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160 EUSKAL-ERRIA EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL DE LA ORDEN DE SAN JUAN DE JERUSALEM D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA (1703-1774) N O son de interés público los motivos que tuve para fijarme en tan ilustre personalidad, pero no me pesaron, puesto que me dieron lugar a conocer entonces, y a publicar hoy, algunos datos biográficos de ese personaje, en modo alguno indiferente ni insignificante, a no relegar a esta categoría cuantos no fueron reyes, grandes capitanes o go- bernantes o literatos y artistas insignes. Un Gran Maestre de la podero- sa orden de San Juan, el antepenúltimo de los que ejercieron soberanía independiente, y el último de nuestras lenguas, invita a la investigación sobre su vida y sus hechos, no menos que sobre el estado de su reli- gión, tan próxima a desaparecer como organismo universal y autónomo. No he visto, ni en diccionarios ni enciclopedias, el artículo biográfico que merece, y en las historias generales, tan sólo el hecho escueto de su elevación al gran magisterio de la Orden. Menos afortunado que su sucesor, Emmanuel de Rohan, que ha encontrado, y no con mayor motivo, biógrafos en su país, Jiménez de Tejada, al menos que yo sepa, no ha tropezado con ninguno en el suyo. Hasta el momento en que vivió, en el que, aun sin advertirlo, agonizaba la religión de San Juan, contribuyó a privarle de sus naturales biógrafos, salidos, como para otros grandes Maestres, del seno de la congregación misma, explicándose así su desamparo ante la posteridad. Sin embargo, con los datos que sumi- nistran algunos historiadores de la Orden, con papeles que he hallado entre los de mi familia y con los que he logrado recoger en nuestro Ar-

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160 EUSKAL-ERRIA

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(1703-1774)

N O son de interés público los motivos que tuve para fijarme en tan ilustre personalidad, pero no me pesaron, puesto que me dieron

lugar a conocer entonces, y a publicar hoy, algunos datos biográficos de ese personaje, en modo alguno indiferente ni insignificante, a no relegar a esta categoría cuantos no fueron reyes, grandes capitanes o go- bernantes o literatos y artistas insignes. Un Gran Maestre de la podero- sa orden de San Juan, el antepenúltimo de los que ejercieron soberanía independiente, y el último de nuestras lenguas, invita a la investigación sobre su vida y sus hechos, no menos que sobre el estado de su reli- gión, tan próxima a desaparecer como organismo universal y autónomo. No he visto, ni en diccionarios ni enciclopedias, el artículo biográfico que merece, y en las historias generales, tan sólo el hecho escueto de su elevación al gran magisterio de la Orden. Menos afortunado que su sucesor, Emmanuel de Rohan, que ha encontrado, y no con mayor motivo, biógrafos en su país, Jiménez de Tejada, al menos que yo sepa, no ha tropezado con ninguno en el suyo. Hasta el momento en que vivió, en el que, aun sin advertirlo, agonizaba la religión de San Juan, contribuyó a privarle de sus naturales biógrafos, salidos, como para otros grandes Maestres, del seno de la congregación misma, explicándose así su desamparo ante la posteridad. Sin embargo, con los datos que sumi- nistran algunos historiadores de la Orden, con papeles que he hallado entre los de mi familia y con los que he logrado recoger en nuestro Ar-

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REVISTA VASCONGADA 161

chivo Histórico Nacional, he reunido algo que nos da a conocer a este varón ilustre, no sólo por su nacimiento y por el hecho de su elevación al Maestrazgo, sino por los acontecimientos que durante el período de su mando, con haberlo desempeñado por tres años escasos, tuvieron lugar.

Recordemos, en primer término, que los Caballeros de San Juan residían en la isla de Malta desde que les fué hecha merced de ella por Carlos V. La Cristiandad había admirado y agradecido la heroica defen- sa de la isla de Rodas, llevada a cabo por los Caballeros contra los turcos, y al ser de ella arrojados, no obstante sus heroicos esfuerzos, les fué concedido un nuevo territorio, sobre el que los grandes Maestres habián de ejercer, por dos siglos y medio, su soberanía independiente. En él y desde él continuaron la observancia de su regla religioso-militar, com- batiendo, ya con los mismos turcos, ya, más frecuentemente, con los piratas mediterráneos y los reyezuelos berberiscos que los sostenían.

Sería un error suponer que en el siglo XVIII, época en que actuó nuestro D. Francisco Jiménez de Tejada, era cumplida la misión gue- rrera y hospitalaria de la Ordén con el mismo ardimiento, con igual celo que en épocas de mayor fervor, sobre todo cuando, temblando la Europa ante el peligro musulmán, se esforzaban los Papas, desde Ca- lixto III hasta Pío V, en aunar los esfuerzos de los estados europeos contra el enemigo común y se brindaban a los Caballeros de San Juan espléndidas ocasiones de formar en la vanguardia cristiana contra el formidable infiel, tan poderoso y amenazador; pero constituiría una inexactitud histórica aún mayor el aceptar como buena la pintura que del estado de la Orden hacía Thiers en su «Historia de la Revolución Francesa», pretendiendo cohonestar con su falsa descripción los me- dios de violencia y astucia empleados por Bonaparte para arrebatar a los Caballeros de San Juan, en 1797, el dominio de Malta. Prestaron éstos, durante el siglo XVII, y aun en el XVIII, verdaderos servicios a la seguridad de las costas y de la navegación en el Mediterráneo, y si en decadencia notoria la Orden durante la última de esas centurias, no es merecedora de los severos e infundados juicios del historiador francés.

Es claro que a la postre, quebrantado el poder turco europeo, dome- ñados los beyes de Túnez y Trípoli, conquistada al fin la Argelia, lim- pio el mar de piratas y, sobre todo, constituídas las naciones europeas sobre las bases modernas, con poderío militar permanente, prevalecien- do las ideas de unidad política y administrativa, de desamortización,

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etcétera, etc., la existencia de una orden arcaica con soberanía territo- rial independiente hubiese constituído un anacronismo y resultado in- evitable su desaparición, por lo menos en la forma que había asumido en los siglos anteriores al XIX, tanto más que sus exenciones y privi- legios y la presunción con que los grandes Maestres, afanosos de hom- brearse con la misma Sede Apostólica, no hacían muy grata a los ojos de Roma, y de los católicos en general, una soberanía que, indepen- diente en lo temporal, alimentaba, más o menos abiertamente, ciertas aspiraciones de general exención en el terreno puramente eclesiástico. Abandonada por ambas potestades la Orden de San Juan, extinguida la razón de su existencia como organización universal e independiente, tenía que seguir la suerte de todo lo humano; pero el despojo de que la hizo víctima Napoleón Bonaparte no fué término adecuado a su larga y gloriosa historia, violencia, por otra parte, inútil para el mismo inva- sor, pues, reemplazados los Caballeros por regimientos franceses, a és- tos, igualmente por la fuerza, sustituyeron regimientos ingleses que aun guarnecen la isla; y el empeño tardío del primer Cónsul francés (1802) de que volviese Malta nuevamente al poder y custodia de la Orden de San Juan, saliendo de ella los ingleses, sólo sirvió para precipitar la rup- tura del tratado de Amiens y encender de nuevo la guerra entre Francia y la Gran Bretaña, con notorio beneficio en los mares para la última de estas potencias.

En el transcurso del siglo XVIII aun tuvieron, como he dicho, mo- tivo y ocasión de combatir los esforzados Caballeros. Trípoli, Túnez, Argel y Marruecos eran una causa de perpetuo desasosiego para el co- mercio en el Mediterráneo, y de constante alarma para las costas meri- dionales europeas. Las de España, en el propio reinado de Carlos III, sufrieron gravemente de las incursiones piráticas de los berberiscos. Hubimos, por ello, de emprender expediciones militares, algunas tan poco afortunadas como la de O’Relly sobre Argel. Para ellas se ofrecie- ron los Caballeros con las naves que poseían, y si el ofrecimiento no fué aceptado, no cede por ello el mérito de la ofrenda.

El supremo gobierno de una orden de tantas y gloriosas tradicio- nes, y que tales riquezas poseía, reflejaba sobre el gran Maestre, aun al mediar el siglo XVIII, una consideración y un brillo extraordinarios. Eran unos pequeños soberanos, provistos de todos los atributos de tales. Poseían, sobre todo, lo que muchos reyes hubiesen querido tener para

distribuirlo entre sus súbditos: las encomiendas. Los bienes afectos a

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REVISTA VASCONGADA 163

ellas en tantos países, representaban pingües, inmensos patrimonios, y si es cierto que por los Estatutos, las costumbres de cada lengua y la cooperación del Consejo Supremo, ese poder en el Gran Maestre no era ilimitado y arbitrario, no dejaba todavía de ser considerable (1).

Tenían embajadores acreditados cerca de los soberanos católicos y de la misma Sede Apostólica. Se les comunicaban los acontecimientos de las Reales Familias, y ellos, a su vez, enviaban sus felicitaciones cancillerescas. Usaban el título de Eminencia y eran designados como Príncipes. Sus representantes ocupaban lugar, siquiera fuese el último, entre los embajadores de las Potencias en todas las recepciones y de- más actos públicos, gozando por igual de las prerrogativas consiguien- tes. En nuestro Archivo Nacional están las respuestas de nuestros re- yes y príncipes de Asturias a las comunicaciones de los Grandes Maes- tres, anunciando su elevación; y es de ver el tono considerado en que están concebidas y los títulos que les reconocen: «Muy Reverendo y de gran Religión Maestre del Convento y Orden de San Juan de Jeru- salén, mi muy caro y muy amado amigo»; así encabezan sus cartas D. Fernando y D.ª Bárbara, príncipes de Asturias, reyes más tarde, al dirigirse en 1737 y 1741, respectivamente, a los Grandes Maestres Des- puig y D. Manoel Pinto, que les comunicaban su elevación, y en tér-

(1) Uno de los favorecidos por el gran Maestre Jiménez de Tejada fué el francés Clemente Jerónimo Ignacio de Rességuier, Caballero de la Lengua de Provenza, que

figura en el índice de ésta como Barón de Rességuier. Fué nombrado Comendador de

la Magistral de Marsella, que pertenecía al priorato de San Giles. Entró en el disfrute

de la renta de su encomienda, que fué pingüe, en 1.º de Mayo de 1775. Fué con el

tiempo bailío. En el libro de defunciones de la Orden se lee: «Die XXIV Xbris 1797:

Vend. Bayulious Fr. Clemens Hyeronimus Ignatius de Rességuier veneranda Linguæ

Provinciæ Eques in septuagesimo quarto ætatis euæ anno obiit munitus omnibus

S. M. E. sacramentis cuyus cadaver die sequente delatum fuit ad nostram Maym. Em.

et sepultum prope mayorem januam dta eccl».

Agradecido al gran Maestre Jiménez de Tejada, le hizo el obsequio de un precioso

mueble que por herencia poseo. En él campea, entre dibujos sobre la madera, repre-

sentando trofeos militares y los emblemas de la Orden, la inscripción siguiente:

JUSTO AC TENACI PROPOSITI VIRO, PRINCIPI OPTIMO

D. FRANCISCO XIMÈNES DE TEXADA, HOC FIDEI PIGNUS, LUBENS OBTULIT

CL. IGN. DE RESSÉGUIER, TRIREMIUM PRÆFECTUS, TENUE DONUN, AT TENUIS NON AMOR.

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164 EUSKAL-ERRIA

minos idénticos, o muy parecidos, hállanse encabezados todos los do- cumentos de igual índole.

Naturalmente, ellos, los Grandes Maestres, al dirigirse a los monar- cas e infantes españoles, se expresan en los términos propios y adecua- dos a tan excelsos príncipes de la Cristiandad; pero, con todo, no ha- blan rendidamente como súbditos, aun siendo, como Tejada, españoles, sino que emplean términos nobles y dignos, cual se ven en la carta de 29 de Enero de 1773, en la que D. Francisco Jiménez participa a la Majestad de Carlos III su elevacion al Gran Magisterio. Algo más extre- moso había sido su antecesr D. Manoel Pinto da Fonseca, portugués, y, aun así, nada hay de bajo ni de excesivo en el rendimiento en frases como éstas: «De las circunstancias como de mi profundo respeto, hará á V. M. más distinta relacion el B.º Bailío Fr. Francisco Melga- rejo (1), mi embajador, á quien suplico á V. M. se sirva dar grata au- diencia»; y el gran Maestre Emmanuel de Rohan, de lengua proven- zal, sólo insinúa, para mostrar su identificación con los monarcas espa- ñoles, que había nacido «en los dominios de S. M.» Pormenores, al parecer insignificantes, pero que muestran cuán grandes personajes eran los Maestres de San Juan, que trataban sobre el pie de casi igual- dad a los más poderosos soberanos de Europa (2).

MARQUÉS DE LEMA (Continuara.)

(1) El bailío D. Fernando Melgarejo, Embajador de Malta en España muchos años, había sucedido en el cargo al Marqués de Claramonte. A Melgarejo sucedió en

1776 el bailío de Lora D. Pedro María de la Cerda, Marqués de la Vega de Armijo, y

a éste D. Francisco Alfonso de Sousa Portugal.

(2) En cuanto a los Ministros y Grandes no hay que decir que el tono de los gran- des Maestres era de superioridad. Pueden verse en las cartas a Grimaldi, primer Se-

cretario de Estado, firmadas con la antefirma: El gran Maestre, Tejada Ximénez. La

Orden tenía motivos para desear la conservación de excelentes relaciones con los Se-

cretarios de Estado, pero a éstos también convenía la buena voluntad de los Grandes

Maestres, que podían hacerles buenos favores en recomendados suyos. Rastros que-

dan en los Archivos de estas recomendaciones. Por ejemplo, en 1776, el Secretario

de Estado tiene gran deseo de obligar a la Condesa de Benavente, muy interesada en

que el Gran Maestre conceda pensiones de primera encomienda de la Magistral que ha-

bría de vacar en el primer quinquenio, a D. Mariano y D. Felipe de Lobera, caballe-

ros, según sus recomendantes, de los más ilustres de Aragón, que habían sido pajes

del Gran Maestre y habían entrado después, en Marina el uno, y el otro en Guar-

dias españolas.

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208 EUSKAL-ERRIA

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL

DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM

D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(Continuación.)

D. Francisco Antonio Jiménez de Tejada había nacido en Funes, Lugar de Navarra entonces, en cuya iglesia de Santiago fué bautizado en 13 de Octubre de 1703. Su padre, D. Diego Jiménez de Tejada, y su abuelo otro D. Diego, naturales eran también de la misma villa, señores muy principales, cuyo escudo campeaba en su casa y en la iglesia del pueblo, disfrutando ellos y sus ascendientes de «vecindades foranas». D. Diego—así consta en las pruebas del futuro Gran Maes- tre— fué también uno de los señores de lo espiritual y temporal de la villa de Valdeosera, en Castilla, donde se le pagan pechas.

La madre de D. Francisco se llamaba D.ª Clara de Eslava y Vicuña y era natural del lugar de Verriosuso, a su vez hija de D. Fausto de Eslava, que, nacido en Pamplona, era dueño del palacio de Verriosuso, es decir, la principal persona del lugar, señor de las jurisdicciones civil y criminal y de diferentes pechas y vecindades foranas, con asiento en

las Cortes del reino de Navarra, en el brazo militar de los caballeros. El había nacido en Pamplona, donde su familia poseía casa propia con su escudo en la Tejería, pero enajenada por su hermano, habíase reti- rado a vivir en el lugar citado de Verriosuso, en el que figuraba su fa- milia como la más ilustre y principal. Los Vicuñas eran también fami- lia ilustre: D. Juan, hermano de la abuela de nuestro biografiado, fué señor del palacio y lugar de Zozara, con asiento en Cortes, en el bra-

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REVISTA VASCONGADA 209

zo militar de los caballeros; y para que ninguno de los cuatro cuarteles cediese en nobleza e importancia, también los ascendientes de la abuela paterna de Jiménez de Tejada, los López de Mirafuentes, eran señores del lugar de este nombre, dueños del palacio de Cabo de Armería, por cuya razón tenían llamamiento á las Cortes del Reino, gozaban de va- rias vecindades foranas y, por supuesto, tenían sus armas en dicho pa- lacio, y probablemente en la iglesia del pueblo. «Todos—podía bien decirse en el expediente de pruebas de D. Francisco—hijosdalgos no- torios por sangre, armas, nombre, solar conocido..... y no les toca mezcla de judío, moro, converso, villano ni castigado por la santa In- quisición», y no habían sido «tratantes ni cambiadores ni tampoco han tenido oficio alguno de los que contienen las preguntas del inte- rrogatorio».

Como es natural, el pertenecer a Órdenes militares era hecho fre- cuente en gentes de tan ilustre prosapia. Un coronel, D. Sebastián de Eslava, y su hermano D. Rafael, tíos abuelos del futuro Gran Maestre. habían sido caballeros de Santiago; un D. Miguel de Vicuña también, y un D. Francisco, de igual apellido, caballero de Calatrava. Y en la Orden en que habría de ejercer D. Francisco la autoridad suprema no había faltado lucida representación de la misma familia. D. Gaspar de Eslava, su tío abuelo, había sido comendador, y, sin remontarse tanto, su tío carnal D. Pedro Jiménez de Tejada, comendador también y su padrino, fué el que le indujo a entrar en la Orden, donde tantos varo- nes de su sangre habían figurado. Ese mismo D. Pedro Jiménez fué su protector, haciendo las veces de los padres, que D. Francisco perdió en la adolescencia. En 1720 hacía sus pruebas y poco después era ad- mitido en la Orden.

Sus condiciones hubieron de revelarse bien pronto. A una clara in- teligencia, a un carácter tranquilo, pero entero, unió lo que era más apreciable y no tan común, una virtud acendrada, cualidades que le llevaron paso a paso por todos los grados en la jerarquía de su Orden: caballero, comendador, bailío, prior de Navarra dentro de la lengua de Aragón, miembro después, y en representación de ésta, del Consejo supremo que asistía al Gran Maestre. Que esta opinión de virtud y de carácter disfrutaba, muéstranlo las declaraciones de sus contemporáneos. En la «Serie cronologica dei Grandi Maestri coi loro rittratti», publi- cada en Roma en el mismo año de la elección de nuestro perso-

naje (1773), Domenico de Rossi se expresaba así: 12

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210 EUSKAL-ERRIA

«Fra D. Francesco Ximenez de Texada della Lingua d’Arrago- na, dopo avere dato nell’Ordine lungo saggio di sua virtu, fu di co- mun consenso posto al governo del medesimo. Fra i molti pregi che n’adornano l’animo, e stato specialmente ammirato una somma pro- bità congiunta ad imperturbabile placidezza, per le quali doti, come pure per la sua maturità e prudenza, tutti si ripromettono tanta felicità del suo governo quanto bramano che sia per lunga serie d’anni du- revole.»

No están tan unánimes los escritores al juzgar de sus cualidades

después de haber gobernado los tres escasos años que le cupo en suer- te ejercer el supremo mando de la Orden. Advertimos, primeramente, que para formar juicio exacto de este Gran Maestre y de su gobierno no se cuenta con el número ni con la calidad de los escritores que ilustraron épocas más lejanas, ya que los clásicos de la Orden son to- dos más antiguos. Al aludir a esa falta de conformidad tengo en cuen- ta lo que bastantes años después, en 1839, Villeneuve Bargemont, en su obra titulada «Monuments des grand-Maitres de l’Ordre de Saint- Jean de Jerusalem» estampó al tratar de Jiménez de Tejada. Atenúa la impresión de sus juicios el observar cómo denigra y condena ese au- tor toda la época que media entre el gran Magisterio de Vignancourt y el de Rohan, el sucesor de Jiménez, y durante ese período figuraron antes de éste Vilhena, Despuig y Pinto, es decir, dos portugueses y dos españoles, por lo visto todos dignos de censura en su dirección de la Orden y aun en sus personas, formando contraste con los otros dos grandes maestros citados, de nacionalidad francesa, por lo que puede inferirse que Villeneuve más respondió en su crítica a un exagerado amor patrio que a la imparcialidad propia del historiador. Para el au- tor en cuestión, Jiménez fué ingrato y altivo: ingrato con el pueblo por haber subido el precio del pan; altivo y hasta déspota por sus rigu- rosas leyes contra el clero, al que, entre otras cosas, prohibió el ejerci- cio de la caza, por sus contiendas con el obispo de Malta y por sus dis- posiciones represivas del lujo. Estas opiniones fueron copiadas con li- geras variantes por otro escritor francés, Miège, en su «Histoire géné- rale de Malte», que aun exageró lo dicho por Villeneuve, mostrando por este y otros rasgos que ese escritor, cónsul que fué de su país en Malta, no se distinguía por su depurada crítica histórica.

En cambio, un escritor maltés, el canónigo F. Panzavechia, en su

obra «L’ultimo periodo della Storia de Malta», impresa en 1835, a

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REVISTA VASCONGADA 211

pesar de su nacionalidad y de pertenecer al clero, no trata con dema- siada dureza a D. Francisco Jiménez, antes al contrario, pone entre las razones que existieron para su elevación al Magisterio la buena econo- mía con que aquél había administrado sus rentas, de lo que dió buena muestra cuando tuvo que administrar las de la Orden, y sus condicio- nes de mando como senescal de las milicias del campo..... Y en la obra «The History of the H. M. Order of St. John of Jerusalem by J. Taafte, London, 1852», si bien se pasa ligeramente sobre el perío- do del Magisterio de Jiménez, sin formular juicio propio, se transcribe una opinión que condena la conspiración clerical, que, según veremos, surgió como consecuencia de las medidas, que los escritores franceses citados apellidan arbitrarias y despóticas, tomadas contra el clero mal- tés por nuestro compatriota.

* * *

Cuanto llevo indicado y transcrito, muestra desde luego que Jimé- nez de Tejada no era una personalidad insignificante ni por sus cuali- dades, ni por su conducta anterior a su elección, ni por la seguida du- rante el corto período de su mando: los sucesos, además, en que le tocó intervenir fueron de los más señalados, dada la relativa impor- tancia que podemos conceder a cuanto ocurría en un pequeño territo- rio como la isla de Malta, y en una orden que, por el curso natural de los sucesos y por la transformación política de Europa, estaba llamada tan pronto a desaparecer. Para hallarlos más importantes habríamos de acudir al desembarco de los franceses en 1797, a la entrega de la isla, con escasa gloria para los caballeros, y a la fuga de Hompesch, el úl-

timo Gran Maestre. En efecto: a Jiménez de Tejada le ocurrió un hecho ciertamente

no común, una sublevación de clérigos. Pero ¡así eran ellos! En Malta se reunía una población eclesiástica en la que dominaban los malos curas que no podían vivir en otros países y, sobre todo, en la penín- sula italiana, y de ellos, naturalmente, napolitanos y sicilianos en ma- yor número. Y como el Obispo, por las cuestiones que existían pen- dientes entre él y los Grandes Maestres a que habré de referirme lue- go, cuestiones de jurisdicción en las que había razón y sinrazón por ambas partes, no iba a la mano como debiera a esos malos ejemplares del ministerio sacerdotal, y los Grandes Maestres anteriores a Jiménez habían vacilado por su parte en adoptar medidas respecto de ellos, la

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212 EUSKAL-ERRIA

licencia que en el clero se observaba había crecido en extremo lamen- table. Costumbres mundanas, lujo excesivo, caza clamorosa, fiestas y otras cosas de menos ruido, pero más escandalosas, hacían de Malta una sensible excepción, aun dentro de cierta laxitud de costumbres frecuentes en la Italia de aquella época. En el pueblo, la impresión de escándalo que estos hechos producían, aparte del efecto maléfico y contagioso que es consiguiente, se traducía en comprensible desvío ha-

cia un clero que así se mostraba contaminado, de suerte que cuando llegó un Gran Maestre como Jiménez, decidido a meter en cintura a los que en piedra de escándalo se habían convertido, el pueblo se puso por entero de su lado y aplaudió su conducta y le ayudó a sofocar la insu- rrección cuando estalló.

Con esto queda dicho que las medidas económicas a que alude el escritor francés antes citado, no habrían quebrantado el efecto popular hacia Jiménez. Ni ¿cómo lo quebrantarán dada la justicia de tales dis- posiciones? Jiménez de Tejada, en efecto, encontróse exhausto el Te- soro, acrecentadas las necesidades públicas, decaído el crédito de la Universidad, institución encargada de la provisión de granos y, como buen administrador que era, habiendo sido ésta una de las principales razones de su nombramiento de Gran Maestre, forzosamente hubo de acudir al único recurso tributario posible en tan corto territorio, donde la agricultura valía poco y nada sus artes e industrias: a la elevación transitoria en los derechos de introducción del trigo y del vino, por estar apoyado en estos artículos una buena parte del sistema económi- co de la isla; pero, en cambio, contrabalanceó esta precisa medida con otra favorable a los malteses: la declaración de la isla como puerto franco para todos los demás artículos. Y con la descripción que hemos hecho del estado de gran parte del clero en la isla, se comprenderá cuán injusta era la censura de algunos autores, que reflejando en el an- dar de los años el rencor tradicional de los que oyeron las quejas de los ordenados y corregidos por nuestro Gran Maestre, condenaban a éste por medidas tan conformes con el texto y el espíritu de los cáno- nes como la prohibición a los clérigos de entregarse a la caza y a las

fiestas, y el enfrenamiento en ellos y en toda la población maltesa del lujo deshecho, origen de tantos estragos.

MARQUÉS DE LEMA (Continuará.)

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REVISTA VASCONGADA 265

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL

DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM

D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(Continuación.)

La mayor justificación de las disposiciones de Jiménez con relación al clero está precisamente en la conspiración y motín llamado de los «curas», que tiene lugar a los treinta y un meses de su gobierno. Clérigos que, caso inaudito, promueven una asonada y acuden a las armas contra una autoridad justa, cuya sola culpa ha sido el pretender la moralización y reforma de las costumbres, estaban pidiendo medidas muy severas que contuviesen sus apetitos y viciosos hábitos. Que otras ambiciones extrañas se aprovecharan de la mala condición de los sujetos dispuestos a sublevarse y les incitaran a llevar a cabo sus criminales propósitos no sería extraño, y en aquella época fué creencia difundida entre muchos la que atribuía a intrigas rusas la promoción del movi- miento, y entre otros la que suponía que obedeció éste a deseos de resucitar las antiguas franquicias concedidas por los reyes de Aragón y Sicilia. No parece, sin embargo, muy fundada esta última hipótesis, toda vez que una aspiración de esa índole habría de despertar los senti- mientos de libertad del pueblo maltés, y es lo cierto que la mayor parte de él combatió el movimiento insurreccional. Fácil sería, no obstante, que los conjurados hubiesen tratado de ponerlo de su parte, aunque por lo visto sin éxito. Pero la intervención de agentes del imperio ruso es ya cosa más verosímil: Pablo I no reinaba aún, pero lo que en él fueron locas aspiraciones, empeños románticos de erigirse en Gran

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266 EUSKAL-ERRIA

Maestre, hallaba sin duda base y precedente en miras políticas tenidas en cuenta en el reinado de la gran Catalina.

Incubados los planes de los conjurados desde hacía tiempo, la partida de la escuadra de la Orden para Alicante, enviada por Jiménez de Tejada a disposición del rey de España, como luego veremos, les determinó a no perder ya momento en realizarlos. Sin duda ilusionados con la idea de que el pueblo o buena parte de él estaba por ellos, creyeron desarmadas a las autoridades, una vez partida la escuadra que constituía la fuerza regular y positiva con que contaba el Gran Maestre. No previeron esta situación de ánimo ni Jiménez ni su Consejo, juzgando sin duda imposible un movimiento revolucionario en elemen- tos a los que debía suponerse tan ajenos a semejantes intentonas, y aunque para nada les fuese necesaria la flota para sofocar un movimiento tan sin raíces en el pueblo, es de suponer que no se hubiesen despren- dido de ella de haber sospechado lo que se tramaba. El 9 estalla el movimiento: ninguna relación más fidedigna que la transmitida a la Secretaría de Estado por nuestro representante en Malta. Dice así:

«MALTA Y SEPTIEMBRE 12 DE 1775

»El 9 ocurrió una novedad en esta ciudad, Valeta, quizá nunca oída y de mucho desdoro para el estado eclesiástico seglar. Al amanecer de aquel día se observó que un montón de clérigos, sacerdotes algunos y otros no, ayudados de algunos paisanos, que los más eran pagados, se habían apoderado de la Torre Caballero, que está sobre Puerta Real, y del castillo, o sea ciudadela de Sant Elmo, situado a un extremo de la ciudad, a un lado de la embocadura del puerto grande.

»Acudieron luego de esta noticia los caballeros y bailíos, grandes cruces, los primeros armados todos de fusil y demás trastos correspon- dientes, y los segundos sólo con su espada y vestidos de color, a Palacio. Luego se juntó el Consejo, que no se separó hasta cerca de media noche, y uno de sus primeros cuidados fué mandar juntar la milicia urbana y la poca tropa que en aquel día había, por la ausencia de navíos y galeras, y nombrados por el Gran Maestre y Consejo los dos bailíos, Rohan y Ribas, para que se armasen los puestos necesarios a propor- ción de los hombres que se presentaran, distribuyeron éstos la tropa, con caballeros en todas partes, hasta en los castillos de la otra parte, Ricasoli y Santo Angel.

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REVISTA VASCONGADA 267

»En este estado, y discurriendo otras providencias, los sublevados, por su parte, hicieron siempre algún fuego con cañón y fusilería desde sus fortalezas, especialmente la de Sant Elmo, ya tirando a Palacio, ya a otros objetos de personas. Resolvióse por el Consejo escalar la forta- leza, o sea Caballero, lo que se ejecutó a las dos y media de la tarde: y aunque fuimos luego dueños de él y de los sublevados, fué con la desgracia de habernos muerto al caballero D. Marcelino Corio, milanés

(digno sujeto), por haber recibido un balazo en la frente, habiendo sido con su ardor y celo el primero que llegó arriba, y uno de los soldados de las guardias que le seguían, luego se apoderó de una bandera de damasco rojo que tenían arbolada los amotinados.

»Como cosa de una hora después, los de Sant Elmo (por cuya rendición se discurría), en donde estaba la fuerza mayor de los rebeldes, por medio del vicario general que había pasado a reducirlos, hicieron saber al Gran Maestre y Consejo de que si querían aquellos señores, entrarían en alguna composición. Respondióseles que dijeran ellos lo que pretendían; pero como el vicario no tuvo valor de meterse otra vez dentro del castillo, así se estuvo mucho tiempo el Consejo sin respuesta o pretensión de parte de los sublevados clérigos; no obstante, después de algún rato más se presentó el fiscal del Obispo con las pretensiones que exponían, reduciéndose a que si se les perdonaba las vidas y se les ofreciese mantener los privilegios de la nación, que se entregarían: a que se les dió por el mismo fiscal respuesta de que se les perdonaría las vidas y toda pena corporal con tal que enviasen luego a Palacio doce en rehenes de ellos y dejasen las armas, y que deberían salir de seis en seis del castillo; y que por lo perteneciente a los privilegios concedidos a la nación, no tenían dificultad alguna, pues nunca se les había faltado en ellos.

»Llevóse dicha respuesta el citado fiscal, ya anochecido, y, por fin, largo tiempo después, enviaron seis rehenes en lugar de doce, los más clérigos, unos de Misa, otros no, porque no quisieron seguir los demás, reteniéndose el vicario que había vuelto allí, y así, con éstos, que se guardaron en Palacio, se concluyó el Consejo cerca de la media noche, yéndose los bailíos a sus casas, pero conservándose todos los puestos sobre las armas hasta la mañana que debían salir los sublevados en la forma ya dicha, si se conformaban.

»Pero nada de esto hubo, por el lance siguiente: ellos, al apode- rarse de Sant Elmo, encerraron en las cárceles al Mayor del Castillo,

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caballero Guron, y unos doce soldados que encontraron indefensos. Estos, con el Mayor y otros dos caballeros presos, intentaron romper las puertas y atacarlos; consiguióse el intento, acometen reciamente contra los sublevados que se hallaban algo distantes, tira un pistoletazo su centinela clérigo al Mayor y éste le da un fusilazo que lo deja tendido. Luego que se vieron fuego encima empezaron a huir los más, y los soldados y caballeros que ignoraban que se trabase convención, reciben una descarga, pero a poco tiempo, sin daño, se ven dueños del castillo, llaman la tropa de afuera, y así quedaron rendidos, aunque los más consiguieron escaparse por una puerta falsa. Murieron dos clérigos y otro seglar y se tomaron diversos, entre ellos, el principal de la conjura, sacerdote.

»Aquella misma mañana, después de asegurados los reos, se tuvo Consejo para deliberar si dichos prisioneros hechos en Sant Elmo goza- ban de la convención, para cuyo examen se nombraron cuatro grandes cruces de cuatro naciones: por Francia, el bailío Rohan; por Italia, el Gran Prior de Lombardia; por España, el P. Ribas, y por Alemania, el lugarteniente Bompeix. Estos cuatro comisionados hicieron al siguiente día, 11, en Consejo de Estado, su relación y parecer motivado.

»Los rebeldes de Sant Elmo podían dar algún cuidado, porque había en aquella fortaleza cantidad de pólvora en los almacenes y amenazaban de pegar fuego, con que toda la ciudad se derribaba; podían practicarlo sin riesgo suyo si dejaban una mecha encendida, mientras les era fácil escaparse con barcas que tenían bajo del castillo. Esta con- sideración era la única que inducía a dar oídos a sus proposiciones. En esta rebelión de clérigos no ha entrado ninguno de la Orden, ni cura de parroquia alguna de la isla. Es menester entender que en esta isla es grande el número de sacerdotes y clérigos, y que el Obispo ordena y da las primeras órdenes aun a muchos que van a casarse; lo hace por tener más subditos; ellos por eximirse de la potestad del Príncipe, con lo que no falta en esta clase gente ruin y de poca estimación en can- tidad, y la campaña abunda y son raros los que entienden el latín, pero sí el manejo de la escopeta.

»La mañana del día 11, en que los cuatro bailíos hicieron su rela- cion, se dispuso en Consejo, para abreviar los negocios que se seguían, de que estos mismos cuatro señores, con el Gran Maestre, tratasen y deliberasen solos, para la mayor brevedad y sigilo, lo que fuere menes- ter obrar sobre los reos y demás dependencias, sin tener que dar parte

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REVISTA VASCONGADA 269

al Consejo, lo que se puso en práctica aquella misma mañana. Los sub- levados no fueron secundados de toda la gente que esperaban.

»En esta mañana (día 14) han comparecido tres palos en el fuerte Caballero, con tres cabezas de los mismos que allí se tomaron, y segui- damente, de parte de S. A. E., se ha publicado un perdón general para todos los que no se hallasen arrestados, aunque fuesen cómplices en la conjura.»

Añadamos que al principal instigador y jefe de los conjurados sólo le ocurrió el ser reducido a prisión. Era un presbítero, de nombre Man- narino, y en prisión continuaba cuando, en 1797, desembarcó Bonapar- te, y fué puesto en libertad. Realmente, aunque nos parezca hoy hasta cómica esta sublevación de clérigos mal avenidos con el buen orden y la disciplina, es indudable que constituía un hecho gravísimo tal movi- miento en una población tranquila, cuya piadosa milicia estaba llamada a muy otras empresas que la de reprimir alteraciones interiores, y seguramente no podrá tacharse de excesiva la represión que Jiménez y su Consejo llevaron a cabo, y nada más injusto que el calificar a tan justificado varón de déspota y cruel.

MARQUÉS DE LEMA (Continuara.)

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REVISTA VASCONGADA 365

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(Continuación.)

«Es menester entender—dice en el despacho copiado el represen- tante de España en Malta—que en esta isla es grande el número de sacerdotes y clérigos y que el Obispo ordena y da las primeras órdenes aun a muchos que van a casarse: lo hace por tener más súbditos: ellos por eximirse de la potestad del Príncipe.....» En estas líneas está sin- tetizada la grave cuestión que se venía agitando en la isla de Malta, cuestión, como he dicho, de jurisdicción, que sólo podía resolverse con gran prudencia y miramiento y por una concordia sincera entre los representantes de las dos potestades, tanto más natural en este caso, dado el caracter religioso de la potestad temporal, vinculada en una Orden que se apellidaba «religiosa, sagrada Milicia»; pero ya vemos que esas virtudes no brillaban en el obispo u obispos, sin duda con- vencidos, pues la cuestión se desarrolló durante el pontificado de va- rios, de que lo que hacían era sólo defender los fueros eclesiásticos contra los que ellos entendían estaban más llamados a respetarlos; y, por parte de la Orden, el asunto se coloreaba con pretensiones que abrigaban sus caballeros o se les suponian allá donde el asunto había de resolverse, es decir, en Roma, de cierta independencia o exención en el terreno eclesiástico como complemento de la independencia tem- poral que sus príncipes gozaban.

En Roma se decía (1) que la Orden de Malta quería sustraerse a la autoridad de la Santa Sede, intentando para ello disminuir la jurisdic-

(1) Papel sin fecha en el legajo núm. 5.032, de los papeles de Estado de nuestro Archivo Histórico Nacional, pero es de año contemporáneo, o poco antes, del magis-

terio de Jiménez.

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366 EUSKAL-ERRIA

ción del obispo e inquisidor, poniendo al primero en situación pareci- da a la de los obispos de Sicilia, es decir, considerándose el Gran Maes- tre con derecho al exequátur, es decir, a modo del rey de España o Francia, con su Real Patronato, su placet, en fin, cuanto los tratadistas regalistas suponen en este orden atributo privativo de la soberanía, lo que, en realidad, en parte se arrogaron los monarcas y en parte reci- bieron por concesión o acuerdo con la Santa Sede. De ser estas las pre- tensiones, se comprende bien que desde Roma hicieran comprender a la Orden de San Juan y a su Gran Maestre cuál era su verdadera posición, y que este no era caso de dar al César nada que le correspondiera o que se arrogara, sino que, de insistir en tales pretensiones, el Papa supri- miría la Orden, secularizando las encomiendas, y para que no cupiese duda de esta actitud, el cardenal Secretario de Estado, a la hora antes de comer, en que recibía, rodeado de muchas gentes que pudieron fá- cilmente enterarse, manifestó claramente al abate de Saint-Laurent, Recibidor de la Orden de Malta, los propósitos de la Santa Sede. Pro- dujo su efecto y el Gran Maestre se apresuró a dar seguridades al in- quisidor y al Santo Padre de que ni él ni sus subordinados pensaban en novedades perjudiciales a los derechos de la Santa Sede sobre la Orden, y que el asunto íntegro se remitía para su examen a una con- gregación de caballeros, animados todos de sentimientos filiales hacia la Silla Apostólica.

Y como en casi todos los asuntos de la vida asoma siempre el in- terés o alguna pasión personal, atribuyóse el proyecto, contra el que Roma se había prevenido desde luego enérgicamente, a instigaciones del bailío de Lora, D. Pedro de la Cerda, marqués de la Vega de Ar- mijo, el cual quería vengarse de la negativa de Su Santidad a recibirle como embajador de Malta.

En realidad, ni Pinto ni mucho menos Jiménez de Tejada, pudie- ron seriamente imaginar proyectos de tal índole; pero había interés en las autoridades eclesiásticas de Malta en involucrar la justa reclamación de los Grandes Maestres con esas desatinadas pretensiones de sobera- nía independiente respecto de Roma. No por esto, e hizo bien y los hechos vinieron a darle la razón, cejaba Jiménez en sus trabajos de representación ante la Santa Sede para corregir los males causados por la conducta del Obispo y, en general sobre todo, el régimen eclesiás- tico del territorio maltés; y como español que era, y por el natural papel del monarca católico como defensor de la Orden, solicitó el apo-

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REVISTA VASCONGADA 367

yo de nuestra corte. En 17 de Septiembre de 1775 vémosle dando gra- cias a Grimaldi, el secretario de listado de Carlos III, por haber man- dado éste a Floridablanca, nuestro embajador cerca del Papa, que pro- teja las «justas instancias—dice Jiménez—que tiene en Roma pen- dientes mi Religión» y en general por su protección hacia «esta reli- giosa, sagrada Milicia (1).

Pero el buen Jiménez de Tejada, al firmar esa comunicación, al- bergaba ya en su seno el mal que había de llevarle dos meses escasos después al sepulcro. Fué sin duda la más ilustre víctima del motín de los clérigos que acababa de sofocar. Así no vió el fin de las negociacio- nes por él activadas para remediar la difícil situación que por la dis- cordia entre ambas potestades atravesaba la isla, y en verdad hubiera tenido que vivir todavía algunos años, tal vez más de los que verosí- milmente podía alcanzar, dada su edad y sus achaques, para lograr su noble aspiración. Acabaré de referir hasta su desenlace la marcha de estas negociaciones. Al subir el nuevo Gran Maestre Emmanuel de Rohan, de tan ilustre familia francesa, el embajador de Luis XVI en Roma, cardenal de Bernis, unió sus gestiones a las del español, conde de Floridablanca. Cuando éste poco después abandona su puesto para ocupar la primera secretaría de Estado, D. José Nicolás de Azara, agen- te de Preces, queda de encargado de Negocios y prosigue la labor de Moñino en pro de las peticiones del Gran Maestre de Malta. De su re- sultado nos da cuenta un despacho de 10 de Abril de 1777. Advirta- mos antes que el Papa había llamado anteriormente al Obispo de Mal- ta para que diese cuenta del abuso de las ordenaciones, pero en cuanto al régimen propuesto por el Gran Maestre, el Santo Padre se negaba al establecimiento del tribunal mixto para juzgar en materias eclesiás- ticas, compuesto del Obispo, Inquisidor y un caballero de San Juan: en todo lo demás daba satisfacción a lo que de justo tenían las peticio- nes de la Orden. «Se limita—decía Azara—el número de eclesiás- ticos, se ponen trabas al desenfrenado prurito de ordenar del Obispo, se aumenta la tasa sinodal, se quita el abuso de los patentados y exen- tos, se señala el corto número de iglesias que han de gozar del privi- legio de las inmunidades y, por fin, se señalan claramente los delitos exceptuados».

(Continuará.) MARQUÉS DE LEMA

(1) Archivo Histórico Nacional, papeles de Estado, legajo 6.207.

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REVISTA VASCONGADA 553

Aparra darizula

zeranean ari,

ez da giro izaten

ontzien gidari:

ayek azpiratuta

gañean igari

dabiltzanak itotzen

dituzu ugari.

Ederra zeralarik,

bai eta bearra,

amaikai ekartzen

diezu negarra:

berdiñ ondatzen dezu

gazte eta zarra,

etortzen zaitzunean

aldiarte charra.

Aurrena goramena

egiten genduan,

eta oraiñ bestera,

lenaren onduan:

udaran eguzkia,

ekaitza neguan,

gaitzkabeko onikan

ez degu munduan.

JOSÉ IGNACIO GARMENDIA

36

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554 EUSKAL-ERRIA

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(Continuación.)

Rohan, satisfecho en un principio de la gestión de los embajadores de las dos cortes, al conocer el Breve al cual se refería Azara en las an- teriores líneas, sin insistir en el establecimiento del tribunal mixto tal

como lo tenía propuesto la Orden, pretendía en otra forma constituirlo. Sus razones eran que, desconfiando del reglamento disciplinario con- cedido por el Breve, no por su contenido, cuya bondad no se atrevía a discutir, sino por el hecho de encargarse su ejecución al Obispo y al Inquisidor, dudaba de su eficacia, toda vez que éstos se hallaban inte- resados en torcerlo y desvirtuarlo. Pretendía por esto el Gran Maestre que se le autorizase a no recibir el Breve pontificio para juzgar de cau- sas menores. El reglamento encargaba el juzgar sin apelación de las causas menores a los dichos Obispo e Inquisidor, y Rohan pedía a Bernis y a Azara que el Papa expidiese otro Breve permitiendo que al menos entrase a formar parte del tribunal el Prior de Malta, contraba- lanceando así la acción de los otros dos jueces, y como insinuase hasta su propósito de no recibir el Breve ya dado, Bernis y Azara, de co- mún acuerdo, representaron a sus cortes contra las pretensiones del Gran Maestre, alegando con razón que, aprobado el reglamento disci- plinario por las dos cortes de Francia y España y estando tan firme el Papa en lo concerniente al tribunal eclesiástico, en modo alguno debía insistirse cerca de él sobre ese punto. Precisamente por esfuerzos de Floridablanca habíase obtenido ese reglamento para el remedio de los

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REVISTA VASCONGADA 555

abusos del clero maltés, a cambio de retirar toda pretensión referente al tribunal mixto que justamente repugnaba al Santo Padre, el cual, no obstante, como garantía de mayor imparcialidad, había unido al Obispo, que de otra suerte sería el único juez, la persona del Inquisi- dor. El cardenal de Bernis, por su parte, había sido quien propuso el texto del Breve que ahora no satisfacía a Rohan, Breve dirigido, no sólo al Gran Maestre, sino a los reyes de España y Francia, haciéndo- les así depositarios y garantes de la ejecución del reglamento discipli- nario. De no ser cumplidas sus prescripciones por las autoridades ecle- siásticas de Malta, el Gran Maestre podría quejarse al Papa y a los re- yes de ambas naciones.

La atribución privativa dada al Obispo y al Inquisidor no era, en efecto, contraria a la soberanía del Gran Maestre, pues que tales jueces no podían decidir sino con arreglo a la ley que el mismo Gran Maes- tre había solicitado y que los embajadores habían obtenido del Pontí- fice. Caso de faltarse a ella, podía acudir en queja el Gran Maestre: para él, como soberano, había siempre una apelación posible. Pero la pretensión de tener uno o dos individuos de su Orden en el tribunal eclesiástico o la facultad de suspender él, Gran Maestre, las sentencias eclesiásticas, constituía una torpeza, toda vez que daba pábulo a las acusaciones de independencia en lo eclesiástico que hacían a la Orden sus enemigos. Con estas cosas, al llegar el momento fatal, la Orden, que, a falta de las dos cortes católicas, se arriesgó hasta a buscar la protección de Pablo I de Rusia, no halló el apoyo verdadero de Roma y quedó su suerte a merced de la alborotada política europea de fines del siglo XVIII y principios del XIX.

Las cosas, pues, quedaron, vista la actitud de Bernis y Azara, que hicieron suya sus gobiernos, tales como las había resuelto el Breve, y éste fué, naturalmente, recibido en Malta. Pero el Papa hizo todavía algo más en obsequio del Gran Maestre: en 2 de Julio de aquel año (1777), se dirigió a él en un Motu proprio, en el que con los términos más claros, positivos y enérgicos, le ofrecía que en el caso de que la reforma no fuese puntualmente ejecutada por el clero de Malta, toma- ría Su Santidad todas las medidas, aun las más rigurosas, para hacer ejecutar y cumplir el Breve anterior.

La cuestión, sin embargo, se renovó en 1780. Aconteció que en la isla de Gozo, vecina y dependiente de Malta, un clérigo fué asesinado. Uno de los complices en el crimen fué aprehendido por la autoridad

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10 EUSKAL-ERRIA

EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE ESPAÑOL DE LA ORDEN DE

SAN JUAN DE JERUSALEM D. FRANCISCO JIMÉNEZ DE TEJADA

(Conclusión.)

Aunque variadas las circunstancias, aun podían los caballeros cum- plir con la más importante misión de su instituto combatiendo contra los corsarios berberiscos y coadyuvando a la acción de los estados cris- tianos contra los musulmanes del Mediterráneo. Así vemos su con- curso solicitado por los Gobiernos. Regentando todavía la Orden el Gran Maestre Pinto, Dinamarca pide el auxilio de las galeras de la Re- ligión contra la regencia de Argel (1771). Pero el anhelo de los caba- lleros de responder a sus votos y conservar la gloriosa tradición de la Orden, tenía que ser moderado para las mismas circunstancias en que se desenvolvía la política europea en el Mediterráneo con relación a los turcos y berberiscos. Reducido el poder de los primeros hasta el punto de no ser ya un peligro para Europa, respondiendo a esta debilitada situación la política moderada de la Puerta, agitabase sólo la cuestión de la seguridad de la navegación en el Mediterráneo, y para cada na- ción la de sus particulares intereses comerciales con los estados del Norte de África. De aquí que pasara cada nación por situaciones varia- bles con relación a estos estados africanos, ya de guerra, ya de paz, ya de hostilidad más o menos sorda según la alternativa conducta de los regentes de esos estados y la conveniencia particular de cada nación, mirando a sus intereses exclusivos. Nada de acción común o siquiera coincidente entre todas, teniendo en cuenta únicamente la condición de infieles de esos pueblos berberiscos, contra los que hallábanse obli- gados los cristianos a defender la fe común. Esta era, por el contrario, la razón de ser, el fin exclusivo de la milicia hierosimilitana.

Al consultar con España la petición de Dinamarca (1) de que la

(1) Nota de Melgarejo, Embajador de Malta, de 10 de Marzo de 1771. Archivo Histórico Nacional, papeles de Estado, leg. 4.292.

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REVISTA VASCONGADA 11

Orden uniese sus fuerzas navales a las danesas, permitiendo al mismo tiempo a esa nación que armase en Malta embarcaciones a reino, Gri- maldi, nuestro secretario de Estado, se muestra conforme con la nega- tiva del Gran Maestre a la última de esas demandas de Dinamarca, y respecto a la de coadyuvar con las naves de la Orden a la acción de esa nación sobre Argel, su parecer se inclina a que explique Dinamar- ca sus propósitos, es decir, si va a realizar una perra continua con Argel o si, por el contrario, busca en las hostilidades un medio de lle- gar a la paz, en cuyo caso la Religión no puede cooperar a su acción, toda vez que por su instituto debe guerrear constantemente contra los infieles, como lo hacían entonces, por su parte, España y Nápoles.

Esta respuesta, lógica en la doctrina, muestra bien cómo las nacio- nes miraban por sus intereses muy principalmente, incluso España, pues, si nuestras relaciones con Argel y otros estados berberiscos eran de hostilidad, las que guardábamos con Marruecos, no menos infiel que Argel o Túnez, eran, en los momentos en que Grimaldi daba el consejo antes indicado a la Orden de San Juan, de completa paz y aparente cordialidad. Databa esta situación de cosas desde 1766. Preva- leció en los consejeros de Carlos III la política de aproximación a Ma- rruecos, ya que el estado de guerra traía grandes males a nuestro co- mercio en el Estrecho y ponía en grave peligro nuestras plazas y pre- sidios en la costa de África, hasta tal punto que el conde de Aranda defendía la conveniencia de arrasar a Melilla, el Peñón y Alhucemas, abandonándolos después, conservando sólo a Ceuta y Orán, y había quienes defendían nuestro completo apartamiento del territorio y de los asuntos marroquíes. Afortunadamente para el porvenir de España, el sentir general de los hombres de armas y de los que por misión evangélica o por los estímulos del comercio conocian a Marruecos,

prevaleció sobre la opinión de algunos consejeros y golillas, y aun so- bre la del testarudo vejestorio que, tanto por sus defectos como por sus cualidades, influyó en nuestra política de aquellos tiempos. Las buenas disposiciones que mostró Sidi Mohamed, sultán, o como se decía entonces entre nosotros, rey de Marruecos, fueron aprovechadas para asentar nuestras relaciones con él por medio de un tratado, nego- ciado por nuestro famoso marino D. Jorge Juan, cuya embajada a Ma- rruecos es merecidamente recordada en los anales de nuestra historia en relación con el Mogreb. Pero el Sultán, en cuanto creyó con-

veniente otra cosa, a los siete años de firmado aquel tan solemne Tra-

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12 EUSKAL-ERRIA

tado, manifestó con sin igual frescura que, impulsado por sus correli- gionarios de Argel y del Rif, había aceptado su modo de pensar en cuanto a que la tierra musulmana no fuese hollada por ningún infiel; es decir, nos invitaba sencillamente a dejar nuestra plaza de Melilla, so pena, en caso contrario, de que nos moviese guerra; pero, caso curio- so para nuestro concepto de la dignad de las naciones y nuestros prin- cipios sobre las relaciones internacionales, el marroquí, con cierta sin- gular lógica, advertía que, siendo la tierra mogrebina el objetivo de sus esfuerzos, en nada consideraría, por lo que al mar se refería, alteradas las estipulaciones de su tratado con España. Semejante criterio es claro que no podría hallar igual acogida en el Gobierno de Carlos III. Fué entonces cuando tuvo lugar aquel largo y glorioso sitio de Melilla, que resistió la corta guarnición frente al propio emperador de Marruecos, que frente a sus muros había reunido una crecida hueste bien armada, pues que contaba con buen número de piezas de artillería, en un prin- cipio, y hasta que fué reforzada la plaza, superiores a las que contaba ésta para su defensa. Nuestra escuadra, cuando el temporal lo permi- tió, prestaba grande ayuda a los sitiados, y su artillería hacía bajas con- siderables entre los sitiadores. Noticioso Jiménez de Tejada, el Gran Maestre de Malta, de la guerra declarada entre España y Marruecos, dió desde luego orden a dos de sus navíos para que viniesen a las costas de España para unirse a nuestra escudra contra el rey de Marruecos, y ordenó a su embajador, D. Fernando Melgarejo, que ofreciese al Go- bierno de S. M. C. el auxilio de las galeras de la Orden, si así lo cre- yese aquél conveniente a la defensa de sus territorios. (Nota de 6 de Abril de 1775.) Pero días antes, el 27 de Marzo, había tenido ya noti- cia el Gobierno de Madrid del levantamiento del sitio de Melilla por el rey de Marruecos, y en los días en que se recibieron las ofertas del Gran Maestre, sabíase que Sidi Mohamed buscaba de nuevo el reanu- dar las relaciones pacíficas con España. De aquí que Grimaldi, no obs- tante agradecer las generosas ofertas de la Orden, hubo de declinarlas,

por no ser ya necesarias sus fuerzas navales, pero cuidaba de añadir que el Gran Maestre podía emplear separadamente sus naves y caballe-

ros en contra de los estados berberiscos, si así lo deseaba la Orden. Esta advertencia obedecía a que ya se meditaba por el Gobierno espa- ñol sobre la necesidad de castigar a la regencia de Argel, a la que juz- gaba promovedora de la súbita mudanza del rey de Marruecos, vio- lando el tratado obra de D. Jorge Juan, propósitos muy lógicos y plau-

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REVISTA VASCONGADA 13

sibles si los preparativos y la dirección hubiesen correspondido a la magnitud de la empresa, pero que, por falta de previsión y acierto, nos condujeron a la desdichada expedición argelina, que fué uno de los graves fracasos, con ser muchos los de su reinado en el orden in- ternacional, del Gobierno de Carlos III.

Pero Jiménez de Tejada, además de virtuoso y celoso Gran Maes- tre, era un buen español, y, a pesar de la respuesta de Grimaldi, or- dena que vengan a Alicante todas las fuerzas disponibles de la Orden, es decir: tres navíos y cuatro galeras, «para que S. M. las emplee en los usos que quiera». Así lo comunica Melgarejo a Grimaldi en 7 de Agosto de 1775. Acompañaba una carta para el rey del Gran Maestre, en la que sus sentimientos como español y jefe de tan veneranda mi- licia resplandecían. Mas ya ¿para que? En el mes anterior a Julio se había desenlazado tristemente la empresa contra Argel, y no por falta de naves, sino por desconocimiento del terreno; por mal orden y tor- peza en el desembarco, después de perdidos muchos días frente a la plaza, como se habían perdido antes en Cartagena; por haber fracasado la sorpresa que se creyó posible; por impericia militar para combinar debidamente la acción de la escuadra con la del ejército. Así es que nuestro secretario de Estado contesta en 14 de Agosto agradeciendo al Gran Maestre el espontáneo envío de las naves, que ya no podían ser aprovechadas, con lo cual hubieron de regresar a Malta, pero no a tiempo de encontrarse allí pra el 9 de Septiembre, fecha en que los descontentos clérigos, confiados por la ausencia de la flota, promue- ven la rebelión que he descrito anteriormente.

De ella, ya lo he indicado antes, fué la más ilustre víctima el no- ble navarro que gobernaba la Orden de San Juan. Sobre sus sesenta y dos años y los achaques propios de la edad, los sinsabores y desenga- ños que el alzamiento habíale producido, la necesidad de reprimir si- quiera moderadamente la criminal intentona, los ataques injustos de que fué objeto por los que tuvieron interés en tergiversar su conducta, sumiéronle en honda tristeza y abatimiento, en los que fué su único consuelo la aprobación que su conducta mereció del Pontífice, símbo- lo de la cual fueron los signos honoríficos de la Espada y el Casco, que recibió, y prueba clara la llamada a Roma del obispo de Malta y el formársele causa por sus contiendas con el Gran Maestre, que tan

Page 26: SAN JUAN DE JERUSALEM - Gipuzkoa Kulturameta.gipuzkoakultura.net/bitstream/10690/73637/1/AM_321642.pdf · Europa ante el peligro musulmán, se esforzaban los Papas, desde Ca- lixto

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grave escándalo para la Iglesia habían acarreado. No puede causar ex- trañeza que en el Libro de defunciones de la Orden, dos meses con posterioridad al motín de 9 de Septiembre, pudiese inscribirse la si- guiente partida :

«Die IX Novembris 1775. »Emus. et Rmus. m: magister Fr. Franciscus Ximenes de Texada

Vde Linguae Aragoniae Bajulious et Navarrae Prior in septuagesimo secundo aetatis anno pulmuniaca febre corruptus omnibusque S. Ma- tris Ecclesiae Sacramentis roboratus animan suamcreatori constan- tissime reddidit: ejus cadaver in aula sua Palatii die decima expostum ut de more, die vero undecimo cum solito functi pompa in nra majo- ri ecclesia delatum post missamsolemnemcaeterasque exequias in sa- cello S crucis sepulturani habuit.»

Esas solemnidades fueron las últimas que rodearon su cadáver, por- que éste reposó en el subterráneo de la iglesia, cubierto con una lápi- da lisa sin inscripción. No se le erigió sepulco ni monumento alguno. Poco tiempo quedaba de vida independiente a la Orden, pero el sufi- ciente para haber tributado el homenaje de un monumento funerario al ilustre varón que en su larga vida la honró y en su corto magisterio de treinta y tres meses defendió sus prerrogativas e intereses y procuró sostener su buen nombre.

Con la muerte de Jiménez de Tejada decayó notablemente la in- fluencia de las lenguas españolas en la Orden. Seguramente fué un bien: asi cupo menos parte a sus caballeros en la ignonimia de los que, ganados de antemano entregaron la isla a los franceses mandados por Bonaparte. Es de creer también que un Jiménez de Tejada no hubiese imitado en su desairada fuga a Hompesch, el último Gran Maestre. Cuando, después de la paz de Amiens, convino a Bonaparte la reins- talación de los caballeros en su antigua isla para arrancarla así a los in- gleses y se trato de que Rusia primero, Nápoles después, quedaran como naciones protectoras de ella, España miraba ya sin interés este asunto: Carlos IV había ya, por Real decreto de 20 de Enero de 1802, nacionalizado las dos lenguas españolas e incorporado a la Corona el Gran Maestrazgo. Y los ingleses, es sabido que no se movieron y aún siguen dueños de la isla que fué el último baluarte eje los en un tiem- po esforzados y famosos caballeros de San Juan de Jerusalem.

MARQUÉS DE LEMA