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AUTORIDADES
PRESIDENTA DE LA NACIONDRA. CRISTINA FERNNDEZ DE KIRCHNERJEFE DE GABINETE DE MINISTROSDR. JUAN MANUEL ABAL MEDINA
SECRETARIO DEGABINETE Y COORDINACIN
ADMINISTRATIVALIC. FACUNDO NEJAMKIS
SUBSECRETARIO DE GESTIN Y EMPLEO PBLICOLIC. ANDRS J. GILIO
DIRECTOR DEL INSTITUTO
NACIONAL DE LA ADMINISTRACIN PBLICAPROF. LIC. RAFAEL RUFFO
DIRECTOR DE INVESTIGACIONESLIC. MARIANO MONTES
Ante los fracasos evidentes de las polticas neoliberales de los
aos 90, comienza a nacer a escala regional un nuevo consenso
poltico, social y acadmico sobre el rol insustituible del Estado en
la consecucin de metas colectivas, tanto para estimular el de-
sarrollo como para fortalecer la igualdad de todos los ciudadanos.
En el caso argentino, aquella traumtica experiencia expuso la ne-
cesidad de volver a contar con un Estado fuerte, moderno y gil
que haga posible conjugar el crecimiento econmico y la inclusin
social. Ese consenso embrionario reclama repensar y redefinir el
tipo de organizacin y funcionamiento pblico que necesitamos,
debido a que sera ftil establecer nuevas tareas si el Estado no
cuenta con las capacidades institucionales pertinentes para de-
sempearlas de forma eficiente y eficaz.
Los gobiernos neoliberales constituyeron un punto de inflexin en
la historia argentina y regional. En el plano de la administracin p-
blica, el paradigma del new public management o Nueva Ges-
tin Pblica, basado en la importacin a la organizacin estatal
de mecanismos como la planificacin estratgica, la gestin por
resultados y una mayor autonoma de los tomadores de decisiones
Juan Manuel Abal MedinaJefe de Gabinete de Ministros
pblicas, fue la brjula de las reformas del Estado
desarrolladas a partir de la dcada del 80 en la
mayora de los pases del mundo.
Sin embargo, la interesante y atractiva propuesta
del paradigma de la Nueva Gestin Pblica pre-
sent significativas falencias en su variacin lati-
noamericana porque desatendi variables
contextuales. Sus medidas resultaron tiles en
administraciones rgidamente procedimentalis-
tas, con slidas burocracias; no en nuestros Es-
tados, nunca definidos por el modelo weberiano.
En consecuencia, el desafo del Estado argentino
es mucho mayor: apuntar al cumplimiento de
objetivos y, a la vez, consolidar las normas y los
procedimientos en el funcionamiento de la admi-
nistracin, jams afianzados plenamente.
Con la mira puesta en reconstruir un Estado
fuerte y slido a la altura de las demandas de
todos los argentinos y argentinas, y cuyas virtu-
des no residan en su tamao, sino en su capaci-
dad para transformar la realidad, los gobiernos de
Nstor Kirchner y Cristina Fernndez de Kirchner
adoptaron ese enfoque superador: una gestin
pblica orientada a objetivos y resultados y al
arraigamiento de normas y procedimientos en el
funcionamiento estatal.
En el sendero de ese objetivo, desde el 25 de
mayo de 2003 el proyecto nacional profundiz,
por medio de polticas pblicas, la interaccin dia-
lctica entre ciencia y accin gubernamental,
conciente del esencial rol que cumplen el cono-
cimiento y las ciencias sociales: desde identificar
problemas hasta evaluar polticas, pasando por el
diseo y la implementacin de las medidas. In-
dudablemente, all se inscribe y puede enten-
derse la razn de esta revista coordinada por
la Direccin de Investigaciones del Instituto Na-
cional de la Administracin Pblica. La nueva pu-
blicacin constituye un valiossimo aporte; por el
mrito de los autores invitados, y por la apertura
de un espacio irresuelto de debate y reflexin
que nos posibilita reconocer y evaluar los avan-
ces y los nuevos desafos que se presentan.
Por todo lo expuesto, expreso el deseo de que
en los prximos nmeros continuemos refle-
jando las distintas perspectivas sobre el Estado,
las polticas pblicas y la gestin, que nos permi-
tan seguir contribuyendo, entre todos, a fortale-
cer los debates que este momento histrico
reclama.5| Perspectivas sobre el Estado
p. 10Qu democracia tenemos?
Qu democracia queremos?
Joan SubiratsMientras los poderes pblicos
buscan obstinadamente salidas
ortodoxas que satisfagan las
exigencias de los mercados fi-
nancieros, hasta el punto de
modificar urgentemente consti-
tuciones, mucha gente se em-
pieza a mostrar tremendamente
molesta por la docilidad y servi-
dumbre poltica.
p. 42Qu ha pasado con lo p-
blico en los ltimos 30 aos?
Balance y perspectivas
Nuria Cunill GrauSe han producido en las lti-
mas dcadas cambios de inusi-
tada magnitud que nos
enfrentan a un nuevo Estado y
a un nuevo mbito de lo p-
blico que requieren ser proble-
matizados ante cualquier
intento de recuperar su centra-
lidad.
p. 82Modernizacin del Estado,
empleo pblico y negocia-
cin colectiva
Omar AutnNo hay Estado moderno sin
Nacin integrada, sin pas con
sus ojos volcados hacia la in-
clusin y la justicia social.
Como contrapartida, no hay
dignidad para el trabajador p-
blico si no la tienen los trabaja-
dores en general.
Ao 1. Nmero 1. Abril de 2013
p. 136Administracin y polticas
pblicas en la Argentina: una
revisin histrica
Pablo Bulcourf, GustavoDufour y Nelson CardozoEste mirarse y reflexionar
sobre s mismo como disci-
plina emergente constituye un
sntoma de la magnitud y ma-
durez que ha adquirido en los
ltimos aos el rea de los es-
tudios en Administracin y Pol-
ticas Pblicas.
p. 96Liberal, radical, o populista y
clientelar: tres visiones sobre
la relacin entre sociedad civil
y Estado en Latinoamrica
Mara Esperanza CasulloLas quejas sobre la subsuncin
de una poltica virtuosa en el
populismo y clientelismo parece
trasuntar, por momentos, una
queja sobre que se hace poltica
con que y con quienes no debe
hacerse.
p. 112El sistema de seguridad so-
cial en la Argentina: transfor-
maciones recientes en
perspectiva histrica
Demian Panigo y FlorenciaMdiciAs como en los aos 90 se
haca responsable a cada trabaja-
dor por su futuro, a partir de los
ltimos aos ha sido el Estado el
que tom la responsabilidad de
asegurar el futuro de los grupos
excluidos, principalmente nios
y adultos mayores.
SUMARIO
El ciclo poltico que se inici en 2003 con Nstor Kirchner, y se pro-
longa hoy en la presidencia de Cristina Fernndez de Kirchner, tiene
entre sus principales banderas alcanzar un desarrollo econmico
sostenible con inclusin social. Para cumplir con tan complejo ob-
jetivo, no solo ha sido necesario dejar atrs el paradigma neoliberal,
basado en la retraccin de la esfera pblica y la primaca del mer-
cado como asignador de recursos. Tambin ha requerido sentar las
bases de un nuevo tipo de gestin sustentado en el fortalecimiento
del Estado como institucin esencial para el crecimiento del pas.
En este contexto, la modernizacin del Estado an en curso supone
tanto una organizacin inteligente del conjunto de instituciones p-
blicas y aparatos burocrticos que lo componen como una actuali-
zacin de las reglas y procedimientos que regulan la administracin
pblica. Un Estado gil, eficiente y receptivo de las demandas po-
pulares slo se instrumenta a partir de la optimizacin de los meca-
nismos de gestin que involucra el proceso de toma de decisiones
pblicas.
El Instituto Nacional de la Administracin Pblica (INAP) emerge
como un organismo de suma importancia en la bsqueda de es-
tructurar un Estado moderno, transparente y al servicio de la ciu-
dadana. La Direccin de Investigaciones que depende del INAP,
Facundo NejamkisSecretario de Gabinete y Coordinacin Administrativa
en particular, desarrolla estudios que contribuyen
a obtener una mejor comprensin de la gestin
pblica y el aparato estatal. Su objetivo es vincu-
lar la produccin de conocimientos con el pro-
ceso de toma de decisiones pblicas, para
generar insumos que eleven la calidad del diseo
e implementacin de polticas. Por ello, resulta
lgico el lanzamiento de una revista que fomente
el debate en torno al Estado y provea herramien-
tas conceptuales y prcticas sobre las diversas
dimensiones que integran la esfera pblica.
Este primer nmero de la revista Perspectivas
sobre el Estado, las polticas pblicas y la gestin
aborda temticas que, si bien diversas, cortan
transversalmente a la administracin y las polti-
cas pblicas. Joan Subirats se interroga, a raz de
la crisis econmico-financiera que aqueja a los
pases centrales, sobre los nuevos desafos que
se le presentan a las instituciones polticas y so-
ciales de las democracias contemporneas.
Nuria Cunill Grau repasa los cambios producidos
en las ltimas dcadas en relacin con el Estado
y lo pblico, centrndose en una de las facetas a
travs de la cual se expresa el aparato estatal: la
provisin de bienes sociales. Omar Autn, en
funcin de su experiencia sindical, examina las
transformaciones ms importantes que ha atra-
vesado el empleo pblico en la Argentina desde
el retorno democrtico. Mara Esperanza Casullo
define tres modos de regular la relacin entre Es-
tado y sociedad civil para examinar hasta qu
punto estas categoras sirven para interpretar la
realidad latinoamericana. Demian Panigo y Flo-
rencia Mdici, por su parte, analizan las transfor-
maciones recientes del sistema de seguridad
social argentino, procurando identificar las especi-
ficidades inherentes al modelo de desarrollo im-
pulsado desde 2003. Finalmente, Pablo Bulcourf,
Gustavo Dufour y Nelson Cardozo elaboran una re-
visin histrica exhaustiva sobre los enfoques
tericos que imperaron en el campo de la adminis-
tracin y las polticas pblicas.
En los ltimos aos se han realizado notables
avances en el objetivo de configurar un Estado
ms profesionalizado, con un aparato burocrtico
eficiente y una estructura tecnolgica moderni-
zada, puesto al servicio de la gestin pblica y
capaz de implementar polticas de creciente
complejidad. En tal sentido, esta revista es de
lectura obligada para quienes tienen responsabi-
lidad de gestin y para acadmicos y miembros
de la sociedad civil interesados en las temticas,
pues slo a partir de la formacin de debates
abiertos y plurales seremos capaces de generar
el conocimiento necesario para la construccin
de un Estado cada vez ms moderno e inclusivo.
9| Perspectivas sobre el Estado
AbstractEn los ltimos meses se ha ido extendiendo la idea de que las ins-
tituciones polticas de los pases europeos tienen crecientes difi-
cultades ya no para controlar, sino simplemente para responder o
acomodarse a dinmicas econmicas y financieras que les desbor-
dan por completo. La economa parece naturalizada, movindose
al margen de cualquier capacidad de adecuacin a las necesidades
humanas. Y los efectos sobre la vida de la gente son tremendos.
Frente a todo ello, mientras los poderes pblicos buscan obstina-
damente salidas ortodoxas que satisfagan las exigencias de los
mercados financieros, hasta el punto de modificar urgentemente
constituciones, mucha gente se empieza a mostrar tremen-
damente molesta por la docilidad y servidumbre poltica. En este
marco, resulta necesario repensar los principales basamentos de
nuestro sistema democrtico.
Joan Subirats Doctor en Ciencias Econmicas. Responsable del Programa deDoctorado del Instituto de Gobierno y Polticas Pblicas de laUniversidad Autnoma de Barcelona.Democracia | Participacin ciudadana | Nuevas tecnologas
* Publicado originalmente en HistoriaActual Online (HAOL) 26, 115-132.
12| Perspectivas sobre el Estado
IntroduccinEn los ltimos meses se ha ido extendiendo la
idea de que las instituciones polticas de los pa-
ses europeos tienen crecientes dificultades ya
no para controlar, sino simplemente para respon-
der o acomodarse a dinmicas econmicas y fi-
nancieras que les desbordan por completo. La
economa parece naturalizada, movindose al
margen de cualquier capacidad de adecuacin a
las necesidades humanas. Y los efectos sobre la
vida de la gente son tremendos.
En Espaa, la expresin ms clara la tenemos en
los orgenes y consecuencias del boom inmobi-
liario y del frenes hipotecario de los aos felices
del nuevo siglo. Frente a todo ello, mientras los
poderes pblicos buscan obstinadamente salidas
ortodoxas que satisfagan las exigencias de los
mercados financieros, hasta el punto de modifi-
car urgentemente constituciones, mucha gente
se empieza a mostrar tremendamente molesta
por la docilidad y servidumbre poltica. Son cada
vez ms conscientes de que no encontrarn res-
puestas a sus problemas en unas instituciones
que son incapaces de contrarrestar la hegemona
de los mercados financieros globales. Y, por ello,
exigen cambios en la manera de decidir, de ser
representados, de organizar la vida poltica.
Hemos pasado del conflicto social que buscaba
respuesta en el sistema democrtico a un con-
flicto social que entiende que no hay respuesta
posible sin transformar y modificar tambin el pro-
pio sistema democrtico. Tenamos conflicto so-
cial sin respuesta en el mbito poltico. Ahora
tenemos conflicto social y conflicto poltico. La po-
ltica ha ido pasando de ser vista como parte de la
solucin a convertirse en parte del problema.
Se trata, por tanto, de entender qu quiere decir
esa sociedad alejada de las instituciones de la
que nos habla Michael Walzer, y de repensar los
lazos entre lo social, cada vez ms individualizado
y personalizado, y la esfera poltica, entendida
como mecanismo delegativo de toma de decisio-
nes en nombre de la comunidad. Detenerse en
la relacin sociedad-poder poltico es, sin duda,
un elemento clave para poder repensar la poltica
y las polticas. En efecto, en la poltica, el factor
delegacin, la transferencia del poder de las per-
sonas, de la comunidad, a los polticos, a los re-
presentantes y detentadores del poder, ha sido
la piedra basal de la construccin de la legitimi-
dad del poder en el Estado liberal. Y la lucha por
la democratizacin del mismo puso tambin un
gran nfasis en ampliar la base del sufragio y en
el acceso de representantes de las clases popu-
lares en las instituciones representativas.
Si queremos repensar la poltica, deberemos em-
pezar por repensar esa lgica delegativa. Como
bien afirma Ulrich Beck:
El ciudadano que quiere resolver los pro-
blemas que no han sabido ni prever ni evi-
tar los especialistas, se los encuentra de
nuevo entre sus manos. No tiene otra so-
Joan Subirats
13| Perspectivas sobre el Estado
lucin que mantener la delegacin (a los
polticos y especialistas), pero multipli-
cando esta vez los dispositivos para con-
trolarlos y vigilarlos.
Dice Pierre Rosanvallon (2006) que la democracia
se sustenta en dos creencias o ficciones muy
significativas. Por un lado, la que entiende que el
disponer de la mayora por parte de la opcin ms
votada implica automticamente que esa opcin
expresa la voluntad general. Cuando, de hecho,
la eleccin es bsicamente un mecanismo tc-
nico para seleccionar a los gobernantes. La otra
ficcin o equvoco es que el triunfo mayoritario
el da concreto de las elecciones y, por consi-
guiente, la legitimidad conseguida ese da, se
traslada automticamente a todo el tiempo que
va durar el mandato. El nivel de informacin de
los ciudadanos, la rapidez con que se modifican
las situaciones econmicas, polticas o sociales
en un mundo cada vez ms interdependiente, la
propia asimetra de recursos y posibilidades
entre un sistema econmico globalizado y una
poltica territorializada, todo ello indica la dificul-
tad para mantener inalterada durante el mandato
la legitimidad conseguida el da de las elecciones.
Por otro lado, la fortaleza de una democracia se
mide por el grado de disenso o de inclusin de
minoras discordantes con el sentir mayoritario
que sea capaz de contener. Y ello nos seala el
peso de la prueba no en la fuerza irresistible de
la mayora, sino en el respeto y el reconocimiento
de las minoras.
Como ya hemos dicho, muchos de los parme-
tros en los que se inscriban las instituciones de
la democracia representativa han cambiado sus-
tancialmente. Las bases liberales de partida fue-
ron modificndose (democratizndose) en una
lnea que permiti ir abriendo ms oportunidades
de acceso a sectores y capas sociales que no es-
taban inscritos en las coordenadas de partida.
Las instituciones polticas del liberalismo se fun-
damentaban en una relacin subsidiaria respecto
de las exigencias del orden econmico liberal, y
en ese diseo, como sabemos, las posibilidades
de participacin poltica se circunscriban a aque-
llos considerados plenamente como ciudadanos,
es decir, propietarios, cuyos umbrales de renta
variaban con relacin a las fuerzas polticas, ms
conservadoras, ms liberales, que ocupaban
alternativamente las instituciones polticas.
La preocupacin por la participacin poltica no
era un tema que estuviera situado en la agenda
de debate de las instituciones. Era un tema
extrainstitucional, planteado precisamente por
aquellos que expresamente estaban excluidos de
la vida poltica institucional. Hablar de democracia
en esa poca era referirse a un anhelo revolucio-
nario y contradictorio con la lgica institucional
imperante, bsicamente porque hablar de demo-
cracia era hablar de igualdad.
La propia transformacin del sistema econmico
se acompa, no sin tensiones y conflictos de
todo tipo y dimensin, de la transformacin de-
mocratizadora del sistema poltico. Podramos
decir que en la Europa occidental, y tras los apa-
bullantes protagonismos populares en los desen-
laces de las grandes guerras, se consigue llegar a
cotas desconocidas hasta entonces de democra-
tizacin poltica y, no por casualidad, de participa-
cin social en los beneficios del crecimiento
econmico en forma de polticas sociales a partir
de 1945. Democratizacin y redistribucin apare-
cen nuevamente conectadas. Ese modelo, en el
que coincidan mbito territorial del Estado, pobla-
cin sujeta a su soberana, sistema de produccin
de masas, mercado de intercambio econmico y
reglas que fijaban relaciones de todo tipo, desde
una lgica de participacin de la ciudadana en su
determinacin, adquiri dimensiones de modelo
cannico y aparentemente indiscutido.
En los ltimos aos, muchas cosas han cam-
biado al respecto. Los principales parmetros so-
cioeconmicos y culturales que fueron sirviendo
de base a la sociedad industrial estn quedando
atrs a marchas forzadas. Y muchos de los ins-
trumentos de anlisis que nos haban ido sir-
viendo para entender las transformaciones del
Estado liberal al Estado fordista y keynesiano de
bienestar resultan ya claramente inservibles.
Estos cambios no han encontrado a los poderes
pblicos en su mejor momento. El mercado y el
poder econmico subyacente se han globalizado,
mientras las instituciones polticas, y el poder
que de ellas emana, siguen en buena parte an-
cladas al territorio. Y es en ese territorio donde
los problemas que generan la mundializacin
econmica y los procesos de individualizacin se
manifiestan diariamente. La fragmentacin insti-
tucional aumenta, pierde peso el Estado hacia
arriba (instituciones supraestatales), hacia abajo
(procesos de descentralizacin, devolution, etc.) y
hacia los lados (con un gran incremento de los
partenariados pblicos-privados, con gestin pri-
vada de servicios pblicos y con presencia cada
vez mayor de organizaciones sin nimo de lucro
presentes en el escenario pblico). Al mismo
tiempo, comprobamos cmo la lgica jerrquica
que ha caracterizado siempre el ejercicio del poder
no sirve hoy para entender los procesos de deci-
sin pblica, basados cada vez ms en lgicas de
interdependencia, de capacidad de influencia, de
poder relacional, y cada vez menos en estatuto or-
gnico o en ejercicio de jerarqua formal.
Es en ese nuevo contexto en el que hemos de si-
tuar el debate sobre los posibles dficits de la de-
mocracia representativa, y relacionar cambios en
el sistema poltico con cambios en las formas de
vida y de trabajo. Y ello no se acostumbra a hacer.
Se discute de la salud de la democracia, de su vi-
talidad y capacidad para recoger el sentir popular,
como si la democracia fuera algo ya adquirido o
conseguido para siempre, algo indiscutido e indis-
cutible desde cualquier mbito territorial o colec-
tivo. Y ms an, como si todos entendieran lo
mismo cuando hablan de democracia.
No es fcil adentrarse en el debate sobre la de-
mocracia y sus significados pasados, actuales y
futuros, sin aclararnos un poco sobre a qu nos
estamos refiriendo. Y tampoco es ello sencillo
14| Perspectivas sobre el Estado
15| Perspectivas sobre el Estado
Joan Subirats
dado lo mucho que se ha escrito y se sigue escribiendo sobre el
tema. Aceptemos que deben existir unas reglas mnimas sobre las
que fundamentar un ejercicio democrtico, pero sabiendo que la
existencia de esas reglas no implica el que se consigan los fines
que desde siempre han inspirado la lucha por la democratizacin
de nuestras sociedades. Es decir, la igualdad no solo jurdica, sino
tambin social y econmica. Esa aspiracin ha sido la razn de ser
de los movimientos democrticos desde que por retrotraernos a
los orgenes se alteraron las bases del Estado absolutista en la In-
glaterra del XVII con los levellers o los diggers, o ms tarde con los
iguales de Babeuf de la Francia de finales del XVIII, que no se con-
formaban con el principio representativo como elemento constitu-
tivo de los nuevos regmenes, sino que pretendan hacer realidad
la aspiracin igualitaria, la aspiracin democrtica.
Lo que ha ocurrido en los ltimos aos, el gran cambio de poca
al que asistimos, est provocando un vaciamiento creciente de
nuestra capacidad de influir en la accin de gobierno. Y ello es as
a pesar de que formalmente mantengamos ms o menos intactos
muchos de los elementos formales de nuestra condicin de ciu-
dadanos que viven y ejercen sus derechos en un Estado democr-
tico. Y con ese creciente desapoderamiento de la capacidad
popular de influir y condicionar las decisiones, se pierde buena
parte de la legitimidad de una democracia que solo mantiene abier-
tas las puertas de los ritos formales e institucionales. Deca Albert
Hirschman que un rgimen democrtico consigue legitimidad
cuando sus decisiones emanan de una completa y abierta delibe-
racin entre sus grupos, rganos y representantes, pero eso es
cada vez menos cierto para los ciudadanos y lo es cada vez ms
para entes, corporaciones y lobbies econmicos, que escapan de
la lgica Estado-mercado-soberana y aprovechan su nuevas capa-
cidades de movilidad global. Los poderes pblicos son cada vez
menos capaces de condicionar la actividad econmico-empresarial
y, en cambio, las corporaciones siguen influyendo y presionando a
El mercado y elpoder econmicosubyacente se hanglobalizado, mien-tras las institucio-nes polticas, y elpoder que de ellasemana, siguen enbuena parte ancla-das al territorio.
16| Perspectivas sobre el Estado
unas instituciones que no disponen de los mismos
mecanismos para equilibrar ese juego de los que
disponan antes.
La propia evolucin de los regmenes liberal-de-
mocrticos ha mantenido siempre fuera del sis-
tema poltico a sectores sociales que no
disponan de las mnimas capacidades y condicio-
nes vitales para poder ejercer con plenitud su ciu-
dadana. Esa exclusin poltica la realizaba
normativamente (asignando los ya mencionados
umbrales de renta que convertan el sufragio y la
vida poltica en cosa de unos cuantos; manipu-
lando los distritos electorales; dejando fuera a los
jvenes, a las mujeres o a los que vagaban por el
pas buscando trabajo; prohibiendo la existencia
de ciertos partidos o dificultando su funciona-
miento) o por la va de los hechos, despreocupn-
dose de los que, pudiendo hacerlo, no usan sus
derechos polticos, preocupados como estn por
temas ms urgentes desde el punto de vista vital.
Lo que est ocurriendo es que ese sector de ex-
cluidos polticos crece. Porque crecen las situa-
ciones de exclusin social (que conllevan
siempre procesos de reduccin del ejercicio de
ciudadana) y porque crece la sensacin de inuti-
lidad del ejercicio democrtico-institucional en
esa democracia de baja intensidad a la que pa-
recemos abocados. En efecto, aumenta la con-
ciencia sobre las limitaciones de las capacidades
reales de gobierno de las instituciones en el
nuevo escenario de mundializacin econmica, y
crece la sensacin de que los actores poltico-ins-
titucionales estn cada vez ms encerrados en
su universo autosuficiente. La reserva de legiti-
midad de la democracia se va agotando, justo
cuando su aparente hegemona como nico sis-
tema viable y aceptable de gobierno parece
mayor que nunca.
Y ello es as porque ese conjunto de transforma-
ciones y cambios a los que hemos ido aludiendo
han contribuido a que la democracia sea hoy una
palabra, una expresin, un trmino que cada vez
explique menos. El uso y abuso del vocablo, su
aparente inatacabilidad, lo convierte en ms re-
dundante, en menos polticamente definitorio.
Los grandes organismos internacionales, las
grandes potencias mundiales, cualquier Estado
y cualquier actor poltico en cualquier lugar, usa
el trmino y lo esgrime para justificar lo que se
hace o para criticar lo que no se hace. Y lo cierto
es que si tratamos de recuperar su sentido pri-
migenio y complejo, la democracia y su pleno
ejercicio no es precisamente algo que pueda asu-
mirse por ese enorme y variopinto conjunto de
actores e instituciones de manera pacfica y sin
contradicciones.
Los actores institucionales, y con ellos los parti-
dos polticos y las grandes organizaciones sindi-
cales, cada vez ms inextricablemente insertos
en el tejido institucional-estatal, si bien detectan
las seales de desconexin y de desafeccin de
la ciudadana, tratan de acomodarse a la nueva
situacin, buscando, con mayor o menor nfasis,
nuevas vas de supervivencia en un juego que
Joan Subirats
17| Perspectivas sobre el Estado
puede llegar a ser perverso con los medios de
comunicacin como gran receptculo de interac-
cin extra e intrainstitucional. Los movimientos
sociales, o bien van estrechando sus vnculos
clientelares con la estructura institucional, o bien
tratan de buscar alternativas que inmediata-
mente les alejan del juego poltico convencional.
La ciudadana aumenta su escepticismo-cinismo
en relacin con la actividad poltico-institucional,
y podramos afirmar que se ha simplemente
descontado la existencia del sistema de repre-
sentacin poltica como una carga ms que ha de
soportarse en sociedades donde vivir es cada
vez ms complejo. Y, en esa lnea, la relacin con
polticos e instituciones tiende a volverse ms
utilitaria, ms de usar y tirar, con pocas esperan-
zas de influencia o de interaccin autntica.
Ante ese conjunto de problemas y constatacio-
nes, cmo avanzar? La democracia sigue siendo
la respuesta. Lo que deberamos recobrar es
nuestra capacidad de replantear la pregunta. La
democracia no tiene por qu considerarse como
un fin en s misma. Lo que est en juego, lo que
podra constituir la pregunta a hacerse, sera:
cmo avanzamos hacia un mundo en el que los
ideales de libertad e igualdad puedan cumplirse
de manera ms satisfactoria, incorporando, ade-
ms, la aceptacin de la diversidad como nuevo
valor central, en un escenario que ya es irreversi-
blemente global? La respuesta sigue siendo: de-
mocracia. Una democracia que recupere el
sentido transformador, igualitario y participativo
que tena hace aos. Y que, por tanto, supere esa
visin utilitaria, minimalista y encubridora mu-
chas veces de profundas desigualdades y exclu-
siones que tiene ahora en muchas partes del
mundo. Una democracia como respuesta a los
nuevos retos econmicos, sociales y polticos a
lo que nos enfrentamos. Recordemos que capi-
talismo y democracia no han sido nunca trmi-
nos que convivieran con facilidad. La fuerza
igualitaria de la democracia ha casado ms bien
mal con un sistema econmico que considera la
desigualdad como algo natural y con lo que hay
que convivir de manera inevitable, ya que cual-
quier esfuerzo en sentido contrario ser visto
como distorsionador de las condiciones ptimas
de funcionamiento del mercado. No queremos
con ello decir que democracia y mercado son in-
compatibles, sino que no conviven sin tensin.
Hemos de buscar frmulas de desarrollo econ-
mico que, asumiendo las tiles capacidades de
asignacin de recursos y de innovacin que se
han ido construyendo va mercado, recuperen ca-
pacidades de gobierno que equilibren y pongan
fronteras a lo que hoy es una expansin sin lmi-
tes visibles del poder corporativo a escala global,
con crecientes cotas de desigualdad y de deses-
peranza para muchas personas y colectivos. Y,
para ello, necesitamos distintas cosas.
Por un lado, reforzar las frmulas de economa
social ya existentes y buscar nuevas formas de
creacin de riqueza, y bienestar individual y co-
lectivo, y llevar el debate de la democratizacin a
esferas que parecen hoy blindadas: qu se en-
tiende por crecimiento, qu entendemos por
18| Perspectivas sobre el Estado
desarrollo, quin define costes y beneficios,
quin gana y quin pierde ante cada opcin eco-
nmica aparentemente objetiva y neutra. Por
otro lado, buscar frmulas que regulen-arbitren-
graven las transacciones econmicas y financie-
ras de carcter internacional que hoy siguen
caminos y rutas que hacen extremadamente di-
fcil a los gobiernos su supervisin (como hemos
visto en la actual crisis financiera), an en el hi-
pottico caso de que quisieran ejercer realmente
ese control.
Adems, explorar y potenciar formas de organiza-
cin social que favorezcan la reconstruccin de vn-
culos, la articulacin de sentidos colectivos de
pertenencia respetuosos con la autonoma indivi-
dual. En ese sentido, el reforzamiento de las apro-
ximaciones y experiencias comunitarias en los
procesos de formulacin y puesta en prctica de
polticas pblicas es algo, sin duda, a seguir y a con-
solidar. Tambin, la articulacin de entramados y
plataformas que permitan vincular marcos locales
de experimentacin entre s, permitiendo fertiliza-
ciones cruzadas y reflexiones sobre las prcticas lle-
vadas a cabo en distintos lugares. Recuperar el
sentido poltico y transformador de muchas expe-
riencias sociales que parecen hoy simplemente
curiosas o resistentes a la individualizacin domi-
nante. Entender que hay mucha poltica en lo que
aparentemente podran simplemente definirse
como nuevas dinmicas sociales.
Desde un punto de vista ms estrictamente pol-
tico, lo primero es comprender que la poltica no
se acaba en las instituciones. Y lo segundo es asu-
mir que hablar de poltica es referirnos a la capaci-
dad de dar respuesta a problemas colectivos. Por
tanto, parece importante avanzar en nuevas for-
mas de participacin colectiva y de innovacin de-
mocrtica que no se desvinculen del cambio
concreto de las condiciones de vida de la gente.
No tiene demasiado sentido seguir hablando de
democracia participativa, de nuevas formas de
participacin poltica, si nos limitamos a trabajar
en el estrecho campo institucional, o en cmo me-
joramos los canales de relacin-interaccin entre
instituciones poltico-representativas y sociedad.
Y eso exige superar el debate sobre la democracia
participativa y su relacin con la democracia repre-
sentativa, como si solo se tratara de complemen-
tar, mejorar, reforzar una (la representativa) a
travs de la nueva savia que aportar la otra (la par-
ticipativa). Si hablamos de democracia igualitaria,
estaremos probablemente marcando un punto de
inflexin. Y uniremos innovacin democrtica y po-
ltica con transformacin econmica y social. Sa-
bemos muy bien que la igualdad de voto no
resuelve ni la desigualdad econmica, ni la de-
sigualdad cognitiva, ni la desigualdad de poder y
de recursos de todo tipo de unos y otros. Si ha-
blamos de democracia igualitaria, estaremos se-
alando la necesidad de enfrentarnos a esas
desigualdades desde un punto de vista global y
transformador. Y, desde esa perspectiva, conven-
dra analizar e impulsar nuevas experiencias y pro-
cesos participativos.
Joan Subirats
19| Perspectivas sobre el Estado
Internet ydemocracia.Qu efectos tiene la generalizacin deInternet en ese escenario?
Desde hace mucho tiempo se sabe que los ins-
trumentos de comunicacin e informacin modi-
fican muy significativamente las pautas de
conformacin de la opinin pblica y los proce-
sos de construccin de legitimidad poltica. Son
innumerables los trabajos realizados al respecto
sobre prensa y poltica, son constantes las refe-
rencias al uso que hicieron Roosevelt o Gering
de la radio, o sobre la revolucin que signific la
aparicin de la televisin en el debate poltico,
con el clsico ejemplo del debate Nixon-Kennedy.
Qu decir de lo que est ya implicando Internet
y sus tremendos impactos y modificaciones de
las relaciones sociales de todo tipo? Estamos en
plena eclosin del tema y hemos ido observando
y sintiendo la creciente significacin del cambio,
desde la campaa de Obama, la reaccin ante los
atentados en Madrid del 11 de marzo del 2004 y
los intentos de manipulacin del gobierno, o las
nuevas formas de socializacin y movilizacin po-
ltica de Facebook o de Twitter, con ejemplos re-
cientes en el norte de frica o en Espaa. En este
apartado expondremos algunas convicciones y
muchas dudas, pero no creemos que se pueda
hablar seriamente de renovacin de la poltica en
este inicio de siglo sin referirnos a las tecnologas
de la informacin y la comunicacin, y a sus efec-
tos en la gobernanza colectiva.
Hace aos, en una conferencia sobre la sociedad
de la informacin, el rector de la Open University,
John Daniel, afirm: Seoras y seores, las nue-
vas tecnologas son la respuesta. Cul era la pre-
gunta?. La frase es una buena forma de expresar
las grandes expectativas generadas en muchos y
distintos campos de nuestra vida ante la perspec-
tiva que abre la aplicacin de las tecnologas de
la informacin y la comunicacin (TIC), pero, al
mismo tiempo, el desconcierto que reina ante
sus posibles utilidades e impactos. La ancdota
recuerda al comentario que realiz el precursor
de la comunicacin sin hilos, Guglielmo Marconi,
cuando algunos de sus colaboradores, alboroza-
dos por el descubrimiento, dijeron: Ya podemos
hablar con Florida, a lo que Marconi respondi:
Pero, tenemos algo que decir a los de Florida?.
De manera parecida, podemos afirmar que no
hay da que no encontremos a alguien entusias-
mado con las posibilidades que abren las nuevas
tecnologas en el campo de la democracia y el
funcionamiento del sistema poltico. Pero debe-
ramos primero pensar en los problemas que hoy
tenemos planteados y en las utilidades potencia-
les y reales de esas TIC.
Un experto en democracia como Benjamin Bar-
ber ha dicho que la modernidad puede ser defi-
nida polticamente por las instituciones
democrticas, y, social y culturalmente, por la ci-
vilizacin de la tecnologa. Pero las relaciones
20| Perspectivas sobre el Estado
entre estos dos componentes no estn exentas de ambigedades.
Mientras algunos, como Jean Jacques Rousseau, se manifestaron
siempre recelosos ante los efectos que el progreso cientfico ten-
dra sobre la privacidad y la igualdad en las relaciones polticas,
otros, como Karl Popper o Bertrand Russell, entendieron que exis-
ta una estrecha relacin entre el espritu de la ciencia y el xito de
las instituciones democrticas. De manera simple podramos decir
que existen al menos tres interesantes (y no obligatoriamente ex-
cluyentes) posibilidades para Internet y las TIC con relacin a la de-
mocracia poltica. Pueden agravar los problemas que hoy presenta
la democracia representativa, pueden ayudar a solucionar o superar
esos problemas, o pueden crear problemas nuevos que las propias
TIC no sean capaces de resolver.
Los hay pesimistas que consideran que, si la primera generacin de
los media (radio, TV) ya convirti a la poltica en algo casi virtual, ello
se ver sumamente reforzado en la segunda generacin de los
media (redes electrnicas interactivas), conduciendo a una especie
de apoteosis de formas polticas sumamente dirigistas. Para com-
pletar ese escenario pesimista, se recuerda que Internet permite un
exhaustivo control de datos, un sofisticado marketing poltico y con-
figura altas posibilidades de manipulacin informativa con poco mar-
gen para generar cambio. De hecho, tenemos pruebas evidentes
(en China, en Siria, en Cuba o en Gran Bretaa, para poner solo al-
gunos ejemplos recientes) del constante intento de los gobiernos
de cualquier signo poltico para controlar las redes sociales.
Los ciberoptimistas, en cambio, consideran que Internet y las TIC
favorecen un ms fcil acceso de la ciudadana a las actividades
del gobierno, transformndolo en un ente ms controlable y con
menores posibilidades de ejercer un control jerrquico sin los ade-
cuados contrapesos y limitaciones. Al mismo tiempo, las nuevas
formas de comunicacin entre los ciudadanos, y su interaccin con
parlamentos y gobiernos, pueden llegar a equilibrar (o compensar,
Es suicida para elsistema poltico notratar de ver y eva-luar cmo cambialas relaciones einteracciones sociales y polticasla presencia cadavez ms invasivade Internet ennuestras vidas.
al menos) el poder actual de los media, de los
grupos de presin o de los partidos que logran
condicionar la agenda poltica y formatear las
issues del sistema. Sera esta una visin espe-
ranzada de los efectos democratizadores y de
contrapeso de poder con relacin a instituciones
y lites que se manifiestan ahora ms bien cerra-
das respecto de la sociedad.
En el campo que aqu nos interesa, hemos de re-
conocer que, aparentemente, las formas de ope-
rar de Internet y las TIC, y las propias del sistema
poltico, parecen no ser demasiado coincidentes.
La democracia, en su versin ms convencional
e institucional, nos ha acostumbrado a un esce-
nario de deliberacin, prudencia e interaccin par-
simoniosa, que conlleva habitualmente un gran
derroche de tiempo. Todos somos conscientes
que, en cambio, la revolucin tecnolgica de In-
ternet, si por algo se caracteriza es precisamente
por la rapidez que imprime a todo con lo que
entra en relacin. Mientras la forma digital de ra-
zonar es bsicamente muy simple, binaria, bus-
cando siempre la eleccin entre A o B, entre
S o No, el razonamiento poltico trata de bu-
cear en la complejidad, sacando a la luz matices
y formas distintas de ver el problema. Ante el di-
lema de A o B, puede buscar las respuestas en
ambos o en ninguno, o en estas no son las
respuestas al problema, o incluso un este no es
el problema.
No se trata, por tanto, de incorporar sin ms las
TIC en el campo de las instituciones democrti-
cas, y sus formas y reglas de proceder. Pero, al
mismo tiempo, es suicida para el sistema poltico
no tratar de ver y evaluar cmo cambia las rela-
ciones e interacciones sociales y polticas la pre-
sencia cada vez ms invasiva de Internet en
nuestras vidas. Nos interesa aqu analizar cul es
la diferencia que efectivamente genera el uso de
las TIC en aquellos aspectos que pueden consi-
derarse problemas o insuficiencias de los siste-
mas democrticos a fin de buscar conexiones
tiles entre ambos mundos, desde posiciones no
exentas de normativismo, ya que nos interesa
aquello que refuerce la democracia y ample sus
espacios de participacin cvica. Entendemos,
adems, que nuestras reflexiones deben incor-
porar el contexto europeo de democracias parla-
mentarias, con partidos relativamente bien
organizados, notablemente centralizados y con
una fuerte presencia en la intermediacin de in-
tereses, que cuentan, asimismo, con administra-
ciones bien establecidas y notablemente
jerarquizadas.
Es evidente que las posibilidades de utilizacin
de Internet y las TIC en el debate sobre el futuro
de la democracia son mltiples, pero no es lo
mismo trabajar en ellas desde la lgica interna
del actual sistema de democracia representativa,
desde la perspectiva de construir, con la ayuda
de las nuevas tecnologas, el viejo ideal de la de-
mocracia directa, o tratar de imaginar nuevas for-
mas de articulacin y gobernacin colectiva.
21| Perspectivas sobre el Estado
Joan Subirats
22| Perspectivas sobre el Estado
Pero, realmente, puede ser til Internet en los
procesos de innovacin democrtica? Un ele-
mento clave, entiendo, es empezar dilucidando
si Internet es simplemente un nuevo instru-
mento, una nueva herramienta a disposicin de
los operadores polticos para seguir haciendo lo
que hacan, o significa una sacudida, un cambio
importante en la forma de hacer poltica. Desde
nuestro punto de vista, Internet no es un marti-
llo nuevo que sirve para clavar ms deprisa o con
mayor comodidad los clavos de siempre. Esa vi-
sin reduce la revolucin tecnolgica y social que
implica Internet a un mero cambio de instrumen-
tal operativo. Desde esa perspectiva, las relacio-
nes de poder, las estructuras organizativas o las
jerarquas e intermediaciones establecidas no va-
riaran. En cambio, si entendemos que Internet
modifica la forma de relacionarnos e interactuar,
altera profundamente los procesos y posiciones
de intermediacin, y genera vnculos y lazos
mucho ms directos y horizontales, a menores
costes, coincidiremos en que estamos ante un
cambio en profundidad de nuestras sociedades.
No forzosamente mejor, pero s distinto. Desde
este punto de vista, Internet expresa otro orden
social, otro pas.
Tenemos ante nosotros algunas opciones signi-
ficativas si pretendemos ir ms all del mero
cambio instrumental. De hecho, hasta ahora,
cuando se habla de e-democracy o de e-adminis-
tracin, lo que encontramos son versiones mar-
tillo de la aplicacin de Internet a lo que ya se
estaba haciendo. Cuando se habla de e-demo-
cracy, lo que observamos es el intento de mejo-
rar, usando Internet, la polity, es decir, la forma
concreta de operar el sistema o rgimen poltico,
y las relaciones entre instituciones y ciudadana.
Cuando se habla de e-administration, observa-
mos el intento de aplicar las TIC en el campo ms
especfico de las policies (o sea, de las polticas)
y, sobre todo, de su gestin. Pero deberamos
ser conscientes, asimismo, de que otro gran cri-
terio de distincin hemos de buscarlo solo si con-
sideramos procesos de mejora y de innovacin
va Internet dentro del actual marco constitucio-
nal y poltico caracterstico de las actuales demo-
cracias parlamentarias europeas, o bien si
estamos dispuestos, en una lgica de profundi-
zacin democrtica, a explorar vas alternativas
de tomar decisiones y de pensar y gestionar po-
lticas, que incorporen ms directamente a la ciu-
dadana y que asuman el pluralismo inherente a
una concepcin abierta de las responsabilidades
colectivas y de los espacios pblicos.
No se trata, evidentemente, de un debate estric-
tamente tcnico o de estrategia en la forma de
adaptar la poltica democrtica a los nuevos tiem-
pos. Detrs de esas opciones lo que hay son dis-
tintas concepciones polticas sobre qu es la
democracia y las vas a seguir si se pretende re-
forzarla, profundizarla y acercarla a los ideales que
inspiraron, hace ya tiempo, muchos aos de lu-
chas y de construccin de derechos de ciudadana.
Si lo entendemos as, no se nos ocultar que en
la base de partida de muchas estrategias de incor-
Joan Subirats
23| Perspectivas sobre el Estado
poracin de las TIC en el funcionamiento actual del
sistema poltico-administrativo laten perspectivas
estrictamente mejoristas, pero para nada trans-
formadoras. La perspectiva se sita en una lgica
tcnica, que busca renovar lo que ya funciona, si-
tundose en el universo liberal-democrtico, sin
voluntad alguna de poner en cuestin la forma de
operar de la democracia constitucional y parla-
mentaria, con sus mecanismos de participacin
centrados esencialmente en partidos y eleccio-
nes. Lo que segn esa visin fallara y podra ser
objeto de mejora utilizando las TIC seran los me-
canismos de informacin a disposicin de la ciu-
dadana a fin de que puedan ejercer de manera
ms completa y eficaz sus posibilidades de elec-
cin, y disponer, asimismo, de ms poder en sus
relaciones con las burocracias pblicas. La mayor
fuerza o capacidad de influencia de la gente no
vendra tanto de su mayor capacidad de implica-
cin o de dejar or su voz en los procesos como
de su mayor capacidad de elegir, de optar, de cam-
biar de proveedor o de expresar con claridad sus
preferencias. De alguna manera se entiende que
el proceso de consumo colectivo de recursos que
deriva de las polticas pblicas no tiene por qu
estar conectado con la alta poltica, con valores,
y se expresa solo en la eficacia y la capacidad de
satisfacer las necesidades de los ciudadanos, y ah
es donde Internet puede ser til.
En efecto, parece claro que la demanda de ms
y mejor informacin cuadra bien con las poten-
cialidades ms evidentes de las TIC. Existen mu-
chos y variados ejemplos de cmo las TIC han
mejorado las relaciones entre ciudadanos y ad-
ministraciones, y es, asimismo, abundante la li-
teratura que trata de analizar y proponer vas de
mejora en este sentido. No hay da en que no oi-
gamos hablar de nuevos avances en las interfi-
cies administracin-ciudadanos que permiten o
permitirn resolver a distancia, y a travs de la
Red, lo que ahora son complejos y costosos pro-
cedimientos de obtencin de permisos, de reno-
vacin de documentos, de liquidaciones fiscales
o de obtencin de informacin. Los avances en
la seguridad de esos procesos a travs de la
aceptacin de firma electrnica o la creciente
coordinacin entre distintos niveles de adminis-
tracin son un buen ejemplo de ello. De manera
parecida, se observan incesantes esfuerzos por
parte de las propias entidades o servicios pbli-
cos para poner a disposicin de los ciudadanos,
a travs de la Red, una amplia informacin sobre
las prestaciones que ofrecen o los derechos que
pueden ejercer, as como una explcita presenta-
cin de quin es responsable de qu y cmo lo-
calizar a los distintos empleados o supervisores
de cada proceso o servicio.
Los valores que implcita o explcitamente rigen
esos procesos de cambio y de uso de las TIC son
los de economa, eficiencia y eficacia, que ya sir-
vieron para poner en marcha los procesos de mo-
dernizacin administrativa de los ochenta y
noventa (new public management). De alguna
manera coincidieron, en el tiempo y en sus ex-
pectativas, nuevos gestores pblicos con ganas
de implementar en las administraciones pblicas
24| Perspectivas sobre el Estado
sistemas de gestin ms prximos a los que se
estaban dando en el campo privado, con polticos
que buscaban renovadas formas de legitimacin
en una mejora de la capacidad de prestar servicio
de las administraciones, y la creciente accesibili-
dad y potencial transformador de las TIC. En este
sentido, las estrategias de cartas de servicios
(citizen charts) o de calidad total son ejemplos
de ello. Y no son para nada desdeables, ya que
mejoran la transparencia y la capacidad de servi-
cio de instituciones y administraciones.
Por otro lado, las dinmicas de aplanamiento de
estructuras o de descentralizacin de la gestin,
buscando proximidad y mayor personalizacin
del servicio, encontraron en los nuevos sistemas
de informacin las palancas necesarias para evi-
tar procesos de desgobierno y de difuminacin
de responsabilidades a travs de sistemas con-
tractuales, establecimiento de indicadores de
gestin o cuadros de mando ad hoc (tableau de
bord). De alguna manera, las TIC parecen ofrecer
la realizacin de un sueo largamente buscado:
la mxima descentralizacin posible sin las fugas
de discrecionalidad, o prdidas de control, o de
responsabilidad. De esta manera, estamos pro-
bablemente asistiendo a la transformacin de
muchas burocracias europeas en infocracias.
Sin desdear, como decamos, esos avances, el
problema es que esas mejoras en la forma de
gestionar las polticas y en los canales de comu-
nicacin entre ciudadana y administraciones p-
blicas no solo no ofrecen nuevas vas en las que
encontrar solucin a los problemas de desafec-
cin democrtica, sino que introducen ciertos
problemas en el manejo del gran caudal de infor-
macin que las TIC permiten almacenar, tratar y
manejar de manera extraordinariamente eficaz.
Parece claro que estamos hablando de procesos
hasta cierto punto despolitizados, en los que no
se cuestiona o se valora el porqu de los servi-
cios o a quin van dirigidos, sino la mejor manera
de prestarlos. No se trata tampoco de redefinir
las polticas o de cuestionar el diseo de los pro-
cesos de puesta en prctica de las mismas. Po-
dramos, pues, preguntarnos si con esas nuevas
formas que incorporan a las TIC en la prestacin
de servicios pblicos estaramos realmente res-
pondiendo a los problemas de dficit democr-
tico y de sociedad alejada mencionados al inicio
de estas reflexiones.
Por otro lado, y tal como hemos mencionado, se
han sealado tambin los efectos perversos que
podran llegar a tener los grandes volmenes de
informacin que sobre las personas, sus conduc-
tas, sus preferencias y sus hbitos iran acumu-
lando las administraciones a travs del uso de las
TIC. Al lado del manejo de gran cantidad de datos
administrativos, el creciente uso de videovigilancia,
los nuevos programas de deteccin de personas
sospechosas, etctera, si bien pueden mejorar las
prestaciones de las polticas de seguridad, plan-
tean problemas de violacin potencial de la priva-
cidad no desdeables. En definitiva, este tipo de
vinculacin entre procesos de innovacin va TIC,
muy vinculados a las polticas y a sus procesos de
Joan Subirats
25| Perspectivas sobre el Estado
prestacin de servicios, no cambiaran en absoluto
las lgicas tecnocrticas y de arriba abajo, carac-
tersticas de los sistemas democrticos consolida-
dos en la segunda mitad del siglo XX. El uso de las
TIC, ms que reforzar la capacidad de presencia y
de intervencin de la ciudadana en los asuntos co-
lectivos, podra acabar reforzando la capacidad de
control y de autoridad de las lites institucionales.
Desde una lgica mucho ms poltica, y no tanto
administrativa y de gestin, Internet ha estado pre-
sente en los intentos por parte de instituciones re-
presentativas y partidos para mejorar sus canales
de comunicacin con la ciudadana. No se tratara,
en este caso, de mejorar la eficacia en la presta-
cin de servicios o de facilitar trmites, sino direc-
tamente de reforzar la legitimidad de las
instituciones de gobierno. Se tratara de evitar la
sensacin de desapego, de reducir la percepcin
de distancia entre los que deciden y aquellos que
dicen representar.
No estamos hablando de un escenario solo ocu-
pado por polticos profesionales. Los entramados
de intereses y actores formados alrededor de las
polticas han ido creando un conglomerado demo-
elitista que est bsicamente preocupado por los
flujos de informacin e influencia entre votantes y
representantes, entre instituciones representati-
vas y gobierno, entre gobierno y lites externas, y
entre lites y grupos de inters.
En ese escenario, los intentos de aplicar las TIC en
distintos mbitos de las democracias parlamenta-
rias se han ido sucediendo. Esas iniciativas se han
concentrado en temas como los de mejora del fun-
cionamiento interno de los parlamentos o de los
ejecutivos y de las administraciones, o en la mejora
de la informacin de la actividad parlamentaria y
gubernamental hacia la ciudadana, o en la mejora
y ampliacin de las posibilidades de interaccin
entre los parlamentos y los gobiernos con los ciu-
dadanos. En Europa los ejemplos son significati-
vos, tanto en cada pas como en las propias
instituciones de la Unin Europea. En la relacin
entre partidos y electores, tambin se han ido po-
niendo en prctica numerosas iniciativas de utiliza-
cin de Internet encaminadas a mejorar los
canales de informacin con los militantes y a incre-
mentar el contacto y la adhesin con los simpati-
zantes y votantes. Al margen de la simple emisin
de boletines electrnicos, de mensajes, o de ca-
nales oficiales en Facebook o Twitter, se han ido
produciendo experiencias en los sistemas de se-
leccin de candidatos, de debate sobre alternativas
de programa, o de advocacy on-line, con presencia
de grupos o personas que expresan sus intereses
a travs de la Red.
Los gobiernos y parlamentos han puesto en mar-
cha abundantes proyectos dirigidos a usar las po-
tencialidades de las TIC, esencialmente para
facilitar el acceso a la informacin institucional
por parte del conjunto de la ciudadana. Casi
siempre, a travs de las web institucionales, se
pueden hacer llegar las peticiones o quejas de
los ciudadanos con relacin al gobierno, o, en el
caso del parlamento, propuestas de personas o
grupos para que sean canalizadas por los grupos
parlamentarios que as lo estimen conveniente.
En general, puede afirmarse que los partidos e
instituciones que han entrado en el uso de las TIC
lo han hecho desde la lgica instrumental o de
martillo antes mencionada y sin una estrategia
demasiado predeterminada. En general, el sen-
tido de la informacin es unidireccional e incluso
cuando existe la posibilidad de la bidireccionali-
dad, el control del medio y la decisin sobre la
oportunidad o no de tener en cuenta las opinio-
nes ajenas recaen sobre el aparato del partido o
la direccin de la institucin. En este caso no se
trata de dar ms opciones a los ciudadanos-con-
sumidores, sino de generar consenso hacia la or-
ganizacin o de facilitar la labor de advocacy o de
lobbying desde el exterior, pero siempre enten-
diendo que existen unos expertos en la institu-
cin que decidirn qu conviene tener en cuenta,
qu conviene asumir y qu no.
La lgica dominante, no tanto como diseo sino
como resultante, ha sido la de tratar de usar In-
ternet y las TIC como mecanismo que permita
una mejor adaptatividad del sistema poltico con
relacin a un entorno muy cambiante, pero sin
que ello signifique un cambio de paradigma en el
modo de funcionar. Los tipos de aplicaciones sur-
gidos de las nuevas TIC (websites, boletines elec-
trnicos, listas de correo, sistemas de
informacin, pequeas consultas o votaciones
electrnicas en momentos puntuales) se han di-
rigido a relegitimar y reorientar a las instituciones
polticas y de gobierno, a travs de mtodos ms
sofisticados de gestin de la informacin, seg-
mentacin de pblicos o marketing y comunica-
cin poltica.
Podramos decir, en definitiva, que este tipo de
instrumentos al servicio de objetivos como los
descritos contribuyen a realzar los aspectos ms
elitistas del sistema democrtico representativo
(reforzamiento de la capacidad de manejar y con-
trolar los flujos de informacin, convertirse en
nudos de recursos e informacin, reforzar las in-
terrelaciones horizontales y verticales con actores
no pblicos y con otras instituciones u organismos
polticos), mientras que quedan en un segundo
plano los aspectos ms estrictamente democrati-
zadores del sistema (capacidad de respuesta, ca-
pacidad de rendir cuentas, transparencia, canales
de implicacin ciudadana). Una vez ms, nos inte-
resa poner de relieve que conviene ir ms all de
la utilizacin (como gadget) de las TIC en los sis-
temas democrticos, y antes de especular sobre
en qu aspecto procedimental, electoral, parla-
mentario o de control podremos usar esas nuevas
tecnologas, pensar al servicio de qu concepcin
de la democracia las ponemos.
En este sentido, podramos decir que en las dos
estrategias de uso de las TIC hasta ahora men-
cionadas, la ms de gestin o administrativa (que
podramos calificar como de mejora de relacin
con los usuarios) o la ms propia de instituciones
y partidos (a la que podramos referirnos como
elitista-democrtica), no existe una voluntad de
26| Perspectivas sobre el Estado
27| Perspectivas sobre el Estado
Joan Subirats
ir ms all de una concepcin de la democracia que se centra en
las reglas procedimentales y en una visin muy estricta del princi-
pio de representacin. No ha habido hasta ahora, al menos que co-
nozcamos, voluntad de experimentar formas de relacin entre
lites polticas y ciudadana que supongan alteracin de las posi-
ciones de jerarqua tradicionales.
Pero es posible pensar en otras alternativas? Podemos pensar
en una relacin entre Internet y poltica que permita desplegar un
potencial distinto? Permite Internet imaginar escenarios de de-
mocracia ms directa, con mayor implicacin y participacin de la
ciudadana en los asuntos colectivos? La primera respuesta debe
ser: depende. Depende de si lo que se busca es precisamente eso.
Como hemos ya avanzado, Internet no es la pregunta. Pero s
puede ser una respuesta. Las dos estrategias que ahora analizare-
mos, de forma forzosamente esquemtica, se relacionan con las
TIC desde una concepcin distinta a las hasta aqu planteadas. No
se tratara aqu de mejorar la relacin y la comunicacin entre lites
representativas y ciudadana. La preocupacin no estara centrada
en la mejora de la capacidad de prestacin de servicios o en la am-
pliacin de la capacidad de eleccin de los consumidores-ciudada-
nos. En las dos estrategias que pasaremos a analizar, late la
preocupacin por la calidad de la participacin y la capacidad de
implicacin de la gente en los asuntos colectivos tanto a nivel po-
ltico micro como macro. Se parte de la hiptesis de una ciudadana
activa, interesada en los asuntos colectivos no solo como va ne-
cesaria para defender sus intereses, sino como forma de entender
la democracia, una democracia relacional y participativa.
Los tipos de apli-caciones surgidosde las nuevas TICse han dirigido arelegitimar y reorientar a lasinstituciones polticas y de gobierno.
28| Perspectivas sobre el Estado
Otra poltica?Movimientos sociales, Internet y poltica
La poltica ha ido sufriendo los impactos de los
cambios tecnolgicos y sus estructuras de rela-
cin entre instituciones y mbitos de decisin, y
el conjunto de la poblacin ha ido modificndose
a medida que se modificaban los instrumentos y
las dinmicas sociales que esos cambios tecno-
lgicos generaban. Cabe solo recordar lo que
ocurri con la prensa escrita, con la radio, con la
televisin, etctera, que fueron obligando a cam-
biar o propulsaron cambios en las organizaciones
polticas y en los mecanismos de relacin entre
instituciones y ciudadana. Todo ello en plena so-
ciedad industrial, en pleno proceso democratiza-
dor del Estado liberal, y con avances y retrocesos
en el acceso social a esos medios. Hoy estamos
dejando atrs la sociedad industrial tal como la
conocimos, con sus pautas laborales y sus din-
micas econmicas. Y el cambio tecnolgico est
propulsando con gran rapidez cambios en todas
las esferas vitales. No podemos, pues, equivo-
carnos, y confundir Internet y las TIC con nuevas
versiones de los antiguos instrumentos de comu-
nicacin. Es otro escenario social.
Una de las caractersticas ms significativas de
las nuevas sociedades, en las que Internet y las
TIC ganan terreno y se desarrollan, es la cre-
ciente aparicin y existencia de espacios de au-
tonoma y de redes relacionales nuevas, en las
que florecen comunidades plurales, que hacen
de su especificidad o de sus micro o macroiden-
tidades su punto de referencia. La explosin de
comunicacin y de hiperconectividad que ha su-
puesto el afianzamiento de las TIC ha facilitado y
facilita esa continua emergencia, y permite una
reconstruccin de la poltica desde parmetros
distintos a los habituales.
Estamos asistiendo al surgimiento de una socie-
dad en la que la relacin forma parte intrnseca
de la comunicacin y no es un mero resultado de
esta ltima o un subproducto comunicativo. Los
dos elementos clave son la creciente subjetivi-
dad o individualizacin de los actores (que no for-
zosamente desemboca en el individualismo) y la
enorme facilidad de comunicacin que generan
las TIC. En ese contexto se da una gran demanda
de autonoma (que va ms all del esquema liber-
tad-control tradicional de la sociedad moderna),
surgen mercados alternativos, aparecen nuevas
redes y agregados sociales, y emergen nuevas
culturas que hacen de la diferencia su valor aa-
dido. En la perspectiva tradicional (que recorre las
estrategias anteriormente examinadas), las esfe-
ras de las instituciones pblicas parten de un
concepto de libertad y de participacin muy vin-
culado a la libertad y al ejercicio del voto, mien-
tras el control se relaciona con el cumplimiento
de unas leyes emanadas de esa voluntad popular
expresada con el mecanismo representativo. En
el nuevo contexto social que estamos descri-
biendo, la libertad se basa en una idea de
intercambio que parte de la reciprocidad, mien-
Joan Subirats
29| Perspectivas sobre el Estado
tras el control se confa a las propias reglas del
intercambio asociativo. Esas dos esferas, estatal
y social, interaccionan con las esferas del mer-
cado, de la familia y dems redes informales, ge-
nerando mltiples posibilidades de relacin y de
comunicacin.
En ese contexto, Internet y las TIC son, al mismo
tiempo, los factores fundamentales con los que
explicar esa nueva realidad y, asimismo, consti-
tuyen el marco natural que permite su desarrollo,
autonoma y constantes posibilidades de innova-
cin y de articulacin. Gracias a las TIC, es posi-
ble empezar a hablar de pluralismo reticular o de
promocin o potenciacin de la autonoma social
capaz de generar inclusin y cohesin al margen
de las medidas uniformizadoras y de los dere-
chos abstractos de ciudadana. La pluralidad de
formas de bienestar (el llamado welfare mix que
recoge el distinto grado de protagonismo p-
blico, mercantil o social en las polticas sociales)
no es, en ese marco, una respuesta instrumental
a problemas de sostenibilidad de las polticas de
bienestar. Va surgiendo, en cambio, una forma
especfica de ciudadana social que encuentra
sus propios valores en la urdimbre asociativa y
cvica que se va tejiendo. Una ciudadana comu-
nitaria, territorializada o no, y que cuenta con las
grandes potencialidades y ventajas de desarro-
llarse en el marco cada vez ms consolidado de
la sociedad de la comunicacin.
La poltica se vuelve ms difusa, adquiriendo ca-
ractersticas diferentes en cada mbito, y ya no
puede considerarse monopolio del Estado o coto
cerrado de los organismos pblicos. Las institu-
ciones polticas no ocuparan ya el centro o el vr-
tice de las condiciones de ciudadana, de
bienestar. Por debajo se ha ido tejiendo esa ur-
dimbre cvica, fundamentada en las lgicas y en
los bienes relacionales. Es, precisamente, este
aspecto autnomo y relacional lo que caracteri-
zara ese nuevo tejido social. Y esas mismas ca-
ractersticas son las que, al mismo tiempo, le dan
ese carcter fragmentario, de multiplicacin de
grupos aislados, en que puede resultar difcil ar-
ticular o reconocer una sociedad como tal. En
esa fragmentacin, llena de potencialidades y de
posibilidades, puede resultar difcil reconciliar plu-
ralismo con justicia, diversidad con pertenencia
o democracia con diferencia. Por otro lado, no po-
demos caer en un ciberoptimismo ingenuo, y
conviene recordar que el peso de las organizacio-
nes pblicas y mercantiles en la Red es muy sig-
nificativo, y genera y puede generar nuevas
jerarquas, controles y monopolios. A pesar de
ello, lo cierto es que, a la sombra de las TIC,
crece sin parar la realidad y el entramado cvico
y asociativo, haciendo surgir nuevas comunida-
des reales o virtuales, desarrollando nuevas iden-
tidades, nuevos espacios o esferas pblicos, e
incrementando la reflexividad poltica y las nue-
vas autonomas sociales.
El movimiento del 15M en Espaa no puede ex-
plicarse fuera de ese contexto. No puede califi-
carse de inesperado ni de sorprendente, ya que
sus bases existan desde haca tiempo y los
30| Perspectivas sobre el Estado
nodos sobre los que se ha asentado estaban en
buena parte establecidos. Pero s ha sido inespe-
rado y sorprendente el gran seguimiento que ha
tenido por parte de personas que se han visto de
golpe interpeladas y representadas por un con-
junto de personas que expresaban su indignacin
y rechazo por lo que estaba ocurriendo. Y por lo
poco que hacan los que se llamaban represen-
tantes polticos para defender sus derechos y
condiciones vitales. De alguna manera, han coin-
cidido la emergencia de un conjunto de redes que
confluyen despus de varias movidas. Algunas
algo alejadas pero significativas, como las de la
alterglobalizacin. Otras ms prximas en el
tiempo y ms fundamentadas en las redes socia-
les, como las de V de Vivienda o las movilizacio-
nes contra la Ley Sinde. De esos mimbres surge
la dinmica que se nuclea en torno a lo que fue la
convocatoria del 15 de mayo, y que supo recoger
y convocar a mucha gente que, de manera indivi-
dual, social y familiar, haba llegado a un punto de
saturacin sobre su malestar y se senta poco o
nada representada por partidos, sindicatos y
dems canales altamente institucionalizados.
En efecto, uno de los eslganes ms repetidos
durante las manifestaciones y concentraciones
en distintas ciudades del 15M ha sido el de no
nos representan, dirigido a los polticos que ejer-
cen su labor en nombre de todos. Esa ha sido
tambin una de las consignas ms atacadas por
parte de quienes acusan al 15M de ser un movi-
miento de corte populista y de impulsar la anti-
poltica. Pero la gente del 15M no ha inventado
nada. La sensacin de lejana entre polticos elec-
tos y ciudadana es un lugar comn cuando se
habla de los problemas de la democracia, y lo
hemos expresado aqu mismo de diversas ma-
neras en pginas anteriores. Recordemos al res-
pecto que la idea original del sistema
representativo es que las elecciones garanticen
al mximo la cercana entre los valores y los in-
tereses de la ciudadana, y los perfiles polticos y
las posiciones de los representantes. La base del
poder y legitimidad de los polticos electos est
en su representatividad, y ella deriva del proceso
electoral.
La teora poltica ha ido distinguiendo entre dos
formas de representacin. Por un lado, se habla
de la representacin-delegacin, que hace refe-
rencia a la capacidad de llevar a cabo un mandato,
es decir, la capacidad de actuar para conseguir
ciertos objetivos. Los polticos nos representaran
en la medida en que transportan nuestros valo-
res, nuestras demandas, nuestros intereses. Por
otro lado, tendramos lo que podramos denomi-
nar como representacin-fotografa, que se basa-
ra en la capacidad de los representantes de
encarnar lo ms cercanamente posible al con-
junto de los que pretenden representar. En ese
sentido, la representacin se basa en el parecido,
en la capacidad de los polticos de parecerse a
nosotros, a los que concretamente les votamos,
en formas de vida, en maneras de pensar, en el
tipo de problemas que nos preocupan. Las elec-
ciones cubriran ese doble objetivo de delegacin
y de parecido, y el grado de confianza que ten-
Joan Subirats
31| Perspectivas sobre el Estado
dran los polticos derivara del grado en que se
logre cubrir esas expectativas.
Con el grito no nos representan, el movimiento
15M est advirtiendo a los polticos que ni se de-
dican a conseguir los objetivos que prometieron
ni se parecen a los ciudadanos en su forma de
vivir, de hacer y de actuar. El ataque es, pues,
doble: a la delegacin (no hacen lo que dicen) y al
parecido (no son como nosotros). En este sentido,
podemos entender que el movimiento 15M no
ataca a la democracia, sino que lo que est recla-
mando es, precisamente, un nuevo enraizamiento
de la democracia en sus valores fundacionales. Lo
que critica el 15M, y con razn, es que para los re-
presentantes el tema clave parece ser el acceso
a las instituciones, lo que garantiza poder, recursos
y capacidad para cambiar las cosas. Para los ciu-
dadanos, en cambio, el poder sera solo un instru-
mento y no un fin en s mismo.
En este sentido, Rosanvallon (2008) define el ac-
tual modelo de democracia como democracia de
eleccin, entendindola como aquella centrada
estrictamente en colocar en el poder a unas per-
sonas o a desplazar del mismo a otras. Dados los
problemas que venimos comentando de dficit
de representatividad y de falta de confianza, por
qu no instaurar un sistema de deseleccin en
que los ciudadanos pudiesen revocar su mandato
si se sienten defraudados en sus expectativas?
(lo que de hecho ya existe en California en forma
de recall). La nueva poca en la que estamos ge-
nera y precisa mecanismos de renovacin ms
frecuentes de la legitimidad, lo cual no debera
pasar forzosamente por una mayor frecuencia
electoral, sino por incorporar ms voluntad po-
pular directa (consultas, debates, etc.) en ciertas
decisiones.
El tema est en poder y saber combinar legitimi-
dad electoral con legitimidad de la accin. Hasta
ahora, esa legitimidad se consegua en las nego-
ciaciones a puerta cerrada entre representantes
polticos, y tambin entre ello y los intereses or-
ganizados. Ahora la exigencia, cada vez ms pre-
sente y expresada asimismo con fuerza por el
15M, es ms transparencia y ms presencia di-
recta de la ciudadana, sin que todo ello pase for-
zosamente por la intermediacin de lobbies,
sindicatos, patronales o cmaras. Antes los pol-
ticos justificaban su privilegiada posicin por el
hecho de que tenan informacin, construan su
criterio y tomaban decisiones con respaldo ma-
yoritario de los representantes. Ahora la gente,
mucha gente, tiene informacin, construye su cri-
terio y quiere participar en las decisiones que les
afectan. Como ya hemos mencionado, lo que In-
ternet y las TIC ponen en cuestin es la necesi-
dad de la intermediacin. Sobre todo, de la
intermediacin que no aporta valor y que, ade-
ms, en el caso de los polticos, goza de privile-
gios que ya no se consideran justificados
(sueldos, inmunidades, regalas).
Por otro lado, sabemos que el ncleo duro de la
abstencin se concentra normalmente en los ba-
rrios y lugares con menos renta, con menor nivel
32| Perspectivas sobre el Estado
educativo, con peores condiciones de vida. Son voces no escucha-
das y, por tanto, con tendencia a ser desatendidas. Necesitamos
pensar no solo en formas de mejorar la representatividad de los po-
lticos, sino tambin en dimensiones de la representacin que la
hagan ms compleja, ms capaz de recoger la autonoma, la diver-
sidad y la exigencia de equidad de las sociedades contemporneas.
Y en este sentido, hemos tambin de valorar cmo influyen Internet
y la nueva poca en protagonismos e identidades colectivas.
Se estn produciendo, asimismo, cambios en la forma de repre-
sentacin y de visualizacin de esos movimientos. En efecto, uno
de los problemas ms recurrentes con los que se han enfrentado
los integrantes y participantes en el 15M ha sido y es la falta de li-
derazgos claros, la falta de rostros con los que los medios de co-
municacin tradicionales pudieran identificar el movimiento. La
ambigua expresin de indignados ha sustituido la falta de identi-
dad ideolgica que permitiera colocar a los movilizados en alguna
de las categoras programticas a las que estamos acostumbrados
en la contemporaneidad. Categoras que nos permiten reducir la
complejidad de matices ideolgicos de cada quien, situndolo en
el cajn ideolgico correspondiente. Es evidente que el calificativo
de indignados no nos explica mucho sobre qu piensan y cules
son sus coordenadas normativas o propositivas. Pero, de lo que
nadie duda es de la capacidad de sacudir y de alterar la forma de
entender el mundo y de relacionarse con el sistema poltico e ins-
titucional que ha tenido el 15M.
Tenemos, como algunos han dicho, un movimiento en marcha que
no se reconoce a s mismo como tal movimiento, y cuyos compo-
nentes, adems, presumen de no tener etiqueta ideolgica con-
vencional. Lo que est claro es que expresan el sentido de
frustracin de muchos ante la tendencia a fragmentar comunida-
des, a convertir cualquier cosa en mercanca, a confundir desarrollo
y realizacin personal y colectiva con capacidad de consumo. Es
Ahora, la exigenciaes ms transparen-cia y ms presen-cia directa de laciudadana, sin quetodo ello pase for-zosamente por laintermediacin delobbies, sindicatos,patronales o cmaras.
cierto tambin que hay evidentes amenazas a los
niveles de vida y de derechos alcanzados, sin que
los poderes pblicos sean capaces de proteger
a sus ciudadanos, en una evidente prdida de so-
berana y de legitimidad democrtica. No solo no
hay dimensin tica alguna en el capitalismo es-
peculativo y financiero, sino que adems estn
en peligro las promesas de que, si nos portba-
mos bien, viviramos cada vez mejor, seramos
ms educados y gozaramos de una buena salud.
La absoluta falta de control y de rendicin de
cuentas democrtica de los organismos multila-
terales y las agencias de calificacin de riesgos,
aadidas a las ms que evidentes conexiones y
complicidades entre decisores polticos y gran-
des intereses financieros, han provocado que,
como hemos avanzado, por primera vez en
mucho tiempo, en Europa se conecte conflicto
social y exigencia democrtica, reivindicacin de
derechos y ataques contundentes, a la falta de
representatividad de los polticos. Tanto por su
falta de respeto a los compromisos electorales
como por su fuero y sus privilegios.
Parece claro que mucha gente ha empezado a
darse cuenta de que la hegemona neoliberal, a
la que han servido en Europa, sin reparo y sin
apenas distincin, tanto conservadores como so-
cialdemcratas, puede conducirnos, de persistir,
a ms y ms pobreza y a un deterioro general de
las condiciones de vida de amplsimas capas de
la poblacin. Y que, frente a ello, poco puede es-
perarse de un sistema poltico y de los grandes
partidos que son mayoritariamente vistos como
meros ejecutores de esas polticas. En cambio,
lo que ha permitido Internet, a coste muy redu-
cido, ha sido conectar cabreos y acciones.
El zcalo en el que apoyarse ha sido, por una
parte, el movimiento de cultura libre, con su ha-
bilidad de retournement, diran los situacionistas,
es decir, con su capacidad de hacer descarrilar,
de reconducir y de recrear todo tipo de produc-
ciones culturales y artsticas, rompiendo moldes
y derechos de propiedad, compartiendo y difun-
diendo. Por otra parte, se ha aprovechado la gran
capacidad de inventiva y de contracultura gene-
rada en Amrica Latina, donde hace ya aos pro-
baron de manera directa y cruda las recetas
neoliberales. El movimiento de cultura libre, con
xitos tan evidentes como Wikipedia, muestra la
fuerza de la accin colaborativa y conjunta, sin je-
rarquas ni protagonismos individuales. Combi-
nan el ideal de la igualdad con la exigencia del
respeto a la autonoma personal y a la diferencia.
Cada vez ms gente, ms preparada, ms preca-
ria, con mejores instrumentos, ms conectada,
servir de voz a esa gran masa de la ciudadana
que sabe que las cosas van mal y que la situacin
actual no puede durar. Tratar de ponerle nombre
al movimiento, de identificarlo y de encasillarlo,
significara ahora limitar su potencialidad de cam-
bio y de transformacin.
Qu tiene que ver todo ello con los temas que
aqu hemos ido apuntando, relacionados con la
democracia y sus dilemas? An es pronto para
sacar demasiadas conclusiones al respecto, pero
33| Perspectivas sobre el Estado
Joan Subirats
34| Perspectivas sobre el Estado
parece indudable que nuevas formas de hacer
poltica y de ejercer representacin y tomar de-
cisiones van a ir apareciendo.
Democracia directa?Democracia y participacin ciudadana
La extensin y generalizacin de Internet y de la
hiperconectividad que lleva aparejada permite,
entre otras muchas cosas, repensar de nuevo el
viejo tema de la democracia directa. Es impor-
tante, en este sentido, recordar la constante
presencia del instrumento asamblea en los mo-
vimientos polticos de los ltimos tiempos. Con
ello se expresa el querer reproducir off-line lo que
es caracterstico del modo on-line: horizontalidad,
agregacin, compartir, buscar acomodacin de
distintas perspectivas en nodos comunes. En re-
lacin con ello, seguramente no es el momento
ni el lugar de hacer un recorrido histrico sobre la
democracia y sus tradiciones histricas. Pero,
quiz, conviene recordar que a lo largo del siglo
XIX la discusin en torno a la democracia, desde
la concepcin liberal del Estado, se desarroll prin-
cipalmente a partir del clebre discurso de Cons-
tant sobre la libertad de los antiguos y la libertad
de los modernos. Frente a la libertad de los anti-
guos, entendida como participacin directa en las
decisiones pblicas y en la formacin de las leyes
a travs del cuerpo poltico que expresa la asam-
blea de los ciudadanos, se entenda que ello no
solo no era ya posible por la expansin del
demos, es decir, por la cantidad de gente a quien
reunir y con quien debatir, sino que, ms all de
ese impedimento fsico o cuantitativo, la lgica
que exista detrs del ideal de la democracia di-
recta poda llegar a ser contraproducente.
La libertad de los modernos implica el recono-
cimiento de derechos polticos fundamentales,
entendiendo la participacin poltica como una li-
bertad poltica ms, que se expresa en el dere-
cho a expresarse, a reunirse, a organizarse para
influir en la poltica del pas, y que comprende,
adems, el derecho a elegir a sus representantes
en las instituciones y el derecho, asimismo, a ser
elegidos. Frente a Rousseau, tanto Tocqueville
como Stuart Mill defienden la idea de que la
nica forma compatible con el Estado liberal es
la democracia representativa y parlamentaria. La
llamada democratizacin del Estado, si bien am-
pli el derecho al voto a ms y ms sectores so-
ciales, y multiplic los rganos representativos,
no implic una modificacin esencial de esa con-
cepcin liberal y representativa de la democracia.
La democracia representativa ha sido defendida
siempre como una alternativa viable (Stuart Mill)
y eficiente (Dahl) a la democracia directa o de
asamblea. Las razones de fondo aducidas son,
como sabemos y ya hemos mencionado, el ta-
mao de la poblacin llamada a reunirse y parti-
cipar y la naturaleza de los problemas a tratar,
Joan Subirats
35| Perspectivas sobre el Estado
que van ms all de lo que las pequeas unida-
des de poblacin pueden asumir. A pesar de ello,
se reconoce (Dahl) que la democracia represen-
tativa tiene su lado oscuro o un precio a pagar:
el enorme poder discrecional sobre decisiones
muy significativas que delegan los ciudadanos a
sus representantes.
Sabemos que las lites representativas han de
moverse en los lmites institucionales y procedi-
mentales que son propios de los regmenes de-
mocrticos, pero tambin sabemos que esos
lmites acostumbran a ser amplios, y, al no ser
muy robustos ni constantes los mecanismos de
control o de participacin popular, el hecho es
que la discrecionalidad de las lites para interpre-
tar su mandato de representacin, incluso en de-
cisiones de contenido estratgico o de gran
significacin, es muy notoria. Por tanto, una vez
aceptado el principio de representacin, el nfa-
sis se pone en establecer las cautelas y los equi-
librios necesarios para controlar, en la medida de
lo posible, esos mrgenes de discrecionalidad, y
para fijar una renovacin peridica de la confianza
y una clarificacin de responsabilidades va re-
frendo electoral.
Qu cambios pueden producir en ese escenario
la aparicin de las TIC y la generalizacin de In-
ternet? Si bien contina siendo cierto que todos
los ciudadanos de cada pas no pueden encon-
trarse cara a cara, s es ya posible que puedan
comunicarse a distancia a travs de las redes que
ofrecen las TIC. Por tanto, con todas las cautelas
necesarias y siendo conciente de que las formas
de deliberacin en asamblea son distintas a las
que se dan por telfono o en un frum virtual, se
podra al menos pensar hasta qu punto empie-
zan a darse las condiciones para avanzar hacia
formas de democracia en las que sea posible
acercarse a los viejos ideales rousseaunianos sin
las cortapisas del tamao del demos y que, al
mismo tiempo, permita obtener eficiencia en la
toma de decisiones.
Pero de qu democracia directa hablamos? No
creo que sea necesario insistir en los problemas
que genera una concepcin de democracia di-
recta de tipo referendario, basada en la instanta-
neidad de la toma de decisiones, sin
mediaciones deliberativas ni institucionales.
Hace ya aos, un magistrado de la Corte Consti-
tucional italiana, Gustavo Zagrebelsky, pona de
relieve la falta de adecuacin entre los presu-
puestos deliberativos de la democracia y la pre-
cipitacin no exenta de demagogia que rodean
los referndums instantneos, y para ello utili-
zaba el ejemplo bblico de la eleccin directa y