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  • AUTORIDADES

    PRESIDENTA DE LA NACIONDRA. CRISTINA FERNNDEZ DE KIRCHNERJEFE DE GABINETE DE MINISTROSDR. JUAN MANUEL ABAL MEDINA

    SECRETARIO DEGABINETE Y COORDINACIN

    ADMINISTRATIVALIC. FACUNDO NEJAMKIS

    SUBSECRETARIO DE GESTIN Y EMPLEO PBLICOLIC. ANDRS J. GILIO

    DIRECTOR DEL INSTITUTO

    NACIONAL DE LA ADMINISTRACIN PBLICAPROF. LIC. RAFAEL RUFFO

    DIRECTOR DE INVESTIGACIONESLIC. MARIANO MONTES

  • Ante los fracasos evidentes de las polticas neoliberales de los

    aos 90, comienza a nacer a escala regional un nuevo consenso

    poltico, social y acadmico sobre el rol insustituible del Estado en

    la consecucin de metas colectivas, tanto para estimular el de-

    sarrollo como para fortalecer la igualdad de todos los ciudadanos.

    En el caso argentino, aquella traumtica experiencia expuso la ne-

    cesidad de volver a contar con un Estado fuerte, moderno y gil

    que haga posible conjugar el crecimiento econmico y la inclusin

    social. Ese consenso embrionario reclama repensar y redefinir el

    tipo de organizacin y funcionamiento pblico que necesitamos,

    debido a que sera ftil establecer nuevas tareas si el Estado no

    cuenta con las capacidades institucionales pertinentes para de-

    sempearlas de forma eficiente y eficaz.

    Los gobiernos neoliberales constituyeron un punto de inflexin en

    la historia argentina y regional. En el plano de la administracin p-

    blica, el paradigma del new public management o Nueva Ges-

    tin Pblica, basado en la importacin a la organizacin estatal

    de mecanismos como la planificacin estratgica, la gestin por

    resultados y una mayor autonoma de los tomadores de decisiones

    Juan Manuel Abal MedinaJefe de Gabinete de Ministros

  • pblicas, fue la brjula de las reformas del Estado

    desarrolladas a partir de la dcada del 80 en la

    mayora de los pases del mundo.

    Sin embargo, la interesante y atractiva propuesta

    del paradigma de la Nueva Gestin Pblica pre-

    sent significativas falencias en su variacin lati-

    noamericana porque desatendi variables

    contextuales. Sus medidas resultaron tiles en

    administraciones rgidamente procedimentalis-

    tas, con slidas burocracias; no en nuestros Es-

    tados, nunca definidos por el modelo weberiano.

    En consecuencia, el desafo del Estado argentino

    es mucho mayor: apuntar al cumplimiento de

    objetivos y, a la vez, consolidar las normas y los

    procedimientos en el funcionamiento de la admi-

    nistracin, jams afianzados plenamente.

    Con la mira puesta en reconstruir un Estado

    fuerte y slido a la altura de las demandas de

    todos los argentinos y argentinas, y cuyas virtu-

    des no residan en su tamao, sino en su capaci-

    dad para transformar la realidad, los gobiernos de

    Nstor Kirchner y Cristina Fernndez de Kirchner

    adoptaron ese enfoque superador: una gestin

    pblica orientada a objetivos y resultados y al

    arraigamiento de normas y procedimientos en el

    funcionamiento estatal.

    En el sendero de ese objetivo, desde el 25 de

    mayo de 2003 el proyecto nacional profundiz,

    por medio de polticas pblicas, la interaccin dia-

    lctica entre ciencia y accin gubernamental,

    conciente del esencial rol que cumplen el cono-

    cimiento y las ciencias sociales: desde identificar

    problemas hasta evaluar polticas, pasando por el

    diseo y la implementacin de las medidas. In-

    dudablemente, all se inscribe y puede enten-

    derse la razn de esta revista coordinada por

    la Direccin de Investigaciones del Instituto Na-

    cional de la Administracin Pblica. La nueva pu-

    blicacin constituye un valiossimo aporte; por el

    mrito de los autores invitados, y por la apertura

    de un espacio irresuelto de debate y reflexin

    que nos posibilita reconocer y evaluar los avan-

    ces y los nuevos desafos que se presentan.

    Por todo lo expuesto, expreso el deseo de que

    en los prximos nmeros continuemos refle-

    jando las distintas perspectivas sobre el Estado,

    las polticas pblicas y la gestin, que nos permi-

    tan seguir contribuyendo, entre todos, a fortale-

    cer los debates que este momento histrico

    reclama.5| Perspectivas sobre el Estado

  • p. 10Qu democracia tenemos?

    Qu democracia queremos?

    Joan SubiratsMientras los poderes pblicos

    buscan obstinadamente salidas

    ortodoxas que satisfagan las

    exigencias de los mercados fi-

    nancieros, hasta el punto de

    modificar urgentemente consti-

    tuciones, mucha gente se em-

    pieza a mostrar tremendamente

    molesta por la docilidad y servi-

    dumbre poltica.

    p. 42Qu ha pasado con lo p-

    blico en los ltimos 30 aos?

    Balance y perspectivas

    Nuria Cunill GrauSe han producido en las lti-

    mas dcadas cambios de inusi-

    tada magnitud que nos

    enfrentan a un nuevo Estado y

    a un nuevo mbito de lo p-

    blico que requieren ser proble-

    matizados ante cualquier

    intento de recuperar su centra-

    lidad.

    p. 82Modernizacin del Estado,

    empleo pblico y negocia-

    cin colectiva

    Omar AutnNo hay Estado moderno sin

    Nacin integrada, sin pas con

    sus ojos volcados hacia la in-

    clusin y la justicia social.

    Como contrapartida, no hay

    dignidad para el trabajador p-

    blico si no la tienen los trabaja-

    dores en general.

    Ao 1. Nmero 1. Abril de 2013

  • p. 136Administracin y polticas

    pblicas en la Argentina: una

    revisin histrica

    Pablo Bulcourf, GustavoDufour y Nelson CardozoEste mirarse y reflexionar

    sobre s mismo como disci-

    plina emergente constituye un

    sntoma de la magnitud y ma-

    durez que ha adquirido en los

    ltimos aos el rea de los es-

    tudios en Administracin y Pol-

    ticas Pblicas.

    p. 96Liberal, radical, o populista y

    clientelar: tres visiones sobre

    la relacin entre sociedad civil

    y Estado en Latinoamrica

    Mara Esperanza CasulloLas quejas sobre la subsuncin

    de una poltica virtuosa en el

    populismo y clientelismo parece

    trasuntar, por momentos, una

    queja sobre que se hace poltica

    con que y con quienes no debe

    hacerse.

    p. 112El sistema de seguridad so-

    cial en la Argentina: transfor-

    maciones recientes en

    perspectiva histrica

    Demian Panigo y FlorenciaMdiciAs como en los aos 90 se

    haca responsable a cada trabaja-

    dor por su futuro, a partir de los

    ltimos aos ha sido el Estado el

    que tom la responsabilidad de

    asegurar el futuro de los grupos

    excluidos, principalmente nios

    y adultos mayores.

    SUMARIO

  • El ciclo poltico que se inici en 2003 con Nstor Kirchner, y se pro-

    longa hoy en la presidencia de Cristina Fernndez de Kirchner, tiene

    entre sus principales banderas alcanzar un desarrollo econmico

    sostenible con inclusin social. Para cumplir con tan complejo ob-

    jetivo, no solo ha sido necesario dejar atrs el paradigma neoliberal,

    basado en la retraccin de la esfera pblica y la primaca del mer-

    cado como asignador de recursos. Tambin ha requerido sentar las

    bases de un nuevo tipo de gestin sustentado en el fortalecimiento

    del Estado como institucin esencial para el crecimiento del pas.

    En este contexto, la modernizacin del Estado an en curso supone

    tanto una organizacin inteligente del conjunto de instituciones p-

    blicas y aparatos burocrticos que lo componen como una actuali-

    zacin de las reglas y procedimientos que regulan la administracin

    pblica. Un Estado gil, eficiente y receptivo de las demandas po-

    pulares slo se instrumenta a partir de la optimizacin de los meca-

    nismos de gestin que involucra el proceso de toma de decisiones

    pblicas.

    El Instituto Nacional de la Administracin Pblica (INAP) emerge

    como un organismo de suma importancia en la bsqueda de es-

    tructurar un Estado moderno, transparente y al servicio de la ciu-

    dadana. La Direccin de Investigaciones que depende del INAP,

    Facundo NejamkisSecretario de Gabinete y Coordinacin Administrativa

  • en particular, desarrolla estudios que contribuyen

    a obtener una mejor comprensin de la gestin

    pblica y el aparato estatal. Su objetivo es vincu-

    lar la produccin de conocimientos con el pro-

    ceso de toma de decisiones pblicas, para

    generar insumos que eleven la calidad del diseo

    e implementacin de polticas. Por ello, resulta

    lgico el lanzamiento de una revista que fomente

    el debate en torno al Estado y provea herramien-

    tas conceptuales y prcticas sobre las diversas

    dimensiones que integran la esfera pblica.

    Este primer nmero de la revista Perspectivas

    sobre el Estado, las polticas pblicas y la gestin

    aborda temticas que, si bien diversas, cortan

    transversalmente a la administracin y las polti-

    cas pblicas. Joan Subirats se interroga, a raz de

    la crisis econmico-financiera que aqueja a los

    pases centrales, sobre los nuevos desafos que

    se le presentan a las instituciones polticas y so-

    ciales de las democracias contemporneas.

    Nuria Cunill Grau repasa los cambios producidos

    en las ltimas dcadas en relacin con el Estado

    y lo pblico, centrndose en una de las facetas a

    travs de la cual se expresa el aparato estatal: la

    provisin de bienes sociales. Omar Autn, en

    funcin de su experiencia sindical, examina las

    transformaciones ms importantes que ha atra-

    vesado el empleo pblico en la Argentina desde

    el retorno democrtico. Mara Esperanza Casullo

    define tres modos de regular la relacin entre Es-

    tado y sociedad civil para examinar hasta qu

    punto estas categoras sirven para interpretar la

    realidad latinoamericana. Demian Panigo y Flo-

    rencia Mdici, por su parte, analizan las transfor-

    maciones recientes del sistema de seguridad

    social argentino, procurando identificar las especi-

    ficidades inherentes al modelo de desarrollo im-

    pulsado desde 2003. Finalmente, Pablo Bulcourf,

    Gustavo Dufour y Nelson Cardozo elaboran una re-

    visin histrica exhaustiva sobre los enfoques

    tericos que imperaron en el campo de la adminis-

    tracin y las polticas pblicas.

    En los ltimos aos se han realizado notables

    avances en el objetivo de configurar un Estado

    ms profesionalizado, con un aparato burocrtico

    eficiente y una estructura tecnolgica moderni-

    zada, puesto al servicio de la gestin pblica y

    capaz de implementar polticas de creciente

    complejidad. En tal sentido, esta revista es de

    lectura obligada para quienes tienen responsabi-

    lidad de gestin y para acadmicos y miembros

    de la sociedad civil interesados en las temticas,

    pues slo a partir de la formacin de debates

    abiertos y plurales seremos capaces de generar

    el conocimiento necesario para la construccin

    de un Estado cada vez ms moderno e inclusivo.

    9| Perspectivas sobre el Estado

  • AbstractEn los ltimos meses se ha ido extendiendo la idea de que las ins-

    tituciones polticas de los pases europeos tienen crecientes difi-

    cultades ya no para controlar, sino simplemente para responder o

    acomodarse a dinmicas econmicas y financieras que les desbor-

    dan por completo. La economa parece naturalizada, movindose

    al margen de cualquier capacidad de adecuacin a las necesidades

    humanas. Y los efectos sobre la vida de la gente son tremendos.

    Frente a todo ello, mientras los poderes pblicos buscan obstina-

    damente salidas ortodoxas que satisfagan las exigencias de los

    mercados financieros, hasta el punto de modificar urgentemente

    constituciones, mucha gente se empieza a mostrar tremen-

    damente molesta por la docilidad y servidumbre poltica. En este

    marco, resulta necesario repensar los principales basamentos de

    nuestro sistema democrtico.

    Joan Subirats Doctor en Ciencias Econmicas. Responsable del Programa deDoctorado del Instituto de Gobierno y Polticas Pblicas de laUniversidad Autnoma de Barcelona.Democracia | Participacin ciudadana | Nuevas tecnologas

    * Publicado originalmente en HistoriaActual Online (HAOL) 26, 115-132.

  • 12| Perspectivas sobre el Estado

    IntroduccinEn los ltimos meses se ha ido extendiendo la

    idea de que las instituciones polticas de los pa-

    ses europeos tienen crecientes dificultades ya

    no para controlar, sino simplemente para respon-

    der o acomodarse a dinmicas econmicas y fi-

    nancieras que les desbordan por completo. La

    economa parece naturalizada, movindose al

    margen de cualquier capacidad de adecuacin a

    las necesidades humanas. Y los efectos sobre la

    vida de la gente son tremendos.

    En Espaa, la expresin ms clara la tenemos en

    los orgenes y consecuencias del boom inmobi-

    liario y del frenes hipotecario de los aos felices

    del nuevo siglo. Frente a todo ello, mientras los

    poderes pblicos buscan obstinadamente salidas

    ortodoxas que satisfagan las exigencias de los

    mercados financieros, hasta el punto de modifi-

    car urgentemente constituciones, mucha gente

    se empieza a mostrar tremendamente molesta

    por la docilidad y servidumbre poltica. Son cada

    vez ms conscientes de que no encontrarn res-

    puestas a sus problemas en unas instituciones

    que son incapaces de contrarrestar la hegemona

    de los mercados financieros globales. Y, por ello,

    exigen cambios en la manera de decidir, de ser

    representados, de organizar la vida poltica.

    Hemos pasado del conflicto social que buscaba

    respuesta en el sistema democrtico a un con-

    flicto social que entiende que no hay respuesta

    posible sin transformar y modificar tambin el pro-

    pio sistema democrtico. Tenamos conflicto so-

    cial sin respuesta en el mbito poltico. Ahora

    tenemos conflicto social y conflicto poltico. La po-

    ltica ha ido pasando de ser vista como parte de la

    solucin a convertirse en parte del problema.

    Se trata, por tanto, de entender qu quiere decir

    esa sociedad alejada de las instituciones de la

    que nos habla Michael Walzer, y de repensar los

    lazos entre lo social, cada vez ms individualizado

    y personalizado, y la esfera poltica, entendida

    como mecanismo delegativo de toma de decisio-

    nes en nombre de la comunidad. Detenerse en

    la relacin sociedad-poder poltico es, sin duda,

    un elemento clave para poder repensar la poltica

    y las polticas. En efecto, en la poltica, el factor

    delegacin, la transferencia del poder de las per-

    sonas, de la comunidad, a los polticos, a los re-

    presentantes y detentadores del poder, ha sido

    la piedra basal de la construccin de la legitimi-

    dad del poder en el Estado liberal. Y la lucha por

    la democratizacin del mismo puso tambin un

    gran nfasis en ampliar la base del sufragio y en

    el acceso de representantes de las clases popu-

    lares en las instituciones representativas.

    Si queremos repensar la poltica, deberemos em-

    pezar por repensar esa lgica delegativa. Como

    bien afirma Ulrich Beck:

    El ciudadano que quiere resolver los pro-

    blemas que no han sabido ni prever ni evi-

    tar los especialistas, se los encuentra de

    nuevo entre sus manos. No tiene otra so-

  • Joan Subirats

    13| Perspectivas sobre el Estado

    lucin que mantener la delegacin (a los

    polticos y especialistas), pero multipli-

    cando esta vez los dispositivos para con-

    trolarlos y vigilarlos.

    Dice Pierre Rosanvallon (2006) que la democracia

    se sustenta en dos creencias o ficciones muy

    significativas. Por un lado, la que entiende que el

    disponer de la mayora por parte de la opcin ms

    votada implica automticamente que esa opcin

    expresa la voluntad general. Cuando, de hecho,

    la eleccin es bsicamente un mecanismo tc-

    nico para seleccionar a los gobernantes. La otra

    ficcin o equvoco es que el triunfo mayoritario

    el da concreto de las elecciones y, por consi-

    guiente, la legitimidad conseguida ese da, se

    traslada automticamente a todo el tiempo que

    va durar el mandato. El nivel de informacin de

    los ciudadanos, la rapidez con que se modifican

    las situaciones econmicas, polticas o sociales

    en un mundo cada vez ms interdependiente, la

    propia asimetra de recursos y posibilidades

    entre un sistema econmico globalizado y una

    poltica territorializada, todo ello indica la dificul-

    tad para mantener inalterada durante el mandato

    la legitimidad conseguida el da de las elecciones.

    Por otro lado, la fortaleza de una democracia se

    mide por el grado de disenso o de inclusin de

    minoras discordantes con el sentir mayoritario

    que sea capaz de contener. Y ello nos seala el

    peso de la prueba no en la fuerza irresistible de

    la mayora, sino en el respeto y el reconocimiento

    de las minoras.

    Como ya hemos dicho, muchos de los parme-

    tros en los que se inscriban las instituciones de

    la democracia representativa han cambiado sus-

    tancialmente. Las bases liberales de partida fue-

    ron modificndose (democratizndose) en una

    lnea que permiti ir abriendo ms oportunidades

    de acceso a sectores y capas sociales que no es-

    taban inscritos en las coordenadas de partida.

    Las instituciones polticas del liberalismo se fun-

    damentaban en una relacin subsidiaria respecto

    de las exigencias del orden econmico liberal, y

    en ese diseo, como sabemos, las posibilidades

    de participacin poltica se circunscriban a aque-

    llos considerados plenamente como ciudadanos,

    es decir, propietarios, cuyos umbrales de renta

    variaban con relacin a las fuerzas polticas, ms

    conservadoras, ms liberales, que ocupaban

    alternativamente las instituciones polticas.

    La preocupacin por la participacin poltica no

    era un tema que estuviera situado en la agenda

    de debate de las instituciones. Era un tema

    extrainstitucional, planteado precisamente por

    aquellos que expresamente estaban excluidos de

    la vida poltica institucional. Hablar de democracia

    en esa poca era referirse a un anhelo revolucio-

    nario y contradictorio con la lgica institucional

    imperante, bsicamente porque hablar de demo-

    cracia era hablar de igualdad.

    La propia transformacin del sistema econmico

    se acompa, no sin tensiones y conflictos de

    todo tipo y dimensin, de la transformacin de-

    mocratizadora del sistema poltico. Podramos

  • decir que en la Europa occidental, y tras los apa-

    bullantes protagonismos populares en los desen-

    laces de las grandes guerras, se consigue llegar a

    cotas desconocidas hasta entonces de democra-

    tizacin poltica y, no por casualidad, de participa-

    cin social en los beneficios del crecimiento

    econmico en forma de polticas sociales a partir

    de 1945. Democratizacin y redistribucin apare-

    cen nuevamente conectadas. Ese modelo, en el

    que coincidan mbito territorial del Estado, pobla-

    cin sujeta a su soberana, sistema de produccin

    de masas, mercado de intercambio econmico y

    reglas que fijaban relaciones de todo tipo, desde

    una lgica de participacin de la ciudadana en su

    determinacin, adquiri dimensiones de modelo

    cannico y aparentemente indiscutido.

    En los ltimos aos, muchas cosas han cam-

    biado al respecto. Los principales parmetros so-

    cioeconmicos y culturales que fueron sirviendo

    de base a la sociedad industrial estn quedando

    atrs a marchas forzadas. Y muchos de los ins-

    trumentos de anlisis que nos haban ido sir-

    viendo para entender las transformaciones del

    Estado liberal al Estado fordista y keynesiano de

    bienestar resultan ya claramente inservibles.

    Estos cambios no han encontrado a los poderes

    pblicos en su mejor momento. El mercado y el

    poder econmico subyacente se han globalizado,

    mientras las instituciones polticas, y el poder

    que de ellas emana, siguen en buena parte an-

    cladas al territorio. Y es en ese territorio donde

    los problemas que generan la mundializacin

    econmica y los procesos de individualizacin se

    manifiestan diariamente. La fragmentacin insti-

    tucional aumenta, pierde peso el Estado hacia

    arriba (instituciones supraestatales), hacia abajo

    (procesos de descentralizacin, devolution, etc.) y

    hacia los lados (con un gran incremento de los

    partenariados pblicos-privados, con gestin pri-

    vada de servicios pblicos y con presencia cada

    vez mayor de organizaciones sin nimo de lucro

    presentes en el escenario pblico). Al mismo

    tiempo, comprobamos cmo la lgica jerrquica

    que ha caracterizado siempre el ejercicio del poder

    no sirve hoy para entender los procesos de deci-

    sin pblica, basados cada vez ms en lgicas de

    interdependencia, de capacidad de influencia, de

    poder relacional, y cada vez menos en estatuto or-

    gnico o en ejercicio de jerarqua formal.

    Es en ese nuevo contexto en el que hemos de si-

    tuar el debate sobre los posibles dficits de la de-

    mocracia representativa, y relacionar cambios en

    el sistema poltico con cambios en las formas de

    vida y de trabajo. Y ello no se acostumbra a hacer.

    Se discute de la salud de la democracia, de su vi-

    talidad y capacidad para recoger el sentir popular,

    como si la democracia fuera algo ya adquirido o

    conseguido para siempre, algo indiscutido e indis-

    cutible desde cualquier mbito territorial o colec-

    tivo. Y ms an, como si todos entendieran lo

    mismo cuando hablan de democracia.

    No es fcil adentrarse en el debate sobre la de-

    mocracia y sus significados pasados, actuales y

    futuros, sin aclararnos un poco sobre a qu nos

    estamos refiriendo. Y tampoco es ello sencillo

    14| Perspectivas sobre el Estado

  • 15| Perspectivas sobre el Estado

    Joan Subirats

    dado lo mucho que se ha escrito y se sigue escribiendo sobre el

    tema. Aceptemos que deben existir unas reglas mnimas sobre las

    que fundamentar un ejercicio democrtico, pero sabiendo que la

    existencia de esas reglas no implica el que se consigan los fines

    que desde siempre han inspirado la lucha por la democratizacin

    de nuestras sociedades. Es decir, la igualdad no solo jurdica, sino

    tambin social y econmica. Esa aspiracin ha sido la razn de ser

    de los movimientos democrticos desde que por retrotraernos a

    los orgenes se alteraron las bases del Estado absolutista en la In-

    glaterra del XVII con los levellers o los diggers, o ms tarde con los

    iguales de Babeuf de la Francia de finales del XVIII, que no se con-

    formaban con el principio representativo como elemento constitu-

    tivo de los nuevos regmenes, sino que pretendan hacer realidad

    la aspiracin igualitaria, la aspiracin democrtica.

    Lo que ha ocurrido en los ltimos aos, el gran cambio de poca

    al que asistimos, est provocando un vaciamiento creciente de

    nuestra capacidad de influir en la accin de gobierno. Y ello es as

    a pesar de que formalmente mantengamos ms o menos intactos

    muchos de los elementos formales de nuestra condicin de ciu-

    dadanos que viven y ejercen sus derechos en un Estado democr-

    tico. Y con ese creciente desapoderamiento de la capacidad

    popular de influir y condicionar las decisiones, se pierde buena

    parte de la legitimidad de una democracia que solo mantiene abier-

    tas las puertas de los ritos formales e institucionales. Deca Albert

    Hirschman que un rgimen democrtico consigue legitimidad

    cuando sus decisiones emanan de una completa y abierta delibe-

    racin entre sus grupos, rganos y representantes, pero eso es

    cada vez menos cierto para los ciudadanos y lo es cada vez ms

    para entes, corporaciones y lobbies econmicos, que escapan de

    la lgica Estado-mercado-soberana y aprovechan su nuevas capa-

    cidades de movilidad global. Los poderes pblicos son cada vez

    menos capaces de condicionar la actividad econmico-empresarial

    y, en cambio, las corporaciones siguen influyendo y presionando a

    El mercado y elpoder econmicosubyacente se hanglobalizado, mien-tras las institucio-nes polticas, y elpoder que de ellasemana, siguen enbuena parte ancla-das al territorio.

  • 16| Perspectivas sobre el Estado

    unas instituciones que no disponen de los mismos

    mecanismos para equilibrar ese juego de los que

    disponan antes.

    La propia evolucin de los regmenes liberal-de-

    mocrticos ha mantenido siempre fuera del sis-

    tema poltico a sectores sociales que no

    disponan de las mnimas capacidades y condicio-

    nes vitales para poder ejercer con plenitud su ciu-

    dadana. Esa exclusin poltica la realizaba

    normativamente (asignando los ya mencionados

    umbrales de renta que convertan el sufragio y la

    vida poltica en cosa de unos cuantos; manipu-

    lando los distritos electorales; dejando fuera a los

    jvenes, a las mujeres o a los que vagaban por el

    pas buscando trabajo; prohibiendo la existencia

    de ciertos partidos o dificultando su funciona-

    miento) o por la va de los hechos, despreocupn-

    dose de los que, pudiendo hacerlo, no usan sus

    derechos polticos, preocupados como estn por

    temas ms urgentes desde el punto de vista vital.

    Lo que est ocurriendo es que ese sector de ex-

    cluidos polticos crece. Porque crecen las situa-

    ciones de exclusin social (que conllevan

    siempre procesos de reduccin del ejercicio de

    ciudadana) y porque crece la sensacin de inuti-

    lidad del ejercicio democrtico-institucional en

    esa democracia de baja intensidad a la que pa-

    recemos abocados. En efecto, aumenta la con-

    ciencia sobre las limitaciones de las capacidades

    reales de gobierno de las instituciones en el

    nuevo escenario de mundializacin econmica, y

    crece la sensacin de que los actores poltico-ins-

    titucionales estn cada vez ms encerrados en

    su universo autosuficiente. La reserva de legiti-

    midad de la democracia se va agotando, justo

    cuando su aparente hegemona como nico sis-

    tema viable y aceptable de gobierno parece

    mayor que nunca.

    Y ello es as porque ese conjunto de transforma-

    ciones y cambios a los que hemos ido aludiendo

    han contribuido a que la democracia sea hoy una

    palabra, una expresin, un trmino que cada vez

    explique menos. El uso y abuso del vocablo, su

    aparente inatacabilidad, lo convierte en ms re-

    dundante, en menos polticamente definitorio.

    Los grandes organismos internacionales, las

    grandes potencias mundiales, cualquier Estado

    y cualquier actor poltico en cualquier lugar, usa

    el trmino y lo esgrime para justificar lo que se

    hace o para criticar lo que no se hace. Y lo cierto

    es que si tratamos de recuperar su sentido pri-

    migenio y complejo, la democracia y su pleno

    ejercicio no es precisamente algo que pueda asu-

    mirse por ese enorme y variopinto conjunto de

    actores e instituciones de manera pacfica y sin

    contradicciones.

    Los actores institucionales, y con ellos los parti-

    dos polticos y las grandes organizaciones sindi-

    cales, cada vez ms inextricablemente insertos

    en el tejido institucional-estatal, si bien detectan

    las seales de desconexin y de desafeccin de

    la ciudadana, tratan de acomodarse a la nueva

    situacin, buscando, con mayor o menor nfasis,

    nuevas vas de supervivencia en un juego que

  • Joan Subirats

    17| Perspectivas sobre el Estado

    puede llegar a ser perverso con los medios de

    comunicacin como gran receptculo de interac-

    cin extra e intrainstitucional. Los movimientos

    sociales, o bien van estrechando sus vnculos

    clientelares con la estructura institucional, o bien

    tratan de buscar alternativas que inmediata-

    mente les alejan del juego poltico convencional.

    La ciudadana aumenta su escepticismo-cinismo

    en relacin con la actividad poltico-institucional,

    y podramos afirmar que se ha simplemente

    descontado la existencia del sistema de repre-

    sentacin poltica como una carga ms que ha de

    soportarse en sociedades donde vivir es cada

    vez ms complejo. Y, en esa lnea, la relacin con

    polticos e instituciones tiende a volverse ms

    utilitaria, ms de usar y tirar, con pocas esperan-

    zas de influencia o de interaccin autntica.

    Ante ese conjunto de problemas y constatacio-

    nes, cmo avanzar? La democracia sigue siendo

    la respuesta. Lo que deberamos recobrar es

    nuestra capacidad de replantear la pregunta. La

    democracia no tiene por qu considerarse como

    un fin en s misma. Lo que est en juego, lo que

    podra constituir la pregunta a hacerse, sera:

    cmo avanzamos hacia un mundo en el que los

    ideales de libertad e igualdad puedan cumplirse

    de manera ms satisfactoria, incorporando, ade-

    ms, la aceptacin de la diversidad como nuevo

    valor central, en un escenario que ya es irreversi-

    blemente global? La respuesta sigue siendo: de-

    mocracia. Una democracia que recupere el

    sentido transformador, igualitario y participativo

    que tena hace aos. Y que, por tanto, supere esa

    visin utilitaria, minimalista y encubridora mu-

    chas veces de profundas desigualdades y exclu-

    siones que tiene ahora en muchas partes del

    mundo. Una democracia como respuesta a los

    nuevos retos econmicos, sociales y polticos a

    lo que nos enfrentamos. Recordemos que capi-

    talismo y democracia no han sido nunca trmi-

    nos que convivieran con facilidad. La fuerza

    igualitaria de la democracia ha casado ms bien

    mal con un sistema econmico que considera la

    desigualdad como algo natural y con lo que hay

    que convivir de manera inevitable, ya que cual-

    quier esfuerzo en sentido contrario ser visto

    como distorsionador de las condiciones ptimas

    de funcionamiento del mercado. No queremos

    con ello decir que democracia y mercado son in-

    compatibles, sino que no conviven sin tensin.

    Hemos de buscar frmulas de desarrollo econ-

    mico que, asumiendo las tiles capacidades de

    asignacin de recursos y de innovacin que se

    han ido construyendo va mercado, recuperen ca-

    pacidades de gobierno que equilibren y pongan

    fronteras a lo que hoy es una expansin sin lmi-

    tes visibles del poder corporativo a escala global,

    con crecientes cotas de desigualdad y de deses-

    peranza para muchas personas y colectivos. Y,

    para ello, necesitamos distintas cosas.

    Por un lado, reforzar las frmulas de economa

    social ya existentes y buscar nuevas formas de

    creacin de riqueza, y bienestar individual y co-

    lectivo, y llevar el debate de la democratizacin a

    esferas que parecen hoy blindadas: qu se en-

    tiende por crecimiento, qu entendemos por

  • 18| Perspectivas sobre el Estado

    desarrollo, quin define costes y beneficios,

    quin gana y quin pierde ante cada opcin eco-

    nmica aparentemente objetiva y neutra. Por

    otro lado, buscar frmulas que regulen-arbitren-

    graven las transacciones econmicas y financie-

    ras de carcter internacional que hoy siguen

    caminos y rutas que hacen extremadamente di-

    fcil a los gobiernos su supervisin (como hemos

    visto en la actual crisis financiera), an en el hi-

    pottico caso de que quisieran ejercer realmente

    ese control.

    Adems, explorar y potenciar formas de organiza-

    cin social que favorezcan la reconstruccin de vn-

    culos, la articulacin de sentidos colectivos de

    pertenencia respetuosos con la autonoma indivi-

    dual. En ese sentido, el reforzamiento de las apro-

    ximaciones y experiencias comunitarias en los

    procesos de formulacin y puesta en prctica de

    polticas pblicas es algo, sin duda, a seguir y a con-

    solidar. Tambin, la articulacin de entramados y

    plataformas que permitan vincular marcos locales

    de experimentacin entre s, permitiendo fertiliza-

    ciones cruzadas y reflexiones sobre las prcticas lle-

    vadas a cabo en distintos lugares. Recuperar el

    sentido poltico y transformador de muchas expe-

    riencias sociales que parecen hoy simplemente

    curiosas o resistentes a la individualizacin domi-

    nante. Entender que hay mucha poltica en lo que

    aparentemente podran simplemente definirse

    como nuevas dinmicas sociales.

    Desde un punto de vista ms estrictamente pol-

    tico, lo primero es comprender que la poltica no

    se acaba en las instituciones. Y lo segundo es asu-

    mir que hablar de poltica es referirnos a la capaci-

    dad de dar respuesta a problemas colectivos. Por

    tanto, parece importante avanzar en nuevas for-

    mas de participacin colectiva y de innovacin de-

    mocrtica que no se desvinculen del cambio

    concreto de las condiciones de vida de la gente.

    No tiene demasiado sentido seguir hablando de

    democracia participativa, de nuevas formas de

    participacin poltica, si nos limitamos a trabajar

    en el estrecho campo institucional, o en cmo me-

    joramos los canales de relacin-interaccin entre

    instituciones poltico-representativas y sociedad.

    Y eso exige superar el debate sobre la democracia

    participativa y su relacin con la democracia repre-

    sentativa, como si solo se tratara de complemen-

    tar, mejorar, reforzar una (la representativa) a

    travs de la nueva savia que aportar la otra (la par-

    ticipativa). Si hablamos de democracia igualitaria,

    estaremos probablemente marcando un punto de

    inflexin. Y uniremos innovacin democrtica y po-

    ltica con transformacin econmica y social. Sa-

    bemos muy bien que la igualdad de voto no

    resuelve ni la desigualdad econmica, ni la de-

    sigualdad cognitiva, ni la desigualdad de poder y

    de recursos de todo tipo de unos y otros. Si ha-

    blamos de democracia igualitaria, estaremos se-

    alando la necesidad de enfrentarnos a esas

    desigualdades desde un punto de vista global y

    transformador. Y, desde esa perspectiva, conven-

    dra analizar e impulsar nuevas experiencias y pro-

    cesos participativos.

  • Joan Subirats

    19| Perspectivas sobre el Estado

    Internet ydemocracia.Qu efectos tiene la generalizacin deInternet en ese escenario?

    Desde hace mucho tiempo se sabe que los ins-

    trumentos de comunicacin e informacin modi-

    fican muy significativamente las pautas de

    conformacin de la opinin pblica y los proce-

    sos de construccin de legitimidad poltica. Son

    innumerables los trabajos realizados al respecto

    sobre prensa y poltica, son constantes las refe-

    rencias al uso que hicieron Roosevelt o Gering

    de la radio, o sobre la revolucin que signific la

    aparicin de la televisin en el debate poltico,

    con el clsico ejemplo del debate Nixon-Kennedy.

    Qu decir de lo que est ya implicando Internet

    y sus tremendos impactos y modificaciones de

    las relaciones sociales de todo tipo? Estamos en

    plena eclosin del tema y hemos ido observando

    y sintiendo la creciente significacin del cambio,

    desde la campaa de Obama, la reaccin ante los

    atentados en Madrid del 11 de marzo del 2004 y

    los intentos de manipulacin del gobierno, o las

    nuevas formas de socializacin y movilizacin po-

    ltica de Facebook o de Twitter, con ejemplos re-

    cientes en el norte de frica o en Espaa. En este

    apartado expondremos algunas convicciones y

    muchas dudas, pero no creemos que se pueda

    hablar seriamente de renovacin de la poltica en

    este inicio de siglo sin referirnos a las tecnologas

    de la informacin y la comunicacin, y a sus efec-

    tos en la gobernanza colectiva.

    Hace aos, en una conferencia sobre la sociedad

    de la informacin, el rector de la Open University,

    John Daniel, afirm: Seoras y seores, las nue-

    vas tecnologas son la respuesta. Cul era la pre-

    gunta?. La frase es una buena forma de expresar

    las grandes expectativas generadas en muchos y

    distintos campos de nuestra vida ante la perspec-

    tiva que abre la aplicacin de las tecnologas de

    la informacin y la comunicacin (TIC), pero, al

    mismo tiempo, el desconcierto que reina ante

    sus posibles utilidades e impactos. La ancdota

    recuerda al comentario que realiz el precursor

    de la comunicacin sin hilos, Guglielmo Marconi,

    cuando algunos de sus colaboradores, alboroza-

    dos por el descubrimiento, dijeron: Ya podemos

    hablar con Florida, a lo que Marconi respondi:

    Pero, tenemos algo que decir a los de Florida?.

    De manera parecida, podemos afirmar que no

    hay da que no encontremos a alguien entusias-

    mado con las posibilidades que abren las nuevas

    tecnologas en el campo de la democracia y el

    funcionamiento del sistema poltico. Pero debe-

    ramos primero pensar en los problemas que hoy

    tenemos planteados y en las utilidades potencia-

    les y reales de esas TIC.

    Un experto en democracia como Benjamin Bar-

    ber ha dicho que la modernidad puede ser defi-

    nida polticamente por las instituciones

    democrticas, y, social y culturalmente, por la ci-

    vilizacin de la tecnologa. Pero las relaciones

  • 20| Perspectivas sobre el Estado

    entre estos dos componentes no estn exentas de ambigedades.

    Mientras algunos, como Jean Jacques Rousseau, se manifestaron

    siempre recelosos ante los efectos que el progreso cientfico ten-

    dra sobre la privacidad y la igualdad en las relaciones polticas,

    otros, como Karl Popper o Bertrand Russell, entendieron que exis-

    ta una estrecha relacin entre el espritu de la ciencia y el xito de

    las instituciones democrticas. De manera simple podramos decir

    que existen al menos tres interesantes (y no obligatoriamente ex-

    cluyentes) posibilidades para Internet y las TIC con relacin a la de-

    mocracia poltica. Pueden agravar los problemas que hoy presenta

    la democracia representativa, pueden ayudar a solucionar o superar

    esos problemas, o pueden crear problemas nuevos que las propias

    TIC no sean capaces de resolver.

    Los hay pesimistas que consideran que, si la primera generacin de

    los media (radio, TV) ya convirti a la poltica en algo casi virtual, ello

    se ver sumamente reforzado en la segunda generacin de los

    media (redes electrnicas interactivas), conduciendo a una especie

    de apoteosis de formas polticas sumamente dirigistas. Para com-

    pletar ese escenario pesimista, se recuerda que Internet permite un

    exhaustivo control de datos, un sofisticado marketing poltico y con-

    figura altas posibilidades de manipulacin informativa con poco mar-

    gen para generar cambio. De hecho, tenemos pruebas evidentes

    (en China, en Siria, en Cuba o en Gran Bretaa, para poner solo al-

    gunos ejemplos recientes) del constante intento de los gobiernos

    de cualquier signo poltico para controlar las redes sociales.

    Los ciberoptimistas, en cambio, consideran que Internet y las TIC

    favorecen un ms fcil acceso de la ciudadana a las actividades

    del gobierno, transformndolo en un ente ms controlable y con

    menores posibilidades de ejercer un control jerrquico sin los ade-

    cuados contrapesos y limitaciones. Al mismo tiempo, las nuevas

    formas de comunicacin entre los ciudadanos, y su interaccin con

    parlamentos y gobiernos, pueden llegar a equilibrar (o compensar,

    Es suicida para elsistema poltico notratar de ver y eva-luar cmo cambialas relaciones einteracciones sociales y polticasla presencia cadavez ms invasivade Internet ennuestras vidas.

  • al menos) el poder actual de los media, de los

    grupos de presin o de los partidos que logran

    condicionar la agenda poltica y formatear las

    issues del sistema. Sera esta una visin espe-

    ranzada de los efectos democratizadores y de

    contrapeso de poder con relacin a instituciones

    y lites que se manifiestan ahora ms bien cerra-

    das respecto de la sociedad.

    En el campo que aqu nos interesa, hemos de re-

    conocer que, aparentemente, las formas de ope-

    rar de Internet y las TIC, y las propias del sistema

    poltico, parecen no ser demasiado coincidentes.

    La democracia, en su versin ms convencional

    e institucional, nos ha acostumbrado a un esce-

    nario de deliberacin, prudencia e interaccin par-

    simoniosa, que conlleva habitualmente un gran

    derroche de tiempo. Todos somos conscientes

    que, en cambio, la revolucin tecnolgica de In-

    ternet, si por algo se caracteriza es precisamente

    por la rapidez que imprime a todo con lo que

    entra en relacin. Mientras la forma digital de ra-

    zonar es bsicamente muy simple, binaria, bus-

    cando siempre la eleccin entre A o B, entre

    S o No, el razonamiento poltico trata de bu-

    cear en la complejidad, sacando a la luz matices

    y formas distintas de ver el problema. Ante el di-

    lema de A o B, puede buscar las respuestas en

    ambos o en ninguno, o en estas no son las

    respuestas al problema, o incluso un este no es

    el problema.

    No se trata, por tanto, de incorporar sin ms las

    TIC en el campo de las instituciones democrti-

    cas, y sus formas y reglas de proceder. Pero, al

    mismo tiempo, es suicida para el sistema poltico

    no tratar de ver y evaluar cmo cambia las rela-

    ciones e interacciones sociales y polticas la pre-

    sencia cada vez ms invasiva de Internet en

    nuestras vidas. Nos interesa aqu analizar cul es

    la diferencia que efectivamente genera el uso de

    las TIC en aquellos aspectos que pueden consi-

    derarse problemas o insuficiencias de los siste-

    mas democrticos a fin de buscar conexiones

    tiles entre ambos mundos, desde posiciones no

    exentas de normativismo, ya que nos interesa

    aquello que refuerce la democracia y ample sus

    espacios de participacin cvica. Entendemos,

    adems, que nuestras reflexiones deben incor-

    porar el contexto europeo de democracias parla-

    mentarias, con partidos relativamente bien

    organizados, notablemente centralizados y con

    una fuerte presencia en la intermediacin de in-

    tereses, que cuentan, asimismo, con administra-

    ciones bien establecidas y notablemente

    jerarquizadas.

    Es evidente que las posibilidades de utilizacin

    de Internet y las TIC en el debate sobre el futuro

    de la democracia son mltiples, pero no es lo

    mismo trabajar en ellas desde la lgica interna

    del actual sistema de democracia representativa,

    desde la perspectiva de construir, con la ayuda

    de las nuevas tecnologas, el viejo ideal de la de-

    mocracia directa, o tratar de imaginar nuevas for-

    mas de articulacin y gobernacin colectiva.

    21| Perspectivas sobre el Estado

    Joan Subirats

  • 22| Perspectivas sobre el Estado

    Pero, realmente, puede ser til Internet en los

    procesos de innovacin democrtica? Un ele-

    mento clave, entiendo, es empezar dilucidando

    si Internet es simplemente un nuevo instru-

    mento, una nueva herramienta a disposicin de

    los operadores polticos para seguir haciendo lo

    que hacan, o significa una sacudida, un cambio

    importante en la forma de hacer poltica. Desde

    nuestro punto de vista, Internet no es un marti-

    llo nuevo que sirve para clavar ms deprisa o con

    mayor comodidad los clavos de siempre. Esa vi-

    sin reduce la revolucin tecnolgica y social que

    implica Internet a un mero cambio de instrumen-

    tal operativo. Desde esa perspectiva, las relacio-

    nes de poder, las estructuras organizativas o las

    jerarquas e intermediaciones establecidas no va-

    riaran. En cambio, si entendemos que Internet

    modifica la forma de relacionarnos e interactuar,

    altera profundamente los procesos y posiciones

    de intermediacin, y genera vnculos y lazos

    mucho ms directos y horizontales, a menores

    costes, coincidiremos en que estamos ante un

    cambio en profundidad de nuestras sociedades.

    No forzosamente mejor, pero s distinto. Desde

    este punto de vista, Internet expresa otro orden

    social, otro pas.

    Tenemos ante nosotros algunas opciones signi-

    ficativas si pretendemos ir ms all del mero

    cambio instrumental. De hecho, hasta ahora,

    cuando se habla de e-democracy o de e-adminis-

    tracin, lo que encontramos son versiones mar-

    tillo de la aplicacin de Internet a lo que ya se

    estaba haciendo. Cuando se habla de e-demo-

    cracy, lo que observamos es el intento de mejo-

    rar, usando Internet, la polity, es decir, la forma

    concreta de operar el sistema o rgimen poltico,

    y las relaciones entre instituciones y ciudadana.

    Cuando se habla de e-administration, observa-

    mos el intento de aplicar las TIC en el campo ms

    especfico de las policies (o sea, de las polticas)

    y, sobre todo, de su gestin. Pero deberamos

    ser conscientes, asimismo, de que otro gran cri-

    terio de distincin hemos de buscarlo solo si con-

    sideramos procesos de mejora y de innovacin

    va Internet dentro del actual marco constitucio-

    nal y poltico caracterstico de las actuales demo-

    cracias parlamentarias europeas, o bien si

    estamos dispuestos, en una lgica de profundi-

    zacin democrtica, a explorar vas alternativas

    de tomar decisiones y de pensar y gestionar po-

    lticas, que incorporen ms directamente a la ciu-

    dadana y que asuman el pluralismo inherente a

    una concepcin abierta de las responsabilidades

    colectivas y de los espacios pblicos.

    No se trata, evidentemente, de un debate estric-

    tamente tcnico o de estrategia en la forma de

    adaptar la poltica democrtica a los nuevos tiem-

    pos. Detrs de esas opciones lo que hay son dis-

    tintas concepciones polticas sobre qu es la

    democracia y las vas a seguir si se pretende re-

    forzarla, profundizarla y acercarla a los ideales que

    inspiraron, hace ya tiempo, muchos aos de lu-

    chas y de construccin de derechos de ciudadana.

    Si lo entendemos as, no se nos ocultar que en

    la base de partida de muchas estrategias de incor-

  • Joan Subirats

    23| Perspectivas sobre el Estado

    poracin de las TIC en el funcionamiento actual del

    sistema poltico-administrativo laten perspectivas

    estrictamente mejoristas, pero para nada trans-

    formadoras. La perspectiva se sita en una lgica

    tcnica, que busca renovar lo que ya funciona, si-

    tundose en el universo liberal-democrtico, sin

    voluntad alguna de poner en cuestin la forma de

    operar de la democracia constitucional y parla-

    mentaria, con sus mecanismos de participacin

    centrados esencialmente en partidos y eleccio-

    nes. Lo que segn esa visin fallara y podra ser

    objeto de mejora utilizando las TIC seran los me-

    canismos de informacin a disposicin de la ciu-

    dadana a fin de que puedan ejercer de manera

    ms completa y eficaz sus posibilidades de elec-

    cin, y disponer, asimismo, de ms poder en sus

    relaciones con las burocracias pblicas. La mayor

    fuerza o capacidad de influencia de la gente no

    vendra tanto de su mayor capacidad de implica-

    cin o de dejar or su voz en los procesos como

    de su mayor capacidad de elegir, de optar, de cam-

    biar de proveedor o de expresar con claridad sus

    preferencias. De alguna manera se entiende que

    el proceso de consumo colectivo de recursos que

    deriva de las polticas pblicas no tiene por qu

    estar conectado con la alta poltica, con valores,

    y se expresa solo en la eficacia y la capacidad de

    satisfacer las necesidades de los ciudadanos, y ah

    es donde Internet puede ser til.

    En efecto, parece claro que la demanda de ms

    y mejor informacin cuadra bien con las poten-

    cialidades ms evidentes de las TIC. Existen mu-

    chos y variados ejemplos de cmo las TIC han

    mejorado las relaciones entre ciudadanos y ad-

    ministraciones, y es, asimismo, abundante la li-

    teratura que trata de analizar y proponer vas de

    mejora en este sentido. No hay da en que no oi-

    gamos hablar de nuevos avances en las interfi-

    cies administracin-ciudadanos que permiten o

    permitirn resolver a distancia, y a travs de la

    Red, lo que ahora son complejos y costosos pro-

    cedimientos de obtencin de permisos, de reno-

    vacin de documentos, de liquidaciones fiscales

    o de obtencin de informacin. Los avances en

    la seguridad de esos procesos a travs de la

    aceptacin de firma electrnica o la creciente

    coordinacin entre distintos niveles de adminis-

    tracin son un buen ejemplo de ello. De manera

    parecida, se observan incesantes esfuerzos por

    parte de las propias entidades o servicios pbli-

    cos para poner a disposicin de los ciudadanos,

    a travs de la Red, una amplia informacin sobre

    las prestaciones que ofrecen o los derechos que

    pueden ejercer, as como una explcita presenta-

    cin de quin es responsable de qu y cmo lo-

    calizar a los distintos empleados o supervisores

    de cada proceso o servicio.

    Los valores que implcita o explcitamente rigen

    esos procesos de cambio y de uso de las TIC son

    los de economa, eficiencia y eficacia, que ya sir-

    vieron para poner en marcha los procesos de mo-

    dernizacin administrativa de los ochenta y

    noventa (new public management). De alguna

    manera coincidieron, en el tiempo y en sus ex-

    pectativas, nuevos gestores pblicos con ganas

    de implementar en las administraciones pblicas

  • 24| Perspectivas sobre el Estado

    sistemas de gestin ms prximos a los que se

    estaban dando en el campo privado, con polticos

    que buscaban renovadas formas de legitimacin

    en una mejora de la capacidad de prestar servicio

    de las administraciones, y la creciente accesibili-

    dad y potencial transformador de las TIC. En este

    sentido, las estrategias de cartas de servicios

    (citizen charts) o de calidad total son ejemplos

    de ello. Y no son para nada desdeables, ya que

    mejoran la transparencia y la capacidad de servi-

    cio de instituciones y administraciones.

    Por otro lado, las dinmicas de aplanamiento de

    estructuras o de descentralizacin de la gestin,

    buscando proximidad y mayor personalizacin

    del servicio, encontraron en los nuevos sistemas

    de informacin las palancas necesarias para evi-

    tar procesos de desgobierno y de difuminacin

    de responsabilidades a travs de sistemas con-

    tractuales, establecimiento de indicadores de

    gestin o cuadros de mando ad hoc (tableau de

    bord). De alguna manera, las TIC parecen ofrecer

    la realizacin de un sueo largamente buscado:

    la mxima descentralizacin posible sin las fugas

    de discrecionalidad, o prdidas de control, o de

    responsabilidad. De esta manera, estamos pro-

    bablemente asistiendo a la transformacin de

    muchas burocracias europeas en infocracias.

    Sin desdear, como decamos, esos avances, el

    problema es que esas mejoras en la forma de

    gestionar las polticas y en los canales de comu-

    nicacin entre ciudadana y administraciones p-

    blicas no solo no ofrecen nuevas vas en las que

    encontrar solucin a los problemas de desafec-

    cin democrtica, sino que introducen ciertos

    problemas en el manejo del gran caudal de infor-

    macin que las TIC permiten almacenar, tratar y

    manejar de manera extraordinariamente eficaz.

    Parece claro que estamos hablando de procesos

    hasta cierto punto despolitizados, en los que no

    se cuestiona o se valora el porqu de los servi-

    cios o a quin van dirigidos, sino la mejor manera

    de prestarlos. No se trata tampoco de redefinir

    las polticas o de cuestionar el diseo de los pro-

    cesos de puesta en prctica de las mismas. Po-

    dramos, pues, preguntarnos si con esas nuevas

    formas que incorporan a las TIC en la prestacin

    de servicios pblicos estaramos realmente res-

    pondiendo a los problemas de dficit democr-

    tico y de sociedad alejada mencionados al inicio

    de estas reflexiones.

    Por otro lado, y tal como hemos mencionado, se

    han sealado tambin los efectos perversos que

    podran llegar a tener los grandes volmenes de

    informacin que sobre las personas, sus conduc-

    tas, sus preferencias y sus hbitos iran acumu-

    lando las administraciones a travs del uso de las

    TIC. Al lado del manejo de gran cantidad de datos

    administrativos, el creciente uso de videovigilancia,

    los nuevos programas de deteccin de personas

    sospechosas, etctera, si bien pueden mejorar las

    prestaciones de las polticas de seguridad, plan-

    tean problemas de violacin potencial de la priva-

    cidad no desdeables. En definitiva, este tipo de

    vinculacin entre procesos de innovacin va TIC,

    muy vinculados a las polticas y a sus procesos de

  • Joan Subirats

    25| Perspectivas sobre el Estado

    prestacin de servicios, no cambiaran en absoluto

    las lgicas tecnocrticas y de arriba abajo, carac-

    tersticas de los sistemas democrticos consolida-

    dos en la segunda mitad del siglo XX. El uso de las

    TIC, ms que reforzar la capacidad de presencia y

    de intervencin de la ciudadana en los asuntos co-

    lectivos, podra acabar reforzando la capacidad de

    control y de autoridad de las lites institucionales.

    Desde una lgica mucho ms poltica, y no tanto

    administrativa y de gestin, Internet ha estado pre-

    sente en los intentos por parte de instituciones re-

    presentativas y partidos para mejorar sus canales

    de comunicacin con la ciudadana. No se tratara,

    en este caso, de mejorar la eficacia en la presta-

    cin de servicios o de facilitar trmites, sino direc-

    tamente de reforzar la legitimidad de las

    instituciones de gobierno. Se tratara de evitar la

    sensacin de desapego, de reducir la percepcin

    de distancia entre los que deciden y aquellos que

    dicen representar.

    No estamos hablando de un escenario solo ocu-

    pado por polticos profesionales. Los entramados

    de intereses y actores formados alrededor de las

    polticas han ido creando un conglomerado demo-

    elitista que est bsicamente preocupado por los

    flujos de informacin e influencia entre votantes y

    representantes, entre instituciones representati-

    vas y gobierno, entre gobierno y lites externas, y

    entre lites y grupos de inters.

    En ese escenario, los intentos de aplicar las TIC en

    distintos mbitos de las democracias parlamenta-

    rias se han ido sucediendo. Esas iniciativas se han

    concentrado en temas como los de mejora del fun-

    cionamiento interno de los parlamentos o de los

    ejecutivos y de las administraciones, o en la mejora

    de la informacin de la actividad parlamentaria y

    gubernamental hacia la ciudadana, o en la mejora

    y ampliacin de las posibilidades de interaccin

    entre los parlamentos y los gobiernos con los ciu-

    dadanos. En Europa los ejemplos son significati-

    vos, tanto en cada pas como en las propias

    instituciones de la Unin Europea. En la relacin

    entre partidos y electores, tambin se han ido po-

    niendo en prctica numerosas iniciativas de utiliza-

    cin de Internet encaminadas a mejorar los

    canales de informacin con los militantes y a incre-

    mentar el contacto y la adhesin con los simpati-

    zantes y votantes. Al margen de la simple emisin

    de boletines electrnicos, de mensajes, o de ca-

    nales oficiales en Facebook o Twitter, se han ido

    produciendo experiencias en los sistemas de se-

    leccin de candidatos, de debate sobre alternativas

    de programa, o de advocacy on-line, con presencia

    de grupos o personas que expresan sus intereses

    a travs de la Red.

    Los gobiernos y parlamentos han puesto en mar-

    cha abundantes proyectos dirigidos a usar las po-

    tencialidades de las TIC, esencialmente para

    facilitar el acceso a la informacin institucional

    por parte del conjunto de la ciudadana. Casi

    siempre, a travs de las web institucionales, se

    pueden hacer llegar las peticiones o quejas de

    los ciudadanos con relacin al gobierno, o, en el

    caso del parlamento, propuestas de personas o

  • grupos para que sean canalizadas por los grupos

    parlamentarios que as lo estimen conveniente.

    En general, puede afirmarse que los partidos e

    instituciones que han entrado en el uso de las TIC

    lo han hecho desde la lgica instrumental o de

    martillo antes mencionada y sin una estrategia

    demasiado predeterminada. En general, el sen-

    tido de la informacin es unidireccional e incluso

    cuando existe la posibilidad de la bidireccionali-

    dad, el control del medio y la decisin sobre la

    oportunidad o no de tener en cuenta las opinio-

    nes ajenas recaen sobre el aparato del partido o

    la direccin de la institucin. En este caso no se

    trata de dar ms opciones a los ciudadanos-con-

    sumidores, sino de generar consenso hacia la or-

    ganizacin o de facilitar la labor de advocacy o de

    lobbying desde el exterior, pero siempre enten-

    diendo que existen unos expertos en la institu-

    cin que decidirn qu conviene tener en cuenta,

    qu conviene asumir y qu no.

    La lgica dominante, no tanto como diseo sino

    como resultante, ha sido la de tratar de usar In-

    ternet y las TIC como mecanismo que permita

    una mejor adaptatividad del sistema poltico con

    relacin a un entorno muy cambiante, pero sin

    que ello signifique un cambio de paradigma en el

    modo de funcionar. Los tipos de aplicaciones sur-

    gidos de las nuevas TIC (websites, boletines elec-

    trnicos, listas de correo, sistemas de

    informacin, pequeas consultas o votaciones

    electrnicas en momentos puntuales) se han di-

    rigido a relegitimar y reorientar a las instituciones

    polticas y de gobierno, a travs de mtodos ms

    sofisticados de gestin de la informacin, seg-

    mentacin de pblicos o marketing y comunica-

    cin poltica.

    Podramos decir, en definitiva, que este tipo de

    instrumentos al servicio de objetivos como los

    descritos contribuyen a realzar los aspectos ms

    elitistas del sistema democrtico representativo

    (reforzamiento de la capacidad de manejar y con-

    trolar los flujos de informacin, convertirse en

    nudos de recursos e informacin, reforzar las in-

    terrelaciones horizontales y verticales con actores

    no pblicos y con otras instituciones u organismos

    polticos), mientras que quedan en un segundo

    plano los aspectos ms estrictamente democrati-

    zadores del sistema (capacidad de respuesta, ca-

    pacidad de rendir cuentas, transparencia, canales

    de implicacin ciudadana). Una vez ms, nos inte-

    resa poner de relieve que conviene ir ms all de

    la utilizacin (como gadget) de las TIC en los sis-

    temas democrticos, y antes de especular sobre

    en qu aspecto procedimental, electoral, parla-

    mentario o de control podremos usar esas nuevas

    tecnologas, pensar al servicio de qu concepcin

    de la democracia las ponemos.

    En este sentido, podramos decir que en las dos

    estrategias de uso de las TIC hasta ahora men-

    cionadas, la ms de gestin o administrativa (que

    podramos calificar como de mejora de relacin

    con los usuarios) o la ms propia de instituciones

    y partidos (a la que podramos referirnos como

    elitista-democrtica), no existe una voluntad de

    26| Perspectivas sobre el Estado

  • 27| Perspectivas sobre el Estado

    Joan Subirats

    ir ms all de una concepcin de la democracia que se centra en

    las reglas procedimentales y en una visin muy estricta del princi-

    pio de representacin. No ha habido hasta ahora, al menos que co-

    nozcamos, voluntad de experimentar formas de relacin entre

    lites polticas y ciudadana que supongan alteracin de las posi-

    ciones de jerarqua tradicionales.

    Pero es posible pensar en otras alternativas? Podemos pensar

    en una relacin entre Internet y poltica que permita desplegar un

    potencial distinto? Permite Internet imaginar escenarios de de-

    mocracia ms directa, con mayor implicacin y participacin de la

    ciudadana en los asuntos colectivos? La primera respuesta debe

    ser: depende. Depende de si lo que se busca es precisamente eso.

    Como hemos ya avanzado, Internet no es la pregunta. Pero s

    puede ser una respuesta. Las dos estrategias que ahora analizare-

    mos, de forma forzosamente esquemtica, se relacionan con las

    TIC desde una concepcin distinta a las hasta aqu planteadas. No

    se tratara aqu de mejorar la relacin y la comunicacin entre lites

    representativas y ciudadana. La preocupacin no estara centrada

    en la mejora de la capacidad de prestacin de servicios o en la am-

    pliacin de la capacidad de eleccin de los consumidores-ciudada-

    nos. En las dos estrategias que pasaremos a analizar, late la

    preocupacin por la calidad de la participacin y la capacidad de

    implicacin de la gente en los asuntos colectivos tanto a nivel po-

    ltico micro como macro. Se parte de la hiptesis de una ciudadana

    activa, interesada en los asuntos colectivos no solo como va ne-

    cesaria para defender sus intereses, sino como forma de entender

    la democracia, una democracia relacional y participativa.

    Los tipos de apli-caciones surgidosde las nuevas TICse han dirigido arelegitimar y reorientar a lasinstituciones polticas y de gobierno.

  • 28| Perspectivas sobre el Estado

    Otra poltica?Movimientos sociales, Internet y poltica

    La poltica ha ido sufriendo los impactos de los

    cambios tecnolgicos y sus estructuras de rela-

    cin entre instituciones y mbitos de decisin, y

    el conjunto de la poblacin ha ido modificndose

    a medida que se modificaban los instrumentos y

    las dinmicas sociales que esos cambios tecno-

    lgicos generaban. Cabe solo recordar lo que

    ocurri con la prensa escrita, con la radio, con la

    televisin, etctera, que fueron obligando a cam-

    biar o propulsaron cambios en las organizaciones

    polticas y en los mecanismos de relacin entre

    instituciones y ciudadana. Todo ello en plena so-

    ciedad industrial, en pleno proceso democratiza-

    dor del Estado liberal, y con avances y retrocesos

    en el acceso social a esos medios. Hoy estamos

    dejando atrs la sociedad industrial tal como la

    conocimos, con sus pautas laborales y sus din-

    micas econmicas. Y el cambio tecnolgico est

    propulsando con gran rapidez cambios en todas

    las esferas vitales. No podemos, pues, equivo-

    carnos, y confundir Internet y las TIC con nuevas

    versiones de los antiguos instrumentos de comu-

    nicacin. Es otro escenario social.

    Una de las caractersticas ms significativas de

    las nuevas sociedades, en las que Internet y las

    TIC ganan terreno y se desarrollan, es la cre-

    ciente aparicin y existencia de espacios de au-

    tonoma y de redes relacionales nuevas, en las

    que florecen comunidades plurales, que hacen

    de su especificidad o de sus micro o macroiden-

    tidades su punto de referencia. La explosin de

    comunicacin y de hiperconectividad que ha su-

    puesto el afianzamiento de las TIC ha facilitado y

    facilita esa continua emergencia, y permite una

    reconstruccin de la poltica desde parmetros

    distintos a los habituales.

    Estamos asistiendo al surgimiento de una socie-

    dad en la que la relacin forma parte intrnseca

    de la comunicacin y no es un mero resultado de

    esta ltima o un subproducto comunicativo. Los

    dos elementos clave son la creciente subjetivi-

    dad o individualizacin de los actores (que no for-

    zosamente desemboca en el individualismo) y la

    enorme facilidad de comunicacin que generan

    las TIC. En ese contexto se da una gran demanda

    de autonoma (que va ms all del esquema liber-

    tad-control tradicional de la sociedad moderna),

    surgen mercados alternativos, aparecen nuevas

    redes y agregados sociales, y emergen nuevas

    culturas que hacen de la diferencia su valor aa-

    dido. En la perspectiva tradicional (que recorre las

    estrategias anteriormente examinadas), las esfe-

    ras de las instituciones pblicas parten de un

    concepto de libertad y de participacin muy vin-

    culado a la libertad y al ejercicio del voto, mien-

    tras el control se relaciona con el cumplimiento

    de unas leyes emanadas de esa voluntad popular

    expresada con el mecanismo representativo. En

    el nuevo contexto social que estamos descri-

    biendo, la libertad se basa en una idea de

    intercambio que parte de la reciprocidad, mien-

  • Joan Subirats

    29| Perspectivas sobre el Estado

    tras el control se confa a las propias reglas del

    intercambio asociativo. Esas dos esferas, estatal

    y social, interaccionan con las esferas del mer-

    cado, de la familia y dems redes informales, ge-

    nerando mltiples posibilidades de relacin y de

    comunicacin.

    En ese contexto, Internet y las TIC son, al mismo

    tiempo, los factores fundamentales con los que

    explicar esa nueva realidad y, asimismo, consti-

    tuyen el marco natural que permite su desarrollo,

    autonoma y constantes posibilidades de innova-

    cin y de articulacin. Gracias a las TIC, es posi-

    ble empezar a hablar de pluralismo reticular o de

    promocin o potenciacin de la autonoma social

    capaz de generar inclusin y cohesin al margen

    de las medidas uniformizadoras y de los dere-

    chos abstractos de ciudadana. La pluralidad de

    formas de bienestar (el llamado welfare mix que

    recoge el distinto grado de protagonismo p-

    blico, mercantil o social en las polticas sociales)

    no es, en ese marco, una respuesta instrumental

    a problemas de sostenibilidad de las polticas de

    bienestar. Va surgiendo, en cambio, una forma

    especfica de ciudadana social que encuentra

    sus propios valores en la urdimbre asociativa y

    cvica que se va tejiendo. Una ciudadana comu-

    nitaria, territorializada o no, y que cuenta con las

    grandes potencialidades y ventajas de desarro-

    llarse en el marco cada vez ms consolidado de

    la sociedad de la comunicacin.

    La poltica se vuelve ms difusa, adquiriendo ca-

    ractersticas diferentes en cada mbito, y ya no

    puede considerarse monopolio del Estado o coto

    cerrado de los organismos pblicos. Las institu-

    ciones polticas no ocuparan ya el centro o el vr-

    tice de las condiciones de ciudadana, de

    bienestar. Por debajo se ha ido tejiendo esa ur-

    dimbre cvica, fundamentada en las lgicas y en

    los bienes relacionales. Es, precisamente, este

    aspecto autnomo y relacional lo que caracteri-

    zara ese nuevo tejido social. Y esas mismas ca-

    ractersticas son las que, al mismo tiempo, le dan

    ese carcter fragmentario, de multiplicacin de

    grupos aislados, en que puede resultar difcil ar-

    ticular o reconocer una sociedad como tal. En

    esa fragmentacin, llena de potencialidades y de

    posibilidades, puede resultar difcil reconciliar plu-

    ralismo con justicia, diversidad con pertenencia

    o democracia con diferencia. Por otro lado, no po-

    demos caer en un ciberoptimismo ingenuo, y

    conviene recordar que el peso de las organizacio-

    nes pblicas y mercantiles en la Red es muy sig-

    nificativo, y genera y puede generar nuevas

    jerarquas, controles y monopolios. A pesar de

    ello, lo cierto es que, a la sombra de las TIC,

    crece sin parar la realidad y el entramado cvico

    y asociativo, haciendo surgir nuevas comunida-

    des reales o virtuales, desarrollando nuevas iden-

    tidades, nuevos espacios o esferas pblicos, e

    incrementando la reflexividad poltica y las nue-

    vas autonomas sociales.

    El movimiento del 15M en Espaa no puede ex-

    plicarse fuera de ese contexto. No puede califi-

    carse de inesperado ni de sorprendente, ya que

    sus bases existan desde haca tiempo y los

  • 30| Perspectivas sobre el Estado

    nodos sobre los que se ha asentado estaban en

    buena parte establecidos. Pero s ha sido inespe-

    rado y sorprendente el gran seguimiento que ha

    tenido por parte de personas que se han visto de

    golpe interpeladas y representadas por un con-

    junto de personas que expresaban su indignacin

    y rechazo por lo que estaba ocurriendo. Y por lo

    poco que hacan los que se llamaban represen-

    tantes polticos para defender sus derechos y

    condiciones vitales. De alguna manera, han coin-

    cidido la emergencia de un conjunto de redes que

    confluyen despus de varias movidas. Algunas

    algo alejadas pero significativas, como las de la

    alterglobalizacin. Otras ms prximas en el

    tiempo y ms fundamentadas en las redes socia-

    les, como las de V de Vivienda o las movilizacio-

    nes contra la Ley Sinde. De esos mimbres surge

    la dinmica que se nuclea en torno a lo que fue la

    convocatoria del 15 de mayo, y que supo recoger

    y convocar a mucha gente que, de manera indivi-

    dual, social y familiar, haba llegado a un punto de

    saturacin sobre su malestar y se senta poco o

    nada representada por partidos, sindicatos y

    dems canales altamente institucionalizados.

    En efecto, uno de los eslganes ms repetidos

    durante las manifestaciones y concentraciones

    en distintas ciudades del 15M ha sido el de no

    nos representan, dirigido a los polticos que ejer-

    cen su labor en nombre de todos. Esa ha sido

    tambin una de las consignas ms atacadas por

    parte de quienes acusan al 15M de ser un movi-

    miento de corte populista y de impulsar la anti-

    poltica. Pero la gente del 15M no ha inventado

    nada. La sensacin de lejana entre polticos elec-

    tos y ciudadana es un lugar comn cuando se

    habla de los problemas de la democracia, y lo

    hemos expresado aqu mismo de diversas ma-

    neras en pginas anteriores. Recordemos al res-

    pecto que la idea original del sistema

    representativo es que las elecciones garanticen

    al mximo la cercana entre los valores y los in-

    tereses de la ciudadana, y los perfiles polticos y

    las posiciones de los representantes. La base del

    poder y legitimidad de los polticos electos est

    en su representatividad, y ella deriva del proceso

    electoral.

    La teora poltica ha ido distinguiendo entre dos

    formas de representacin. Por un lado, se habla

    de la representacin-delegacin, que hace refe-

    rencia a la capacidad de llevar a cabo un mandato,

    es decir, la capacidad de actuar para conseguir

    ciertos objetivos. Los polticos nos representaran

    en la medida en que transportan nuestros valo-

    res, nuestras demandas, nuestros intereses. Por

    otro lado, tendramos lo que podramos denomi-

    nar como representacin-fotografa, que se basa-

    ra en la capacidad de los representantes de

    encarnar lo ms cercanamente posible al con-

    junto de los que pretenden representar. En ese

    sentido, la representacin se basa en el parecido,

    en la capacidad de los polticos de parecerse a

    nosotros, a los que concretamente les votamos,

    en formas de vida, en maneras de pensar, en el

    tipo de problemas que nos preocupan. Las elec-

    ciones cubriran ese doble objetivo de delegacin

    y de parecido, y el grado de confianza que ten-

  • Joan Subirats

    31| Perspectivas sobre el Estado

    dran los polticos derivara del grado en que se

    logre cubrir esas expectativas.

    Con el grito no nos representan, el movimiento

    15M est advirtiendo a los polticos que ni se de-

    dican a conseguir los objetivos que prometieron

    ni se parecen a los ciudadanos en su forma de

    vivir, de hacer y de actuar. El ataque es, pues,

    doble: a la delegacin (no hacen lo que dicen) y al

    parecido (no son como nosotros). En este sentido,

    podemos entender que el movimiento 15M no

    ataca a la democracia, sino que lo que est recla-

    mando es, precisamente, un nuevo enraizamiento

    de la democracia en sus valores fundacionales. Lo

    que critica el 15M, y con razn, es que para los re-

    presentantes el tema clave parece ser el acceso

    a las instituciones, lo que garantiza poder, recursos

    y capacidad para cambiar las cosas. Para los ciu-

    dadanos, en cambio, el poder sera solo un instru-

    mento y no un fin en s mismo.

    En este sentido, Rosanvallon (2008) define el ac-

    tual modelo de democracia como democracia de

    eleccin, entendindola como aquella centrada

    estrictamente en colocar en el poder a unas per-

    sonas o a desplazar del mismo a otras. Dados los

    problemas que venimos comentando de dficit

    de representatividad y de falta de confianza, por

    qu no instaurar un sistema de deseleccin en

    que los ciudadanos pudiesen revocar su mandato

    si se sienten defraudados en sus expectativas?

    (lo que de hecho ya existe en California en forma

    de recall). La nueva poca en la que estamos ge-

    nera y precisa mecanismos de renovacin ms

    frecuentes de la legitimidad, lo cual no debera

    pasar forzosamente por una mayor frecuencia

    electoral, sino por incorporar ms voluntad po-

    pular directa (consultas, debates, etc.) en ciertas

    decisiones.

    El tema est en poder y saber combinar legitimi-

    dad electoral con legitimidad de la accin. Hasta

    ahora, esa legitimidad se consegua en las nego-

    ciaciones a puerta cerrada entre representantes

    polticos, y tambin entre ello y los intereses or-

    ganizados. Ahora la exigencia, cada vez ms pre-

    sente y expresada asimismo con fuerza por el

    15M, es ms transparencia y ms presencia di-

    recta de la ciudadana, sin que todo ello pase for-

    zosamente por la intermediacin de lobbies,

    sindicatos, patronales o cmaras. Antes los pol-

    ticos justificaban su privilegiada posicin por el

    hecho de que tenan informacin, construan su

    criterio y tomaban decisiones con respaldo ma-

    yoritario de los representantes. Ahora la gente,

    mucha gente, tiene informacin, construye su cri-

    terio y quiere participar en las decisiones que les

    afectan. Como ya hemos mencionado, lo que In-

    ternet y las TIC ponen en cuestin es la necesi-

    dad de la intermediacin. Sobre todo, de la

    intermediacin que no aporta valor y que, ade-

    ms, en el caso de los polticos, goza de privile-

    gios que ya no se consideran justificados

    (sueldos, inmunidades, regalas).

    Por otro lado, sabemos que el ncleo duro de la

    abstencin se concentra normalmente en los ba-

    rrios y lugares con menos renta, con menor nivel

  • 32| Perspectivas sobre el Estado

    educativo, con peores condiciones de vida. Son voces no escucha-

    das y, por tanto, con tendencia a ser desatendidas. Necesitamos

    pensar no solo en formas de mejorar la representatividad de los po-

    lticos, sino tambin en dimensiones de la representacin que la

    hagan ms compleja, ms capaz de recoger la autonoma, la diver-

    sidad y la exigencia de equidad de las sociedades contemporneas.

    Y en este sentido, hemos tambin de valorar cmo influyen Internet

    y la nueva poca en protagonismos e identidades colectivas.

    Se estn produciendo, asimismo, cambios en la forma de repre-

    sentacin y de visualizacin de esos movimientos. En efecto, uno

    de los problemas ms recurrentes con los que se han enfrentado

    los integrantes y participantes en el 15M ha sido y es la falta de li-

    derazgos claros, la falta de rostros con los que los medios de co-

    municacin tradicionales pudieran identificar el movimiento. La

    ambigua expresin de indignados ha sustituido la falta de identi-

    dad ideolgica que permitiera colocar a los movilizados en alguna

    de las categoras programticas a las que estamos acostumbrados

    en la contemporaneidad. Categoras que nos permiten reducir la

    complejidad de matices ideolgicos de cada quien, situndolo en

    el cajn ideolgico correspondiente. Es evidente que el calificativo

    de indignados no nos explica mucho sobre qu piensan y cules

    son sus coordenadas normativas o propositivas. Pero, de lo que

    nadie duda es de la capacidad de sacudir y de alterar la forma de

    entender el mundo y de relacionarse con el sistema poltico e ins-

    titucional que ha tenido el 15M.

    Tenemos, como algunos han dicho, un movimiento en marcha que

    no se reconoce a s mismo como tal movimiento, y cuyos compo-

    nentes, adems, presumen de no tener etiqueta ideolgica con-

    vencional. Lo que est claro es que expresan el sentido de

    frustracin de muchos ante la tendencia a fragmentar comunida-

    des, a convertir cualquier cosa en mercanca, a confundir desarrollo

    y realizacin personal y colectiva con capacidad de consumo. Es

    Ahora, la exigenciaes ms transparen-cia y ms presen-cia directa de laciudadana, sin quetodo ello pase for-zosamente por laintermediacin delobbies, sindicatos,patronales o cmaras.

  • cierto tambin que hay evidentes amenazas a los

    niveles de vida y de derechos alcanzados, sin que

    los poderes pblicos sean capaces de proteger

    a sus ciudadanos, en una evidente prdida de so-

    berana y de legitimidad democrtica. No solo no

    hay dimensin tica alguna en el capitalismo es-

    peculativo y financiero, sino que adems estn

    en peligro las promesas de que, si nos portba-

    mos bien, viviramos cada vez mejor, seramos

    ms educados y gozaramos de una buena salud.

    La absoluta falta de control y de rendicin de

    cuentas democrtica de los organismos multila-

    terales y las agencias de calificacin de riesgos,

    aadidas a las ms que evidentes conexiones y

    complicidades entre decisores polticos y gran-

    des intereses financieros, han provocado que,

    como hemos avanzado, por primera vez en

    mucho tiempo, en Europa se conecte conflicto

    social y exigencia democrtica, reivindicacin de

    derechos y ataques contundentes, a la falta de

    representatividad de los polticos. Tanto por su

    falta de respeto a los compromisos electorales

    como por su fuero y sus privilegios.

    Parece claro que mucha gente ha empezado a

    darse cuenta de que la hegemona neoliberal, a

    la que han servido en Europa, sin reparo y sin

    apenas distincin, tanto conservadores como so-

    cialdemcratas, puede conducirnos, de persistir,

    a ms y ms pobreza y a un deterioro general de

    las condiciones de vida de amplsimas capas de

    la poblacin. Y que, frente a ello, poco puede es-

    perarse de un sistema poltico y de los grandes

    partidos que son mayoritariamente vistos como

    meros ejecutores de esas polticas. En cambio,

    lo que ha permitido Internet, a coste muy redu-

    cido, ha sido conectar cabreos y acciones.

    El zcalo en el que apoyarse ha sido, por una

    parte, el movimiento de cultura libre, con su ha-

    bilidad de retournement, diran los situacionistas,

    es decir, con su capacidad de hacer descarrilar,

    de reconducir y de recrear todo tipo de produc-

    ciones culturales y artsticas, rompiendo moldes

    y derechos de propiedad, compartiendo y difun-

    diendo. Por otra parte, se ha aprovechado la gran

    capacidad de inventiva y de contracultura gene-

    rada en Amrica Latina, donde hace ya aos pro-

    baron de manera directa y cruda las recetas

    neoliberales. El movimiento de cultura libre, con

    xitos tan evidentes como Wikipedia, muestra la

    fuerza de la accin colaborativa y conjunta, sin je-

    rarquas ni protagonismos individuales. Combi-

    nan el ideal de la igualdad con la exigencia del

    respeto a la autonoma personal y a la diferencia.

    Cada vez ms gente, ms preparada, ms preca-

    ria, con mejores instrumentos, ms conectada,

    servir de voz a esa gran masa de la ciudadana

    que sabe que las cosas van mal y que la situacin

    actual no puede durar. Tratar de ponerle nombre

    al movimiento, de identificarlo y de encasillarlo,

    significara ahora limitar su potencialidad de cam-

    bio y de transformacin.

    Qu tiene que ver todo ello con los temas que

    aqu hemos ido apuntando, relacionados con la

    democracia y sus dilemas? An es pronto para

    sacar demasiadas conclusiones al respecto, pero

    33| Perspectivas sobre el Estado

    Joan Subirats

  • 34| Perspectivas sobre el Estado

    parece indudable que nuevas formas de hacer

    poltica y de ejercer representacin y tomar de-

    cisiones van a ir apareciendo.

    Democracia directa?Democracia y participacin ciudadana

    La extensin y generalizacin de Internet y de la

    hiperconectividad que lleva aparejada permite,

    entre otras muchas cosas, repensar de nuevo el

    viejo tema de la democracia directa. Es impor-

    tante, en este sentido, recordar la constante

    presencia del instrumento asamblea en los mo-

    vimientos polticos de los ltimos tiempos. Con

    ello se expresa el querer reproducir off-line lo que

    es caracterstico del modo on-line: horizontalidad,

    agregacin, compartir, buscar acomodacin de

    distintas perspectivas en nodos comunes. En re-

    lacin con ello, seguramente no es el momento

    ni el lugar de hacer un recorrido histrico sobre la

    democracia y sus tradiciones histricas. Pero,

    quiz, conviene recordar que a lo largo del siglo

    XIX la discusin en torno a la democracia, desde

    la concepcin liberal del Estado, se desarroll prin-

    cipalmente a partir del clebre discurso de Cons-

    tant sobre la libertad de los antiguos y la libertad

    de los modernos. Frente a la libertad de los anti-

    guos, entendida como participacin directa en las

    decisiones pblicas y en la formacin de las leyes

    a travs del cuerpo poltico que expresa la asam-

    blea de los ciudadanos, se entenda que ello no

    solo no era ya posible por la expansin del

    demos, es decir, por la cantidad de gente a quien

    reunir y con quien debatir, sino que, ms all de

    ese impedimento fsico o cuantitativo, la lgica

    que exista detrs del ideal de la democracia di-

    recta poda llegar a ser contraproducente.

    La libertad de los modernos implica el recono-

    cimiento de derechos polticos fundamentales,

    entendiendo la participacin poltica como una li-

    bertad poltica ms, que se expresa en el dere-

    cho a expresarse, a reunirse, a organizarse para

    influir en la poltica del pas, y que comprende,

    adems, el derecho a elegir a sus representantes

    en las instituciones y el derecho, asimismo, a ser

    elegidos. Frente a Rousseau, tanto Tocqueville

    como Stuart Mill defienden la idea de que la

    nica forma compatible con el Estado liberal es

    la democracia representativa y parlamentaria. La

    llamada democratizacin del Estado, si bien am-

    pli el derecho al voto a ms y ms sectores so-

    ciales, y multiplic los rganos representativos,

    no implic una modificacin esencial de esa con-

    cepcin liberal y representativa de la democracia.

    La democracia representativa ha sido defendida

    siempre como una alternativa viable (Stuart Mill)

    y eficiente (Dahl) a la democracia directa o de

    asamblea. Las razones de fondo aducidas son,

    como sabemos y ya hemos mencionado, el ta-

    mao de la poblacin llamada a reunirse y parti-

    cipar y la naturaleza de los problemas a tratar,

  • Joan Subirats

    35| Perspectivas sobre el Estado

    que van ms all de lo que las pequeas unida-

    des de poblacin pueden asumir. A pesar de ello,

    se reconoce (Dahl) que la democracia represen-

    tativa tiene su lado oscuro o un precio a pagar:

    el enorme poder discrecional sobre decisiones

    muy significativas que delegan los ciudadanos a

    sus representantes.

    Sabemos que las lites representativas han de

    moverse en los lmites institucionales y procedi-

    mentales que son propios de los regmenes de-

    mocrticos, pero tambin sabemos que esos

    lmites acostumbran a ser amplios, y, al no ser

    muy robustos ni constantes los mecanismos de

    control o de participacin popular, el hecho es

    que la discrecionalidad de las lites para interpre-

    tar su mandato de representacin, incluso en de-

    cisiones de contenido estratgico o de gran

    significacin, es muy notoria. Por tanto, una vez

    aceptado el principio de representacin, el nfa-

    sis se pone en establecer las cautelas y los equi-

    librios necesarios para controlar, en la medida de

    lo posible, esos mrgenes de discrecionalidad, y

    para fijar una renovacin peridica de la confianza

    y una clarificacin de responsabilidades va re-

    frendo electoral.

    Qu cambios pueden producir en ese escenario

    la aparicin de las TIC y la generalizacin de In-

    ternet? Si bien contina siendo cierto que todos

    los ciudadanos de cada pas no pueden encon-

    trarse cara a cara, s es ya posible que puedan

    comunicarse a distancia a travs de las redes que

    ofrecen las TIC. Por tanto, con todas las cautelas

    necesarias y siendo conciente de que las formas

    de deliberacin en asamblea son distintas a las

    que se dan por telfono o en un frum virtual, se

    podra al menos pensar hasta qu punto empie-

    zan a darse las condiciones para avanzar hacia

    formas de democracia en las que sea posible

    acercarse a los viejos ideales rousseaunianos sin

    las cortapisas del tamao del demos y que, al

    mismo tiempo, permita obtener eficiencia en la

    toma de decisiones.

    Pero de qu democracia directa hablamos? No

    creo que sea necesario insistir en los problemas

    que genera una concepcin de democracia di-

    recta de tipo referendario, basada en la instanta-

    neidad de la toma de decisiones, sin

    mediaciones deliberativas ni institucionales.

    Hace ya aos, un magistrado de la Corte Consti-

    tucional italiana, Gustavo Zagrebelsky, pona de

    relieve la falta de adecuacin entre los presu-

    puestos deliberativos de la democracia y la pre-

    cipitacin no exenta de demagogia que rodean

    los referndums instantneos, y para ello utili-

    zaba el ejemplo bblico de la eleccin directa y