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Riva Palacio - Monja y Casada

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Vicente Riva Palacio- Siglo 19- Autor mexicano

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    Bookjgt. /V)^,

  • lili Y CMiinn Y MRTIR.

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  • MONJA Y CASADA,

    VIRGEN Y MRTIR.

    HISTORIA

    DE LOS TIEMPOS BE LA INQUISICIN,

    POR EL GENERAL

    fiante Wtu W%lm&

    PUBLICADA POR MANUEL C. DE VILLEGAS,

    MXICO.EMPRENTA DE "LA CONSTITUCIN SOCIAL"

    4* calh de la Providencia nm. 6.

    1868.

  • **

    Esta obra es propiedad del editor, quien perseguir antela ley al que la reimprima sin su permiso.

  • Sr. D. Manuel C. de Villegas.

    8. C. Julio 8 de 1868.

    Mi querido editor y amigo:Remito V. el original de la novela monja y casada Dios

    lo saque V. con bien.He procurado estudiar y escribir con conciencia.Los personajes y los episodios son histricos, y he logrado en-

    contrar preciosos datos en la gran obscuridad que envuelve la his-

    toria de las costumbres de la poca que se refiere.Le doy las gracias por su galantera al haber colocado mi re-

    trato en la novela Calvario y TaboraSabe V. que lo quiere bien su amigo Vicente.

  • LIBRO PRIMERO

    El Convento ie Santa Teresa la Antigua.

    De lo que pasaba en la muy noble y leal ciudad de Mxico, en la nochedel 3 de Julio del ano del Seor de 1615.

    2j$ace dos siglos y medio, Mxico no era ni la sombra de loque habia sido en los tiempos de Moctezuma, ni de lo que de-

    ba ser en los dichosos aos que alcanzamos.

    Las calles estaban desiertas, y muchas de ellas convertidas

    en canales; los edificios pblicos eran pocos y pobres, y apenasempezaban proyectarse esos inmensos conventos de frailes yde monjas, que la mano de la Reforma ha convertido ya enhabitaciones particulares.

    Se vivia entonces muy diferentemente de como hoy se vi-ve. A las ocho de la noche, casi nadie andaba ya por las ca-lles, y solo de vez en cuando se percibia el farolillo de un al-calde que iba de ronda, 6 la luz con que un escudero un

    rodrign alumbraban el camino de un oidor, de un intendente,

  • 8 de una dama que volva de alguna visita. Los perros vaga-bundos se apoderaban de las calles desde la oracin de la no-

    che, y atacaban como unas fieras los transentes.Los truanes y los ladrones tenan carta franca para pasear

    por la ciudad; la polica de seguridad estaba solo en las armas

    de los vecinos.

    Era la media noche del 3 de Julio de 1615. Una menudalluvia se desprenda sobre la ciudad, y produca un rumor te-nue y acompasado; no se veia en todas las calles ni una luz,

    las puertas y las ventanas estaban cerradas, y pareca no vi-vir ninguno de los treinta y siete mil habitantes que componan

    entonces la poblacin.

    De repente, en el silencio de la noche, se oy el ruido deun gran cerrojo, y poc despus la puerta principal del pala-cio del arzobispo, se abri dando paso una extraa comi-tiva.

    Era una especie de procesin fantstica de sombras negras

    precedidas por un hombre embozado en una larga capa, con

    un ancho sombrero negro, sin plumas ni toquillas, y que lleva-

    ba en la mano izquierda un farol, y en la derecha un nudoso

    bastn.

    Seguale una especie de cleriguillo, envuelto en un balan-

    drn negro, y con un sombrero semejante al de su conductor, yluego cuatro hombres que cargaban voluminosos envoltorios

    de indecisas formas.

    Apenas sali el ltimo de los cargadores, la puerta del pa-

    lacio volvi cerrarse, y de uno de, los balcones se escuch

    una voz que decia:

    Martin, Martin!

    La comitiva se detuvo.

    Mucho cuidado; y sobre todo, mucho sigilo.

    Descuide su seora ilustrsima, contest el hombre del

  • 9

    balandrn; y luego, dirijindose los dems, les dijo con tono

    imperativo: Adelante!

    Todos se pusieron en camino, llevando siempre de gua al

    del farol.

    Llegaron hasta la esquina de la calle que hoy se llama cer-

    rada de Santa Teresa, y all siguieron por toda la calle, torcie-

    ron luego por la otra, que tambin lleva el nombre de Santa

    Teresa, y con direccin la del Hospicio, que se llamaba en-

    tonces de las Atarazanas, y se detuvieron pocos pasos fren-te una casa de gran apariencia, juzgar por el tamao dela puerta.

    El hombre del balandrn dio tres golpes, pero tan lijeros,que parecia imposible que nadie los hubiera escuchado, y sinembargo, un momento despus, una voz de muger pregunt

    desde adentro:

    Quin va?Nuestra Madre Santa Teresa, contest el del balandrn.Qu quiere?Su casa.

    Se oy el ruido de la llave que entraba en la cerradura, yluego que volteaba rechinando sobre el enmohecido pasador,sonaron las trancas de madera, y gimiendo los goznes, se abritoda la gran puerta de par en par, y la comitiva penetr en elportal de la casa la luz del farol del gua, y de un candil debarro que tenia en la mano la muger que habia abierto.

    Era una beata como de cincuenta aos, vesta un hbito de

    San Francisco, de lana burda, y tenia cubierta la cabeza conuna especie de toca de estamea negra.

    Las palabras cambiadas al travs de la puerta, deban ser

    algunas seas convenidas, porque la beata dej pasar todossin hacer pregunta alguna, y sin manifestar la menoi*admira-cion, y luego cerr cuidadosamente el zagun.

  • 10El hombre del farol penetr en la casa seguido de los car-

    gadores, y el del balandrn qued esperando que pasaran,para hablar con la beata.

    Seora Cleofas, nadie ha sentido nada?No; que todo el mundo duerme tranquilamente, hace mas

    de cuatro horas.

    Muy bien, su Ilustrsima desea que nadie sepa nada y yase sabe, cuando su Ilustrsima lo dispone, es necesario cumplir.

    Vaya usarc sin cuidado, seor Bachiller.igame vuesa merced, Seora Cleofas, que si dentro de

    un rato vienen llamar con la misma contrasea que yo hetraido, no se detenga en abrir, que debe ser sin duda su Se-ora el seor Quesada, Oidor de esta Real Audiencia.Descuide usarc, que no har esperar al seor Oidor.

    El Bachiller, como le habia llamado la beata, se ajust alcuerpo su balandrn y se diriji al interior de la casa.Aunque la noche es oscura y lluviosa nosotros no necesita-

    mos de luz para ver, y procuraremos hacer una descripcin

    del edificio.

    Era un inmenso patio enlosado, y entre las mal ajustadaslosas, brotaba la yerba en grande abundancia; en el medio ha-

    bia una gran fuente de azulejos, en derredor de la cual se vean

    como veinte piedras colocadas de manera que servan de lava-

    dero de ropa los vecinos, y de las ventanas y de grandesclavos asegurados en las paredes, se tendan mecates ele-

    vados del suelo por morillos delgados y sueltos, y que ser-van para secar al sol la ropa que se lavaba en aquellas

    piedras.

    Deba haber all un gran vecindario segn el nmero depuertas^ de ventanas, y de escaleras que se descubran portodas partes. Pero todo el mundo dorma profundamente, por-que no se escuchaba rumor de ninguna especie, y solo en el

  • 11fondo, al travs de las hendiduras de una puerta, se veia una

    luz dentro de una habitacin.

    Hacia all se diriji el Bachiller, y lleg, no sin haber trope-

    zado muchas veces con los mecates que servian de tendedero.

    Empuj sin ceremonia la puerta y entr en la habitacin.El hombre del farol y sus compaeros se ocupaban afanosa-

    mente en poner un altar en el fondo de una gran sala.

    El altar se levantaba como por encanto: sotabanco y gradas

    estaban ya en su lugar, y cubiertos con un riqusimo broca-

    do. La imagen de Santa Teresa ocupaba el centro de la grada

    alta, y candeleros y blandones, y ramilletes de plata y oro,

    cubran las dems.

    De prisa camina la obra, seor Justo.S seor Bachillercontest el que habia trado el farol,

    y que era un hombre como de sesenta aos, pero robusto yfuerte.Hace mas de cuarenta y cinco aos que soy sacris-tn, y no ser la prctica la que me falte, ya ver su merced.Antes de amanecer estar ya aqu su Ilustrsima el Se-

    or Arzobispo, y es necesario que no falte nada.

    El sacristn sin contestar, sigui trabajando; y el Bachillerse arrebuj en el sitial que estaba destinado para el Arzobis-po, y se puso meditar.

    Habia trascurrido as como media hora, cuando la puerta seabri repentinamente, y un nuevo personaje se present en elsaln.

    El recien venido era un hombre en la fuerza de la edad vi-ril; su rostro enjuto tenia las seales de una vejez prxima,apresurada no por el vicio, sino por el estudio y la vigilia; unbigote negro y con las puntas levantadas, y una piocha larga

    y en figura de una coma, daban su rostro un aire resuelto.Vesta una ropilla negra de terciopelo con gregescos y cal-

    zas del mismo color, un sombrero negro al estilo de Felipe II,

  • 12y ferreruelo tambin negro, completaban su equipo, sin quele faltara una larga espada de ancha taza, y una daga de gan-

    cho, pendientes de un talabarte negro ceido con una brillante

    hebilla de oro.

    El Bachiller se levant precipitadamente y se diriji su

    encuentro.

    El recien venido sacudi sn~sombrero y su ferreruelo, em-

    papados con la lluvia de la noche.

    Dios os guardedijo.

    Seor Oidor, contest el Bachiller, supongo que no habrnhecho esperar su seora, porque yo advertNo, seor Bachiller; la pobre beata velaba, como buena

    cristiana. Y qu tal se adelanta? dijo el Oidor dirijindose alaltar, y haciendo al llegar una pequea genuflexin.Admirablemente: creo que dentro de una hora, todo es-

    tar dispuesto.

    Muy bien; el golpe est perfectamente combinado, y D.Alonso de Rivera tendr que mesarse maana las barbas. Na-

    die ha observado nada?

    No seor.El Oidor sac de la abertura del pecho de su ropilla un enor-

    me reloj de plata que traia pendiente del cuello por una grue-

    sa cadena de oro.

    Es la unadijome voy: y embozndose en su ferrerue-lo se diriji la puerta sin despedirse de nadie, pero hacien-

    do con los ojos una ligera sea al Bachiller.

    Tom este su sombrero, y como haciendo cumplidos, acom-pa al Oidor y salieron ambos al patio, cuidando de cerrarla puerta.

    Ni el sacristn ni sus acompaantes pusieron atencin enlo que pasaba, y continuaron componiendo su altar.

  • II.

    Donde se Te quin era el Bachiller, y lo que paso con el Oidor,

    ^ardiez, seor Bachillerdijo el Oidor cuando estuvie-

    ron en el patio,

    que ine habis hecho venir con una noche,

    que mas est para dormir que para andarse en aventuras; tan-

    to urge lo que me tenis que decir?

    A no ser la urgencia tanta, cuidrame muy bien de habermolestado vuestra seora; pero tanto llega la precisin,que si una hora ms tarda su seora, hubiera corrido riesgo dellegar tarde.

    Me alarmis, en verdad.Creo que no hay gran peligro, sino el de no complacer

    la dama de vuestro pensamiento.Qu hay, pues?Que en esta noche, y como bocas de las oraciones, re-

    cib una esquela de mi seora Doa Beatriz, que es fuerzalea vuestra seora.

    Ddmela.Aqu estdijo el Bachiller, entregando al Oidor un bi-

    llete pequeo, y cuidadosamente doblado y perfumado.Por el aroma le conociera, aunque no viese las letras-

    dijo el Oidor besndole:

    pero donde podr imponerme?

  • 14

    En el cuarto de la beata que tiene luz, y que est abier-to cerca del zagun.

    Los dos se dirigieron la puerta de la calle.Al ruido de sus pasos, de una pequea puerta sali la bea-

    ta con su candil en la mano.

    Tendris bien, le dijo el Oidor, prestarme vuestrocandil y permitirme que pase yo solo un momento vuestrocuarto leer una carta.

    Con mucho gustocontest la beata, entregndole elcandil.

    La beata y el Bachiller quedaron la puerta, y el Oidorentr al cuarto.

    Encima de una mesa, que tenia por todo adorno un Cristo

    y una calavera, coloc el Oidor el candil y se quit el som-brero respetuosamente.

    Desdobl la carta y ley. Al Bachiller D. Martin de Villavicencio y Salazar. Avisad Quesada que es indispensable que me vea esta

    madrugada las dos. Dios os guarde.

    Beatriz.

    El Oidor bes la esquela, la dobl cuidadosamente, y me-

    tindola en la bolsa de sus gregescos, tom el candil y elsombrero y sali.

    La beata recibi el candil y se dirigi abrir.Mil gracias,dijo el Oidor saliendo seguido del Bachiller.

    A Dios sean dadascontest la beata cerrando.Qu me dice su seora?Nada, sino que es preciso que me vaya yo sin perder

    tiempo ver Beatriz.

    Quiere su seora que le acompae?El Oidor se volvi como diciendo: de qu podr servirme

    ste?El Bachiller lo comprendi.

    -Mire su seoradijoaunque parezco gente de iglesia,

  • 15

    y por tal me lia conocido siempre, no lo soy, que aunque Bachi-

    ller no tengo mas rdenes que la de prima tonsura, que casi,

    casi solo el barbero nos la confiere y no imprime carcter; conozco

    el manejo de las armas como un soldado, y puede vuestra se-ora ocuparme sin el menor escrpulo, que no ser este nego-

    cio en el que tenga que ver el Santo Oficio.

    Pero si yo os llevara en mi compaa tendrais que ir

    mano sobre mano, porque no os veo llevar arma de ninguna

    especie.

    Descuide su seora, que no me faltar, sobre todo, si

    como supongo vamos la casa de mi seora Doa Beatriz en

    la calle de la Celada.'

    As es en efecto.

    Pues iremos, porque yo hasta las cuatro no tengo que

    venir para acompaar al seor Arzobispo.

    Pues andando, que el tiempo avanza,

    Quesada y Martin comenzaron caminar lo mas aprisa queles permita la oscuridad de la noche, y el psimo estado delas calles, llenas de lodo, de charcos de agua, y de cerros quese formaban en las esquinas con la basura que arrojaban alllos vecinos de las casas cercanas.

    As llegaron hasta las tiendas que habia, en donde despus

    se levant el Paran, y que ocupaban una parte de la PlazaMayor.

    Me permite su seora un momento,dijo Martin.El Oidor se detuvo, y Martin se dirigi una de las tien-

    das y llam fuertemente.

    Quin va?dijo desde adentro un hombre.Yocontest Martinabre Zambo.Quin es yo?Yo, Garatuza, breme pronto.A pocos momentos se abri la puerta.

  • 16Enciende luzdijo Martin.

    Se oy el choque de un eslabn contra la piedra, se vieronlas chispas blancas del pedernal, y luego la roja lumbre de layesca, y luego la azulada luz de una pajuela de azufre, y porltimo, el claro resplandor de una buja de cera.Un Zambo, cabezn y feo como un condenado, la tenia en

    la mano.

    Hay una espada?

    pregunt Martin.

    Aqu estn tres, las dems salieron porque andan de aven-tura los muchachos.

    Dame una pronto.El Zambo dio Martin una espada y una daga pendientes

    de un talabarte de cuero colorado muy viejo, con hebilla defierro.

    Martin se ci el talabarte, y volvi al lado del Oidor.Estoy las rdenes de su seora,le dijo con una son-

    risa maliciosa, y entre abriendo su balandrn para mostrar sus

    armas.

    Pero la noche era oscura, y el Oidor no pudo ver ni la son-risa ni las armas, y pregunt:

    Ya armado?Ya.Por mi f, seor Bachiller, que voy descubriendo en vos

    una alhaja; vamonos.

    Su seora me favorece demasiado,contest hipcrita-

    mente Martinno soy mas que un hombre precavido.

    Habia cesado la lluvia, el negro toldo de nubes que cubra

    el cielo comenzaba como despedazarse, y en medio de su os-

    curo fondo empezaba adivinarse la luna anunciada por lneasluminosas irregulares en la pesada masa que flotaba en el aire.

    La calle de la Celada es la que ahora se llama de Zuleta, ydebi el nombre de Celada un ardid de guerra que, durante

  • 17

    el sitio de Mxico por Hernn Corts, hizo caer prisioneros enmanos de los vasallos de Guatimotzin, seis espaoles en esa

    misma calle, que era un ancho canal en los dias de la con-quista.

    El Oidor y Martin tenian para llegar la calle de la Cela-

    da, que atravesar la acequia que pasaba por frente las

    casas del Ayuntamiento, y corra por las calles que ahora se

    llaman del Coliseo, hasta la gran acequia que circundaba la

    ciudad.

    Por la margen derecha de la acequia siguieron hasta llegar

    un puente que existia en la calle del Espritu Santo, y all

    franquearon el obstculo.

    La noche iba aclarando, y los dos hombres, aunque con pre-

    caucin, caminaban de prisa y sin hablarse.

    Habia en la calle de la Celada una grande y magnfica ha-

    bitacin, que indicaba la opulencia y el poder de sus dueos,

    y hacia aquella casa se dirigi sin vacilar el Oidor seguido deMartin.

    Cruz sin pararse frente la entrada principal, y continualejndose de ella hasta detenerse en una puertecilla que enun elevado muro habia, y que juzgar por lo que alcanzaba verse desde la calle y desde las azoteas vecinas, correspon-da un jardn un corraln.

    Quesada ara literalmente aquella puerta dos veces; en elinterior se oy tambin como si alguien araase, y Quesadadio entonces un golpecito.

    La puerta se abri como por encanto, sin hacer ruido ninguno.Me esperis aqu, prefers entrar?pregunt el Oidor

    Martin.Entodo casocontest el Bachiller

    prefiero estar afuera,

    porque si su seora tardase podra yo irme ver al seorArzobispo.

  • 18 * Bien, no tardar.

    La puerta volvi cerrarse y Martin qued solo en la calleapoyado en el dintel.

    Un negro muy alto y muy fornido habia abierto al Oidor,y le guiaba en el interior de la casa; pero el Oidor parecia nonecesitar aquel gua, segn la tranquilidad con que caminaba.

    Atravesaron un gran patio desierto, subieron una pequea

    y angosta escalera, al fin de la cual habia un estrecho corredor.El negro iba descalzo y el Oidor procurando ahogar el eco

    de sus pisadas, andando sobre la punta de los pies.

    Pasaron algunas habitaciones desiertas tambin, y el negrollam una puerta entornada.

    Adentrodijo una voz tan dulce, como el gemido de una

    brisa.

    El negro empuj suavemente la puerta, se hizo un ladodejando pasar respetuosamente al Oidor, y volvi cerrar,quedando por fuera como de centinela.Loado sea Diosesclam al ver Quesada una dama que

    lea un libro, sentada en un sitial cerca de una mesa.

    Doa Beatrizesclam Quesada, arrojndose los piesde la dama, antes que sta hubiera tenido lugar de levantarse

    Martin permaneci cerca de un cuarto de hora sin moverse:estaba como confundido en el hueco de la puerta, y en la som-bra del muro.

    Enfrente habia una casa baja con ventanas irregularmentecolocadas.

    Martin crey oir ruido dentro de aquella casa; y en efecto

    poco se abri la puerta, y tres hombres embozados hasta los

    ojos salieron de all acompaados hasta la salida por una vie-

    ja que llevaba una vela, y por tres cuatro muchachas que

  • lo-se despedan de ellos, con una ternura demasiado espresiva.

    La luz que se desprenda ele la puerta ilumin Martin, yla vieja le alcanz ver.

    jn hombre!esclam.En donde?

    pregunt uno de los embozados.Enfrente, espiando,dijo la vieja:

    ser el diablo!

    Las muchachas lanzaron un grito, y la luz se apag.Cierrendijo una voz de hombrenosotros iremos re-

    conocer.

    La puerta se cerr, los embozados que venan de una piezailuminada vacilaron deslumhrados; pero Martin acostumbrado

    la especie de penumbra que reinaba en la calle, se quit pre-cipitadamente el balandrn, se lo envolvi en el brazo dere-

    cho como una adarga, y tir de la espada.

    Martin conoca muy bien Mxico para saber qu clase demugeres vivan en aquella casa, y los parroquianos que la fre-

    cuentaban, que eran siempre camorristas, pendencieros y hom-

    bres de mala conducta, comprendi que el lance era indispen-

    sable.

    Los embozados rodearon Martin con los estoques en las

    manos; pero el Bachiller era hombre que lo entenda en esto

    del manejo de las armas. Cubierta su espalda por el muro, yprocurando no separarse de all, el Bachiller tenia sus ene-migos raya, y su espada como una vbora flexible y ligera,

    y sus movimientos rpidos pero estudiados abatan los esto-ques de sus contrarios, aprovechando los momentos para ti-

    rarles algunas puntas, y mas de una vez crey Martin sentirque algo mas que el aire detenia su espada.

    Pero aquello no poda prolongarse hasta el amanecer. Mar-

    tin senta el cansancio, y sus adversarios lo comprendan, por-que multiplicaban sus ataques: fatigado, jadeante, se conten-taba ya con defenderse sin atacar.

  • 20

    Entonces quiso hacer un gran esfuerzo y buscar su salva-

    cin en la fuga, apret la espada y se arroj en medio de lacalle lanzando un chillido agudo y semejante al que lanzan laslechuzas en lo alto de las torres durante la noche.

    Como por efecto de un conjuro, los tres embozados retroce-dieron inclinando las espadas, y contestando con otro grito se-mejante. Martin se acerc uno de ellos.Mariguana!esclam Martin.

    Garatuza!esclam el otro.

    Y todos se agruparon en derredor del Bachiller.

  • 21

    III.

    Doa Beatriz de Rivera,

    2pA estancia en que habia penetrado el Oidor, estaba esca-

    samente iluminada por dos bujas de cera, colocadas en can-deleros de plata, sobre una grande y pesada mesa de madera

    pintada de negro, con grandes relieves y adornos dorados;en derredor de la estancia habia enormes sitiales semejantesen su adorno y construccin la mesa, con respaldos y asien-tos forrados de rico damasco, color de naranja, y sobre unade las puertas se adverta un baldoquin del mismo color conuna pequea imagen de Santa Teresa.Doa Beatriz era una dama como de veintitrs aos, alta,

    plida, con dos ojos negros y brillantes que resaltaban en lablancura mate de su rostro, su pelo negro estaba contenido

    por una toquilla blanca y sin adorno.Doa Beatriz vesta un traje negro de terciopelo con el cor-

    pio ajustado, y con unas anchas mangas que desprendindo-se casi desde el hombro dejaban ver sus hermossimos brazostorneados y mrvidos, y sus manos pequeas y perfectamen-te contorneadas deslumhraban por la gran cantidad de anillos

    de brillantes que tenia en los dedos.

  • 22

    Podia adorarse aquella muger, como el ideal de la bellezade aquellos tiempos. El Oidor permanecia de rodillas delantede Beatriz teniendo entre sus manos una de las manos de la

    joven, y contemplando su rostro apasionadamente.Alzad D. Fernandodijo Beatriz, procurando levantar-

    le suavementealzad, que por mas que me plazca miraros as,

    mas quiero veros mi lado.

    Doa Beatriz, pluguiera Dios, que pudiese yo pasarmi vida, contemplndoos de esta manera, os amo tanto.

    Me amis? y no os amo yo tambin? No sois vos el due-

    o de mi vida y de mi alma? Ah, D. Fernando, por vos atro-pello todos los respetos, y mirad, esta hora de la noche no

    solo os permito llegar hasta aqu, sino que os llamo. Queris

    aun mas?

    D. Fernando, bes delirante la mano de Beatriz, y se le-

    vant.

    Aqu, aqu,le dijo la joven, indicando un sitial que es-taba cerca del suyo,aqu tomad asiento porque el dia avan-za y tengo un negocio de que hablaros.

    D. Fernando acerc un poco mas el sitial, y se sent vol-viendo tomar entre la suya la blanca y tibia mano de Bea-triz.

    Hablad, hablad Seora, os escucho y os miro qu mas

    puedo anhelar en el mundo?OidmeD. Fernando: conocis D. Pedro de Meja, el

    hermano de Blanca, de mi ahijada de confirmacin?Le conozco, Doa Beatriz.Y qu pensis de l?Es un hombre fabulosamente rico, aunque con el peligro

    de que su hermana al cumplir veinte aos, al casarse, le

    quite la mitad del capital, segn la disposicin de su padre al

    morir, pero ademas de eso, D. Pedro es el hombre mas orgu-

  • 23

    lioso, mas dspota y mas codicioso que ha llegado de Espaa.

    Pues bien, esta tarde ha estado D. Pedro de Meja conmi hermano D. Alonso de Rivera, y le ha pedido solemne-

    mente mi mano.Qu todo el poder de Dios me valga!exclam D. Fer-

    nando levantndose plido de furor.

    Sosegaos D. Fernando que bien sabis que os amo y an-tes consentiria en tomar el velo, que ser esposa de otro hom-

    bre que no fueseis vos.

    Oh gracias Doa Beatriz, graciasesclam D. Fernando,llevando sus labios la mano de la joven

    gracias, solo por

    vos he temblado, por lo dems, nada me importa que todos

    se opongan, soy fuerte y poderoso, y os llevar al altar malque les pese.

    Mi hermano dio D. Pedro su palabra de que se harala boda, aunque yo me opusiera, sabe mi hermano que os amo,D. Fernando, y he aqu porque se empea en ella, cree quesois su enemigo, por el afn con que habis procurado que se

    lleve efecto la fundacin que hizo mi difunto tio,

    que en

    paz descanseD. Juan Luis de Rivera, de un convento de

    carmelitas descalzas

    Pero Beatriz, vos sabis muy bien que habis sido laque exiji de mi amor que se llevara cabo la voluntad devuestro tio

    S, D. Fernando, mi hermano D. Alonso no tiene razn:yo os he suplicado que se fundase ese convento, porque en su

    lecho de muerte, y cuando ya las sombras de la eternidad pa-saban sobre la frente de mi tio, me llam su lado y me hi-zo jurar por Dios, por sus Santos, por la memoria de mi ma-dre, y por l, que nos habia recojido desde nios, que noslegaba un inmenso caudal, me hizo jurar que yo haria cuantofuese de mi parte para que se cumpliera su ltima voluntad:

  • 24

    desde entonces, cada vez que olvidaba el encargo, la imagen

    de mi tio, aparecia en mis sueos recordndome mi juramen-to, y ya lo veis, no vivo, ni estar tranquila, mientras eseconvento no se funde, y no desaparezca esa sombra que mepersigue

    Doa Beatriz con una especie de terror, estrech la manode D. Fernando, acercndose l y sus ojos vagaron recorrien-do toda la estancia.

    Calmaos, Doa Beatriz, calmaos, que yo os juro sobre lasalvacin de mi alma que hoy al romper el dia, se dir en las

    casas que deben servir para el convento la primera misa. . . .

    No juris con tal temeridad, D. Fernando, porque si bienel seor Arzobispo ha ganado mi hermano el pleito, gracias los papeles que yo os entregu, y que vos le llevasteis, to-dava costar muy grande trabajo conquistar la posesin delas casas. Vos, D. Fernando, aun no conocis bien el carcter

    de mi hermano D. Alonso; preferira los perjuicios de un plei-to que durara diez aos, entregar contra su voluntad esascasas.

    Doa Beatriz, os he jurado que hoy al romper el dia sedir la primera misa all, y ahora os invito que vayis oira

    Ser posible?

    Ya lo veris: vuestra conciencia quedar tranquila, y yofeliz por haberos servido.

    Ir la misa,

    Os espero?

    Esperadme, qu hora?A las cinco.Ir: ahora retiraos, D. Fernando, que es tarde, y fiad en

    m; os amo, y antes tomar el velo que ser de otro hombre,os lo juro, como jur mi tio por Dios, por los Santos, y por

  • 25

    la memoria de mi madre, y ya sabis como cumplo yo mis ju-ramentos.

    Oh, s, Doa Beatriz!

    Odme, que esto es ante todo para lo que os he mandado

    llamar: va desatarse contra nosotros, y sobre todo, contra

    vos, una persecucin horrible. Meja es poderoso y mi herma-no D. Alonso tambin: nada omitirn para quitaros del medio:

    calumnias, acusaciones ante el rey, tentativas de asesinato,

    todo, todo lo pondrn enjuego: velad, D. Fernando, velad por-que os llevis vuestra alma y la mia; mi vida y vuestra vida.

    Adis.

    Adis, adis seora.

    Don Fernando bes la mano de Beatriz y se retiraba; pero

    la joven lo atrajo suavemente y clav sus frescos labios en laboca de aquel hombre que se sinti desfallecido de placer.

    Era el primer beso de amor, de aquellos dos seres que en-

    traban en la senda de la desgracia.

    Don Fernando sali, el esclavo mudo inmobil esperaba, ysin preguntar nada, sin recibir orden ninguna, encamin alOidor hasta la puerta escusada de la casa.

    Doa Beatriz mir D. Fernando hasta que volvi cerrarla puerta de la estancia, entonces cay de rodillas esclamando

    :

    Dios mi, Dios mi, protejedle.Don Fernando sali la calle en el momento en que Mar-

    tin salvaba su vida reconocido por los truanes, gracias al grito

    de contrasea que ellos tenan entre s, y que habia lanzadopor casualidad.

    Los cuatro formaban un grupo en medio de la calle, y comohabia despejado algo el cielo, dbiles los rayos de la luna per-mitan mirar aquel grupo de hombres, que tenan an los es-toques en la mano.

    La puerta no hacia ruido y el Oidor sali sin ser notado, y4

  • 2G

    se recato para observar. Los hombres hablaban bajo, pero sin

    embargo l perciba la conversacin.

    Quedmedecia Martin

    porque guardo aqu la espalda

    persona de tal calidad, y tales dotes, que servirla es honorque, sin buscar la recompensa, por s solo basta dejar satis-fecho un hombre como yo.Por mis barbascontestabaunode los truanes

    que debe

    ser el mismo Arzobispo en persona.Quin sea, ni yo os lo dir, ni vosotros debis preguntr-

    melo, que regla nuestra es no meternos en los negocios de los

    dems, sino para ayudarles.Tiene razn el seor Bachiller, vamonosdijo irnica-

    mente otrovamonosy curarse los que han salido mal en

    este encuentro, que por obra de Dios no tuvo mayores resul-

    tados; adis, adis,se dijeron todos, y los hombres se diri-gieron calle abajo y se oy el cerrarse de una ventana de lacasa de las damas ele alegre vida, que haban estado pendien-tes del fin de la querella.

    Martin se volva su puesto cuando se encontr con DonFernando, que lo esperaba inmbil como una estatua.

    Veole dijo Martin,

    qu hombre sois para cumplircon vuestras promesas, y que se os puede fiar el sermn.

    Qu quiere su seora! Son lances que nadie alcanza evitar.

    Vamos.

    Hacia dnde ordena su seora?A la capilla que se dispone para la misa de hoy.Entonces, con el permiso de usa me quedo en el Arzo-

    bispado."

    Volvieron tomar el mismo camino que haban trado: alpasar por las tiendas de la plaza Martin dej la espada y lle-garon hasta la puerta del palacio del Arzobispo.

  • Me quedo, si usa me lo permitedijo Martin.Contad conmigocontest el Oidor, estrechndole la

    mano,como siempre.

    El Oidor sigui, y Martin llam la puerta del palacio.Le abrieron, tom el aire manso y contrito de un San Luis

    Gonzaga, y se dirigi la estancia del Arzobispo.El prelado estaba ya en pi, completamente vestido, y se

    paseaba impaciente.

    Ya es hora?

    pregunt al ver Martin.Si seor Ilustrsimo.

    Tom el Arzobispo su sombrero y se dirigi para la calle.

  • 28

    IV.

    Be cmo ganaba sus pleitos el Ilustrsimo Sr. E>. Juan Prezde la Cerna.

    (Comenzaba amanecer el dia 4 de Julio de 1615, y todoslos vecinos de la gran casa en que han tenido lugar las pri-

    meras escenas de esta historia, se despertaban espantados,

    por un ruido inmenso y desacostumbrado.En el patio y en los corredores, mas de diez campanas de

    mano llamaban misa, se oian golpes en las puertas y en lasventanas de todas las habitaciones y voces de hombres quedecian:

    Levantaos, levantaos, para que asistis al Santo sacrificio

    de la misa, que en esta casa va celebrar el seor Arzobispo.

    Mas que de prisa se levantaba todo el mundo, por piedad

    por curiosidad, nadie quera quedarse en la cama, y antesde media hora, la sala convertida en capilla estaba completa-

    mente llena.

    El Arzobispo revestido ya, esperaba en un sitial que aca-

    basen de llegar los vecinos: de pi su lado estaba Martin

    con un sobrepelliz blanco como la nieve, y enfrente, de pi,

  • 29

    el Oidor D. Fernando de Quesada dirigiendo la puerta in-vestigadoras ingeniosas miradas.

    Iba ya comenzar la misa cuando entr por el zagun de

    la casa una lujosa silla de manos, llevada por dos robustos es-

    clavos, y al lado ele la cual caminaba un negro de elevada es-

    tatura.

    La silla se detuvo en la puerta de la improvisada capilla, ysali de ella una muger envuelta en un manto y con un velo

    negro sobre el rostro, atraves entre el concurso y vino ar-

    rodillarse muy cerca del altar.El Oidor se conmovi visiblemente: aquella muger era Doa

    Beatriz de Rivera.

    El Arzobispo dio principio la ceremonia.

    Al terminar la misa el prelado se volvi los devotos, ydirigi una breve alocucin.

    El Seorles dijohabia tomado posesin ele aquellascasas, para que se fundase en ellas un monasterio de Carmeli-

    tas descalzas: que la fbrica debia comenzarse inmediatamen-

    te, y que rogaba cada uno de los vecinos que procurasendesocupar cuanto antes las habitaciones, sin que por negligen-

    cia omisin diesen motivo que se retardara el servicio deDios, ofreciendo la incomodidad que aquello les causara como

    sacrificio de su Divina Magestad, y en descargo de sus pecados.La gente sali edificada, y dos horas despus de todas las

    habitaciones salian hombres y mugeres, y muchachos, cargan-do mesas y sillas, y bales, y colchones, y ropa aquellamisma tarde la casa estaba completamente vaca, y el Arzo-bispo en pacfica posesin de ella.

    Don Fernando procur al acabar la misa esperar DoaBeatriz, para ofrecerle la mano al entrar la litera.

    Gracias, gracias D. Fernando.dijo estrechndole la

    mano,

    ya vivir tranquila.

  • 30

    Dios os haga tan feliz, como mereciscontest D. Fer-

    nando.

    Los esclavos alzaron la silla, y antes de ponerse en marcha

    una de las cortinillas de seda de la portezuela se levant.

    Cuidaos.murmur Doa Beatriz.Don Fernando no pudo contestar, porque la silla caminaba.

    El negro sin darse por conocido de D. Fernando, sigui su ama.

    El Arzobispo volvi su palacio, tan orgulloso como si hu-

    biera ganado una batalla, el ardid de que se habia valido para

    tomar posesin del edificio en que debia fundarse el convento

    de Santa Teresa, habia producido como hemos visto un xito

    completo.

    D. Fernando de Quesada estaba contento, amaba DoaBeatriz, con ese amor inmenso de un hombre que llega la

    edad madura sin haber conocido otra pasin que la del estu-dio. Doa Beatriz era joven y hermosa y le amaba, ademsD. Fernando tenia en nada la oposicin de D. Alonso de Ri-

    vera, hermano de Doa Beatriz, l era como habia dicho muybien, fuerte y poderoso, y la joven habia cumplido ya la edaden que conforme las leyes de la Metrpoli, le era lcito ca-sarse sin el consentimiento de su hermano.

    Pero en medio de todo, una cosa habia nublado la felicidad

    de D. Fernando. Beatriz, tenia una especie de delirio por la

    fundacin del convento de Santa Teresa, sin comprender por

    que el Oidor veia en su amada mas vivas y mas ardientes ca-da dia sus impresiones en este negocio, y algunas veces lleg

    temer por su salud, siempre hablando de eso y siempre mi-rando la imagen de su tio moribundo, aquella muger padeciahorriblemente en su espritu, y esta situacin produca esa

    excesiva palidez que se notaba en su hermoso semblante.

    Por eso D. Fernando habia tomado con tanto entusiasmo

  • 31partes en favor de la fundacin, y era el amigo mas til, que

    se poda haber encontrado el impetuoso Arzobispo de Mxi-

    co, D. Juan Prez de la Cerria.

    D. Fernando estaba en el palacio episcopal, la misma tardeque se habia tomado posesin de las casas.

    La Conversacin recaia naturalmente sobre los aconteci-

    mientos de la maana.

    VerdaderamenteSr. Oidordecia el Arzobispono se

    que atribuir el completo silencio que ha guardado D. Alon-so de Rivera: Usia cree que desiste completamente?

    As debiera suceder, pero yo mucho me engao, D.Alonso prepara alguna cosa.

    Pero qu puede hacer, perdida lapropiedady laposesion?Recurso de ley no le queda, ni seria ciertamente al que

    pudiera tenrsele temor, pero su Ilustrsima conoce tambinel carcter de D. Alonso, y como yo comprende que su mismosilencio, clara seal es de que algo trama.

    Dios dispondr, pero alcanzo creer que su Divina Ma-

    jestad proteje nuestra empresa.En este momento un familiar penetr la habitacin, y

    present al Arzobispo en una bandeja de plata cincelada, ungran pliego cerrado y sellado.Debe ser sin dudadijo el Arzobispo D. Fernando

    la contestacin de su Excelencia, al pliego que le envi esta

    maana, dndole la noticia de haber tomado la posesin delas casas, y pidindole su beneplcito para comenzar la obra.

    El Arzobispo abri aquel pliego, y medida que iba avan-zando en la lectura, D. Fernando podia notar que se ponia

    alternativamente plido y encendido, y que un sudor lijerohumedecia la raiz de sus cabellos.

    Miraddijo por fin alargndole el pliego con una manoconvulsa.

  • 32

    El Oidor ley y se inmut su vez.

    Orden del Virey para suspender los trabajos, hasta que

    existan fondos necesarios para la obra.

    Exactamente, pero estas son intrigas de D. Alonso!

    Tal creo, seor.

    Fondos necesarios! y qu calificar de fondos ne-

    cesarios su Excelencia?

    Esta es la dificultad: ser preciso que haya en las cajas

    de la fbrica doscientos mil pesos; de lo contrario, siempre

    pondrn su Ilustrsima la misma dificultad.Oh! Guando m me estraaba el silencio de D. Alonso

    de Rivera.

    Y piensa su Ilustrsima que suspendamos la obra?

    De ninguna manera: es fuerza luchar con todas estas di-ficultades; pero con la constancia y el trabajo triunfaremos.

    Omnia vincit labor.Et constantia vincit omniaen este momento me voy

    palacio; de convencer tengo su Excelencia, y maana co-menzar nuestra obra.Y yo prometo su Ilustrsima que como su Excelencia

    no nos niegue su permiso, maana en la tarde todas esas ca-sas estarn completamente derribadas. Con permiso de su

    Ilustrsima me retiro prepararlo todo, porque tengo f enque su Ilustrsima alcanzar lo que desea.

    Vaya su seora, que yo le aseguro que el beneplcitode su Excelencia lo tendr esta misma tarde.

    El Arzobispo tendi la mano, el Oidor bes respetuosamen-

    te el anillo pastoral, y se retir.

    Pocos minutos despus el carruaje del Arzobispo se diriga palacio, precedido de un pertiguero montado en una muablanca, lo cual era indicio que iba dentro del coche su Ilus-

    trsima.

  • 33.

    V.

    En donde se descubre por qu estaba Doa Beatriz tan preocupada conla fundacin del convento de Santa Teresa.

    2S5a silla que Dona Beatriz conduca, no se dirigi despus

    de la misa para la casa de la calle de la Celada, sino que tomel rumbo de Jess Mara y se detuvo en la portera del con-vento.

    Doa Beatriz entr y llam en el torno sin detenerse.Ave Maradijo.

    Gratia plenacontest dentro del torno una voz cascada:

    Qu se ofrece hermanita?Madrecitacontest Doa Beatriz:

    pudiera yo hablar

    la M. Sor Ins de la Cruz?

    S, hermanita; agurdela que llamrsela van:de par-te de quin viene?

    De Doa Beatriz de Rivera.Beatriz se sent en una banca de madera sin pintar que ha-

    ba en la portera: poco despus, desde el torno dijeron:

    Quin busca Sor Ins ele la Cruz, que aqu est? La vozque esto habia dicho era muy distinta de la que primero ha-blara, y Beatriz la conoca.Yo soy Sor Ins.

  • 34

    Vos, Doa Beatriz! Esperad un momento que voy pe-dir la llave del locutorio.

    S Madre, porque tengo que hablaros.Vuelvo, vuelvo.

    Momentos despus son una llave que entraba en una cer-radura, y una religiosa abri Doa Beatriz la puerta del lo-cutorio.

    Los locutorios de los conventos son, y han sido siempreiguales, una sala, mas menos grande, pintada de blanco, ban-

    cas al derredor, el piso de madera, todo perfectamente limpio,

    en las paredes un inmenso Crucifijo y algunos cuadros conimgenes de santos, algunas veces en los pies de la banca queocupa el lugar de honor, una estera larga y angosta.Dos religiosas estaban en el locutorio cuando penetr en l

    Doa Beatriz: una de ellas, alta, de nariz aguilea, boca gran-de, labios delgados, ojos pardos redondos, chispeantes, repre-

    sentaba tener cuarenta y cinco aos: la otra, baja de cuerpo

    y con una fisonoma enteramente vulgar.Doa Beatriz se sent al lado de aquellas religiosas.Podemos hablar? pregunt.

    Habladcontest la mas alta de las dos religiosas. Sor

    Encarnacin es de toda confianza, como sabis.

    Madredijo Doa Beatrizvengo participaros quehoy he asistido ya la primera misa que se ha celebrado, enel que ser debe convento de Carmelitas descalzas bajo la ad-vocacin de nuestra Madre Santa Teresa.Doa Beatriz,contest la monjadesde anoche lo sa-

    bia yo.

    Lo sabais?

    S, el alma de D. Juan Luis de Rivera apareci mi es-pritu por permisin de Dios, y ya no tenia sobre su pecho esaseal de fuego que ha llevado por tantos aos e 1 camino de

  • 35

    la celeste Jerusalem comienza abrirse para l; pero no entra-r hasta que su voluntad no sea cumplida, y las hijas de San-ta Teresa no oren por l en su casa, y esa alma penar erran-te y vendr dia dia pedir su descanso, no D. Alonso,corazn empedernido y contumaz, sino vos que jurasteis so-bre su lecho por Dios y por sus santos; vos, que guardas-teis su ltima voluntad, que estis en el mundo para podercumplirla.,

    La monja se iba inspirando y exaltando gradualmente, y suvoz iba tomando un timbre en el que habia algo de amenaza-dor y de irresistible.

    Cualquiera pasin grande que domine el corazn engrande-ce al alma, bien sea el sentimiento religioso, el amor, el pa-

    triotismo; fanatisaclo el espritu, el cuerpo se espiritualiza yllega el xtasis de Santa Teresa, la inspiracin sublime yproftica del Dante, la elocuencia irresistible de Mirabeau.

    Doa Beatriz se inclinaba como anonadada, y estremecin-dose cerraba los ojos. Sor Juana de la Cruz habia tomado unade sus manos, y continuaba diciendo llena de entusiasmo:

    S, Doa Beatriz, vos se dirigir esa alma sin consue-lo, lo os? A vos, porque yo lo s, porque vos lo sabis tam-bin, en medio del silencio de la noche se os presenta, me lo

    ha dicho; habis logrado hasta ahora llegar un trmino di-choso, jay de vos, Doa Beatriz, si no se consuma la obra!Ay de vos! y ay de cuntos amis sobre la tierra! La volun-

    tad de un moribundo es sagrada y vuestros juramentos os li-gan con el alma de vuestro tio, con lazos que nadie podrromper sobre la tierra: esa alma como os ha seguido hasta hoyos perseguir siempre mientras no se cumpla su ltima volun-

    tad. Dios nos oye, Dios nos ve, Dios nos juzga.Doa Beatriz habia caido casi de rodillas: con una de sus

    manos cubra su rostro, y la otra la tenia en la suya Sor Jua-

  • 36

    na que la oprima convulsivamente, y le hablaba con el aire

    inspirado de una profetisa.

    Sor Encarnacin elevaba las manos enclavijadas y los ojos

    al cielo.

    Id, Doa Beatriz, continuad en vuestra santa obra, mu-

    cho es lo que habis alcanzado; pero mucho an lo que por ha-cer queda: id, y no faltis decirme todos los dias cuanto envuestros trabajos consigis; id, y que Dios os gue.

    Doa Beatriz se levant, bes la mano de Sor Juana, y lue-go, como vacilante, sali del locutorio densamente plida, yprofundamente conmovida, subi la silla, y los esclavos, pre-cedidos del negro, se dirigieron la calle de la Celada.

    Sor Juana de la Cruz, era una muger de un espritu supe-

    rior, y dotada de una imaginacin ardiente y apasionada; an-helando ser la fundadora del convento de Santa Teresa, en

    Mxico, lleg sentirse llamada ese papel por eleccindivina. El trato de Doa Beatriz, quien conocia des-ele nia, le dio sobre ella esa influencia terrible que la habia

    hecho convertirse en el instrumento de sus deseos. DoaBeatriz lleg sentirse completamente dominada por Sor Jua-na, y aquel espritu fuerte, y superior, hizo nacer en la almasencilla y tmida de la doncella, esa alucinacin que le traan en-tre las sombras de la noche, fantsticas y pavorosas apariciones.Doa Beatriz estaba como magnetizada, y senta inmen-

    sa distancia el influjo y la atraccin de Sor Juana, y ni un so-lo da faltaba del locutorio del convento, y ni un solo dadejaba de salir, conmovida y aterrada por aquellas palabrasardientes, profticas, llenas de f, y como dictadas por los es-pritus que habitaban el mundo de las eternas luces.

    Eljanatismo religioso era en aquellos tiempos el terriblecontagio de todas las almas, y Doa Beatriz era la azucenaque se marchitaba con el fuego del fanatismo.

  • 37

    VI.

    Es donde el lector conocer la verdadera herona de esta no menosverdadera historia

    #

    Ferian las cinco de la tarde, cuando una modesta carroza se

    detuvo en la gran puerta de la casa de la calle de la Celada,

    un escudero puso el estribo, y una dama seguida de dos due-as descendi del coche, y se dirigi la escalera principal.

    Los lacayos y los palafreneros que andaban por el patio,se descubrieron respetuosamente, la dama subi las escaleras

    y penetr en las habitaciones que estaban al estremo de uncorredor sombreado por naranjos y limoneros plantados enmagnficos tibores de china.

    Un lacayo abri una mampara de terciopelo, y la dama seencontr en un elegante retrete amueblado con sitiales y me-sas de bano, y tapizado de damasco color de fuego.Doa Beatriz sali su encuentro tendindole los brazos,

    y la dama se arroj en ellos llena de placer.Blanca, hija mia,dijo Doa Beatrizhace tanto tiem-

    po que no te veo, que temiendo por tu salud estaba.

    Ah! madrina, sois tan buena conmigo, que no s ni cmodemostraros mi gratitud.

  • 38

    Ven, hija mia, sintate, ests algo desmejorada, acasohabrs estado enferma.

    No, madrina, pero ya sabis, sufro tanto, tanto, soy tandesgraciada

    Don Pedro de Mejia, tu hermano, sigue siendo tan in-diferente contigo?

    Pluguiese al cielo, seora, que as fuese, ahora

    pero estamos completamente solas?

    Solas, Blanca; habame sin temor, breme tu corazn.;Ay! hace tanto tiempo que no confio nadie mis pesa-

    res, que tiemblo como si alguien nos escuchara.

    Habla, hija mia, nadie te escuchar.

    Ya sabis cuan grande ha sido la indiferencia de DonPedro mi hermano para conmigo desde nuestros mas tiernosaos: hurfana de padre y madre, solo en vos encontr cari-

    o y amparo, y he pasado mi vida sola, siempre sola, sin unailusin, sin un cario, sin una esperanza, mi hermano procuran-do siempre alejarme del mundo, impidindome siempre quevea nadie, que hable con nadie, sin consentirme mas amis-

    tad que la vuestra. Siempre seguida, siempre cuidada,

    siempre vigilada por dos dueas de su confianza, mi existen-cia era triste, muy triste pero tranquila, cuanto deseaba com-prar tener, tanto se me daba inmediatamente, con tal de

    que continuara viviendo en el encierro y en el retraimiento,

    pero ahora

    Blanca limpi dos lgrimas que &e desprendieron de sus

    hermosos ojos. Doa Beatriz la abraz con la ternura deuna madre, y bes su frente.Qu sucede ahora? eres mas desgraciada? te pasa algo

    de nuevo? dmelo, hija mia, sabes cunto te quiero.

    Ay! s seora, de algn tiempo esta parte, Don Pe-dro usa conmigo de los mas crueles indignos tratamientos.

  • 39

    me obliga ya no salir de una sola pieza, no me permite ya

    que me sirvan mas que las dos dueas, me niega cuanto le

    pido, mis alimentos son ya escasos y malos, y ha llegado

    levantar la mano contra m.

    A levantar su mano contra t?

    S seora, porque insista yo en venir veros

    Pobre Blanca! pero cmo es que veniste?Aprovech el momento en que no estaba, y esponindo-

    me todo, he querido hablaros, porque se trata de una per-

    sona para vos muy cara.De quin, hija ma, de quin?

    De Don Fernando de Quesada.

    De Don Fernando? le amenaza acaso algn peligro?

    S seora, oid y haced de mi noticia el uso que queris,nada me importa que sepan que yo os la he trado, vos habis

    sido la nica persona que por m se ha interesado sobre latierra, vos debo, seora, el sacrificio de mi vida, si es nece-

    sario, oidme: hoy al medio dia, mi hermano Don Pedro y Don

    Alonso de Rivera, vuestro hermano, han concertado para es-

    ta noche, la muerte de Don Fernando de Quesada.

    Su muerte, Dios mi! su muerte? y cmo? cmo?

    No podr daros mas pormenores, que solo alcanc es-cuchar que mi hermano decia al vuestro:est convenido?))y Don Alonso contestaba:((Don Fernando morir estanoche, y vos seris el esposo de Doa Beatriz.))El muerto! yo su esposa! Sangre del

    Redentor!

    No os aflijis as, madrina, ante todo recordad que la no-che avanza, enviad avisar Don Fernando que se precava,en tanto que yo vuelvo mi casa, y si algo supiere, os doymi palabra que lo sabris, aun cuando entendiese perder lavida.

  • 40--

    Ah! gracias, gracias, voy enviarle un aviso: pero dnde, dnde?Os dejo, seora, porque en este momento necesitis de

    todo vuestro tiempo, y de toda vuestra libertad. Adis,adis, seora.

    Adis, Blanca, hija mia, que Dios te guarde.Blanca descendi las escaleras, y la mitad de ellas, se

    encontr con dos hombres que subian. Blanca vacil y sepuso plida: aquellos dos hombres eran Don Alonso de Rive-ra y Don Pedro de Meja.Por la carroza he conocido que mi hermana estaba de vi-

    sita en esta casa,le dijo Don Pedro,

    y deseaba preguntar-le si se acostumbra que una joven salga sin licencia de su casa.Deseaba visitar mi madrina... contest la joven.Retrese su casa la doncella inmediatamente, y espere

    que sabr reprimirla.

    Y diciendo esto Don Pedro, se subi acompaado de DonAlonso, y Blanca, encendida de vergenza, y con el llantoen las mejillas, subi la carroza.

    No hemos cuidado de describir Doa Blanca, y es fuer-za que el lector la conozca.

    Diez y seis aos tenia, y era esbelta como el tallo de unaazucena, con esas formas que la imaginacin concibe en la

    Venus del Olimpo, con esa gracia de la muger que amamos,

    el valo de su rostro formaba en su barba uno de esos hoyos

    que son siempre un hechizo, su pelo y sus ojos negros, comolas mugeres del medio dia y su cutiz sonrosado y fresco.Doa Blanca era un ensueo, una ilusin vaporosa, espiri-

    tual, parecia deslizarse al andar, como las nyades en la su-perficie de los lagos, era de esas mugeres que la imaginacin

    concibe, pero que ni el pincel, ni la pluma pueden retratar.

    Si amis una muger con todo el fuego de vuestro cora-

  • 41

    zon, procurad describrsela un amigo, y os desafio quequedis contentos de esa descripcin, y que no os parezca elretrato plido y triste.

    De Doa Blanca casi no podia decirse cmo vesta, porquelas mugeres que impresionan parece que van cubiertas con un

    velo de nubes, y ante una belleza semejante no se piensa endetalles, deslumbra, ciega, preocupa.

    Mal la pasaremos,decia Doa Blanca una de las due-as.Don Pedro est azs mohno, y vos, Doa Blanca, noshabis comprometido.

    Callad, Doa Mencia,contest Doa Blanca

    que mu-

    chas son ya mis penas, para que yo os consienta que os tomis

    la libertad de reconvenirme; dejad D. Pedro mi hermanoese trabajo, y cuidad de no meteros sino en lo que vosatae.

    La vieja no contest, y la carroza sigui caminando hastala calle de Ixtapalapa; all entr en una de esas soberbias ca-

    sas que tenan yaun conservan todo el aspecto de unos palacios.La calle de Ixtapalapa, era esa larga y recta calle que hoy

    tiene en sus cuadras muy distintos nombres, y comprenda to-das las que se estienden desde la garita de la Villa, hasta la

    de San Antonio Abad.En aquellos tiempos no haba calles del Reloj, ni calles del

    Rastro, todas se conocan con el solo nombre de calle de Ix-tapalapa.

    Las calles que ahora se llaman Reales del Rastro, fueron

    las primeras en donde comenzaron fabricar sus habitacioneslos principales conquistadores, y por eso las casas de esa ca-lle, en lo general tienen ese aire de antigedad y de fortaleza.Muchos aos despus, cuando se coloc el reloj de Palacio,

    se les dio el nombre de calles de Reloj, las que se dirigenal Norte de la ciudad.

    6

  • 42

    Pero volvamos nuestra historia.

    La carroza que conduca Blanca entr en el patio de unade esas grandes casas de la calle Real de Ixtapalapa, el escu-

    dero volvi all poner el' estribo, y Doa Blanca, seguidasiempre de sus dueas, subi y se encerr en su habitacin,

    esperar llorando la vuelta de su hermano D. Pedro de Meja.

  • 43

    VII.

    En donde el negro Teodoro y el Bachiller ponen en juego todos sus recursos.

    Sopeas se encontr sola Doa Beatriz, llam precipitada-mente una de sus doncellas.Haced que venga luego Teodorola dijo

    y que nadienos interrumpa.

    La doncella sali.

    En nuestros tiempos y con las costumbres modernas, unamuger no se atrevera encerrarse con un hombre, aunqueeste fuera un negro, por temor ese qu dirn?

    Pero entonces un negro, un esclavo no era un hombre, y unadama no temia nunca por su reputacin, aun cuando aquel ne-gro pasase la noche en su mismo aposento; tanta era la dis-tancia que los colocaba el color, que ni la misma calumnia seatrevia acercarlos!

    Teodoro se present, Teodoro era el negro confidente de

    los amores de Don Fernando y de Doa Beatriz, el negro deelevada estatura que hemos conocido al entrar con D. Fernan-do, por la puerta falsa de la casa ele Doa Beatriz.Teodorodijo la jovenun peligro de muerte amenaza

  • 44

    esta noche Don Fernando, y si l le sucediera algo, yomorira.

    Mande la seora; su esclavo est pronto obedecerla:qu dispone?

    Sers capaz de hacer lo que te encargue?

    La seora sabe que no tengo mas voluntad que la suya,

    acaso no le debo la vida y la felicidad, no soy su esclavo, maspor la gratitud, que por el dinero en que me ha comprado?

    Pues bien, Teodoro, hoy espero la muestra de esa grati-

    tud; corre al Arzobispado, y dile al Bachiller Martin de Villa-

    vicencio, que busque Don Fernando, que le diga que quieren

    asesinarle esta noche, que por mi amor se guarde, y dile que

    le muestre como sea de que el recado yo le envi, esta sor-

    tija que l bien conoce.

    Doa Beatriz desprendi de uno de sus dedos una hermosasortija con una cruz de gruesos brillantes, y se la dio Teodoro.No mas eso tengo que hacer?-pregunt Teodoro.

    No mascontest Doa Beatriz

    por qu lo preguntas?Es que eso me parece hacer muy poco, cuando mi ama

    est tan afligida.

    Pues qu piensas t?Si la seora mi ama me lo permite, yo seguir Don

    Fernando toda la noche, y le responder mi ama que nadietocar uno de sus cabellos, hasta que Teodoro haya espirado.

    Hars eso? pregunt conmovida Doa Beatriz.Mi ama lo ver si lo permite. Acaso Teodoro el negro

    no debe la seora la vida?Te lo pemito y te lo mando, v.El negro se inclin reverentemente y sali de la estancia.El Bachiller Martin de Villavicencio dormia en su cuarto,

    reponindose de la mala noche pasada la vspera; el Arzobispo

    le habia dado, por decirlo as, vacaciones, y el Bachiller las

  • 45

    aprovechaba: su Ilustrsima, aunque eran ya las oraciones, no

    volva del Palacio del Virey.

    Llamaron su puerta, y el Bachiller se levant.Calledijome he dormido las dos y son horas ya de

    las oraciones

    adelante!

    Haban vuelto llamar. Teodoro entr con la gorra en lamano.

    Teodoro, t aqu? qu manda mi seora Doa Beatriz?Mi ama, seor, me manda deciros que os sirvis avisar

    inmediatamente al seor Oidor Don Fernando de Quesada, quepor el amor que la tiene, se guarde, porque en esta noche se

    tiene concertado el asesinarlo. .

    Asesinarlo? pero quin, cmo, en donde?

    Creo que mi ama tambin lo ignora, porque si no, me hu-

    biera dicho que os lo dijera, para evitar el golpe.

    Pero Don Fernando creer que es una conseja; por quDoa Beatriz ni aun escribi?Don Fernando os creer, seor, porque para eso me man-

    da deciros mi ama que os envia esta sortija que mostrareis porsea al seor Oidor.

    Pero t nada te encarg para evitar una desgracia?

    Yo velar por mi seor D. Fernando toda la noche, y pasa-rn por el cadver del negro Teodoro, antes que hacerle mal.

    Muy bien, tienes armas por si se ofrece el caso?Armas? los esclavos no podemos usarlas, y menos des-

    pus del motin del Jueves Santo.

    Tienes razn, pero entonces qu puedes hacer?

    El negro Teodoro no necesita del cuchillo, ni de la espa-dadijo Teodoro con desden, y acercndose indiferentemente uno de los balcones, tom entre sus manos dos de los hier-ros del barandal, y sin esfuerzo aparente de ninguna especie,los reuni, como si hubieran sido dbiles caas.

  • 46

    Jesucristo!esclam el Bachiller admiradotienes unafuerza espantosa.

    Poco habis vistocontesto con frialdad Teodoromevoy si vos no mandis otra cosa.Adonde vas?A buscar Don Fernando, para guardarlo toda la noche.Acompame que voy tambin buscarle.Obedecer porque as me lo mandis, pero al vernos jun-

    tos pudieran maliciar.

    Dices bien, sabes que tienes mucho talento para ser negro?Dios me lo ha dado as.

    Bien, vete y cuidado.El negro sali sin replicar.

    El Bachiller se diriji por su parte la tienda del Zamboen la plaza, y de donde le vimos sacar una espada. Aquellatienda era un cuartejo de psima apariencia; no tenia sino unpequeo armazn en donde se ostentaban algunas vasijasde barro y algunas reatas por toda mercanca, y una mesa su-cia y vieja que hacia el oficio de mostrador.

    Martin entr la tienda, y se diriji tomar asiento en una

    mala cama que habia detrs del aparador. El Zambo lo seguahumildemente.

    Vamos verdijo Martin

    sabes que alguno de los

    nuestros, tenga ajustado trabajo para esta noche?Solo el ahuizote me ha dicho que esta noche le tenga lis-

    tas tres espadas buenas y tres dagas.

    Y de qu se trata?No he podido averiguar.Quines le acompaan?Lo ignoro, pero no deben ser de los nuestros, porque l

    no me dijo nada, sino que me advirti que vendria l solo por

    las tres espadas.

  • 47

    Cmo sabremos?Solo hablando al mismo ahuizote.Dnde podr hallarle?En casa de la bruja Sarmiento la oracin de la noche.Ir all; tenme preparadas m tambin tres buenas es-

    padas y tres dagas para esta noche, toma.

    El Zambo alarg la mano, y Martin puso en ella algunasmonedas de plata.Apesar de la riqueza casi fabulosa, de las minas de oro y

    plata de la Nueva Espaa, los colonos no conocan ni usaban

    en sus mercados monedas de oro. Los reyes de Espaa ha-ban prohibido su acuacin, y hasta el ao de 1676 se con-sinti la casa de moneda de Mxico, labrarla y ponerla encirculacin, pregonndose y celebrndose la real cdula, sa-

    liendo caballo los ministros de la casa de Moneda, con ataba-

    les y bajo de arcos, en medio de una gran solemnidad.Las monedas de plata no eran redondas como ahora, sino de

    formas irregulares.

    El Bachiller Martin sali de la tienda.

    Primero

    pensir dar aviso Don Fernando y lue-go me dirijir en busca del ahuizote, me parece que l es el

    que se va encargar de este negocio, veremos de advertir al-

    seor Oidor, hay tiempo aunque muy corto, porque la tardeya pardea.

    Martin se diriji la casa del Oidor.Enfrente v Teodoro, como un centinela de mrmol ne-

    gro, y pas casi rozndolo.Ah est?dijo al pasar junto al negro.

    Scontest Teodoro.

    Martin entr la casa, y encontr al Oidor, pasendose enuno de los largos corredores.

    Buenas tardes d Dios usadijo Martin.

  • 48

    As se las d al seor Bachillercontest el Oidor.

    Quvientos os traen por aqu esta hora? El seor Arzobispo ha

    vuelto ya de palacio?

    Aun no estaba de vuelta su Ilustrsima, cuando he salido

    yo, pero urjame ver usa y hablarle solas.Pues entrad, que aqu podis estar vuestro sabor.

    El Oidor introdujo al Bachiller una especie de des-

    pacho.

    Aunque entonces los libros eran escasos entre la mismajen-te que por su profesin necesitaba de ellos, se encontraba all

    algo que podia llamarse una biblioteca, y que en aquellos

    tiempos representaba un valor enorme.

    Serian dos mil volmenes, casi todos forrados de pergami-

    no, y colocados en estantes de caoba con alambrados^ pare-ciendo mas bien jaulas de pjaros ratoneras, que estanterapara libros.

    Una gran mesa cubierta de bayeta verde con libros, espe-dientes y papeles, un inmenso tintero de plata con una ver-dadera corona de plumas, y un Cristo, con dos candeleros deplata los lados.En toda la estancia, repartidos sin orden ninguno, grandes

    sitiales de madera de roble con asientos y respaldos de baque-

    ta, tachonados de clavos de cobre.

    Y sin embargo, aquel era un lujossimo despacho de abo-gado en aquellos dias.

    Sintese el seor Bachillerdijo el Oidor.

    Poco tiempo tengo ya de que disponercontest Mar-

    tin

    que vengo solo decir vuestra seora, que le mandaavisar mi seora Doa Beatriz, que sabe de un concierto pa-ra asesinar esta noche usa.A pesar de su valor y sangre fra, el Oidor se puso mas p-

    lido de lo que habitualmente estaba.

  • 49

    Para que usa no dude,agreg el Bachiller,DoaBeatriz le enva esta sortija como sea.

    El Oidor tom la sortija.Suya, en efecto es,dijoni cmo dudar de lo que vos

    dijeseis.

    Martin hizo una caravana.

    Y no agrega nada mas, mi seora Doa Beatriz?Nada, sino que por su amor se guarde usa, que es una

    cosa que sabe ciencia cierta.

    Gracias.

    Pues he cumplido mi comisin me retiro, que voy pro-curar, en esta misma noche, poner en claro quin y cmoatenta contra vuestra seora.

    Quiz no consigis nada, y sea intil pues yo me figuroya, que mano anda en todo esto.

    Sin embargo, suplico usa que me permita.

    Haced lo que os plazca.Supongo que usa no saldr esta noche?Por qu no? dentro de una hora ir verme con el se-

    or Arzobispo.

    Pues tome usa sus precauciones.

    Nada temis seor Bachiller, id con confianza, que Diosprotejer su causa.

    El Bachiller sali, Teodoro estaba en su mismo punto.Va salir, cuidadodijo Martin.Yo cuidarcontest Teodoro.

    Y Martin se dirigi al tianguis de Juan Velazquez, en bus-ca del ahuizote, y de la casa de la Sarmiento.

    Martin era un perdido, un truhn, hipcrita en presencia del

    Arzobispo, en cuya casa habia entrado en la clase de familiar

    hacia ya tres aos, estaba en relacin con la peor canalla de la

    ciudad, muy joven, muy valiente, con una gran inteligencia pe-7

  • 50

    ro lleno de vicios. Martin de Villavicencio Salazar, alias Ga-

    ratuza, como le decian sus compaeros debia figurar, y figu-r como una notabilidad por sus crmenes en el siglo diez ysiete.

    Pero en medio de todo, era un tipo de lealtad, y de abne-gacin para sus amigos, y para l, el Oidor era uno de ellos,cualquier sacrificio estaba dispuesto hacer en servicio suyo,

    porque Martin era hombre de corazn.

  • 51

    VIII.

    En donde el- lector conocer ia Sarmiento, y le har tina Yisitaen so casa.

    y&or el lugar en donde ahora existe el Paseo de la Alameda,

    hubo en aquellos tiempos una especie de mercado miserable,

    y solo frecuentado por los indios, en un terreno invadido con-tinuamente por las aguas de la laguna.

    Se llamaba primero el tianguis de Juan Velazquez, y lue-

    go de San Hiplito, y estaba ya fuera de la traza.

    Como quiz alguno de nuestros lectores, no sepan lo queera la traza, procuraremos darles de ella una idea.

    Despus de la rendicin de Mxico, la ciudad qued casireducida escombros. Hernn Corts trat de su reedifica-cin autorizado por el Emperador Carlos V, y comenz porsealar el terreno que en ella debian ocupar las casas de los

    conquitadores, y el que debia ser para los conquistados.Los espaoles ocuparon el centro de la ciudad, y la lnea

    que marcaba esta parte privilegiada, que era un gran cuadroseparado de los dems, por una inmensa acequia, fu lo quese llam la traza.

    Dentro de la traza no podian vivir sino los espaoles, al-

  • 52

    gunos de los vencidos que fueran de una muy elevada catego-ra, como el desgraciado Guatimoctzin, ltimo Emperador az-teca.

    Una parte del terreno que fuera de la traza ocupaba elmercado de San Hiplito, fu convertida en paseo, veinticua-tro aos antes de la poca de nuestra historia; es decir, en1592 por el virey D. Luis de Velasco, segundo, en la segun-da vez que ocup el vireinato. Se sembr de lamos y se cerc

    Esto no era sino una parte de lo que se llama hoy la Ala-meda.

    Martin atraves la acequia de la traza, por el Puente de

    San Francisco, y sigui hasta pasar el tianguis en el lado

    opuesto al que ocupaba el paseo de Don Luis de Velasco.Vivia por all en una miserable casita de adoves, compues-

    ta de tres piezas con un corraln la espalda, una vieja que

    tenia fama de hechicera, y que le decian la Sarmiento.Las tres piezas de la casa eran una sala, una recmara y

    una cocina, casi desprovistas de muebles.

    A pesar de la mala nota de la Sarmiento, nada habia allque pudiera despertar la vigilante susceptibilidad del Santo

    Oficio.

    La Sarmiento no tenia en su compaa, mas que dos her-

    manos, un varn de treinta aos y una muger de veinte, am-bos sordo-mudos; el hombre se llamaba Anselmo, y la mucha-cha Mara.

    La Sarmiento habia trado consigo estas dos personas en

    un viaje que hizo Valladolid, como se llamaba entonces Mo-

    relia, y contaba que por caridad las habia recogido.Anselmo era sombro, Mara alegre, bonita y graciosa. La

    Sarmiento se entenda con ellos perfectamente, y en el mayor

    silencio sostenan entre los tres una de las mas animadas con-

    versaciones.

  • 53

    Anselmo y Mara en las noches, que estaban generalmente

    reunidos, solan enojarse y las seas degeneraban en horribles

    insultos. La Sarmiento, tranquilamente para cortar la cues-

    tin sin tener que reirles, apagaba la luz y todo terminaba;

    oscuras ni se hacen, ni se reciben insultos por seas.

    La vida de la Sarmiento era muy misteriosa, pocas vecessalia de su casa, ni ella ni los sordo-mudos trabajaban en na-da, y sin embargo, jamas les faltaba dinero; la casa que habi-taban era de su propiedad.

    Algunas noches se haban visto embozados y damas, llegar

    la casa y entrar en ella, los vecinos le tenan una especie derespeto de miedo aquella muger, pero algunas veces seatrevan ir espiar por las rendijas de las mal ajustadasveutanas, y nunca lograron descubrir nada.

    Alguno lleg pegar sus ojos esas rendijas despus dehaber visto entrar una dama, y solo vio Anselmo y Ma-ra sentados delante de una vela, hacindose seas imposibles

    de interpretarse.

    Sin embargo, en aquella casa habia una cosa que no se

    ocultaba al pblico, que era quiz lo que mas horrorizaba los vecinos, y en la cual no cuidaban de intervenir los fami-liares de la Inquisicin.

    Anselmo y Mara domesticaban y criaban toda clase de ani-males, pero con mas predileccin vboras de cascabel, de las

    que tenan una respetable coleccin en jaulitas de maderaque ellos mismos hacan.

    Algunas veces por las tapias del corral, los curiosos vean

    que mientras la Sarmiento se dedicaba sus oficios domsti-

    cos, los dos hermanos sentados al sol, y dando gruidos se-mejantes los de los perros, cuando estn contentos, seocupaban en dar de comer seis ocho enormes vboras decascabel.

  • 54

    Aquellos horrorosos reptiles salan de sus jaulas, subianpor los brazos de Anselmo, se acomodaban en el torneado se-no de la muchacha, arrimaban sus caras chatas al rostro deMara, como un gato que hace fiestas, lanzando un silbidillo

    agudo, "y moviendo su lengua ahorquillada con una rapidezasombrosa.

    Ah descredos, en esas habis de morirdecan los vecinos.Pero no llegaba sucederles nada, y los mas cristianos les

    imputaban que tenan ((compacto con el diablo.

    Habia entrado ya la noche, cuando Martin lleg la casade la Sarmiento y llam.La paz de Dios sea en esta casadijo.

    Amencontest la Sarmiento

    qu se os ofrece, ca-

    ballero?

    Venia en busca del Ahuizotedijo Martin con un tonobrusco.

    No ha venido hoy, pero sintese usarc seor BachillerDon Martin de Villavicencio Salazar.Calle, y de dnde conocis vos mi nombre?Si buscis al Ahuizote y sabis que ellos vienen por ac,

    qu milagro ser que os conozca?

    Tenis razn, y supuesto que entre nosotros no hay mis-

    terio, podis decirme adonde hallar al hombre que busco?

    Costumbre tiene de venir aqu todas las noches las

    oraciones, porque gusta mucho de esa muchachadijo la Sar-miento sealando Mara, en quien no habia reparado bien el

    Bachiller.

    Oh, y por mi f que es una preciosa mulata, buenas no-

    ches, hermosa.

    Es sorda y mudadijo la Sarmiento.Qu lstima!esclam Martincon que esta es la pro-

    piedad del Ahuizote.

  • 55

    Poco poco, le gusta y es todo, pero nada mas, que Ma-

    ra es nia, y ella no le hace gracia el indio, veris.

    La Sarmiento hizo una sea Mara, que seguia los movi-

    mientos de los interlocutores, con sus ojos hermosos y llenos

    de inteligencia y de vida.

    La muchacha contest con un gesto de profundo desdn.

    Anselmo alz los ojos, vio la sea, y una dbil sonrisa se

    dibuj en su boca.Mara era una muchacha tan perfectamente formada que pa-

    reca una Venus de bronce, y como solo traia una camisa bas-

    tante descotada, su cuello, su pecho y sus hombros ostenta-ban toda su belleza y su morvidez; el brillo de sus ojos, y elcarmn fresco de sus labios tenan una hermosura infernal-

    mente provocativa. Los galanes del rumbo envidiaban lasvboras, y el Bachiller, hubiera sido de la misma opinin, sihubiera sabido las escenas que nosotros conocemos.

    Y creis que vendr esta noche el Ahuizote?dijoMartin.

    Si he de decir la verdad, creo que no.

    Demonio!dijo con impaciencia Martin.

    Qu queris?esclam la vieja tan inmediatamente, queel Bachiller se espant como si el demonio deveras hubieracontestado su llamamiento.

    Sois vos acaso el demonio, que as contestis cuando se

    le nombra?

    No, pero tan impaciente os miro, que os ofreca mis ser-

    vicios.

    Sabis qu clase de negocio tiene entre manos el Ahui-

    zote esta noche?

    No lo s, pero decidme si gustis, cul es el que vosos preocupa, que entonces mas fcil me ser deciros lo que

    va acontecer.

  • 56

    Seris bruja por ventura?Seris vos familiar del Santo Oficio para requerirme?

    Nada menos que eso.Pues bien, decidme si queris saber algo, que yo procu-

    rar serviros, y no os mezclis en asuntos ajenos.Quisiera saber de un hombre quien se pretende asesi-

    nar en esta noche.

    Un vuestro enemigo.-

    Por el contrario, amigo mi.

    Sois de los nuestros?dijo la Sarmiento, lanzando el

    grito de una lechuza.

    Sdijo Martin, contestndole con el mismo grito.

    Seguidme.

    La Sarmiento encendi un candil de cobre, hizo una sea

    los sordo-mudos, y se dirigi la cocina, seguida de Martin.En uno de los rincones habia una cuba vaca, que apart la

    muger con gran facilidad, y debajo una gran losa con un ani-llo de fierro oculto por un montn de basura.La Sarmiento tir del anillo, se levant la losa, y la luz

    del candil, se descubri la entrada de un subterrneo y losprimeros escalones de un caracol de piedra.

    Bajad dijo la Sarmiento, mostrando la entrada Martin.

    Martin vacilaba.

    Bajad y no tengis miedoinsisti la vieja.Para que un hombre resista la palabra miedo salida de

    la boca de una muger, aun cuando esta muger sea una harpa,

    se necesita que este hombre, est como se decia en aquellos

    tiempos: dejado de la mano de Dios.Martin entr sin vacilar al subterrneo, y la Sarmiento le

    sigui cerrando tras s la entrada.

    Descendieron como veinte escalones, y el Bachiller se en-

  • 57

    contr en una gran bveda, que lo que pudo ver con la es-

    casa luz del candil, daba paso otras varias de la mismaespecie.

    Entonces la bruja se puso delante de l, y le dijo:Aqu s yo os guiar, porque no conocis el terreno, se-

    guidme.

  • 58

    IX.

    Cmo el negro Teodoro probo que no necesitaba de armas.

    Cpl Oidor era hombre de un valor toda prueba, no de losque se animan ante el peligro, sino de los que lo buscan y lodesafian. Un peligro le amenazaba aquella noche en la calle,y senta una necesidad, una especie de vrtigo para buscarlo

    y encontrarlo cuanto antes.Don Fernando estaba enamorado, y todos los enamorados

    han sido, y sern siempre, lo mismo. Doa Beatriz sabia quese tramaba su muerte, y Don Fernando se hubiera creido des-honrado si hubiera dejado de salir la calle esa noche; creeraDoa Beatriz que habia tenido miedo.Adems, tenia urgente necesidad de ver al Arzobispo, de

    saber la resolucin del virey.

    El negocio de la fundacin del convento de Santa Teresa,

    estaba de tal manera identificado con sus amores, que crea

    servir Doa Beatriz ayudando al Arzobispo.Cerr la uoche y D. Fernando se dispuso para salir.

    Sin embargo de su valor, crey necesarias algunas precau-

    ciones.

    Vistise bajo su ropilla, una ligera cota de maya de acero,

    perfectamente templado, y que podia resistir el golpe de un

  • 59

    pual sin perder uno solo de sus anillos; y ademas de su es-pada y de su daga prendi en su talabarte dos pequeos pis-toletes, se cal un ancho sombrero adornado de una plumanegra, se cubri con un ferreruelo de vellor y sali la calle.

    Registr con la vista por todos lados, pero nada pudo des-cubrir pesar de que el cielo no estaba entoldado como la vs-pera, y la luna alumbraba bastante.Don Fernando ech andar, y detrs de l se destac un

    bulto que comenz seguirle cierta distancia; pero sin ale-jarse mucho ni perderle de vista,

    El Oidor caminaba de prisa, pero podia notarse que cuidabasiempre que le era posible de ir por la mitad de la calle, y notorcer en las esquinas cerca de los muros de las casas.

    El hombre que le segua debia ir descalzo, porque sus pisa-das no producan el menor ruido marchando como los gatos,sin que pudieran sentirse sus pasos.

    En esos dias estaba en construccin el templo de la Cate-dral, y casi todo el terreno que esta ocupa, estaba lleno de an-clamios, de montones de piedra, de madera, de inmensos blo-

    ques de granito, en fin, de todo eso que formando para los

    profanos un caos inesplicable, es el pensamiento del arquitec-

    to que va con la luz de la inteligencia moverse, ordenarse, colocarse, formar una maravilla del arte, y materializaren una mole gigantesca una idea encendida en la pequea

    cabeza de un hombre.

    Desde all se descubra la puerta del Arzobispado, y en

    tre aquellos materiales acumulados se perdi, como que se-

    desvaneci, el hombre que segua al Oidor. Era indudablemen-

    te el lugar mas propio para ocultarse, y para vigilar todos

    los que entrasen saliesen del palacio del Arzobispo.

    Don Fernando pregunt por su Ilustrsima, y un familiar

    le hizo entrar inmediatamente.

  • 60

    Albricias!dijo alegremente el Arzobispo al ver DonFernando.

    De las mismascontest el Oidor, siguiendo el humordel prelado.

    El virey da su beneplcito para continuar la obra inme-

    diatamente; aqu est la orden.

    Mil parabienes.

    Pero cmo logr tan pronto suljustr-sima

    Ah! no ha sido poco el trabajo: su Excelencia estabarealmente prevenido, ese Don Alonso de Rivera, y su amigoDon Pedro de Meja (Dios se los perdone), han trabajado conun tesn digno de santa causa.

    Pero al fin.

    Ahora veris, al llegar al palacio parecime mas pruden-te consejo tener vista con mi seora la vireina, que como sa-bis, muestra particular empeo en nuestra fundacin porque

    all en su mocedad estuvo algunos meses en un convento deCarmelitas descalzas, y su santo celo nos ha dado tambin ensus dos hijas piadosos auxiliares para nuestra empresa. Su

    Excelencia debia entrar la cmara de la vireina pocos mo-mentos despus que yo, pero tiempo tuve suficiente para pre-

    pararla, as como las dos nias; de manera que ellas y yo,tanto instamos y rogamos, y suplicamos, que su Excelencia nopudo menos de darme la orden que yo solicitaba. Ah, seorOidor! Este ha sido un triunfo que hemos alcanzado, y quees preciso aprovechar sin prdida de tiempo.

    Yo aseguro vuestra seora Ilustrsima, que maana enla tarde no conocer el lugar en que las casas existieron.

    Y el Arzobispo y el Oidor continuaron, lo menos por doshoras, hablando de sus planes

  • l

    Teodoro, que segua D. Fernando, se ocult en las obras

    de la nueva Catedral: busc un lugar desde donde observar la

    puerta del Arzobispado, y colocndose su sabor se quedinmbil.

    Una hora habia permanecido all confundido por su color

    negro con la sombra del naciente edificio, cuando sinti un leve

    rumor de pasos que se acercaban por el mismo camino que lhabia traido.

    Con mucha precaucin levant la cabeza y vio tres hombresque procuraban ocultarse tambin, muy cerca de el lugar quel ocupaba.

    Est segurodijo uno de ellos al otro: est en el Arzo-bispado.

    Tan seguro, que yo le vi entrar desde la pared de enfren-

    te adonde me dijiste que me quedara de viga.

    S debe ser, porque quien nos manda me dijo que debiavenir esta noche ver al Arzobispo, y que por aqu debia pa-

    sar al retirarse.

    Seguro es el golpe.

    Ahora esperad, y silencio.Y todos callaron: Teodoro no habia perdido una palabra.Mucho tiempo trascurri as, y Teodoro observaba de cuan-

    do en cuando una cabeza que se alzaba muy cerca de l paramirar la calle que venia del Arzobispado: la luna estaba ya enla mitad del cielo.

    Por fin son una puerta y se percibi un bulto negro que,saliendo del palacio del Arzobispo, se diriga al lugar de la

    emboscada.

    Es l?- dijo uno de los hombres.

    Debe sercontest otro;

    pero es necesario estar muyseguros, y sobre todo no precipitarnos, porque anda siemprebien armado, y es diestro.

  • 02

    Pero solo

    No le hace.El bulto se acercaba mas y mas.l es, dijo uno.Listos!contest el otro.Y los tres sacaron de la vaina

    sus puales sin levantarse.

    El bulto se perciba ya claramente; era el Oidor y pasabapor delante de los hombres ocultos.

    Entonces sin hacer ruido, y como si hubieran sido unassombras todos, se alzaron; pero no advirtieron que no eran ya

    tres sino cuatro.

    A l!

    grit uno precipitndose; sobre el Oidor; pero

    antes que hubiera podido acercrsele recibi en la cabeza un

    golpe terrible, que le hizo caer tierra sin sentido. Don Fer-nando tir de la espada y se puso en guardia; pero la precau-

    cin era intil: al mirar su actitud, el auxilio inesperado que

    le llegaba y la caida de uno de ellos, los asesinos echaron huir.

    Ni Don Fernando ni el negro pensaron en seguirles, el Oi-dor qued con su espada en la mano, y el negro con su habi-tual indiferencia, cruzados los brazos, contemplndole y te-

    niendo en medio de ellos el cuerpo de aquel hombre, que no

    se sabia si estaba muerto, privado.

    Quin sois, y qu queris?pregunt Don Fernando al

    mirar que el negro no se mova.

    Soy el negro Teodoro, y solo quiero servir su seora

    en lo que me mande.

    Teodoro! qu haces aqu?

    Seguir usa.

    Seguirme? y para qu?

    La seora mi ama sabia que esta noche queran la muer-

    te de usa.

    Don Fernando se puso pensativo.

  • 63

    Ella te ha mandado?

    No, yo le ped licencia para acompaar usa en esta

    noche.

    El Oidor volvi callar por un rato.

    Este hombre est muerto?

    Teodoro se inclin y puso su mano en la boca, y luego en

    el corazn del hombre.

    Est vivocontest.

    Con que le heriste?

    Con mi mano.

    Seria bueno llevrnosle.

    El negro sin esperar mas, levant al herido, que gimi d-

    bilmente; como hubiera podido alzar un nio, y se volvi

    como para esperar una nueva orden.

    Vamos, dijo el Oidor, mirando si en el suelo habia algo.

    Aqu est el arma de stedijo Teodoro levantando unpual del suelo.

    Don Fernando guard su espada y se puso en marcha se-guido del negro que llevaba cuestas al herido, avanzaron un

    poco y se oy un rumor de pasos: eran dos hombres quetraan la direccin opuesta y con los que deban encontrarse.Ah de los que van!dijo uno de los dos.Alto los que vienen!contest Don Fernando' sacando la

    espada.

    A la luz de la luna se vieron brillar los estoques de los quevenan. Teodoro puso en el suelo con mucho cuidado al heri-do, y se coloc al lado de Don Fernando.

    Quin va?dijo una voz.Oidor de la Real Audienciacontest Quesada adelan-

    tndose. *

    Mi seor Don Fernando de Quesada.Seor Bachillercontest el Oidor.

  • 64

    Loado sea Dios, que encuentro su seora, porque enalas del temor, hemos venido en su busca, Ha tenido su se-ora ?

    Un mal encuentro; pero Dios gracias que con el re-fuerzo de Teodoro, ni yo tuve por qu sentir, ni ellos por qualegrarse: mirad.

    Tenis un cautivo.

    Es la proeza de Teodoro, pero retirmonos que no seria

    prudente que as nos viesen.

    Si no le disgusta usa, me tomar la licencia de acom-paarle.

    No cabe disgusto en lo que causa satisfaccin: acompa-adme.

    Teodoro alz su carga y los cinco llegaron la casa delOidor.

    Ahora, seor Bachiller, dijo el Oidor, tcame mi turnode ofreceros en esta noche la hospitalidad que tales horas,temme que no encontris abierta vuestra habitacin.De grado aceptocontest Martin

    y no temo incomo-dar sn seora, porque algunas cosas tengo que poder comu-

    nicarle.

    Pues pasad.

    Permtame usa despedir este compaero.El Bachiller habl algunas palabras con el embozado que

    le acompaaba, y ste se retir, haciendo una profunda cara-

    bana al Oidor.

    El negro habia permanecido firme cargando su hombre.

    Cuando estuvieron dentro ya de la casa y cerrado el za-

    gun, el Bachiller dirigindose al herido, dijo:

    .

    Y de ste, qu dispone su seora?Lo veremos.

    Un lacayo trajo un candil.

  • G5

    No lo conozcodijo Martin.Yo sagrego el Oidor,

    y sobre todo por la librea. Es

    un paje de la casa de Don Pedro de Meja; por mi fe que noperdona mi seor Don Alonso medio de oponerse la fun-dacin.

    Creis?

    Estoy seguro.

    Encargaos de ese hombredijo sus criados Don Fer-nando, y subid vosotros conmigoagreg dirigindose Mar-tin y Teodoro.

  • 60

    X.

    Lo que haba visto y sabido el Bachiller en la easa de la Sarmiento.

    ^a Sarmiento guiaba alumbrando Martin en el subterr-neo; en el fondo de la segunda bveda habia una mesa cu-bierta con una bayeta negra, vieja, y llena de manchas y deagujeros.

    Las bvedas eran un confuso depsito de objetos raros yhorribles, esqueletos, crneos, animales vivos disecados, ca-

    jas y vasijas de figuras estraas, armas, vestidos, libros, pa-peles, bolsas y sacos de todos tamaos, hornillos y braceros,yerbas, flores, ramas y troncos de rboles, pero as, como

    perdindose, ocultndose entre sombras sin contornos, sin pre-

    cisin, como desvanecindose unos objetos en los otros.Martin era hombre de talento, y procur no mostrarse ad-

    mirado de nada.

    Valiente coleccin de porqueras guardis aqudijo

    la Sarmiento.

    La vieja volvi el rostro para verle, entre admirada y co-

    lrica.

    Qu entendis vos de todo esto!contestsentaos.

    El Bachiller se sent en un silln ele baqueta negra sin bra-

  • G7

    zos, y que tenia un respaldo alto, que casi terminaba enpunta.

    Hablemosdijo la Sarmiento.

    Ante todo, permitidme que os diga que con perdn delSanto Oficio, tanto creo en las brujas, como creer en el Pur-gatorio, y as podis escusaros de intentar conmigo hechizos,que ser perder vuestro tiempo.

    Mas convencido quedareis al salir de aqu, de vuestraignorancia, que yo lo estoy de que tenis que acabar vuestra

    vida en las crceles secretas del Santo Tribunal.

    No me digis eso ni de chanza, que de la Inquisicintengo tanta f de que existe como de Dios.

    Producciones tenis para salir con el sambenito.

    Dejemos eso y vamos lo que me habis prometido.Vamos decis que se trata de asesinar esta noche un

    hombre.

    S.Y queris saber si morir hoy muy pronto?Holgrame de saber la verdad.Bien, tenis sobre vos alguna prenda suya?

    El Bachiller se registr.

    Ninguna.Entonces escribid su nombre en este pergamino.La bruja present un pequeo pedazo de pergamino al Ba-

    chiller, tom ste una pluma y puso el nombre del Oidor.La bruja encendi un candil de forma estraa.Qu es eso?

    pregunt Martin.Es un candil que se alimenta con sangre humana, y la

    mecha est sacada de sudario ele un ajusticiado.El Bachiller se sonri con desprecio. La bruja tom el per-

    gamino y lo acerc la llama, el pergamino se incendi pro-duciendo una luz blanca y hermosa.

  • 68

    Este hombre est enamorado y correspondido.

    En qu lo conocis?En la luz blanca.Luego se apag repentinamente.La Sarmiento recogi las cenizas.

    Este hombre no poseer la muger que ama.Por qu?

    La luz se apag de repente, y las cenizas quedaronnegras.

    La Sarmiento trajo una gran bandeja de acero y mezclalli diferentes lquidos, pero siempre quedaban trasparentes ylimpios.

    Poned cuidadodijo al Bachillersi al arrojar las ceni-zas en esta agua se pone roja inmediatamente, vuestro amigomorir hoy de mala muerte; si no, cada burbuja de aire quesalga ser un mes de vida que le quede, hasta que el agua

    cambie de color y entonces morir, si el agua se torna verde,su muerte ser tranquila; si roja, morir de mala muerte.

    Martin no creia, y sin embargo, estaba trmulo y su cora-zn latia con una violencia terrible y no se atrevia separarlos ojos de la vasijaLa bruja dijo entre dientes algunos conjuros y arroj en el

    agua las cenizas.

    Martin contuvo hasta la respiracin; la Sarmiento tenia las

    manos estendidas sobre la vasija, una vbora silvaba en uno

    de los rincones de la bveda, los dos candiles encendidos en-cima de la mesa producan una especie de chisporroteo si-niestro.

    El agua permaneci limpia, derrepente se agit en el medio

    y una burbuja apareci en la superficie y revent luego.Unadijo Martin, arrojando su aliento contenido.Volvi agitarse el agua y otra burbuja apareci.

  • G9

    Dosdijo Martin.

    Las burbujas continuaban brotando.Tres, cuatro, cinco.

    Cincorepiti el Bachiller, mirando con ansiedad que

    no salia otra,cinco.

    El agua pareca querer hervir, arroj una especie de humo

    y repentinamente se puso roja como si hubiera sido de sangre.

    Jess!dijo Martin apartando el rostro espantado.

    Cinco meses de vida, y morir de mala muertedijo con

    solemnidad la Sarmiento.

    Es imposibledijo Martin os habis equivocado.

    Lo deseara, porque tanto veo que os apena, pero temo

    que no.

    Cinco meses no mas, y morirAsesinado

    Asesinado?

    Queris saber quin le matar?

    Martin reflexion.

    Podr matarle yo antes?dijo.No, porque entonces faltara el pronstico.

    Entonces no.

    Como gustis.Martin inclin la cabeza, y luego repentinamente dijo:

    S, s, probad decirme quin le matar, podis??Har por conseguirlo.La Sarmiento puso sobre la mesa un hornillo y comenz

    meter en l trozos de madera que tenan formas y coloresraros, y entre los cuales algunos parecan manos, otras cabe-zas, otros brazos.

    Qu lea es esa?

    pregunt Martin preocupado.Son pedazos de estatuas de santos.

    El Bachiller no estaba para objetar aquella profanacin.

  • 70

    La bruja encendi en el candil una pajuela de azufre, y lacoloc entre la lea: la llama se alz.

    El humo de la pajuela y el que arrojaba la pintura de la ma-dera que servia de combustible, producian un olor sofocante.La bruja coloc sobre el hornillo la vasija con el liquido que

    habia quedado rojo, y comenz decir conjuros dando vueltasen derredor de la mesa.

    Toco tard el lquido en entrar en ebullicin y exhalar un

    vapor luminoso: la Sarmiento mat la luz de los candiles.Martin creia soar con el resplandor rojizo de la llama, la

    casa de la Sarmiento, y los objetos que alcanzaban alum-brarse tomaban formas fantsticas; par