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Caracas, 25 de Mayo de 2015 Facultad de Ciencias Económicas y Sociales Escuela de Antropología Departamento de Arqueología y Antropología Histórica Antropología Histórica I. Resumen de libro #1. El orden de la memoria de Jacques Le Goff. Eloisa Ocando Thomas Jacques Le Goff fue un historiador francés (1924-2014) identificado con la tercera generación de la Escuela de los Anales francesa, caracterizada por la crítica más profunda a los documentos de la historia acontecimental y por el estudio del pasado en procesos de larga duración. Le Goff se especializó en el estudio de la Edad Media, de la que dijo se trataba de una civilización distinta del Renacimiento, con dinámicas mucho más movidas y menos rígidas de lo que se ha pensado (pensamiento fruto del distanciamiento renacentista). El Orden de la memoria es uno de sus libros más conocidos, fue publicado en 1977 en italiano, y posteriormente en 1991 en español. El libro se subdivide en dos partes, la primera presenta tres conceptos principales y su cambio histórico en diferentes culturas, y la segunda parte se enfoca más a la organización de la memoria, también en diferentes culturas y

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Resumen 1. AH I. LeGoff. El Orden de La Memoria

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Caracas, 25 de Mayo de 2015

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales

Escuela de Antropología

Departamento de Arqueología y Antropología Histórica

Antropología Histórica I.

Resumen de libro #1. El orden de la memoria de Jacques Le Goff.

Eloisa Ocando Thomas

Jacques Le Goff fue un historiador francés (1924-2014) identificado con la tercera

generación de la Escuela de los Anales francesa, caracterizada por la crítica más profunda a

los documentos de la historia acontecimental y por el estudio del pasado en procesos de

larga duración.

Le Goff se especializó en el estudio de la Edad Media, de la que dijo se trataba de

una civilización distinta del Renacimiento, con dinámicas mucho más movidas y menos

rígidas de lo que se ha pensado (pensamiento fruto del distanciamiento renacentista).

El Orden de la memoria es uno de sus libros más conocidos, fue publicado en 1977

en italiano, y posteriormente en 1991 en español.

El libro se subdivide en dos partes, la primera presenta tres conceptos principales y

su cambio histórico en diferentes culturas, y la segunda parte se enfoca más a la

organización de la memoria, también en diferentes culturas y periodos históricos, con

especial énfasis en el contexto occidental.

La parte 1 del libro se subdivide a su vez en tres capítulos: las edades míticas, la

escatología y la decadencia.

Las edades míticas son períodos pretéritos de la mayoría de las culturas, que ubican

una época anterior, feliz o perfecta, al inicio del tiempo (y el universo). Ocasionalmente

existe también una edad mítica posterior al tiempo presente, que puede ser bien el tiempo

eterno, bien el período inmediatamente anterior al fin de los tiempos. Esta edad mítica suele

ser una especie de repetición de la edad mítica inicial.

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El estudio sistemático de las edades míticas desde la historia y la antropología puede

acercar al investigador a las nociones de tiempo, historia y sociedad de las culturas a las

que estudia. El abordaje de las edades míticas puede darse, evidentemente, a través de los

mitos de origen de los pueblos, así como los textos religiosos, filosóficos y, en siglos

posteriores, textos literarios.

La edad mítica inicial puede interactuar en distintitas tradiciones con la edad mítica

final a través de la noción cíclica del tiempo, atribuida a Heráclito (Le Goff, 1991: 24), en

la que el desarrollo de las edades implicaría eventualmente un retorno a la edad de oro.

Con la hegemonía del cristianismo sobre otras religiones se ha perdido en cierta

medida la creencia del retorno a la edad de oro, puesto que la concepción el tiempo judeo-

cristiana es lineal. En la mitología judeo-cristiana no existe, pues, una edad de oro final,

sino una época feliz que duraría mil años. Esta época mítica futura, el Milenio, no es

concebida como un retorno al paraíso primitivo sino como un retorno de Cristo. Nótese la

diferencia, no es la misma edad de oro inicial sino una re-creación a futuro. De este modo

se mantiene la concepción judeocristiana del tiempo lineal, excluyendo el tiempo cíclico

(presente en las doctrinas del eterno retorno).

Desde el Renacimiento la doctrina judeocristiana ha radicalizado en cierta medida el

rechazo a la temporalidad circular, aunque permanecen los temas milenaristas que

antecederían el fin de los tiempos. La permanencia subyacente de estas ideas es atribuida

por Le Goff al hecho de que han sido uno de los primeros esfuerzos para pensar y

domesticar la historia: la escatología le da un significado, un fin a la historia, mientras que

las edades míticas le dan contenido y ritmo al interior de este significado.

Le Goff define que uno de los rasgos característicos de la Edad de Oro, de la

Antigüedad al Renacimiento, es el carácter esencialmente rural de ésta. Finalmente, la

importancia del estudio de las edades míticas es que éstas introducen el dominio –cultural-

del tiempo y de la historia; además de la noción de período y, más importante, la noción de

periodización.

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El segundo capítulo trata la escatología como “la doctrina de los fines últimos”, esto

es, el conjunto de creencias relativas al destino último del hombre y el universo” (ídem:

46). Lo escatológico puede referirse a dos niveles: el individual y el colectivo. La

escatología individual tiene que ver más con la perspectiva de la salvación, el juicio

después de la muerte, la resurrección y la inmortalidad. En éste libro Le Goff trata la

escatología colectiva.

Es éste capítulo se pone en relación la escatología con otros términos:

relación escatología-apocalíptica: La apocalíptica es un género literario nacido del

seno de la escatología, característico de ésta. El Apocalipsis se aleja del presente y

nuestra experiencia presente del mundo.

relación escatología-milenarismo: tiene que ver con el periodo de 1000 años que

precederá al apocalipsis cristiano. Está ligado a la llegada de un salvador y se

concentra sobre la parte del fin de los tiempos que antecede al propio fin (ídem :49)

relación escatología-profetismo: debido a que el tiempo del fin (escatológico) a

menudo es evocado en forma profética.

relación escatología-utopía: el fin se dará en un cuadro temporal-espacial

específico distinto al actual y no vivido aún por ningún hombre y por lo mismo,

utópico.

relación escatología-mito: ya que la escatología referencia usualmente los orígenes

(cuando el tiempo del fin es a menudo un reflejo de la edad de oro inicial) que se

conoce muchas veces a través de los mitos paradisíacos y de los pueblos antiguos.

De esta forma el mito está volcado al pasado y se expresa a través del relato,

mientras la escatología está volteada al futuro y se revela en la profecía.

En el tercer capítulo de la primera parte se trata el término decadencia, y busca evocar

las teorías y movimientos significativos que han hecho del concepto un uso sistemático.

Según el autor la decadencia no se opone (como se ha supuesto) al término progreso puesto

que éste lee la historia horizontalmente, mientras que la decadencia surge de una lectura de

arriba hacia debajo de la historia. Le Goff resalta la mayor propensión al uso del concepto

de decadencia en el estudio histórico, por lo que es necesario tomarlo en cuenta y

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estudiarlo. También menciona una tendencia de los que usan este concepto de mezclar

ideas y mentalidades históricas del pasado con el análisis “objetivo” de los períodos

históricos al que le ha sido aplicado el concepto de decadencia o, al contrario, a considerar

sólo una de estas dos vertientes.

En la Antigüedad el mundo grecorromano estaba impregnado de una noción difusa de

degeneración del mundo y más particularmente de las sociedades en las que sus

representantes viven. Con dos cambios fundamentales en la historia de Occidente: la toma y

saqueo de Roma por los visigodos, y la caída del Imperio Romano, es a partir de la época

cristiana “donde se presentan todas las pruebas de que el mundo está siendo devastado”

(ídem: 95)

Durante el Medioevo la Iglesia católica impone de tal modo sus ideas que dos nociones

fundamentales dominan el período: la vejez del mundo y el desprecio del mundo actual.

Fue en el medioevo donde se inventó el término decadentia.

Entre los siglos XVI y XVIII el término tiende a especializarse en el campo histórico y

particularmente en el campo de la historia del arte. La decadencia se transforma en un

concepto moral a menudo aplicado a la estética, donde se ofrece a los antiguos un fácil

instrumento polémico contra los modernos; a la vez que su uso en el campo de las

costumbres (decadencia económica y social) se convierte en un arma de crítica al lujo. El

éxito del concepto de decadencia parece haberse afirmado desde el Renacimiento hasta la

Revolución francesa sólo al precio de un agotamiento del propio concepto. Concepto que,

por otra parte, los iluministas comenzaban ya a poner más o menos en duda.

A partir de la Revolución industrial se deja un poco de lado la noción de decadencia,

puesto que los progresistas (a pesar de que ambos conceptos no son opuestos) fueron muy

reticentes a utilizar un léxico “de la declinación”. Para tres pensadores distintos del s XX

aparece la noción de decadencia: con Edmund Spengler, supuestamente conectado con el

ámbito ideológico del nazismo, se nos dice que en las civilizaciones no existe ninguna

continuidad, y que cada una, cerrada en sí misma, nace, crece, envejece y muere, en este

contexto el Occidente al inicio del siglo XX está sólo al principio del proceso de

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decadencia. Por otra parte para George Lukács, teórico marxista conectado con la ortodoxia

comunista, el concepto de decadencia ocupa en su obra un puesto limitado. Para Lukács la

decadencia se toma en dos direcciones: en el campo de la estética (para Lukács no existe

estética pura, y las obras han de estar conectadas a su posición en la sociedad o no son

nada) y en el campo de la ideología (Lukács concede gran importancia a la decadencia

ideológica de las clases estratégicamente situadas en la lucha en 1848 y en 1918). Por

último Arnold Toybee, historiador liberal representativo de la intelligentsia universitaria

anglosajona y británica, la noción de declinación es fundamental en la historia ya que a su

parecer la gran mayoría de las civilidades han pasado o pasarán a través de dos fases de

decadencia: declinación y disgregación.

En otras sociedades, aparte de la Occidental (o las occidentales) aparece la decadencia

constantemente como “autolectura de su historia”, y se encuentra en general en la mayor

parte de los mitos sobre los orígenes de varios pueblos.

En la historiografía contemporánea se ha dejado de lado el concepto de decadencia por

varias razones:

-subjetividad del concepto, debido al vínculo esencial de la decadencia con un juicio

negativo y, en general, teocéntrico, lo que puede dar pie fácilmente al subjetivismo ético-

religioso.

-excesivamente metafórico de la biologización de las sociedades. Las sociedades, en

realidad, no nacen ni mueren, sino que se transforman, reciben ciertas herencias, las

modifican y las transmiten a otras. Sobre todo porque se ha usado mucho en la historia

política, historia lineal o cíclica, la historia catastrófica, etc., allí donde sería legítimo usar

la palabra decadencia, otro término parece más adecuado a las realidades históricas es

“crisis”.

En fin, se ha dado un rechazo contemporáneo a la noción de decadencia debido, en

buena parte, a la tendencia a considerar la historia a través de la perspectiva braudeliana de

la longue durée, donde lo que permanece no es la ruina y la ruptura, sino la continuidad

atravesada por transformaciones, cambios y crisis.

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La segunda parte del libro también está subdividida en tres capítulos, que tratan

respectivamente de la organización y formas de estructuración (concreta y abstracta) de la

memoria.

El capítulo 1 de esta segunda parte trata de la memoria per se, y busca poner de

relieve los lazos entre historia y memoria. La memoria es, a grandes rasgos, “un complejo

de funciones psíquicas, con el auxilio de las cuales el hombre está en condiciones de

actualizar impresiones o informaciones pasadas, que él se imagina como pasadas”

(ídem:131). El dominio de la memoria (y del olvido) ha sido una de las grandes

preocupaciones de las clases dominantes en las sociedades, de forma que los olvidos y

“silencios colectivos” revelan los mecanismos de manipulación de la memoria colectiva.

En el estudio de la memoria histórica es necesario distinguir entre las sociedades de

memoria fundamentalmente oral y las sociedades de memoria fundamentalmente escrita, y

a los periodos de transición entre la oralidad y la escritura (que no son, ni mucho menos,

homogéneos).

En las sociedades ágrafas se evidencia actividad mnésica fuera de la escritura (esto

no es un fenómeno exclusivo de estas sociedades, sino también de sociedades con

escritura). La memoria colectiva de los pueblos sin escritura se cristaliza en los mitos de

origen, que dan fundamento a la existencia de etnias o familias, cuando suele confundirse la

historia con el mito. (ídem:136)

En estas sociedades existen individuos especializados en la memoria que mantienen

la cohesión histórica y étnica del grupo. La transmisión de la memoria colectiva no

funciona de forma mecánica (palabra por palabra) sino en base a una reconstrucción

generativa (de los contenidos culturales antes que la forma superficial o de las estructuras

“profundas” de los antropólogos).

En las sociedades ágrafas la memoria colectiva parece organizarse en torno a tres

grandes polos:

1- La identidad colectiva del grupo, fundada sobre ciertos mitos de origen

2- El prestigio de la familia dominante, expresada en genealogías

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3- El saber técnico, transmitido a través de fórmulas practicas impregnadas de magia

religiosa.

La escritura permite a la memoria colectiva un “doble progreso” al desenvolverse en

dos formas de memoria:

1- La conmemoración, cuando la memoria toma la forma de la inscripción (en

monumentos celebratorios)

2- El documento escrito sobre un soporte especialmente dedicado a la escritura El

documento-monumento tiene dos funciones: I .comunicar a través del

tiempo/espacio un registro, y II. Con el pasaje de lo auditivo a lo visual, permitir la

reorganización y disposición de las palabras aisladas.

La aparición de la escritura implica modificaciones dentro de la misma psiquis, que no

implican la adopción solo de una nueva técnica sino de una nueva actitud intelectual, de un

modo de pensar y ver el mundo. Esto es, la lógica de las sociedades ágrafas es

sustancialmente distinta de las sociedades con escritura, de modo que las lógicas incluso

morfológicas y semánticas se piensan de forma diferente. Aun así es necesario recordar que

con el surgimiento de la palabra escrita, la memoria colectiva continúa desenvolviéndose en

ámbitos orales de forma paralela.

Durante el medioevo occidental, cuando lo escrito se está desarrollando al lado de lo

oral, y en los que, al menos entre el grupo de los literatos, existe equilibrio entre memoria

oral y memoria escrita, se intensifica el recurso a lo escrito como soporte de la memoria. En

el campo literario la oralidad se mantiene muy próxima a la escritura, y la memoria es uno

de los elementos constitutivos de la literatura medieval, sobre todo en los S. XI-XII y con

respecto a las canciones de gesta de los trovadores medievales que recurren a

procedimientos de memorización.

A partir del Renacimiento, la imprenta revoluciona –lentamente- la memoria. Hasta

este punto la memoria oral y escrita se confunden, y en muchos casos la escrita sirve de

soporte y ayuda a la memoria oral. Con el auge de la imprenta aparece un corpus de

información hasta entonces no disponible para muchos, que es virtualmente imposible de

memorizar oralmente, por lo que ha de ser conservado en su soporte escrito concreto.

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Desde el Renacimiento entonces, se observa una burocratización de la memoria, que se

transforma al servicio de las monarquías. Comienza la conmemoración institucionalizada y

burocratizada: al mismo tiempo se acelera el movimiento científico destinado a suministrar

a la memoria colectiva de las naciones los monumentos del recuerdo, se abren los archivos,

bibliotecas, colecciones y museos al público.

Desde finales del S. XIX y principios del XX se dan dos fenómenos importantes

para la memoria: el primero es la erección de monumentos a los caídos luego de la primera

guerra mundial, donde la conmemoración funeraria se ve reimpulsada. El segundo es la

fotografía, que revuelve la memoria multiplicándola y democratizándola, dándole una

precisión y una verdad visual jamás alcanzada antes, permitiendo de ese modo conservar la

memoria del tiempo y la evolución cronológica. (ídem:171-172)

También, aunque no es mencionado explícitamente, es evidente para Le Goff que la

memoria que ha de ser tomada en cuenta por el historiador (y en esa misma línea, por el

antropólogo) es la memoria colectiva, no la memoria individual. Lo que le interesa al

investigador es la memoria social de un momento histórico.

A partir del S XX se ha dado un vuelco electrónico a la memoria, aunque, como

siempre, la memoria electrónica mecánica sigue estando al servicio de la memoria humana.

Las nuevas tendencias históricas se hacen a partir de la memoria colectiva, y de los lugares

de la memoria colectiva, manifestada sobre todo en la formación de archivos

profundamente nuevos de los que, los más característicos, son los archivos orales. Además,

hemos presenciado el surgimiento de una historiografía de la historiografía (historia de la

historia) que cuestiona y estudia la manipulación del dato histórico por la memoria

colectiva.

Finaliza el capítulo con una disertación particularmente interesante sobre la pérdida

de la memoria colectiva. Si la memoria colectiva llega a concentrarse exclusivamente en

manos de un solo grupo o clase social, y este grupo cae o desaparece, entonces el resto de la

sociedad pierde con ella la memoria colectiva y puede quedar virtualmente sin historia.

Para Le Goff “compete […] a los profesionales científicos de la memoria, a los

antropólogos, a los historiadores, a los periodistas, a los sociólogos, hacer de la lucha por la

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democratización de la memoria social uno de los imperativos prioritarios de su objetividad

científica” (ídem: 183) a fin de que la memoria colectiva no se pierda.

El segundo capítulo de la segunda parte toca el Calendario, definido este como

sistema horario define un tiempo a la vez colectivo e individual, susceptible de una

mecanización siempre más avanzada, pero también de una sutilísima manipulación

subjetiva. Para Le Goff el tiempo del calendario es evidentemente social, pero sujeto a los

ritmos del universo (natural). El calendario es entonces, un objeto científico pero también

objeto cultural y claramente un objeto religioso.

El dominio del calendario es el dominio del tiempo, esto es, dominio de los ritmos

de la vida social. Por lo mismo, quien controla el calendario ejerce el poder social. De esta

forma, el calendario y otros instrumentos de la memoria son los grandes emblemas e

instrumentos del poder, y son detentados solo por una minoría dominante puesto que

Aquellos que controlan el calendario tienen indirectamente el control del trabajo, del

tiempo libre y de las fiestas.

El calendario es evidentemente, social, pero tiene también una base concreta

anclada en los fenómenos naturales. De forma que el calendario depende del tiempo

natural, recibido y medido por las sociedades según sus estructuras sociales y políticas, esto

es, de sus marcos de referencia culturales. Finalmente para Le Goff, el calendario es de un

objeto eminentemente cultural, un campo privilegiado de encuentro entre cultura popular y

cultura docta (ídem: 222).

En el último capítulo del libro Le Goff trata los documentos, y su relación (a veces

metafórica, a veces concreta) con los monumentos. Para el autor la memoria colectiva y su

forma científica, la historia, se aplican a dos tipos de materiales: los documentos y los

monumentos, puesto que lo que sobrevive no es todo lo que ha existido en el pasado, sino

una elección por el recorrido histórico de la sociedad o por los historiadores. Por esto

mismo, “los materiales de la memoria” pueden presentarse bajo dos formas principales: los

monumentos, herederos del pasado, y los documentos, elección del historiador (ídem: 227).

Los monumentos están ligados, de forma voluntaria o no, a la capacidad de

perpetuar de las sociedades históricas (como un legado a la memoria colectiva) y de remitir

a testimonios que son sólo en mínima parte testimonios escritos.

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El documento triunfa sobre el monumento con el positivismo del S. XIX, que toma

el texto como objeto y objetivo. Ante esto Le Goff, heredero de los Anales, coincide con

sus fundadores al insistir en la necesidad de ampliar la noción de documento. A partir de

esta noción, desde los años 60 se ha dado lo que Le Goff llama una revolución documental.

Según el autor, esta revolución es cuantitativa y cualitativa, puesto que el interés

historiográfico no es sólo acontecimental, sino también se ocupa del “hombre de a pie”, el

individuo común, y este nuevo foco de interés provoca necesariamente un giro en la

jerarquización de los documentos. La revolución documental tiende también a promover

una nueva unidad de información: en el lugar del hecho que conduce al acontecimiento y a

una historia lineal, a una memoria progresiva, privilegia el dato, que lleva a la serie y a una

historia discontinua con clusters informativos sin centro específico.

Aun así, Le Goff aboga por la crítica más profunda al documento, y es esta la crítica

y el estudio de la transformación del documento en monumento. A este respecto nota que

todo documento tiene en sí un carácter de monumento y no existe una memoria colectiva

bruta. Esto es, ningún documento es objetivo, sino que es en realidad resemantizado por la

sociedad que lo designa como tal. De modo que la transformación del documento en

monumento se da históricamente de manos de las cúpulas que ejercen el poder en una

sociedad.

El historiador ha de tomar esta construcción histórica del documento en cuenta a la

hora de usar los documentos como datos. Además de esto, ha de tomarse en cuenta el

contexto –documental- de los documentos usados, recorriendo a otros tipos de documentos

contextuales (el documento arqueológico, iconográfico, ecológico, etc.).

APORTES DE LE GOFF

Un aporte importante de este libro es el cambio de objeto de la historiografía. Ya no

para construir recorridos lineales sino más bien hacia le reconstrucción de una historia

progresiva que privilegia el dato (el documento-monumento) y posteriormente la seriación.

Esta noción de seriación histórica tiene cierta base foucaultiana en el sentido que construye

series históricas, recorridos históricos no necesariamente lineales que no tienen un centro

específico pero logran explicar de forma multifactorial un evento histórico.

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Otro elemento importante del trabajo de Le Goff es que retoma la noción

braudeliana de la larga duración, tomando la historia de las civilizaciones como de larga

duración, poniendo en perspectiva los conceptos usados en la historiografía.

Un aporte fundamental es también la relativización del tiempo, que, a través del

recuento histórico, evidencia que la concepción y nociones asociadas varían en cada

sociedad e incluso en una misma sociedad ha cambiado en su devenir histórico. Esto

implicaría que para estudiar satisfactoriamente las mentalidades de un grupo social

específico en un tiempo delimitado sería necesario también revisar la concepción del

tiempo para ese punto histórico.

También es interesante que toma conciencia del historiador como individuo

especializado en la memoria de las sociedades occidentales, de modo tal que la Historia y la

historiografía como disciplina son las formas cientificistas de la memoria colectiva en

nuestra sociedad. En este sentido, sigue la línea iniciada por el materialismo histórico de la

toma de conciencia de las razones Políticas de los historiadores y la historiografía, de modo

que como investigador social los historiadores (y también los antropólogos) han de tomar

conciencia de su rol como especialistas de la memoria que obedecen en un primer momento

a las decisiones de la élite que ejerce el poder.

En el texto Le Goff apoya la ampliación de la noción de documento profundiza las

iniciativas de la Escuela de los Anales que privilegia la idea de que ningún documento es

objetivo, sino que es en realidad resemantizado por la sociedad que lo designa como tal,

esto es, el documento es un dato creado por los que detentan el poder. De modo que es el

resultado ante todo de un montaje, consciente o inconsciente; de la historia, de la sociedad

que lo ha producido, pero también de las épocas ulteriores durante las cuales ha vivido y ha

sido manipulado (Le Goff, 1991:238) Por esto mismo para Le Goff, no existe un

documento-verdad. Todo documento es mentira, y corresponde al historiador no hacerse el

ingenuo.

De esta forma, los documentos se transforman en monumentos con la

institucionalización de parte de sus contenidos en dato histórico –objetivo y verdadero-. Por

esto, es labor del historiador des-monumentalizar el documento y contextualizarlo de la

forma más completa posible. Con la ampliación de la noción de documento a otros soportes

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no necesariamente escritos o tradicionales, puede también extenderse la metáfora y pasar a

considerar los monumentos de hecho, esto es, arquitectónicos, como documentos utilizables

por el historiador y el antropólogo.

La ampliación y la toma de conciencia del contexto del documento implicaría

también la revisión sistematizada de los contextos de producción, transmisión y recepción

de los documentos-monumentos, es decir, los chamanes, escribanos, líderes políticos,

intelectuales, poetas, trovadores… que producen el documento y que también pertenecen a

un contexto sociohistórico específico que tuvo repercusión en el texto por ellos producido.

Finalmente, para historiadores y antropólogos por igual es un texto de lectura

necesaria en tanto pone en discusión la memoria y el tiempo como conceptos multiformes e

históricamente construidos que construyen y reafirman identidades.

Bibliografía

Le Goff, Jacques (1991) El orden de la memoria. Barcelona: Paidós. [1977]