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28/04/13 Filosofía - ¿Schopenhauer para el mal de amores? , Artículo Impresa
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¿Schopenhauer para el mal de amores?Nueva tendencia filosóficaLa filosofía sale de los muros de la academia y coloniza el terreno de la vida cotidiana.Contra los autores de autoayuda como Coehlo o Chopra, los nuevos filósofos aprendena hablarle al hombre común. Breve esbozo de una revolución filosófica.
Por: Rodrigo Restrepo
Publicado el: 2010-03-15
Los cafés filosóficos, o Cafès Philo, nacieron en París en 1992 cuando Marc Sautet, profesor de
filosofía de la Sorbona y autor de Nietzsche para principiantes, decidió sentarse con sus amigos
en Le Café des Phares de la plaza de la Bastilla con la idea de filosofar por fuera de la
universidad. ¿Por qué no poner a prueba a la filosofía haciéndola descender a la calle luego de
más de un siglo de enclaustramiento académico? ¿Por qué no devolver a la plaza pública el
objetivo que alguna vez tuvo el pensamiento de quebrar prejuicios y creencias por medio del
pensamiento crítico?
Hoy existen cerca de cincuenta Cafes Philos en Francia y más de ochenta en el resto del mundo,
de Finlandia a Nueva Zelanda y de Tokio a Barcelona, pasando por Israel, Honk Kong y Río de
Janeiro. Sólo en Latinoamérica se organizan cafés en Buenos Aires, Lima, Quito, San Salvador,
Tegucigalpa y varias ciudades de México. Sus principios son simples: constituir espacios abiertos,
de libre expresión, para que la gente se reúna y piense de manera colectiva sobre temas
universales, más allá de su formación profesional y su origen socioeconómico. Los temas –como
la posibilidad de la justicia, la cultura como una forma de violencia, el suicidio, la moral– son
escogidos por un moderador, casi siempre un filósofo de profesión, según las sugerencias de los
participantes, que pueden ser amas de casa, abogados, estudiantes y, claro, ociosos con vocación
para el pensamiento. No existen los a priori, es decir, ningún tema es rechazado de entrada, pues
todo es susceptible de ser debatido con argumentos filosóficos. Y las lecturas o discursos tipo
conferencia se evitan a toda costa. Todo esto por la módica suma de un café.
Los Cafés Philo son apenas una muestra del renacer de una filosofía más cotidiana, más abierta,
más ligada a la vida y que poco a poco está saliendo de la universidad, en la que ha estado
encerrada bajo un modelo inventado en la escolástica. En Estados Unidos un interesante
movimiento de popularización de la filosofía, conocido como Popular Culture and Philosophy,
ha generado desde 1999 una serie de veintisiete volúmenes –y contando– con títulos como Los
Simpson y la filosofía, Matrix y la filosofía o Harry Potter y la filosofía.
En Francia el no menos popular André Comte-Sponville –otro profesor de la Sorbona– ha
sabido captar la sed filosófica del gran público con bestsellers como el Pequeño tratado de las
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28/04/13 Filosofía - ¿Schopenhauer para el mal de amores? , Artículo Impresa
www.revistaarcadia.com/impresa/filosofia/articulo/schopenhauer-para-mal-amores/20348 2/4
grandes virtudes y más recientemente La felicidad, desesperadamente. Comte-Sponville no sólo
pone sobre la mesa antiguos problemas de los griegos, como la buena vida o la virtud, con
frecuencia olvidados por los filósofos modernos; también, y a la manera típica de los antiguos,
vuelve a la práctica de la filosofía como una búsqueda de la sabiduría y, por ende, de la felicidad.
“Si la filosofía no nos ayuda a ser felices, o a ser menos desgraciados, ¿para qué la filosofía”, se
pregunta.
Se puede citar también al profesor rebelde de la Universidad Popular de Caen, Michel Onfray, y
su Antimanual de filosofía como un digno representante de este auge de la divulgación filosófica.
O a Roger-Pol Droit, profesor del Colegio Internacional de Filosofía y columnista de Le Monde,
con sus 101 experiencias de filosofía cotidiana. O, especialmente, al suizo Alain de Botton y su
obra dedicada a la “filosofía de la vida cotidiana”. De Botton no sólo ha incursionado en un
nuevo género literario, el de la filosofía novelada, con Del amor, un texto que pivota entre la
ficción y el ensayo; también escribió el bestseller Cómo cambiar tu vida con Proust y
Consolaciones de la filosofía, con tal éxito en ventas que decidió llevarlos a la televisión, con el
nombre “Philosophy: A Guide to Happiness”. En esta serie, como en el libro, el investigador de la
Universidad de Londres recomendaba un filósofo para cada problema de la vida: Sócrates para
la impopularidad, Séneca para la frustración, Schopenhauer para el corazón partido, Montaigne
para la ineptitud sexual, etc. Igual suerte han tenido sus libros El arte de viajar, Ansiedad por el
estatus y La arquitectura de la felicidad.
Pero el asunto no se limita a libros y cafés. El 24 de noviembre del año pasado la UNESCO
celebró en Santiago de Chile el i Día Internacional de la Filosofía. Para sorpresa de los puristas
no hubo nada de metafísica y mucho menos de epistemología: los temas abordados por los
treinta y siete filósofos invitados de los cinco continentes fueron la diversidad cultural, la
globalización, la democracia, la filosofía latinoamericana, la justicia, la enseñanza de la filosofía
en el siglo XXI, la violencia, la filosofía y los niños y la ética. Para rematar, el evento finalizó con
un Café Philo.
Volviendo a los Estados Unidos, donde, sin excepción, todo es susceptible de terminar en la vida
corporativa, la filosofía no es la excepción. Tom Morris, autor de Si Aristóteles dirigiera la
General Motors –otro bestseller–, es el consejero filosófico de cabecera de corporaciones como
Motorola, Coca Cola, ibm, la us Air Force, General Electric y Campbell Soup. Por enseñar
Aristóteles y Kant a altos ejecutivos norteamericanos, Morris gana cerca de treinta mil dólares la
hora, una de las más altas tasas para un conferencista en ese país.
La consejería filosófica, de la mano de Lou Marinoff, también tiene su cuota en el regreso de los
pensadores clásicos. El autor de Más Platón y menos prozac –otro bestseller más– agrupa a más
de quinientos filósofos en su American Philosophical Practitioners Association. Su objetivo:
aconsejar en sesiones personales que pueden costar hasta cien dólares, y desde un punto de vista
estrictamente filosófico, a desahuciados ciudadanos sobre cómo enfrentar la muerte, la
enfermedad, la crisis de la mediana edad, las relaciones de pareja y un sin fin de cuestiones
existenciales.
Claro está que la consejería filosófica no nació con Marinoff, sino de la mano del alemán Gerd
Achenbach, quien también tenía metida en la cabeza la idea de sustraer a la filosofía de su “torre
de marfil” y devolverla a sus inicios, más pedestres, menos rígidos, en los que no difería mucho
de una conversación entre amigos. En 1981 Achenbach abrió su primera consejería y en 1982
fundó la Sociedad de Consultorías Filosóficas. Desde entonces se han abierto sociedades en
Canadá, Israel, Holanda, el Reino Unido, Australia, Argentina y Perú, entre otros.
A diferencia de los modelos médicos y psiquiátricos del síntoma, el trastorno y la enfermedad, la
terapia filosófica no reduce los problemas personales a enfermedades mentales, ni a meros
efectos de una causa concreta (i.e. traumas infantiles, frustraciones del pasado o trastornos de la
personalidad). Un consejero filosófico se centra en el contexto de la situación actual de su cliente,
así como en el sentido consciente que sus actos guardan en dicho contexto. Sería un verdadero
psicoterapeuta, si se vuelve la mirada a la etimología de la palabra psicoterapia: una terapia (del
griego therapeuein, prestar atención) de la psiquis (o psykhé, alma, aliento, carácter). Y una
consulta no sería muy distinta de un diálogo socrático, en el que el filósofo lleva a su cliente a
aclarar sus propios conflictos, a formular las preguntas apropiadas o, en el mejor de los casos, a
encontrar sus propias respuestas.
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Claro que Marinoff, en su afán por poner todo en orden, llega a proponer un método de cinco
pasos al que le da el nombre de PEACE (paz, por sus siglas en inglés). En primer lugar, asegura,
es preciso identificar el problema, luego las emociones que están implicadas, a lo cual sigue el
análisis de las posibles rutas de acción, la contemplación de la situación –según una cierta
perspectiva filosófica– y por último, el equilibrio, es decir, la comprensión de la esencia del
problema que prepara al aconsejado a emprender los actos adecuados para su solución. Por
supuesto, por este tipo de propuestas, muchos lo han puesto en el límite de la autoayuda. Pero
Marinoff se defiende: “la filosofía popular no es autoayuda: es una manera de movilizar los
recursos internos que no necesitan un refuerzo del exterior, como sí sucede con la autoayuda. La
filosofía le ayuda a la gente a entenderse a ella misma y a darle un sentido a su vida”, aseguró en
una entrevista vía e-mail.
De acuerdo o no con el método Marinoff, muchos coinciden en la cuestión del sentido. “El gran
problema de la vida cotidiana del hombre contemporáneo es un problema de sentido, un
problema de encontrarle sentido a lo que hace, a lo que piensa, a lo que siente”, afirma Diego
Pineda, filósofo colombiano, profesor de la Universidad Javeriana y fundador de Lisis, un
proyecto colombiano de educación filosófica extracadémica. Pineda, que fue el único
colombiano invitado al Día Internacional de la Filosofía, ha trabajado durante años en el ámbito
colombiano la propuesta de Mathew Lipman, profesor de Montclair State College, Estados
Unidos, de llevar la filosofía a los niños por medio de historias.
La vida del niño más pequeño, sostiene, es una búsqueda de sentido, entre otras cosas porque
vivimos en un mundo de una complejidad inmensa que todo el tiempo le genera preguntas y
problemas. Si bien la educación formal, por medio de las ciencias, intenta explicarle cómo
funcionan las cosas, no logra darles un sentido. No sabe descifrarle por qué son así y no pueden
ser de otra forma. Cuando no está perdido en la televisión, en la tecnología, en la información,
cuando tiene un espacio para preguntarse por cosas elementales, un niño es capaz de llegar muy
fácilmente a la filosofía. Así, por ejemplo, de la caída de un diente, del hecho de que se duerma
un brazo, la filosofía para niños logra construir reflexiones sobre el cuerpo y el yo. O a partir de
juegos simples con el lenguaje, invirtiendo las frases, poniendo las palabras en distinto orden, le
descubre las reglas de validez del pensamiento y los principios de la lógica. O del robo de una
bicicleta construye una reflexión sobre el sentido y la justificación de las leyes. A fin de cuentas,
afirma Pineda: “El problema de la filosofía es muy parecido al que tiene un niño”.
En el fondo, lo que está volviendo es la filosofía como una experiencia, como una actividad,
como una acción del pensamiento. La filosofía como un pensar la vida, y no como el estudio de
autores. La filosofía no como la elaboración abstracta, pura y solitaria de un gran sistema que
explica el mundo, sino como una actividad que se lleva a cabo en comunidad, que está ungida de
mundo y de problemas concretos que hay que solucionar. Como decía Epicuro: “Vana es la
palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana”.
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