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Psicologia
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Marzo 2012 $ 11.- AÑO XXXVII - Nº 405
Los números atrasados se venden
al precio del último número.
ISSN 0325-2590
Dirección Nacional del Derecho
de Autor Nº 969719
Periódico Mensual
Director / Propietario Lic. Miguel Kohan
Redacción / Administración y Publicidad:
Paso 505 4º Piso Of. 8
(C1031ABK) Buenos Aires
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e-mail: [email protected]
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A C T U A L I D A DPSICOLOGICABeatriz Janin - Mario Waserman - Juan José Calzetta - Ilda S. Levin - Susana Quiroga, Glenda Cryan
Mirta Berkoff - Laura E. Billiet - Felisa Lambersky de Widder - Jorge G. Cantis
Página 2 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
Los niños
rebeldes y
desafiantes de
hoy
Beatriz Janin
Los niños de hoy se muestran rebel-
des y desafiantes. Tienden a opo-
nerse a las normas y a no callarse
frente a los adultos. A la vez, la
rebeldía parece ser condición nece-
saria de crecimiento.
Voy a comenzar relatando una escena de la vida
cotidiana. En la zapatería, un nene chiquito mira las
sandalias que le han puesto y hace un gesto negati-
vo con la cabeza. La abuela, sentada un poco más
lejos, dice, enojada: “Las madres de hoy preguntan
todo… ni entiende qué es comodidad y le pregun-
tan si le van cómodas…”. La madre del nene con-
testa, muy alterada: “si no le quedan cómodas no las
usa, se las saca y listo. No es tan fácil”. El nene las
mira, las escucha y repite: “no me van cómodas, no
las quiero” (le probaron varios pares). “Quiero las
mías” (las que traía de la casa). La abuela le ordena:
“tenés que comprarte otro par”; la madre le supli-
ca, con cierta desesperación: “pero si se ensucian y
se rompen, ¿cómo vamos a hacer?”. El nene perma-
nece sonriente, diciendo: “no quiero”. Me pongo a
hablar con él, que es el único que no está alterado,
y le pregunto la edad. Con orgullo, enarbola tres
dedos y me dice “Tres”. Salen del negocio sin com-
prar. La abuela me dice al irse: “Yo no le pregunta-
ba nada a mis hijos y todo andaba bien”. La mamá
la mira enojada y el nene sonríe.
Me parece que esta escena es significativa de un
funcionamiento cotidiano en el que los adultos no
sabemos cómo sostener las diferencias ahora que
no es posible hacer lo que decía la abuela: “Yo no le
preguntaba nada a mis hijos y todo andaba bien”.
Uno podría preguntarse: ¿todo andaba bien?
La vuelta a una época en la que los niños no
podían opinar parece ser añorada por algunos.
Quitar la palabra a los niños parece ser una idea
que insiste. Pero ¿es posible quitar algo que se ha
posibilitado? ¿De qué se asustan los adultos cuan-
do los niños opinan? Y a la vez, ¿por qué la opinión
de un niño debería ser una orden?
La abuela clamaba por mayor poder de deci-
sión por parte de la madre, pero ésta se asustaba
frente al posible enojo del niño… Quizás, sin
saberlo, ambas le estaban otorgando a éste un tipo
de pensamiento y un modo de funcionamiento del
que un niño de esa edad carece. Sobre todo, ambas
le estaban otorgando un lugar complicado, casi
imposible, pero no por dejarlo decidir, sino porque
la madre sólo se oponía a su propia madre ubican-
do al hijo como aquél que detentaba el poder.
El niño estaba instalado en el “no”. “No me gus-
tan, no son cómodos, no quiero”. Y desde ese lugar
defendía sobre todo su derecho a oponerse a lo que
los otros le quisieran imponer. Seguramente, más
que elegir un par de zapatos lo que estaba eligien-
do era posicionarse siendo alguien. Y ¿cómo ser sin
oponerse, a los tres años?
Es evidente que los argumentos de la madre no
podían convencerlo, mucho menos cuando eran
planteados desde la impotencia, apelando a una
lógica que el niño no podía sostener.
Acorralada entre su propia madre, que la cri-
ticaba duramente, y su hijito, que no cedía a sus
pedidos, esta mujer quedaba paralizada. Quizás
podría haber contestado a su madre que justa-
mente porque a ella nunca le preguntaron nada,
ahora, como madre, pregunta todo. También
podría haber dicho que no sabe cómo hacer ni
cómo encarar las situaciones si no sigue el
mismo modelo.
Pero al otorgarle ambas un enorme poder al
niño, ya sea desde la idea de que podía manipular
a los otros o desde la convicción de que toda la
decisión era suya, el niño quedaba en el lugar de
adulto. Lugar que termina dejando a un niño sin
sostén. Tiene que poder solo.
Tomo este ejemplo porque me parece que refle-
ja muchas situaciones en las que los mensajes de
una generación a otra se van anudando y determi-
nan una realidad que se repite.
¿Cuántos niños son expulsados de las escuelas,
ya desde jardín de infantes, por no acatar las nor-
mas? ¿Qué ocurre con los niños que no quieren
someterse a los dictámenes de los adultos?
Un niño de cuatro años, en el consultorio, se
enoja conmigo en una entrevista vincular con la
madre, porque les señalo que él quiere que ella sea
una muñeca de su pertenencia (obviamente, el
señalamiento iba para el niño y para la madre, que
dejaba pasivamente que el niño le pegara y le grita-
ra) y que tiene mucho miedo a perderla. Me contes-
ta que no quiere escucharme y que no va a venir
más. Le digo que es posible, porque durante un
tiempo quiero trabajar con sus padres. Me dice:
“ellos tampoco van a venir, porque yo no los dejo” y
mira en forma desafiante a su mamá. Ella me mira
sin saber qué hacer, atemorizada frente a las pala-
bras del niño. Este niño comenzó con conductas
“desafiantes y rebeldes” a partir del nacimiento de
un hermanito. Está desesperado porque siente que
si no toma posesión enérgica de su madre, la pierde.
Pero en lugar de entender esa desesperación, se
supone que “hace la vida imposible a todos”.
Quizás uno de los problemas que aparezca cla-
ramente en este ejemplo es que frente al agobio de
la vida cotidiana, los adultos esperan que la crian-
za de un hijo sea una especie de situación no-con-
flictiva, en la que los niños digan alegremente que
sí a todo lo que se les pide y que acepten las prohi-
biciones que se les imponen.
Otro niño, de cinco años, se enfurece porque la
maestra lo reta. Dice que es una tonta y que lo reta
sólo a él. Organiza a los demás chicos en una espe-
cie de rebelión. La maestra me dice que el niño es
un futuro matón y que no puede estar en esa
escuela. Al detectar la impotencia de los otros, este
niño se siente vencedor y a la vez terriblemente
desprotegido.
Un tercero, de seis años, en su primera sesión,
tira todos los juguetes al suelo y me dice que no los
va a levantar, que los levante yo. Cuando ve que no
me enojo, que le digo que no me preocupa tener
que juntar los juguetes, pero que pensemos juntos
por qué le pasa eso, por qué está tan enojado y por
qué tendría que pelearse conmigo, se asombra y
comienza a “ayudarme” a levantar lo que tiró.
¿A qué se rebelan los niños? ¿Por qué se rebelan?
La rebeldía es un modo de oponerse a lo ya dado.
En el diccionario, rebelde es el que se subleva.
Indócil, desobediente, que se resiste con obstinación.
Y sublevarse es resistirse a las normas, desobedecer.
Sin embargo, pienso que cierto grado de rebel-
día es imprescindible para poder incorporar cono-
cimientos y para apropiarse de ellos. También para
crecer, para crear y para separarse de los padres.
He visto niños que tienen dificultades para
aprender por ser demasiado “obedientes”. Es decir,
no pueden desarmar y recrear el conocimiento
transmitido, sino que se limitan a repetir lo que los
otros les dan, sin poder construir un conocimiento
nuevo. Por otra parte, la sumisión absoluta al otro los
lleva a no poder sostener deseos propios, quedando
sujetos a los deseos ajenos, en una posición pasiva.
Pero ¿qué ocurre cuando la rebeldía se trans-
forma en negativismo, impidiendo justamente un
mejor despliegue?
Hay niños que por no tolerar ninguna norma
no pueden adaptarse al ritmo escolar o que en el
afán de discutir todo quedan aprisionados en la
imposibilidad de recibir algo del otro (como los
niños que dicen “ya lo sé” antes de aprender algo,
por lo insoportable que les resulta valorizar algo de
lo que el otro tiene).
Es decir, podríamos decir que la rebeldía es
imprescindible para crecer, para hacerse autóno-
mo, que todo crecimiento implica cierta violencia,
pero también que cuando alguien se instala en una
posición de enfrentamiento permanente puede
caer en funcionamientos autodestructivos.
Muchas veces se considera que la rebeldía
infantil es una respuesta a una educación demasia-
do permisiva. Otras veces, se la cataloga como un
cuadro psicopatológico de raíz orgánica.
Considero que el comportamiento desafiante
de los niños de hoy no tiene que ver necesariamen-
te con una falta de castigos o con actitudes dema-
siado permisivas de los padres. Y mucho menos es
una afección orgánica que afecta a los niños.
Es más, hay un nuevo diagnóstico con el que
están siendo etiquetados los niños que se rebelan:
Trastorno oposicionista desafiante o trastorno
negativista desafiante. A veces, se los medica con
antipsicóticos en dosis leves.
Nuevamente, como ocurre también con el
Trastorno por déficit de atención, nos encontra-
mos con la descripción de una conducta frecuen-
te, frente a la cual se supone que existe algún
remedio “mágico”.
A la vez, es una nominación que suele abarcar
patologías y problemáticas muy diferentes. Desde
las respuestas impulsivas y agresivas de un niño
que siente que su psiquismo estalla frente a las exi-
gencias del mundo hasta las dificultades de otro
que no tolera las normas, todos son ubicados del
mismo modo. El mayor problema es que la rebel-
día y el desafío a la autoridad no es pensada como
una conducta que suscita preguntas, que “dice”
algo, sino como algo a acallar.
Así, me consultan por un niño de seis años que
se rebela frente a la maestra de primer grado, que
no quiere permanecer sentado en el aula, pero que
ha aprendido a leer y a escribir perfectamente. Los
padres son citados por la escuela y se les sugiere
que lo mediquen.
En la casa, el niño arma escándalos por cual-
quier cosa que se haga contraria a su voluntad y no
obedece las directivas de los padres. Estos están
desconcertados y suelen hacer lo que el niño dice
con tal de no soportar los gritos y “berrinches”.
Cuando se desbordan, le pegan.
¿Por qué sería medicado un niño que no acata
las normas? ¿Por qué cuesta preguntarse por lo que
le ocurre y a qué normas no acepta sujetarse?
Es cierto que aceptar normas es imprescindible
para la convivencia y también para incluirse en un
grupo, pero ¿de qué normas se trata?
Este niño acata de manera muy clara las reglas
de los juegos (las lee él, desconfiando de lo que se
le dice) y quiere venir a las sesiones. De a poco, va
desplegando la idea de que tanto la escuela como
su casa son lugares arbitrarios, en los que él podría
quedar sometido a reglas absurdas y a merced de
adultos que no lo tienen en cuenta y lo quieren
echar. Él quiere aprender, pero insiste en que no le
gusta hacer lo que le dicen que haga. Desconfía de
las órdenes que le dan. Trabajando su terror a que-
dar a merced de otro y la furia que lo inunda cuan-
do siente que eso es así, los sentimientos de estar
amenazado todo el tiempo y de tener que defen-
derse de los intentos de sometimiento van cedien-
do. Se va armando de a poco una representación de
un adulto que puede ser confiable y protector, lo
que le permite estar menos angustiado y por con-
siguiente desarrollar una actividad más placentera,
encontrando otras vías para aprender a su manera.
Simultáneamente trabajamos con los padres sus
historias y vamos reconstruyendo qué es lo que los ha
llevado a ubicarse como pares de su hijo y a temerle.
En la medida en que la relación es especular:
padres e hijo enfrentados en una pelea para ver
quién puede más que el otro, todos quedan ence-
rrados en una confrontación narcisista, que sólo
muestra la fragilidad de los oponentes, todos en un
plano de igualdad.
Entonces, una de las cuestiones es recuperar los
lugares, devolviéndole al niño su espacio como tal.
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 3
Secretaría de Posgrado
Facultad de Psicología - UBA
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o Carrera deEspecialización en
Psicología Clínica deNiños y Adolescentes
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Duración: 2 añosInicio de clases: Primer cuatrimestre de 2012
Abierta la inscripciónInformación en: www.psi.uba.ar, Carreras de Especialización.
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Cap. Fed.(1225) Buenos Aires, Argentina. Tels.: 4957-5879 / 4932-2225 - email: [email protected] - Atención al público: lunes a viernes de 10 a 19 hs.
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Página 4 • Marzo 2012
Otro problema importante es que si no se le
pregunta a un niño qué es lo que le pasa, si se lo
sanciona sin otorgarle un lugar como sujeto, al
mismo tiempo en que se intenta transmitir una
norma se está transgrediendo otra fundamental: el
registro del otro como alguien con deseos, afectos,
pensamientos…
El reconocimiento del otro se funda en un vín-
culo en el que el niño es reconocido como tal. Es
decir, como sujeto infantil.
Entonces, lo que puede aparecer como conduc-
ta rebelde puede responder a múltiples determina-
ciones. En éstas tiene peso tanto el medio social
como el familiar, así como el modo particular en
que ese niño tramita sus vivencias.
Algo que me llama la atención es la frecuencia
con la que escuelas y familias dicen: “no sabemos
ya qué hacer” frente a niños muy pequeños. Si la
educación siempre implica la puesta en juego de
voluntades diferentes y de cierto grado de coerción
y de rebeldía, ¿qué ocurre en la actualidad como
para que los adultos se declaren impotentes ya
desde el jardín de infantes cuando un niño se
opone y no acepta pasivamente lo que se le pide?
Ya desde muy pequeños, el no comer, no dor-
mir, no controlar esfínteres, puede aparecer
como oposición a los deseos y normativas de los
padres. El niño se erige como sujeto que puede
imponer su voluntad…
Muchas veces, nos encontramos con niños que
parecen todopoderosos pero que están asustados,
aterrados frente a un mundo del que no compren-
den las reglas.
Insisto en que la rebeldía en sí no es un proble-
ma y es más, todo acto de crecimiento supone una
cierta rebeldía contra lo ya estipulado. Creo que la
cuestión es si la rebeldía lleva a ese niño a intentar
nuevos caminos, a establecer diferencias con los
otros o si lo deja sumido en un encierro autodes-
tructivo, en una pura oposición con la que se defien-
de de las sensaciones de impotencia frente a un
entorno vivenciado como intrusivo o controlador.
Como plantea Danielle Brun en su libro Les
enfants perturbateurs, los niños son siempre per-
turbadores para sus padres. Ya por el hecho de
nacer, “perturban” la relación entre ellos.
El tema es que muchas veces la oposición, la
rebeldía, evidencia no sólo un enfrentamiento ine-
vitable, que tiene que ver con los intentos de auto-
nomía, sino un sufrimiento que el niño no puede
mostrar de otro modo.
Todo niño tiene que lidiar con sus propias pul-
siones y con las exigencias de los otros. ¿Por qué
debería ceder a esas exigencias cuando está urgido
por las propias?
Hay niños que dicen “yo hago lo que quiero” o
“No quiero trabajar en la escuela porque no me
gusta.”
“Yo quiero” y “yo no quiero”, son frases habitua-
les en los niños. Es el modo de poner coto al avasa-
llamiento del otro y de imponer su autonomía. Pero
también es la manera de establecer diferencias, de
decir “acá estoy yo”, cuando el narcisismo tambalea
o cuando el mundo aparece amenazante.
Indudablemente, el grupo social al que perte-
necemos marca en gran medida posibilidades, vías
identificatorias y modos de funcionamiento.
Dice Kaës: “El grupo que nos precede, en par-
ticular algunos de sus miembros que son para el
infans sus representantes, este grupo nos sostiene
y nos mantiene en una matriz de investiduras y
cuidados, predispone signos de reconocimiento y
de convocación, asigna lugares, presenta objetos,
ofrece medios de protección y de ataque, traza
vías de cumplimiento, señala límites, enuncia
prohibiciones” (Kaës, pág 17)
Pienso que en cada niño se conjuga su historia
personal y familiar con la de la época en la que le
toca vivir y que podemos encontrar ciertas inva-
riantes que inciden particularmente en cada uno.
Y los niños de hoy son particularmente rebeldes.
Intentaré desarrollar entonces algunas de las
determinaciones que llevan a que los niños de
nuestros días suelan desafiar a los adultos y se
resistan a acatar las normas.
La desmentida de las diferencias niño-adulto
Los adultos suelen presentar dificultades para
sostener las diferencias niño-adulto y esperan
que los niños los sostengan narcisísticamente,
con su reconocimiento. Así, generan actitudes y
respuestas frente a las que luego se violentan, sin-
tiendo que los niños quedan como demasiado
poderosos. Son niños a los que han imbuido de
un poder omnímodo.
En tanto los adultos no garantizan protección,
cuidado, en tanto los niños se sienten muchas veces
como iguales a los adultos, se produce una situa-
ción particular: queda desmentida la dependencia
de todo niño en relación a los adultos.
Pero esto a la vez torna más difícil el pasaje del
principio de placer al de realidad, porque los adul-
tos idealizan la infancia, confundiendo al niño, que
no puede renunciar a la fantaseada omnipotencia
porque los otros lo sostienen como todopoderoso.
Si el imperativo social es: “goza ya” y, a la vez,
muestra ya que puedes ser un sujeto que produce,
que triunfa, que está adquiriendo todos los emble-
mas del éxito de nuestro tiempo, ¿cómo construir
ideales y soportar esa tensión entre lo que se puede
y lo que se debe, entre el yo y el ideal del yo?
Adultos que terminan siendo muy violentos
como efecto de su misma impotencia. Padres
asustados por las respuestas de sus hijos, que
temen que el niño se enoje o que llore (cuando los
niños se han enojado y llorado siempre), que
esperan que la crianza sea una especie de “mundo
feliz” sin conflictos.
Este borramiento de conflictos lleva a un pre-
dominio de actuaciones en niños y adolescentes,
en un mundo en el que se valoriza la acción sin
pensamiento: “hazlo, ya”, “compre ya”.
Inclusive los miedos toman un cariz particular.
Hay una prevalencia de terrores, más que de mie-
dos, y los niños suponen que lo que tienen que
hacer es enmascararlos. Se vuelven desafiantes y
agresivos por terror a los otros. Esta es una cuestión
que me parece importante tener en cuenta. Muchos
niños que aparecen como excesivamente rebeldes o
desafiantes están asustados, frente a un mundo que
sienten hostil y suponen que deben tomar la inicia-
tiva en el ataque para no ser atacados.
En algunos niños, dominar al otro, someterlo a
la propia voluntad parece ser la única satisfacción
posible. Ya no es la satisfacción erótica en el víncu-
lo con el otro, el placer en la realización del deseo,
sino el placer en el dominio del otro como objeto.
Hay niños que se unifican en el “no” como
modo de ser, como protección, porque si no se
sienten arrasados por el avance intrusivo del otro.
La dificultad radica en que pierden la percepción
de sus deseos (algunos no la tuvieron nunca) y lo
único que desean es oponerse al deseo del otro (lo
que delata la dependencia). Al abroquelarse en el
“no” éste funciona como organizador que les per-
mite sostenerse como diferentes.
El niño como sostén narcisista de los adultos
En esta época es difícil sostener el propio nar-
cisismo, en medio de tantas exigencias. Por consi-
guiente, los niños suelen ser ubicados como
garantes del narcisismo de los padres. Esto les difi-
Actualidad Psicológica
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culta el pasaje del narcisismo primario al secunda-
rio, es decir el pasaje de los ideales del yo ideal a los
del ideal del Yo.
Se torna así tormentoso tanto el cumplimiento
de logros, que suelen ser alejados de sus posibilida-
des como el acuerdo con un ideal que, desde el
Ideal del Yo social, es contradictorio. Si el impera-
tivo social es: “goza ya” y, a la vez, muestra ya que
puedes todo, ¿cómo construir ideales y soportar
esa tensión entre lo que se puede y lo que se debe,
entre el yo y el ideal del yo?
También he observado en la clínica madres y
padres que sostienen a un hijo como aquél que
enfrenta al mundo y de ese modo el niño actúa un
deseo de emancipación y rebelión que él o ella no
se anima a cumplir. Esto es muy claro cuando ha
habido una historia en la que esas personas se sin-
tieron humilladas y sienten que su hijo es una
especie de vengador, aquél que va a oponerse, a
pelear un lugar y a reivindicar a sus padres.
El niño siente así que tiene que remendar el
narcisismo de otros que mantienen viejas heridas
sin cerrar. Misión imposible en tanto son situacio-
nes de una historia que no puede hacerse pasado y
sigue incidiendo como un presente permanente.
Esto lleva también a sostener la desmentida de
la dependencia por parte de los niños.
La intolerancia frente al sufrimiento y la carencia de espacios para procesar el dolor.
Es muy habitual en nuestros días suponer que
todos debemos estar en condiciones de tolerar
todos los dolores sin que los demás se den cuenta.
Los duelos deberían durar poco tiempo y la adap-
tación de un niño al jardín de infantes debería ser
casi automática. Es así que muchos niños que no
manifiestan temor frente a la separación de sus
padres en la entrada al jardín, al poco tiempo
comienzan a pegarles a todos los demás, a desobe-
decer a los maestros y a mostrarse desafiantes. Es
decir, en lugar de evidenciar sus temores, se mues-
tran fuertes e insensibles y después despliegan la
angustia a través de una actividad de enfrentamien-
to, como si los hubieran dejado rodeados de leones.
Muchos niños suelen desmentir el dolor, jus-
tamente porque suponen que tienen que funcio-
nar como omnipotentes y que si se muestran
débiles quedan a merced de un tirano. La única
manera de defenderse es oponiéndose a todo,
mostrando su poder y reforzando lo que conside-
ran su territorio frente al avance de cualquier otro
vivido como invasor.
Generalmente, son sancionados, castigados,
expulsados, lo que refuerza la idea de un mundo
hostil y arbitrario.
Un tema importante con ellos es que el analista
pase a ser un objeto confiable, alguien que no ataca
y a la vez un adulto que sostiene las diferencias. Esto
es clave; si el niño percibe que el otro responde al
ataque en espejo, reafirmará su idea de vivir en una
selva en la que hay que defenderse de los otros.
Concluyendo: la rebeldía puede ser motor de
transformaciones, aliciente de la curiosidad y posi-
bilitadora de actos creativos.
Por el contrario, considero que la desmentida
tanto de las diferencias niño-adulto como de la
dependencia infantil son manifestaciones de la impo-
tencia de los adultos frente a los avatares de la niñez
(como efecto de sus propias vicisitudes infantiles).
Pero el niño que parece omnipotente, enfrentando al
mundo, suele ser un niño que sufre sin ser escuchado.
Bibliografía
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Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 5
Página 6 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
Si bien este artículo figura bajo mi
autoría, gran parte de su elaboración
fue hecha con la estrecha colabora-
ción del Lic. Fabián Caporale Actis
de vasta experiencia en el tratamien-
to de niños y adolescentes en riesgo y a quién le
agradezco profundamente su trabajo y sus aportes
clínicos y teóricos.
I - Rebeldía y transgresión
Para ubicar teóricamente el campo de la rebel-
día en el terreno psicoanalítico tenemos que
ponerlo en conjunción con por lo menos otros dos
campos semánticos: el que propone el significante
transgresión y el que propone el significante
impulsividad.
En primer lugar, hay en la rebeldía un roce
necesario con lo transgresivo, en razón de que, en
cualquier acto de rebeldía, se produce necesaria-
mente un enfrentamiento con la ley, que en ese
momento especial, en ese contexto especifico,
enuncia la autoridad.
Justamente es ese momento, y ese contexto lo que
va a diferenciar la categorización del acto de rebeldía
en tanto reclamo justo frente a un poder aniquilador,
a diferencia de la rebeldía en tanto no aceptación de
la ley compartida, y la aplicación de la ley propia
como enunciado omnipotente o perverso.
La rebeldía es: o una reacción saludable de un
yo asfixiado por un poder arbitrario, o es el tras-
torno provocado por la no aceptación de una ley
que contempla el derecho de todos, a partir un yo
que no acepta limitaciones a su omnipotencia.
Resuena en esta aproximación los ecos deriva-
dos de la construcción freudiana que marca la dife-
rencia entre la ley instaurada por el padre de la
horda primitiva, de la ley que surge posterior al ase-
sinato del padre y que se caracteriza por la igualdad
entre los hermanos; con una regulación tal, que
trata de impedir con mayor o menor éxito, que ya
nadie detente el poder absoluto. En esa construc-
ción teórica Freud enuncia con suficiente precisión
la posición del sujeto frente a la ley. Su constitución
es claramente paradójica ya que la ley se constituye
a través de un acto de rebeldía hacia el poder. A par-
tir de ese emergente toda rebeldía es condenada en
tanto se quiere impedir un retroceso al despotismo
del uno, condición más ultrajante que el despotis-
mo consentido de todos. Hay por lo tanto una
rebeldía productiva y liberadora y una rebeldía
regresiva a un estado donde se privilegia el goce.
Del mismo modo el poder de una república se
caracteriza por la implantación de una trinidad que
limita el poder absoluto que pueda emerger del
poder ejecutivo que se ve controlado por el poder
legislativo y el poder judicial cuya función es de vigi-
lancia de que la ley no sea transgredida. La implan-
tación de una dictadura se caracteriza justamente
por el borramiento del poder legislativo y judicial o
por la pantomima de su funcionamiento como mas-
carada de un poder absoluto. Es de hacer notar que
en la neurosis obsesiva, se produce una hipertrofia
tanto del poder legislativo, como del poder judicial,
ya que la deliberación interminable impide la nece-
saria celeridad con la cual deben ejecutarse las accio-
nes-el obsesivo delibera demasiado- y el poder judi-
cial es tan restrictivo que impide que el yo ejecute sus
acciones, llenándolo de reproches anticipados y exi-
giéndole el pago de deudas contraídas por él o sus
progenitores-recuérdese el caso del hombre de las
ratas-. Este paralelismo entre la gobernabilidad de
un país y de un sujeto no es extrapolación injustifi-
cada, sino por el contrario, la necesaria correspon-
dencia que existe entre la subjetividad humana y la
organización social. En ese sentido se entiende que
un análisis deba a veces ayudar al sujeto a rebelarse
contra el excesivo devaneo del poder legislativo en su
estructura, así como al excesivo poder que adquiere
el superyó, o sea su poder judicial. O el excesivo
poder que ejerce el padre real. La pulsión y el yo, en
ese caso, deben reunificar sus fuerzas para limitar al
superyó. Así, muchas veces un acto de salud en un
niño está en enfrentarse a un sistema burocrático o
punitivo exagerado que puede instalarse en su medio
familiar o escolar. En el caso de un poder dictatorial
transgresión y rebeldía invierten su signo. El poder se
constituye en un poder transgresivo de la ley que
protege e iguala, y la rebeldía a la autoridad está ple-
namente justificada ya que reacciona a una transgre-
sión vigente y flagrante. En el poder que emerge del
orden democrático, la rebeldía es una transgresión
que trata de imponer el interés y la pulsión al engra-
mado colectivo. A diferencia de Luis XIV y parafra-
seando su famosa frase: “El Estado soy yo”, el ciuda-
dano se pronuncia de sí mismo a la inversa, es decir:
“El estado no soy yo”.
El poder del Estado es siempre un peso para el
yo y. por eso, el yo busca de muchas maneras elu-
dir su rigor a través de formas rebeldes que gene-
ralmente son formas disimuladas de transgredir la
autoridad, cuyo poder aun siendo menos opresivo
es molestamente limitante. Así, cierta dosis de
rebeldía va a estar necesariamente presente y per-
mite al sujeto respirar. Aquella estructura obsesiva,
carente de toda rebeldía, absolutamente acorde al
orden social caracteriza a la personalidad sobrea-
daptada, cuya aparición es tan grata a la escuela,
porque no le trae ningún conflicto a la marcha de
la Institución.
Estas diferencias que vamos enunciando nos
van a permitir categorizar mejor el acto de rebeldía
que puede desarrollarse en un niño o un adoles-
cente en su hogar o en la escuela: Contra quien se
rebela? Que está cuestionando con su acto? A
quien desafía? Está transgrediendo o está protes-
tando frente a una organización despótica? Es su
transgresión una válvula razonable para soportar
el malestar que acompaña la cultura?
Repasando: En el aparato psíquico construido
por Freud el poder del yo está limitado por el
superyó que contiene las prohibiciones y los idea-
les que impiden que el yo se deje dominar por la
pulsión. La neurosis es, tal como la concibe el psi-
coanálisis, un control fallido del superyó sobre el
yo o una maniobra deficitaria del yo que si bien
acepta la exigencia superyoica no puede renunciar
al beneficio primario, es decir, al goce de la pulsión
que es al mismo tiempo el goce del superyó y que
conjuntamente definen el goce del síntoma. En el
niño rebelde no hablaríamos de síntoma puesto
que, el enfrentamiento es con la autoridad como
figura externa y no con el superyó. Hablaríamos
más de un trastorno de estructuración del carácter,
en cuanto se instalara la rebeldía como rasgo per-
manente, en ese niño. Estaríamos allí cercanos al
trastorno grave del oposicionismo.
Estudios sobre
la rebeldía.
Mario Waserman
Facultad de PsicologíaUniversidad de Buenos Aires
CURSO DE ACTUALIZACION EN PSICOANALISIS“CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN LA CLINICA PSICOANALITICA ACTUAL”
Responsables Docentes:
Lic. Juan José Calzetta Dr. Hugo LernerProfesor Titular PresidenteFACULTAD DE PSICOLOGÍA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA DEL SUR
Docentes invitados:Dr. Ricardo Avenburg - Dr. Hugo Bianchi - Ps. Eurema Gallo - Dr. Luis Hornstein - Dra. María Cristina Rother Hornstein - Lic. Isabel Lucioni
Dra. Silvina Margulis - Ps. Mónica Medeiros Kother Macedo - Lic. Susana Sternbach - Lic. Mónica Vaqué - Lic. Mercedes Vecslir
Coordinadoras: Lic. Mercedes Cicalese – Lic. Belén Sívori
• Vigencia actual del modelo freudiano. Su perspectiva metapsicológica. Primera y segunda tópica. Las formas de la angustia. La formación de síntomas.
• La construcción de la subjetividad. Psiquismo, sistema abierto y complejo. La dimensión intrapsíquica, intersubjetiva y socio-histórica. La constitución del narcisismo. El yo y la problemática identificatoria. La organización edípica.
• La práctica actual del psicoanálisis. Nuevas patologías y nuevas prácticas. Lugar y función del analista. Los modos de intervención.• Algunas contribuciones de autores pos-freudianos. P. Aulagnier, C. Castoriadis, A. Green, H. Kohut, J. Laplanche, D. Winnicott.
Día Martes de 20,30 a 22,30 hs. Inicio: 26 de marzo 2012 Carga horaria total: 32 horas Lugar de dictado: Sinclair 3139 P. 4 “A”Frecuencia: semanal Capital Federal
Aranceles: A través del Sistema de Posgrado www.psi.uba.ar/posgrado
INFORMES: Sociedad Psicoanalítica del Sur : T.E. 4775-1919 • [email protected] otorgarán certificados de aprobación como curso de posgrado de la Facultad de Psicología (U.B.A.)
y se otorgarán certificados de asistencia por la Sociedad Psicoanalítica del Sur.
S.P.S.Sociedad Psicoanalítica del Sur
Marzo 2012 • Página 7Actualidad Psicológica
II - Rebeldía e impulsividad
Ahora tenemos que poner rebeldía en contacto
con impulsividad.: Es siempre el acto rebelde un
acto impulsivo? Podemos ver rápidamente que hay
diferencias: Está el acto rebelde que surge porque el
sujeto no admite una dilación a la pulsión, no hay
posibilidad de espera para la descarga. No hay pen-
samiento que proceda a la acción. Se trasgrede de
ese modo, la ley temporal que exige que se de un
rodeo a la pulsión y se produzca su transformación
en una demanda socialmente aceptable. El impul-
sivo no espera y da la impresión que por lo tanto
no piensa. Hay que establecer allí una diferencia:
está efectivamente aquél que actúa sin pensar y está
el que piensa y no puede esperar el momento para
poner en escena su pensamiento.
El que actúa sin pensar descarga elementos, que
en la terminología de Bion serían elementos beta,
elementos no susceptibles de constituirse en los
pensamientos latentes del sueño y que puedan ser
transformados en lenguaje. El impulsivo pensante
dispone de elementos alfa y los transforma en len-
guaje pero no puede esperar la ocasión propicia: se
trata de una descarga valiosa por su contenido,
pero de eyección precoz. Estas dos conductas
deben diferenciarse con mucha atención, pues
implican diagnósticos y procedimientos muy
diversos. En los dos casos, la impulsividad implica
siempre una rebeldía contra la ley temporal. Pero:
surge aquí otra pregunta: ¿es esa irrupción impul-
siva una manifestación de enojo ante un poder que
exige un diferir demasiado prolongado y que
puede convertirse en una mordaza? No debemos
olvidar en determinaos casos la impulsividad es la
mejor respuesta: es salud. Si un niño es sometido a
un bulling está bueno que actúe alguna vez impul-
sivamente, sin pensarlo dos veces.
III - La autoridad del padre en el imagi-nario social y la rebeldía entronizada.
Sabemos, a partir de las teorizaciones de Freud
y Lacan que la ley deriva de la función paterna y al
mismo tiempo, la función paterna deriva de la con-
sonancia del padre simbólico con la ley que rige la
relación entre lo hermanos. Es un lugar común y
no por ello menos verdadero que la autoridad
paterna sufrió hondas heridas a partir de un movi-
miento histórico que en la civilización occidental
ha limitado su poderío. Hay una profunda y gran
diferencia entre el poder que le entregaba al padre
la sociedad romana y que llegaba a la institución
del hijo expuesto: el hijo expuesto era un hijo que
al nacer no era reconocido por el padre y era
expulsado o muerto-y el padre de nuestra época,
profundamente limitado, que puede ser encarcela-
do si le pega a su hijo una tunda. Hay una relación
entre la declinación del poder del Rey, el poder de
Dios y el poder del padre. En la medida que se limi-
ta poder de Dios –el poder religioso se separa del
estado en occidente- y el poder del Rey, el padre
empequeñece. Este proceso culmina con la caída
del prestigio de la autoridad paterna que caracteri-
za la segunda mitad del siglo XX. Aparece su caída
reflejada en el teatro, como el padre melancolizado
retratado por Strindberg en “Paternidad” o en “La
Muerte de un Viajante” de Arthur Miller que bien
podría llamarse: “ el suicidio del padre” asimismo:.
La famosa “Carta al padre” de Kafka se inicia con
un odio al padre y termina con un lastimoso retra-
to de un padre debilitado.
En ese contexto histórico en el cual la autoridad
del padre y de sus subrogados pierde todo prestigio
y credibilidad, la rebeldía aparece idealizada. A par-
tir de los cincuenta la cultura occidental ocupada
por la famosa revolución juvenil, produce una figu-
ra emblemática cuya definición perfecta lo dio el
cine hollywoodense con el título de la famosa pelí-
cula protagonizada por Jame Dean: “Rebelde sin
causa”. Ese magnífico título ponía a la rebeldía más
allá de la causa, ponía a la rebeldía como causa, con
la consiguiente declinación simultanea del poder de
los padres. Un poder que tenía un montón de razo-
nes para ser ridiculizado y puesto en cuestión. Este
fenómeno pone de relevancia el cuidado con el que
se tiene que tomar la emergencia del niño rebelde,
que arriba en continuidad con el surgimiento del
joven que hace de la rebeldía sin causa, su causa. En
esa escena el perverso puede tomar el lugar del
ideal, ya que en un contexto que idealiza la trans-
gresión a la ley, él puede hacer su fiesta.
La caída de la autoridad paterna pone en cues-
tionamiento toda autoridad emanada de su lugar y
genera una situación imposible que tiene estas
características: Ya no es posible decir: “haces esto
porque lo digo yo que soy tu padre o porque soy tu
madre”… porque el contexto social ya no lo avala
implícitamente: El padre no puede hacer cualquier
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cosa porque es el padre. Y al mismo tiempo es
imposible para los padres justificar todo sin caer en
una explicación interminable, infinita y nunca ple-
namente justificable: Por ejemplo: como justificar
que en ese preciso momento no se le puede com-
prar un helado a un chico o por que debe ir todos
los días a la escuela alguien que no puede tener una
perspectiva temporal que le permita entender el
perjuicio que esa inacción le puede traer en el futu-
ro. Como justificar, para un docente que los niños
deben permanecer en silencio cuando los niños no
tienen el menor interés en escuchar lo que se les
enseña y tienen ganas de correr y de hablar. Como
Justificar-dar razones- que aprender es más impor-
tante que jugar todo el tiempo-No hay argumenta-
ción que pueda alcanzar. Es por eso que en la teo-
ría Freudiana la amenaza –amenaza de castración-
juega un rol en la función paterna. Esa amenaza
que limita la transgresión nunca se puede justificar
plenamente. Súmese a esto el miedo que experi-
mentan los subrogados de los padres en el mundo
social : fundamentalmente, los docentes. Estos han
sido transformados en empleados de poco presti-
gio, y temen ser echados de su trabajo por la queja
de los niños y de sus padre. Si vemos esto tendre-
mos un cuadro donde la rebeldía se entroniza y
hace su festín sacrificando las figuras que deberían
poner los límites.
Con estas breves nociones teóricas nos acerca-
remos ahora a la clínica para ver como opera el psi-
coanálisis en estos casos de impulsividad y con-
ductas antisociales. Estos casos han sido dirigidos
por el psicoanalista Fabián Actis Caporale cuya
inestimable participación agradecimos anterior-
mente y que ahora reiteramos.
Facundo : El desborde inicial.
Facundo -de tres años- pega y se niega a com-
partir juguetes con compañeros del jardín. Busca
jugar a otro juego cuando no le interesa lo que
están jugando los demás sin importarle los llama-
dos de atención de su docente. Llora y toma actitu-
des violentas cuando tratan de impedirle que cir-
cule por la sala mientras los demás realizan las acti-
vidades pautadas por la docente. Se pone en riesgo
y pone en riesgo a sus compañeros al desarrollar su
furia casi sin registrarlos.
Antecedentes familiares:
El embarazo de la madre no fue planeado y al
nacer, Facundo fue recibido con escasa dedicación
parental. No resultó posible hacerle lugar a las des-
pedidas al dejarlo en el jardín como tampoco
hacerle un espacio a los ritmos propios de un
infante dentro del acelerado ritmo de las activida-
des laborales y la disponibilidad libidinal de ambos
padres. Esta situación parental se marcó en el psi-
quismo de Facundo por rasgos propios del niño
impulsivo en el marco analítico: Poca capacidad de
espera, angustia, un jugar ansioso y desordenado,
resistencia a terminar las sesiones.
El Escaso y frágil contacto con la madre y las
repentina rupturas de la continuidad en el contac-
to habían dejado un “rictus” de desagrado angus-
tioso en su rostro. En el juego se daban prolongados
momentos de lucha entre personajes malos y bue-
nos y solía suceder que un dedo del terapeuta resul-
tara golpeado con fuerza. La idea fue entonces crear
un Espacio es decir, crear la pausa y la distancia físi-
ca entre el cuerpo real del analista y los muñecos
atacantes; para retomar de modo explícito la idea
de la diferencia entre “pelear” y “jugar a pelear”.
Se hicieron necesarios acotamientos de espacio
y de tiempo frente a los desbordes. Estos últimos
explicitados, consensuados, en constante regulación
de acuerdo al clima emocional que se desarrollaba.
Una presentación de juguetes estable, una regu-
lación flexible de los elementos disponibles en el
consultorio y una postura reflexiva sobre aquellos
puntos conflictivos durante el juego resultan los
elementos más frecuentes y adecuados que hemos
hallado –al modo del “après coup”- dentro de la
caja de herramientas terapéuticas como ejes dentro
de la estrategia desarrollada.
“Pensá Fabián, pensá”.
Luego de ocho meses de tratamiento este es el
sorprendente y gracioso decir de Facundo ante una
situación de juego a resolver junto al terapeuta en
la que se ubica –ante la sorpresa y alegría del
mismo- como agente de la pausa y la moderación,
acompañando al otro. En un principio pensado
como riesgoso decir especular, pasa luego a ser
considerado como un decir vinculado a la espon-
taneidad y la adecuación de modo que queda des-
mentido el riesgo inicial. Habiendo provisoria-
mente aplacado el peligro de un enfoque ligado al
“furor curandis”, comenzamos la exploración de
alguna otra hipótesis. Suponemos, entonces, que
algo dentro de él se ha asentado, ha encontrado
lugar y la suficiente eficacia en su dinámica psíqui-
ca como para sostener el “Pensá, Fabián, Pensá” y
proponerlo como eficaz a su analista en el juego.
Podemos aludir a este “algo” describiéndolo como
un germen de capacidad de proyecto por oposición
a la confusa exigencia de resolución de tensión pul-
sional inicial. Aquella que, de corto circuito libidi-
nal y elaborativo, imperiosamente amenazaba
tanto al registro de lo exterior como tal vez a su
vivencia de integridad psíquica.
La organización de secuencias de diferentes
juegos al inicio de la sesión, la posibilidad de esta-
blecer ordenamientos sucesivos con objetos que
habitualmente eran abordados ansiosamente – p.
ej.: sus caramelos-, marca sin dudas un salto cuali-
tativo en su desarrollo psíquico. La problemática se
hace interior (no exterior, en tanto característica de
la impulsividad) y la síntesis personal ante el con-
flicto (la secuencia) puede ser llevada a cabo.
Podemos imaginar tal vez que ese algo –en la
medida que continúe siendo transitado- pueda
constituirse en lugar y ese lugar en morada. Tal vez
entonces podamos imaginar a Facundo en camino
hacia la construcción de una residencia, hacia un
foro en que sus diferentes voces pulsionales encuen-
tren su espacio y su tiempo para hacerse escuchar en
diálogo. Y que -en dialéctica- pueda alcanzar sus
síntesis ante cada una de las caras de la castración.
En este caso se investiga la tríada que rige la rela-
ción entre impulsividad, rebeldía y transgresión y
se observa la construcción de un espacio que intro-
duce una modificación en la inmediatez impulsiva
generando una disminución tanto del ataque
impulsivo como de la transgresión. Se constituye en
un buen modelo para frenar la respuesta especular
del objeto agredido mediante la creación de un
espacio colchón que de lugar al pensamiento previo
a la acción y moderadora del daño al objeto.
Franco o la lucha por un lugar.
Convocado por la dirección de un colegio públi-
co me hago cargo de la asistencia de un joven alum-
no de 15 años, Franco, quien vive en una villa de
emergencia cercana al colegio. Durante la primera
entrevista conjunta su madre relata: “Le sacó un
celular y plata a la profesora de Lengua. La profeso-
ra se sintió mal y empezó a gritar en el curso que iba
a llamar al marido que es abogado y policía, que los
iba a meter presos La profesora lo sacaba del curso”.
Por su parte Franco plantea que “no aprendés a los
golpes, es por miedo que hacés las cosas…Algunos
papás no paran de pegar hasta que ven al niño llo-
rar…Eduardo (padre adoptivo con quien ya no
tiene contacto) siempre me pegaba porque me por-
taba mal. No lo quería. Cuando me pegaba con el
cinto yo me quedaba quieto, era costumbre que me
pegaba. Yo sentía enojo, como impotencia.”
Dice también que quería vender el celular de la
profesora para comprar una gorra que le habían
robado. Y que si la hubiese comprado él, esa gorra
no le hubiese importado, pero como se la había
comprado la madre, la tenía que recuperar de cual-
quier modo. Viajó por muchos lugares de la ciudad
buscando conseguirla y no encontraba una igual.
No le contó a su madre lo sucedido porque ella solo
se enojaba y le pedía la gorra. Agrega; “Mi vieja me
pedía la gorra y yo pensé en hacer algo rápido.
Sentía como apuro y desesperación. Yo no hablo de
las cosas que me pasan con mi mamá. No quería
darle un disgusto más y ella me pedía la gorra”
Franco continúa diciendo “ves que no la conse-
guís y sentís que no podés. Yo no le decía nada a
nadie”. Hablando de su padre adoptivo cuenta que
“tomaba mucho, hacía bardo. Una vez le pegué una
piña porque le quería pegar a mi mamá. Y le volví
a pegar cuando le quiso pegar a mi hermanita.”
Durante otra consulta hablando de su novia
Karen dice “A ella le preocupan mis “bardeos”, cuan-
do le quería pegar a un pibe, me veía drogado o
cuando una vez casi le pego a un señor. Estábamos
hablando de qué pasa si te pegan los papás. Un señor
nos escuchaba y nos miraba. Nos vuelve a mirar y le
dije “¡Te voy a pegar!” No quería pelear el señor.
Capaz que no le gustaba lo que dijimos””
Atravesamiento de riesgo.
Franco vive en una villa de emergencia forma-
da por un conjunto de diferentes barrios enemista-
dos entre sí. Si algún joven integrante de un barrio
pasa por el territorio enemigo corre serios riesgos
de ser atacado de modo muy violento. Para expli-
carme la situación realiza un gráfico en el que deta-
lla la dificultad y el riesgo que implica salir o entrar
a su casa ya que tiene que atravesar zonas que per-
tenecen a barrios ajenos. En caso que no quiera
pasar por esa zona tiene que atravesar varias vías de
ferrocarril electrificadas que son más riesgosas
durante los días de lluvia. Conoce amigos que han
fallecido por esta causa. Durante un viaje en que se
dirigía al consultorio al salir de la zona de las vías
un policía le quitó su celular diciendo que segura-
mente era robado.
Durante otro encuentro refiere que ya se había
olvidado de lo del celular de la profesora ya que
actualmente lo preocupan otras cuestiones. Aclara
entonces que “…tengo otros problemas como el de
que no puedo pasar por otros barrios.”
Durante la coordinación de un espacio de reu-
nión con profesores destinada a trabajar sobre la
problemática de los alumnos del colegio podemos
presenciar como varios de ellos toman actitudes de
gran rechazo hacia aquellos que según ellos “no
estudian, no les importa nada, y no respetan a nada
ni a nadie”. Uno de estos indignados profesores –lo
sabremos unos días después- fue descubierto
cuando se retiraba del colegio con un gran paque-
te con frutas destinadas a los alumnos de bajos
recursos, oculto bajo su ropa.
Pasado un tiempo de trabajo terapéutico
Franco dice;”Los problemas del bario ya no me
importan, no puedo estar escondido todo el tiem-
po, yo soy muy chico” Pareciera que la soldadura
entre la situación de riesgo en el barrio y los proce-
sos emocionales que llevan hacia la tendencia a la
impulsividad podrían comenzar a disolverse.
“Me pasa que cuando estaba con problemas
con mi novia no me importaba nada y me las aga-
rraba con cualquiera. No me daba cuenta de lo que
hacía” Nueva oleada aquí de las fantasías paranoi-
des, de escaso proceso simbólico, de pobreza yoica
que le impide el procesamiento necesario de los
estímulos provenientes del exterior (apremio de la
vida?) y desde su interior (pulsional).
Otro fragmento significativo para vincularlo a
la cuestión de la impulsividad familiar y a lo trau-
mático es el relato de una situación de disputa
familiar durante la que Franco se enteró de la exis-
tencia de su padre biológico, hecho que descono-
cía. Así fue que en esta escena su tía -enojada con
el padrastro- le espetó delante de Franco, que no
era hijo biológico suyo.
Siguiendo con aquellas situaciones que lo
impactan agreguemos aquella en la que expresa;
“Me pongo nervioso cuando me dicen lo que tengo
que hacer en el colegio y ni entiendo lo que me
dicen. Los insulto a los profesores capaz que por-
que sé que no me van a decir nada, que no me van
a responder” Estamos en presencia de un gran ries-
go de aprovechamiento por parte de Franco de
ciertas condiciones de protección institucional
para abusar de ese lugar, liberándose de la respon-
sabilidad que deben conllevar hacerse cargo de sus
impulsos y acciones.
Más adelante en el trabajo terapéutico con
Franco y conversando acerca de las próximas
Fiestas de Fin de Año y sobre los regalos que podría
recibir su hermano menor dice que “los nenes bue-
nos reciben regalos y los malos carbón, pero que
Papá Noel nunca regala carbón…”. A continuación
y luego de una afortunada prudencia que me per-
mitió preguntarle sobre que pensaba él acerca de
Papá No él respondió con seguridad que él “creía
en Papá Noel”…
De este modo completamos el mosaico de un
joven impulsivo, con aspectos emocionales infanti-
les en una situación vital donde campea la violen-
cia social. Desarrolla acciones en los cuales se dra-
matizan conflictos intrapsíquicos fuertemente
ligados a fantasías paranoides. Estas ansiedades y
conflictos, a partir de ser registradas por una insti-
tución escolar continente y heterogénea, posibili-
tan iniciar un recorrido asistencial que tienden a
alejarlo-con gran dificultad y de modo provisorio-
del aparato punitivo. Aquél con el que se castiga a
aquellos designados como portadores de la mayor
carga de prejuicio en nuestra sociedad. Sin embar-
go desde nuestro psicoanálisis creemos estar reali-
zando una intervención que está vinculada al enfo-
que cuestionador y “rebelde” que recibe de la tra-
dición filosófica niestzcheana. Tradición y herencia
que, actualizada, nos permite incrustarnos en los
intersticios de monolíticas construcciones posibili-
tando un cierto destello de la subjetividad reflexiva
ante el riesgo del desarrollo aplanador que impone
el veredicto social.
Bibliografía
Freud, S.: Tótem y Tabú: (1913) Obras completas. Tomo 13.
Ed.Amorrortu.
Bion, W.: Atención e Interpretación. Ed. Paidos. 1974.
Winnicott, D.W.: Clínica Psicoanalítica Infantil. Ed. Hormé
1980.
Rodulfo, R.: el psicoanálisis de nuevo. Bs. As. Eudeba 2004.
Waserman, M.: Aproximaciones Psicoanalíticas al Juego y al
Aprendizaje. Ed. Nveduc. 2008
Condenados a Explorar: Marchas y Contramarchas del
Crecimiento Adolescente. Ed.Noveduc.2011.
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 9
S O C I E DA D PSICOANALÍTICA
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Lunes 10 hs. El malestar en la cultura. Los escritos sociales de Freud.Lic. Julia Mengual
Colaboradores: Lic. Andrea Crosio - Lic. Ioram Kaplan
Lunes 13 hs. Teoría y clínica de la angustiaLic. Mirta Moizeszowicz
Lunes 15 hs. Historiales freudianos: Metapsicología de los casosy técnica del interpretar freudianoLic. Isabel Lucioni
Miércoles 11 hs. El nacimiento de la sexualidadLic. Mónica Vaqué
Jueves 11 hs. Supervisión clínica.Coordinadora: Lic. Ana María Tagliabue
Colaboradora: Lic. Andrea Crosio
Viernes 14 hs. Introducción a la obra de Melanie KleinDr. Daniel Delguy
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Página 10 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
La cuestión de la rebeldía genera, tal
vez como una característica de
época, discursos contradictorios.
Por un lado, se cae con facilidad en
la idealización simple de la conduc-
ta transgresora, como si ella fuera en sí misma vir-
tuosa. Por otro, suelen escucharse cada vez más
voces alarmadas referidas al problema de la rebeldía
en niños y jóvenes, la cual constituiría una crecien-
te acechanza para la vida en sociedad. No es de
extrañar que el tema haya encontrado, ya hace años,
su clasificación en términos de enfermedad: el
DSM IV ubica el “Trastorno negativista desafiante”,
dentro del conjunto de los así llamados “Trastornos
por déficit de atención y comportamiento pertur-
bador”, así como también el “Trastorno Disocial”,
definido como “un patrón de comportamiento per-
sistente y repetitivo en el que se violan los derechos
básicos de los otros o importantes normas sociales
adecuadas a la edad del sujeto”.1
Sería seguramente conveniente contar con un
acuerdo universal acerca de lo que denotan las
palabras cuando se trata de intercambiar informa-
ción sobre una cuestión tan sensible como la salud
humana. Pero, a la vez, sorprende la extensión de la
tendencia a sobrevaluar las descripciones y los
diagnósticos generalizadores en lo referido a los
sufrimientos subjetivos. Como lo muestra la cita
enunciada más arriba, no se puede evitar el conte-
nido ideológico en la descripción de muchos de
estos asuntos; resulta por tanto válida la pregunta
por la causa de tanto interés en pensar a los sujetos
casi exclusivamente en términos de categorías. Se
tiene permanentemente la impresión de que se
fuerza la extensión de un modelo de trabajo útil en
otros terrenos a un campo en el que resulta inade-
cuado. En una primera aproximación la respuesta
es simple: los rótulos tranquilizan. En el caso de los
niños, a padres y terapeutas. Padres desconcertados
recuperan la armonía cuando pueden atribuir las
actitudes que los afligen a un síndrome avalado
por la ciencia e impreso en un tratado que circula
en el mundo entero. Los terapeutas, por su parte,
no necesitan perder la paz: el inventario de signos
garantiza un diagnóstico objetivo y una indicación
precisa. El tratamiento puede orientarse entonces
farmacológicamente y mediante protocolos estan-
darizados y revisados. El precio podría ser que no
haya sujeto al que tratar, que se desvanezca el sen-
tido de los síntomas en la historia de una vida (o de
una familia) o que el problema se reduzca al fun-
cionamiento de la corteza prefrontal, como si con
eso se estuviera diciendo efectivamente algo. No es,
por cierto, que la corteza prefrontal no exista, pero
remitir todo a su supuesta disfunción originaria
termina deviniendo en un idealismo disfrazado de
materialismo positivista y definitivo.
Por otro lado, la clínica muestra invariablemen-
te la necesidad de considerar en estos casos algunas
cuestiones básicas del proceso de constitución sub-
jetiva. Ellas son, en principio, hasta qué punto ha
adquirido un sujeto la posibilidad de tomar en
cuenta la alteridad radical del otro, así como la
capacidad de control de los propios impulsos. Lo
que está en juego, entonces, es, en primer lugar, la
cualificación de las cantidades de excitación, lo
cual constituye la función primordial del psiquis-
mo desde su origen mismo. En segundo lugar, se
trata de la capacidad para adquirir y estabilizar la
diferencia entre yo y objeto, la cual se construye a
lo largo del tiempo. Cuando esas operaciones psí-
quicas claudican, la insuficiencia del aparato psí-
quico para mantener vigentes las investiduras libi-
dinales ocasiona pérdida de cualidad y la consi-
guiente aparición de fenómenos tóxicos, es decir,
aquellos en los cuales la pura cantidad de excita-
ción irrumpe y daña el funcionamiento psíquico.
Las consecuencias de estos procesos pueden adver-
tirse en la magnitud de la tolerancia a la frustra-
ción y a la demora, así como en la plasticidad yoica
y la capacidad de negociación. El nivel de organi-
zación alcanzado por el yo, en cuanto a la solidez
de las investiduras y a la vigencia del proceso
secundario, determina la mayor o menor suscepti-
bilidad al trauma y la capacidad de resiliencia. Es
obvio que ninguna de estas cuestiones puede con-
cebirse fuera del marco de los vínculos y de las
identificaciones que se instalan a partir de ellos.
El abordaje de estos problemas nos coloca de
inmediato en el terreno de la complejidad, por lo
cual considerarlo en términos de determinaciones
simples nos alejará de su elucidación en vez de
acercarnos a ella. En principio, resulta imprescin-
dible apelar a un modelo etiológico que permita
considerar tal complejidad, como lo es el esquema
freudiano de las series complementarias.
Resulta imposible dejar de lado la intuición de
que, a menudo, la actitud oposicionista y desafiante
constituye una reacción legítima de un sujeto que
no encuentra otra forma de manifestar su existencia
como tal, es decir, de ser activo frente a su circuns-
tancia. Pero esa idea no debería ocultar el hecho de
que es posible que la dificultad para el estableci-
miento o la consolidación del sujeto provenga no
sólo del ámbito de los vínculos sino también del
interior del organismo, en particular, del funciona-
miento de su sistema nervioso. En todo caso, habrá
que buscar una orientación en la ponderación de
cada uno de los factores complementarios.
Ante un niño al que la rebeldía, el oposicionis-
mo y el desafío generan serias dificultades en la
interacción social, es necesario comenzar por pre-
guntarse: ¿cuáles son sus posibilidades de tramita-
ción de las cantidades de excitación? ¿Con qué
otros recursos cuenta para la transformación de lo
cuantitativo en cualitativo? La cuestión es de enor-
me importancia: de la capacidad de elaboración
psíquica con que cuente el sujeto dependerá lo que
para él constituya trauma en tanto excede sus posi-
bilidades de procesamiento.
Sujeto, héroe
El negativismo u oposicionismo puede ser con-
siderado, en primera instancia, una resistencia sub-
jetiva a dejarse determinar por las formas impues-
tas desde los otros. Es, en tal sentido, una defensa
de la propia subjetividad. Esto remite a la cuestión
de la pulsión de dominio como aspecto central en
la construcción de subjetividad. Nora Fornari2 pro-
pone pensar al sujeto como lo emergente en cada
acto de apropiación, apoyándose en la importancia
que la pulsión de dominio o apoderamiento
adquiere en la conceptualización freudiana. Sujeto
sería, así, el que se apropia, el que es activo en la
relación con su circunstancia. Desde esta perspec-
tiva, la usual expresión “sujeto pasivo” constituye
un oxímoron. El trauma, precisamente, deja al psi-
Niños,
¿rebeldes?
Juan José Calzetta
quismo en la mayor pasividad, por lo cual cual-
quier recurso antitraumático debe comenzar por
apoyarse en la pulsión de dominio.
Es necesario subrayar el papel de la rebeldía en la
constitución subjetiva. En el límite puede afirmarse
que sin rebeldía no hay sujeto. En el proceso de
constitución del aparato psíquico resulta fácilmente
observable la aparición de conductas que dan cuen-
ta de la existencia indudable del otro amado, con
realidad propia y relativa independencia del yo, al
promediar el segundo año de vida. Pero lo caracte-
rístico del vínculo con ese otro objeto del deseo no
es, por cierto, el puro amor; por el contrario, la
ambivalencia, la rebeldía, aún el odio, aportan al
tono afectivo dominante. Incluso en su estado de
amor y dependencia absoluta, el niño se resiste a
someterse a la voluntad del objeto y se le enfrenta
con sus bien conocidos caprichos y rabietas. La pul-
sión de dominio o apoderamiento (“bemachtigungs-
trieb” en la terminología freudiana), heredera de la
tendencia primordial a dominar las puras cantida-
des de excitación, hace su entrada como testimonio
de la resistencia a abandonar el control narcisista –es
decir, omnipotente- de la realidad.
Las manifestaciones de rebeldía van más allá de
los caprichos, rabietas, negativismo o destructivi-
dad propios de la fase sádico-anal: la creatividad
(Winnicott), la imaginación radical (Castoriadis)
son parte de la misma resistencia subjetiva a la
configuración impuesta desde el otro que, de lo
contrario, sería admitida en estado de pasividad.
Según se observa en el juego de los niños, el que
juega es siempre activo. Como señalaba Freud, los
pequeños siempre juegan a que son grandes, dada
la idea infantil de que los grandes siempre “hacen
lo que quieren” (es decir, son invariablemente acti-
vos, dominantes). Cada uno de los participantes
procura ocupar el rol activo; si hace falta, en juego
de roles, llenar el lugar pasivo (por ejemplo, quién
hace de hijo, de alumno o de animal doméstico), se
condenará a ese lugar al más pequeño, que no ten-
drá más remedio que aceptar el encargo para evitar
quedar condenado a la pasividad mayor de la
exclusión, y, habitualmente, con la promesa de un
cambio de roles en el futuro próximo.
El activo tiende, entonces, a ser un rebelde, el
que no acepta los límites establecidos. La cuestión,
si se piensa en clave edípica, lleva a la interesante
reflexión freudiana sobre la figura mitológica del
héroe, y a su persistencia en la historia humana. El
héroe se rebela contra los límites impuestos por la
ley del padre: viaja procurando evadir su destino y
termina encontrándolo en la gran hazaña que es, a
la vez, la realización de su deseo y su desgracia.
Después, en una vuelta de prestidigitación, el
Súper Yo se apodera de la imagen del héroe y con-
dena al sujeto, una y otra vez, a realizar actos heroi-
cos que sólo suelen conducir al autocastigo a la vez
que alejan al sujeto de su deseo.
Una cuestión de límites
Cuando la rebeldía de un niño le ocasiona
serios problemas en su entorno, se suele decir que
el pequeño está “buscando límites”. ¿Cuál es el
alcance real de dicha expresión, usada hasta el har-
tazgo en ambientes escolares? Convendría comen-
zar por precisar la idea de “límites”. A ella subyace
la imagen intuida de un sujeto dominado por la
ansiedad que, desorientado con respecto a lo que
se puede y a lo que no, tanto en términos materia-
les como morales, tensa la cuerda de la transgre-
sión hasta encontrar el borde que calme su angus-
tia, a menudo bajo la forma de un castigo. Con el
alivio sobrevendría la acomodación a la ley de los
adultos, la única válida. La contraparte es un adul-
to –por lo tanto, alguien en posición dominante-
que dice para sí: “Si éste está buscando límites, pues
eso va a encontrar”, reflexión con la que justifica el
ensañamiento disciplinador. Mirada desde cierta
distancia, la situación se revela como el choque de
dos posiciones infantiles, cada una obstinada en su
propio narcisismo, pero en la que sólo una de ellas
goza de las prerrogativas del tamaño.
Si el niño está “buscado límites” es porque care-
ce de ellos; pero, ¿de qué límites carece? Si se trata
de los límites del yo, y estamos ante un alumno de
escuela, entonces debemos presumir que algo anda
mal en cuanto al proceso de constitución del apa-
rato psíquico, ya que para ese momento es espera-
ble un yo de límites relativamente claros, tanto
hacia afuera (la relación con los otros), como hacia
adentro, donde el yo se diferencia de su origen, el
ello. Es decir, un yo realista consciente-precons-
ciente, que ha logrado estabilizar, dentro de la lógi-
ca correspondiente a ese momento de la constitu-
ción subjetiva, la acción del Principio de Realidad
por sobre la del Principio del Placer-displacer.
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 11
Página 12 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
Podría esperarse una búsqueda semejante a una
edad mucho más temprana, cuando el deambula-
dor tantea los límites de su mundo y delinea la
existencia de los otros a partir de su acción rebelde
y provocativa que es, también, una expresión de su
sexualidad sádica. Para un niño mayor, una bús-
queda tal de los límites implicaría una organiza-
ción narcisista e inestable.
Puede pensarse una alternativa: ¿Estará acaso
buscando no los propios límites sino los del otro?
¿Por qué habría de hacerlo? Si ha logrado organizar
los límites de su yo, también, se supone, ha recono-
cido los bordes del objeto. No es, ciertamente, una
cuestión de carencia cognitiva, sino, en todo caso,
una exploración, llevada al extremo, acerca del
punto hasta el que es posible dominar al objeto.
Habría, en primera instancia, dos razones para pro-
curar semejante dominio del objeto: 1) el yo expe-
rimenta una vivencia de la propia fragilidad que lo
pone a las puertas de la angustia de fragmentación;
en tal circunstancia el otro es meramente un posi-
ble soporte o sostén de lo que amenaza disgregarse.
2), el dominio del otro aparece como condición
excluyente de placer; esa sería ya una cuestión que
involucra predominantemente a la sexualidad, en
su versión sádica. Como es claro, en el primer caso
se trata, de nuevo, de una organización predomi-
nantemente no neurótica, en la que los mecanismos
implicados son sobre todo la escisión y la desmen-
tida; aparece nítidamente en estos casos la dificul-
tad para reconocer cabalmente la alteridad del
objeto, que queda teñido por la indiscriminación
originaria. En el segundo, la diferenciación entre yo
y objeto es ciertamente más nítida, pero lo que se
manifieste dependerá del tipo de vínculo que se
establezca en la realidad. Es que todo lo que pueda
decirse acerca de las conductas rebeldes, oposicio-
nistas y desafiantes de un niño debe pensarse en
términos de intersubjetividad, desde una perspecti-
va compleja e incluso ecológica, ya que debe ser
tomado en consideración el ámbito incluso en tér-
minos socioeconómicos y políticos.
Pe ro el interés por las organizaciones narcisis-
tas, lo que constituye el foco de la así llamada
“nueva clínica psicoanalítica”, no debería ocultar
una de las más probables fuentes de conductas
rebeldes y transgresoras de los niños, que no se
trata de una cuestión de límites: esa que Freud deli-
neó en su estudio sobre los delincuentes por senti-
miento de culpa, en los que la culpa precede al deli-
to, y no a la inversa, puesto que el acto transgresor
está destinado a darle a la culpa un sentido tolera-
ble por el yo –es decir, lejos del aterrorizante signi-
ficado edípico- y, por añadidura, provocar un cas-
tigo que satisfaga al súper yo y traiga, por ende, la
calma. “En ciertos niños puede observarse, sin
más, que se vuelven «díscolos» para provocar un
castigo y, cumplido este, quedan calmos y satisfe-
chos. Una ulterior indagación analítica a menudo
nos pone en la pista del sentimiento de culpa que
les ordena buscar el castigo.” 3
Conducta y sentido
La clínica muestra que más allá de las causas
iniciales de lo que se manifiesta como problema en
términos de relación –es decir, sean ellas predomi-
nantemente vinculares o constitucionales-, resulta
imprescindible indagar el sentido que toma para el
sujeto esa conducta rebelde por la que se termina
consultando. Un niño en el que no resultaba difícil
advertir los efectos de una dificultad constitucional
para el control de los impulsos –y que recibía
medicación a causa de tal disposición- asumía en
su conducta perturbadora unos rasgos de carácter
en los que se veían con claridad las identificaciones
con los padres, que se hallaban separados. Esos
componentes caracteriales correspondían al siste-
ma de identificaciones cruzadas característicos del
período siguiente al sepultamiento del Complejo
de Edipo. Estas combinaciones pueden advertirse
en todos los casos en que es dable advertir un ele-
mento orgánico como causa inicial de mayor o
menor importancia según el esquema de las series
complementarias. Es decir, por más que la cuestión
madurativa inicie el proceso, la forma que éste
tome –y, en definitiva, buena parte del conjunto
causal que determina su persistencia- muestra que
se organiza en función de encontrar un sentido en
el proceso de constitución subjetiva, que es, obvia-
mente, de naturaleza psicosexual.
En otros casos, la conducta rebelde perturbado-
ra es la manifestación visible de un problema más
vasto. Por ejemplo, algunos adolescentes que ya
mostraban rasgos así llamados oposicionistas y
desafiantes desde su niñez, llegaron a padecer episo-
dios desorganizativos de variada intensidad –en
algunos casos verdaderos brotes psicóticos- al alcan-
zar la pubertad. Aún así, las manifestaciones sinto-
máticas aparecían invariablemente relacionadas con
circunstancias derivadas de las generalmente tor-
mentosas relaciones familiares, a menudo incluyen-
do el sentido de un beneficio secundario.
De modo que, como puede verse, las estructuras
causales que pueden subyacer a un rótulo cualquie-
ra –en este caso, el de “niños rebeldes”- pueden ser
muy variadas. Según se organice cada una de ellas,
dará lugar a una distinta estrategia terapéutica, en el
sentido de que deberá atenderse preferentemente a
contenidos reprimidos o bien escindidos y desmen-
tidos; que tendrá que darse prioridad al tratamien-
to vincular o familiar, o que habrá que considerar el
abordaje medicamentoso. Pero en todos los casos
resulta fundamental tomar en consideración al
sujeto que, con los recursos de que dispone, ha
organizado esa y no otra respuesta, que ha intenta-
do de esa y no de otra manera encontrar la satisfac-
ción libidinal y el equilibrio esquivos. Y el sentido
de ese sujeto está en su historia.
Aún cuando es evidente que las expresiones de
rebeldía de los niños pueden causar malestar y
desazón en los adultos que deben hacerse respon-
sables de ellos, tiendo a pensar que, por lo menos
tanto como la conducta rebelde es digna de cuida-
do la manifestación contraria; es decir, la falta de
rebeldía, la sumisión. Ésta puede ser consecuencia
de la represión, en la medida en que las pulsiones
agresivas padezcan una inhibición excesiva que
deja el carácter marcado por la pasividad, que
puede llegar a la falta de iniciativa para la conquis-
ta de logros personales. O bien, en ocasiones testi-
monia la pobreza subjetiva de quien no ha encon-
trado puntales suficientes para consolidar su pro-
pia organización psíquica. La consecuencia suele
ser la apatía y la falta de motivaciones; en el límite,
ciertas formas de depresión. Como sea, el compor-
tamiento sumiso no es perturbador (para los
otros), por lo tanto no encuentra un lugar equiva-
lente al de su contrario en el inventario diagnósti-
co y estadístico de los trastornos mentales. Pero es,
probablemente, una fuente aún mayor de padeci-
miento subjetivo.
Notas
1 American Psychiatric Association: DSM-IV, Masson, México,
1996., pág. 902 Fornari, N.: “Razón y sinrazón. Apropiación o expropiación”.
En Revista del Ateneo Psicoanalítico Nº 2, Buenos Aires, 19993 Sigmund Freud. Obras completas. Volumen 14 (1914-
1916).Amorrortu Editores. Bs.As., 1978., p. 339.
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Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 13
A veces son los padres quienes demandan la
curación de un hijo que
se muestra nervioso y rebelde.
Para ellos, un niño sano es un niño que no crea
dificultad alguna a los padres
y sólo satisfacciones les procura.
El médico puede conseguir, en efecto, el restable-
cimiento del niño, pero
después de su curación sigue aquél
sus propios caminos mucho más decididamente
que antes,
y los padres reciben de él todavía mayor descon-
tento.
Sigmund Freud (1)
En El esclarecimiento sexual del niño
(2) Freud escribe: “Veo en la cons-
titución psicosexual y en ciertos
deterioros de la vida sexual las más
importantes causas de las frecuen-
tísimas neurosis (...). Freud se pregunta si median-
te el “encubrimiento” se puede detener la curiosi-
dad infantil. Y agrega que, para él, si “ciertas cosas
son veladas en exceso” solo se “exacerba el corazón
y corrompe la fantasía”, la cual no se preserva
mediante la ignorancia, ya que, por el contrario, es
la ignorancia la que impide que el deseo de saber
pueda desarrollarse mediante fantasías que, para-
dójicamente, “ordenan”, u “organizan” no sólo lo
sexual, sino el modo de posicionarse el niño en
relación a su identidad y a la relación con el otro.
Se trata de cuestiones que atañen al ser del sujeto y
a partir de ahí se sitúa y vive su existencia. A su vez,
en sus Tres ensayos Freud afirma que la vida sexual
y sus perturbaciones se relacionan fuertemente
con vicisitudes del deseo y las pulsiones en tiempos
de infancia (3). ¿Podemos considerar, entonces,
que tanto los nervios como las rebeldías infantiles,
encuentran determinaciones y razones abordables
por las vías que conciernen a su estructura psíqui-
ca y particularmente a los modos en que se situa-
ron para el sujeto cuestiones relativas al sexo, la
muerte, la vida?
Según el psicoanálisis iniciado por Freud y des-
plegado y recreado por Lacan, aquellos que consi-
deran que la sexualidad, así como las consideracio-
nes sobre la relación sexual en los padres, la llega-
da de los niños al mundo, la posición relativa al
sexo surgen a partir del desarrollo biológico -y por
lo tanto, en los niños, a partir de la maduración de
sus órganos genésicos- erran en su reflexión.
Nuestra práctica en el consultorio nos muestra que
no es el desarrollo del cuerpo y de lo sexual lo que
incide en la curiosidad sexual y las respuestas y
fantasías que el sujeto configura para sus interro-
gantes cruciales, sino que ocurre al revés: las posi-
bles respuestas y fantasías influyen, hacen marcas,
determinan formas del desarrollo corporal. Se pro-
duce un entramado entre los Otros a cargo del
niño y el bebé y su cuerpo y a partir de ahí, de ese
circuito que se establece, el cuerpo del bebé, que no
es un organismo, que no es sólo organismo,
comenzará a funcionar como un cuerpo humano,
marcado, delineado por esas marcas significantes y
pulsionales que provienen de los Otros esenciales
de sus dependencias primeras. Es un hecho de la
estructura humana que las palabras significantes
producidas desde quienes se ocupan y sostienen al
niño dan forma al cuerpo, al menos a las dimen-
siones de éste que se articulan imaginaria y simbó-
licamente a lo real que proviene a partir del dis-
curso inconsciente que se transmite desde aquellos
que sostienen el nacimiento y la vida de un bebé.
Desde que el ser humano nace, se marcan y
tejen en su articulación simbólica, imaginaria y
real distintas corrientes de erotismo y sexualidad a
partir de las palabras y los encuentros con los que
sostienen desde el inicio sus primeros pasos por la
vida. A partir del contacto con el cuerpo materno,
con su mirada y su voz, el cuerpo se constituye más
allá de lo meramente orgánico. Las marcas que
provienen de los encuentros y también de los
desencuentros con sus otros dejarán huellas por
cuyos caminos transitará el destino del sujeto. En
cuanto a la organización sexual infantil, no se trata
sólo de un entramado que apunte a la reproduc-
ción y la genitalidad. “No se trata de los órganos de
reproducción sino del cuerpo (agrego; del cuerpo
psíquico, del cuerpo erógeno) cuyas partes procu-
ran sensaciones sexuales placenteras”. (3) Las bús-
quedas de placer, deseo y goce, así como posiciones
de sufrimiento, encuentran en estas huellas, reno-
vadas cada vez, razones de su eficacia.
Durante los primeros tiempos, el bebé no
puede, de ningún modo, organizar ni ordenar ni
dar forma a sus sensaciones corporales por sus
propios medios. El placer, según Freud, se produce
a través de múltiples encuentros y separaciones
con el cuerpo materno. En mi opinión, se trata de
diferencias de placer y displacer que, no sólo se
“producen en diversas partes de la piel”, sino que
forman el propio cuerpo. Estas diferencias cavan
surcos y dejan huellas por las cuales transitarán las
vicisitudes sexuales, pulsionales, afectivas y signifi-
cantes, no solamente en los tiempos de infancia.
Porque estos últimos no se constituyen como un
devenir continuo, sino que se presentan, discursi-
vamente, escandidos por las presencias y ausencias
del Otro del niño. Havelock Ellis (1898), según
Freud, (2) “designa como período del autoerotis-
mo a esta época de la vida en que, por la excitación
de diversas partes de la piel (zonas erógenas), por
Niños
nerviosos y
rebeldes.
Una lectura clínica.
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el quehacer de ciertas pulsiones biológicas y como
coexcitación sobrevenida a raíz de muchos estados
afectivos, es producido un cierto monto de placer
indudablemente sexual”. En mi opinión, al desig-
nar a ese tiempo y al erotismo que surge en el bebé
con el término “autoerotismo” no admite, más
bien rechaza u omite, la absoluta necesidad y deter-
minación en tiempos primeros de la incidencia del
Otro que implica sostener al niño desde sus tiem-
pos iniciales y que pone en cuestión la idea de que
existiría el autoerotismo en tiempos primeros. No
habría autoerotismo sino un erotismo determina-
do desde ese otro que sostiene al bebé. El discurso,
la palabra, el amor acunan al pequeño niño y lo
determinan con sus modos de abrazo, de caricia,
de ternura o de odio. No es el niño el que se “auto-
erotiza”, no es el niño en tiempos de infancia el que
causa su propia erotización, sino que las excitacio-
nes provienen del campo del Otro en tanto marcas
de amor, de odio, de cuidados o maltrato en rela-
ción a él. Las marcas siempre provienen del Otro,
del campo del Otro.
Recién en la pubertad, el erotismo puede
ponerse al servicio de la función reproductora. Este
proceso, sin embargo, no se desliza en forma natu-
ral, sino que “Se consuma de manera incompleta”
ya que “las operaciones psíquicas de la vida amo-
rosa (la ternura, la entrega, los celos)” (2) durante
la pubertad se abren paso entre “sensaciones cor-
porales” diversas que producen excitación sexual.
Hasta aquí Freud. Agrego que también juegan, en
esas operaciones psíquicas, los efectos del juego
pulsional, teniendo gran importancia los avatares
relativos a la pulsión de muerte y sus efectos de
odio, masoquismo, sadismo, agresión. Pude verifi-
car los efectos de la fantasmagoría mortífera de la
relación sexual y el nacimiento de los niños en el
tratamiento psicoanalítico de varios niños, entre
ellos, el que voy a comentar respecto de un niño al
que llamaré Gabriel.
Lacan nos dice que, en relación al sujeto, juega
una lógica singular; la lógica de la incompletitud
propia del sujeto determina que los procesos ocu-
rran de tal modo que nunca se complete el saber.
En verdad y respecto del saber, se trata de un saber
en cuyo fracaso encontramos el motor que permi-
te formular nuevas preguntas. El niño, ávido de
saber y que puede informarse o preguntar, al
mismo tiempo, no podría avanzar en lo relativo a
un cierto conocimiento sobre la reproducción
sexual. Un no saber se produce mientras que su
“apetito de saber sexual, se exterioriza en una
época de la vida insospechablemente temprana”
(2) produciendo ese motor que pone en funciona-
miento al psiquismo en busca de nuevas preguntas
y formulaciones. De alguna manera, poner en
cuestión, formular nuevas preguntas, puede llegar
a ser entendido por algunos como formas de rebel-
día. Me han relatado varios pacientes que pregun-
tar sobre misterios del catecismo ha producido
como efecto un castigo de parte de las autoridades
como forma de educar al “rebelde”.
“El segundo gran problema que atarea el pensar
de los niños ?si bien a una edad un poco más tar-
día? es el del origen de los hijos, anudado las más
de las veces a la indeseada aparición de un nuevo
hermanito o hermanita. Esta es la pregunta más
antigua y más quemante de la humanidad infantil”
(2). Las respuestas evasivas o encubridoras, así
como el silencio, nos llevan, inmediatamente, al
famoso mito del enigma que la esfinge de Tebas
planteó a Edipo. Con esto intento decir que las res-
puestas usuales en la crianza de los niños perjudi-
can su deseo de saber, y horadan la “confianza en
sus progenitores” (2).
La rebeldía y el nerviosismo en los niños deben
ser consideradas a partir del contexto y las miradas
de los adultos a cargo que son las que dan determi-
nado significado a los actos infantiles. No debemos
quedarnos sólo en el síntoma o en la valoración
que de él hacen los adultos que rodean al niño. Si,
en cambio, se trata de escuchar al niño y también a
los adultos que consultan, porque la verdad de las
razones en juego van a aparecen entre relato y rela-
to. Se trata de escuchar y de leer más allá del sínto-
ma y del estigma. Si se trata de respuestas que el
niño produce en los puntos en que requiere ser
escuchado y no tiene otro modo de hacerlo saber,
he ahí la apuesta que nos concierne como psicoa-
nalistas, cada vez que recibimos un pedido de
ayuda motivado por un niño que se presenta como
“nervioso” o “rebelde”.
Fragmento clínico: Gabriel, un niño con ¿Trastorno Generalizado del Desarrollo?
En una oportunidad recibí un caso de un niño
de nueve años al que llamaré Gabriel. Le habían
diagnosticado “trastorno generalizado del desarro-
llo” y que había que medicarlo. Era muy rebelde,
estaba muy nervioso, había que bajarlo un poco.
Sus padres decidieron hacer una consulta con-
migo, por sugerencia de otro psicoanalista, luego
de realizar otras consultas, una con un psiquiatra,
otra con una psicóloga. Si bien Gabriel hablaba
correctamente, tenía buenas notas en la escuela, y
jugaba “normalmente”, según sus padres, había
momentos en que no se lo podía manejar. Si algo
no le gustaba –algo que podía ser nimio– maldecía,
pateaba, y gritaba. Su violencia en esos momentos
era “indescriptible”, según su mamá, quien no
encontraba palabras: “No había palabras para des-
cribir lo loco que se ponía”. La consulta con el psi-
quiatra, comenté antes, dio como resultado que
tenía un “trastorno generalizado del desarrollo”
(T.G.D.) había que medicarlo ya que era muy rebel-
de, estaba muy nervioso y para “bajarlo un poco”
era necesario medicarlo acompañando con trata-
miento psicológico.
Abrí, entonces, algunas preguntas esperando que
aquello que aparecía mudo pudiera decirse. ¿Por
qué tan nervioso? ¿Por qué tanta furia? Le pregunté
a la mamá si evocaba momentos anteriores a la
explosión de locura. Y es ahí que me comentó lo
que, a mi entender, había empezado a situarse como
un rechazo hacia el niño, ya que me dio ejemplos de
varias situaciones en las que si se le había caído algo,
o había llevado una mala nota de la escuela, era
insultado por su padre: “Sos un bobo, un inútil”. O
“Claro, el señorito, trae malas notas y seguro que su
madre lo premia con un rico postre”.
Podemos inferir de estos relatos surgidos
durante las primeras entrevistas, que la violencia
en el discurso, dirigida hacia el niño, a sus padres,
o a uno de ellos en relación al otro, se puede trans-
formar para el primero en un sitio de menosprecio,
de minusvalía fálica, cuestión que incide en la
orientación y organización de la sexualidad infan-
til. La rebeldía del chico y su violencia fueron leídas
por mí como una de las respuestas necesarias al
modo de discurso de su padre, y también como
una puesta en cuestión de las “normas” que éste
quería inscribir en la estructura familiar, ya que, en
su lugar se ubicaban las maldiciones, cuando no
golpes físicos y también, emocionales respecto de
su familia. De modo que el niño quedaba ahogado
en sus posibilidades de plantear anhelos y pregun-
tas. Su falta de “buen juicio”, esto es, el hecho de
ponerse a todo el mundo en contra debido a su
violencia, era, en realidad, una buena respuesta con
la que, por un lado, despistaba a los demás del ver-
dadero argumento que lo atormentaba –que
comentaré luego– y, por otro lado, me daba la pista
a mí para poder dar cuenta del problema que lo
aquejaba.
Su conclusión era la siguiente: dado que sus
padres se peleaban permanentemente en su pre-
sencia, entonces, lo más seguro es que él no fuera
hijo de ellos. Por lo tanto, no encontraba motivos
para “hacerles caso”. Quisiera aclarar que este pro-
blema, en ningún momento, fue comentado por
sus padres, tampoco él nunca les había manifesta-
do su firme creencia en que era adoptado: si no lo
fuera ¿por qué, entonces, se portaban así con él?
Freud afirma que los niños que no reciben de
sus padres los esclarecimientos solicitados (Freud
se refiere a lo sexual, a lo cual debemos ligar tam-
bién las escenas de violencia que el niño no puede
elaborar y que articula, también, en argumentos
violentos mediante los cuales especifica tanto las
actividades sexuales, como las respuestas que
obtiene respecto del nacimiento) sufrirán de dis-
tintos tipos de consecuencias: “Las naturalezas más
fuertes resistirán esos influjos y se convertirán en
rebeldes a la autoridad de los progenitores, y luego
a toda otra autoridad” (2). Otros niños, en cambio,
quedarán sometidos al martirio ligado a la falta de
esclarecimientos. En relación a Gabriel, pude des-
cubrir que enfrentándose a la pregunta acerca de la
causa de su propio nacimiento, respondió con con-
ductas que fueron tildadas de franca rebeldía al
punto que llegó a intimidar a sus maestros. Sus
compañeros no lo querían como amigo, le tenían
miedo.
En cuanto a su juego, después de varios
encuentros noté que el jugar “normalmente”, no se
verificaba en el consultorio. Jugaba con personajes
que usan niños más pequeños, con violencia, con
maltrato de sus personajes, y con furia. En una
sesión, hizo jugar unas batallas terribles entre dos
bandos que se mataban mutuamente. Hacía ruidos
con la boca, que escuché, debo decir, con angustia,
porque parecían más que sonidos humanos, rugi-
dos de animales salvajes. Me transmitió un cierto
espanto. Esos gritos erizaban la piel. En otros
encuentros, cuando estaba compenetrado con esas
escenas, no hablaba, sólo emitía esos sonidos que
Actualidad Psicológica
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 15
indicaban los momentos de luchas y el desgarro de
los cuerpos que caían decapitados, ensangrenta-
dos, y rotos en mil pedazos. Intervengo, entonces,
para hablar del espanto. Digo en forma aproxima-
da: “El encuentro entre un hombre y una mujer,
entre papá y mamá, es una lucha espantosa; se
rompen, se destruyen, parecen animales, no
hablan. “Sí”, me dijo para mi sorpresa, “es así”.
Entonces le pregunto si también cree que cuando
sus padres están juntos en la cama se presenta la
misma violencia.
“Sí, es así”, me responde. “Ah”, comento,
“¿entonces hicieron un bebé peleando? ¿Así nacis-
te, después de una lucha?”. “No”, me dice, “el papá
no tiene nada que ver en que nazca el bebé”.
Pregunto: “¿Entonces, cómo nacen los bebés?”. Su
respuesta fueron ruidos que hizo con la boca,
como si vomitara, y dijo: “Nacen por la boca de la
mamá”. Digo,“¿Y el papá?”.“No, nacen de la mamá,
por la boca los vomita”. A partir de esta interac-
ción, concluyo que su teoría sexual infantil omitía
absolutamente al padre, el nacimiento era una
cuestión materna y su organización dependía de
un fantasma de oralidad expulsiva.
Si hubiese aceptado en un principio, sin cues-
tionarme, el diagnóstico cuya sigla es TGD, el ver-
dadero motivo de consulta de ese niño hubiera
quedado encapsulado para siempre. Y digo “su”
motivo de consulta porque él, después de esta
puesta en palabras de su argumento vehemente y
teñido de goce tanático, solicitó seguir viniendo.
En la primera entrevista me dijo que tenía
pesadillas, pero que nunca me las iba a contar
porque no quería hablar de eso. En la segunda, se
desarrolló una escena violenta con la madre, en el
momento en que yo estaba abriendo la puerta
porque ya se iban: ella le dijo que me saludara y
él estalló en violencia, saltó sobre su madre, a los
gritos, y le apuntó a los ojos con sus dos dedos,
como queriendo hundirlos ahí. Intervine dicien-
do algo a ambos. La respuesta de la madre en ese
momento confirmaba sus dichos y supuestamen-
te los del psiquiatra durante la entrevista prime-
ra, ya que me dijo: “Es muy rebelde, por eso lo
medicaron”. “Bueno, -dije- ahora va a ser diferen-
te, no me parece que haga falta medicación, pri-
mero hablaremos sobre todo ese odio, que es
mucho, y seguramente habrá razones que debe-
mos poder situar”. Y agregué que “a veces uno se
pone muy mal porque parece que mamá está
todo el tiempo diciendo qué hacer. Y que mamá
se pone muy mal porque mira y si no ve lo que
quiere, estalla. Y que parte del asunto es que no
tenemos que enloquecernos porque alguien quie-
re algo diferente a lo que él quiere”.
En el artículo mencionado, Freud insiste en el
esclarecimiento, hasta donde sea posible, sobre las
relaciones específicamente humanas de la vida
sexual, e indica que su significado social debería
darse al finalizar la escuela elemental. Si bien acen-
túa la importancia de lo social en la transmisión,
considero que no se trata de lo puramente sexual,
sino que juega lo tanático, lo mortífero, y las cues-
tiones que se ligan entonces al sexo y a la muerte, y
sus efectos en el cuerpo imaginario y simbólico.
¿Por qué esas reacciones?
¿Por qué esas reacciones, esas rebeldías? Y antes
aún ¿qué cuestión, tema, o rasgo las produce? ¿De
qué modo, mediante cuáles mecanismos elige la
subjetividad responder a determinadas situaciones
de esa manera violenta y desestructurante al
mismo tiempo? ¿Cuál es la “ganancia” de respon-
der así? ¿Dónde podemos situarnos? ¿En el análisis
del caso por medio de la generalización que impo-
ne el manual psiquiátrico? ¿O acudir a los tests que
nos permitan un diagnóstico supuesto preciso?
No, no porque nos interesa no omitir al sujeto, sus
goces y sufrimientos dificultan su vida. Se trata del
deseo y los argumentos que los entretejen, o lo
inhiben y encapsulan requieren de una operación
especificada en la práctica por los caminos abiertos
por Freud y Lacan, esto es, por el psicoanálisis. No
es lo mismo iniciar la vía de la transferencia apun-
tando al deseo que iniciar el recorrido por medio
de test, de preguntas y respuestas y de mediciones,
que omiten su palabra real, la que surge de las
entrañas del sufrimiento, no de la respuesta a los
cuestionarios. Escuchar el discurso producido, he
ahí la primera instancia que posibilitará, espera-
mos, ubicar al sujeto en el camino de la cura. ¿De
qué manera brindamos esa posibilidad? Mediante
juegos, relatos y dibujos que, en el caso de niños,
abrirán las vías regias hacia el inconsciente en
juego. Pero, fundamentalmente, a partir de una
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Página 16 • Marzo 2012
posición que, desde el analista, viabilice que el
deseo surja. Se trata de una posición que concierne
al analista en su paso por el análisis.
El juego, su valor en el tratamiento, desde el inicio hasta el final
El juego es “la ocupación más intensa del niño”
dice Freud en El poeta y los sueños diurnos. Y la más
“preferida”. Un niño que puede jugar, podemos
decir, “se conduce como un poeta (…)” (4).
En los primeros encuentros con el niño, lo invi-
to a jugar, hablar o dibujar, poniendo en el mismo
plano de importancia los tres modos de abordaje,
ya que se trata de actividades mediante las cuales
un niño puede mostrar su real fantasmático y sub-
jetivo. Estos modos le permiten “insertar las cosas
de su mundo en un orden nuevo, grato para él” (4).
Por mi parte, agrego al juego, la importancia de los
dibujos y los relatos producidos por el niño en la
sesión. Freud toma muy en serio aquello que le ocu-
rre al paciente y al hacerlo jugar, dibujar o relatar
una pesadilla, una fantasía, o un deseo no realiza-
do y que lo violenta, da el primer paso, esencial, ya
que, a partir de él, puede crear las condiciones que
posibiliten la metaforización de lo sexual, de lo
tanático y de lo real, imposible de situar de otro
modo sino mediante esos recursos desestructuran-
tes. Resalté “toma muy en serio” por el sentido que
le da Freud a estas formas de abordaje en el artícu-
lo dedicado a la creación y la fantasía. Se refiere a
que “emplea en él grandes montos de afecto”. Así
como la angustia afecta al sujeto, el juego posibili-
ta la elaboración de los montos de afecto, por eso
se trata de una cosa seria para un niño. Esto no
quiere decir que aquél sea “poco propenso a la ale-
gría o el regocijo” sino que el juego constituye una
ocasión singular, diferente a cualquier situación
cotidiana, de situar su malestar, su dificultad o su
goce. Así como la tarea del analista consiste en una
operación de lectura y descifrado, la tarea del
paciente, en este caso el niño, es la posibilidad de
manifestar, por medio del juego, la palabra o el
dibujo, aquello que lo perturba. En este acometido
los niños son muy serios y responsables: quieren
jugar todo el tiempo. Y si no lo pueden hacer, o no
quieren, están en problemas, ya que no pueden dar
forma a sus situaciones fantasmagorizadas o pesa-
dillas, a sus síntomas y fantasías, a sus preguntas
sin respuesta. Cierto es que los chicos distinguen
sus fantasías de las realidades que los circundan,
pero revelar las primeras es un modo de reordenar
las segundas.
Fragmento clínico: Betina, o avatares de un vaso con agua.
Cuando Betina inició su tratamiento su vida
estaba en peligro a raíz de enfermedades que
potenciaban carencias psíquicas familiares y perso-
nales. Voy a relatar un momento bastante poste-
rior, después de meses de análisis, un momento en
los que ya los problemas eran de otra índole. La
niña se presentó a la sesión con mucha rabia. ¿Qué
había pasado? No se le había permitido jugar con
agua en el baño de su escuela, porque podía “mojar
todo”. Se trataba de una institución con pautas
muy rígidas y prácticamente no se les permitía
jugar a los niños.
Esta niña era muy cuidadosa, por eso estaba
doblemente enojada: porque no la habían dejado
jugar un poquito, y porque no se reconocía que ella
no había mojado todo, sino sólo un poco. La des-
cubrieron cuando había llenado un vaso con agua,
con una parte del cual, posteriormente, iba a mojar
a una compañerita. La otra la había mojado antes,
y ella quería responder, mojándola un poco. Esto lo
contaba llorando, y alegaba que nunca le hubiera
tirado “toda” el agua encima a su compañera. Yo la
escuché sin interrumpirla, mientras ella relataba
con bronca lo ocurrido, llorando de a ratos. Luego
le pregunté si quería dibujar esa escena o alguna
otra. Aceptó y comenzó a dibujar. De pronto, se
rió. “¿Qué pasó?”, le pregunté. Me mostró, riendo,
el dibujo. Había esbozado la figura de su maestra,
varias compañeras y a ella, que tenía un vaso con
agua en la mano, echándole, sobre la figura de la
maestra, “toda el agua”.
Por medio del dibujo y sus palabras, la pequeña
pudo escenificar y metaforizar su tragedia. Al jugar
pudo articular su real de un modo simbólico, con
ganancia significante para ella. Incluso, luego
comentamos, que si hubiera respondido con esa
violencia que sentía en la “realidad” el problema
hubiera sido mayor, pero que, al inventar por
medio del juego una salida, recreó también aquella
realidad dolorosa. La niña comenzó a reírse y tam-
bién a cuestionar la forma de disciplina que había
en esa escuela. Se abrió, así, un camino para empe-
zar a conversar por primera vez con ella y con sus
padres respecto de la propuesta escolar en la que
estaba insertada y que la había hecho sufrir en
demasía. Digo “por primera vez” considerando que
se trataba de un tema propuesto por ella, no aquel
por el que los padres habían demandado el trata-
miento. Comenzaron a surgir esas preguntas desde
la niña misma. Empezó a articular un goce dife-
rente y lúdico porque, a través del dibujo, pudo
comenzar a reducir la franja “superyoica” que la
inhibía. La prohibición arbitraria fue resuelta no
por un nuevo síntoma, ni por un acting, ni una
agresión, sino por la metaforización de la situación
penosa. Pudo ir más allá de la prohibición al ima-
ginar un acto de rebeldía. Es más, si logró plante-
arlo así, es porque pudo comenzar a cuestionar,
explícitamente, las medidas disciplinarias que se
impartían en su escuela y, en ocasiones, también en
su hogar. Pudo reírse de la situación penosa e ini-
ciar un camino que le permitiera abordar el pro-
blema en el que se veía implicada.
El niño juega fundamentalmente a ser “adulto”
afirma Freud (4). Sin embargo, en el caso de
Betina, en ella se jugó encontrar una salida a la
situación penosa jugando desde su lugar de niña.
En cuanto al lugar del sujeto, ahí apareció, precisa-
mente en el punto en que ella misma se sorprendió
de poder encontrar, por medio del juego, una vía
diferente a la de una venganza. A través del dibujo,
el juego o el relato en el curso de un tratamiento
será posible, reformulando los goces que se ligan a
impresiones penosas, al anudar gracias a la vía del
análisis, lo que no encontró un buen lugar en el
que situarse, y motivó no sólo la consulta sino el
despliegue del tratamiento. El término “anudar”
que encontramos en la topología de Lacan también
es empleado por Freud, en el texto recién mencio-
nado; ese texto en el que habla de poesía y fantasía,
para referirse a la elaboración, mediante la fanta-
sía, de las impresiones penosas que, más allá de su
actualidad, se remontan a huellas y sufrimientos
pasados en tanto retornan dificultando la vida del
sujeto. “Vale decir, pasado, presente y futuro son
como las cuentas de un collar engarzado por el
deseo” que enlazan también fantasías y sueño (4).
Gabriel, al final de la primera consulta, me dijo
que tenía una pesadilla tan espantosa de la que
nunca quería hablar y no iba a hablar. Sin embar-
go, durante nuestro segundo encuentro habló de
su pesadilla. Me explicó, así, en parte, el motivo de
sus reacciones violentísimas, que ponían en riesgo
a quién estuviera junto a él en ese momento, y a él
mismo. Fue ahí que relató su pesadilla: era una
situación en la que un padre y una madre se encon-
traban y se peleaban mucho y después había un
monstruo, y era como un bebé muy malo y lo perse-
guía a él. Interpreto que se trata de una relación
sexual entre un papá y una maná muy violentos, y
de ahí nace un monstruo. Y que él no quería ser ese
monstruo y pateaba al monstruo cuando aparecía.
Y que también se le aparecía ese monstruo, a veces,
cuando jugaba con un amigo y no ganaba, o no
lograba llevar adelante el juego.
Más allá del monstruo que se engendró de la
relación sexual violenta, su fantasía era destruir a la
pareja violenta que le había dado origen. Sólo
cuando pude exponer mi lectura de su argumento
inconsciente, y la manera en que aquél se enlazaba
a anhelos sádicos, él pudo comenzar a atenuar un
poco su odio intenso. ¿Por qué? Porque descubrió
que su “rebeldía” podía articularse de un modo no
hostil, no sólo en relación a los demás, sino a él
mismo. El discurso que lo antecedía y rodeaba era
tan perturbador para él, que su rebeldía a las pala-
bras paternas y a las normas escolares constituía su
manera de manifestarse en contra de esos discur-
sos violentos. El problema era que quedaba esclavo
y, por lo tanto, ligado a aquello de lo que quería
desprenderse. El mecanismo de la identificación se
le volvía en contra debido a la potencia de su odio.
De modo que el sujeto, en términos de deseo, no
surgía, quedaba impedido por emanaciones de
goce y sufrimiento, aunque utilizara la rebeldía
para intentar escapar del discurso que lo acorrala-
ba.
La demanda del niño, a construir durante las entrevistas preliminares
La demanda por la que nos consultan los
papás de un niño debe ser escuchada. ¿Por qué?
Porque se trata de cómo visualizan su vida, sus
dificultades y al niño mismo. Y lo explicitan, a
sabiendas o no, a través de su discurso, y es a tra-
vés de él que podremos situar, tal como plantea
Lacan en el Seminario 9, La identificación, los
hilos que se entretejen en la demanda, si podemos
leer entre líneas los deseos de los padres respecto
del lugar que el niño ocupa en la estructura fami-
liar. Es necesaria dicha demanda pero insuficien-
Actualidad Psicológica
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 17
te, al considerar el tratamiento del niño. ¿Por qué?
Porque hace falta, también, que el propio pacien-
te produzca su demanda, es decir, que exponga
sus motivos para el inicio del tratamiento. No es
lo mismo que el niño inicie su tratamiento por-
que los papás lo mandan, que si él mismo puede,
también, construir el motivo de su consulta.
Ahora bien, supongamos que el niño no desee
hacer el tratamiento. ¿Qué podemos hacer si, a
partir de lo que escuchamos, de sus juegos y rela-
tos, consideramos que sí sería necesario? Evoco
recomendaciones del Doctor Jorge Fukelman, psi-
coanalista con quien tuve el gusto de supervisar
durante un tiempo: si para los padres el problema
no es importante, bien, que no lo haga. Si es
importante, deberán llevarlo. Es ahí que se trata de
revisar qué puede estar impidiendo que el niño
desee asistir. Tal vez una indicación, como decía la
querida psicoanalista Françoise Dolto, de que el
problema no es de él, sino de los padres. O quizás
la suposición del niño de que no tiene por qué
implicarse en un tema que, según él, no le con-
cierne. Freud, en el artículo sobre Sobre algunos
mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la
homosexualidad, relató un caso, que, aunque no
alude a un niño, creo que es de importancia para
nuestro tema, ya que nos sugiere lineamientos
para situar de qué se tratan algunas rebeldías.
Cito: “El sujeto mostraba una amplísima ambiva-
lencia con respecto a su padre, siendo, por un lado,
el tipo perfecto del hijo rebelde, que se aparta
manifiestamente, en todo, de los deseos e ideales
del padre, y por otro, en un estrato más profundo,
un hijo tan respetuoso y abnegado que, después de
la muerte del padre, e impulsado por una con-
ciencia de culpabilidad, se prohibía el goce de la
mujer”. (5) Es decir, que la “rebeldía” contra el
padre era la cobertura de una insuficiencia real. Es
aquí donde debo abrir la explicación hacia las
enseñanzas de Lacan, a fin de relacionar esa insu-
ficiencia real con una insuficiencia fálica que difi-
cultaba sus relaciones sexuales.
Se trata de un caso que le reveló a Freud que
“pueden existir ideas persecutorias clásicas sin que
el mismo sujeto les dé crédito ni valor alguno. Tales
ideas emergían de cuando en cuando en el análisis,
y el sujeto mismo se burlaba de ellas, sin conceder-
les la menor importancia. Esta singular circunstan-
cia debe aparecer seguramente en muchos casos de
paranoia, resultando así que las ideas delirantes
exteriorizadas por el enfermo, al hacer explosión la
enfermedad, y en las que vemos productos psíqui-
cos recientes, pueden venir existiendo desde
mucho tiempo atrás”.
De hecho, entonces, no se trata de domesticar la
rebeldía, sino de escuchar al niño, a fin de poder
leer qué otras cuestiones están en juego, ya que
podemos considerar a aquélla como un síntoma,
que en tanto tal debe ser analizado. Éste no se eva-
luará a partir del manual, sino a través de aquello
que el psicoanálisis descubre: los síntomas son una
respuesta que el sujeto se da a sí mismo ante situa-
ciones que lo preocupan, lo angustian, o lo hien-
den y, en ocasiones, lo sitúan en una posición de
sacrificio y esclavitud. Pero si nosotros como psi-
coanalistas nos damos tiempo, y le damos tiempo
al sujeto para que exponga sus razones, se nos pre-
sentará su dimensión inconsciente y argumentati-
va, cuya enunciación nos indicará, si podemos
leerla, qué aspectos del padre, o del Otro se han
inscripto de cierto modo en él, produciendo como
efecto esos argumentos que se articulan en el lla-
mado por Lacan: fantasma cuya dimensión es
inconsciente y su lógica, escritural (7).
Karl Abraham (1925) planteó, la importancia
real de los efectos producidos por los abuelos
maternos y paternos en la sobredeterminación psí-
quica. En términos de la enseñanza de Lacan, y
avanzando un paso más, se trata de dimensiones
transindividuales del significante cuyos efectos y
estructura postuló desde los inicios de su enseñan-
za. Se producen marcas, inscripciones y letras que
pueden amordazar, inhibir, sintomatizar al sujeto.
La ayuda que podemos brindar desde el psicoaná-
lisis es amplia, pero nunca implica amordazar al
sujeto, sino por el contrario, la fuente de la posible
cura consiste en permitir que la sintomatología se
diga, y no adormecer síntomas y angustias con fár-
macos o sugestión, sino permitir que se pongan
sobre el tapete del tratamiento todas las cartas, las
buenas y las no tan buenas, ya que son los instru-
mentos con los que podremos, junto a nuestros
pequeños pacientes y sus padres, trabajar sobre el
problema de fondo que se manifiesta, más allá de
los síntomas, o transmitiendo sus reales argumen-
tos, mediante juegos, dibujos, relatos.
La rebeldía en sí no es nada más que un térmi-
no que puede tener muchos y diversos significados
y significaciones sociales, familiares, políticas. En
relación al psicoanálisis, debemos poder situar si se
trata de una perturbación que dificulta la inscrip-
ción de significantes, o si es el freno que el peque-
ño encuentra para ir más allá de mandatos que lo
obliguen a esclavizarse a palabras que experimenta
como opresivas y arbitrarias, y que lo obligan a res-
ponder con síntomas que, incluso, se vuelven con-
tra sí mismo. Poner un cierto orden en todo esto
es, también, incidir en sus relaciones fantasmáticas
con sus determinantes significantes y de goce.
Referencias
Freud, Sigmund Sobre la psicogénesis de un caso de homosexua-
lidad femenina (1920). Nota: Este y los siguientes artículos que
se mencionan de autoría de Sigmund Freud corresponden a la
traducción al castellano de las “Obras Completas” realizada por
Luis López Ballesteros. Dadas las diferentes y sucesivas edicio-
nes, no se incluye la paginación.
Freud, Sigmund El esclarecimiento sexual del niño (Carta abier-
ta al doctor M. Fürst). (1907).
Freud, Sigmund Tres ensayos para una teoría sexual (1905).
Sigmund Freud: El poeta y los sueños diurnos (1908).
Sigmund Freud: Sobre algunos mecanismos neuróticos en los
celos, la paranoia y la homosexualidad (1922)
Jacques Lacan: Seminario, Seminario 14, La lógica del fantasma
(1966-1967) – Trad. Carlos Ruiz (Escuela Freudiana de Buenos
Aires).
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Introducción
En la niñez suelen presentarse pro-
blemas de conducta y de aprendi-
zaje vinculados con actitudes y
conductas “rebeldes” que si no son
abordados en sus primeras mani-
festaciones pueden agravarse y transformarse en
conductas violentas de alto riesgo psicosocial en la
adolescencia.
Diversos autores de distintas escuelas teóricas
psicoanalíticas coinciden en afirmar que la apari-
ción de las conductas violentas en la adolescencia
tiene su origen en la niñez, específicamente en los
vínculos tempranos que se establecen con los pro-
genitores. Esta apreciación es coincidente con lo
que se observa a nivel clínico: los adolescentes vio-
lentos que llegan a la consulta fueron niños rebel-
des en su infancia.
En el Programa de Psicología Clínica para
Adolescentes (Directora: Prof. Dra. Susana
Quiroga) que funciona en la Sede Regional Sur de
la UBA desde 1997, se asisten a adolescentes vio-
lentos de alto riesgo psicosocial, derivados en su
mayoría por escuelas, juzgados e instituciones de
acción social de la zona, habiéndose hallado sólo
un mínimo porcentaje (3,84%) que acude a la con-
sulta en forma espontánea (Quiroga y Cryan,
2007c). La característica esencial de estas deriva-
ciones es que se realizan en situaciones límites en
donde ya “nadie sabe qué hacer con los adolescen-
tes” a pesar de que sus actitudes y conductas rebel-
des datan desde su niñez.
Una de las dificultades que se presenta en el
proceso de admisión –además de la falta de con-
ciencia de enfermedad del sujeto y la implicancia de
la familia en el mismo – se debe a que las deriva-
ciones se realizan con un discurso que proviene de
la comprensión del problema desde el ámbito
escolar (maestros, asistentes sociales o psicólogos)
correcta, pero no suficiente para la investigación
del mismo desde el ámbito clínico-diagnóstico del
Programa. Los Motivos de Consulta se concentran
en tres grandes categorías: Problemas de conducta,
Problemas de aprendizaje y Problemas familiares.
Estas categorías son demasiado abarcativas y no
permiten discriminar el nivel de gravedad del pro-
blema. Por tal razón, hemos realizado un desglose
de los Motivos de Consulta en los distintos tipos de
manifestaciones que se presentan en la clínica
durante el período de la adolescencia temprana, ya
sea en forma separada o interrelacionada en un
mismo o en varios sujetos.
A continuación presentaremos el marco teórico
psicoanalítico que conceptualiza la importancia de
la familia y de los vínculos tempranos en el origen
de la violencia, las diversas manifestaciones de los
motivos de consulta con ejemplos clínicos de cada
una de ellas y las conclusiones a las que arribamos.
Marco teórico psicoanalítico
En este apartado mostraremos brevemente las
conceptualizaciones psicoanalíticas acerca del ori-
gen de la violencia desde distintas escuelas teóricas
psicoanalíticas.
En la línea de la escuela inglesa de psicoanálisis,
se destacan los aportes de Winnicott y Bowlby
quienes coinciden en considerar los vínculos tem-
pranos como fundamentales en los primeros
momentos de la vida. Winnicott (1990) realiza
desarrollos de gran importancia en la conceptuali-
zación de la violencia, a la que define como pro-
ducto de un contexto desfavorable y de un ambien-
te familiar poco facilitador. El autor recurre al con-
cepto de deprivación para explicar lo que denomi-
na tendencia antisocial, la cual lleva a cometer actos
delictivos en el hogar o en un ámbito más amplio,
a través de dos orientaciones. La primera orienta-
ción es el robo, en la cual el niño busca algo en
alguna parte y, al no encontrarlo, lo busca por otro
lado si aún tiene esperanzas de hallarlo. La segun-
da orientación es la destructividad, en la cual el
niño busca el grado de estabilidad ambiental capaz
de resistir la tensión provocada por su conducta
impulsiva, es decir, que busca un suministro
ambiental perdido, una actitud humana en la que
el individuo pueda confiar y que, por ende, lo deje
en libertad para moverse, actuar y entusiasmarse.
Por su parte, Bowlby (1989) postula la existencia
de un ciclo intergeneracional de violencia y mal-
trato que se perpetúa transgeneracionalmente. Este
ciclo describe el modo por el cual la violencia
paterna engendra violencia en los hijos, en un ciclo
espiralado que tiende a perpetuar el patrón de
adaptación de una generación a la siguiente. De
esta manera, un niño maltratado se convierte en
una persona que maltrata y hostiga agresivamente
sin motivo evidente, incluso al adulto con el cual
comienza a establecer un vínculo de apego.
Desde la escuela francesa de psicoanálisis, se des-
tacan los aportes de Aulagnier y Anzieu acerca de la
violencia o agresividad primaria. Por su parte,
Aulagnier (1975) encuentra la idea de imposición
en su conceptualización de la violencia, ya que
designa violencia primaria a la acción mediante la
cual se impone a la psiquis de otro una elección, un
pensamiento o una acción motivados en el deseo
de quien lo impone. En este sentido, el discurso de
la madre es intrusivo y violento en la medida en
que le atribuye significaciones y deseos que están
más allá de sus posibilidades de comprensión. Si
bien ésta es una forma de violencia inevitable y
necesaria para la organización del psiquismo del
niño y para su acceso al orden de lo humano, es
fundamental que esta primera forma de otorga-
miento de significaciones deje lugar a que el niño
encuentre y exprese sus propios significados y
deseos, ya que si esto no ocurre, la violencia pri-
maria se convertirá en violencia secundaria. En la
misma línea, Anzieu (1983) plantea la necesidad de
pertenencia del individuo a un grupo, ante todo
familiar y después social, para poder contener la
agresividad psíquica primaria (el odio envidioso y
destructor), y de esta manera, interiorizar expe-
riencias reguladoras. El autor destaca que si esto no
ha ocurrido, el individuo no puede controlar la
tentación de abusar de su fuerza en algún campo
donde sea el más fuerte, ni oponer un doble esfuer-
zo de firmeza y reflexión a las violencias de las que
es testigo o víctima. Por lo tanto, entiende que la
única manera de obtener un equilibrio psíquico es
la referencia a la Ley de un grupo real o simbólico,
que permita que la vida cotidiana se inserte en los
encuadres grupales o sociales en los cuales la vio-
lencia sea depositada.
Por otra parte, desde la escuela americana,
Kernberg (1987, 1994) retoma las ideas kleinianas
Página 18 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
“Niños
rebeldes...
adolescentes
violentos”
Susana Quiroga
Glenda Cryan
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 19
acerca de las relaciones objetales intrapsíquicas y
realiza aportes significativos en el campo del narci-
sismo y los trastornos de la personalidad. En este
punto, el autor advierte la predominancia de
defensas particulares como la escisión y el acting-
out, siendo la agresión individual el fundamento
de la violencia. Esta agresión se expresa en la acti-
vación de afectos agresivos bajo situaciones de
frustración, de trauma y de dolor, independiente-
mente de los afectos positivos y amorosos. Por lo
tanto, para el autor, lo importante es que la activa-
ción de los afectos positivos y negativos lleva a una
organización escindida de la experiencia emocio-
nal primitiva, dividiendo la experiencia interna en
un segmento idealizado y otro segmento agresivo,
peligroso y persecutorio que es proyectado en los
objetos externos.
Entre los autores que se destacan en este campo
se encuentran Kohut y Mahler. Por un lado, Kohut
(1971) plantea que ante la falla reiterada de empa-
tía, es decir, ante el fracaso por parte de los padres
de cumplir la función de objeto-self, la búsqueda
original de respuestas empáticas por parte del niño
se dirige a través de canales disfuncionales tales
como la agresión, los síntomas neuróticos, la des-
viación sexual, la grandiosidad, etc. Por su parte,
Mahler, Pine y Bergman (1975) enfatizan la impor-
tancia de la conducta parental en el desarrollo tem-
prano y sostienen que el camino que un niño siga
será el resultado de la interacción entre sus propias
necesidades y la personalidad de sus padres: si las
funciones de regulación no resultan exitosas, es
imposible una separación progresiva de la madre y
por lo tanto aparecen sensaciones de indignidad,
vacío e impotencia. En relación con la historia de
desarrollo de estos pacientes, Kernberg, P., Weiner
y Bardenstein (2000) advierten que la misma suele
contener indicadores de alto riesgo (abuso sexual,
físico, verbal y emocional, negligencia y/o amenaza
de abandono de las figuras parentales) que influ-
yen en el desarrollo de un futuro Trastorno
Antisocial de la Personalidad
Uno de los autores contemporáneos más
importantes en esta área es Fonagy (1997), quien
desarrolló el concepto de Función Reflexiva, cuya
adquisición tiene lugar en el proceso del desarrollo
temprano. El autor sostiene que lo más importan-
te para el desarrollo de una organización cohesiva
del self es el estado mental del cuidador que capa-
cite al niño para encontrar en su mente una ima-
gen de si mismo motivada por creencias, senti-
mientos e intenciones. De esta manera, la psicopa-
tología en el adulto se relaciona con una baja capa-
cidad de reflexión, y ésta se hace aún más marcada
en cuadros graves como individuos con anteceden-
tes penales o con un diagnóstico de personalidad
borderline. En este sentido, Fonagy (2000) consi-
dera que la Función Reflexiva y su contexto de
apego son la base de la organización del self y por
ello, entiende que los sujetos con Trastornos de la
Personalidad, siendo infantes tuvieron a menudo
cuidadores que estaban dentro del llamado “espec-
tro borderline” de los trastornos de personalidad
severos (Barach, 1991; Benjamín y Benjamín, 1994;
Shachnow, et.al., 1997) y lo afrontaron rechazando
captar los pensamientos de sus figuras de apego,
evitando así tener que pensar sobre los deseos de
sus cuidadores de hacerles daño.
Manifestaciones de los Motivos de Consulta
En este apartado se presentan los Motivos de
Consulta agrupados en las categorías provenientes
del discurso escolar y las manifestaciones en que
fueron desglosadas así como ejemplos clínicos que
ilustran cada caso. Estas manifestaciones fueron
pensadas a partir del análisis de una muestra de 42
adolescentes tempranos violentos (13 a 15 años)
que fueron atendidos en el Programa, de los cuales
se hizo un análisis estadístico que aquí no se mos-
trará debido a que privilegiamos mostrar el conte-
nido de las consultas.
Problemas de conducta
La primera categoría es la denominada
Problemas de Conducta, en la cual se encuentran
los Problemas de relación presentes en el 100% de
los casos, tanto con los pares como con las figuras
de autoridad. Estos Problemas de Conducta se
manifiestan en algún tipo de maltrato hacia el otro,
ya sea Agresión física o verbal, Desafío a la autori-
dad parental o escolar, Distorsión de la informa-
ción y Conductas delictivas. A continuación des-
cribiremos y ejemplificaremos cada una de estas
manifestaciones.
La Agresión física incluye golpes de puño, pata-
das, empujones, etc. hacia los pares. Algunos ejem-
plos extraídos del discurso de los pacientes de esta
manifestación son: “No puedo parar de pegarle
hasta que no veo sangre”, “Si jode mucho (en relación
a un compañero de la escuela), lo esperamos en la
esquina y le damos para que aprenda … así no jode
más”, “El me buscó … y a mí si me buscan me
encuentran”, “-Le dí una trompada porque me miró
… - Cómo te miró? (pregunta la terapeuta)… -Me
miró de una manera que me iba a pegar … entonces
antes de que me pegue él, le pegué yo”
La Agresión verbal incluye insultos, burlas,
humillaciones, descalificaciones del otro hacia los
pares y/o hacia la autoridad. Algunos ejemplos
extraídos del discurso de los pacientes de esta
manifestación son: “y cuando el chabón pasó por
enfrente le dijimos eh gorra, vos sos un bigote (alu-
diendo a la autoridad policial)”, “se metió con mi
mamá, me insultó y ahí empezó toda la pelea”.
En ambos tipos de agresiones lo que predomi-
na es el deseo de pelearse, a modo de descarga y sin
ningún tipo de mediación verbal. Una de las situa-
ciones más frecuentes es tomar al pie de la letra los
insultos (agresión verbal) para descargar la agre-
sión física que está latente. De esta manera, las
palabras que suelen utilizarse en forma cotidiana y
en programas televisivos populares a modo pica-
resco refiriéndose a alguien que se desenvuelve
como vivo, en este tipo de pacientes no es conside-
rado en sentido figurado sino que se entiende
como un insulto a su propia madre o a ellos mis-
mos, desencadenando actitudes violentas.
Otra de las manifestaciones es el Desafío a la
autoridad parental o escolar que incluye el incum-
plimiento de normas escolares, las ausencias reite-
radas y llegadas tarde a la escuela y las fugas de la
institución escolar o del hogar. Algunos ejemplos
extraídos del discurso de los pacientes de esta
manifestación son: “Mi mamá me mandó a ordenar
mi cuarto … y le dije si no quiero no lo hago”, “No
tenía ganas de estar escribiendo así que le dije a la
profe chau ,,, me voy y me quedé por el patio de la
escuela dando vueltas”, “El otro día se armó kilombo
en mi casa porque se dieron cuenta que tenía 42 fal-
tas ... y bueno yo prefería quedarme con los chicos en
la esquina”, “Dos noches dormí en la plaza ... hasta
que me encontró la policía y ahí volví y todos se
pusieron contentos ... mis hermanitas también ... me
habían estado buscando por todo el barrio”
En esta manifestación podemos observar la
carencia de una estructura superyoica protectora
devenida de padres protectores que ayuden al yo
a lograr satisfacción a través de objetivos más
abstractos como pasar de grado -lo cual implica
mayor sublimación- o ser un alumno apreciado
por sus profesores. En relación a esto último, se
percibe que no hay un deseo de ser querido por
sus mayores así como no son queridos por sus
padres; de alguna manera es como darse por ven-
cido... “para qué lo voy a intentar si total no me
van a querer”.
Por otra parte, la manifestación Distorsión de la
información incluye mentiras por fabulación,
ocultamiento de los hechos o por intento de mani-
pulación del otro. Algunos ejemplos extraídos del
discurso de los pacientes de esta manifestación
son: “No es que no lo quise decir... nadie me lo pre-
guntó”, “-Y cómo hiciste para que te ayudara a
robar? (le preguntó la terapeuta), -Le dijimos que le
convenía estar con nosotros ... iba a salir ganando …
sino la iba a pasar muy mal”
Por último nos encontramos con una de las
manifestaciones de mayor gravedad, que son las
Conductas delictivas. Estas incluyen el robo, el
hurto y los daños a objetos o a la propiedad.
Algunos ejemplos extraídos del discurso de los
pacientes de esta manifestación son: “Y le sacamos
a la vieja del kiosco la plata y salimos corriendo”,
“Eramos como diez... primero pateamos los tachos de
basura hasta que se cayeron, y después tiramos todo”,
“Hice un agujerito en la pared de la escuela y ahí
escondía los útiles que le sacaba a mis compañeros…
nadie me descubría nunca”
Problemas de aprendizaje
La segunda categoría que describimos es la
denominada Problemas de aprendizaje, en la cual
se discriminaron aquellas manifestaciones que
dificultan el aprendizaje y aquellas que llevan al
fracaso escolar. A continuación describiremos y
ejemplificaremos cada una de las manifestaciones.
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Página 20 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
Una de las más frecuentes es la Repetición del
año, destacándose un porcentaje considerado de
adolescentes que repiten en más de una oportu-
nidad. Algunos ejemplos extraídos del discurso
de los pacientes de esta manifestación son:
“Repetí porque me tenían entre ojos”, “Había estu-
diado para marzo, pero era mucho… no llegué”
Otra de las manifestaciones más frecuentes
son los Problemas de atención. Algunos ejemplos
extraídos del discurso de los pacientes de esta
manifestación son: “Me mandaron a dirección
porque estaba haciendo avioncitos”, “Mientras la
maestra explicaba le pegué a un compañero con el
cuaderno en la cabeza”, “No la estaba escuchando a
la profe… estaba pensando en otra cosa”
Con respecto a la Abulia o desinterés por el
aprendizaje y/o el conocimiento, algunos ejem-
plos extraídos del discurso de los pacientes de
esta manifestación son: “Es que no me interesa lo
que dan en el colegio… para qué sirve?”, “No quie-
ro estudiar más... quiero trabajar”
Por último, nos encontramos con la manifes-
tación de mayor gravedad en esta categoría que
son las Fallas cognitivas especialmente de com-
prensión lógica del discurso. Algunos ejemplos
extraídos del discurso de los pacientes de esta
manifestación son: “No entiendo qué quiere
decir”, “Por qué dijo eso? Qué tiene que ver?”
En la base de la categoría Problemas de apren-
dizaje se destaca cierta carencia parental no sólo
a nivel emocional sino también en cuanto al
deseo de inculcar normas que lleven al progreso
a sus hijos. Los padres de estos adolescentes no
presentan deseos, motivos o aspiraciones para
que sus hijos tengan logros que los ubiquen en
una manera más valorizada en la sociedad. Por
otra parte, en el nivel clínico pudimos compro-
bar la interrelación que existe entre los Problemas
de aprendizaje y los Problemas de conducta.
Problemas familiares
Al considerar los Problemas de conducta y los
Problemas de aprendizaje, vinculados especial-
mente a la “rebeldía”, no podemos dejar de rela-
cionarlos con lo que habitualmente se denomina
Problemas Familiares. En este sentido, los pro-
blemas de conducta y de aprendizaje muchas
veces son consecuencia de aquellas situaciones
familiares traumáticas provenientes tanto de la
pareja parental como de la historia del sujeto en
esa familia que no pueden ser verbalizadas.
En la población de adolescentes violentos,
encontramos altos porcentajes de Violencia
familiar (agresión física, verbal, emocional o
sexual), Pérdidas de familiares del paciente:
muertes tempranas de la madre por enfermeda-
des, del padre por lo que se conoce como “ajuste
de cuentas”, de hermanos pequeños por acciden-
tes, abortos reiterados de la madre, padres o
madres que se encuentran privados de la libertad
y abandonos tempranos o actuales, Depresión y
desesperanza tanto de los pacientes como de
familiares directos, Enfermedades (somáticas,
intervenciones quirúrgicas, enuresis, etc.),
Accidentes de tránsito y traumatismos e Ingestas
tóxicas (Consumo de alcohol/ drogas/ medica-
mentos).
Conclusiones
La población atendida en el Programa de
Psicología Clínica para Adolescentes, ha mostra-
do un progresivo crecimiento de demanda en
problemáticas referidas a la violencia juvenil. Esta
situación es concordante con los estudios epide-
miológicos realizados tanto a nivel nacional
como internacional.
En este trabajo mostramos que los Motivos de
Consulta vinculados a los Problemas de conducta
y a los Problemas de aprendizaje incluyen una
serie de manifestaciones de diversos grados de
intensidad, gravedad y profundidad. El estudio
más discriminado y focalizado de estas manifes-
taciones nos llevó a perfeccionar las categorías
diagnósticas y consecuentemente a desarrollar
técnicas y dispositivos más específicos y eficaces
de intervención terapéutica (Quiroga y Cryan,
2008c). Por otra parte, estos desarrollos nos per-
mitieron profundizar en las variaciones diagnós-
ticas que las manifestaciones de la violencia
adquieren dentro del contexto poblacional de
nuestro Programa y en especial en la adolescen-
cia temprana (en la cual se encuentra el mayor
índice de prevalencia de este problema) así como
detectar con mayor precisión los puntos de
urgencia sobre los cuales operar terapéuticamen-
te.
Sin embargo, entendemos que estas manifes-
taciones deben ser consideradas desde la niñez
para poder ser abordadas terapéuticamente. Esto
se debe a que las conductas violentas de alto ries-
go psicosocial suelen ser la consecuencia lógica
de las conductas rebeldes presentes desde la
infancia que no han sido atendidas por los pro-
genitores en forma adecuada. Esta falta de aten-
ción se vincula con la imposibilidad de los padres
de alojar a sus hijos en sus mentes, lo cual es sen-
tido como un verdadero abandono por el niño y
luego por el adolescente, que se ve forzado a
tener conductas cada vez más notorias y riesgosas
para lograr ser registrado afectivamente, aunque
ese registro implique una connotación negativa.
En relación con la categoría Problemas de con-
ducta, se observó un altísimo predominio de la
agresión tanto física como verbal, de desafío a la
autoridad parental o escolar y de distorsión de la
información. A su vez, resulta altamente alar-
mante el porcentaje de adolescentes que han
incurrido en conductas delictivas de alto riego
que afectan su integridad o la de terceros. Las
manifestaciones de la categoría Problemas de
aprendizaje suelen ser la causa determinante de la
consulta como ocurre con el fracaso escolar, el
emergente para que los padres accedan con
mayor celeridad a la consulta. Con respecto a los
Problemas familiares encontramos situaciones
traumáticas de alta gravedad tales como muertes
o abandonos parentales tempranos o actuales,
violencia familiar, ingestas tóxicas, depresión,
etc., factores determinantes en la aparición de
problemas de conducta y de aprendizaje en la
niñez y en la adolescencia y que, sin embargo, no
son tomados en cuenta como motivo de deriva-
ción.
En la literatura presentada se puede observar
la importancia que adquiere la familia, los víncu-
los de apego temprano con los progenitores y el
ambiente en el que se desarrolla la vida de un
niño desde diversas escuelas teóricas psicoanalí-
ticas. En consecuencia, entendemos que la
estructura familiar con lazos vinculares lábiles,
los diferentes tipos de violencia que los padres
ejercen hacia los hijos y la falta de contención
escolar inciden en la forma en que la niñez y la
adolescencia son transitadas. Por otra parte, exis-
ten factores coadyuvantes como el nivel socioe-
conómico, la falta de proyectos a futuro y una
calidad de vida deficitaria que constituyen un
alto potencial para que las conductas violentas se
perpetúen.
Para finalizar, queremos destacar que la
detección precoz y un diagnóstico adecuado que
considere las diversas manifestaciones de las
grandes categorías de los motivos de consulta
constituyen la clave para evitar que los niños
rebeldes se conviertan en adolescentes violentos.
Referencias Bibliográficas
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intergrupo”. Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo.
Buenos Aires: Asociación Argentina de Psicología y
Psicoterapia de Grupo Tomo VI, Nº 1, pp. 9-18
Aulagnier, P. (1975) La violencia de la interpretación. Del picto-
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Bowlby, J. (1989) Una base segura. Aplicaciones clínicas de una
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Fonagy, P. (1997) “Attachment and theory of mind:
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Psychiatry Occasional Papers, 14, 31-40
Fonagy, P. (2000) “Apegos patológicos y acción terapéutica”
Aperturas psicoanalíticas: Hacia modelos integradores. Revista
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Kernberg, O.F. (1987). Trastornos graves de la personalidad.
Estrategias psicoterapéuticas. México: El Manual Moderno.
Kernberg, O.F. (1994). La agresión en las perversiones y en los
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Kernberg, P.F.; Weiner, A. & Bardenstein, K. (2000) Personality
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Kohut, H. (1971) Análisis del self. Amorrortu. Buenos Aires, en
Marrone, M. (2001) La teoría del apego: un Enfoque actual.
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Mahler, M., Pine, F. & Bergman, A. (1975) The Psychological
Birth of the Human Infant. New York: Basic Books, en Marrone,
M. (2001) La teoría del apego: un enfoque actual. Psimática.
Madrid.España
Quiroga, S. & Cryan, G. (2007c) “Manifestaciones de la
Violencia en Adolescentes de Alto Riesgo” Memorias de las XIV
Jornadas de Investigación Tercer Encuentro de Investigadores en
Psicología del Mercosur “La investigación en psicología, su rela-
ción con la práctica profesional y la enseñanza”. Universidad de
Buenos Aires, Facultad de Psicología. ISSN 1667-6750
Quiroga, S. & Cryan, G. (2008c) “Grupos de Terapia
Focalizada (GTF): Un Dispositivo para Abordar la
Problemática de la Violencia Juvenil” Premio Facultad de
Psicología. Universidad de Buenos Aires 2008 “Dispositivos en
Salud Mental. Aportes de la Psiología”, pp. 59-80. Universidad de
Buenos Aires. Facultad de Psicología,
Winnicott, D. (1990) “Deprivación y Delincuencia”. Buenos
Aires: Editorial Paidós
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 21
La rebeldía, ese afán de separación
del Otro ¿tiene una forma particu-
lar hoy? ¿Podemos ubicar una parti-
cularidad en los niños y los jóvenes
rebeldes en este siglo?
El niño para dejar de serlo ha de pasar por un
trayecto que va de la posición de objeto a la posi-
ción de sujeto barrado. Este trayecto implica las
operaciones de causación del sujeto. Un niño ha de
alienarse a los significantes del Otro para luego
separase del ellos, dejando en el camino de ser
aquél objeto que era para la completud del Otro
primordial.
No hay posibilidad de separarse de los signifi-
cantes del Otro sin pasar por ellos.
La rebeldía puede ser una respuesta a la aliena-
ción que implique el trabajo de separación, sin
embargo la característica de la época es que el suje-
to en su rebeldía pretende pasar sin consentir al
lazo al Otro, pretende una separación salvaje sin
servirse de la alienación.
Es así como encontramos al sujeto en el mundo
actual desenlazado, sólo y sin rumbo.
Observamos en los niños una rebeldía particu-
lar que implica una posición de desasimiento del
discurso que es una falsa separación. Niños que se
ubican como tiranos, caprichosos, en el lugar del
amo. Niños que rechazan una palabra de autoridad
y angustian a los padres y los maestros.
El problema en el mundo actual para los
padres y maestros es cómo hacer para transmitirle
a un niño el sentido de la vida cuándo se experi-
menta una gran fragilidad de aquello en lo que
siempre se ha creído. Cómo hacer para conmover a
un joven con una palabra de autoridad cuando nos
encontramos hoy con una caída de los ideales que
hace tambalear aquellos valores que hasta ahora
orientaban una vida.
Vivimos una realidad en la que no se sostienen
las creencias pues los sentidos cambian a gran
velocidad acentuando el sentimiento de ausencia
de garantías.
Hoy cierta precariedad simbólica afecta la fun-
ción del padre y por lo tanto su autoridad.
Alterada la función del padre hoy el ancla es la
ley del mercado. Hoy la creencia se sostiene en el
mercado y es éste el que organiza la realidad.
Niños y jóvenes inmersos en este discurso de la
época en que lo simbólico flaquea se ven en un
empuje a gozar de los objetos de consumo que se
vuelve mortífero.
Sin la brújula de una palabra de peso ya no se
identifican por sus ideales sino por lo que consu-
men. Objetos de marca, celulares, Blackberries,
ipod, ipad, son casi adictivos. Hasta la bulimia y la
anorexia pueden ser objetos de consumo en las
páginas de Internet.
Niños “desatados”
Podríamos decir que hoy los niños están desa-
tados del lazo al Otro,“sacados” de un discurso que
se sostenga.
Veamos qué es un discurso, el discurso es la
práctica común de lenguaje de una sociedad dada,
es la lengua común. Es un modo de tratamiento del
goce que puede depender de la época.
Lacan ubicó las diferencias entre el tratamiento
del goce por el discurso del amo y cómo es tratado
el goce en la deformación de este discurso al que
llama capitalista.
El discurso del amo es fundante, se caracteriza
por tener en el lugar del agente un significante
ordenador, S1 que comanda el discurso e identifica
al sujeto. También en este discurso hay un goce
producido, separado, que se segrega como goce en
plus, aquél que Lacan ha escrito “a”.
En el discurso capitalista, por lo contrario, en el
lugar del agente está el sujeto (como supuesto
amo). Allí el sujeto está en posición de creerse no
sujetado a nada, pues ya no es válido el significan-
te que lo podría identificar, el S1 amo queda deba-
jo de la barra. Sin la plomada del discurso, sin un
significante de peso, el sujeto va a la deriva.
Este es el sujeto desbrujulado, desorientado,
típico del siglo XXI.
En el mismo lugar de comando también está
ubicado el niño hoy sin la orientación del Otro,
desujetado suponiéndose amo y quedándose sólo
en el lugar de la excepción.
Nos encontramos entonces con estos niños
caprichosos, que no responden a ninguna autori-
dad y a quienes parece no doler ninguna pérdida.
Niños a los que los padres no saben cómo conmo-
ver pues su palabra parece no tener peso.
Así el niño puede ejercer en la familia la dicta-
dura que ejerce el objeto de consumo en la época
comandando el discurso en la familia al quedar
ubicado en el lugar de amo.
El niño en esta época de falta de garantías es
puesto en el lugar de lo que garantiza la familia.
El niño como objeto de goce
El sujeto actualmente llena su vacío con los
objetos. Los objetos que produce el mercado vie-
nen a tapar su falta.
En este discurso capitalista está facilitado el
recurso a un objeto tapón. El objeto, como dice
Lacan, sube al cenit. Se elude así la castración con
la producción de estos objetos que se hace impara-
ble. Finalmente estos objetos comandan.
Si ya no es el significante el que tiene el valor
para orientar, es el objeto el que está en ese lugar.
Pero este objeto al que llamamos plus de gozar,
desanudado de discurso, se consume frenética-
mente con un estilo adictivo.
A este lugar de objeto tapón obturador del
vacío puede ir a parar un niño. El niño como obje-
to de consumo, objeto de goce en la civilización.
El lugar que por estructura tiene el niño facili-
ta que hoy sea él el que esté subido al cenit y ocupe
el lugar de objeto de goce.
Sabemos que el niño entra como objeto a en la
estructura, que es por estructura que va a ocupar el
lugar del objeto a para el Otro materno. Lacan nos
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Niños rebeldes
en la época
actual
Mirta Berkoff
Página 22 • Marzo 2012
enseñó que no hay mujeres perversas, pues ellas
tienen ya, como madres, su propia perversión en el
niño como objeto tapón.
E Laurent propone que reparemos en el lugar
que el niño ocupa hoy como objeto de goce, no
sólo para la madre sino también en la familia y en
la civilización.
El niño generalizado
J.A. Miller lleva al extremo la idea de Lacan en
el Seminario 17 de ubicar a los objetos de la civili-
zación en el cenit y ha propuesto un nuevo discur-
so, el hipermoderno, donde el lugar de comando
estaría directamente ocupado por el objeto a, no
habiendo un significante S1 amo que merezca res-
peto en el lugar de agente como sucede en el dis-
curso amo.
Lo que aclara Miller es que en ese discurso
hipermoderno los elementos que lo conforman no
se ordenan, están dispersos.
Si los elementos no se ordenan el discurso
hipermoderno es un falso discurso pues falla en
articular el plus de gozar con la falta y pone en
jaque las operaciones de causación del sujeto.
Lo que observamos es que en el niño los ele-
mentos del discurso no se ordenan de un solo
golpe, él está ubicado en el trayecto del pequeño
“a” al sujeto barrado, ubicado más como objeto de
goce que como sujeto responsable El discurso
hipermoderno entonces redobla la posición del
niño.
Así podemos plantear que la posición del niño,
un poco desubicado en el discurso, suelto y a la
deriva, hoy se ve redoblada y generalizada Si en el
discurso actual los elementos están pero no se
ordenan vemos al sujeto mal ubicado, estamos ante
lo que Lacan llamó el niño generalizado
Observamos al sujeto de nuestro tiempo mal soste-
nido en el discurso, ubicado en la posición de niño.
Niños “en apuros”. La cultura fase.
Los niños de hoy parecen imparables. Cuando
nos preguntamos por este afán de movimiento en
los niños sin un punto de detención encontramos
que el discurso de hoy empuja en sí mismo a la
aceleración.
Hemos de pensar que hay algo de lo fast que
está socialmente aceptado y que es incluso social-
mente esperado.
Los niños no están ajenos a este empuje propio
del discurso de su tiempo. Cierta falta de detención
está enmarcada en formas aceptablemente sociales.
Vemos a niños ajetreados salir del colegio hacia
clases de guitarra, danza, circo y football, los vemos
hacer sus tareas del colegio mientras chatean
conectados con infinidad de amigos virtuales. Sin
duda habitamos una época en que los ideales con-
temporáneos tienen que ver con la celeridad con la
que, como dice JA Miller, se inyectan significantes
nuevos en la cultura.
Lo que observamos es que junto a su desmedi-
da aceleración estos significantes que proliferan
tienen poco peso, no marcan un rumbo y vuelven
difícil la constitución de un saber. Estos S1 que des-
lizan con tan poca permanencia asemejan a la fuga
de ideas propia de la manía.
Nos encontramos entonces con niños que se
presentan como un torbellino, cuyo goce deslocali-
zado, se expresa como movimiento en lo real del
cuerpo pues la particular precariedad de lo simbó-
lico parecería incrementar el empuje a la descarga
motriz.
En el Sem 10 Lacan explica haciendo referencia
a la manía que cuando el objeto a no está en fun-
ción porque no se han cumplimentado de la buena
manera las operaciones de alienación separación lo
que aparece es una metonimia infinita Se hace pre-
sente entonces una aceleración sin tope en la que
vemos una mala ubicación del punto de basta que
da la significación, falla el punto de almohadillado
que genera el alto en una frase y permite leer el
sentido.
Como sucede en la manía, en estos niños,
encontramos una falta de la función de plomada
que son propias del objeto y del significante amo.
No hay un punto de capitón que permita al
sujeto detenerse. O sea hay una mala ubicación del
sujeto pero también una mala ubicación del objeto
Este desenfreno metonímico atenta contra la fija-
ción libidinal en un objeto. El sujeto ya no es las-
trado por ningún objeto.
Es común ver hoy niños que no tienen un
juguete preferido van de una cosa a la otra sin pres-
tar atención a alguna como si no pudiesen posarse
en nada.
Esto indica que el goce no ha desertado para
localizarse, condensarse, en lo que Freud designa
como objetos pulsionales y de los que Lacan hace
la lista: objeto oral, objeto anal, mirada, voz.
El recorte del objeto pulsional nos permite sos-
tenernos y fijarnos, nos permite tener un libreto
para gozar, una condición de goce. La proliferación
de objetos propia de la época en la que vivimos
habla de la deslocalización del goce.
En la manía hay una proliferación de ficciones
que no cumplen función de fijación de goce, pati-
nan, son puro imaginario que no muerde un real.
Prolifera entonces lo Imaginario desanudado de lo
Simbólico y lo Real.
La fragilidad de las ficciones es producto de la
fragilidad de lo simbólico y da como consecuencia
una proliferación al estilo maníaco.
Dice E Laurent que hay infinidad de ficciones
que se le ofrecen al niño pero no abrochan su rela-
ción con lo real, no produce la propia fijación de
goce. El niño está perdido en las ficciones prestadas
de la TV de los jueguitos que no abrochan nada lo
dejan en una suerte de debilidad mental.
Es por eso importante el armado de ficciones
fantasmáticas en el niño. Podemos pensar la fun-
ción de fijación acota un goce sin límites que si no
sería desenfrenado.
Jóvenes que se cortan
La falta de marcas simbólicas provoca que un
corte que no se produce en lo simbólico se intente
lograr en lo real del cuerpo, esto nos ayuda a enten-
der este empuje a cortarse el cuerpo que observa-
mos en algunos jóvenes.
Los jóvenes buscan lograr una corporización
fallida a través de los cortes con los que se alivian
de la angustia.
¿Qué cuerpo es el que cortan los jóvenes?
En el ser parlante las palabras y el goce se abro-
chan en un cuerpo. Los dichos despedazan el goce,
muerden lo real, dando lugar al cuerpo que llama-
mos nuestro. Al que nos referimos, entonces no es
al cuerpo anatómico.
Se trata de un cuerpo tomado por la pérdida,
usurpado por las demandas del Otro.. Tomado por
ese Otro que sostiene la imagen que nos une en el
espejo, el nuestro es un cuerpo mutilado.
El goce que queda, despedazado, cedido, es el
goce del objeto. Jirones de goce, que son recortes
particulares para cada quién que llamamos objeto
“a”. Lo que se obtiene es un goce en plus a nivel del
objeto pulsional, sólo logrado a partir de agujeros
y bordes que hacen cuerpo.
El significante que entra en el cuerpo fragmen-
ta su goce despedazándolo. El elemento significan-
te se corporiza como goce y ese es el plus de gozar.
El discurso corporiza el significante, inscribe el
cuerpo individual en el vínculo social bajo formas
típicas.
J.A. Miller dice que hay mutilaciones tradicio-
nales. O sea hay una corporización codificada, nor-
mada, que viene del discurso. La compostura, el
tono, son formas de corporización. También
encontramos la corporización contemporánea,
ahora el cuerpo está más descuidado por la corpo-
rización normada y entonces se ven las invenciones
de corporización, el piercing, el body art, la activi-
dad deportiva que son inventos que han pasado ha
ser normas actuales de corporización.
A partir del discurso que hemos llamado hiper-
moderno, dada su precariedad simbólica, se pro-
duce un plus de gozar desamarrado, plus de gozar
de imitación, que obtura la castración pero no
escribe ninguna pérdida.
Esto provoca que a nivel del cuerpo haya un
defecto de encarnación donde el cuerpo pierde su
anudamiento a lo real. Es un cuerpo sin resonan-
cias, donde la palabra parece no anudar el afecto
como si la pulsión pudiese desamarrarse del signi-
ficante.
Este efecto de desamarre en el cuerpo hace
eclosión en la pubertad.
¿Porqué son los adolescentes los que tienen
mayores dificultades en la corporización?
En ese momento, desamparado de la imagen
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Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 23
que lo vestía, caído el semblante infantil el sujeto ya
no sabe hacer con su imagen
La mirada del Otro nos presta una imagen fali-
cizada.
Lacan nos enseña que hay dos cuerpos: el cuer-
po forma, envoltura, y el cuerpo libidinal, como
vacío que aloja el objeto.
La imagen determinada por un dicho nos
envuelve. El ia hace de vestimenta, viste ese vacío.
Esta imagen tiene privilegio porque colma el agu-
jero de la castración.
La imagen fálica que el Otro ubica sobre el suje-
to es lo que lo viste (ia).
Lo que se es para el deseo del Otro es lo que
viste su hueso.
Aquél al que amamos y nos ama nos presta un
semblante, nos vemos como él nos ve.
La imagen fálica articulada al deseo de los
padres que constituye la imagen infantil y le da
cuerpo al niño se derrumba en la pubertad.
En la pubertad cambia la imagen con la que el
Otro arropaba al niño Cae el velo que aportaba la
mirada del Otro que lo ubica como niño.
Cuando el sujeto no puede identificar la ima-
gen con la que el Otro lo ve, su imagen puede caer,
puede haber en ese momento un desorden de la
relación del sujeto con su cuerpo. Dice Miller: “Nos
encontramos nuevamente con nuestro objeto a en
los brazos”. El joven con “el objeto a en sus brazos”,
tiene que darse el trabajo de rehabitar su cuerpo.
Cuando cae el semblante, cuando los viejos ropajes
ya no sirven, el sujeto vuelve a encontrarse con el
objeto que él era.
Si plantemos que actualmente hay cierto fraca-
so del significante para dar marcas simbólicas
vemos que ante la dificultad particular que puede
tener el joven en la corporización hay un intento
de provocar una marca en lo real del cuerpo cor-
tándose.
La desvergüenza
Esta precariedad que planteamos en un simbó-
lico efímero hace a los lazos más frágiles y tiene
consecuencias, también, en lo que llamamos la
desvergüenza de la época.
No podemos negar esta precariedad del S1 de
la norma, Las normas hoy no se consolidan con el
tiempo pues se vuelven obsoletas apenas surgen.
Dice Laurent que las
normas están siempre mal hechas, y como en la
actualidad no hay tiempo de darse cuenta hasta
que punto están mal hechas se vuelven obsoletas
antes de poder consolidarse.
En la actualidad no se sostiene un S1 como un
significante que valga. Lacan plantea que la ver-
güenza está en relación con ese Otro que sostiene
los S1 con firmeza.
La mirada del Otro que mira al sujeto gozar es
fuente de la vergüenza. Sin embargo hoy la mirada
del Otro que podría juzgar, paradójicamente, tam-
bién goza
Hay una caída del velo, cae la función civiliza-
dora y reguladora de la vergüenza y nace el reality
show.
Lo que se plantea actualmente es que a menos
autoridad hay más desvergüenza. La respuesta
social, entonces, es el autoritarismo y la vigilancia.
Pero la ley no es sólo la prohibición también es la
autorización y esta cara de la ley es la que se enlaza
al deseo. No hay que perder de vista la importancia
del deseo cuando se piensa en encausar a un sujeto
en la civilización
Para concluir
Propongo entender cierta característica de la
rebeldía en los niños y jóvenes de hoy como un
desasimiento del lazo al Otro que finalmente deja
al niño sólo, desasimiento promovido por la preca-
riedad simbólica del discurso de la época.
La entrada en discurso para el niño implica el
tiempo de poner en función las operaciones de
alienación y separación, así los elementos del dis-
curso se ordenan. Entendemos entonces el trabajo
que ha de darse el niño para salir de la posición de
objeto en la que entra al mundo e instalarse como
sujeto deseante. Este “trabajo” Lacan lo conceptua-
lizó en el Sem. 11 con las operaciones de causación
del sujeto llamadas alienación y separación. Es a
través de estas operaciones que el niño dejará su
posición de niño.
La rebeldía como respuesta cuando toma la
forma de estar suelto, libre del lazo al Otro, es más
una falla en la operación de separación que su efi-
caz efectuación. El niño debe poder alienarse a los
significantes del Otro y anudarse a ellos logrando
su escritura personal, no hay separación sin aliena-
ción. No hay alienación sin respeto por el signifi-
cante amo y no hay separación de los significantes
del Otro sin el duelo por el objeto que se era para
él. Hay, sin duda, algo que se pierde en la separa-
ción.
Hoy los síntomas son padecidos en un cuerpo
que en vez de decir actúa y se prestan menos al tra-
tamiento analítico por estar desenlazados de la
palabra, desatados del Otro.
En la cura analítica de estos niños no se trata de
interpretar el inconsciente antes de cristalizar cier-
ta fijación, de poner en forma un broche entre sig-
nificante y goce allí donde hay puro deslizamiento
para rearmar un lazo perdido con el Otro.
El psicoanálisis nunca se ha apoyado en los ide-
ales por lo tanto no tiene porque ser nostálgico de
ellos. Su caída sólo pone en evidencia que el 0tro
no existe y que la ilusión neurótica en el orden del
Padre toma ahora otra forma de presentación más
descarnada con la que tenemos que vérnosla para
ayudar al niño y los padres a encontrar la buena
respuesta con una herramienta que vaya más allá
del discurso imperante.
Desde el psicoanálisis siempre apostamos a lo
singular. El alojamiento en el mundo va de la mano
del Otro pero la inscripción que cada sujeto logre
será irrepetible.
No se trata de domesticar al rebelde sino de
ayudarle a transformar esa falsa separación en una
respuesta que le convenga para insertarse a su
manera en el mundo en el que le toca vivir.
Bibliografía
J. Lacan, El Seminario, libro XI, La angustia, Paidos, Bs Aires
J. Lacan, El Seminario, libro XVII, El reverso del psicoanálisis,
Paidos. Buenos Aires
J. Lacan, El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos en psico-
análisis, Paidós, Buenos Aires
J. A. Miller, Nota sobre la vergüenza, Freudiana N39
J. A. Miller, Los usos del lapso, Paidós, Buenos Aires
J. A. Miller, “Una fantasía”, Revista Lacaniana de psicoanálisis
n°3, Ed EOL, Buenos Aires.
J.A Miller,. “El cuerpo Schreberiano”, Biología Lacaniana y
acontecimiento del cuerpo, Ed Diva, Buenos Aires.
E. Laurent, Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño,
Psicoanálisis con niños y adolescentes, Departamento Pequeño
Hans, Ed Grama, Buenos Aires
E Laurent, ¿Hay un fin de analisis para los niños?, Hay un fin de
análisis para los niños, Ed Colección Diva
E Laurent, Cómo criar a los niños, Revista La Nación
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Página 24 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
Habitualmente, el niño o adoles-
cente rebelde es caracterizado
como díscolo, que vive en dis-
cordia, que desafía, pelea, grita,
no escucha lo que se le dice o
impone sus deseosii. Tratándose de jóvenes, sole-
mos vincularlo con la época en que, a la par de los
cambios corporales, intentan diferenciarse de sus
padres. Pero también, relacionamos su agresividad
con la carencia de disciplina y resistencia a los lími-
tes adecuados. Cuestiones que, por un lado expre-
san su vivencia de carecer de atención y amor por
él mismo. Pero por otro, podríamos interpretarlo
como una versión “ontogenética” del mito “filoge-
nético” de la horda primitiva, en la cual –para
encontrar su lugar- los hijos se rebelaron contra el
padre. Justamente, “rebelde” proviene del latín,
rebellis, deriva de bellum que significa “guerra”, y
ésta alude a discordia, pelea, desórdenes
(Corominas, 1976). Sin embargo, a mi entender, a
la vez que no es específico, todo lo anterior linda
con lo descriptivo. Pues, muchas veces la rebeldía
adopta intensos matices pasivos, que distan de lo
que suele describirse como una activa actitud gue-
rrera. Incluso, se tiende a categorizar en forma par-
cial al niño, adolescente o adulto. En tanto y en
cuanto –inconsciente pero tendenciosamente- se
lo margina y separa del contexto familiar del cual
emerge y –a la vez- re-presenta en un aspecto con-
flictivo para todos. De ahí que se suela hablar del
rebelde como el que se opone, se subleva y “falta a
la obediencia debida” (RAE, 2011). No obstante,
sabemos que para el cambio inherente a todo pro-
greso, se requiere de cierta “falta de obediencia
debida” a rígidos ideales parentales. Y si tenemos
en cuenta el tipo de colusiones matrimoniales
entre los padres, veremos que cada hijo, así como
expresa su individualidad, simultáneamente es el
emergente de aspectos adecuados e inadecuados de
los progenitores, conscientes e inconscientes. En
este sentido, se requiere discernir la popularmente
denominada “rebeldía” de aquellos vitales “cuestio-
namientos” al servicio de progresar y diferenciarse,
más allá de la edad que se tenga.
Ahora bien, como toda pregunta que conlleva
parte de la respuesta, el hecho de convocarnos para
plantear la problemática del “niño rebelde” habla
justamente de la necesidad de “cuestionarnos” más
profundamente ese aspecto que, en menor o mayor
grado, puede manifestarse a lo largo del crecimien-
to del niño, adolescente o adulto. Como también,
habla de tener que discernir las demandas patoló-
gicas de aquellas que, para lo que un hijo necesita,
podrían ser adecuadas. Pues, muchas veces desde la
propia dificultad para “ahijar”, son sus padres los
que etiquetan los requerimientos como provenien-
tes de un “rebelde sin causa”. Entonces, en este
breve trabajo me referiré a que, más que del rebel-
de “per se”, de quien tenemos que hablar es del
Niño Indómito de los padres y del hijo en cuestión.
Con esto me refiero a un aspecto salvaje de nuestro
temprano desarrollo evolutivo. Que, si lo doma-
mosiii e integramos en nuestra maduración, puede
derivar en lo más creativo de nuestra parte en un
área que nos sea vital. Veamos porqué. El Niño
Indómito es el representante de una época previa
a las etapas del desarrollo especificadas por S.
Freud, M. Klein y A. Aberastury. Sabemos que A.
Rascovsky se refirió a la importancia de la vida pre-
natal, o que otros autores aludieron a remanentes
de contenidos inconscientes arcaicos, por ejemplo,
W. Bion, J. Bleger, L. Chiozza y F. Cesio. Por mi
parte, remarco la época previa, el potente vínculo
en y con, la unidad madre-feto. Pues, los autores
mencionados tendieron a remarcar lo prenatal de
manera disociada, poniendo el acento unas veces
en la mamá, otras en el feto. Como también, gené-
ricamente dicho, especificaron contenidos que
–por lo arcaico- resultarían terroríficos para la
conciencia de uno y otro. Sin embargo, a mi enten-
der, el período prenatal también se caracteriza, en
tanto vínculo, por ser un estado siamés. Y el rema-
nente postnatal del estado siamés prenatal viven-
ciado por todas las personas es el “Niño indómi-
to”. Se entremezcla, pero es previo a las fases del
desarrollo descritas por Freud, Klein y Aberastury.
Naturalmente, lo indómito-indomable se verá
potenciado por la propia biografía y el contexto en
el que vivimos. Y lo reconoceremos como evidente
o subliminal Lucha Fratricida. Aunque no sea el
propósito de este trabajo, aclaremos que, de no ser
conscientes de él, se potenciará en los inconscien-
tes conflictos específicos inherentes a cada uno de
nuestros trastornos físicos (Billiet, 2011)iv.
Para comprender mi aporte, sinteticemos el
mencionado mito de la horda primitiva descrito
por Freud (1912). En dicha horda, el macho-padre
se reservaba todas las mujeres y dominaba a sus
hijos. Luego, éstos se rebelaron, mataron y devora-
ron al padre. Pero presos de remordimientos y
temor, perpetuaron lo anterior en la comida toté-
mica de un animal. La esencia del mito en las rela-
ciones parentales fue retomada por diversos auto-
res. Por ejemplo, Rascovsky se refirió al filicidio, a
las agresiones intencionales de los padres hacia sus
vástagos (Rascovsky, 1970; Rascovsky et al, 1971).
Y en 1980, en nuestro medio A. Fonzi retomó la
hostilidad del padre hacia sus hijos, y el hecho de
que Freud hablara solo de Edipo y no de Layo.
Añadió que, cuando un padre daña por su propó-
sito egoísta, aunque materialmente sea padre,
pierde la función paterna y más que como padre,
actúa como un hermano. De ahí que, en vez de
filicidio se trata de fratricidio (Fonzi, 1980). Mi
aporte del Estado Siamés-Niño Indómito-Lucha
Fratricida se basa en todo lo anterior (Billiet,
2011). Pero rescato una interpretación de la
prehistoria que, en un punto, difiere de la freudia-
na. Y que gravita en la interpretación de la bio-
grafía de nuestros pacientes.
Se trata de que arqueólogos, pre–historiadores
y paleontólogos coinciden con que hubo 2 épocas
primitivas en la evolución: la época de la horda pri-
mitiva, y la del régimen de clanes. En ésta última,
luego de la igualdad de sexos, habría predominado
el matriarcado, el prestigio y poder de las mujeres.
Hoy en día, en términos de parentesco, se conside-
ra la sociedad primitiva de Lewis Morgan -1946-,
retomada por A. Bauer. Brevemente, digamos que
la verdadera horda primitiva fue la familia llamada
consanguínea, caracterizada porque reinaba la
promiscuidad completa de hombres y mujeres.
Esto significó que los hermanos –incluidos en ellos
los primos- eran al mismo tiempo esposos. Fue la
más antigua, universal, duradera y siguió vigente
en mitos y dinastías.
Y tuvo que evolucionar y reconocer diferentes
Más que
rebelde: niño
indómito
Laura E. Billieti
generaciones, porque la paternidad resultaba des-
conocida y la maternidad no distinguía entre
madre carnal, hermanas y primas. De ahí que,
estableciendo la 1ª forma de incesto, comenzaron a
considerar ilícita dicha unión sexualv.
En pocas palabras, hubo una época ‘de todos
con todos’, incluso la propia madre. Y relacionado
con el “poder de la madre”, la lucha comenzó por
ser fratricida. Pues, internamente, a cada uno se le
debió despertar la huella del lugar único que
–habiéndolo tenido- quería recuperar. Entonces,
la lucha fratricida fue anterior a la lucha contra el
padre autoritario a la que se refirió Freud. De lo
anterior concluyo que, de la mano del salvajismo
e inmadurez, esta lucha fratricida filogenética
perdura como huella indomable. Y cobra fuerza
cuando nos sentimos inseguros y no queremos
admitirlo.
A la vez que ejerce atracción, se apuntala sobre
nuestra experiencia ontogenética y universal
plena de sentido: el estado siamés prenatal “en y
con mamá” que excluye a cualquier otro-par. Por
esto, más allá de la edad, cuando nos sentimos
inseguros somos dogmáticos en y con alguna cre-
encia que haga las veces de escudo-útero protector.
La misma postura adoptamos cuando tendemos a
juntarnos de manera cerrada. Porque re-catectiza-
mos la huella mnémica de aquella modalidad sal-
vaje filogenética en la que la seguridad radicaba en
“todos con todos en forma indiscriminada”. Es así
como tendemos a establecer una actitud “en pie de
guerra” frente a quienes no formen parte del
mismo círculo de ideas o actividades.
Sin embargo, la cuestión no suele quedar ahí.
Porque en el intento de recuperar equivalentes al
lugar único y seguro “en y con mamá”, dentro del
mismo grupo cerrado en el que creíamos encontrar
refugio (familia, empresa, institución, etc.) en
algún momento se despierta la fuerza de lo indó-
mito. Y comenzamos a establecer menores o mayo-
res luchas fratricidas, equivalentes a aquel “todos
contra todos”.
Para que se comprenda mejor la connotación
de lucha fratricida, he dado el ejemplo de la
“implantación diferida” de algunas familias de
canguros. Se trata de que aunque la madre haya
vuelto a quedar preñada, el hijo –a veces durante
un año- insiste con seguir mamando dentro de la
bolsa marsupial. Al tal punto que, generalmente el
embrión hermano no puede implantarse hasta que
el mayor haya dejado de mamar. La esencia de esta
resistencia, en tanto hijos la vivenciamos frente al
nacimiento de hermanos o equivalentes, y la re-
conocemos en hijos o nietos u otros. Esta es la fuer-
za de nuestro niño indómito. Remite a la huella
inconsciente de cuando éramos “en y con” nuestra
madre, donde uno iba…iba el otro...tenía sentido
y era naturalvi.
Esta época prenatal la denomino estado siamés
y, como tantas experiencias infantiles, no tenemos
registro consciente de ella. Sin embargo, es fre-
cuente adoptar la posición fetal para dormir. Así,
alimentada por la huella filogenética, cobra fuerza
la huella del estado siamés como visceral convic-
ción de que la seguridad solo es posible “en y con
alguien”. Y su representante postnatal es el niño
indómito que insiste con constatar que solo existe
en y con otro. Habrá momentos o relaciones con las
que logramos constituir vínculos más adecuados.
Pero, de no domarnos, la actitud siamesa de nues-
tro niño indómito la transferiremos a un progeni-
tor, la pareja, un hijo, nieto o equivalentes, a la
familia política, amistades, dogmas sociales, rela-
ciones empresariales, creencias institucionales,
incluso gubernamentales.
Las demás personas –equivalente a hermanos–
son las que –como en una implantación diferida–
tendrían que quedar boyando. Por eso, más que
individuales rebeldes o partes de una masa, las evi-
dentes o subliminales luchas fratricidas reflejan la
convicción de que hay un solo lugar que “nos
corresponde”, no tenemos porqué dejar el equiva-
lente a una bolsa marsupial donde somos en y con
alguien que simultáneamente nos promete ser
nuestro proveedor siamés. Y a quien no lo haga,
insistimos con imponérselo. Pues, derivado de lo
indómito parental, el nuestro busca resarcirse
transfiriendo su expectativa a los demás vínculos.
Es evidente que nos sentimos inseguros de que
pueda haber otro lugar que –evolución y esfuerzo
mediante– también satisfaga.
De ahí que, inconscientemente, atraigamos
personas que fomenten nuestra creencia, que nos
ofrezcan –subliminalmente- perpetuar equivalen-
tes a la visceral vivencia siamesa. Claro que, a la
vez, tales figuras indómitas nos necesitan para que
les alimentemos su ilusión de ser proveedor-sia-
més. Todo lo cual, tarde o temprano, refrescará la
original lucha fraterna. E interpretaremos que
“otra vez” alguien nos quiere quitar el único refe-
rente de seguridad. Por eso, con estrategias que
suelen distar de una rebeldía sin causa, nuestro
niño indómito perpetra peleas “de igual a igual”.
Y vemos como contrincantes a un hijo/a, herma-
no/a, pareja, progenitor, amigo, jefe, empleado,
colega, etc.
En este sentido, no está en juego una rebeldía
contra un autoritario para sacarlo y ocupar su
lugar. Aunque no excluyente, lo más regresivo es lo
fratricida en aras de recuperar un vínculo con con-
notaciones siamesas. Porque remite a una época
previa en la que la seguridad –efectivamente- fue
“en y con alguien”. Podemos afirmar que, más allá
de simultáneos intereses adecuados, en el comien-
zo de todo vínculo (personal o grupal), la inclusión
de otros tiende a recrear vínculos cerrados que
–aunque insatisfactorios para el crecimiento de
algún aspecto- nos proveen de la ilusión de seguir
“seguros en y con alguien, equivalente a mamá”. De
no domarlo-domesticarlo, tarde o temprano se
despierta el niño indómito.
Y por ejemplo, interpretaremos que un gerente
o líder le da a otro aquello que consideramos “per
se” nuestro. La misma inseguridad de base nunca
admitida se gatilla cuando, inmersos en un sinfín
de actividades laborales, como padres imponemos
nuestra única perspectiva porque no sabemos
cómo acercarnos a cada hijo -o equivalente- para
interiorizarnos de sus necesidades individuales. O
al revés, siendo jóvenes, cuando pulseamos dog-
máticamente con un progenitor o equivalente, sin
siquiera escucharlo. La esencia es que, no admi-
tiendo equivocaciones e inmadureces de nuestra
parte, nos aflora el niño indómito que recrea la
lucha fratricida –de igual a igual- para constatar
“quién le impone-expulsa a quien”.
Podemos decir que, alimentada por las huellas
filogenética y ontogenética, la lucha fratricida gene-
racional (niños indómitos parentales) potencia nues-
tro niño indómito. Y que, esta lucha se reitera cuan-
do –bajo diferentes argumentos- entre hermanos
se desplazan o pelean por seguir ocupando el único
espacio en la vida de la madre. Lo cual, siempre
depende de la madurez-indómito de las figuras
masculinas.
Es más, ampliando el espectro, lo anterior se
reitera con la pareja o entre amistades. Entonces,
lejos de escuchar, intercambiar o colaborar, todo se
transforma en una lucha fratricida por comprobar
“quién desbanca a quién” de equivalentes actuales
de la bolsa marsupial. En lo que refiere a los jóve-
nes, es frecuente que se relacionen con actitudes de
niños indómitos en situaciones de grandes. Por
ejemplo, depositan la ilusión de “ser todo para el
otro”, una sucursal materna con escasa representa-
ción de límite paterno adecuado.
En mis libros anteriores de SIDA (Billiet, 1993,
1995, 1999, 2011) ya me referí a la modalidad de
seducción y destrucción/cortar el rostro presente
entre jóvenes y muchos adultos que podrían ser sus
padres. Actualmente, es frecuente que muchas rela-
ciones se centren en “desbancar” a un amigo/a.
Porque algunos jóvenes se seducen mutuamente
todos con todos, huyen sintiendo vergüenza de la
ternura, se avergüenzan de explicitar el deseo de
conocer a alguien con quien compartir, o disfrazan
su natural inseguridad.
A modo de ejemplo, es frecuente que muchas
jóvenes se apuren a intimar sexualmente con varo-
nes. Porque más que el interés por el sexo opuesto,
se desviven por estar a la altura de las circunstan-
cias de equivalentes a hermanas percibidas más
seguras. Dando un paso más, nuestro niño indó-
mito aflora en reuniones sociales o siendo profesio-
nales. Pues, lejos de un natural deseo de progreso y
respeto por parte del contexto, podemos desvivir-
nos por acaparar atención o por imponer una idea.
Imaginando que alguien lo mira dando signos de
aprobación, nuestro Niño Indómito habla de sí, la
(pseudo) seguridad se apuntala en corroborar la
exclusión de equivalentes a hermanos-pares. De
ahí que, enceguecidos en nuestra postura, mientras
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 25
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Página 26 • Marzo 2012 Actualidad Psicológica
otro habla, en vez de escucharlo estamos absortos
en pensar con qué objetar o qué agregar que el otro
no sepa, y nosotros sí.
Lo anterior se reitera en el ámbito laboral que
tengamos como referencia, incluso social. Porque
podemos ser mujeres u hombres con alguna capa-
cidad indiscutible. Pero perteneciendo -por ejem-
plo- a una empresa, es frecuente relacionarse cons-
tatando la propia fuerza en un mar de rivalidades
fraternas con pares o autoridades (Billiet, 2011).
En síntesis, no se trata de “rebeldes sin causa”,
como tampoco podemos circunscribirnos a gene-
ralidades pre-establecidas.
Más que hablar de la rebeldía en niños, adoles-
centes o adultos, quien está en juego es este aspec-
to más regresivo-salvaje que denomino Niño indó-
mito. Lo re-conocemos cuando vivimos pleiteando
fratricidamente con otros que atentan contra la
seguridad de creernos únicos en y dentro de una
relación equivalente al estado siamés de antaño.
Como dijimos, un progenitor, hermano, pareja,
hijo, creencia familiar o educativa, institucional,
empresarial, etc. Pues, de la mano de nuestra bio-
grafía, tengamos hermanos o equivalentes, en
momentos de crisis se refresca esta modalidad de
“todos con todos”… o…. “todos contra todos”
para reinstalar la ilusión de ser únicos en y dentro
de alguien. Y el niño indómito que hubiera podido
derivar en algo constructivo, perdurará inhibido por-
que se la pasa pleiteando para constatar que son los
demás los “descartables”. Con lo cual, su seguridad
se monta sobre la base de sólo repetir lo que dije-
ron, o dicen, actuales equivalentes maternos.
Ahora bien, lo anterior posee su correlato “físi-
co”. Hubo un momento –prenatal- que tuvo senti-
do hacer ‘copy-paste´. En aquella época se trató de
la información genética-ADN compartida (papá-
mamá). Pero sabemos que no somos un clon de
ellos, ni somos idénticos entre hermanos. Porque
este “copy-paste” fue –y es- “a nuestra manera”. A
esto me he referido –desde 1993- cuando señalaba
que el correlato “afectivo” de nuestro ADN-identi-
dad “física” es amalgamar “lo compartido” parental
con “el a mi manera”. Sobre lo cual, a lo largo de
nuestra vida tenemos la posibilidad de procesar
identificaciones y des-identificaciones. También
me he referido a generalidades de la física actual
que ayudan a comprender la unidad psicofísica que
somos, como también hablan de la contracara físi-
ca del niño indómito (Billiet, 2011).
Dijimos que el ADNn es nuestra Identidad, la
“compartida familiar” y “el a mi manera” genético.
Muy brevemente, recordemos que –en nuestro ori-
gen- 23 cromosomas del espermatozoide se entre-
cruzaron con 23 del óvulo (lo compartido), de
manera específica (el a mi manera). Y que, luego de
un número de auto divisiones, las siguientes célu-
las prosiguieron recibiendo –y reciben- la copia
completa de los 46 cromosomas.
En esos 46 fascículos, de manera ordenada y
compacta estaban -y están- los planos ingenieriles
para construir todo nuestro organismo. Así, nues-
tro material genético es la composición química
denominada ADN o ácido desoxirribonucleico,
con proteínas. A su vez, esta composición química
presente en el núcleo de cada una de nuestras célu-
las –ADN nuclear o ADNn- posee más de 30 mil
genes. Esto es importante para comprender la
importancia de que tenemos 1 cromosoma extra,
el nº 47, con 37 genes.
Se lo denomina ADN mitocondrial (ADNmt)
porque está en las mitocondrias de cada célula.
Ellas equivalen a pulmones donde se genera la
energía que consume cada una de nuestras célu-
las. Incluso, están comprobando que este ADNmt
puede sufrir mutaciones o trastornos en su cir-
cuito respiratorio. Lo cual se relacionaría con que
suframos algunas enfermedades, o determinaría
los años que vivimos, que las células se suiciden,
la cantidad de óvulos factibles de ser fertilizados,
o que envejezcamos. Pero este ADNmt posee una
particularidad única. Se trata de que no se recom-
bina. Ello significa que lo heredamos solo por vía
materna, el óvulo. Ya que, el ADNmt del esper-
matozoide (paterno) es prácticamente destruido
durante el proceso de fecundación. Como
vemos, seamos hombres o mujeres, el ADNmt es
nuestro refuerzo genético materno. Y si tenemos
presente al remanente indómito de la relación
siamesa inicial, mientras prosigan las investiga-
ciones genéticas, hasta el momento entiendo que
–afectivamente hablando- en ambos sexos, la
modalidad del niño indómito que insiste con
recrear -en equivalentes maternos- aquel estado
siamés en y con... él es el representante afectivo
del ADNmt materno presente en cada una de
nuestras células. Cuestión que –a la vez- refleja la
importancia de la función paterna adecuada.
Por lo anterior, en momentos críticos de nues-
tra vida, alimentada por aquella huella mnémica
filogenética, aflora la nunca pasada convicción
indómita-siamesa (prenatal) de que, si seguimos
haciendo sólo ´copy´ de alguien que se presenta –y
nos necesita para serlo- como “nutridor” absoluto,
corroboraremos que seguimos siendo únicos “en y
con” alguien. Y si los demás hacen ´copy´ de lo que
nosotros pensamos-damos-repetimos, también.
El problema es que careceremos de la confianza de
que –dialogando y difiriendo- ganaremos otro
tipo de seguridad (“el a mi manera”).
Así, podemos ser padres, abuelos, hijos, her-
manos o primos, suegros, tíos, cónyuges, amigos,
compañeros de estudios y labores, profesionales,
empleados u ocupar puestos jerárquicos. Pero
todas esas relaciones pueden estropearse cuando
nuestra postura siamesa-indómita no admite otro
lugar más que el propio. Ejemplo de lo anterior es
cuando un joven o adulto afirma “bueno, esto es
lo que hay”, “soy así” o “igual... me parece que...”.
Pero claro, de proseguir en ello, un día una cir-
cunstancia actual hace trastabillar la supuesta
fuerza de lo indómito y nos enfrenta con tener
que admitir tanta subliminal inseguridad e inma-
durez. De no hacerlo, de insistir con no querer
saber nada de nuestra crisis afectiva, de la mano
de nuestra biografía, la expresaremos en la altera-
ción física que mejor la re-presenta.
En síntesis, lejos de los cuestionamientos ade-
cuados que llevan al progreso y crecimiento, la
popularmente llamada rebeldía constituye la
modalidad indómita. Formando parte de las fases
del desarrollo, es importante interpretar en todas
las biografías al remanente de aquel estado siamés:
el Niño Indómito. Pues, nunca domado, es el que
recrea luchas fratricidas en los diferentes vínculos
de la vida.
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Ediciones Kargieman. Argentina. 1970.
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Szpilka J.: Niveles profundos del psiquismo. Editorial
Sudamericana. 1971.
Notas
i [email protected] [email protected] ii Suele asociarse la rebeldía con la carencia de causa.
Popularmente la expresión “rebelde sin causa” remite a la
conocida película norteamericana de 1955, “Rebelde sin causa”,
dirigida por Nicholas Ray, protagonizada por James Dean,
Natalie Wood y otros. Solo recordemos que Jimmy Stark
(James Dean) es un estudiante desorientado, que vive pelean-
do y estableciendo relaciones conflictivas. Esto conlleva que,
siendo hijo único, la familia se mude a diferentes ciudades. En
la última, se encuentra con sentimientos no experimentados
(enamorarse, lazos de amistad). Sin embargo, termina enfren-
tándose nuevamente.iii “Domesticar” (domesticus) remite a hacer de la casa (domus)
lo salvaje (Etimologías, 2011).iv Todos somos una unidad psicofísica. Cada profesional de la
salud, simultánea y metodológicamente percibe según su
especialidad, e interpreta con el instrumento aprendido duran-
te su formación. Los fundamentos están detallados en mi libro
impreso (El Niño Indómito) y aplicados en todas las interpre-
taciones de enfermedades (parte digital descargada en la Web
de la Editorial) (Billiet, 2011).v Otras formas posteriores son la familia punalúa o de grupo, la
familia sindiásmica, la patriarcal y la monógama.vi El tema de gemelos y mellizos lo especifico en el libro de mi
autoría.
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 27
“No nos une el amor sino el espanto,
será por eso que la quiero tanto.”
(Borges, J.L., Buenos Aires 1964)
Introducción
Recordando los geniales versos de
Borges, refiriéndose a su amada
ciudad natal, pensé en estos tér-
minos el decurso de la transfe-
rencia y de la contratransferencia
en los niños llamados “a priori”, rebeldes. Supuse
necesario enmarcar el adjetivo como síntoma en
la transferencia a la vez que analizarlo en virtud
de la revelación de la misma en su vertiente hostil,
y de las resistencias, es decir, de las expresiones en
el campo analítico de la pulsión de destrucción.
¿Qué nos revela la rebeldía? ¿Hay niños difíci-
les en este terreno? ¿O en sí misma esta práctica es
la que se nos torna dificultosa cuando no alcanza-
mos a dar cuenta de lo expresado, dramatizado o
jugado por un pacientito?
¿Por qué no pensar que la rebeldía surge de
sustraerse de trabajar con las resistencias, en par-
ticular las inconcientes tanto del paciente como
del analista? Y, en relación a este punto específico,
el de la transferencia en análisis de niños, es
imposible soslayar que en la mayoría de las oca-
siones en que recibimos la consulta por un niño,
éste concurre con los padres. Entonces, ¿de qué
discurso hablamos cuando la transferencia es
múltiple? Freud en la conferencia 34 (1933 -1932-
) nos alerta que el niño es muy propicio para la
terapia aunque la transferencia desempeña otro
papel, diverso al caso de los adultos, ya que los
padres reales están presentes.
¿Cuándo este adjetivo rebelde denunciado
algunas veces por los padres y otras definido
como tal por su entorno o por el analista, connota
la complejidad que resulta acceder a los conteni-
dos inconcientes reprimidos del paciente, del ana-
lista, de los padres, y del movimiento transferen-
cial-contratransferencial que se gesta en el campo
analítico? (M.y W. Baranger)
Procesos que se vinculan con la historia perso-
nal de cada uno de los protagonistas del drama a
jugarse en dicha escena, en la cual las historias se
entretejen y se desenmascara la tragedia.
Considero que en el análisis de niños y adoles-
centes el analista pone en juego su persona y su
presencia como totalidad en mente y cuerpo, su
deseo de saber acerca de los contenidos inconcien-
tes del paciente como modo de acceder a la subje-
tividad de quien demanda análisis. Se trata que el
padecimiento atribuido al niño, se vuelve enigma
para los padres.(Mannoni, M.,) El síntoma aparece
como una expresión codificada en relación a su
sufrimiento.
Tal vez la pregunta que se abre a nuestra consi-
deración es ¿Qué demanda un niño rebelde? ¿Qué
ocurre en el momento anterior al desborde sobre-
venido en una sesión? ¿Qué intervenciones lo ali-
vian? ¿O también es necesario abordar y agotar en
primer término los recursos con la familia?
¿Encontramos unicidad en las respuestas o apela-
mos a sumergirnos en la subjetividad del niño y el
entorno que lo rodea, teniendo presente siempre la
singularidad?
En principio la temática propuesta promueve
muchas e interesantes incógnitas; será una ardua
tarea responder a todas ellas ya que carecemos de
certezas.
Tal vez articulando estas ideas con ejemplos
que emergen de la práctica clínica a la que consi-
dero soberana, podamos elaborar algunas hipóte-
sis para pensar estos temas.
Presentación de material clínico
Lucio tiene 8 años y 6 meses en el momento de
la consulta. Sus padres están muy angustiados por-
que les resulta “muy difícil el manejo del niño”. “Se
rebela a todo” Refieren problemas con la comida:
“no quiere comer, nada le gusta salvo dos o tres
platos que él elige, y a veces ni siquiera esos los
come. A veces come fuera de hora, sobre todo golo-
sinas; pero tratamos que no lo haga para que luego
coma toda la comida; pero todo es pelea y negati-
vismo. Está en el percentil más bajo de peso, esto
nos preocupa mucho”.
Presenta problemas de conducta: se niega a rea-
lizar la tarea en el colegio, no escucha a la maestra
y con los compañeros suele pelearse mucho; es
muy agresivo también con los padres. “Pensamos
que los chicos lo rechazan”. La maestra lo define
también como rebelde. Tiene algunos episodios
esporádicos de enuresis nocturna.
Su hermana es dos años y medio menor, con
ella manifiesta muchos celos, le pega y rara vez jue-
gan juntos.
Lucio había realizado una experiencia terapéu-
tica anterior de alrededor de dos años. En un
momento se había negado a concurrir al análisis, y
en general era muy agresivo con su analista; el tra-
tamiento fue interrumpido por decisión de los
padres y de acuerdo con el terapeuta. “El vínculo se
había tornado insostenible, muy dificultoso por
parte de ambos”.
Cuando recibo a Lucio me encuentro con un
niño menudo para su edad, muy delgado y con un
rostro que denota angustia y miedo. En ese
momento expresa que “no quiero venir, no quiero
esta terapia. Quiero volver con mi analista de
antes”. Dice que no va a hacer nada de lo que le
pida. Aparenta ser muy hostil y entiendo que se
trata del miedo a lo desconocido.
Lucio se mueve con rapidez y agilidad. Se dis-
pone a dibujar realizando una producción libre no
figurativa, manchas con plasticola. Así transcurre
la primera sesión. Le propongo un segundo
encuentro y acepta con buena predisposición.
Esta realización gráfica carente de figurabilidad
en Lucio me orienta acerca de su dificultad para
organizar la realidad en términos de una secuencia,
o para comunicar sus sentimientos; lo entiendo
confundido y desbordado por su angustia. Es con-
veniente tener presente esta hipótesis que luego se
verá plasmada en una sesión que relataré y en la
cual se despliega la problemática a pensar.
En este marco comienza a tener lugar el trata-
miento con períodos en que el niño muestra
mucha hostilidad y negativismo, con serias dificul-
tades para incorporar mis intervenciones tal como
lo podemos anticipar a partir del primer encuen-
tro, (recordar su dibujo no figurativo), y otros en
que logra escuchar algún señalamiento acerca de
sus estados afectivos y de las causas, pudiendo
jugar, dibujar y expresarse más libremente a la
Cuando el
espanto nos
une.
Acerca de la transferencia
rebelde
Felisa Lambersky de Widder
Página 28 • Marzo 2012
manera de un relato, alimentándome metafórica-
mente con sus narraciones y alimentándose él con
mis interpretaciones.
No aceptaba el material de juego que yo le brin-
daba; traía su caja, sus lápices, sus cuadernos y
usaba pocos elementos de los que yo le proporcio-
naba. ¿Sería también este hecho otro modo de
mostrar su dificultad para incorporar?, sin embar-
go confiaba en dejarlos a mi cuidado.
Entonces entendí esta actitud como una tran-
sacción, un recurso yoico mediante el cual él podía
verme y aceptarme como su terapeuta, favorecien-
do así la instalación de la transferencia.
Desde los primeros momentos del tratamiento
hubieron sesiones en las cuales el paciente podía
apelar a su creatividad, jugando, dibujando y
muchas veces trayendo materiales de la casa,
juguetes y masa para hacer actividades en el con-
sultorio.
Fueron situaciones muy significativas ya que
dieron lugar a tratar su problemática anoréxica.
Pensaba que era secundario el problema del
“enchastre” del consultorio desde lo concreto del
hecho. Sin embargo comprendí que este caos de
alguna manera evidenciaba su hostilidad y confu-
sión, tal como se manifestó en la hora de juego en
que obtuvo una mancha, a la vez que implicaba
poder realizar en ocasiones, partiendo de dicha
babel, un juego simbólico. Expresaba así su dificul-
tad. Siempre dejaba los materiales en el consultorio
para continuar en la siguiente sesión.
Estos períodos alternaban con otros en los que
frente a un señalamiento acerca de su sentir podía
surgir una crisis de violencia que se manifestaba en
forma de ataques a mi cuerpo tales como morder,
pellizcar y pegar; frecuentemente frente a estos
actos, pensaba en su necesidad de generar en mí,
actitudes violentas a ser ejercidas sobre él, tenien-
do que postergar permanentemente ciertas inter-
pretaciones respetando su ritmo de incorporación
y sus dificultades de “tragar” “...una experiencia
fundamentalmente nueva en la que “algo” recibe
cierta cuota de tiempo, espacio y atención donde
puede emerger (como sujeto)” (Bollas, C., 1991).
Promediando el segundo año de tratamiento
los padres comentan en una entrevista solicitada
por ellos, el propósito de separarse, ya que la pare-
ja “no da para más”. Lucio había logrado integrar-
se algo más con sus amigos y estaba aceptando
mejor la comida como correlato de admitir las
interpretaciones. Sin embargo coincidentemente
con dicha situación, comienza un período en que
se muestra más regresivo; pienso que es a conse-
cuencia del impacto traumático que le causa la
separación de sus padres, decisión que le es trasmi-
tida de modo muy ambiguo e impreciso, contexto
que le asusta mucho y que además él no puede
controlar. “No puedo hacer que se junten” dice en
una sesión (caída del narcisismo, de la omnipoten-
cia infantil derivado de la erogeneidad anal).
En la sesión previa a la que voy a tomar como
modelo, Lucio concurre más tranquilo que en las
anteriores, en que estaba muy irritado por el tema
de la separación y comienza a realizar un dibujo.
Utiliza colores cálidos apelando a su creativi-
dad, actividad que le ocupa una sesión aunque
quedando inconclusa la tarea. Muestra cierta difi-
cultad para aceptar la frustración del corte. Le
cuesta postergar la realización de su obra así como
separarse de mí. Le propongo continuar la próxi-
ma vez ya que su tiempo de sesión ha concluido y
con expresión de furia acepta proseguir la sesión
siguiente.
En ésta, la cual transcurre en la misma semana,
el niño entra al consultorio corriendo y lo noto
sumamente enojado e inquieto. Previamente se
había demorado en la puerta en tanto le pedía a su
niñera que le comprara algo para comer, quien se
negó a hacerlo por lo cual Lucio se enfureció.
Cuando estamos ambos en el consultorio me
pide “algo para comer”, ¿tenés galletitas? tengo
mucho hambre”,… pienso en su frustración y en la
necesidad de satisfacción inmediata, su imposibili-
dad de diferir la satisfacción del deseo que es vivi-
do en términos de necesidad si bien pide comida,
cuestión que es importante considerar en virtud de
uno de los síntomas que motivó la consulta (“no
quiere comer”).
Le digo que lo vi enojado con la niñera y le pre-
gunto qué pasó. Lucio no contesta con palabras,
abre su caja y comienza a trabajar continuando el
dibujo que había dejado inconcluso en la sesión
anterior. Mientras modela unas sillas de plastilina
dice: “mi chica es una pelot… porque yo quería
que me compre una barrita de cereal y no me la
quiso comprar,.... yo quería llamar a mi mamá”….
Y comienza a llorar,… “quería galletitas, caramelos
o algo”. Pienso que su llanto expresa frustración,
angustia, dolor y furia.
Le digo: “estás muy triste”
L- dice gritando,“no seas pelot… no vengo acá
para que me hables de lo que no quiero oír (desta-
co la frase en negativo). No me hables Felisa, sos un
monstruo…. No sabes nada y te crees que porque
sos psicóloga lo sabes todo”. Mientras habla traba-
ja, se mueve, es muy rápido en su despliegue mus-
cular.
Le digo que tal vez le pone triste el problema de
los padres. Y aquí surge una escena violenta: Al ins-
tante se levanta de su silla, se acerca a mi y escupe
en mi pantalón blanco, me pellizca e intenta mor-
derme, trato de abrazarlo y se escurre, quiere
pegarme plastilina en el pelo y en el pantalón.
Patea, escupe, deja marcas en mi cuerpo. Intento
nuevamente abrazarlo verbalizando en voz muy
baja que está asustado de su furia; sigue pateando y
escupiendo, decido seguir hablando suavemente
aunque más alejada de él.
A- “Basta Lucio!, vamos a entender qué te pasa”.
Busco una toalla, se la facilito y le ofrezco que escu-
pa en ella. Luego de hacerlo, me pregunta si la
puede ensuciar con plastilina verde. Le digo que
hay toallas de papel que le voy a dar, para que las
ensucie con plastilina. Voy a buscarlas y se las
ofrezco, las coloca sobre la de tela, escupe y ensu-
cia. De pronto se detiene en su accionar y se para
frente a mí; me mira como sorprendido pregun-
tando:
L- “Me miras…. ¿y qué ves…?
……………………………
Hasta aquí el fragmento de sesión.
Consideraciones teóricas
En medio del caos de la sesión, (estado anár-
quico que aparece como organizador de un pensar
más reflexivo a posteriori), me digo: mano a mano
y cuerpo a cuerpo al tratar de contenerlo física-
mente en ese forcejeo que implica la escena en sí
misma. Sentí cierta vivencia de espanto ante tanto
dolor expresado por un niño.
Le hablo de su enojo y su miedo, palabras que
creo, representan el eco de su angustia que, en
tanto descarga muscular espeja su intenso dolor.
¿Estaba angustiado por él o por su madre?
Angustia que le genera violencia; angustia motiva-
da por escenas que él supuestamente debe ver y
que no puede llegar a aprehender a partir de un
discurso paterno o materno, confusos.
Contratransferencialmente me sentí preocupa-
da e impotente, pensando a la vez que tenía posibi-
lidades de reflexión y autoanálisis a partir del regis-
tro de “lo sentido no pensado”, en palabras de C.
Bollas (1991).
Entiendo entonces la furia del paciente que a la
vez le da lugar a reconocerse luego como sujeto, allí
donde el narcisismo sangra por su herida.
Descarga sobre mi persona y mi cuerpo las pul-
siones agresivas (pulsión sádico-anal) que está
impedido de verbalizar ligadas al intenso dolor psí-
quico. Sin embargo, al darse cuenta que yo lo miro
y que le ofrezco un lugar para escupir, advierte que
yo tengo una imagen de quién es él. Me pregunta si
puede ensuciar, es decir que ya va descubriendo el
sendero hacia el campo donde rigen ciertas reglas y
requiere perentoriamente, que yo funde una ima-
gen de sí para que él pueda ligarla con las palabras.
Pensando la escena-acto, ésta brota a conse-
cuencia del señalamiento acerca de sus afectos: la
tristeza, pero fundamentalmente cuando aludo a
los nexos causales, es decir: ¿por qué está triste?
De ese momento tan crítico, en el a posteriori
de la sesión se pueden reconocer dos estados en el
niño: el primero muestra sus posibilidades de
recurrir a la palabra para expresar su hostilidad.
Hasta entonces él estaba jugando, aunque en ese
jugar con movimiento muy activo parecía haber
mucho de descarga muscular de tipo catártico,
aunque también un relato de una porción de su
realidad.
En el segundo momento, el del surgimiento del
estado de violencia y en relación a la intensidad de
la angustia hay seguramente, escenas que se repiten
en él anudadas al desborde afectivo derivado del
dolor psíquico. Es posible pensar que el caos pudo
ser la expresión de la repetición en la transferencia,
de la situación critica derivada del periodo de ocul-
tamiento y falsedad en la pareja en la época de la
infidelidad, situación que culmina con la frase “no
da para más” proferida por los padres en la sesión.
Este escenario suele afectar, en el niño, el desarro-
llo de la pulsión de saber, y por lo tanto también la
posibilidad de dominar la realidad.
Enfocando en la cuestión de las estrategias clí-
nicas en situaciones límite de manifestaciones de
angustia, podríamos pensar que dicho desborde
acaeció, no precisamente en el momento de seña-
lar el afecto, sino en un instante posterior en el cual
se establecieron nexos entre el afecto y las causas,
como dije anteriormente. Es decir que su crisis de
violencia se desata cuando él entiende que “yo sé
de su sentir”.
La toalla asoma a partir de la sintonía,
(Maldavsky, D., 2007) de la empatía que, de acuer-
do a Freud (1905), despierta la creatividad del tera-
peuta.
En el inicio de un relato o de una escena en la
Actualidad Psicológica
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 29
sesión, el terapeuta percibe y reúne información y
entra en contacto con los estados afectivos del
paciente e interviene en sintonía, es decir, trata de
captar y comprenderse con él.
La sintonía implica aludir al afecto. Este niño,
en el momento de la interpretación de la causa de
su estado afectivo, (recordar que le había interpre-
tado por qué estaba triste), se enfurece.
En el momento del desborde el terapeuta reali-
za una regresión funcional, que implica la comuni-
cación de inconciente a inconciente y que tiene que
ver con la posibilidad de apelar a la creatividad.
También otros autores como S. y C. Botella se
refieren a la regresión funcional del terapeuta a sus
restos oníricos en un movimiento libidinal ten-
diente a la identificación con el paciente.
Con mi mirada que apuntaba a contenerlo y
reconocerlo ante su vivencia de desamparo, él
pudo restablecer la transferencia remedando en
otro nivel el pasaje de aquello que en la expresión
gráfica surgió como un enunciado no figurativo, a
la noción de realidad apartándose de la confusión
en la medida en que en lugar de escupirme a mí,
escupe la toalla y luego un papel. Estos estados
afectivos se fueron diluyendo hasta lograr, Lucio,
una mejor integración yoica. El tratamiento fue
razonablemente exitoso.
Veamos la expresión del dolor psíquico en otro ejemplo clínico
Los padres de Fernando consultan cuando el
niño tiene 3 años y 6 meses. Concurren muy ansio-
sos lo cual se advierte en su actitud. Al comenzar la
entrevista hablan refiriéndose a las permanentes
dificultades con el control de esfínteres de su hijo.
El año anterior a la consulta, en el jardín, habí-
an hablado por ese tema; le habían sacado los
pañales prematuramente y coincidiendo con el
nacimiento de su hermana Juana, que en el
momento de esta consulta tenía 1 año y medio.
Los padres están ambos muy ansiosos, pero
habla más el padre, la madre parece estar muy pen-
diente de su marido, un tanto controlador, (como
reteniendo algunas palabras).
La madre confiesa sentirse más involucrada que
el padre en el síntoma del hijo.
Los siento desorientados y con ópticas diversas
acerca de la problemática del niño.
Hablan de “mancha en la ropa” expresión que
es común escuchar en los progenitores, tratando de
describir esta problemática. Están muy enojados.
Contratransferencialmente, creo que se sienten
impotentes.
La madre: se dice muy exigente. Yo quiero pau-
tarle todo, pongo los límites….antes de retarlo le
hablo. Es sensible, curioso. No acepta las consignas
en general. Es terco y desafiante. Es un chico muy
rebelde.
El padre se había ausentado un tiempo por tra-
bajo en esa época que coincidió con el nacimiento
de la hermanita y la enseñanza del control esfinte-
riano. “Fue un gran sufrimiento familiar y perso-
nal, Fernando dramatizaba en los juegos la ausen-
cia del padre. Pudo decir que cuando nació Juana
me extrañó mucho,” expresa la madre.
Ella trabajaba de forma independiente en ese
momento muchas horas. El padre fue criado con
mucha exigencia y es autoexigente. La madre tam-
bién provenía de una familia muy exigente y supo-
nía que ella repetía ese modelo.
Se realizan entrevistas con los padres un tiem-
po. Un día comentan que tiene pesadillas y que se
toca mucho la cola sobre todo cuando mira TV.
En general a lo largo de las entrevistas ellos
veían progresos aunque cada tanto aparecía un
comentario que me generaba interrogantes. Había
mucha violencia en la pareja. Luego de trabajar con
los padres decido ver a Fernando y a la vez sugiero
a los padres que inauguren espacios individuales
para ellos, ya que no tenían experiencia de análisis.
Me preocupó la masturbación anal frente al tele-
visor. Así manifestaba el niño a mi entender, estados
de retracción y angustia ante sentimientos de sole-
dad y desamparo como repetición del momento del
control de esfínteres en que se sintió desplazado por
el embarazo materno y la ausencia paterna.
Un detalle significativo a los efectos de realizar
un tratamiento psicoanalítico era que vivían signi-
ficativamente lejos del consultorio, lo cual genera-
ba inconvenientes de orden práctico y que a la vez
podían entenderse como producto de resistencias
inconcientes.
1ª Entrevista: Fernando tiene 4 a,10 meses
Entra como si hubiese conocido el lugar. En
seguida quiere jugar al UNO juego de cartas que
visualiza en un estante, y dice que la estación de
servicio con los autos es para nenes más chicos.
P: “¿Te puedo decir? Me contaron que vengo a
jugar”.
T: ¿Qué más sabes?
P: No tengo la menor idea de nada, voy a mezclar
aunque no me sale tan bien, ya mezclé,… jugamos!.
Pierde y no acepta, se para, mira, dice que él
sabe, él ganó. El ritmo de la sesión es maníaca, se
muestra muy ansioso.
Dice que no sabe porqué viene.
Le dije que sus papás estaban preocupados por-
que manchaba a veces el calzoncillo.
P: ¿Qué es el calzoncillo?,…. Te hice un chiste.
Quiere dibujar un nene, quiere pintar el dibujo
que hizo y llevárselo. Le digo que ése queda acá y
que puede hacer otro para llevarse. Pinta con plas-
ticola el dibujo de un nene y copia en otra hoja el
anterior.
Le sugiero si quiere dibujar una casa
“me sale pésimo”
Pido árbol. No quiere dibujar más
P: Ah! estos son los Bocú (de Dragon ball) están
peleando, siempre pelean. Son buenos pero a veces
pelean.
Porque algunos quieren tener poder, por eso se
pelean, son 7 todos se pelean, los 7. Los buenos tienen
que denunciar al Bocú malo, porque es el Bocú del
futuro, es malo. A veces tiene ganas de pelear.
T: Tal vez creés que tener ganas de pelear es
igual a ser malo.
Juega solo a la pelea.
P: No me van a tirar al tacho de basura, dice uno
de ellos.
Siguen peleando porque uno se enojó y se tenía
que quedar ahí.
Sigue jugando solo.
Toda la hora está impregnada de agresión, de
peleas entre malos y buenos y así concluye.
Contratransferencialmente siento angustia, que
el niño trasmite por la intensidad de la agresión y
el sentimiento de culpa que se le hace inmanejable,
más la angustia, supongo, ante las peleas de los
padres que las vive con sensación de mucha vio-
lencia. También pienso en la rebaja de su senti-
miento de sí en las expresiones: “me sale pésimo”, o
en el abandonar la acción de dibujar.
P: Los power los matan… son malos
No pudieron escapar porque los power los fueron
a matar y ganaron.
P: “estoy aburrido de jugar, quiero jugar a otro
juego”.
No logra mucha continuidad, las secuencias se
interrumpen; pienso que la angustia ante su hosti-
lidad opera como interferencia a la continuidad de
su relato.
Al pensar en este material surgen en mí algunas
ideas en particular relacionadas con la desilusión
de sí mismo y de no responder a los ideales pater-
nos y destaco cómo se siente culpable por ello.
Podemos pensar que se defiende maníacamen-
te de sus estados de tristeza. El siente que salió
“pésimo” y teme ser tirado a la basura. Cuando
quiere representar su cuerpo (casa), emerge su
herida narcisista que lo lleva a renunciar a plas-
marlo en un gráfico e intentar más dibujos. Sin
embargo pudo registrar que yo valoraba su pro-
ducción al aceptar repetir el que deseaba llevarse,
lo cual denota su capacidad de vincularse conmigo.
Es factible que Fernando se halla sentido muy
solo cuando nació su hermana , ya que el padre,
que hubiese podido erigirse como objeto de su
refugio, en ese momento estaba ausente. El aburri-
miento, al final de la sesión denota el sello de ori-
gen de su angustia.
Fragmento de sesión al año de tratamiento
El paciente entra con cara triste; lo veo en su
rostro; al registrarle yo su estado afectivo (le digo
que lo veo triste), se enoja tratando de desmentir
su tonalidad y la expresión de su rostro.
Voy notando el deslizamiento de la tristeza a la
furia. Le pregunto si pasó algo que lo enojó y
repentinamente el niño estalla en cólera, comienza
a violentarse, tratando
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Página 30 • Marzo 2012
con palabras de desmentir mi interpretación y en
consecuencia, su sentir.
Entiendo que le duele su situación; él concurrió
a sesión a la salida del colegio y, por sus gestos, y en
función de lo trabajado hasta ese momento, com-
prendí que algo del orden de alguna circunstancia
de rivalidad entre compañeros había ocurrido.
Al señalarle mi idea y sugerir que podamos
hablar del tema se irrita aun más y grita.
P: “que te crees, ¿Qué sos adivina vos?” no me
pasa nada, (se levanta, tira su caja, comienza a
sacar cosas de la caja y me las tira, trato de calmar-
lo hablándole en voz baja, le digo que esta muy
asustado por todo lo que siente.
P: Sos una forra, p…, h de p,… ch… la p., la c
de la l…..que te pensás!... que lo sabes todo? No
sabes nada! (Sale del consultorio hacia la puerta, le
indico con tono firme que no puede salir).
Trato de calmarlo, rechaza el contacto, va al
baño, se encierra (sin llave pues no hay traba), y le
hablo en tono calmo desde afuera.
Sale con mucha furia, insulta, da vueltas
corriendo por todo el consultorio y así continúa la
sesión hasta el final.
Le voy interpretando su angustia, su dolor, su
sentimiento de culpa y el miedo que yo lo deje, que
lo abandone por su furia (de hecho es el final de la
sesión). Entiendo que siente que su espacio tera-
péutico, “se manchó.”
Recordemos que en el momento en que se iba
instalando el control esfinteriano en este niño, el
padre se ausentó por trabajo y esta circunstancia
pudo ser vivenciada como una situación traumáti-
ca familiar. Este fue uno de los problemas que
padeció; el otro fue el hecho de perder el respaldo
en la identificación con la madre al nacer la her-
mana, ya que consecuentemente, con ese aconteci-
miento, él sufrió ante la vivencia de abandono.
F. Dolto (1984), refiriéndose a las castraciones
simbolígenas, nos trasmite que si el niño no puede
sublimar el placer ano-rectal, el sujeto queda ancla-
do en el proceso de comunicación inicial con su
madre interna; “retiene o es incontinente, pasando
del aburrimiento a la excitación”. Agrega que el
valor simbolígeno de la castración anal, radica en la
integración de lo pulsional, que se expresa en la
posibilidad de una descarga motriz adecuada y en
el modo de descarga de agresión al otro.
Volviendo a la sesión comentada, esta secuencia
había ocurrido en algunas anteriores aunque pro-
mediando las mismas lograba calmarse y estallaba
en llanto, pudiendo manifestar su dolor, su senti-
miento de inferioridad, de humillación, su vivencia
de castración. Fernando no era el ideal que él pen-
saba, identificado con un padre ideal. En esta
sesión el desborde continuó.
Me pregunte qué motivó la violencia, ¿Por qué
tanta furia? ¿Había querido eludir aquello que su
sentir le indicaba y que furiosamente lo proyectaba
en mí, como si yo representara el monstruo furio-
so que él contenía en su interior? ¿Sería que mis
palabras le hacían reconocer su estado afectivo?
Meltzer, D. (1966) habla de los factores que
contribuyen a la formación del carácter y en ese
sentido señala en dicha constitución, tres aspectos:
el primero tiene que ver con la valoración narcisis-
ta de las heces, luego se refiere a las confusiones en
torno a la zona anal (en especial confusiones ano-
vagina y pene-heces), y como tercer factor aunque
no menos importante, subraya el aspecto identifi-
catorio de los hábitos y fantasías anales basados en
la identificación proyectiva.
Las exigencias de limpieza agravadas por la
expectativa de la llegada de hermanos, contribuye
a una fuerte tendencia a idealizar el recto y sus con-
tenidos fecales. Como desenlace psíquico el niño
puede “simular” madurez pero ésta es sumamente
frágil y puede quebrarse por una leve frustración
manifestándose, entonces, como arranques viru-
lentos de violencia, rabietas, mentiras, etc.
Algunas reflexiones
Estos estallidos de violencia en las sesiones me
condujeron contratransferencialmente, a pregun-
tarme si es pertinente escabullirse como terapeuta
de despertar en el niño tanta violencia en la sesión,
equivalente a la intensidad de su sufrimiento. Es
decir, si tanta rebeldía ante mis interpretaciones, le
revelaban a los pacientes niños la intensidad de su
pulsión agresiva y ese reconocimiento los espantaba.
Me interrogué también si era oportuno sortear
la posibilidad de descarga, pues pensaba que si yo
en ese momento en lugar de decirle “estas triste” le
aceptaba su juego y obviaba el estado afectivo que
trasmitía gestualmente tal vez hubiese evitado su
estallido, adaptándome más a las necesidades pro-
pias que a las del niño.
A partir de esta escena, me surgieron muchos
interrogantes, vinculados a cuáles serán los recur-
sos técnicos con que contamos los analistas para
por un lado, lograr la expresión en la sesión de la
pulsión agresiva, de la pulsión destructiva, el des-
borde sádico anal, la ruptura de los límites, y por
otro, dar lugar a la manifestación simbólica en
lugar de la descarga directa, que tal vez pone en
riesgo la transferencia.
En este sentido Winnicott, D. (1947) en su artí-
culo “El odio en la contratransferencia” habla de la
ambivalencia del terapeuta y de los sentimientos
de odio.
En relación al análisis de las psicosis expresa
que en estos pacientes se advierte claramente la
influencia del odio.
Destaca que por mucho que el analista quiera a
sus pacientes, no puede evitar odiarlos y temerlos y
aclara que cuanto más el analista sepa de ello,
menor será la incidencia del odio y del temor en su
labor terapéutica. Además afirma que si “el pacien-
te busca odio objetivo o justificado debe ser capaz
de encontrarlo, de lo contrario es imposible que se
crea capaz de encontrar amor objetivo”.
Como la pregunta acerca del porqué de la vio-
lencia y el cauce a destinarle en la sesión con un
niño insiste, se nos impone una reflexión en este
sentido. Tal vez un recurso técnico posible a ser
usado a partir de la preocupación que, como tera-
peutas, se nos demanda en estos casos, es apelar a
los recursos creativos con que contamos a poste-
riori de estas experiencias.
Una modalidad de encuentro con el niño
podría ser el hecho de anticiparle su posibilidad de
desborde, algo así como: decir por ejemplo, “te
apuesto a que después de lo que te voy a decir te da
una crisis de furia,…” , o bien: “si te comento lo
que pienso, seguro te vas a enojar….”. Ello dicho en
el terreno del chiste, del juego, como una interpre-
tación lúdica que morigera aquello que puede
resonar en el otro como intrusivo o dicho a des-
tiempo, o bien , como dije antes, palabras que pue-
dan evocar una imagen espantosa más vinculada a
las frases y riñas escuchadas desde sus padres .
La experiencia nos señala que éste, el del chiste,
es una coartada útil, ya que de este modo la tensión
disminuye y podemos continuar dialogando. Pero
también me pregunto si a partir de esta forma del
decir como terapeutas estamos soslayando el surgi-
miento del sadismo.
Entiendo que estas cuestiones de la práctica clí-
nica, nos llevan a reflexionar más sobre la técnica,
cuestión que abre las puertas a otro trabajo.
Nos preguntamos: ¿qué demanda el niño con
estos estallidos violentos? ¿ podría ser motivo de
interferencias en la transferencia?
Hemos tratado de hacer algunas conjeturas en
relación a ciertos interrogantes que van asomando
en la práctica clínica.
¿Por qué se genera la reacción de violencia y
furia en el paciente?, ¿qué lugar ocupa el cuerpo del
analista en la transferencia?, ¿es el cuerpo en su
totalidad o son aspectos parciales del mismo como
puede ser la mirada?
En ambos ejemplos propuestos se podría pen-
sar que los niños, respondiendo a la pregunta acer-
ca de la demanda, buscan una mirada identificato-
ria que les aporte representaciones para ligar la
angustia desbordante.
Una propuesta posible para los dos casos es que
la mirada genere en el paciente una imagen que
pueda ser ligada con palabras. En los dos casos lo
que se puede apreciar es que el afecto furia emerge
a partir del enlace causal. El problema se plantea
justamente cuando esta asociación se concientiza .
Con estos interrogantes cierro mi exposición
con la idea de generar la apertura de un debate
sobre la temática propuesta.
Bibliografía
Aberastury, A. Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Ed.
Paidos. Bs. As.. 1992.
Baranger, W. y M. Problemas del campo psicoanalítico. Ed.
Kargieman. Bs. As. 1993.
Borges, J.L. “ El otro el mismo”. 1964
Botella, C. Desmentida, regresión y extrañamiento. Revista de
Psicoanálisis. Tomo LVII Nº1. Bs. As. 2000.
Freud, A. Normalidad y patología en la niñez. Ed. Paidos. 1971.
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Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. A.E. T. XII
Freud, S. (1916). Paralelo mitológico de una representación obse-
siva plástica. A.E. T. XIV
Freud, S. Conferencia 34 (1933-1932)
Maldavsky, D. La intersubjetividad en la clínica psicoanalítica. Ed.
Lugar. Bs.As. 2007.
Maldavsky, D. Lenguajes del erotismo. Ed. N. Visión. 1999.
Meltzer, D. (1966). La masturbación anal y su relación con la
identificación proyectiva. International Journal of Psychoanalysis
47,335.
Nasio, J. D. Cómo trabaja un psicoanalista. Ed. Paidos. Bs. 1996.
Widder, F. y amburgo, C. A.P.A. Diálogo clínico entre dos psicoa-
nalistas. Contratransferencia - subjetividad y deseo del analista en
psicoanálisis con niños. Comunicación preliminar. Bs. As. 2005
Widder, F.: “Intervenciones en la transferencia”. Bs. As.
Widder, F. Soy todo oídos. Congreso F.E.P.A.L 2008.
Winnicott, D. “El odio en la contratransferencia” en Escritos de
pediatría y psicoanálisis. Ed. Laia. Barcelona. 1958.
Actualidad Psicológica
En la clínica de niños hemos obser-
vado dos tipos de rebeldías: 1)
una rebeldía de tipo oposicionista
en el que niño cuestiona todo y
canaliza su propia hostilidad y 2)
una rebeldía más pasiva en la que el niño pierde
el interés respecto de los estímulos del mundo
social / escolar. Es una rebeldía caracterizada por
el aburrimiento.
La clínica de niños en el contexto escolar nos
enfrenta a una serie de fenómenos complejos.
Tomaré uno de ellos como el estado de aburri-
miento como expresión de la rebeldía.
Conceptualización del aburrimiento
Para Masud Khan (1986) el aburrimiento
tiene la característica propia de la tendencia anti-
social.
Bertrand Russel (1964) define el aburrimien-
to como un ingrediente imprescindible de la
vida. Se lo define como una emoción ambigua y
compleja.
Yakélevitch Vladimir (1963) conceptualiza el
aburrimiento como una consecuencia de la
acción de la pulsión de muerte buscando el retor-
no al mundo inorgánico.
A su vez Melitta Sperling (1980) define el
aburrimiento como equivalente de la depresión
en el niño. Esta autora cuando se refiere al fraca-
so escolar lo describe como expresión de la
depresión infantil mencionando el aburrimiento
como equivalente depresivo.
P. Gutton relaciona al aburrimiento con un
estado más paranoide que depresivo, él dice: “el
hastiado hace creer que está deprimido cuando
en realidad está paranoico”. Es la forma de defen-
derse de la persona vengativa.
Aburrimiento como ataque envidioso
Podemos pensar en el aburrimiento como el
resultado de un desinterés provocado por un ata-
que envidioso y desvalorizador del objeto como
resultado de una única incapacidad para tolerar
el encuentro con el misterio del objeto.
Frente a la comprensión del aburrimiento
como consecuencia de la tendencia inorganici-
dad se puede formular otro vértice que acentúa la
incapacidad del niño para enfrentar el encuentro
con el objeto, como si careciera del el impulso
necesario y suficiente como para acercarse al
otro, ese déficit hará presente la combinación con
estados defensivos, pero no se trata de un con-
flicto de ambivalencia sino de una carencia de
desarrollo.
Aburrimiento y sus dos manifestaciones
El aburrimiento tiene dos manifestaciones:
una más ligada con el sentimiento de injusticia y
humillación y la otra con la vivencia de vacío psí-
quico. Esta última presenta fallas en la simboliza-
ción y en la vinculación.
Aburrimiento y sentimiento de injusticia
D. Liberman (1979) ubica el aburrimiento en
la fase anal primaria y por esto está ligado con el
sentimiento de injusticia, con el “estar preso “.
Como están presos, estos niños se aburren frente
a la situación del aprendizaje y muestran una
conducta oposicionista pasiva frente al docente.
El aburrimiento tiene que ver con la vivencia de
vacuidad. Observamos que en estos niños la rea-
lidad es toda falsa y acompañada de sentimiento
de vacío y somnolencia frente al estímulo escolar.
Podemos pensar que estas conductas además
de ligadas al sentimiento de injusticia, están vin-
culadas al deseo de verdad o de poseer la verdad,
o sea un proceso más cognitivo. Otra expresión
más de la conducta se vincula con lo corporal por
que hay niños que salen del aburrimiento
comiendo en la escena escolar o masturbándose
en la escena privada.
Podríamos pensar que los niños están aburri-
dos porque les ha faltado un objeto que sustituya
el interés para descubrir al mundo, como si
hubieran carecido de un objeto que los nombra-
ra y hubieren permanecido recluidos en un con-
junto de imágenes mudas que no pueden ser arti-
culadas con el lenguaje, por eso observamos que
los niños suelen despejar rápidamente hacia el
mundo cuando encuentran un objeto que los
libidinice, que los invista, que despierte interés
en ellos y los rescate del estado de carencia que
rememoraría al hospitalismo como lo planteó
René Spitz.
Dificultad de vincularse con el mundo
La dificultad de vincularse con el mundo es lo
condición del aburrimiento y por ende el víncu-
lo queda anulado o marginado.
La posibilidad a un mundo simbólico es un
mundo vacío, con tendencia a los trastornos
somáticos y un de vacío de significados en la vin-
culación con el mundo
Condiciones para producir un mundo vacío
La metáfora del mundo vacío es nuclear para
comprender el aburrimiento y en mi opinión se
encuentra en la base de una gran complejidad.
Por este motivo, a continuación mencionaré
algunas condiciones para producir ese vacío tal
como lo expone Carlos Tabbia (2004)
1) Un mundo externo carente de interés por-
que el mundo interno está capturado por obje-
tos enloquecedores que absorben toda la aten-
ción del sujeto haciéndole vivir a espaldas a la
realidad.
2) Un mundo interno invadido por un
mundo externo desbordante de estímulos planos
Actualidad Psicológica Marzo 2012 • Página 31
El aburri-
miento en los
niños como
expresión de
la rebeldía
Jorge G. Cantis
2 Los niños rebeldes y desafiantes de hoy.Beatriz Janin
6 Estudios sobre la rebeldía.
Mario Waserman
10 Niños, ¿rebeldes?Juan José Calzetta
13 Niños nerviosos y rebeldes.
Una lectura clínica.Ilda S. Levin
18 “Niños rebeldes... adolescentes violentos”.Susana Quiroga - Glenda Cryan
21 Niños rebeldes en la época actual.Mirta Berkoff
24 Más que rebelde: niño indómito.
Laura E. Billiet
27 Cuando el espanto nos une.
Acerca de la transferencia rebelde.
Felisa Lambersky de Widder
31 El aburrimiento en los niños como
expresión de la rebeldía.
Jorge G. Cantis
Próximo número: Abril 2012Resistencias en terapia
Página 32 • Marzo 2012
(como la propaganda y las imágenes bidimensio-
nales en la TV) que borran la mente de los inci-
pientes permanentes y los balbuceantes referidos.
3) Un mundo externo gobernado por un
objeto madre – o – padre, ocasionalmente “efi-
ciente” que se va entrelazando con la imagen
externa (la ropa, la moda, las leyes de urbanidad)
o sólo por el cuerpo del hijo (su belleza, su salud)
funcionan como un hueco y/o parcial modelo de
identificación (padres narcisistas).
4) Pero también puede ser un mundo vacío por
que la voracidad envidiosa del sujeto destruye cada
elemento del mundo externo que le es ofrecido.
5) El vacío podría ser también la consecuen-
cia de un repliegamiento defensivo prestando el
desmantelamiento del objeto al que se percibe
como demasiado inabarcable.
6) La falta de impulso suficiente como para
alcanzar el objeto.
Ante tantos desencuentros, el vacío y el abu-
rrimiento son una consecuencia natural de la
incapacidad de vincularse.
Procesamiento del aburrimiento (como expresión de la rebeldía) en el contexto escolar
• Los niños se quedan dormidos o su equiva-
lente: somnolencia, apatía frente a la situación de
aprendizaje.
• Mecanismo de fuga: los niños salen del aula
constantemente.
• Tendencia a la violencia con sus pares, pro-
vocación permanente
• Los niños arman peleas entre sus pares por-
que fracasa el mecanismo de fuga
Caso clínico
Los padres de Matías (8 años) llegan a la con-
sulta psicoanalítica derivados por la escuela.
Los padres manifiestan preocupación porque
su hijo que concurre a una escuela de doble jor-
nada y que tiene “dificultad para ingresar al aula,
sale muchas veces fuera de la misma, deambula
por el patio, se enoja fácilmente y en repetidas
ocasiones no entiende las pautas sociales”.
De la historia biográfica del niño aparecen
ciertos datos significativos: “de bebé era muy
inquieto, lloraba sin motivo aparente, siempre
fue difícil vestirlo y enseñarle alguna pauta.
Además era muy voraz con la comida, actual-
mente tiene sobrepeso”.
Los padres están separados desde los 4 años
del paciente. Durante la entrevista el padre mani-
festó dolor melancólico de la vida matrimonial,
de la vida en familia.
A los 6 años del niño falleció el abuelo mater-
no en forma súbita y esta situación traumática
familiar generó dos efectos significativos: por un
lado en el niño, la elaboración de una pérdida
familiar porque era un vínculo muy afectivo y
muy presente en lo cotidiano y por otro lado en
la familia la causa de esta muerte ha generado
una serie de secretos y dolores mudos aún no
descifrados.
Primeros encuentros con el niño:
Una de las características más salientes del
paciente era su estado de alerta con una fuerte
inhibición a la actividad lúdica y gráfica combi-
nada con conductas desafiantes de querer salir
del consultorio.
En su discurso y su comportamiento se mani-
festaban diferentes corrientes psíquicas con fuer-
te fijación al yo real primitivo.
Visita del analista en la escuela.
Al concurrir a la escuela para entrevistarme
con los profesionales del gabinete, solicité poder
observar al paciente que justamente se encontra-
ba en la hora del recreo y pude ver al niño deam-
bulando por el patio sin rumbo aparente y gri-
tando “papá – papá”.
Sesión vincular con el padre:
Fue muy interesante lo que se desplegó en la
sesión con el padre y el niño.
El padre dibuja una escena de su propia histo-
ria infantil: una plaza con juegos sin personas ni
animales. En este gráfico se ve claramente lo que
el padre extraña lo que tuvo y lo que nunca tuvo
en su historia. Al señalarle su nostalgia por que lo
que no tuvo, el padre agrega que muchas veces su
hijo le pregunta:”Papá ¿por qué estás serio? ¿Por
qué no hablas? ¿Estás triste?”“
Reflexiones finales
- El aburrimiento como expresión de una
rebeldía pasiva se transforma en motor de con-
flicto que aparece cuando ya no puede fugarse.
- A consecuencia de esta fuga aparece una
retirada libidinal, el niño se queda sin recursos
simbólicos, se pierde la unidad y la capacidad de
hacer demandas.
- Además hay en el niño una defensa contra la
actividad de la fantasía; manifestándose un con-
flicto entre el mundo externo y el mundo interno.
- En el niño se presenta una identificación
con la nostalgia paterna y además capta desde la
identificación materna los silencios familiares
respecto de la muerte súbita del abuelo.
- La estrategia de ligar estas escenas tanto en
lo escolar como en lo familiar posibilitó al niño
poder reinvestir en forma progresiva el mundo
encontrando intereses tanto en el contexto esco-
lar como en le contexto de su pertenencia social.
Bibliografía
Liberman, D. (1979) “Psicoanálisis de la manía y la psicopa-
tía” Paidós, Bs. As.
Gutton, P. (1996) “Psicoanálisis con niños y adolescentes” N°
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Yankélévitch,V. ( 1963) “La aventura, el aburrimiento, lo
serio” en Revista de Psicoterapia Psicoanalítica, N|° 8,
Barcelona
Sperling, M. (1980) “Psicoterapia del niño neurótico y psicó-
tico”, Paidós, Bs. As.
Tabbia C. (2004) “El Aburrimiento: la emoción anulada”,
Barcelona.
Actualidad Psicológica
Sum
ario
I405
Marzo 2012
Ilustración de tapa:Rodolfo López MartinoDistribución en Interior: D.I.S.A
Distribución en Capital:
Tricerri -Bignami
Los artículos firmados son de exclusiva
responsabilidad de sus autores,
y no reflejan necesariamente la opinión
de la dirección.