Roberto Rguez Guerra. Argumentos y límites éticos para una reconstrucción de la política

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    ARGUMENTOS (Y LMITES) TICOS PARAUNA RECONSTRUCCIN DE LA POLTICA

    Roberto Rodrguez Guerra

    Mucho se ha escrito sobre los problemas e insuficiencias de la democracia en lassociedades desarrolladas de este fin de siglo. Sobre ella se ha dicho, hace ya ms deuna dcada, que atraviesa una fase de profundo malestar e, incluso, de crisisprovocada no solo por sus promesas no mantenidas1, sino tambin por la, ya casicrnica, insuficiente participacin poltica de la ciudadana. En efecto, pese a que

    desde su propios orgenes la democracia ha llevado en su seno el ideal de participa-cin, pocas son las dudas actualmente existentes en torno al avance de la pasividad,apata e indiferencia polticas. Es muy probable que stas se deban a que an estamosen aqul perodo de decepcin y descontento ante lo pblico que segn A. O.Hirschman se inici a mediados de la dcada de los setenta2. Seguramente tambinestn relacionadas con la actual conversin de la democracia en un espectculomeditico protagonizado por profesionales de la poltica en el que los ciudadanosquedan reducidos a espectadores pasivos y meros consumidores de mensajes electora-les frecuentemente vacos3. Del mismo modo, tampoco pueden ignorarse las escasas

    posibilidades de participacin que ofrecen las propias democracias liberales y la pro-funda burocratizacin y crisis de los partidos polticos, tradicionalmente concebidoscomo instrumento fundamental para la participacin poltica. Por otra parte, noparece ser menos importante la creciente tendencia de la ciudadana a asociar la actualforma de hacer poltica, sin que para ello le falten mltiples razones y ejemplos, con lacorrupcin, la demagogia, la mentira, el clientelismo, etctera. Por ltimo, no convie-ne obviar como seala F. Quesada4 la amarga experiencia que ha supuesto lavivencia histrica de la poltica durante el presente siglo, en el que la guerra y laviolencia han venido a ocupar y suplantar hasta nuestros das un eje central de lademocracia: el espacio publico. Sin embargo, aunque estrechamente relacionado con

    todos estos fenmenos y procesos histricos, creo que otra de las causas esencialesdel desencanto, alejamiento o rechazo de la poltica por parte de la ciudadana ha sido

    1 N. Bobbio, Le promesse non mantenuti della democrazia, Mondoperaio, n 5, 1984, pp.100-105. Cfr. tambin El futuro de la democracia, Barcelona, Plaza & Jans, 1985.2 A.O. Hirschman, Shifting Involvements. Private Interest and Public Action, Princeton, PrincetonUniversity Press, 1982.3 Sobre este particular pueden consultarse, entre otros muchos, el sugerente anlisis de T.H.

    Qualter enAdvertising and Democracy in the Mass Age, London, MacMillan, 1991.4 Reconstruccin de la democracia, en F. Quesada, ed., Filosofa poltica I: Ideas polticas ymovimientos sociales, Madrid, Trotta, 1997, p. 235 y ss.

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    el triunfo y la hegemona de una concepcin y prctica de la poltica plenamentepresente en el liberalismo conservador contemporneo5 (aunque no slo en l) y ca-racterizada: de un lado, por una imagen de lo poltico como un mbito de actividadcircunscrito al estado, el gobierno y sus instituciones; de otro, por una idea de lapoltica como forma de accin estrechamente relacionada con el ejercicio del podery con la lucha y conflicto entre intereses individuales y contrapuestos; y, finalmen-te, por una nocin de la poltica como actividad especializada y de especialistas,esto es, a desarrollar por una clase o lite poltica constituida por los polticospresentes en cualesquiera de las instituciones del estado6.

    Ante el triunfo de dicho modelo liberal-conservador de poltica cabe, como pareceque as ha sucedido de forma importante en nuestras sociedades, la salida de la polticay el repliegue hacia la privacidad y la intimidad, esto es, la bsqueda de un dominio

    privado que, totalmente al margen de los asuntos colectivos y de las interferencias exter-nas, es concebido como el autntico, si no el nico, espacio para el desarrollo de laindividualidad. Pero la reclusin en el mundo de lo privado puede tener como aduce H.Bjar7 consecuencias decisivas. Podra implicar, entre otras cosas, la renuncia a desa-rrollar todas las facetas de la personalidad, adems de una propensin a la indiferencia yla pasividad frente al mundo, un cierto triunfo del hasto y el cinismo polticos, un difusosentimiento de impotencia en relacin al entorno, el abandono paulatino de la arenapblica y la ciudadana, la creciente insensibilidad hacia lo social, la extensin de laindiferencia y la apata polticas, etctera. Precisamente por tales consecuencias o peli-

    gros parece claro que el rechazo y la crtica del modelo liberal-conservador de polticano debera llevarnos al rechazo de la poltica en s o al alejamiento radical de todaforma de hacer poltica. Por otra parte, poca duda cabe como sugiere Victoria Camps8de que el individuo contemporneo, quiralo o no,

    se encuentra sometido a los imperativos de una legislacin positiva, al reglamento deuna Administracin pblica, a las decisiones de un gobierno, recibe los servicios de unEstado y, sobre todo, tropieza con una serie de problemas, conflictos y carencias queslo pueden ser tratados y resueltos colectivamente.

    5 He analizado los aspectos centrales de la concepcin liberal-conservadora de la poltica en miTesis Doctoral:Liberalismo y poltica. Un estudio de la concepcin de la poltica del liberalismoconservador contemporneo, Universidad de La Laguna, 1995.6 Uso aqu la distincin que P. Rdenas (Definicin de la poltica, en Suplementos nthropos,n 28, 1991, pp. 71-80) ha establecido entre lo poltico (conjunto de estructuras, esferas einstituciones donde se desarrolla la actividad poltica), la poltica (forma especfica de relacinsocial y accin humana, esto es, conjunto de actividades, tericas y prcticas, desarrolladas enel mbito de lo poltico) y los polticos (sujetos y agentes de la poltica).7 H. Bjar, El mbito ntimo. Privacidad, individualismo y modernidad, Madrid, Alianza, 1988,pp. 235 y ss.8 V. Camps, Virtudes pblicas, Madrid, Espasa, 1990, p. 22.

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    En realidad, apunta V. Camps, aunque la vida privada ocupe hoy da un espacioms amplio del que probablemente ocup hace dcadas, no podemos ignorar que tam-bin existe un espacio pblico del que no es lcito desentenderse. As las cosas, elrechazo de la actual forma hegemnica de concebir y practicar la poltica aconseja,ms que desentenderse de la poltica, realizar un considerable esfuerzo por argu-mentar en pro de su reconstruccin sobre nuevas bases. Pero, en mi opinin, si talreconstruccin quiere evitar los errores e insuficiencias del modelo de poltica actual-mente hegemnico, cuya base parece ser la tesis de que quin hace poltica pacta conlos poderes diablicos que acechan en torno de todo poder (Weber) o tiene que en-suciarse las manos, incluso de sangre hasta los codos (Sartre)9, debe comenzar porhacer suya una perspectiva tico-normativa acerca de la poltica. Eso es precisa-mente lo que pretenden las siguientes pginas cuyo objetivo no es, por tanto, reflexio-

    nar sobre lo que la poltica realmente es, cosa sobre la que, por otra parte, algo acaba-mos de decir, sino ms bien apuntar algunas ideas en torno a lo que la poltica ideal-mente debe ser. Y lo hacen no slo desde la conciencia acerca de laproblematicidad ytensin que caracteriza a las relaciones entre la tica y la poltica10, sino tambin desdela firme conviccin de que si se despoja a la filosofa y teora polticas de toda orien-tacin tico-normativa no podrn satisfacer una de sus tareas fundamentales: ofrecer-nos ideas regulativas y horizontes utpicos que sirvan para orientar nuestro quehacerpoltico individual y colectivo. Despus de todo, quiz haya que reconocer con F.Quesada11 que la filosofa poltica, sin referentes de motivaciones que orienten la

    accin poltica, slo sirve para reforzar el dominio tcnico y la pasividad de los indi-viduos al legitimar una retirada a identidades particulares.En lo que se acaba de indicar late, sin duda, una honda preocupacin por uno de

    los principales problemas con que tropieza la teorizacin actual acerca de la poltica,a saber: el de un enfoque supuestamente cientfico, emprico o realista segn el cual lonico que en filosofa, teora o ciencia poltica cabe hacer es constatar, describir yexplicar la poltica tal cual es o, cuando ms, dilucidar los requisitos sociales y eco-nmicos de la democracia12. Dicha perspectiva, adems de que puede ocultar un

    9 M. Weber, El poltico y el cientfico, Madrid, Alianza, 1986, p. 173; J.P. Sartre, Las manossucias, Madrid, Alianza, 1987, pp. 179-183.10 J.L. Aranguren, tica y poltica, en Obras Completas, vol. 3, Madrid, Trotta, 1995, pp. 59, 78y ss. Problematicidad que al decir del profesor Aranguren est fundada en una tensin decarcter general: la de la vida moral como lucha moral, como tarea inacabable y no comoinstalacin, de una vez por todas, en un status de perfeccin.11 La filosofa poltica hoy: recuperacin de la memoria histrica,Arbor, n 503/504, 1987,p. 15.12 Vanse a este respecto los trabajos pioneros de S.M. Lipset (Political Man. The Social BasesofPolitics, Baltimore, John Hopkins, 1960) y G. Almond-S. Verba (Civic Culture: PoliticalAttitudes and Democracy in Five Nations, Princeton, Princeton University Press, 1963).

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    intento de legitimacin y justificacin acrtica de las concepciones y prcticas polti-cas existentes, encubre la tesis de la imposibilidad de cualquier relacin fructferaentre la tica y la poltica13, as como el rechazo a todo afn de reconstruccin de lapoltica sobre bases distintas a las actuales. Es cierto que los estudios empricos acercade la poltica (aunque no slo ellos) han aportado un importante caudal de conoci-mientos en torno a la realidad de la poltica. Sin embargo, tales conocimientos pocopueden decirnos sobre qu debemos hacer. Pueden ayudarnos a conocer qu hacemosy cmo actuamos en poltica, pero nada podrn indicarnos acerca de cmo debemosorientar nuestro quehacer poltico. Y es aqu donde se hace radicalmente imprescin-dible una perspectiva crtica y normativa de la poltica. Sin embargo, desde mi puntode vista tal perspectiva ha de evitar, al menos, tanto la tentacin de disolver la polticaen la tica sosteniendo que es posible encontrar un fundamento tico, ltimo e incon-

    testable, para nuestro quehacer poltico como la inclinacin a separar tajantemente ala poltica de la tica. La poltica, sin que por ello se encuentre plenamente divorciadade la tica, tiene su propia racionalidad e identidad. Consta, entre otras cosas, de acuer-dos, negociaciones, compromisos y pactos de carcter coyuntural, histrico o contin-gente. Ahora bien, no todo acuerdo o prctica poltica es moralmente aceptable. Elproblema sera entonces cmo diferenciar entre unos y otros. A este respecto me gus-tara defender con V. Camps14 que aunque es muy probable que no sepamos concerteza hacia dnde hay que ir o qu hemos de hacer, s sabemos qu es lo que no nosgusta y lo que no debera tolerarse ni permitirse. A este respecto creo que la tica

    tiene un decisivo papel en su relacin con la poltica, esto es, estoy sugiriendo que loque la tica puede aportar a la poltica es cierta condicin limitativa, ciertos lmi-tes que, en caso de conflicto entre la una y la otra, seran irrebasables. Lmites que,sin duda, deberan dar lugar a la actitud de aqul weberiano hombre maduro, conplena responsabilidad por las consecuencias de sus acciones pero tambin con firmesconvicciones, que, puesto que no est interiormente muerto, es capaz de decir: nopuedo hacer otra cosa, aqu me detengo15.

    Quisiera proponer aqu la idea de que la concepcin y prctica triunfantes de lapoltica quiz deba ser sustituida, como en diversas ocasiones ha sealado P. Rdenas16,por una perspectiva poli()tica o como ya sealara I. Kant por decirlo con fuste

    13 Un mapa de las diferentes soluciones que histricamente se han ofrecido a la cuestin delas relaciones entre la tica y la poltica puede encontrarse en N. Bobbio, tica y poltica,en Elogio de la templanza y otros escritos morales , Madrid, Temas de Hoy, 1997, pp. 101-138. Cfr. tambin las reflexiones del profesor Aranguren en tica y poltica, en ObrasCompletas, op. cit.14 V. Camps, op. cit., p. 9.15 M. Weber, op. cit., p. 176.16 Poli()tica, o el trnsito del inters a la legitimidad,Laguna, n 2, 1994, pp. 23-38. Vasetambin Los lmites de la poltica, en F. Quesada (ed.): Filosofa Poltica I: Ideas polticas ymovimientos sociales, op. cit., pp. 75-96.

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    clsico17 por una poltica moral, esto es, por una poltica que, en caso de conflicto,rinda pleitesa a la moral. Frente a la concepcin y prctica hegemnicas de lapoltica, sostendr que cualquier intento de reconstruccin de la poltica debe brotarde una reflexin crtica, ticamente fundada y discursivamente razonada sobre losmedios y los fines que orientan nuestro quehacer poltico. Pero, frente a aquella tenta-cin de encontrar un fundamento ltimo a nuestro quehacer poltico, creo que no esposible aceptar sin ms la bondad de cualquiera de los mltiples, y frecuentementecontradictorios, fines e intereses, individuales o colectivos, que pueden orientar nues-tra accin poltica. Parto, por el contrario, del pluralismo de valores y de la diversidadde fines, as como del carcter social e histrico de los mismos, para, a rengln segui-do y pretendiendo alejarme tanto del relativismo como del trascendentalismo, soste-ner que, a pesar de ese pluralismo y diversidad, es posible aducir razones pblicas para

    justificar que unos f ines e intereses podran ser ms razonables, estaran ms justifi-cados y seran ms justos y legtimos que otros.

    Ms adelante volver sobre estas cuestiones. Por el momento me gustara indicarque el argumento bsico que orienta tal intento de reconstruccin de la poltica es quesi, por una parte, debemos realizar un constante y renovado esfuerzo para justificarpblica y argumentativamente los fines y los objetivos que podran orientar nuestroquehacer poltico, por otra, la fundamentacin de stos no es, en modo alguno, def ini-tiva o absoluta. En principio, creo que nicamente es posible una fundamentacinnegativa que podra tener su origen, tal y como entre nosotros ha sugerido J.

    Muguerza18

    , en la aceptacin del imperativo categrico de los fines propuesto por I.Kant en la Fundamentacin de la metafsica de las costumbres, esto es, en aquellaformulacin del imperativo categrico que prescribe: Obra de tal modo que uses lahumanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre comoun fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio. Es este un imperativoque, como es sabido, obliga a tratar a los hombres como un f in en s, es decir: comopersonas que no pueden ser usadas meramente como medios para la satisfaccin deotros fines sino, por el contrario, como seres que no tienen precio, sino dignidad.

    Ahora bien, dicho lo anterior acaso sea necesario precisar algunas cuestiones.Convendra, en primer lugar, tener en cuenta que el imperativo tico de los f ines

    (claramente distinto del de la universalidad19) autorizara al decir de J. Muguer-za20, de manera indirecta y por va negativa,

    17La paz perpetua, Madrid, Tecnos, 1989, p. 60.18 La obediencia al derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusin en un debate),Sistema, 70, 1986, pp. 27-40. Vase tambin La alternativa del disenso, en J. Muguerza yotros, El fundamento de los derechos humanos, Madrid, Debate, 1989, pp. 19-56.19 Imperativo que seala: Obra de tal modo que la mxima de tu voluntad pueda valer siempre,

    al mismo tiempo, como principio de una legislacin universal (I. Kant, Crtica de la raznprctica, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, p. 50).20Op. cit., 1986, p. 37.

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    a desobedecer cualquier regla que el individuo crea en conciencia que contradice aquelprincipio. Esto es, lo que en definitiva fundamenta dicho imperativo es el derecho a decirNo, y de ah que lo ms apropiado sea llamarle [...] el imperativo de la disidencia.

    Pero, por otra parte, tambin convendra tener presente que dicho imperativo denuevo con J. Muguerza21

    no es en manera alguna tan formal como suele decirse, pues prescribe, o mejordicho proscribe, con bastante nitidez, lo que debemos, o ms exactamente no debe-mos, hacer, admitiendo de hecho tantos contenidos cuantas formas ha habido, pordesgracia, de instrumentalizar al hombre a todo lo largo de la experiencia moral de lahumanidad, desde la explotacin econmica o la opresin poltica a la depauperacin

    cultural o la objetualizacin sexual, por citar algunas de entre ellas.

    El imperativo tico del disenso podra constituir, pues, un adecuado punto departida para ofrecer respuesta al qu hacer (o, mejor an, al qu no hacer), si es quealgo se debe hacer (o no hacer), en y a travs de la poltica. De esto ltimo me ocuposeguidamente, pero no antes de reiterar que, pese a la fuerte crisis de credibilidad porla que atraviesa actualmente la poltica y frente a las tesis liberal-conservadoras enfavor su fin o destronamiento (M. Rothbard, D. Friedman, F. Hayek), sta no slosigue siendo una forma de pensamiento y actividad radicalmente necesaria e incluso

    ineludible mientras vivamos en sociedad y seamos personas libres. Constituye tam-bin, como ya he indicado, una dimensin y forma de actividad imprescindible paranuestro pleno autodesarrollo moral y social, as como para la organizacin y orienta-cin del devenir colectivo. De ah que, a menos que renunciemos a nuestra propiadignidad y condicin de seres humanos y a menos que optemos por degradar nuestrostatus de ciudadanos al de meros sbditos y servidores de lo que otros deciden pornosotros, parece que hemos de seguir siendo animales polticos (o sea: seres socia-les), y que la cuestin de qu hacer o no hacer en (y a travs de la) poltica debeconstituir una de las preocupaciones constantes de todo ser humano y, como no podaser menos, de la filosofa poltica contempornea22.

    21Ibid., p. 36. Por todos es sabido que la fundamentacin muguerciana del imperativo de ladisidencia est estrechamente unida a las sugerencias que sobre la obediencia al derecho harealizado el profesor Gonzlez Vicn. La tesis bsica al respecto reside en que en opinin delprofesor Gonzlez Vicn (La obediencia al Derecho en Estudios de Filosofa del Derecho,La Laguna, Universidad de La Laguna, 1979, p. 388) mientras que no hay un fundamentotico para la obediencia al Derecho, si que hay un fundamento tico absoluto para sudesobediencia. Este fundamento est constituido por la conciencia tica individual.

    22 De hecho, debera tenerse presente aqu que como nos recuerda el profesor Aranguren(tica y poltica, op. cit., p. 72) el hombre es constitutivamente poltico y lo nico queconsigue con la abstencin es continuar sindolo, slo que deficientemente. En realidad, el

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    Pero, a pesar de lo hasta aqu sealado, parece necesario intentar ir un poco msall. Dicha necesidad brota del hecho de que mientras la tica acaso se caracterice por suinactualidad y contrafacticidad23, la poltica quizs se defina por su pretensin deconstante actualidad y urgencia, por la necesidad de dar respuesta a los problemas coti-dianos y no tan cotidianos a que se enfrentan nuestras sociedades. En poltica no parecesuficiente (ni acaso deseable) que nuestro quehacer sea siempre y exclusivamente decarcter negativo o, dicho de otra forma, de evaluacin crtica frente a las normas,leyes y acuerdos existentes. La poltica no slo exige la crtica ticamente fundada.Exige tambin la determinacin de fines socialmente deseables, la negociacin de ( y elcompromiso con) los mismos y, sobre todo, la puesta en prctica de los mismos. Msadelante me referir de nuevo, si bien de forma esquemtica, a esta cuestin. Por elmomento cabe resumir sealando que en poltica, una vez descontado aquello que por

    motivos ticos no debemos hacer, es preciso que procedamos en palabras de P.Rdenas24 al diseo constructivo de fines objetivos racionales y justos.

    El imperativo de los fines o, en ltima instancia, la dignidad de las personas seconstituira as en el lmite tico de la poltica. Pero dicho imperativo, que insistonos impide instrumentalizar a los dems, podra ser interpretado como una mxima quenos incita, aunque no nos obliga, a actuar polticamente en pro de tales fines. Nos incitay no nos obliga porque como advierte J. Muguerza25 la formulacin negativa del im-perativo categrico kantiano apunta a destacar que el principio de universalizacin

    est al servicio de la deteccin de aquello que los individuos no podran querer que seconvierta en ley moral universal, en tanto que las mximas no as prohibidas no podranaspirar a ser consideradas moralmente obligatorias para todo el mundo [...] sino a losumo a servir de expresin de aquello que estarapermitido hacer.

    Estaramos, de este modo, ante la posibilidad de establecer una pluralidad demximas de accin que no nos estn prohibidas en tanto que su aplicacin no implicainstrumentalizar a otras personas ni violar su dignidad. Ahora bien, para que esasmximas puedan ser legtima y polticamente establecidas necesitaran del acuerdo

    hombre apoltico, a su pesar, opera polticamente: bien dejando hacer, bien desde fuera, enun grupo de presin, sin asumir responsabilidad poltica.23 J. Muguerza,Desde la perplejidad (Ensayos sobre la tica, la razn y el dilogo), Madrid,FCE, 1990, p. 328. De lo cual, como el propio J. Muguerza se encarga de destacar, en modoalguno se sigue que no quepa obtener algn que otro provecho de ella pues, entre otras cosas,acicatea nuestra insatisfaccin ante la situacin actual (del) mundo y nos invita a no aceptarcomo incontrovertible su presente facticidad, la positividad de lo que el mundo es en esteinstante (p. 329).24Op. cit., 1991, p. 76.25 De la conciencia al discurso: un viaje de ida y vuelta? (Algunas reflexiones en torno a lateora de los usos de la razn prctica de Jrgen Habermas), manuscrito.

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    efectivo, aunque no necesariamente unnime, de los miembros de la comunidad. Estoltimo nos conduce, sin duda, a la necesidad e importancia de la argumentacin ydeliberacin pblica acerca de los fines que esas mximas pueden establecer. Perotambin nos remite a la posibilidad del desacuerdo y el disenso, dado que cualquieracuerdo entre los miembros de una sociedad acerca de los fines que colectivamentecabe perseguir debe contar con el hecho de que, independientemente de lo mayoritarioque sea, siempre podr ser desobedecido por el individuo. Y ante tales situacionescreo que la tarea de la crtica quizs no consista tanto en aplaudir los acuerdos, quesiempre seran sospechosos de dominio de unos sobre otros como en constatar yprofundizar en los desacuerdos, puesto que, en el fondo de ellos, se encuentra un yoque se resiste a perderse en la identidad colectiva26.

    El imperativo tico del disenso ofrece, de este modo, un fundamento poli()tico a

    la crtica de (y a la disidencia frente a) la opresin, la guerra, la pobreza, la desigual-dad o el hambre. Ofrece adems, por va negativa, la posibilidad de construir yestablecer fines y objetivos de corto y largo alcance, as como de realizar accionespolticas (individuales o colectivas) destinadas a conquistar y preservar la dignidad delas personas. No obstante, quizs sea conveniente insistir aqu en que tales deberes yhaceres poli()ticos descansan nicamente sobre fundamentos ticos que no parten deninguna otra cosa que no sea la conciencia individual, por lo cual la determinacin yaprobacin de dichos fines y objetivos est siempre sujeta a la deliberacin interna yexterna, a saber: a la aceptacin tanto individual como pblica pues, dado que no son

    de obligado cumplimiento individual y dada la pluralidad de concepciones del bien,podran ser objeto de crtica, disidencia y resistencia por parte de uno o ms indivi-duos. Seran fines y objetivos sobre los que habra que dar razones que, ciertamen-te, no seran definitivas ni absolutas. Podran ser, por el contrario, razones ticamenterelevantes, histricamente situadas, democrticamente definidas e individualmenteaceptadas o formuladas. Por otra parte, los acuerdos sobre los fines u objetivos social-mente deseables, generados a travs de ese proceso de argumentacin y decisin p-blica, en modo alguno seran eternos e inmutables. Por el contrario, seran acuerdoscontingentes, provisionales, sujetos al devenir histrico y a su posible modificacinpor parte de la ciudadana.

    Es obvio que todo lo anterior presupone una concepcin y una prctica democr-tica de la poltica basada en la doble exigencia de, por una parte, dar entrada a laconstante y sempiterna deliberacin pblico-racional entre individuos libres e igualesacerca de los f ines y de los objetivos que deben orientar el quehacer poltico interindi-vidual, as como a la aprobacin democrtica de los mismos; y, por otra, garantizar laparticipacin efectiva, libre e igual de los ciudadanos en la determinacin de talesfines, as como la posibilidad de la crtica y el disenso e, incluso, la desobediencia y laresistencia activa (individual o colectiva) frente a aquellos actos, leyes u objetivos

    26 V. Camps, tica, retrica y poltica, Madrid, Alianza, 1988, p. 33.

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    cuencia, reduce la poltica a la ya clebre idea de continuacin de la guerra por otrosmedios o, para expresarlo con palabras de J. Strats29, a la realizacin ordinaria dela enemistad por otros medios que, si bien es cierto que son distintos de la violenciafsica, no por ellos dejan de ser obstaculizadores del dilogo, el entendimiento y lasolidaridad.

    Una concepcin crtica de la poltica que pretenda superar tales inconvenientesdebera, al menos, partir de la hiptesis de que la lucha y la enemistad no son las nicascategoras rectoras de la poltica. Es cierto que ambas encuentran expresin cotidiana enmltiples acciones humanas. Es cierto tambin que la competencia y el conflicto, ladisputa y la discordia, el antagonismo y la polmica forman parte frecuente del hacerpoltico de nuestras sociedades. Pero, al igual que decamos del egosmo y del instru-mentalismo, no por ello hay que admitirlas como las nicas categoras y criterios pre-

    sentes en toda forma de actividad y relacin poltica. Tenindolas en cuenta, podrapartirse de una concepcin del dilogo y el entendimiento, de la deliberacin y la madu-racin razonada de las propias ideas como un fin en s y como un ideal regulativo.

    Pero, en segundo lugar, siendo conscientes de que los ciudadanos no slo (o nosiempre) tienen inters por la poltica en tanto que medio para la satisfaccin de susintereses privados, esa nocin alternativa de la poltica debera admitir tambin que laparticipacin poltica puede contribuir decisivamente tanto al pleno desarrollo moraly social de los ciudadanos como a que stos se sientan sujetos tan conscientes y acti-vos como corresponsables en el devenir colectivo. A este respecto, una concepcin de

    los ciudadanos no como individuos con preferencias tan claras y unvocas como egostase invariables (si ello fuera as no habra lugar para la poltica), sino, por el contrario,como seres sociales con fines e intereses plurales, pero capaces de pensar y obrarpolticamente de manera tan libre y autnoma como responsable y solidaria, podraconstituir un elemento central de tal concepcin alternativa de la poltica.

    Podra decirse ahora que la poltica no sera mera agregacin de voluntades ypreferencias individual y prepolticamente establecidas sino, ms bien, un procesoargumentativo o deliberativo que, basado en un uso pblico de la razn por parte deciudadanos autnomos, hara posible la discusin sobre la pluralidad de f ines, objeti-vos, intereses o preferencias y, finalmente, que podra conducir a la modif icacin de

    stos en un sentido significativo30. La poltica no sera as el proceso de expresin eimposicin de ciertas preferencias estrictamente individuales. Sera ms bien una for-

    29 La reconstruccin de la poltica y el pensamiento crtico,Disenso, n 6, 1994, p. 41.30 J. Habermas, Three Normative Models of Democracy, Constellations, n 1, vol. 1, 1994,pp. 3 y ss.Vase tambin S. Benhabib, Deliberative Rationality and Models of DemocraticLegitimacy, ibid., pp. 32 y ss. Ambos ensayos abordan un concepto y modelo deliberativo dela poltica y la democracia. J. Habermas lo hace en discusin crtica con los paradigmas liberal

    y republicano-comunitarista. Por su parte, S. Benhabib propone un modelo que, a pesar de susafinidades, difiere del consensualismo y contractualismo habermasiano. Pero difiere tambiny, sobre todo, de los diversos lmites que el liberalismo impone al dilogo pblico y que S.

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    ma de actividad guiada por la libre y razonada deliberacin entre individuos libres eiguales y encaminada a la formacin, maduracin y discusin pblica acerca de losfines colectivos y del bien pblico. Sera pues un proceso deliberativo que, acontecidoen el espacio pblico31, es posible porque los ciudadanos apelan a alguna idea de biencomn o inters general. Y ello porque, como indica F. Ovejero32, no hay lugar para larazn cuando la lgica que orienta la conformacin de la voluntad poltica no es la delbien pblico sino, por el contrario, la del inters privado dado que

    mientras que es posible argumentar sobre lo que es bueno para la comunidad, no cabeargumentar sin paradoja sobre la base del inters: no es de recibo decir hay que haceresto porque a mi me conviene.

    Para terminar, no podemos ignorar que lo que aqu se propone exige muchasotras cuestiones que exceden los propsitos y posibilidades de este trabajo. Exigen, enprimer lugar, la adopcin de nociones de libertad, igualdad, justicia, partici-pacin y democracia sustancialmente distintas de las hasta ahora imperantes ennuestras modernas y complejas sociedades tardocapitalistas. Sugieren tambin la su-peracin de aquella concepcin de la poltica como una forma de pensamiento y acti-vidad centradas en el estado, sus instituciones y representantes, ya que implica unaidea estrecha y reduccionista acerca del mbito de lo poltico. Por otra parte, esa nuevaidea de la poltica y de lo poltico debera replantearse la ya clsica distincin entre la

    sociedad civil y el estado para, a rengln seguido, proceder a la articulacin de unanueva nocin de sociedad civil33.Pero tan importante como lo anterior, pese a que no faltan quienes sostienen que

    nos gobierna una democracia popular, ilimitada y demandan una limitacin de lamisma mediante una revolucin constitucional hegemonizada por los nuevos libera-les clsicos34, es la necesidad de reconstruir la propia democracia liberal para ampliarlas posibilidades de participacin que nos ofrece. Continuar reflexionando en torno las

    Benhabib ejemplifica en las insuficiencias de la nocin rawlsiana de razn pblica. Sobresta vase J. Rawls, The Idea of Public Reason, en Political Liberalism, New York, ColumbiaUniversity Press, 1993, pp. 212-254.31 Concibo ese espacio pblico como un continuo que abarcara por este orden la sociedadcivil no-institucionalizada, las instituciones jurdico-administrativas y la poltica institucionalpropiamente dicha (J. Muguerza, El individuo ante la tica pblica, manuscrito). Para unadiscusin en torno a diversas concepciones y modelos de espacio pblico, cfr. C. Calhoun(ed.),Habermas and the Public Sphere, Cambridge, The MIT Press, 1992.32Mercado, tica y economa, Barcelona, ICARIA, 1994, p. 191.33 Sobre este particular ya he tenido ocasin de detenerme en Participacin, ciudadana y

    democracia: hacia el tercer sistema? (Isegora, n 13, 1996, pp. 162-170) y Democracia ysociedad civil (Disenso, n 19, 1996, pp. 14-15).34 J. Gray,Liberalismo, Madrid, Alianza, 1994, p. 142.

  • 8/14/2019 Roberto Rguez Guerra. Argumentos y lmites ticos para una reconstruccin de la poltica

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    posibilidades de avanzar hacia sistemas polticos ms democrticos y ms participativosconstituye una tarea central de todo intento de reconstruccin de la poltica que pretendasuperar las insuficiencias del modelo de poltica actualmente hegemnico. A este res-pecto, adems de prestar especial atencin como indica T. Villasante35 a aquellas prc-ticas participativas que existen ya en el interior de las propias democracias liberales,poca duda cabe de que todos aquellos esfuerzos en pro de lo que el profesor Aranguren36

    denomina una concepcin utpica de la poltica, directamente referida a una concep-cin de la democracia como moral37, merecen ser gratamente saludados. Como tam-bin lo merecen los modelos de democracia deliberativa aportados por J. Habermas o S.Benhabib y los modelos de democracia participativa desarrollados por P. Bachrach,C.B.Macpherson, C. Pateman o D. Held. En tal sentido, propuestas como la combina-cin de la democracia representativa con ciertas formas de democracia directa (referendos,

    iniciativas populares), la configuracin de la representacin como una funcin delega-da, responsable ante la ciudadana y sujeta a mandatos especficos, la transformacin delos partidos polticos en estructuras con un funcionamiento ms democrtico y partici-pativo, la descentralizacin del poder estatal, la potenciacin del papel de las institucio-nes de carcter regional, comarcal y local (gobiernos autnomos, ayuntamientos, aso-ciaciones de vecinos), la crtica de los sistemas electorales, la ampliacin del mbito delo poltico y, por consiguiente, la extensin de las esfera de participacin poltica de laciudadana a instituciones de diverso tipo (centros de trabajo, escuelas, universidades,asociaciones de diverso tipo) regidas por procedimientos democrticos, la proteccin y

    perfeccionamiento de los derechos de las minoras, la potenciacin de instituciones yderechos que posibiliten el dilogo intercultural, etctera, seran algunas ideas que po-dran constituir una slida y deseable base para la configuracin y aplicacin de mode-los de democracia en los que la ciudadana tuviera muchas ms posibilidades de partici-pacin y mucho ms control e influencia poltica. En todo caso, no quisiera concluirestas reflexiones sin dejar de reconocer que no solo importa la articulacin de una es-tructura y funcionamiento de las instituciones democrticas que responda a las exigen-cias poltico-participativas de la ciudadana y a las crecientes demandas de respeto yfomento del dilogo intercultural. Tan importante como stas son las actitudes y com-portamientos de los ciudadanos. En este sentido hay que recodar una vez ms que la

    teora no conduce necesariamente a la prctica, en suma, que el conocimiento del bieny del mal como indica V. Camps38, por verdadero que sea, carece de eficacia prctica,de fuerza estimulante. A este respecto, la tica, a travs del desarrollo de un tipo deargumentacin que persuada y mueva a la accin, mucho podra contribuir a salvar esehiato entre la teora y la prctica.

    35 T. Villasante,Las democracias participativas , Madrid, HOAC, 1996.36La democracia establecida, en Obras Completas, vol. 5, Madrid, Trotta, 1996, pp. 399-401.37Ibid., pp. 396-398. Esto es, a una concepcin de la democracia no como forma poltica

    concreta sino, ms bien, como una tarea infinita de democratizacin de la sociedad y, endefinitiva, como una aspiracin moral perpetuamente insatisfecha.38 V. Camps, tica, retrica y poltica, op, cit., p. 39.