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rrrrrrrrrreeeeeeeevvvvvvvvvviiiiiiiiisssssssssssttttttttttttaaaaaaaaaaaa ccccccccccccuuuuuuuuuuuuuullllllllllllltttttttttttttuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuurrrrrrrrrrrrrrraaaaaaaaaaaaaaallllllllllllllllll
dddddddddddeeeeeeeeeee AAAAAAAAAAAAAmmmmmmmmmmmmmmppppppppppppuuuuuuuuuuuuuddddddddddddiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaa
PRESENTACIÓN:
Ampudia en el corazón
CREACIÓN LITERARIA:
El último maletilla (Cuento)
La mirada de los poetas
HISTORIA E INVESTIGACIÓN:
Nuestra Sra. de la Cerca
El Hospital de Sª Mª de la Clemencia
DOSSIER “LA DEHESILLA”:
“Un gran mundo” de Álvaro Pombo
GALERÍA DE PERSONAJES:
D. Cristobal de Lobera y Torres
D. Luis Martín Gromaz
RECUERDOS Y VIVENCIAS:
Profesionales de la sanidad en Ampudia
A Eva Zarzuelo, en su dia de gloria
Cartas a mi padre (Pablo Velasco)
Benito Tadeo: El último sacristan
El herrero Guillermo Pérez Bravo
AMPUDIA EN LOS LIBROS:
Jesús Torbado, viajero impenitente
HEMEROTECA
La Industria en Ampudia (Siglo XVI)
Ampudia en el año 1926
Felix Bodero Paredes
L. María Medrano y J.C.M.
L. José Peña Castrillo
Mauricio Herrero Jiménez
Epifanio Romo Velasco
J. Ignacio Izquierdo Misiego
Epifanio Romo Velasco
José Pedro Bravo Castrillo
Sari Fernández Perandones
J. María Velasco Peinador
Noelia Tadeo Garrido
Marina Pérez Gutiérrez
Daniel Franco Romo
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Sumario
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Nº 5Primavera-verano 2018
Todos los pueblos enganchan. Puede ser un villorrio desconoci-
do, o incluso un humilde caserío; da igual. Sea el lugar de naci-
miento, o simplemente el solar familiar. El recuerdo de algunas
vivencias infantiles, o de unas fi estas patronales de juventud, bas-
tará para hacer que pase a formar parte de las raíces personales
de cada uno con una fuerza solo comparable con la de los lazos
familiares.
Pero no cabe duda de que algunos pueblos y lugares tienen a este respec-
to un atractivo especial. Y uno de estos lugares es AMPUDIA. Sea por su
belleza monumental, por su historia, o por sus singularidades (no siempre encomiables),
engancha de tal manera a los naturales que por mucho que se alejen acaban casi siempre
por retornar a su origen, aunque solo sea para ocupar un pequeño huequecito en el ce-
menterio local.
Solo por eso, porque somos muchos los que llevamos a nuestro pueblo en el corazón,
puede entenderse que, pese a la despoblación que nos azota, quienes hacemos LA CO-
RREDERA perseveremos en nuestro empeño, contra viento y marea, siempre pensando
en que este número puede ser el último, pero siempre sacando fuerzas de fl aqueza para
hacer un número más.
Y todo sin olvidar que en LA CORREDERA somos aves sin canto que, como los
gorriones, y a diferencia de los jilgueros y canarios que cantan enjaulados, tenemos como
esencia de vida nuestra LIBERTAD.
Epifanio Romo Velasco
(Editor)
en el corazónAMPUDIA
Editor
Epifanio Romo Velasco
Director
Daniel Franco Romo
Dibujo Portada
Acuarela de Basilio Saldaña
Ilustraciones
Basilio Saldaña
Luis Piñero
F. J. Ortiz
Juan Vélez
Recepción y Colaboraciones
Correo Electrónico:
Correo Postal:
“LA CORREDERA- Revista Cultural
de Ampudia”
Calle Pósito, nº 5 –34191 AMPUDIA
(Palencia)
Diseño y maquetación: Juan Vélez
Imprime: Gráfi cas Calima
Depósito legal: SA-445-2010
ISSN 2172-5950
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Curro Molina, “El
Maletilla”. Así era co-
nocido en su pueblo
de Ampudia. Tenía
pocas esperanzas de
llegar a ser fi gura del
toreo; un cuerpo cosido
a cornadas por vacas toreadas por las fi guras en el
campo charro y por esas plazas de Dios. Se le cono-
cía por toda Andalucía y Castilla y León; no había
pueblo o ciudad en que no hubiera toreado en algún
festejo menor. Curro Molina era alto y bien pare-
cido, tenía un don con las muchachas jóvenes don-
de toreaba; moreno, ojos grandes y un bonito pelo
a medias cuidado. Había compartido mantel y capa
con muchas fi guras del toreo de la época en capeas
y en esos pueblos del miedo, de plazas de talanque-
ras y morlacos toreados; se había repartido el dinero
con otros maletillas en las fi estas patronales de los
pueblos de Palencia, Salamanca y Valladolid; había
mendigado entre la vida, la muerte y la esperanza,
soñando con un triunfo una tarde en Madrid, en esa
plaza que todo lo da o todo lo quita, a veces cita con
la vida y la muerte.
Aquella mañana Curro Molina se encontraba
en una taberna mugrienta de la calle más taurina
de todo Madrid, la calle Victoria, saboreaba un ca-
liente café negro como esos toros que pastan por los
campos salmantinos. Estaba solo como a Curro le
gustaba estar, solo como si estuviera delante de uno
de esos toros cárdenos del mejor de los ganaderos,
Victorino Martín.
“El Paleto de Galapagar” desafi ando la muerte
y soñando con la puerta grande de las Ventas. Dejó
caer por un instante la mirada y el pensamiento
sobre una de las paredes que adornaban la taberna
con carteles viejos de toreros de otras épocas: Jose-
lito “El Gallo”, Juan Belmonte, Domingo Ortega y
del malogrado torero, el más importante de los úl-
timos setenta años, Manuel Rodríguez “Manolete”.
“El Maletilla” de pronto sintió una confusión entre
tristeza y alegría, sintió un frío aterrador por todo
su cuerpo, como si su sangre se hubiera congelado,
cuando vio el nombre en letras grandes en un cartel
colgado en la pared de su amigo “Currito del Ro-
merillo”. Nunca llegó al doctorado por culpa de un
novillo de Antonio Pérez Tabernero que le partió el
corazón en una tarde calurosa en la provincia de Za-
mora. La angustia y el dolor se apoderó de su mente
y parecía como paralizado por el rayo de sol que se
fi ltraba por las junturas de los postigos de las oxi-
dadas ventanas, riendo la neblina de los cigarrillos
de tabaco negro barato. Un radiocasete polvoriento
y envejecido hacía sonar uno de los poemas de Fe-
derico García Lorca dedicado a su amigo muerto en
1934 en la plaza de Manzanares, Ignacio Sánchez
Mejías, “A las cinco de la tarde”.
Su persona parecía una mezcla de alarido y re-
beldía. Le vino a la memoria aquellas películas que
a veces se proyectaban los domingos en los fríos in-
viernos castellanos en el Cine Isabel, propiedad del
señor Félix Sabas, y cuando siendo aún muy niño
vio torear por primera vez a muchachos jóvenes en
aquella plaza cuadrada del Moradillo y en el “Corral
de Roque” a Vicente Ramos, “Ramitos”, y a otros jó-
venes del pueblo y lugares cercanos. Miró con fi jeza
una deteriorada cabeza de toro y soñó cerrando sus
ojos negros la fantasía de toda una vida buscando
la gloria y la fortuna, pero pensando que este es un
mundo extraño en el que solo unos pocos elegidos
consiguen la gloria y los dineros.
Por un instante le vino a la memoria aquel día
gris y frío cuando dejó su Ampudia natal y salió so-
ñando con volver siendo el mejor de los toreros; en el
coche de línea del señor Pedro Villacorta, por la ca-
rretera de Alconada, en dirección a Palencia, dejando
atrás fértiles campos de trigo, ondulantes mares de
hierba y páramos de encinas y robles convertidos en
erial.
Una voz ronca y pausada le hizo volver la mira-
da atrás. Pronto conoció esa voz que le decía “Curro
hay que arrimarse el domingo”. Como un rayo se le-
vantó de la silla, dio un abrazo a aquel hombre bajito
de estatura y entrado en carnes, de tantas horas sen-
tado en la ofi cina donde trabajaba por las mañanas
como agente de seguros, mientras por las tardes se
El últimoMALETILLA (cuento)
FÉLIX BODERO PAREDES
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dedicaba a los asuntos taurinos. Don Manuel como
se le conocía en el urbe taurino, pulcro en el vestir,
con traje claro y corbata siempre del color de sangre
de toro. “Bueno, Curro, el domingo tienes la opor-
tunidad, toreas una novillada de Luis Algarra en las
Ventas”.
Al fi n llegó la oportunidad que tantos años es-
tuvo esperando y sabía que no la podía desaprove-
char. Se la tenía que jugar porque de esa novillada
dependía toda la temporada. Si fracasaba, tendría
que irse a casa con sus ancianos padres a los que pro-
metió llevar un día a conocer el Cantábrico, a San-
tander, mar a veces bravo como esos toros difíciles
de lidiar. Nunca habían salido de Ampudia, ni en sus
años mozos; su pueblo era para ellos como una gran
ciudad y todo el universo juntos.
En la mesa de enfrente tenía a viejos apoderados
y empresarios fracasados. Disertaban sobre las for-
mas de torear de hoy y de ayer, que si Juan Belmonte,
Antonio Ordóñez, Manolete, Enrique Ponce y José
Tomás. Gentes de otra calaña que negociaban con
chavales y empujaban a estos muchachos a meterse
entre los pitones, a veces de reses ya toreadas, para
ellos sobrevivir y alimentar sus glotones estómagos.
No quedaba ya gente como Don Manuel; algún di-
nero le costaba ayudar a estos muchachos aprendices
de toreros, algunos llegaron, otros se quedaron en la
cuneta. Había puesto muchas esperanzas en Curro
Molina, era mucha la lucha que tenía que librar con
ciertos empresarios.
Después de un largo rato salió de la taberna ma-
loliente y se encaminó al hotelillo, soñando con la
gloria. Había reservado una habitación barata en la
calle Manuel Becerra. Abrió el destartalado armario
donde colgaba su único traje de luces, un “Blanco y
Oro” con el que ya debutó con los de castoreño en la
plaza de Medina del Campo, una tarde agosteña de
calor abrasador, cortando las dos orejas del morlaco
de los hermanos Molero. Pero no sirvió de mucho,
los contratos no llegaron y volvió a las capeas.
Al fi n llegó el día más esperado de toda su vida:
Madrid. Aquel verano hacía un calor asfi xiante y la
plaza presentaba más de media entrada. A su vera
dos chavales de la escuela taurina de Marcial Lalan-
da, de Madrid, dos niños vestidos de toreros. Sona-
ron clarines y timbales y como un gigante se sentía
victorioso, no se sabe si por la oportunidad o por el
miedo. Hicieron el paseíllo bajo una lluvia de aplau-
sos de la primera plaza del mundo. Brillaba el sol
en lo más alto y sus rayos castigaban duramente a
los novilleros en el mes de agosto. El sol a veces en-
loquece al hombre y a los toros les emborracha; ese
dorado sol que tanto echamos de menos en los fríos
inviernos castellanos.
Sonaron clarines y apareció el morlaco de Luis
Algarra; negro zaino derrotando en tablas, dio en
báscula 495 kilos. Corría por la plaza abanto y sin
fi jeza alguna hasta que, derrochando un valor espar-
tano, lo paró Curro Molina como un lidiador con-
sagrado. Lo toreó a la verónica como un maestro de
la tauromaquia, levantando los primeros aplausos de
la tarde. Dejó que los de castoreño y banderilleros
hicieran su labor. Se fue a los medios, brindó al res-
petable y se fue en busca de “Pocapena”, sonriendo a
la muerte como Joselito en Talavera. Miró a su apo-
derado que estaba detrás de la barrera fumándose
un puro habano y expulsando el humo por la nariz
como aquella vieja máquina de tren conocida como
“El tren burra” que pasaba por Baquerín de Campos
hace ya sesenta años.
El novillo tomó tres varas y tres pares de bande-
rillas sin el menor síntoma de fl ojedad. Tiró la mon-
tera de espaldas y cayó boca arriba, hizo caso omi-
so, - no era supersticioso - citó a pies juntos en los
medios y dibujó unos estatuarios magistrales que se
fundieron en oro fi no; cogió la muleta con la mano
izquierda y pinceló unos naturales de auténtico car-
tel de toros. La banda municipal de música seguía
interpretando “España cañí”.
Como una galerna pasaba una y otra vez el
morlaco con la furia de un rayo buscando los enga-
ños. Lidiador y novillo se ofuscaron en una lucha sin
cuartel, ambos poseídos por la locura del sol y ensor-
decidos por la embriaguez de los gritos de “¡Torero,
torero!”. Las palmas sonaban cada vez con más fuer-
za al son del pasodoble “España Cañí” del compo-
sitor Pascual Marquina. Se fue a la barrera, tomó la
espada y los consejos de Don Manuel y se encaminó
hacia el epílogo del triunfo.
Calló la música y la plaza guardó un silencio se-
pulcral. El sol se ocultó entre las nubes negras del
atardecer. Enfi ló el acero al novillo en todo lo alto
del morrillo y dejó clavada la espada con todas sus
fuerzas. El cornúpeta se lo echó a los lomos y ca-
yeron novillero y novillo en medio del silencio de
la multitud. Curro intentó incorporarse ayudado por
su cuadrilla, pero penosamente se tenía en pie. Les
miró con una mirada casi moribunda camino de la
enfermería. Un fl amear de pañuelos saludaban su
triunfo pidiendo los máximos trofeos.
En esos instantes de gloria pudo darse cuenta
de que el novillo le había partido el corazón. Así se
lo comunicó a Don Manuel: “Pocapena me ha mata-
do”. Estas fueron sus últimas palabras en la enferme-
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ría dirigidas a su apoderado. Cuando el algualcilillo
iba a entregar los máximos trofeos a su cuadrilla,
Curro se debatía entre la vida y la muerte, mien-
tras la plaza era un alarido de clamor por el “Último
Maletilla”. Ya en su lecho de muerte, reclamaba a sus
ancianos padres y uno de los banderilleros le acercó
una imagen de la Virgen de Alconada a la que Curro
besó en los últimos momentos de su vida.
Sus restos mortales fueron trasladados en un
viejo coche fúnebre hasta su pueblo natal para recibir
cristiana sepultura. En la colegiata de San Miguel de
Ampudia todo el pueblo lo esperaba para mostrarle
sus respetos de admiración y cariño en su despedi-
da. El órgano de la iglesia lloró haciendo sonar “La
Oración del Torero” del maestro Joaquín Turina.
Todos los medios de comunicación, prensa, ra-
dio y televisión hablaron de Curro Molina. Pudo ser
la resurrección de Joselito “El Gallo” y con él fue a
reunirse en el Olimpo de los Dioses para formar el
cartel más grande jamás visto en plaza alguna: Igna-
cio Sánchez Mejías, Manuel Rodríguez “Manolete”
y Francisco Rivera “Paquirri”.
Fue el éxtasis hecho toreo, del que se decía ser el
último romántico de todos los “maletillas”. Su nom-
bre fue algunas temporadas recordado en los corri-
llos de la Ventas. Y con el paso del tiempo, hoy solo
sus ancianos padres le recuerdan todos los días mi-
rando los recortes de prensa y rezando en su tumba
al hijo que buscó la gloria en tarde de sol y la sombra
del atardecer se lo llevó, a quien pudo ser el rey de
los toreros.
FÉLIX BODERO PAREDES
Nació en Ampudia (Palencia) en 1948, trasladándose a los 13 años a vivir con su familia al pueblo ferroviario de Venta de Baños; tres años más tarde, su familia se traslada a la Capital del Carrión, Palencia, y allí vive hasta los 22 años. Se traslada a Santoña, donde vive actualmente. A los 12 años quiere ser torero, pero nunca llegó a vestir el traje de alamares y oro. Vive en Madrid el mítico año de 1968, y acude a ver todos los festejos que se dan ese año en las Ventas.
Le une una gran amistad con las fami-lias de Víctor Puerto y Francisco Marco “Marquitos”; sufre mucho cuando torean estos dos toreros. Siente predilección por los toreros de arte, aunque respeta y admira a todos. Fue admirador del malo-grado “Paquirri” y del “Yiyo”, familia a la que conoció en Burdeos, donde vivió en los años 60.
Admira profundamente a toreros como Víctor Puerto, Joselito, Ponce, Julio Aparicio, José Tomás, El Juli y Francisco Marco. Posee una extraordinaria bibliote-ca taurina con más de 500 títulos. Posee fotos de la plaza de Santoña desde los años 1950 hasta nuestros días; ejerce de Delegado Gubernativo desde el año 1986. Su cariño a Santoña y a la fiesta fue lo que le hizo escribir este libro de crónicas taurinas Santoñesas.
[ Del libro “ Historia de la Plaza de Toros de Santo-ña” (2002) ]
Félix Bodero, con sueños de torero en su juventud
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los poetasLa mirada de
COLEGIATA PREGONERAA una dama de Ampudia:
Doña Josefi na Hernández Solórzano.
Hierático alminar que enristra lanzas,
prominentes proclamas de Santuario,
luz de Campos y faro mesetario
que ilumina pasiones y esperanzas.
Esbelto campanario que habla airoso
de una ilustre presencia en su sagrario,
el Hombre de la Cruz, el del Calvario,
ya sin clavos, triunfante y luminoso.
Versado en esa luz, el pueblo llano,
mostrando convicción, con sutileza,
esculpió devoción junto a belleza,
tal es la identidad del Dios Humano.
Y esta es su verdadera sintonía,
cual leyenda en la estepa castellana
y rumboso bastión de fe cristiana,
ser foro permanente de hidalguía.
Su huella de atalaya, aún señera,
es emblema de Ampudia y Colegiata
que con su armonizada voz de plata
insiste en su misión de pregonera.
Y esa es su condición, ser mensajera,
guiar como a los Reyes una estrella
e iluminar la noche noble y bella
taciturna de paz, tutora austera.
Luis Mª Medrano (Marzo, 2005)
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AL ÁGUILA REALA mi hijo Luis, en su cumpleaños
Broquel que rubricó el aura romana
izando la alimaña a la escultura,
cual héroe de esa Troya tan arcana
que exhibe con jactancia soberana
los vuelos que amilanan la espesura.
Reposa en el tapiz de un verde valle
el peso del dominio de la altura.
El gran provocador mima el detalle,
a la luz que conmina su apostura,
que sus garras no afeen su hermosura.
¡Silencio sepulcral! Hay luz naciente
y oculto entre las nubes mira al suelo,
cuando el sol luce el rostro hacia el oriente.
el alba que a la noche quitó el velo
le dirá si otro rey quiere su cielo.
Aterra en lontananza su fi gura
e invita a meditar la rendición.
No en vano la admirable criatura
es soplo de guerrera condición
con solo su plumaje de armadura.
Luis Mª Medrano
(Madrid, quince de enero de 2010)
EL CANTOR DEL AMANECER
El alféizar que adorna mi ventana
fue testigo de un hecho sorprendente;
aún dudo si ocurrió, o fue realmente
un sueño embaucador de hora temprana.
Costumbre es ya en mí muy veterana
rasgar mi mandolina suavemente;
me ayuda a descubrir plácidamente
un bello amanecer cada mañana.
Ayer aconteció lo que ahora cuento:
A las notas que alivian mi pereza
un mirlo les ponía dulce acento.
Sus trinos me decían con certeza
que el sol ya había salido y es momento
que alivia a recrearse en su grandeza.
Luis Mª Medrano
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En un valle entre blanco y ocre y verde, al lado de una espléndida pinada,se yergue en pie la Virgen de Alconadadesde un tiempo, que es como desde siempre.
Y no creo que sea irreverentesi digo que a sus pies mana una fuentecon agua de telúrica corrienteque corría en su pila alegremente.
Donde luego el ganado se abrevabaantes de ir al arroyo encaminada,estando ahora, de forma indubitada,por el mismo camino soterrada. Si te subes allá por la laderameditando al convento entre cipreses,convendrás que son vanos interesesquienes llenan la vida casi entera.
Y sentado tranquilo en la pradera,si contemplas el vuelo de las aves,sus idas y venidas: veleidadescomo en humana vida placentera.
Y el chopo que creció junto al caminoy en altura rival del campanario, es ahora, ya seco y centenario,como espejo futuro del destino.
Por ello, que a la Madre no olvidemos,en la vida que no nos distraigamos,que por siempre presente la tengamosy juntos el camino caminemos.
Considera que es cosa milagrosael tener esta Joya en este sitio:entre salvias, lavandas y tomillo,romero y otras fl ores aromosas.
Reconoce que es todo un privilegioque seamos tenidos por sus hijos;que cumplamos muy bien los compromisosy que nunca le hagamos menosprecio.
Punto nodal es este monasteriodonde se une lo humano y lo divinoy sin saber muy bien por qué camino,se siente la experiencia de lo eterno.
Se ganan un respeto meritorioquienes dejan las cosas de la viday adoptando actitud contemplativatoman a Dios en santo desposorio.
Con sus rezos en pos de la concordia,por ocultos caminos ascendidos,nos lavan los pecados cometidos‘porque es eterna su misericordia’.
Y a los sones del canto gregorianode salmodias, en suave melodía,se olvidan los reveses de la vida,cualquier padecimiento es más liviano.
Cuando las monjas cantan los maitines,se despiertan también los colorines,y al alabar a Dios con sus mil trinesse les unen los otros pajarines.
Y al cantar las completas las monjitas,se recoge uno en un silencio extrañoque más bien pareciera sobrehumanocuando el sol ya la luz casi nos quita.
De verdad que resulta este Santuariopara el alma un auténtico balneario,queriendo yo que en mi aliento postrerodescanse aquí en este reposadero.
Reina y Madre es la Virgen de Alconada.
Todo contigo, que sin Ti… soy nada.
J. C. M. Ampudia de Campos, ocho de sep-
tiembre del a. d. g. de dos mil quince.
NUESTRA SEÑORA DE ALCONADA
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DESDE EL MIRADOR DE LA TIERRA DE CAMPOS
Dirigiendo la vista al infi nito
y buscando después el horizonte,
bien pareciera que la tierra esconde,
como madre celosa de sus hijos,
los pueblos como nidos chiquititos.
J. C. M. - Aut. del P. 04/10/2015
A LOS CHOPOS DEL CANAL
DE CASTILLA
Los chopos de mi Canal
se han llenado de hojas verdes,
qué sanos están, qué fuertes;
son de las aves, fanal…
Los chopos de mi Canal
se han llenado de gorriones
alegres y juguetones
que no paran de cantar…
Los chopos de mi Canal
se han puesto de un amarillo…
¡se han llenado de membrillos
y dicen que no es frutal !
Los chopos de mi Canal
se han quedado deshojados,
de todo están despoblados,
pero yo los quiero igual.
J. C. M. - Palencia, 10/08/1.988
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
En memoria de Dª María R. Aguado, que vivió con su
familia en Valoria del Alcor entre los años 1.886 y
principio de los 1.900
La ermita de Guadalupe
recostada en la ladera
es la divina señera
que nos lleva hasta las luces.
Tiene en su adentro una joya
pequeñita y reluciente
que va indicando a la gente
el ‘oremus’ de cada hora.
Cuando nadie ya la ve,
o al menos lo piensa Ella,
por Valoria se pasea,
la recorre toda a pie.
Y cuando aprieta el calor
del verano, en la sequía,
baja hasta el ‘Santa María’
y se queda en el frescor.
En su callado escondite
a todo el mundo consuela;
cuando haya algo que te duela,
pídele que te lo quite.
La Virgen de Guadalupe
se descansa en la ladera
y vela la noche entera;
que nadie se preocupe.
Pues tiende un manto amoroso
para cuidar de los sueños
de todos los lugareños,
tejido con San Fructuoso.
J. C. M. Valoria del Alcor, 15/08/2.01
Uno de los espacios más entrañables, queridos
y venerados que actualmente existen en el núcleo
habitado de Ampudia se encuentra en La Plaza,
denominaba igualmente La Plaza Vieja para po-
der distinguirla de la otra, La Plaza del Caño, lla-
mada en la actualidad Plaza Nueva o Plaza de D.
Francisco Martín Gromaz, por estar dedicada a
este ingeniero naval, hijo de Isacio Martín Gallo y
de la maestra Dª Josefa Gromaz Giralda, que lle-
gó a ser director de Astilleros Españoles (AESA).
Pues bien, allí, bajo los soportales que unen
los dos espacios mencionados con la c/ Nueva,
los viajeros que llegan a nuestra localidad, o los
propios vecinos del lugar, se topan con un senci-
llo espacio que reclama su atención al ver una pe-
queña imagen encajada en una hornacina de la
pared, a la que nunca faltan fl ores ni plegarias.
Se trata de Nª Sª de Alconada, cuyo santua-
rio está a tres kilómetros de la población, pro-
tectora, a partir de su aparición hace ochocien-
tos años, de nuestra villa y de todos los habitan-
tes de los pueblos del contorno que abarca una
gran extensión más allá de los límites provinciales.
Este nicho se debió de abrir e instalar en la se-
gunda mitad del siglo XIX para acomodar y acoger
otra remota representación similar, anterior a esta,
que desde los tiempos más antiguos estaba alojada
en un oratorio que había junto al caño de la plaza.
Aquí hemos de aclarar que en las épocas pa-
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L. J. Peña Castrillo
Nuestra Señora
de la CERCA
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sadas la zona urbana estaba protegida por una
muralla que la circundaba y resguardaba todo
su caserío, la cual disponía de varias puertas:
LA PUERTA DEL CONDE, al pie de la carre-
tera que sale hacia Valoria, situada entre los dos
cubos que aún se ven en nuestros días, los cua-
les formaban parte de otro recinto defensivo an-
terior, más pequeño, que encerraba el poblado
primitivo que se localizaba junto a la fortaleza.
LA DEL EJIDO O PUERTA DE ISIDRO, al término de
la calle de S. Martín, nada más pasar el desaparecido
hospital de Nª Sª de la Parra, por la que se salía hasta
el camino que llevaba a la ermita del citado santo.
LA PUERTA DE VALDEMORADILLO, al fi -
nal de la calle de Moradillo, cercana a los vie-
jos hospitales de S. Juan y de S. Sebastián, cuyo
arco también cobijaba una talla de Nª Señora.
La bella cruz de piedra, instalada en 2003 en me-
dio de la rotonda, es testigo de una ermitilla consa-
grada a Nª Sª del Rosario que hacia 1585 existía jun-
to al caño de Moradillo, el cual se acercó en nuestros
días unos metros, sin su pilón, hacia el casco urbano.
El 17 de septiembre de 1563 hizo testamento
Francisca del Agua, viuda de Juan Villalba el Viejo,
que vivía junto al mencionado hospital de S. Sebas-
tián, ante el escribano de su majestad y de la villa
Alonso de Aragón, por el cual encargaba a su hijo, que
se llamaba igual que el padre, que alumbrara “todos los sauados del año y fi estas de nuestra Señora y de apostoles y dias de pasquas generales” la imagen de Nuestra Se-
ñora que se hallaba sobre esta puerta de Moradillo1.
LA PUERTA DE CALDELATORRE, en el extre-
mo de la calle de la Torre (Torremormojón) que
albergaba igualmente una escultura de la Virgen.
En 1557 el arcipreste y benefi ciado local Alon-
so Castrillo de S. Miguel dejó indicado en su testa-
mento, redactado el día 25 de enero también ante
Alonso de Aragón, que sus herederos tenían que en-
cargarse de dar aceite para alumbrar por la noche la
fi gura de Nª Sª que estaba encima de esta salida de
la calle de la Torre todos los sábados, las seis fi estas
que hay de guardar de Nuestra Señora, tres días de la
pascua de Resurrección más otros tres de la del Espí-
ritu Santo, el día de Año Nuevo y el de la Ascensión.
A cambio les dejó su vivienda que se ubicaba
en la misma calle, junto a esta apertura de la mu-
ralla y la ronda, con su “huerta y palomar, con pila de piedra y husillo e viga errueda y aparejo de lagar”.
Además, se obligaban a reparar la casa en la que
se asentaba la efi gie, retejarla y dar las vestiduras, ca-
misas, “tocaduras” y lo que hubiere menester pues, en
el caso de que no lo hicieran, su casa sería para los co-
frades de las “animas de purgatorio desta villa dehem-pudia”, cofradía que ya existía en aquellas épocas2.
Este personaje, que había bautizado a un nie-
to del comunero ampudiano y conde de Salvatie-
rra D. Pedro de Ayala, y a un hermano de nuestro
paisano D. Pedro de Castro y Nero, confesor de
Santa Teresa de Jesús, fundó un pósito o panera
de trigo para prestarlo a los vecinos que lo necesi-
taran en los años de escasez, hambre y malas co-
sechas, bien en grano o entregado en pan cocido3.
LA PUERTA NUEVA, en el confín de la calle de
Reoyo, en la que se veneraba a Nª Sª de la Paz.
En 1735 Rufi na Carpintero dejó dispues-
to en su testamento que sus albaceas diesen una
arroba de aceite para esta imagen de la Vir-
gen María que se veneraba en dicho lugar4.
LA PUERTA DE PRADO, al salir de la calle
de los Yeseros, llamada entonces calle de Prado.
No obstante, como ya se ha contado, existió ini-
cialmente, unos siglos antes, otra valla fortifi cada más
reducida cuyas defensas se conocían como “La Cer-
ca o Alcerca Vieja” que poseía al menos tres salidas:
- Una que daba a la calle de La Piñue-
la, que algunos en nuestros días erróneamen-
Las murallas de Ampudia (La Cerca vieja)
Aunque de pobre factura y de dudosa autenticidad, este es el grabado más antiguo que existe de la Ampudia medieval (Siglos XIII-XIV). Según este grabado la puerta principal que daba a la Plaza, estarría protegida por dos torres cuadradas cuyas puertas parecen haberse conservado en los edifi cios de hoy. Frente a ellas, al fondo, estaría situado el primitivo alcázar, predecesor del castillo actual. A la derecha, al fi nal, parecen verse algunos edifi cios extramuros que serían el pueblo origi-nario, junto al camino de Castrillo. (La Corredera)
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te y de manera inexacta llaman Peñuelas.
- Otra, localizada en la que des-
pués se llamó Puerta del Conde.
- Y la tercera que, bajando derechamente
de la fortaleza e iglesia de Santiago por la desig-
nada entonces como calle de la Cerca y hoy calle
del Castillo, se abría a la plaza o corrillo del caño.
Siendo quizás la más importante y transi-
tada, daba paso a lo que entonces eran herrenes y
tierras de labor, ya que evidentemente aún no se
había ampliado la zona habitada ni existía nin-
guna de las calles que conocemos ahora, calles
del Agua, Ontiveros, Corredera de la Plaza, etc.
Esta salida, conocida como Puerta de Nª Sª de
Alconada o Nª Sª de la Cerca, estaba formada por dos
cubos con un arco, encima del cual se asentaba una
capilla dedicada a nuestra patrona, ya que el camino
que aquí se iniciaba iba directamente hasta su ermita.
Muy querida por los pretéritos ampudianos de
aquellas eras, oía y acogía sus ruegos cada día, sien-
do atendida y venerada habitual y persistentemente
por ellos que, lo mismo que nosotros en la actuali-
dad, se sentían protegidos bajo su tutela y amparo.
Por ello encontramos incesantes referencias que
reseñan y detallan los pormenores y particularidades
de esta continua atención, al menos desde 1481, ya
que se menciona en el testamento que hizo el clé-
rigo de la parroquia de S. Miguel Juan Rodríguez
de Pedraza el 6 de noviembre de aquel año ante el
notario apostólico local Pedro Páez, en el cual man-
da que le digan anualmente en la iglesia una misa
rezada de réquiem con capas, cetros y campanas el
día de S. Silvestre, pagando 150 maravedís5 sobre
una casa que tenía “Enesta villa de Fuente Hempu-dia A donde diçen y llaman A la puerta de Alconada”6.
El 14 de noviembre de 1609, ante el notario
Pedro de la Vega, se hizo entrega al ampudiano D.
Francisco Luis Álvarez, uno de los primeros canóni-
gos de nuestra colegiata tras el traslado desde Husi-
llos, que luego fue prior de la catedral de Palencia7,
de 2.000 ducados que valían 750.000 maravedís.
Se los había legado el cura Magaz (D. Pe-dro de Magaz), el cual había bautizado en nues-
tra iglesia de S. Miguel al afamado soldado espa-
ñol Miguel de Castro Vicario8, en lo mejor de sus
cuantiosos bienes localizados en tierras, viñas,
era, huerta y casas, habiendo dejado una funda-
ción para que siempre hubiera aceite que ardiera
en la lámpara de la ermita del arco de la Cerca9.
D. Francisco se había criado y vivido en la
casa de sus padres, ubicada frente al caño de la
Plaza, junto a los dos cubos que servían de entra-
da principal a la Cerca, la cual había heredado su
madre de Alonso de Tabuyo, del que era sobrina,
con el encargo, expresado en su testamento re-
dactado en 1576, de que diera estudios a su hijo.
Nuestro prior, al morir, dejó veintitantas iguadas
de tierras para que alguien que viviera junto a la cita-
da capilla se ocupara de tener encendida cada noche
su luminaria hasta el amanecer, pues él había prac-
ticado esa devoción hacía ya mucho tiempo, man-
dando a la vez que el cabildo “para siempre jamás” se
ocupara de reparar el edifi cio y la propia imagen de
Nª Sª de Alconada que estaba “encima dela Puerta dela Villa dela Cerca Viexa frontero del Caño dela plaza”10.
Por otro lado, en las cuentas de la colegiata
del bienio 1683-1684, tomadas el 28 de septiem-
bre de 1686 a su fabriquero o mayordomo de fá-
brica11 Alonso Herrero, se pagaron 1.980 mara-
vedís al carpintero Francisco González porque
había arreglado la entrada de Nª Sª de la Cerca.
Además, se gastaron 899 reales (30.566 marave-
dís) en 24 arrobas y 10 libras de aceite (unos 280 kg.)
a diferentes precios, de las cuales 15 libras mensuales
(7 Kg.) fueron para la lámpara del Santísimo en la co-
legial, un cuarto de arroba cada mes (2,9 Kg.) para la
del arco de la Cerca y 4 arrobas (46 Kg.)12 que entre-
garon para el santuario de Nª Sª de Alconada a Am-
brosio Martín, su casero o ermitaño de 1683 a 1690.
El cura Magaz deja una fundación para que siempre arda aceite en la ermita del arco de la Cerca
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En 1686, se abonaron17 reales a Ambrosio
López por los tres días que empleó en componer
“la ermita delapuerta dela Çerca y madera que se
gasto en ella y meter vna biga y labrar Rexas”13.
De igual manera, en las cuentas de 1701-
1702, tomadas el 29 de febrero de 1704 al ma-
yordomo de fábrica Francisco Tariego se anotan
752 reales por 22 arrobas de aceite que se consu-
mieron durante los dos años en la iglesia de S.
Miguel, en la de Nuestra Señora de la ermita de
Santiago y en la luminaria de Nª Sª de la Cerca14.
En 1705, aparte de arreglar la puerta de esta ca-
pilla, se retejó su cubierta a la vez que la de “Señor San-tiago” y los tejados de la de Nª Sª de Alconada, en la
que, siguiendo la costumbre, se había celebrado el día
del Ángel, gastándose en total cinco cargas de yeso15.
En 1725 Manuel Ruiz Tariego hizo por 476
maravedís una puerta nueva para la “her-mita de Nuestra Señora de Alconada que esta en la Puerta de la Villa dela Zerca”, encargándose de los herrajes (21 cla-
vos, un tejuelo, arreglo de la cerradura y
echar escudo en ella) el cerrajero Joseph
Marcos, costando todo 756 maravedís
que fueron pagados por el fabriquero Se-
bastián Carpintero el día 13 de abril16.
En los gastos de 1738 a 1741 aparece
una partida de 14,5 reales que había empleado el
fabriquero D. Lorenzo de La Madrid en reparar el
tejado y la puerta de dicha capilla de la Cerca y, des-
pués, se mandó hacer “un farol de madera cubierto de beatilla (y) corruela p(a)ra. colgarle que sirve a Nra. Sra. que está ala entrada dela Cerca titulo de Alconada”17.
El 1 de noviembre de 1755 ocurrió el terremoto
de Lisboa, provocando la muerte de miles de perso-
nas que sucumbieron sepultadas bajo los escombros
de los edifi cios de la ciudad, que se derrumbaron en
su mayoría, sintiéndose en Ampudia al igual que en
otros muchos lugares y quedando fi nalmente en un
gran susto, aunque con ciertos daños físicos al caer
un candelero de los corredores altos de la torre sobre
el coro, derribando las bóvedas o techo. El secretario
del cabildo, D. Antonio Luis Pérez, lo detalló así:
“En este día como a las nueve de la mañana y cua-renta minutos, hallándose el muy ilustre señor abad y los prebendados en el coro al cumplimiento de los ofi cios divinos y horas canónicas, mientras se estaba cantan-do solemnemente la tercia, se comenzó a oír un ruido como a manera de trueno subterráneo, a cuyo tiem-po empezaron a temblar todas las sillas y bancos de dicho coro, paredes y losas de la iglesia y su magnífi ca torre, cuyo movimiento duró por espacio de seis mi-nutos con cuyo motivo se salieron de la colegial dicho muy ilustre señor abad y prebendados y todo el pueblo.
Y estando en el atrio de dicha colegial se observó que dicha su torre vibraba a manera de un delicado ciprés al impulso del viento, por cuyo motivo desampararon todos el atrio, temiendo se viniese a tierra; pero lo más digno de ponderación es que, habiéndose desprendido de dicha torre un torreón o pirámide de sus corredores altos, después de haber roturado el tejado y un tirante de la bóveda del coro del grueso de una grande viga de la-gar, rompió dicha bóveda por dos partes sin que hubiese daño alguno, habiendo Dios por su infi nita misericor-dia dispensado el tiempo puramente preciso para que, a vista de la duración de dicho movimiento, desampara-sen el coro el muy ilustre señor abad y prebendados en tanto grado que, habiéndose salido todos con aceleración, el muy ilustre señor abad, que salió el último, aun no
Puerta nueva para la ermita de Nª Sª de Alconada que está en la puerta de la Cerca
Pertenece a nº 58 de Cuentas de Fábrica, fol. 496 (1701-02).
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había bajado las escaleras del coro cuando sucedió el es-trago, debiendo advertir para estímulo del mayor agra-decimiento a los divinos favores que el caso sucedió al mismo tiempo que el choro estaba entonando el versí-culo <et veniat supra nos misericordia tua Domine> (y
se manifi este sobre nosotros tu clemencia, Señor)”.
Aquel desastre, como hemos visto, sorprendió
a la gente y capitulares de la colegiata cantando
sus rezos habituales, por lo que salieron precipi-
tadamente de la iglesia, igual que los franciscanos
del cercano convento que se retiraron a su huerta
y el resto de los vecinos que, pensando que se les
caían sus casas, salían de ellas corriendo o se que-
daban como suspensos, aturdidos y perdidos.
Asimismo, se revolvieron muchos pozos, in-
cluso las aguas del caño de la Plaza y algunas cu-
bas de vino que se derramaron por sus bocas.
Una vez recobrada la calma, se decidió conme-
morar la festividad de Todos los Santos en el altar
del oratorio de Nª Sª de Alconada, que se hallaba
sobre la puerta de la entrada de la Cerca. Por la tarde
los ofi cios de vísperas tuvieron lugar en la ermita de
Santiago y, al día siguiente, la misa mayor y las horas
canónicas en la Casa de la Cruz (actual ayuntamien-
to), acomodándose en seguida la capilla mayor de S.
Miguel para que sirviera de coro mientras duraran los
trabajos de reconocimiento y posterior compostura
de los destrozos, encargando el análisis a D. Ventura
Padierne, maestro de cantería y arquitecto de la Real
Obra del Canal de Campos, que también estaba in-
vestigando posibles daños en la Catedral de Palencia,
en la iglesia de S. Lázaro y en la torre de S. Miguel.
Y, como agradecimiento por no haber ha-
bido desgracias personales, según el acuerdo del
día 18 del mismo mes y año, cantar anualmen-
te, desde entonces, una misa solemne con cua-
tro capas, después de la misa mayor, sacando pre-
viamente el Santísimo expuesto en procesión
por el templo fi nalizando con un Te Deum18.
En cuanto a movimientos sísmicos, hay cons-
tancia de otro que sucedió en 1680, el día de S.
Dionisio, 9 de octubre. Aquel día nuestros ante-
pasados se levantaron alarmados al notar cómo se
movían inesperadamente sus camas, causándoles
grandísima novedad al ser esta tierra fi rme y sólida19.
Siguiendo con las atenciones a la capilla de nues-
tro estudio, en 1799 Andrés Redondo y Casimiro
Blanco, según las cuentas del canónigo y fabriquero
eclesiástico D. Cipriano del Río, percibieron 38 rea-
les por haberse ocupado dos días en componer esta
ermita de la puerta de villa de la Cerca, que lindaba
con la casa de D. Manuel Villafañe llevando “machon
y medio, ocho trozas de chilla y quarenta y una tejas”20.
Y en los años posteriores se siguió com-
prando aceite para los mismos propósitos; por
ejemplo, en 1805-1806, 20 arrobas y 10 libras
para la lámpara del Santísimo y la de la Cerca.
Sinembargo la última anotación relativa al
mencionado gasto para Nª Sª de la Cerca corres-
ponde al balance de 1807-1808, realizado por el
fabriquero Vicente Aguado Puelles el 22 de mayo
de 1817 que pagó algo más 498 reales (16.940 ma-
ravedís) por 6 arrobas que había entregado al sacris-
tán José Ruiz Ampudia para este pequeño orato-
rio. A partir de entonces nunca más se anota esta
partida, exceptuando el gasto para el Santísimo.
Por eso en el arqueo de 1809-1810, hecho el
8 de junio de 1818 por el mayordomo de fábrica
D. Agustín Redondo, se explica que, aunque como
siempre se habían recibido 80 reales del adminis-
trador de Rentas o Millones “por la refacción de aceite”, no se habían consumido al no haber luci-
do la lámpara de Nª Sª de Alconada de la Cerca21.
A pesar de ello esta bonita edifi cación sub-
sistió, al menos, hasta el verano de 1845 en que se
recibió un decreto del Jefe Político Superior de la
provincia, el más alto cargo político de Palencia,
por el cual se pedía al cabildo que informara sobre
la necesidad expresada por el ayuntamiento mu-
nicipal de derribar las paredes y la ermita que es-
taba sobre la entrada de la Cerca, frente al caño.
Los capitulares de la colegiata respondieron
afi rmando que, tanto los muros como el hermoso
arco sobre el que descansaba la capilla de Nuestra
Señora, a quien tributaban cultos religiosos cada
vez que pasaban procesionalmente por aquel pun-
to, no sólo no afeaban aquel anchuroso campo que
daba vista a los caños y a la Plaza, sino que le em-
bellecían y hermoseaban notablemente, no entorpe-
ciendo el tránsito de las personas ni de los carros
Terremoto de Lisboa de 1 de noviembre de 1755
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que, incluso bien cargados, pasaban por aquella
abertura y que jamás se había oído que allí se al-
bergara ni escondiera nadie que hubiera intentado
ofender a los que transitaban por dicho paraje22.
A partir de este momento, una vez desmantela-
da tanto la propia capilla como la bóveda que la sus-
tentaba, e incluso los dos cubos de piedra que for-
maban parte de la antiquísima Puerta de la Cerca,
es cuando con toda certeza se debió buscar un lugar
idóneo para trasladar aquella imagen tan entraña-
ble y querida de los ampudianos para que siguiera
socorriendo a todos los que pasaran por ese sitio.
Actualmente, alojada en la pared, bajo los so-
portales de la Plaza, contemplamos esta fi gura de
la Virgen de Alconada, por lo cual ahora, cuando la
veamos, hemos de pensar que, lo mismo que cuando
se hallaba a la entrada de la Cerca, sigue escuchando
nuestras penas, súplicas y agradecimientos al igual
que lo ha ido haciendo desde hace ya tantos siglos.
Y todos los años comenzando en 1996, cada
tarde del 7 de septiembre, víspera del día grande
de las fi estas en honor a Nuestra Sª de Alconada,
los vecinos de Ampudia, después de participar en la
misa con la que fi naliza la novena a nuestra patrona,
subimos hasta la Plaza por la Corredera para reali-
zar una ofrenda fl oral, promovida tenazmente por
Ascen del Valle Torres, con la que festejamos a nues-
tra querida Virgen. Que ella nos siga protegiendo.
1.- Archivo parroquial de Ampudia (Palencia), en lo sucesivo, APA; nº 141 de Aniversarios, fols. 18 y 18v. 2.- APA, nº 141 de Aniversarios, fols. 34 y ss. Testamento de Alonso Castrillo (25 de enero de 1557) y de Bastián Castrillo (9 de diciembre de 1560). 3.- PEÑA CASTRILLO, L.J., “La panera del arcipreste Alonso Castrillo-Ampudia -1554”, PITTM, 80 (2009), p. 229 y ss. 4- APA, nº 191 de Escrituras de Fundaciones, fol. 9 (Testa-mento de 17 de julio de 1735). 5.- Un real equivalía a 34 maravedises o maravedíes. 6.- APA nº 141 de Aniversarios, fol. 82 v. 7.- PEÑA CASTRILLO, L.J., “Ampudianos Distinguidos”, PITTM, 74 (2003), p. 314 y ss. 8.- Ver su vida glosada por José Ignacio Izquierdo Misiego en la revista de La Corredera nº 4, pp. 23 y ss. 9.- APA, nº 59 de Cuentas de Fábrica, fol. 219 (Cargo de 1725-1726). 10.- APA, nº 67 de Legajos de Escrituras 4, nº 142 de Ani-versarios, fol. 57 y nº 229 de Acuerdos Capitulares, fol. 226 (cabildo de 9 de mayo de 1625). 11.- Había dos fabriqueros, uno secular y el otro eclesiástico. 12.- Una arroba son 11,5 Kg. que equivalen a 25 libras y una libra son 460 gramos (PEÑA CASTRILLO,LUIS, Ampudia y su Sabiduría, Palencia, 1999, pp. 140 y 162. 13.- APA, nº 63 de Cuentas de Fábrica, fol. 129. 14.- APA, nº 58 de Cuentas de Fábrica, fols. 352, 352 v. y 496. 15.- APA, nº 63 de Cuentas de Fábrica, fols. 159 v. y 161 (Cuentas de 1705-1706). 16.- APA, nº 59 de Cuentas de Fábrica, fol. 221 (Cargo de 1725-1726) y nº 99 de Libramientos de Fábrica, fol. 57 (13 de abril de 1725). 17.- APA, nº 64 de Cuentas de Fábrica, fols. 101 y 113. 18.- APA, nº 241 de Acuerdos Capitulares, fols. 46 y ss. (cabildo de 18 de noviembre de 1755), nº 146 de Aniversarios, fol. 8 y nº 148 de Aniversarios, fol. 30-2ª numeración. 19.- APA, nº 7 de Bautismos, fol. 318 v. (Nota del cura D. Manuel de Paredes). 20.- APA, nº 65 de Cuentas de Fábrica, fol. 189 v. 21.- APA, nº 61 de Cuentas de Fábrica, fols. 11v., 14, 19 y 26 v. 22.- APA, nº 248 de Acuerdos Capitulares, fol. 150 (cabildo de 1 de agosto de 1845).
Notas
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INTRODUCCIÓN
NO fue el mariscal de Castilla Pedro
García Herrera el único que encontró
en el hospital de Esgueva de Valladolid
el modelo de ordenanzas para el
regimiento del Hospital que bajo la
advocación de Nuestra Señora Santa María fundó en
1455 en la villa de Ampudia1. Antes que él se fi jó en
el articulado del hospital vallisoletano el arcediano
Gómez González, que el 23 de julio de 1424 dio unos
estatutos para el Hospital de Santa María Magdalena
que había fundado en la segoviana villa de Cuéllar2.
La experiencia, a la que alude el arcediano («la
esperiençia es madre de las cosas»), es si no la única
razón para explicar la búsqueda del modelo pucelano,
sí de consideración sufi ciente. Y en él, en tal modelo,
hallaron el arcediano Gómez González y el mariscal
Pedro García Herrera claves decisivas para atender los
asuntos del gobierno y administración propios de la
institución hospitalaria y asistencial que fundaron.
El mariscal de Castilla, señor de Ampudia
desde 1419, año en que el arzobispo de Toledo Sancho
de Rojas, su tío, instituyó el mayorazgo de la villa en su
favor, fundó en ella el Hospital de Santa María de la
Clemencia para acoger en él a pobres y menesterosos.
Pero ninguna protección, ningún amparo podía
proporcionar el hospital sin unas rentas con las que
hacer frente a los gastos de manutención, asistencia y
cuidado de los pobres que acudieran a él. Pedro García
Herrera dejó por ello a la institución asistencial que
fundaba, además de treinta cargas de trigo y 2.700
maravedís y otros legados, el lugar de Rayaces (que
pertenecía al señorío de Ampudia) con sus términos y
rentas, que «dejo e mando sean para el proveimiento de
los pobres»3.
Con ello se pusieron a disposición del hospital
los caudales necesarios (o parte de ellos) para que
se llevara a efecto la función asistencial que tenía
encomendada. Pero esa entrega le exigió al hospital
desde fechas muy tempranas emplearse con energía
en su defensa, para lo que no dudó en acudir a la
Audiencia y Chancillería Real de Valladolid. Y lo hizo
ya en la última década del siglo XV. Los confl ictos,
naturalmente, dejaron su rastro documental, y en él
hallamos siempre al Hospital de la Clemencia y al
concejo de Rayaces defendiendo conjuntamente el
término. Así ocurrió en 1497.
Cuando Pedro García de Herrera donó al hospital
el lugar de Rayaces, con «la martiniega que el concejo
de Ampudia daba por las heredades que sus vecinos
labraban en Rayaces (200 mrs.)»4, y el hospital arrendó
la heredad a los vecinos de Ampudia, que podían vivir
en Rayaces aunque siguieran siendo vecinos y pagaran
los diezmos en esta última5, recibió también en herencia
un confl icto de siglos por el término. Confl icto que tal
vez arranque en 1144, año en que Alfonso VII incluye
Rayaces en el alfoz de Torremormojón, que en su
El HOSPITAL de SANTA MARÍA de la CLEMENCIA (Ampudia)
A TRAVÉS DE UNA EJECUTORIA DE 1497
Mauricio Herrero Jiménez
Universidad de Valladolid
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momento, como veremos más adelante, esgrimió la
inclusión del lugar en su alfoz y lo que ello suponía
en su favor. No importaba que la realidad cambiante
de la organización territorial de la comarca a lo largo
de los siglos XII y XIV, de la que se ha ocupado con
gran solvencia el profesor Reglero de la Fuente6,
hubiera trastocado un mapa solo imaginado (con
unos términos delimitados de forma permanente) por
Torremormojón.
La realidad fue otra y compleja. Tanto que
perturbó la convivencia entre vecinos de términos
limítrofes. Los confl ictos sobre términos no son
propios ni de los Torozos ni de los siglos a caballo
entre las Edades Media y Moderna. Muy al contrario,
se generalizaron desde el momento en que el territorio
se fue repoblando y se acrecentó la necesidad de suelo
y de su aprovechamiento. La búsqueda de soluciones
a los confl ictos llevó a las partes interesadas en ellos
a arbitrajes y tribunales durante años. Y eso es lo que
hizo en 1497 el Hospital de la Clemencia para resolver
las diferencias sobre términos que tenía con el concejo
de Torremormojón. Esa vez ni fue la primera vez ni
sería la última, como testimonian los distintos procesos
de pleitos y las cartas ejecutorias del Archivo de la Real
Chancillería de Valladolid, siendo una de las primeras
una ejecutoria de 14977.
La carta fue dada a instancia de parte (el Hospital
de Santa María de la Clemencia, que de esa manera
poseía testimonio del derecho reconocido en el
documento), tiene forma de provisión real y se expidió
el 13 de septiembre de 1497, en nombre de los reyes
Don Fernando e donna Ysabel, por la Audiencia y
Chancillería de Valladolid. La carta contiene no solo la
sentencia pronunciada por este tribunal sino también
lo esencial del proceso que se litigó con el concejo
de Torremormojón: demanda, autos y sentencias del
tribunal vallisoletano, así como los autos y sentencias
pronunciadas en primera instancia, puesto que el
pleito llegó a la Chancillería de Valladolid en grado de
apelación8.
Por la exposición de la carta sabemos que, en
primer lugar, en el pleito contendieron el patrón y
administradores y mayordomos «de la casa e ospital de
Señora Santa María de Clemençia, de la dicha villa de
Enpudia, e el concejo, alcalde, merino e omes buenos
del lugar de Rray[a]zes e su procurador en su nonbre, de
la vna parte; e el conçejo, alcaldes, rregidores, ofi çiales e
omes buenos de la dicha villa de la Torre de Mormojón
e su procurador en su nonbre»9.
En segundo lugar, conocemos que el pleito llegó
al tribunal vallisoletano no solo después de haberse
litigado en primera instancia ante un juez eclesiástico:
don fray Rodrigo de Solís, prior del monasterio de
San Agustín de Valladolid, bachiller en Teología y
juez conservador subdelegado diputado por la Sede
Apostólica a dicho hospital; sino que de esa instancia
pasó en segundo lugar ante el Consejo Real (el
Consejo de la Justicia), desde donde fue remitido a la
Chancillería de Valladolid.
Y en tercer lugar, tenemos noticia del motivo y
principio del pleito, que se trató «sobre rrazón que por
vn escripto que Pedro de Arriola, en nonbre e como
procurador de los dichos patrón e administradores e
maiordomos de la dicha casa e ospital de Santa María
de Clemençia, cuyo era el dicho lugar de Rayazes, antel
dicho prior don fray Rrodrigo de Solís, en la dicha villa
de Valladolid, a nueve días del mes de março, año del
nasçimiento de nuestro Saluador Ihesu Christo de mill
e quatroçientos e ochenta e çinco años presentó, entre
otras cosas en él contenidas dixo»10 que los vecinos y
renteros que tenía el hospital en su lugar de Rayazes,
«que era çerca de la dicha villa de Fuentepudia»,
LA CARTA EJECUTORIA DE 1497
En el margen superior de la carta se anotó:
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estaban en posesión de poder pacer y rozar con sus
ganados mayores y menores y cortar leña en el monte
que llaman de La Cepeda y en los demás términos
del lugar de Rayaces; y estando haciéndolo, la parte
contraria (el concejo y vecinos de Torremormojón) les
había despojado, hacía poco más o menos ocho años,
de tal posesión y no consentían a sus renteros y vecinos
de Rayazes pacer y rozar con sus ganados mayores y
menores en dicho Monte y les expulsaban y tomaban
y prendaban muchas veces sus bestias cuando las
hallaban dentro de dicho Monte. Por todo ello Pedro
de Arriola demandó la devolución de dicha «posesión
vel casi de que así les auían despojado» y se permitiera
a sus vecinos y renteros poder entrar con sus ganados
mayores y menores a pacer y rozar en el monte de La
Cepeda y cortar leña en él, además de que les pagaran
20.000 maravedís que les supuso el daño ocasionado
por tales prohibiciones y se les devolvieran las dos
bestias asnales que les tenían tomadas injustamente (o
por ellas 2.000 maravedís).
Puesta la demanda, iniciado el pleito, el
procurador del concejo de Torremormojón solicitó
a Rodrigo de Solís que desestimara la súplica de la
parte demandante. Alegó en su defensa defecto de
jurisdicción, por varias motivos: él no era juez para
conocer de la causa porque sus representados en el
proceso eran legos y habían de ser juzgados por la
justicia real; la causa del pleito era mere profana (o
meramente secular) y no eclesiástica ni espiritual, ni
tal que le pudiese atribuir jurisdicción; la delación
que hizo la otra parte no era válida y, de haberlo sido,
habría expirado y no se extendería al caso porque él no
podía conocer más que en casos de injurias, ofensas
manifi estas y notorias, lo que no se daba porque sus
representados únicamente habían defendido lo propio.
Pero el procurador del concejo de Torremormojón
alegó además, en favor del defecto de jurisdicción, que
él no tenía jurisdicción en el asunto porque entre los
mismos litigantes había pleito pendiente desde hacía
tiempo ante jueces seglares, por lo que su sentencia
sería excepción de cosa juzgada; y porque, atento el
tenor y forma de la conservatoria, no podía ser juez
de la causa porque no se extendía a este caso ni el
conservador principal podía hacer la subdelegación
que hizo en él. Por todo lo alegado solicitó la remisión
del pleito al Consejo Real.
Pedro de Arriola contradijo las alegaciones del
procurador del concejo de Torremormojón y pidió ser
recibido a prueba.
La parte de Torremormojón no respondió a
las contradicciones, pero, ante la negación del juez
Rodrigo de Solís a remitir el juicio al Consejo Real,
presentó una petición en este último, solicitando que,
por ser el pleito sobre términos y ser sus representados
legos, sometidos a la jurisdicción real, y ser la causa
mere profana, ordenaran al prior Solís que les remitiera
el pleito y se diera por ninguno todo lo procedido
contra sus partes.
La petición tuvo su respuesta favorable, y el
Consejo mandó al conservador fray Rodrigo de Solís
que, desde el día en que le fuere mandado y notifi cado
y en un plazo de tres días, les enviara el proceso
original que se mencionaba en la petición, so pena
de perder las temporalidades y naturaleza que tenía,
ser considerado ajeno y extraño a ello y caer en las
penas en que caen los eclesiásticos que no cumplen ni
obtemperan las ordenes del Consejo. El pleito iba a
verse en el Consejo y, en caso de que le correspondiera
como juez conservador ver el pleito, le sería remitido;
de lo contrario, proveería el Consejo sobre ello.
Rodrigo de Solís, visto el mandamiento, envió
el proceso al Consejo, no sin expresar que hallarían
por él que sí podía conocer en el pleito porque era
sobre fuerza y espoliación que había hecho el concejo
y vecinos de Torremormojon de la posesión en que
estaban el Hospital de Santa María de la Clemencia
y el concejo de Rayaces, y por tanto podía proceder
como juez conservador y conocer en la causa, que era
sobre cosa muy piadosa y sobre bienes que el mariscal
Pedro García Herrera había dejado al hospital para el
mantenimiento de los pobres.
Remitido por el juez conservador Solís el
conocimiento del pleito al Consejo Real, se dio plazo
a las partes litigantes para que alegaran de su derecho
y poder así determinar lo que con derecho se debiera.
Ya en el Consejo, el procurador del concejo
de Torremormojón respondió a la demanda puesta
contra ellos por el Hospital de la Clemencia ante el
conservador, negando el poder de Pedro de Arriola,
considerando la demanda inepta y mal formada e
improcedente en derecho por varios motivos, entre los
que sobresale el hecho que el hospital no había tenido
ni poseído el monte de La Cepeda, ni sus renteros
de Rayaces; ni tenían derecho a pacer y rozar en él
de noche ni de día; declarando además que no les
habían despojado de la posesión vel casi en que dicen
haber estado ni tal se podría probar, antes al contrario
se probaría que el concejo de Torremormojón desde
tiempo inmemorial tenía y poseía el Monte con su raso
pacífi camente, paciendo y rozando en él y cortando
leña como de cosa suya propia; poniendo guardas en
él y prendiendo a los vecinos y moradores de la villa
de Ampudia y a los renteros del lugar de Rayaces y de
Santa Cecilia, Valdetrigueros, y de los demás lugares
comarcanos, y a sus ganados que entraban en el Monte
a pacer y rozar y cortar leña o cazar en él sin licencia
y mandado de sus partes; y si alguna vez, las partes
contrarias entraron en el Monte, sería con licencia de
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sus partes y con iguala que con ellos primero habrían
hecho; de otra forma, habían sido siempre prendados
siendo vistos. Por tanto el concejo de Torremormojón
y sus vecinos no podían ser despojadores, como en
contrario se alegaba, pues no había intervenido en
ello despojo ni fuerza alguna. Asimismo negó el
procurador que el monte de La Cepeda fuese término
del lugar de Rayaces, sino que era término de la villa de
Torremormojón y de su jurisdicción, en cuyo tiempo
los alcaldes de la villa y el concejo habían ejercido y
usado jurisdicción civil y criminal, prendiendo a los
malhechores; y habían alzado siempre mojones y
renovado con los otros lugares comarcanos como en
término propio de sus partes, con lo cual cesaba lo en
contrario alegado, que no había lugar. Solicitó por todo
lo dicho la absolución de sus partes y que se condenara
a la parte contraria en las costas.
Pedro de Arriola, en nombre de sus partes, solicitó
la revocación del mandamiento del Consejo para que el
prior Rodrigo de Solís, juez conservador, no conociera
en dicho pleito, porque la demanda que había puesto
el Hospital de Santa María de la Clemencia y las otras
sus partes contra el concejo de Torremormojón estaba
fundamentada en injurias manifi estas y en las ofensas
y fuerzas que estos habían hecho y hacían cada día,
por lo que el juez conservador, según derecho, podía
y debía conocer. Y siendo además el hospital pobre
como era, y no teniendo más bienes que los diputados
para los pobres y menesterosos que se acogían en él,
si se juzgaba el pleito fuera de la villa de Valladolid,
el hospital no tendría con qué seguir la causa ni la
podrían seguir por su pobreza, y su derecho perecería.
Continuó el proceso con sucesivas alegaciones de
las partes, tras lo cual los señores del Consejo dieron el
pleito por concluso y pronunciaron sentencia, fallando
que debían recibir y recibieron a ambas y a cada una
de las partes a prueba de lo que cada una solicitó y
alegó, para lo que dieron término de cincuenta días;
y ese mismo plazo dieron para presentar testigos y
probanzas.
Hechas las probanzas por las partes y en el término
de la ley, el procurador del concejo de Torremormojón
presentó una petición en la que expuso que la parte del
hospital de la Clemencia no había probado el despojo
sobre el que se había fundado su demanda y que los
testigos que presentó depusieron que Pedro Escol y
algunos moradores de Rayaces cortaron leña y pacieron
en el monte de La Cepeda con licencia y porque lo
habían arrendado del concejo de Torremormojón,
por lo que no podía el hospital atribuirse derecho de
posesión. Por ello suplicó cumplimiento de justicia.
Tras las alegaciones hechas por Pedro de
Arriola, en nombre del Hospital de Santa María de
la Clemencia y del concejo y vecinos de Rayaces, el
procurador del concejo de Torremormojón presentó en
el Consejo las escrituras siguientes en defensa de su
derecho: un privilegio rodado11 del emperador Alfonso
VII, dado en Palencia, «era de mill e çiento e ochenta
e dos años, en el mes de hebrero (1144, febrero), por el
qual paresçía commo el dicho lugar de Rrayazes era a
boz e jurediçión de la dicha villa de la Torre; e vna carta
de arrendamiento del dicho monte e de la yerva dél
que fi zo Pero Escol, tenedor de Rrayazes, de los dichos
sus partes, para paçer e rroçar en el dicho Término por
çierto tiempo e por çierto preçio, fecho a tres días de
hebrero de mill e quatrozientos e veynte e quatro annos
(1424, febrero, 3); e más otra carta sygnada de escriuano
público del dicho Pero d’Escol, por la qual concosçía
commo, seyendo vezino e morador en el dicho lugar de
Rrayazes, conosçió que non podían paçer nin rroçar ni
cortar en el dicho Monte, saluo por rrenta que tenían
de los dichos sus partes, fecho tres días de hebrero
de mill e quatroçientos e veynte e quatro años (1424,
febrero, 3); e otro testimonio signado de Pero Marcos,
escriuano, fecho a onçe días del mes de março de
setenta e nueve (1479, marzo, 11); más otro testimonio
sygnado del dicho Pero Marcos, fecho a ocho días del
mes de henero de setenta e nueve (1479, enero, 8); e
más otro testimonio sygnado del dicho Pero Marcos,
fecho a syete días del mes de dezienbre de ochenta e
tres años»12 (1483, diciembre, 7).
El procurador del concejo de Torremormojón
conocía el valor de las escrituras, por lo que solicitó
a los miembros del Consejo que, puesto que eran
las «oreginales e las auían menester los dichos sus
partes para otros pleytos, nos pedían e suplicauan
gelas mandásemos voluer, quedando los traslados
conçertados con ellas en el proçeso del dicho pleyto»13.
Hecha la presentación y solicitada la devolución de los
originales, pidió se hiciera a sus partes cumplimiento
de justicia.
Pedro de Arriola, en nombre del Hospital de
la Clemencia, puso en duda la “fehacencia” de las
escrituras presentadas por el procurador del concejo
de Torremormojón, por lo que, entendía, no eran
de recibir ni hacían perjuicio a sus partes porque ni
habían sido presentadas en forma, ni eran escrituras
públicas ni auténticas ni signadas de escribano
públicos; y la escritura que decían del Emperador en
la forma que estaba no hacía fe ni probaba cosa alguna
de aquello que decían las partes contrarias; y aún
puesto que prueba alguna hiciera, lo que no hacía, el
privilegio de Alfonso VII estaba derogado por no uso
y por contrario uso, y jamás se usó ni guardó; y la otra
escritura de arrendamiento que dice que fi zo Pedro
Escol tampoco empecía a sus partes, porque no hacía
fe y, supuesto que prueba hiciera, el escribano que la
había signado era un falsario y muy mal infamado en
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su ofi cio de escribanía en hacer y escribir documentos
falsos; y aunque la escritura pasara tal y como en ella
estaba, no empecía a sus partes porque, aunque era
cierto que Pedro Escol tenía a renta el lugar de Rayaces
de la iglesia de Santiago, “cuyo era el dicho lugar”, y
aunque arrendara el Monte de Rayaces del concejo de
Torremormojón, no paró perjuicio alguno a la iglesia
de Santiago ni a los que tuvieron después título y causa
de ella, ni perjudicaba a sus partes cualquier confesión
que hubiera hecho en contrario; y también eran falsas
las escrituras que decía que eran signadas de Pedro
Marcos, escribano, pues en lo que tocaba al dicho
Monte de Rayaces y sus términos no había pasado
lo que decía en ellas, y, supuesto si así pasara, no eran
partes que pudieran hacer perjuicio al dicho lugar de
Rayaces. Y supuesto que las escrituras eran tales como
había dicho, no debían ser entregados las originales a
la parte contraria. Y así solicitaba a los miembros del
Consejo que lo mandaran hacer.
A continuación las partes litigantes adujeron cada
una de ellas sus razones, y la parte de los administradores
del Hospital de Santa María de la Clemencia y
concejo y vecinos del lugar de Rayaces fue recibida
para que probara la falsedad alegada de las escrituras
presentadas por la parte de la villa de Torremormojón,
a la que recibirían en caso de que quisiera verifi car
dicha escrituras. Para lo que asignaron término de
treinta días. Y mandaron a Pedro Marcos, escribano
ante quien pasaron las escrituras, o a sus sucesores
que, en ese mismo plazo, cuando fueran requeridos, se
presentaran en el Consejo con los registros y protocolos
de dichas escrituras, a costa de los administradores del
Hospital y del concejo de Rayaces.
En este punto, y una vez que las partes presentaron
sus pruebas, el proceso del pleito para fue remitido
desde el Consejo Real a la Audiencia y Chancillería de
Valladolid, para que el presidente y oidores lo tomaran
en el punto en que estaba pendiente.
Por fi n, en Valladolid, en Audiencia pública, el
9 de julio de 1493, en presencia de los procuradores
de las partes, se dio sentencia defi nitiva, fallando
que los administradores, regidores y mayordomo del
Hospital de Santa María de la Clemencia no probaron
su intención y el concejo de Torremormojón probó
sus exenciones y defensiones. Por ende, absolvieron
y dieron por libre al concejo de Torremormojón de
todo lo contenido en la demanda contra ellos puesta
por los administradores del Hospital. Y no hicieron
condenación de costas.
Pedro de Arriola, procurador del patrón y
administradores del Hospital y del concejo del lugar
de Rayaces, suplicó la sentencia, alegando, entre otras
razones, que el monte de La Cepeda era del lugar de
Rayaces y estaba dentro de sus términos, confi nando
con el término de Santa Cecilia y Quintanilla; de tal
manera que entre el término de Torremormojón y el
Monte entraban los términos de Pedraza, Villarramiro,
Rayaces y Ampudia, por lo que el Monte no confi naba
con el término Torremormojón por parte alguna; otra
razón era que sus partes y los anteriores señores de
Rayaces y los vecinos y arrendadores y mayordomo
estuvieron en posesión, uso y costumbre de pacer con
sus ganados mayores y menores, con el ganado ovejuno
cuatro meses y con el otro todo el año, dentro en el dicho
monte juntamente con los vecinos de Torremormojón,
sin prendarse y con el mismo número de ganado los
vecinos de ambos lugares; una tercera razón era que
hasta hacía quince años, que la parte contraria no se lo
consistió, estuvieron en la posesión y además prendaban
a los vecinos de Pedraza, Quintanilla y de los otros
lugares comarcanos que pacían y cortaban leña en
dicho Monte; y a los vecinos de Torremormojón que
entraban a pacer en el Monte con los ganados menores
en el tiempo vedado, que era en todo el año allende de
los cuatro meses; la cuarta razón era que hacía sesenta
años se dio sentencia, consentida por ambas partes y
los señores que entonces eran de ellas, sobre el pacer en
dicho Monte; y sus partes y sus antecesores estuvieron
en posesión desde entonces de cortar leña en dicho
Monte para sus casas, y los vecinos de Torremormojón
solían por costumbre llevar dos o tres cargas de leña
para sus casas por tiempo de Navidad y no más. Era,
pues, monte común tanto en propiedad como en
posesión de Torremormojón y de Rayaces. Por todo
ello suplicó la sentencia y solicitó que se revocara y se
condenara a la parte contraria en lo demandado.
El procurador de la villa de Torremormojón
presentó en la audiencia una petición en que dijo que
las partes contrarias no habían tenido posesión alguna
del monte de La Cepeda ni hubo compromiso entre los
concejos para pacer y rozar en dicho monte, ni nunca
la sentencia que decía la parte contraria se había dado;
ni tenía la otra parte derecho de propiedad ni podía
pedirla hasta que no se resolviera y feneciera el juicio
de la posesión, por lo que protestaba de las alegaciones
de Pedro de Arriola.
El presidente y oidores de la Real Audiencia
y Chancillería dieron el pleito por concluso y
pronunciaron sentencia, fallando que debían recibir
y recibieron a los administradores del Hospital de la
Clemencia a probar lo que no probaron en la primera
instancia, para que lo probaran por escrituras, y a que
probara lo alegado en esta última instancia; y a la parte
del concejo de Torremormojón, a probar lo contrario.
Dieron plazo para ello de cuarenta días.
El procurador del concejo de Torremormojón
presentó una petición, diciendo que sus partes no
tenían que pasar por término de Ampudia ni de otro
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Notas
lugar para ir al monte de Torremormojón conocido
como El Raso y Dehesa porque iban por su término
y una cañada de su propiedad; y dicho término de El
Raso limitaba con los términos de Quintanilla, Santa
Cecilia y Rayaces; y que lo habían poseído de tiempo
inmemorial, le habían pacido, rozado y cortado leña,
y habían prendado a los que entraban de fuera, de
Ampudia y Rayaces y otros lugares; y habían usado del
monte como señores y poseedores. Pidió cumplimiento
de justicia y volver el proceso al punto en que estaba.
Pedro de Arriola presentó una alegación solicitando
que no se concediera a la parte contraria la restitución
que pedía porque lo hacía para dilatar el pleito.
Vistas las probanzas, el presidente de la Chancillería
falló que la restitución pedida por el concejo de
Torremormojón había lugar y la otorgaba y le recibían
a prueba; y a la parte del Hospital de Santa María de
la Clemencia, a probar lo contrario. Para lo que dieron
término de cincuenta días.
Tras la presentación de pruebas y alegaciones por
las partes, se dio el pleito por concluso y fallaron que
recibirían a las partes a probar las tachas y contradicciones,
para lo que dieron nuevo plazo de cien días.
Hechas las probanzas, se dio el pleito por concluso
y se pronunció sentencia defi nitiva en grado de revista,
estando en audiencia pública, en Valladolid, el viernes,
28 de julio de 1497, en que el presidente y oidores de
la Chancillería fallaron, vistas las nuevas probanzas
presentadas por el patrón y administradores del Hospital
de Santa María de la Clemencia y el concejo de Rayaces,
que la sentencia defi nitiva, suplicada por estos últimos,
era de enmendar y para enmendarla la revocaban, por
lo que debían mandar que la iguala y composición
hecha y sentencia dada por el doctor Gómez Fernández
de Miranda y el licenciado Fernando González de
Toledo, entre el mariscal García de Herrera, cuyo
fue el lugar de Rayaces, de una parte; y el concejo de
Torremormojón, de la otra, presentada ante ellos por
el Hospital de la Clemencia y el concejo de Rayaces, y
por todas la partes consentidas, y aprobada y jurada por
el concejo de Torremormojón, se guarde en todo y por
todo en adelante, según en la iguala y composición (que
mandaron incluir en la ejecutoria, aunque no se hizo,
y de la que únicamente sabemos que se dio un 14 de
julio, domingo) se contiene. Y no hicieron condenación
de costas.
Pronunciada la sentencia de revista, Pedro de
Arriola, en nombre y como procurador del patrón,
administradores y mayordomos de la Casa y Hospital
de Santa María de la Clemencia de villa de Ampudia
y del concejo del lugar de Rayaces, «paresció ante nos,
en la dicha nuestra Abdiencia»14, y pidió y suplicó que
le mandásemos dar carta ejecutoria. Lo que, como
sabemos, se hizo en Valladolid, el 13 de septiembre de
1497.
1.- FERNÁNDEZ RUIZ, César, Historia de la Medicina Palentina, Palencia, 1959, pp. 71-72, donde se hace referencia a la disposición del fundador para que el Hospital de la Clemencia y los pobres que a él acudieran se rigieran al modo que articulan no únicamente las ordenanzas del Hospital de Esgueva de Valladolid, sino también las de los hospitales del Conde de Haro de Medina de Pomar y del obispo Barrientos de Medina del Campo. 2.- VELASCO BAYÓN, Balbino (OSB)-HERRERO JIMÉNEZ, Mauricio-PECHARROMÁN CEBRIÁN, Segismundo-MONTALVILLO GARCÍA, Julia, Colección documental de Cuéllar (934-1492), Cuéllar, 2010, pp. 549-544 y pp. 600-604. 3.- FERNÁNDEZ RUIZ, César, Historia de la Medicina Palentina, Palencia, 1959, p. 72. 4.- REGLERO DE LA FUENTE, Carlos, “Los despoblados bajome-dievales en los Montes de Torozos: jerarquización del poblamiento y coyuntura económica”: Edad Media: revista de historia, 1 (1998), pp. 183-218, especialmente p. 204. 5.- Ibidem, p. 204. 6.- REGLERO DE LA FUENTE, Carlos, Espacio y poder en la Castilla Medieval. Los Montes de Torozos (siglos X-XIV), Valladolid, 1994, p. 271. Véase además REGLERO DE LA FUENTE, Carlos, Los Señoríos de los Montes Torozos. De la repoblación al Becerro de las Behetrías (siglos X-XIV), Valladolid, 1993. 7.- A través del Portal de Archivos Españoles (PARES) se puede acceder a las descripciones (e imágenes en algunos casos) de pleitos y ejecutorias de los procesos litigados por el Hospital de la Clemen-cia en la defensa del término de Rayaces en la Real Chancillería de
Valladolid desde fi nales del XV y durante el siglo XVI. Entre ellos, los que tienen las signaturas: ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 122,34; caja 962,22; caja 1000,8; caja 1006,60; caja 1084,10 y caja 114,43; Pleitos Civiles, Fernando Alonso (F), caja 178,5; caja 440,1; caja 1298,1 y caja 1262,3. 8- Sobre la carta ejecutoria pueden consultarse los trabajos de VARONA GARCÍA, M.ª A., “Cartas ejecutorias. Aportación a la Diplo-mática judicial”: Estudis Castellonencs, 6 (1994-1995), pp. 1445-1453; MARCHENA RUIZ, E. J., “El registro de Reales Ejecutorias del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (1486-1500)”, en La administra-ción de justicia en la Historia de España. Actas de las III Jornadas de Castilla-La Mancha sobre investigación de archivos, Guadalajara, 11-14 noviembre 1997, Guadalajara, 1999, pág. 337-350. 9.- ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 114, 43, f. 1r. 10.- ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 114, 43, ff. 1r-v. 11.- Lo cierto es que el signo real en forma circular o de rueda no aparece en los privilegios hasta los reinados de Fernando II de León y Sancho II de Castilla, sucesores de Alfonso VII, cuyo signo real tenía forma rectangular. Véase MILLARES CARLO, A., “La cancillería real en León y Castilla hasta fi nes del reinado de Fernando III”: Anuario de Historia del Derecho Español, III (1926), pp. 227-306; MARTÍN FUER-TES, J. A., “El Signum regis en el reino de León (1157-1230): notas sobre su simbolismo (I)”: Argutorio: revista de la Asociación cultural “Monte Irago”, 9 (2002), pp. 15- 19. 12.- ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 114, 43, f. 14r. 13.- ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 114, 43, f. 14r. 14.- ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 114, 43, f. 30v.
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álvaroPOMBO
y los recuerdos de
LA DEHESILLA
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Nació en Santander (Cantabria) el 23 de junio de 1939; hijo de Cayo Pom-
bo Caller y Mª del Pilar García de los Ríos, emparentados con la alta burguesía
santanderina.
Realizó sus primeros estudios en los Escolapios de esa ciudad donde hizo sus
primeros pinitos literarios en la revista del colegio. En el Quinto curso de Bachil-
lerato suspendió cuatro asignaturas y falsifi có las notas, por lo que tuvo que repetir
curso y trasladarse como alumno interno al colegio de los Jesuitas de Valladolid.
Durante esa época de su adolescencia pasaba largas temporadas de sus vacaciones
estivales en la fi nca de La Dehesilla (Ampudia), una explotación agropecuaria
propiedad de sus padres.
Hizo la carrera de Filosofía y Letras (con Licenciatura en la especialidad de
Filosofía) en la Universidad Complutense de Madrid, residiendo en el Colegio
Mayor Aquinas donde entabló una profunda y duradera amistad con el fi lósofo
José Antonio Marina, quien algunos años más tarde se convertiría en su padrastro
al casarse con su madre, viuda de Cayo Pombo desde 1964.
Trabajó durante tres años como profesor en tres colegios privados de Madrid
mientras preparaba las Oposiciones para catedrático de Instituto. Su fracaso le
motivó para marcharse a vivir a Londres, decidido a empezar una nueva etapa de
su vida.
Permaneció en Londres durante once años, desde 1966 a 1977. Para ganarse
el sustento sin recurrir a la ayuda familiar se vio forzado a trabajar primero como
“cleaner”, limpiador de pisos, y después como telefonista en una ofi cina del Ban-
co Urquijo. Aprovechó su tiempo libre para proseguir sus estudios y obtener un
Bachelor of Arts, otra especie de Licenciatura en Filosofía, en el Birbeck College.
Su regreso a Madrid y otro fracaso en las Oposiciones para Cátedra de Insti-
tuto le llevaron de nuevo a trabajar en un banco, esta vez el Hispano Americano,
aunque ya como ofi cial de primera.
Comenzaba al mismo tiempo su imparable carrera literaria y la acumulación
de premios que han hecho de Álvaro Pombo el escritor más galardonado de Es-
paña. Ese mismo año de 1977 recibió el premio de poesía El Bardo por su se-
gunda obra “Variaciones”. La primera, “Protocolos”, se había publicado en 1973 con
edición pagada de su propio bolsillo.
Fue también en 1977 cuando se publicó su primera obra de narrativa: “Relatos sobre la falta de sustancia”, un conjunto de historias cortas protagonizadas por per-
sonajes de condición homosexual, como la del propio autor, que la ha reconocido
públicamente en numerosas ocasiones.
Cinco años tardó en llegarle el segundo premio, decisivo para la consecución
de la fama. Fue el Premio de Novela Herralde por “El héroe de las mansardas de Mansard” (1983). Luego llegarían el premio Nacional de la Crítica por “El metro de platino iridiado” (1990), que es para muchos la mejor de sus novelas. El Premio
Nacional de Narrativa y Premio Ciudad de Barcelona por “Donde las mujeres” (1996). El Premio Fastenrath de la Real Academia Española por “La cuadratura
Álvaro Pombo
BIOGRAFÍA
Álvaro Pombo, pintado por Onésimo Anciones
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del círculo” (1999). El Premio de Novela Fundación José Manuel Lara Hernán-
dez por “El cielo raso” (2001). El premio Salambó por “Contra natura” (2005). Y
fi nalmente los dos premios más conocidos y mejor remunerados de la novelística
hispana: el Premio Planeta por “La fortuna de Matilda Turpin” (2006) y el Premio
Nadal por “El temblor del héroe” (2012).
Encumbrado con tanto galardón no es extraño que el 19 de diciembre de
2002 Álvaro Pombo fuera elegido para ocupar el sillón “j” de la Real Academia
Española de la Lengua. Hizo su ingreso el 20 de junio de 2004 con un discurso
que llevaba por título “Verosimilitud y verdad”.Posteriormente , y aunque sea de forma casi anecdótica, asistimos a su salto a
la arena política como candidato al Senado por el partido UPyD en la Comuni-
dad de Madrid en las elecciones de 2008 y 2011. En ninguna de ellas salió elegido
aunque perdiera por un reducido número de votos.
En la actualidad, y pese a su salud delicada, sigue escribiendo siendo sus últi-
mas obras, en poesía “Los enunciados protocolarios” (Quinto poemario, 2009), y en
narrativa “Un gran mundo” (2015) y “La casa del reloj” (2016). Todo a la espera de
que, si la salud le respeta y la vida se le alarga, pueda recibir algún día el ansiado
Premio Cervantes para el que ya ha sido varias veces nominado.
GENEALOGÍA DE ÁLVARO POMBO
Juan Pombo Conejo - Florentina Villameriel BlancoCayo Pombo Villameriel - Virginia Ibarra ArámbarriCayo Pombo Ibarra - Ana Caller de DonesteveCayo Pombo Caller - Mª del Pilar García de los RíosÁlvaro Pombo García de los Ríos
Doña Pilar, Álvaro y Cayo Pombo Caller en La Dehesilla
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Algunas frases de
ÁLVARO POMBO
LA DEHESILLA Y EL PÁRAMO DE TOROZOS
“Para mí Santander es uno de mis paisajes constantes. El
primero es el de la bahía santanderina. Otro es Castilla la
Vieja. Por eso me gusta tanto ir a la Casa de Campo en Ma-
drid, me recuerda el monte bajo castellano”
[EL PAÍS, 07-06-2009]
“Cualquier lector de mis novelas y poemas puede ver clara-
mente dos paisajes basales, el santanderino de la bahía y el
Alta, y el paisaje desolado del páramo palentino. Tierra
de Campos. Ambos son paisajes basales. Y mi familia era,
efectivamente, oriunda de Palencia. Y Santander el puerto
harinero de Castilla”.
[El Diario Montañés.es, 2009]
“Fui lo que se llamaba un niño de buena familia. Era guapo y orejón. Hasta los 15 años viví en Santander. Iba al colegio
de los Escolapios y en los veranos pasaba largas temporadas en
una fi nca que mi abuelo tenía en Ampudia, un pueblo de Palencia con un castillo y colegiata.”
[Hoy.es 29-05-2016]
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I.- Introducción -
Como expresan los versos de Gabriel Celaya
“Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de
la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles,
amorosas crueldades… “, esas que solo suelen contarse
cuando se escriben las Memorias. A Álvaro Pombo
no le gustan las Memorias: “Las memorias son un mal
asunto – un mal género- en casi todos los casos”. Quizás
por eso, apenas recuperado de una grave peritonitis
que le tuvo dos días en el quirófano en coma induci-
do, se puso a hacer lo que él sabe, a dictar una novela
- “Un gran Mundo” – que es una crítica descarnada de
las Memorias de su abuela, Ana de Pombo, y es al mis-
mo tiempo una Autobiografía, más velada que novela-
da, restringida a los difíciles años de la adolescencia y
primera juventud del literato, que son los menos cono-
cidos para sus estudiosos y sus lectores.
Lo que no es “Un gran mundo”, ni pretende serlo,
es una Biografía de Ana de Pombo (“Tía Elvira” en la
novela), pues se olvida de sus épocas más glamurosas
en el París de entreguerras, como secretaria personal de
Coco Chanel, y en la Argentina de Eva Perón. Tampoco
habla apenas de sus últimas aventuras empresariales en
la incipiente y cosmopolita Marbella, ni de sus actua-
ciones como bailarina de ballet clásico español, provista
de castañuelas.
La novela comienza con el retorno de Ana a Es-
paña en el verano de 1949 en compañía de su joven
y fl amante tercer marido, el argentino Pablo Olivera
(“Helio”) y ante los ojos atónitos de su nieto derrocha
con sus frivolidades el capital conseguido gracias a la
fi nanciación de la nuera. Termina con la triste noticia
de los enterramientos de todos los miembros del clan
familiar del que Álvaro queda como único supervivi-
ente. El “gran mundo” que da título a la novela es el de
los lujos y la distinguida clientela de la boutique de
decoración y antigüedades “Tebas” (“Luxor”), que se
va pronto a pique, y el “otro mundo” es el de la fi nca
de La Dehesilla, en Ampudia (Palencia), que se hun-
de igualmente, aunque esta vez sea por culpa de los
amoríos extramatrimoniales del hijo terrateniente.
“Un Gran Mundo” de Álvaro PomboUna novela autobiográfica
Los personajes realesEpifanio Romo Velasco
Álvaro Pombo: “Un gran mundo”Editorial Destino
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II.- Los personajes reales -
A excepción de la Narradora y de su hermana “La trainee”, que son meras crea-
ciones literarias, todos los demás personajes de la novela son personas reales, de carne
y hueso, a los que presumiblemente nada les ha sido alterado salvo los nombres para
otorgarles el marcador de fi cción. “Totó Bonnard” es Joan Cambell, la amiga eterna
de Ana de Pombo, que le siguió desde París a Argentina y desde Madrid a Marbella.
“Nicola Sagaretto” es Héctor Bianccioti, supuesto amante de Ana, según las malas
lenguas, algo que ella siempre califi có como calumnia. “Tío Fernando” es Cayo Pom-
bo Ibarra, el abuelo neurasténico y difunto. “Ignacio Santoña” parece ser el novelista
Antonio de Escalante Huidobro, aunque no hayamos podido consultar sus “Memo-
rias de un ejecutado”. “El aguilucho” es, por supuesto, el propio Álvaro Pombo adoles-
cente y los otros cuatro protagonistas principales merecen una consideración aparte.
ANA DE POMBO (“Tía Elvira”)
Su verdadero nombre, Ana Caller de Donesteve que tomó el apellido “de Pom-
bo” de su primer marido. Nació en La Cavada (Cantabria) en 1896. Hija de Francis-
co Caller y Elvira de Donesteve.
Diseñadora de moda, empresaria y bailarina, fue considerada por muchos de sus
contemporáneos como “una mujer singular”; por otros, como una persona excéntrica
y extravagante que, entre otras muchas banalidades, se obstinó toda su vida en no
decir cuál era su verdadera edad. De ahí que algunas fechas de su biografía aparezcan
trastocadas incluso en la Wikipedia y en sus propias memorias que, con el título de
“Mi última condena”, aparecieron publicadas en 1971.
Celebró Ana de Pombo tres matrimonios. El primero, eclesiástico, apenas cum-
plidos los 17 años, con Cayo Pombo Ibarra, un miembro de la alta burguesía santan-
derina que le dio el apellido y de quien acabó separándose. Era veinte años mayor que
ella y padecía de enfermedad mental. De este matrimonio le nacieron dos hijos, el
mayor “Cayito” (Cayo Pombo Caller) y el pequeño “Alvarito”, que a los 19 años fue
fusilado junto con otros 134 falangistas en el barco-prisión “Alfonso Pérez”, en 1936.
Su segundo matrimonio, esta vez civil, fue con el diplomático uruguayo Fernan-
do Capurro. Le duró tres años escasos, pese a que le llevó algún tiempo el conseguir
los papeles del divorcio.
El tercer matrimonio, de nuevo eclesiástico por hallarse ya viuda y divorciada,
fue con el argentino Pablo Olivera, un arquitecto y decorador veinte años más joven
que ella, que vino a convertirse en el amor de su vida.
Álvaro Pombo a los 17 años
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De su faceta de bailarina, como “Ana de Es-
paña”, nos han quedado las reseñas de varios con-
ciertos suyos y la anécdota de haber sido pionera
en introducir en la danza española el aderezo de las
castañuelas.
Como escritora de vocación tardía, aparte de
las ya mencionadas Memorias, nos ha dejado dos
libros de poesía: “37 poemas” (1957) y “A tu puerta”
(1960). Poesía de colegiala, en opinión de su nieto
Álvaro Pombo.
Fracasado su negocio de decoración y antigüe-
dades en Madrid, llegó a Marbella en la primave-
ra de 1957 y allí permaneció hasta 1978. Vieja ya,
enferma y arruinada, pasó los dos últimos años de
su vida en la residencia geriátrica “Casasolar Santo
Duque de Gandía”, situada junto al Puente de los
Franceses en Madrid y perteneciente a la Real Aso-
ciación de Hidalgos de España. Los costes de su es-
tancia fueron pagados por su amigo el banquero Ig-
nacio Coca y su esposa Silvia Moroder que le habían
comprado la “Casa de los Olivos” marbellí.
Murió Ana de Pombo en Madrid el 14 de dici-
embre de 1980 y sus restos mortales fueron deposi-
tados en el cementerio de Ampudia (Palencia), cum-
pliendo así los deseos que ella misma había dejado
escritos:
“Mi hijo descansa en el panteón familiar
de Ampudia, junto al templo milenario de arte
y a la sombra del castillo templario, que fue
mucha historia de España. Allá quiero junto a mi hijo Cayito, aunque lejos de la catedral de
Santander, donde descansa mi otro ser querido, llegar un día y descansar para siempre”.
[“Mi última condena” (1971)]
Ana de Pombo con sus castañuelas
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PABLO OLIVERA MARTÍNEZ (“Helio”)
Nacido en Buenos Aires (Argentina) en 1917. Hijo de Domingo Justo Olivera Ramos y M.ª Do-lores Martínez Gamboa. Casado con Ana de Pombo el 27 de septiembre de 1947.
“Pablo salía de una familia muy rica, algo venida a menos […] Educado en el Colegio de los Jesuitas, El Salvador, era chico elegante, esbelto de presencia, muy educado y amable de modales, de muy original persona-lidad, refi nado gusto estético.”
[Ana de Pombo: “Mi última condena” (1971)]
Llegó a Madrid con su esposa en 1949 y juntos abrieron la tienda de muebles, arte y antigüedades lla-mada “Tebas” (“Luxor” en la novela) en el número 35 de la calle Claudio Coello. Era una boutique verdader-amente muy hermosa.
Tras unos años iniciales de éxito, el negocio de las antigüedades se vino abajo y hubo que cerrar la tienda. Ana de Pombo se trasladó entonces a Marbella para empezar una nueva etapa de su vida, mientras que Pablo Olivera se quedó a vivir en Madrid sin que la ruptura matrimonial y sentimental llegara nunca a producirse.
Pese a ser mucho más joven que Ana, Pablo murió cinco años antes que ella, víctima de un ataque cardi-aco, a los 58 años de edad. El fallecimiento se produjo en Marbella el 14 de junio de 1975 y el enterramiento tuvo lugar en el panteón familiar de Ampudia tres días más tarde tarde.
Pablo Olivera Martínez
Archivo Parroquial de Ampudia: Libro de Difuntos
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CAYO POMBO CALLER (“Tío Mario”)
Nació en Santander en 1915. Hijo de Cayo Pombo Ibarra y Ana Caller de
Donesteve (Ana de Pombo).Padre del escritor Álvaro Pombo y para éste de infausto
recuerdo.
Apenas terminados sus estudios de Ingeniería agraria en Inglaterra, contrajo ma-
trimonio eclesiástico con Mª del Pilar García de los Ríos, miembro de otra familia
de la alta burguesía santanderina emparentada con los Botín y los Escalante. Juntos
emprendieron muy pronto la emocionante aventura empresarial de construir en una
fi nca heredada en el páramo de los Montes de Torozos un hermoso caserío blanco
que fuera orgullo de la familia. Todo parecía ir viento en popa hasta que la condición
de mujeriego de Cayo Pombo, su fatal enfermedad y su muerte prematura, a los 49
años de edad, dieron al traste con el proyecto. Agravada su enfermedad renal, Cayo
Pombo pasó los últimos días de su vida en un hospital de la ciudad de Palencia,
atendido solícitamente por su sufrida esposa y por su hijo, quienes, tras su muerte
el 30 de diciembre de 1964, se apresuraron a darle sepultura en el cementerio de esa
ciudad en una tumba de tierra. A la madre le enviaron simplemente un telegrama
que decía:
“Cayito ha muerto, ya lo hemos enterrado. No hace falta que vengáis”.
Lo que seguramente pretendían con ello era que Ana de Pombo no viniese a
Palencia y como madre doliente montase uno de sus espectáculos habituales. Pero
vino, movió los hilos de sus amistades y consiguió desenterrar el cadáver para darlo
de nuevo sepultura en el cementerio de Ampudia con todo boato y solemnidad. Esto
ocurrió tres semanas más tarde, el 22 de enero de 1965.
Los gastos del enterramiento y del panteón fueron pagados por su amigo el
médico de Ampudia D. Pedro Castrillo y su esposa Dª Teresa, cuyos nombres apare-
cen incluidos en el curioso epitafi o grabado sobre la tumba, que lleva el sello incon-
fundible del estilo de Ana.
Como ya queda dicho, a este mismo panteón familiar vinieron a descansar pos-
teriormente los restos mortales de Ana de Pombo (+1980) y antes los de su esposo
Pablo Olivera (+1975), pese a que nadie haya tenido la delicadeza de poner sobre el
mármol una pequeña placa con sus nombres.
“Sic transit gloria mundi” (“Así pasa la gloria del mundo”) debería haberse escrito
sobre la cabecera de la tumba. Porque resulta llamativo que tres de los principales
protagonistas de aquel “gran mundo” vinieran a dar con sus huesos en este panteón
sencillo, nada ostentoso, del humilde cementerio de este recóndito pueblo castellano.
Cayo Pombo Caller
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Cementerio de Ampudia: en primer plano el Panteón de los Pombo
Cayo Pombo Caller (derecha) con el médico D. Pedro Castrillo (iquierda) y dos miembros de su familia
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Mª DEL PILAR GARCÍA DE LOS RÍOS Y CALLER (“Tía Te-resa”)
Hija de Gonzalo García de los Ríos y de Carolina Caller de Donesteve. Esposa
de Cayo Pombo Caller y madre del escritor Álvaro Pombo a quien siempre estuvo
muy unida.
Mujer activa y bien organizada, educada dentro de una familia de hombres de
negocios y de mujeres prácticas y sensatas. Su hermana mayor, Ana García de los
Ríos, era la esposa de Emilio Botín Sanz de Sautuola López y madre del famoso presi-
dente del Banco de Santander, Emilio Botín- Sanz de Sautuola y García de los Ríos,
que falleció de forma repentina el 9 de septiembre de 2014.
Otra de sus hermanas, Mª de la Luz García de los Ríos, estaba casada con Pedro
de Escalante Huidobro, “El cantabrón”, hermano de Antonio de Escalante Huido-
bro (“Ignacio Santoña”) a quien Emilio Botín, el padre, dejó en la ruina.
“Otro de los amigos más dilectos de don Emilio era Antonio Escalante Huidobro
terrateniente extremeño, que, a raíz de algunos avatares adversos en sus negocios agrícolas
y ganaderos, suscribió determinados créditos con el banco de Santander. […] Don Emilio
tras la derrota sufrida [en las elecciones legislativas de 1979] de su mandado amigo,
sencillamente lo borró del mapa, y el Santander ejecutó de inmediato todos los créditos
dejándolo en la miseria.” [ Josep Manuel Nova: “El Poder”, 2014]
Durante algunos años Doña Pilar se ocupó personalmente del funcionamiento
interno de la fi nca familiar de La Dehesilla, hasta que las aventuras extramatrimonia-
les de su esposo le indujeron a trasladarse a vivir a Madrid donde pasó el resto de su
vida. La separación legal, sin embargo, no llegó a producirse y fue ella quien cuidó
del marido en los últimos días de su enfermedad en el hospital de Palencia y se hizo
cargo de su enterramiento.
Hay una vieja fotografía que al aguilucho le gustaba comentar, en la que aparecen él y su madre, sujetando un buitre disecado, el aguilucho tiene una escopeta desmontada bajo el brazo derecho. Alrededor hay un paisaje neutro: es el páramo redondo con una disdibujada atalaya en la distancia. Es mediodía. El humor de la situ-ación es seco y ascético. La situación es humorística. El paisaje, sin embargo, es ralo, agresivamente terrenal, pedregoso, el páramo de Castilla. Los colores eran elementales y la foto en blanco y negro, la vieja foto, virada a sepia por los años, expresa un momento de buen humor merecido. [“Un gran mundo” p.132].
Pilar García de los Ríos (año 1946)
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Viuda ya de Cayo Pombo desde 1964, cuatro años más tarde contrajo segun-
das nupcias con el que hoy es reconocido fi lósofo y pedagogo José Antonio Marina
Torres, de la misma edad que su hijo Álvaro y su amigo íntimo desde los años de
universitario en la Complutense.
Doña Pilar falleció en Madrid el 5 de enero de 1989. Sus restos mortales fueron
incinerados y las cenizas depositadas en el cementerio de Toledo, la ciudad de su se-
gundo marido. Dicen los maliciosos que no quiso venir a reposar al panteón familiar
de Ampudia, más que por culpa del primer esposo infi el, para no verse las caras con
la suegra.
LA FINCA DE LA DEHESILLA (Ampudia)
Caserío (explotación agropecuaria) situado en el páramo de los Montes de Toro-
zos, en el término municipal de Ampudia (Palencia), a 7 kilómetros del núcleo prin-
cipal de la villa y a mitad de camino entre ésta y Quintanilla de Trigueros (Valladolid)
por la carretera comarcal P.904.
Conocida históricamente como “Monte de la Dehesa de la Villa”, o simplemente
“Monte Dehesa”, es una fi nca de unas 420 hectáreas cuyo vuelo fue desde antiguo
propiedad de los Señores solariegos de Ampudia. En 1752, en el Catastro del Mar-
qués de la Ensenada, fi guraba como “La Dehesa”, propiedad del Conde de la Gomera.
En virtud de los procesos desamortizadores del siglo XIX salió a subasta pública
y fue adquirida en 1877 por D. Juan Pombo Conejo, industrial santanderino y pri-
mer Marqués de Casa Pombo por concesión del rey Amadeo de Saboya. De él paso
por vía de herencia a sus descendientes: Cayo Pombo Villameriel, Cayo Pombo Ibarra
y Cayo Pombo Caller. Fue este último quien propició la construcción del actual caserío
y la transformación en tierras de cultivo de lo que antes era simplemente una dehesa
boyal. Cuenta Ana de Pombo en sus Memorias que lo que su hijo Cayo, ingeniero
agrónomo educado en Cambridge, se propuso hacer en esta paramera de Torozos no
era sino un remedo de la hermosa fi nca de Campogiro (La Remonta) que su padre
había vendido a la Diputación de Santander en 1921 y ésta lo cedió al Ejército para
la cría de ganado caballar. Allí pastaron las primeras vacas frisonas que hubo en el terri-
torio de Cantabria y hoy es una barriada y parque público de la ciudad. El proyecto
común del joven matrimonio formado por Cayo Pombo y Mª del Pilar García de
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los Ríos consiguió transformar de raíz aquellos pedregales hasta
convertirlos en tierras de regadío. Un verdadero oasis en medio
del páramo. Para ello tuvieron que talar árboles, roturar tierras,
abrir pozos y establecer un sistema de acequias de riego que
aún hoy, pese a su deterioro, llama poderosamente la atención
por lo tecnológicamente avanzado de la empresa para aquellas
fechas. Luego vinieron las casas para los señores y para los obre-
ros, los silos, las naves para las vacas, los palomares y sobre todo
los gallineros. La producción avícola estaba de moda en el de-
sarrollo industrial de aquel momento y la Dehesilla ganó varios
premios con sus gallinas ponedoras en la Feria que se celebraba
anualmente en Madrid en la Casa de Campo. Los Pombo de-
bieron llegar a La Dehesilla en 1942 cuando en la fi nca solo
existía una casa para el guarda. Las fotos de 1955 muestran ya
el caserío blanco prácticamente terminado, aunque se echan en
falta uno de los dos silos y la Capilla. Esta debió ser levantada
poco después utilizando en parte las piedras sobrantes de las
bóvedas de la Colegiata de San Miguel de Ampudia, que fueron
reconstruidas con ladrillo tras el hundimiento de 1954. Final-
mente, el 25 de abril de 1958 La Dehesilla consiguió el título
de “Ganadería Diplomada”: Anuncio de la Dirección General de Ganadería por el que
se otorga el título de “Ganadería Diplomada” a la explotación ganadera de don Cayo
Pombo Caller, situada en el término municipal de Ampudia de Campos (Palencia)”.
[B.O.E. – 14 de mayo de 1958] La muerte temprana de Cayo Pombo en 1964 puso
punto fi nal a todo aquel ambicioso proyecto. Tras haber pasado por varias manos,
hoy La Dehesilla es propiedad de la empresa Agropecuaria Hermanos González S.A.
con parque eólico, pero sin el esplendor de los tiempos pasados. La fi sonomía del
caserío ha ido con los años perdiendo su blancura y el abandono y la ruina de algunos
edifi cios dan muestra clara de su decadencia. El escritor Álvaro Pombo, el hijo único
de la pareja, pasó en esta fi nca largas temporadas de sus vacaciones estivales de ado-
lescencia. Así aparece en sus recuerdos de “Un gran mundo”. Muchos años después,
la belleza perturbadora de estos páramos sigue haciéndose presente en algunos de
sus versos. Sirva como ejemplo éste tomado de su quinto poemario “Los enunciados
protocolarios” (2009).
Oh mi amor, recuerdo tu corazón como un canal de riego en la deshilada Castilla
del secano y los silos de maíz fermentado.
Recuerdo los chozos pedregosos, tus piernas pedregosas y mi
amor imposible,
como si no hubiera el tiempo sido tiempo al fi n sino instantáneo instante
que como la fl or morada de las tobas explota y dice su color
ceniciento.Perdido en el horizonte reseco del mundo yo te amo.
[Álvaro Pombo: “Los Enunciados protocolarios” (2009)]
Cuenta Ernesto Escapa en un artículo publicado en el Diario de León que en
el año 2010 Álvaro Pombo vino a Valladolid para grabar un programa de televisión
y pidió que le llevasen a visitar de nuevo “aquel recinto familiar de sueños y desdi-
chas”. Probablemente esa fuera su última visita.
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III.- Conclusiones -
Un conjunto de vivencias, recuerdos y anécdotas familiares y personales constituyen el entramado de “Un
gran mundo”, ensamblados como las teselas de un mosaico romano, aunque quizás algo desestructurados a juicio
de los críticos. Todo ello sazonado con las continuas disquisiciones fi losófi cas de sus personajes que monologan
sobre temas cruciales como la culpa, el perdón, las relaciones familiares o la muerte, en el más puro estilo pom-
biano de su “psicología-fi cción”.
Como bien lo defi nió Luis Antonio de Villena, Álvaro Pombo es un gran novelista que tiene sueños de
fi lósofo. “Un gran mundo” es, sin duda, una novela culta para lectores cultos; pero incluso a éstos en ocasiones les
resulta difícil digerirla y requiere de una segunda lectura. Francisco Solano escribió lo que sigue en un artículo
de EL PAÍS (“Hidalguía de boutique”):
“Alcanza Álvaro Pombo con esta novela una incursión narrativa que se diría desinteresada de la compre-
nsión. No es que no se entienda lo que leemos, o quede velado tras un pudor un tanto anacrónico, sino que la
narradora de Un gran mundo no parece dispuesta a salir de sus elucubraciones alusivas y caprichosas, forjadas
en una subjetividad familiar impermeable para los extraños. […] Demás está decir que la refl exión fi losófi ca,
marca de Pombo, se desmanda notoriamente en estas páginas encallando en suposiciones inextricables que
estorban, aún más, la encrespada fl uencia de la narración. De hecho, reúne aquí material sobrante para una
novela, pero no condesciende a la tosquedad de escribirla”.
O sea que el articulista reconoce que ha leído la novela y no la ha comprendido porque, a su juicio, resulta
incomprensible para los extraños. Algo parecido les ha ocurrido a otros muchos. Y buena parte de la culpa hay
que atribuírsela al propio novelista por sus reticencias a reconocer la verdadera naturaleza autobiográfi ca de la
obra:
“Quien tenga ojos para ver, que vea. Y quien no, que disfrute de mi fi cción como se ha disfrutado siempre, como
un juego, como un trampantojo. […] No cambio los nombres de mis personajes para ocultarlos o para ocultarme, sino
sólo porque la fi cción es más entretenida y más prometedora de felicidad que la realidad.” [Cuadernos Hispanoame-
ricanos, Nº.793-794. Julio-Agosto, 2016]
Por supuesto que sí, pero algunos pensamos que con los ojos bien abiertos se puede disfrutar aún más de
la buena literatura.
LIBROSMARTÍN PÉREZ, Esteban: Álvaro Pombo. Génesis de un narrador. (1953-1983).
Biblioteca Nueva. Madrid, 2014.
POMBO, Álvaro: Los enunciados protocolarios. Sevilla, 2008.
POMBO, Álvaro: Un gran Mundo. Destino. Barcelona, 2015.
POMBO, Ana de: Mi última condena. Autobiografía. Taurus
Ediciones. Madrid, 1971.
ARTÍCULOSCHAPLOW, Chris and FLORES WATSON, Fiona: “Ana de Pombo in Marbella”.
Andalucia.com.COCA, César: “Soy posesivo, del contigo pan y cebolla”. Hoy.es, 29
de mayo de 2016
ESCAPA, Ernesto: “Dictados furtivos”. Diario de León.es, 22 de
noviembre de 2015.
EUSEBIO, Carmen de: “Álvaro Pombo: El único personaje que se parece al artista o al escritor es el santo”. Cuadernos
Hispanoamericanos, Nº 793-794. Julio- Agosto de 2016.
FLORES-GISPERT, Juan Carlos: “Fui un niño muy guapo y ahora soy un anciano rabino que da bien en las fotos”. EL Diario Montañés.es, 2009.
RUIZ MATILLA; Jesús: “La palabra más terrible de nuestro
tiempo es ERE”. El País, 7 de junio de 2009.
SOLANO, Francisco: “Hidalguía de Boutique”. El País, 22 de
octubre de 2015.
VELASCO PEINADOR, José María: “Ana Caller de Donesteve (Ana de Pombo)”.
La Corredera (Nº 3). Primavera-Verano de 2014.
VILLENA, Luis Antonio de: “Retrato plural de Álvaro Pombo”.
Artículos. 12 de Octubre de 2015.
VILLENA, Luis Antonio de: “Pombo y Ana de Pombo”. Artículos. 11 de noviembre de 2015.
WIKIPEDIA, la enciclopedia libre: “Álvaro Pombo” / “Ana de Pombo”.
IV.- Biografía consultada -
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La DEHESILLA en los AÑOS 50ÁLBUM FOTOGRÁFICO
La Dehesilla. Casa de los Guardeses, 1942
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Aquellas navidades iban a quedarse solos en la fi nca el aguilucho y Tía Teresa
y quedamos en que iríamos a pasar unos días con ellos al principio de las
vacaciones siguiendo viaje luego a pasar el fi n de año en la provincia con
mi madre. Así que fuimos a Valladolid en tren desde Madrid y ahí nos recogió una
furgoneta con el volante a la derecha que conducía el aguilucho mismo. Repentina-
mente, casi como de un salto, pasabas del valle al páramo y
desde ahí mismo se veía todo a la redonda: la paramera,
y en medio el caserío blanco como un punto blanco
entre las tierras. Ya atardecía y viajábamos por una car-
retera comarcal sin asfaltar que crujía bajo las ruedas.
Había mucho bache, pero era todo recto, horizontal y
vertical hasta el otro lado del horizonte que atardecía
entre azulado y morado, cárdeno, invernal: producía
en su misma desnudez una sensación suprarreal como
si nos encamináramos a un caserío inverosímil que
emerge en medio de la pedregosa nada y se oscurece
amoratándose como en el esquematismo de los cuen-
tos. Repentinamente el aguilucho giró el volante a la
izquierda en lo que pareció un ángulo agudo y circu-
lamos unos dos kilómetros por una carreterilla aún más pedregosa y estrecha, deja-
mos a la derecha un palomar redondo, nos cruzamos y tuvimos que echarnos a la
cuneta un poco con un remolque de gente que arrastraba un tractor. El caserío tenía
unas luces que parecían portuarias. El aguilucho rodeó lo que según nos dijo era el
corral, el centro del caserío y paró el coche enfrente de un jardín rodeado de retamas
verdes. Hizo sonar el claxon tres veces, bajamos y salió tía Teresa a recibirnos. […]
Fue una buena idea
aprovechar aquella fi n-
ca, aquellas quinientas
hectáreas de secano en
Tierra de Campos, en un
empeño colonizador. Real-
mente se trataba de eso: de
volver fértil y signifi cativo
un erial donde se cosecha-
ba como mucho una vez al
año el trigo, la cebada y la
avena, dejando la mitad de la fi nca en barbecho para que descansase la tierra. No
era buena tierra. Había sido todo monte de robles y de encinas durante los siglos
imperiales, que se había ido roturando hasta dejarlo liso y como exánime. Contaba
tía Teresa que cuando llegaron, recién acabada la contienda, todavía en plena Guerra
Mundial o en sus fi nales, no había, por no haber, ni pájaros, ni codornices, ni per-
dices. Hicieron lo primero un palomar y un pozo, los palomos trajeron las palo-
mas, las palomas criaron los pichones y pronto hubo dos pozos. El pozo frente a
la casa de los señores a cuya vera se construyó un aljibe en lo alto que respland-
ecía jalbegado los atardeceres, y otro pozo, el del corral, con un abrevadero rectan-
TEXTOS SELECCIONADOS
ÁLVARO POMBO “UN GRAN MUNDO” - fragmentos
de
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gular para el ganado. Quizá este segundo pozo existía ya a la vez
que el caserío elemental de adobe que fue blanqueándose en unos
años cobrando una espectacularidad blanca en la llanura verdeante
de las primaveras, y árida y agostada después de las siegas los vera-
nos. Y se hizo un tercer pozo, el de la era, que tenía un arco de hierro
por encima y que tenía un cubo atado con una cuerda que se podía
soltar todo de golpe y esperar, con gran emoción, el golpetazo del
cubo en el redondel remoto del agua caliza del fondo. Lo que
se construyó, el caserío, fue durante años una sugerencia o una
ocurrencia que iba confi rmándose lentamente a sí misma, hasta
volverse, con los modestos benefi cios iniciales, un convencimien-
to, una convicción. Como si la tierra y la aridez se doblegaran y
dieran la razón a los colonos, los jóvenes padres del aguilucho
que reinvertían sus benefi cios anuales en la mejora de la fi nca y
en un coche un poco mejor cada dos o tres años.
Los veranos los pasaba en la Dehesilla, en su casa de Ampudia de Campos: “Era
horrible abandonar la Bahía en verano olvidar El Puntal”. Allí conoció la vida castella-
na, la vida del arado romano
“Mi primera experiencia con Castilla fue la de la leche de oveja. Castilla
me pareció horrible: pueblos de barro, la casa de mis padres sin muros ni puertas.
Aquello era un páramo. Echaba de menos Santander, donde iba a la playa.”
Así describe la que podría ser la fi nca familiar en la novela “El metro de platino
iridiado”:
“Era una fi nca llana. Un páramo sin una sola casa. Ningún árbol. Todavía
la cebada y el trigo y la avena estaban verdes. Llegaron poco antes del atardecer a
un caserío blanco, lo único habitado que había en medio de toda aquella tierra
llana, de secano”.
Con quince años trabajaba por las mañanas ayudando al señor Benito – un
trabajador de la fi nca - en una obra y en la huerta, y por las tardes iba al gallinero,
uno de los primeros en España con gallinas ponederas. Por todo esto le daban una
paguilla que ahorraba. La fi nca de trabajo está narrada también en sus novelas
“… una fi nca como esta de Peñacastillo es lo contrario de una fi nca de recreo,
es una fi nca que podría convertirse en experimental, de rotación agropecuaria.
Como fi nca de recreo es demasiado visible toda de una vez: hay demasiados praos
y demasiado poca arboleda, y todo habla de labor, de trabajo, no de recreo.” [“Vir-ginia o el interior del mundo”]
Allí también había tiempo para el juego, sobre todo cuando venían sus tíos y sus
primos de visita. Entonces jugar al último mohicano y a hacer cabañas en unas zanjas
del campo ocupaba las horas del día.
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ESTEBAN MARTÍNEZ PÉREZ “Álvaro Pombo.
Génesis de un narrador” - fragmentos
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Los viejos mapas todavía circulantes recogen el vínculo de los Pombo, que
salieron de Villada para alcanzar la prosperidad naviera en Santander, con
el páramo de los Torozos. La fi nca de la Dehesilla se encuentra a medio
camino entre Trigueros y Ampudia. Desde hace unos años, acoge un parque eólico,
cuyas palas emergen sobre un encinar clareado por los descuajes agrícolas. En una
mañana fría y transparente de enero de 2010, acompañé a Álvaro Pombo en su re-
greso a la Dehesilla, cuyos molinos veo desde la terraza de casa y cuyas sendas paseo
menos de lo que quisiera con Mave, que se me despista persiguiendo conejos. Aquel
día Álvaro Pombo vino a grabar un programa de televisión a Valladolid y pidió visitar
de nuevo aquel recinto familiar de sueños y desdichas. Acababa de ver la luz en la
Fundación Lara su sexto libro de poesía: Los enunciados protocolarios. Un género que
el académico concibe como instrumento “para desvelar la oscuridad”.
La Dehesilla albergó durante los años ingratos de la posguerra los sueños agríco-
las de Cayo Pombo, el padre del escritor, un ingeniero que primero rompió el lecho
calizo de la fi nca con maquinaria desplazada desde Madrid, luego perforó en el pára-
mo 32 pozos y más tarde sembró los claros del bosque de remolacha. Entonces la
Dehesilla se convirtió en uno de los modelos del incipiente desarrollismo agrario val-
lisoletano, cuando el despegue de la provincia se basaba en la quíntuple A: Automo-
vilismo, abonos, aluminio, alimentos y avicultura gallinácea. Lo cuenta el falangista
Waldo de Mier en su libro España cambia de piel (1964).
El complejo agrario de la Dehesilla también tenía huerto de verduras y pabellón
de granjas: una de sus gallinas ganó el primer premio de ponedoras en la Feria del
Campo de Madrid. El sueño de aquel paraíso lo truncó la separación de los padres
del novelista, que además eran primos: Cayo Pombo Caller y Pilar García de los Ríos
Caller. El padre era ingeniero y murió en Palencia el día de San Sabino de 1964. El
novelista es su vivo retrato y en Trigueros pude comprobar cómo los mayores lo con-
fundían con su padre, que vadeaba el pueblo en coche de caballos hacia la estación
del tren. La abuela fue la diseñadora Ana de Pombo (1900-1980), protagonista de
su última novela, Un gran mundo (2015), bailarina y secretaria de Coco Chanel en
Paris, espía en Madrid, amante y tutora del escritor argentino Héctor Bianciotti,
modista de Evita Perón y autora de varios libros medianejos de poesía y de unas
memorias que le prologó la duquesa Cayetana. La madre de Álvaro Pombo, una vez
viuda, se volvió a casar en 1968 con el fi lósofo José Antonio Marina.
Al regresar, en enero de 2010, a la Dehesilla, pudo rescatar un tiempo ofuscado
por la tristeza de su disolución. El empedrado del jardín, las sendas de almendros, los
chozos pedregosos, la precisa memoria de sus habitantes y de cada recinto del caserío,
los rígidos barbechos, “el dormitorio de losetas rojas en la casa blanca del caserío
blanco”. Un escenario muy vivo y nítido en los protocolos de su poesía. También
presente en Un gran mundo. De la fi nca salió a fi nales de los cincuenta el envío de un
Cristo románico con que la obsequiaba su hijo Cayo, transportado hasta Marbella
envuelto en una manta sobre la baca de un mil quinientos. En Marbella había recala-
do en la primavera de 1957, para abrir una tienda de moda y antigüedades en la plaza
de los Naranjos junto a su tercer marido, el arquitecto y decorador argentino Pablo
Oliveras. Jean Cocteau decoró sus muros en 1961 con unos paneles inspirados en
el fl amenco, que actualmente se encuentran en el Reina Sofía. Allí la visitan Audrey
Hepburn o Chanel buscando sus pamelas.
ERNESTO ESCAPA “DICTADOS FURTIVOS.” Fragmentos
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En los más de 250 años de existencia de la
Colegiata de San Miguel de Ampudia,
desde que el Duque de Lerma decidiera
trasladar la secular Abadía de Husillos a
Ampudia en 1606, hasta la supresión de las Insti-
tuciones Colegiales y reforma de la administración
eclesiástica en España como consecuencia del Con-
cordato de 1851, se sucedieron al frente de la misma,
con la autoridad máxima de Abades, ilustres perso-
nalidades del clero español, que son exponentes del
prestigio que en su día tuvo esta Institución. Cree-
mos de interés estudiar algunos aspectos de sus bio-
grafías, poco conocidas en general.
1º ABAD (1607-1609): Cristóbal de Lobera y
Torres. Tomó posesión como Abad de la Colegiata
el viernes 30 de noviembre de 16072.
En 20 de marzo de 1609 se traslada por tres me-
ses a Madrid a petición del Duque de Lerma, le sus-
tituye en la presidencia del Cabildo el Tesorero, lue-
go el Prior. En mayo de 1609 contrae grave enfer-
medad y el Cabildo acuerda en 22 de mayo celebrar
misa por su salud. Se reincorpora a las reuniones del
Cabildo en 26 de julio de 1609.
En reunión del Cabildo de 30 de octubre de
1609 se declara sede vacante la Abadía al recibirse
las Bulas en que se designa a Cristóbal de Lobera
como Abad de la Colegiata de Lerma (aunque ésta
no se consagraría hasta 1617); se eligen ofi cios para
el período de sede vacante, el Chantre y el Licencia-
do Ramírez son elegidos en voto secreto para presi-
dir el Cabildo y ejercer la Secretaría.
Así pues, este primer Abad ejerció su ministerio
en Ampudia durante menos de dos años.
Nació Cristóbal de Lobera en Plasencia, probable-
mente en 1556, y allí murió el 21 de octubre de 1632.
Sus padres fueron el licenciado Diego de Lobera y
Francisca
de Torres, de familia noble. Estudió Teología y via-
jó a Roma. En 1600 era canónigo maestrescuela en
Plasencia y solicitó, en nombre del Duque de Béjar,
a Pablo de Curteus, Obispo de Isernia (Capua), el
traslado de unas reliquias3.
Después de ser abad de Ampudia y Lerma fue
nombrado obispo de Badajoz (1615-18)4, más tarde
de Osma (1618-23), Pamplona (1623-25), Córdoba
(1625-30) y Plasencia (1630-32); nombrado arzo-
bispo de Santiago en 1632 no llegó a ocupar el cargo
por su defunción.
D. CRISTÓBAL de
LOBERA Y TORRESPrimer Abad de la Colegiata de Ampudia
José Ignacio Izquiedo Misiego
[La presente biografía forma parte de un amplio trabajo de investigación de José Ignacio Izquierdo Misiego bajo el título de “Abades de la Colegiata de Ampudia. Apuntes biográfi cos” que LA CORREDERA irá publicando por partes en números sucesivos.]
Relación cronológica de los Abades
de la Colegiata de Ampudia
1º Cristóbal de Lobera y Torres (1607-1609)
2º Diego del Castillo (1611-1616)
3º Juan de Salcedo (1616-1619)
4º Juan Fernando Jiménez Simancas (1619-1622)
5º Antonio Castañeda (1622-1647)
6º Juan de Escalada (1649-1667)
7º Manuel de la Torre García (1668-1677)
8º Alonso de Arribas (1678-1679)
9º Juan Manrique (1679-1684)
10º Juan Castaño (1684-1701)
11º Pedro Fletos (1701-1707)
Bernardo Giménez Cascante (?) 1
12º Antonio Grande Barrientos (1718-1749)
13º Francisco Sánchez de Cos (1750-1773)
14º Pedro Agustín Ruiz (1773-1781)
15º Francisco Galante y Saavedra (1781-1786)
Antonio José Cavanilles (1787), renunció al nombramiento
16º Juan Antonio Sanz del Moral (1788-1805)
17º Narciso Villafruela (1805-1819)
18º Bernardo Sainz de Baranda (1820-1824)
19º y último Juan García Cabañas (1825-1837)
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Cuando era Obispo de Osma (donde
tomó posesión en marzo de 1618) man-
tuvo ciertos pleitos con el concejo de
Burgo de Osma, en los que se trasluce
una cierta ambición personal en el aca-
paramiento de derechos y privilegios 5.
Durante su obispado en Pamplona
(del que tomó posesión el 24 de mayo
de 1623) estableció la fi esta en honor
de San Francisco Javier (2 de diciembre,
luego trasladada al día 3) como patrono
de Navarra, que había sido canonizado
por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo
de 1622. Hubo alguna polémica sobre la
iglesia donde se debía celebrar la primera
gran fi esta del santo: el cabildo de la ca-
tedral quería que fuese en ella, de la que
San Francisco Javier había sido canóni-
go, pero pudo más la voluntad del Reino
y pueblo y se celebró en la parroquia de
San Saturnino, la más antigua e impor-
tante de Pamplona6.
Siendo obispo de Córdoba expidió
una “Licencia a Egas Salvador Venegas
de Córdoba [I] conde de Luque para la
fundación del convento de agustinos re-
coletos en Luque (Córdoba)”7. También
en esta etapa se signifi có por su defensa
del nombramiento de Santa Teresa de
Jesús como patrona de España junto a
Santiago Apóstol. La iniciativa de este
reconocimiento arranca en 1617 por par-
te del Rey Felipe III, que era muy devoto
de la monja carmelita (Real Decreto de
16 de noviembre). Más tarde el rey Felipe
IV, con el respaldo de las Cortes de Cas-
tilla, solicitó al Papa Urbano VIII, a través
de su embajador el Conde Oñate, la expedición de
un Breve Pontifi cio para dar legitimidad eclesiástica
a la iniciativa; dicho documento papal sería fi rmado
en 21 de julio de 1627, y en él se decía:
Confi rmamos con autoridad Apostólica, la dicha elección y decreto sobre ella hecho, y le damos fuerza de fi rmeza apostólica, y estatuimos, y con precepto mandamos, que de aquí adelante, para siempre ja-más, todas las personas de los dichos reinos, así segla-res y eclesiásticos, como regulares, tengan y reputen la dicha santa Teresa por Patrona…sin perjuicio o innovación alguna del Patronato de Santiago Após-tol en todos los reinos de España. El Rey empezó después a enviar notifi caciones
a las ciudades y diócesis del Reino para que acep-
taran el nombramiento y en septiembre de 1627
lo comunicó al Obispo de Córdoba, solicitándole
aceptación y publicación de la resolución, así como
la celebración de la fi esta de Santa Teresa el día de
su muerte8. Pocos días después, el 28 de septiembre
del mismo año, se envía comunicación similar a la
ciudad de Jaén. En 4 de agosto de 1628 otro mensaje
real solicitaba lo mismo a las autoridades de Má-
laga. Pero algunas iglesias empezaron a cuestionar
este nombramiento, argumentando a veces su falta
de necesidad o improcedencia teniendo ya a San-
tiago como patrono de España (ejemplo la diócesis
de Sevilla), o esgrimiendo el hecho de que Teresa
no había sido canonizada (al principio del proceso,
Documentos de Don Cristóbal de Lobera sobre Santa Teresa. En el margen
superior, escrito a mano, dice es del Sr. Cristóbal de Lobera, obispo de
Córdoba. Biblioteca Nacional de España, MSS/9140, fol. 92.
Notas
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sería canonizada por Gregorio XV en 1622). Hubo
bastante polémica y Cristóbal de Lobera escribió
hasta tres manifi estos (impresos) en defensa del pa-
tronato, muy farragosos y extensos, titulados: Justa cosa ha sido elegir por patrona de España y admitir por tal a Santa Teresa de Jesús y en ello no se hizo perjuicio alguno al Patrono Señor Santiago Apóstol y patrono de España (noviembre de 1628?), Adición a la informa-ción de derecho en Córdoba el mes pasado de noviem-bre en defensa del Patronato de Santa Teresa de Jesús y Respuesta a los largos papeles que han salido contra el Patronato de Santa Teresa 9.
Durante su mandato en Ampudia se acometie-
ron algunas obras importantes en la iglesia de San
Miguel para adaptar sus dependencias a su nueva
función como Colegiata: entre 1606 y 1609 Die-
go de Basoco, maestro ensamblador de Valladolid,
Francisco de Molledo, pintor palentino, y otros arte-
sanos, realizaron, entre otros trabajos, una custodia
para el altar mayor, un nuevo coro adaptado a las ce-
remonias capitulares, dos rejas de madera, una para
este coro y otra para el presbiterio, con las armas del
Duque de Lerma, varios facistoles y atriles y un cirio
pascual.
En 1609 el Concejo de la villa pleiteó contra el
Cabildo, por la pretensión de la Colegiata de cobrar
diezmos sobre vino y mosto introducidos en el pue-
blo de otros lugares. Se expidió ejecutoria a favor del
Concejo en 161110.
1 En el período 1707-1718 la Colegiata estuvo sin Abad (en “sede vacante”), entre otras razones por los pleitos existentes entre distintas familias nobles para heredar los señoríos y títu-los del ducado de Lerma. Es posible que en este lapso fuera nombrado como abad Don Bernardo Giménez Cascante, que en algunas fuentes aparece como Abad de Ampudia, aunque no hay constancia alguna en las actas capitulares. Fue cole-gial del Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá, Abad de la Colegiata de Santander, obispo de Barcelona (1725-1730) y propuesto para Arzobispo de Tarragona (renunció al cargo) y se le caracteriza como acérrimo defensor de la inmunidad ecle-siástica, por lo que mereció a la silla apostólica los más dis-tinguidos elogios. V. Ruiz de Vergara, Francisco (1766-1770). Historia del colegio viejo de S. Bartholomé, Mayor de la celebre Universidad de Salamanca : primera [ segunda] parte. Madrid: Andrés Ortega, pp. 167 y 173. Incluye un amplio catálogo de ilustres colegiales del citado Colegio Mayor.
2 Archivo Parroquial de Ampudia, Acuerdos Capitulares, 228, fol. 51 y ss.
3 Licencia de Pablo de Curteus, Obispo de Isernia (Ca-pua), Cardenal Vicario Vicerregente, en la que autoriza entre-ga de reliquias a Cristóbal de Lobera, Canónigo de Plasencia, Emisario del V duque de Béjar, [Francisco López de Zúñiga Sotomayor].” Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, OSUNA,CP.67,D.8; fecha 27 abril 1600. Sobre los anteceden-tes familiares de D. Cristóbal, ver Barredo de Valenzuela, A. y Alonso-Cadenas López, A. (1999). Nobiliario de Extremadura, Volumen 4. Ediciones Hidalguia, p. 126.
(4) Bula de Paulo V a Felipe III, Archivo de Simancas, Pa-tronato Real, PTR,LEG,67,DOC.64; fecha 16 noviembre 1615.
5 “Ejecutoria del pleito litigado por Sebastián del Castillo, alcalde ordinario de El Burgo de Osma (Soria), con Cristóbal de Lobera, obispo de Osma y Nicolás de la Cruz su fi scal, so-bre jurisdicción” Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, REGISTRO DE EJECUTORIAS,CAJA 2298,7 de 19 septiem-bre de 1620 y “Ejecutoria del pleito litigado por el concejo, jus-ticia y regimiento de Osma (Soria) con Cristóbal de Lobera, del
Consejo Real, obispo de dicha ciudad, sobre acusar a ciertos criados del obispo de cortar en los montes de la Nava y otros que son propios de la citada ciudad y del condestable de Cas-tilla” Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, REGISTRO DE EJECUTORIAS,CAJA 2345,16 de septiembre 1622. Ver Loperraez Corvalán, J. (1788). Descripcion histórica del Obis-pado de Osma, con el catálogo de sus prelados, Volumen 1. Madrid: En la Imprenta Real, pp. 480-484.
6 V. Fernández Pérez, G. (1820). Historia De La Iglesia Y Obispos De Pamplona, Real Y Eclesiástica Del Reino De Navarra: Sucesion de los Reyes y obispos; sus instituciones, arreglos y providencias eclesiásticas; usos, costumbres y disci-plina de aquella Iglesia, y sus variaciones en diferentes siglos, Volumen 3. Madrid: Repullés, pp.82-84.
7 Sección Nobleza Archivo Histórico Nacional/5.1.7.1//LU-QUE,C.509,D.40, fecha 27 de junio de 1626.
8 Se señala en todos estos documentos como día de tal fi esta el 5 de octubre, fecha supuesta del fallecimiento de la santa (en realidad murió en Alba de Tormes la noche del 4 al 5 de octubre de 1582), como si aún no se hubiera adaptado el calenda-rio a la reforma gregoriana de 1582 que suprimió 10 días de ese mes y, en consecuencia la festividad referida se trasladó al 15 de octubre, como sigue en nuestros días.
9 La documentación sobre todo esto en: Papeles referentes al Patronato de España de Santa Teresa de Jesús [Manuscrito] / re-copilados por Fray Francisco de Santa María (O.C.D.). Recopilado en 9 de febrero de 1636. Biblioteca Nacional de España, Signatura: MSS/9140.
Accesible en: http://bdh-rd.bne.es / viewer.vm?id=00000 8904 1&page=1. Los papeles de Cristóbal de Lobera en folios 92r-105v., bajo el título general: “Varios papeles de D. Cristóbal de Lobera obispo de Córdoba en defensa del patronato”. Ver también Rowe, Erin Ka-thleen (2011). Saint and Nation: Santiago, Teresa of Avila, and Plural Identities in Early Modern Spain. Penn State Press, pp. 79, 123, 136-140,188-190 y 233.
(10) Archivo Real Chancillería de Valladolid, ES.47186.ARCHV//REGISTRO DE EJECUTORIAS, CAJA 2060,4 y ES.47186.ARCHV//REGISTRO DE EJECUTORIAS, CAJA 2101,79.
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Nació en Ampudia (Palencia) el 10 de octubre
de 1891. Hijo de Isacio Martín Gallo, agricultor, y
de Josefa Gromaz Giralda, maestra nacional. Fue-
ron sus hermanas Piedad y Juliana, casadas respec-
tivamente con dos hermanos, Desiderio y Mariano
Castrillo. Su hermano menor, nacido el 2 de abril de
1899, fue el renombrado “Don Paco”, el ingeniero
naval Don Francisco Martín Gromaz, casado con
Doña Mª del Carmen Hernández Solórzano.Hizo sus estudios de Bachillerato en Palencia y
la carrera universitaria en la Facultad de Medicina
de la Universidad de Valladolid, obteniendo el grado
de licenciado el 8 de junio de 1914. Ya como médi-
co, ingresó en el Ejército donde, tras diez años de
servicios, llegó a alcanzar el grado de Comandante
Médico de la Armada en 1924.
Sin abandonar el cuerpo militar, aunque en
situación de disponibilidad, se estableció en Palen-
cia en 1923 y en ejercicio libre de su profesión abrió
consulta en el llamado Patio Castaño de esta ciudad,
siendo el primero en ejercer en ella la especialidad de
Otorrinolaringología.
Como hombre culto y de profundas inquietudes
intelectuales participó activamente en la vida cul-
tural del Ateneo de Palencia del que durante algún
tiempo fue presidente en su Sección de Ciencias.
Tras el Alzamiento Nacional del 18 de julio de
1936, se mantuvo fi el a la defensa de la República y
fue internado en la Cárcel de Palencia. Salió de ella
probablemente por la intervención de su hermano
Francisco, alistado en el bando franquista, y consi-
guió llegar a la zona republicana donde en 1938 fue
nombrado jefe del Hospital de la Marina de Carta-
gena.
D. LUIS MARTÍN GROMAZ,MÉDICO MILITAR Y REPUBLICANO
Epifanio Romo Velasco
[Nota del Editor: En el transcurso de los años la memoria colectiva del pueblo ha olvidado la fi gura del médico republicano Don Luis Martín Gromaz y encumbrado la de su hermano, el ingeniero naval franquista Don Francisco Martín Gromaz, director, entre otras, de la Naval de Sestao, para quien el 15 de enero de 1965 la Corporación Municipal de Ampudia acordó dar su nombre a la Plaza Mayor del pueblo, en agradecimiento por los muchos servicios prestados a la villa y en especial a los ampudianos que se vieron obligados a emigrar al País Vasco en busca de trabajo. Desde LA CORREDERA no propiciamos el cambio de los nombres de las calles, pero si reclamamos el derecho de todos los hijos ilustres del pueblo a ser recordados, independientemente de cuáles fueran sus creencias o su ideología, y que sea la Historia la que ponga a cada uno en su lugar]
LUIS MARTÍN GROMAZ
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Cuando la guerra ya daba a su fi n y las autoridades
republicanas huían en desbandada, en el atardecer
del 28 de marzo de 1939, pudo embarcar en Alican-
te en el legendario buque carbonero inglés llamado
Stanbrook, junto con otros 2.638 pasajeros hacina-
dos a bordo, y así llegar hasta las costas de Orán, en Marruecos, para pasar fi nalmente a establecerse en México donde formó parte del Servicio Médico-Farmacéutico de la JARE (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles), encargándose de la sección de Laringología.
De su activismo político en el exilio y de sus pro-
fundas ideas republicanas da cuenta el hecho de que
en 1947 fuese nombrado Vice-presidente de “Espa-ña Combatiente - Sección de México”, un movimiento
que aglutinaba a quienes defendían de forma intran-
sigente la necesaria reinstauración en España de to-
das las Instituciones de la República, frente a otros
como Raúl Llopis e Indalecio Prieto que se mos-
traban partidarios de pactar con los monárquicos y
otros elementos antifranquistas.
Finalmente, enfermo de cáncer, regresó a España
y pasó los últimos días de su vida en compañía de su
esposa, Dª Dolores González Pol, en Villafranca del
Bierzo, donde falleció en 1953.
Amigos todos: Hace pocos días, un compañero
que regresó a la España de Franco, se nos despedía
en el Ateneo Ramón y Cajal y balbuceando discul-
pas queriendo justifi car lo que no puede justifi carse,
se atrevió a decir que ya en la emigración no se hacía
nada como no fuera hablar en los cafés.
Entre otros compañeros que protestaban, yo
lo hice más violentamente y le dije que en la emi-
gración se había hecho y se podía seguir haciendo
mucho; que permanecer en la emigración - aunque
no fuera más que esto - era el grito de protesta que
constantemente elevábamos al mundo entero por la
sinrazón del régimen franquista; era el seguir sos-
teniendo la justicia de nuestra causa, y, sobre todo,
representaba una entereza que no claudicaba ni se
prestaba a pactar con Franco.
No pensaba yo entonces que a los pocos días ten-
dría ocasión de hacer en público una especie de rati-
fi cación de aquellas manifestaciones; pero el Comité
provisional de la Sección de México de ESPAÑA
COMBATIENTE ha creído necesario este acto
de Información ante vosotros y aquí me tenéis, con
gusto, cumpliendo este deber. Lo haré con la mayor
brevedad posible.
Cuesta trabajo creer que haya sido necesario a es-
tas alturas, la organización de un movimiento para
luchar por el restablecimiento de la República en
toda su integridad, que es lo que representa ESPA-
ÑA COMBATIENTE, cuando, en realidad, debió
haber surgido hace mucho tiempo si hubiéramos va-
lorizado síntomas tan claros de renunciación, como
por ejemplo, la traición casadista, las precipitadas
desuniones, mejor llamadas deserciones, cuando aún
el pueblo estaba luchando con las armas, y la inusita-
da deserción del deber de quienes estando más obli-
gados nada querían saber de la República pensando
que el mundo ya era fascista por muchos años.
Si de algo hubiera que tachar a este movimiento
de combate por la República y de depuración de sus
medios, sería por haber tardado algo más de lo ne-
cesario en producirse. No podemos olvidar cuando
se prodigan artículos y discursos, no para fustigar a
Franco, sino para desprestigiar los valores republica-
nos y desunir y desmoralizar a la emigración; cuan-
do, pasado el miedo, volvieron a surgir los dimitidos
y los escondidos agrupándose en derredor de quien
cumpliendo su misión demoledora se ofrecía po-
deroso hablando de plebiscitos y creando juntas al
margen de toda legitimidad, en el instante en que
se dibujaban ostensiblemente las probabilidades de
restauración de la República, limpia y dignamente,
si los republicanos nos agrupábamos en torno a los
legítimos poderes.
Los entreguistas no han cejado en sus maniobras,
machacando esperanzas e inutilizando probabilida-
des en los momentos más favorables. Así lograron
primero, abrir brecha en la continuidad, para prose-
guir en el ataque a lo que quedaba, y así derribaron a
[“Por la República”, Nº 14. México, D.F., 1947]
DISCURSO DEL DR. LUIS MARTÍN GROMAZ, VICEPRESIDENTE DE ESPAÑA COMBATIENTE, SECCIÓN DE MÉXICO,
EL 18 de SEPTIEMBRE [de 1947]
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Giral porque era intransigentemente republicano, para
manejar la crisis de febrero con todas las triquiñuelas
que conocéis, y por eso no he de repetir, aunque sí he
de recalcar que los de ESPAÑA COMBATIENTE
no queremos que se olvide.
Cuando el Sr. Presidente de la República acep-
tó la dimisión del gabinete intransigentemente repu-blicano del Sr. Giral y tras varios tanteos encargó a
Llopis con una nota en la que lo último de su en-
cargo era la restauración de la República, éste - el Sr.
Llopis – aceptó publicando el día seis de febrero una
nota en que decía otras cosas:
“Puede suceder que el gobierno no logre reunir
las sufi cientes asistencias para ser considerado como
el instrumento adecuado para llevar a cabo la con-
sulta electoral y que surja otro instrumento que logre
las asistencias que al Gobierno se le nieguen. En este
caso el Gobierno no estorbará aquella acción”.
Y el propio Presidente de la República hizo a la
“Nouvelle Espagne”, de París, unas declaraciones
para explicar los términos de su nota de encargo a
Llopis que os ruego leáis. Según esas declaraciones, -
mejor diré aclaraciones al encargo -, el Sr. Llopis y su
equipo debían buscar “aproximaciones y acercamientos a estados de opinión españoles que sin estar encuadra-dos en el marco de las ideas republicanas coincidan con nosotros en la necesidad de que desaparezca el régimen franquista”.
Yo, amigos míos, dejo a vuestra capacidad de
asombro y de indignación el comentario, pero en-
tiendo que cuanto más altamente representativo es
un cargo que se ejerce, mayor responsabilidad exige
y hay que llenar sus obligaciones con el valor nece-
sario, con mayor lealtad hacia los que el cargo con-
fi rieron. Y que la ética más pura debe presidir toda
resolución; y si falla la ética, la lealtad y el valor, debe
dimitirse el cargo.
Como consecuencia de estos hechos, nació ES-
PAÑA COMBATIENTE. No se podía ya per-
manecer indiferentes ante quienes faltos de pudor
y de todo respeto a nuestros muertos, pensaban en
pactar y aliarse con sus verdugos, que ahora se lla-
man antifranquistas. ¡Sí; con los verdugos que hasta
el término de la guerra mundial fueron los más fi r-
mes puntales de Franco y le superaron en el rencor
y exterminio de republicanos! Recordemos que en
la última nochebuena de la guerra cuando el jefe de
Gobierno de la República hizo una generosa llama-
da a los enemigos para humanizar la lucha evitando
el bombardeo de objetivos no militares, fue contes-
tado en energúmeno por esa piltrafa humana que se
llama Millán Astray.
Ya se vio el poco éxito que tuvo Casado cuando
después de su traición y ofreciendo los cadáveres de
los defensores de la República quería atenuar la tra-
gedia fi nalizando la guerra con un armisticio. No ol-
videmos cómo se ensañaron en propaganda calum-
niosa con los que salimos de España, y con toda clase
de torturas con nuestros familiares y amigos que allí
quedaron. Quien quiera negocios con ellos tiene que
olvidar los nombres de Companys, Zugazagoitia,
Cruz Salido y otros, a quienes saltando sobre todas
las leyes humanas y para satisfacer un rencor infra-
humano se les volvió a España para fusilarlos.
¿Dónde estaban entonces los antifranquistas de
ahora? Entonces solo eran vencedores
y no hubo en ellos ni el menor gesto
humano de generosidad para los ven-
cidos, ni pizca de nobleza, ni voces de
protesta de nadie contra tanta mons-
truosa e innecesaria crueldad. Tuvo
que terminar la guerra con la muerte
de los protectores Hitler y Mussoli-
ni; tuvieron que llegar los momentos
difíciles para ellos en que el mundo
aparecía en pie para arrollar todo res-
to de dictadura, para que surgieran de
entre los traidores a la República, los
GA
LE
RÍA
DE
PE
RSO
NA
JES
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que disponiéndose entonces a traicionar también a
Franco iban en busca de otros traidores al campo de
la República misma.
Y - esto es lo triste – hallaron a quienes no tie-
nen inconveniente en parlamentar con los militares
de Teruel y Badajoz, con los que presidieron los con-
sejos de guerra que aplicaban a los republicanos el
delito de rebelión militar y los condenaban a muerte;
con los degenerados aristócratas y avaros capitalistas
que pusieron todas sus disponibilidades en manos de
Franco para asaltar a la República; con el clero cerril
y cavernario que preparaba las listas y denunciaba a
los que había que fusilar por rojos y hasta disparaban
diciéndose locamente intérpretes de una justicia di-
vina, con la bendición, que aún se les sigue otorgan-
do, de su máximo representante.
Y con estas gentes, si ahora se llaman antifran-
quistas, hay quien se presta a pactar alegando para
encubrir otros apetitos de su turbia conducta, que
hay que sacar a los presos de las cárceles. ¡Nota sen-
siblera que no convence a nadie!, ni aun a esos presos
que dicen querer redimir, pues yo que viví las cárceles
de Franco, tengo que decir que, o mucho han cam-
biado aquellos presos o es seguro que no quieren la
libertad a ese precio; porque saben que sería ilusoria,
que seguirían siendo presos si no esclavos. ¡Porque
sienten la República, la libertad humana, y son dig-
nos de ellas!
Ya sabéis cómo nació y qué fi nalidad tiene ES-
PAÑA COMBATIENTE, que no es otra que la de
combatir sin tregua hasta lograr el restablecimiento
de la integridad republicana. Yo estoy seguro de que
somos muchísimos los que con ella estamos iden-
tifi cados, aunque no todos fi guren en sus fi las. Las
circunstancias y las maniobras de capitulación han
traído cansancio e indiferencia, pero os pido que re-
accionéis y prestéis vuestro concurso a la causa de la
República. Ni estamos vencidos ni hemos de dar por
fi nada la lucha mientras no se consiga la liberación
verdadera de nuestro pueblo.
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en Ampudia
Este escritor recorrió los pueblos de la geogra-
fía española, para conocer de primera mano
cómo vivían y trabajaban los médicos rurales
de los años sesenta del siglo pasado. En defi nitiva,
recorrió la España rural para efectuar una magnífi ca
descripción de la sanidad de la época y de las condi-
ciones de trabajo de los profesionales médicos.
Ángel María de Lera pasó por Ampudia y por
Valoria del Alcor, cuando entonces Valoria tenía
asignado un médico titular, y retrató la vida de los
profesionales médicos de estas dos localidades te-
rracampinas, las únicas de la Provincia de Palencia.
Describió al médico de Ampudia, D. Pedro Castrillo
Lucas, como “una persona de aire sencillo, pero grave y reposado, que caracteriza al hombre culto del campo”. Estudió la carrera en Valladolid y ejerció siempre en
Ampudia, donde nació, desde el año 1931.
A través de la entrevista, nos descubre su voca-
ción por la medicina. Relata con pasión las llamadas
a media noche para atender avisos de los caseríos
agregados al término municipal, las órdenes del Juez
para atender a las víctimas de una pelea o las autop-
sias que tuvo que practicar a tres asfi xiados en una
cueva de yeso. Practicó partos, no en vano es fácil
encontrarse con vecinos que orgullosamente prego-
nan cómo Don Pedro les trajo a este mundo, realizó
extracciones de piezas dentarias, colocó brazos frac-
turados, suturó heridas y realizó otras muchas actua-
ciones propias de un especialista moderno.
La información que yo guardo en mi memoria se
pierde un poco en el tiempo, porque yo era un niño,
pero recuerdo a un hombre alto, fuerte, tocado con
su sombrero de fi eltro verde, paseando despacio por
los soportales, el atrio de la iglesia colegiata o los
aledaños del castillo, agarrado siempre a su maletín
y con gesto serio o risueño en función del estado de
sus pacientes. Contaba historias fabulosas sobre el
campo, las costumbres locales, la guerra civil y los
esfuerzos que tuvo que realizar para librar a algunos
vecinos de una muerte segura en alguna cuneta per-
dida. También solía contar, a veces con tristeza, que
pudo haber sido un gran cirujano, quizá uno de sus
sueños no alcanzados, pero el destino le llevó por
otros derroteros, le enseñó su amor por el campo y la
medicina rural.
Ya entonces sentía preocupación porque el pueblo
había decaído mucho. De tener censados casi 4.000
habitantes, en el momento de la entrevista fi guraban
1.200. Nunca se quejó de sus retribuciones, porque
su patrimonio familiar le permitía vivir sin zozobras,
pero reconocía la precariedad de los ingresos que se
percibían de la medicina. Apenas 10.000 pesetas al
mes, de las cuales tenía que descontar los gastos de
coche que utilizaba en sus desplazamientos para rea-
lizar visitas domiciliarias a los pueblos agregados o
caseríos del entorno.
Se sentía respetado y querido, actuando en oca-
siones como árbitro y consejero en asuntos locales y
familiares que nada tenían que ver con la medicina.
Más de cuarenta años de ejercicio profesional avalan
su trayectoria de médico rural en Ampudia.
En Valoria del Alcor ejerció como médico Don
Claudio Peix Barrado, que relata las difi cultades de
su vida cotidiana. Vivía con su familia en una casa
que padecía constantes cortes de luz eléctrica por el
día, si enchufaba la lavadora la gente del pueblo que
se reunía en la casa del Señor Cura se quedaba sin
ver la Televisión.
Tenía agregados los pueblos de Capillas de Cam-
pos y Boada (1.537 habitantes), además de los 91
habitantes con que contaba Valoria y otros 100 apro-
ximadamente que se distribuían en tres caseríos, a
diecisiete, seis y tres kilómetros de distancia, en di-
recciones distintas.
Hacía de practicante y comadrona, tenía que pa-
gar de su bolsillo los taxis para las urgencias de Capi-
llas... En defi nitiva, relata los apuros económicos que
pasaba su familia, con tan solo 4.500 pesetas al mes.
El escritor y periodista Ángel María de Lera, afi rmaba que “si la sanidad de una nación es el primer supuesto y el punto de apoyo básico para cualquier proyecto racional y civilizado de vida en común, no cabe duda de qué depende, en primer término, de los profesionales de la medicina”.
José Pedro Bravo Castrillo
Profesionales de la sanidad
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No puedo olvidarme de otros profesionales sa-
nitarios, que también dejaron honda huella en Am-
pudia y su comarca. Recordamos a los médicos Don
Víctor Martín Martín y Don Eduardo Baños Baños,
que hicieron innumerables sustituciones en Ampu-
dia; a los entrañables Don Luís Velázquez, el prac-
ticante, y su colega Don Antonio; al médico Don
José Manuel Merino Serdio… Todos ellos, también
sufrieron la soledad y el desamparo en su ejercicio
profesional, pero que desempeñaron con irresistible
vocación y altas dosis de amor y sacrifi cio.
En Ampudia prestaron servicios excelentes mé-
dicos y enfermeros, pero esta Villa se ha caracteriza-
do también por ser cuna de grandes profesionales de
la medicina, que han desempeñado su labor huma-
nitaria en diversos ámbitos geográfi cos. Un recuerdo
especial merece Doña Jesusa Castrillo, nuestra que-
rida Susi, que fue pionera en labores de enfermería hospitalaria y que, además de su trabajo en la antigua
Residencia Lorenzo Ramírez de Palencia, repartía
cariño y cuidados de enfermería a los ampudianos
que demandaban su ayuda.
Después vinieron otros médicos y enfermeros,
que actuaban bajo el mismo denominador, con to-
tal abnegación y responsabilidad. Fueron ya años de
transición a las modernas estructuras de la Atención
Primaria en nuestra Provincia.
Podemos deducir de nuestro relato, que los pro-
fesionales de la medicina tenían difi cultades para
la prestación de sus servicios profesionales: Como
manifi esta Ángel María de Leras “se encerraban en pueblos casi innominados, luchaban contra la ignoran-cia, la pobreza, las supersticiones, la debilidad humana y científi ca, escasos medios técnicos, el parto o la lesión en las peores condiciones higiénicas y técnicas...”. En defi -
nitiva, los condicionantes económicos y sociales de la
época no permitían unas adecuadas condiciones de
trabajo: Estructura salarial defi ciente, no disfrutaban
de vacaciones remuneradas, porque las ausencias se
las cubría y cobraba el compañero más próximo; no
existía negociación colectiva para regular las condi-
ciones laborales; no disponían del auxilio de enfer-
meros y otros profesionales de la sanidad; no pedían
la jornada de siete horas, que para ellos era práctica-
mente de veinticuatro; no tenían acceso a la forma-
ción continuada y mucho menos a la salud laboral...
Afortunadamente, desde entonces han cambiado
muchas cosas. Las ansiadas reformas se produjeron
con las nuevas estructuras de Atención Primaria en
los años ochenta. Se universalizó la asistencia, se es-
tablecieron y potenciaron los niveles de Atención
Primaria y especializada, se incrementaron las plan-
tillas, se aumentó considerablemente el presupuesto
sanitario, se estableció un sistema retributivo digno
para los profesionales sanitarios, se reguló la jornada
laboral y se establecieron los descansos obligatorios,
se impulsó la formación y la investigación de los pro-
fesionales.
En Ampudia dejó de residir el médico, las urgen-
cias se trasladaron al Centro de Salud de Villarra-
miel, decisión ésta no exenta de polémica en su día,
dónde un Equipo de Atención Primaria organiza la
asistencia sanitaria a toda la población de la Zona
Básica de Salud, con medios tecnológicos modernos
y un alto grado de capacitación de sus profesionales.
El Consultorio Local de Ampudia, perfectamente
equipado para atender a la población, recibe las con-
sultas ordinarias que precisan los ampudianos, tanto
médicas como de enfermería.
Los avances se pueden acreditar en cifras: En la
actualidad, las plantillas de profesionales de la sa-
lud en Castilla y León cuentan con más de 35.000
trabajadores de todas las categorías profesionales; el
presupuesto de gastos de personal correspondiente a
un año, supone más de 1.500 millones de euros en
toda la Comunidad; más de 15 millones de euros se
invirtieron en la formación de los profesionales, en
el periodo 2003-2006, realizándose más de 23.000
actividades formativas.
No obstante, el mundo sanitario se enfrenta en
estos años a problemas y nuevos retos: El envejeci-
miento de nuestras plantillas, alteración del merca-
do laboral que puede abocar a que en unos años el
sistema tenga menos trabajadores que los que ne-
cesita, despoblación de las zonas rurales que acon-
sejará un replanteamiento de las estructuras básicas
de salud (las necesidades sanitarias de la población
nada tienen que ver con las establecidas en el año
1984), excesivo consumo de recursos por parte de la
población, etc.
En defi nitiva, se deben buscar soluciones para
D. Pedro y familia
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mantener los elevados índices de calidad en la pres-
tación de la asistencia sanitaria que realizan nuestros
profesionales.
Las Administraciones deben actuar y los profe-
sionales mantener su espíritu de compromiso, pero
a los ciudadanos debemos recordarles que también
tienen su parte de responsabilidad. No se pueden
consumir recursos de forma ilimitada o de una forma
irracional. No siempre hay un culpable de sus males,
y si lo hay este no reside en el profesional sanitario
que le atendió. La obligación del médico es hacer
todo lo posible para obtener la curación del paciente
(obligación de medios) pero no puede garantizar el
resultado, porque la ciencia médica no es exacta (no
hay obligación de resultados).
A propósito de esta última refl exión, he de con-
cluir con una historia que contaba Ángel María de
Lera, publicada en un artículo de ABC del año 1964,
que terminaba así:
“Hace ya muchos años, aún no se presentían siquiera las sulfamidas y los antibióticos. Había muerto un niño de pocos meses a causa de una neumonía. El médico, im-potente, tuvo que confi rmar la triste realidad. Entonces, la madre, en un arranque de ciega cólera, se encaró con él para abrumarle con recriminaciones. El médico perma-neció impasible, pero cuando ella rompió fi nalmente a llorar, le dijo: A mí también me ha llevado tres hijos esa enfermedad, pero ni su madre ni yo hemos tenido el con-suelo de echarle a nadie la culpa. Ocurrió en un pueblo, al atardecer, y yo, que era un niño entonces, no he podido olvidar esta escena. El médico era mi padre”.
Palencia – 14 de marzo de 2017
Hay que celebrar la vida
cuando la vida, y la muerte
cuando la muerte. Y siempre con
clarividencia y dignidad, con esa
pureza de los seres elegidos.
Eva nunca se rendía y miraba
las cosas de este mundo con esa
sinceridad tan suya, a veces ele-
gante, a veces respondona, pero
siempre con amor y empeño
hacia todo lo que amaba. Mira,
Eva, has luchado mucho y bien,
hasta conocer a tus nietos y sa-
borear lo mejor de tus hijos…
y siempre a tu lado Javier, en lo
bueno y en lo malo. El día de tu
cumpleaños cuando te pregunté
si cuando dormías soñabas, me dijiste que ¡¡¡ so-
ñabas a rabiar!!!
Bendito sueño eterno te de Dios ahora. Has
abandonado tu “Huerto de los
Olivos” por fi n, y es que Dios te
ha elegido a ti, para desvelarte
seguramente el misterio del Big
Bang, y todos los demás miste-
rios de esta vida que se nos ha-
cen difíciles de entender.
Que te hayas ido es una fae-
na que nos queda a los vivos.
Para ti es ya una alegría, porque
ya estás en paz con todo lo que
tú fuiste: siempre tan leal, tan
empeñosa, tan guapa, tan tú…
Amiga del alma, échanos
una mano desde el cielo y no
vuelvas a sufrir.
Te queremos. Tu familia, tus
compañeros del colegio, tus alumnos agradeci-
dos, tus amigas más cercanas, jamás, jamás te
olvidaremos. Descansa en paz y sé feliz.
[Sin perjuicio de que en el futuro se pueda publicar una biografía más completa, sirvan estas breves líneas de Sari Fernández para despedir a EVA ZARZUELO VÉLEZ, entusiasta promotora de LA CORREDERA y de los Martes Culturales. Falleció en Palencia, el domingo, día 26 de noviembre de 2017.]
A EVA ZARZUELO, EN SU DÍA DE GLORIASari Fernández Perandones
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CARTA 50: EPÍLOGO
Hola papá:
Han pasado ya 50 años sin ti, y fueron solo
ocho los que pude disfrutarte. He escrito 49 car-
tas a mi hijo, que lleva tu mismo nombre y ape-
llidos, para que sepa quién fuiste tú. Esta carta
la incluyo entre ellas, ten en cuenta que el tem a
cartas ha estado muy presente a lo largo de toda
mi vida.
Siendo cartero leí con gran admiración cómo
el poeta Antonio Machado tiene en el panteón
del cementerio de Colliure, donde se halla ente-
rrado al sur de Francia, un buzón donde recibe
cartas de todo el mundo y el cartero orgullo-
sísimo se las lleva, las cuales responde sin falta
una asociación de amigos de Machado con mu-
chísimo entusiasmo. Hubo una carta que me
impactó, fue la de tu gran amigo Don Vicente,
que en 2008 me mandó a mí, dirigida a ti; me
acordé del cartero de Colliure y me sentí alta-
mente honrado de ser portador de tal misiva, ya
que en los tres años y medio que me dediqué al
reparto de cartas, solo llevaba multas, citaciones
judiciales, notifi caciones de impago, etc.
Le digo a mi hijo que fue a consecuencia de
la carta que desde el hospital de Valdecilla, en
Santander, escribió una enfermera en tu nom-
bre a los abuelos de Ampudia, cuando te creían
muerto y te habían hecho el funeral, como se lo
oí contar a tu hermana Victoria, lo que me em-
pujó al relato que a través de las mencionadas 49
cartas, he hecho sobre ti a mi hijo.
Lo que me motiva a escribirte ésta es haber
escuchado en un programa de radio, el 2 de di-
ciembre de 2013, “La Rosa de los Vientos”, de
Onda Cero, en el que denunciaban el olvido a
un grupo de militares fallecidos en la guerra de
Irak. Lo ilustraban con una carta que la hija
de uno de los asesinados dirige a su padre. La
carta, salvando la distancia de la edad, lugar y el
tiempo pasado, condensa todo lo que yo le digo
a tu nieto Pablo a lo largo de las mencionadas 49
cartas. Escuchar el programa de radio me im-
pactó tanto que he conseguido el archivo y, aun-
que sea un plagio, me voy a servir de lo esencial
de ella, adaptándolo a nuestro caso.
Nunca mientras viviste te llamamos papá, ya
que era una costumbre de señoritos y familias
Cartas a mi Padre (Pablo Velasco)José María Velasco Peinador
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ricas, nosotros siempre te llamamos padre, ex-
presión más austera y acorde con la familia. En
todo el relato de las 49 cartas yo también me re-
fi ero a ti llamándote padre. Aquí, en homenaje a
los autores de la mencionada carta, también voy
a llamarte papá, como mi hijo se dirige a mí. Ten
en cuenta que soy a la vez hijo y padre de Pablo
Velasco Rodríguez.
Hechas estas aclaraciones, también imitando
a tu amigo D. Vicente en la carta que te escri-
bió, permíteme que te abra el corazón. Me duele
que nadie se haya acordado de tantos que como
tú, dejasteis la sangre y posteriormente la vida
para que unos cuantos se benefi ciasen, los cuales
vivieron la guerra desde ofi cinas y despachos, y
no parando las balas con vuestro cuerpo como
servicio a la patria. Menuda farsa, qué manera
de ocultar la verdad y eludir la responsabilidad,
amén de hacer caja, mientras a los que salísteis
vivos de las trincheras, palmaditas en la espal-
da y el mayor de los olvidos. Qué triste. Pese a
eso me siento inmensamente orgulloso de ti, de
lo que fuiste, una maravillosa persona y lo que
seguirás siendo para nosotros, nuestro padre y
abuelo.
A lo largo de estos 50 años, mi corazón se ha
ido llenando de un tremendo orgullo al saber
que hay pocos como tú, papá. Fuiste un lucha-
dor en tu vida siempre esforzándote por todo
aquello que te proponías y lo mejor de todo es
que lo conseguías. No pudiste dejarnos un futu-
ro cierto, de ahí el desengaño por el olvido y el
abandono, pero eso no mermó tu buen humor.
Luchaste contra tu enfermedad sin éxito, pero la
afrontaste con virtudes heroicas, como dicen los
entendidos en santidad.
Me dejaste una gran esperanza y un duro
reto, llegar a ser tan perseverante como tú.
Sólo fueron ocho años contigo, pero me bas-
taron para tener recuerdos imborrables que
me acompañaron siempre. Te asombraría
saber qué agradecido estoy por tanto como
me enseñaste y tantas experiencias que viví
contigo. Por suerte dejaste infi nidad de re-
cuerdos gravados en la mente de un niño, en
un tiempo record. Gracias papá.
Ya eres bisabuelo pues tienes trece nie-
tos y otros tantos biznietos y créeme que mi
hijo sabe muy bien quién fue su abuelo Pa-
blo. Nada me haría más feliz que conseguir que
se te recuerde generación tras generación como
el héroe de la familia.
Estoy convencido que, desde donde estés, es-
tás orgulloso de ver en lo que me he convertido,
en parte gracias a la labor de mamá, pese a mi
irreligiosidad.
Para tu esposa e hijos, nos fue difícil remon-
tar nuestras vidas, pero aquí estamos luchando
por tu recuerdo. Siempre vas a estar en nuestra
vida y siempre diremos orgullosos quién era Pa-
blo Velasco: un luchador, un valiente, un gran-
dísimo padre…para mí un hombre bueno y por
qué no, un Santo. Gracias por todo lo que nos
diste papá. Te queremos y por fortuna esto nadie
lo podrá evitar.
Tu hijo más pequeño. (Coslada, a 4 de diciembre de 2013)
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Fue la Giralda de Campos quien
vio nacer, el segundo día de la
primavera de 1930, a quien se
convertiría en el último sacristán
de la Colegiata de San Miguel
de Ampudia. Un hombre honesto, gruñón en
muchos casos, dicharachero en otros, pero siem-
pre fi el a sus principios, su religión y su familia.
Benito Tadeo León, fervoroso del Corazón de
Jesús y de la Virgen del Carmen, de pocas pa-
labras y gran corazón, fue durante 81 años una
parte fundamental de la Colegiata de San Mi-
guel y de todas las personas que han pasado por
ella a lo largo de estos años.
A los seis años comenzó su andadura como
sacristán, una profesión que llegó a convertirse
en su mejor hobby y en su mayor pasión. Un
trabajo transmitido de generación en genera-
ción, ya desempeñado por su padre, su abuelo
y su tatarabuelo. Más tarde, cuando ya era un
adolescente tuvo que compaginarlo con el tra-
bajo que daría de comer a su familia y que en-
señaría a su primer hijo varón, la construcción.
Como gran empresario de este sector y amante
de la religión creó obras que a día de hoy y en un
futuro serán recordadas, como la reconstrucción
del convento cisterciense de Alconada. Un lu-
gar con mucha historia entre sus paredes y que
padre e hijo, incluso en algunos casos ayudados
por las monjas, levantaron.
Benito era un sacristán al estilo de siempre.
A primera hora de la mañana, antes siquiera de
pensar en otra cosa y casi sin amanecer, se dirigía
a la Colegiata para quitar la alarma y empezar a
preparar todo lo necesario para el día. Durante
la mañana, sobre todo en los meses de verano,
acompañaba a su hija, guía turística de la parro-
quia, e incluso, él mismo, en más de una ocasión
ha hecho las veces de responsable y, con toda la
amabilidad del mundo, esa que en ocasiones no
le caracterizaba, mostraba el templo a la vez que
relataba cada una de las historias que esconden
sus muros e imágenes. Por las tardes, repetía la
faena, se dirigía a la iglesia, abría sus puertas,
encendía las velas y comenzaba a preparar todo
lo necesario para llevar a cabo la celebración de
la misa, para después de fi nalizar, apagar todas
las luces y cerrar sus puertas hasta la mañana
siguiente. Así, día tras día durante 81 años.
Otra de sus labores era tocar las campanas,
una tarea que aprendió de muy niño y que con
los años se convirtió en una habilidad muy lla-
mativa y que lograba cautivar a los vecinos, pues,
según la ocasión y la fi nalidad de la llamada de la
iglesia, tocaba una campana u otra con su toque
correspondiente. Tal era su empeño que durante
su juventud, e incluso en ocasiones puntuales de
su ancianidad, ascendía más de 150 escalones
para llegar al campanario de la torre de la iglesia.
Con el tiempo, dos de sus hijos han aprendido
BENITO TADEO: El último sacristán Noelia Tadeo Garrido
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a realizar esta labor y ahora son ellos quienes se
encargan de subir al campanario, sobre todo el 1
de noviembre, mientras los vecinos de Ampudia
se dirigen al cementerio en procesión.
Pero, a pesar de las apariencias, no todo en su
vida ha sido ayudar en la iglesia, sino que tam-
bién fue un gran padre y un gran abuelo. El 9
de junio de 1954 pasó a formar parte de su vida
Hortensia, su esposa, con quien tuvo la suerte
de tener cinco hijos, los cuales les han dado seis
nietos y un sinfín de alegrías. En sus ratos de
recreo durante las reuniones familiares, Beni-
to relataba con alegría a sus nietas que cuando
era pequeño recorría más de 25 kilómetros en
su bicicleta para ir hasta Medina de Rioseco y
comprar velas para la iglesia, pero que también
en una ocasión fue hasta allí para comprar un
regalo a su esposa, un reloj que de seguro ella
guarda con cariño.
Con esfuerzo y tesón, Benito, ha tratado de
enseñar a su familia sus valores y mantener en
ellos viva la llama de la fe. Entre todas sus en-
señanzas la más pequeña de sus nietas recuerda
como, en el año 2003, a los pocos días de hacer
la comunión, su abuelo le enseñó a ser mona-
guilla, pero lo que más ilusión le hace recordar
es como “cambiaba la campanilla de lado para
que siempre, durante la comunión yo pudiera
tocarla y no lo hiciera el otro niño que venía
conmigo”. Y así, uno detrás de otro, sus familia-
res podrían contar los innumerables recuerdos
de cada uno de los momentos que han pasado
junto a Benito y que atesoran en sus corazones.
Ahora es el momento en que sus hijos deben
coger el testigo, retomar una labor que jamás
se ha perdido gracias a la familia Tadeo y que,
como Benito bien les enseñó durante los más de
setenta años que estuvo al cargo de estas tareas,
sabrán desempeñar de la mejor manera posible.
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Guillermo Pérez Bravo nació en 1.927,
el 10 de febrero. Llegó desde Monzón
a Ampudia con 8 años. Pasó su niñez
al calor de la fragua, aprendiendo el ofi cio de
su padre y dedicó su vida profesional al mismo
trabajo.
El mayor de 3 hermanos, de joven afi ciona-
do al ciclismo, se encargaba de poner a punto las
bicicletas de los corredores.
Tuvo que alternar el servicio militar con el
trabajo de herrero, responsabilizándose de la he-
rrería, pues su padre enfermó, en un accidente
en el coche de línea, y murió con 51 años. El
desplazamiento lo hacía en bicicleta; pedalean-
do adelgazó 20 kilos, recorriendo a diario el tra-
yecto entre Ampudia y Palencia, después de ha-
ber hecho las guardias en la Fábrica de Armas.
En Valladolid lo vieron trabajar, allí exigían
dos pruebas para acceder al puesto y observando
como realizó la primera, le dijeron que al día si-
guiente podía entrar en la fábrica. Pero él nunca
quiso abandonar Ampudia.
Se casó a los 27 años con Marina (la modis-
ta) y fueron padres de 5 hijos.
En la fi nca de “La Dehesilla”, reparó un
tractor que funcionó durante una década, des-
pués de haberlo desahuciado otro mecánico, di-
ciendo que estaba para la chatarra.
Tenía capacidad y habilidad para conseguir
hacer una llave viendo la cerradura y viceversa.
Le gustaba la naturaleza, la caza, partici-
par en las marchas de la Diputación, cultivar su huerta, velar por las abejas que le proporciona-
ban miel y cera. Le apasionaba la lectura. Buen
afi cionado a pedalear y al manejo de su moto
Osa, con ella acudía a los toros de Valladolid
y Palencia; también la utilizó para llevar a un
amigo hasta obtener el permiso de conducción
de camión…cuando llovía se ponían un saco, en
forma de capuchón, para protegerse de la lluvia
(parecían frailes).
Por encima de todo, destaca lo generoso, lo
valiente, lo trabajador, la fuerza que tenía, el em-
peño por conseguir lo que se proponía; leal para
sus amigos y honrado. Siempre conectado con
la actualidad escuchando la radio; tenía mucha
memoria. Imprimía fuerza, carácter y humani-
dad.
Cuando se hizo el hermanamiento de Am-
pudia con el pueblo de Arconada en 2.011, al
bajar del autobús, preguntaron por el señor ma-
yor que había ido la vez anterior y fi rmó en el
libro de visitas. Esta vez no pudo acudir, porque
murió el 3 de Julio de 2.010. Curiosamente, al
abrir de nuevo el libro de fi rmas, se abrió en la
hoja donde dos años antes había fi rmado Gui-
llermo Pérez. Allí estaba plasmada su presencia.
La técnica tradicional que adquirió de su
padre, que se remonta a tiempos prehistóricos
y que apenas ha evolucionado desde entonces,
El Herrero GUILLERMO PÉREZ BRAVO
Marina Pérez Gutiérrez
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también él la transmitió como
“Maestro” a sus hijos y a un
vecino del pueblo. Consiste en
sujetar las tenazas para soste-
ner el hierro caliente y el mar-
tillo para golpearlo, utilizando
carbón y el fuelle con su chi-
menea para avivar el fuego con
el aire, empleando el contraste
de la temperatura del fuego y
del agua, junto con el sonido
del yunque, el golpeteo del
martillo pilón para lograr el
hierro forjado. Enseñó los se-
cretos de la profesión, experto
en doblar el hierro, tenía un
corazón de oro.
Los alumnos del colegio “Conde de Va-
llellano” tuvieron la oportunidad de conocer el
interior del palomar más próximo al pueblo y
de más reciente construcción (en los años 80).
El herrero, ilusionado y con ganas de aportar en
esta parcela de cultura popular tan importante
en la educación, les indicó donde se disponían
los nichos para que aniden las palomas y cuiden
de sus pichones. Les contó que la paloma vive
ocho años, pero sólo los cuatro primeros cría.
Les explicó quién prepara el nido - El macho
-, los días que dura la incubación alternándose
macho y hembra - Dieciocho -, ¿Cuándo hacen
las puestas? - De Febrero o Marzo hasta Agosto o Septiembre - ¿Cuántos huevos ponen en cada
puesta? – Dos con un intervalo que no llega a las 24 horas -. Lo benefi ciosas que son las palomas
para el campo porque comen brotes de malas
hierbas ¿De qué se alimentan? - Su alimentación es granívora, de cereales y legumbres. ¿Cómo se
desplazan? - Salen en bandadas por la mañana para alimentarse y regresan temprano por la tar-de al palomar -. Que los sonidos guturales que
emite la paloma se conocen como “arrullos”, etc.
Desde la fragua vigilaba cuando se abría la
veda de caza para cerrar las troneras y, de Octu-
bre a Marzo, suplementaba la alimentación en
el palomar, para evitar que las palomas aban-
donasen el mismo. Guillermo llevó a cabo con
efi cacia este servicio, cuidaba y conservaba su
palomar. Lo creó como seña de identidad de
esta Tierra de Campos.
Hace poco tiempo murió una sobrina de
Dª Angelita Hernández y cuando la viuda de
Guillermo se acercó a darles el pésame, otro so-
brino la presentó al resto de la familia como “La esposa del herrero de casa, de toda la vida”. Pues
D. Fidel Hernández fue quien buscó al padre
de Guillermo, en Monzón, para alojarlo en una
vivienda propiedad de los Hernández aquí en
Ampudia y prestar los servicios de herrero. Lo
que sucedió después ya queda dicho.
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Ampudia en los libros
Jesús Torbado (León, 1943) es seguramente uno
de los escritores que, sin ser ampudiano, con
más aprecio ha difundido el nombre de Ampu-
dia. En 2005, la colocó en primer lugar cuando
el suplemento Magazine del diario El Mundo le pidió,
junto a otra veintena de expertos, que seleccionase
los pueblos más bonitos de España. Como señaló en
otra ocasión, Ampudia «debe considerarse paradigma,
ejemplo, resumen sentimental» de Tierra de Campos.
No en vano, ha protagonizado algunas de las inconta-
bles crónicas de viajes que el autor leonés ha escrito en
el último medio siglo y que sobresalen en el conjunto
de su obra al mismo nivel que su amplia producción
narrativa.
Con 22 años de edad, Torbado recibió el Pre-
mio Alfaguara por su primera novela, Las corrupciones
(1966); la buena acogida de la que gozó el libro pare-
ce que molestó en los ambientes más conservadores
y la censura franquista puso la lupa en sus siguientes
trabajos. No faltarán, sin embargo, ni nuevas obras
ni nuevos reconocimientos. Entre sus novelas, cabe
mencionar Moira estuvo aquí (1971); En el día de hoy
(1976), Premio Planeta; La ballena (1982); Yo, Pablo
de Tarso (1990); El peregrino (1993), Premio Ateneo
de Sevilla; o El imperio de arena (1998). En 1988 ganó
el Concurso de Cuentos Hucha de Oro por “El res-
plandor del invierno”; y con otro relato, “La voz del
centurión”, obtuvo en 1989 el Premio de Narraciones
Breves Antonio Machado.
Pero, como decíamos, en la trayectoria de
Jesús Torbado destaca, al menos tanto como su obra
de fi cción, su trabajo como cronista de viajes. Viajero
impenitente por todo el mundo, sus crónicas se han
difundido a lo largo de las últimas décadas en medios
de información general, en revistas especializadas y en
libros como Tierra mal bautizada (1969) –sobre el que
ahora volveremos–, Camino de plata (1988), Pueblos
de España (1994), Ciudades de España (1995), Paisajes de España (1996), Ciudades de Castilla y León (1996)
o España, patrimonio de la humanidad (1997). Su am-
plia labor divulgadora en este campo le ha valido ga-
lardones nacionales e internacionales. Esta reconocida
contribución a la difusión del conocimiento histórico
y cultural de los pueblos le ha llevado, además, a ser el
primer presidente de la Sociedad Geográfi ca Española,
que contribuyó a fundar en 1997.
Su dedicación a la literatura viajera comenzó pre-
cisamente con un recorrido por Tierra de Campos en
el verano de 1966 para escribir Tierra mal bautizada.
Mezclando apuntes históricos con descripciones ar-
quitectónicas y referencias al entorno natural, Torbado
dejó así plasmada, hace cincuenta años, su particular
mirada de juventud sobre la extensa comarca que se
reparte por las provincias de Palencia, Valladolid, Za-
mora y León. La idea del proyecto partió de Camilo
José Cela, entonces director de la editorial Alfaguara,
aunque el libro lo terminó publicando Seix Barral. El
trayecto, de unos 600 kilómetros, empieza y fi naliza
en el mismo lugar: San Pedro de las Dueñas, al lado de
Sahagún. Entremedias, el escritor leonés recorre más
de un centenar de localidades. Sin caer ni en las loas
vacías de algunos poetas de la época ni en la mera de-
nuncia de una zona secularmente desatendida por las
instituciones, su testimonio se puede leer como una
reivindicación del legado de una tierra antaño pujante
y ahora en lenta pero franca decadencia.
En este viaje por Tierra de Campos, Jesús Torbado
tuvo la oportunidad de conocer Ampudia. En el pasaje
que le dedica en el libro, comienza haciendo referencia
a las escenas de la película El Cid rodadas en el castillo
y en sus inmediaciones, apunte cultural que le da pie
para resaltar la fortaleza y la colegiata como vestigios de
un pasado ilustre. El relato de su paso por el pueblo se
cierra con una interpretación libre y muy personal de la
popular frase «Vete a joder a Ampudia»; sin ningún fun-
damento histórico, de ella deduce el autor que, aunque
«de esto nada dicen los libros», Ampudia «parece que,
en tiempos, fue famoso y bien conocido burdel».
Más allá de la anécdota, Torbado regresó algunas
veces más a Ampudia y volvió a hacerle un hueco en
algunas de sus crónicas. En esta ocasión, acompaña-
mos estas líneas del reportaje “Ampudia, el barro de la
Edad Media”, recogido en su libro Pueblos de España.
Castillo, iglesia, casas de adobe, soportales, bodegas,
palomares, trigales, llanuras infi nitas, cielos sin lími-
te, silencio... Torbado resalta elementos que hacen de
Ampudia una villa singular y, al mismo tiempo, indu-
dablemente terracampina.
Jesús Torbado, viajero impenitenteDaniel Franco Romo
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AMPUDIA. EL BARRO DE LA EDAD MEDIA
Jesús Torbado
Un viajero precavido no deberá tener en cuenta
una expresión que todavía algunos viejos de la
Tierra de Campos puedan decirle, y sin eufemismo
alguno. “Vete a joder a Ampudia”, comentan cuando
quieren mandar a uno adonde no debe decirse.
Repetirlo en Ampudia viene a ser tan arriesgado
como preguntar en Calatayud por la Dolores.
En el `pueblo opinan que en la frase no hay un
signifi cado mítico o legendario, sino pura envidia.
Pues Ampudia no sólo posee un orgulloso y
espléndido castillo, sino que una vez, hace ya años,
estuvieron rodando en él diversos episodios de la
película “El Cid”. Más aún: aparte de haber pisado
sus calles Sofía Loren, es frecuente encontrarse en
ellas a grupos de asombrados turistas que incluso se
quedan con la boca abierta ante la rara hermosura
del caserío. Lo cual, para un pueblo de Campos,
silencioso, retirado, pobre, no es poca cosa.
Pues, estando donde está, es ciertamente mucho
que se mantenga vivo y pimpante. En los tres últimos
siglos, aproximadamente, toda esta llanura que se
abre al frente de una sucesión de cerros alargada
desde las puertas de la ciudad de Palencia hasta las
cercanías de Medina de Rioseco, y aún más allá;
esa llanura árida, fulgente, tesoro increíble de arte
y de historia, padece una decadencia abominable.
Sobreviven los pueblos, pueblos estupendos en
todos los cuales nació algún personaje glorioso;
sigue dormido el campo. La agonía es lentísima.
Unos expertos han augurado que antes del año
2000 habrán desaparecido mil quinientos pueblos de la meseta superior, de Castilla y León.
Por otro lado, Ampudia ocupa un lugar particularmente hermoso en el costado de un paisaje deslumbrante.
A sus pies, el campo infi nito, dorado o verde, siguiendo la obediencia de las estaciones, aparece adornado de
íntimos pueblos de barro, todos con una o varias imponentes catedrales; un cinturón de palomares redondos
da albergue a las bandadas de palomas. Esos palomares, de los que sobreviven unos pocos en Ampudia y
muchos más en el vecino Torremormojón, aun heridos y lacerados por el tiempo y la pobreza, desmembrados
o ruinosos, siguen siendo emocionante bandera ocre de la arquitectura de Tierra de Campos. Cauces de
perezosos ríos que no existen alivian un poco con sus juncos y chopos la brillante aridez de la llanura.
Las grandes torres góticas o renacentistas, las espadañas románicas penosamente cuentan los honores, las
riquezas, la sabiduría que durante unos cuantos siglos germinaron aquí.
El pueblo de Ampudia, en una ladera mínima, parece asomarse a esa extensión luminosa, sobre la que
reinan los cielos más altos, hasta la imprecisa línea azul de las montañas cantábricas. Se tiende con mucha
elegancia y pulcritud frente a los trigales, resguardado por la misma línea de alcores que fue siempre línea de
defensa a favor y en contra de diversos guerreros.
Por encima de él, el vigoroso castillo adornado con los escudos de sus muchos propietarios. Es ojival
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de transición, con buenos muros defendidos por
cubos almenados y algunas añadiduras anejas, como
el edifi cio de una capilla. Al no estar en una altura
destacada, sólo su propia fuerza, más que el terreno,
podía hacerlo invulnerable. Atacantes que vinieran
por el oeste podían con facilidad acercarse a sus
almenas.
Sin duda por ello ese castillo es una verdadera
antología de batallas, de sucesos de los que el tiempo
parece haber borrado la sangre y de propietarios.
[…] Fue más tarde posesión de los Lerma, de los
Alba, como casi todo, de los Tamames, y empezaba
a desmoronarse ante los ojos de un muchacho que
siempre soñó con ser su dueño. Cuando se hizo mayor
y ahorró dinero sufi ciente lo compró por cien mil
pesetas, de las de posguerra; lo cuidó y ahora mismo
alberga uno de los museos más ricos y variados de
España, aparte de servir como residencia ocasional a
la familia de aquel hombre, recientemente fallecido.
Se llamaba Eugenio Fontaneda y era de Aguilar de
Campoo.
Lógico era que junto a un tal castillo, muy
vistoso aún, hiciera balanza un orgulloso templo. Y
lógico que lo mandase levantar el duque de Lerma,
rebuscando en la calderilla de sus muchos robos.
Ocurrió en 1608. Su preciosa torre se parece a la
de la catedral toledana, aunque suelen apodarla la “Giralda” de Campos. Esta iglesia gótica de San Miguel
fue colegiata y en sus tres naves ha recuperado algunos valiosos tesoros que los años fueron dándole, como
el órgano, el retablo que mandó hacer el dominico Pascual de Ampudia, obispo de Burgos, y unas cuantas
hermosas capillas. Recuperación verdadera, pues casi todo el edifi cio -salvo la torre y paredes exteriores- se
vino abajo en 1954 y hubo de ser reconstruido.
También se ha restaurado el antiguo hospital de Santa María de Clemencia, obra del Mariscal de Castilla
Pedro García de Herrera levantada en 1456.
Pero el encanto más cordial de Ampudia está en sus calles, especialmente en las dos que mantienen casi
intacta su estructura mudéjar. Las casas de adobe - alguna más nueva de ladrillo - se apoyan para formar
sus soportales en rollizos, troncos de árboles sin escuadrar o columnas de piedra sacadas de edifi caciones
más antiguas. Son de dos alturas y se cree que alguna se mantiene en pie, torcida y todo, desde el siglo XIII.
Prácticamente todo el pueblo se conserva con gran pureza, incluso las viviendas rehabilitadas de gentes
que emigraron, sobre todo al País Vasco, y regresan en vacaciones. Emigración en sentido inverso a otras
anteriores, de los buenos tiempos de Ampudia, en donde todavía aparecen apellidos vasconavarros, como el
de los Ochoa.
El poblamiento es prerromano quizás; se sabe que se llamó “Fons Púdica”, Fuente Escondida, a causa
de un pequeño manantial que aún existe. Las antiguas viñas han desaparecido, aunque quedan, junto al
castillo, las clásicas bodegas terracampinas. Un sauce extranjero ocupa en una plazoleta, de entre las muchas
acogedoras que abren sus calles, el lugar honorable de la vieja olma. Como remate de temporada en una
tienda anuncian un extraño o galáctico producto llamado “gambas semi-plancha”. Ampudia está viva y es
muy bella.
Jesús Torbado: “Ampudia, el barro de la Edad Media”. Pueblos de España
(Suplementos coleccionables). Tribuna de Actualidad. Madrid, 1994.
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NOTICIAS DE HEMEROTECA
Cerca de los Montes Torozos, Ampudia nos muestra, pues, un tipo de población in-termedia entre las que acabamos de conside-rar [Medina de Rioseco y Paredes de Nava] y los pueblos representativos de la mayor parte de Tierra de Campos y el Cerrato. Si-tuado entre los Montes Torozos y Tierra de Campos, a 20 kilómetros al sudoeste de Pa-lencia, cercano al Monasterio de Palazuelos, a unos 15 kilómetros, tenemos noticia por una encuesta realizada en 1577 por el ad-ministrador de las alcabalas para el Partido de Campos del cuadro de la sociedad que la habitaba:
El número de vecinos es de 513, o sea, más de 2000 habitantes. 191 se declaran la-bradores (37%); entre ellos encontramos a los cuatro escribanos. De todos ellos solo 58 tiene rebaño de ovejas, lo que nos muestra el número de labradores más acomodado.
206 se declaran jornaleros (40%); pero fuera de los periodos de mucho trabajo, 61 de ellos ejercen otro ofi cio:13 sastres, 9 carpinteros, 3 herreros. Estos braceros no están totalmente desprovistos, ya que 12 declaran tener una casa, 14 una “casilla”, 10, viñas; y 13, casa y viñas.
Hay además 42 tenderos y “tratantes por menudo”, entre los cuales 9 son zapa-
teros (aparte de los ya censados), 5 frute-ros, 6 arrieros, 6 alfareros y 6 yeseros; hay también 6 mesoneros.
El mundo textil ocupa a 66 vecinos (13%): De ellos 24 son “tratantes de esta-meñas”, 36 “tejedores de estameñas a jor-nal”, 4 cardadores de lana, un tundidor y un tintorero. Entre los tratantes, unos están al margen de la producción y dan trabajo a los tejedores a jornal. Otros poseen telares (3 como máximo) en los que trabajan ellos, en algunos casos con uno o dos obreros.
Algunos, a medio camino entre obreros y mercaderes, trabajan también por cuenta ajena. Otros se dedican también a hacer teji-dos de mala calidad, (paño viejo) lo que nos indica que los paños son sobre todo producto de la industria doméstica: “Algunos labrado-res hacen algunos paños para su casa” para incrementar sus ingresos: Una pieza de tela de 40 varas se tejía en 4 días y se vendía a 4, 5 ó 6 reales la vara, según la calidad. Los tejedores de estameña trabajan por encargo (“al rrecado”). Las piezas de estameña que medían de 50 a 64 varas requerían de una semana a 15 días de trabajo, según la calidad (las “delgadas” más tiempo) y el pago (“como le dan el rrecado al texedor”), y se vendían de 1 a 2 reales la vara (1 las blancas y 2 las
negras). Los tratantes trabajan para ellos mismos y sus colegas.
El grado de evolución de esta indus-tria no es muy elevado. Es una industria complementaria que permite subsanar el défi cit presupuestario que la agricultura no lograba cubrir. Pero el tener una industria de este tipo hace que este tipo de villas des-taque sobre las de su alrededor.
[Fernando Herrero Salas: “Economía y Sociedad en el ámbito del Monasterio de Palazuelos (1500-1835)”. Febrero, 2012.]
LA INDUSTRIA EN AMPUDIA A FINALES DEL SIGLO XVI
Una mujer llamada Ampudia en una estela
funeraria romana del norte de Italia
La inscripción de esta estela dice así:P(ublio) Trebio P (Ubli) /Cor(nelia) Albano / tr(ibuno)coh(Orbis) VIII pr(aetoriae) / AMPUDIA C(ai) fi l(bis) /Secunda uxor/et P(ublius) Trebio P(Ubli) f(ileo) / Cor(nelia) Al banus/[ et A]ppianus
El lugar donde fue hallada la estela: En Susa, en los Alpes italianos.
Fecha de enterramiento: Entre los años 50-100 d. C.
Fuente de información: http://www.europeana.eu
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Portada gótica en la fachada norte de la Colegiata