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JOSE HEBER MONTEJO SOTO LA PERSECUCIÓN EN EL SIGLO TERCERO 10 La presente confesión de fe ante las autoridades ha sido tanto más ilustre y honrosa por cuanto el sufrimiento fue mayor. La lucha arreció, y se acrecentó la gloria de los que luchaban. Cipriano de Cartago Hacia fines del siglo segundo, la iglesia había gozado de un período de relativa paz. El Imperio, envuelto en guerras civiles al mismo tiempo que trataba de defender sus fronteras frente al empuje de los pueblos germánicos, no les había prestado demasiada atención a los cristianos. Además, todavía seguía en vigor el viejo principio promulgado por Trajano, en el sentido de que los cristianos debían ser castigados si se les delataba y se negaban a ofrecerles sacrificio a los dioses, pero que no debía buscárseles activamente. En el siglo tercero, sin embargo, la situación cambió. A través de todo el siglo continuó vigente la legislación de Trajano, y por tanto de vez en cuando, en uno u otro lugar, hubo martirios más o menos aislados. Pero además de esto hubo dos políticas nuevas, una promulgada por Septimio Severo y otra por Decio, que afectaron profundamente la vida de la iglesia. La persecución bajo Septimio Severo Dentro del Imperio había grupos disidentes, y existía siempre el peligro de que alguna legión se rebelara y nombrara su propio emperador, iniciando así una nueva guerra civil. En medio de tal situación, Septimio SeveroSeptimio Severo decidió seguir una política religiosa de carácter sincretista. Su propósito era unir a todos sus súbditos bajo el culto al Sol invicto, en el cual se fundirían todas

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JOSE HEBER MONTEJO SOTO

LA PERSECUCIÓN EN EL SIGLO TERCERO 10

La presente confesión de fe ante las autoridades ha sido tanto más ilustre y honrosa por cuanto el sufrimiento fue mayor. La lucha arreció, y se acrecentó la gloria de los que luchaban.Cipriano de Cartago

Hacia fines del siglo segundo, la iglesia había gozado de un período de relativa paz. El Imperio, envuelto en guerras civiles al mismo tiempo que trataba de defender sus fronteras frente al empuje de los pueblos germánicos, no les había prestado demasiada atención a los cristianos.

Además, todavía seguía en vigor el viejo principio promulgado por Trajano, en el sentido de que los cristianos debían ser castigados si se les delataba y se negaban a ofrecerles sacrificio a los dioses, pero que no debía buscárseles activamente.

En el siglo tercero, sin embargo, la situación cambió. A través de todo el siglo continuó vigente la legislación de Trajano, y por tanto de vez en cuando, en uno u otro lugar, hubo martirios más o menos aislados. Pero además de esto hubo dos políticas nuevas, una promulgada por Septimio Severo y otra por Decio, que afectaron profundamente la vida de la iglesia.

La persecución bajo Septimio Severo

Dentro del Imperio había grupos disidentes, y existía siempre el peligro de que alguna legión se rebelara y nombrara su propio emperador, iniciando así una nueva guerra civil. En medio de tal situación, Septimio SeveroSeptimio Severo decidió seguir una política religiosa de carácter sincretista. Su propósito era unir a todos sus súbditos bajo el culto al Sol invicto, en el cual se fundirían todas las religiones de la época, así como las enseñanzas de diversos filósofos.

Septimio Severo se propuso detener el avance de estas dos religiones, y con ese propósito prohibió, bajo pena de muerte, toda conversión al judaísmo o al cristianismo. Casi medio siglo las persecuciones cesaron casi por completo, al tiempo que el número de conversos al cristianismo crecía sorprendentemente. Para esta nueva generación de cristianos, la mayoría de los mártires eran personas que habían vivido en una edad pasada, y a quienes se les debía gran veneración, pero cuya situación difícilmente se repetiría. Cada día había más cristianos entre las clases pudientes del Imperio, y ya eran pocos los que creían las viejas fábulas acerca de los crímenes indecibles de los cristianos. La persecución había venido a ser una memoria del pasado, a la vez amarga y dolorosa. Entonces se desató la tormenta.

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La persecución bajo Decio

En el año 249 Decio se ciñó la púrpura imperial. Aun cuando los historiadores cristianos le han caracterizado como un personaje cruel, Decio era sencillamente un romano de corte antiguo, y un hombre dispuesto a restaurar la vieja gloria de Roma ya que estaba en decadencia, para un romano tradicional, resultaba claro que una de las razones por las que todo esto sucedía era que el pueblo había abandonado el culto de sus dioses. Cuando todos adoraban a los dioses, las cosas parecían marchar mucho mejor, y la gloria y el poderío de Roma eran cada vez mayores. En consecuencia, cabría pensar que lo que estaba sucediendo era que, puesto que Roma les estaba retirando su culto, los dioses a su vez le estaban retirando su favor al viejo Imperio. En ese caso, una de las medidas que se imponían en el intento de restaurar la vieja gloria de Roma era la restauración de los viejos cultos. Si todos los súbditos del Imperio volvían a adorar a los dioses, posiblemente los dioses volverían a favorecer al Imperio.

Esta fue la principal razón de la política religiosa de Decio. No se trataba ya de los viejos rumores acerca de las prácticas nefandas de los cristianos, ni de la necesidad de castigar su obstinación, sino que se trataba mas bien de una campaña religiosa que buscaba la restauración de los viejos cultos.

La persecución de Decio no duró mucho. A pesar de su breve duración, la persecución de Decio fue una dura prueba para la iglesia.

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JUAN CRISÓSTOMO     22

¿Cómo piensas cumplir los mandamientos de Cristo, si te dedicas a reunir intereses amontonando préstamos, comprando esclavos como ganado, uniendo negocios a negocios? . . . Y esto no es todo. A todo esto le añades la injusticia, adueñándote de tierras y casas, y aumentando la pobreza y el hambre. Juan Crisóstomo

Diez años después de su muerte, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo el del habla dorada. Ese título era bien merecido, pues en un siglo que produjo a oradores tales como Ambrosio de Milán y Gregorio de Nacianzo, Juan de Constantinopla descolló por encima de todos gigante por encima de los gigantes. Para Juan, sin embargo, el púlpito no fue sencillamente una tribuna desde donde ofreció brillantes piezas de oratoria. Fue más bien expresión oral de su vida toda, escenario de su batalla contra los poderes del mal, vocación ineludible que a la postre le costó el destierro y hasta la vida.

Crisóstomo fue por encima de todas las cosas monje. Antes de ser monje fue abogado, educado en su propia ciudad natal de Antioquía por el famoso orador pagano Libanio.

Cuando en el año 397 quedó vacante el episcopado de Constantinopla, Juan fue obligado por mandato imperial a ocupar ese cargo. Constantinopla era una ciudad rica, dada al lujo y a las intrigas políticas. El primer objetivo de Juan Crisóstomo fue reformar la vida del clero. Algunos sacerdotes que decían ser célibes tenían en sus casas mujeres a las que llamaban hermanas espirituales, y esto era ocasión de escándalo para muchos. Otros clérigos se habían hecho ricos, y vivían tan lujosamente como los potentados de la gran ciudad. Las finanzas de la iglesia estaban completamente desorganizadas, y la tarea pastoral no era atendida. Pronto Juan se enfrentó a todos estos problemas, prohibiendo que las “hermanas espirituales” vivieran con los sacerdotes, y exigiendo que éstos llevaran una vida austera. Las finanzas fueron colocadas bajo un sistema de escrutinio detallado. Los objetos de lujo que había en el palacio del obispo fueron vendidos para dar de comer a los pobres. Y el clero recibió órdenes de abrir las iglesias por las tardes, de modo que las gentes que trabajaban pudieran asistir a ellas. De más está decir que todo esto, aunque le ganó el respeto de muchos, también le granjeó el odio de otros.

Era el monje del desierto que clamaba en la ciudad. Era la voz del cristianismo antiguo que no se doblegaba ante las tentaciones del cristianismo imperial. Era un gigante cuya voz hacía temblar los cimientos mismos de la sociedad —no porque su habla fuese de oro, sino porque su palabra era de lo alto.

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ANTES DEL ALBA, LA NOCHE OSCURA     34

A furore normannorum, libera nos Domine: de la furia de los normandos, líbranos Señor.Letanía latina del siglo X

Por un tiempo, Carlomagno pareció haber arrancado la Europa occidental de las tinieblas y el caos en que había estado sumida desde las invasiones de los germanos en los siglos IV y V. Pero el hecho es que las invasiones germánicas no habían terminado, y que aprovecharían la decadencia del imperio carolingio para reanudarse.

Los normandos o viquingos

Durante varios siglos, los territorios que hoy comprenden los países de Dinamarca, Suecia y Noruega habían estado ocupados por varios pueblos llamados “escandinavos”. Desarrollaron el arte de la navegación hasta tal punto que pronto se hicieron dueños de los mares vecinos. En ellas, los escandinavos pronto emprendieron incursiones al resto de Europa, donde se les llamó “normandos”, es decir, hombres del norte. Su ferocidad era tanto mayor por cuanto se basaba en su religión, que les aseguraba que los soldados muertos en batalla eran llevados por las hermosas “valquirias” al paraíso o “valjala”. Puesto que frecuentemente atacaban los monasterios, se les tuvo por gente irreligiosa, y su nombre sembró el pánico en toda Europa.

Después pasaron por el estrecho de Gibraltar, y empezaron a atacar las costas del Mediterráneo. A la postre se establecieron en el sur de Italia y en Sicilia, de donde expulsaron a los musulmanes y fundaron un reino normando. En cuanto a los normandos, a la postre todos se hicieron cristianos.

Los magiares o húngaros

Al mismo tiempo que los normandos invadían la cristiandad occidental desde el norte, otro pueblo lo hacía desde el este. Se trataba de los magiares, a quienes el mundo latino dio el nombre de “húngaros” porque parecían comportarse como los hunos de antaño. Tras establecerse en lo que hoy es Hungría, los húngaros invadieron a Alemania repetidamente, y en más de una ocasión atravesaron el Rin. Poco a poco, los húngaros asimilaron la cultura de sus vecinos alemanes y de los eslavos que les estaban sometidos. Por la fuerza, el país se convirtió se convirtió al cristianismo.

La decadencia del papado

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El ocaso del papado no fue tan rápido como el de los carolingios. Al contrario, al faltar la unidad imperial, y por un breve tiempo, los papas fueron la única fuente de autoridad universal en la Europa occidental..A partir de entonces los papas se suceden unos a otros con rapidez vertiginosa. Su historia se vuelve tan complicada y tan llena de intrigas que aquí no podemos sino mencionar algunos acontecimientos que son típicos de aquellos tiempos. El papado se volvió manzana de discordia entre distintos partidos romanos y transalpinos. No faltaron los papas que fueron estrangulados, o que murieron de hambre en los calabozos en que los habían puesto sus sucesores. A veces hubo más de un papa, y hasta tres.

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EL GRAN CISMA DE OCCIDENTE 46

Debido al peligro y las amenazas del pueblo fue entronizado y coronado, y se llamó papa y apostólico. Pero según los santos padres y la ley eclesiástica debería ser llamado apóstata, anatema, anticristo y burlador y destructor de la fe. [Cónclave rebelde contra Urbano VI]

Al quedar vacante la sede pontificia, el pueblo romano temió que el nuevo papa decidiera regresar a Aviñón, o al menos que fuese un juguete en manos de los intereses franceses, como lo habían sido tantos de sus predecesores más recientes. Estos temores no eran infundados, pues los cardenales franceses eran muchos más que los italianos, y varios de ellos habían dado muestras de preferir a Aviñón por encima de Roma. Lo que el pueblo temía era que los cardenales huyeran y que, una vez a salvo, se reunieran en otro lugar, posiblemente bajo el ala del rey de Francia, y eligieran un papa francés y dispuesto a residir en Aviñón. Por esa razón, el pueblo se amotinó e impidió la huida de los cardenales. El sitio en que el cónclave debía reunirse fue invadido por turbas armadas, que sólo pudieron ser desalojadas tras permitirles registrar todo el edificio para asegurarse de que los cardenales no podían escapar. Mientras todo esto sucedía, el pueblo daba gritos, exigiendo que se nombrase un papa romano, o al menos italiano.

En medio de aquella iglesia corrompida, la elección de Prignano pareció ser un acto providencial. De origen humilde y costumbres austeras, no cabía duda de que el nuevo papa se dedicaría a la reforma de que tan necesitada se hallaba la iglesia. Por tanto, era inevitable que chocara con los cardenales, quienes estaban acostumbrados a llevar vidas ostentosas, y para muchos de los cuales su oficio era un modo de enriquecerse ellos y sus familiares. Luego, aunque Urbano hubiera sido un hombre cauto y comedido, su posición sería siempre difícil.

Pero Urbano no era ni cauto ni comedido. En su afán de erradicar el absentismo, llamó traidores y perjuros a los obispos que formaban parte de su corte, y que por tanto no estaban en sus diócesis. Desde el púlpito, tronó contra el lujo de los cardenales, y después declaró que cualquier prelado que recibiera cualquier regalo era por ello culpable de simonía, y merecía ser excomulgado. En sus esfuerzos por librar al papado de la sombra de Francia, decidió nombrar un número tan grande de cardenales italianos que los franceses perdieran su poder. Y luego, antes de hacer el nombramiento, cometió la indiscreción de anunciarles sus proyectos a los franceses. A la postre los cardenales lo fueron abandonando. Pronto fue electo Clemente quien trató de adueñarse de Roma. Pero a la postre fue derrotado por las tropas de Urbano, y se vió obligado a retirarse de Italia y establecer su residencia en Aviñón. El resultado fue que a partir de entonces hubo dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. El cisma mismo estimulaba la simonía. En efecto, cada uno de los dos rivales trataba de aplastar a su contrincante, y para ello necesitaba dinero. Por tanto, aún más que en los peores tiempos de la “cautividad babilónica”, la iglesia se volvió un sistema de impuestos y explotación.

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En medio de tales circunstancias, los teólogos de la universidad de París se dedicaron a buscar medios para volver a unir la cristiandad occidental. Todos estos acontecimientos mostraban claramente que la cristiandad estaba cansada del cisma, y que si los dos papas no daban señales de estar dispuestos a resolver la cuestión, habría otros que la resolverían por ellos.