la expresión homoerotismo como cate­

goría que a l u d e a las expresiones, vivencias, sentimientos y emociones referidos a

personas de l m i s m o sexo y q u e incluyen la sexualidad y l a identidad con la

orientación sejcual pero n o se reducen a ello.

Señalo a d e m á s que n o se puede pensar la homosexualidad como un asunto

homogéneo y unitario e n la vida de los sujetos pues existen muchas formas de

serlo y vivirlo, de acuerdo con construcciones de cuerpo, relaciones de género,

condiciones d e clase, identidades, entre otros aspectos; por l o anterior, l a expe­

riencia homoesrótíca puede asumirse desde su dimensión genital, desde sus im­

plicaciones afectivas, desde u n a perspectiva espiritual, desde sus implicaciones

políticas e ident i tar ias y desde todas y cada una d e ellas a la vez (Serrano y Co­

rredor, 1994). Tal diversidad d e posibilidades n o s lleva a pensar q u e seria más

adecuado h a b l a r de homosexualidades y a considerar l a experiencia erótica de

una manera rntucho más móvil y diversa.

Cultura ga-y es otro término que requiere aclaraciones.2 En nuestro contexto,

no toda p e r s o n a que tenga relaciones sexuales c o n sujetos de su mismo sexo se

considera homosexua l o hace de ello referente significativo d e su identidad per­

sonal y social; esta situación se hizo particularmente evidente a l inicio de l a pro­

blemática del SIDA pues hombres que tenían relaciones sexuales con otros

hombres n o s e sentían aludidos cuando se hablaba de éste como «una enferme­

dad de homosexuales» ni con el lenguaje usado e n las campañas de prevención.

Además, en var ias regiones del país es común q u e hombres que s e consideran

Boswell (1993) señala que no existen estudios profundos sobre los orígenes del término gay, pero lo considera asociado con personas o actos homosexuales desde el siglo XIII. Seña­la además, que e n pocas lenguas existen términos similares a la oposición homo-heterosexual construida en el occidente moderno.

La pregunta po«- la cultura gay es tema importante en las investigaciones sobre la historia de la homosexualidad en Occidente. Por lo que parece, desde la Edad Media se h a n presentado expresiones cultti rales autorreferenciadas a pesar de las duras legislaciones al respecto, que incluyeron la p e n a de muerte, la expropiación de bienes y la vergüenza familiar; dichas cultu­ras o "subculturas" se dieron en Europa y en América desde los primeros años de la colonia y si bien fueron perseguidas lograron desarrollar lenguajes y formas de identidad propias (Gruzinski, 1 9 8 6 ; Mott, 1988). Su estudio nos permitiría entender otras formas de interac­ción cultural coló nial pues en ellas se encontraban sujetos de diversas procedencias raciales y sociales que desarrollaban formas de socialidad alternas al orden vigente (Ibid.).

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heterosexuales tengan relaciones genitales con otros hombres, siempre y cuando mantengan el papel dc penetradores. Por ello, hablar de cultura gay nos implica ir más allá de los aspectos sexuales y acercamos a los símbolos, a los significados y en general a las epistemologías de grupos sociales autodefinidos y autorefeten-ciados por su condición hemoerótica. Además, la cultura gay incluye a personas que no necesariamente son homosexuales, como sucede con muchos amigos -especialmente mujeres- d e hombres gay que conocen sus lenguajes, sus expre­siones, comparten sus sitios y sus estilos de vida.

Existen muchas culturas homosexuales d e acuerdo con condiciones de clase, etnia, género y región, entre otros factores, que se relacionan entre sí y se afectan mutuamente, cteando lenguajes y simbologías que pueden volverse transnaciona­les y transcul tu rales; alguien decía que su condición gay le hacía más cercano a personas de otros países que a muchos de sus compatriotas. Desde las protestas de Stonewall en Nueva York a fines d e los años sesenta, se fue formando u n es­tilo de cultura gay reivindicativo y orgulloso de su condición, que buscó hacerse público y accedet a espacios que antes etan negados. Surgió entonces toda una industria especializada en múltiples servicios para la comunidad gay. publicacio­nes, sitios de encuentro, turismo, vestuarios, espectáculos, seguros de vida, entre otros aspectos; con ello venían también estéticas propias con nuevas imágenes de cuerpo y e n general todo un modelo de vida. Este modelo ha surgido básica­mente desde una perspectiva masculina, blanca y de clase media y si bien las lesbianas y otros grupos homosexuales -inmigrantes, minorías étnicas— han compartido algunos de sus referentes, no se identifican del todo con ellos.3 He­chas estas aclaraciones, podemos pasar al desarrollo del tenia e n cuestión.

LOS TERRITORIOS

La posibilidad de encontrarse en un espacio autónomo y libre a la expresión de los sentimientos resulta fundamental para los grupos marginalizados o discrimi­nados. La delimitación de un territorio propio se convierte en factor fundamen­tal en la construcción de identidad y e n la afirmación de un sentimiento de dife­rencia; los territorios de u n grupo pueden estat claramente demarcados o mover­se con los sujetos, pueden ser asignados o apropiados, pueden ser permanentes o temporales.

En los últimos años se ha venido consolidando un conjunto de reflexiones y acciones bajo la denominación de queer tkeory o queer movement que buscan, entre otros aspectos, separar­se délas dicotomía homo-heterosexual y de las construcciones de género que resultan de ella, incluido el modelo de cultura gay propuesto en buena medida por hombres blancos de clase media.

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Para citar un ejemplo, ya desde la Colonia se advertía que los expendios de

bebidas alcohólicas eran sitios privilegiados para e l «desborde de l a s pasiones»

tanto hetero como homosexuales, p o r lo q u e durante años fueron objeto de

atención moral y control policial.4 En estos lugares confluían sujetos de diversas

condiciones sociales y culturales quienes expresaban a l l í sus inconformidades

con la normatividad oficial y el control que s e pretendía ejercer sobre los afectos.

Por eso se consideraban estos lugares cuna para todo u p o de transgresiones: he­

rejías, blasfemias, perjuros y claro, pecados d e la carne.

Si bien la historia de los espacios dc encuentro homosexual está por cons­

truir, quisiera señalar que los bares y discotecas e n general, s o n lugares privile­

giados para la expresión lúdica y erótica por su condición nocturna, separados

del afuera y d e lo cotidiano, ambientados p o r factores descondicionantes como

la música y el licor y puestos en un tiempo particular. H a y que señalar que estas

características no les son exclusivas a l o s bares gay. En investigaciones anteriores

sobre los sitios de rumba en Santafé d e Bogotá hemos encontrado q u e la puesta

en escena, la construcción de formas de aparecer ante otros median te acciones

sobre el cuerpo —maquillajes, peinados y vestuarios especiales—, la separación

del exterior, son entre otros, aspectos fundamentales de los sitios de encuentro

de diversas culturas juveniles actuales (Serrano, 1996). Los bates y sitios de

rumba son en general espacios altamente expresivos y emotivos, en donde los

sujetos llegan a desarrollar fuertes lazos de identidad con e l lugar y sus asistentes

a medida que se hacen clientes fijos; c o n el t iempo se construyen comunidades

emocionales'» motivadas por la asistencia al lugar y caracterizadas p o r una serie

de lenguajes, sobre todo n o verbales. L o que tendría de especial el caso que seña­

laré es el tipo de identidades que allí s e construyen y su lugat e n la dinámica de

una cultura particular como la cultura gay.

Algunos sitios d e rumba gay masculina6 han integrado e n sus actividades

además del baile y la música, la presentación de ciertos espectáculos artísticos

En una investigación en curso sobre la homosexualidad e n la colonia he encontrado varias referencias a contactos homosexuales en pulperías y chicherías urbanas y parece que algo si-milar sucedía en las tabernas y cervecerías de varios países europeos.

Maffesoli (1990) toma de Weber este concepto para referirse a formas de socialidad convo­cadas por compartir sentimientos y afectos más que determinaciones estructurales; las comu­nidades emocionales son inestables, móviles, de convocatorias puntuales y transitorias, como sucede con algunas formas culturales juveniles. 6 Asi como la palabra homosexual se aplica tanto a hombres como mujeres, igual sucede con el término gay. Sin embargo, también se usa la palabra lesbiana, con una alusión específica a las mujeres y diferenciada de gay, más común hacia los hombres. Por otra pane, si bien exis­ten lugares dedicados principalmente al encuentro y la socialización dc mujeres lesbianas, en el país no son tan numerosos como los de hombres homosexuales ni tienen el mismo grado de publicidad. Hasta el momento no he encontrado en los bates d e lesbianas un evento pa­ralelo al que describiré para los bares de hombres homosexuales.

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que en muchos casos se convierten en su atractivo fundamental. Estos eventos han ido variando a lo largo de los últimos años, llegando incluso a diferenciarse entre sí y a convertirse en marcadores de distancias entre territorios y nuevas identidades. En la actualidad, en Bogotá y otras ciudades capitales del país, los bares gay ofrecen una variedad de shows e n los diferentes días de la semana, in­cluyendo fiestas con motivos diversos, concutsos, carnavales y presentaciones de artistas especiales. Los casos que describiré a continuación forman parte de di­chas actividades, las que ocupan papel protagonice en el ritmo lúdico de los lu­gares.

BELLAS, MACHOS Y DIVAS: LOS CUERPOS

La primera vez que vi el show de Zuley Marcela, iniciaba su cartera en el trans­formismo; fue en un bar pequeño que quedaba frente al Cementerio Central. En ese momento —hace ya diez años- los bares gay tendían a estar en zonas marginales y hasta cierto punto clandestinas de la ciudad. Hoy, dichos bares han aumentado pot lo menos cuatro veces, se han vuelto luminosos y menos clan­destinos, se han regado por toda la ciudad y algunos incluso se han convertido en espacio codiciado para la rumba de parejas heterosexuales. Situación irónica, si tenemos e n cuenta que hasta hace poco eran comunes las batidas1 que la Poli­cía hacía en los bares gay, sin más argumento que la presencia de hombres ho­mosexuales.

En ese momento Zuley Marcela se parecía un poco a una Liza Minelli bajita cantando las baladas de Rocío Durcal y A.na Gabriel; era una de sus primeras presentaciones y el sitio no parecía lo más adecuado para el espectáculo pero sus amigos del equipo de baloncesto estaban allí apoyándola. Terminada la tanda de fonomimicas se sentó con nosotros; era la mujer más femenina, si la expresión tiene sentido, que habia visto. Con los años y el crecimiento de su experiencia la he visto más mujer, tal vez porque sólo existe durante unas cuantas horas en al­gunas noches de! año, cuando Javier se transforma en ella,

El transformismo-el arte de dar vida a una mujer a partir de un hombre— ha sido durante varios años una de las actividades principales en muchos de los bares gay; reinados, conciertos, presentaciones son protagonizados por estos per­sonajes, volviendo los bares un lugar espectacular, casi carnavalesco. Sin embar­go, desde hace unos cuatro años han ido apareciendo otros espectáculos con

Las batidas consisten en la irrupción de la Policía en un lugar para requisar a los asistentes y pedir documentos de identidad; en algunas ocasiones la policía entraba en los bares gay y sin siquiera revisar los documentos de identidad se llevaba a los asistentes a alguna Estación; se dice que para evitar esto los dueños de los lugares dan comisiones a los jefes de policía.

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nuevos protagonistas —los strippers y las dragq-ueens—, tras los que se perfilan re­ferentes de identidad y formas de vivir los espacios gay diversos.

Los cuerpos de los que voy a hablar funcionan e n un eje en cuyos extremos están ciertos imaginarios y estereotipos con respecto a lo masculino y lo femeni-

• no y se construyen mediante el forzamiento máximo hacia uno u otro de los li­mites; de la hiperfeminizadón pasamos a lahipermasculinización.

BELLEZA Y SOFISTICACIÓN. TRANSFORMISTAS

Para ser sincero, cuando empecé a conocer a Javier y sus otros amigos transfor­mistas no me era fácil interactuar con ellos, menos cuando eran ellas; no sabia qué género usar en el lenguaje, cómo tocarlos o de qué hablar. Con el tiempo aprendí que Zuley Marcela y su amigas tenían vida propia, una historia, unos gustos y unos modos de ser que por ser transitorios n o eran menos reales. Aprendí también a apreciar su arte y a reconocer la importancia que éste tenía en sus vidas.

El acto de transformarse implica para ellos asumir un modo especial de pre­sentarse ante otros, invirtiendo en ello tiempo y dinero; es un arte que se apren­de con mucho esfuerzo y para el cual sólo unos pocos están dispuestos. Por lo general, se realiza paralelamente a otra actividad profesional y en general a la vi­da del sujeto; en algunos casos sólo saben de ello los amigos más cercanos, aun­que otros deciden mostrar su arte también a sus familiares y allegados.

El transformismo tiene sus imágenes referentes e n las reinas de belleza y en algunas actrices y cantantes famosas en el mundo de espectáculo, que van de Marilyn Monroe a Madonna y pasan por una serie de baladistas mejicanas y es­pañolas principalmente. El transformista busca representar a una mujer ideal en­tendida desde ciertas características atribuidas a la feminidad; delicadeza, elegan­cia, porte, recato, sobriedad y estilo. Para ello se realiza una compleja acción so­bre el cuerpo masculino que transforma temporalmente su apariencia en feme­nino: las cejas se tapan, la manzana de adán se cubre, se moldea la cintura y la cadera con fajas y corsets, las piernas con varios pares de medias y se esconden los genitales; el maquillaje resalta pómulos, forma cejas, delinea ojos y labios, ta­pa la barba; postizos, pelucas, tacones y vestidos exuberantes, llenos de colorido y elegancia cubren el cuerpo y resaltan sus nuevas formas. Luego de varias horas y con la ayuda de uno o dos expertos en ello, se logran imágenes de cuerpo que muchas mujeres envidian y que no pocas veces engañan a los desprevenidos.

A esta altura es posible que el lector se pregunte si existe diferencia entre esta acción y el travestismo y por qué se llaman transformistas y no travestís. La res­puesta no es única y tiene varios matices. En primer lugar, desde una mirada ex­terna podemos decir que en efecto el transformista es un travestí pues cambia el

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género de su ropa y apariencia; esto supone, claro, que haya una cierta diferencia entre las ropas asignadas pata uno y otro sexo, pues en los estilos andróginos o unisexo no hay tránsito que hacer. Sin embargo para los sujetos implicados sí hay diferencia: el transformista hace lo que hace en una ocasión y en un evento artístico, especial, para el que se prepara con anticipación y luego del cual recobra su apariencia masculina; a diferencia de esto, según ellos, el travestí vive así de cotidiano, asume su cambio no sólo como una ocasión, sino como una opción vital. Además, entre sectores de la cultura gay local existe una asociación entre el travestismo, la prostitución y la delincuencia que lleva a u n abierto rechazo hacia dichas personas. De cierto modo, en nuestro contexto, el travestí es el discrimi­nado entre los discriminados.

El cuerpo del transformista busca cumplir ciertas condiciones: ser joven, del­gado, bello, grácil y sobre todo lograr la proxemia y la ¡cinesia femenina; si bien algunos no tienen ias primeras condiciones físicas, lograr la gestualidad femeni­na es fundamental. Aparte de ello, se requieren otras dotes como el histtionismo

'y los movimientos para interpretar las canciones de las artistas favoritas."Por eso sus nombres también buscan algo artístico: Maricela, Johana, Helen Vargas,8

Veriuska. Cada uno escoge interpretar las canciones de su preferencia; algunos de ellos se presentan varias veces bajo el mismo nombre, llegando incluso a la creación de personajes famosos, mientras que otros usan diversas denominacio­nes de acuerdo con el efecto que quieran lograr,

Decía uno de ellos que poder hacer esto requiere una sensibilidad particular, favorecida por la condición homosexual; «hay cosas que sólo nosotros podemos saber y compartir con las mujeres, además del gusto por los hombres». Lo ante­rior no quiere decir que n o haya hombres heterosexuales que se transformen, pero en los escenarios que describo, los sujetos que actúan son homosexuales.

Durante su presentación sólo existe ella, con su vida particular. Así se rela­ciona con los otros y asi se le trata. El show típico empieza cuando la tumba ya ha avanzado y consiste en la interpretación de varias canciones, por lo general baladas románticas en español, muy conocidas por el público. Terminado el ac­to, es posible que elía salga y comparta con el público y salude a sus amigos; lue­go se cambia y vuelve e'¡ o sale desapercibido.

Como ya he dicho, durante muchos años el show transformista ha sido uno de los eventos principales en la vida de los bares gay, pero desde hace unos po­cos años en Bogotá las ofertas lúdicas han crecido y han aparecido nuevos espec­táculos.

Este nombre alude a Helenita Vargas, una famosa cantante nacional de música mejicana; los otros son de una reina de belleza y una cantante. Veriuska (ue hasta hace poco un famo­so transformista.

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MÚSCULOS Y MASCULINIDAD! STRIPPERS

Si bien la presentación de espectáculos en los que el centro es la exhibición de atractivos cuerpos masculinos no es nueva e n los bares gay, e n los últimos tres años esta actividad se ha generalizado y vuelto cotidiana y en algunos casos ha desplazado las presentaciones de transformistas corno actividad principal.

Por otra parte, desde fines de los ochenta algunos bares gay se desplazaron del centro hacia el norte de la ciudad, buscando dejar de lado las connotaciones de clandestinidad y sordidez y asimilándose más al modelo de las discotecas he­terosexuales de moda; además del costo que implicaban para algunas personas, en ellos se rechazaba la presencia de travestís y se restringía la entrada a quienes no compartían una estética juvenil y de moda.

Los strippers ptesentan una construcción d e cuerpo que se encuentra en el ex­tremo opuesto de la anterior: un cuerpo musculoso producto del gimnasio que se luce mediante ropas deportivas, uniformes militares, industriales o de trabajo pesado, bajos las que hay prendas que resaltan los pectorales, los genitales y las nalgas. Sus referentes están en los cuerpos que circulan por los medios de co­municación, la publicidad, el fisicoculturismo y algunos ideales estéticos de la culnita gay.''

El acto del stripper y su destreza están en saberse desnudar mientras baila, de una manera similar a los shows de mujeres para hombres heterosexuales; existen también strippers para bares de mujeres heterosexuales, pero a ellos n o me referi­ré aquí. En algunos lugares gay, la presentación del o de los strippers ocupa un lugar central en la noche de rumba mientras que en otros resulta siendo un acompañamiento que no causa interrupción en el ritmo de la música. De acuer­do con los sitios y los sujetos se han ido estableciendo códigos sobre las partes del cuerpo que se muestran y el contacto que se puede establecer con el público: en algunos lugares los strippers salen y bailan hasta quedar en diminutas tangas mientras que en otros, luego de esto se retiran y vuelven a salir mostrando el pene en erección; en otros sitios más se permite que durante unos minutos el público los toque y les frote aceite.

Corv respecto a sus historias, algunos de ellos han sido bailarines de peque- • ños gmpos que hacen acompañamientos a actos en sitios nocturnos; otros han sido contactados en gimnasios y bares por personas que se encargan de organi­zar revistas musicales y otros más han llegado allí por iniciativa propia. Si bien muchos de estos strippers son homosexuales, tienden a comportarse de manera

Aquí me refiero sobre todo a la estética que circula en la industria pornográfica gay, que in­cluye revistas, películas, líneas "calientes" y objetos diversos. Mucha de esta producción nos llega de los Estados Unidos; ya se han realizado en la ciudad presentaciones de algunas es­trellas del cine pomo gay norteamericano.

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similar o la de hombres heterosexuales, por ejemplo haciéndose acompañar de

mujeres mientras están en los bares y rechazando cualquier acercamiento y acti­

tud gay.

Algunos strippers hacen presentaciones privadas e n fiestas y otros eventos y

en este tiempo se ha ido consolidando un grupw dedicado a ello como actividad

laboral principal. Los espectáculos d e strippers están e n proceso d e formación, a

diferencia de los de transformistas que han logrado cierta especialización. Al

momento se han organizado algunos concursos de strippers y ellos ya hacen parte

de la cotidianidad de muchos bares gay.

LAS DIVAS: DRAG Q U E E N S

Al poco tiempo d e hacerse evidente la presencia de los strippers, aparecieron en

escena, particularmente en un bar al norte de la ciudad,'" las drag queens. loma­

das del modelo d e la cultura gay norteamericana, las drags impactaron por su

exuberancia y la exageración d e sus atuendos referidos también a un modelo de

feminidad, pero burlado y alterado; las drags se caracterizan por el uso d e colores

exagerados, la combinación d e materiales muy diversos e n sus vestuarios, las

grandes pelucas, el uso de objetos q u e complementan los vestidos y toda una pa­

rafernalia de exuberancia. En sus cuerpos no se busca tanto asimilarse a las ca­

racterísticas femeninas en senos y caderas, sino al contrario, exagerarlas: senos

gigantes o sin senos, caderas anchas o delgadas. La exageración cubre l o mascu­

lino, sin importar que se note, pues su pretensión no es asimilarse a la de reina

de belleza; como decía alguna, «su belleza es interior».

Las drags juegan entre la burla y la tragedia, pasando fácilmente d e una a

otra; en sus presentaciones imitan a divas de la opera, a figuras del espectáculo o

bien, crean personajes propios. No siempre tienen u n a presentación específica,

sino que se pasean por el lugar burlando y jugando con los clientes; su papel es

más el de anfitrionas o animadoras pues les encanta el público. Sus nombres —

El bar en cuestión ocupa un lugar importante en la cultura gay actual c incluso en los es­cenarios de la rumba bogotana, en la medida en que trajo de manera clara los estilos de los bares gay norteamericanos. Al norte de la ciudad y con una arquitectura que se diferenciaba de la habitual en los bares gay bogotanos, Zona Franca presentó un espacio y un estilo de rumba que no se usaba hasta el momento; su referencia con los bares de Miami, sus activi­dades innovadoras y una especial selección de música de vanguardia, atrajeron hacia si la atención de un sector gay de la ciudad principalmente joven y masculino (Véanse las imáge­nes publicitarias a color al final del libro). Desde el principio, Zona Franca se caracterizó por restringir el acceso a quienes no se asimilaban al estilo que querían darle al lugar, lo que por una parte creó un sentimiento de "diferencia" entre sus asistentes y por otra desplazó a los "excluidos" hacia otros lugares que o se han ido asimilando al modelo de Zona Franca o se han especializado en otros tipos de rumba. En este momento el bar tiene una publicación especializada para quienes están afiliados a él.

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Asessinata, Viola, Pepa Cojones, La Dolores— indican los referentes hacia los

que se mueven. Algunas de ellas h a n construido un carácter y una historia a sus

personajes, similar al caso de los transformistas.

Las drags también se diferencian de los travestís, aunque en una entrevista

uno de ellos consideraba que de cieno modo lo eran. La condición de clase apa­

rece como otro aspecto importante en su conformación en la medida e n que al­

gunos de ellos conocieron el mundo drag en viajes a Estados Unidos y hacen

importantes inversiones económicas en vestuarios e implementos; en general no

viven de esta actividad y tienen profesiones que les permiten cierta independen­

cia.

CUERPO-IMAGEN Y NUEVAS IDENTIDADES

¿Qué expresan las construcciones de cuerpo que he referido? Si bien este texto es

un abrebocas al tema, quisiera proponer a continuación algunos puntos para

considerar en el marco de esta reflexión sobre el cuerpo y el género.

¿Qué g;énero?

La construcción de las imágenes de transformistas, strippers y drag queens se hace

con referencia a una lógica binaria d e género que opone lo masculino y lo feme­

nino, como dos polaridades en tensión. Mientras los transformistas se acercan a

una imagen de mujer ideal de la cual desaparecen en apariencia todas las referen­

cias masculinas, los strippers hacen lo contrario; ambos sin embargo, son exce­

sos, en el sentido de exageraciones. Los asistentes y los mismos actores del hecho

reconocen el caráctet Herido de dicha construcción; así, todos saben —a menos

que n o pertenezca a la culnira gay— que tras ella hay u n e'¡ y que el stripper «por

más macho que parezca alguna pluma bota..."». La drag ocupa un papel especial

pues se burla de ambos al integrarlos en si y llevarlos hasta sus extremos; siendo

tan mujer en algún momento no deja de manifestar su masculinidad, haciendo

evidente el carácter contradictorio d e su representación. Recuerdo la cantidad de

risas y burlas que hizo una drag hace poco cuando dudaba e n entrar al baño de

hombres o al de mujeres y el desorden que armó al pararse frente al orinal...

Los tres, a su vez, fuerzan los roles, las identidades, las imágenes oficiales de

lo masculino y lo femenino, del hombre y la mujer, actuando directamente sobre

su cuerpo; con ello, se convierten hasta cierro punto en transgresores de u n a

"Botar plumas" es una expresión usada en el lenguaje gay local para aludir a las expresio­nes femeninas o amaneramientos que un hombre puede hacer de manera consciente o in­consciente y que se consideran pruebas de homosexualidad. Puede tener relación con el tér­mino "gallinas" usado para hablar de las mujeres.

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manera explícita o implícita de las identidades de género, en un espacio y un momento que de por si, es transgresor como el de la fiesta. Es imrxsrtante seña­lar que la condición homoerótica en estas personas y en sus públicos les da un significado diferente al que pueden tener en un contexto heterosexual y hecho por personas heterosexuales. En el caso de muchas personas homosexuales, la construcción de la identidad de género se hace en medio de complejas relaciones con el rol social, la opción sexual, la apariencia física, los vestuarios, de un mo­do tal que se evidencia la fragilidad de la dicotomía masculino/femenino y se abre un panorama muy complejo de expresiones genéricas.

Miradas <> espectáculo => espejo

El acto del stripper, de la drag o del transformista son puestas en escena y drama-tizaciones de roles e imágenes de género, sobre todo si tenemos en cuenta que hablamos de cuerpos construidos para momentos muy concretos y rodeados de una serie de condiciones que los separan de la cotidianidad y los ritualizan. In­cluso en el stripper, quien de los tres es quien más actúa sobre su constitución corporal, fuera del momento del espectáculo toma una apariencia diferente.12

Son cuerpos-espectáculo, pues existen para ser vistos, para actuar ante otros y para ponerse en escena. Dicho de otro modo, son cuerpos que sólo existen en la acción, en el acto de representarse a sí mismos. Terminado la dramatúadón, ca­da quien vuelve a sus roles cotidianos.

Quiero proponer además que las construcciones de cuerpo en cuestión ope­ran a manera de espejos en los que se representan identificaciones de género de la cultura gay; allí se reflejan estereotipos sociales sobre lo que suponen deben ser/aparecer hombres y mujeres y que se hacen evidentes mediante su exagera­ción. Pero como sucede con el mirar a diferencia del ver, este reflejo no se queda sólo en la exposición de las cosas, sino que las reelabora y las altera. Debemos recordar que estamos hablando de sujetos y grupos que experimentan márgenes y zonas difusas de lo social y de las identidades, por lo que de cierto modo, estos cuerpos les representan y les conectan con el exterior. Es una lógica similar a la «doble negación» (Bateson, 1976) en la que se afirma insistiendo en una nega­ción o se niega afirmando; lo que permite comprender el sentido buscado es la existencia de un contexto en donde ello es redundante, o sea un contexto en donde se comparte de tal modo los significados que con un poco de informa­ción se puede deducir el resto del mensaje (Ibid). Si se asocia la homosexualidad

A diferencia de los casos que vengo señalando, algunos travestís si buscan modificar su cuerpo hacia el desarrollo de caracteres sexuales secundarios del otro sexo, logrando una modificación permanente de su apariencia corporal.

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con la feminización se construye el sujeto más femenino y si se niega la masculi­

nidad se construye el cuerpo más masculino.' '

Otro cuerpo

Por todo lo anterior, considero los cuerpos d e transformistas, strippeTs y drags,

campos de cruce de fuerzas disímiles y contradictorias: en ellos confluyen roles y

estereotipos de género, afirmación de la diferencia y reconocimiento de la dis­

criminación, separación del afuera e introyección de los esquemas oficiales, exce­

sos, extremos y forzamientos del propio cuerpo, de la lúdica y de la erótica.

En un sentido más amplio, lo que se estaría dando en la rumba gay donde se

llevan a cabo estos eventos es un proceso ritual de negociación de las tensiones

con la sociedad en general, sobre todo si tenemos e n cuenta los contextos e n los

que estas construcciones de cuerpo han ido apareciendo y el que algunas de ellas

se han abierto hacia espacios heterosexuales. El paso del transformista al stripper

y a la drag queen en nuestro país se da a la par con cambios en las legislaciones

relacionadas con los derechos de las minorías, el reconocimiento de la intimidad

y el libre desarrollo de la personalidad como valores fundamentales y el creci­

miento de las ofertas de mercado para los homosexuales, por sólo citar algunos

aspectos.

Sin embargo, no seria adecuado concluir d e lo anterior que estamos en una

sociedad más abierta o plural, si tenemos en cuenta que la cuestión de clase y las

posibilidades de acceso a las industrias culturales gay generan nuevas condicio­

nes de exclusión y discriminación para otros sujetos. Más bien, lo que nos esta­

ríamos encontrando es que el mercado se convierte en el nuevo referente para

establecer lo límites entre «los que están y no están»; por lo anterior, tendríamos

que preguntamos más bien por la relación entre el reconocimiento del potencial

de consumo de los homosexuales y la aparición de políticas y conductas en apa­

riencia más tolerantes en un contexto neoliberal.14 Las valoraciones con respecto

En los imaginarios sociales de nuestro país se asocia la homosexualidad con el amanera­miento, en parte como resultado del esquema que considera al acto de penetrar -a una mu­jer, a otro hombre o incluso a un animal- la marca de lo masculino, mientras feminiza o re­baja lo que es penetrado. En diferentes regiones del pais un hombre que penetra a otro no se considera homosexual, mientras que se asume que el penetrado si lo es. Por otra parte, al recuperar las historias de vida de hombres homosexuales hemos encontrado que en algunos un punto complejo al momento de asumirse como tales es el temor a que ello les implique afeminarse; esto lleva a que algunos homosexuales rechacen todo tipo de asociación con lo femenino (incluso con actitudes misóginas). 1 Un ejemplo de estas contradicciones fue el apoyo que Bill Clinton logró de grupos gay norteamericanos para su campaña presidencial que se vio burlado en la contradictoria legis­lación sobre la presencia de homosexuales en las Fuerzas Armadas norteamericanas; el dis­curso de apertura y tolerancia que se esgrimió para obtener el apoyo electoral y financiero de

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a dichos cuerpos tampoco son ¡guales, si tenemos en cuenta que el stripper se

asimila al modelo masculino heterosexual, mientras que el transformista y la

drag se acercan al referente femenino, el cual sólo viven dentro del espacio del

espectáculo y no pueden llevar a la cotidianidad —antes de hacerse más conoci­

das algunas drags procuraban no ser identificadas—; e n esto, otra vez, puede es­

tar la particularidad del travestí, quien asume su carácter transgresor en la coti­

dianidad, debiendo por ello enfrentarse con otras formas de discriminación. In­

cluso el mismo uso de términos en inglés puede considerarse una forma de mar­

car la diferencia.15

U n aspecto para considerar finalmente tiene que ver con la cuestión genera­

cional y de cultura juvenil que acompaña la aparición de los cuerpos que narra­

mos. Los nuevos bares gay o los q u e se remodelan tienen elementos comunes

con los otros bares que hacen parte de los ritmos lúdicos de los jóvenes actuales,

si tenemos en cuenta que ellos son sus principales usuanos —con ciertas excep

ciones—. Algunos bares gay se han hecho atractivos para jóvenes heterosexuales

en parte porque pueden escuchar muy buena música de moda, por ejemplo del

tipo trance en todas sus variedades y porque durante u n tiempo aquello se hizo

moda alternativa.

U n trabajo que está pot hacerse tiene que ver con las constmcciones de gé­

nero que los jóvenes homosexuales hacen hoy y su diferencia con las de genera­

ciones anteriores. La intuición que tengo, y con la que quiero cerrar este texto es

que tras la aparición de las drags y los strippers se están expresando cambios en

las identidades de género de los jóvenes ga}, marcadas por nuevas condiciones

de las culturas homosexuales y juveniles contemporáneas. La expansión del mo­

delo de cultura gay norteamericana se da a la par con la conformación de e c o

noratas de mercado especializadas para los homosexuales lo que nos sitúa las

discusiones sobre la diferencia, la discriminación y la identidad en otros lugares:

¿Cuál es el costo de la asimilación con los modelos de derechos civiles liberales?

¿Hasta dónde las políticas de pluralidad son respuesta al reconocimiento de la

diversidad cultural o el reconocimiento de nuevos mercados? ¿Quiénes son hoy

la comunidad gay no fue suficiente al momento de actuar sobre la moral de éstas. Por otro lado, entre los mismos grupos homosexuales, sobre todo europeos y norteamericanos, hay una fuerte discusión entre las tendencias más integracionisras representadas por hombres blancos norteamericanos de clase media que buscan algunos derechos civiles y los grupos que se oponen o separan de la asimilación con ese modelo ideal, conformados en pane por inmigrantes, mujeres y minorías étnicas. 15 Elbaum (1996) encuentra que en los espacios de nimba de los jóvenes argentinos el cono­cimiento del inglés y del francés se ha convertido en un factor difetenciador importante de las ofertas culturales; algunos lugares sólo se anuncian en un idioma extranjero, lo cual los remite a un imaginario de vanguardia, novedad e internacionalismo.

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los nuevos discriminados? ¿En qué medida los cambios generacionales están re­planteando las relaciones de género tradicionales?

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